Revista de Estudios Sociales No. 41

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Bogotá - Colombia diciembre 2011 ISSN 0123-885X Pp.1-188 $20.000 pesos (Colombia) 41 ISSN 0123-885X http://res.uniandes.edu.co Bogotá - Colombia diciembre 2011 Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes / Fundación Social 41 Colombia 1930-1950: Sociedad y Cultura Presentación Catalina Muñoz María del Carmen Suescún Dossier Catalina Muñoz María del Carmen Suescún Thomas Williford Alexander Hincapié Carlos Andrés Charry Zandra Pedraza Ricardo López Otras Voces Andrea Lampis Daniel Gomá Riberti de Almeida Documentos Catalina Muñoz María del Carmen Suescún Debate Catalina Muñoz María del Carmen Suescún Lecturas Francisco Leal

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ISSN 0123-885X

Pp.1-188 $20.000 pesos (Colombia)

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ISSN 0123-885Xhttp://res.uniandes.edu.co

Bogotá - Colombia diciembre 2011Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes / Fundación Social

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ISSN 0123-885X

Colombia 1930-1950: Sociedad y Cultura

PresentaciónCatalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia.

María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

DossierEl valor del análisis cultural para la historiografía de las décadas del treinta

y cuarenta en Colombia: estado del arte y nuevas direcciones • Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia

• María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

Aspectos del debate sobre la ‘cuestión religiosa’ en Colombia, 1930-1935 • Thomas Williford – Southwest Minnesota State University, Estados Unidos.

Por los caminos de Sodoma. Discurso de réplica, promesa formativa para una homosexualidad otra (1932)

• Alexander Hincapié – Universidad de Antioquia, Colombia.

Entre el público y el movimiento, entre la acción colectiva y la opinión pública. Reflexiones en torno al movimiento gaitanista

• Carlos Andrés Charry – Universidad de Antioquia, Colombia.

La “educación de las mujeres”: el avance de las formas modernas de feminidad en Colombia• Zandra Pedraza – Universidad de los Andes, Colombia.

“Nosotros también somos parte del pueblo”: gaitanismo, empleados y la formación histórica de la clase media en Bogotá, 1936-1948

• Ricardo López – Western Washington University, Estados Unidos.

Otras VocesDesafíos conceptuales para la Política de Protección Social frente a la pobreza en Colombia

• Andrea Lampis – Departamento Nacional de Planeación de Colombia.

El movimiento comunista birmano y el fracaso de su utopía revolucionaria (1945-1975)• Daniel Gomá – Universidad de Barcelona, España.

¿Inestabilidad o estabilidad en la política brasileña? Partidos políticos y presidente de la República contra la incertidumbre

• Riberti de Almeida – Universidad Federal de San Carlos, Brasil.

DocumentosOtras voces, otras fuentes

• Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

DebateMemorias de las décadas de 1930 y 1940 en Colombia

• Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

LecturasCarlos Alfonso Velásquez. 2011. La esquiva terminación del conflicto armado en Colombia

• Francisco Leal – Universidad Nacional de Colombia.

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PresentaciónCatalina MuñozMaría del Carmen Suescún

DossierCatalina Muñoz María del Carmen Suescún Thomas Williford Alexander HincapiéCarlos Andrés CharryZandra PedrazaRicardo López

Otras VocesAndrea LampisDaniel GomáRiberti de Almeida

DocumentosCatalina MuñozMaría del Carmen Suescún

DebateCatalina MuñozMaría del Carmen Suescún

LecturasFrancisco Leal

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COMITÉ EDITORIAL

FUNDADORES

Francisco Leal Ph.D. Universidad de los Andes, Colombia

[email protected]

Dr. Germán ReyPontificia Universidad Javeriana, [email protected]

DIRECTORMauricio Nieto

Universidad de los Andes, [email protected]

EDITORAVanessa GómezUniversidad de los Andes, [email protected]

María del Carmen Suescún Ph.D.McGill University, Canadá Brock Universtiy, Canadá[email protected]

Catalina Muñoz Ph.D.University of Pennsylvania, Estados Unidos

Universidad del Rosario, Colombia [email protected]

COMITÉ CIENTÍFICO

EDITORAS INVITADAS

Álvaro Camacho, Ph.D. Universidad de los Andes, Colombia

Jesús Martín-Barbero, Ph.D. Pontificia Universidad Javeriana, Colombia

Lina María Saldarriaga, Ph.D. Universidad de Concordia, Canadá

Fernando Viviescas, Master of Arts, Universidad Nacional, Colombia

TRADUCCIÓN AL INGLÉSShawn Van Ausdal

TRADUCCIÓN AL PORTUGUÉSRoanita Dalpiaz

COLABORADORESNatalia Rubio

EQUIPO INFORMÁTICOAlejandro Rubio

Universidad de los Andes, [email protected]

Freddy CortésUniversidad de los Andes, Colombia

[email protected]

Lesly GarzónUniversidad de los Andes, Colombia

[email protected]

DiagramaciónVíctor Gómez - Diseño Gráfico

www.indeleble.com.co

Impresión y encuadernaciónPanamericana Formas e Impresos S.A.

www.panamericanafei.com

El material de esta revista puede ser reproducido sin autorización para su uso personal o en el aula de clase, siempre y cuando se mencione como fuente el artículo y su autor, y la Revista de Estudios Sociales de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes.

Para reproducciones con cualquier otro fin es necesario solicitar primero autorización del Comité Editorial de la Revista.Las opiniones e ideas aquí consignadas son de responsabilidad exclusiva de los autores

y no necesariamente reflejan la opinión de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes.

Portada: De la serie “Naturaleza compartida”, José Armando Medina, 2004. Colografía (b/n), 59 x 39.5 cm.

Guillermo Dí[email protected]

Corrección de estilo

Angelika Rettberg, Ph.D.Universidad de los Andes, Colombia

[email protected]

Dr. José Carlos RuedaUniversidad Complutense de Madrid, Españ[email protected]

Fernando Purcell Ph.D.Universidad Católica de Chile

[email protected]

Ana Catalina Reyes Ph.D.Universidad Nacional de Colombia, Medellín, [email protected]

Carl Henrik Langebaek Ph.D. Universidad de los Andes, Colombia

[email protected]

Catalina Muñoz Ph.D. Universidad del Rosario, Colombia

[email protected]

Héctor Hoyos Ph.D.Stanford University, Estados [email protected]

Juan Gabriel Tokatlian, Ph.D.Universidad de San Andrés, Argentina

Dirk Kruijt, Ph.D.Universidad de Utrecht, Holanda

Gerhard Drekonja-Kornat, Ph.D.Universidad de Viena, Austria

Jonathan Hartlyn, Ph.D.Universidad de North Carolina, Estados Unidos

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ISSN0123-885X Periodicidad: Cuatrimestral (abril, agosto y diciembre) Pp: 1 - 188Formato: 21.5 X 28 cmTiraje: 500 ejemplaresPrecio: $ 20.000 (Colombia) US $ 12.00 (Exterior) No incluye gastos de envío

INDEXACIÓNLa Revista de Estudios Sociales está incluída actualmente en los siguientes directorios y servicios de indexación y resumen

• CIBERA -Biblioteca Virtual Iberoamericana/España/Portugal (German Institute of Global and Area Studies, Alemania), desde 2007.• CLASE -Citas Latinoamericanas en Ciencias Sociales y Humanidades (UNAM, México), desde 2007.• CREDI -Centro de Recursos Documentales e Informáticos (OEI -Organización de Estados Iberoamericanos), desde 2008.• DIALNET -Difusión de Alertas en la Red (Universidad de la Rioja, España), desde 2006.• DOAJ -Directory of Open Access Journals (Lund University Libraries, Suecia), desde 2007.• EP Smartlink fulltext, Fuente Académica, Current Abstract, TOC Premier, SocINDEX, SocINDEX with fulltext

(EBSCO Information Services, Estados Unidos), desde 2005.• HAPI -Hispanic American Periodical Index (UCLA, Estados Unidos), desde 2008.• Historical Abstracts y America: History & Life (EBSCO Information Services, antes ABC-CLIO, Estados Unidos), desde 2001.• Informe Académico y Académico Onefile (Gale Cengage Learning, Estados Unidos), desde 2007.• LatAM-Studies -Estudios Latinoamericanos (International Information Services, Estados Unidos), desde 2009.• LATINDEX -Sistema Regional de Información en Línea para Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal, (México), desde 2004.• Linguistics & Language Behavior Abstracts, Sociological Abstracts, Social Services Abstracts, Worldwide Political Science Abstracts

(CSA -Cambridge Scientific Abstracts, Proquest, Estados Unidos), desde 2000.• OCENET (Editorial Océano, España), desde 2003.• PRISMA -Publicaciones y Revistas Sociales Humanísticas (CSA −Cambridge Scientific Abstracts, Proquest, Estados Unidos).• PUBLINDEX -Índice Nacional de Publicaciones, (Colciencias, Colombia), desde 2004. Actualmente en categoría A2.• RedALyC -Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal (UAEM, México), desde 2007.• SciELO Colombia –Scientific Electronic Library Online, desde 2007.• SCOPUS (Elsevier, Holanda), desde 2009.• Social Science Citation Index (ISI, Thomson Reuters, Estados Unidos), desde 2009.• Ulrich’s Periodicals Directory (CSA –Cambridge Scientific Abstracts, Proquest, Estados Unidos), desde 2001.

Portales Web a través de los cuales se puede acceder a la Revista de Estudios Sociales:

http://www.lablaa.org/listado_revistas.htm (Biblioteca Luis Ángel Arango, Colombia) http://www.portalquorum.org (Quórum Portal de Revistas, España) http://sala.clacso.org.ar/biblioteca/Members/lenlaces (Red de Bibliotecas Virtuales de CLACSO, Argentina)

Librería Universidad de los AndesCra. 1 No. 19-27 Ed. AU106, Bogotá, Colombia

PBX. (571) 3 39 49 49 / (571) 3 39 49 99Exts. 2071-2099-2181 Fax. 2158

[email protected]

Siglo del Hombre EditoresCra. 32 No. 25-46/50 Bogotá, ColombiaPBX. (571) 3 37 77 00Fax. (571) 3 37 76 65www.siglodelhombre.com

Canjes Sistema de Bibliotecas- Universidad de los Andes Carrera 1 este N°19 A-40 Ed. Mario LasernaBogotá, Colombia Tels. (571) 3 32 44 73 – 3 39 49 49 Ext. 3323 Fax. (571) 3 32 44 [email protected]

Hipertexto Ltda.Cra. 50 No. 21-41, Oficina 206, Bogotá, ColombiaPBX. (57 1) 4 81 05 05Fax. (57 1) 4 28 71 70www.lalibreriadelau.com

Suscripciones

Revista de Estudios SocialesCalle 19 A No 1-37, Bloque C, Primer piso

Bogotá, ColombiaTel. (571) 3 32 45 05 -Fax (571) 3 32 45 08

[email protected]

Pablo Navas Sanz de SantamaríaRectorJosé Rafael ToroVicerrector de Asuntos AcadémicosCarl Henrik LangebaekVicerrector de Investigaciones y Doctorados

Hugo FazioDecano Facultad de Ciencias Sociales

Martha LuxEditora Facultad de Ciencias Sociales

Distribución y ventas

Revista de Estudios Sociales Decanatura de la Facultad de Ciencias Sociales

Universidad de los Andes

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La Revista de Estudios Sociales (RES) es una publicación cuatrimestral creada en 1998 por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes y la Fundación Social. Su objetivo es contribuir a la difusión de las investigaciones, los análisis y las opiniones que sobre los problemas sociales elabore la comunidad académica nacional e internacional, además de otros sectores de la sociedad que merecen ser conocidos por la opinión pública. De esta manera, la Revista busca ampliar el campo del conocimiento en materias que contribuyen a entender mejor nuestra realidad más inmediata y a mejorar las condiciones de vida de la población.

La estructura de la Revista contempla seis secciones, a saber:

La Presentación contextualiza y da forma al respectivo número, además de destacar aspectos particulares que merecen la atención de los lectores.

El Dossier integra un conjunto de versiones sobre un problema o tema específico en un contexto general, al presentar avances o resultados de investigaciones científicas sobre la base de una perspectiva crítica y analítica. También incluye textos que incorporan investigaciones en las que se muestran el desarrollo y las nuevas tendencias en un área específica del conocimiento.

Otras Voces se diferencia del Dossier en que incluye textos que presentan investigaciones o reflexiones que tratan problemas o temas distintos.

El Debate responde a escritos de las secciones anteriores mediante entrevistas de conocedores de un tema particular o documentos representativos del tema en discusión.

Documentos difunde una o más reflexiones, por lo general de autoridades en la materia, sobre temas de interés social.

Lecturas muestra adelantos y reseñas bibliográficas en el campo de las Ciencias Sociales.

La estructura de la Revista responde a una política editorial que busca hacer énfasis en ciertos aspectos, entre los cuales cabe destacar los siguientes: proporcionar un espacio disponible para diferentes discursos sobre teoría, investigación, coyuntura e información bibliográfica; facilitar el intercambio de información sobre las Ciencias Sociales con buena parte de los países de la región latinoamericana; difundir la Revista entre diversos públicos y no sólo entre los académicos; incorporar diversos lenguajes, como el ensayo, el relato, el informe y el debate, para que el conocimiento sea de utilidad social; finalmente, mostrar una noción flexible del concepto de investigación social, con el fin de dar cabida a expresiones ajenas al campo específico de las Ciencias Sociales.

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PresentaciónCatalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia. María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

DossierEl valor del análisis cultural para la historiografía de las décadas del treinta y cuarenta en Colombia: estado del arte y nuevas direcciones • Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

Aspectos del debate sobre la ‘cuestión religiosa’ en Colombia, 1930-1935 • Thomas Williford – Southwest Minnesota State University, Estados Unidos.

Por los caminos de Sodoma. Discurso de réplica, promesa formativapara una homosexualidad otra (1932)• Alexander Hincapié – Universidad de Antioquia, Colombia.

Entre el público y el movimiento, entre la acción colectiva y la opinión pública. Reflexiones en torno al movimiento gaitanista• Carlos Andrés Charry – Universidad de Antioquia, Colombia.

La “educación de las mujeres”: el avance de las formas modernas de feminidad en Colombia• Zandra Pedraza – Universidad de los Andes, Colombia.

“Nosotros también somos parte del pueblo”: gaitanismo, empleados y la formación histórica de la clase media en Bogotá, 1936-1948• Ricardo López – Western Washington University, Estados Unidos.

Otras VocesDesafíos conceptuales para la Política de Protección Social frente a la pobreza en Colombia• Andrea Lampis – Departamento Nacional de Planeación de Colombia.

El movimiento comunista birmano y el fracaso de su utopía revolucionaria (1945-1975)• Daniel Gomá – Universidad de Barcelona, España.

¿Inestabilidad o estabilidad en la política brasileña? Partidos políticos y presidente de la República contra la incertidumbre• Riberti de Almeida – Universidad Federal de San Carlos, Brasil.

DocumentosOtras voces, otras fuentes• Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

DebateMemorias de las décadas de 1930 y 1940 en Colombia• Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

LecturasCarlos Alfonso Velásquez. 2011. La esquiva terminación del conflicto armado en Colombia• Francisco Leal – Universidad Nacional de Colombia.

Colombia 1930-1950: Sociedad y Cultura

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PresentationCatalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia. María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canada.

DossierThe Value of Cultural Analysis for the Historiography of Colombia in the 1930s and 1940s: The State of the Art and New Directions• Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canada.

Debating the “Religious Question” in Colombia, 1930-1935• Thomas Williford – Southwest Minnesota State University, USA.

Por los caminos de Sodoma: Counter-discourse and the Promiseof Another Homosexuality (1932)• Alexander Hincapié – Universidad de Antioquia, Colombia.

Between the Public and the Movement, between Collective Action and Public Opinion: Reflections on the Gaitanista Movement• Carlos Andrés Charry – Universidad de Antioquia, Colombia.

“Education of Women”: The Progress of Modern Forms of Femininity in Colombia• Zandra Pedraza – Universidad de los Andes, Colombia.

“We are also Part of the People”: Gaitanismo, White-Collar Workers and the Historical Formation of the Middle-Class in Bogotá, 1936-1948• Ricardo López – Western Washington University, USA.

Other VoicesSocial Protection Policy for Poverty Reduction in Colombia: Conceptual Challenges• Andrea Lampis – Departamento Nacional de Planeación de Colombia.

The Burmese Communist Movement and the Failure of Its Revolutionary Utopia (1945-1975)• Daniel Gomá – Universidad de Barcelona, Spain.

Instability or Stability in Brazilian Politics? Political Parties and the Presidency in the face of uncertainty• Riberti de Almeida – Universidad Federal de San Carlos, Brazil.

DocumentsOther voices, Other Sources• Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canada.

DebateMemories of the 1930 and 1940s in Colombia• Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canada.

ReadingsCarlos Alfonso Velásquez. 2011. La esquiva terminación del conflicto armado en Colombia• Francisco Leal – Universidad Nacional de Colombia.

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ApresentaçãoCatalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colômbia. María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

DossierO valor da análise cultural para a historiografia das décadas de trinta e quarenta na Colômbia: estado da arte e novas direções • Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colômbia. • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

Aspectos do debate sobre a “questão religiosa” na Colômbia, 1930-1935• Thomas Williford – Southwest Minnesota State University, Estados Unidos.

Por los caminos de Sodoma. Discurso de réplica, promessa formativa para uma homossexualidade outra (1932)• Alexander Hincapié – Universidad de Antioquia, Colômbia.

Entre o público e o movimento, entre a ação coletiva e a opinião pública. Reflexões sobre o movimento gaitanista• Carlos Andrés Charry – Universidad de Antioquia, Colômbia.

A “educação das mulheres”: o avanço das formas modernas de feminidade na Colômbia• Zandra Pedraza – Universidad de los Andes, Colômbia.

“Nós também somos parte do povo”: gaitanismo, empregados e a formação da classe média em Bogotá, 1936-1948• Ricardo López – Western Washington University, Estados Unidos.

Outras VozesDesafios conceituais para a Política de Proteção Social contra a pobreza na Colômbia• Andrea Lampis – Departamento Nacional de Planeación de Colombia.

O movimento comunista birmanês e o fracasso de sua utopia revolucionária (1945-1975)• Daniel Gomá – Universidad de Barcelona, Espanha.

Instabilidade ou estabilidade na política brasileira? Partidos políticos e presidente da república contra a incerteza• Riberti de Almeida – Universidad Federal de San Carlos, Brasil.

DocumentosOutras vozes, outras fontes • Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colômbia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

DebateMemórias das décadas de 1930 e 1940 na Colômbia • Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colômbia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

LeiturasCarlos Alfonso Velásquez. 2011. La esquiva terminación del conflicto armado en Colombia• Francisco Leal – Universidad Nacional de Colombia.

Colômbia 1930-1950: Sociedade e Cultura

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Presentación

por Catalina Muñoz Rojas*

María del Carmen Suescún Pozas**

* Ph.D.enHistoria,UniversityofPennsylvania,EstadosUnidos.ProfesoraprincipaldelaUniversidaddelRosario,Colombia.Correoelectrónico:[email protected]

** Ph.D.enHistoriayenHistoriadelArte,McGillUniversity,Canadá.ProfesoraAsistentedelDepartamentodeHistoriadeBrockUniverstiyeinvestigadoraafiliadaalCentreforOralHistoryandDigitalStorytelling,ConcordiaUniversity,Canadá.Correoelectrónico:[email protected]

Nuevas miradas a las décadas del treinta y cuarenta en Colombia

Nuestro propósito inicial para este número de la Revista de Estudios Sociales fue recuperar la trama y ur-dimbre de las décadas de 1930 y 1940 en la historia colom-biana a partir de trabajos de investigación que ofrecie-ran análisis complementarios de las lecturas políticas y económicas predominantes. A nuestro modo de ver, la historiografía tradicional presentaba este período a par-tir de la categorización política que lo distinguía como República Liberal. Aun cuando esta historiografía con-tribuyó resaltando a ciertos actores y dominios de la ex-periencia, más recientemente se hizo evidente que era necesario enriquecer el repertorio de actores y acciones que dieron forma a la trama de la experiencia duran-te este período. Los trabajos que hemos reunido en este Dossier contribuyen a seguir avanzando en esta dirección desde distintos marcos disciplinares.

En el artículo que abre el Dossier, “El valor del análisis cul-tural para la historiografía de las décadas del treinta y cuarenta en Colombia: estado del arte y nuevas direccio-nes”, hacemos una cartografía del estado del arte sobre estas dos décadas, atendiendo a los cambios temáticos, teóricos y metodológicos en la literatura existente. Con-sideramos que, a pesar de que el análisis historiográfico es fundamental en la producción de conocimiento, en la tradición historiográfica colombiana se practica poco. Con el fin de promover el enriquecimiento de lo que co-nocemos sobre este período, demostramos que el análisis cultural, definido a partir de la cultura como dominio de la experiencia y como herramienta analítica, es de

gran utilidad para propiciar nuevas lecturas. Para ilus-trar esto, presentamos un recorrido panorámico sobre las distintas temáticas en la producción latinoamericana reciente. El artículo sugiere que estos temas posibilitan además análisis comparativos y transnacionales.

A la luz de esta propuesta, encontramos que las inves-tigaciones que presentamos en el Dossier contribuyen a expandir nuestra visión de dos décadas en diferentes campos de la experiencia. Los autores tocan temas tan variados como la formación de identidades individuales y colectivas políticas, sexuales y de género. Esto lo hacen a partir de análisis minuciosos de eventos públicos, pro-ducción intelectual y científica, y los medios impresos de comunicación, ofreciendo miradas micro y macro de distintos procesos durante el período.

En el artículo titulado “Aspectos del debate sobre la ‘cues-tión religiosa’ en Colombia, 1930-1935”, Thomas Williford presenta una narrativa histórica de las relaciones entre católicos militantes y anticlericales, a la manera de la microhistoria. Williford aborda algunos de los debates relacionados con la “cuestión religiosa” que provocaron divisiones y polarizaciones entre simpatizantes y oposi-tores del clero. El propósito del autor es examinar cómo se configuraban las identidades políticas a mediados de la década del treinta, y con cuáles consecuencias para la so-ciedad. Si bien el tema es convencional en la historiogra-fía del catolicismo, su mirada minuciosa de la celebración del Congreso Eucarístico Nacional de 1935, del papel de los representantes eclesiásticos y de otros participantes en el debate muestra las etapas en las que se consolida la polari-zación de las visiones. La descripción y el análisis del autor están apoyados en novedosas fuentes documentales poco citadas y conocidas procedentes del Archivo Dominicano, el Archivo Jesuita y el Archivo de Bogotá, así como una va-riada selección de prensa. Su trabajo no sólo es valioso por articular la realidad discursiva con la realidad material, sino por prestar atención a la ideología conservadora, fre-cuentemente pasada por alto en los estudios del período.

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proceso político de promoción de los derechos del “pueblo” y el populismo como un proceso administrativo de expansión estatal. López muestra además que ésta es una experiencia de sujetos sexuados, la mayor parte masculinos, hombres trabajadores asalariados, contribuyendo así a una mirada desde el género al estudio de las clases sociales.

Como bien señalaron los distintos especialistas que parti-ciparon en la evaluación de los artículos que presentamos en este Dossier, quienes nos interesamos por el estudio de este período nos enfrentamos a muchos retos. Por ejemplo, debemos resistirnos a reproducir las polarizaciones que ca-racterizan el período, por ejemplo, Liberal y Conservador, tradicional y moderno, pueblo y oligarquía, urbano y rural, nacional y extranjero, entre otras. También es importante que exploremos e integremos diversos marcos teóricos a los análisis empíricos. Uno de los mayores retos que enfrentan tanto los científicos sociales como quienes trabajan en el campo de las humanidades es el de aterrizar los modelos teóricos entrando en conversación con la historiografía de un problema. Por último, está el de plantear análisis com-parativos con experiencias de otros países explorando con-vergencias o divergencias en los procesos históricos, tanto durante el período como posteriores. El análisis de los cam-bios o permanencias en la experiencia colombiana podría enriquecerse al ser pensado a la luz de procesos que exceden los límites nacionales.

Nota editorial: Los tres artículos que en esta oportunidad componen nuestra sección de Otras Voces, corresponden a trabajos de investigación llevados a cabo desde diferentes en-foques disciplinares y centrados en contextos sociales tan distintos entre sí como Colombia, Brasil y Birmania. El primero de ellos “Desafíos conceptuales para la Política de Protección Social frente a la pobreza en Colombia”, escrito por Andrea Lampis, plantea una mirada particular sobre el problema de la protección social que articula, por un lado, los desarrollos de la última década sobre “manejo social del riesgo” y, por el otro, la política social basada en principios de activos y derechos. El siguiente artículo, “El movimiento comunista birmano y el fracaso de su utopía revoluciona-ria (1945-1975)” de Daniel Gomá, ofrece un detallado re-cuento de la conformación, consolidación y decaimiento del movimiento comunista birmano durante el periodo de 1945-1975. En estas décadas, señala el autor, se condensa la historia de la lucha comunista en Birmania. Por últi-mo, “¿Inestabilidad o estabilidad en la política brasileña? Partidos políticos y presidente de la República contra la incertidumbre”, artículo de Riberti de Almeida Felisbino,nos sitúa en el panorama político de Brasil para dar cuenta de la concepción que los politólogos tienen sobre el sistema brasilero, y en particular, sobre la relación entre los pode-res legislativo y ejecutivo.

En el artículo sobre la novela Por los caminos de Sodoma de Bernardo Arias Trujillo (1932), Alexander Hincapié se re-mite a la producción literaria de la época, y en particular, a la literatura gay como objeto historiográfico. El autor explora la formación de identidades alejadas de las defi-niciones y estrategias médicas, legales y religiosas que predominaban, en este caso, las homosexuales, contri-buyendo así a expandir nuestra comprensión del dominio de las subjetividades.

En “Entre el público y el movimiento, entre la acción colec-tiva y la opinión pública. Reflexiones en torno al movi-miento gaitanista”, Carlos Andrés Charry ofrece al lector una reflexión teórica sobre el tema del liderazgo político desde el campo de la comunicación, argumentando que la opinión pública es una forma de acción colectiva. Cha-rry abre múltiples avenidas analíticas aplicables al es-tudio del gaitanismo en sus distintas etapas, a partir de los medios de comunicación impresos y del rol que éstos desempeñaron en la creación de la figura de Jorge Elié-cer Gaitán. Este análisis tiene relevancia para el estudio de las identidades y subjetividades durante el período. Charry muestra que podemos escapar de concepciones esencialistas articulando la formación de identidades y la experiencia a procesos más amplios, que van más allá del individuo mismo y sus cualidades inherentes.

En su artículo “La ‘educación de las mujeres’: el avance de las formas modernas de feminidad en Colombia”, Zandra Pedraza estudia los debates que se dieron en las décadas de 1930 y 1940 en torno a la educación femenina. Pedraza se apoya en el concepto de biopolítica para preguntarse por las funciones prácticas y simbólicas atribuidas a la mujer como parte del proyecto de formación del Estado nacional moderno colombiano. Distinguiéndose de la mirada mi-cro de otros contribuyentes, como es el caso de Williford, Pedraza cubre un rango temporal amplio remontándose al ideal de mujer moderna del siglo XIX, para argumentar que hasta la década del cuarenta del siglo XX hubo una continuidad importante en el rol prescriptivo de la mujer como ama de casa, esposa y madre.

En su artículo “‘Nosotros también somos parte del pueblo’: gaitanismo, empleados y la formación histórica de la clase media en Bogotá, 1936-1948”, Abel Ricardo López ofrece una interpretación del gaitanismo y la base social del populismo sacando a la luz la participación de los empleados en el mo-vimiento gaitanista. Se interesa por la conexión histórica entre la formación de una clase media y la emergencia de un discurso político en el cual ésta se alinea con la clase obrera, al mismo tiempo que se distingue de ella. López argumenta que la clase media se presentó como sector orientador del pueblo que servía de puente entre el populismo como un

Revista de Estudios Sociales No. 41rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188.Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 9-10.

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por Catalina Muñoz Rojas**

María del Carmen Suescún Pozas***

* EsteartículosedesprendedelareflexiónteóricaymetodológicainiciadaenlainvestigacióndelatesisdoctoraldeCatalinaMuñoz,ydeuntrabajoposteriordediscusiónsobreestosasuntosconMaríadelCarmenSuescúnqueempezóenelXVCongresoColombianodeHistoria(agostode2010).

** Ph.D.enHistoria,UniversityofPennsylvania,EstadosUnidos.Profesoraprincipalde laUniversidaddelRosario,Colombia.Correoelectrónico:[email protected]

*** Ph.D.enHistoriayenHistoriadelArte,McGillUniversity,Canadá.ProfesoraAsistentedelDepartamentodeHistoriadeBrockUniverstiyeinvestigadoraafiliadaalCentreforOralHistoryandDigitalStorytelling,ConcordiaUniversity,Canadá.Correoelectrónico:[email protected]

El valor del análisis cultural para la historiografía de las décadas del treinta y cuarenta en Colombia: estado del arte y nuevas direcciones*

RESUMENEl presente artículo muestra la manera como el análisis cultural puede contribuir a la historia del siglo XX en Colombia, particularmente de las décadas del treinta y cuarenta, y de la República Liberal. Para tal fin, rescata para la historia cultural el trabajo de quienes consideramos son sus precursores y examina el de autores que han contribuido a darle forma, en perspectiva latinoamericana. Primero, hacemos un recuento de las interpretaciones partidistas que aparecieron sobre la República Liberal como objeto de estudio histórico tras su desmonte y la posterior aparición de análisis disciplinares que desde el estructuralismo en boga propusieron las primeras miradas críticas al período. Luego abordamos los trabajos de autores que abrieron terreno en nuevas direcciones y que de manera menos o más explícita introdujeron el análisis cultural y, como resultado de esto, contribuyeron a enriquecer el repertorio de actores y acciones que dieron forma a la trama de la experiencia durante este período. Finalmente, presentamos bibliografía reciente de otros países latinoamericanos para la primera mitad del siglo XX, dado que esta literatura puede servir de modelo para seguir profundizando en aspectos de la experiencia humana de las dos décadas aquí estudiadas que han sido poco explorados hasta el momento.

PALABRASCLAVERepública Liberal, historia cultural, historiografía, Colombia, siglo XX.

The Value of Cultural Analysis for the Historiography of Colombia in the 1930s and 1940s: The State of the Art and New Directions

ABSTRACTThis article demonstrates the ways in which cultural analysis can contribute to the historiography of twentieth-century Colombia, particularly the 1930s and 1940s and the period of the República Liberal. With this goal in mind, and from a Latin American perspective, it reclaims for cultural history the work of authors we consider precursors and examines texts that have shaped the field. First, we outline the partisan historiography that first examined the República Liberal as an object of historical analysis after 1948, and the later introduction of disciplinary analyses that, from a structuralist perspective, proposed the first critical approaches to the period. We then discuss works that opened up new paths and that, more or less explicitly, introduced the analytical tools and methodologies of cultural analysis, thus expanding the repertoire of historical actors and actions that made up the warp and woof of life during this period. Finally, we map out recent works on the first half of the twentieth century in other Latin American countries that can suggest ways to delve further into the human experience during these two decades, a topic that remains barely studied.

KEYWORDSRepública Liberal, Cultural History, Historiography, Colombia, Twentieth Century.

Fecha de recepción: 2 de junio de 2011Fecha de aceptación: 27 de julio de 2011Fecha de modificación: 6 de septiembre de 2011

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A pesar de su ubicación en un momento crucial en el siglo XX colombiano, lo que conocemos sobre la experiencia humana de las décadas de 1930 y 1940 en el país es aún exiguo. La narrativa del período nos remite al retorno de los liberales al gobierno o a su permanencia en él. Si bien la “República Liberal” le imprime coheren-cia, el balance que predomina es el de crisis política en el campo de la ideología y la administración pública, y de eliminación del otro tanto en la prosa como en la práctica (entendida como los intercambios sociales que se dan en la vida diaria y mediante los cuales los individuos cons-truyen sentido). La recuperación de procesos materiales y simbólicos que sirven de fundamento a las esferas de la experiencia en el ámbito global –es decir, la experiencia como constitutiva de los dominios social, político, eco-nómico y cultural en sus interrelaciones– ha sido lenta.

La visión que predomina de este período es la de un tiem-po crítico, de radicalización de un liberalismo que se quedó corto, de ciega oposición tanto de liberales como conservadores y gestación del período de la Violencia. El balance de los hechos sigue siendo una suma de expec-tativas que quedaron por ser satisfechas, acciones que no produjeron el cambio deseado, o la imposibilidad de

O valor da análise cultural para a historiografia das décadas de trinta e quarenta na Colômbia: estado da arte e novas direções

RESUMOO presente artigo mostra a maneira como a análise cultural pode contribuir para a história do século XX na Colômbia, particularmente as décadas de trinta e quarenta, e para a República Liberal. Para tal fim, resgata, para a história cultural, o trabalho dos que consideramos que são seus precursores e examina os autores que contribuíram para dar-lhe forma, em perspectiva latino-americana. Primeiro, fazemos uma releitura das interpretações partidistas que apareceram sobre a República Liberal como objeto de estudo histórico depois de seu desmoronamento e o posterior aparecimento de análises disciplinares que desde o estruturalismo em voga propuseram os primeiros olhares críticos ao período. Logo depois, abordamos os trabalhos de autores que abriram terreno para novos horizontes e que, de maneira menos ou mais explícita, introduziram a análise cultural e, como resultado disso, contribuíram com o enriquecimento do repertório de atores e ações que deram forma à urdidura da experiência durante este período. Finalmente, apresentamos uma bibliografia recente de outros países latino-americanos para a primeira metade do século XX, dado que esta literatura pode servir de modelo para seguir aprofundando nos aspectos da experiência humana das décadas aqui estudadas que têm sido pouco explorados até o momento.

PALAVRASCHAVERepública Liberal, história cultural, historiografia, Colômbia, século XX.

generarlo, debido a determinantes estructurales. Sin embargo, durante las dos últimas décadas un número considerable de científicos sociales de diferentes campos disciplinares han utilizado nuevas fuentes y herramien-tas y propuesto nuevas líneas temáticas en sus análisis. Esto ha permitido abrir la historia política, económica y social a nuevas miradas, y avanzar una historia cultural que permita recuperar el período a partir del patrimonio tangible e intangible en su más amplia envergadura.

El nuevo objetivo para quienes la República Liberal sigue siendo asunto de interés ha sido el de dar coherencia al período yendo más allá de historias partidistas, inter-pretaciones estructuralistas y la historia de la política formal. Con este fin, han propuesto complementar mé-todos cuantitativos y cualitativos utilizando el método etnográfico y estrategias interpretativas tales como el análisis de discurso. Gracias a esto ha sido posible uti-lizar nuevos objetos de análisis dentro de la trama de la experiencia (o fuentes para la historiografía) e indagar más a fondo sobre el alcance y significación del período en cuanto a la diversidad de una amplia gama de accio-nes y procesos tanto individuales como colectivos.

Un elemento central de los avances de las dos últimas décadas es el esfuerzo de los investigadores por integrar la cultura en dos niveles: la cultura como dominio de la experiencia y la cultura como herramienta analítica. ¿Cómo concebimos el análisis cultural? ¿qué pertenece al

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dominio de la cultura y cuál es su repertorio? Dado que la cultura es un proceso que se reproduce indefinidamente, la pregunta es: ¿qué nos permite historizar este dominio y su repertorio, y, en última instancia, hacer historio-grafía de la cultura, es decir, trabajar en el campo de la historia cultural? Brevemente, nos remitimos a los ele-mentos que consideramos más sobresalientes, y que, en vista de los retos que nos presenta el período, nos pare-cen más útiles para su historiografía. Estos elementos reaparecerán en el balance que hacemos de cómo se ha transformando la historiografía de los años treinta y cuarenta, y lo que queda aún por hacer.

De manera general, análisis cultural es el análisis de la forma en que los dominios social, político y económico se constituyen como tales dentro de la trama de las relacio-nes humanas entendidas como prácticas y que responden tanto a factores internos o propios del individuo (su subje-tividad, autopercepción), como externos o propios del en-torno (ya sea como el individuo lo percibe o como éste obra sobre él). Esta definición nos permite trabajar con los ele-mentos estructurales –es decir, los que imponen limita-ciones a la acción humana– y la agencia, entendida como la capacidad que tienen los individuos de actuar de mane-ra independiente y tomar decisiones libremente dentro de sus circunstancias y posibilidades. Ambas entidades son cambiantes en sí mismas, y debemos historizar su inte-rrelación en condiciones de continuidad, transformación y/o cambio. El objetivo último es exponer la forma o los patrones de significación en que las distintas esferas de la experiencia se constituyen e interrelacionan –esto es, “lo cultural” en la experiencia humana–, y siempre que sea necesario, pertinente, deseable y/o posible explicarlas en función de relaciones de causalidad.1

La mirada cultural se enfoca, además, sobre el reper-torio extenso de la acción del individuo hacia sí mismo y su entorno, y su participación en la trama social orientada por ella. La acción comprende, entre otras

1 Nuestra percepción del análisis cultural constituye un esfuerzo por es-capar de las polarizaciones entre el determinismo económico y el deter-minismo cultural; entre objetividad y subjetividad; entre el positivismo y el constructivismo. Por supuesto, esta propuesta no es novedosa y se viene generando hace un tiempo desde las diferentes ciencias socia-les. Entre quienes han nutrido nuestra reflexión histórica se encuen-tran Michel-Rolph Trouillot (1995), Chartier (1988 y 1997), los textos de Emilia Viotti da Costa, Steve Stern, Barbara Weinstein y Florencia Mallon, incluidos en Joseph (2001); los autores que participaron en el libro editado por LeGrand y Salvatore (1998), y el número especial del Hispanic American Historical Review titulado “Mexico’s New Cultural History: Una Lucha Libre” (Gilbert 1999). Estos debates tampoco se han dado en el vacío, y es importante resaltar a los precursores: Raymond Williams (1997), Thompson (1963 y 1971), y antes de ellos, por supuesto, Gramsci (2001).

cosas, el mundo de las ideas, de las emociones, del universo mental tanto consciente como inconsciente, y el cuerpo. Desde el punto de vista de la etnografía, la interpretación se apoya en el análisis de la acción que inevitablemente debe remitirse al discurso (repre-sentaciones). Desde el punto de vista de la lingüística, se toma como premisa que la acción está estructurada como lenguaje, y por ende, que se presta para el aná-lisis semiótico. En este orden de ideas, el individuo es actor social en una trama de relaciones y contextos específicos significativos; a la vez sujeto y objeto de la acción; capaz de generar cambio o participar activa o pasivamente en él, en distinta medida, según sus intenciones, motivaciones y deseos, y dependiendo de los contextos que privilegiemos en el análisis.

En vista de lo anterior, consideramos que el análisis cul-tural permite a los historiadores matizar la visión de que las políticas de gobierno y los esfuerzos del liberalismo por generar cambios, calificados como “revoluciona-rios” en la época o “reformistas” retrospectivamente, tuvieron corto alcance, y que, por ende, nada cambió realmente.2 El énfasis se hace, en cambio, sobre lo que sí ocurrió; por ejemplo, los diversos procesos mediante los cuales el Estado tomó forma, la participación de los gobernados en las relaciones de poder y los cambios en la trama de las relaciones sociales, políticas y económicas, por más sutiles que éstos hayan sido. También podemos indagar sobre las distintas maneras en que tanto gober-nantes como gobernados concibieron sus actividades políticas, sociales y económicas, y en las distintas for-mas como se reprodujeron las condiciones de desigual-dad, particularmente, sociales, de género y étnicas (o de representaciones raciales). Hace posible, además, dar cuenta de las contradicciones, ambigüedades y matices del período, sin que éstos tengan que tener, de entrada, una connotación negativa.

Utilizando categorías orientadoras del análisis cultural, tales como identidad, subjetividad, género, representa-ciones, hegemonía, prácticas o experiencia, un creciente grupo de investigadores ha abordado experiencias diver-sas, tanto circunscritas a localidades como en perspectiva global nacional. Éstas han incluido el funcionamiento y lógica de los programas de gobierno y su verdadero alcan-ce, los discursos estéticos y el rol de las prácticas artísticas en la construcción de la modernidad, la profesionaliza-ción de intelectuales y artistas y su participación en los

2 Esto abre la pregunta de si una de las causas pudiese haber sido una posible debilidad o ausencia del Estado.

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procesos de negociación de poder, el ascenso de la vida privada en la pública y su creciente interdependencia, el papel de las subjetividades y las emociones en algunos de los más importantes procesos de las dos décadas, las transformaciones en el campo de la sexualidad y los roles de género, la interacción de marcos de significación se-culares y religiosos, y la expansión de las moralidades. Todos tienen en común el intento de disolver las dicoto-mías que estructuran el pensamiento –y, por lo tanto, las descripciones y valoraciones que hacemos de la rea-lidad–, a saber, la conceptualización de la cultura como superestructura o supeditada a la economía y la política, y las visiones de progreso en las cuales algunos Estados aparecen como “rezagados” en un mundo dividido entre países desarrollados e independientes y países en vías de desarrollo y dependientes. También problematizan cate-gorías de análisis utilizadas a priori, tales como la clase, el progreso y la nación, y la oposición entre la cultura élite y la popular, lo moderno y lo tradicional, lo conservador y lo liberal, lo nacional y lo extranjero, historizándolos.

En las próximas páginas haremos un balance de los trabajos historiográficos que han avanzado el análisis cultural para las décadas de nuestro interés, lo que este análisis aporta a su revalorización, y en particular, para el campo de acción de la República Liberal (y de la oposi-ción tanto liberal como conservadora) y su relación con la historiografía cultural existente para el resto de Amé-rica Latina y el Caribe.3 En la siguiente sección hacemos un recuento de las primeras interpretaciones que apare-cieron sobre la República Liberal como objeto de estudio histórico tras su desmonte y el surgimiento posterior de las primeras miradas analíticas a partir de las teorías desarrollistas que tomaron fuerza entre los estudiosos de América Latina. Luego de hacer un balance de esta historiografía, abordamos los trabajos de autores que abrieron terreno en nuevas direcciones, y que de manera menos o más explícita introdujeron elementos del aná-lisis cultural y, como resultado de esto, contribuyeron a enriquecer el repertorio de actores y acciones que dieron forma a la trama de la experiencia durante este período.

3 Para efectos de este balance historiográfico, hemos utilizado los libros que resultaron de tesis doctorales de autores como Daniel Pé-caut, Mauricio Archila, Catherine LeGrand, Herbert Braun, Aline Helg y Anne Farnsworth-Alvear, entre otros. Sabemos que la obra pu-blicada difiere en mayor o menor medida de la tesis doctoral de mu-chos autores. Nuestra decisión de trabajar con obras publicadas y no tesis doctorales no desconoce la importancia de la tesis. Para efectos de este artículo, consideramos que los argumentos principales pre-sentados por los autores permanecen como una constante tanto en la tesis como en su posterior publicación. Además, es importante reco-nocer que en Colombia es aún limitado el acceso a las tesis doctorales escritas en el exterior.

Finalmente, exploramos la historiografía cultural pro-ducida para otros países latinoamericanos y los tra-bajos más novedosos para Colombia que iluminan nuestras aproximaciones a la República Liberal abrien-do campos diversos como la formación del Estado y de identidades de clase, el papel del género en la estructura-ción de jerarquías políticas, sociales y económicas, y las relaciones internacionales.

En el Congreso Colombiano de Historia de 2001, el histo-riador Jaime Jaramillo Uribe (2001) expresó la necesidad que había aún de avanzar la historia moderna de la cul-tura. El objetivo de nuestro balance es rescatar el trabajo de quienes consideramos sus precursores, es decir, lo que se había venido haciendo hasta el momento, y el de auto-res que en la última década le han dado forma de manera explícita, en perspectiva latinoamericana.

De la historia partidista a la historia disciplinar

Los primeros recuentos sobre el significado histórico de estas décadas fueron producidos en el período inmedia-tamente posterior por políticos e intelectuales que ha-bían participado en los hechos. Con fines celebratorios o acusatorios, quisieron dar cuenta del manejo que los liberales habían dado al gobierno durante los 16 años que fueron identificados como “La República Liberal”. Así, el significado histórico atribuido inicialmente a este pe-ríodo fue eminentemente político, privilegió las acciones y omisiones de hombres públicos prominentes sobre otros aspectos de la experiencia humana del momento. Su forma de presentación fue más cronológica que analítica, y la di-ferencia fundamental entre unos y otros estaba en quié-nes eran señalados como héroes y quiénes como villanos.

Entre los trabajos acusatorios se puede resaltar el libro De la revolución al orden nuevo del intelectual y político conservador Rafael Azula Barrera (1956). Para Azula, la llegada de los liberales al poder en 1930 había sido una “catástrofe irreme-diable” que había dado al traste con la “obra portentosa de sabiduría política, de formación cristiana de la sociedad, de reconstrucción moral y material del país” que repre-sentaban para él los gobiernos conservadores anteriores (Azula 1956, 22-23). En su interpretación, el liberalismo era minoría en un país mayoritariamente conservador, tradi-cionalista y católico. Si había logrado llegar al poder era a causa de la habilidad de sus líderes para usar la propaganda procurándose el apoyo popular urbano de masas caóticas, anárquicas y violentas de resentidos sociales.

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En contraste con esta interpretación, la Breve historia cons-titucional y política de Colombia del liberal Gustavo Samper Bernal (1957) describe el gobierno conservador anterior a 1930 como una república teocrática, y a los gobiernos liberales –en particular, el de Alfonso López Pumarejo–, como una revolución pacífica tanto económica como so-cial. Otra obra del mismo corte fue el libro editado por Plinio Mendoza Neira bajo el título El liberalismo en el gobier-no, 1930-1946 (Mendoza 1946). Esta obra compiló artículos cortos de intelectuales y políticos liberales de la época y una serie de fuentes primarias, cuyo objetivo era dar tes-timonio del servicio de los liberales a la patria durante el período. Documentos que contenían mensajes presi-denciales, discursos de ministros y fotografías de obras públicas –incluidos los modernos edificios del campus universitario, inauguraciones de barrios de vivienda po-pular, escuelas de alfabetización, restaurantes escolares y granjas agrícolas, entre otros– apoyaban el argumento de que el régimen liberal había sido el gobierno más efi-caz en la historia de Colombia.

Después de estas obras, encontramos una ausencia de trabajos históricos sobre la República Liberal durante el período del Frente Nacional (1958-1974). Es probable que, bajo el espíritu de conciliación por parte de los lí-deres de ambos partidos, los intelectuales y políticos que se habían dado a la tarea de rescatar la historia del período dejaran sus plumas quietas. Cuando retoma-ron la escritura, las obras escritas por los políticos que participaron en el proceso siguieron teniendo el mismo corte que habían tenido en la década de los cincuenta. Entre 1974 y 1976, por ejemplo, Carlos Lleras Restrepo publicó en su periódico Nueva Frontera una serie de ar-tículos semanales bajo el título Historia de la República Liberal. A partir de sus recuerdos personales, y no de documentación, Lleras Restrepo presentó nuevamente una historia celebratoria de eventos protagonizados por los líderes políticos, cuyas fotografías ilustraron las pá-ginas de su texto (Lleras 1974-1976).

Estas historias y memorias políticas se han seguido produciendo hasta hoy. Algunas incluso han sido ree-ditadas, como la obra de Azula Barrera, con prólogo de Mariano Ospina Hernández (Azula 1998). Sin embargo, en paralelo a ellas empezaron a aparecer obras mucho más complejas que, superando las memorias partidistas y las explicaciones a partir de voluntades individuales, presentaron las primeras interpretaciones analíticas del período haciendo uso de las teorías marxistas o estructu-ralistas en boga en los estudios latinoamericanos, y más en general, enfatizando los factores socioeconómicos en el cambio histórico. En particular, se interesaron por la

particular relación que se dio durante la República Li-beral entre las clases dominantes y las clases obreras, y entendieron el período a partir del proceso de consolida-ción de una economía capitalista insertada en el sistema económico mundial.

Pionero en este sentido fue el trabajo del sociólogo fran-cés Daniel Pécaut. En su trabajo Política y sindicalismo en Colombia, Pécaut se acercó a la República Liberal como el período en que se formó el sindicalismo colombiano, constituyéndose en un elemento político importante pero falto de autonomía (Pécaut 1973). Con una mirada estructural, Pécaut buscó entender la relación entre las formas de organización social de la clase obrera colom-biana, la mediación del Estado y las determinaciones externas impuestas por la dinámica del capitalismo. El autor utilizó la noción de dependencia de Fernando H. Cardoso para articular las especificidades de las relacio-nes sociales internas de las sociedades dependientes con la dominación externa. El análisis de Pécaut ya no se in-teresaba por las acciones de individuos (como ocurría en las narrativas partidistas) sino por las relaciones, tanto económicas como políticas, entre clases sociales.

En Orden y violencia: Colombia 1930-1954, Pécaut examinó el período 1930-1954 tratando de explicar la contradicción inherente al hecho de que, al mismo tiempo que el Esta-do promovió la legislación social con el objetivo de lograr la unificación nacional, también instigó una intensa violencia partidista (Pécaut 1987). En una interpretación que integra la mirada al Estado con la exploración de su relación con la sociedad civil remontándose al siglo XIX, Pécaut entiende la República Liberal como un período de consolidación de la burguesía agroexportadora. De ma-nera paralela a su interés por las condiciones materiales, este autor hizo un primer esfuerzo por atender también a las representaciones que de las mismas produjeron las élites económicas para consolidarse en el poder. Así, el autor exploró el discurso social y de unidad nacional que promulgaron los líderes de la República Liberal de ma-nera novedosa, resaltando que este discurso no hizo des-aparecer las desarticulaciones sociales sino que, muy por el contrario, convivió de manera paralela con lo que él describe como orden oligárquico.

Dentro de la tendencia historiográfica que enfatizaba las condiciones materiales de la existencia como fuerza histórica primordial por encima de las voluntades indivi-duales y del ejercicio formal de la política, podemos ubi-car la obra del economista Jesús Antonio Bejarano (1979). En su explicación sobre la transición en Colombia de una economía preindustrial a una industrial, Bejarano

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se opuso a interpretaciones que consideraban las refor-mas institucionales de la República Liberal como fun-damentales para explicar dicho proceso. Para el autor, estas explicaciones no tenían en cuenta los cambios en las relaciones sociales en que se fundamentaba la mecá-nica política y que eran necesarios para la acumulación capitalista. La política liberal que había favorecido la industrialización en la década de los treinta era el “com-ponente super-estructural de modificaciones en la es-tructura social” (Bejarano 1979, 15) y su papel había sido sólo el de catalizadora coyuntural de una transformación más profunda. Por eso, el foco de su investigación fue la transformación de las relaciones sociales del régimen terrateniente, pues a partir de allí surgieron las nuevas formas de acumulación de capital, el proceso de proleta-rización y la formación de un mercado interior necesa-rios para la industrialización.

Otro análisis agudo del período, también de corte es-tructuralista, es el de Charles Bergquist (1986). Este historiador explicó la debilidad del movimiento laboral colombiano a partir de la estructura de la economía de ex-portación cafetera en Colombia. El estudio de Bergquist demostró que, si bien los trabajadores cafeteros lograron constituirse en pequeños propietarios, la burguesía capi-talista mantuvo el control de las finanzas y de la exporta-ción del grano, y por medio de ellas, la explotación de los pequeños productores y trabajadores. Adicionalmente, para Bergquist el fenómeno político de la lealtad soste-nida de los trabajadores cafeteros a los partidos tradicio-nales no podía explicarse a partir de una “tradición”; era el producto de las condiciones materiales impuestas por la estructura exportadora cafetera, que no les permitió organizar una acción colectiva efectiva como clase.

Estos autores cuestionaron la imagen de la República Li-beral como régimen progresista y revolucionario interpre-tando más bien el período como uno de consolidación de la oligarquía capitalista mediante la manipulación política y explotación de las clases trabajadoras. Sus trabajos han sido tremendamente reveladores y han despertado mi-radas críticas muy necesarias frente al discurso político y social del liberalismo de la época.

Contemporáneo a estas miradas que desde el estructu-ralismo económico relegaban lo político a un segundo plano (en función de intereses capitalistas de clase) sur-gió un trabajo que, si bien centraba su atención en los aspectos políticos del primer gobierno de López Pumare-jo, no lo hacía a la manera de las memorias partidistas sino desde un análisis metodológico disciplinar. En una apuesta por alejarse de estudios de temas muy amplios,

Álvaro Tirado Mejía (1981) realizó un estudio muy bien documentado sobre el pensamiento de López Pumarejo y la relación de su régimen con las fuerzas políticas de la APEN, la UNIR, el Partido Conservador, el Partido Comu-nista, la Iglesia y los “caciques” regionales, entre otros. Tirado argumentó que el aspecto más importante del pe-ríodo no estuvo en el orden material sino en el ideológico, y que López Pumarejo fue un verdadero innovador com-prometido genuinamente con la mejora de las condicio-nes de vida y la participación política de los campesinos y obreros colombianos. Con un tono apologético, concluía que los límites de la “Revolución en Marcha” no debían ser atribuídos a su presidente sino a la intensa oposición de los conservadores, la jerarquía católica, los intereses terratenientes, los “caciques” y la facción de centro del Partido Liberal.

En una línea similar, el trabajo de Richard Stoller (1995) retomó el análisis de lo político como dominio separado de lo económico. En su análisis sobre el primer gobierno de López Pumarejo se alejó de las explicaciones de clase. Para Stoller, López no era un representante o aliado de la clase industrial, y su llegada al poder no fue asunto de clase sino de estrategia política. Enfatizó el uso de un nuevo lenguaje en la arena pública y la sensibilidad fren-te a la importancia de la afiliación partidista y su carga emocional. De esta manera, entendió el período 1934-1938 como uno de transformación político-ideológica, y no socioeconómica.

La interpretación de Stoller es muy similar a la ofrecida por Marco Palacios. Según este historiador, López Pu-marejo constituyó un reto para la vieja generación de líderes liberales al proponer una forma de liberalismo con un importante contenido social que redefinía los objetivos del partido y del Estado. Sin embargo, Pala-cios nos recuerda que debemos tener cautela, pues el reformismo liberal fue modesto si consideramos sus re-sultados efectivos (Palacios 2003, 137-163). A pesar de las limitaciones de las acciones reformistas de esta nueva generación de liberales, Palacios enfatiza el significado político e ideológico de la República Liberal al afirmar que éste fue el período de mayor actividad política, re-definición ideológica y confrontación en el siglo XX co-lombiano (Palacios 2002, 285).

En cuanto a la historia política, vale la pena mencionar los trabajos realizados desde la ciencia política de Robert Dix (1967), quien se interesó por los esfuerzos de la élite política a partir de 1934 por hacer frente a los retos de la moderni-zación, y de Paul Oquist (1980), quien explicó la Violen-cia a partir del colapso parcial del Estado colombiano tras

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perder la capacidad para mediar en conflictos. Ambos estudios son análisis que contribuyeron a compleji-zar nuestro entendimiento de las dinámicas políticas “desde arriba”.

Dentro de esta línea de historia política podemos re-saltar también los libros de Gerardo Molina sobre las ideas liberales y socialistas en Colombia (Molina 1971, 1987), en los que, aunque hace un trabajo histórico do-cumentado y metodológico, se percibe la inclinación partidista del autor; los trabajos de James Henderson (1985, 2001) y el de Thomas Williford (2005b), en que exploran el poco estudiado pensamiento conservador por medio del caso particular de Laureano Gómez, y el de César Ayala Diago sobre Gilberto Alzate (Ayala 2007); y la historia del Partido Comunista Colombiano escrita por Medófilo Medina (1980). Finalmente, están los trabajos que se han aproximado a la Iglesia católica como un actor político fundamental durante el período (Abel 1987; Bidegain 1985; LaRosa 2000).

Nuevas aproximaciones: precursores del análisis cultural

A mediados de los ochenta empiezan a publicarse tra-bajos que indagan sobre el papel que desempeñó un cre-ciente número de actores sociales buscando un equilibrio entre los determinantes estructurales y su agencia. En estos trabajos se vislumbran aspectos propios del análisis cultural, tales como la importancia del estudio de la for-mación de identidades de clase, raza y género, así como de las prácticas religiosas. Ya para los noventa y la pri-mera década de este siglo, la cultura aparece en muchos trabajos como un elemento constitutivo de la economía y la política.4

Un primer ejemplo de cómo podemos arrojar luz sobre las aparentes contradicciones del período y visibilizar nuevos actores sociales proviene de la historia social agraria. En su libro Frontier Expansion and Peasant Protest in Colombia, 1850-1936, Catherine LeGrand (1986) aborda el es-tudio de la economía, con énfasis en procesos y relacio-nes sociales de clase, y recobra la historia del sector rural a partir del análisis de las protestas agrarias en siete re-giones “de frontera”, con perspectiva global nacional.

4 Queremos anotar que en esta sección no examinaremos tesis de pre-grado o maestría sobre las décadas de 1930 y 1940 que puedan utilizar una aproximación cultural. Muy seguramente, este examen podría arrojar luces sobre los caminos que abrieron los precursores que dis-cutimos aquí.

La autora estudia las relaciones y el conflicto entre los campesinos, los empresarios agrarios y el Estado, diri-giendo su atención al problema de la redistribución de la tierra y al conflicto entre colonos y terratenientes. Sus fuentes incluyen la correspondencia entre las distintas zonas rurales y el Gobierno nacional sobre terrenos bal-díos, solicitudes de préstamos, reportes de inspectores de tierras y representantes del Gobierno, y peticiones de los colonos que describen sus condiciones de vida y retos. Lo novedoso es que combina la información “blan-da” con la que se considera “dura” (intercambios comer-ciales, demografía), para complementar lo cuantitativo con un análisis cualitativo atento a motivaciones, per-cepciones, deseos, y a la transformación desde abajo para el análisis de procesos sociales en el sector rural. Su análisis interpreta las regiones rurales como entida-des en transformación, en vez de estáticas e incapaces de movilizar el cambio, incluso si en el balance final se beneficiaron de manera limitada de la política agraria del gobierno de López Pumarejo (LeGrand 1986). Un im-portante aporte de este trabajo es, en última instancia, introducir implícitamente la agencia de los colonos en el estudio del crecimiento económico y sus beneficios du-rante la República Liberal.

La historia social se enriqueció, además, con el estudio de la formación de identidades obreras que conjuga proce-sos socioeconómicos, las experiencias obreras y los inte-reses de élites. En su libro Cultura e identidad obrera: Colombia 1910-1945, Mauricio Archila (1991) analiza la construcción de identidades obreras y sus condiciones materiales in-troduciendo el concepto de cultura, y a través de él, la experiencia –entendida como dinámicas internas de re-lación entre grupos que conjugan adaptación y resisten-cia tanto material como simbólicamente–, sin hacer de lado “condicionamientos estructurales” (Archila 1991, 27). Para Archila, la “clase obrera” no es la imaginada por la élite o producto de la industrialización sino que resulta de su autodefinición. Los obreros (todos los tra-bajadores, urbanos o rurales, que trabajan directamente los medios de producción) no son individuos que respon-den de manera pasiva a la acción de líderes o partidos o determinantes económicos. Por el contrario, son agentes en la construcción de sus destinos que responden a un proceso histórico, y lo hacen de modo no uniforme (de la misma manera que no lo es tampoco la élite, si tenemos en cuenta que ésta también resulta de la combinación de procesos de formación identitaria y condiciones materia-les tales como la economía de exportación y los conflic-tos sociales). El uso de la historia oral y la atención a la vida cotidiana y al uso del tiempo libre, además de los procesos de organización, son aspectos de su trabajo que

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se deben resaltar. Archila subraya el rol de los sindicatos y empresas, la Iglesia, las élites, y los obreros mismos, demostrando que el Estado no tiene injerencia exclusiva en ese proceso.

El análisis cultural también fue inicialmente apli-cado al estudio del proceso de industrialización, que nos permite comprender la formación de identidades de la clase trabajadora. El conocimiento que tenemos sobre el desarrollo industrial y el alcance y los límites del control social fue ampliado por Ann Farnsworth-Alvear (2000) para el caso de la industria textil. En su libro Dulcinea in the Factory: Myths, Morals, Men, and Women in Colombia’s Industrial Experiment, 1905-1960, la autora exa-mina los factores culturales y las dinámicas sociales lo-cales que dieron forma al sector. Las fuentes utilizadas incluyen los archivos de Coltejer, Fabricato y Tejicon-dor, archivos personales, documentos del Patronato de Obreras e historias orales, entre otras. En ellas, la auto-ra busca leer lo que el trabajo significó para los trabaja-dores, así como sus experiencias, poniendo en cuestión argumentos que dan preponderancia al control de los trabajadores por parte de los industriales, a la hora de comprender las relaciones entre obrero y patrón en el es-pacio industrial. Para entender más a fondo el proceso de industrialización local, Farnsworth-Alvear introduce la historiografía de este período al análisis de género y las subjetividades examinando el papel que cumplieron la sexualidad, los códigos morales que moldeaban la au-topercepción y los roles tanto de hombres como de mu-jeres, y más particularmente, la castidad en el caso de las mujeres, en la forma que adoptan jerarquías de raza y clase (Farnsworth-Alvear 2000). En este trabajo, dis-curso y práctica son las dos nociones que permiten a la historiadora estudiar las representaciones dominantes que dan forma o informan la manera como las perso-nas piensan, sienten y dicen sobre sí mismas y los otros miembros de la sociedad, así como la vida cotidiana, las relaciones o intercambios interpersonales en el hacer y el actuar, lo cual hace que el sentido nunca permanezca inmutable (Farnsworth-Alvear 2000). De especial im-portancia para estudiosos del régimen liberal durante los años cuarenta es la invisibilidad de las trabajadoras en el activismo radical del período –a los ojos de los medios y los industriales mismos– y la masculinización del es-pacio de trabajo como resultado de las medidas que se tomaron para desincentivar la protesta.

A partir de mediados de los ochenta, el estudio de la política de masas y la cultura política arroja una nueva mirada sobre un campo que ya había sufrido varias transformaciones en las décadas de los sesenta y setenta.

Utilizando como fuentes grabaciones de la época, en-trevistas, memorias, biografías y materiales de ar-chivo convencionales, Herbert Braun recupera para la historiografía al líder político Jorge Eliécer Gaitán y “el pueblo” o la “masa”, los cuales hasta la fecha seguían siendo difícil objeto de estudio. Mataron a Gaitán. Vida pública y violencia urbana en Colombia (Braun 1987) ofrece un estudio de los comportamientos, creencias, emociones, decisiones, acciones, en respuesta tanto a situaciones predecibles como impredecibles, y patrones de vida de líderes políticos y de la clase popular urbana. Braun propone una nueva aproximación al estudio del cambio y conflicto durante las décadas del treinta y cuarenta revalorizando actores polémicos; reconstruye el reper-torio de acciones significativas examinando acción y subjetividad, y construye un nuevo repertorio que per-mite reconstruir el patrimonio histórico inmaterial. Particularmente importante es el énfasis que hace el autor en la vida privada y su ascenso en el espacio pú-blico como producto del proceso de secularización en el capitalismo. Braun evita así echar mano de la tradición paternalista y corporativista católico-ibérica como modelo explicativo para leer la cultura política y la relación entre líderes y seguidores.

En sus textos Estado laico y catolicismo integral en Colombia: la reforma religiosa de López Pumarejo (2000) y El episcopado colom-biano: intransigencia y laicidad (1850-2000) (2003), Ricardo Arias hace una importante contribución al estudio de la Iglesia católica, el clero, los católicos y la política en Colombia al revalorar una institución cuya historia aún escapa de lec-turas desapasionadas. Si bien su trabajo podría enmar-carse dentro de la historia de las ideas, de interés para nosotros es la exploración que hace el autor del proyecto de laicización de la “Revolución en Marcha”, que recupe-ra las prácticas religiosas como constitutivas del dominio de la política. Utilizando fuentes tales como cartas pas-torales, comunicados, sermones, prensa, revistas, obras literarias y fuentes orales, cuestiona el proyecto de laici-zación en el proceso de “modernización”. Arias hace un balance del rol del episcopado en el freno de la laicización y del proyecto liberal. Contrario a lo que se pensaba, Arias demuestra que el liberalismo no fue lo “revolucionario” que se creía a este respecto: no trató de prohibirle al clero seguir con sus tareas educativas, no intentó acabar con la educación confesional sino ofrecer una alternativa, y tuvo limitaciones económicas para implementar una educación laica gratuita que, de todas formas, no era del todo autónoma. Arias argumenta que el “el proyecto que buscaba redefinir el rol de la Iglesia católica en el seno de la sociedad era quizá menos ambicioso de lo que preten-día el gobierno” (Arias 2000, 71). El proyecto fracasó no

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sólo por la oposición sino por la poca firmeza y el escaso compromiso con que los partidarios del laicismo defen-dieron su causa. Por otro lado, sin quedarse en la opo-sición discursiva del clero a la reforma religiosa, Arias elabora a partir de sus instrumentos y estrategias para responder a las reformas que podían potencialmente re-ducir su papel en la sociedad, tales como la fundación de colegios y universidades católicas, la Acción Católica, la organización de juventudes obreras, sindicatos católi-cos, cooperativas locales y grupos de devoción. Aparte de contribuir a la historización de la Iglesia católica como importante actor en el dominio público, estos estudios introducen la religiosidad como práctica constitutiva del dominio de la política.

