Santidad 16

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Santidad 16: ¿Me amas? 1. Introducción 2. Pecado 3. Santificación 4. Santidad 5. La batalla 6. El costo 7. Crecimiento 8. Certeza 9. Moisés 10. Lot 11. Una mujer para recordar 12. El gran trofeo de Cristo 13. El Soberano de las olas 14. La Iglesia que Cristo edifica 15. Advertencias a las iglesias “¿Me amas? (Jn 21:16) Una disposición a amar a alguien es uno de los sentimientos más comunes que Dios ha implantado en la naturaleza humana. Infelizmente, demasiado a menudo las personas ponen sus afectos en objetos que no tienen valor. Hoy quiero reclamar un lugar para Aquel que por Sí mismo es merecedor de todos los mejores sentimientos de nuestros corazones. Quiero que los hombres den parte de su amor a esa Persona divina que nos amó, que se dio a Sí mismo por nosotros. Dentro de todo su cariño, haría que ellos no olvidaran amar a Cristo. La pregunta que encabeza este mensaje fue dirigida por Cristo al apóstol Pedro. Sería imposible formular una pregunta más importante. Mil ochocientos años han pasado desde que esas palabras fueron dichas, no obstante, hasta hoy la pregunta continúa siendo la más perspicaz y útil. Resiento poner este tremendo tema en la atención de cada lector de este mensaje. No es un tema meramente para entusiastas y fanáticos. Merece la consideración de cada cristiano sensato que cree en la Biblia. Nuestra propia salvación está vinculada a ella. Vida o muerte, cielo o infierno dependen de nuestra capacidad para contestar esta simple pregunta ¿“Amas a Cristo”? Dos son los puntos que deseo presentar para abrir el tema:

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Dos son los puntos que deseo presentar para abrir el tema: 13. El Soberano de las olas 7. Crecimiento 4. Santidad 15. Advertencias a las iglesias 8. Certeza “¿Me amas? (Jn 21:16) 12. El gran trofeo de Cristo 14. La Iglesia que Cristo edifica 6. El costo 5. La batalla 9. Moisés 1. Introducción 10. Lot 3. Santificación

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Santidad 16:

¿Me amas?

1. Introducción

2. Pecado

3. Santificación

4. Santidad

5. La batalla

6. El costo

7. Crecimiento

8. Certeza

9. Moisés

10. Lot

11. Una mujer para recordar

12. El gran trofeo de Cristo

13. El Soberano de las olas

14. La Iglesia que Cristo edifica

15. Advertencias a las iglesias

“¿Me amas? (Jn 21:16) Una disposición a amar a alguien es uno de los sentimientos más comunes que Dios ha implantado en la naturaleza humana. Infelizmente, demasiado a menudo las personas ponen sus afectos en objetos que no tienen valor. Hoy quiero reclamar un lugar para Aquel que por Sí mismo es merecedor de todos los mejores sentimientos de nuestros corazones. Quiero que los hombres den parte de su amor a esa Persona divina que nos amó, que se dio a Sí mismo por nosotros. Dentro de todo su cariño, haría que ellos no olvidaran amar a Cristo. La pregunta que encabeza este mensaje fue dirigida por Cristo al apóstol Pedro. Sería imposible formular una pregunta más importante. Mil ochocientos años han pasado desde que esas palabras fueron dichas, no obstante, hasta hoy la pregunta continúa siendo la más perspicaz y útil. Resiento poner este tremendo tema en la atención de cada lector de este mensaje. No es un tema meramente para entusiastas y fanáticos. Merece la consideración de cada cristiano sensato que cree en la Biblia. Nuestra propia salvación está vinculada a ella. Vida o muerte, cielo o infierno dependen de nuestra capacidad para contestar esta simple pregunta ¿“Amas a Cristo”? Dos son los puntos que deseo presentar para abrir el tema:

1. Déjenme mostrar el peculiar sentimiento de un verdadero cristiano hacia Cristo – Él lo ama. Un verdadero cristiano no es meramente un hombre o mujer bautizados. Es algo más. No es la persona que sólo va, como un tema de forma, a una iglesia o capilla los domingos y vive el resto de la semana como si no hubiese un Dios. La formalidad no es cristianismo. Adoración de labio ignorante no es verdadera religión. Las Escrituras dicen expresamente “No todos los que descienden de Israel son israelitas” (Rom. 9:6). La lección práctica de estas palabras en clara y simple. No todos los miembros de la iglesia visible de Cristo son verdaderos cristianos. El verdadero cristiano es uno cuya religión está en su corazón y vida. La siente en su corazón. Es observada por los otros en su conducta y estilo de vida. Siente su pecaminosidad, culpa y maldad y se arrepiente. Ve a Jesucristo como el divino Salvador que su alma necesita y se compromete a sí mismo a Él. Se desviste del viejo hombre con sus hábitos carnales y corruptos y se viste con el nuevo hombre. Vive una vida nueva y santa, peleando habitualmente contra el mundo, la carne y el demonio. Cristo mismo es la piedra angular de su cristianismo. Pregúntenle en qué confía para el perdón de sus muchos pecados y les dirá en la muerte de Cristo. Pregúntenle en qué rectitud espera comparecer inocente en el día del juicio y les dirá que en la rectitud de Cristo. Pregúntenle por cuál parámetro trata de enmarcar su vida y les contestará que por el ejemplo de Cristo. Sin embargo, además de todo esto, en un verdadero cristiano existe una cosa que es sumamente particular en él. Esa cosa es amor a Cristo. Conocimiento, fe, esperanza, reverencia, obediencia son todas marcas distintivas del carácter de un verdadero cristiano. Pero esa foto sería muy imperfecta si omite su “amor” a su Divino Maestro. No sólo sabe, confía y obedece, va más allá que esto – ama. Esta marca particular de un verdadero cristiano es una que encontramos mencionada en repetidas ocasiones en la Biblia. “Fe hacia nuestro Señor Jesucristo” es una expresión que con la cual muchos cristianos están familiarizados. No olvidemos que el amor es mencionado por el Espíritu Santo en términos casi tan enfáticos como la fe. Igualmente grande como el peligro de aquel “que no cree” es el peligro de aquel “que no ama”. No creer y no amar, ambos son pasos hacia la ruina eterna. Escuche lo que Pablo dice a los corintios “Si alguno no ama al Señor Jesucristo, sea Anatema(1). Maranata(2)” (1 Cor. 16:22). Pablo no da una vía de escape al hombre que no ama a Cristo. No le da tregua ni excusa. Un hombre puede adolecer de una mente clara, conocimiento y aún así ser salvo. Puede faltarle coraje y ser vencido por el miedo al hombre, como Pedro. Puede caer estrepitosamente, como David, y aún así levantarse nuevamente. Pero si un hombre no ama a Cristo, no está en el camino de la vida. La maldición ya está sobre él. Él está en el camino ancho que conduce a la destrucción. Escuche lo que Pablo dice a los efesios: “La gracia esté con todos aquellos que aman a nuestro Señor Jesucristo con sinceridad” (Efe. 6:24). El apóstol envía aquí sus buenos deseos y declara su buena voluntad a todos los verdaderos cristianos. A muchos de ellos, sin duda, no los había visto nunca. Muchos de ellos en la iglesia primitiva, podemos estar muy seguros, eran débiles en fe y conocimiento y abnegación. ¿Cómo, entonces, los describiría al enviarles su mensaje? ¿Qué palabras puede usar para no desalentar a los hermanos más débiles? El escoge una expresión radical que describe exactamente a todos los verdaderos cristianos bajo un nombre común. No todos habían alcanzado el mismo grado, ya sea en doctrina o práctica, pero todos amaron a Jesús con sinceridad. Escuche lo que nuestro Señor Jesucristo mismo dice a los judíos. “Si Dios fuera su Padre, ustedes Me amarían” (Jn. 8:42). Él vio a sus desacertados enemigos satisfechos con su condición espiritual, sobre la única base de que eran hijos de Abraham. Los vio, como muchos cristianos

ignorantes de nuestros días, alegando ser hijos de Dios por ninguna razón mejor que esta: eran circuncidados y pertenecían a la iglesia judía. Él establece el amplio principio de que ningún hombre es hijo de Dios, si no ama al único hijo engendrado de Dios. Ningún hombre tiene el derecho a llamar a Dios “Padre” si no ama a Cristo. Bueno sería para muchos cristianos recordar que este poderoso principio se aplica tanto a ellos como a los judíos. ¡Sin amor a Cristo no hay filiación con Dios! Escuche una vez más lo que nuestro Señor Jesucristo dijo al apóstol Pedro, tras Su resurrección. Tres veces le hizo la pregunta: “Simón, hijo de Jonás, ¿Me amas? (Jn 21:15-17). La ocasión era notable. Él quiso gentilmente recordarle a Su errático discípulo de su triple caída. El deseaba obtener una nueva confesión de fe antes de reinstaurar públicamente en él su comisión de alimentar la iglesia. ¿Y cuál fue la pregunta que Le hizo? ¿Él podría haber dicho “Crees? ¿Eres convertido? ¿Estás preparado para confesarme? ¿Me obedecerás? No usa ninguna de estas expresiones. Él dice simplemente ¿“Me amas”? Este es el punto, que querría supiéramos, sobre el cual el cristianismo de un hombre depende. Tan simple como la pregunta pueda sonar, era la más escrutadora. Simple, fácil de asir para el hombre pobre más iletrado, contiene el tema que pone a prueba la realidad del más aventajado apóstol. Si un hombre verdaderamente ama a Cristo, está todo bien, si no, todo está mal. ¿Conoce usted el secreto de este peculiar sentimiento hacia Cristo que define al verdadero cristiano? Las palabras de Juan lo dicen: “Lo amamos porque primeramente Él nos amó” (1ª Jn 4:19). Ese texto sin duda se aplica especialmente a Dios el Padre, pero no es menos verdadero con Dios el Hijo. Un verdadero cristiano ama a Cristo por todo lo que Él ha hecho por él. Él ha sufrido en su lugar y murió por él en la cruz. Él lo ha redimido de la culpa, el poder y las consecuencias del pecado por Su sangre. Él lo ha llamado por Su Espíritu al conocimiento propio, al arrepentimiento, a la fe, a la esperanza y a la santidad. Él ha perdonado la multitud de sus pecados y los ha borrado. Lo ha libertado de su cautividad del mundo, la carne y el demonio. Él lo ha sacado del infierno, puesto en el camino angosto y ha dispuesto su cara hacia el cielo. Él le ha dado luz en vez de oscuridad, paz de consciencia en lugar de intranquilidad, esperanza en lugar de incertidumbre, vida en lugar de muerte. ¿Puede sorprenderse que el verdadero cristiano ame a Cristo? Y además lo ama a Él por todo lo que continúa haciendo. Siente que Él está diariamente lavando sus muchas transgresiones y debilidades, y defiendo la causa de su alma ante Dios. Diariamente está supliendo todas las necesidades de su alma y proveyéndolo a cada momento con una provisión de misericordia y gracia. Diariamente lo está dirigiendo por Su Espíritu a la ciudad de habitación, soportando junto a él cuando es débil e ignorante, levantándolo cuando tropieza y cae, protegiéndolo contra sus enemigos, preparándole una morada eterna en el cielo. ¿Puede sorprenderse que el verdadero cristiano ame a Cristo? ¿Ama el deudor encarcelado al amigo que inesperada e inmerecidamente paga todas sus deudas, lo suple con capital fresco y se asocia con él? ¿Ama el prisionero de guerra al hombre que, con el riesgo de su propia vida, rompe las líneas del enemigo, lo rescata y lo libera? ¿Ama el marinero que se ahoga al hombre que se tira al mar, nada hasta él, lo toma por el pelo de su cabeza y a través de un esfuerzo poderoso lo salva de tumba de las aguas? Hasta un niño puede contestar preguntas como estas. De esa misma forma, y sobre los mismos principios, un verdadero cristiano ama a Jesucristo. a. Este amor a Cristo es la inseparable compañía de una fe salvadora. Un hombre puede sin amor tener una fe en demonios, una fe meramente intelectual, pero no la fe que salva. El amor no puede usurpar el oficio de la fe. No puede justificar. No une el alma a Cristo. No puede traer paz a la consciencia. Sin embargo donde existe una fe real justificadora en Cristo siempre habrá amor de corazón a Cristo. Aquel que es realmente perdonado es el hombre que realmente amará (Luc. 7:47). Si un hombre no tiene ningún amor por Cristo, usted puede estar seguro de que no tiene fe.