La exploración de formas novedosas de acercarnos a la historia política y económica del país se enriquece con el estudio de la educación como instrumento del proyec-to político de modernización y la modernización educa-tiva misma en perspectiva global nacional. En su libro La educación en Colombia, 1918-1957. Una historia social, económica y política, Aline Helg (1987) combina el análisis cuantita-tivo con el cualitativo implementando de esta manera un elemento importante para el análisis cultural. Helg nos muestra cómo enriquecer la información cuantita-tiva, en este caso la compilada en la década de los sesen-ta por Ivon Lebrot y dirigida por el padre Louis Lebrat de la Misión Economía y Humanismo, con análisis cua-litativo y utilización cuidadosa de legislación educati-va, memoria de los ministros de Instrucción Pública y Educación, revistas, periódicos, y su sección editorial. Además de esto, Helg realizó entrevistas con personas que participaron de distinta manera en los procesos. Según Helg, el período 1935-1938 representó un quiebre con las políticas de los gobiernos conservadores ante-riores, por su carácter secularizante, democratizante y nacionalista. Si bien pareciera que los cargos eran otor-gados en función de la política para equilibrar el poder, los aspectos sociales del Gobierno en lo que respecta a su función social efectivamente se ven reflejados en la relación entre políticas culturales y los niveles y modali-dades de educación. Hay, sin embargo, más similitudes que diferencias entre conservadores y liberales, y en su última instancia el proyecto de modernización fue más bien moderado.

Nuestra comprensión del dominio de la política duran-te el período liberal ha sido enriquecida por estudios de las políticas de Estado en el ámbito de su imple-mentación y de su relación con procesos de formación de identidades de clase, género, raciales y/o étnicas, y los múltiples medios que distintos actores sociales uti-

lizan para construir la nación. Un estudio que en este sentido contribuye a la historiografía del período es el libro Música, raza y nación: música tropical en Colombia de Peter Wade (2002). En este estudio etnográfico de la música, Wade indaga sobre cómo se transformó en música na-cional la música de raíces afrocolombianas de la clase trabajadora de la costa Caribe y del Pacífico durante la década de los cuarenta. En su exploración de la confor-mación de identidades nacionales a través de la músi-ca desde una perspectiva racial, incluye el importante papel que cumplió la industria musical. En este traba-jo, la producción musical aparece no como reflejo sino como constitutiva de la formación de la nación. Wade se apoya en fuentes de prensa, revistas culturales, en-trevistas, textos escolares, textos literarios y observa-ción etnográfica en círculos intelectuales y artísticos, y grupos de la clase media y trabajadora. El autor arroja luz sobre el proceso de modernización en Colombia en cuanto a la creación de audiencias, la apreciación mu-sical, la diversificación que permiten los sistemas de comunicación y las nuevas tecnologías tanto de lo que se disfruta como de quienes lo disfrutan, más allá de las limitaciones geográficas.

Finalmente, queremos destacar los trabajos de Renán Silva, República Liberal, intelectuales y cultura popular (2005) y Sociedades campesinas, transición social y cambio cultural en Co-lombia (2006), como ejemplo de una historia social y de la cultura del período que nos permite ahondar en la po-lítica cultural del Gobierno más allá del estudio de las instituciones educativas. Los libros de Silva reúnen es-tudios empíricos rigurosos sobre aspectos puntuales de la política cultural liberal. En ellos muestra el esfuerzo material que hizo el Estado liberal al utilizar mecanis-mos de diseminación y construcción de audiencias tan diversos como las escuelas ambulantes, patronatos, radio, cine, prensa, libros, ferias y espectáculos. Silva resalta el hecho de que durante este período el Ministerio de Educación se convirtió en lugar de llegada de intelec-tuales que compartían intereses y estaban comprometi-dos con el proyecto modernizante del gobierno liberal. Así, la política cultural liberal involucró actores diversos, incluidos ministros, sus asistentes, secretarios de Edu-cación y maestros. Esto se ve particularmente en el rico estudio preliminar de una fuente novedosa: la Encues-ta Folclórica Nacional de 1942, diseñada por el Gobierno para conocer la población, sus costumbres y necesidades, y aplicada por los maestros a lo largo y ancho del país. Silva nos invita a matizar visiones sobre el alcance de los avances durante este período mediante su estudio de ins-tituciones emblemáticas como la radio y su enriquecedor y continuo funcionamiento.

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Nuevas direcciones en perspectiva latinoamericana

El análisis cultural como campo de producción teórica y metodológica ofrece muchas posibilidades que han atraí-do la atención de estudiosos de la historia latinoameri-cana. A continuación presentamos algunos estudios de otros países latinoamericanos –que de ninguna manera son exhaustivos–, así como adiciones recientes a la his-toriografía colombiana, con el objetivo de señalar nuevas rutas posibles y despertar curiosidades entre los investi-gadores. Lo que estos trabajos señalan son las inmensas posibilidades que presenta el análisis cultural para que profundicemos nuestra comprensión del período aden-trándonos en aspectos de la experiencia humana poco explorados hasta el momento.

Para comenzar, hay una amplia bibliografía que ha acu-dido al análisis cultural para iluminar nuestro entendi-miento de la formación del Estado. El caso particular de la Revolución Mexicana ha sido muy sugestivo. El análisis cultural ha sido una herramienta prolífica para escapar del callejón sin salida al que había llevado la historiogra-fía revisionista desde la década de 1970. Para el revisionis-mo, la Revolución no había sido un movimiento popular efectivo (como se suponía hasta la masacre de Tlatelolco de 1968), sino que había sido traicionada por elementos burgueses que desde el Estado postrevolucionario consoli-daron un Estado centralizado, autoritario y capitalista ale-jado de los principios por los que lucharon los mexicanos de 1910. Lejos de encarnar la revolución, el PRI había sido un instrumento de intereses capitalistas que profundizó la desigualdad y cerró las vías de participación popular.

Desde finales de la década de 1980 se despertó un interés por sobrepasar esta lectura, sin que ello implique regre-sar a lecturas románticas de la Revolución. Cuestionan-do imágenes del Estado posrevolucionario y de las élites capitalistas como fuerzas de dominio absoluto, ha sur-gido una preocupación por rescatar de la inconsecuencia la participación popular durante la Revolución, así como las relaciones y negociación entre gobernantes y gober-nados después de ella. Estas interpretaciones han ido de la mano con un nuevo interés por las subjetividades, por la agencia de grupos como los indígenas, campesinos y trabajadores urbanos, y por las formas cotidianas de ac-ción política (incluida la cultura como terreno de luchas por el poder), en contrapeso a los análisis estructuralistas que enfatizaban el peso de las condiciones materiales de la existencia sobre los individuos. Adicionalmente, es-tudios empíricos regionales y locales han iluminado las dinámicas de la hegemonía en la formación del Estado

revelando a este último ya no como un ente homogéneo, cen-tralizado y de poder formidable, sino heterogéneo, sujeto a pugnas con las élites locales y en constante formación y negociación de su poder.5

Tenemos mucho que aprender de estos estudios. Así lo demuestran los análisis que han empezado a pregun-tarse por la formación del Estado colombiano con pers-pectivas similares. Esto se ha dado especialmente en la bibliografía sobre el siglo XIX, y un buen ejemplo es el trabajo de James Sanders sobre la participación política popular en el Cauca (Sanders 2004 y 2009). Ampliando la mirada sobre lo político más allá de la acción de las élites, Sanders examina las maneras como los afroco-lombianos e indígenas caucanos utilizaron el lenguaje del republicanismo para defender sus propios intereses y lograron consolidar posiciones de negociación eficaces.

Para el siglo XX, Renán Silva ha sugerido que el estudio empírico de la política cultural de la República Liberal permite cuestionar la tesis generalizada del Estado au-sente en la historia de Colombia (Silva 2005). Aunque Silva no profundiza en esta propuesta, pues su trabajo no gira en torno al problema de la formación del Estado, su observación es muy sugestiva. Los mecanismos de acción y formación del Estado colombiano durante la Repúbli-ca Liberal que han recibido la mayor parte de la atención son los intervencionismos económico y laboral, pero poca atención hemos prestado a fenómenos como las políticas culturales como estrategias de fortalecimiento estatal. En el caso mexicano, la historiadora Mary K. Vaughan ha rescatado el papel fundamental que tuvo la política edu-cativa de la Revolución Mexicana, en cuanto permitió que en el diálogo entre gobernantes y gobernados se forjara un lenguaje compartido de expectativas, derechos, valo-res e identidades (Vaughan 1997). Vaughan hace esto exa-minando el nodo en el cual se entrelazaron las iniciativas del Estado, las personas encargadas de implementarlas y las comunidades a las que iban dirigidas, estudiando en detalle los casos de Puebla y Sonora. El trabajo que Silva ha iniciado, en general podría llevarse más allá al entrar en diálogo con miradas como ésta, y emprender el estu-dio de la implementación regional y local de las políticas culturales de la República Liberal.

El papel en este período de medios de comunicación como el cine, la radio y la reportería gráfica en la formación tanto del Estado como de la nación también es un campo

5 La literatura es muy amplia para desglosarla aquí, pero se pueden en-contrar balances extensos en Gilbert Joseph y Daniel Nugent (2002), en Mary Kay Vaughan (1999) y en Florencia Mallon (2003).

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con gran potencial. Algunos esfuerzos iniciales en este sentido se pueden encontrar en el dossier sobre historia de los medios de comunicación de la revista Historia Crítica, editado por Fabio López de la Roche (2005). La historia-dora Mary Roldán también está por publicar un trabajo muy prometedor que relaciona la tecnología de la radio con la formación nacional.

Estudiar el proyecto cultural de la República Liberal (sin asumir que se trataba de un proyecto ni de un Estado mo-nolítico, ni que tuvieran un alcance y poder excesivos) en relación con el contexto de cambios económicos y políticos que conocemos mejor, puede dar luces no solamente sobre el nacionalismo cultural sino sobre la relación entre el Es-tado liberal y la sociedad civil, y los mecanismos de domi-nación y resistencia. Además, los debates y negociaciones en torno a estas políticas constituyen un lugar importante para observar la práctica política de colombianos ordina-rios que se vincularon con ellas y, por ende, con el Estado. Cabe preguntarnos, por ejemplo, por la manera como di-ferentes sectores sociales (los intelectuales y artistas, los empresarios de la cultura y los consumidores) contestaron o reforzaron jerarquías políticas, sociales y económicas al participar en las políticas culturales. El caso de las polí-ticas culturales es sólo una de las posibilidades que sur-gen cuando consideramos la eventualidad de estudiar el funcionamiento del poder más allá de la acción política formal y de la dominación económica.6

La aplicación del análisis cultural para aproximarnos a la pregunta sobre la formación del Estado como el resultado de procesos de oposición y negociación ejemplifica la im-portancia que tiene no limitarnos a estudiar percepcio-nes desde lo discursivo sino más bien ponerlas en diálogo con la forma como éstas son integradas en la práctica a un conjunto de otras percepciones y acciones. Esta pre-ocupación por las subjetividades –las cuales son consti-tuidas desde la experiencia material y, al mismo tiempo, constitutivas de sí mismas– ha producido trabajos muy valiosos sobre la formación de identidades. Para el caso colombiano, los estudios de identidad de clase fueron iniciados por Mauricio Archila con su trabajo sobre la formación de la clase obrera. Archila hace énfasis en la importancia de atender a la experiencia obrera y sus expresiones culturales, sin omitir las posibilidades de acción que la estructura misma permite en un espacio y tiempo particulares (Archila 1991).

6 Existen estudios para otros países latinoamericanos que han demos-trado la fecundidad de esta mirada (Barr-Melej 2001; Ciria 1983; Jo-(Barr-Melej 2001; Ciria 1983; Jo-seph, Rubenstein y Zolov 2001; López 2010; Plotkin 2002; Rubenstein 1998; Vaughan 1997; Vaughan y Lewis 2006; Williams 2001).

Más recientemente, Abel Ricardo López se ha concen-trado en la poco estudiada clase media colombiana, buscando encontrar un equilibrio entre los factores es-tructurales que posibilitan o limitan la acción y las expe-riencias de vida cotidianas. Utilizando fuentes que van desde estadísticas y documentos oficiales hasta diarios, archivos personales, novelas e historias orales, López explora la manera como los empleados de oficina cons-truyeron su identidad de clase durante las décadas de 1930 y 1950 (López 2001). Posteriormente, se concentra en la formación de la clase media en Bogotá enmarcán-dola en el contexto interno del Frente Nacional y en el contexto transnacional de la Guerra Fría (López 2008). La importancia que tiene la interacción entre los universos mentales y los universos vividos para el estudio de la for-mación de identidades de clase media empieza a dar sus frutos en la historiografía de varios países latinoameri-canos, incluido Colombia (Adamovsky 2009; Barr-Melej 2001; Owensby 1999; Parker 1998).

En la última década han proliferado estudios de género que nos permiten ver la manera en que éste constituye las jerarquías de poder en distintas esferas. Trabajos como los de Donna Guy (1991 y 2009), Karin Alejandra Ro-semblatt (2000), el volumen editado por Gabriela Cano, Jocelyn Olcott y Mary K. Vaughan (2009), el editado por Daniel James y John French (1997) y el editado por Karina Inés Ramacciotti y Adriana Valobra (2004), entre otros, han demostrado, además, que las estructuras de género no son ni autónomas ni derivativas del poder económico y político. Para el caso colombiano, la literatura se ha am-pliado desde unos primeros trabajos descriptivos sobre la mujer y su experiencia hasta análisis mucho más ricos que tienen en cuenta las relaciones de poder implícitas en experiencias de vida –en el trabajo, la vida privada, y en la vida pública y política– que son atravesadas por el género (Farnsworth-Alvear 2000; Suescún 2005 y 2007).

En cuanto a la construcción de identidades y jerarquiza-ciones raciales, la historiografía colombiana para este período ha sido muy escasa. Aparte del trabajo de Peter Wade (Wade 2002) –cuyo énfasis no es la República Libe-ral pero se aproxima al período–, poco es lo que se ha exa-minado sobre la forma como las percepciones y acciones de individuos y grupos bajo la República Liberal estuvie-ron informadas por nociones de raza. Si bien el análisis de las relaciones raciales es incipiente, podemos llamar la atención del lector sobre el trabajo de autores como Ro-berto Pineda Camacho, quien examina la manera como se definió el problema indígena durante la República Li-beral, así como los inicios de la política indigenista en ese período (Pineda 2009). La historiografía de la cons-

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trucción de identidades raciales en Colombia puede enri-quecerse, además, siguiendo el ejemplo de autores como Robin Moore (1997) sobre la experiencia musical de la po-blación de ascendencia africana perteneciente a la clase trabajadora, entre 1920 y 1940, y su lugar en la cultura nacional cubana, y Alexander S. Dawson (2004), quien analiza la construcción de identidades raciales y el pro-yecto de nación en México durante el mismo período.

El análisis cultural que Moore (1997) y Dawson (2004) ofrecen sobre las ideologías y construcción de identidades raciales en Cuba y México es también útil a la hora de am-pliar nuestro conocimiento sobre la formación de la na-ción en el caso colombiano. La presión de la movilización popular que venía aumentando desde la década de 1920 obligó a los líderes de la República Liberal a proponer un proyecto nacional más incluyente. Como podemos recor-dar, la historiografía de los setenta y los ochenta tendió a desechar ese proyecto como simple manipulación po-pulista (ésta es la visión con perspectiva estructuralista). Evidentemente, los líderes liberales utilizaron el discurso del nacionalismo incluyente de manera estratégica. Sin embargo, a nuestro modo de ver, desechar ese discurso de manera tajante limita la posibilidad que tenemos de aproximarnos a dicho proyecto como un campo de resis-tencia y negociación en el que participaron también otros sectores de la sociedad. Por ejemplo, sabemos que em-pleados del Gobierno, intelectuales, artistas, maestros, empresarios y consumidores, entre otros, reforzaron y cuestionaron jerarquías políticas, sociales y económicas al participar del nacionalismo promovido por el régimen, ya sea porque creían en sus postulados, o porque lo mo-vilizaban como resultado de su participación en los pro-yectos del Estado (Cortés 2004; Díaz 2005; Muñoz 2009b y 2010; Sáenz, Saldarriaga y Ospina 1997; Silva 2005 y 2006; Suescún 2005). Estas discusiones son fundamenta-les para dar cuenta de las ambigüedades, las contradic-ciones y los matices del período que nos alejan de lecturas en blanco y negro. Para continuar complejizando nues-tras aproximaciones a la República Liberal, podríamos seguir el ejemplo de los estudios posrevisionistas de la Revolución Mexicana, los cuales han producido trabajos muy enriquecedores sobre el nacionalismo cultural (Béjar y Rosales 2005; Joseph, Rubenstein y Zolov 2001; López 2010; Pérez 2003; Vaughan y Lewis 2006).

Finalmente, dado que la formación de nación resulta de procesos que traspasan las fronteras políticas, sería muy interesante desterritorializar la noción de nación e incor-porar su formación en procesos transnacionales. Desde las artes hasta la política, los procesos nacionales son fil-trados por corrientes y eventos de escala internacional.

Para el caso de la política, Thomas Williford ha mostrado cómo la clase política, tanto liberal como conservadora, dialogó con corrientes ideológicas transnacionales y las utilizó en el contexto de las décadas de los treinta y cua-renta para hablar del otro y dar sentido a la realidad na-cional y sus tensiones políticas (Williford 2005a, 2005b). Esto es tan sólo un ejemplo de la medida en que procesos nacionales no se pueden circunscribir a dinámicas inter-nas excluyendo la perspectiva transnacional.

Finalmente, el análisis cultural también está haciendo posible el avance de interpretaciones enriquecedoras en el campo de las relaciones internacionales. La historiogra-fía reciente sobre Colombia ha ido más allá del enfoque político-económico tradicional que por mucho tiempo limitó su observación a los intercambios diplomáticos y comerciales (Bushnell 1967), para incorporar la cultu-ra no solamente como tema sino como herramienta de análisis, de tal manera que podamos así tener en cuenta la agencia y diversidad de actores en procesos de inter-cambio de ideas, productos, e ideologías y/o relaciones de poder en perspectiva internacional. Así lo demuestran la presencia en Colombia de científicos, filántropos, tu-ristas, misioneros, e innumerables productos de consu-mo que también hacen parte de la historia, tales como el cine de Hollywood, y que hemos examinado muy poco. Por ejemplo, en el caso de las relaciones Estados Unidos-Latinoamérica durante el siglo XX, el intercambio ha sido profuso y continuo. La colección de artículos reuni-dos en el volumen Close Encounters of Empire: Writing the Cultu-ral History of U.S.-Latin American Relations (Joseph, LeGrand y Salvatore 1998) es un excelente ejemplo del uso de nuevas fuentes y de la relectura de fuentes tradicionales desde el análisis cultural, para rescatar la participación de acto-res que no habían sido considerados. Los autores hicie-ron un esfuerzo por ver la cultura no sólo como elemento discursivo sino como herramienta para observar su fun-cionamiento práctico y sus efectos sobre las estructuras materiales de la sociedad. Los escasos trabajos que hay en este sentido para el caso colombiano, además de dos contribuciones al libro Close Encounters of Empire (LeGrand 1998; Suescún 1998), examinan las expediciones científi-cas extranjeras a Colombia y su papel en la configuración de relaciones de poder transnacionales (Quintero 2007 y 2011; Quevedo 2004; Muñoz 2009a).

Conclusión

El presente artículo es el primer intento que se ha hecho de brindar a lectores en las ciencias sociales y las huma-nidades una síntesis analítica de la literatura que hasta

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la fecha ha desplegado elementos propios del análisis cultural y ejemplificado lo que la historia cultural puede ofrecernos para el estudio del siglo XX en Colombia. Consideramos fundamental que se continúen esfuerzos como éste por poner en conversación de manera explícita a autores contemporáneos y sus antecesores, dado que ésta es la única manera de comprender el modo como este campo multidisciplinar crea su dominio de análisis.

Brevemente, queremos ofrecer al lector un balance gene-ral del aporte que el análisis cultural puede hacer, muy especialmente, a la historiografía del período y la Repú-blica Liberal. En primera instancia, como lo demuestran los estudios presentados en la segunda y tercera sección, nos permitiría continuar increpando las dicotomías que organizaron la experiencia y constituyeron el discurso de la modernidad durante el período. El cuestionamiento de estas dicotomías es fundamental, pues inadvertida-mente los investigadores corren el riesgo de reproducir-las en sus análisis e interpretaciones. Tal es el caso de las dicotomías liberal/conservador, tradicional/moderno, nacional/extranjero, resistencia/dominación y cultura de élite/cultura popular (Muñoz 2009b; Suescún 2005).

De igual manera, haría posible aliviar el período de la carga emocional que le ha sido impuesta, porque ha sido leído retrospectivamente como preámbulo de la Violencia (Suescún 2005). Además, nos recuerda que el cambio se manifiesta de muchas formas, y que no ne-cesariamente está condicionado por el conflicto, la crisis o la violencia tanto individual como colectiva (Suescún 2010). En este sentido, sería útil, además, para abrir las fronteras de estas dos décadas y articular las continuida-des y el cambio con las décadas que las antecedieron y las posteriores. Finalmente, utilizar la cultura como catego-ría de análisis debe presentar a los investigadores el reto de entender la manera en que ésta genera procesos más amplios de transformación, y no sólo los refleja o corre paralela a éstos (Sommer 2005).

A título de recomendación, queremos enfatizar que, si bien el análisis cultural llama la atención sobre algunas limitaciones de las miradas estructuralistas, esto no sig-nifica que se pueda deshacer de dichas miradas o que no reconozca sus propios límites. El reto es integrar ambas tendencias en una síntesis más rica: atender a la manera como las percepciones, las subjetividades, los símbolos y la agencia dan forma al mundo social y a sus relaciones de poder, pero sin pasar por alto las condiciones mate-riales que también son determinantes. Igualmente, no se trata de estudiar ideas, narrativas, valores, actitudes y aspiraciones de manera independiente de las prácti-

cas, las instituciones y la materialidad; se trata de ver cómo éstas se constituyen mutuamente en cuanto prác-ticas en sí mismas. El análisis cultural debe escapar del riesgo de quedarse en el análisis del discurso o sobresti-mar el poder de los subalternos, o ignorar los límites que puede imponer la estructura (si bien ésta está en conti-nua transformación), intentando al menos buscar algún equilibrio entre la estructura y la agencia.

Además, es deseable que el análisis cultural se concen-tre en procesos, y no exclusivamente en la cristalización del cambio. Por ejemplo, al estudiar la República Liberal buscando únicamente expresiones de cambio, nos pode-mos enfrascar en discusiones que sólo tienen dos salidas: triunfo o fracaso. Son los procesos los que nos acercan a la trama de la experiencia humana.

Referencias

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Catalina Muñoz Rojas, María del Carmen Suescún Pozas

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por Thomas J. Williford**

* LainvestigaciónparaesteartículosehizoconunabecadelaComisiónFulbright,en2004;conUniversityFellowshipdeVanderbiltUniversity,en2005,yduranteunañosabáticodeSouthwestMinnesotaStateUniversity,en2010-2011.

** Ph.D.enHistoriadeAméricaLatinadelaVanderbiltUniversity,EstadosUnidos.ProfesorasociadodeHistoriaenSouthwestMinnesotaStateUniversity,EstadosUnidos.Correoelectrónico:[email protected]

Aspectos del debate sobre la ‘cuestión religiosa’ en Colombia, 1930-1935*

RESUMENLos veredictos de los dos partidos tradicionales colombianos sobre la “cuestión religiosa” implicaron que los más fuertes de-fensores de la Iglesia fueran conservadores y los más anticlericales fueran liberales. La elección de Olaya Herrera, presidente liberal, en 1930 les dio esperanzas a quienes querían construir un país más laico, después de casi cincuenta años de gobiernos conservadores aliados con el clero. Sin embargo, los presidentes de la República Liberal querían evitar un conflicto eclesiásti-co; ciertos anticlericales impulsaron desde la prensa y desde sus puestos políticos una discusión sobre la “cuestión religiosa”. La alta jerarquía eclesiástica se sentía amenazada, y decidió organizar un Congreso Eucarístico Nacional, que se celebró en agosto de 1935, como muestra colectiva de fuerzas para hacerles frente a los descreídos. La mayoría izquierdista del Concejo municipal de Bogotá envió al Congreso un despectivo telegrama; esa misiva y la reacción que provocó en los miembros del clero aunaron los temas y los miedos de los actores de los dos extremos del debate, acallando las voces más moderadas. Los opositores se convirtieron en caricaturas y el discurso político se inclinó aún más hacia un “diálogo de sordos” empleando una retórica de violencia y eliminación.

PALABRASCLAVERepública Liberal, Iglesia católica, La Violencia, anticlericalismo.

Fecha de recepción: 16 de junio de 2011Fecha de aceptación: 4 de agosto de 2011Fecha de modificación: 15 de septiembre de 2011

Debating the “Religious Question” in Colombia, 1930-1935

ABSTRACTOne of the few consistent ideological differences between Colombia’s two traditional parties revolved around the “religious question.” The strongest defenders of the Church were Conservatives while Liberals were the most anti-clerical. The election of Olaya Herrera, a Liberal, as president in 1930 gave hope to those who wanted a more secular country after almost fifty years of Conservative governments allied with the clergy. However, since the presidents of the Liberal Republic wanted to avoid a religious conflict, various anti-clerical militants forced a discussion about the “religious question” in the press and from their political offices. The Church hierarchy felt threatened and decided to organize a National Eucharistic Congress in August 1935 as a collective show of force. The leftist majority in the Bogotá municipal council sent the Congress a disrespectful telegram; their message, and the reaction to it by members of the clergy, solidified the opinions and fears on both extremes in the debate about the Church’s role in Colombian society, pushing more moderate voices aside. The opposition became a caricature in the increasingly violent rhetoric and the two sides stopped listening to each other in an atmosphere of mutual fear and mistrust.

KEYWORDSLiberal Republic, Catholic Church, The Violence, Anticlericalism.

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Durante la República Liberal (1930-1946) en Co-lombia, los gobernantes estaban intentando reforzar la presencia del Estado para afrontar los retos y los asuntos relacionados con los fenómenos de la industrialización, la urbanización y la concentración de la tierra, entre otros; esa época coincidió con el crecimiento del Estado en países de todo el mundo. Pero la República Liberal también fue la antesala de La Violencia (1946-1964), época en la cual militantes de los dos partidos tradicionales –el Liberal y el Conservador– asesinaron y masacraron a cientos de miembros de la colectividad del partido opues-to. En adición al fortalecimiento del Estado, la estructura discursiva necesaria para inspirar y justificar La Violencia se desarrolló durante la República Liberal, reforzando ciertos tropos de las décadas anteriores y agregando otros nuevos, inspirados en los acontecimientos nacionales e internacionales. Los dos fenómenos ocurrieron a la vez: casi todos los intentos de los liberales en el gobier-no para cambiar políticas de las administraciones ante-riores chocaron con la oposición de algunos sectores del Partido Conservador y de sus aliados entre los prelados y clérigos de la Iglesia católica. Fue ahí cuando la deshu-manización del “otro” en la retórica política colombiana se agudizó tanto, que justificó las masacres posteriores cometidas por los protagonistas de la violencia política. (Apter 1997; Pécaut 1987; Taussig 1992; Williford 2009a).

Aspectos do debate sobre a “questão religiosa” na Colômbia, 1930-1935

RESUMOOs veredictos dos partidos tradicionais colombianos sobre a “questão religiosa” pressupunham que os mais fortes defenso-res da Igreja fossem conservadores e os mais anticlericais, liberais. A eleição de Olaya Herrera, presidente liberal, em 1930, deu esperanças aos que queriam construir um país mais laico, depois de quase cinquenta anos de governos conservadores aliados ao clero. Contudo, os presidentes da República Liberal queriam evitar um conflito eclesiástico; certos anticlericais impulsionaram, a partir da imprensa e dos seus postos políticos, uma discussão sobre a “questão religiosa”. A alta hierarquia eclesiástica se sentia ameaçada e decidiu organizar um Congresso Eucarístico Nacional, que se celebrou em agosto de 1935, como amostra coletiva de forças para lidar com os descrentes. A maioria esquerda do Congresso municipal de Bogotá enviou ao Congresso um depreciativo telegrama; essa missiva e a relação que provocou nos membros do clero uniram os temas e os medos dos atores dos dois extremos do debate, fazendo calar as vozes mais moderadas. Os opositores se converteram em caricaturas e o discurso político se inclinou ainda mais a um “diálogo de surdos”, empregando uma retórica de violência e eliminação.

PALAVRASCHAVERepública Liberal, Igreja católica, a violência, anticlericalismo.

Este artículo enfoca algunos aspectos de la llamada “cuestión religiosa”, un tema que inspiró ciertos tropos de retórica violenta, con reclamos de conspiración.1 La oposición era presentada como parte de una conspiración internacional nefasta que pretendía acabar con la patria: o como protagonista de un complot para frenar y contra-riar el progreso, en liga con las fuerzas derechistas del fascismo y de la Iglesia católica, o como maquinadora de un intriga anticristiana de judíos, masones y bolchevi-ques creada con el fin de destruir las tradiciones católicas del pueblo. Tal retórica política, repetida por años para animar el rango y la fila, especialmente durante las fre-cuentes temporadas electorales, adicionó razones para la violencia política, y cada elección terminó con heridos

1 Una de las pocas diferencias políticas entre los dos partidos desde su fundación en los años 1840 era la opinión sobre el papel de la Igle-sia en la sociedad colombiana: los liberales estaban siempre a favor de una separación más marcada entre la Iglesia y el Estado, y los conservadores abogaban por un rol más oficial para la religión cató-lica. Aunque existían debates dentro de cada partido sobre el grado de participación del clero en la política, en la educación y en la vida nacional, los más fuertes defensores de la Iglesia estaban en el Par-tido Conservador, mientras que los más radicales anticlericales eran militantes del Partido Liberal. Por ejemplo, el artista Ricardo Ren-dón publicó en El Tiempo caricaturas contra del poder de la Iglesia en los años veinte del siglo XX, y fue una de las más importantes voces anticlericales durante la campaña de Olaya (Colmenares 1998; Uribe 1985). En cuanto a otros temas económicos, sociales y políticos, siem-pre existían facciones dentro de los dos partidos que con frecuencia estaban de acuerdo con sus homologas en el otro partido; aún en los años treinta, terratenientes de los dos partidos estaban unidos en su oposición a una reforma agraria (Tirado 1981).

Aspectos del debate sobre la ‘cuestión religiosa’ en Colombia, 1930-1935Thomas J. Williford

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y muertos.2 La estructura discursiva estaba bien erigida cuando una violencia política más generalizada estalló al final de la República Liberal, en 1946.

Aunque muchos estudios se concentran en lo que se es-cribía o se decía justo antes o después de 1946, se puede observar claramente el desarrollo de los tropos de la retórica violenta durante los primeros años de la Repú-blica Liberal.3 Después de la elección, en 1930, de En-rique Olaya Herrera como el primer presidente Liberal en casi cincuenta años, algunos políticos liberales que-rían reformar las relaciones entre el Estado y la Iglesia abriendo espacios más seculares y neutrales en el aspec-to religioso, en temas como las leyes sobre el matrimo-nio, la instrucción pública y el control de los territorios menos poblados del país, cuestiones todas tratadas por los gobiernos conservadores anteriores, en la Constitu-ción de 1886, y también en el Concordato con El Vatica-no, firmado en 1887 (Safford y Palacios 2001). Aunque algunos clérigos, incluidos algunos obispos, estaban dispuestos a discutir tales temas con el fin de alcanzar un acuerdo, otros vieron cualquier cambio como un intento de atacar a un país que ellos creían netamente católico y creyente. También existían divisiones entre los liberales: mientras que los presidentes Olaya Herrera y Alfonso López Pumarejo (elegido en 1934) preferían evi-tar la “cuestión religiosa”, otros políticos de su partido impulsaron un debate más abierto, aprobando leyes contra el poder local y departamental de la Iglesia, espe-cialmente en la instrucción pública.

El período tratado en este artículo, 1930 a 1935, comien-za con la elección de Olaya Herrera –momento esperado hacía décadas por los liberales– y termina con el Segun-do Congreso Eucarístico Nacional en Medellín, un certa-men de fervor religioso que reunió a miles de peregrinos llegados de todo el país, no solamente en la capital an-tioqueña, sino también en iglesias de toda Colombia, en ritos celebrados en el mismo momento; y también en los hogares, por medio de la radiodifusión. Un enfoque en esos años revela que los reclamos de conspiración contra

2 El sentimiento partidista en Colombia en esa época también fue re-forzado por ritos y actos públicos que honraron a los héroes y mártires de las guerras civiles partidistas del siglo anterior. La identificación con un partido u otro casi siempre venía de la tradición familiar, aunque la urbanización en el siglo XX abrió la oportunidad a los nue-vos inmigrantes del campo de cambiar sus lealtades partidistas, así como otras tradiciones. Esto favoreció al Partido Liberal: dado que los liberales estaban en la oposición, eran vistos como una mejor opción que los conservadores en el Gobierno, para afrontar los problemas de los recientes cambios en la sociedad (Archila 1991).

3 Véanse, por ejemplo, Acevedo (1995) y Perea (1996).

el “otro” estaban bien establecidos antes de 1936, año en que aparecieron la emisora Voz de Colombia y el diario El Siglo, medios de comunicación manejados por los con-servadores, bajo la dirección e inspiración de Laureano Gómez, que se organizaron y expandieron por todo el país. Estos medios empezaron rápidamente a promover la idea de que los liberales formaban parte de la conspi-ración judío-masónica.4 Hasta este punto, el polémico dirigente conservador no había desempeñado un papel importante en los debates sobre la “cuestión religiosa” entre 1930 y 1935, y proponía una actitud gandhiana frente a la violencia política y al fraude electoral contra los conservadores, y apoyaba la abstención electoral que comenzó con los comicios de 1933. Gómez concentró en esos años sus críticas al “régimen” liberal por la corrup-ción política y el mal manejo de las relaciones exterio-res; fue precisamente durante un debate en el Senado sobre el Protocolo de Río, que terminó la guerra entre Perú y Colombia, cuando Gómez tuvo un derrame cere-bral (Ayala 2007; Henderson 2001). Pero sólo hasta 1936 empezó a reclamar que los liberales colombianos hacían parte de una conspiración anticristiana internacional (Williford 2005).5

Los tropos retóricos difundidos por Laureano Gómez en 1936 en su periódico ya existían en los primeros años de la República Liberal. Para muchos militantes de los dos partidos, su contrario era visto como una masa deshu-manizada, como un monolito. La “Iglesia” estaba en contra del progreso (a pesar de las divisiones que eran obvias dentro de esa institución), o el “Partido Liberal” era anticristiano y sus miembros se enfrentaban acti-vamente a las tradiciones sagradas del pueblo (a pesar del gran grupo de moderados que se encontraba entre ellos). Con el añadido en los años siguientes de otros incidentes nacionales e internacionales, los protago-nistas de La Violencia estaban equipados con una es-tructura discursiva bien manejada para justificar sus acciones después de la elección presidencial del con-

4 Los dos medios aparecieron en febrero de 1936 (Williford 2005). Ver Carta, Laureano Gómez a Samuel Mejía, O.P., 11 de diciembre de 1935, Archivo Dominicano, Bogotá, Fondo San Antonino [Archivo Dom.], Sec-ción Conventos, Subsección Chiquinquirá, Caja 2, Carpeta 1, Folio 54.

5 En junio de 1936 apareció el primer reclamo de un complot militar en contra del gobierno liberal, inspirado en parte por la imagen presen-tada en los medios conservadores de una administración liberal, bajo el presidente Alfonso López Pumarejo, revolucionariamente peligro-sa y anticristiana: este “ruido de sables” fue seguido por el comienzo de la Guerra Civil Española unas pocas semanas después, certamen que sirvió en Colombia como una metáfora para los debates entre los dos partidos tradicionales, con resultados violentos cuando los mili-tantes partidistas decidieron tomar las armas y defender sus posicio-nes, igual que en España (Williford 2009a y 2009b).

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servador Mariano Ospina Pérez, acontecimiento que acabó con la República Liberal en 1946. En la retórica, los militantes del partido opuesto habían sido comple-tamente deshumanizados.

Para ver hasta qué punto llegó el desarrollo del discur-so político en los primeros años de la República Liberal, empezaremos en agosto de 1935, con el Segundo Con-greso Eucarístico Nacional, en Medellín, en donde se reunieron por lo menos 300.000 fieles católicos y casi todos los prelados de Colombia. El evento fue organi-zado por la jerarquía eclesiástica para reanimar a los feligreses y mostrar la fuerza de la Iglesia colombiana frente a la “cuestión religiosa”. El Congreso culminó el 18 de agosto a las 4:30 pm con una gran procesión, en la que el Santo Sacramento desfiló en una carroza es-pecial; el acto fue repetido en ese mismo momento por sacerdotes y fieles en toda Colombia (Congreso Eucarís-tico Nacional de Colombia 1935). Durante el evento fue leída una Pastoral Colectiva de los obispos que expresa-ba su opinión sobre el divorcio y la escuela laica, temas que ya habían sido tratados por la Cámara y el Senado como proyectos de ley del orden nacional. Terminado el desfile, el arzobispo de Bogotá (y primado de Colom-bia), Ismael Perdomo, bendijo la asamblea por última vez. El arzobispo administrador de Medellín, Tiberio J. Salazar y Herrera, cerró el certamen agradeciendo a los involucrados en su organización.6 La última palabra, sin embargo, le correspondió al joven arzobispo adju-tor de Bogotá con derecho de sucesión, Juan Manual González Arbeláez, quien subió hasta la tarima de los micrófonos para leer un telegrama enviado por el Con-cejo de Bogotá. Los concejos municipales, las asambleas departamentales y el Congreso nacional habían enviado sendos telegramas al Congreso Eucarístico expresando sus buenos deseos y su apoyo; casi todas esas legislatu-ras tenían solamente representantes liberales, a raíz de la abstención conservadora durante las elecciones re-cientes (Ayala 2007).7 El mensaje del Cabildo capitalino,

6 “La apoteosis de la Sagrada Eucaristía en Medellín: 400.000 per-sonas se prosternaron al paso del Santísimo Sacramento; El pue-blo colombiano reafirma su decisión de defender la santidad del matrimonio y la educación religiosa; Enérgica respuesta de los prelados a la moción del concejo municipal de Bogotá”, El País [Bo-gotá], 19 de agosto de 1935, pp. 1-2, 4, 6; “Mañana se clausura el Congreso Eucarístico; Procesiones en todo la República”, El Colom-biano [Medellín], 17 de agosto de 1935, pp. 1, 7; y “300.000 personas asistieron a la clausura del Congreso Eucarístico; Ciento cincuenta mil hombres en la Marcha de Antorchas el Sábado”, El Colombiano, 19 de agosto de 1935, p. 1.

7 Las elecciones para las asambleas departamentales y el Congreso na-cional tuvieron lugar en febrero y mayo, respectivamente; dado que los comicios para los concejos municipales iban a tener lugar en octu-

aprobado por la mayoría liberal izquierdista, ya había sido publicado en la prensa el día anterior.8 Sin embar-go, leído al final del Congreso Eucarístico, causó una gran polémica:

El Concejo de Bogotá, declara: Que habría votado gusto-samente una proposición de saludo a los directores del movimiento religioso que ha culminado en Medellín, con la celebración del Congreso Eucarístico, siempre y cuando que los altos prelados colombianos que orien-tan las actividades de la Iglesia Romana entre nosotros, hubieran hecho alguna manifestación en el sentido de definir los siguientes problemas que se relacionan con el actual momento histórico del país:

Primero.—Reforma del Concordato sobre la base de equiparar, cuando menos, la soberanía espiritual de la Iglesia y del Estado;

Segundo.—Establecimiento de la educación laica, gra-tuita, y obligatoria;

Tercero.—Adopción del divorcio vincular;

Cuarto.—Reconocimiento exclusivo de las autoridades colombianas en materias jurisdiccionales, relativas al estado civil de las personas; y

Quinto.—Supresión de las misiones catequizadoras de carácter eclesiástico

(Congreso Eucarístico Nacional de Colombia 1935, 113-114).

Los “problemas” señalados en el telegrama representa-ban las demandas, desde 1930, de algunos políticos li-berales del sector autodenominado de “izquierda” frente a la “cuestión religiosa”. Sólo faltaba “la expulsión de la Compañía de Jesús” –los jesuitas–, tema que había sido debatido también en los meses anteriores.

Después de leer el mensaje, González Arbeláez leyó la res-puesta de los prelados al Concejo de la capital:

No nos hace falta ni aceptamos un tal saludo comprado con la prevaricación y el envilecimiento. Somos obis-pos católicos, defensores de la Fe que ha hecho vivir y ha engrandecido a Colombia. Tomen nota los miembros

bre, muchos cabildos, incluido el de Bogotá, todavía tenían represen-tación conservadora Ayala (2007, 156-159, 173-176).

8 “El cabildo negó un saludo a los prelados católicos”. El País, 17 de agosto de 1935, 1 - 7.

Aspectos del debate sobre la ‘cuestión religiosa’ en Colombia, 1930-1935Thomas J. Williford

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del Concejo Municipal de Bogotá que aprobaron esa infamia, que de manera rotunda, definitiva, inflexi-ble, villana, insolente que llega a nuestras manos en momentos en que se lee el mensaje del episcopado colombiano al pueblo ardiente de amor por la Eucaristía y que acaba de jurar ante el Templete Eucarístico, actualmente convertido en corazón y alma de Colom-bia, adoración, fidelidad a Dios y amor a la Iglesia y al Romano Pontífice, a trueque del sacrificio de la paz, de la sangre y de la vida (Congreso Eucarístico Nacional de Colombia 1935, 114).

Aunque el mensaje de los prelados iba dirigido al Cabildo capitalino, leído en la agitada voz de González Arbeláez –y escuchado no solamente por las masas emocionadas del Congreso Eucarístico sino por muchos de los radioyentes del país– sonó como una declaración de guerra al liberalismo en general, y fue entendido así tanto por conservadores como por liberales.9 Para muchos seguidores de la Iglesia y, por ende, del Partido Conservador, el telegrama del Concejo de Bogotá fue la evidencia de que el partido de gobierno estaba determinado a destruir la civilización cristiana. Los demás telegramas de apoyo enviados por otros liberales no fueron considerados, como tampoco lo fue el hecho de que uno de los dos Presidentes Honorarios del Congreso Eucarístico era el presidente liberal, Alfonso López Pumarejo,10 quien, como la gran mayoría de liberales, había rechazado el men-saje del Concejo de Bogotá. En otra época, semejante comu-nicación tal vez hubiera sido ignorada, pero los temores de algunos conservadores y clérigos, destapados en la elección de 1930, resaltaron el telegrama de los concejales bogota-nos como una muestra de las verdaderas intenciones de los gobernantes liberales.

Mientras tanto, para muchos de los activistas de izquier-da, el telegrama del Concejo era una respuesta “varonil”

9 Cartas al Concejo. “La apoteosis de la Sagrada Eucaristía…”, El País, 19 de agosto de 1935, pp. 1-2, 4, 6; “Un trascendental manifiesto del Directorio Nacional: ‘El partido renuncia a todo menos a la defensa de la fé’”, El País, 20 de agosto de 1935, pp. 1, 9; “Gran sensación causó en Bogotá el discurso de Monseñor González; En los círculos sociales y políticos se considera que ya se ha declarado la guerra religiosa en el país”, El Colombiano, 19 de agosto de 1935, p. 1; y “Notas Editoriales: El Estado, la Iglesia y la cuestión religiosa”, El Tiempo [Bogotá], 20 de agosto de 1935, p. 4.

10 “Decreto Nos Manuel José Cayzedo de 21 noviembre 1934”, La Iglesia [Bogotá] marzo de 1935, p. 93. López había expresado su deseo de asis-tir el Congreso, pero, no por casualidad, la Dirección Nacional Liberal había organizado la Convención Liberal en Bogotá durante las mis-mas fechas. Aunque no mostró ninguna hostilidad hacia los prela-dos, la Convención Liberal aprobó “el divorcio vincular” como parte de su plataforma oficial. “Cosas del Día: El Congreso Eucarístico”, El Tiempo, 16 de agosto de 1935, p. 5; “Sección Editorial: El Congreso Eu-carístico y la Convención Liberal”, El País, 16 de agosto de 1935, p. 3.

a los curas, a quienes no solamente veían demasiado me-tidos en la política partidista, sino también como los res-ponsables del atraso cultural del país, gracias al control que ejercían sobre la moralidad y la instrucción pública. Durante estos días, el Concejo capitalino recibió varios telegramas y cartas de apoyo enviados desde todo el país.11 Estos anticlericales, sin embargo, ignoraban las divisio-nes que existían dentro del mismo clero, que había sido tan pujante durante la campaña presidencial de 1930, cuando el nuevo primado de Colombia, Ismael Perdomo, vaciló entre su apoyo a Alfredo Vázquez Cobo o a Guiller-mo Valencia. El Primado no se sentía tan cómodo con el “deber” de escoger el candidato oficial del Partido Con-servador, como había sentido su antecesor Bernardo He-rrera Restrepo, y quería que los políticos conservadores tomaran la decisión final. Sin una señal del arzobispado de Bogotá, los obispos y párrocos no tenían un candidato oficial a quién hacerle propaganda desde sus púlpitos, como había ocurrido en otras elecciones, y se encontra-ron tan divididos como los mismos conservadores. El resultado fue la elección de Olaya Herrera (Latorre 1989; Restrepo 1971). Aunque por un momento el Congreso Eu-carístico unió a los prelados y a los fieles, también puso en evidencia las divisiones entre moderados e intransi-

11 Véanse, por ejemplo, Carta, Roberto Barrero V. y otros 4, Girardot, al Señor Presidente y demás Miembros del H. Concejo Municipal, Bogotá, 19 de agosto de 1935, en Archivo de Bogotá, Fondo Concejo Municipal [Archivo Bogotá], “Memoriales y Notas, 1935”, Tomo I A-Ch, 604-3747, folio 354; Telegrama, Presidente Tomás Valderra-ma y concejales, Concejo Municipal de Frontino, Ant., al Concejo Municipal de Bogotá, El Tiempo, El Espectador, Diario Nacional, 19 de agosto de 1935, Archivo Bogotá, “Memoriales y Notas, 1935”, Tomo II C-I, 604-3748, folio 16; Telegrama, Presidente, Concejo de Betu-lia, Ant., Belisario Arando, al Concejo Municipal de Bogotá, 19 de agosto de 1935, Archivo Bogotá, “Memoriales y Notas, 1935”, Tomo II C-I, 604-3748, folio 17; Telegrama, Presidente, Concejo Munici-pal de Ansermanuevo, Valle, A. Montoya C., al Presidente, Con-cejo Municipal de Bogotá, 20 de agosto de 1935, Archivo Bogotá, “Memoriales y Notas, 1935”, Tomo II C-I, 604-3748, folio 19; Tele-grama, Presidente del Concejo Municipal de Armenia, Caldas, al Presidente Concejo Municipal de Bogotá, 23 de agosto de 1935, Archivo Bogotá, “Memoriales y Notas, 1935”, Tomo II C-I, 604-3748, folio 33; Carta, Miguel A. Fajardo, Secretario, Casa Liberal de Ocaña, N. de Sant., al Señor Presidente del Concejo Munici-pal de Bogotá, 25 de agosto de 1935; Archivo Bogotá, “Memoriales y Notas, 1935”, Tomo II C-I, 604-3748, folio 40; Carta, F. Alfredo Arango, Presidente del Concejo Municipal de Istmina, Chocó, al Presidente del Concejo Municipal de Bogotá, 27 de agosto de 1935, Archivo Bogotá, “Memoriales y Notas, 1935”, Tomo II C-I, 604-3748, folio 45; y Carta, Medardo Buchelt Chaves, Secretario, Jefatura de la 3ª Zona Comité “Modesto Santander H”, Pasto, Nariño, al Pre-sidente y demás miembros del H. Concejo Municipal de Bogotá, 26 de agosto de 1935, Archivo Bogotá, “Memoriales y Notas, 1935”, Tomo II C-I, 604-3748, folio 90. También recibió comunicaciones que rechazaban lo expresado en su telegrama. Véase, por ejem-plo, Carta, Misael Osorio, Secretario del Concejo Municipal de Envigado, al Señor presidente del Concejo Municipal de Bogotá, 21 de agosto de 1935, Archivo Bogotá, “Memoriales y Notas, 1935”, Tomo II C-I, 604-3748, folios 81-82.

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gentes dentro de la jerarquía eclesiástica, representados estos últimos, especialmente, por la figura del arzobispo adjutor, González Arbeláez.

La jerarquía eclesiástica colombiana decidió realizar el Congreso –el primero desde 1913 (Congreso Eucarísti-co Nacional de Colombia 1914)– durante la Conferencia Episcopal de julio-agosto de 1933. Los prelados se com-prometieron, frente al “Sacratísimo Corazón de Jesús”, a organizarlo “como un homenaje nacional de reparación y de súplica y en forma de voto, para implorar vuestra es-pecial protección en las difíciles circunstancias en que se halla nuestra Patria”.12 Según los prelados, existían mu-chos retos para la tradición cristiana del país, incluidas las propuestas para establecer una educación pública, laica y mixta, y el matrimonio civil.13 Aunque no esta-ban explícitos en sus documentos oficiales, para muchos esos retos existían, debido a la entrada más amplia de los liberales en el gobierno, a raíz de la elección de 1930.

Olaya Herrera y su administración, sin embargo, evita-ron por completo la “cuestión religiosa”. Olaya no sola-mente contaba con el apoyo de su partido, sino también con el de un sector del Partido Conservador; contrario a otros políticos liberales, a lo largo de los años veinte, Olaya había servido en las administraciones conservado-ras (como embajador en Washington), y por ello había sido respaldado durante su campaña por algunos viejos conservadores “republicanos” liderados por el expresi-dente Carlos E. Restrepo. Para mantener ese apoyo, su campaña electoral y su gobierno no tomaron ninguna decisión en contra del clero y sus intereses.14 Sin embar-go, dada la existencia histórica de un ala fuertemente anticlerical dentro del liberalismo, rápidamente sur-gieron las exigencias de algunos liberales para que la “cuestión religiosa” empezara a discutirse, a pesar de la actitud conciliadora del gobierno de Olaya.

Para muchos conservadores y clérigos, la administración de Olaya y el control liberal sobre el Gobierno nacional iban a ser temporales: Olaya había sido elegido por una pluralidad, y los conservadores todavía contaban con la mayoría de los sufragios. Los resultados de las tres elec-

12 “Decreto Nos Manuel”, 91.

13 “Pastoral Colectiva de los Excelentísimos y Reverendísimos señores Arzobispo de Bogotá, Primado de Colombia, Obispos, Vicarios y Pre-fectos Apostólicos, con ocasión de la Conferencia Episcopal reunida en Bogotá, en el año de 1933”, La Iglesia, agosto de 1933, pp. 234-253. Ver, también, Arias (2003).

14 Carlos E. Restrepo fue ministro de Gobierno en el primer gabinete de Olaya (Latorre 1989).

ciones legislativas de 1931 parecían probar esta tesis, aunque en ese momento existía el miedo de que tal vez los liberales fueran a ganar. Por ejemplo, después de las elecciones para asambleas departamentales de febrero, los dominicos de Tunja recibieron una noticia prove-niente del claustro Santa Inés de Bogotá que anunciaba la muerte de una joven novicia: “Esta Novicia, estando sana, ofreció su vida al Señor para que no permitiera el triunfo de los liberales en las Elecciones del día 1º del mes en curso. No triunfaron, y el dueño de las almas le aceptó el sacrificio”.15

Aparentemente, “el dueño de las almas” no había in-tervenido a favor de los conservadores en las elecciones de 1933. Bajo la centralizadora Constitución de 1886, el Presidente seleccionó a todos los gobernadores de los departamentos, quienes, por su parte, nombraron a los alcaldes de los municipios. Dado que los gobernantes es-taban encargados de la fuerza pública de sus jurisdiccio-nes, el cambio de gobierno de 1930 implicó también el cambio de policías conservadores por liberales. Ya para los comicios legislativos de 1931, las mayorías liberales comenzaron a imponerse en algunos municipios donde antes no estaban,16 especialmente en los límites entre Boyacá y Santander, donde la Policía “liberalizada” se apoderó de los registros electorales y cometió masacres y otros actos de terrorismo contra los campesinos con-servadores (Guerrero 1991).17 Los excesos cometidos por la Policía impulsaron la organización de grupos de auto-defensa, dejando como resultado una guerra civil entre 1931 y 1933, con cientos de muertos y miles de desplaza-dos. Los liberales surgieron como el partido de las ma-yorías en las asambleas departamentales de Boyacá y Santander en las elecciones de 1933 (Guerrero 1991). Por

15 Vicente Cayetano Rojas, Libro de Crónicas. Convento Tunja, 1931-1949 (crónica no publicada), Archivo Dom., Sección Conventos, Subsección Libros-Crónicas, Caja 2, Carpeta 2, folio 1, p. 2, 11 de febrero de 1931.

16 En algunos casos, estos cambios fueron justificados por liberales porque los gobiernos conservadores jugaron de este modo con la Po-licía para garantizar su hegemonía electoral en ciertas regiones y municipios que eran de mayoría liberal. Por eso, en los años veinte algunos de los políticos liberales discutieron abiertamente “que el modo de luchar contra el fraude conservador era hacer el fraude liberal” (Molina 1989, 223).

17 En esa época murieron violentamente dos párrocos, pero esas muer-tes no fueron una causa célebre ni para los militantes conservadores ni para el clero intransigente, quienes denunciaron otros abusos contra el clero ocurridos a raíz del conflicto (Guerrero 1991; Latorre 1989). También, “Molagavita”, Mensajero del Sagrado Corazón de Jesús [Bo-gotá] [Mensajero], agosto de 1931, p. 385; “De la Pastoral de Excmo. Sr. Obispo de Nueva Pamplona”, Mensajero, marzo de 1932, pp. 109-111; Luis R. David, “Intención General: La paz de Cristo en el reino de Cristo”, Mensajero, enero de 1933, pp. 3-13; “Pastoral Colectiva…”, La Iglesia, agosto de 1933, p. 242; y “Continúa muy grave la situación en N. Boyacá”, El País, 8 de octubre, de 1934, p. 1.

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falta de garantías, la Dirección Nacional Conservadora, dirigida por Laureano Gómez desde 1932, declaró la abs-tención electoral en los comicios presidenciales de 1934 (Henderson 2001).

Aunque durante la administración de Olaya estalló en algunas provincias la violencia política, la mayor parte del clero no vio en el Presidente una amenaza para sus intereses. Incluso, algunas veces –como el 31 de julio de 1931, cuando asistió a la clausura del Colegio San Barto-lomé, en Bogotá, igual que lo habían hecho los presiden-tes conservadores en años anteriores– se mostró amigo de los religiosos. El colegio era dirigido por los jesuitas; cuando Olaya tomó la palabra, declaró: “[…] todos debe-mos unirnos para elevar nuestros votos por su creciente grandeza y agradecerles su constante labor en bien de la Patria. Todas las generaciones de Colombia, cuál más cuál menos, son deudores a los hijos de San Ignacio [el fundador de la Compañía de Jesús] […]”.18

Esta afirmación iba completamente contra la opinión de los anticlericales de su partido, quienes abogaban, para bien de la nación, por la expulsión de la Compañía de Jesús. Como veremos, ellos pensaban que los jesuitas eran un grupo internacional nefasto que conspiraba en secreto contra el liberalismo y el progreso, utilizando sus colegios y universidades como instrumentos para conse-guir y formar adeptos.

Entre otros medios de comunicación, el debate sobre la “cuestión religiosa” fue impulsado por la Revista Masóni-ca, que apareció por primera vez a la venta en las calles de Bogotá en agosto de 1931. A su director, Luis Eduardo Nieto Caballero, le bastó sólo un año de gobierno liberal para lanzar una publicación tan atrevida, aunque Olaya Herrera se mostraba amigo de los clérigos. Los francma-sones colombianos estaban a favor de la tolerancia reli-giosa, del librepensamiento y de una educación pública más laica, ideas que eran comunes entre los hermanos masones de Europa, Norteamérica y el resto de América Latina.19 No es sorprendente que, después de 1886, las lo-

18 “Los actos del colegio: El Excelentísimo Señor Presidente de la Repúbli-ca en San Bartolomé”, Juventud Bartolina [Bogotá], agosto y septiembre de 1931, pp. 663-664. Un libro de la Compañía en Colombia publicado en 1940 recordó que “el Sr. Olaya Herrera se portó con la Compañía de modo no sólo caballeroso sino benévolo; y mostró más de una vez simpatía y afecto para con los jesuitas” (Restrepo 1940, 345-346).

19 Los masones fueron muy activos en Colombia durante la época de la Independencia: Simón Bolívar fue masón, así como Francisco de Paula Santander (Martínez 1978). Durante el siglo XIX, los papas condenaron la masonería una vez tras otra, especialmente el papa Pío IX (1846-1878), quien culpó a la sociedad secreta de la pérdida de los territorios de la Santa Sede durante la unificación de Italia en la década de 1860 (Viallet

gias fueran suprimidas por los gobiernos conservadores de la Regeneración, y solamente restablecidas después de la caída de Reyes, en 1909, en un espacio más tole-rante, bajo los gobiernos republicanos que dependían del apoyo liberal (Carnicelli 1975b).

En la Colombia de 1930, pertenecer a la hermandad pare-cía todavía muy atrevido;20 casi la única figura pública que se mostraba abiertamente masón era Nieto Caballero.21 Desde su Revista Masónica apoyó cambios en la educación y en las relaciones entre la Iglesia y el Estado;22 también publicó la Constitución de la nueva república española, la cual incluía artículos contra el poder eclesiástico.23

Con su típico humor, Nieto Caballero expresó en la Revista que la Iglesia estaba comenzando a tratar a la francma-sonería con menos miedo y condenación, y que tal vez la comunidad jesuita y los masones podían unir sus fuer-zas a favor del progreso de Colombia.24 El arzobispo Per-domo, sin embargo, se mostró en desacuerdo con tales sugerencias; en su Exposición sobre la Masonería, en 1933, el prelado se refería con frecuencia a la Revista Masónica para mostrar cómo las ideas masónicas eran incompatibles con el catolicismo.25 La Revista Masónica dejó de publicarse poco después, tal vez a raíz de esa condenación o quizás porque las mismas ideas estaban expresadas también en

2002). Como en todo el mundo, los masones colombianos se radicaliza-ron durante esta época y se volvieron más anticlericales. Masones como Tomás Cipriano de Mosquera impulsaron la toma de ciertos bienes ecle-siásticos en los años 1860 (Carnicelli 1975a; Hoenigsberg 1946).

20 Al funeral del dirigente liberal Benjamín Herrera, en marzo de 1924, asistieron masones vestidos en toda su regalía, y su cámara ardiente estaba llena de símbolos masónicos. “Orden del desfile para los fune-rales del Gral. Herrera”, “Los homenajes de ayer al cadáver del Gral. He-rrera”, El Diario Nacional [Bogotá], 2 de marzo de 1924, p. 1; “Los funerales del Gral. Herrera fueron una apoteosis completa”, El Diario Nacional, 3 de marzo de 1924, pp. 1, 6; y “Los funerales del General Herrera”, El Nuevo Tiempo [Bogotá], 2 de marzo de 1924, p. 1. Unos días después, el arzobispo Bernardo Herrera Restrepo, de Bogotá, respondió a la presencia abierta de la masonería con una nueva condenación a la hermandad. “Pasto-ral”, El Nuevo Tiempo, 5 de marzo de 1924, p. 1; “Con el señor General Fran-cisco Villareal, La Pastoral del Arzobispo Primado, sobre la masonería, es sencillamente ridícula”, El Diario Nacional, 9 de marzo de 1924, p. 1; y “Masones y jesuitas”, El Diario Nacional, 11 de marzo de 1924, p. 3.

21 Había alcanzado el grado más alto en la masonería del rito escocés (Arguedas 1983 [1934]; Carnicelli 1975b).

22 Lorenzo Luzuriaga, “Ideas para una reforma constitucional de la Educación Pública”, Revista Masónica [Bogotá], enero de 1932, p. 87.

23 “La constitución española”. Revista Masónica, enero de 1932, pp. 103-104.24 Luis Eduardo Nieto Caballero, “La gran labor masónica”, Revista Masó-

nica, septiembre de 1932, p. 113.25 Su denuncia fue leída por los párrocos en las misas dominicales de

su arquidiócesis durante las primeras semanas del año. También fue publicada por partes en casi todos los números del Mensajero, la re-vista mensual jesuita, desde marzo de 1933 hasta enero de 1935; esta revista era recibida en los hogares y parroquias de toda Colombia.

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otras revistas como Acción Liberal (que apareció en Tunja en mayo de 1932, y se trasladó a Bogotá en septiembre de 1933); pudo ser también porque los masones colombianos estaban divididos en una amarga lucha jurisdiccional entre dos Supremos Consejos, uno en Cartagena y otro en Bogotá, cada uno con sus propias grandes logias en las diferentes ciudades del país;26 ese debate interno sólo se resolvió en 1938.27 A pesar de los reclamos de ciertos cléri-gos y políticos conservadores a lo largo de los años treinta y cuarenta, la masonería colombiana se encontraba tan dividida como el Partido Liberal, situación que no le faci-litaba la organización de ningún complot nacional o in-ternacional contra la civilización cristiana, si de verdad estuviera planeado.28

La “cuestión religiosa” fue debatida por muchos otros periódicos liberales e izquierdistas que se unieron a la causa. Dichas publicaciones estaban inspiradas por el gobierno izquierdista de Manuel Azaña, en España, que decretó en enero de 1932 la expulsión de la comunidad jesuita y la expropiación de sus bienes (Álvarez 2002; Ca-sanova 2007; Jackson 1965); pronto, el enfoque anticleri-cal en Colombia fue específicamente contra los jesuitas. Cuando el provincial de la comunidad jesuita en Colom-bia invitó a los españoles a trasladarse al país, la revista cómica liberal Fantoches, de Bogotá, publicó una caricatura de “España” con forma de mujer, peinando su cabello para quitar los “piojos” jesuitas, quienes se dirigían di-rectamente a un barco que anunciaba: “A Colombia”. Un verso debajo de la caricatura proclama:

Para limpiar la naciónde parásitos que sonlos que hacen que el hambre reinese ha metido como un peinela nueva constitución.29

26 Según las reglas masónicas internacionales, solamente puede existir un Consejo Supremo en cada país (Carnicelli 1975a y 1975b).

27 Antes de resolver la división interna, existían en 1935 tres grandes logias en Bogotá. “Se están formando logias en varias institucio-nes; Entidades oficiales están controladas por los masones. Sena-dores y representantes se inician en las sociedades siniestras”, El País, 16 de agosto de 1935, pp. 1, 4; “Un Documento Masónico Del Ministro Señor Darío Echandía”, El Siglo [Bogotá], 14 de abril de 1936, p. 1; y The New Age [Washington, D. C.], octubre de 1938, pp. 593-594; y noviembre de 1938, p. 662.

28 Aunque algunos dirigentes liberales (pero ningún conservador) eran masones, no todos pertenecían a las logias, y los que eran miem-bros representaron todas las facciones antagonistas del partido (Williford 2005).

29 Fantoches [Bogotá] 20 de febrero de 1932 (“Recortes”, Vol. B, Archivo Provincial de la Sociedad de Jesús en Colombia, Curia, Bogotá [Archi-vo Jesuita], [Recortes]: 2).

Tal antijesuitismo no se limitaba a las revistas capitali-nas. El siguiente texto fue tomado de un editorial apare-cido en 1932 en Orientación Liberal, un periódico de Pasto:

Recorriendo la historia de las sociedades secretas […] difícilmente podría hallarse una que igualara a la de los jesuitas en corrupción y en el peligro que entraña para los pueblos: sociedad absorvente [sic], netamente mer-cantil y especuladora, orgullosa y soberbia, hipócrita hasta el extremo de haber hecho sinónimas las palabras hipocresía y jesuitismo, y cuyos componentes, por una regla inapelable o indiscutible, reniegan de la patria no reconociendo más deberes que los que su sociedad les impone, estando dispuestos, por consecuencia, a hacer todos los males concebibles a padres, hermanos y amigos cuando así lo necesita el A.M.D.G. [Ad Majorem Dei Gloriam: “Para Mayor Gloria de Dios”. Sigla usada fre-cuentemente por los jesuitas]

Su intervención perversa en los asuntos internos de las naciones donde han morado; el espíritu de discordia que han sembrado entre las diversas clases sociales, los atentados solapados contra los intereses indivi-duales y públicos, han obligado a gobiernos serios a decretar su expulsión […]30

La virulencia de esta retórica es notable. Si los francma-sones eran conspiradores anticristianos para los conser-vadores y católicos más intransigentes, la Compañía de Jesús era un conciliábulo internacional nefasto para los liberales más anticlericales. Muchas veces, como en el texto del periódico de Pasto arriba citado, se puede reem-plazar la palabra “jesuita” por la palabra “masón” –y las siglas A.M.D.G. por las siglas masónicas G.A.D.U. (que significa “Gran Arquitecto del Universo”, Dios dentro de la masonería)–, y suena idéntico al argumento conser-vador de un complot internacional judeomasónico. Así, se puede ver el comienzo de una retórica política con el argumento de que el partido opuesto estaba obrando en contra de la patria, lo cual justificaría la violencia contra los “enemigos internos” de Colombia.31

30 “Los indeseables: Los jesuitas invaden Colombia”, Orientación Liberal [Pasto], 8 de marzo de 1932 (Recortes B: 10). En el artículo se menciona que también fue publicado en la revista El Tábano de Cali.

31 Los jesuitas evitaron los temas políticos en sus publicaciones a lo largo de la República Liberal, tratando de no mencionar a los dos partidos tradicionales, pero sí incluyeron temas como la conspi-ración judeomasónica, que involucraba al liberalismo como con-cepto general (Williford 2011). Aunque la Revista Javeriana mantuvo una sección sobre noticias nacionales que describía las acciones partidistas, tampoco se mostraba abiertamente a favor o en con-tra de una u otra colectividad. Véase, por ejemplo, Efraín Casas Manrique, “De nuestra vida nacional”, Revista Javeriana [Bogotá],

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Un enfoque de la “cuestión religiosa”, que involucró es-pecialmente a los jesuitas, fue el tema de la instrucción pública. En opinión de muchos liberales, en Colombia, como en todo el mundo, sólo los colegios laicos podían formar ciudadanos nuevos que entendieran sus derechos y deberes y crearan así una sociedad más libre. Los co-legios confesionales no formaban ciudadanos para una república progresista, sino sujetos imbuidos de las tra-diciones cuasi feudales de obediencia, jerarquía y sumi-sión a las autoridades. Estas ideas fueron expresadas en la revista mensual Acción Liberal, que publicaba muchos ensayos y artículos escritos por los intelectuales del par-tido. En junio de 1932 circulaba todavía en Tunja, cuan-do apareció un artículo sobre “La educación clerical”. El autor reclama que:

[n]uestros colegios de enseñanza superior, estableci-mientos para hombres y mujeres a los cuales concurre la juventud en una edad en la cual el muchacho juega inconscientemente el éxito o la desgracia de toda su vida, carecen de todos los medios ideológicos y mate-riales para enseñar ‘educación’, por el contrario, usan de métodos y procedimientos en oposición por completo a la vida social de donde han salido los alumnos y a donde han de volver a vivir lo real y humano, bien dife-rente a la vida ficticia y convencional de los colegios. Como ejemplo de colegios inadecuados para ‘educar socialmente’ se pueden citar todos los establecimien-tos para hombres y mujeres dirigidos por entidades religiosas. La religión católica entre nosotros en mate-rias de educación se ha quedado retrasada observando los mismos métodos del siglo XVI; si en instrucción ha procurado adelantar, en prácticas sociales educati-vas no han dado un paso.32

No creía que el clero estuviera en capacidad de preparar a la juventud para la democracia, y anotaba que en el Cole-gio de Boyacá los estudiantes no tenían ninguna oportu-nidad de practicar “la política”:

octubre de 1934, pp. 371-378, que trata, sin hacer polémica, el de-bate sobre una resolución antijesuita del Concejo de Bogotá. Esta actitud tenía repercusión nacional porque desde los años veinte hasta por lo menos los años cincuenta, la publicación católica de mayor circulación era Mensajero del Sagrado Corazón de Jesús. Aviso, F.A.S.—Fe-Acción-Sociología [Bogotá] [FAS], 1 y 15 de marzo de 1937, p. 34 (suplementa). Tenía un tiraje de 5.000 a 6.000 ejemplares entre 1920 y 1940, y llegó a 12.000 a finales de los años cuarenta. Aviso, Mensajero, junio de 1929, p. i. La crisis económica redujo su circu-lación a 3.000 a mediados de los años treinta, “Estadísticas para Roma, 1935”, Archivo Jesuita; y “Vamos llegando a las 14.000 sus-cripciones”, Mensajero, diciembre de 1949, p. 679.

32 “La educación clerical”, Acción Liberal [Tunja], junio de 1932, pp. 98-99. El au-tor no puso su nombre, tal vez debido a lo atrevido de sus afirmaciones.

La presencia de la política entre el personal de educan-dos no puede mirarse como un mal, antes bien, es un poderoso factor para educar, para enseñar a tener res-peto por ideales y sentimientos ajenos, para obligar a combatir las ideas con las ideas, para demostrar que el grito de pasión no es sentimiento ni el puñetazo la razón. Al frente de este colegio estuviera, en vez de un eclesiástico, la figura patricia de un civil, genuino representante de todos los anhelos sociales, esta sería la hora en la cual el Colegio de Boyacá estaría educando políticamente a los futuros políticos boyacenses para evitar mañana la repetición de las presentes zambras partidaristas marcadas con regueros de sangre por toda la extensión del departamento.33

El ensayo muestra también la influencia del nuevo gobierno español:

De España recibimos raza, idioma, religión y costumbres y desde entonces la vida de esa nación y la vida nuestra han atravesado los mismos caminos, con iguales pena-lidades, sufriendo los mismos infortunios y por las mis-mas causas. La nueva constitución republicana de España prohíbe en absoluto el que las entidades eclesiásticas o monacales se dediquen a la enseñanza y educación. Las poderosas razones que España tuvo para optar esa dispo-sición son exactamente las mismas que Colombia tiene para solicitar igual medida.34

En 1933, los liberales se convirtieron en mayoría en varias asambleas departamentales, y algunos diputados empeza-ron a usar el tema de la educación para enfrentar a los jesui-tas, utilizando para ello los casos de los edificios prestados a esa comunidad, a fin de organizar colegios estatales. En Ocaña, donde la comunidad estaba encargada del colegio departamental desde 1919, la Asamblea de Norte de San-tander rescindió el contrato, y los jesuitas se fueron en abril de 1933. Al hacer lo mismo con el colegio de Bucaramanga, la Asamblea de Santander se encontró con una fuerte opo-sición por parte de los padres y madres de familia, a la que se unió el presidente Olaya (Restrepo 1940).

Sumados todos estos factores, los prelados reunidos en la Conferencia Eclesiástica de 1933 se sintieron bajo ataque, y por eso decidieron organizar un Congreso Eucarístico en Medellín, en 1935. Los liberales, además, ya habían decidido respaldar la candidatura de Alfonso López Pu-marejo para la presidencia de 1934-1938; López había

33 “La educación clerical”, Acción Liberal [Tunja], junio de 1932, p. 101.34 “La educación clerical”, Acción Liberal [Tunja], junio de 1932, p. 102.

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animado al ala izquierda hablando de una “Revolución en Marcha” (Tirado 1989). Aunque el candidato no ha-blaba de la “cuestión religiosa”, muchos de sus seguido-res tenían la expectativa de que su administración iba a afrontar al clero y todos sus privilegios.

Los críticos del poder político de la Iglesia no se encon-traban solamente entre los liberales e izquierdistas. En agosto de 1933, sólo unos días después de la clausura de la Conferencia Eclesiástica, José de Jesús Segura, un jesuita expulsado de la Compañía, empezó a publicar en Bogotá El Escándalo. Segura escribía casi todos los artículos de su semanario, muchas veces lamentando su propia exco-munión, ocurrida en 1931; según su versión, había sido excomulgado por acusar públicamente a los curas que se aprovechaban de su oficio para seducir y violar niñas y mujeres en los asilos de monjas.35 Su publicación, que con frecuencia incluyó una caricatura anticlerical en su portada,36 fue condenada por muchos obispos,37 y final-mente Segura fue declarado loco. (Él argumentaba que tal conclusión había surgido bajo la influencia de las altas jerarquías).38 Aunque la publicación cesó en noviembre de 1933, El Escándalo les dio razones a los argumentos de los anticlericales y dejó un cierto temor entre el clero.

El año de 1934 empezó con fuertes lluvias que afectaron los cultivos; a esto se sumó el desempleo, a raíz de la Gran Depresión y la prolongación de la crisis económi-ca en Colombia. El arzobispo, Ismael Perdomo, expresó en su Mensaje de Cuaresma que la nación estaba siendo castigada por Dios, debido a sus varios pecados, que in-cluían la indiferencia religiosa, la mala lectura y la vio-lencia política; el primer pecado de su lista, no obstante, era la masonería. Lo mismo que en su Exposición sobre la Masonería del año anterior, Perdomo condenaba las ideas de la hermandad, sin promover una teoría de conspira-ción; sin embargo, dejó abonada la tierra para quienes quisieran seguir implantando esa maleza.39

35 “Notas biográficas del Padre Segura”, El Escándalo [Bogotá], 16 de agos-to de 1933, p. 2; y “Un acto en tres escenas”, El Escándalo, 31 de agosto de 1933, p. 2.

36 Véanse, por ejemplo, las portadas de El Escándalo del 31 de agosto, 7 de septiembre y 21 de septiembre de 1933.

37 “Editorial: Rayos contra ‘El Escándalo’”, El Escándalo, 28 de septiembre de 1933, p. 3; y “Decreto sobre Prohibición de una revista”, La Iglesia, octubre y noviembre de 1933, p. 300.

38 “Carta abierta muy urgente”, El Renegado [Bogotá], 14 de diciembre de 1933, p. 2. Después de la última edición de El Escándalo, El Renegado lo reemplazó por un mes, todavía bajo la dirección de Segura.

39 Ismael Perdomo, “Pastoral para la Cuaresma de 1934”, La Iglesia, enero de 1934, pp. 2-12.

En este escenario, El Vaticano decidió nombrar al joven obispo de Manizales, Juan Manuel González Arbeláez, como nuevo arzobispo adjutor con derecho de sucesión para Bogotá.40 González Arbeláez había ascendido rápi-damente en la jerarquía de la Iglesia. Después de su or-denación en el Seminario Conciliar de Medellín, viajó a Europa para realizar estudios avanzados. Volvió a la capital antioqueña en 1926 y asumió el puesto de rec-tor del Seminario. Era carismático y un tanto místico e inspiraba lealtad entre los seminaristas y la comunidad medellinense en general. Sólo había estado ocho meses en Manizales cuando fue nombrado arzobispo adjutor de Bogotá, en junio de 1934 (Ayape 1983; Naranjo 1993; Perry y Brugés 1944). Su actitud enérgica inmediatamente con-trastó con la relativamente más moderada y conciliadora del arzobispo Perdomo.

González Arbeláez también fue nombrado asistente na-cional de Acción Católica. Este movimiento fue promo-vido internacionalmente desde El Vaticano como una manera de reivindicar las injusticias de la sociedad in-dustrial moderna, de acuerdo con las enseñanzas so-ciales de la Iglesia. Aunque era claro que afrontaba al socialismo marxista, por un lado, y al liberalismo capita-lista, por el otro, la Acción Católica, en teoría, no se invo-lucraría en la política partidista de ningún país. Tal vez por eso, la Conferencia Eclesiástica aprobó en 1933 como símbolos de la Acción Católica en Colombia un escudo y una bandera diseñados con partes iguales de azul y rojo, los colores tradicionales de los partidos Conservador y Liberal, respectivamente.41 La comunidad jesuita estaba vinculada estrechamente con la Acción Católica.42

En septiembre de 1934, González Arbeláez viajó a Bue-nos Aires como cabeza de la delegación colombiana al Congreso Eucarístico Internacional, que se reunió del 10 al 14 de octubre. Era la primera vez que un Congreso Eu-carístico Internacional tenía lugar en América Latina, y contó con la asistencia de prelados, religiosos y fieles ve-nidos de todas partes del mundo. El papa Pío XI envió su secretario de Estado, Eugenio Pacelli, para representar al

40 “Arzobispo Coadjutor”, La Iglesia, junio de 1934, pp. 167-170.41 “Estatutos de la Acción Católica Colombiana”, La Iglesia, agosto de

1933, p. 229.42 Como apoyo intelectual, los jesuitas empezaron a publicar el folleto

bisemanario F.A.S.—Fe-Acción-Sociología. Véase, especialmente, Jesús M. Fernández, “Actividades de la Acción Católica”, FAS, 1 de diciembre de 1935. El jesuita Jorge Fernández Pradel fue enviado exclusivamen-te desde Chile para ayudar en la organización de este movimiento. Arturo Mejía M., S. J., “Curso de Acción Católica en Bogotá”, Acción Católica Colombiana [Bogotá], enero y febrero de 1934, pp. 7-11.

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Vaticano.43 Los Congresos Eucarísticos ya tenían un pro-grama particular, con días especiales dedicados a niños y niñas, mujeres, y hombres, con la participación de estos últimos en un desfile a la medianoche (Ben-Dror 2003a y 2003b; Deutsch 1999). González Arbeláez y la delegación colombiana tomaron nota del funcionamiento del Con-greso Eucarístico y regresaron al país, listos para poner en práctica lo observado, en la próxima versión de Medellín.

Al parecer, el Congreso Eucarístico Internacio-nal, que recibió una amplia cobertura en la prensa colombiana,44 inspiró a la mayoría izquierdista del Concejo municipal de Bogotá para poner la “cuestión religiosa” en el primer plano de los debates políticos. El recién elegido presidente López, quien había to-mado posesión en agosto, no había avanzado ningún programa relacionado con la Iglesia, mientras que los anticlericales sentían llegar la fuerza de la Iglesia mi-litante desde Buenos Aires.45 Los concejales decidieron acudir al drama, y en la sesión nocturna del 16 de oc-tubre aprobaron una resolución en contra de los jesui-tas.46 La Compañía de Jesús restableció la Universidad Javeriana en Bogotá en 1931,47 con la idea de presentar una visión fresca en la discusión de temas modernos, mostrando que la Iglesia católica era una participan-te activa en las cuestiones sociales y pedagógicas. La Universidad había estado organizando conferencias académicas abiertas al público en general que eran di-vulgadas por la radio; una de ellas, realizada en octubre de 1934, trató el tema de la educación,48 gran pretexto

43 Pacelli fue elegido papa (Pío XII), en abril de 1939.44 “‘Viva Cristo Rey!’, es el grito que se oye en las calles de Buenos Aires”,

El País, 13 de octubre de 1934, p. 1; “Hoy a las 9 de la mañana impartirá el Papa su bendición al mundo católico; Mañana entregará Monseñor González la bandera de Colombia al Gobierno de la Argentina Grandes Ceremonias”, El País, 14 de octubre de 1934, p. 1; “Dos millones de fieles rindieron homenaje a Cristo Rey en el Congreso Eucarístico”, El País, 15 de octubre de 1934, p. 1; y “En medio de excepcional esplendor se termi-nó el Congreso Eucarístico”, El Tiempo, 15 de octubre de 1934, p. 1.

45 El último día del Congreso de Buenos Aires también coincidió con el vigésimo aniversario del asesinato del héroe liberal Rafael Uribe Uri-be; hubo una gran “peregrinación” de miles de liberales a las tumbas de Uribe Uribe y Benjamín Herrera, en el Cementerio Central de Bo-gotá. “Fue solemnísima la peregrinación a las tumbas de Uribe Uribe y Herrera”, El Tiempo, 15 de octubre de 1934, p. 1.

46 Los concejales de la minoría conservadora no estaban presentes; se-gún ellos, se entendía que era la reunión de clausura de unas sesiones extraordinarias y que no se necesitaba formar quórum. “Protesta la Minoría del Cabildo de Bogotá”, El País, 18 de octubre de 1934, p. 1.

47 El gobierno colonial la había cerrado durante la expulsión de los je-suitas, en 1767. En 1927 fue aprobada la “restauración” de la Univer-sidad Javeriana, pero las clases no comenzaron hasta febrero de 1931, en las aulas del Colegio San Bartolomé (Restrepo 1940).

48 José Salvador Restrepo, S. J., “La Escuela Laica”, El País, 6 de octubre de 1934, p. 10.

para condenar a la Compañía de Jesús por intervenir en cuestiones políticas sobre la instrucción pública.

Los jóvenes concejales de izquierda estaban disfrutan-do de sus primeros puestos ganados por elección. Diego Montaña Cuéllar, quien en los años veinte se encontraba activo en el movimiento estudiantil, y ya identificando con las izquierdas, presentó la resolución antijesuita (Montaña 1996).49 En el debate sobre la resolución, Mon-taña Cuéllar culpó específicamente al sistema intelec-tual cerrado de los jesuitas y al control de la Iglesia sobre la instrucción pública por el atraso cultural y material de Colombia, y agregó que, en consecuencia, el movimien-to de independencia sólo había sido posible después de la expulsión de los jesuitas, en 1767 (Concejo de Bogotá 1935). Durante ese debate, el concejal Elías Rodríguez sostuvo que “Laureano Gómez concurre todas las noches a las celdas de los directores de la Compañía con el fin de recibir órdenes sobre la manera como se debe atacar a los hombres prominentes del partido liberal”,50 dando otra vez la idea de que existía un complot jesuita contra la nación. La resolución del Concejo fue anunciada por medio de carteles y también por la radio, y enviada a toda la prensa y a todos los cuerpos legislativos del país.51 Aunque fue rechazada por la gran mayoría de dirigentes liberales, los concejales impulsaron con éxito un debate general sobre la “cuestión religiosa” en toda Colombia.52 El Concejo municipal de Barranquilla, por ejemplo, apro-bó una resolución similar contra la Universidad Javeria-na, apoyando la acción “varonil” del Concejo de Bogotá.53

Algunos políticos conservadores, por su parte, recla-maron que la resolución era otra prueba de que el Par-tido Liberal era ateo y tenía la intención de destruir la civilización cristiana. El País, por entonces el periódico conservador más importante de Bogotá, declaró al día siguiente, en un titular que hablaba de la resolución, que “Los concejales de la masonería la sustentaron”,

49 Otro concejal fue Julio Roberto Salazar Ferro, de Chiquinquirá, Boya-cá, hijo de un oficial del Ejército liberal de la guerra de los Mil Días (Montaña 1996; Perry 1952). Salazar dirigía un periódico en Chiquin-quirá, El Radical, que afrontó a los frailes dominicos de la ciudad (Wi-lliford 2009a).

50 Calibán, “La Danza de las Horas”, El Tiempo, 17 de octubre de 1934, p. 4; y El Concejo, p. 3.

51 “Rudo ataque se hizo anoche en el Concejo a los jesuitas”, Diario Nacio-nal, 17 de octubre de 1934, p. 1; y El Concejo, p. 1.

52 “Existe en Colombia un Problema Religioso; Afirma en la cámara Gerar-do Molina.–Una proposición del representante Montalvo sobre la obra realizada por la Javeriana”, El País, 18 de octubre de 1934, pp. 1, 6, 12.

53 “El Concejo aprobó anoche una moción contra la labor desarrollada por la Universidad Javeriana”, El Heraldo [Barranquilla], 29 de noviem-bre de 1934, p. 1 (Recortes B: 6).

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y anotó que el concejal Elías Rodríguez era “masón grado 30”, detalle que lo ubicaba como parte de la gran conspiración internacional.54

En su réplica, la minoría conservadora del Concejo anotó que entre los conferencistas de la Javeriana se encontra-ban los liberales Juan Lozano y Lozano, Eduardo López Pumarejo, Juan Samper Sordo y Jorge Eliécer Gaitán, para mostrar que no todos los liberales les temían a los jesui-tas.55 En efecto, la administración lopista y los liberales moderados, liderados por los columnistas en El Especta-dor y El Tiempo, expresaron el deseo de evitar una guerra civil por razones de religión (Tirado 1981). Aun, el Diario Nacional, de izquierda liberal, y la revista cómica liberal La Guillotina dijeron que con sus declaraciones los conce-jales se habían movido tal vez demasiado rápido contra el derecho de libre pensamiento, aunque estos periódicos apoyaron la discusión sobre la “cuestión religiosa”.56

Muchas asambleas departamentales y numerosos conce-jos municipales siguieron con el tema religioso después de las elecciones departamentales de febrero de 1935, en las que los conservadores no participaron. Empezando otra vez por el Concejo de Bogotá, varias legislaturas dis-cutieron una reforma del Concordato, firmado en 1887 con El Vaticano por el gobierno de la “Regeneración” de Rafael Núñez. Para muchos, el Concordato era antipa-triótico y ponía a la nación en una posición sumisa frente a un poder foráneo.57 Un estudio del Gobierno sobre las condiciones de los territorios menos poblados del país, que eran concedidos a comunidades religiosas europeas desde finales del siglo XIX bajo otro acuerdo con El Vatica-no, le agregó combustible al fuego. El informe concluyó que “es ineficaz la obra de los misioneros: Los sacerdotes

54 “Una proposición absurda contra la Javeriana en el Cabildo; Los concejales de la masonería la sustentaron; El concejal Elías Rodríguez y Salazar Ferro, ‘apóstoles de la sabiduría’”, El País, 17 de octubre de 1934, pp. 1, 6.

55 “Protesta la Minoría del Cabildo de Bogotá; Por la innoble proposición acordada por los liberales contra la Universidad Javeriana”, El País, 18 de octubre de 1934, pp. 1, 12; y Efraín Casas Manrique, “De nuestra vida nacional”, Revista Javeriana, octubre de 1934, pp. 377-378.

56 “Otra vez la Javeriana”, Diario Nacional, 7 de noviembre de 1934, p. 3; y “Frente a los Jesuitas”, La Guillotina, 20 de octubre de 1934, p. 3.

57 “Un Gran Proyecto de Reformas tiene el señor gobernador”, El Especta-dor [Bogotá], 3 de junio de 1935 (Recortes B: 1); “Cauca también busca resolución para reformar concordato”, El Tiempo, 7 de junio de 1935 (Re-cortes B: 9); “Texto completo de la proposición de la Asamblea de Bo-yacá sobre Concordato”, El Diario Nacional, 3 de junio de 1935 (Recortes B: 1). La Asamblea de Caldas recibió una condena especial por parte del arzobispo adjutor, González Arbeláez. “Monseñor Juan Manuel González condena la labor irreligiosa de la Asamblea de Caldas”, El País, 8 de junio, de 1935 (Recortes B: 10).

extranjeros deben ser reemplazados por nacionales”.58 Los debates y resoluciones de las asambleas obligaron a la administración de López a poner distancia entre el Gobierno nacional y los anticlericales más radicales.59 Un mes después, sin embargo, en un banquete de despedi-da al antiguo nuncio papal, Paolo Giobbe, el Presidente insinuó que el Concordato tenía que ser reformado.60 Al-gunos conservadores culparon de toda la actividad anti-clerical a los masones, citando la resolución de mayo de 1935 de una logia en Bogotá, que se mostraba a favor de semejante reforma.61

En este ambiente, se organizaba para agosto el Segun-do Congreso Eucarístico. Aunque Tiberio de J. Salazar y Herrera, arzobispo administrador de Medellín, era pre-sidente del Congreso (Congreso Eucarístico Nacional de Colombia 1935),62 y el jesuita Tomás Villarraga, el “alma y vida” del certamen, era secretario del Comité Central (Congreso Eucarístico Nacional de Colombia 1935, 9), el arzobispo adjutor de Bogotá, Juan Manuel González Ar-beláez, también estaba muy involucrado en su desarro-llo. Igual que en el Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires, las actividades fueron distribuidas por género, con unas reuniones organizadas exclusivamen-te para hombres, y otras para mujeres. Uno de los mo-mentos más conmovedores para los participantes fue la primera comunión en masa que hicieron miles de niños y niñas, celebrada el 15 de agosto; y otro fue la marcha de miles de hombres con antorchas por las calles de Me-dellín, celebrada el 17 de agosto, la cual culminó con una misa de medianoche (Congreso Eucarístico Nacional de Colombia 1935). Pero aún más recordadas por la prensa partidista fueron las actuaciones de González Arbeláez. El 13 de agosto, el joven arzobispo adjutor de Bogotá arri-bó a Medellín en un avión, llevando el Santo Sacramento en una custodia, con la idea simbólica de hacerlo des-

58 “Es ineficaz la obra de los misioneros: Los sacerdotes extranjeros deben ser reemplazados por nacionales, dicen Rueda Vargas y Ortiz Márquez”, El Espectador, 8 de junio de 1935 (Recortes B: 11).

59 “De Ibagué: La Asamblea pide que el Concordato sea modificado”, El Tiempo, 2 de junio de 1935 (Recortes B: 2); “El gobierno liberal y la Asamblea Constituyente”, El Tiempo, 3 de junio de 1935 (Recortes B: 2); Francisco Restrepo Jaramillo, “La constituyente y la Asamblea de Tolima”, El País, 7 de junio de 1935 (Recortes B: 8); e “Inicuos ultrajes contra el clero en la Asamblea departamental”, El País, 7 de junio de 1935 (Recortes B: 8).

60 “El presidente insinuó en su discurso la necesidad de reformar el Con-cordato”, El Tiempo, 14 de julio de 1935 (Recortes B: 26-27).

61 Es probable que la resolución fuese verdadera, pero no se trató de una “circular” como denunciaron los conservadores. Valerio Botero Isaza, “Denuncia del Concordato”, El País, 5 de junio de 1935 (Recortes B: 6).

62 El arzobispo de Medellín, Manuel José de Caycedo, tenía unos 86 años en el momento y no contaba con todas las facultades de arzobispo des-de 1934. Murió en 1937 (Robledo 1952).

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cender del cielo, lo cual emocionó mucho a las masas que lo estaban esperando. Quienes observaban la llega-da del avión, que cruzó el firmamento dejando una este-la en forma de cruz sobre la ciudad, comenzaron a cantar “el himno de la patria. Y surgió entonces una nueva ja-culatoria: Salva, Señor, a la república!”.63 Al día siguien-te, durante la reunión de mujeres, el joven arzobispo habló sobre la Acción Católica. Aunque dicha Acción era apolítica, para González Arbeláez era el contrapeso a la masonería: “[l]a francmasonería quiere descatolizar al pueblo colombiano […] Y nadie podrá decir, con jus-ticia, que la Acción Católica hace campañas políticas. Porque la masonería no es un partido político sino una secta antirreligiosa y antisocial! (Delirantes aplausos de la multitud)”.64

Con esas palabras y actuaciones, el Arzobispo estaba es-tableciéndose como uno de los prelados más combativos y atrevidos, listo para luchar como un varón contra los enemigos reales o imaginarios de la Iglesia. Sin embar-go, González Arbeláez se había vuelto polémico no so-lamente para los liberales y la izquierda, sino también para muchos clérigos. El vuelo Bogotá-Medellín era su segundo viaje en avión a la capital antioqueña en dos días. Había ido también el 12 de agosto con otros sacer-dotes y algunas monjas de la comunidad de las Deifi-cadoras de María65 (establecida por él cuando aún era obispo de Manizales, y que lo siguió a Bogotá) (Naran-jo 1993); aparentemente, ningún otro prelado gastaba tanto tiempo y dinero volando tan impulsivamente. Va-rios canónigos de la Catedral de Bogotá estuvieron en desacuerdo con el vuelo que llevaba la Hostia, porque consideraban que era un espectáculo innecesario, en el contexto del Congreso Eucarístico, y que sólo servía para promover a González Arbeláez. Además, las implicacio-nes teológicas sobre el Santo Sacramento no habían sido consideradas en caso de que ocurriera una explosión aérea (Naranjo 1993). Casi dos meses antes, el famoso cantante argentino Carlos Gardel había muerto a causa de un accidente de avión en el aeropuerto de Medellín.66 Nunca se aclaró si el prelado contaba con el permiso del Vaticano para volar con el Santísimo. (La prensa conser-vadora dijo que el Nuncio Papal le había dado el permiso,

63 Alfonso Londoño Martínez, “El viaje de Dios”, El País, 15 de agosto de 1935, p. 5.

64 “Las magistrales oraciones de Mgr. González y del Dr. Oscar Terán, ayer; 100.000 Damas reciben la Sagrada Comunión”, El País, 17 de agosto de 1935, pp. 1, 10-11.

65 “Las festividades eucarísticas: 30.000 peregrinos hay ya en Mede-llín”, El País, 13 de agosto de 1935, pp. 1-2.

66 Cromos [Bogotá], 29 de junio de 1935.

aunque supuestamente era la primera vez que Jesús Sa-cramentado volaba en avión).67 Por su parte, el ministro de Gobierno, Gabriel Turbay, reveló un cruce de cables con la embajada de Colombia en Roma que decía que El Vaticano no había otorgado ningún permiso.68 Mirando las publicaciones posteriores sobre el Congreso Eucarís-tico, también se puede percibir el ambiente enrarecido entre el clero con respecto a González Arbeláez. Aunque su emocionante llegada con la custodia se cuenta entre los recuerdos importantes en el Álbum del Segundo Congreso Eucarístico publicado unos meses después,su discurso de la conferencia no aparece incluido, y tampoco se men-ciona que fue él quien leyó la respuesta de los prelados al telegrama del Concejo de Bogotá. En el Libro de Oro del Segundo Congreso Eucarístico Nacional Colombiano –compendio de las diferentes conferencias dictadas durante el even-to, con introducción del jesuita Tomás Villarraga, quien fue tan clave en su organización– no se encuentra el dis-curso de González Arbeláez ni la descripción del vuelo aéreo ni de las otras actuaciones públicas del Arzobispo. En 1940, el jesuita Daniel Restrepo publicó una histo-ria extensa de su comunidad religiosa en Colombia, en la que nunca mencionó al Congreso Eucarístico, el cual había sido noticia sólo cinco años antes, y cuando se re-firió a Tomás Villarraga, sólo fue para anotar que éste había organizado un Instituto Obrero en Medellín, en 1936 (Restrepo 1940).

Parece que la situación se puso peor para González Arbe-láez, quien le expresó al Vaticano su deseo de renunciar al cargo de arzobispo adjutor de Bogotá, en 1941; El Va-ticano aceptó, y fue nombrado arzobispo de Popayán en 1942 (Williford 2005). González Arbeláez, sin embargo, renunció a este cargo en 1943 y abandonó Colombia hasta su muerte, en 1966.69

67 “120.000 personas rindieron férvido homenaje al Santísimo”, El País, 14 de agosto de 1935, p. 1; “El Vaticano no prohibió el viaje aéreo del Santísimo”, El País, 21 de agosto de 1935, p. 1; y “En avión fue llevado a Medellín el Santísimo Sacramento ayer tarde”, El Tiempo, 14 de agosto de 1935, p. 1.

68 “No hubo autorización de la Santa Sede para trasladar el Santísimo”, El Tiempo, 22 de agosto de 1935, p. 15.

69 Parte de la razón para las dos renuncias de González Arbeláez fueron las Deificadoras de María. Era muy amigo de la Madre Superiora, Ana Atehortúa, a quien había conocido cuando aún era seminarista en Medellín. Existen opiniones distintas sobre la Madre Ana, pero todas coinciden en afirmar que tenía un carácter muy fuerte y que sus opiniones eran escuchadas por el Arzobispo Adjutor (Ayape 1983; Naranjo 1993). Cuando González Arbeláez estaba ya instala-do en Popayán, un inspector oficial del Vaticano llegó a Colombia para averiguar sobre las Deificadoras y decidió suprimir la comu-nidad en 1943; González Arbeláez abandonó el país unos meses después (Ayape 1983; Naranjo 1993). Los biógrafos muestran una opinión favorable al Arzobispo, que no era compartida por todo el

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El Congreso Eucarístico Nacional de 1935 y el telegrama del Concejo municipal de Bogotá fueron claves para el desarrollo y reconfirmación de las identidades políticas de la época: el primero, para los feligreses católicos y obispos intransigentes, y el segundo, para los izquier-distas anticlericales. En la retórica política de los pro-tagonistas, ya existía en Colombia una lucha entre las fuerzas modernas del progreso y las fuerzas católicas de la tradición, o para ponerlo en un lenguaje más acor-de a los acontecimientos internacionales del momento, entre la barbaridad bolchevique roja y la mojigatería ca-vernícola medieval. Tanto los liberales como los clérigos perdieron su identidad individual dentro del discurso de sus opositores y se convirtieron en un bloque inde-finido de “Partido Liberal” e “Iglesia”, entidades vistas por sus antagonistas como responsables del atraso y la destrucción de la patria. Aunque los políticos y clérigos más moderados se oponían a esa retórica tan violenta y deshumanizante, ella pronto se convertiría en una parte fundamental del discurso que ya había tomado la forma de un “diálogo de sordos”. Hay que recordar que durante la larga historia de la lucha bipartidista en Colombia existieron muy pocas diferencias ideológicas consistentes entre los dos partidos tradicionales, salvo las que tenían que ver con las relaciones entre la Igle-sia y el Estado. El asunto de la “cuestión religiosa” fue una herramienta utilizada por políticos y publicistas para encender los ánimos de los militantes de los dos partidos durante las campañas electorales y para uni-ficarlos en sus momentos de división interna. Los tér-minos del debate ya estaban establecidos en 1935; a los que se agregan los acontecimientos internacionales, especialmente la Guerra Civil Española pero también la Segunda Guerra Mundial; y los militantes tenían me-táforas para comparar –y dignificar– los problemas y desacuerdos políticos en Colombia con los asuntos euro-peos. En pocos años iban a ser usados para justificar la barbarie, la eliminación física violenta de los opositores (Williford 2009a y 2009b).

clero; el dominico Roberto Prada Rueda, por ejemplo, escribió en la crónica de su priorato en Tunja: “Se acabó la comunidad de las Madres Deificadoras–obra de Mgr. González Arbeláez y de una mu-jer q’ se llamó la Madre Ana!! ……El porqué, la Historia lo dirá! El Cronista nunca creyó en ellas!!!” (sic). Roberto Prada Rueda, Libro de Crónicas. Convento Tunja, 1931-1949, Archivo Dom., folio 50, pp. 128, 15-25 de enero de 1943. Pero “la Historia lo dirá” sólo cuando los ar-chivos eclesiásticos sean abiertos.

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Aspectos del debate sobre la ‘cuestión religiosa’ en Colombia, 1930-1935Thomas J. Williford

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58. Mensajero del Sagrado Corazón de Jesús [Bogotá]

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Archivos consultados

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por Alexánder Hincapié García**

* El artículo aquí presentado se deriva de la investigación en curso “Cuerpos precarios, sujetos ingobernables. Reflexiones desde la antropología histórico-pedagógica en torno al problema de la formación en Colombia” (título tentativo). Investigación realizada para aspirar al grado de Doctor en Educación. Agradezco la siempre oportuna información que el profesor Albeiro Valencia Llano me regala. Para José Alberto Arango, quien lloró leyendo Por los caminos de Sodoma.

** Magíster en Psicología. Becario de Colciencias. Estudiante del doctorado en Educación, línea de Pedagogía Histórica e Historia de las Prácticas Pedagógicas, Universidad de Antioquia. Miembro del “Grupo de Investigación sobre Formación y Antropología Pedagógica e Histórica” (Formaph). Correo electrónico: [email protected]

Por los caminos de Sodoma.Discurso de réplica, promesa formativa para una homosexualidad otra (1932)*

RESUMENEl presente trabajo realiza una lectura de la novela Por los caminos de Sodoma: confesiones íntimas de un homosexual, publicada en 1932, de Sir Edgar Dixon; seudónimo utilizado por el intelectual caldense Bernardo Arias Trujillo. La tesis que proponemos refiere que el gesto literario que presenta a la homosexualidad en los años treinta, desde la toma de la palabra de los sujetos constituidos como homosexuales, supone el ejercicio de un discurso de réplica (o contradiscurso) que, a pesar del signo trágico de sus personajes, inaugura la promesa formativa de una homosexualidad otra para aquellos sujetos portadores de las marcas de la injuria y la degradación. El artículo está dividido en tres apartados que abordan la relación entre literatura y formación, la homosexualidad como discurso de réplica y, para concluir, la novela Por los caminos de Sodoma entendida como un alegato.

PALABRAS CLAVELiteratura, formación (Bildung), alegato, homosexualidad, injuria, degradación.

Fecha de recepción: 17 de junio de 2011Fecha de aceptación: 12 de agosto de 2011Fecha de modificación: 16 de septiembre de 2011

Por los caminos de Sodoma: Counter-discourse and the Promise of Another Homosexuality (1932)

ABSTRACT This article provides a reading of the novel, Por los caminos de Sodoma: Confesiones íntimas de un homosexual, published in 1932 by Sir Edgar Dixon, the pseudonym of Colombian intellectual Bernardo Arias Trujillo. We suggest that the literary gesture that presents homosexuality in the 1930s, by giving voice to individuals constituted as homosexual, presupposes the exercise of counter-discourse that, despite the tragic sign of its characters, inaugurates the formative promise of another homosexuality for those subjects marked by insult and degradation. This article is divided into three sections: the relationship between literature and education (Bildung); homosexuality as a counter-discourse; and the novel, Por los caminos de Sodoma, understood as an argument.

KEY WORDSLiterature, Education (Bildung), Argument, Homosexuality, Slander, Degradation.

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Por los caminos de Sodoma.Discurso de réplica, promesa formativa para una homosexualidad otra (1932)*

En estas páginas se van a levantar, para la vista de todos, las úlceras suntuosas de un joven que tuvo una deficiente educación sexual y cuya vida fue acibarada por la intolerancia de unos, por la insen-sibilidad de otros y por la indiferencia de todos (Dixon 1990, 1).

Literatura y formación

K ant (2004) reconoció que la literatura es una fuente antropológica porque en ella se expresa mucho de la naturaleza humana. De igual manera, como sostie-ne Melo (2005), la literatura es un espacio privilegiado para manifestar las realidades sociales, justo allí donde emergen. Desde su inicio ha hecho parte de la vida del hombre; es decir, ha participado de su formación, en cuanto el ser humano ha podido comprender sus viven-cias a partir de lo que la literatura le dona (Melo 2005). Lo cual, si bien presta un servicio a la sedimentación de las formas sociales, también se ofrece como un espacio de resistencia, refutación o réplica, donde la vida del sujeto puede ser reinventada, reescrita, y donde, con esfuerzo, los términos de lo posible son forzados a reconfigurar-se para albergar lo que en otros momentos ha sido des-poseído de toda oportunidad. La literatura, pues, es la posibilidad de resistir lo que las técnicas disciplinarias han hecho del sujeto y de inventar otras maneras de for-marse a sí mismo.

López de Mesa (1916), frente al problema del analfabe-tismo en Colombia a comienzos del siglo XX, se cues-tionaba si la difusión de la enseñanza básica podría participar en el mejoramiento de la moral nacional (en otras palabras, en el perfeccionamiento de su for-mación). Igualmente, y para superar el pesimismo, advertía que el hombre, en su infinita necesidad de aso-ciarse con el otro, desarrolla las facultades morales, en un principio por el miedo, luego por participación en la sensibilidad religiosa y, finalmente, por un afortuna-do discernimiento de la dignidad inherente al prójimo. De modo que si el desarrollo de las facultades morales reclama independencia tanto del miedo como del sen-timiento religioso, la educación obligadamente tendría que ser independiente.

En ese sentido, López de Mesa (1916) justificaba, tal vez sin saberlo, el ideal de Comenio que proclamaba una educación que enseñase todo a todos. Sin embargo, el intelectual antioqueño se apresuraba a sostener que las letras pueden servir para ampliar las posibilidades for-mativas del hombre, pero también pueden ser “[…] para los pervertidos morales un recurso antisocial” (López de Mesa 1916, 342). Sin decirlo, señalaba que la literatura, por más que se quiera desplazarla al lugar de la ficción y de lo irreconocible (según sea la necesidad política), siempre tiene que ver con nuestra formación, con los va-lores que nos sujetan y con los cuerpos que la nación re-clama como suyos o descalifica por inasimilables. Como ha señalado Piñeres (2011), toda inquietud que insiste en reflexionar sobre la educación, y específicamente sobre la formación, indica que lo humano no ha llegado a ser y, por tanto, requiere hacerse (formarse); lo humano es lo que nunca se completa y siempre está en el camino de

Por los caminos de Sodoma. Discurso de réplica, promessa formativa para uma homossexualidade outra (1932)

RESUMOO presente trabalho realiza uma leitura de um romance Pelos caminhos de Sodoma: confissões íntimas de um homossexual, publicado em 1932, de Sir Edgar Dixon; pseudônimo utilizado pelo intelectual caldense Bernardo Arias Trujillo. A tese que propomos diz que o gesto literário que apresenta à homossexualidade nos anos trinta, a partir da tomada da palavra dos sujeitos constituídos como homossexuais, supõe o exercício de um discurso de réplica (ou contradiscurso) que, apesar do signo trágico de seus personagens, inaugura a promessa formativa de uma homossexualidade outra para aqueles sujeitos portadores das marcas da injúria e da degradação. O artigo está dividido em três partes que abordam a relação entre literatura e formação, a homossexualidade como discurso de réplica e, para concluir, o romance Pelos caminhos de Sodoma entendido como um apelo.

PALAVRAS CHAVE Literatura, formação (Bildung), apelo, homossexualidade, injúria, degradação.

Por los caminos de Sodoma. Discurso de réplica, promesa formativa para una homosexualidad otra (1932)Alexander Hincapié García

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su formación. Condición azarosa que tentativas bien inten-cionadas, programas de eugenesia o planes sistemáticos de desaparición, han intentado conjurar.

Henao (2005) plantea que las relaciones entre literatura y sociedad son complejas y, por lo pronto, nunca definiti-vas. Sin embargo, es posible pensar a los novelistas como cronistas de la sociedad, en cuanto la novela es un acon-tecimiento que incorpora momentos sociales y cultura-les que se transforman en objetos para la historiografía. Solano (2008), por ejemplo, ha reconocido el valor que la literatura tiene en la actualidad para el trabajo del his-toriador, entre otras cosas, porque lo cotidiano y la vida privada comenzaron a ser temas historiables. Henao (2005), por su parte, sostiene que en los años sesenta co-mienzan a desfundamentarse los diques que ocultaban el erotismo y la sexualidad en la literatura. Como aban-derados de este proceso va a señalar a los personajes ho-mosexuales de las obras de Gustavo Álvarez Gardeázabal y los jóvenes transgresores de Humberto Valverde. Sin embargo, podríamos oponer una objeción y un matiz a sus afirmaciones. En primera instancia, si se recupera una lectura de Risaralda de Bernardo Arias Trujillo (1935), no nos es posible sostener que el erotismo y la sexualidad habrían estado ausentes de la literatura colombiana.1 De hecho, uno de los aspectos centrales de Risaralda es, justa-mente, el cuerpo desmesurado de los negros que el narrador contempla en los bailes que exhiben los pechos y las ca-deras contorneadas de las hembras, y que anuncian las erecciones de los machos.

Cobo (1989), en un giro inexplicable, ignora a Risaralda como una novela fundamental en la literatura colombia-na e indispensable para comprender los ecos raciales del siglo XIX que todavía se advertían en la Colombia de los años treinta. Risaralda, pues, no sólo escenifica las ansie-dades raciales de la nación, sino la fuerza expresiva y ho-moerótica del esbelto hombre paisa, el cuerpo ardiente de la mujer negra y la sexualidad fálica, sin reparos, del macho negro (Hincapié 2010).

Igualmente, Arias Trujillo, con el seudónimo de Sir Edgar Dixon, publica casi de manera clandestina, y para las rasgaduras de sotana y el escándalo de los curas en Mani-zales, Por los caminos de Sodoma, de 1932. Esta novela –situa-da en el sur, que coincide con la época en la que su autor cumplía actividades diplomáticas en Argentina– explora el descubrimiento de la homosexualidad de David. Si bien,

1 La antología seleccionada por Óscar Castro (2004), Un siglo del erotismo en el cuento colombiano, puede ser ilustrativa con respecto al punto señalado.

ciertamente, la novela goza de muchos de los prejuicios de la época (machismo, devaluación de las mujeres y cri-terios radicales para la construcción de lo masculino), no por ello sus escenas carecen de erotismo y sexualidad; incluso, para algunos, rozan con la pornografía. Bien lo ha referido Balderston (2004), la historiografía de la lite-ratura latinoamericana ha sido, en exceso, cautelosa si se trata de estudiar el cuerpo, el deseo y la sexualidad, máxime cuando se enfocan las pasiones masculinas por los hombres. Independientemente de si tiene o no re-levancia establecer la demarcación entre pornografía o erotismo, en Por los caminos de Sodoma nos encontramos con el riesgo y la apuesta de un escritor de llevar a las letras las vivencias de un hombre que se forma a sí mismo en el deseo por otros hombres.

La homosexualidad como discurso de réplica

En la medida en que la sodomía daba paso a la homose-xualidad, dejaba de ser exclusivamente un objeto de la reflexión moral y de las leyes, para ser inscrita clínica-mente en el campo de la sinrazón, ocupando un lugar al lado de la locura. Como se podría deducir, la sinrazón es aquello que no hay que oír: si se le hace hablar, no es para comprender lo que dice, sino para reafirmar lo que ya se conoce. Foucault señala, en su estudio sobre la locura en la época clásica, que la ciencia positiva solicita “[…] hacer callar los propósitos de la sinrazón para no escuchar más las voces patológicas de la locura” (Foucault 2006, 172). Si-guiendo las incitaciones de Foucault, podríamos plantear que el racionalismo clásico, incluso más que el positivis-mo, se habría encargado de sembrar los cimientos de un lugar para la homosexualidad, en su aparición a finales del siglo XIX, dentro del espectro de la psicopatología, el tras-torno y la desviación, no por una constatación irrefutable, sino por un saber que actúa como una decisión tomada de antemano; pues, “Mejor que cualquier doctrina, mejor en todo caso que nuestro positivismo, el racionalismo clásico ha sabido velar, y percibir el peligro subterráneo de la sinrazón” (Foucault 2006, 249).

Foucault (2002) esgrimiría como acta de nacimiento de la homosexualidad el año 1870. Concretamente, especifica-rá que el homosexual nace, si se quiere, en el momento en que el discurso médico y psiquiátrico lo caracterizan. Ahora bien, la popularidad de la homosexualidad en Euro-pa se pudo constatar con el escándalo público que denun-ciaba al príncipe Philiph von Eulenburg y al militar Kuno von Moltke como dos homosexuales “[…] en la corte del emperador de Alemania cuyo proceso se desarrolló entre

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1907 y 1909” (Melo 2005, 17). Sin embargo, situados en el caso colombiano, Bustamante (2004, 2008) parece suge-rir que dicha popularidad (tal vez su parición), se constata en el Código Penal de 1936. La influencia de los saberes modernos (biología, medicina, psiquiatría), evidente-mente, hacía ceder la tradición hispánica, básicamente humanística y sustentada en la autoridad de la religión católica, la lengua, la urbanidad y el buen tono (Ospina 1919), frente a las tentativas científicas de explicar, pre-decir y controlar problemas, de algún modo recurrentes, que ameritaban soluciones para el buen funcionamiento de la sociedad. La ciencia, pues, donaba a las leyes un marco interpretativo para juzgar lo legítimo de lo no le-gítimo. Así, la relación entre personas del mismo sexo, antes tipificada como sodomía, y por ello aludiendo a un pecado (no a una interioridad psíquica o un trastorno que se revela en cada gesto de quien lo padece y por lo cual es culpable), se abría camino ahora clasificada como homo-sexualidad (nacía, entonces, una subjetividad).

El homosexual, al decir de Bustamante, es un objeto producido, en el marco del saber colombiano, en “[…] la tercera década del siglo XX” (Bustamante 2004, 94). In-cluso, posteriormente informará que en Colombia, du-rante gran parte de las primeras décadas del siglo XX, no se sancionaron las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, pues continuaba vigente el Código Penal de 1837 a través de la voluntaria aceptación e incorpora-ción, por parte de las regiones, en las disposiciones del Código de 1873. Ninguno de los dos Códigos estableció la sodomía como delito. No obstante, ese clima de relati-va separación de la tradición hispánica y de adhesión al código napoleónico también permitió establecer el deli-to de corrupción de menores, con el cual los hombres atraí-dos por otros hombres eran representados, en la esfera social, como peligrosos para la infancia y la juventud (Bustamante 2008). El Código Penal de 1936, contrario a la creciente interpretación de la homosexualidad como un trastorno medicalizable, mas no necesariamente pu-nible, penalizaba la actividad sexual entre personas del mismo sexo, y esa penalización es situada por Busta-mante (2008) como un reordenamiento de los dispositi-vos que instituyen la homosexualidad en la tipificación del delito de acceso carnal homosexual.2

2 En 1931, Rafael Mejía presenta su tesis para optar al Doctorado en Medicina de la Universidad de Antioquia. La disertación versa so-bre distintos temas, pero principalmente sobre sus reflexiones en torno al instinto sexual a partir de la práctica médico-legal. Sobre el tema aquí tratado, puntualiza: “La inversión del instinto sexual se encuentra en los homosexuales, uranistas o invertidos, que son aquellas personas, machos o hembras, que teniendo sus órganos ge-nitales normalmente conformados, sienten repugnancia por el coito

Ahora bien: si Bustamante (dentro de su arqueología de la homosexualidad) en Colombia– postula como inaugu-ral el gesto del Derecho que se expresa en el Código Penal de 1936, también podría ser interesante indagar en otros registros, por ejemplo, en la literatura y en las letras, para establecer diferentes acontecimientos discursivos que han hecho aparecer la homosexualidad. Al respecto, en-contramos en 1926 (diez años antes de la formulación del Código Penal antes citado) las siguientes afirmaciones:

Ahora recorren nuestro pobre mundo, sediento de emociones raras, algunas teorías deliciosamente conturbadoras. Han descubierto algunos pen-sadores audaces que el amor heterosexual tiene muy escaso mérito, y que en tiempos de la divina civilización helena sólo servía como artículo de consumo inferior (López de Mesa 1926, 82).

Luego concluye que los homosexuales son “Anarquistas del mundo moral, a su manera, no creen en la existencia de sentimientos normales en la sexualidad de los demás hombres, y califican de hipócrita al resto de la huma-nidad […] Ellos, sin embargo, no son el mayor peligro social futuro en estas materias” (López de Mesa 1926, 86-87). Esas teorías conturbadoras que apunta López de Mesa (mientras trata de manera condescendiente a los anarquis-tas del mundo moral) pueden valer como una clara alusión al caso de Oscar Wilde y la defensa argumentativa que éste elaboró para estetizar el amor que no osa decir su nombre y que, tal vez, por la vía del escándalo hizo girar la mirada hacia una forma del amor no reconocida. Por su parte, Foucault circunscribió a Wilde y a Gide como “[…] una

con los individuos de sexo contrario y sienten, a la inversa, placer por el ayuntamiento carnal con los de su mismo sexo” (Mejía 1931, 152). A su vez, en 1934, se publicaba Ética y pedagogías sexológicas de Forster y Gi-raldo, donde se informaba que: “En cierta ocasión oí de labios homo-sexuales la exposición de sus conceptos morales y religiosos y no eran otra cosa que los reflejos de sus instintos pervertidos” (Forster y Gi-raldo 1934, 10). Además, reconocía que el psicoanálisis había venido a confirmar mucho de lo que la pedagogía cristiana desde hace tiempo venía insistiendo. El trabajo de Forster es seguido, en el mismo libro, por una conferencia del presbítero Miguel Giraldo Salazar, dictada a los maestros de Antioquia, donde se ocupa del tema de la educación sexual. Al respecto, opinaba que el mejor tratamiento para tan deli-cado tema es el acercamiento indirecto, pues la exposición pública de determinados asuntos que preocupan porque puedan ser realizados funge inversamente como el acicate que propone realizarlos. Al mis-mo tiempo, insta no tanto a perseguir la sexualidad de los niños, que tendría que hacerse de manera indirecta, sino a oprimir la mentira, pues el niño que miente es aquel que no tendrá reparos en practicar la masturbación y, probablemente, en hacer parte de “amistades particulares”. Curiosamente, y no por las razones que lo haría Arias Trujillo, el presbítero sitúa a los personajes de la Ilíada como ejemplo de templanza y observación de los instintos. Recurro, pues, a estos datos para ampliar la fecha de nacimiento de la homosexualidad pro-puesta por Bustamante (2004, 2008) a partir del archivo legal.

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inversión estratégica dentro de una ‘misma’ voluntad de verdad” (Foucault 2007, 163). Por lo tanto, poco podría valer como resistencia el ejercicio de las letras allí donde ellas se inscribían en la voluntad de verdad que, por otros medios, producía y sonsacaba la verdad de los cuerpos que eran producidos como cuerpos homosexuales.3

Según Foucault, la homosexualidad a la que habría que darle forma no estaba en la invención de un nuevo gé-nero literario, sino en la posibilidad de construir lazos no codificados, en la elaboración de distintos modos de relación y en la intensificación de los placeres no confis-cados. No pasa, entonces, por confesar quién es el sujeto homosexual, sino por resistir lo que se ha hecho de ese sujeto. De igual modo, implica trabajar la relación entre hombres para hacerla una relación sin forma preestable-cida, donde todo está por inventarse. Por lo tanto, no se trata de aceptar la comodidad del reconocimiento de la ho-mosexualidad como un deseo (y con ello, desarmarizar todo lo que sucede en una habitación entre los hombres), sino de hacer deseable la homosexualidad, e inubicable por las redes del poder (Foucault 1994).

Situados en el contexto colombiano, nos preguntamos: ¿la toma de la palabra por parte de la literatura –gesto que obviamente molestaba a los censores y a los expertos que mejor pensaban describir y comprender la homose-xualidad– no puede valer, en los términos de Foucault, como una incitación a inventar la homosexualidad de otra manera? Podríamos pensar que si bien Wilde, Gide, Genet o Arias Trujillo no inventaron nada, su toma de la palabra tiene justamente un valor formativo (y, por lo tanto, peligroso), en el momento que lanzan el desafío que reclama una homosexualidad otra, decodificada e inapre-sable por las estrategias médicas, legales, psiquiátricas y religiosas. Entendemos por homosexualidad otra, ya no las definiciones heredadas por la psiquiatría, el psicoanálisis, el derecho o demás técnicas disciplinarias, sino el trabajo que los hombres atraídos por otros hombres realizan sobre sí mismos para darse forma y elaborar las posibilidades de su deseo. Desde Hegel (2010), sabemos que el trabajo de dar forma, a la vez, significa formar al sujeto. Se trata pues, siguiendo a Sedgwick (1998), de estimular las fuerzas productivas que trabajan en la estilización del deseo in-termasculino, y no las que procuran su patologización.

3 Eribon (2001) es enfático al señalar que no es posible seguir a Foucault en esa aseveración. La literatura con un tono homoerótico no es un discurso de réplica, dirá Eribon, puesto que habría surgido antes que la misma psiquiatría o, al menos, al margen de ella. Lo que sí resulta cierto, a su parecer, es que la psiquiatría (y el psicoanálisis), se move-ría con la voluntad de apropiarse de dicha literatura para anexarla en el inventario de sus cuadros clínicos.

Foucault (1994) señalaría que lo que vuelve inquietante la homosexualidad no son dos hombres que se producen mutuamente placer (eso podría ser tolerable, si se logra discretamente); lo que inquieta y, por lo mismo, es ame-nazante son las alianzas no contempladas, la desmul-tiplicación de afectos y la proliferación de lazos sociales no codificados. En otras palabras, lo que se torna intole-rable es la promesa formativa de una homosexualidad otra que, advertida en la literatura, desmultiplica los efectos sociales entre los cuerpos, la sexualidad y el sujeto: al-tera los referentes disponibles para la formación. Por los caminos de Sodoma es, por ello, una amenaza que se expo-ne en el signo trágico de los estetas, pues justamente su signo trágico es la condición de posibilidad, en los años treinta, de que el homosexual pueda decirse, narrarse y, principalmente, formarse.

Sobre el autor, la crítica y el alegato

El presente apartado se divide en tres puntos, para reali-zar un acercamiento más preciso a la novela. En prime-ra instancia, se recuperan algunos datos biográficos de Bernardo Arias Trujillo; posteriormente, nos centramos en el examen que se ha hecho de Por los caminos de Sodoma desde la crítica literaria, y, finalmente, se reconstruye el mundo de la obra como el alegato de un alma sojuzgada.

Bernardo Arias Trujillo

Nació en Manzanares (Caldas), el 19 de noviembre de 1903. Su padre, oriundo de Sonsón (Antioquia), y su madre, de Salamina (Caldas), lo inscriben dentro del complejo regional paisa. Arias Trujillo se describió ge-nealógicamente como un hombre que habla con la voz del campesino, el proletario y la clase media colombiana. Refiere que:

Mis antepasados, como todos los de la clase media de nuestra patria, fueron labriegos de raza blanca y dulce mirar, corajudos para el trabajo, prontos en la guerra, lentos en los armisticios, buenos en la paz, y tan sólo pidieron en premio de su san-gre vaciada, el derecho a que se les respetara el pedazo de tierra que cultivaron con amorosa fe (Arias 1934, 13).

Su vida transcurrió en varios municipios del departa-mento de Caldas, debido a que su padre ejercía como fun-cionario público. Una vez terminó sus estudios de básica primaria, y después de una corta estancia en Villaher-

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mosa (Tolima), se trasladó a Bogotá a comienzos de los años veinte. “Ingresó a la Universidad Libre y continuó sus estudios de abogado en el Externado de Colombia” (Valencia 1997, 52). Entre las dificultades económicas y su carácter radicalmente liberal, se graduó en 1927. Permaneció por algún tiempo más en Bogotá, y decidió regresar a Manizales en 1930, debido a un esperanzador clima liberal que por aquellos días suponía el triunfo de Olaya Herrera. Valencia (1997) afirma que la Manizales que Arias Trujillo encontró no era la misma de sus días de adolescencia. Los incendios de 1925 y 1926 habían obliga-do a la reconstrucción de la ciudad, y, con ello, eran po-sibles aires renovadores no sólo en la política, sino también en las formas sociales. Su estilo y pulso intelectual resue-nan rehabilitando el periódico El Universal, donde exponía de manera vehemente, y sin dudas, sus radicales puntos de vista. En el editorial del 3 de julio de 1930, por ejem-plo, sentenciaba que:

El conservatismo y el partido liberal han historiado con la sangre de sus mejores juventudes la vida de la patria; ellos tejieron en noches de vigilia y de dolor la túnica inconsútil de la República, que después una cuadrilla de soldados sin nombre quisieron echar a la suerte para satisfacer hambres atrasadas y gulas babilónicas (Arias 1991, 17).

El experimento fue clausurado (no sin conseguir múl-tiples enemigos, de lado y lado), porque Arias Trujillo, gracias a la mediación de José Camacho Carreño, emba-jador de Colombia por aquel entonces en Argentina, fue nombrado secretario de la Legación Colombiana para el país del Cono Sur. El embajador describe su primera im-presión del siguiente modo:

Conocí a Bernardo Arias Trujillo en Buenos Aires. Tras de unos malhumorados aldabonazos encontré un mozo dejativo y rudo, de franco mirar que sesgá-base a veces con cierta cólera oblicua. Entre el des-cuido de su indumentaria viajera se perfilaba un tipo muy aguileño y castellano, blanco no sólo por el tinte sino por la donosura y firmeza de las fac-ciones, lo que sorprende a quienes moramos estas mesetas chibchas de gente impersonal y rechon-cha como las botijuelas (Camacho 1973, 5).

Quedará, tal vez para otro momento, examinar por qué Camacho Carreño se empeña, subrepticiamente, en ele-var como valor estético la blancura del hombre paisa, por medio de un reconocimiento de la elegancia de Arias Tru-jillo, pero en detrimento de las personas rechonchas de las mesetas chibchas o cundiboyacenses. De momento, nos

interesa (como marco histórico-cultural en el cual, posi-blemente, se concibe y se realiza Por los caminos de Sodoma) explicitar que, una vez en Argentina, Arias Trujillo enta-bló amistad con Federico García Lorca, al cual recuerda re-firiendo: “Era la piel de Federico casi nocturna como la del rostro gitano de las noches árabes de su suelo granadino. Había algo de aceituna y de barro fresco de su tierra solar, en el color de su faz casi criolla de tan morena” (Arias 1973, 30). Más adelante, en el mismo texto, va concluyen-do su descripción con una emotiva y poética despedida:

¡Adiós Federico García Lorca, romancero morenito, cachorro de leopardo con alma de paloma, cal de los huesos de España, sal de sus lágrimas, tambor de su guerra, zumo de sus vides, corazón mucha-cho como el vino, alma pueril como la uva, ado-lescencia siempre. Como todo lo habías dado a España en tu poesía fértil, solo faltaba que te vacia-ras, desnudo y total, licuado en sangre de marti-rio, sobre la tierra tan amada, último holocausto de quien se dió integro a su península que tiene la forma de tu corazón gitano! Con tu fusilamiento, queda España en pedazos como un mástil después del huracán (Arias 1973, 32).

Buenos Aires, entonces, ciudad que Arias Trujillo elogia-rá como la gran promesa cultural de América, es el con-texto en el que puede escribir y publicar, bajo el auspicio de Editorial Pagana, Por los caminos de Sodoma. Como refiere Valencia, “La obra la firmó como Sir Edgar Dixon, pues conocía la mojigatería de sus paisanos; por ello no se identificó con su propio nombre” (Valencia 1997, 76). Sin embargo, de algún modo, fue asociado con la novela, por lo cual quedaba presentado públicamente como homo-sexual. El mismo profesor Valencia afirma que del libro circularon algunos ejemplares, provocando el escándalo y la algarabía social: “Cuando llegaron a Manizales los primeros ejemplares de esta novela, en enero de 1933, la mayoría fueron destruidos ya que la escuela del presbí-tero Darío Márquez continuaba enseñoreada en el clero caldense” (Valencia 1997, 140).

En general, los ejemplares del libro, considerado hoy como un incunable, fueron quemados, y los pocos que escaparon de tan atemorizado ataque se inscribieron en el registro de esos libros de culto que, fundamentalmen-te, son leídos en círculos literarios; aunque también fue acogido por otro tipo de simpatizantes de las ideas liberales que circulaban en la época. Si ciertamente el esfuerzo del clero caldense le apostaba a la desaparición del libro, era porque éste abría la puerta a las posibilida-des, siempre vigentes pero negadas, del homoerotismo.

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El libro consiguió, parcialmente, escapar de la censu-ra por mediación de aquellos que lo han ubicado en la historia de los acontecimientos discursivos, no sólo de Caldas sino de toda Colombia.

La crítica literaria y el examen de la obra

Daniel Balderston (2006a), en su sugerente trabajo Ba-ladas de la loca alegría: literatura queer en Colombia, realiza un análisis de lo que él nombra como literatura gay o queer en Colombia. Dicha literatura tiene que relacionarse con un cierto tipo de escritura que requiere leerse en un doble registro o que habría que decodificar para advertir el co-queteo homoerótico. Sin embargo, si bien es interesante el proceder analítico que lo lleva, por ejemplo, a leer a Porfirio Barba-Jacob o a Álvaro Cepeda Samudio, mien-tras echa en falta no poder advertir más explícitamente lo queer en José María Vargas Vila, omite referirse a Por los caminos de Sodoma, texto que sin ambages presenta abier-tamente la homosexualidad. Probablemente, la omisión se deba a las particulares condiciones de la autoría de la novela (específicamente, por el uso del seudónimo) o al tono semiclandestino que la rodea, por lo cual parece di-rigirse a una especie de público iniciado.

Por los caminos de Sodoma, al decir de Hernando Salazar (1994), debe considerarse como una novela apócrifa de Arias Truji-llo.4 El concepto se emite con base en que no existe ningún documento del autor que reconozca que dicha novela fue escrita por él. No obstante, las referencias grecolatinas, los giros idiomáticos y el carácter justificativo del argumento conducen, casi sin pérdida, a la pluma de Arias Trujillo. Incluso, el seudónimo Sir Edgar Dixon, con un claro giro wildeano, tiene un elemento adicional a la manifiesta ad-miración de Arias Trujillo por Wilde; ese elemento refiere la existencia del apellido Dixon en el oriente de Caldas (Sa-lazar 1994), región de la que proviene el autor de Risaralda. De esta forma, la elección del seudónimo sería una clave cifrada que reúne, sincréticamente, los referentes cultura-les e identitarios que producen al autor.

4 Menos sujeto a dudas, que por razones de método empañan la autoría de Por los caminos de Sodoma, aparece el poema “Roby Nelson” de Bernardo Arias Trujillo. El poema, calificado por Vélez (1997, 93) como “La voz dio-nisiaca”, es recuperado recientemente en la antología de José Quiroga (2010), titulada Mapa callejero. Crónicas sobre lo gay desde América Latina. Para transmitir algo del “tono” del poema, transcribo algunas líneas:

Muchachito bohemio, príncipe de tus vicios, exquisitoyperverso,frágilcomounaflor. En mis noches paganas de crisis voluptuosas en los hondos naufragios de mi fe y mi dolor yo te pido como antes que me vendas dos cosas: un gramo de heroína y dos gramos de amor.

Adentrándonos un poco más en la crítica de la novela, Mejía (1990) refiere que Por los caminos de Sodoma es un tra-bajo de una lectura imposible, gracias a su escaso valor literario. No obstante, reconoce lo interesante que puede ser como documento psicobiográfico, puesto que la cer-canía del tema de la novela con la vida de Arias Trujillo no es meramente anecdótica. A diferencia de las reservas de método y científicas de Salazar (1994), sin ninguna duda acepta que Por los caminos de Sodoma debe su autoría a Ber-nardo Arias Trujillo, pues para leer la homosexualidad de dicho autor se solicita la información que se desgrana en la novela. Curiosamente, le concede poco a la persona-lidad de Arias Trujillo, pues si bien asumía sus intereses homoeróticos conscientemente y en un tono desafiante y afirmativo, estaba sometido a la fuerza destructora de quien con su toma de la palabra anticipa la furia y el ata-que de una sociedad, evidentemente, puritana.