b. Amar a Cristo es el motivo principal del trabajo por Cristo. Poco se hace por Su causa en la tierra desde el sentido del deber, o desde el conocimiento de lo que es correcto o apropiado. El corazón debe estar involucrado antes que las manos muevan y continúen moviendo. La excitación puede galvanizar las manos de un cristiano en una actividad irregular y espasmódica. Sin embargo, sin amor no habrá ninguna paciente continuidad en hacer el bien, ningún trabajo misionero incansable en casa o fuera de ésta. La enfermera en un hospital puede hacer su deber adecuadamente y bien, puede dar su medicina al hombre enfermo en el momento correcto, puede alimentarlo, ministrarlo y atender todas sus necesidades, no obstante, hay una diferencia gigantesca entre la enfermera y la esposa tendiendo la cama de su enfermo y amado esposo, o una madre cuidando a su hijo moribundo. La una actúa desde el sentido del deber y la otra por afecto y amor. La una hace su deber porque se le paga por ello, la otra es lo que es a causa de su corazón. Esto es lo mismo si aplicado al servicio de Cristo. Los grandes trabajadores de la iglesia, los hombres que han liderado vanas esperanzas en el campo misionero, y puesto al mundo de cabezas, todos han sido eminentemente amantes de Cristo. Examine los carácteres de Owen y Baxter, de Rutherford y George Herbert, de Leighton y Hervey, de Whitefield y Wesley, de Henry Martyn y Judson, de Bickersteth y Simeon, de Hewitson y McCheyne, de Stowell y M’Neile. Estos hombres han dejado una marca en el mundo. ¿Y cuál es el rasgo común en sus carácteres? Todos ellos amaron a Cristo. No sólo mantuvieron un credo. Ellos amaron a una Persona, al mismo Señor Jesucristo. c. Amar a Cristo es el punto del que debemos preocuparnos especialmente al enseñar religión a los niños. Elección, rectitud imputada, pecado original, justificación, santificación y aún la misma fe son materias que algunas veces intrigan a un niño en sus tiernos años. Sin embargo amar a Jesús parece estar más al alcance de su entendimiento. Aquel que los amó a ellos incluso hasta Su muerte, Aquel al que deben amar en retribución, es un credo que encuentra luz en sus mentes. Cuán verdad es que ¡“de la boca de los bebes y los que maman, Tú tienes alabanza perfecta”! (Mat. 21:16). Existen millares de cristianos que conocen cada artículo del credo Atanasiano (3), Niceno (4) y Apostólico (5) y aún así saben menos que un niño pequeño que sólo sabe que ama a Cristo, sobre el cristianismo verdadero. d. Amar a Cristo es el punto común de todos los creyentes de cada rama de la Iglesia de Cristo en la tierra. Sean episcopales o presbiterianos, bautistas o independientes, calvinistas o arminianos (6), metodistas o moravos (7), luteranos o reformados, establecidos o libres – al menos en esto, todos están de acuerdo. De las formas y ceremonias, de la forma de gobierno y modos de adoración de la iglesia, a menudo difieren ampliamente. Sin embargo, sobre un punto, en todo caso, están unificados. Todos tienen un sentimiento común hacia Aquel en que ellos construyen su esperanza de salvación. Ellos “aman al Señor Jesucristo con sinceridad” (Efe 6:24). Muchos de ellos, quizá, son ignorantes de la divinidad sistémica, podrían argüir pero débilmente en defensa de su credo, pero todos ellos saben lo que sienten por Aquel que murió por sus pecados. “Yo no puedo hablar mucho de Cristo, señor”, dijo una cristiana anciana iletrada al Dr. Chandler, “pero si no puedo hablar por Él, podría morir por Él”. e. Amar a Cristo será la marca distintiva de todas las almas salvadas en el cielo. La multitud, que ningún hombre puede enumerar, será toda de un solo sentir. Las viejas diferencias se fundirán en un sentimiento común. Las viejas peculiaridades doctrinales, fieramente reñidas en la tierra, serán cubiertas por un único sentido común de deuda a Cristo. Lutero y Zwingli no disputarán más. Wesley y Toplady no perderán más su tiempo en controversias. Hombres de iglesia y disidentes no se morderán ni devorarán unos a otros más. Todos se encontrarán a sí mismos reunidos en un solo corazón y voz en ese himno de alabanza: “Aquel que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con Su propia sangre, y nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios y su Padre, a Él sea la gloria y el dominio para siempre y por siempre. Amén” (Apo 1:5-6). Las palabras que John Bunyan pone en la boca del Señor Obstinado, cuando estaba en el río de la muerte, son muy hermosas. Dijo “este río ha sido de terror para muchos, sí, pensar sobre esto a menudo a mí también me ha asustado, sin embargo, ahora mi yo piensa que me siento en calma;

mi pie está asentado sobre lo que los pies de los sacerdotes que sostenían el arca estaban mientras Israel atravesó el Jordán. Las aguas son amargas al paladar, y demasiados frías para el estómago, y aún así los pensamientos de lo que estoy viviendo, y el convoy que espera por mí al otro lado, descansa como un carbón encendido en mi corazón. Me veo a mí mismo ahora al final de mi viaje; mis días de fatiga han terminado. Veré la cabeza que fue coronada con espinas, y la cara que fue escupida a causa mía. He vivido antes por oír y por fe pero ahora voy dónde viviré viendo y estaré con Él en cuya compañía me deleito. He amado oír hablar de mi Señor, y dondequiera que he visto la huella de Su calzado en la tierra, allí he codiciado poner mi pie también. Su nombre ha sido para mí la Civet-box (8); ¡sí, más dulce que todos los perfumes! Su voz ha sido para mí la más dulce de todas; y he deseado ¡Su semblante más que aquellos que han deseado la luz del sol! ¡Felices son los que saben algo de esta experiencia! Aquel que está en sintonía con el cielo debe saber algo del amor de Cristo. El que muere ignorante de ese amor, le hubiera sido mejor nunca haber nacido. 2. En Segundo lugar, mostremos las marcas particulares por las cuales el amor a Cristo se muestra. Este es un punto de mucha importancia. Si no hay salvación sin amor a Cristo, si el que no ama a Cristo está en peligro de condenación eterna, se vuelve para nosotros indispensable averiguar muy bien lo que sabemos acerca del tema. Cristo está en el cielo y nosotros en la tierra. ¿De qué manera se discernirá al hombre que ama a Cristo? Felizmente es un punto que no es difícil de establecer. ¿Cómo sabemos si amamos a cualquier persona terrenal? ¿En qué camino y manera el amor se muestra entre las personas en ese mundo, entre esposo y esposa, entre padre e hijo, entre hermano y hermana, entre amigos? Dejemos que estas preguntas tengan su respuesta de acuerdo al sentido común y la observación y no pido más. Que estas preguntas sean contestadas honestamente y el dilema que está delante nuestro se resolverá. ¿Cómo se muestra el afecto entre nosotros mismos? a. Si amamos a una persona, nos gusta pensar en ella. No necesitamos que nos recuerden de ella. No olvidamos su nombre o su aspecto o su carácter o sus opiniones o sus gustos o su posición o su ocupación. Viene a nuestra mente muchas veces en el día. Aunque quizá esté distante, está siempre presente en nuestros pensamientos. ¡Bien, es exactamente lo mismo entre un verdadero cristiano y Cristo! Cristo “habita en su corazón”, y piensa en Él más o menos cada día (Efe 3:17). El verdadero cristiano no necesita que se le recuerde que tiene un Maestro crucificado. A menudo piensa en Él. Nunca olvida que Él tiene un día, una causa y un pueblo y que es parte de ese pueblo. El afecto es el secreto real de una buena memoria en religión. Ningún hombre mundano puede pensar mucho en Cristo, a menos que se ponga a Cristo frente a él, porque no siente ningún afecto por Él. El verdadero cristiano tiene pensamientos sobre Cristo cada día que vive por la única y razón de que Lo ama. b. Si amamos a una persona, nos agrada escuchar sobre ella. Encontramos placer en escuchar a los que hablan de ella. Sentimos interés en cualquier relación que los otros hagan sobre ella. Somos toda atención cuando los otros hablan sobre ella, y describen sus maneras, sus dichos, sus acciones y sus planes. Algunos pueden escucharla con máxima indiferencia sin embargo nuestro corazón palpita dentro de nosotros al sólo sonido de su nombre. Bien, esto es lo mismo entre el verdadero cristiano y Cristo. El verdadero cristiano se deleita en escuchar algo sobre su Maestro. Le gustan al máximo de los sermones que están llenos de Cristo. Disfruta mejor de la compañía en las cuales las personas hablan de las cosas de Cristo. He leído de una creyente anciana de Welsh, que solía caminar varias millas cada domingo para escuchar la prédica de un clérigo inglés, aunque ella no entendía una palabra de ese idioma. Se le preguntó por qué hacía eso y ella contestó que este clérigo nombraba a Cristo en sus sermones tan a menudo que esto le hacía bien. Ella amaba incluso el nombre de su Salvador. c. Si amamos a una persona, nos gusta leer acerca de ella. Qué intenso placer da una carta de un esposo ausente a una esposa, o una carta del hijo ausente a su madre. Otros podrán ver poco