De cierta manera, lo que propone Mejía (1990) es que la escenificación wildeana de Arias Trujillo no es más que el rechazo inconsciente de sí mismo, que se expone de-safiante en un contexto sociocultural del que sólo podrá recibir la marginación. Mejía, entonces, no alcanza a estudiar el potencial subversivo de Por los caminos de Sodo-ma, ni de En carne viva, por ejemplo; les niega la capacidad para rearticular los términos culturales que, en el mo-mento de la recepción de esas obras, intentan destruir las fuerzas contenidas en la pluma de un hombre de ra-dical liberalismo y presunta homosexualidad “descara-da”. Curiosamente, Arias Trujillo termina atrapado en la sexualidad y es incapaz de plantar una crítica efectiva de su sociedad.

Ahora, si la rebeldía intelectual de Arias Trujillo lo que mejor explica son sus conflictos intrapsíquicos, enton-ces, ¿cómo entender el escándalo histérico y el odio que disfrazaba el miedo frente a los ideales formativos que, a través de Por los caminos de Sodoma, se ofrecían como po-sibilidad para los hombres que experimentaron (y expe-rimentan) el mal llamado amor de los griegos? No podrá negarse que a dicha novela, en el momento en que es confiscada y prohibida por la Iglesia, también se le re-conoce, por vía negativa, que su exposición corrosiva de la injusticia que se ejerce, y se encarniza, contra los que se resisten a reconducir sus sentimientos es una fuerza formativa que pretende valorizar el deseo degradado, que se escapa por debajo de las sotanas que lo niegan.

El alegato que informa Por los caminos de Sodoma, así como la escenificación wildeana de Arias Trujillo, no sólo re-corren las vicisitudes y el infortunio del amor entre hombres, sino que también los elevan a la esfera pública

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como un amor no reconocido, pero no por ello inexisten-te. Más bien, demuestran, aun con la tragedia, que si ese amor ha truncado miles de vidas, no lo hace por la infamia del amor mismo, sino por las condiciones so-cioculturales e históricas que lo confinan en la miseria. Ciertamente, reducir la lectura de Por los caminos de Sodoma a un material no de corte antropológico, sino psicobio-gráfico del drama de su autor, podría inscribirse, con recursos menos dogmaticos (aunque tal vez más insidio-sos, porque hablan desde el saber moderno de la crítica literaria), en las estrategias de humillación e injuria que han hecho del amor y el deseo entre hombres una pasión desprovista de belleza y que va acompañada de un desor-den psicológico.

Para Mejía (1990), el talento de Arias Trujillo se escon-de en la rebeldía que no alcanzará la madurez, debido a su prematura y autoinducida muerte. Por los caminos de Sodoma no es más –se desprende de sus aseveraciones– que la empalagosa atracción por los hombres, el ma-chismo dirigido contra las mujeres y los homosexuales “afeminados” y la escena graciosa (tal vez ridícula) de un hombre homosexual identificado con lo masculino, empeñado en encontrar el también viril amante perfec-to. En síntesis, Arias Trujillo parece presa de insonda-bles e irresolubles conflictos personales que asfixian el talento literario, la concepción “[…] obvia y simplista de la trama y de cada una de sus situaciones, delata la in-madurez literaria y la maraña interior que Arias tenía a los 28-29 años. Vislumbrar una salida hacia la verdadera literatura, desde esos tremedales, era casi imposible” (Mejía 1990, 61).

Independientemente de los supuestos conflictos in-trapsíquicos en la esencia misma del trabajo de Arias Trujillo, como escritor e intelectual, lo cierto es que Bernardo Arias Trujillo: el drama del talento cautivo (Mejía 1990) funciona como un estudio sobre la vida del escritor cal-dense, pero se entiende mucho mejor como un esfuerzo por desacreditar al escritor y al intelectual, usando ca-tegorías barnizadas con un poco de psicoanálisis, con lo cual dicho esfuerzo adquiere (o pretende) un lustroso valor “científico”.

Otros pulsos de la crítica literaria han convenido en se-ñalar diferentes aspectos tanto en Por los caminos de Sodoma como en Arias Trujillo. Bien señala Vélez (1997) que la imaginería pagana en las obras del escritor paisa no se pliega al mundo de los dioses, sino que se adhiere a la piel de los mortales, en una hibridación que reúne lo más valo-rado de la estética occidental con el drama, tal vez la tra-gedia, del hombre que las tierras americanas produjeron.

El esfuerzo de Arias Trujillo se realiza, entonces, en los tér-minos del lenguaje, pues es allí donde el canon literario se disloca por una escritura híbrida que canta los amores degradados y los reinscribe como parte de la misma fun-dación de Occidente, y, concretamente, en la formación del hombre del sur del continente americano. El propio Mejía (1990) admite que entre la literatura occidental y el homoerotismo existe una relación que nunca se ha ago-tado. Por lo mismo, el trabajo de Arias Trujillo represen-ta esa relación que un canon literario nacional pretende ignorar. Bastaría, por ejemplo, imaginar una comunidad estética que va desde Homero, Wilde, Ackerley, Forster, Proust, Gide, Whitman, Melville, Thomas Mann, Ver-laine, Rimbaud, Kavafis, Genet, García Lorca, Salvador Novo y Barba-Jacob, para no dar la espalda a lo que se en-seña evidente tras el velo que no deja ver y que preserva un vínculo obstinado y pasional con la ignorancia.

Al respecto, Britzman (2000) ha dicho que la pasión por la ignorancia contiene un singular deseo por no saber lo que, curiosamente, ya se sabe. Un esforzado trabajo, pues, de negación y renegación. Por esto mismo, inde-pendientemente del curso de las interpretaciones que Mejía (1990) ha privilegiado, Por los caminos de Sodoma ra-dicaliza una formación que corroe los marcos limitados y asfixiantes de una cultura que produce los lugares, los espacios y los ambientes para lo que sanciona. Así, las escenas que se han juzgado, si acaso, explícitas (cuando no pornográficas) no pueden ser interpretadas como el ca-pricho de un autor de revelar sus fantasías, sino como el ejercicio deliberado o el empeño en elaborar, mediante su exposición, interpretaciones estetizantes de las relacio-nes intermasculinas y, con ello, la oposición a aquella rú-brica interpretativa que busca producir el amor y el deseo entre hombres como una pasión malsana de la que ni si-quiera se debería hablar. Si se persiguen en esas escenas sus más temidas consecuencias, lo que es posible hallar es que éstas se incardinan, con un potencial formativo, en el registro de un placer y un deseo que no pueden aban-donarse, a pesar del orden cultural vigente. Lo que ate-moriza, dígase pues, es la promesa formativa que se abre toda vez que los amores masculinos pueden ser narrados.

El alegato de Por los caminos de Sodoma

Ahmed (2009) inicia su artículo “Happiness and Queer Politics” con la mención del libro Spring Fire, una novela lésbica publicada en 1952, en el contexto euroamerica-no, y que alcanzó altos niveles de ventas. Vin Packer, el autor, tiene una conversación con el editor antes de que la novela sea publicada. El editor sostiene que si bien Vin

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puede tener una buena historia, no le será permitido un final feliz para la misma: “you cannot make homosexua-lity atractive”, sostiene.5 Es decir, no se puede hacer de la homosexualidad algo deseable y atractivo, no puede haber un final feliz, pues eso sería ejercer una promo-ción del estilo de vida homosexual. Irónicamente, y situa-dos en 1952, Ahmed asevera que un final infeliz se torna un regalo para las vidas de los homosexuales, entre otras cosas, porque no se trata de la literalidad de los finales fe-lices o infelices, puesto que cada lector bien puede creer en ellos o no, sino que se trata de la oportunidad que se les aparece a las vidas de las personas confinadas en sus sentimientos, de tener un libro que aborda las vidas de personajes injuriados y degradados por el amor y el deseo que resulta incompatible con la norma heterosexual. Pero si eso refiere Ahmed para el contexto euroamerica-no en la década del cincuenta, ¿qué puede, entonces, sig-nificar Por los caminos de Sodoma, en los años treinta, para la nación colombiana?

La novela de Sir Edgar Dixon inicia, con la voz del narra-dor, un alegato contra la intolerancia, la insensibilidad y la indiferencia frente a las vidas de muchos hombres que, confiscados, han sido “Carne de clínica, de suicidio o de laboratorio” (Dixon 1990, 1). Hace eco de la vida des-esperada de David desde su infancia hasta el momento en que desaparece perdido en Buenos Aires. Durante toda la trayectoria de la novela, el narrador no abandonará una posición mediante la cual defiende y construye un alega-to en favor de los homosexuales. Se mueve con el interés de denunciar el yugo que históricamente se ha ceñido sobre y contra ellos. Leyendo esta posición en cuanto a la crítica literaria, se puede sostener que el narrador de Por los caminos de Sodoma, al no ocupar una posición neutra fren-te a la homosexualidad y frente a las fuerzas histórico-culturales que la sofocan, al intentar rescatar a David de las normas sociales que lo juzgan y lo aprisionan, se ofre-ce a sí mismo como alguien simétrico al protagonista de la novela. Incluso, lo reemplaza allí donde David parece no poder decir más sobre su historia; de tal modo que el narrador puede ser el mismo David y todos aquellos que son condenados por la misma condición.

David es educado en un ambiente hostil, donde un padre moralmente tirano, una madre obediente y unos hijos temerosos realizaban extensos rituales religiosos en los que, principalmente, se sometía el cuerpo y se aplacaba la imaginación: “La infancia de David había transcurri-do en la penumbra, en un hogar castellano de severas

5 “No puedes hacer atractiva la homosexualidad” (traducción propia).

tradiciones” (Dixon 1990, 9). La disciplina dura y férrea, sumada a la ausencia de afecto, tempranamente parecía marchitar la vida de los miembros de este hogar. David sólo conoció la compañía de los libros, pues éstos le per-mitían escaparse por desconocidos parajes, alejados de la aridez de su vida en el hogar paterno. Eribon (2004) ha mostrado, a propósito del trabajo de Jean Genet, que los homosexuales han tratado de encontrar en los libros, particularmente en la literatura, los recursos para for-marse a sí mismos.

David, como muchos adolescentes, descubre la mastur-bación involuntariamente, a los 15 años. Sin embargo, ese descubrimiento queda inconcluso porque no tiene forma de articularlo, de reconocerlo o de explicárselo. Así pasan algunos días hasta que en un paraje distante, mientras toma un baño a solas, es sorprendido por un compañero de escuela, quien lo inicia en un placer que no conoce y que ni siquiera creía posible. Su compañero era “[…] un mocetón fornido, de dieciocho años, en cuya musculatura se dibujaba ya el macho próximo, el macho pujante y dominador” (Dixon 1990, 20). Iniciado, como parecía ya, en las artes amatorias, condujo a David a un vértigo que lo asustaba pero que parecía inevitable. Al final, después de haberlo poseído, y tras un largo y cul-poso silencio, el compañero cierra el encuentro con un “–No digas nunca a nadie, lo que hemos hecho…” (Dixon 1990, 23). Desde ese momento, David se volcó con más voracidad hacia los libros, sobre todo hacia aquellos que parecían ilustrarle el amor, la pasión y el deseo. Leía por las noches a escondidas, hasta que su padre lo descubre y lo azota brutalmente frente a sus hermanos. Pero no es eso lo que más lamenta, lo que lo degrada hasta el máxi-mo es que su padre prende una hoguera con sus libros.6 David, dispuesto a no tolerar la injuria, huye de su casa.

Aquí, como advertirá Eribon (2001), se reactualiza un tema recurrente en la vida de muchos homosexuales: la huida o, al menos, la aspiración de hallar una gran ciudad donde el consuelo para sus aflicciones sea el ano-nimato. Arias Trujillo, luego de regresar de su estancia en Buenos Aires como secretario de la Legación Colom-biana, y después de publicar En carne viva y Risaralda, alber-gaba el proyecto de retornar a Buenos Aires e instalarse allí, probablemente intuyendo que su existencia en Ma-nizales estaba cercada por la fuerza de una sociedad que gravitaba entre el liberalismo económico y el conserva-durismo moral.

6 Curiosamente, ése es el destino que los curas en Manizales deciden para Por los caminos de Sodoma: la hoguera.

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En una pequeña ciudad, David comienza a trabajar como obrero en un taller regentado por frailes. Allí conocerá un amor ingenuo y desinteresado, del que será separado por un hombre de Dios encaprichado por el amor de los mu-chachos. David es lanzado a las calles. Con la fuerza de su voluntad logra terminar sus estudios y, contra todos los pronósticos para un muchacho que ha abandonado tem-pranamente el hogar paterno, inicia estudios universita-rios. Durante ese período en el que finalizaba los estudios previos a la universidad, por mediación de Alberto, un amigo de estudios, conoce a María Mercedes, una mujer de su misma edad que, fugitiva también del hogar pa-terno, había ejercido la prostitución. Con ella recorre el cuerpo femenino, reflexionando que ese cuerpo “[…] ex-tendido allí para sus impulsos, tenía un gran vacío, una enorme ausencia, una orfandad inexpresable: en su sexo algo faltaba, algo así como el falo varonil” (Dixon 1990, 133). Independientemente de la rearticulación que el psi-coanálisis hará de una afirmación que confiesa la negación de la diferencia sexual, estaba David en un momento de su vida donde se presentaba a sus ojos, por vía negativa, lo propio para su placer, deseo y fantasía. María Mercedes es, entonces, la puerta para una amistad que le va a per-mitir amar a una mujer como se ama a una hermana, pero no desearla como se desea a un hombre.

Freud (2010), en su trabajo titulado El malestar en la cultu-ra, informa que para el sujeto hay tres fuentes inevita-bles que le producen displacer: el mundo, el cuerpo y el Otro. El mundo, porque escapa, permanentemente, del control del hombre e, incluso, no pocas veces amenaza su supervivencia; el cuerpo, dramáticamente, porque le informa la decadencia, la fragilidad y la vulnerabilidad; y el Otro, porque de él espera el sujeto alcanzar la felicidad y, paradójicamente, lo que con mayor certeza consigue son el sufrimiento, la amargura y la pena. David se ena-mora como nunca antes de Charles Evans, un trapecista de circo que minaría su existencia para siempre.

Charles era un adolescente de una belleza “[…] sobrena-tural, una de esas soñadas hermosuras, cuya existencia solo creemos posible en la imaginación” (Dixon 1990, 178). Todo lo esperaba David de ese amor, y confiaba que el tiempo jugaría a su favor modificando el signo trágico que Charles portaba desde su infancia. Éste, que había nacido en el circo, quedó huérfano de madre siendo un niño. Poco tiempo después, su padre se marcha y lo deja a expensas de otros que lo formaron en el arte de los trape-cios, pero también en el intercambio despiadado y cruel en el arte del amor. Muy pronto, fue hecho el favorito de un domador, Otto Kreysler. Charles que nunca había conocido el afecto, al igual que David, amaba al “[…]

hombre de los bíceps de acero”, y lo deseaba desesperada-mente por sus “[…] caricias bárbaras” (Dixon 1990, 205). También amaba a David, pero los maltratos (ligados a un vínculo obstinado y erótico con la dominación) y la furia con la que Kreysler lo inició en el sexo y el amor hacían palidecer los sentimientos tiernos que le ofrecía David.

No obstante, el tiempo que pasaron juntos trabajó para brindarles una falsa oportunidad. Huyen para luego ser localizados por la búsqueda inclemente de Kreysler. David, de 20 años, es denunciado como corruptor (Char-les aun no había cumplido los 17), y por ello fue expuesto públicamente, en una pequeña ciudad, a la burla, el es-carnio y la intolerancia de todos los que lo conocían. Las puertas de la vida, de repente, se cerraban.

Nunca más volvería a poner sus pies en la universidad, y, constreñido por la vida provinciana, donde todos se conocen, decide perderse en Buenos Aires, suponiendo que allí, en la gran ciudad, tal vez en el anonimato, al fin podrá conocer un amor que lo prefiera a él, y que, en medio de la pobreza que le espera, el amor será suficien-te para conservar una relación que ambos tendrían que inventarse de espaldas a la sociedad. Sin embargo, David ignoraba que Buenos Aires, al abrir la puerta del anoni-mato, también podía cerrarle las posibilidades para sa-tisfacer el hambre y la necesidad de abrigo. “Si en su país tenía un salario, pero no lo dejaban amar, en cambio la capital platina le ofrecía amor y negaría el pan. Todas estas viceversas las ignoraba David, que aún creía en la bondad de las ciudades y en la virtud de las mujeres” (Dixon 1990, 297).

La novela finaliza, curiosamente, con el diálogo entre Alberto y Pablo (dos antiguos amigos de David), ambos heterosexuales. Sin embargo, el giro interesante en el sencillo diálogo que estos dos hombres realizan estriba en que postula la posibilidad desgarrada de que los hombres, independientemente de sus preferencias eróticas, puedan seguirse considerando amigos entre sí. Pablo, más cono-cedor del mundo, le reprocha a Alberto su incapacidad para acompañar en su desgracia a David, el entrañable amigo de sus recuerdos. Es Pablo el que cierra el recorrido en Por los caminos de Sodoma: “[…] Pablo, como para marginar la pesadumbre que tantos recuerdos le causaba, mientras escondía con la punta de un pañuelo una lágrima esqui-va que rodaba por su rostro moreno, dijo simplemente: –Mozo: sirva dos tazas de café” (Dixon 1990, 310).

Queda, pues, en el ambiente que describe el narrador, una sombra que llevan los caminantes de Sodoma, y que parece ser la no-tregua de la sociedad con respecto a

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aquellos hombres que portan el signo de un amor harto conocido por Occidente, pero desacreditado, en cuanto de él, muchas veces más que de la guerra, se temen la decadencia de la cultura y la muerte de la civilización. Como sugie-re Balderston, realizar estas incursiones en los caminos de la literatura puede interpretarse como el “[…] aban-dono de la soledad y el aislamiento” (Balderston 2006b, 137). Y como resistencia a lo que las estrategias del buen encauzamiento han querido hacer del homoero-tismo. David –nos dice la novela– desaparece perdido en Buenos Aires; pero la tragedia que puede suponer esa desaparición, realizando una torsión literaria, también puede interpretarse como la promesa formativa de una homosexualidad otra, que los sujetos pueden realizar escapando de la codificación de sus sentimientos que viene determinada por los discursos y las instituciones sociales. Se trata, pues, de inventarse (formarse), como alguna vez soñó Foucault, en el intercambio intensifica-do de los cuerpos y los placeres, invirtiendo las técnicas del poder social.

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Por los caminos de Sodoma. Discurso de réplica, promesa formativa para una homosexualidad otra (1932)Alexander Hincapié García

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por Carlos Andrés Charry Joya**

* Esteartículoesresultadodelprocesodeinvestigacióndelatesisdoctoral“Lafuerzadelaopinión.JorgeEliécerGaitán,elmovimientogaitanistay la formaciónde laopiniónpública”, proyectoqueadelantaelautorgraciasalapoyodadoporelProgramadeBecasAlbande laUEyde laUniversidaddeAntioquia.

** AntropólogoconOpciónenHistoriapor laUniversidadde losAndes,Bogotá,Colombia.MagísterenSociologíapor laUniversidaddelValle,Cali,Colombia.EstudiantedeldoctoradoenSociologíaporlaUniversitatdeBarcelona,España.ProfesordelDepartamentodeSociologíadelaUniversidaddeAntioquia,Medellín,Colombia.Correoelectrónico:[email protected]

Entre el público y el movimiento, entre la acción colectiva y la opinión pública. Reflexiones en torno al movimiento gaitanista*

RESUMENPartiendo de una revisión de los principales estudios desarrollados acerca de la figura del líder populista colombiano Jorge Eliécer Gaitán (1898-1948) y del movimiento social formado en torno a él (el gaitanismo), este artículo plantea la considera-ción de escenarios alternativos de interpretación, mediante los cuales se pretende dar cuenta de otro tipo de dimensiones y facetas que estuvieron presentes en este movimiento social. Para tal fin, se presentan y discuten las nociones de marco cogni-tivo (frame), estructura de oportunidades políticas y estructura de oportunidades discursivas, como herramientas que pueden contribuir a una comprensión más detallada de las características de este movimiento social. El artículo concluye presentando algunos datos generales sobre el impacto ejercido por Gaitán y su movimiento en el funcionamiento y estructuración del pro-ceso de formación de la opinión pública.

PALABRASCLAVEGaitanismo, movimientos sociales, opinión pública, sociología.

Fecha de recepción: 18 de junio de 2011Fecha de aceptación: 12 de agosto de 2011Fecha de modificación: 16 de septiembre de 2011

Between the Public and the Movement, between Collective Action and Public Opinion: Reflections on the Gaitanista Movement

ABSTRACTAfter reviewing the major studies of Colombian populist leader Jorge Eliécer Gaitán (1898-1948) and social movement that formed around him (gaitanismo), this article suggests alternative ways to interpret them in order to highlight other kinds of dimensions and aspects present in the social movement. To do so, we present and discuss the notions of frame, political op-portunity structure, and discursive opportunity structure as tools that can contribute to a more detailed understanding of the characteristics and dimensions of this social movement. The article concludes with some general information about the impact exerted by Gaitán and his movement over the formation and exercise of public opinion.

KEYWORDSGaitanismo, Social Movements, Public Opinion, Sociology.

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Entre el público y el movimiento, entre la acción colectiva y la opinión pública. Reflexiones en torno al movimiento gaitanista*

Un debate no resuelto en torno al gaitanismo

A pesar de ser uno de los fenómenos sociales más sobresalientes de la época, los diversos in-tentos por estudiar las dimensiones y facetas del movi-miento gaitanista han sido eclipsados por una marcada preferencia hacia el estudio de la vida de Jorge Eliécer Gai-tán (1898-1948), o bien, y en mayor medida, por las inves-tigaciones relacionadas con las consecuencias producidas a raíz de su asesinato, es decir, los estudios sobre el impac-to de los acontecimientos del 9 de abril de 1948 (el denomi-nado Bogotazo), así como por aquellas investigaciones que trataron de comprender el proceso de configuración del período de la historia política colombiana en el cual estos hechos estuvieron inscritos, época comúnmente denomi-nada como el período de La Violencia (1946-1957).1

Un repaso de esta literatura nos permite distinguir tres tipos de estudios o investigaciones. El primero de ellos

1 En relación con la importancia dada por las ciencias sociales colom-bianas a La Violencia, Russell Ramsey (1973) contabilizó más de cien investigaciones relacionadas con este período, hasta los años seten-ta. Para un debate en torno al período de La Violencia, consúltense tam-bién Fals Borda, Guzmán y Umaña (1988), Martz (1969), Hobsbawm (1974), Sánchez (1986), Pécaut (2002) y Palacios (1995).

está constituido por los estudios realizados alrededor del líder del movimiento, en donde se encuentran las bio-grafías elaboradas por ex militantes del gaitanismo (cfr. Córdoba 1952; Osorio 1979; Peña 1948), hasta las más re-cientes, en las que se destacan los trabajos realizados por reconocidos historiadores profesionales (Sharpless 1978).2 En esta categoría de investigaciones también se hallan los esfuerzos editoriales dedicados a recopilar sus princi-pales discursos e intervenciones, así como los análisis que han abordado su ideología y pensamiento político (cfr. Eastman 1979; Gaitán 1998 y 2002; Perry 1968; Sierra 1997; Valencia 1968; Vásquez 1992).

Un segundo grupo de investigaciones estaría compues-to por aquellos acercamientos que trataron de explicar la función y el impacto ejercidos por Jorge Eliécer Gaitán en la estructuración del conflicto bipartidista colombiano, y las consecuencias producidas por tales relaciones en la evolución del régimen político (cfr. Braun 1987; Otálora 1989; Palacios 1971; Pécaut 2000), encontrándose aquí el único esfuerzo por explicar de forma focalizada al movi-miento gaitanista (Robinson 1976).

Por último, desmarcándose de la mirada estructural que ca-racterizó al segundo grupo de estudios, recientemente ha emergido una serie de investigaciones que han lla-

2 En una reseña sobre el texto de Sharpless, Frank Safford afirmó: “Be-En una reseña sobre el texto de Sharpless, Frank Safford afirmó: “Be-cause of his concentration on Gaitán s personal style, Sharpless pro-vides too little discussion of others in this movement. Gaitan s most important collaborators are simply described as middle class. One would like to know more about them, how they became connected to Gaitán, and how they differed socially from others in politics. Sometimes the political context is not sketched adequately” (Safford 1979, 600).

Entre o público e o movimento, entre a ação coletiva e a opinião pública. Reflexões sobre o movimento gaitanista

RESUMOPartindo de uma revisão dos principais estudos desenvolvidos sobre a figura do líder populista colombiano Jorge Eliécer Gai-tán (1898-1948) e do movimento social formado em torno dele (o gaitanismo), este artigo propõe a consideração de cenários alternativos de interpretação, diante dos quais se pretende dar conta de outro tipo de dimensões e facetas que estiveram pre-sentes neste movimento social. Para tal fim, apresentam-se e discutem as noções de referencial cognitivo (frame), estrutura de oportunidades políticas e estrutura de oportunidades discursivas, como ferramentas que podem contribuir com uma compre-ensão mais detalhada das características deste movimento social. O artigo conclui apresentando alguns dados gerais sobre o impacto exercido por Gaitán e seu movimento no funcionamento e estruturação do processo de formação da opinião pública.

PALAVRASCHAVEGaitanismo, movimentos sociais, opinião pública, sociologia.

Entre el público y el movimiento, entre la acción colectiva y la opinión pública. Reflexiones en torno al movimiento gaitanista

Carlos Andrés Charry Joya

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mado la atención sobre las consecuencias y restricciones que tuvo este movimiento en determinadas regiones de la geografía colombiana, evidenciando la importancia de considerar otros elementos de movilización social tales como la raza y el género, factores a través de los cuales este movimiento desbordó el ámbito de acción y control ejercido por los partidos políticos tradicionales (cfr. Charry 2010; Luna 2003a, 2003b; Green 1996, 2003; Roldán 2000, 2003).

A pesar de las diferencias en cuanto a perspectivas, en-foques, momentos y lugares de enunciación desde los cuales fueron elaborados estos estudios, en la mayoría se encuentra como factor común la caracterización del gai-tanismo como una disidencia radical del Partido Liberal, o bien, y en mayor medida, como un movimiento popu-lista, en razón de que su principal rasgo distintivo fue su compleja manera de organizarse: una forma de acción colectiva que mantenía su vigencia en función del lide-razgo impuesto por una figura carismática, cuya tarea fue proveer de contenido ideológico, así como coordinar y protagonizar las principales acciones adelantadas por el movimiento.

Siguiendo la tesis del líder carismático o del líder po-pulista, las investigaciones de Palacios, Robinson, Sharpless, Pécaut, Braun y Vásquez (entre otras) es-tablecieron una vinculación directa de la trayectoria vital y política de Jorge Eliécer Gaitán con las etapas, momentos y formas de lucha articulados por el movi-miento gaitanista, de lo cual podemos distinguir la existencia de tres fases o etapas constitutivas.

La primera se relaciona con las incursiones políticas de-sarrolladas por Gaitán hacia el final de la década de 1920, definidas por su participación como representante a la Cámara por el Partido Liberal y, en especial, por la forma-ción en 1933 de una organización política independiente, con la cual pretendió competir con los tradicionales par-tidos políticos, denominada Unión Nacional de Izquier-das Revolucionarias (UNIR). La segunda etapa se produce una década después, en 1944, cuando Gaitán se lanza como candidato presidencial, para lo cual conformó una alianza política dentro del Partido Liberal, integrada por personalidades políticas independientes o de izquierda, y que fue derrotada en las urnas, a pesar de conseguir el apoyo popular en las principales ciudades del país. Por último, en la tercera etapa, que va de 1946 hasta el día de su asesinato, Gaitán se convierte en el jefe único de Partido Liberal, y logra que los representantes de su mo-vimiento político triunfen local y regionalmente en di-ferentes comicios electorales, victorias que lo conducían

de forma clara hacia la obtención de la Presidencia de la República para el período 1950-1954.3

Si bien este conjunto de investigaciones han expuesto sig-nificativos avances en cuanto a la comprensión de la con-figuración del sistema político colombiano de la época, lo cierto es que –en su preocupación por el hallazgo de las ca-racterísticas comunes o divergentes con otros movimientos populistas latinoamericanos, o bien, por el tipo y las formas de liderazgo político ejercidos por Gaitán– han descuidado otras dimensiones y facetas presentes en los complejos modos de acción colectiva articulados por el gaitanismo, los cuales ofrecen elementos significativos para comprender mejor ciertas características del funcionamiento mismo de los movimientos sociales, siendo en realidad pocas las investigaciones sensibles a las formas de poder simbólico acti-vadas por Gaitán y los líderes de su movimiento, razón por la cual aún existen serios vacíos y dudas acerca de las estra-tegias implementadas por este movimiento social a la hora de definir y orientar la acción colectiva.4

Siendo conscientes de tales formas de acumulación del capital simbólico, los estudios que de una u otra manera han abordado la figura política de Jorge Eliécer Gaitán, o que han investigado al movimiento gaitanista, no pres-taron la suficiente atención al hecho de que Gaitán jugó de forma deliberada a impactar la opinión pública, que su mayor pretensión fue crear un público, y que era conscien-te de que en determinadas circunstancias dicho público podría ser presentado como multitud, como masa, y que esas masa –aparentemente amorfa e impersonal– podría incidir en la toma de importantes decisiones políticas.

3 En concepto de Robinson, “En las primeras etapas del gaitanismo, el movimiento estuvo estructurado bastante bien, con líneas de comando a través de toda su organización. Sin embargo, a mediados de la década de los cuarenta, el movimiento se tornó bastante informal, sin nin-guna estructura formal, exceptuando la presencia de comités locales, establecidos como agencias de propaganda y para organizar demostra-ciones masivas. A medida que la figura carismática de Gaitán se vol-vía más y más el foco del movimiento, la visibilidad de otros líderes principales disminuía rápidamente. La informalidad en la estructura continuó aún después de que el gaitanismo absorbiera la organización del Partido Liberal en 1947. […] En los últimos años de su existencia, el gaitanismo buscó activa y abiertamente una superioridad numérica, no tanto un comprometimiento con sus valores, en sus esfuerzos por ganar el control del Partido Liberal, y al mismo tiempo, por disminuir el poder del gobierno conservador” (Robinson 1976, 18-19).

4 En relación con esta forma de poder, Pierre Bourdieu afirma: “El po-der simbólico es un poder de construcción de la realidad que aspira a establecer un orden gnoseológico: en el sentido inmediato del mundo (y en particular del mundo social) supone una concepción homogénea del tiempo, del espacio, del número, de la causa, que hace posible el acuer-do entre las inteligencias […]” (Bourdieu 2001, 91-92). Tenemos que mencionar acá que las investigaciones que han abordado parcialmente esta faceta o dimensión del gaitanismo han sido las adelantadas por el profesor Herbert Braun (1987), y lo expuesto por John Green (2003).

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En por ello que se desea insistir en el hecho de que Gai-tán –junto con sus más allegados amigos y compañeros de lucha política– produjo dos periódicos, el primero de ellos, Unirismo, asociado con la primera etapa de su movi-miento en la década de 1930, mientras que en la segun-da mitad de los años cuarenta fundó Jornada, diario en el que se expresó una pequeña parte de la segunda y toda la tercera etapa del movimiento. De igual manera, con-viene reconocer que Gaitán realizó un programa de radio (llamado, despectivamente, por sus adversarios Viernes culturales) y que su movimiento contó con la presencia ac-tiva de intelectuales, literatos y periodistas, factores que fueron decisivos en la producción de los medios de comu-nicación que se autoproclamaron como gaitanistas.5

Aun así, lo que la mayoría de investigaciones hechas en torno a Gaitán y el movimiento gaitanista no han explicado es cómo dichos factores favorecieron o no la activación y organización de la acción colectiva, todo lo cual nos conduce a afirmar que la comprensión del mo-vimiento gaitanista ha sido incompleta, dado que no se ha prestado la suficiente atención a la dimensión mediática de este movimiento, la cual, a nuestro parecer, explica buena parte de lo que fue su desarrollo y éxito.

Es por ello que se considera aquí que la intención de Gaitán y de sus más allegados seguidores de formar un público, su habilidad para mantenerlo y gestar a través de él todo un movimiento social de amplias dimensio-nes como lo fue el Gaitanismo, abren un debate sobre las relaciones que existen entre la acción colectiva y los procesos de formación de la opinión pública, razón por la cual resulta indispensable preguntarse cuál puede llegar a ser la relevancia sociológica de ese par de fenómenos (el de querer formar un público y, por medio de él, un movimiento social), así como saber si existe una relación entre tales procesos de orden colectivo, y, en caso de que exista, determinar con algún grado de certeza cuál es y qué implicaciones tiene.

Así, el propósito de este artículo es dar cuenta de cuáles pueden llegar a ser estos tipos de relaciones y dinámicas,

5 En palabras de la historiadora Adriana Rodríguez Franco, en la producción de los medios de comunicación gaitanistas “No había ningún tipo de autonomía” (Rodríguez 2009, 114) por parte de los intelectuales y periodistas que acompañaron a Gaitán. No obstante, al analizar las biografías y testimonios dados por sus más cercanos amigos y compañeros, se encuentra uno con información que da cuenta de todo lo contrario, y queda claro que el periódico Jornada, así como la emisora gaitanista Onda Libre, funcionaron bajo el es-tricto criterio de su director y editorialista, Daniel Samper y José Mar, respectivamente.

y de cómo éstas pueden abrir nuevos campos de interpre-tación sobre lo que fueron la experiencia, la repercusión y el cambio del movimiento gaitanista.

Acción colectiva y medios de comunicación

Desde la teoría social clásica se acostumbró entender las expresiones del comportamiento social de masas como anomalías que tipifican los problemas de inte-gración de las sociedades modernas. A partir de los trabajos de Le Bon (1983) y Taine (1986), se construyó el consenso de interpretar los comportamientos colec-tivos como patologías, como expresiones sociales dis-ruptivas y amenazantes, cuyo origen y principio eran la sugestión, la imitación o la identificación del indi-viduo con un líder o con la masa, idea que luego sería difundida y ampliada por psiquiatras y criminalistas (Laclau 2005).

A diferencia de tales aproximaciones, en las que la ac-ción social de masas era vista como la principal forma de anomia de las sociedades modernas, Gabriel Tarde, en La opinión y la multitud, logró identificar con claridad los ras-gos sociológicos que distinguen a dos tipos de fenómenos de masas: el público y la multitud; dos formas de acción social que tienden a superponerse y confundirse, y que nos son útiles para describir las facetas y dimensiones sociológicas que dieron vida e identidad al movimiento gaitanista como un movimiento social de masas.

De modo genérico, podemos afirmar que un público se caracteriza por ser una forma de cohesión social cuyos miembros están dispersos –en palabras de Tarde–, una colectividad puramente espiritual, en la que los individuos que participan en ella se encuentran físicamente separados, pero unidos por una sólida cohesión psíquica o mental. Entretanto, la multitud es una forma de acción social esencialmente constituida por la animación ejercida por un líder, en la que los niveles de coordinación y de acción se encuentran limitados o circunscritos a las for-mas de presencialidad física que alcanza la interlocución del agitador con la masa, lo cual las hace ser expresiones sociales espontáneas e inconstantes, pero con un alto poder político. Es así como, para Tarde, la principal di-ferencia entre el público y la multitud consistía en que la fuerte cohesión social del primero se debía a un hecho crucial y ausente en la segunda: la pretensión de formar una opinión, es decir, de configurar una serie de valores y creencias más o menos comunes en un grupo amplio de individuos, relacionados con un conjunto de temas

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específicos, a partir de un trabajo mediado –y, por consi-guiente, a distancia– que podría extenderse por un período considerable (cfr. Tarde 1986).

De esta manera, Tarde identificó cinco factores de di-ferenciación entre el público y la multitud, los cuales describen, a su vez, sus principales rasgos sociológicos. El primero de ellos tiene que ver con la posibilidad que posee todo individuo de participar en varios públicos, mientras que, por las limitaciones de presencialidad y simultaneidad que caracterizan a las multitudes, un individuo sólo podrá participar en una multitud. Por las mismas razones, los públicos no están sometidos a las restricciones que imponen el medio físico y la pre-sencialidad, que hace de las multitudes acciones socia-les altamente susceptibles, inestables y proclives a la rápida disolución. Como tercer factor, Tarde atribuyó la diferenciación entre el agitador y el publicista, dado que el trabajo del primero se concentra en la excitación inmediata, mientras que el segundo influye constante-mente en los miembros de su público, lo cual hace que el grado de coordinación y de acción de éstos sea mucho más poderoso y persistente que el de las multitudes. Otro hecho significativo que diferencia la configuración de los públicos de la configuración de las multitudes resulta de la selectividad ejercida tanto por el publicista como por los miembros del público, es decir que, a diferencia de la espontánea y estrepitosa formación de las multitudes, la formación del público se ha producido por una selec-ción mutua entre el publicista y las personas que partici-pan en la formación del público, lo cual no sólo permite que los individuos puedan participar en diferentes tipos de públicos, sino que les permite elegir en cuáles de ellos quieren o no participar. Por último, Tarde encontró que el carácter y el tipo de homogeneidad que se presentan en uno y otro caso son bastante disímiles, dado que los miembros del público, además de ser más perseverantes, son a su vez mucho más homogéneos que los de la mul-titud, en la cual suelen “colarse” curiosos y escépticos que se adhieren momentáneamente, dificultando así la coordinación ulterior de los fines que la multitud pueda perseguir (cfr. Tarde 1986).

Pero el legado de Tarde para el pensamiento sociológico moderno no sólo consistió en distinguir dos tipos o formas de acción social de masas; también proveyó un marco de referencia para clasificarlas, hallando dos tipos de multi-tudes y públicos: los expectantes y los actuantes. Y es en este último tipo en donde queremos llamar la atención.

Entre las multitudes actuantes, Tarde diferenció entre las motivadas por el odio y las motivadas por el amor. Las

primeras se asocian con los fenómenos de masas a los cuales solían prestar atención sus contemporáneos Le Bon y Taine; las segundas eran multitudes organizadas por el deseo de comunión, tales como las fiestas públicas o las manifestaciones populares (misas, carnavales, fe-rias, etc.). De igual modo, Tarde atribuyó la existencia de públicos de odio y de amor; no obstante, se preguntaba si la esencia misma de un público no era el estado de pasivi-dad, es decir, de expectación. Así, cuando aparece un pú-blico actuante, sea este guiado por el odio o por el amor, lo que está aconteciendo en realidad es la formación de un grupo de manifestantes fuertemente organizado para la acción política o, en su defecto, para la violencia (cfr. Tarde 1986). Un hecho sin duda crucial para el entendi-miento de la acción social colectiva.

Lo que resulta sustantivo de las reflexiones hechas por Tarde en los albores del siglo XX se deriva de la impor-tancia que atribuía al fenómeno periodístico como el principal factor que posibilita la formación de la opi-nión en la era moderna. Y resultan significativas si con-sideramos que, cuatro décadas después, el padre de la Escuela de Chicago, Robert Enza Park, afirmaba que los medios de comunicación poseen un peso decisivo en los procesos cognitivos a través de los cuales los indivi-duos construyen su versión de la realidad (Park 1940). Para Park, las noticias cumplían la misma función en el público que la que cumple la percepción en el indivi-duo. En medio de la espesa densidad de información que discurre en el diario vivir, los medios de comunicación proveen a los individuos la información sustancial para comprender lo que está pasando. No obstante, el interés de Park por las noticias estaba encaminado hacia la con-figuración de una sociología del conocimiento, y no a la comprensión de cómo aparecen los públicos y los manifestantes,6 siendo éste un tema cooptado por la emergente sociología de la comunicación (cfr. Curran 2005) y por el interaccionismo simbólico (cfr. Blumer 1982), campos de estudio en donde quedó diluida la di-mensión manifestante y movilizadora que puede llegar a indicar la formación de todo público.

6 En este artículo Park desvirtuaba la posibilidad de que un público generase algún tipo de acción colectiva. En su concepto, “News circu-En su concepto, “News circu-lates, it seems, only in a society where is a certain degree of rapport and certain degree of tension. But the effect of news form outside the circle of public interest is to disperse attention and, by so doing, to encourage individuals to act on their own initiative rather than of a dominant party or personality” (Park 1940, 684). En relación con las formas de acción social de masas en este autor, consúltese Park (1969), en donde se remite a las discusiones entre Le Bon y Tarde, dan-do mayor importancia al primero que al segundo.

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Por otro lado, un número considerable de académicos ha venido desarrollando desde los años sesenta una serie compleja de estudios de carácter teórico y empírico encaminados a analizar a los manifestantes. Desde la teoría de la frustración relativa (Gurr 1971) o desde la teoría del status (Gusfield 1986), pasando por los enfoques de la elección racional (Olson 1965) y la movilización de recursos(McCarthy y Zald 1977), se consideró el surgimiento de las manifestaciones como una acción que buscaba re-componer el equilibrio estructural entre los agentes, o bien, eran entendidas desde una visión instrumental según la cual el sistema de jerarquías y roles sociales existentes canalizaba o permitía la cristalización de de-mandas y recursos determinados, convirtiéndolos en movimientos sociales o en grupos de interés. Hacien-do uso de teorías provenientes de la psicología y de la economía, los teóricos de los movimientos sociales de los años sesenta, setenta y ochenta interpretaron las ma-nifestaciones como portadoras de un alto sentido de ra-cionalidad y organización, poniendo de presente que las movilizaciones sociales no eran el simple resultado del contagio o la contaminación, sino que se trataba de un trabajo de delimitación política, de la búsqueda de cana-les y consensos, así como del establecimiento de unos objetivos específicos y de unos repertorios de acción para conseguirlos (Neveu 2006a; Tarrow 2004).

Gracias a estos desarrollos sabemos que los componen-tes generales que definen a un movimiento social son: I) la acción colectiva, II) los objetivos que persigue para generar un cambio, III) la existencia de algún grado de organización, IV) la continuidad en el tiempo y V) el es-tablecimiento de estrategias de acción institucional o extrainstitucional. Igualmente, por estos estudios en-tendemos que la formación de todo movimiento social indica la creación de unos protagonistas, de unos antagonis-tas y de unos espectadores. Colegimos, a la vez, que, según las aspiraciones de cambio que persigan, pueden existir movimientos sociales alternativos, reformadores, redentores y transformativos, y que, dependiendo del tipo y la forma de organización, pueden surgir movimientos sociales forma-les o informales, todo lo cual depende de la interacción de factores y del tipo de contexto en el cual se geste la acción colectiva (cfr. McAdam, McCarthy y Zald 1999; McAdam y Snow 1997; Ramos 1997).

De hecho, en gran parte estos desarrollos se concentraron en los aspectos organizativos, pues los teóricos de los mo-vimientos sociales hallaron allí elementos sustanciales para explicar el tipo y el modo de configuración de la ac-ción colectiva. Ejemplo de ello se encuentra en el estudio realizado por Suzanne Staggenborg sobre el movimiento

proabortista en Estados Unidos, en el cual declaró que los movimientos sociales formales poseían: “[…] proce-dimientos burocráticos para la toma de decisiones, una desarrollada división del trabajo con posiciones para va-rias funciones, un criterio explícito de membresía y re-glas para gobernar las subunidades” (Staggenborg 1988, 587). En contrapartida, los movimientos sociales infor-males “poseen pocos procedimientos establecidos, care-cen de requisitos de membresía y una mínima división del trabajo. Las decisiones en las organizaciones infor-males tienden a tomarse de forma ad hoc, en vez de ha-cerlo de forma rutinaria. La estructura organizacional de los movimientos sociales informales es frecuentemente ajustada, el establecimiento de tareas del personal y los procedimientos son desarrollados para resolver las nece-sidades inmediatas”, razón por la cual “[…] suele ocurrir que un líder individual ejerce una influencia importante en la organización” (Staggenborg 1988, 590).7

Es por esto que, para este conjunto de académicos, los movimientos sociales formales tienden a captar de mejor manera los recursos y ventajas ofrecidos por las funda-ciones e instituciones, logrando así la consecución de sus objetivos y demandas, dado que se han especializa-do en la utilización de los canales institucionales como táctica para la obtención de recursos, mientras que los movimientos sociales informales tienden al desarrollo de acciones disruptivas, las cuales pueden o no generar los cambios deseados.8

A pesar de lo sugerente que sigue siendo este enfoque para la investigación de los movimientos sociales, Sid-ney Tarrow hacía notar que, por su predilección en las estructuras organizativas, esta perspectiva descuidó los aspectos ideológicos, valorativos, militantes, y, en es-pecial, los ciclos y estructuras de oportunidad política en los que se circunscribe la puesta en marcha de todo movimiento social. Además, desde el punto de vista de Tarrow, los hallazgos encontrados por este grupo de investigadores se basaban primordialmente en movimientos sociales de Estados Unidos, un país que ha producido un sistema po-

7 La traducción del inglés es mía. 8 Previamente, en The Strategy of Social Protest, William Gamson (1975)

analizó los prototipos organizativos de más de 50 movimientos socia-les a lo largo y ancho de Estados Unidos, entre 1800 y 1945, y encon-tró que en un 71% de los casos, los movimientos sociales organizados eran reconocidos por sus interlocutores políticos, mientras que sólo un 28% de los movimientos sociales informales lograban tal recono-cimiento. Así, un 62% de los movimientos sociales organizados lo-graban conseguir alguno de sus objetivos, mientras que en el caso de los movimientos sociales informales lo hacía un 38%. Para una ampliación sobre este estudio, véase Neveu (2006a). Otro ejemplo que contextualiza esta perspectiva se encuentra en Morris (1981).

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lítico caracterizado por un conjunto de prácticas que en otros contextos no se hallan igualmente desarrolladas, democracias en las cuales es más común el surgimiento espontáneo de los movimientos sociales y de las protes-tas (cfr. Tarrow 2004).

Por esta misma vía, es preciso señalar que, si bien este grupo de estudios y teorías sobre los movimientos sociales han acumulado una gran experiencia en la comprensión de los movimientos sociales formales, en realidad ofrecen poca información acerca de cómo logran conseguir sus ob-jetivos políticos los movimientos sociales informales.

Como respuesta a este tipo de críticas emergió una pers-pectiva que hacía notar las dimensiones culturales y simbólicas mediante las cuales los movimientos sociales activaban y definían la acción colectiva. Amparados en la noción de frame acuñada por Gregory Bateson desde la psicología social, y ajustada y recompuesta por Erving Goffman (2006) para la sociología, estos académicos han venido retomando las representaciones sociales con las cuales los manifestantes interpretan el conflicto social y polí-tico. Para los impulsores de este enfoque, David Snow y Robert Bendford, la construcción de significados suele ser un proceso por medio del cual se identifican los pro-blemas (diagnóstico), se construyen soluciones y alternati-vas (pronóstico) y se proveen marcos de acción para reparar dichos problemas (motivación) (cfr. Snow y Benford 2000; Snow y Benford et al. 1986).

La construcción de tales significados es analizada por este grupo de científicos sociales como una actividad transformadora y reflexiva, poniendo de presente que los factores emocionales y psicológicos cumplen un rol decisivo en la percepción, encauzamiento y aprovecha-miento de las oportunidades políticas (cfr. Jasper 1998; Kurzman 1996; Yang 2000; Zdravomyslova 1999). De igual manera, estos desarrollos teóricos han enfatizado que los repertorios organizacionales de los movimientos sociales son producto de una aptitud cultural, de un habitus, dado que la “[…] forma organizacional implica la exis-tencia tanto de un modelo cognitivo por medio del cual se puedan estructurar las identidades colectivas como de las estructuras de relaciones propias de las instituciones so-ciales” (Clemens 1999, 291).

Es por ello que podemos afirmar que la disposición organi-zativa de un movimiento social es el resultado de la in-teracción de factores estructurales y relacionales, que pueden variar según las circunstancias y oportunidades que brinda el contexto en el que se desenvuelve dicho movimiento, un proceso en el cual se puede hacer mayor

énfasis en una dimensión organizativa, en detrimento de otras;9 oscilaciones sustanciales a la hora de inten-tar comprender el movimiento gaitanista, puesto que la mayoría de afirmaciones relacionadas con la falta de organización de este movimiento han hecho referencia solamente a su organización política interna, la cual se fue simplificando progresivamente, en la medida en que crecía la importancia política de Jorge Eliécer Gaitán (Pé-caut 2000; Robinson 1976).

Pero ¿qué ocurre cuando un movimiento social decide dar mayor importancia a los factores organizacionales con los cuales dicho movimiento pretende generar algún tipo de repercusión en la esfera de discusión pública? Esta pregunta nos obliga a cuestionar si la creación y mante-nimiento de un público no requieren de unas formas y tácticas organizativas complejas y específicas que permi-tan convertir dicho público en un movimiento social.

Como bien lo hacía notar Érik Neveu, los procesos inter-pretativos con los cuales los activistas y manifestantes crean su versión de la realidad se producen mediante la instauración de tramas discursivas y una serie de formas de comunicarlas, siendo los medios de comunicación el campo en donde se circunscribe y reproduce buena parte de tales prácticas y manifestaciones, en las que suele ser común la creación de un nosotros frente a un ellos.10 De hecho, para expertos como Mayer Zald, por medio de la construcción de significados, los movimientos socia-les expresan las rupturas estructurales que ocurren en una forma de organización social específica, poniendo de manifiesto las contradicciones culturales mediante las cuales dichos roles y funciones sociales son asumidos, siendo los medios de comunicación el lugar donde discurre buena parte de tales luchas simbólicas (cfr. Zald 1999).11

9 Un desarrollo empírico sobre este tipo de afirmaciones se encuentra en Olzak y Ryo (2007).

10 En palabras de Neveu, “El movimiento de la investigación se confron-ta así a los objetos que suscitan los cambios sociales: el papel de los medios de comunicación es uno de los que contribuye a modificar las condiciones de construcción y de escenificación en el espacio público de los grupos y reivindicaciones […] Al designar causas y responsa-bles, la dimensión simbólica es también normativa. Ella dice lo que está bien y lo que está mal, el nosotros y el ellos, y tiene también por ella una componente identitaria” (Neveu 2006a, 140). Al respecto, con-súltese también Oegema y Klandermans (1994).

11 Por esta misma vía, Gamson y Meyer aclaraban que “[…] la aper-tura de los medios ante los movimientos sociales constituye un importante elemento de la oportunidad política. […] Debido sólo parcialmente a la existencia de una audiencia autoselectiva, los distintos medios llegan a públicos diferentes, emitiendo mensajes potencialmente contradictorios respecto de la urgencia, los pro-blemas y la eficacia. Es aquí donde los movimientos pueden jugar un papel destacado como fuente de organización. Brindan a los

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Si bien la relación de los medios de comunicación con el poder ha sido materia de amplios estudios y debates, entre los cuales se pueden destacar los estudios orien-tados hacia la formación de la opinión pública como un hecho interdependiente de la formación y existencia de las democracias y la cultura moderna,12 así como los que analizaron el rol desempeñado por la prensa en la crea-ción del ambiente político que facilitó el surgimiento de los Estados nacionales modernos (cfr. Anderson 1993; Ge-llner 1988; Hobsbawm 1992), lo cierto es que la relación entre movimientos sociales y medios de comunicación puede llegar a ser tan estrecha que, en algunos casos, de-terminados movimientos sociales han hecho de ésta su principal estrategia y táctica organizativa, como lo evi-denció el estudio pionero de Todd Gitlin sobre la forma-ción del Movimiento de Estudiantes por una Sociedad Democrática y, en general, lo que se llamó la Nueva Izquierda en Estados Unidos, durante los años sesenta y setenta (Gitlin 1980).

En una dirección semejante, los estudios sobre medios de comunicación han indicado cómo éstos confieren una ventaja significativa a los grupos sociales y de interés que a través de ellos desean establecer e influir en los temas de discusión pública, como lo han evidenciado los traba-jos de Neveu (2006b), Champagne (1993), y en especial, los de McCombs y Shaw (1972) y McCombs (2006), con-formándose una interesante tradición de estudios en la que la noción de frame (marco cognitivo e interpretativo, en su traducción al castellano) viene dando lugar a inter-pretaciones bastante sugerentes sobre el desarrollo de la acción social colectiva y los procesos de formación de la opinión pública.13

Marcos cognitivos y estructuras de oportunidades polí-ticas. Hacia el análisis integrado de las estructuras de oportunidad discursiva

A partir de la formulación que hemos venido esbozando, se puede deducir que la relación entre acción colectiva y procesos de formación de la opinión pública resulta ser un factor esencial para la comprensión de determinados movimientos sociales. Aun así, conviene señalar que

activistas interpretaciones e información y pueden convertirse en parte integrante de la cultura compartida, generada desde el mo-vimiento mismo” (Gamson y Meyer 1999, 407-408).

12 Hacemos referencia específica al trabajo de Jürgen Habermas (1994), Historia y crítica de la opinión pública: la transformación estructural de la vida pública. Para debates y críticas, consúltense Kornhauser (1969) y, en especial, Böchelmann (1983).

13 Para una referencia amplia de tales desarrollos en el estudio de las sociedades posindustriales, consúltese el reciente trabajo de Manuel Castells (2009).

tanto la configuración de la acción social colectiva como la formación de la opinión pública no son procesos y di-námicas que estén al pleno alcance de los activistas de los movimientos sociales. En realidad, este par de dimen-siones aluden a procesos intervenidos y contenidos, es decir, se trata de dinámicas que se ven afectadas y son produ-cidas por el capital social, político, cultural y económico de los individuos y grupos sociales que buscan el estable-cimiento de una hegemonía o que aspiran a mejorar su posición en el campo de las relaciones sociales y de poder.

Por esta razón, la mayoría de enfoques y perspectivas que han abordado la relación entre acción colectiva y los procesos y dinámicas de formación de la opinión pública tienden a considerar que los movimientos sociales suelen encontrarse en una posición marginal (o desventajosa) dentro de las relaciones de poder que definen al campo social desde el cual se estructura este par de procesos.14

En tal sentido, y con el fin de proponer un marco meto-dológico que permita el control de variables y la identifi-cación de tendencias, para la comprensión de la relación entre acción colectiva y procesos de formación de opinión pública, se considera aquí que esta relación puede ser en-tendida por la confluencia de tres categorías analíticas interdependientes.

La primera es la de oportunidades políticas (o estructura de oportunidades políticas). Por oportunidades políticas hacemos referencias a las “señales continuas –aunque no necesariamente permanentes, formales o a nivel nacional– percibidas por los agentes sociales o políti-cos que les animan o desaniman a utilizar los recursos con los que cuentan para crear movimientos sociales”. Lo cual implica “no sólo considerar las estructuras for-males, como las instituciones, sino también las es-tructuras de alianzas generadas por los conflictos, que contribuyen a la obtención de recursos y crean una red de oposición frente a constricciones o limitaciones ex-ternas al grupo” (Tarrow 1999, 89).

Según esta definición amplia, las condiciones generales que inciden en la composición de una estructura de opor-tunidades políticas son el incremento del acceso, la presencia

14 De hecho, para Sidney Tarrow, “Las personas que poseen limitados re-cursos pueden actuar colectivamente, aunque sea de forma esporádica, aprovechando estas oportunidades mediante repertorios de acción co-nocidos. Cuando estas acciones se basan en redes sociales compactas y estructuras de conexión y utilizan marcos culturales consensuados orientados a la acción, podrán mantener su oposición en conflictos con adversarios poderosos. En esos casos –y solo en esos casos– estamos en presencia de un movimiento social” (Tarrow 2004, 33).

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de alineamientos políticos inestables, la concurrencia de élites divididas y el apoyo de aliados influyentes, así como el grado de represión o facilitación por parte del Estado. Por incremento del acceso se entiende las capacidad y calidad de los canales formales o informales con los cuales cuentan los mani-festantes para expresar sus reclamaciones y demandas. Los alineamientos políticos inestables consisten en la presen-cia de factores desestabilizadores en el sistema político (cambios constitucionales, cambios y debilitamiento de un gobierno, etc.), que facilitan o inhiben la presencia de manifestantes. Por su parte, la concurrencia de élites divididas puede ser entendida como una dimensión subsi-diaria de la anterior (en particular, en el contexto de las oligárquicas democracias latinoamericanas), que con-siste en una fragmentación de las prácticas y los intere-ses políticos de las élites, que pueden llevar al extremo su lucha por el control del monopolio político del Esta-do, generando así un conflicto estructural en el sistema político. Entre tanto, la existencia de aliados políticos influ-yentes es concebida como la incidencia o aparición de per-sonajes o de instituciones que promueven la formación y mantenimiento de la acción colectiva. La presencia de esta clase de aliados puede ser producida por las venta-jas y cambios que provea el sistema político, la división de las élites, o bien la formación de líderes políticos caris-máticos. Por último, los grados de represión se comprenden como las acciones (políticas, legales, policivas) que ele-van el coste de la acción colectiva de los manifestantes, mientras que las acciones que posibilitan o permiten su formación son entendidas como acciones facilitadoras (cfr. Tarrow 2004; Tarrow 1999).

Por su parte, la investigación de los procesos de forma-ción de la opinión pública ha tendido a considerar a los medios de comunicación como un filtro seleccionador tanto de los acontecimientos como de los personajes y las acciones a partir de los cuales se configura la agen-da temática sobre la que se desea mantener informado al público, razón por la cual se afirma que la opinión pública es un campo intervenido (cfr. Bretones 2001; Cu-rran 2005; Noelle-Neumann 1995; Monzón 1996; Neveu 2006b). Al tratarse de un producto, de algo que ha sido fabricado para un fin específico, la producción de no-ticias constituye en sí misma un sistema con el cual se pretende mantener el sistema de relaciones que so-portan la estructura de dominación y poder (cfr. Raboy y Dagenais 1992; Thompson 2006 y 2007). No obstante, como ya se indicó, las rutinas de producción de los me-dios de comunicación abren espacios que permiten la incursión de mensajes específicos para audiencias específicas, cuya difusión posibilita o facilita el surgimiento de la acción colectiva.

Por esto, y como segunda categoría analítica, las inves-tigaciones sobre la influencia ejercida por los medios de comunicación en los procesos de formación de la opinión pública se han concentrado en los marcos cognitivos me-diante los cuales los actores sociales y los productores mediáticos objetivan y producen su interpretación de las evoluciones y tendencias que experimenta el proceso político (cfr. Jenkins 1999; Kruse 2001). Los marcos cog-nitivos, o frames, consisten en los componentes ideológi-cos con los cuales los activistas, así como los productores de noticias y los grupos de poder, formulan, proyectan y motivan los problemas y soluciones de los conflictos so-ciales. Se trata, esencialmente, de las herramientas ar-gumentativas y, por consiguiente, retóricas con las cuales los agentes sociales tratan de comprender y explicar las circunstancias, los hechos y las acciones que nutren el diario vivir, y con los cuales desean modificar o mantener las relaciones y jerarquías dentro de la estructura social.

Aun así, los marcos cognitivos no son simples herra-mientas estáticas del discurso. La construcción de tales marcos indica la consideración de un proceso compuesto por tres dinámicas subsidiarias: el proceso discursivo propia-mente dicho, el proceso estratégico y el proceso de contestación. En el proceso discursivo interviene la formulación de ar-ticulaciones mediante las que se conectan los eventos y las experiencias a partir de los cuales se crea una unidad discursiva más o menos homogénea, que sirve para dar explicación al tema-problema sobre el que se ha llama-do la atención. En igual o mayor medida que la formula-ción de articulaciones, el proceso discursivo se compone también de la amplificación de los marcos, dinámica que consiste en resaltar determinados aspectos o atributos del discurso, tales como ideas, valores o creencias especí-ficas, que operan en el proceso articulador y sirven para condensar y difundir el mensaje. Un ejemplo claro de estas categorías fueron los valores de “Libertad, Frater-nidad e Igualdad” estereotipados por la Revolución Fran-cesa, valores que se encontraban encriptados en todas las expresiones de la ideología revolucionaria de la época (cfr. Snow y Bendford 2000).

Por su parte, el proceso estratégico consiste en los esfuer-zos organizativos a partir de los cuales los activistas pre-tenden obtener el respaldo del público, la consecución de determinados recursos o el logro mismo de legitimidad, dinámica comúnmente denominada procesos de alinea-miento (frame alignment processes, en inglés). A diferencia del proceso discursivo, en el que operan de modo subverti-do los componentes estructurales del discurso, el proceso estratégico infiere la expresión deliberada e instrumental del discurso como herramienta retórica para la lucha po-

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lítica, encontrándose aquí cuatro tipos de marcos cogni-tivos o formas estratégicas de usar el discurso: la conexión, la amplificación, la extensión y la transformación.15

Por último, se encuentra el proceso de contestación, el cual se define a partir del campo en el cual las estrate-gias discursivas de los movimientos sociales compiten con las estrategias comunicativas de otros movimientos, grupos o instituciones sociales, en donde se producen lu-chas de significados (frame dispute) derivadas de las reacciones producidas por los antagonistas del movimiento, por los espectadores y por los medios de comunicación, siendo estos últimos la esfera más estudiada, dadas la centrali-dad y funcionalidad que éstos cumplen en la formación de la opinión pública (cfr. Snow y Bendford 2000).

En este sentido, para Susan Olzak y Ruud Koopmans, la configuración de la esfera de discusión pública (o lo que Snow y Benford definen como proceso de contestación) cum-ple una función mediadora entre la estructura de oportu-nidades políticas y la acción colectiva adelantada por los manifestantes (Olzak y Koopmans 2004). De esta mane-ra, y con el fin de armonizar los enfoques provenientes de la construcción de marcos cognitivos y el de estruc-tura de oportunidades políticas, Olzak y Koopmans han propuesto la consideración de las oportunidades discursivas, tercera categoría de análisis que deseamos introducir, a partir de la cual se incluyen en la interpretación de la acción colectiva los factores que hacen que unos marcos cognitivos logren un mayor grado de repercusión frente a otros que ni siquiera son tenidos en cuenta en el proceso de formación de la opinión pública.

Al hablar de oportunidades discursivas queremos hacer alusión a los aspectos de la esfera de discusión pública que determinan y hacen posible la incursión y difusión de determinados mensajes. En tal sentido, la compren-sión de las oportunidades discursivas parte del supues-to según el cual el proceso de formación de la opinión pública, además de ser contenido, es a su vez un campo altamente competitivo, que se expande o se contrae a determinados temas, según las estrategias comunicati-

15 Desde este enfoque, la conexión de marcos consiste en ligar o hacer asemejar que dos marcos cognitivos congruentes, pero estructural-mente inconexos, se unan homogéneamente en el proceso discursi-vo. La amplificación consiste en la idealización, embellecimiento, clarificación o vigorización de determinadas valores o creencias, como factor clave para la ampliación del mensaje. La extensión con-siste en la consideración de otros valores, ideas o creencias externos que pueden garantizar que el mensaje llegue a nuevas audiencias, mientras que la transformación infiere la modificación total de creencias y valores construidos con anterioridad por otros grupos so-ciales, las instituciones o los partidos políticos.

vas puestas en marcha por los productores mediáticos, los grupos de poder y los activistas de los movimientos sociales; agentes sociales y políticos que luchan para que sus mensajes y propuestas ideológicas logren mayores grados de difusión y aceptación en los espectadores. No obstante, como lo han indicado Olzak y Koopmans, ma-yores niveles de difusión por sí mismos no garantizan el éxito de un mensaje. Por consiguiente, las oportunida-des discursivas deben ser entendidas a partir de los gra-dos de visibilidad, resonancia y legitimidad adquiridos por un mensaje o por un marco cognitivo.16

La visibilidad de un mensaje depende de la cantidad de veces, así como de la cantidad de canales a través de los cuales fue difundido un marco cognitivo, en donde inter-cede la importancia dada por los medios a dicho mensaje. La resonancia consiste en la capacidad que tiene un mensa-je de ser reproducido por otros actores o medios de comu-nicación. Según Olzak y Koopmans (2004), la capacidad de movilización del mensaje se debe a que la importancia que éste posee va más allá de las características del suje-to que originalmente lo emitió, logrando así el despla-zamiento del marco cognitivo a nuevas audiencias. No obstante, conviene señalar que existen diferentes tipos de resonancia: aquellas que son positivas, o consonancia, en la que se produce una reproducción total o parcial del mensaje originalmente emitido, mientras que la repro-ducción negativa del mensaje es entendida como una resonancia disonante. Así, la legitimidad de un mensaje o de un marco cognitivo consiste en el grado (promedio) de reacciones positivas que éste produce en terceros actores que participan en el proceso de formación del espacio de discusión pública.17

A modo de conclusión: el gaitanismo y la opinión pública

Al volver la mirada sobre los estudios que se valieron de la teoría del líder carismático (o, en su defecto, del líder popu-lista) para explicar el rol desempeñado por Gaitán y por el movimiento gaitanista en la transformación del sis-tema político colombiano de los años cuarenta (Robin-

16 De hecho, a partir de las investigaciones de Nelson, Oxley y Clawson sabemos que “[…] la efectividad de los marcos cognitivos no deriva de la presentación de información nueva, sino de la activación de por-ciones de estructuras de pensamiento preexistentes […] los marcos cognitivos tienden a activar creencias existentes familiares al conte-nido del mensaje” (Nelson, Oxley y Clawson 1997, 233-234). La traduc-ción al castellano es propia.

17 Para una ampliación, consúltese Olzak y Koopmans (2004). Una aproximación empírica similar se encuentra en Levin (2005).