valor en la carta. Apenas pueden darse el trabajo de leerla completa, pero aquellos que aman al escritor ven algo en ella que nadie más puede ver. La llevan consigo como un tesoro. La leen una y otra vez. ¡Bien, eso es así entre un verdadero cristiano y Cristo! El verdadero cristiano se deleita leyendo las Escrituras porque ellas le hablan de su amado Salvador. No es un trabajo agotador para él leerlas. Raramente necesita un recordatorio para llevar su Biblia consigo cuando viaja. No puede ser feliz sin ella. ¿Y por qué todo esto? Es porque las Escrituras testifican de Aquel que su alma ama, d. Si amamos a una persona, nos gusta complacerla. Estamos prestos a considerar sus gustos y opiniones, y actuamos según su consejo y hacemos las cosas que aprueba. Incluso nos negamos a nosotros mismos para cumplir sus deseos, nos abstenemos de las cosas que sabemos que a ella no le gustan y aprendemos cosas a las cuales no estamos naturalmente inclinados porque pensamos le agradarán. ¡Bien, esto es así entre un verdadero cristiano y Cristo! El verdadero cristiano estudia para complacerlo a Él, siendo santo en cuerpo y espíritu. Muéstrenle cualquier cosa de su vida diaria que Cristo aborrece y él la abandonará. Muéstrenle cualquier cosa que complazca a Cristo y él la perseguirá. No murmura por los requerimientos de Cristo por ser estos demasiado estrictos o severos, como los hijos del mundo hacen. Para él los mandamientos de Cristo no son gravosos y la carga de Cristo es liviana. ¿Y por qué es todo esto? Simplemente porque Lo ama. e. Si amamos a una persona, nos gustan sus amigos. Estamos inclinados favorablemente hacia ellos aún antes de conocerlos. Somos impelidos a ellos por el vínculo del amor común a una y misma persona. Cuando los conocemos no nos sentimos como si fuésemos extraños. Hay una atadura entre nosotros. Ellos aman a la persona que nosotros amamos, y eso por sí mismo es una presentación. ¡Bien, esto es lo mismo entre el verdadero cristiano y Cristo! El verdadero cristiano mira a los amigos de Cristo como sus amigos, miembros del mismo cuerpo, hijos de la misma familia, soldados del mismo ejército, viajeros a la misma casa. Cuando los conoce, siente como si los conociera por largo tiempo. El está más en casa con ellos en unos pocos minutos que cuando está con muchas personas mundanas luego de una relación de varios años. ¿Y cuál es el secreto de todo esto? Es simplemente afecto por el mismo Salvador y amor por el mismo Señor. f. Si amamos a una persona, somos celosos de su nombre y honor. No nos gusta oír que hablan en su contra, sin hablar con denuedo por él y defenderlo. Nos sentimos obligados a preservar sus intereses y su reputación. Miramos a la persona que lo trata mal con casi tanta desaprobación como si nos hubiera maltratado a nosotros mismos. ¡Bien, esto es lo mismo entre el verdadero cristiano y Cristo! El verdadero cristiano mira con un celo devoto todos los esfuerzos para menospreciar la palabra de su Maestro, o su nombre, o su iglesia, o su día. Lo confesará ante los príncipes, si es necesario, y será sensible ante la más mínima muestra de deshonor contra El. No estará en paz y sufrirá si la causa de su Maestro es puesta en deshonra, sin testificar en contra. ¿Y por qué es todo esto? Simplemente porque él Lo ama. g. Si amamos a una persona, nos gusta conversar con ella. Le hablamos de todos nuestros pensamientos, vaciamos todo nuestro corazón en ella. No tenemos problemas en descubrir temas de conversación. Sin importar cuán silenciosos y reservados podamos ser con los otros, encontramos fácil conversar con nuestro tan amado amigo. Sin importar cuán a menudo nos encontremos, nunca nos falta tema para conversar. Siempre tenemos mucho que decir, mucho que preguntar, mucho que describir, mucho que comunicar. ¡Bien, esto es lo mismo entre el verdadero cristiano y Cristo! El verdadero cristiano no encuentra dificultad alguna en hablar con su Salvador. Cada día tiene algo que decirle, y no es feliz a menos que se lo cuente. Habla con Él en oración cada mañana y cada noche. Le manifiesta sus necesidades y deseos, sus sentimientos y sus miedos. Busca consejo en Él en las dificultades. Pide Su consolación en los problemas. No lo puede evitar. ¿Debe conversar con su Salvador continuamente o se desvanecería en el camino? ¿Y por qué es esto? Simplemente porque Lo ama. h. Finalmente, si amamos a una persona, nos gusta estar con ella siempre. Pensar y escuchar y leer y ocasionalmente conversar está todo bien en su forma. Sin embargo cuando realmente

amamos a otros, necesitamos algo más. Ansiamos estar siempre en su compañía. Deseamos estar continuamente con ellos y mantener comunión con ellos sin interrupción ni adiós. ¡Bien, esto es lo mismo entre el verdadero cristiano y Cristo! El corazón de un cristiano verdadero ansía por ese día bendito cuando vea a su Maestro cara a cara y no irse nunca más. Ansía poner fin al pecado, al arrepentimiento, al creer y comenzar esa vida eterna cuando vea como él ha sido visto y no pecar más. Ha encontrado la dulzura de vivir por fe y siente que será aún más dulce vivir viendo. Ha encontrado agradable escuchar sobre Cristo y hablar de Cristo y leer sobre Cristo. ¡Cuánto más lo será ver a Cristo con sus propios ojos y no tener dejarlo nunca nuevamente! “Mejor”, siente, “es la vista de los ojos que el deambular del deseo” (Ecle 6:9). ¿Y por qué es todo esto? Simplemente por Lo ama. Esas son las marcas por las cuales un amor verdadero puede ser encontrado. Todas son sencillas, simples y fáciles de entender. No hay nada oscuro, obstruso ni misterioso en ellas. Úselas honestamente, manéjelas imparcialmente y no fallará en obtener alguna luz en el tema de este mensaje. Quizá tuvo un amado hijo durante el tiempo de la guerra. Quizá, estuvo activamente comprometido en esa guerra y en el campo mismo de batalla. ¿Puede recordar cuán fuerte y profundo y ansiosos eran sus sentimientos por ese hijo? ¡Eso era amor! Quizá usted sabe lo que es tener un amado esposo en la marina, a menudo fuera del hogar debido al deber, a menudo separado de usted por muchos meses e incluso años. ¿No puede recordar sus sentimientos de pena en ese tiempo de separación? ¡Eso era amor! Quizá usted, en este momento, tiene un amado hermano que se ha cambiado a una comunidad grande, por razones de educación o negocio, y que por primera vez estará en medio de las tentaciones de una gran ciudad. ¿Cómo le irá? ¿Cómo progresará? ¿Lo verá alguna vez nuevamente? ¿Sabe cuán frecuentemente piensa en ese hermano? Eso es afecto. Quizá esté comprometido para casarse con una persona perfectamente adecuada a usted. No obstante la prudencia hace necesario diferir el matrimonio a una fecha distante, y el deber hace necesario que usted esté distanciado de su prometida. ¿Debe confesar que ella está a menudo en sus pensamientos? ¿Debe confesar que le gusta escuchar sobre ella, escucharla y que anhela verla? Eso es afecto! Para todos, esto es familiar y no necesito elaborarlo. Difícilmente hay una rama de la familia de Adán que sea ignorante de lo que significa amar. Entonces que nunca se diga que no podemos saber si un cristiano ama a Cristo. Puede descubrirse, saberse, las pruebas están todas a la mano. Amar al Señor Jesucristo no es una cosa escondida, secreta, impalpable. Es como la luz y el sonido y el calor. Se ven, se oyen y se sienten. Donde no hay evidencia alguna de amor, el amor no existe. Ha llegado la hora que este mensaje llegue a una conclusión. Sin embargo no puedo terminarlo sin el esfuerzo de imprimir su objetivo principal en la conciencia individual de todos en cuyas manos este mensaje ha caído. Lo hago con todo amor y afecto. Es el deseo de mi corazón y mi oración a Dios, al escribir este mensaje, hacer el bien a las almas. 1. Le pido que miren el asunto desde la perspectiva en que Cristo le preguntó a Pedro y traten de contestar por ustedes mismos. Mírelo seriamente. Examínelo cuidadosamente. Sopéselo bien. Después de leer todo lo que he dicho acerca de esto, ¿puede usted honestamente decir que ama a Cristo? No es una respuesta para decirme que usted cree en la verdad del cristianismo y que respeta los artículos de la fe cristiana. Una religión como esa nunca salvará su alma. Los demonios creen de una cierta manera y tiemblan (Sant. 2:19). El verdadero cristianismo redentor no es el mero creer en ciertos conjuntos de opiniones o mantener un cierto conjunto de nociones. Su esencia es