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son, Sharpless, Palacios, Pécaut, entre otros), éstos han fallado en demostrar cómo un liderazgo de ese tipo logra instituirse como carismático. Como lo ha expuesto María Blanca Deusad haciendo referencia a los estudios de Max Weber, tradicionalmente la figura del líder carismático ha sido definida a partir del reconocimiento y admira-ción que esta clase de personalidades gozan por parte de sus seguidores y adeptos, lo que les confiere un grado de legiti-midad superior en el cual se fundamentan sus formas de dominación. No obstante, cabe resaltar con esta investi-gadora que “en la actualidad los medios de comunicación de masas son un elemento indispensable para poder ac-ceder a la condición de carismático, agente con el cual no contaba Weber en su época” (Deusad 2001, 101).

Así, y atendiendo al desarrollo conceptual elaborado, es posible distinguir cómo la aparición y formación de todo líder carismático y populista indican que éste debe adquirir mayores niveles de visibilidad, resonancia y, en especial, legi-timidad dentro de las dinámicas y procesos de producción y formación de la opinión pública, razón por la cual todo liderazgo de ese tipo se ve obligado a encontrar los me-canismos tanto individuales como colectivos, organiza-cionales y discursivos, que logren hacer que una parte o la totalidad de sus propuestas ideológicas se impongan como preponderantes en el espacio de discusión públi-ca. En otra tradición analítica relacionada (la teoría del campo demoscópico), esto infiere que toda forma de lide-razgo debe cumplir con el rol de ser un empresario cognitivo.

Según Grossi, el empresario cognitivo es el encargado de in-sertar en las dinámicas de producción de la opinión pú-blica “determinados núcleos cognitivos y simbólicos [o frames] que luego se vuelven objetos de enfrentamiento y negociación y que conllevan a su vez la formación de la misma opinión pública”; y se define “[…] como aquel tipo de actor social (individuo, grupo, organización) que asume la tarea (y el riesgo) de promover, activar y orien-tar, un determinado proceso de opinión de relevancia social y colectiva, tanto como portador de intereses –el empresario cognitivo invierte en bienes inmateriales– como de competencias; sabe cómo presentar las cuestio-nes, sabe cómo comunicar las problemáticas, es capaz de expresar orientaciones bien argumentadas y está dotado de un capital de opinión valorizable dentro la esfera pública” (Grossi 2007, 143).

Partiendo de estos presupuestos, resulta trascendental considerar, a su vez, que la creación y el mantenimiento de todo medio de comunicación no son un proceso que obedezca a un esfuerzo o a un deseo de carácter indivi-dual, sino que se trata, esencialmente, de una iniciati-

va de carácter colectivo, en la que interviene y participa un grupo diverso de personas, el cual debe dar cuenta de un conjunto de habilidades tanto organizativas (en lo relativo a la coordinación y consecución de recursos y conocimientos técnicos para sacar a la luz dicho medio de comunicación) como de orden ideológico o intelectual, que hagan de ese medio de comunicación un espacio de divulgación de un conjunto de ideas más o menos comu-nes sobre una serie de temas específicos; lo que en otro contexto indica que la creación de todo medio de comuni-cación debe guardar cierto grado de coherencia interna, que le permita constituirse en un formador de valores y creencias que aspiran a ser hegemónicas dentro del pro-ceso de formación de la opinión pública.

Así, existen al menos dos claros ejemplos con los cuales el movimiento gaitanista pretendió impactar de forma consciente el proceso de formación de la opinión pública; estos ejemplos o experimentos fueron, precisamente, la creación y puesta en marcha de dos periódicos: Unirismo y Jornada. Y si bien éstos no fueron los únicos intentos de impactar en la opinión pública, puesto que a lo largo y ancho de la geografía nacional existieron otros medios de comunicación (hablados y escritos) que se autopro-clamaban como gaitanistas, lo cierto es que estos dos pe-riódicos fueron los medios de comunicación oficiales del movimiento en sus etapas unirista y gaitanista, respec-tivamente. No obstante, se trató de dos medios de co-municación totalmente distintos, no sólo por el hecho de que entre uno y otro existió una década de diferencia, sino porque entre estos dos medios de comunicación re-luce otra serie de importantes transformaciones, que dan cuenta de las innegables adaptaciones que tuvo que su-frir el movimiento gaitanista entre su primera etapa, por un lado, y la segunda y tercera, por el otro.

Una de tales diferencias fue que Unirismo se estructuró como un semanario, que, si bien se editó a color y en un principio tuvo una extensión de dieciséis páginas, a los pocos meses de haber salido a la luz redujo su presupues-to, lo cual implicó una significativa disminución de su contenido, que pasó a un formato de ocho páginas. Al mismo tiempo, y por la existencia de otros medios de co-municación similares que cumplían su propósito en las provincias, tales como los semanarios Pluma Libre, de Pe-reira, y El Socialista, de Barranquilla, sabemos que Unirismo no logró tener un amplio espectro de difusión, el cual sólo llegaba a abarcar algunas provincias del centro del país (Cundinamarca y Tolima, principalmente), vacío que era parcialmente llenado por este otro par de semanarios en el Occidente y en la Costa Caribe, respectivamente. Por

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último, cabe destacar que, por las diferencias expuestas entre Gaitán y los otros miembros y cofundadores de la UNIR (en su mayoría, de extracción comunista o socia-lista), Unirismo sufrió un abrupto e inesperado cierre, a mediados de 1935 (cfr. López 1937).

De forma similar a la existencia de Unirismo, en mayo de 1944 José Antonio Osorio Lizarazo, junto con un grupo de amigos y seguidores de Gaitán, fundó el semanario Jornada, periódico que se editó en los talleres alquilados de Editorial La Razón. Jornada salió a la luz en blanco y negro, con ocho páginas de extensión, y publicó sólo cuatro números, todo a raíz de la estrechez económica y editorial por la que atravesaban los miembros del movi-miento gaitanista, resignados para ese momento (mayo-julio de 1944) a ser una minoría sin aspiraciones reales de poder dentro del Partido Liberal.

Posteriormente, en febrero de 1947, Jornada reapareció con un renovador formato, editado de la misma manera como se producían los periódicos que representaba a la Gran Prensa liberal de la época, con ocho páginas com-pletas, hechas en máquina plana y haciendo uso de los gráficos y de la fotografía (esta última muy usual para representar las grandes manifestaciones que solían acompañar al tribuno popular), contando con un cuerpo editorial compuesto por elementos pertenecientes a una

nueva generación de profesionales, dedicados de forma exclusiva a vivir del periodismo.

Esta importante transformación que vivió el periódico Jornada fue el resultado de una serie de cambios organi-zacionales introducidos por Gaitán en su movimiento, entre ellos, la aparición de Darío Samper como nuevo director del medio, quien contó con el acompañamien-to de importantes figuras del periodismo y las letras, tales como Luis Vidales, José Mar y Jorge Uribe Márquez (entre muchos otros). Además, la reaparición de Jornada incluyó la simultánea creación de una editorial propia (la Editorial La Patria), que fue dotada con una máquina de impresión plana propia, con lo cual se garantizó que el nuevo periódico se editara como diario.

Pero la amplificación que estaba viviendo el movimiento gaitanista no sólo significó el cambio de algunas fichas por otras y el nombramiento de Samper como director del nuevo periódico; implicaba también que, a futuro, el movimiento iba a contar con el apoyo organizacional de los directorios liberales departamentales, así como de la prensa liberal que funcionaba en las provincias, factores que le darían al gaitanismo la dimensión de ser un movi-miento nacional; posición a la que nunca había accedido de forma tan clara y efectiva, como sí sucedió a partir de este momento.

Imagen 1. Periódico Unirismo del 13 de abril de 1934 y periódico Jornada del 16 de marzo de 1947

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A tal punto llegó el éxito organizativo del movimiento y del periódico (el cual no sólo tuvo una repercusión en las urnas, al obtener importantes victorias en los comicios de marzo y octubre de 1947), que Jornada se editó en los talleres del periódico El Espectador (el cual pasó a ser un vespertino) y tuvo un tiraje cercano a los 60.000 ejem-plares (Alape 1983), que lo ubicaron como el tercer perió-dico de mayor difusión nacional (gracias al servicio aéreo de Avianca), condición a la que se sumó la creación de un programa de radio gaitanista denominado Últimas no-ticias, conducido por Rómulo Guzmán, en la emisora La Voz de Bogotá, que era retransmitido por otras emisoras similares en todo el país (Córdoba 1952).

No obstante, la diferencia más significativa entre estos dos medios de comunicación fue de carácter ideológico, puesto que Unirismo se definía como “la antorcha del pro-letariado colombiano” (Unirismo 19/08/1934, 1), mientras que Jornada en su primera etapa se proclamó como un “Diario al servicio del pueblo”, idea que sería reafirma-da por los editorialistas del nuevo Jornada, que, luego de haber subtitulado al nuevo periódico como “Diario de la mañana”, en agosto de 1947 lo subtitularon como “Diario del pueblo”, lo cual evidencia una importante innovación discursiva entre uno y otro periódico, transformación que indica que en un principio Gaitán y sus seguidores expresaron un discurso más afín con el marco de la lucha de clases, mientras que en los años cuarenta idearon y di-fundieron un frame totalmente distinto, mucho más abar-cador, incluyente y revolucionario, como lo fue el pueblo.18

Y si bien los datos preliminarmente esbozados aquí nos permiten controvertir la idea esbozada por varios inves-tigadores y académicos según la cual el gaitanismo fue perdiendo su vigencia y capacidad organizativa en la medida en que se iba haciendo un movimiento mucho más grande, lo cierto es que los niveles de visibilidad, reso-nancia y legitimidad adquiridos por Gaitán y los gaitanistas demuestran que su posicionamiento en el campo de la opinión pública fue mucho más efectivo hacia la última etapa del movimiento.

Siguiendo algunas de las estimaciones estadísticas que hemos elaborado a partir de la aparición de Gaitán y de los gaitanistas en terceros actores mediáticos (El Tiempo para la primera etapa, y El Tiempo y El Espectador para la se-gunda y la tercera), los niveles de consonancia (resonancia neutral y positiva) y de disonancia (resonancia negativa)

18 Sobre el papel que cumple la noción de pueblo en la ideología populis-ta, ver Laclau (2005).

entre las tres etapas constitutivas del movimiento fue-ron de 88,9%, frente a un 11,1% para la primera etapa; de un 64% y un 36% para la segunda, mientras que para la tercera etapa tales valores fueron de un 87,2%, frente a un 12,8%. A partir de tales estimaciones, podemos dedu-cir que el grado de legitimidad de Gaitán y de los gaita-nistas fue de 0,11 para la primera etapa, de 0,02 para la segunda etapa y de 0,14 para la tercera y última etapa.19

Y si bien el grado de legitimidad entre la primera y la ter-cera etapa es casi el mismo, debemos a su vez reconocer que la visibilidad de Gaitán y de los gaitanistas de la pri-mera etapa llegó a ser de un 2,5%, indicador que sufrió una reducción en la segunda etapa, llegando a un 2,2%, mientras que para la tercera etapa el porcentaje de visi-bilidad de Gaitán y de los gaitanistas llegó a ser de un 12,5%, todo lo cual indica que durante la última etapa el gaitanismo no sólo logró un posicionamiento más legíti-mo, sino que, a su vez, éste fue cinco veces superior al de la primera etapa, y seis veces superior al de la segunda.

Así, las categorías de análisis parcialmente presentadas y discutidas aquí no sólo evidencian que existieron im-portantes elementos de cambio en las diferentes fases que experimentó el movimiento gaitanista que deben ser analizados con mayor detenimiento, sino que esgrimen un mecanismo de análisis que será de gran utilidad para estudiar otras formas de acción colectiva y de liderazgo político que han estado presentes en nuestra reciente historia política.

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19 El grado de legitimidad de un actor político o de un personaje de la vida pública (que puede hacer referencia a un actor individual o colecti-vo) es el resultado de la diferencia entre resonancia positiva (p) y negativa (n), dividida por el número total de veces que se habló sobre ese actor político o personaje de la vida pública (p-n/N). Este indicador puede variar entre 1,0 y -1,0. En caso de que el valor sea negativo, estaría-mos hablando de que dicho grado sería ilegítimo, pues indica que el medio de comunicación valoró más negativa que favorablemente las acciones y los mensajes emitidos por dicho actor político o personaje de la vida pública.

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por Zandra Pedraza**

* Estetrabajoesunresultadoparcialdelproyectodeinvestigaciónencurso,titulado:“HigieneypensamientosocialenColombia“.** Doctora en Antropología Histórica y Pedagógica, Freie Universität Berlin, Alemania. Profesora asociada del Departamento de Lenguajes y

EstudiosSocioculturales,UniversidaddelosAndes,Colombia.Correoelectrónico:[email protected]

La “educación de las mujeres”: el avance de las formas modernas de feminidad en Colombia*

RESUMENEste texto estudia la constitución de mujeres modernas durante el siglo XIX en Colombia, y ahonda en los cambios que en los años de 1930 y 1940 inflamaron el debate sobre este tópico, justamente cuando aumentaron las reivindicaciones de igualdad entre los sexos, se agudizaron las luchas por la emancipación femenina y diversas transformaciones sociales hicieron inminente revisar la doctrina sobre la educación de las mujeres. Al margen de las diferencias expresadas respecto a la conveniencia de que las mujeres adquirieran el derecho al voto y ampliaran su educación escolar y su participación en la vida pública, tanto promotores como detrac-tores de estas transformaciones coincidieron en proteger el núcleo básico de la educación de la mujer, constituido en el siglo XIX en sus expresiones de ama de casa, madre y esposa. Durante estos años se sumó la belleza al conjunto de deberes de la feminidad, que de don natural pasó a ser asequible mediante el consumo y el esfuerzo acumulados en el capital corporal femenino.

PALABRASCLAVEEducación de las mujeres, cuerpo y género, biopolítica, educación del cuerpo, belleza femenina.

“Education of Women”: The Progress of Modern Forms of Femininity in Colombia

ABSTRACTThis article examines the constitution of modern women in Colombia during the twentieth century. In particular, it focuses on the changes during the 1930s and 1940s that incited debate on this topic. Just as the demands for sexual equality began to rise, the struggles for women’s emancipation intensified and various social transformations made it necessary to revise the doc-trine on female education. Despite different opinions regarding the desirability of giving women the right to vote, extending their primary education, and increasing their participation in public life, both proponents and critics of these transformations agreed on protecting the basic nucleus of a woman’s education that was established in the nineteenth century around her roles of housewife, mother, and wife. During these decades, beauty, which went from being a natural gift to something accessible through consumption and accumulated investments in feminine bodily capital, was added to the list of duties of femininity.

KEYWORDSEducation of Women, Body and Gender, Biopolitics, Bodily Education, Feminine Beauty.

A “educação das mulheres”: o avanço das formas modernas de feminidade na Colômbia

RESUMOEste texto estuda a constituição de mulheres modernas durante o século XX na Colômbia, e afunda nas mudanças que nos anos de 1930 e 1940 inflamaram o debate sobre este tema; justamente quando aumentaram as reivindicações de igualdade entre os sexos, aguçaram-se as lutas pela emancipação feminina e diversas transformações sociais fizeram iminente revisar a doutrina sobre a edu-cação das mulheres. À margem das diferenças expressas a respeito da conveniência de que as mulheres adquiriram o direito ao voto e ampliaram sua educação escolar e sua participação na vida pública, tanto promotores quanto detratores destas transformações coincidiram em proteger o núcleo básico da educação da mulher, constituído no século XIX em suas expressões de dona de casa, mãe e esposa. Durante estes anos, somou-se a beleza ao conjunto de deveres da feminidade, que passou de ser um dom natural para se tornar acessível através do consumo e do esforço acumulados no capital corporal feminino.

PALAVRASCHAVEEducação das mulheres, corpo e gênero, biopolítica, educação do corpo, beleza feminina.

Fecha de recepción: 23 de junio de 2011Fecha de aceptación: 2 de septiembre de 2011Fecha de modificación: 30 de septiembre de 2011

Revista de Estudios Sociales No. 41rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188.Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 72-83.

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La “educación de las mujeres”: el avance de las formas modernas de feminidad en Colombia* L os debates ilustrados que fundamentaron el

ordenamiento jurídico y social de las mujeres en algunos países europeos durante el siglo XVIII, si bien brindaron las principales interpretaciones para cimentar en el siguiente siglo la condición de sus congéneres en las repúblicas his-panoamericanas, no se ventilaron con el mismo interés en las jóvenes naciones. En Colombia y en otros países se adoptó sin mayor crítica el principio del ordenamiento de los sexos subyacente en la Declaración de los Derechos del Hom-bre. Esta afiliación implicó acoger los principios de la familia burguesa como núcleo de la sociedad y, con ello, impulsar la tarea de formular los deberes y los quehaceres de los dis-tintos miembros de esta familia. Si en la práctica la fami-lia burguesa nunca llegó a consolidarse en Colombia como la principal forma de organización social (Urrego 1997), en el orden discursivo es posible reconocer un ingente esfuer-zo cultural emprendido para encauzar las relaciones fami-liares hacia las labores, las subjetividades, las prácticas y los principios morales que hicieron de la familia burguesa una instancia predilecta para el ejercicio biopolítico. El Estado nacional moderno, cuya gestión también robuste-ció el significado de la familia burguesa, emergió tras la fundación de las repúblicas como aquel con la capacidad de materializar el cuerpo de los ciudadanos. Como efecto de poder, el cuerpo de los ciudadanos del Estado nacional moderno se convirtió en condición y expresión de su forma de gobernar y administrar la vida.

Entre las muchas tareas biopolíticas que emprendieron los Estados nacionales en América, este trabajo explora la de proponer y fortalecer el orden social basado en el ideal de situar la familia como su núcleo. Este esfuerzo abarcó cuando menos el ordenamiento de edades y sexos y la definición tanto de funciones prácticas y simbólicas de los miembros de la familia como de las relaciones que gestan la unidad familiar. Entre las relaciones que una analítica del poder permite identificar sobresalen las que establecieron los Estados modernos con los ciudadanos, especialmente a partir del siglo XIX, en ámbitos como la educación, la salud, la “cuestión social”, las regulaciones laborales o la planeación urbana. Los asuntos biopolíticos comprometieron algo más que las acciones en torno de indicadores y descriptores demográficos como mortali-dad, morbilidad, longevidad, natalidad o matrimonios. Considerar el ejercicio del poder y los actos de gobierno de la vida como hechos biopolíticos reconoce la actividad del Estado moderno en las instituciones sociales, las formas

de intervención y la producción discursiva, que se hacen inteligibles como ingredientes y procesos de la raciona-lidad de la administración de la vida. Este fenómeno lo ilustra el entramado de prácticas, disposiciones y discur-sos que estrecharon las relaciones entre la familia, la es-cuela y el aparato sanitario, en el cual se coció el carácter biopolítico del Estado moderno. En Colombia, el apoyo incondicional de la Iglesia católica contenido particular-mente en el esfuerzo de fortalecer los asuntos vincula-dos a la gestión de la familia y la educación formal, bien puede sumarse a los principios de la voluntad biopolítica de gobierno del Estado nacional moderno.

La transición hacia la constitución republicana signi-ficó para la organización familiar que la condición de subordinación jurídica de la mujer se justificara a partir de aspectos localizados en la corporalidad y subjetividad femeninas, que durante el siglo XVIII consiguieron rele-gar a las mujeres del pacto social (Pedraza en prensa). La exclusión estuvo acompañada de un proceso que apostó a la mujer en el ámbito del gobierno doméstico y comen-zó a alejarla de la clausura piadosa, característica de la vida colonial. Por su condición de ama de casa, la mujer se insertó de una forma nueva en la vida ciudadana. Las obligaciones recientemente adquiridas no significaron que las mujeres abandonaran las prácticas asociadas a las virtudes católicas, pero sí acarrearon un cambio del sentido de estas prácticas en el hogar, porque la casa dejó de ser el sitio de retiro de la vida pública para convertirse en bisagra del vínculo con el mundo público, y el hogar pasó a ser el lugar donde se comenzó a administrar téc-nicamente la economía doméstica y a generar la riqueza de la nación. En el hogar y en el cumplimiento de los de-beres de la hacienda doméstica, la mujer ocupó un nuevo lugar práctico y simbólico donde encarnar las virtudes que hasta la Colonia debía cumplir preferentemente en el asilamiento y la clausura de la devoción. En el nuevo escenario las actividades domésticas se transmutaron en expresión de virtud católica, y esta innovación lleva-ría paulatinamente a las mujeres a construir un sentido moral afincado en la conducción del hogar y en la iden-tidad del “ama de casa”, elementos ambos que producen y reproducen el cuerpo moderno, tanto el propio como el de los ciudadanos y el de la nación.

La economía doméstica se vinculó al núcleo de la orga-nización capitalista de la riqueza. La reorganización del trabajo reproductivo que trajo consigo la industrializa-ción (Oliveira 2006) transformó a lo largo del siglo XIX la situación de la mujer. Algunos signos puntuales se muestran claramente en las primeras décadas del siglo XX: la mujer convertida en “reina del hogar”, festejada

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el Día de la Madre y celebrada como la esposa que expone con el paso del siglo una sexualidad y una belleza ensam-bladas en la producción del cuerpo moderno.

Las obligaciones del ama de casa, a la vez que demues-tran la subordinación jurídica y social de la mujer, re-presentan un lugar singular de la economía capitalista, que cifra sus posibilidades de crecimiento y reproduc-ción en la administración del flujo y la producción de la riqueza en el hogar. La organización científica del trabajo doméstico, que posteriormente se tradujo en la creación de la economía doméstica como carrera univer-sitaria, asoma en el siglo XIX en tratados que comen-zaron a reorientar las ocupaciones de la vida diaria de las mujeres y a disponer sus principales experiencias en el hogar. La nueva comprensión de las funciones de las mujeres en la República oxigenó las ideas sobre las necesidades de una educación acorde con tales expecta-tivas. Para conocer esta situación, este trabajo parte de los principios de la ciencia de la mujer que sirvieron de sustento para fijar y naturalizar la posición de subordi-nación de las mujeres y recurre a los avances de diver-sos investigadores colombianos y latinoamericanos en el campo de la historia de las mujeres y los estudios de género, para proponer y caracterizar el campo denomi-nado la educación de las mujeres. Para ello también se sirve de textos de pensadores, letrados, fisiólogos morales y médicos que sugieren el sentido de esta educación a finales del siglo XIX y en las primeras décadas del XX. Por ser un acercamiento preliminar, este trazado no incluye un estudio minucioso de un mayor espectro de fuentes primarias y secundarias que permitiera matizar y considerar variaciones de lo que sin duda fue una evo-lución con grandes diferencias entre sectores sociales y grupos culturales. En la parte final, el texto plantea los elementos que remozaron en el siglo XX las tareas de las mujeres, cuando se introdujeron masivamente nuevas tecnologías en el hogar y proliferaron los recursos para la producción ilimitada de la belleza.

La educación de las mujeres fue un asunto determinante para la constitución de las mujeres modernas a partir del siglo XIX. Este proceso recuerda los discursos del cuerpo que tuvieron injerencia en el ordenamiento de la experiencia de las mujeres, y el tipo de experiencias que se propusieron para encarnar la feminidad. La edu-cación de las mujeres se expone aquí como un dispositivo pedagógico primordial para ordenar la división sexual práctica y simbólica que acompaña la consolidación del Estado-nación en relación con las prácticas de gobier-no que afianzan el vínculo entre familia y escuela. El estudio se prolonga hasta la mitad del siglo XX, con el

propósito de ilustrar el alcance del complejo de discur-sos, prácticas, representaciones y recursos que abarcó la educación de las mujeres, y cómo este saber permaneció incólume a los cambios ocurridos en los años de 1930 y 1940, cuando, a contrapelo de las tendencias en favor de la ampliación de los derechos de las mujeres, se agrega-ron a la doctrina de la educación de las mujeres aspectos que vinieron a resultar constitutivos de un obligado capital corporal como es el de la belleza.

He expuesto otros aspectos comprometidos con este estudio en un trabajo sobre la concepción anatómi-ca del cuerpo de las mujeres como fundamento de su irracionalidad (Pedraza 2008), y en uno segundo sobre la manera como entre el siglo XIX y el XX, los conoci-mientos de algunas disciplinas médicas vincularon la imagen del cuerpo de la mujer con formas particulares de intervenir la subjetividad femenina. Estos principios subjetivos aparecieron estéticamente compuestos en el aspecto, la conducta, la autopercepción, la definición política y social de los deberes y derechos, y en la com-prensión de las capacidades y limitaciones femeninas (Pedraza en prensa). Los mismos excluyeron a las mu-jeres del ejercicio de la ciudadanía y las ocuparon en el gobierno del hogar. Este artículo se limita a señalar los principales componentes de la educación de las mujeres como expresión del saber idealizado e ideologizado sobre las mujeres que diversos escritores –casi siempre hombres letrados– aunaron para prescribir las tareas propias del sexo femenino. Parte de este saber consistió en expo-ner las bases para las relaciones familiares modernas y las tareas de las mujeres en la familia, como éstas se entendieron en el marco republicano y en la dinámica de transformación de las relaciones entre ciudadanía y Estado (Elias 1998). La intención fundamental de este texto es ilustrar algunas de las tensiones, las contradic-ciones y los cambios que sufrió este modelo cuando las transformaciones políticas, sociales y jurídicas vividas en los años treinta y cuarenta en Colombia obligaron a reconsiderar la situación de las mujeres, y señalar que este debate, sin embargo, eludió la discusión de los fun-damentos de su subordinación al no poner en duda la obligación de las mujeres de cumplir las tareas que se les habían asignado en el siglo XIX.

El cuerpo de la mujer moderna y el gobierno de la vida

La ciencia de la mujer se consolidó como un campo de co-nocimiento durante el siglo XVIII y de modo paralelo a la ciencia del hombre (Science de l’homme). Fue específica-

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mente en Montpellier donde el vitalismo dio lugar a la tradición intelectual que integró entre 1750 y 1850 las formas de conocimiento que posteriormente surgieron como disciplinas independientes: antropología, fisiolo-gía y medicina filosófica (Williams 1994). Por su parte, la ciencia de la mujer decayó, pero dejó un legado interpre-tativo fundamental para el posterior surgimiento de la ginecología y para el pensamiento sobre las diferencias entre los sexos (Pedraza en prensa).

El pilar de la ciencia de la mujer es el argumento de que la diferencia entre hombres y mujeres no es de grado sino de esencia. Con el paso a la medicina científica fundada en la anatomía y la fisiología se desestimó el principio que consideraba a la mujer un hombre cuya evolución no se había perfeccionado, idea que a través de Galeno prolongó la doctrina hipocrática y aristotélica hasta la Ilustración. Esta doctrina encontraba que la mujer era un hombre imperfecto. Con los conocimientos obtenidos por la anatomía descriptiva sobre el esqueleto, los órga-nos, su tamaño y su disposición, se propuso una nueva visión radical de la diferencia entre los sexos (Laqueur 1987; Pedraza 2008 y en prensa). Esta diferencia incon-mensurable entre el organismo de las mujeres y el de los hombres alimentó el ansia de contar con un conoci-miento especializado en la mujer, tal como se proponía también para pueblos y razas diferentes, actividad que en Francia estuvo a cargo de la “Société des observateurs de l’homme” (Moravia 1970). El efecto de esta ideologiza-ción de las diferencias anatómicas se nutrió del contexto social y político en el que se discutían por entonces los principios para forjar un nuevo orden social. Al afian-zarse el capitalismo y ganar ímpetu en el siglo XVIII, el rumbo de la querella sobre la condición humana de las mujeres viró y se resolvió a la luz de las necesidades so-ciales de establecer una nueva organización del trabajo y la producción, en la cual las mujeres debían participar en unas condiciones específicas.

Pero este debate también se desplegó siguiendo la divi-sión del conocimiento que en el siglo XIX consolidó la antropología moderna como el estudio del hombre, paso que se dio a comienzos del siglo XIX tras redefinirse la na-turaleza humana como compuesto de funciones vitales diferentes pero homogéneas. Si bien esta enunciación no eliminó el dualismo cuerpo-alma propio del discurso de la ciencia del hombre, esbozó una solución que permitió descartar de los estudios antropológicos modernos los ra-zonamientos fisiológicos característicos de la medicina antropológica. Con ello evitó también la intromisión en su campo de estudios de las especulaciones morales dis-tintivas de la medicina filosófica.

Otra suerte corrió la ciencia de la mujer. Mientras que a me-diados del siglo XIX el hombre dejó de ser objeto de una ciencia específica que lo considerara a partir del dualis-mo cuerpo-mente, para pensarlo en la diferencia que logró articular la noción de cultura, la mujer continuó siendo observada por sus particularidades corporales. Si bien en el transcurso del siglo XIX la ciencia de la mujer evolucionó hacia la ginecología, esta nueva disciplina médica continuó subrayando la división cuerpo-mente, siguió empleando la fisiología como principio epistemo-lógico y afianzó el recurso ideológico de la medicina filo-sófica para moralizar la feminidad.

Esta evolución del conocimiento situó la vida y las reali-zaciones masculinas en el terreno de la cultura, la polí-tica y la sociedad, a la vez que la vida y las ocupaciones femeninas se consideraron jurisdicción del conocimien-to médico. A su turno, y en cuanto el cuerpo de la mujer continuó definiendo su identidad, ésta quedó anclada en el ámbito de la naturaleza, y las acciones de las mujeres permanecieron situadas fuera de la historia (Crampe-Casnabet 1992). Si la medicina hipocrática había sus-tentado en el temperamento húmedo la inferioridad femenina, la medicina moderna encontró un nuevo re-curso para justificar la diferencia: el útero. Este órgano, demostrativo de la alteridad absoluta de las mujeres (Be-rriot-Salvadore 1992), vino a reconocerse como causante de la completa diferencia con respecto a los hombres y, por “irascible”, se convirtió en el vehículo para “medica-lizar” el cuerpo y la vida de las mujeres. A partir del siglo XVIII, primero la ciencia de la mujer y después la ginecolo-gía regularon la vida diaria de las mujeres, estipularon y controlaron las diferentes etapas de su vida y legislaron sobre las normas de conducta y los derroteros a los que debían atenerse (Costa et al. 2007).

En las repúblicas hispanoamericanas, los efectos de la ciencia de la mujer y de la educación de las mujeres se pue-den reconocer a partir de los años veinte del siglo XIX y, con mucho vigor, desde mediados del mismo siglo y hasta bien entrado el XX. Para sintetizarlos en un hecho ejemplar, baste señalar que en torno de la producción de textos para la educación de la mujer comparecieron en His-panoamérica pensadores, políticos, médicos, literatos e, incluso, las temidas mujeres ilustradas (Nari 2004; Pe-draza 2011; Tuñón 2008). Ni en la Nueva Granada ni en Colombia se debatió a lo largo del siglo XIX la cuestión de la condición ciudadana de las mujeres. Aquí, lo mismo que en otros países de la región, la “cuestión de las mu-jeres” ocupó casi exclusivamente a médicos y letrados moralistas, quienes durante los siglos XVIII y XIX produ-jeron una rica literatura sobre el tema (López 2007).

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En el escenario en el que se firmó el nuevo pacto políti-co en los albores del siglo XIX, las nacientes sociedades republicanas habían eludido derivar las consecuencias sociales y políticas que de- bían haber extraído de los co-nocimientos científicos de la Ilustración acerca de la con-dición humana. Durante esas primeras décadas del siglo se acometieron enormes esfuerzos culturales para educar a las mujeres en un sentido que naturalizara su condi-ción humana, de forma que el gobierno del hogar resul-tara un deber irrefutable, pero fuese guiado por la razón masculina. Sin derecho a elegir ni ser elegidas en la arena pública, las mujeres “eligieron y fueron elegidas” para el gobierno del hogar. La fuerza de este mandato es la que emergió en los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo XX. Conminadas a considerar cuál podía y debía ser su lugar y función social, las posiciones no cuestio-naron el vínculo indisoluble de las mujeres al gobierno doméstico. Si muchas mujeres y hombres paulatina-mente se distanciaron de preceptos marianos y de pre-juicios sobre las posibilidades de desempeño laboral, público, científico y político de las mujeres, no ocurrió lo mismo cuando se vio peligrar la responsabilidad de administrar el hogar.

La principal preocupación de los autores contemporá-neos que expresaron su parecer en esta disputa remitía tarde o temprano a las exigencias que las transformacio-nes demandadas hacían al cuerpo de la mujer, de suyo limitado para ciertos esfuerzos y desempeños. Se consi-deraba que, de aceptarse el ingreso de las mujeres a los estudios superiores y a la fuerza laboral más calificada, la condición femenina se desviaría de sus principales ta-reas, para verse forzada en terrenos en los cuales su natu-raleza mostraría sus limitaciones. Esta situación obraría en desmedro de la atención que requerían el hogar, la familia y el matrimonio. En el marco de las apreciacio-nes que fundaron el Estado nacional, la desviación en el orden social que podría acarrear una subjetividad feme-nina más autónoma apareció como “cuestión de Estado”. Se veían comprometidos la configuración del Estado na-cional y los fundamentos prácticos de su gobierno, es-pecíficamente en el núcleo doméstico, donde se habían apalancado las formas modernas de gobierno de la vida. La naturalización de la diferencia de la mujer en el cuer-po “femenino” que ya se había asimilado en la educación de las mujeres, se avivó con la medicalización generalizada del cuerpo1 que experimentaron las sociedades a lo largo del siglo XIX.

1 El ensamble de conocimientos médicos y reflexiones morales desem-bocó en la medicalización que experimentaron las sociedades a par-tir del siglo XVIII, esto es, en la interferencia de los conocimientos

Pero el debate postergado fue inevitable durante la pri-mera mitad del siglo XX. La presión que ejercían muje-res, pensadores, periodistas, escritores, gobernantes, la prensa y el entorno internacional, se comenzó a canali-zar con las reformas de los años treinta que iniciaron los gobiernos liberales. Finalmente, el movimiento sufra-gista se fortaleció hasta conseguir en los años 1954 y 1957 los nuevos derechos de ciudadanía para las mujeres.

La educación de las mujeres

La educación de las mujeres se cimienta en la sujeción a reglas de comportamiento “propias” de las mujeres burguesas; a la vez, es intrínseca a un régimen de subordinación le-galmente constituido que goza del respaldo de un apara-to social y moral con capacidad de sanción civil, penal, económica y simbólica que da por sentada la inhabilidad política. Tal insuficiencia la expresan las constituciones republicanas que negaron a las mujeres el derecho a la ciudadanía durante el siglo XIX y buena parte del XX. En cuanto disciplina del conocimiento –si es posible imagi-narla así–, combina el conjunto de reglas explícitas e im-plícitas de una doctrina que engloba instrucción moral, comportamiento y apariencia con el dominio de artes y técnicas específicas. Los elementos técnicos del oficio comprenden las destrezas requeridas para satisfacer las dimensiones de la condición femenina de la mujer mo-derna: la economía doméstica, la educación de los hijos y la vida matrimonial. Con el tiempo, las tres pasaron a sustentar programas académicos formales y devinieron materia de dirección y consejería profesional. Las dispo-siciones de la mujer moderna se encarnan mediante la realización del conjunto de tareas prácticas que abarcan estas tres áreas –cumpliéndose la formación moral, de la conducta y de la apariencia “femeninas”–, y por el efecto de la sanción social y simbólica que se ejerce con respecto a sus procedimientos y resultados (Garcés 2004).

Al considerar en esta reflexión la manera como se vincu-lan el cuerpo y el género en la educación, vale recordar que el sujeto moderno puede constituirse en la medida en que determinados conocimientos, prácticas y discursos acerca del cuerpo y de la subjetividad forjan su experiencia y autocomprensión. No basta que circule un conjun-to de representaciones sociales acerca del género para que hombres y mujeres se constituyan como sujetos y,

y prácticas provenientes de la medicina en la vida diaria de los in-dividuos, a través de la imposición de reglas de conducta y del esta-blecimiento de estándares acerca del comportamiento individual que fueron juzgados como sanos o insanos.

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efectivamente, se comporten bajo determinados princi-pios de masculinidad y feminidad, y para que encarnen sus vidas según las normas modernas de la división prác-tica y simbólica de los sexos. La confluencia de los valo-res específicos de género que se exponen corporalmente y que se ejercitan, entre otros planos, en la sexualidad brota en la modernidad de minuciosos y largos procesos de educación que son en sí mismos resultado de conoci-mientos específicos y, a su vez, transmiten conocimien-tos especializados (Pedraza en prensa).

El proceso particular de constitución de la mujer moder-na reposa en los discursos del cuerpo que ordenaron las prácticas de las mujeres y propusieron también el con-junto de actividades que compondrían las experiencias necesarias para encarnar la feminidad. Este acercamien-to discrepa del que considera que el proceso histórico de constitución de la mujer moderna en Colombia se gesta a partir de 1930, por efecto de las transformaciones ocu-rridas en el país en torno del movimiento sufragista, y especialmente en la década del cuarenta, para culminar en la década siguiente con el ejercicio del voto (Luna 2001 y 2004). Aquí considero que la producción corporal de la mujer y el hombre es un hecho fundacional de la moder-nidad. En el caso de la mujer, lo que en términos corpo-rales se estableció como su naturaleza y logró traducirse en experiencias constitutivas de la subjetividad femeni-na devino soporte de las posibilidades de ser y decir de la mujer. En este proceso de larga duración, el movimiento sufragista colombiano es un episodio que modificó efec-tivamente la condición jurídica, civil y política de las mujeres. Asimismo, se destaca que, ya desde los años treinta, el mejoramiento en la educación escolar les per-mitió a las mujeres vincularse de manera transformado-ra al espacio público (Luna y Villarreal 1994). Con todo, las discusiones de la época, resumidas como el debate entre el feminismo y la feminidad (Luna 2004), se ven-tilaron paralelamente al afianzamiento de nuevos dispo-sitivos de feminización que fortalecieron los tres campos básicos de la educación de las mujeres. De ellos, destacaré más adelante el de la belleza.

Entiendo la educación de las mujeres como un dispositivo pri-mordial para ordenar la división sexual práctica y sim-bólica que acompaña la consolidación del Estado-nación en relación con prácticas de gobierno como las que con-fluyen en la articulación de la familia, la escuela y la hi-giene. En este caso se ilustran el contenido y el alcance de este complejo de conocimientos, prácticas, represen-taciones y recursos hasta la mitad del siglo XX, y como rama especializada de la educación moderna, la cual no suele tratarse como unidad coherente en los estudios

sobre educación y pedagogía. En Colombia se desarrolló particularmente durante el siglo XIX y a lo largo del siglo XX, aunque en las últimas décadas de éste se debilita-ron sus modalidades más formales y estructuradas. Con todo, sigue operando hasta la actualidad como recurso de feminización (Peña 2005).

La educación de las mujeres se consolidó como una doctrina “pedagógica” que se transmite socialmente de una ma-nera opaca, práctica y moral. Estos rasgos se refieren al hecho de que la educación de las mujeres fue promovida entre amplios sectores de la población como un juego impre-ciso de actividades que se realizan en el trasfondo de la sociedad y carecen del lustre de otros artes y oficios. No obstante, en ciertas ocasiones son motivo de alabanza en los círculos sociales a los que pertenezcan las muje-res –como sucede en los festejos–, y también de sanción, cuando no satisfacen expectativas en torno del hijo edu-cado y limpio, la casa arreglada, la comida bien dispues-ta. Así, aunque la economía doméstica, la puericultura y el servicio social llegaron a formar parte de programas ofrecidos en colegios mayores de cultura femenina y en universidades en los años treinta y cuarenta (Castro 2008; García 2003; Oliveira 2006; Peña 2005), no suele re-conocerse todo el conjunto de los saberes y quehaceres de esta educación como el complejo de conocimientos que producen la feminización de las mujeres modernas. Este saber amalgama las disposiciones, como las llamó Pierre Bourdieu, y las artes de hacer que estudió Michel de Cer-teau: es un conocimiento que, al emplearse en las tareas que son su esencia, ordena la sociedad, realiza la identi-dad de la persona y anima las relaciones familiares.

En Colombia, como en otros países latinoamericanos, la educación de las mujeres nació directamente vinculada a la constitución del Estado nacional durante el siglo XIX,2 aunque antes ya se habían introducido sus prin-cipios, especialmente debido al interés ilustrado de educar a la mujer (Quijano y Sánchez 2002). Su evolu-ción acompañó la de la educación escolar pública, que, con el inicio de la República, se prescribió como obliga-ción del Estado y entró en contradicción con la princi-pal forma de educación practicada durante la Colonia: la educación doméstica, es decir, la que recibían niños y jóvenes en el seno de las familias, especialmente en centros urbanos, donde aprendían las artes y los ofi-cios en la práctica cotidiana con los adultos. Al de-

2 En los países europeos donde florecieron estas formas de educación, los debates respectivos habían tomado mucha fuerza durante el siglo XVIII y resultaron definitivos para la organización de los derechos ciudadanos y la disposición de los deberes sociales y familiares de las mujeres.

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terminar la Constitución de 1829 que se establecerían escuelas de primeras letras para niños de ambos sexos, se inició una pugna entre la familia y el Estado por la potestad sobre la educación de niños y jóvenes (García 2007). La disposición no impidió que la educación do-méstica se prolongara, siempre y cuando añadiera a sus objetivos los de la primera educación que ofrecía la instrucción pública, en particular, el aprendizaje de las primeras letras. García reconstruye los principales contenidos de la educación doméstica, que se entendía en primer término como aprendizaje de la virtud, y poco estimaba los conocimientos académicos.3 La transi-ción comprometió el inicio de la educación pública en las primeras décadas del siglo XIX y causó, con la introducción de las instituciones de educación públi-ca, la tensión, entre otras, de las figuras del padre y del maestro. Esta tirantez apareció porque la educación doméstica, hasta entonces supervisada y guiada en pri-mera instancia por el padre, entró en conflicto con la tarea del maestro, quien pasó a ser, en la escuela y, por extensión, en la sociedad, el agente autorizado para educar a los niños y avalar las formas de conocimiento escolarmente impartidas.

Pese a las presiones que trajo a la familia introducir la instrucción pública como recurso privilegiado para la educación de los niños, la nueva forma, exógena y dis-tante de la supervisión paterna, también comportó el nuevo campo de la educación de las mujeres. Así, mientras que el padre establecía una relación tensa con el maes-tro, la madre se alió paulatinamente con él, guiada por el médico y tutelada por el esposo-padre de familia. La relación entre escuela y familia se fortaleció entonces a través de la figura de la madre y en detrimento del poder paterno. Pero para que ello ocurriera, a la par con la educación pública se inició un proceso de educación de las mujeres que las transformó en asociadas imprescindibles para los procesos de gobierno de la vida distintivos de los Estados modernos.4

3 El conocimiento académico escolar resulta de procesos de decanta-ción y sistematización que realizan algunas disciplinas consideradas parte de la instrucción que debe impartirse en la escuela. La gramá-tica, la aritmética, la educación física o la historia son ejemplos de conocimientos que gozan de legitimidad y reconocimiento académi-cos. En contraste, la formación moral y religiosa, la urbanidad o la economía doméstica no siempre provienen de las academias ni reci-ben su aval. Los oficios, si bien exponen formas de conocimiento que no provienen de las academias sino de la práctica, han terminado por sistematizarse, de forma que pueden ser avalados por asociaciones que operan como lo hacen las academias y constituyen la base de la educación técnica de las artes y los oficios.

4 En adelante, si bien me referiré al Estado moderno considerándolo como la organización jurídica que consolida un territorio, es de parti-

La educación de las mujeres expone una modalidad de educa-ción propia de las sociedades donde la familia burguesa deviene el objetivo y el agente de las formas de gobierno de la vida que giran en torno al eje en que se convierte la mujer moderna por efecto de dicha educación. Esta circunstancia se combina con la restricción del acceso de las mujeres a los derechos civiles decretada por cuenta de sus mermadas capacidades racionales y, a la vez, con el desarrollo del capitalismo, que se apalanca en una dis-tribución sexual del trabajo que encarga a las mujeres, en calidad de amas de casa, del trabajo doméstico y de la reproducción de la vida y de la fuerza de trabajo, es decir, del gobierno del hogar (Pedraza en prensa).

A diferencia del recogimiento que caracterizó el ideal de la vida de muchas mujeres hasta el siglo XVIII, la nueva domesticidad no privilegió la devoción y la virtud reli-giosas; propendió a la productividad y a la moralización “científica” del hogar. La introducción del conocimien-to de la economía doméstica testimonia un cambio en el sentido de las tareas femeninas: las virtudes de las mujeres modernas desbordan las de la devoción y la su-misión, las de la lectura edificante y el aislamiento de la vida pública. La economía doméstica, la educación en el cuidado infantil y la educación en la vida matrimonial dejan de ser a lo largo del siglo XIX saberes intervenidos y con-trolados principalmente por la Iglesia y transmitidos por las mujeres, para convertirse en campos de conocimien-tos producidos y gestionados por médicos, pensadores y moralistas como parte de formas de gobierno biopolítico, y comunicados textualmente en manuales, artículos de prensa y compendios.

Con este conocimiento, la mujer moderna reproduce en su experiencia corporal y subjetiva vivida como ama de casa, madre y esposa, la división sexual práctica y simbó-lica que subyace en el Estado nacional. Para que esta divi-sión opere, se activan los discursos que conciben el cuerpo de formas singulares –sus formas de materialización– y arraigan en él las causas justificativas de una educación de las mujeres que las expuso, a su turno, al conjunto de expe-riencias capaces de constituir una subjetividad femenina efectivamente encarnada en estas tres funciones.

Ahora bien: el ordenamiento de las diferencias sexuales en la modernidad ocurre en relaciones dialógicas que

cular interés indicar aquí que el Estado moderno actúa en consonan-cia con la sociedad. Esto significa que, para efectos de la orientación que toman la familia y la educación, muchas instituciones y agentes sociales participan activamente en organismos y actividades del Es-tado, aunque no estén directamente bajo su jurisdicción.

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comprometen igualmente la subjetivación del padre de familia como proveedor, esposo y pater familias, según los principios de la virilidad moderna (Erhart y Herrmann 1997), y la del niño, como infans, hijo y alumno (Dussel y Caruso 2006; Gimeno 2003; Vigarello 2005). Estos aspec-tos no serán tratados aquí, pero son consubstanciales a la experiencia femenina moderna, que no ocurre separada-mente ni se reduce a actividades individuales realizadas de forma aislada, sino que cobra vida en la intersubjetivi-dad de las prácticas y las relaciones sociales, que se ejecu-tan en especial, pero no de manera exclusiva, en el hogar.

Los estudios historiográficos sobre las mujeres en Co-lombia indican que este modelo burgués, dibujado aquí a grandes trazos, no acoge la situación de las mujeres de los sectores populares en las ciudades y en el campo; sólo parece ofrecer un punto de vista limitado a un es-trecho sector de la ya reducida clase media y urbana colombiana, en donde se realizaban el matrimonio, la dependencia económica y la subordinación en un mode-lo mariano. Visto en el corto plazo, así puede lucir. En un panorama genealógico, sugieren otra interpretación diversos aspectos de los actuales programas de atención social que buscan educar a las mujeres de los sectores populares y muchas angustias de las mujeres de clases medias urbanas contemporáneas que, en su calidad de amas de casa, madres y esposas, reciben la atención de los terapeutas y de los consejeros de familia y de pareja. Puede ser que en la educación de las mujeres pervivan todavía hoy los elementos y dispositivos de aquello que el progre-sista Pierre-Ambroise Choderlos de Laclos (1741-1803) de-nominó la “educación imposible”, a saber, la única que los hombres estarían en disposición de ofrecer a las mu-jeres y que nunca les daría a ellas la libertad, toda vez que tampoco les daría un cuerpo propio (Laclos 2010).

Experiencias y facetas de la educación de las mujeres

La educación de las mujeres es el principal dispositivo para fijar el género y la sexualidad mujeriles. ¿Qué educación deben recibir quienes ostentan las características cor-porales del sexo femenino? Ya en los últimos años de la Colonia era claro que debía diferir de la que se ofrecía a los varones, pues desde el siglo XVIII había ganado fuer-za el argumento de la diferencia radical que definía los dos sexos (Crampe-Casnabet 1992). Con la Nueva Granada surgieron planteles escolares que obedecieron los princi-pios del modelo educativo para niñas inaugurado por La Enseñanza en 1783 (Quijano y Sánchez 2002). Este plantel concibió un modelo de educación moral que formaba a

las niñas y a las jóvenes para la reclusión y el claustro (Vahos 2002) mediante la educación en el pudor. La des-confianza en el comportamiento de las mujeres no pudo hacer otra cosa que aislarlas: prohibición de escribir, control estricto de las lecturas, encierro en la casa para la vida piadosa y virtuosa. Como indica Vahos, hasta bien entrado el siglo XIX, la precaución guió las prácticas edu-cativas para las mujeres.

Fundada la República, brota la inquietud por las tareas de la mujer: el nuevo horizonte económico y social que dibuja el capitalismo burgués invita a refrescar e in-troducir novedades en la formación femenina. En con-traste con el modelo de La Enseñanza, en 1832 abrió sus puertas el Colegio de La Merced. Entroncado con el interés de formar a la mujer moderna, La Merced promovió la educación para el hogar (Aristizábal 2007; García 2007) y propició el entorno pedagógico en el que las muje-res podían cumplir su destino “natural” y moldear en el niño el sujeto ciudadano (Vahos 2002). A diferencia de las prácticas para el encierro, el nuevo ideal buscó fortalecer el control y las normas sintonizados con los conocimientos que se articulaban al ejercicio de gobier-no: higiene, pedagogía, administración, ingeniería. La mujer moderna debía ser católica y moral, pero ante todo eficiente, y seguir los principios de la racionalidad sugerida por sus tutores masculinos. Su diferencia fe-menina se fortaleció bajo la consideración de que una mujer mejor instruida sería una mejor ama de casa, madre y esposa: ella sabría guiar las inclinaciones de los hombres, cuidar la economía del hogar e inculcar en el corazón de sus hijos las ideas más sagradas (Quintero y Pérez 1997), para hacer de los niños ciudadanos res-ponsables, y de las niñas, mujeres modernas que admi-nistraran la vida familiar. La intención de modelar bajo preceptos femeninos el alma, el corazón, el carácter, la voluntad, los modales y la apariencia de las mujeres para la utilidad doméstica (Ballarín 1993), no se acerca-ba a la formación para el conocimiento y la vida labo-ral; se trataba, en cambio, de encarnar mujeres buenas y sumisas, a la vez que eficientes en la vida hogareña. Incluso, proyectos para las mujeres trabajadoras, como Las Marías, creado por el Círculo de Obreros de la Acción Social Católica, combinaron estas dos características: dicho Círculo quiso inculcar principios de ahorro, po-breza y trabajo que encajaran con valores de un “modo de ser” (Londoño y Restrepo 1995) para la castidad, la obediencia, la piedad, la humildad y la mansedumbre. Pero estas virtudes no se fortalecían para que las muje-res se recluyeran; por el contrario, serían obreras, em-pleadas domésticas y trabajadoras activas, a menudo fuera de su propio hogar, pero listas para desempeñarse

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en oficios “modernos”, llevar la contabilidad de los gas-tos domésticos, recibir un salario y conducir una vida económica autónoma.

A diferencia de la educación doméstica, que perduró hasta el siglo XVIII, la educación de las mujeres ni compuso un conocimiento transmitido directamente de madres a hijas ni expuso el saber propio de una tradición mujeril. Aunque seguramente el legado mimético de una a otra generación también está presente entre las mujeres mo-dernas, hasta la actualidad, son los textos de economía doméstica, de urbanidad, de puericultura, y los manua-les para la vida en pareja, los que compilan los conoci-mientos que hicieron modernas a las mujeres. En el siglo XX se sumó a los manuales la producción de la prensa es-crita, las revistas, y, posteriormente, la de la radio y la te-levisión (Freire 2009; Goellner 2003; Nari 2004; Peña 2005; Quiceno 1997; Tuñón 2008). Y aunque muchas mujeres llegaran a disponer de gran competencia en estos saberes, especialmente en los aspectos morales y médicos relacio-nados con su conducta, la crianza de los hijos y las relacio-nes matrimoniales, estaban fuertemente controlados por hombres: médicos, pensadores, pedagogos y gobernantes que, como autores, consejeros y tutores, produjeron los textos y atendían y sancionaban la vida cotidiana de las mujeres a través del complejo de consejos, prácticas, ins-trucciones y formas de control que encaminaron la subje-tividad de la mujer moderna. Por esta condición, cuando surgieron los programas universitarios para la educación de la mujer, se estructuraron a partir de asignaturas que ense-ñaron este conocimiento con un carácter escolar. Hasta el día de hoy es posible asistir a cursos o hacerse a textos donde se consigna el conocimiento propio de la educación de mujeres: cocina, glamour, belleza, decoración, educación de los hijos, vida en pareja, entre otros.

Las discusiones sostenidas en la prensa, en escritos de mujeres, pensadores, médicos y pedagogos, entre otros, se acaloraron durante la década de los años trein-ta, cuando los gobiernos liberales avalaron el ingreso de las mujeres a la educación secundaria y a la univer-sidad. Las posiciones más conservadoras, incluidas en ellas las de muchas mujeres, encontraban innecesaria la instrucción escolar femenina más allá de los niveles elementales; las más progresistas propendían al ingre-so de las mujeres a la universidad, a su participación en cargos públicos y directivos e, incluso, a su desempeño en el campo científico (Bejarano 1936). Al margen de esta diferencia, todas las partes que abogaron por diferentes soluciones coincidieron en proteger el núcleo básico de la educación de la mujer constituido en el siglo XIX en sus expresiones de ama de casa, madre y esposa.

Además de los ya conocidos, la educación de las mujeres cum-ple otros propósitos. En términos morales, la actividad de la mujer moderna garantiza el vínculo entre la familia y la nación; asimismo, ordena la sexualidad de la pare-ja y de los hijos, y es garante de la reproducción social del orden heterosexual. En el plano político, le confiere legitimidad al derecho civil que dispone el acceso de la población a derechos y deberes en función del sexo y de la edad, y afianza el valor de la familia burguesa como núcleo de la sociedad. Pero en el contexto del desarrollo del capitalismo sobresalen los objetivos económicos. La economía doméstica es el denominador común de la edu-cación de la mujer en todas sus variantes. Pese a un tácito acuerdo en torno a que el destino primero del cuerpo de la mujer es la maternidad, la realización de la feminidad moderna es posible en un hogar debidamente gobernado. Aunque la mujer no realice la maternidad –como ocurre con las mujeres solteras, las monjas, las infecundas o las que permanecen en el hogar paterno como cuidadoras, a menudo justamente las menos agraciadas, aunque efi-cientes–, está a su cargo la conducción doméstica. Esta imprescindible tarea obedece a una necesidad económi-ca. Desde el punto de vista liberal, el progreso económico comienza con un comportamiento individual apropiado. La racionalización del gasto y el aprovechamiento de los recursos de la hacienda son la base de la acumulación ca-pitalista. La mujer hacendosa está capacitada para ges-tar y gestionar la riqueza de su hogar y de la nación.

Justamente, a finales de los años veinte y a lo largo de los treinta, el lugar por antonomasia de este proceso inició una transformación definitiva: la cocina, la habitación que ha experimentado la mayor innovación estética y tec-nológica en el último siglo, se modernizó. Las novedades perseguían los principios de eficiencia, higiene y estan-darización, y la cocina se convirtió en el lugar en donde el ama de casa administraba la economía hogareña. El diseño de la cocina moderna se propuso en Alemania, y en su versión más popular –la cocina de Fráncfort– se orientó a la población obrera y buscó mejorar la calidad de vida e introducir el espíritu práctico y las novedades del diseño y la tecnología (MoMA 2010). Si bien en Co-lombia la modernización de las cocinas en los estratos medios urbanos ocurrió unos años después, es notable que a lo largo de la década en la que cobraron fuerza los movimientos de mujeres, la educación de las mujeres fuera también un proyecto en marcha que llevó la economía doméstica a la formación universitaria, consolidó la pue-ricultura conducida por la pediatría y afianzó el hogar moderno como núcleo emocional. Urge recordar que la misma concepción de la racionalidad que suministró los principios de la administración que están en el origen de

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la biopolítica (Foucault 2004) provino en buena parte de los desarrollos alcanzados en Alemania. También allí se diseñó la “nueva cocina”, que facilitaba la administra-ción del hogar. Esta racionalidad se puede ilustrar con un texto selecto que muestra el estado del arte de la edu-cación de las mujeres a finales de los años cincuenta: el ABC práctico del hogar, de la autora alemana Gertrud Oheim. El libro –traducido a varios idiomas, y en los años sesenta al español, y distribuido en Colombia por el Círculo de Lec-tores– abre con el capítulo titulado “El hogar, un Estado en miniatura”. La autora expone enfáticamente que

[…] las obligaciones del ama de casa no se limitan a las actividades privadas. Hay un punto de gran importan-cia pública. Cada casa es un Estado en miniatura. Todos estos pequeños mundos particulares regidos por una mujer forman la nación… cada uno de los varios miles o millones de casas que constituyen una ciudad o un territorio, representa una ruedecilla en la gran maqui-naria económica del país y de todas ellas depende el buen funcionamiento del conjunto (Oheim 1969, 15).

Los principales conocimientos de la profesión ama de casa son la administración del hogar y la contabilidad doméstica. Es notable el avance con respecto a un re-conocido manual de economía doméstica escrito un siglo antes (Acevedo 1848) y a varios de los usuales en el siglo XIX (Peña 2005). El de mediados del siglo XX aconseja sobre el arte de comprar, la organización cien-tífica del trabajo casero, el cuidado de las plantas y de las mascotas, las mudanzas y, ya incorporados a esta educación, los cuidados de belleza. Aquí se plantean las cuestiones centrales de este arte: la cosmetología, la gimnasia y el vestido.

A la ya establecida trilogía se sumó, justamente durante las primeras décadas del siglo XX, una de las más efica-ces disposiciones de la feminidad de la mujer moderna: la belleza, que perfeccionó el principio de oposición complementaria con el hombre. Esta cualidad, antes escasa, se pudo conseguir mediante el consumo de pro-ductos cosméticos y de las prácticas y los servicios cali-génicos (Pedraza 1999). Ambos enriquecieron el capital corporal de la feminidad a partir del siglo XX. Entre los aspectos que la educación de la mujer aviva en su segunda acometida sobre la feminidad sobresale el cuidado de la apariencia, la forma de intervención e intención estéti-ca que transmuta la belleza en signo privilegiado de la feminidad (Frevert 1995).

Durante el primer avance del embellecimiento femeni-no, ocurrido en los siglos XVIII y XIX, los médicos actua-

ron como guías de la vida de las mujeres. Esta solicitud propasó la mera intención de amplificar la diferencia esencial del cuerpo de la mujer en la apariencia y aus-pició la belleza como rasgo distintivo de la feminidad (Perrot 1984). Durante los años treinta y cuarenta, la be-lleza amasada con esfuerzo y consumo se consagró como componente de la educación de las mujeres. Si a la formación moral para la vida en el retiro la secundó la idea de que la belleza de las mujeres brotaba del alma, a lo largo del siglo XIX algunos de los valores estéticos asociados a las virtudes morales pudieron materializarse en la finura del talle, el contorno armónico de la figura, la tersura de la piel y la profundidad de la mirada. La mujer bella sugería al finalizar el siglo una imagen romántica que exhala-ba gracia, alegría, pureza, ingenuidad y sencillez. Este talante estético dio un vuelco a partir de los años veinte y treinta (Goellner 2003): creció de forma exponencial la oferta de productos que les permitieron a las mujeres em-bellecer, y se promovieron sin tregua las técnicas corpo-rales para una figura moderna: tonificada, fuerte, ágil. La coquetería y la vanidad, desdeñadas poco antes como causantes de la desgracia de los destinos femeninos, evo-lucionaron en los años treinta hasta considerarse atribu-tos de la feminidad. En pocos años fue deseable lucir la desnudez de brazos y piernas, sugerir un torso tonificado y vestir pantalones que insinuaran el cuerpo torneado por la gimnasia (Goellner 2003; Pedraza 1999).

Los productos de belleza disponibles en el comercio na-cional se ofrecían para renovar la piel, darle tersura, conservar el cutis suave y fresco y combatir el acné. Se podían comprar píldoras circasianas para realzar el busto y se ilustraban en las revistas movimientos y ejercicios abdominales para afinar la cintura y reducir las caderas. Lemas fundamentales para la educación de las mujeres limi-tados hasta entonces a indicar la actitud que debía ca-racterizar el trabajo en el hogar comenzaron a describir y valorar la dedicación, la disciplina y el esfuerzo reque-ridos para hacerse a la nueva belleza y derrotar la pereza, tenida por el pecado capaz de demoler todo vestigio de hermosura. Las reinas de belleza ocuparon las primeras planas. Los procedimientos de transformación se popu-larizaron, y pudieron reconocerse y modelarse detalles jamás atendidos. En 1941 se anunciaban rodillos y vibra-dores para modelar la figura; se consideraba oportuno perfeccionar las pantorrillas y se ofrecía una miríada de cosméticos y técnicas de maquillaje al alcance de “todas las mujeres”. En 1942, la reforma de la figura corporal se proclamaba como parte de la rutina diaria, que hasta pocos años antes se iniciaba con oraciones: “Todas las mañanas, al salir de la cama, las mujeres deben hacer con fe, con fervor y con determinación, estos ejercicios

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que inician un ataque cerrado contra las curvas exagera-das con que demasiado generosamente las ha dotado la naturaleza” (Cromos 1942, 8). Mucho antes de garantizar-se el voto a las mujeres, el mercado puso a su disposición prácticas y productos que facilitaron convertir la belleza en una tarea central de su educación. La mujer moderna fue también bella.

Los proyectos de educación de la mujer que se multiplicaron durante la primera mitad del siglo XX, y que en Colombia incluyeron desde la educación de mujeres obreras hasta los programas universitarios institucionalizados en co-legios mayores y en universidades, comparten con la li-teratura especializada en el tema, con la prensa y con la intervención de médicos, consejeros, sexólogos y otros especialistas en la vida diaria de las mujeres modernas, el recurso a una ciencia de la mujer que encuentra en el cuerpo un motivo que justifica producir práctica y sim-bólicamente un abismo de divergencia subjetiva entre los dos sexos, concebir experiencias educativas contras-tantes para cada uno y distanciar socialmente las tareas, de forma que se acentúe y resulte insalvable la desigual-dad. Este ejercicio se prolonga cuando la ciencia de la mujer deviene ginecología y los dispositivos de gobier-no de la vida continúan encontrando que el cuerpo de la mujer es un lugar de producción natural de diferencia (Pedraza en prensa).

La función generadora seguía siendo hacia mediados del siglo XX un argumento que absolvía a las mujeres de sus imperfecciones naturales porque consagraba la mater-nidad como obra magna de feminidad. El alma femeni-na se liberaba de las imperfecciones que le deparaba el cuerpo; se salvaba también el niño, resultado de la labor de educación y gobierno del hogar a la que se había con-sagrado la madre. Pero el cuerpo de la mujer –el origen de la diferencia y de la imperfección– se perpetúa como instancia natural que condiciona la subjetividad de la mujer moderna y perdura para la continua intervención del biopoder.

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por Ricardo López**

* EsteartículoesproductodeltrabajodesarrolladoenelmarcotantodelamaestríacomodeldoctoradoenHistoria.UnaversiónpreliminardeesteartículofuepresentadaenelSeminarioPermanentedeHistoriaSocialenelCentrodeEstudiosHistóricosdeElColegiodeMéxico.Agradezcoloscomentariosdelosparticipantesaesteseminario,enespeciallassugerenciascríticasdeMaríaLuisaTarrés,MaríaBarbosayClaraLida.Mefueimposibleincorporaralgunosdesuscomentarioscríticos,puessugerían,amiparecer,unaradicaltransformacióndelargumento.Nodudo,sinembargo,quenuestrasconversacionesysucuidadosalecturahanenriquecidoelensayo.Deigualmanera,quieroagradeceralosevaluadoresanónimosdelaRevista de Estudios Socialesyalaseditorasdeestedossier (enespecialaCatalinaMuñozRojas),porelapoyoenelprocesodepublicación.OtrotantoledeboaAbelIgnacioLópezForero,porlacuidadosalecturadeesteensayo.

** Ph.D.enHistoriadeAméricaLatina,UniversityofMaryland,CollegePark,EstadosUnidos.ProfesorAsistentedelaWesternWashingtonUniversity,EstadosUnidos. Correoelectrónico:[email protected]

“Nosotros también somos parte del pueblo”: gaitanismo, empleados y la formación histórica de la clase media en Bogotá, 1936-1948*

RESUMENSi bien el gaitanismo ha sido uno de los temas más debatidos en la historiografía colombiana, sorprende la poca cantidad de estudios que se han preocupado por la formación histórica de la clase media durante los años treinta y cuarenta del siglo XX. Más aún, la mayoría de los estudios sobre el populismo en América Latina ofrecen pocas herramientas teóricas o analíticas para comprender las experiencias de aquellos sujetos históricos que se entendieron como parte de una clase media, pues estos análisis asumen una categorización binaria entre “el pueblo y la oligarquía”. Al estudiar el caso colombiano, este ensayo intenta mostrar cómo los empleados del sector de servicios se apropiaron de discursos, prácticas e ideas del gaitanismo para identificarse como hombres pertenecientes a una clase media y, como tal, al “pueblo gaitanista”. Así, y explorando nuevos documentos históricos de organizaciones políticas de la clase media, este artículo invita a una relectura de la consolidación del populismo gaitanista como práctica política y la formación de una clase media durante los años treinta y cuarenta en Colombia.