conocer, confiar y amar a una cierta Persona viva que murió por nosotros, específicamente a Cristo el Señor. Los primeros cristianos, como Febe y Persis y Trifena y Tryposa y Gaius y Filemón pronlav sabían poco de la teología dogmática pero todos ellos tenían la gran marca distintiva de su religión: amaban a Cristo. No es una respuesta para decirme que usted desaprueba una religión de sentimientos. Si usted quiere decir con eso que no le gusta una religión que sólo consiste en sentimientos, yo estoy de acuerdo completamente. Sin embargo, si con ello se refiere a dejar todos los sentimientos entonces usted sabe poco de cristianismo. La Biblia nos enseña abiertamente que un hombre puede tener buenos sentimientos sin una verdadera religión. No obstante, también nos enseña en una forma inequívoca que no puede haber religión verdadera sin algunos sentimientos hacia Cristo. Es vano disimular que si usted no ama a Cristo, su alma está en gran peligro. Usted puede no tener fe salvadora ahora que está vivo. Está incapacitado para los cielos si muere. Aquel que vive sin amar a Cristo puede no ser sensible a obligaciones hacia Él. Aquel que muere sin amar a Cristo nunca podría ser feliz en ese cielo donde Cristo es todo y está en todo. Despierte al peligro de su posición. Abra sus ojos. Considere sus caminos y sea sabio. Yo sólo puedo advertirlo como un amigo, pero lo hago con todo mi corazón y alma. Quiera Dios conceder que esta advertencia no sea en vano! 2. Si usted no ama a Cristo, déjeme decirle abiertamente cuál es la razón. No tiene ningún sentido de deuda hacia Él. No siente que tiene obligaciones para con Él. No tiene un recuerdo perdurable de haber obtenido algo de Él. Siendo ese el caso, no es esperable, no es probable, no es razonable que usted deba amarlo a Él. Hay un único remedio para este estado de cosas. Ese remedio es el conocimiento propio y la enseñanza del Espíritu Santo. Los ojos de su entendimiento deben abrirse. Usted debe descubrir lo que es por naturaleza. Usted debe descubrir el gran secreto, su culpa y su vacío a los ojos de Dios. Quizá usted nunca lee su Biblia o sólo lee un capítulo ocasional como una mera materia de forma, sin interés, entendimiento o aplicación para su vida. Tome mi consejo este día y cambie sus planes. Comience a leer la Biblia como un hombre sincero y sin descanso hasta que se vuelva familiar con ella. Lea lo que la ley de Dios requiere, como expuesto por el Señor Jesus en el quinto capítulo de Mateo. Lea cómo Pablo describe la naturaleza humana en los dos primeros capítulos de la Epístola a los Romanos. Estudie pasajes como esos, orando por la enseñanza del Espíritu, y luego diga si es o no es deudor de Dios, y un deudor en poderosa necesidad de un amigo como Cristo. Quizá usted es alguien que no ha sabido nunca nada sobre la oración real, de corazón y metódica. Se ha acostumbrado a ver la religión con un asunto de iglesias, capillas, formas, servicios y domingo pero no como algo que requiere una atención seria y sincera del hombre interno. Tome mi consejo este día, y cambie sus planes. Comience por el hábito de entablar reales y sinceras conversaciones con Dios sobre su alma. Pídale luz, enseñanza y conocimiento. Ruéguele que le muestre lo que usted necesita saber para salvar su alma. Hágalo con todo su corazón y mente, y no tengo dudas que muy pronto sentirá su necesidad de Cristo. El consejo que le ofrezco puede ser simple y pasado de moda. No lo desprecie por ello. Es el buen viejo camino por el cual millones ya han andado y encontrado paz para su alma. No amar a Cristo es estar en un peligro latente de ruina eterna. Ver su necesidad de Cristo y su sorprendente deuda con Él, es el primer paso para amarlo. Conocerse a usted mismo y descubrir su real condición ante Dios es la única forma de ver su necesidad. Buscar el libro de Dios y pedir a Dios luz en oración es el curso correcto para alcanzar conocimiento salvador. No se sienta por sobre el consejo que le ofrezco. Tómelo y sea salvo.

3. Por último, si usted no sabe realmente nada del amor hacia Cristo, acepte dos palabras de aliento y consuelo. Quiera el Señor que ellas puedan hacerle bien. Primero, si usted ama a Cristo en obra y verdad, regocíjese con el pensamiento que usted tiene buena evidencia sobre el estado de su alma. El amor, le digo este día, es una evidencia de gracia. ¿Qué importa si usted algunas veces está perplejo con dudas y miedos? ¿Qué importa si encuentra difícil de decir si su fe es genuina y su gracia real? ¿Qué importa si sus ojos están a menudos anegados con lágrimas que usted no puede ver claramente su llamado y su elección de Dios? Aún hay lugar para la esperanza y profunda consolación, si su corazón puede testificar que usted ama a Cristo. Donde existe amor verdadero hay fe y gracia. Usted no lo amaría si Él no hubiera hecho algo por usted. Su mismo amor es una buena señal. Seguidamente, si usted ama a Cristo, nunca se sienta avergonzado de dejar que los otros lo vean y lo sientan. Hable por Él. Testifique por Él. Viva por Él. Trabaje por Él. Si Él lo ha amado y ha lavado sus pecados con Su propia sangre, no debe encogerse ante la idea de que otros sepan lo que usted siente, y que lo Ama por eso. “Hombre”, dijo -un viajero ingles impío e irreflexivo- a un indio norteamericano convertido, “hombre, ¿cuál es la razón de que ponga a Cristo tan alto y hable tanto sobre El? ¿Qué ha hecho este Cristo por usted, que hace tanto ruido sobre Él?” El indio convertido no le respondió en palabras. El juntó algunas hojas secas y musgo. E hizo un anillo con ellas en la tierra. Levantó un gusano y lo puso en medio del anillo, puso fuego al musgo y las hojas. Las llamas pronto se elevaron y el calor abrasó al gusano. Se retorcía en agonía, y luego de tratar vanamente de escapar por algún lado se enrolló en sí mismo en el medio como si estuviera pronto a morir en desesperación. En ese momento, el indio alzó su mano y tomó al gusano suavemente y lo puso en su seno. “Desconocido”, dijo al hombre inglés, “¿ves ese gusano? Yo era esa criatura que perecía. Moría en mis pecados, sin esperanza, sin ayuda y al borde del fuego eterno. Fue Jesús quien propuso el brazo de Su poder. Fue Jesucristo quien me libertó con la mano de Su gracia, y me arrebató del fuego eterno. Fue Jesucristo quien me puso, un pobre gusano pecador, cerca del corazón de Su amor. Desconocido, esa es la razón por la que hablo de Jesucristo y alardeo tanto de Él. No me siento avergonzado de esto porque Lo amo”. ¡Si supiéramos algo del amor de Cristo, podríamos tener la mente de este indio norteamericano! ¡Ojalá que nunca pensemos que podemos amar a Cristo demasiado bien, vivirlo en demasiada plenitud, confesarlo demasiado abiertamente, abandonarnos enteramente en Sus manos! De todas las cosas que nos sorprenderán en la resurrección, esta –creo nos sorprenderá más: Que no amamos a Cristo lo suficiente antes de morir. —————— 1 Anatema (del latín anathema, y éste del griego ???????) significa etimológicamente ofrenda, pero su uso principal equivale al de “maldición”, en el sentido de condena a ser apartado o separado, cortado como se amputa un miembro, de una comunidad de creyentes. 2 Maranata (maravn-ajqav) corresponde a la transcripción griega de una expresión de origen arameo, compuesta por dos términos, que significa “El Señor viene”. 3 Aunque lleva el nombre de Atanasio, el Credo Atanasiano nos llega de otra mano y de una era posterior. Su autor real es desconocido y parece haberse originado en la Galia o en el Norte de África a mediados del Siglo V. Aunque el Credo no fue el producto de un

concilio eclesiástico, fue usado extensamente por la iglesia medieval en el Occidente y después fue adoptado generalmente por las iglesias de la Reforma. El Credo consiste de dos secciones, el primero sobre la doctrina de la Trinidad, el segundo sobre la Encarnación. 4 Ver nota en capítulo anterior. 5 El credo, o símbolo de la fe, es una fórmula fija que resume los artículos esenciales de la religión cristiana e implica una sanción de la autoridad eclesiástica. Durante los concilios ecuménicos de Nicea, en el 325 y Constantinopla, celebrado el 381, se enuncia el llamado Credo Niceo Constantinopolitano, este credo resumió las respuestas definitivas a la crisis provocada por Arrio (que negaba la divinidad de Jesucristo), afirmando la fe trinitaria, es decir, en Dios Padre, Jesucristo Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Un segundo credo es ampliamente conocido en la Iglesia y lleva el nombre de “Credo de los apóstoles”. Es a estos dos credos a los cuales se adhieren las tres principales vertientes del cristianismo: los católicos romanos, los protestantes y los ortodoxos. Los distintos movimientos, denominaciones y grupos autodenominados cristianos que no observen, enseñen, guarden o crean alguna de las proposiciones contenidas en estos credos, son considerados como Sectas. Las principales verdades en las cuales cree la Iglesia católica están contenidas en este credo. El Credo de los apóstoles, conocido también como Símbolo de los apóstoles, es considerado el resumen fiel de la fe de los apóstoles. Es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia Católica Romana. Su gran autoridad proviene del hecho de que es el símbolo que guarda la Iglesia católica romana, la que fue sede del apóstol Pedro, uno de los apóstoles, y a la cual él llevó a la doctrina común. 6 El arminianismo es una doctrina teológica cristiana fundada por Jacobus Arminius en la Holanda de comienzos del siglo XVII, a partir de la impugnación del dogma calvinista de la doble predestinación. Sustenta la salvación en la fe del hombre y no en la gracia divina; de modo que si el hombre pierde la fe, pierde la salvación. Frente al concepto calvinista de predestinación (o “elección”) opone el concepto de la presciencia de Dios, a quien su simultaneidad en el tiempo le da conocimiento previo de quién se salva y quien no se salva, mientras que la voluntad del hombre (que no puede tener tal simultaneidad y conocimiento) es libre para aceptar a Cristo y someterse a la ley de Dios o rechazarlos. Los arminianos daban especial importancia al libre albedrío, y la doctrina encontró adeptos entre la burguesía mercantil y republicana de los Países Bajos. La teología arminiana contribuyó a la aparición del metodismo en Inglaterra. No todos los predicadores metodistas del siglo XVIII fueron arminianos, pero sí la mayor parte, como el propio John Wesley. 7 Los moravos (Moravané o coloquialmente Moraváci en checo) son los habitantes de la moderna Moravia, región situada en el sudeste de la República Checa, y de la Moravia Eslovaca. Se trata de un pueblo eslavo occidental), se nos presentan con el más increíble emprendimiento misionero en la historia de la iglesia. Mucho antes de que el pueblo protestante hubiera captado la visión de enviar obreros hasta lo último de la tierra, este extraordinario grupo de cristianos asumió un compromiso radical con la tarea de extender el reino. Adoptaron metodologías y procedimientos que establecieron patrones para la gran expansión misionera del siglo XIX. Los moravos se han comprometido con frecuencia en contactos ecuménicos con otros grupos cristianos, como en su intento de unir a las diversas Iglesias en Pensilvania por el año 1740 y sus discusiones sobre la validez de la ordenación morava con los anglicanos por el 1880. Su acentuación de la piedad influyó en John Weslev (1703-1791), el fundador de los metodistas, y en Friedrich Schleiermacher (1768-1834), el padre de la teología liberal protestante. Principios dignos de imitación: 1) La extensión del reino es una de las prioridades del pueblo de Dios. 2) El compromiso con las misiones es de la iglesia toda. 3) La oración es el «motor» con el cual se moviliza al pueblo y se conquistan los proyectos de Dios. 4) Los resultados obtenidos en el ministerio dependen del grado de entrega del que ministra. 5)La extensión del reino se produce cuando la iglesia está dispuesta a dispersarse y no a permanecer en un solo lugar.