PALABRASCLAVEPopulismo, clase media, clases sociales, identidades de género, Colombia, siglo XX.

Fecha de recepción: 22 de junio de 2011Fecha de aceptación: 16 de agosto de 2011Fecha de modificación: 8 de septiembre de 2011

“We are also Part of the People”: Gaitanismo, White-Collar Workers and the Historical Formation of the Middle-Class in Bogotá, 1936-1948

ABSTRACTAlthough gaitanismo has been one of the most intensively discussed topics in Colombian history, there are few studies that historicize the formation of middle class identities during the 1930s and 1940s. Moreover, most studies about populism in Latin America have left us with few analytical tools to understand middle-class experiences, precisely because these analyses assume a sociological opposition between “the people” (el pueblo) and “the oligarquía” as a foundational feature of populist prac-tices. The main goal of this essay is to explore how certain white-collar workers mobilized discourses, ideas, and practices of populism as a powerful mode of persuasion and identification to constantly redefine, on the one hand, their political identities as middle class men and, on the other, their place as part of the pueblo gaitanista. By looking at recently uncovered historical documents, the essay rethinks the making of a gendered middle class and its political role in the consolidation of populist practices during the 1930s and 1940s in Colombia.

KEYWORDSPopulism, Middle Class, Social Classes, Gender Identities, Colombia, 20th Century.

Revista de Estudios Sociales No. 41rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188.Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 84-105.

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[…] el amor a la vida, a la esposa, a los hijos, a la patria, a la república, al pueblo, a la justicia […] engrandece al hombre gaitanista y enaltece el trabajo intelectual.1

En 1946, un grupo de empleados públicos fir-maron una carta en la que “humildemente” se le informa-ba a Jorge Eliécer Gaitán la existencia de una asociación política bajo el nombre de Organización al Servicio de los Intereses de la Clase Media Económica Colombiana.2

1 “Carta de apoyo incondicional a Jorge Eliécer Gaitán”. Organización al Servicio de los Intereses de la Clase Media Económica Colombiana (aoscmec) 21 de junio de 1946.

2 Esta organización recogía varios sindicatos y federaciones de emplea-dos: Federación de Empleados de Bogotá, Cooperativa de Empleados de Bogotá, Sindicato de Empleados de Obras Públicas Nacionales, Federa-ción de Mujeres de Oficina, Sindicato de Empleados de la Compañía de Teléfonos, Sindicato de Empleados de Cundinamarca, entre otros. Ésta no era la única organización política que reivindicaba la clase media. Desde los años treinta hasta los setenta existieron varias de estas aso-ciaciones: Comité de Acción de la Clase Media Colombiana, Gremios no Organizados de la Clase Media, Movimiento Aliado de la Clase Me-dia Económica de Colombia, Consejo Central de la Confederación de la Clase Media y Unidad de Clase Media Colombiana, entre otras. Existen también varios manifiestos políticos de la clase media. A pesar de que la primera organización en nombre de la clase media (Comité de Acción de la Clase Media Colombiana) fue creada en Pasto a principios de los

En una de tantas cartas que le escribieron miembros de esta organización, se reconocía a Gaitán como “el líder del pueblo trabajador”. Se le ofrecía, además, el “apoyo incondicional” a la causa de la “restauración moral de la nación”. En aquellos años, cuando la división del Partido Liberal en los comicios precipitó la victoria del conserva-tismo, varios empleados sintieron que era necesario que Gaitán, como líder del “pueblo gaitanista”, supie-ra que tenía el apoyo de la “olvidada [y] sufrida clase media”. Empleados de varias entidades municipales de Bogotá le aseguraban a Gaitán que, dadas las circunstan-cias históricas, ellos –“hombres desconocidos […] [pero] baluartes de la nación”– tenían una humilde tarea: “lo-grar en Colombia una sociedad de clase media […] una sociedad que [respetara] una clase media educada, ho-nesta y [dispuesta a] restaurar la moral en la república”.3 Aunque ha sido imposible encontrar respuestas formales del puño y letra de Gaitán, estas misivas políticas invitan a formular ciertas preguntas que han sido, con algunas excepciones, ignoradas por la historiografía colombiana y latinoamericana: ¿Qué significó pertenecer a una clase

años veinte, en 1936 se publicó uno de los primeros manifiestos de tal organización (Quintana 1936). En este manifiesto, otros empleados rei-vindicaban la relación política con Eduardo Santos diciendo que una verdadera clase media sólo podía ser representada por este líder liberal. Para algunos historiadores, esta variedad de organizaciones y proyectos políticos sólo significará que la clase media estuvo por fuera del populis-mo gaitanista. Para otros, esto será un ejemplo más de la “ambigüedad” política de la clase media como clase social. Yo argumentaría que esto nos invita a pensar la heterogeneidad jerárquica en la formación de los movimientos sociales.

3 “Carta de apoyo incondicional a Jorge Eliécer Gaitán”, aoscmec.

“Nós também somos parte do povo”: gaitanismo, empregados e a formação da classe média em Bogotá, 1936-1948

RESUMOAinda que o gaitanismo tenha sido um dos temas mais debatidos da historiografia colombiana, surpreende a pouca quanti-dade de estudos que se preocupam pela formação histórica da classe média durante os anos trinta e quarenta do século XX. Além disso, a maioria dos estudos sobre o populismo na América Latina oferecem poucas ferramentas teóricas ou analíticas para compreender as experiências daqueles sujeitos históricos que se entenderam como parte de uma classe média, porque estas análises assumem uma categorização binária entre “o povo e a oligarquia”. Ao estudar o caso colombiano, este ensaio tenta mostrar como os empregados do setor de serviços se apropriam de discursos, práticas e ideias do gaitanismo para identificar-se como homens pertencentes a uma classe média e, como tal, ao “povo gaitanista”. Assim, e explorando novos documentos históricos de organizações políticas da classe média, este artigo convida a uma releitura da consolidação do populismo gaitanista como prática política e a formação de uma classe média durante os anos trinta e quarenta na Colômbia.

PALAVRASCHAVEPopulismo, classe média, classes sociais, identidades de gênero, Colômbia, século XX.

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media en un contexto histórico de prácticas populistas? ¿Cómo, y por qué, hombres y mujeres de clase media se imaginaron como clase media y a la vez reivindicaron un lugar político como parte del “pueblo gaitanista”? y ¿qué nociones de género definieron esta pertenencia a la clase media, al “pueblo gaitanista” y al “país nacional”?

En este artículo, quiero ofrecer algunas respuestas a estos interrogantes, para repensar la formación histórica de la clase media y su participación política en la consoli-dación del populismo gaitanista como práctica política, cultural y material en Bogotá durante la primera mitad del siglo XX. Dado el limitado espacio del que dispongo, el texto ofrece unas consideraciones historiográficas a propósito de la formación histórica de la clase media, para luego, así, discutir algunos estudios sobre el popu-lismo en América Latina. Termino presentando algunos ejemplos históricos sobre los empleados públicos que nos ayudan a repensar la compleja relación entre clase media, identidades de género y populismo.

La “borrosidad” de la clase media

Sabemos que entre los historiadores es práctica predilec-ta legitimar un tema de investigación apelando a lagu-nas historiográficas. Sería fácil justificar que las clases medias en América Latina –en comparación con las eu-ropeas y norteamericanas– no han sido estudiadas, pre-cisamente, porque asumimos que tal realidad social no se ha dado en aquellos lugares categorizados como del “Tercer Mundo”.4 Por lo menos desde los años cincuenta del siglo XX, historiadores y científicos sociales han de-batido globalmente cómo entender la formación histó-rica de la clase media, y, desde luego, su supuesto papel democrático. Sin embargo, tales discusiones han sido desarrolladas dentro de un marco de lo que se conside-ran incertidumbres teóricas y metodológicas. La mejor manifestación de tales dudas son quizás las comillas que usualmente se agregan al concepto: “clase media”. En mi opinión, no se trata de un mero detalle formal. En el análisis histórico se percibe la necesidad de uti-lizar un delimitador lingüístico, ya sea para mostrar, por un lado, que, como clase, la clase media no existe en sí; y, por el otro, que la clase media difícilmente puede hallarse para sí.

4 El estudio de la clase media en América Latina sería un tema histórico y teórico que nos ayudaría a cuestionar las tendencias eurocentristas y anglocentristas en la comprensión de las modernidades y las democra-cias (López en prensa[a] y en prensa[b]). Para un balance historiográfico sobre la clase media en América Latina, véase Jiménez (1999).

La importante producción historiográfica de las últimas décadas ha demostrado que la formación de las iden-tidades de clase es el resultado de procesos históricos contingentes y heterogéneos. En uno de los textos más influyentes sobre la formación de identidades sociales, E. P. Thompson arguyó que la conciencia de clase no era uniforme, y menos aún lineal. Por el contrario, propu-so que las clases eran experiencias históricas a través de las cuales los intereses materiales y culturales llegaban a ser realidades sociales: las clases no eran simplemen-te datos cuantificables insertados en la estructura social sino más bien procesos que ocurrían como resultado de las experiencias de las relaciones sociales.5 “La clase la definen los hombres mientras viven su propia historia, y al fin y al cabo ésta es su única definición”, escribió Thompson, concluyendo así que la conciencia e iden-tidad de clase no eran simples categorías teóricas sino más bien una experiencia social: gente de carne y hueso hacen las clases sociales (Thompson 1989, XVI). Más recientemente, e influenciados por teorías posestruc-turalistas, otros estudios han criticado las propuestas metodológicas de Thompson. Tales análisis demuestran cómo las identidades de clase no son simplemente el resultado de las experiencias sociales sino que se “cons-tituyen como consecuencia del significado que [cierta] posición social adquiere en el seno de una determinada formación discursiva” (Cabrera 2001, 102). Es decir, las experiencias sociales dependen de una mediación dis-cursiva –entendida como un lenguaje de significados– que permite a diferentes grupos lograr así la formación de una identidad, un interés social o una conciencia de clase (Scott 1988).

Lo que resulta muy interesante es que –a pesar de la in-fluencia que han tenido estas aproximaciones teóricas y metodológicas en los estudios históricos sobre la forma-ción de las identidades– la heterogeneidad y abundancia de significados con las cuales se describe la clase media son entendidas (en la mayoría de los casos) como un obs-táculo para lo que se asume es la consolidación y unifica-ción de una “verdadera” conciencia o identidad de clase.

5 La definición de clase propuesta por Thompson asumía la necesidad de una homogeneidad como condición para la formación de clase. “Por clase entiendo un fenómeno histórico que unifica una serie de sucesos dispares y aparentemente desconectados en lo que se refiere tanto a la materia prima de la experiencia como a la conciencia […] Y la clase co-bra existencia cuando algunos hombres, de resultas de sus experiencias comunes (heredadas o compartidas), sienten y articulan la identidad de sus intereses a la vez comunes a ellos mismos y frente a otros hombres cuyos intereses son distintos de (y habitualmente opuestos a) los suyos” (Thompson 1989, 14-15). Algunos historiadores se han apropiado de esta definición para historiar la clase media. Ver García-Bryce (en prensa), Johnston (2003), Walkowitz (1999).

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En este orden de ideas, se nos dice, por ejemplo, que la clase media está compuesta por diversos sectores so-ciales: los empleados, los profesionales, los pequeños propietarios, entre otros. Esta abundancia de sectores sociales y su explícita heterogeneidad, según ciertos his-toriadores, hacen del concepto clase media una categoría amorfa, borrosa, imprecisa y, sobre todo, inútil para el análisis histórico y sociológico. Estudios recientes con-tinúan perpetuando una noción de clase media que, por ser una cosa “no directamente [y objetivamente] observa-ble”, y en comparación con una supuesta homogeneidad de la clase obrera y empresarial/industrial, no es suscep-tible de ser historiada como realidad social.6

Al parecer, es fácil saber a qué se refieren las expresiones clase obrera o élites, pues ambas clases se pueden tocar, ver y escuchar7 (Adamovsky 2009). La clase media, por el contrario, es una clase difícil de diferenciar; no es tan evidente clasificar ciertos grupos como la clase media, pues, a pesar de que se ubiquen en el estrato medio de la pirámide social, esto no garantiza que tengan una identidad de clase media. Así, desde los años cincuen-ta del siglo pasado, sociólogos e historiadores prefieren hablar de sectores medios, capas medias o grupos intermedios, precisamente porque a éstos no se les considera clase (Jo-hnson 1958).8 En consecuencia, a la clase media se le ha condenado a la no existencia histórica o real. Los sectores medios hacen parte de la estructura social; existe un exten-so discurso sobre la clase media pero en muy pocos casos se puede hablar de la clase media como clase social real.

6 En efecto, como lo han demostrado diversos trabajos históricos so-bre la formación histórica de la clase obrera y la clase empresarial/industrial, sus identidades sociales y políticas no son inmediata-mente observables, y muchos menos homogéneas. Es sólo cuando se compara con la heterogeneidad de la clase media que historiadores y científicos sociales asignan una supuesta homogeneidad a otras cla-ses sociales. Entre los distintos estudios que analizan la formación de la clase obrera en América Latina, véanse Archila (1991) y Klubock (1998). Para discusiones teóricas sobre clase, véanse Joyce (1995) y Hall (1997). Los estudios históricos sobre la formación de las identidades sociales y políticas en Colombia se han centrado en la clase obrera. Como ejemplo, véase Archila (1991 y 1995); y el comentario de Jimé-nez (1995), quien propone, en mi opinión, una nueva manera de en-tender las identidades sociales y políticas para la primera mitad del siglo XX colombiano. Así mismo, poco se ha hecho para comprender la formación histórica de las identidades de género durante el siglo XX colombiano. Véanse Arango (1991 y 1997), Arango y Viveros (1995), Fuller (1993 y 1997) y Viveros (1997 y 2002).

7 En un estudio de la clase media en América Latina, José Daniel San-tamaría arguye que “[a] diferencia de otras definiciones de clase, por ejemplo la burguesía, caracterizada por esos que poseen el capital, o la clase trabajadora, definida como esos que pueden vender su fuerza de trabajo. No existe una definición directa para la clase media […]” (Santamaría 2002, 28).

8 Entre aquellos que prefieren utilizar sectores medios, en vez de clases medias, está Archila (2003).

Tanto así, que teóricos e investigadores influenciados por el posmodernismo han declarado que la clase media es sólo una abstracción, un discurso, una metáfora, una ilusión, una retórica vacía en términos sociales, y, por lo tanto, incapaz de construir cualquier proyecto político propio (Adamovsky 2009; Maza 2003; Wahrman 1995). Incluso, estudios realizados desde teorías poscoloniales donde las categorías y experiencias históricas se consi-deran construcciones culturales tienden a ver a la clase media como un hecho dado y evidente.9

Entonces, nos encontramos con dos aproximaciones hege-mónicas para estudiar la clase media. O bien abandonamos del todo su estudio, pues su carácter amorfo e inexistente no permite un análisis histórico riguroso, o bien nos limi-tamos a ver la clase media como un hecho evidente, como algo dado que no exige mayor discusión ni problematiza-ción. Sabemos que los sectores medios son un grupo com-puesto por ciertos actores sociales o que existe un grupo de personas que se ubican en el medio de una jerarquía social, pero que, dada su heterogeneidad, no logran consolidarse como clase social. Es claro que estas visiones hegemónicas invitan a una conclusión lógica: deberíamos dedicarnos al estudio de las clases populares, obreras, subalternas, y a las élites económicas, políticas y sociales; pues asumimos que todas éstas son realidades directamente observables, si se las compara con las clase medias. Así, la clase media como categoría de análisis parece impedir, en vez de esti-mular, una exploración histórica.

Pero no todos quieren “olvidar” a la clase media. Hay quie-nes prefieren dedicar sus esfuerzos a definir con precisión –y así superar el carácter amorfo– las características cultu-rales y sociales que le son propias en diferentes momentos históricos. Y sospecho que lectores de este artículo espera-rían esa lista de valores para poder, por fin, decir en verdad qué es la clase media en América Latina. Me temo que se pueden desilusionar. Estoy, empero, convencido de que esta tarea sólo nos llevaría a una definición homogénea e inequívoca que podría incluirse en una enciclopedia de sociología o de historia. Un listado minucioso y matemá-tico en su descripción pero ahistórico en su contenido, pues sólo tendríamos una lista de valores desde la cual catego-rizaríamos una clase media, sin importar el contexto his-tórico o las condiciones discursivas. ¿Cómo se materializó el concepto de clase media en América Latina? ¿Cuáles fueron las razones históricas, las condiciones discursivas y los cambios estructurales para que ciertos valores políti-

9 Entre muchos otros, véanse Bederman (1995), Burton (1994), De Gra-zia (2005), Klubock (1998) y Sánchez (2009).

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cos/culturales se definieran como clase media? ¿Qué per-mitió que ciertos actores sociales pudieran actuar como parte de un colectivo llamado clase media? ¿Cuáles fueron sus diferentes proyectos de clase?

Lo que argumento, entonces, es que si se quiere compren-der la clase media en términos históricos se la debería considerar como una práctica que es a la vez real y discur-siva.10 Para esto debemos tener en cuenta la advertencia de Hannah Arendt sobre lo que ella denomina confusión de la terminología histórica en el proceso de construir los significados y las prácticas de grupos sociales (Arendt 2004). Tal confusión y heterogeneidad no significan la falta de identidad de clase sino más bien la formación de diversas relaciones jerárquicas dentro del mismo grupo social. ¿Cuáles fueron, por ejemplo, los proyectos de clase de los empleados, los profesionales, intelectuales o los pequeños propietarios durante diferentes momen-tos históricos? ¿Qué circunstancias históricas permitie-ron que algunos de estos proyectos se hegemonizaran –es decir, se volvieran dominantes– dentro del mismo colec-tivo clase media y en relación con otros grupos sociales? El estudio de la clase media, y su bien descrita hetero-geneidad, debería ser una invitación para repensar la formación de clases y, sobre todo, la consolidación de las relaciones de poder y dominación en la modernidad. Pro-pongo que la clase media es una categoría y una realidad en constante formación, además de ser un proyecto polí-tico y cultural (como intentaré mostrar en el resto de este ensayo) y una práctica material que adquiere significado social sólo dentro de contextos históricos y condiciones discursivas específicas.11 La tarea por realizar no es, en-tonces, y ante todo, exponer una definición sociológica y matemática que simplemente describa la heteroge-neidad de los diferentes sectores que componen la clase media, sino descifrar el proceso contingente y las prác-ticas históricas dentro de las cuales una multiplicidad de actores sociales se han pensado como pertenecientes a un colectivo –jerárquico, heterogéneo, sexuado, múlti-ple, relacional– llamado clase media.12

10 Aquí vale la pena aclarar que esto no significa que debamos retornar a Thompson para entender la clase media. Después de todo, él pensó la formación de las clases desde las experiencias de la clase obrera. El estudio de la clase media debe ofrecer ciertas particularidades para la teorización de la formación de las clases sociales en general.

11 Esta perspectiva hace parte de los recientes estudios sobre las cla-ses medias en América Latina y otras regiones del mundo (Owensby 1999; Parker 1998; Walkowitz 1999, entre otros). Mi argumento, sin embargo, intenta entender –siguiendo a Foucault (2010)– la clase media como una práctica discursiva.

12 En este estudio sólo me enfoco en las producciones jerárquicas de cla-se y género. Las relaciones de raza y clase social cumplieron un papel preponderante en la formación de la clase media durante el siglo XX

La clase media y el populismo: ¿un oxímoron?

Un buen ejemplo para descifrar este proceso de forma-ción histórica de la clase media puede ser examinar las prácticas populistas del gaitanismo en los años cuarenta del siglo XX en Colombia. En los estudios históricos sobre el populismo, las relaciones sociales suelen representarse en términos duales: ricos y pobres, élites y plebeyos, oli-garcas y pueblo, industriales y trabajadores, los de arriba y los de abajo, las élites y los subalternos. A pesar de ser uno de los temas más debatidos en la historiografía la-tinoamericana, sorprende la debilidad de herramientas analíticas y metodológicas que ofrecen estudios sobre el populismo, para entender las experiencias de aquellos sujetos históricos que se consideraron como parte de una clase media. Con todo, investigaciones recientes para el caso del varguismo en Brasil, el peronismo en Argentina o el aprismo en Perú se han preguntado por el papel que tuvieron las clases medias en diferentes experiencias po-pulistas (Adamovsky 2010; Owensby 1999; Parker 1998). En estos amplios e imponentes trabajos investigativos aún se respira la preocupación teórica por mantener una dicotomía sociológica entre pueblo y oligarquía, precisa-mente porque se arguye que tal división definió las ex-periencias políticas y sociales del populismo. Así, en el caso brasileño, el discurso varguista excluyó categórica-mente a la clase media de las luchas que él propiciaba. Y esto ocurrió porque, como lo dice Brian Owensby, la clase media sólo buscaba una armonía social que no apelaba a la lucha de clases entre industriales y trabajadores, mientras que el varguismo, al imaginar una nueva socie-dad, se basaba precisamente en esa lucha.

Ezequiel Adamovsky (2009) escribió un libro ambicioso sobre la clase media en Argentina, en el que intenta mos-trar, entre otras cuestiones, la participación política de esta clase en la consolidación del peronismo. El autor ar-guye que la clase media se formó como clase en reacción al peronismo, y no como parte de su consolidación. Perón, en sus primeros años, para no depender tan sólo de los obreros, buscó el apoyo de los sectores medios, a quienes convocó, en 1944, a fin de que contribuyeran a una obra nacional, en riesgo por la influencia de ideas extranjeras promotoras del comunismo, en vez del nacionalismo. Este interés decayó rápido: las agremiaciones se desilu-sionaron de Perón, y éste prefirió politizar a su favor las

colombiano, particularmente la idea del mestizaje como punto me-dio y “armónico” que podría “superar” las supuestas tendencias po-larizadoras de raza y clase. Para una descripción de estas relaciones de raza y clase media, véase Urrea (2011).

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clasificaciones sociales polarizando la lucha social entre trabajadores pobres y descamisados, por un lado, y el gran capital, por otro. El efecto de lo cual fue poner en duda pilares de la definición de los grupos sociales argen-tinos. Lo plebeyo adquirió mayor respetabilidad, se cues-tionó la decencia asociada con ser blanco y de la élite. El obrero, el pobre, el cabecita negra, el descamisado, fue-ron considerados legítimos representantes de la sociedad argentina, y ante todo, del futuro de la nación. En este contexto, la clase media aparece como reacción antipero-nista, pues pretende restablecer un orden de jerarquías sociales y culturales que el peronismo desconocía, entre ellas, la importancia de la educación y la riqueza.

Sin embargo, es en un libro de Adamovsky donde apa-recen los temas centrales y fundacionales claves para la comprensión de la clase media y la formación del populis-mo como práctica política. Es más, en este argumento se hace evidente buena parte de las limitantes que impiden entender la formación histórica de la clase media en Amé-rica Latina (Adamovsky 2009). Si, como arguye el autor, antes de 1944 la clase media en Argentina era débil en términos políticos, esporádicamente representada en el ámbito cultural y casi inexistente como identidad social, entonces, uno se pregunta cómo explicar una reacción tan fuerte contra la consolidación del peronismo.13 ¿Cuáles fue-ron las fuentes de inspiración política y cultural para que este grupo social reaccionara en contra del peronismo? ¿Qué era lo que se necesitaba proteger –social, política y económicamente– si no existía una clase media en sí ni para sí? ¿Fue la clase media, simplemente, un grupo ven-trílocuo de los valores sociales, políticos y culturales de las oligarquías? Pero, si fue así, ¿por qué no se consolidó como clase en sí y para sí antes del peronismo, cuando la élite estaba en el poder y sus valores eran hegemónicos?

13 Adamovsky intenta analizar la clase media “como identidad y no como clase social”. No es claro cómo uno podría separar clase social de iden-tidad. Si esto es posible, tal argumento sugiere la imposibilidad de hablar de identidad de clase media, pues el autor arguye que, para el caso argentino, los sectores medios de la sociedad no conformaron una clase social ni un grupo política o económicamente homogéneo. Más aún, concluye el autor, “la clase media como tal no es un sujeto político” (Adamovsky 2009b). Tal conclusión, sin embargo, no deja de suscitar in-terrogantes: ¿las identidades de clase sólo son posibles a través de lazos de homogeneidad? Si es así, incluso las clases industriales/empresaria-les o la misma clase obrera no se conformarían como clase social. En este libro, el autor considera la clase media como imagen mental, como metáfora. Se centra en los debates intelectuales a propósito de la clase media, que, si bien son cruciales, no explican mucho al lector cómo és-tos pudieron contribuir a construir una identidad. Al parecer, aquellos sujetos que se consideraron clase media después del peronismo sólo pu-dieron replicar tales definiciones, que eran propuestas por intelectuales y venían, al parecer, desde afuera de la misma clase media. No se dice mucho de la manera a través de la cual ciertos sujetos históricos pudie-ron construir la clase media desde la misma clase media.

Teniendo en cuenta que el autor parte de una tajante separación entre lo que denomina intereses políticos (el proyecto de la élite de crear una clase media como contrainsurgencia) y sociales (sectores medios que no logran consolidarse como clase), la formación histórica de la clase media es entendida como un proceso exóge-no. Es decir, la clase media aparece en un vacío social, pues no surge como el actor central de su propio proyecto político, pues simplemente está siendo cooptada por los intereses de una oligarquía que intenta evitar la radi-calización de la sociedad. En este contexto, Adamovsky (2009), así como tantos otros historiadores que estudian el populismo, replican literalmente los mismos discur-sos populistas: la sociedad está dividida entre un pueblo y una oligarquía. Más aún, me atrevería a pensar que es este populismo académico el que impide pensar críticamente el papel político y social que la clase media cumple en el populismo, pues se asume que tal clase está destinada a unirse al pueblo en un proceso de purificación de clase o a servir de caja de resonancia a los intereses culturales, políticos e, incluso, económicos de las oligarquías.

En el caso colombiano, las diferentes exploraciones his-tóricas han concluido que la clase media sí participó en el gaitanismo como movimiento político.14 Tal partici-pación política de las clases medias es entendida, ante todo, como obstáculo a la hora de clasificar al gaitanismo como movimiento populista. Por un lado, algunos his-toriadores definen el gaitanismo como una experiencia que no es populista. Por el otro, y en el mejor de los casos, la participación de la clase media hace del gaitanismo un caso diferente o único en las experiencias populistas en el contexto latinoamericano. Ya hace varios años, Da-niel Pécaut arguyó que el gaitanismo no era populista, y menos aún popular, pues recogía los intereses de varios grupos sociales: pequeños propietarios, artesanos, em-pleados públicos y, desde luego, el pueblo trabajador. Y, precisamente porque el gaitanismo no logró una “síntesis de clase”, no fue un movimiento político que representa-ra genuina y auténticamente los intereses de los obreros (Pécaut 1987 y 1973).15 Otros historiadores han mostra-do cómo Gaitán, en cuanto hombre político, representó los intereses de la pequeña burguesía urbana que fue el

14 El análisis presentado en este ensayo debe mucho a estudios anterio-res que han demostrado la activa participación de las clases medias en el populismo gaitanista. De hecho, este ensayo se escribe después de estos análisis históricos. Véanse Braun (1987) y Green (2003). Quie-ro, sin embargo, cuestionar la forma específica como se narra el pa-pel de estas clases medias dentro de un movimiento que se teoriza como multiclasista.

15 Véase también Bergquist (1986). Para una discusión del populismo en Colombia, véase Ayala (1995 y 2011).

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resultado de un proceso de industrialización durante la primera mitad del siglo XX (Braun 1987).16 Aquí, una vez más, esta representación del líder como una expresión de la clase media es leída como limitante de las prácticas populistas. El ser de clase media deslegitima al gaitanis-mo, pues éste, como proyecto político, descuidó, o por lo menos no dedicó todas sus fuerzas a lo que es consi-derado la fuente auténtica y legitima de representación populista: el pueblo, compuesto sociológicamente de los trabajadores, los obreros, los pobres. Es decir, que el gai-tanismo corrió el riesgo político de no ser tan populista, pues el mismo Gaitán apeló a aquella clase social de la cual él mismo provenía: la pequeña burguesía.

En este contexto narrativo e historiográfico, la relación entre populismo y la formación de una clase media casi siempre se describe como una contradicción en términos históricos y, sobre todo, como un oxímoron político, ya sea porque esta participación hace del gaitanismo una expe-riencia no tan populista (en comparación con otros casos en América Latina), o porque, aunque populista, no re-presentó verdadera o auténticamente lo que se considera de antemano como el pueblo, o porque, en la mayoría de los casos, quedó excluida de la práctica populista.17

La premisa fundacional en todos estos análisis históri-cos es entonces que, para que exista un movimiento so-cial de legitimidad y autenticidad populista, éste debe ser homogéneo en su llamado político y unificado en su identidad social. Si bien se describe el populismo gaita-nista como un fenómeno multiclasista, tal heterogenei-dad social o política descalifica al movimiento populista como tal, pues, para decirlo una vez más, el populismo no sería genuino, ya que intentaría reivindicar políti-camente a más de un grupo social. Es decir, el pueblo, aunque diverso en su composición social, debía crear un proyecto político homogéneo.18 En un cuidadoso trabajo

16 Para el caso antioqueño, véase Roldán (2005).17 Es importante anotar que el caso colombiano no es único. Estudios

recientes han demostrado cómo las clases medias pudieron formarse como clase social dentro de ciertas experiencias populistas. Para la Alianza Popular Revolucionara Americana (APRA) en Perú, véanse García-Bryce (en prensa) y Parker (1998); para Chile y el Frente Popu-lar, véase Barr-Melej (2001); para el peronismo, véase Garguin (2009). Además, otros estudios han demostrado cómo la hegemonía política de los movimientos populistas en América Latina fue definida por jerarquías de género. Véanse, para Brasil, a Caulfield (2000); para Chile, Rosemblatt (2000); para Argentina, James (2000). Vale la pena advertir que en estos trabajos las experiencias de clase media no son problematizadas.

18 Ya hace varios años, John J. Johnson (1958), en su clásico estudio sobre los “sectores medios”, dijo que tales grupos sociales podrían ayudar a “superar” el populismo en ciertos países de América Latina. Johnson imaginó que los sectores medios, sólo cuando se convirtieran en una

histórico, John Green concluye que el gaitanismo movi-lizó un amplio apoyo popular tanto en las clases medias como en las clases obreras y campesinas. Según Green (2003), a pesar de ciertas diferencias culturales, las di-versas clases unificaron fuerzas para desafiar política-mente a las oligarquías.19 Aquí, de nuevo, aparece una dicotomía social, pues la participación de la clase media es entendida como tal sólo cuando crea alianzas políticas con la clase obrera en un proceso homogéneo de apoyo popular al movimiento populista. Green concluye que el gaitanismo fue un movimiento populista “de varias clases y de carácter popular”, pues las clases medias se vieron a sí mismas como parte del pueblo, al punto de borrar cualquier diferencia con la clase obrera en cuanto a intereses de clase.

De suerte que los trabajos históricos se han limitado a preguntarse por la composición social del populismo –quién participó en el movimiento populista–, y poco hemos preguntado por la manera como tal participación definió intereses e identidades de clase y género como parte de tales prácticas políticas. ¿Qué significó pertene-cer al “país nacional” y al “país político”? ¿Qué significó pertenecer al pueblo gaitanista y a la vez identificarse como clase media? Teniendo en cuenta estudios teóricos sobre el populismo, quiero proponer que estas nociones de pueblo y oligarquía, o país nacional o país político, no tuvieron un referente natural o esencialmente social ho-mogéneo o evidente, sino que adquirieron su significado real en el proceso político durante el cual se definió cómo se constituyeron el pueblo gaitanista y el país nacional, y quiénes hacían parte de cada uno de ellos (Laclau 2005; Panizza 2005).

Es en este marco conceptual que podemos discutir cómo, durante los años treinta y cuarenta, empleados públi-cos en Bogotá se identificaron como parte del pueblo y a la vez reclamaron un lugar político como parte de una

“genuina” clase media, llevarían a las “sociedades más avanzadas” de América Latina a superar las condiciones políticas y sociales que permitían el surgimiento del populismo y mantenían al continente latinoamericano como una región “tradicional, atrasada y subde-sarrollada”. Para él, y para muchos otros, los sectores medios (como sectores y no como clases) existían como parte del populismo pero debían, ante todo, lograr su papel “genuino y democrático”. Es decir, los sectores medios debían convertirse en clases medias y, así, evitar la polarización política, económica y cultural de la sociedad, pues era tal división social entre oligarquía y pueblo la que lograba que el po-pulismo germinara en las sociedades latinoamericanas.

19 Green (2003) parte de una tajante división entre lo que él considera cultural y los intereses sociales de clases. Soy de la opinión que esta división no fue tan clara en la consolidación del populismo gaitanis-ta. Argumentos similares han sido planteados por Sánchez (1992) y Palacios (1971).

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clase media. Esto no fue una contradicción en términos históricos, ni un obstáculo para las prácticas populis-tas del gaitanismo, ni una consolidación de la ausencia de la clase media, ni una homogeneización de los inte-reses de clase. Por el contrario, intento mostrar en las siguientes páginas que estas reivindicaciones fueron parte central de los discursos, prácticas y significados que definieron al gaitanismo, no como una utopía de unidad política sino más bien como un distopía socialde género y clase.

Pueblo trabajador, meritocracia y decencia

Como lo han mostrado varios historiadores, Colombia vivió un rápido crecimiento poblacional, y los cambios demográficos en Bogotá comenzaron a transformar el país rural en uno definido por grandes metrópolis.20 De acuerdo con un estudio reciente, la población urbana en Colombia se duplicó entre 1938 y 1951 (Floréz 2000). Entre 1905 y 1935, la población creció anualmente un 1,25%; entre 1935 y 1964, esta tasa de crecimiento se in-crementó a un 2,4%. En 1918, Bogotá tenía aproxima-damente 143.000 habitantes, y en 1951, este número aumentó a 645.000. Como lo muestran los gráficos 1 y 2, el crecimiento urbano estuvo acompañado del naci-miento y la dramática expansión del sector de servicios (comercio, sector público y transportes). Esta expansión respondió, primero, a la mayor intervención estatal (creación de entidades gubernamentales como el Banco de la República, la Contraloría General de la República, varios ministerios, bancos, oficinas postales y escue-las) y, segundo, al acentuado declive del sector agríco-la entre los años treinta y cincuenta (Abel 1994; Calvo y Saade 2002; Cuervo y Jaramillo 1993; Murray 1997; Pedra-za 1999; Sáenz, Saldarriaga y Ospina 1997). Así, tanto la industrialización como la expansión del sector de ser-vicios fueron procesos paralelos que se constituyeron simultáneamente mediante la creación de diferentes significados antagónicos de quién debía trabajar en el sector industrial y quién debía laborar para el Estado y el sector de servicios. Más aún, un buen número de acto-res sociales empezó a experimentar relaciones laborales definidas no sólo por el capital y el trabajo, sino también por las del sector de servicios (Contraloría General de la República 1942a y 1951).

20 Véase Contraloría General de la República (1942a). Véanse también Flórez (2000), Moreno-Viera (1946), Contraloría General de la República (1946).

Gráfico 1. Colombia, crecimiento poblacional, 1905-1951

Fuentes: Urrutia (1970); Pardo (1972).

Gráfico 2. Bogotá, crecimiento poblacional, 1918-1951

Fuentes: Urrutia (1970); Pardo (1972).

Gráfico 3. Crecimiento de población económicamente acti-va, por sector económico (porcentaje), 1938-1964

Fuentes: Contraloría General de la República (1947); Pardo (1972); Urrutia (1970).

 

 

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Servicios

Industria

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1951

1938

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“Nosotros también somos parte del pueblo”: gaitanismo, empleados y la formación histórica de la clase media en Bogotá, 1936-1948

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Entonces, y quiero ser claro en este punto, el nacimiento y formación de las identidades de empleados públicos como parte de una clase media no fueron solamente, como po-dría pensarse, un resultado automático o natural del au-mento de puestos de trabajo en el sector industrial y la diversificación del mercado laboral en el sector de servicios durante la primera mitad del siglo XX. El proceso de crea-ción de estas identidades no nació simplemente como una expresión transparente de las cambiantes condiciones es-tructurales, y mucho menos fue solamente el reflejo de los cambios socioeconómicos del inicio del período moder-no. Aunque estos cambios fueron cruciales, el nacimiento de las identidades de clase media dependió de la forma-ción de conceptos de género y clase (entre otros) que ayu-daron a moldear las interpretaciones y la inteligibilidad de cambios estructurales, tales como la diversificación del mercado laboral, nuevas condiciones socioeconómicas y de existencia social (urbanización, desruralización, creci-miento poblacional), y, sobre todo, la creación antagónica entre el sector industrial (léase, la fabrica) y el sector de servicios (léase, la oficina) Entonces, el discurso moderno constituyó un sector de servicios –en contraposición a un imaginado sector industrial– como un terreno habitado por un sujeto específico (histórico) con ciertos rasgos y ca-racterísticas de clase y género: el empleado.21

Específicamente, empleadores, empresas de servicios y oficinas gubernamentales de Bogotá establecieron una serie de políticas de personal, requisitos de trabajo y polí-ticas de contratación que crearon un espacio de género en el cual tal empleado, como sujeto sexuado, personalizó al actor histórico que debía laborar en la oficina, en contra-posición a un imaginado obrero que debía hacerlo en el sector industrial. En la definición –y formación– de este sujeto, y su concebido espacio laboral, una idea de clase media nació y empezó a tomar forma históricamente. Así, una de las primeras distinciones de género y clase creadas por el sector de servicios fue la diferencia conce-bida entre el trabajo manual, directamente asociado con los obreros (sector industrial), y el trabajo mental.22 Los empleados del sector de servicios fueron definidos como “aquellos hombres que desarrollan y ejercitan el desea-do trabajo mental e intelectual” (República de Colombia

21 Aquí no puedo elaborar cómo este proceso también creó otra noción de género y clase: el ángel de oficina. Para ello, véase López (2009).

22 Vale la pena advertir que otros análisis sobre la clase media en Améri-ca Latina arguyen que la imaginada diferencia entre trabajo mental y trabajo manual fue solamente entendida en términos de clase. Sin embargo, como mostraré más adelante, esta construcción fue tam-bién entendida históricamente en términos de género, precisamente porque configuró una serie de diferencias entre hombres (Owensby 1999; Parker 1998).

1936, 7). En contraste con “aquellos hombres perezosos, irresponsables que trabajaban en las fábricas”, a los em-pleados se les consideraba con “habilidades para el trabajo mental, con suficiente moralidad, sentido de responsa-bilidad, buen trabajo, paciencia, razonamiento, lealtad, honestidad y buen espíritu” (República de Colombia 1936, 7). De la misma manera, un estudio publicado por la Contraloría General de la República a principios de los años cuarenta, y “dirigido a [sus] empleados”, configuró una serie de “diferencias masculinas entre los obreros y los empleados”. De acuerdo con el mencionado estudio, el primer rasgo para ser y actuar como un “empleado de verdad, un hombre de los servicios”, era trabajar en una oficina, ya que esto “exalta[ba] las cualidades masculi-nas, [tales como] habilidad laboral, habilidad mental, independencia y autonomía personal”. Sólo así, advertía el mencionado estudio, los hombres de verdad (i.e., em-pleados) podrían “diferenciase ampliamente [de] aque-llos obreros” (República de Colombia 1936, 7).

A pesar de que habrá historiadores que entienden estos discursos como metáforas, es importante advertir que tales ideas mediaron las experiencias que aquellos suje-tos sociales vivían cuando intentaban encontrar traba-jo en alguna entidad municipal o estatal. Los anuncios de trabajo que aparecían en los clasificados de los pe-riódicos a finales de los años treinta y principios de los cuarenta invitaban a que aquellos que, por las nuevas realidades estructurales, hacían parte de un nuevo mer-cado laboral, se vieran a sí mismos como parte de un trabajo de oficina y, en consecuencia, pertenecientes a una clase media.

¿Quieres ser diferente, inteligente y ser alguien impor-tante socialmente? ¿Quieres ganar dinero suficiente para vivir? Ven, participa y concursa para obtener un trabajo de oficina en una importante empresa de servi-cios. La vida no es fácil, mide tus conocimientos y obtén un trabajo que hable bien de ti… dale sentido a tu vida (Sin autor 1941-1943, 23).23

Es en este contexto en el que la campaña política de Gai-tán adquiere significado político e histórico. El gaita-nismo no fue, como a veces lo pensamos, una creación única de un líder caudillista que casi por naturaleza esta-ba destinado a producir tales ideas y proyectos políticos de sociedad. Por el contrario, desde que Gaitán (1976) es-cribió Las ideas socialistas en Colombia, su visión de sociedad hizo parte de un marco discursivo y estructural mucho

23 Destacado mío.

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más amplio que se venía gestando desde los años treinta como resultado del crecimiento del sector de servicios y la expansión del papel que debía desempeñar el Estado como fuerza política.24 La idea de sociedad que se ve plas-mada en los diferentes análisis propuestos por Gaitán era parte de un discurso transnacional, positivista, orgáni-co y social mucho más amplio. El líder se apropió de él para su proyecto populista, no sólo por sus experiencias internacionales sino como proyecto político para enten-der ciertos cambios históricos muy importantes que se estaban moldeando desde los años veinte en Colombia.

Como alcalde, ministro de Educación y luego de Trabajo, y a través de sus campañas radiales y de prensa, Gaitán buscó conectar una noción de democracia política con una económica, que permitiese crear una armonía social entre aquellos que debían trabajar en el sector industrial (es decir, en las fábricas) y aquellos otros que debían cumplir un papel social trabajando para el sector de ser-vicios (es decir, en la oficina). El líder populista, así como empleadores estatales, empresas de servicios y el Estado en general, apelaron a tal distinción para imaginar una sociedad donde el sector de servicios fuera habitado por sujetos específicos, con ciertos rasgos y tareas políticas de clase y género.

Así, la asociación entre empleados y clase media empezó a tomar fuerza social.25 Como proyecto político, entonces, Gaitán forjó su campaña por la restauración moral de la nación y la República mediante la reivindicación social y política de estos empleados de servicios. Durante los años treinta, y particularmente después de la creación de la Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria (UNIR), Gaitán pensaba que para crear una nueva sociedad era necesaria la transformación del comportamiento social, político y cultural del “pueblo gaitanista”. Este pueblo debía salir del “atraso” por medio de la educación, la hi-gienización y la preparación política. Con tal proyecto en mente, el líder populista consideró que era ineludible hacer del Estado un ente de gobierno social y al servicio del pueblo. Si las oligarquías inescrupulosas e individua-listas habían usado al Estado para sus propios intereses, era necesaria la creación de un ente estatal que tuviera como máxima asistir al pueblo en su quehacer cotidiano.

24 Aquí me apoyo, entre otros estudios, en Braun (1987), Calvo (2004), Osorio (1938) y Sharpless (1978).

25 Ernesto Laclau (1977) y muchos historiadores después de él han argu-mentado que el populismo surgió precisamente como resultado de la industrialización, y que tal proceso tenía como consecuencia la conso-lidación de una clase obrera que trabajaba en las fábricas. Como se des-prende de mi argumento, el crecimiento del sector de servicios cumplió un papel preponderante en la consolidación del populismo (James 1988).

Tal plataforma política y social planteaba que el sector de servicios y de trabajos estatales no debía pertenecer a la clase obrera, y menos aún a las oligarquías. La primera, aunque central en el proceso de restauración democráti-ca, aún no estaba preparada para un liderazgo político del país nacional. Las segundas, aunque con experiencia política, estaban preocupadas tan sólo por sus “empleos, su mecánica, su poder”, y, además, en total ignoran-cia de la “salud, la cultura y del bienestar social del país nacional” (Agudelo s. f., 45).

Eran, entonces, los hombres de las clases medias, con su esfuerzo personal, su preparación profesional y su conti-nuo trabajo, los que “merecían” trabajar en oficinas, con el Estado y, sobre todo, al servicio del pueblo. Los más aptos –empleados, bien preparados, decentes, vigorosos y varoniles– debían trabajar en tales oficinas estatales para así lograr la socialización del hombre del pueblo, es decir, prepararlo moral, cultural y políticamente para el funcionamiento armónico de los diferentes grupos (célu-las) en el cuerpo social.

Así, desde los años treinta, ciertas distinciones de clase y género empezaron a dividir y jerarquizar la noción de pueblo y de país nacional que se promulgaba como parte de las prácticas populistas. En 1936 y 1939 se discutieron y pu-blicaron normas con respecto a la carrera administrativa de los empleados públicos estatales. Las disposiciones del gobierno municipal, a la cabeza de Gaitán por un breve período, dibujaron cuidadosamente la diferencia entre “aquellos que trabajan en fábricas y aquellos que traba-jan en oficinas”. Aquí es clara la visión orgánica de una armonía social donde a cada actor le corresponde un papel social, de acuerdo con sus capacidades laborales, méritos personales y características culturales. Cada actor, decía Gaitán, tenía una función social. Los empleados, como parte de una clase media, merecían trabajar en oficinas estatales, precisamente porque eran considerados “ho-nestos, buenos trabajadores […] hombres de verdad [y] con ganas de triunfar […]”. A manera de justificación de la carrera administrativa, el Ministerio de Trabajo argu-mentó que esta nueva reglamentación sólo buscaba que el “mérito fuera el único indicador para avanzar” en la burocracia estatal (República de Colombia 1936, 8).26 Este mérito, y así lo promulgaba Gaitán, debía poner a estos empleados de clase media, vistos como decentes, bien preparados y varoniles, al frente de estas tareas estatales que hasta entonces habían sido monopolizadas por unas

26 Ver también Hernstand (1939). Aún no se ha escrito una historia del Estado en Colombia desde la participación de empleados y profesiona-les como parte de la clase media.

“Nosotros también somos parte del pueblo”: gaitanismo, empleados y la formación histórica de la clase media en Bogotá, 1936-1948

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“oligarquías inescrupulosas e individualistas” y, sobre todo, de dudosa masculinidad (el país político), no por mérito o por esfuerzo personal, sino porque “tenían la plata debajo de la almohada” (Hernstand 1939, 45).

Por otra parte, estos discursos se tradujeron en disposi-ciones de ley en los años treinta que también dibujaron distinciones sociales dentro del mismo pueblo o país nacional. Aquí, de nuevo, la meritocracia cumplió un papel preponderante. El equilibrio social y positivista que imaginó Gaitán para la sociedad colombiana in-cluía crear una sociedad donde cada clase social debía responder a cierto papel político, para así lograr una armonía social. Los diferentes miembros de la socie-dad debían ser juzgados no tanto por lo que tuvieran materialmente, sino más bien por el mérito indivi-dual, la producción laboral y, sobre todo, su contribu-ción al desarrollo social de la nación. El país nacional o el pueblo no era un grupo homogéneo, como suele pen-sarse. Más bien, Gaitán compartió discursos que ha-cían de este país nacional una división, por una parte, entre aquellos que necesitaban superar su condición social de pobres, para así lograr tanto una decencia social como un estatus masculino de trabajadores; y, por otra, aquellos que como clase media lograban tal decencia y masculinidad, precisamente, por el traba-jo que les era asignado “naturalmente” en la jerarquía social. En las mencionadas provisiones de ley de 1936 y 1939, por ejemplo, se promulgaba la idea de que a aquellos que querían trabajar para el Estado como em-pleados y escalar en la carrera administrativa se les pedía cierta “habilidad mental que no [era] común a todas los grupos sociales”. “[S]uficiente moralidad, sentido de responsabilidad, buen trabajo, paciencia, racionamiento, lealtad, honestidad y buen espíritu” eran requisitos para poder actuar como hombres pú-blicos. En este proceso se crearon distinciones de clase y género, donde el sector de servicios fue imaginado como un lugar que debía ser ocupado por hombres de clase media con “habilidad moral, habilidad mental, independencia, [y] autonomía personal” (Contraloría General de la República 1942b, 15-16).

En este contexto, la defensa moral y política de una fa-milia patriarcal como eje central de la armonía social que Gaitán promulgaba moldeó también estos discur-sos que intentaban crear diferencias de clase y género dentro del país nacional o el pueblo. Una cuidadosa re-visión de una gran cantidad de hojas de vida, así como de estudios laborales de diferentes entidades estatales, sugiere que este sector de servicios construyó la idea del jefe del hogar y proveedor como uno de los rasgos

masculinos más importantes para distinguir los em-pleados de los obreros.27 “Un hombre de verdad” (i.e., empleado) era aquel que “apoyaba la familia, se des-vivía por encontrar una dedicada y amorosa esposa, y tenía una hermosa parejita de hijos”.28 Es más, el empleado debía actuar con la debida masculinidad no sólo porque tenía que ser el jefe del hogar y el provee-dor sino, y quizás más importante, porque los hombres de verdad “disfrutaban el ser buenos padres y esposos” (Contraloría General de la República 1942b, 48-49).29 A diferencia de los obreros –que fueron imaginados como aquellos que “difícilmente podían llevar a cabo tales tareas de un hombre de verdad”, pues, se argumenta-ba, ellos tendían a “no tener éxito varonil, a hacer las familias infelices”–, los empleados se dedicaban a cul-tivar su “hombría” y su masculinidad mediante un de-dicado interés por la “felicidad familiar” (Contraloría General de la República 1942b, 32). De manera que estas distinciones de clase y género no fueron sólo meros re-quisitos laborales para trabajar en entidades estatales y de servicios públicos sino también construcciones his-tóricas que moldearon las mayores creaciones discursi-vas del populismo gaitanista: el pueblo (país nacional) y la oligarquía (el país político).

Más aún, estas distinciones de clase dividieron el tal país nacional, por un lado, entre aquellos que necesi-taban y debían trabajar en las fábricas, por lo que se consideraba su condición social, moral y cultural; y por otro, aquellos “verdaderos hombres” que por su esfuer-zo personal, mérito individual y diferencia cultural se “merecían” un trabajo en el sector de servicios y en las entidades estatales. En el proceso, los empleados eran vistos como aquellos que supuestamente podrían prepa-rar políticamente a los obreros para ser parte del pueblo gaitanista: convertirlos en “hombres de verdad”, en lo que se concebía como buenos padres, trabajadores pro-ductivos para el futuro de la nación. Así, el pueblo o el país nacional tomó significado político a través de las jerarquías de clase y distinciones de género, donde el hombre de clase media se imaginaba como el futuro de tal país nacional; no a pesar de ellas.

27 De alrededor de unas 5.000 hojas de vida revisadas para los años 1936 y 1948 en varias oficinas estatales y municipales (Personería de Bogo-tá, Contraloría General de la República, Banco de la República, entre otras), cerca del 75% de los que obtuvieron un trabajo en el sector de servicios era casados.

28 Archivo Contraloría General de la República. Caja: Selección de perso-nal. Carpeta 2: Políticas de selección de empleados, 32, 1940 (ACGR). Véase también Contraloría General de la República (1942b, 45).

29 Destacado mío.

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“También somos parte del pueblo trabajador”

Estos discursos y cambios estructurales fueron los que lograron que la clase media, y en especial los emplea-dos como sujetos sexuados, no sólo vieran en Gaitán un representante de la clase media sino que también articularan el discurso populista/gaitanista como fuente de inspiración política y económica para conso-lidarse como clase social. Aquellos hombres que empe-zaron e incrementaron su participación en el sector de servicios (la oficina) vieron en las definiciones del país nacional (el pueblo) y el país político (la oligarquía), o en la distinción del trabajo mental y manual, podero-sos referentes de clase y género para, primero, redefi-nir jerárquicamente quién debía representar el pueblo gaitanista y, segundo, reclamar una identidad política de clase media.

Vale la pena aclarar que esto no significa que el gaita-nismo se constituyó como práctica populista sólo a tra-vés de la consolidación de unos intereses de clase media. Tampoco quiero decir que la creación discursiva entre pueblo y oligarquía fue inconsecuente políticamente con el populismo gaitanista. Lo que quiero argüir es que los discursos populistas, en su lógica política por lograr una legitimidad social, permitieron que una va-riedad de actores (mujeres obreras, mujeres de oficina, empleados, obreros, intelectuales, entre tantos otros) crearan diferentes –pero jerarquizadas– identidades de clase y género de lo que significaba ser parte del pue-blo o el país nacional.30 Así, el análisis histórico no se limita a ver si los empleados, como parte de una clase media, fueron el centro de atención del gaitanismo sino, más bien, el significado político y social de las nociones de pueblo o de país nacional, país político u oligarquía. Así, y al contrario de lo que muchos histo-riadores nos harían creer, sería preferible concluir que las clasificaciones sociales, las nociones populistas de pueblo y oligarquía, no fueron tan sólo datos históricos o descripciones sociológicas ubicados de manera intrín-seca (léase, naturalmente) en la esfera de lo social sino –y quizás radicalmente diferentes– poderosas prácticas políticas que configuraron la lucha de clases dentro y fuera del gaitanismo como experiencia populista.

30 Véanse James (1998 y 2000) y French (1992). Barbara Weinstein (1996 y 2008) ha demostrado cómo las élites paulistas reacciona-ron ante la consolidación del populismo varguista. Ella demuestra cómo estas élites intentaron redefinir la clase obrera, y en el pro-ceso se consolidaron como clases en un contexto populista. Para Colombia, véase Sáenz (1992).

A continuación presento ejemplos con los que preten-do explicar este proceso histórico a través del cual los empleados de los servicios reclamaron una identidad de clase media y, simultáneamente, se pensaron como parte del pueblo gaitanista.

La urbanización, la industrialización y la expansión del sector de servicios, así como los cambios materiales y eco-nómicos que trajo la Segunda Guerra Mundial, incremen-taron el costo de vida de los colombianos desde finales de los años treinta hasta principios de los cincuenta. Un estudio publicado en 1940, por ejemplo, concluyó que los emplea-dos experimentaban una continua inflación que “ame-nazaba su condición social”.31 Como lo muestra el gráfico 4, el costo de vida aumentó significativamente durante la Segunda Guerra Mundial y después de ella. Los empleados públicos, a través de sus organizaciones políticas, se queja-ron constantemente de que su “salario no era suficiente”. Insistían en que, dada la situación material, eran ellos, y no los obreros, “la clase más sufrida de la sociedad”.32 Ellos veían en el movimiento gaitanista una posibilidad real de lograr un bienestar económico, de acuerdo “a las necesida-des de nuestra pobre clase media […] de nuestras obligacio-nes familiares […] de nuestra atareada vida de empleados públicos”.33 Los empleados públicos, entonces, legitimaron tal reclamo argumentado que ellos, como parte del pueblo, debían ser tenidos en cuenta (ver el gráfico 4).

Habrá historiadores que fácilmente vean en estas expe-riencias la evidencia fehaciente de que los empleados, predestinados a una proletarización, debían someterse a un proceso de purificación de clase para así unir fuer-zas con la clase obrera y ofrecer un apoyo incondicional al gaitanismo. Una lectura profunda de estas experien-cias, sin embargo, nos permite postular una interpreta-ción algo más complicada. Si bien ellos manifestaron su apoyo político a la causa gaitanista –en sus misivas se de-finían como “gaitanistas de raca mandaca”–, lo hicieron para consolidar ciertas jerarquías/divisiones de género y clase dentro de lo que se consideraba el pueblo gaitanista.

31 Este estudio, publicado por la Contraloría pero llevado a cabo por los empleados de esta institución, se convirtió en un documento de re-clamo político para corroborar la necesidad de beneficiar material-mente a la clase media. Al intentar que fuera un estudio etnográfico, aquellos que planearon dicho estudio, con apoyo estatal, invitaron a los miembros de la institución a escribir en sus libretas de apuntes sus actividades diarias de consumo, recreación y gastos (cfr. Contra-loría General de la República 1946).

32 “Carta a nuestro líder”, 11 de febrero de 1945, Correspondencia enviada, aoscmec.

33 “Carta a nuestro líder”, 11 de febrero de 1945, Correspondencia enviada, aoscmec.

“Nosotros también somos parte del pueblo”: gaitanismo, empleados y la formación histórica de la clase media en Bogotá, 1936-1948

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En una carta de un “humilde miembro de la burocracia estatal: […] [y] de la olvidada clase media”, un emplea-do le aseguraba a Gaitán que él, como tantos otros em-pleados públicos, “también [era] parte del pueblo”. De ese pueblo gaitanista, se lee en la misiva, “trabajador, decente […] [depende] el futuro de la nación […] de ese pueblo gaitanista que representa el progreso de la nación ante todo el mundo”.34 Y, como tal, dicho empleado anó-nimo reclamaba que los intereses de la clase media –la “clase más sufrida”– debían estar en el centro de las pre-ocupaciones gaitanistas, que se habían enfocado dema-siado en la clase obrera. No serviría de mucho, concluía la carta, tener como representación de la nación “sólo a una clase obrera”. Por el contrario, este empleado exigía que fuera la clase media la que pudiera representar “a la parte más ilustrada de la nación […] a las gentes más ca-paces del pueblo gaitanista”.35

Ellos, a través de sus reclamos políticos, pudieron legi-timar tales distinciones precisamente porque, en el dis-curso gaitanista, la clase media debía cumplir la tarea moral y política de liderar el país nacional en contra del país político (oligarquía). Y, entonces, era necesario que los

34 “Carta abierta”, 4 de marzo de 1942. Correspondencia enviada, aoscmec. En el archivo Gaitán aparece un gran número de cartas de hombres y mujeres de clase media. Ver Archivo del Instituto Colom-biano de la Participación Jorge Eliécer Gaitán, en especial, v0014, “adhesiones Bogotá”; “adhesiones Cundinamarca”, v0088. Agradez-co inmensamente a W. John Green, que me permitió utilizar sus ex-tensas y cuidadosas copias de estas cartas.

35 “Carta abierta”, 4 de marzo de 1942. Correspondencia enviada, aoscmec.

empleados públicos tuvieran una capacidad adquisitiva de acuerdo con tal responsabilidad. Argumentaban que para lograr una armonización social entre el país político y el país nacional –es decir, hacer evidente la falta de le-gitimidad moral y política de la oligarquía como líder del país nacional– era necesaria una remuneración material “adecuada” que premiara “el mérito […] la educación […] la preparación […] el esfuerzo mental”, y no simplemente “el apellido, los privilegios de cuna” o “la palanca políti-ca [o] familiar”. Así, al resignificar los discursos popu-listas de Gaitán, los empleados, como miembros de una clase media, veían a la oligarquía como un otro político deslegitimado para las tareas de gobierno y liderazgo.

Pero esto no significó, como podría pensarse, que los em-pleados se quisieran confundir entre los obreros para así hablar políticamente con una voz homogénea en contra de la oligarquía. Por el contrario, la búsqueda de una dis-tinción social dentro del pueblo así imaginado permitió que los empleados se pensaran a sí mismos como “hom-bres de verdad” que en realidad podrían liderar “legíti-mamente” a los obreros, que, aunque parte del pueblo gaitanista, aún aparecían como “necesitados” de un li-derazgo político, para así lograr la llamada restauración moral del país nacional.

Vale la pena recalcar que en el proceso mismo de apropia-ción de estos discursos gaitanistas, los empleados busca-ron acrecentar las inequidades materiales entre obreros y clase media. No pretendían disminuirlas, como lo han sugerido estudios sobre el populismo. Estas distinciones no fueron simplemente una metáfora o retórica vacía que negaba la consolidación real de la lucha social entre pueblo y oligarquía. Por el contrario, estas creaciones de clase y género cumplieron un papel preponderante en la legitimación de las inequidades materiales entre aque-llos que se consideraban clase media y otros que eran cla-sificados como obreros (Weinstein 2008). Y precisamente porque las distinciones materiales eran mínimas entre obreros y empleados, los segundos practicaron mil y una estrategias para lograr una distinción de clase y género.36

Para los empleados, por ejemplo, era “inconcebible” que ellos pudieran tener una capacidad adquisitiva similar a la de los obreros, puesto que aquéllos debían ser, como ejemplo moral de la sociedad, “un padre trabajador […]

36 De hecho, la mayoría de las cartas escritas a Gaitán por empleados públicos fueron producidas como resultado de un miedo social de “convertirse” en obreros. En tales misivas se lee una preocupación de clase que hace de estas cartas artefactos culturales que reflejan explícitamente ciertos intereses materiales.

Gráfico 4. Salarios nominales (en pesos), 1915-1945

Fuentes: Contraloría General de la República (1946, 57 y 65-76); Urrutia (1970, 45-67); Pardo (1972, 45).

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un padre de familia responsable, preocupado por el bien-estar de la familia […] la educación de [sus] hijos […] un trabajador decente […] un ciudadano moralmente capaz […]”.37 En esta legitimación, los obreros, aunque también se les consideraba parte del pueblo, eran caracterizados como “pasivos, débiles, sensibles, dependientes, subor-dinados, monótonos […] con trabajos de poca importan-cia en la escala social” y, por esto, de dudosa “hombría”. Esto, según el reclamo de los empleados, hacía de los obreros hombres “merecedores” de una remuneración material inferior, pues aún no estaban preparados para liderar el país nacional.

En las tantas cartas y diatribas enviadas a Gaitán duran-te los años cuarenta, los empleados firmantes escribían largas descripciones y recurrían a tratados sociales, y se apoyaban en estudios producidos por oficinas estatales, con el fin de mostrar que la clase media, como parte del pueblo, “merec[ía]” una remuneración de “acuerdo con el trabajo”.38 Estas cartas y diferentes estudios sugieren que los empleados gastaban alrededor de 50% de sus sala-rios en educación y transporte (ver el gráfico 5).

Era necesario mantener un trabajo en el sector de ser-vicios y una educación adecuada para lograr un espa-cio de género que distinguiera a los empleados como hombres, los posicionara dentro de una superioridad masculina e hiciera visible la diferenciación de clase respecto a las oligarquías y la clase obrera. Eran la educación y el trabajo de oficina los que podrían per-mitir que se reconstituyeran las jerarquías de clase y la consolidación de una familia patriarcal –con hombres mentalmente preparados, educados, ilustrados, bien remunerados, y, sobre todo, que cumplieran con su rol de padre– como el eje central de lo que Gaitán llamó la armonía social. Los empleados reclamaban que la so-ciedad como un todo debía ser consciente de que era necesario remunerar mejor a la “clase más sufrida”. O como le preguntaba un empleado de la Contraloría Ge-neral de la República a Gaitán, en los años cuarenta:

[…] cómo le explico a mis hijos que es el trabajo mental el que lleva una nación adelante […] Yo sé que usted me entiende Dr. Gaitán! […] no quiero desacreditar el papel tan importante de nuestro obreros […] ¿pero podría un

37 “Carta abierta”, 4 de marzo de 1942. Correspondencia enviada, aoscmec.38 “La clase mas sufrida”. Correspondencia enviada, 1946, aoscmec. Véa-

se, también, Contraloría General de la República (1942b y 1946). Existen diferencias mínimas entre las descripciones presentadas en las cartas y los datos del estudio publicado por la Contraloría. Como se dijo antes, este estudio se convirtió en un documento de reclamo político.

obrero diseñar un edificio […] trabajar en una oficina? […] yo creo que vivimos en un mundo al revés. Nuestro trabajo, la mayoría de veces invisible y quizás por eso poco valorado […] ¿Quién lleva a este país adelante? ¿Quién es el responsable de que las cosas funcionen? ¿Quién dignifica a este pueblo mal criado? ¿Le aconseja usted a mis hijos que se conformen con trabajos monó-tonos, que se embrutezcan en una fábrica? ¿Cree usted que es esto lo que debo hacer como padre de familia?39

De esta manera, los empleados públicos explicaban las condiciones materiales necesarias para que la clase media lograra su papel moral y político dentro del futuro del país nacional. Tener una “sirvienta” representaba, por ejemplo, una distinción necesaria entre aquellos que sólo podían trabajar en las fábricas y aquellos que, por su papel político, necesitaban desarrollar tareas de gobier-no. Estudios estatales, así como la información que los empleados escribían en sus cartas y diarios personales, sugieren que, del total del presupuesto familiar, el 13% era dedicado a pagar salarios de mujeres que “ayudaban en los quehaceres de la casa”.40 Luego de extenuantes jornadas de “trabajo intelectual”, se repite en muchas misivas, era sólo “natural” que “la ayuda de una ‘sir-vienta’ estuviera disponible y así recargar baterías para

39 Carta de Miguel Sánchez a Jorge Eliécer Gaitán, 1946, aoscmec.40 Esto se puede constatar en el gráfico 5 anteriormente expuesto.

Gráfico 5. Gastos familias de empleados

Fuente: Contraloría General de la República (1946, 89).

Transportes 25 %

Instrucción para los hijos 21 %

Artículos de limpieza 6 %

Artículos de tocador 4 %Correos 1 %

Jabón para lavar 3 %Medicina 6 %

Peluquería 6 %

Periódicos y revistas

8 %

Distracciones 8 %

Salario mensual al servicio 13 %

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el siguiente día […] bien comido, bien atendido […] para trabajar por el país, el pueblo y la nación”.41

Más aún, tanto cartas como investigaciones pretendían dejar en claro que había necesidades materiales que di-vidían el pueblo gaitanista. La dieta y las prácticas ali-menticias eran poderosas justificaciones políticas que se utilizaban para definir la clase media como parte del pueblo. Y, dado que unos se dedicaban al “trabajo ma-nual” mientras que otros se ocupaban en el “trabajo in-telectual”, esto requería que la comida que se consumía en la clase media fuera de “mejor calidad […] más costosa […] y con más proteínas”. Así lo exigían empleados du-rante los años treinta y cuarenta en Bogotá, y otros estu-dios lo confirmaban:

[…] las variaciones en la escala social se ven fielmente reflejadas en las diferencias de las dietas. Si en una casa hay personas dedicadas a los trabajos intelec-tuales, la alimentación debe ser con preferencia las verduras, alimentos bien constituidos, carne, pes-cado, té y café. Por regla los empleados deben comer mejor pues ellos se desenvuelven en extenuantes […] pesadas jornadas de trabajo intelectual que exige una muy buena alimentación […] lo que no ocurre con la clase obrera donde la harina y la grasa pueden satis-facer la necesidad de […] trabajo manual (García 1942, 347-379).42

Con estos breves ejemplos podemos ver que los emplea-dos articularon y movilizaron tanto los discursos po-pulistas como aquellos que moldearon las distinciones entre el trabajo industrial y el de los empleados públi-cos, para constituirse en parte de una clase media del pueblo gaitanista. La oficina se convirtió en un espacio fundacional donde ciertos deseos de consumo, expecta-tivas de género y dificultades materiales de clase eran temas de diaria discusión, en el esfuerzo de entrar en el país nacional como una clase media. Estas preocupaciones estuvieron marcadas por la necesidad de exhibir y vi-sualizar una relación jerárquica respecto a los obreros y obreras imaginados. Diferentes diarios personales y otras fuentes históricas sugieren que tales jerarquías no sólo se referían a la dicotomía pueblo-oligarquía, sino también a lo que se consideraba el pueblo gaita-nista, así la oligarquía siguiese siendo vista como el polo político opuesto.

41 Caja Asuntos Personales, Folder: R2, “Las muchachas de servicio”, 32, 1940, ACGR.

42 Véase, también, Contraloría General de la República de Colombia (1946).

De la misma manera, los empleados se dieron a la tarea de elaborar distintas interpretaciones para definir y, sobre todo, distinguir su masculinidad como “superior” y “respetable”, en creación antagónica con otras clases. Empezaron a diferenciarse delicadamente de los obreros argumentando que “la fuerza bruta, la fuerza física, y la capacidad muscular” no deberían medir “la verdadera hombría”.43 Los manuales de trabajo publicados por los empleados en varias empresas e instituciones del sector de servicios en Bogotá durante las décadas del treinta y el cuarenta muestran claramente las diversas construccio-nes de género que moldearon la formación de las identi-dades de clase. A diferencia de los concebidos estándares para definir “la hombría de los obreros”, los empleados se imaginaron a sí mismos como “aquellos que se preocu-pan por la familia y sus mujeres”.44 Es más, pensaban que para ser un “hombre de verdad” también era necesario saber “tratar a las mujeres […] a los más débiles”. Mauricio Acevedo, un empleado de la Contraloría General de la Re-pública, afirmó que para ser y actuar como un hombre de clase media era necesario poseer la habilidad de “prote-ger, cuidar y ayudar a los más débiles”.45 El ser empleado de clase media significó no guiarse por la “fuerza bruta, o la violencia”, pues éstas eran actividades imaginadas como poco masculinas si no se utilizaban para “proteger al más débil”. Así, “los obreritos” eran “poco hombres”, ya que usaban estas características masculinas sólo para “maltratar y golpear a las mujeres, a los niños y […] a los más débiles”.46 Tal como afirmó Mario Romero, un empleado de la Personería de Bogotá, a principios de los años cuarenta:

Ser un hombre no es pertenecer al sexo masculino; no solo es tener músculos, ser fuerte. Ser un verdadero hombre es ser consciente de cómo un verdadero hom-bre actúa. Ser hombre es ser el creador de un hogar; ser hombre es encontrar un trabajo decente; ser un hom-bre es mantener a una familia; ser hombre es darle a la familia pequeños lujos; ser hombre es defender, prote-ger, cuidar a los más débiles, ser hombre es evadir los actos de cobardía, debilidad, brutalidad […].47

43 ACGR, caja: escritos de empleados, carpeta, 31 “Por qué somos más importantes?”, 12, 1941.

44 ACGR, caja: escritos de empleados, carpeta, 32, 1941. Véase, también, “Empleados de Bogotá, Nosotros” (1934-1937).

45 ACGR, caja: escritos de empleados, carpeta, 32, 35, 1941.46 ACGR, caja: escritos de empleados, carpeta, 31, “Por qué somos más

importantes?”, 12, 1941.47 ACGR, caja: temas de interés general, carpeta, L51, “Nosotros los em-

pleados”, 1, 1942.

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Así, en el espacio de la oficina existía una constante pre-ocupación por mostrar las cualidades de género y las dis-tinciones de clase ante una imaginada audiencia. Muchos de los empleados entraban, entonces, en evaluaciones de clase en las que se juzgaban, se criticaban y se calificaban las cualidades morales y materiales, para lograr categori-zarse como parte de una clase media, de un “pueblo traba-jador, decente, educado [e] ilustrado”.48 Por ejemplo, en diversas oficinas estatales surgieron códigos de vestir que permitían exhibir, entre otras cosas, “quién era quién en el trabajo, cómo te sentías hacia ti mismo y lo que la gente podría pensar de ti […] [pues] la forma de vestir [decía] mucho de tus antecedentes sociales y tus aspiraciones personales”.49 Entonces, se esperaba que los empleados, como representantes del pueblo trabajador, se vistieran

[…] como hombres de verdad. Con corbata, zapatos bien embetunados y brillantes […] con camisas limpias, planchadas e impecables […] ellos sólo necesitaban ves-tirse como empleados.50

Estos códigos del vestir se evaluaban en la rutina de tra-bajo para mantener una adecuada reputación de género y un debido respeto de clase. Ser de clase media y per-tenecer al pueblo gaitanista significaban resaltar estas cualidades, para así poder imaginarse representantes de un país nacional, y, como tales, podrían llevar a la re-constitución moral de la sociedad. En su diario personal, Mariana Álvarez, una mujer de oficina, describió deta-lladamente una conversación que tuvo con una de sus compañeras de trabajo. Mariana relataba cómo se ves-tía un empleado de su oficina para concurrir a su rutina laboral. Se percibía, decía Mariana, que el empleado en cuestión no lograba vestirse de manera “adecuada”, ya que no tenía “ni corbata y además su saco [estaba] sucio y tenía un mal olor”. Y si esto no era suficiente, insistía Mariana, los zapatos lucían gastados, lo que hacía pen-sar que “poco se preocupaba por su apariencia personal […] y [menos aún] por lo que decía la gente”. Aunque ella mostraba cierta comprensión de clase ante la situación del mencionado empleado, ya que se sospechaba la difícil situación económica en la que se encontraba, le era im-posible admitir que alguien como él asistiera a la oficina “de tal manera”. Mariana reveló entonces ciertos miedos y preocupaciones:

48 Caja: estudios de personal, fólder: L78, “Nosotros los empleados y el trabajo”, ACGR.

49 Caja: estudios de personal, fólder: L78, “Nosotros los empleados y el trabajo”, ACGR.

50 Caja: estudios de personal, fólder: L78, “Nosotros los empleados y el trabajo”, ACGR, 32.

Hoy le he dicho a mi querida amiga Gloria la situación de un hombre en la oficina. Es difícil no darse cuenta de todos los problemas económicos y de dinero que este hombre tiene que enfrentar […] este pobre hombre no debe saber qué hacer […] Si pudiera le diría que es impor-tante que se vista bien […] es muy importante que se vista bien cuando venga al trabajo porque es aquí donde la gente lo verá y todos sabemos cómo la gente habla.51

Podríamos decir, entonces, que era necesario imponer sa-crificios materiales para así cultivar cierto posicionamiento de clase dentro del pueblo gaitanista. Como lo demuestran el estudio etnográfico realizado por la Contraloría General de la República en 1942, cartas y otros diarios de los em-pleados, ellos intentaban alcanzar una cierta capacidad adquisitiva que les permitiera una distinción material. Como lo muestran los gráficos 6 y 7, los empleados aumen-taban su salario mensual –o lo “arreglaban”, como decían en muchas de sus cartas– en un 14% por medio de una serie de estrategias financieras.52 Acudían, por ejemplo, a casas de empeño, donde, a cambio de algún dinero, dejaban ciertas pertenencias. En algunos casos, recibían ayudas extras de los sindicatos. Además, y sobre todo, recibían préstamos personales e informales de “especuladores” que, aunque necesarios para mantener un presupuesto adecuado de los gastos que la clase media exigía, hacían de los empleados un grupo en una eterna deuda económica. Gómez Picón, un burócrata estatal y empleado público, lo describió en sus memorias durante los años cuarenta.

[…] todos los empleados tienen culebras [deudas], tienen un turco, que les presta, les vende y les ayuda […] El día de los pagos, seguro el turco estaba allá haciendo sus cobros. Si no nos endeudamos, dice el empleado, no tenemos nada. Los clubes, los vestidos, la ropa interior, el cal-zado, en fin […] se puede surtir solo a través de las deu-das […] [para hacerse diferente] de las gentes del pueblo. Los empleados soportamos las deudas porque ellas nos visten bien, nos dan caché […] (Gómez 1941, 27).

Era imperativo, como lo dijo Mariana y lo ratificaba Gómez Picón, ir al lugar de trabajo bien vestido, para impedir cualquier “confusión de empleados con obreros [...] de los que trabajan en fábricas [...] de los que tra-bajan en oficinas”, de los que, podríamos agregar, están destinados a servir intelectualmente en tareas estatales y aquellos que, por su concebida condición social, debían

51 Caja: notificaciones, carpeta, L2, “Empleados y el trabajo” y diarios personales, 47, ACGR.

52 Caja: notificaciones, carpeta, L2, “Empleados y el trabajo” y diarios personales, 11, ACGR.

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pantalones [...] [con] manos, uñas y cabeza muy lim-pias”. Es más, concluía Ramírez invocando a Gaitán, era necesario superar el “retraso cultural [...] social y moral [...] [tocaba] dejar las alpargatas, la ruana y la suciedad en el pasado” (Ramírez s. f., 32). Además, los empleados pensaban que esa buena forma de vestir era el requisito para trabajar en las oficinas, representar la modernidad y, sobre todo, calificarse a ellos mismos como aquellos que podían promulgar la educación moral y política que la clase trabajadora necesitaba para lograr representar, al fin, el pueblo gaitanista.

Estos deseos, hábitos, expectativas y problemas fueron las herramientas para cultivar constantemente identifi-caciones de género y clase. Los empleados manipularon estas ideas para imaginar al pueblo gaitanista como un espacio jerárquico en el cual ellos podrían ser ubicados lejos de “esos obreros”, quienes, aunque parte del país nacional, debían estar en una relación de inferioridad antagónica respecto de aquellos que eran categorizados como empleados. En el proceso de crear esta identifica-ción de clase media, los empleados establecieron un otro distanciado pero constitutivo que les permitió ubicarse como miembros de una clase media y, simultáneamen-te, identificarse como los baluartes de la transforma-ción moral del pueblo trabajador, como representantes del pueblo gaitanista. Así, los empleados se pensaron a sí mismos como los líderes del pueblo –y por eso, mere-cedores de una mejor remuneración–, mientras que los obreros debían aparecer como aquellos a los que les co-rrespondía ser liderados en los procesos de consolidación de una nueva república democrática.

Esta constitución política no estuvo en contradicción con el discurso populista del gaitanismo ni menos aún al margen de él. El arraigo social del populismo duran-te los años treinta y cuarenta, y la formación histórica de la clase media no fueron, como nos lo haría creer la mayoría de los estudios recientes, un oxímoron histó-rico. Todo lo contrario, la clase media, en su campaña política por consolidarse como clase social –material y culturalmente–, dependió de las nociones de pueblo gaitanista (país nacional) y oligarquía (país político). Resignificando tales nociones, los empleados se pensa-ron como hombres que pertenecían al pueblo gaitanista, a través de un proceso que consolidó una distinción so-cial que los situaba en una posición jerárquica respecto de aquellos que definieron como obreros y la oligarquía. Y tales distinciones jerárquicas no fueron simplemente una retórica vacía, o una abstracción social que impidió la formación de un proyecto político de clase media. Por un lado, ellos reivindicaron su pertenencia al pueblo gai-

Gráfico 6. Ingresos de empleados, 1942

Fuente: Contraloría General de la República (1946, 85).

Gráfico 7. Fuentes de ingresos extras

Fuente: Contraloría General de la República (1946, 89).

Salario 86 %

Fuentes extras 14 %

Empeños 22 %

Préstamos informales 34 %

Clases 3 %

Arriendo de alcoba

26 %

Sin especificar 15 %

pertenecer al país nacional como obreros o trabajadores de fábrica (Gómez 1941, 32). En otro diario personal, Pedro Ramírez describió cómo un empleado debería mantener ciertas diferencias con los obreros, especialmente en la manera de vestirse. Aún más, estas diferencias logra-rían ciertas distinciones masculinas. Según Pedro, los obreros eran aquellos que lucían “una barba larga, [te-nían] el cabello sucio y una ropa que dejaba mucho que desear”, mientras que los empleados como él se distin-guían por “un buen vestir, con unos zapatos resplande-cientes, con una camisa que combinaba bien [con sus]

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tanista imaginando a la clase obrera como pobremente educada, bastante indecente, poco varonil y destinada a trabajos manuales, por lo que se concebía como una “na-tural” falta de habilidad mental. Más aún, los obreros debían ser liderados por aquellos empleados que tenían la preparación adecuada para la restauración moral de la nación. Y estas creaciones legitimaron la supuesta nece-sidad de ampliar las inequidades materiales entre obre-ros y empleados. Por el otro, e igualmente importante, los empleados también reclamaron su pertenencia al pueblo gaitanista representando a las oligarquías como corruptas, inescrupulosas, individualistas, poco hom-bres y, por lo tanto, de dudosa preparación para las tareas estatales de liderazgo y gobierno. En este caso, estos em-pleados pensaron que la educación –y no la riqueza ma-terial que se justificaba en relación con los obreros– era la fuente legítima de estatus, conocimiento, diferencia social, superioridad masculina, preponderancia intelec-tual y prestigio moral. Así, la clase obrera y las oligar-quías no fueron simplemente grupos diferentes con los cuales la clase media podría o no lograr alianzas políti-cas, uniéndose a un pueblo para luchar unificadamente contra las oligarquías o aliándose con éstas en contra del pueblo. Estas nociones fueron más bien poderosas crea-ciones discursivas, y no por ello menos reales, que ciertos actores sociales pusieron en práctica para definirse como clase media y, simultáneamente, reclamar un lugar en el pueblo gaitanista.

Conclusión

Por ser sólo parte de una investigación más amplia, este artículo invita a pensar varios interrogantes. Es impera-tivo, por ejemplo, continuar las indagaciones históricas sobre la formación histórica de la clase media en Améri-ca Latina. Aunque ya hay investigaciones, es necesario profundizar en análisis históricos de la participación y formación política de otros grupos que fueron conside-rados –y se consideraron– clase media, y su papel en la consolidación de las políticas imperialistas de Estados Unidos, en la creación de movimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios durante la segunda mitad del siglo XX. La tarea debería ser, no tanto la participación de estos actores en ciertos procesos históricos, sino más bien una relectura crítica de cómo entender histórica-mente los sistemas de dominación y las relaciones de poder. De manera que, para descifrar las historias de la clase media, es fundamental estudiarla como construc-ción social, política y económica, es decir, sin aislarla de las luchas por el poder que caracterizaron el siglo XX en América Latina.

Además, el interés por la clase media como tema de in-vestigación va mucho más allá de una legitimación his-toriográfica. Sin duda, el estudio histórico de la clase media no ha estado en el centro de las pesquisas histó-ricas o antropológicas. Sin embargo, no es coincidencia que con la (nueva) empresa imperial de Estados Unidos, intelectuales, políticos y representantes de organizacio-nes internacionales hayan abogado, una vez más, por la creación y consolidación de lo que llaman una “clase media global”.53 Resucitando ideas centrales de las teo-rías modernizantes de los años cincuenta, estos estudios proponen “un consenso de clase media”, para así lograr superar “inequidades sociales, peligros políticos”, y la distribución desigual de la riqueza mundial (Banco Inte-ramericano de Desarrollo 2006, 4). En otras palabras, se dice que cuando todas las “sociedades del mundo” pro-muevan la creación de una clase media, el neoliberalis-mo será inmune a cualquier cuestionamiento. Más aún, la creación de una “clase media global” lograría superar los “efectos negativos de la globalización”, precisamente porque ayudaría a regular las economías de los diferen-tes Estados/nación, además de disciplinar el “desarrollo democrático” a escala mundial (Banco Interamericano de Desarrollo 2006, 7).54 Soy de la opinión de que la tarea más importante debería ser alguna forma de rechazo a las posibilidades de dejarse seducir por la fácil normali-zación de una “clase media global”, que aparece con una fundación trascendental para crear una sociedad global posclase, es decir, una sociedad con una sola clase, la clase media. En vez de continuar preguntándonos si una clase media puede traer “soluciones democráticas” a los pro-blemas globales, los estudios históricos y antropológi-cos deberían cuestionar la pregunta política para la cual la creación de una “clase media global” aparece como respuesta natural e infalible. Más aún, deberíamos preguntarnos: ¿cuál ha sido el proceso histórico que ha hecho que la clase media –como idea y como práctica po-lítica– sea entendida como una de las mayores manifes-taciones de las democracias modernas durante el siglo XX? ¿Cuáles han sido las condiciones históricas y las ra-cionalidades políticas que nos han enseñado a pensar la clase media como la medida “correcta” para categorizar lo que es una sociedad “democrática y antidemocrática” a escala mundial? ¿Qué significa vivir en una demo-cracia centrada en la clase media? Al tratar de respon-der estas preguntas, historiadores y científicos sociales

53 Entre muchos otros, véase Mead y Schwenninger (2003). Me es impo-sible citar adecuadamente toda la producción bibliográfica y visual, a propósito de la importancia de una clase media global; véanse, entre otros, los estudios del Banco Interamericano de Desarrollo (2006).

54 Ver también Davies (2004).

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estarían mejor equipados no sólo para llenar un vacío historiográfico, sino además, y quizás mucho más impor-tante, para cuestionar las racionalidades políticas a través de las cuales las ideas y las prácticas colectivas de clase media están nuevamente definiendo –y legitimando– los problemas de la (pos)modernidad, la globalización y el neoliberalismo.

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por Andrea Lampis**

* EsteartículoeselfrutodelalabordesarrolladacomoprofesordelCentroInterdisciplinariodeEstudiossobreelDesarrollo(CIDER)ycoordinadordelaseriedeseminariosdeDebates de Coyuntura,titulada“UnaVidaSegurayProtegida:LaProtecciónSocialentreAsistenciayExclusión”,llevadaacaboentreoctubrede2010yjuniode2011enlaUniversidaddelosAndesenalianzaconBogotá Cómo VamosylaoficinadelaCEPALenColombia.

** Ph.D.enPolíticaSocial,LondonSchoolofEconomicsandPoliticalScience,Inglaterra. ConsultorSeniordelDepartamentoNacionaldePlaneacióndeColombia,SubdireccióndeDesarrolloAmbientalSostenible.Correoelectrónico:[email protected]

Desafíos conceptuales para la Política de Protección Social frente a la pobreza en Colombia*

RESUMENDiez años después de la declaración de “guerra contra la pobreza”, la persistencia de la pobreza y de la vulnerabilidad frente a las crisis financieras y ambientales, junto con la profundización de la desigualdad en la distribución del ingreso y del ac-ceso a recursos, se constituyen en los tres hitos que marcan de manera significativa la herencia que recibimos de la década 2000-2010 en cuanto a los desafíos para la protección social. Estos hitos son aún más significativos cuando se considera que el concepto de “manejo social del riesgo”, alrededor del cual se articuló el modelo de protección social impulsado a escala planetaria durante la década pasada, fue acompañado en su implementación de la promesa de la transformación del riesgo en un asunto de política social, o sea un tema sujeto a la planeación, la previsión y la gestión, y ya no más un factor relacionado con la incertidumbre característica de un mundo incierto e interconectado. La persistencia de los efectos sociales de crisis similares a las de finales de los noventa representa un llamado hacia el reexamen del enfoque de protección social centrado en el manejo social del riesgo. Este artículo propone un análisis que, partiendo desde 1999, año de publicación del artículo de Holzmann y Jorgensen sobre el “manejo social del riesgo”, discute su herencia y, en particular, el progresivo surgimiento de una reflexión que enmarca la protección social dentro de enfoques de política social basados en los activos y en los derechos. A lo largo de su corta trayectoria, el trabajo presenta tres desafíos conceptuales: la inclusión en la reflexión sobre protección social de una preocupación transformadora de las estructuras y determinantes de la pobreza y la exclusión; el fracaso de las políticas de subsidios monetarios condicionados frente al reto de una salida de la pobreza sostenible a lo largo del tiempo, y la falta de una política integral para garantizar a las familias una vida más segura y protegida. En este camino, el trabajo se encuentra casi necesariamente con el enfoque de capacidades y ampliación de la libertad que se relaciona con el concepto de “libertad para” (lograr/ser libre) e investiga la necesidad de desarrollar el concepto de “libertad desde” (eventos de vida críticos o impactos) que impliquen la profundización de la inseguridad.

PALABRASCLAVEProtección social, manejo social del riesgo, vulnerabilidad, seguridad, “libertad para”, “libertad desde”.

Social Protection Policy for Poverty Reduction in Colombia: Conceptual Challenges

ABSTRACTTen years after the “war against poverty,” the persistence of poverty and vulnerability in the face of financial and environmental crises, as well as the growing inequality of income and resource access, represent the challenges inherited from the 2000-2010 decade in terms of social protection. These challenges are even more significant when one considers that the concept of ‘social risk management,’ around which the model of social protection on a global scale was articulated over the past decade, was initiated alongside the promise of transforming risk into a socio-political issue, or, in other words, a topic of planning, preven-tion, and management and no longer a factor related to uncertainty characteristic of an uncertain and interconnected world. The continuing social effects of similar crises at the end of the 1990s represent a call to reexamine the risk management focus of social protection. This article discusses the legacy of Holzmann and Jorgensen’s seminal paper from 1999 on ‘social risk

Fecha de recepción: 26 de febrero de 2010Fecha de aceptación: 15 de diciembre de 2010Fecha de modificación: 8 de marzo de 2011

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desigualdades entre países y, en estos mismos, entre gru-pos sociales (Cornia 2004; Greig, Hulme y Turner 2011). Un recurrente negativo registra también el acceso al em-pleo en relación con el impacto directo del ciclo económi-co negativo (Navarro 2009). Sin embargo, si la protección social debe amparar sobre todo a los más vulnerables, la persistencia de la pobreza extrema, aun tan sólo rela-cionada con el ingreso, tanto en el ámbito internacional (CPRC 2005)1 como nacional, resulta central como justifi-cación para la reflexión propuesta en este artículo. Según

1 Según el reporte del Chronic Poverty Research Centre (CPRC), en América Latina los grupos en situación de pobreza crónica tienden a ser indígenas o afrodescendientes, y la región da cuenta del 5% del total de personas en pobreza crónica.

management’ in the face of newer ideas on social protection emphasizing the centrality of assets and rights. It presents three conceptual challenges: considering how to transform the structure and causes of poverty and exclusion; the failure of condi-tional cash transfer approaches to sustainably reduce poverty; and the lack of a national policy to guarantee families secure and protected lives. The paper necessarily addresses the concepts of capabilities and of extending the freedom related to “freedom for” (achieve freedom/be free). It also explores the need to develop the concept of “freedom from” (critical events) that implies a deepening of insecurity.

KEYWORDSSocial Protection, Social Risk Management, Vulnerability, Security, “Freedom for”, “Freedom from”.

Desafios conceituais para a Política de Proteção Social contra a pobreza na Colômbia

RESUMODez anos após a declaração da “guerra contra a pobreza”, a persistência da pobreza e da vulnerabilidade diante das crises financeiras e ambientais, junto com o agravamento das desigualdades na distribuição de renda e acesso aos recursos, são as três etapas que marcam uma significativa herança que recebemos do decênio 2000-2010 como os desafios para a proteção social. Estes marcos são ainda mais significativos quando se considera que o conceito de “social de gestão de risco”, em torno do qual articulou o modelo de proteção social impulsionado à escala global durante a última década, a sua implementação foi acompanhada pela promessa de transformação do risco em uma questão de política social, ou seja, uma questão de previsão, planejamento e gestão, e não mais um fator relacionado com a incerteza, característica de um mundo incerto e interligado. A persistência dos efeitos sociais das crises semelhantes às do final dos anos noventa representa uma chamada para a revisão da abordagem da protecção social focada em gestão de risco social. Este artigo propõe uma análise que, a partir de 1999, ano da publicação do artigo e Holzmann Jorgensen na “gestão de risco social”, discute a sua herança e, em particular, o surgimento progressivo de uma reflexão que delimita a proteção social dentro de abordagens de política social baseadas nos ativos e nos direitos.. Ao longo de sua curta carreira, o trabalho apresenta três desafios conceituais: a inclusão no debate sobre a proteção social de uma preocupação de transformar a estrutura e os determinantes da pobreza e da exclusão, o fracasso das políticas de subsídios de renda condicionada diante do desafio de uma saída sustentável da pobreza ao longo do tempo, e a falta de uma política global para garantir às famílias uma vida segura e protegida. Desta forma, o trabalho se encontra quase neces-o trabalho se encontra quase neces-sariamente com a abordagem de capacidades e a ampliação da liberdade que se relaciona com o conceito de “liberdade para” (conseguir/ser livre) e pesquisa a necessidade de desenvolver o conceito de “liberdade de” (eventos de vida críticos ou impactos) que impliquem o aprofundamento da insegurança.

PALAVRASCHAVEProteção social, gestão de risco social, vulnerabilidade, segurança, “liberdade”, “liberdade de”.

A finales de 2010 se cumplió una década marcada por esfuerzos concertados globalmente hacia la erradicación de la pobreza extrema. Allí donde la década se abría con el reconocimiento de la necesidad de amor-tiguar los efectos negativos de la globalización (Rodrik 2002), se cerraba dejándonos una herencia poco alentado-ra. Un conjunto de tendencias negativas marcan el final de la década 2000-2010: la pobreza desde una perspectiva multidimensional y la inequidad se han profundizado (Ocampo y Franco 2000; Cepal 2009), así como las agudas

Revista de Estudios Sociales No. 41rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188.Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 107-121.

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lo planteado por el Plan Nacional de Desarrollo 2010-2014, “(e)n 2009 el porcentaje de población pobre por carencias de ingresos en Colombia fue del 45,5% y el de pobreza extrema fue de 16,4%” (DNP 2011, 335). El 2 de marzo de 2011, en la presentación pública del Plan Nacional de De-sarrollo en la biblioteca Luis Ángel Arango, el director del Departamento Nacional de Planeación (DNP), Hernando José Gómez, afirmó que debemos admitir que hemos fra-casado frente a la pobreza extrema. Tres días después, el 5 de marzo, en La Silla Vacía,2 reiteró estos conceptos aseve-rando que más del 50% de la gente pobre no está cubier-ta por el programa Familias en Acción (FA). Este enorme problema de la persistencia de la pobreza, sobre todo en su forma extrema, se constituye en uno de los principales retos para la protección social en el país.

Este artículo tiene como objetivo analizar la delicada trama conceptual que se oculta tras este fracaso de po-lítica social: la inclusión de una reflexión sobre el papel transformador de la política de protección social (y de la política pública), la inefectividad o hasta el fracaso de las políticas de focalización frente al reto de la superación de la pobreza extrema y la ausencia de un planteamiento sólido acerca de la integración social de las familias a los beneficios, si no de la globalización, por lo menos de una vida segura y protegida desde una perspectiva integral. En términos amplios, estos elementos ofrecen una opor-tunidad interesante para valorar, primero, cuáles han sido los logros en cuanto a reducción de la pobreza y, se-gundo, cuáles los avances y las transformaciones sociales de largo aliento. Un tema que hoy en día ocupa la aten-ción tanto de la comunidad académica como de las agen-cias de cooperación.3 Más específicamente, este artículo se concentra en analizar cuáles han sido los aportes de ideas como el “manejo social del riesgo”, que animaron el comienzo de la década pasada, y cuál es el potencial de las que han animado su cierre y están animando los comienzos de la presente, en relación con los desafíos de la protección social frente a la pobreza.4

2 Entrevista disponible en: http://www.lasillavacia.com/historia/en-este-pais-tenemos-que-caber-todos-mamos-y-mineros-entrevis-ta-con-hernando-jose-gomez-222 . Consultado por última vez el 7 de marzo de 2011.

3 La conferencia organizada por el Chronic Poverty Research Centre (CPRC) de la Universidad de Manchester sobre “Ten Years of ‘War against Poverty’: What Have We Learned since 2000 and what Should We Do 2010-2020?”, así como la ronda de encuentros de Naciones Unidas para la revisión de los logros en relación con los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), ya marcan la agenda del debate inter-nacional venidero.

4 Si bien hay acuerdo sobre la importancia de las políticas de subsidios condicionados para ayudar a las familias, la cuestión que más ronda el debate es si éstas producen alguna transformación de carácter sostenido

El comienzo de la década pasada (2000-2010) estuvo mar-cado por la consagración de un enfoque de análisis del de-sarrollo centrado en la importancia de la agencia y de las libertades fundamentales de las personas. La asignación del Premio Nobel de Economía a Amartya Sen en 1998 y la publicación de Desarrollo y libertad el año siguiente (Sen 1999) representaron hitos fundamentales para afianzar el planteamiento que respalda la necesidad de una trans-formación en el paradigma dominante del desarrollo, desde la centralidad del crecimiento hasta un enfoque centrado en la persona.5 Si el debate sobre el modelo de desarrollo ha sido relativamente amplio en Colombia, y cuanto menos ha permeado la academia, menos exten-dido ha sido el debate sobre los retos conceptuales de la protección social que se ha concentrado en los aspectos técnicos de la focalización, dejando un vacío en cuanto a la reflexión sobre las cuestiones de fondo.

En su primera parte, el artículo analiza las principales eta-pas en la historia de las ideas sobre los sistemas de protec-ción social. Esta sección se cierra con una reflexión acerca de los retos planteados por la inclusión de las personas y de sus derechos en una política de protección social transfor-mada a la luz de los retos contemporáneos, y de un enfoque de políticas basado en derechos. Este análisis permite una aproximación a la magnitud de los desafíos conceptuales que Colombia enfrenta en cuanto a apertura institucional hacia debates que, si bien posiblemente incómodos desde lo político, resultan impostergables por lo menos académi-camente, y para la construcción de las políticas sociales, pues hacen parte de la contemporaneidad latinoamerica-na del siglo XXI. La segunda parte del trabajo se concentra en el análisis de las limitaciones del enfoque del Manejo Social del Riesgo (MSR). El argumento central en esta sec-ción es que el MSR contiene los elementos filosóficos de los programas de subsidios condicionados, como Familias en Acción (FA). Su papel es central en todos los enfoques de política de protección social oficiales frente a la pobreza y, en particular, la pobreza extrema de nuestra última déca-da. Esta centralidad se encuentra en la raíz de los vacíos conceptuales que caracterizan el proceso de redefinición de la protección social en Colombia frente a los desafíos que plantean las corrientes de pensamiento sobre capacida-des, derechos humanos y derechos al desarrollo e inclusión integral de las familias. La tercera parte analiza, siempre desde un lente conceptual, tres desafíos específicos.

y duradero (CIP-CI 2009; Davies 2009). Este artículo no pretende llevar a cabo una evaluación del cumplimiento de sus metas cuantitativas.

5 El aporte de Ul Haq en esta construcción de un paradigma del desa-rrollo fundamentado en la centralidad de la persona ha sido recono-cido por autoridades en el campo como Gasper.

Desafíos conceptuales para la Política de Protección Social frente a la pobreza en Colombia

Andrea Lampis

Otras Voces

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La protección social para la superación de la pobreza a través de la historia del desarrollo

Un recorrido por las etapas que marcan los cambios de perspectiva en los enfoques dominantes sobre la protec-ción social en los países de África, Asia y América Latina a partir del siglo XX permite identificar dos grandes dile-mas complementarios. El primero concierne a la validez y utilidad del modelo occidental para los países con dife-rentes características históricas, institucionales, políti-cas, económicas, sociales, ambientales y culturales. El segundo, que surge de la persistencia de la pobreza ma-siva, es la ampliación de las brechas de desigualdad y el fracaso del modelo occidental en la promoción del bien-estar material.

Como lo resume eficazmente la Cepal (2006), los retos que implica conjugar un horizonte ético de inclusión universal en los derechos sociales con opciones viables para avanzar hacia el logro de su titularidad en socieda-des caracterizadas por una alta inequidad y escasez re-lativa de recursos se deben a la herencia histórica de la centralidad del desarrollo económico en el modelo polí-tico. Hall y Midgley (2004) argumentan que las concep-ciones de la política social han variado de acuerdo con las prioridades históricas y las ideas dominantes acerca de las causas de los problemas sociales y de lo que se percibió en cada momento como el conjunto de soluciones más apropiadas. Así, en los primeros veinte años del siglo pasado, en el marco de una identificación de la política social aplicada con la intervención gubernamental y la provisión de servicios sociales, el paradigma dominan-te se centraba en una intervención mínima del Estado a favor de las necesidades inmediatas de los pobres y de aquellos en situaciones de privación extrema.

Un primer cambio de época se produce principalmente en la Europa de la segunda posguerra, en razón de la com-binación entre la influencia keynesiana y los avances en temas de derechos humanos impulsados por la reflexión sobre los horrores de la Segunda Guerra Mundial. La Convención de las Naciones Unidas de 1945 hizo énfasis en la necesidad de identificar un abanico comprensi-vo de derechos civiles, políticos, económicos y sociales para todas las personas. Su aceptación como un prin-cipio normativo universal por parte de los gobiernos es uno de los factores históricamente más importantes que conlleva la afirmación del modelo del Welfare State (Esta-do de bienestar). Éste se centró en la intervención de los gobiernos en la financiación de los servicios para la aten-ción en salud, la provisión de vivienda, la ampliación

del acceso a la educación, así como la provisión de ser-vicios y subsidios para quienes estuvieran en condición de desventaja social, los desempleados, los ancianos y la mujer; para esta última, con limitaciones conceptuales que no superaban el horizonte de la función reproducti-va. En la década de los cincuenta, también en los países en vía de desarrollo, la política social presenta la tenden-cia a ser identificada con la intervención directa de los gobiernos en conjunto, con la convicción de que la pla-neación centralizada estimularía la modernización y el crecimiento a través de la industrialización basada en los centros urbanos como generadores de empleo y riqueza. La centralidad del crecimiento económico, acompañada de la idea de la progresiva expansión de sus beneficios a la mayoría de la población, lleva a considerar el gasto social como algo no prioritario, y a la afirmación de un enfoque residual acerca del bienestar social. Este modelo mostró sus limitaciones al no lograr la mejora de los estándares de vida y del bienestar material, debido a una implemen-tación caracterizada por bajas coberturas, inversión pun-tual y ausencia de una planeación orientada a la solución de los problemas a escala nacional. En particular, hizo que se hicieran evidentes las graves limitaciones presen-tadas por un enfoque caracterizado por intervenciones cuyo alcance no superó la escala local, la puntualidad temporal y la limitación en la cobertura espacial y, por ende, poblacional.

La necesidad de responder a esta creciente demanda de servicios llevó a otro cambio de enfoque, conocido como “incremental”, basado en la ampliación progresiva de los servicios y marcado por acciones sujetas a los intereses de tipo electoral de los gobernantes. En los años ochenta, el modelo del Welfare State se enfrentó al ataque cruzado de la Nueva Derecha, inspirada en los planteamientos de Friedman y Freidman (1980). La viabilidad financiera del Welfare State y sus contradicciones internas respecto al fo-mento de una subclase dependiente de los subsidios y be-neficios estatales encontraron un terreno político fértil en los grupos económicos fortalecidos por la revolución tecnológica e informática, piezas éstas de importancia fundamental para menguar el poder de los sindicatos en el marco de los procesos de contratación política. La ideo-logía del libre mercado se trasladó a los países en vía de desarrollo bajo el Consenso de Washington, fijándose así las medidas necesarias para levantar a esas economías de la crisis de la deuda: fuerte reducción del rol del Es-tado, en aras de crear los incentivos para la inversión ex-tranjera y la exportación. La respuesta al impacto social generado por estas medidas en cuanto a la declinación de los indicadores sociales (Cornia, Jolly y Stewart 1987) ha sido una profundización del enfoque minimalista

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de la asistencia social por medio de safety nets, tanto en el mundo (World Bank 2000) como en Colombia (World Bank 2002), cuyo principal problema ha sido el de dejar inalterados los graves problemas sociales relacionados con la seguridad humana, la desigualdad de oportuni-dades y medios, y el acceso a la calidad de vida para la mayoría de los grupos sociales.

El reto de la inclusión: protección y derechos en las políticas sociales

Transcurridos once años del nuevo milenio, el debate sobre la protección social tiene un horizonte de más am-plio alcance que a lo largo de toda la historia del desarro-llo y trasciende las fronteras de los debates sectoriales y temáticos sobre gasto social, seguridad social, pobreza, y la factibilidad de su conjugación con el crecimiento económico, que han caracterizado las décadas entre los setenta y los noventa. Sin embargo, si bien en el país se ha hecho presente un núcleo de reflexión acerca de las implicaciones de las políticas sociales de enfrentamiento y no sólo de manejo (gestión) social del riesgo (Misión So-cial 2002) en relación con la calidad de vida y el desarrollo humano,6 este conjunto de aportes no ha logrado posicio-narse como uno de los ejes centrales del marco concep-tual sobre el cual reposa la reformulación de la protección social en el país. Ésta sigue supeditada a los temas de la focalización del gasto social, de la regulación tributaria y de la eficiencia económica, así la Constitución de 1991 haya consagrado un Estado Social de Derecho.

Parecería que para la institucionalidad del país no hubie-se existido nunca el telón de fondo contra el cual se perfi-la la reflexión contemporánea acerca de las implicaciones del proceso de globalización y el futuro de la protección social. Los planteamientos de Beck (1992) acerca de la so-ciedad del riesgo, la pérdida de las viejas seguridades y certezas relacionadas con la afirmación de la nueva eco-nomía y de la sociedad red (Castells 1997), así como los procesos históricos que, como el ajuste estructural (Ahu-

6 Entre los aportes más destacados en esta dirección cabe resaltar los siguientes: la labor del Centro de Investigación sobre Desarrollo (CID) de la Universidad Nacional; del Programa Nacional para el Desarrollo Humano (PNDH) en el Departamento Nacional de Planeación (DNP); las investigaciones del Programa de las Naciones Unidas para el De-sarrollo (PNUD), así como las de la Contraloría General de la Nación y de autores como Luis Jorge Garay y Jorge Iván González, entre otros; en ámbitos regionales y urbanos, los trabajos de los Informes Regio-nales sobre Desarrollo Humano y el trabajo mismo del Informe sobre Desarrollo Humano de Bogotá y, finalmente la apertura reciente de un espacio para esta reflexión en el Cider de la Universidad de los An-des por los colegas Mauricio Uribe y Andrés Hernández.

mada 1996), generan una nueva división internacional del trabajo (Leimgruber 2004) y una profunda reforma de las estructuras estatales, son los convidados de piedra a un banquete donde las preocupaciones políticas rela-cionadas con la muestra de cobertura y las financieras centradas en mostrar inversión y garantizar equilibrios macroeconómicos (Salama 2006) cumplen el papel de in-vitados de honor. Es así que termina simplemente por no darse en el país un debate amplio, donde, por un lado, se podría discutir la finalidad del desarrollo y, por el otro, la utilidad de largo plazo de una concepción de corto alcan-ce sobre la protección social centrada en la asistencia y el aseguramiento. El reporte de las Naciones Unidas sobre la Situación Social Mundial de 2010 afirma que la creación de trabajo productivo y decente ha fracasado en recibir la atención merecida, mientras que la erosión de los están-dares laborales en el marco de los programas de liberali-zación económica ha sido perdonada y hasta promovida en nombre de un supuesto: que el crecimiento económico generaría más empleo, y, mientras tanto, los mercados de trabajo quedarían flexibles (United Nations 2009, 4-5).

Se esquiva el tema de una protección social transforma-dora en cuanto a poder de acumulación de activos y re-cursos para la libertad de elección en la vida de todas las personas, de garantía de derechos mínimos y de largo al-cance en cuanto a reflexión sobre lo colectivo. Allí donde se une la perspectiva que considera la redistribución de las oportunidades y de la riqueza podría hacerse hincapié en el papel de los actores institucionales y del mercado en la generación de bienes, servicios y derechos colecti-vos como centros gravitacionales de un sistema posible y, por cierto, todavía en construcción, pero el impulso se convierte en letra muerta antes de nacer frente a plan-teamientos tales como los del Plan Nacional de Desarro-llo (PND) 2010-2014, donde el alcance de la lucha contra la pobreza extrema es la graduación de 350.000 familias. Metas que se acoplan mal a unos horizontes que, hace escasamente tres años, seguían siendo mucho más am-biciosos, con cifras de 1,5 millones de familias que –se anunciaba– ya iban para su “graduación” de la pobreza extrema (Rentería 2008). Frente a los aproximadamente ocho millones de pobres extremos, la meta de 350.000 familias, si bien por supuesto deseable, es insuficiente y poco creíble ante la ausencia de criterios claros para determinar la así definida graduación, que sigue sin tener ningún parámetro, ni un umbral, ni una metodo-logía precisa para su logro;7 o ante la ausencia de trans-

7 El Plan Nacional de Desarrollo, en el Anexo IV.B.1-5, en la página 45, especifica: “Se entiende por familias graduadas aquellas que cum-plan con las condiciones de salida que se implementarán en la Red de

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formaciones socioeconómicas profundas como las que devolverían a las personas la oportunidad de ver garanti-zados derechos relacionados con el trabajo, la educación y la salud. Hasta en el último PND del presidente Santos, la tensión entre un paradigma fundamentado en la ética y centrado en el interrogante acerca de los derechos de agencia –en aras de lograr un mayor bienestar y, por lo tanto, la centralidad del ser humano y de la persona– no se disuelve sino que se fortalece, de cara al fuerte énfa-sis en los negocios, en la productividad de las empresas y la competitividad. Los derechos de las personas siguen desafortunadamente un camino de pequeños pasos en los country clubs y en los eventos presenciados por las primeras damas, mientras el paradigma basado en la primacía de lo macroeconómico, la estabilidad y el creci-miento sigue metafóricamente pavoneándose en las ave-nidas principales tras la contundente certeza de más de un 40% del país en condición (oficial) de pobreza (Mesep 2009).8 Más allá de esta breve concesión a la ironía y al sarcasmo, el punto es que la respuesta de cada paradig-ma es el reflejo de una postura más profunda acerca del carácter de la sociedad deseada para el futuro y de los principios que deben regir en el modelo de desarrollo al cual responderán las próximas décadas. El problema de la seguridad social, una vez enmarcado dentro del pro-blema de más largo alcance de una vida segura y con protección, se vuelve una cuestión que concierne el campo del derecho al desarrollo y de la relación entre los derechos humanos, políticos y civiles, por un lado, y los derechos sociales, por el otro.

Como tuve la oportunidad de señalar recientemente, si bien los derechos son el fruto de un acuerdo colectivo y no el fruto de la naturaleza humana, políticamen-te, ya desde los tiempos de Kant, Locke y Rousseau, la reflexión sobre los derechos fundamentales se ha cen-trado en un núcleo interrelacionado que abarca el dere-cho a la vida, la libertad y la propiedad de los medios de sustento. “Estos tres derechos se retroalimentan mu-tuamente: no hay libertad sin tener medios de susten-tos propios, no existe una verdadera vida sin el derecho a ser uno mismo y, obviamente, no existen medios si uno no está vivo y libre de utilizarlos” (Lampis 2009, 56). La existencia de sistemas sociales en los cuales algunos

la Superación para la Pobreza Extrema. Por cumplir las condiciones de salida se entiende que las familias dejan de ser pobres extremas según un conjunto de indicadores de pobreza. La graduación no ne-cesariamente implica salir de los programas sociales de los que son afiliados las familias de la Red”.

8 Mesep: Misión para el Empalme de las Series de Empleo, Pobreza y Desigualdad.

reciben servicios sociales pero no pueden tener acceso a las mismas oportunidades de quienes no necesitan estos servicios es ya de por sí una forma grave de exclu-sión del goce de estos derechos. Como lo ha planteado Sen (2000), el análisis de la dinámica de la exclusión social agrega valor a nuestra comprensión de las diná-micas sociales más allá de la perspectiva de la priva-ción de capacidades, tan sólo cuando se consideran los procesos que involucran a unos excluidos y unos exclu-yentes, es decir, el tema del poder y del control que los grupos sociales tienen sobre los recursos y los accesos a los mismos. La exclusión social mirada en estos tér-minos relativos, es decir, dentro de una sociedad dada, y en términos relacionales, o sea, en cuanto a quién controla y decide sobre el acceso a los recursos y, por ende, determina diferentes grados de ciudadanía, es útil para plantear el tema en cuanto al acceso a los derechos sociales, así como de inclusión vs. exclusión de su disfrute. Si bien América Latina ha progresado en la ampliación de la ciudadanía en el campo de los derechos políticos y civiles, se encuentra atrasada en cuanto a la garantía de un acceso generalizado a los derechos sociales y económicos, como lo demuestran los altos niveles de desigualdad y polarización de los recursos, la riqueza y el poder.

Derechos y protección social

El enfoque emergente de inclusión de los derechos humanos en el desarrollo tiene múltiples orígenes y, al mismo tiempo –como recuerda Moser (2005a)–, una historia que, progresivamente, promulga la am-pliación y el fortalecimiento del marco legal interna-cional sobre derechos humanos, a través de hitos como el de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y la Convención de Viena de 1993; los debates y las batallas librados por las ONG, y, finalmente, el posicionamiento por parte de la ciencia política de una comprensión histórica de la evolución del individuo frente al Estado desde el clientelismo hasta la ciudada-nía, proceso del cual se desprenden tres grandes princi-pios, como indican Moser y Norton (2001), por un lado, y Gready (2008), por el otro:

• Las personas son ciudadanos con derechos (a las rea-lizaciones y a la ampliación de sus capacidades) y no simplemente beneficiarios con necesidades.

• Los Estados, debido a sus obligaciones con los ciuda-danos, cumplen un papel esencial en una visión del desarrollo centrada en los derechos.

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• La participación de las personas y de los grupos sin poder o con poco poder de vocería política es un ele-mento fundamental tanto del modelo democrático como de un desarrollo centrado en los derechos y en la ciudadanía social.

Este nuevo planteamiento debe mucho al posiciona-miento del enfoque sobre desarrollo humano (UNDP 1990), en una primera instancia, y, una década más tarde (UNDP 2000), al avance conceptual en la elabora-ción de la relación entre derechos humanos y desarrollo. El rol de Sen en la identificación de la relación entre po-breza y derechos humanos tiene un papel clave, como lo indica Moser, en cuanto

[…] su marco conceptual sobre la relevancia de los derechos humanos frente al problema de la pobreza resalta la importancia de la libertad y de los derechos humanos para el desarrollo. A través de la incorpo-ración de los conceptos de titulaciones, capacidades, oportunidades, libertades y derechos individuales en el marco del análisis de la pobreza, Sen desafía la idea de la irrelevancia de las libertades funda-mentales y de los derechos humanos frente el tema de la pobreza. Puesto que el bienestar involucra una vida que incluye las libertades básicas, el desarrollo humano se encuentra integralmente conectado con la ampliación de ciertas capacidades, definidas como el conjunto de las cosas que las personas pueden hacer y ser a lo largo de la vida (Moser 2005a, 35).

El enfoque del manejo social del riesgo y el Posconsenso de WashingtonEl MSR plantea que los pobres se encuentran expuestos a un abanico amplio de riesgos y que las economías de los países en vía de desarrollo “tienen escasos recursos públi-cos y es poco lo que pueden gastar en proveer seguridad de ingreso a su población” (Holzmann y Jorgensen 2000, 3).

Con base en este planteamiento, el MSR identifica cuatro problemas centrales:

• La definición tradicional de protección social, basa-da excesivamente en el rol del sector público.

• La conceptualización de protección social basada en gastos y costos netos, que pasaría por alto los poten-ciales beneficios económicos del desarrollo.

• La clasificación sectorial de los programas de protec-ción social, que esconde lo que tienen en común.

• El pensamiento tradicional proporciona escasa orientación estratégica sobre una reducción efectiva de la pobreza que trascienda las exaltaciones genera-les de no olvidar a los pobres que no pueden partici-par en un proceso de crecimiento con uso intensivo de mano de obra.

Empezando por el cuarto punto, a propósito de exaltacio-nes, vale quizá la pena recordar el epígrafe que aparece al comienzo del documento de presentación del MSR:

La idea revolucionaria que define la frontera entre la era moderna y el pasado es el dominio del riesgo: la noción de que el futuro es más que un capricho divino y que los hombres y mujeres no son inermes frente a la naturaleza.9

La afirmación de la excesiva presencia del sector público en el ámbito de la protección social tiene una objeción de relieve. La provisión de bienes colectivos difícilmen-te puede escapar de una confrontación con el tema de su provisión pública, como ha sido debatido, por ejemplo, por Losada (1999), siendo además un tema ampliamente discutido en la ciencia política y la administración. La idea fundamental del MSR es que

Todas las personas, hogares y comunidades son vul-nerables a múltiples riesgos de diferentes orígenes, ya sean éstos naturales (terremotos, inundaciones y enfermedades) o producidos por el hombre (desem-pleo, deterioro ambiental y guerra). Estos eventos afectan a las personas, comunidades y regiones de una manera impredecible o no se pueden evitar, y, por lo tanto, generan y profundizan la pobreza (Holzmann y Jorgensen 2000, 4).

Muchas son las observaciones que se podrían hacer fren-te a las numerosas simplificaciones contenidas en este planteamiento en relación con la reducción de procesos sociológicos e históricos complejos. Por ejemplo, como señaló Lo Vuelo, para el Banco Mundial, en consonancia con la incapacidad de las personas para volverse empren-dedoras y alejarse de su aversión al riesgo, “la informa-lidad en la región se explicaría por la ‘miopía’ de los trabajadores acerca de los beneficios del aseguramiento

9 Frase de Bernstein (1996), “Against the Gods – The Remarkable Story of Risk”, citado en Holzmann y Jorgensen (2000, 2).

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y por la ineficacia de los esquemas de seguros sociales vi-gentes” (Lo Vuelo 2006, 698). Sin embargo, por razones de espacio, dos simples anotaciones pueden ser suficien-tes para resaltar cuál es la consistencia analítica sobre la que se fundamenta un marco conceptual que sigue sien-do la base teórica para la reforma de la protección social, y, también, para las oportunidades de amplios grupos sociales. Es falsa la afirmación según la cual todos están expuestos a los riesgos y todos son vulnerables de manera comparable, aunque más adelante los autores sí aclaran que los pobres tienen menos capacidad de enfrentarlos, debido a su escaso acceso a los activos. La literatura sobre desarrollo social y desastres naturales ha demostrado con datos a la mano que la magnitud de los impactos de los desastres naturales depende de procesos sociales de ex-clusión que ejercen presiones determinadas por factores que tienen “nombre y apellido” –como la desigualdad de ingreso, los procesos forzados de migración y desplaza-miento, los costos exorbitantes para la consecución de vivienda digna y los intereses económicos, que cumplen un papel central en la construcción de infraestructura, como diques, canales, etc.–, y que, por lo tanto, el de-sastre y el riesgo no son factores que están allá, flotando en la realidad social y amenazando a los desafortunados, sino que son construidos socialmente y determinados políticamente (Wisner et al. 2006).

En segundo lugar, ni las enfermedades son sólo eventos naturales ni el desempleo y la guerra son acontecimien-tos que pueden definirse como inevitables. Este tipo de afirmaciones se suelen definir como una simplificación de la realidad, en aras de afirmar verdades que sirven al propósito de sustentar el argumento que se quiere afianzar. Si el MSR tuviera en consideración, por un lado, los procesos históricos y sociales de determinación de la vulnerabilidad y, por el otro, incluyera la conside-ración de las diferentes dotaciones y titulaciones (Sen 1981) que exponen a los individuos, hogares y comuni-dades a situaciones críticas como hambrunas y demás desastres naturales y sociales, debería reformular lo que define la idea fundamental: la existencia del riesgo como algo separado de los procesos que lo determinan. El MSR es una pieza fundamental del cambio de estrate-gia del Banco Mundial desde la famosa estrategia de las “dos piernas y media” del Consenso de Washington (cre-cimiento basado en el uso intensivo de mano de obra, capital humano y redes de asistencia social para los más pobres) hacia el planteamiento de la igual importancia en la estrategia de las “tres piernas” del Posconsenso de Washington (oportunidad, empoderamiento y se-guridad) que marca las estrategias del Banco Mundial sobre protección social en sus informes sobre desarro-

llo de 1990 y 2000. Una vez analizadas las premisas del MSR, la siguiente sección se concentra en el análisis de sus mayores limitaciones en cuanto a sus plantea-mientos conceptuales, la concepción que resulta de la persona, y algunas limitaciones técnicas de particular relevancia operativa.

La crítica al enfoque del manejo social del riesgo

El enfoque del MSR presenta una serie de limitaciones que han sido criticadas de manera significativa en el marco de la literatura internacional. Esta crítica ha te-nido poca resonancia en Colombia. El primer objetivo de este apartado es la reseña de las limitaciones del MSR, y el segundo, la identificación de áreas y temas donde lo planteado por el MSR puede y debería ser ampliado, revi-sado o corregido, tanto a la luz de los aportes de la litera-tura como de los insumos de esta investigación.

Limitaciones conceptuales

Las limitaciones conceptuales del enfoque del MSR pueden ser divididas analíticamente en las que se relacionan, por un lado, con la concepción utilitarista y materialista del bienestar y, como consecuencia, con la concepción mone-taria de la pobreza, y, por el otro, con la idea de la persona como cliente de servicios, que los necesita por alguna in-capacidad o exposición a algún tipo de riesgo, y no como sujeto de derechos.

Enfoque monetario sobre pobreza y protección socialLa primera línea de crítica al enfoque del MSR es de ca-rácter conceptual. Como subrayan Hubbard (2001) y Moser (2001), la omisión del debate sobre las dimensio-nes no monetarias de la pobreza es un primer punto de debilidad, puesto que el tema de la multidimensionali-dad de la pobreza, más allá del trabajo de Sen mismo, representa una tradición establecida, y sus insumos no pueden ser ignorados; en particular, la no centralidad del ingreso en la construcción de los medios de vida fren-te al aporte de un abanico amplio de activos y capitales, entre los cuales la acción institucional (Moser 2005b) va obteniendo un grado de ciudadanía siempre mayor en el debate internacional sobre desarrollo. Entre los insumos más relevantes de la tradición sobre desarrollo social, y sobre las dimensiones éticas, normativas y sociales de la

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economía, cabe destacar la importancia de las políticas macroeconómicas y, en particular, de la manera como las instituciones pueden operar en pro o en contra de los pobres a través de estas políticas; un planteamiento que permite construir el puente analítico con el proble-ma de la relación existente entre la pobreza y el respeto y el cumplimiento de los derechos humanos, políticos, civiles y sociales (Cepal 2006). A pesar de la relevancia académica de los aportes de estas tradiciones en cuanto a multicausalidad y multidimensionalidad de la pobreza y de sus dinámicas, en el terreno de la caracterización de los pobres y de la vulnerabilidad, el MSR opera una ta-jante simplificación cuando –como en el comienzo de los artículos de Holzmann y Jorgensen (1999; 2000– justifica su razón de ser con base en el argumento según el cual diferentes grupos sociales presentan comportamientos más o menos exitosos frente al riesgo.

Es decir, frente al reconocimiento del hecho de que vivi-mos en una época de globalización y ampliación de los riesgos, el MSR argumenta que algunos tienen mayores oportunidades y ganancias, mientras que otros encuen-tran dificultades crecientes y una disminución de sus oportunidades, finalmente resultando más vulnerables y sujetos a mayores impactos de tipo negativo. El con-texto socioeconómico y el efecto de las políticas sobre las personas no pueden ser ignorados. Así, las diferentes do-taciones, capacidades y libertades de cada persona deben ser consideradas en el momento de plantear un discurso sobre el riesgo, porque el riesgo no se da en el vacío, no es algo que se pueda manejar con modelos abstractos, sino que es una función de un alto número de variables que in-fluyen en la capacidad de las personas para enfrentarlo. Sin embargo, el MSR define la protección social como la intervención pública para asistir a los individuos, los hogares y las comunidades en el manejo exitoso de los riesgos relacionados con el ingreso.10 Planteamiento central que, más allá de la retórica sobre el gran esce-nario de la globalización, sus riesgos y oportunidades, reduce finalmente los riesgos relacionados con la po-breza a un problema de ingreso y nos devuelve, una vez más, a un enfoque de análisis de la pobreza centrado en sus aspectos monetarios. Cabe precisar que existen otros espacios en el marco de los cuales la discusión sobre el bienestar y la pobreza claramente trasciende la dimen-sión del ingreso; por ejemplo, el espacio de las libertades y de las capacidades desde el cual se desprenden defini-

10 Desde el original de Holzmann y Jorgensen, que afirman que “Social Protection (SP) consists of public intervention to assist individu-als, households and communities in better managing income risk” (Holzmann y Jorgensen 1999, 4).

ciones de protección social igualmente válidas pero no contempladas por el enfoque del MSR, ni hasta ahora llevadas a los foros del debate con los que cuenta el país. Entre éstas, podemos recordar la que plantea Barrientos, director del programa de investigación sobre pobreza cró-nica del Institute of Development Studies (IDS) de Sus-sex, en Inglaterra, según el cual, la protección social se puede definir como el marco de las intervenciones desde el sector público, el sector privado, las organizaciones de voluntariado y las redes sociales, en aras de ofrecer apoyo a las comunidades, las familias y los individuos en sus esfuerzos para prevenir, manejar y sobrepasar niveles de vulnerabilidad, riesgo y privación que se consideran socialmente inaceptables dentro de una sociedad dada (Barrientos 2006).

Las personas como clientes necesitados y no como ciudadanos con derechosEntre los desafíos planteados en el marco del MSR no en-cuentran cabida los temas que relacionan los derechos sociales con la exclusión social y, por extensión –según lo planteado en el marco conceptual de este artículo, con base en el respaldo de los aportes de la literatura interna-cional–, un conjunto de temas que resultan fundamen-tales para la discusión acerca de una ciudadanía plena fundamentada en los derechos.

Como lo ha señalado Garay, “el reto de la sociedad colom-biana reside, quizás, en avanzar decididamente en la in-clusión social de gran parte de la población que hoy se encuentra al margen de progresos esenciales alcanzados por la humanidad” (Garay 2002, xiii). Este planteamien-to resulta oportuno para introducir tanto el discurso sobre las limitaciones técnicas del MSR como el análisis de los planteamientos que en ese mismo marco se han inspirado en el país.

Limitaciones técnicas del MSR

El MSR ha sido criticado también desde el punto de vista de su definición y operación de los mismos conceptos que plantea, conformándose así un conjunto de argumentos que representan la segunda línea de análisis crítico sobre este enfoque. La literatura reconoce a favor del MSR la in-clusión de la fundamental diferenciación entre la pobre-za como un concepto estático y la vulnerabilidad como una dinámica, así como la diferenciación entre la expo-sición al riesgo y la vulnerabilidad como la probabilidad de una declinación en el nivel de bienestar. Sin embargo, las críticas superan las apreciaciones de carácter general.

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Moser (2001), entre otros, ha logrado sintetizar los pun-tos más críticos del MSR con gran efectividad articulando su discurso alrededor de tres puntos centrales.

La primera objeción planteada por Moser al MSR concier-ne a la diferenciación entre riesgo idiosincrásico y cova-riante, que es central en el marco del MSR, para luego buscar una aplicación concreta en el ámbito de las políti-cas aplicadas. Moser subraya el hecho de que:

a. La mayoría de los riesgos covariantes son también idiosincrásicos, y que, tanto conceptual como meto-dológicamente, la categorización es incorrecta.

b. Las dos categorías no siempre resultan ser interna-mente consistentes; muchos de los riesgos que con-ciernen a la salud, el ingreso o la vivienda pueden encontrarse bajo una categoría, así como en relación con la otra categoría; estos riesgos tienen una doble faceta y es necesario entrar cada vez a estudiar sus peculiaridades.

c. La tipología de riesgo presentada por el MSR se de-riva principalmente de análisis realizados en Asia y África, en especial en el ámbito rural, y, por lo tanto, hace caso omiso no sólo de Latinoamérica y de otras realidades geográficas, sino, sobre todo, del proble-ma representado por la pobreza urbana, con sus pe-culiaridades y especificidades.

De una manera bastante explícita, la autora argumen-ta que el MSR se basa, por lo tanto, en la especulación y carece gravemente del necesario soporte de un trabajo empírico que respalde el ejercicio conceptual.

Un segundo punto crítico del MSR es la falta de consis-tencia entre las tipologías de riesgo y el correspondiente marco de gestión de riesgo propuesto. Es el caso de la vio-lencia doméstica, que, por un lado, se incluye dentro de las categorías de riesgo idiosincrásico pero, por el otro, no encuentra ninguna estrategia sugerida en el marco de manejo del riesgo.

Limitaciones acerca de la comprensión de las dinámicas de la pobreza y del riesgo

Los pobres manejan el riesgo bajo otras racionalidades, determinadas por la búsqueda de seguridad y de viabi-lidad de sus medios de vida, además de estar equipados

con menores oportunidades frente a quienes pueden contar con seguros y medios de vida sostenibles, o que disfrutan de una calidad de vida de niveles medianos o altos en un número amplio de dimensiones de la vida misma (Lampis 2010). El enfoque del MSR ignora las es-trategias de los pobres; considera, por ejemplo, el hecho de poner los ahorros en un fondo de taxistas –por tomar un ejemplo desde nuestras realidades urbanas– como una acción sustancialmente irracional, sin criterio, des-tinada al fracaso y, finalmente, inútil. Ni siquiera se plantea el problema de que los pobres no tienen acceso a cuentas bancarias y, más en general, a un sistema de soporte bancario y financiero viable para ellos. Como de-muestra la tradición de estudios sobre los medios de vida (livelihoods), en particular, el estudio de Ellis (1998) sobre la diversificación de las estrategias económicas de los pobres, el argumento de la aversión al riesgo necesita, primero que todo, ser contrastado frente a la evidencia empírica y, segundo, reconsiderado en relación con el contexto en el cual son analizados tanto el riesgo como el comportamiento de las personas frente a éste.

En el primer caso, tanto en el análisis de Ellis (1998) como en la tradición de estudios sobre vulnerabilidad y dinámica de la pobreza, la evidencia empírica nos indica lo contrario de lo afirmado por la tradición eco-nómica de corte utilitarista. Los pobres son sujetos muy activos frente al riesgo, diversifican su portafolio de ac-tivos y buscan garantizar la sostenibilidad de sus medios de vida a través de la diferenciación de las fuentes de ge-neración de ingreso.

La seguridad, y no el manejo del riesgo, es, justamente, su objetivo en cuanto a estrategias de generación de me-dios de vida. El riesgo no es una condición ideal de vida, una perspectiva deseable para nadie, como nos quiere convencer el enfoque del MSR. El riesgo es una perspec-tiva interesante cuando se tienen las dotaciones y los medios para enfrentarlo de manera calculada, y el dis-curso sobre el riesgo no aplica en el ámbito de la discu-sión sobre pobreza y protección social, a menos que no se entren a discutir de manera paralela los dilemas que enfrenta el país en cuanto a equidad, acceso a las dota-ciones iniciales y redistribución.

El dilema de fondo que enfrenta el país es bien repre-sentado por Barrientos, Hall y Midgley (2004), Hulme y Shepherd (2005), Kanbur (2001), y Kanji y Barrien-tos (2002): el punto central del debate concierne a la posibilidad de realizar la conexión entre el debate sobre las política de protección social y el debate más amplio sobre la política social como un instrumento

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de transformación de las relaciones, de generación de equidad y de redistribución de recursos dentro de la sociedad(Townsend y Gordon 2002).

El Posconsenso de Washington no supera estas limitacio-nes centrales, como expresan tanto el informe del Banco Mundial del año 2000 –“atacar la pobreza”– como el enfoque del MSR. Si bien reconocen la importancia de proteger la salud y la educación, no abordan el punto central del debate acerca de las diferencias que las personas y las familias tie-nen en el acceso a los capitales y a los activos, y, finalmen-te, reducen el alcance de la política a una red de asistencia social, asumiendo que unos pocos subsidios condicionales, de limitada cobertura, además, pueden constituir una pro-mesa para la superación de la pobreza.

Protección social en Colombia: desafíos inacabados

Como bien lo recopilan Arévalo (2006) y Rodríguez Sala-zar (2006), el país presenta una larga historia de cons-trucción de su acercamiento a la protección social. Una historia que –inspirada en los sistemas de protección social de origen bismarckiano de Alemania, centrados en la relación entre actividad laboral y aporte a los segu-ros corporativos– ve en Colombia hitos como la Caja de Sueldos de las Fuerzas Militares en 1925 o, más adelante, en 1942, el nacimiento de la primera caja de compensa-ción. En 1962, las cajas recibieron del Gobierno Nacional la autorización para destinar recursos a obras sociales particulares; a finales de la misma década nació el Ins-tituto Colombiano de Bienestar Familiar, creado por la Ley 75 de 1968, reorganizado conforme a lo dispuesto por la Ley 7ª de 1979 y su Decreto Reglamentario 2388 de 1979. Sin embargo, a finales de los años noventa, en pa-ralelo a la grave crisis económica que afectaba el país, el desarrollo endógeno de un modelo de protección social para los pobres fue, en la práctica, detenido y desechado por la intervención del Banco Mundial, en el marco de un proceso más amplio de transformación de la protec-ción social. Éste, como subrayan Sánchez Cárcamo et al. (2010), implica que, desde un modelo de protección fun-damentado en la acción estatal, se pase a otro basado en sistemas mixtos de protección social, centrales de riesgo, fondos privados de pensiones y entidades prestadoras de servicios en salud que apoyan la labor del Estado. En lo que concierne a la protección social frente a la pobreza y, sobre todo, la pobreza extrema, el MSR es adoptado en Colombia como marco de referencia para la reforma del sistema de protección social del país, después de la mi-

sión del Banco Mundial de comienzos de la década, que lleva a la publicación del informe de dicho banco sobre Colombia en 2002 (World Bank 2002). En el país, el tra-bajo sobre pobreza, asistencia social y protección social ha sido desarrollado principalmente por Núñez, con la colaboración de Espinosa. Ellos argumentan que “la asis-tencia social se define como los beneficios monetarios financiados por el Estado para evitar que los pobres recu-rran a estrategias nocivas como respuesta a los choques, tales como reducir el consumo de alimentos o retirar a sus hijos de la escuela” (Núñez y Espinosa 2005, 51). En esta definición, de manera análoga a lo planteado por el enfoque del MSR, se destaca una concepción de la pro-tección social restringida al ingreso y a las dimensiones monetarias de la pobreza y de la asistencia social. En el ámbito de las definiciones de la relación entre pobreza y vulnerabilidad, el trabajo de Núñez y Espinosa pre-senta el mismo problema señalado por Hubbard (2001) y Moser (2001) acerca del enfoque del manejo social del riesgo: pasa por alto el debate de los años noventa sobre las dimensiones no monetarias de la pobreza, y, en el caso particular de Colombia, la literatura sobre vulne-rabilidad (Lampis 2007) y, en parte, la que se ocupa de la manera como las familias enfrentan el riesgo (Misión Social 2002).

Además del desafío conceptual representado por la in-clusión en su reflexión de una preocupación transfor-madora de la sociedad y de las estructuras y arreglos institucionales y económicos que impiden el disfrute amplio de los derechos económicos, sociales y cultu-rales, la nueva conceptualización de protección social posterior al año 2001 enfrenta otros dos desafíos. Hoy en día, una visión de políticas de superación de la pobreza con base en la gestión social del riesgo y la utilización de subsidios monetarios condicionados enfrenta dos gran-des debates: la inefectividad y relativa ineficiencia de un sistema basado en subsidios que requieren un alto nivel de gasto para su focalización, y la inefectividad en la re-solución del problema de una política integral de inclu-sión social de las familias.

Como lo han señalado Slater y Farrington (2009), la buena focalización no se da gratis. En otras palabras, los problemas relacionados con la disponibilidad de recursos financieros, la capacidad institucional y el control de la población que ingresa al sistema pueden significar cos-tos enormes cuya oportunidad debe ser continuamente revaluada frente a las ventajas ofrecidas por programas de corte universal, en cuanto a la posibilidad de gastar en los servicios y en el bienestar de las personas, y no basa-dos en un control a menudo casi policiaco sobre el nivel de

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una variable u otra. Los estudios nacionales (Villa 2008) concuerdan en el hecho que programas como Familias en Acción (FA) tienen un efecto positivo sobre los beneficia-rios. Sin embargo, estos efectos ni son transformadores, ni se tiene la garantía de su sostenibilidad a lo largo del tiempo porque no modifican la dinámica de acceso a los activos, capitales y recursos por parte de las familias. En un país con un índice de Gini que no ha bajado de los 50 puntos en los últimos 20 años, es importante empezar a decir con coraje que una mejora del 15-20% en asistencia escolar o en consumo de bienes y alimentos no son metas respetables, en el sentido de la transformación de una sociedad y de los “sueños” de los cuales se suelen relle-nar las páginas del Plan Nacional de Desarrollo. Como lo señala Rico de Alonso (2007), uno de los nudos de la cues-tión está, posiblemente, en la ausencia de una política integral para el bienestar de las familias. Su cuidadosa revisión de las políticas de “Haz paz: la paz empieza por casa”; desplazamiento forzado y reforma laboral, la lleva a concluir que en Colombia no se cuenta con una concep-ción integral de la familia como grupo social básico, ni de los requerimientos de bienestar de la unidad y de sus integrantes. Esto pese al reconocimiento del papel de la política familiar como parte integral de las políticas so-ciales. “La atención a los requerimientos de la familia se halla fragmentada en acciones orientadas a grupos po-blacionales considerados como categorías de individuos: mujer, infancia, juventud, ancianos, descapacitados” (Rico de Alonso 2007, 393), dejando así de lado la concep-ción integral de la relación entre individuo, sociedad y dinámicas macrosociales y macroeconómicas, un lunar importante del actual PND.

Sin embargo, esta literatura nacional sí hace uso de los conceptos empleados por la tradición de estudios sobre dinámica de la pobreza y vulnerabilidad, cuando afirma que la pobreza no es un concepto estático, ideas expresa-das por Chambers (1989) y Moser (1996), así como el hecho de que la dinámica de la pobreza “está influenciada tanto por los choques como por la disponibilidad de instrumen-tos para enfrentarlos” (Núñez y Espinosa 2005, 8), donde se pasa por alto el debate sobre pobreza y activos (Moser 1996 y 1998; Carter y Barrett 2005). La definición de vul-nerabilidad como la probabilidad de ser pobre en el futu-ro tiene dos limitaciones principales. Está circunscrita a una idea del bienestar como bienestar material y no contempla, como demuestra la literatura internacional sobre el tema y reconfirman recientes estudios naciona-les (Lampis 2010), que la vulnerabilidad, al igual que la pobreza, es multidimensional, en cuanto las situaciones críticas y la posibilidad de caer en una condición de pobre-za o de verla magnificada pueden originarse en el ámbito

de la salud, por los fallecimientos y el cambio de la estruc-tura del hogar, por la inversión en activos y capacidades, y, en definitiva, seguramente también por pérdidas del ingreso o de la capacidad de generarlo.

¿Libertad para lograr capacidades sin libertad desde la inseguridad? La conexión oculta

Un desafío final que enfrenta la protección social para la superación de la pobreza en Colombia es lograr pregun-tarse: ¿Qué cosa impide a las personas el logro de las li-bertades instrumentales? ¿Cuáles dinámicas mueven las causas de los eventos de vida críticos que operan en los niveles micro y meso? La dinámica de la vulnerabilidad a través de la relación temporal entre eventos y conse-cuencias que implican la pérdida de activos materiales e inmateriales se constituye en un elemento fundamental para comprender las fallas en el logro de mayor bienes-tar a lo largo del ciclo de vida y, por ende, las pérdidas en seguridad y autonomía de las personas. Necesitamos una comprensión científica más precisa de los procesos que generan las libertades negativas (Lampis 2010). Para poder desenredar la conexión entre libertades positivas y negativas es preciso referirse aquí a la distinción hecha recientemente por Wood entre los conceptos de freedom to y freedom from, que he traducido como “libertad para” y “li-bertad desde”, una relación que considero prometedora para conectar el enfoque de vulnerabilidad (del cual me he ocupado en la última década) con el enfoque de capa-cidades, mostrando que la dinámica de la vulnerabilidad y su análisis pueden ser un instrumento poderoso para comprender cómo se generan las libertades negativas y, por ende, algunas importantes limitaciones para la am-pliación de las capacidades de las personas. La libertad desde la inseguridad, afirman Gough y Wood, “es la li-bertad desde todas aquellas cosas que se perciben como potenciales amenazas para el bienestar, así como aque-llas cosas que concretamente la amenazan; por ende, libertad desde el peligro presente y futuro al mismo tiempo”11 (Gough y Wood 2004, 111). Como la vulnerabi-lidad, la seguridad depende de los activos y de los dere-chos sociales. Como especifica el mismo Wood, depende del alcance de los recursos personales que permiten a la persona estar equipada para “gestionar su propia agenda en cuanto a ‘libertad desde’ de manera independiente de sus derechos establecidos y reales titulaciones” (Gough

11 Traducción personal.

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y Wood 2004, 111). Por otro lado, la seguridad depende de lo que Sen (2000) define como arreglos sociales. En ambos casos, la escasez de activos y capitales sobre los cuales una persona pueda confiar en la ocurrencia de un evento de vida crítico determina una falla en cuanto a la ‘libertad desde’ los efectos e impactos de estos eventos sobre el bienestar.

Finalmente, vemos cómo la conexión entre seguridad y vulnerabilidad permite una conexión entre esta última y el enfoque de capacidades. Cabe entonces citar la pe-netrante frase del mismo Wood que remarca cómo “la debilidad en las condiciones relacionadas con la ‘libertad desde’ condicionan la ‘libertad para’ ampliar las posibi-lidades” (Wood 2007, 113). En otras palabras, no puede haber ninguna expansión de las capacidades humanas sin seguridad humana, y no es posible lograr seguridad humana en presencia de altos niveles de vulnerabilidad, o sea, alta exposición de las personas a los impactos de los eventos de vida críticos. De paso, cabe anotar que la seguridad (libertad desde) es un indicador que presen-ta un alto grado de sensibilidad frente a las dinámicas de la vulnerabilidad. Alta vulnerabilidad indica baja seguridad y, por ende, bajos niveles de “libertad para”. He presentado aquí una nueva lectura del debate sobre vulnerabilidad que conecta el concepto de vulnerabilidad con algunos de los debates contemporáneos más rele-vantes acerca de la protección social y del bienestar. En particular, aquellos que investigan la conexión entre el enfoque de capacidades, la perspectiva de la seguridad humana y la propuesta de una nueva protección social centrada en la persona y en la seguridad de los medios de vida (Hall y Midgley 2004; Cepal, 2006).

Conclusiones

La conclusión principal de este trabajo es que la política de protección social en Colombia no ha logrado confron-tarse con el desafío político e intelectual de ser motor de la transformación de las oportunidades de las personas. El presente artículo ha ilustrado cómo en el ámbito de la historia reciente de la protección social en el país, así como por medio del énfasis en los aspectos instrumen-tales y programáticos de las políticas públicas de protec-ción social y, finalmente, también a raíz de la ausencia de un debate abierto sobre los aspectos conceptuales de la protección social, Colombia ha ido acumulando nudos irresueltos en sus políticas públicas de protección social frente a la reducción de la pobreza. El énfasis de las polí-ticas públicas ha hecho que la reflexión se centre en los aspectos técnicos de la protección social y ha ocultado lo

fundamental, es decir, la reflexión sobre las causas de la pobreza y las relaciones existentes entre política ma-croeconómica y bienestar de las personas en los ámbitos familiar e individual.

En el marco de una visión de largo alcance de la políti-ca social y de la protección social, fundamentado en una concepción de la persona humana como sujeto de dere-cho a una vida protegida y segura, la asistencia social, los safety nets, deben cumplir un papel menor en las es-trategias de reducción y superación de la pobreza. El de-sarrollo de largo plazo, fundamentado en la ampliación de las libertades, requiere inversiones sostenidas en las personas y la comprensión de la necesidad de un enfoque centrado en la generación de seguridad humana a partir de políticas capaces de remover las condiciones de fragi-lidad que caracterizan la relación de los sujetos sociales con las esferas del mercado y de la institucionalidad en los ámbitos local y global. La adopción de un enfoque de desarrollo social fundamentado en los derechos hu-manos y en el derecho al desarrollo nos plantea un inte-rrogante ético y político y, al mismo tiempo, nos ofrece principios orientadores para las políticas públicas.

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por Daniel Gomá**

* Este artículo tiene su origen en el proyecto de investigación “El papel de las fuerzas armadas en el escenario político del sudeste asiáticocontemporáneo”(2008BP-B00003;2009-2011),financiadoporlaAgenciadeGestióndeAyudasUniversitariasydeInvestigación(AGAUR)delaGeneralitatdeCataluña(España).

** DoctorenHistoriadelaUniversidaddeBarcelona,España.DocenteeinvestigadordelDepartamentodeHistoriaContemporáneadelamismauniversidad.Correoelectrónico:[email protected]

El movimiento comunista birmano y el fracaso de su utopía revolucionaria (1945-1975)*

RESUMENEl período entre 1945 y 1975 cubre la época en que el Partido Comunista de Birmania (PCB) soñó con hacerse con el poder en Rangún, primero mediante una revolución no violenta y más tarde con el recurso de la lucha armada. En sus inicios, la revuelta comunista llegó a amenazar la estabilidad del gobierno democrático de la Birmania independiente pero no logró derrocarlo. La falta de unidad interna entre los marxistas, la fuerte resistencia de los gobiernos de Rangún y la pérdida de apoyos sociales, entre otros factores, socavaron progresivamente el poder del PCB e impidieron cualquier posibilidad de triunfo comunista. A mediados de los setenta el PCB había dejado de ser una amenaza para el Estado birmano.

PALABRASCLAVEBirmania/Myanmar, comunismo, Partido Comunista de Birmania, budismo, revolución.

The Burmese Communist Movement and the Failure of Its Revolutionary Utopia (1945-1975)

ABSTRACTBetween 1945 and 1975 the Communist Party of Burma hoped to obtain power in Rangoon, first through a non-violent revo-lution and later by turning to armed struggle. While the Communist revolt initially threatened the stability of the democratic government of a newly-independent Burma, it failed to overthrow the regime. The disunity among the communists, the strong resistance of the government in Rangoon, and the loss of social support, among other factors, gradually undermined the power of the BCP and prevented a Communist victory. By the mid-1970s, the BCP was no longer a threat to the Burmese state.

KEYWORDSBurma/Myanmar, Communism, Communist Party of Burma, Buddhism, Revolution.

O movimento comunista birmanês e o fracasso de sua utopia revolucionária (1945-1975)

RESUMOO período entre 1945 e 1975 é a época em que o Partido Comunista Birmanês (PCB) esperava tomar o poder em Rangum, primeiro através de uma revolução não violenta e depois recorrendo à luta armada. No início, a revolta comunista chegou a ameaçar a estabilidade do governo democrático da Birmânia independente, mas não conseguiu derrubá-lo. A falta de unida-de interna entre os marxistas, a forte resistência dos governos de Rangum e a perda de apoio social, entre outros fatores, mi-nou progressivamente o poder do PCB e impediu qualquer possibilidade de vitória comunista. Em meados dos anos setenta, o PCB já tinha deixado de ser uma ameaça para o Estado birmanês.

PALAVRASCHAVEBirmânia/Myanmar, comunismo, Partido Comunista Birmanês, budismo, revolução.

Fecha de recepción: 4 de junio de 2010Fecha de aceptación: 20 de diciembre de 2010Fecha de modificación: 10 de enero de 2011

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L a lucha armada que el Partido Comunista de Birmania (PCB) lleva a cabo actualmente contra el gobier-no militar de Birmania (también llamada Myanmar), es la rebelión marxista más larga del sudeste asiático. Des-encadenada en 1948, llegó a hacer temblar en sus inicios los cimientos de la recién creada Unión de Birmania. Sin embargo, pese a tener el poder al alcance de la mano, el movimiento comunista birmano no fue capaz de asegu-rar su triunfo. La falta de unidad, importantes factores políticos, una realidad social y cultural compleja y la pro-pia dinámica interna del país alejaron cualquier posibili-dad de victoria de un partido, el PCB, que en los primeros años de existencia de la Birmania independiente hubiera podido convertir a este país en una nación comunista, al-terando de esta forma la realidad política y geoestratégi-ca del sudeste asiático de la segunda mitad del siglo XX.

Dos partidos, dos revoluciones: el gran cisma

Oficialmente, el PCB nació el 15 de agosto de 1939 en Rangún, la capital de Birmania.1 Como la gran mayo-ría de movimientos marxistas del continente asiático, el comunismo birmano surgió como consecuencia de la lucha anticolonial de la primera mitad del siglo XX. Bajo control de Gran Bretaña desde 1885, el país fue escenario de un movimiento de liberación nacional desde 1900, y en este contexto de lucha nacionalista se tradujeron las primeras obras marxistas en lengua birmana, surgiendo poco después los primeros partidarios del comunismo. Sin embargo, el PCB tuvo problemas ya desde el momen-to de su nacimiento. Su fundación fue fruto de la ini-ciativa de unas pocas personas, la mayoría de las cuales tenían unos conocimientos limitados sobre marxismo y no tardaron en alejarse del Partido. Por ejemplo, Aung San, el primer secretario general del PCB, era también el principal dirigente de la Dobama Asiayone (“Nosotros los Birmanos”), la principal organización nacionalista, do-minada por el movimiento thakin,2 y esa labor le otorgaba

1 La reunión donde se fundó el Partido es considerada por los historia-La reunión donde se fundó el Partido es considerada por los historia-dores como el Primer Congreso del PCB. La cifra exacta de fundadores se desconoce actualmente, y su número oscila entre siete y trece.

2 Thakin, literalmente “dueño” o “señor”, era el término con el que los bir-manos se dirigían a los colonizadores británicos. A partir de los años

una gran influencia política y ocupaba de hecho todo su tiempo. Todas estas circunstancias afectaron de forma negativa al Partido. En palabras de uno de su fundado-res, el PCB simplemente “se fue apagando lentamente” (Let Ya 1962, 11).

En realidad, dos fueron las grandes razones que evitaron un auge del PCB en el escenario político birmano en esta época. A pesar de su orientación socialista, la mayoría de los thakins rechazaban una parte significativa de las ideas marxistas, por ejemplo, la hostilidad a la religión en un país donde el budismo lo impregna todo.3 Por otro lado, la causa principal de la atracción de los naciona-listas birmanos hacia el marxismo radicaba en su críti-ca al imperialismo pero, en cambio, muchos no veían bien sus ataques al fascismo. A ojos de los thakins, Japón (embarcado en esta época en una alianza de corte fas-cista con la Alemania nazi y la Italia de Mussolini) era el único poder que podía poner fin al dominio colonial occidental en el sudeste de Asia, y los llamamientos de Tokio a una independencia de los países de la región hi-cieron que el imperio nipón recibiera el respaldo del mo-vimiento nacionalista birmano, encabezado por Aung San (Hensengerth 2005).

El estallido de la Segunda Guerra Mundial en Asia en 1941 y la consiguiente invasión japonesa de Birmania llevaron a los comunistas a impulsar una resistencia armada con-tra el ocupante. Mientras que Aung San y la mayor parte de los thakins se unieron al nuevo invasor ante la promesa nipona (luego incumplida) de una futura independencia de Birmania, los comunistas contactaron con los Aliados en India, y sus dos cabecillas principales, Thakin Than-Tun y Thakin Soe (este último uno de los fundadores del PCB), formaron un ejército guerrillero que causó nume-rosas bajas en las filas japonesas (Lintner 1990). Más im-portante todavía, el conflicto mundial convirtió al PCB en un verdadero partido político y una fuerza política de primer orden, con miembros dedicados exclusivamente a la labor revolucionaria.

treinta, la generación de jóvenes nacionalistas encabezada, entre otros, por Aung San y Nu adoptó este apelativo como señal de que eran dueños de su destino.

3 El budismo es la religión del 89% de la población de Birmania. Su papel es fundamental para entender la realidad de este país, consid-erado el más devoto del mundo budista y, en cuanto a población, con el mayor número de monjes y de donaciones religiosas. Su influencia social es innegable, y también su peso político. De hecho, la propia identidad de los birmanos como pueblo y como nación está estrecha-mente asociada a la religión budista. Desde los reyes de los antiguos estados birmanos a la dictadura militar de hoy, todos los líderes políticos han dado muestras de un gran fervor religioso como forma de legitimar y asegurar su poder.

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El final de la guerra mundial supuso el regreso tempo-ral de los antiguos dominadores británicos. El PCB, que había abogado por apoyar a los Aliados durante la con-tienda, recuperó de nuevo la retórica antiimperialista que ya había utilizado contra las autoridades coloniales en 1939-1941 y buscó socavar su autoridad mediante huel-gas y movilizaciones de los trabajadores y campesinos (Lintner 1990). Al mismo tiempo, formaba parte de la Liga Antifascista para la Libertad del Pueblo (AFPFL, por su sigla en inglés), la gran coalición de partidos nacio-nalistas y de izquierda liderada por Aung San que había dirigido desde 1944 la lucha contra los japoneses y que ahora, como principal formación política birmana, ne-gociaba con Londres la transición a la independencia. En julio de 1945 tuvo lugar en Rangún el Segundo Congreso del PCB, que llevó a la formación de un Comité Central presidido por Than Tun, mientras que Thein Pe ocupaba una secretaría general hasta entonces en manos de Tha-kin Soe, el miembro más antiguo del Partido. El PCB de-cidió prolongar su participación en la AFPFL y apoyar la reclamación de independencia mediante la negociación con los británicos, a la vez que abogaba por una transi-ción pacífica al socialismo y, por ende, al marxismo.

El regreso de las autoridades coloniales había traído im-portantes consecuencias. La relación con los británicos y la forma como debía abordarse el proceso descolonizador que llevara a la independencia provocaron no pocas ten-siones internas en la AFPFL. Sin embargo, los no comu-nistas lograron moderar sus diferencias por el bien de la causa nacionalista. Pero no fue éste el caso del PCB, y su unidad interna no tardó en resquebrajarse. Tras un viaje a la India, en septiembre de 1945, donde entró en contac-to con las tesis más radicales del movimiento comunista indio, Thakin Soe empezó a criticar el discurso de un desa-rrollo pacífico de la revolución y a atacar la negociación que la AFPFL mantenía con los británicos, en vista de una futura independencia de Birmania. Miembro de la línea dura del PCB, consideraba que el imperialismo bri-tánico era en realidad una forma de fascismo y que debía rechazarse toda colaboración con el poder colonial (Taylor 1983). Soe defendía que la única manera de alcanzar la independencia era mediante la lucha armada contra los británicos, y para ello no dudó en desencadenar una crí-tica furibunda contra la dirección del Partido por apoyar la política de la AFPFL (Pe Myint 1988).

En realidad, lo que subyacía en estas críticas era un en-frentamiento entre dos grandes corrientes. La primera era defendida por la mayor parte de los dirigentes del Partido y abrazaba las tesis de Thakin Ba Tin (también conocido con el nombre de Goshal), heredadas del Par-

tido Comunista Indio y que respaldaban la directiva so-viética de que los partidos comunistas de cada país del Tercer Mundo se integraran en un frente unido de tipo izquierdista y nacionalista como paso previo a la revo-lución.4 Para el Kremlin, considerado el gran referente del marxismo, las posibilidades de éxito de los partidos comunistas de los países en vías de descolonización eran escasas, y debían concentrarse en formar una alianza con los grupos nacionalistas y socialistas mediante un frente unido que liderara el proceso hacia la indepen-dencia. Ello explica por qué el PCB formaba parte de la AFPFL, organización de la que Than Tun era, además, secretario general. Al mismo tiempo, los comunistas de-bían ir socavando la autoridad de sus aliados para pasar a controlar dicho frente unido, de manera que, una vez obtenida la independencia, la victoria comunista sólo fuera cuestión de tiempo. La otra corriente era mucho más radical y localista y defendía que la situación de Bir-mania era única y, por tanto, requería la acción inme-diata (Badgley 1971). Auspiciada por Thakin Soe, abogaba directamente por una lucha armada revolucionaria con-tra el poder extranjero.

La tensión entre los defensores de las dos corrientes no tardó en estallar. En una reunión del Comité Central en febrero de 1946, Soe acusó a los líderes del PCB de haber convertido a este último en un partido no comunista y advirtió de la equivocación de colaborar con la AFPFL, organización mayoritariamente no comunista, en la búsqueda de la independencia. A ojos de Soe, se había desperdiciado una buena oportunidad al final de la guerra, cuando los comunistas eran el verdadero poder político gracias a su fuerte organización militar y a su li-derazgo en la lucha contra los japoneses. Por ello, para lograr una verdadera independencia, era necesario aca-bar también con los capitalistas birmanos mediante una violenta lucha de clases, esto es, promoviendo la insu-rrección de las clases trabajadoras (Hpei Myin 1956). La vía pacífica para alcanzar los objetivos revolucionarios fue rechazada por Soe bajo la acusación de “browderis-mo”, esto es, de revisionismo.5 En un ambiente de fuerte

4 Dichas directrices habían sido establecidas por el dictador soviético Iosif Stalin a finales de los años veinte y seguían vigentes en esta época. El objetivo era crear un frente unido de carácter izquierdista y nacionalista, esto es, una coalición de fuerzas progresistas en alian-za con los partidos marxistas nacionales que prepara el camino para una futura conquista del poder de los comunistas. Esta política tuvo en China su mejor ejemplo, con los dos frentes unidos entre el Partido Comunista Chino de Mao Zedong y el partido nacionalista Guomind-ang de Chiang Kai-shek entre finales de los veinte y el término de la Segunda Guerra Mundial.

5 El browderismo es una forma de revisionismo ideada por el enton-El browderismo es una forma de revisionismo ideada por el enton-ces líder del Partido Comunista de Estados Unidos, Earl R. Browder,

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crispación, Soe acusó a los principales dirigentes de co-laborar con los imperialistas y los “oportunistas” y exi-gió su dimisión del Comité Central. Than Tun y Thein Pe admitieron que habían cometido equivocaciones, pero la pretensión de Soe de entregársele el control del Co-mité Central fue rechazada por la mayoría de dirigentes (Thomson 1959).

La reunión finalizó con el abandono del PCB de Soe y sus partidarios, quienes fundaron el Partido Comunista (Bir-mania), el PC(B), e iniciaron una lucha armada contra los gobernantes coloniales y la AFPFL. Los integrantes del PC(B) serían conocidos también como la facción Ban-dera Roja, y su objetivo sería la consecución de un Estado marxista en Birmania mediante una revolución violen-ta. La mayor parte de los dirigentes comunistas, sin em-bargo, permanecieron en el PCB y respaldaron a su líder, Than Tun. Para diferenciarse de sus rivales, serían cono-cidos como los Bandera Blanca. No obstante, la escisión en el seno del movimiento comunista tuvo un impacto considerable, pues dañó la confianza en el Partido y en sus líderes y sembró la confusión entre sus filas. Than Tun y Thein Pe eran conscientes de que el ataque de Soe no carecía de verdad, especialmente en lo concerniente a la relación con la AFPFL. La consecuencia fue la adopción de una línea más radical y el inicio de las críticas de los lí-deres comunistas hacia los dirigentes de la AFPFL (Aung San, U Nu, etc.), acusados de ser marionetas imperialis-tas (Hpei Myin 1956).

La escisión en el seno del PCB no pasó desapercibida entre los líderes de la AFPFL. Los intentos comunistas de apoderarse del control de la Liga fueron rechazados por Aung San, por U Nu y, en especial, por el Partido Socia-lista, la principal formación de la AFPFL. Con este fin, procedieron a reducir la influencia comunista en el seno de la Liga, especialmente en su Comité Ejecutivo, y Than Tun fue obligado a dejar el cargo de secretario general en julio de 1946. La consecuencia fue una campaña de descalificaciones que finalizó con la expulsión de los co-munistas de la AFPFL en noviembre, bajo la acusación de que el PCB “había puesto los intereses de partido delante de los intereses del país” (AFPFL 1988, 54). La respuesta del PCB fue acusar a la Liga de “haber quedado reducida del estatus de un Frente Unido Nacional al de un parti-do capitalista, arrodillado ante el imperialismo” (CPB 1988, 57). Sin duda, las ambiciones políticas de Than Tun

quien defendía que capitalismo y comunismo podían coexistir y que la lucha armada revolucionaria no era necesaria porque el imperial-ismo estaba condenado a desaparecer ante el inminente triunfo de los movimientos de liberación nacional en los países sometidos.

y sus yebaws6 del PCB y la presión de las huelgas en un momento en que las negociaciones con los británicos se presentaban difíciles agotaron la paciencia de los líderes de la AFPFL. Pero no es menos cierto que con esta deci-sión Aung San y sus partidarios daban un golpe de timón dentro de la Liga y se deshacían de un aliado incómodo y peligroso ante un futuro escenario político desligado de la dominación británica.

A pesar de que Than Tun y sus partidarios optaron por una posición moderada tras su expulsión de la APFPL y excluyeron acciones contundentes contra sus antiguos aliados, era evidente que la cuestión de la independen-cia podía pasar a ser dominada por los comunistas si no se actuaba con rapidez. Por ello, Aung San fue objeto de fuertes presiones para que negociara, con la mayor cele-ridad posible, con el gobierno laborista británico de Cle-ment Attlee el fin del dominio colonial sobre Birmania (Nu 1975). En abril de 1947 se celebraron elecciones para la formación de una Asamblea Constituyente con la finali-dad de redactar una constitución para la futura Birmania independiente y designar un gobierno que dirigiera el proceso. En dichos comicios la AFPFL obtuvo una victoria aplastante, e incluso el asesinato de Aung San a manos de un rival político no frenó el proceso. El 17 de octubre de 1947, Attlee y U Nu firmaron el tratado por el que el Reino Unido reconocía la independencia de su antigua colonia. La Unión de Birmania se convirtió en un Estado soberano el 4 de enero de 1948.

La entrada en la clandestinidad y el inicio de la lucha armada

La escisión en el seno del comunismo birmano sería la antesala de la salida de los marxistas del marco político legal. Pese a la intensa lucha del PCB en contra del do-minio colonial, lo cierto es que los beneficios políticos de la independencia fueron a parar casi en su totalidad a la AFPFL del primer ministro U Nu. Las elecciones de la Asamblea Constituyente de 1947 habían sido un ejemplo, puesto que la AFPFL obtuvo 173 de los 182 escaños en dis-puta.7 El PCB no boicoteó los comicios pero sólo presentó

6 “Camarada” en lengua birmana.7 Los otros nueve fueron a parar a los comunistas (7) y a dos independi-Los otros nueve fueron a parar a los comunistas (7) y a dos independi-

entes. Conviene señalar que el número total de asientos de la Asam-blea Constituyente era de 255, pero de ellos, 28 estaban reservados a miembros de las minorías étnicas, elegidos por sufragio universal en sus respectivas comunidades. Los 45 restantes estaban reservados para los pueblos de los territorios fronterizos.

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candidaturas en 27 circunscripciones de sus zonas de in-fluencia de Pyinmana (centro del país) y Arakán (oeste), obteniendo únicamente siete diputados (Thomson 1959).

La Asamblea Constituyente promulgó en septiembre de 1947 una constitución para el futuro Estado independien-te de Birmania que establecía que el sistema de gobierno debía ser parlamentario en la forma y liberal-democrá-tico en la orientación política, mientras que la forma de Estado era una república federal. Asimismo, el texto constitucional garantizaba el derecho a la propiedad pri-vada y a la iniciativa privada en la esfera económica pero al mismo tiempo aseguraba el Estado de Bienestar, una cierta planificación de la economía por el Estado y los de-rechos de los trabajadores y campesinos (Union of Burma Government 1958). Ello coincidía con la acción de la AFPFL anterior a la independencia y mostraba su respeto por la propiedad privada y el libre comercio, combina-do con unas políticas socialistas como el control parcial del Estado sobre la economía y la defensa del Estado de Bienestar. No menos importante era el recelo que mos-traba buena parte de la sociedad hacia los comunistas, especialmente en materia religiosa. Desde el final de la guerra varios miembros destacados del PCB habían mos-trado una gran hostilidad hacia la preponderancia de la religión budista en la política y la sociedad. La devoción a los pongyis (monjes budistas) era absoluta y toda crítica era percibida como ataque no sólo a la religión sino a la propia identidad birmana. Un ejemplo fue la dura cam-paña desencadenada en diciembre de 1945 por la prensa local contra las ideas hostiles al budismo escritas por Thein Pe en su libro Tet pongyi (El monje moderno), que obligó incluso al autor a pedir disculpas públicas.8 Ello, combinado con una serie de acciones irreverentes hacia el budismo por parte de estudiantes marxistas, le gran-jeó al PCB numerosas antipatías y redujo su apoyo social (Thompson 1948).

La creciente debilidad política del PCB coincidió con otro acontecimiento que contribuiría a precipitar su salida del escenario político legal. A finales de septiembre de 1947 tuvo lugar en Szklarska Poreba (Polonia) la reunión fundacional del Kominform (Oficina de Información Co-munista, sucesora del antiguo Komintern). En ella, la Unión Soviética, de la mano de su representante, Andrei

8 Tet pongyi era una novela escrita en 1937, donde Thein Pe denunciaba la conducta de una parte del sangha, el clero budista, a la que acusaba de no seguir los preceptos religiosos. Entre las acusaciones destacaba el haberse secularizado demasiado, opinar y participar en política e, incluso, llevar a cabo actividades delictivas, todo ello bajo la protec-ción que suponía pertenecer al sangha.

Zhdanov, reorganizó el movimiento comunista interna-cional y lo dirigió por la senda de los levantamientos revolucionarios, en el caso de los países en vías de de-sarrollo o en proceso de descolonización. Estos últimos sólo tenían dos alternativas: orientarse hacia el impe-rialismo (Occidente) o acercarse a la URSS, el gran mo-delo revolucionario (Lintner 1990). La nueva orientación política (conocida como “línea Zhdanov”) suponía un cambio radical de lo defendido hasta ahora por Moscú y abogaba por una acción contundente a favor de la revo-lución. Sus efectos no tardaron en llegar al PCB, donde su dirección se encontraba sumida en una profunda cri-sis ante el liderazgo del proceso de independencia por parte de la AFPFL.

La situación no se presentaba, por tanto, favorable para la revolución que ansiaban Than Tun y sus camaradas en el momento de la independencia. El sueño de controlar el Frente Unido se había desvanecido, e incluso estaban perdiendo el favor del campesinado y de los trabajadores, debido a la creación de organizaciones rivales por parte de la AFPFL (Thompson 1948). A ello se añadía un mo-vimiento comunista internacional más militante y que animaba a enfrentarse con más decisión a los poderes lo-cales. En febrero de 1948 el PCB decidió ratificar las tesis de Ba Tin (Goshal) publicadas en el diciembre anterior, y donde el asesor político de Than Tun señalaba que “esta ‘independencia’ [de Birmania respecto al Imperio britá-nico] es falsa […] Nosotros los comunistas y millones de personas, por tanto, consideramos que este Tratado [de independencia firmado por U Nu y Attlee] es una humi-llación nacional y una esclavitud permanente”. Asimis-mo, afirmaba que 1948 sería “el año decisivo para obtener la independencia real” y, si fuera necesario, “aplastar al régimen imperialista, feudal y burgués de la [AFPFL]” (Ba Tin 1988). Las tesis de Ba Tin, que no hacían sino reflejar la nueva línea política auspiciada por Zhdanov unos meses antes, eran claramente un llamamiento a derrocar el gobierno de U Nu.9

Tras una estancia en Calcuta ese mismo mes de febre-ro, durante el Segundo Congreso del Partido Comunista Indio, Than Tun mandó organizar una serie de demos-traciones populares contra el Gobierno. Asimismo, en un discurso provocador celebrado en Pyinmana a comienzos de marzo, anunció la intención de su Partido de apode-

9 La nueva orientación política del PCB será, en parte, consecuencia de la adopción de la “línea Zhdanov”. Sin embargo, conviene señalar que nunca hubo un contacto directo entre el PCB y el liderazgo soviético. La decisión de los comunistas birmanos de iniciar la lucha armada fue completamente independiente y nunca fue ordenada por Moscú.

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rarse del gobierno del país, de ser posible, sin que esta-llara una guerra civil (Thomson 1959). La respuesta del Gobierno fue inmediata y el propio U Nu declaró que “el programa comunista consiste en causar desorden […] y entonces hacerse al poder mediante la violencia […] Si los comunistas proceden contra la ley, nosotros debemos utilizar contra ellos todo el vigor de la ley” (Nu 1988, 41-42). Estos acontecimientos desembocaron finalmente en la orden de detención contra la cúpula del PCB y en la consiguiente huida de los dirigentes comunistas a su zona de influencia de Pyinmana, el 28 de marzo. Than Tun ordenó ese mismo día a las organizaciones del PCB que se levantaran en armas contra el Gobierno. Empeza-ba la insurrección comunista.

La sublevación del PCB puso de inmediato en aprietos a las autoridades de Rangún, que perdieron rápidamen-te el control sobre buena parte del centro del país. Los insurrectos contaban con al menos 25.000 hombres, muchos de ellos veteranos de la guerra mundial y con conocimientos de la lucha de guerrillas (Smith 1984). A ellos se unió la facción Bandera Roja, organización de-clarada ilegal desde 1946 y que impulsaba sin éxito una lucha armada a favor de la instauración de una república marxista. Aunque su radio de acción era limitado, cir-cunscribiéndose al Arakán Yoma (la cordillera que separa la región arakanesa del resto de Birmania) y a unos pocos distritos en el delta del Irrawaddy, al sur de Rangún, su existencia era otro dolor de cabeza para el Gobierno. Este último estaba cada vez más acorralado, sobre todo tras la rebelión en verano de 1948 de las primeras unidades for-madas por las minorías karen y môn, que se unirían a la acción armada que organizaciones de estas comunidades étnicas llevarían a cabo a partir de enero del año siguien-te, con el fin de independizarse de Rangún y formar sus propios estados. Más grave todavía fue la rebelión en el mismo verano de 1948 de la Organización de Voluntarios del Pueblo (PVO, por su sigla en inglés), el brazo armado de la AFPFL, que contaba con unos 100.000 miembros, y que se escindió en dos grupos: los Cinta Amarilla, que se mantuvieron fieles al Gobierno, y los procomunistas Cinta Blanca (más de la mitad), que se unieron a la rebe-lión, aliándose con el PCB (Callahan 2005).

El año 1949 marcó el apogeo de la lucha armada de los comunistas. El Gobierno perdió el control de buena parte del país. Toda la región central de Birmania pasó a manos de grupos insurgentes. La alianza entre comu-nistas, PVO y guerrillas karen permitió la conquista tem-poral de Mandalay, la segunda ciudad del país, e incluso los suburbios de Rangún fueron escenario de duros com-bates, que amenazaron poner fin al gobierno de U Nu e

instaurar finalmente un régimen marxista. Sin embar-go, los rebeldes fracasaron en su intento de derribar al Gobierno. Las causas son varias pero pueden resumirse en la falta de unidad del bando comunista, los intere-ses de cada grupo rebelde, la formación de un verdadero ejército nacional y unos endebles apoyos sociales a los insurgentes. El primer caso es la clara demostración de que el faccionalismo que había imperado en el PCB desde 1945 no había desaparecido. Ni Soe ni Than Tun lograron unificar sus estrategias y las dos facciones fueron incapa-ces de articular una táctica común. Por su parte, la PVO, pese a su orientación marxista, nunca se dejó dominar por el PCB y también fue víctima de divisiones internas, debido a las ambiciones personales de sus diferentes líde-res. Los grupos de base étnica, por su parte, recelaban de la colaboración con grupos de mayoría étnica birmana. Aunque ocasionalmente se establecieron alianzas entre las diferentes guerrillas, todas ellas tuvieron una vida corta. La falta de unidad de los grupos armados salvó al gobierno de U Nu de la ruina y permitió a éste reforzarse gracias al progresivo desarrollo del Tatmadaw (nombre del ejército nacional), que pasó a estar mejor dotado y más preparado para la lucha contra la insurgencia.

Ahora bien: el hecho que determinó el fracaso de la in-surgencia, y en especial de la rebelión comunista, fue el escaso apoyo social. Aunque al principio el PCB contaba con apoyos importantes entre los trabajadores de los nú-cleos urbanos, su influencia fue decayendo ante el cre-ciente peso de las organizaciones sindicales vinculadas a la AFPFL, esto es, al Gobierno. La denuncia del capitalis-mo era uno de los ejes de los marxistas birmanos pero la nacionalización de la economía era inviable ante el gran peso de la clase comercial y emprendedora. Además, el control parcial de la economía por el Estado permitía ase-gurar los derechos de las clases sociales más humildes, y ello restringía todavía más los apoyos del PCB en las zonas urbanas.

En realidad, el gran objetivo comunista era conseguir el respaldo de la clase campesina, base de las revueltas marxistas que habían logrado triunfar en Asia (China, Vietnam del Norte), y formar guerrillas en el campo que llevaran a la victoria final de la revolución. Esta políti-ca seguía la línea ideológica que Mao Zedong había im-pulsado en China en los años treinta y cuarenta, y se alejaba de la soviética, donde era la lucha obrera la que llevaba a la instauración del comunismo. Sin embargo, dicho objetivo resultó un rotundo fracaso y demostró la debilidad de los marxistas birmanos. La reivindicación de una reforma agraria era muy atractiva, pero no así la posibilidad de una colectivización agrícola, elemento bá-

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sico de la política agrícola marxista, que era rechazada de plano por los campesinos. En la práctica, ello implicaba que sólo mediante el recurso de la coacción se podría im-plantar dicha colectivización, lo que conllevaría sin duda el fin de todo apoyo del campesinado al PCB. Además, el Partido debía hacer frente a la política de U Nu en mate-ria agrícola. El Gobierno había impulsado desde 1948 un programa que había otorgado la tierra a los campesinos arrebatando su control a los terratenientes (mayoritaria-mente indios y británicos) y limitaba la extensión de las tierras, con el fin de asegurar un reparto más equitati-vo (Furnivall 1949). La defensa de la reforma agraria por parte del Gobierno tenía un claro componente naciona-lista. Al promover la distribución de la tierra, el Gobierno entregaba al campesinado un fuerte poder económico y se aseguraba así su apoyo.

Otro factor del escaso apoyo social de los comunistas era su radicalismo. El uso de la violencia con fines políti-cos era percibido muy negativamente por la población. Además, los ataques a la religión budista tuvieron un impacto nefasto en el apoyo a los comunistas. Aunque el PCB moderó su posición en esta cuestión, el daño ya es-taba hecho. De los grupos comunistas, los Bandera Roja eran los más extremistas y brutales. En los territorios bajo su control se impulsó la disolución de la estructura familiar, con el fin de alcanzar la sociedad revoluciona-ria, mientras que en el aspecto religioso no se dudó en ejecutar a los monjes que no renunciaban a los hábitos (Badgley 1969). Aquí radica la gran diferencia entre los socialistas de la AFPFL y los comunistas. Los primeros siempre tuvieron claro que sus políticas no funcionarían si no se adaptaban a los principios budistas y buscaron combinar dichas políticas con el budismo, lo que les granjeó el apoyo de la mayor parte de la población.

La consecuencia fue que el gobierno de U Nu pasó a tomar la iniciativa a partir de 1951. Ese año se expulsó a los Ban-dera Blanca de la región de Pyinmana. El fracaso de los comunistas fue todavía mayor, si se tiene en cuenta que desde 1952 se estableció una alianza entre el PCB de Than Thun, los Bandera Roja y la PVO Cinta Blanca, con el fin de frenar los avances gubernamentales. A mediados de los años cincuenta las facciones comunistas habían sido expulsadas de sus principales zonas de control. Por otro lado, el PCB se vio afectado por la irrupción en la escena política del Partido de los Trabajadores y Campesinos de Birmania (PTCB), una escisión de la AFPFL, cuyos miem-bros fueron conocidos como los Socialistas Rojos, debido a su programa político básicamente marxista. Aunque su éxito político fue limitado, debido a la clara hegemo-nía de la AFPFL, la propia existencia del PTCB demostra-

ba que una formación de corte comunista (el PCB había sido declarado ilegal en 1953) podía participar en el esce-nario político democrático sin necesidad de recurrir a la vía armada.

El declive del PCB y, por ende, de todo el movimiento co-munista birmano se inició ya en esta época. Prueba de su creciente debilidad fue la negociación que tuvo lugar en 1956 entre el gobierno y los Bandera Blanca. Aunque no se llegó a un acuerdo, las autoridades de Rangún sa-lieron beneficiadas. La combinación de presión militar y promesas de amnistía hicieron que muchos insurgentes abandonaran las armas. A lo largo de la década de los cin-cuenta se rindieron o recibieron amnistía tras deponer las armas unos 38.000 insurgentes; de ellos, una cuar-ta parte comunistas, y el resto, mayoritariamente de la VPO Cinta Blanca (Van der Kroef 1979). La insurgencia marxista quedó reducida a unos pocos miles de segui-dores. En un discurso pronunciado con motivo del III Congreso Nacional de la AFPFL, en enero de 1958, U Nu señaló que el marxismo como guía ideológica y filosófica no era conveniente para el futuro de Birmania.10 Las po-sibilidades de una revolución comunista en Birmania no hacían sino alejarse a pasos cada vez más agigantados.

La presión del gobierno militar y el principio del fin

Pese a que la lucha armada del PCB y de la facción Bande-ra Roja había dejado de ser una amenaza directa para la estabilidad del gobierno de Rangún a finales de los cin-cuenta, seguía siendo una seria preocupación. La demo-cracia birmana no era estable y la propia AFPFL padecía numerosos problemas internos que afectaban al Gobier-no en un momento en que todavía quedaban por solucio-nar los conflictos políticos y étnicos surgidos en la década anterior. Con el fin de poner orden en su partido, U Nu dimitió del cargo de primer ministro a finales de sep-tiembre de 1958, y el Parlamento solicitó la instauración de un Gobierno Provisional encabezado por el coman-dante en jefe de las Fuerzas Armadas, el general Ne Win, quien fue designado primer ministro el 27 de octubre.

El nuevo gobierno, dominado por los militares, conti-nuó con la represión contra la insurgencia pero, además, añadió un nuevo aspecto a la lucha contra los comunis-tas: el uso de la religión como método de combate. En

10 The Nation, Rangún, 30 de enero de 1958.

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su denuncia del ateísmo del PCB, Ne Win y sus compa-ñeros de armas aprovecharon para evidenciar el peligro que suponía el comunismo para un país como Birmania, cuya población era especialmente devota del budismo. Mediante la publicación de un libro panfletario redacta-do por oficiales del Ejército, titulado Dhammantaraya (El Dhamma en peligro),11 el Gobierno Provisional inició una guerra psicológica contra los comunistas, con el fin de reducir su apoyo social mediante el argumento de que el PCB era una amenaza para la religión. Pese a que este partido contraatacó destacando su apoyo al budismo, su tradicional defensa del laicismo y el recuerdo de sus actitudes hostiles hacia el budismo en el pasado pesaron como una losa. El propio Than Tun vio cómo se le atri-buían comentarios críticos sobre la riqueza de la pagoda Shwedagon de Rangún, el centro religioso por excelen-cia del budismo birmano (Dhammantaraya 1958). Con una gran intencionalidad, el libro se publicó por primera vez en abril de 1958, para hacerlo coincidir con el aniversario de Buda, y se imprimieron numerosas reediciones en los meses y años siguientes.

Entre las advertencias del libro, se señalaba el riesgo de que el budismo birmano siguiera el camino del budis-mo indio. La religión había nacido en India, para luego extenderse por buena parte de Asia, pero en su país de origen se había convertido en religión muy minoritaria, debido a la indiferencia de los budistas, que habían su-cumbido a la presión de la religión que luego sería predo-minante: el hinduismo. Así, se advertía que un destino similar aguardaba al budismo en Birmania si “se deja-ba a los comunistas envenenar la mente de los jóvenes contra el budismo, tal y como llevan haciendo hasta ahora” (Dhammantaraya 1958). El libro, acompañado de una fuerte campaña propagandística, sirvió para movi-lizar a buena parte de la sociedad, sobre todo al sangha, el clero budista. Considerada la institución más respe-tada del país, el sangha tenía una influencia social sin parangón, y la implicación de sus líderes en la campaña tuvo un impacto mayúsculo. Por todo el país se congre-gaban mítines y reuniones donde algún monje advertía de los peligros del comunismo, asociando en muchos casos a los miembros del PCB con figuras enemigas del budismo incluidas en la tradición religiosa local (Von der Mehden 1960). Es difícil valorar con exactitud el im-pacto que el libro y la subsiguiente campaña tuvieron en la lucha contra los comunistas pero es indudable que el PCB acusó el golpe, pues le causó una drástica reducción

11 Dhamma son las enseñanzas de Buda y es otra forma de designar a la religión budista.

de su base de apoyo y, sobre todo, tuvo una consecuencia nefasta en su imagen, ya de por sí negativa a ojos de mu-chos birmanos. De hecho, las campañas militares que tuvieron lugar entre 1958 y 1960 fueron las más exitosas del Tatmadaw hasta la fecha.

Tras un breve paréntesis de dos años (1960-1962), donde se restableció un gobierno democrático dirigido de nuevo por U Nu, los militares volvieron al poder, esta vez me-diante un golpe de Estado incruento que tuvo lugar el 2 de marzo de 1962, poniéndose fin así al sistema constitucio-nal existente desde 1948. Indudablemente, la crisis po-lítica de la AFPFL y la lucha contra las insurrecciones de corte étnico y comunista habían llevado a una influencia cada vez mayor del Ejército en el escenario político, y la experiencia del Gobierno Provisional no hizo sino incre-mentar la ambición de los militares de gobernar en so-litario el país. Sin embargo, en un primer momento, el nuevo gobierno militar, conocido con el nombre de Con-sejo Revolucionario y encabezado por Ne Win, se mostró conciliador, y en 1963 impulsó una negociación con los comunistas y otros grupos insurgentes para poner fin a la violencia. Sin embargo, dichas conversaciones de paz no tuvieron éxito ante unas autoridades poco generosas políticamente y unas facciones comunistas reacias a renunciar a sus objetivos revolucionarios. El problema radicaba principalmente en el cambio de gobierno en Rangún. Cuando en 1956 se llevó a cabo una primera ne-gociación para que el PCB y otras formaciones abando-naran la lucha armada, el sistema político birmano era democrático, y entre los objetivos figuraba hacer del PCB un partido legal enmarcado en dicho sistema (Hensegar-th 2005). Sin embargo, ahora la situación era diferente. Ne Win no era partidario de compartir el poder, y en la práctica, su reclamación de negociaciones se reducía a una exigencia de rendición de los grupos armados, lo que puso fin a toda posibilidad de acuerdo.

La consecuencia de la ruptura de negociaciones entre Rangún y el PCB fue la adopción de este último de una nueva estrategia. Se abandonó definitivamente la tácti-ca de negociar con Rangún y se puso fin a toda posibili-dad de abandonar la lucha armada y aceptar el sistema político existente. El Partido denunció el abandono de la lucha armada con el calificativo de “revisionista” y pro-metió no ceder en su objetivo de hacer caer el Gobierno y promover la revolución mediante la lucha de clases vio-lenta. Recurriendo al eslogan maoísta de “el poder fluye del cañón de una pistola” y a otros como “No al compro-miso”, el PCB se declaró en guerra total contra el régimen militar de Ne Win (Pe Myint 1988).

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Purgas internas y presión gubernamental: el fin del sueño revolucionario

A mediados de los años sesenta el movimiento comunis-ta birmano languidecía aislado en tres áreas del país. Los Bandera Blanca se concentraban en la región de la Pegu Yoma, cordillera al nordeste de Rangún, en unas condi-ciones ciertamente difíciles pero resistiendo las embes-tidas del Ejército. Algunas bolsas de resistencia existían también en el delta del Irrawaddy, en el sur del país. Más delicada era la situación de los Bandera Roja, agrupados en el distrito de Pakkoku, al norte de la Arakán Yoma, en el centro-oeste del país. Esta difícil situación de los co-munistas no tardaría en verse alterada por un hecho que tuvo lugar fuera de Birmania y que marcó un antes y un después en la historia del marxismo birmano: el estallido en 1966 de la Revolución Cultural en China, donde Mao sumió al Partido Comunista Chino (PCCh), y por ende a todo el país, en el terror, con el fin de eliminar a sus ri-vales dentro del Partido. Los acontecimientos en China afectaron directamente a Birmania, donde la comuni-dad china se inclinó mayoritariamente hacia posiciones maoístas, despertando la alarma de las autoridades. Una violencia antichina estalló en 1967 causando miles de muertos. La reacción de Pekín fue romper relaciones con Rangún e iniciar un apoyo político y militar al PCB.

Las relaciones entre los comunistas birmanos y chinos se remontaban a comienzos de los años cincuenta, y en Pekín existía una especial simpatía hacia el PCB por man-tener en política exterior una posición ideológica cercana a la del PCCh.12 Sin embargo, la relación entre estados era más importante, y no fue hasta los acontecimientos de la Revolución Cultural que Pekín se decidió a apoyar al PCB abandonando de este modo el pragmatismo en su polí-tica hacia Birmania. Los años 1966-1968 fueron los más estrechos en la relación entre el PCB y el régimen comu-nista chino. Sin embargo, este apoyo chino tuvo conse-cuencias nefastas sobre el comunismo birmano. Desde hacía años, una parte de la dirección del PCB residía en Pekín, donde el régimen chino formaba cuadros birma-nos que seguían la ideología maoísta. A mediados de los sesenta, buena parte de estos cuadros regresaron a Bir-

12 A comienzos de los sesenta, el bloque comunista mundial había que-A comienzos de los sesenta, el bloque comunista mundial había que-dado escindido en dos: los países y partidos comunistas leales a la Unión Soviética y aquellas naciones y formaciones marxistas par-tidarias de la China Popular. La principal diferencia entre Moscú y Pekín era la defensa que el primero hacía de la coexistencia pacífica con Occidente, mientras que Pekín se oponía a ello y reclamaba la intensificación de la lucha revolucionaria, incluso por la vía armada, como forma de debilitar al mundo capitalista.

mania. Mucho más jóvenes y radicales (defendían, por ejemplo, la doctrina maoísta de la confrontación directa con Rangún) que Than Tun y sus colaboradores, los re-cién llegados acusaron a estos últimos de “revisionistas” por haber negociado en el pasado con el régimen militar de Ne Win (Van der Kroef 1979). Los ataques de los comu-nistas formados en China sembraron la tensión en el PCB en un momento en que Mao desencadenaba en China, su país vecino, la Revolución Cultural.

Los sucesos en China tuvieron un efecto mimético en el PCB. En 1967 Than Tun decidió llevar a cabo su propia “revolución cultural”, con el fin de eliminar a aquellos sospechosos de no seguir la línea oficial, esto es, los “re-visionistas”, y asegurar así su posición como líder supre-mo del partido. La purga, iniciada a finales de 1966, fue especialmente sangrienta y afectó a todos los escalafo-nes del Partido, incluidos los miembros más veteranos. La crisis interna del PCB se agravó en marzo de 1967 con la expulsión de dos de sus dirigentes, Ba Tin (Goshal) y Yebaw Htay. El caso era extremadamente grave porque el primero había sido uno de los fundadores del Partido y su principal guía ideológico. El 18 de junio siguiente ambos fueron ejecutados por sus antiguos camaradas (Smith 1999). Muchos más cayeron en el siguiente año y medio. Estas purgas sangrientas diezmaron la dirección del PCB, donde diez de los 21 miembros del Comité Central murieron violentamente en este período (Badgley 1971). Finalmente, en septiembre de 1968 Than Tun fue asesi-nado por uno de sus guardaespaldas y dejó huérfano al PCB, del que había sido su principal dirigente desde 1945.

Unos meses antes de la muerte de Than Tun, el estado Shan (una de las regiones en que se dividía Birmania) fue escenario de la aparición de un nuevo grupo del PCB. Llegando del lado chino, tropas comunistas lideradas por un antiguo veterano del Partido llamado Naw Seng se ins-talaron en la zona nordeste del estado, colindante con el territorio de China y de gran importancia estratégica y potencialmente rica en recursos naturales. Se estableció allí una zona de control comunista conocida oficialmen-te como Región Militar del Nordeste (o Comandancia del Nordeste), que contaba con el apoyo de China, que le su-ministraba armamento pero también soldados, eufemís-ticamente llamados “voluntarios” (Lintner 1990). Tanto en su organización como en su propósito, esta zona bajo control del PCB era una clara herencia del maoísmo: crear una base en la retaguardia, segura, y desde ella impul-sar una lucha armada fuerte y extender así la revolución a otras zonas mediante la guerra de guerrillas, culminan-do finalmente con el dominio de todo el país. En esta base de operaciones se formarían miles de combatientes que

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luego atacarían al régimen militar de Rangún. Dicho de otro modo, se buscaba crear un estado dentro del mismo Estado birmano aprovechando el apoyo chino y los bene-ficios de una economía local fundamentada en gran parte en la producción y tráfico de opio (Seekins 2002).

A finales de los sesenta, los comunistas de Bandera Blanca subsistían como podían en el delta del Irrawaddy y en la Pegu Yoma, mientras que un grupo cada vez más nume-roso se había establecido en la zona shan, fronteriza con China. La dirección del PCB había pasado a manos de Tha-kin Zin, su presidente, mientras que Thakin Chit ocupaba la Secretaría General. Pero su situación era extremadamente delicada ante la presión gubernamental. Para poner fin a la constante amenaza de la insurgencia, el Tatmadaw había ido diseñando una nueva estrategia, que dio sus frutos a partir de 1970. Conocida como los “cuatro cortafuegos” (pya lei pya), se trataba en realidad de un programa de contra-insurgencia destinado a cortar de raíz los cuatro grandes recursos de los rebeldes, principalmente los comunistas: comida, fondos, informaciones de inteligencia y reclutas (Smith 1999). Se seleccionaron las diferentes áreas de ac-tuación de los grupos marxistas y se procedió a despoblar dichas zonas y a destruir los cultivos.

Los primeros en caer fueron los Bandera Roja. Mucho menos numerosos (no llegaban a quinientos) que su fac-ción rival y más aislados, una gran ofensiva contra su zona de control de Pakkoku llevó a la aniquilación de la mayoría de sus miembros. La captura de su líder, Thakin Soe, el 10 de noviembre de 1970, marcó la desintegración de los Bandera Roja, facción que desapareció en las se-manas siguientes.13 La situación tampoco era mejor en el caso de los Bandera Blanca. El PCB fue completamente aniquilado en el delta del Irrawaddy en 1973, y el lideraz-go del partido quedó arrinconado en la Pegu Yoma. La úl-tima de las grandes ofensivas comenzó a finales de 1974 y tenía como objetivo eliminar las últimas bolsas de re-sistencia comunista en esta zona. A mediados de marzo de 1975, el Tatmadaw asestó el golpe definitivo al matar en combate a Thakin Zin y Thakin Chit, descabezando de nuevo al PCB. Este último quedaría confinado a partir de ahora en la zona de Kunlong, en el estado Shan, en la región fronteriza con China, donde unos seis mil hom-bres siguieron combatiendo sin éxito contra la dictadura militar de Ne Win (Fleischmann 1977).

13 Soe permaneció en la cárcel hasta 1980, año en que fue liberado gra-Soe permaneció en la cárcel hasta 1980, año en que fue liberado gra-cias a una amnistía. Nunca más volvió a la lucha armada, y en sus últimos años de vida, como líder del Partido de la Unidad y el Desar-rollo, se dedicó a defender el restablecimiento de la democracia en Birmania. Murió en Rangún en 1989. Véase Seekins (2006).

Conclusión

La caída del último reducto comunista dentro de Bir-mania marcó el final de una era. El PCB, pese a no des-aparecer, quedó recluido a partir de entonces en la zona fronteriza con China, lejos del centro del poder birmano. Con ello se evaporó para siempre su sueño de dominar Birmania. En el plazo de tres décadas (1945-1975), el PCB había pasado de ser el partido más poderoso del escenario político birmano a convertirse en un grupúsculo guerri-llero sin influencia y aislado en el nordeste del país. Pasó de ser la formación política destinada a gobernar en el momento del final de la Segunda Guerra Mundial, a no ser más que una sombra de sí mismo treinta años más tarde, e, irónicamente, cuando otros partidos comunis-tas del sudeste asiático (Vietnam, Laos, Camboya), parti-dos “hermanos” al fin y al cabo, lograban hacer triunfar sus revoluciones.

El comunismo fracasó en Birmania, en primer lugar, por la fortaleza mostrada por el liderazgo político birmano después de 1948. Aunque estuvo a punto de perecer, el sistema constitucional sobrevivió hasta 1962, el tiempo suficiente para debilitar al movimiento comunista. La dictadura militar que le siguió continuó con la labor y acabó de eliminar la amenaza marxista. Sin duda, el refuerzo del Ejército fue fundamental para impedir el triunfo marxista, pero no menos importante fue el hecho de que los diferentes gobiernos de Rangún basaron su política interior y exterior en principios de neutralidad, lo que les granjeó las simpatías de los países del Tercer Mundo. Así, rechazando decantarse hacia el bloque oc-cidental y adoptando políticas de corte socialista, las autoridades birmanas lograron evitar que las potencias comunistas apoyaran al PCB. Mientras que otros parti-dos marxistas de Asia recibieron el apoyo de la Unión So-viética o de China, el PCB careció de legitimidad y estuvo aislado del mundo comunista desde su nacimiento como organización comunista. Aunque a finales de los sesenta recibió un apoyo importante de Pekín, a comienzos de la década siguiente el régimen comunista chino restableció sus relaciones con Rangún y a finales del decenio había reducido su ayuda al PCB a la mínima expresión.

Otro aspecto que se debe tener en cuenta es la propia na-turaleza del nacionalismo birmano y los orígenes mis-mos del marxismo birmano. Este último fue producto del primero y, por tanto, estaba condicionado por él. Cuando el PCB se convirtió en el partido más fuerte del país al finalizar la Segunda Guerra Mundial, ello no fue debido a sus ideas marxistas sino a su nacionalismo y, en con-creto, a su férreo anticolonialismo. El problema es que el

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PCB tuvo que hacer frente después de 1945 a una AFPFL que demostró ser más representativa del verdadero na-cionalismo birmano. Los líderes que dirigieron el proceso hacia la independencia (Aung San, U Nu, etc.) apoyaban doctrinas socialistas pero rechazaban la ideología mar-xista porque las ideas que ellos defendían procedían no sólo del marxismo-leninismo sino también del fascismo japonés y del sistema de democracia occidental. Dicho de otro modo, el nacionalismo birmano era una combi-nación de anticolonialismo local, elementos socialistas (incluidos los marxistas) y herencias occidentales. Los líderes de la AFPFL deseaban impulsar una revolución social pero siempre tuvieron claro que dicha revolución se tendría que hacer en el marco de un sistema políti-co democrático, es decir, donde aspectos heredados del sistema político anglosajón tuvieran un papel determi-nante. El dominio colonial británico había llevado a los dirigentes del movimiento nacionalista a rechazar toda forma de autoritarismo o totalitarismo. En este sentido, la antipatía que sentían los thakins por Gran Bretaña no era menor que la que sentían hacia la URSS y explica por qué únicamente una minoría de ellos (Than Tun, Soe y unos pocos más) se inclinaron por el marxismo.

No es extraño, por tanto, que a medida que avanzaba el proceso hacia la independencia, el PCB se fuera alejan-do del mismo. La adopción de un sistema constitucional implicaría que los comunistas tendrían que ganarse el apoyo popular mediante elecciones y no implantando por la fuerza su idea de gobierno. Con el paso del tiempo, además, las posibilidades de salir vencedores se redu-jeron, como demostrarían los comicios de la Asamblea Constituyente de 1947. Los resultados de dichas eleccio-nes convencieron a los líderes del PCB de estar delante de una realidad absoluta: la AFPFL se había convertido en la fuerza hegemónica del escenario político birmano y sería muy difícil derrotarla. En este sentido, el estallido de la insurrección de 1948 que llevó al PCB a la lucha armada no fue sino el resultado de un alejamiento progresivo de los comunistas respecto al sistema político ante la impo-sibilidad de controlar este último.

Su salida del marco legal redujo notablemente su mar-gen de maniobra, y la consecuencia fue una pérdida de influencia, quedando reducidas sus posibilidades a una victoria únicamente por las armas. Ello tuvo nefas-tas consecuencias para el PCB. Aunque en los primeros tiempos logró amenazar la estabilidad del gobierno de Rangún, nunca logró asestarle el golpe final. Algunas de las razones fueron la resistencia del gobierno de U Nu y el refuerzo del Ejército. Asimismo, el hecho de que la AFPFL adoptara una política socialista, coincidente en

muchos puntos con las reivindicaciones de los comunis-tas, los debilitó políticamente. Pero no es menos cierto que su acción de rebelarse tuvo un efecto contrario en la población. La dominación colonial británica había conllevado una hostilidad de la sociedad birmana hacia toda forma de autoritarismo. El énfasis puesto en la ac-ción armada, esto es, en la violencia, por parte del PCB resultó contraproducente en una sociedad que había pa-decido recientemente una guerra mundial y que detesta-ba el uso de la fuerza, debilitando de esta forma el apoyo social de los comunistas.

Entre las causas principales del fracaso de los comunis-tas también estuvo, sin lugar a dudas, un faccionalismo profundo, que impidió una unidad organizativa inter-na. La presencia en el PCB de dos líderes carismáticos y con personalidades muy fuertes, Thakin Than Tun y Tha-kin Soe, en el momento de finalizar la Segunda Guerra Mundial llevó a un enfrentamiento ideológico y personal entre ambos. Esta ausencia de un liderazgo cohesionado puso las bases para una división interna en el seno del movimiento comunista birmano que nunca desapare-ció. En este sentido, conviene señalar que la situación de este último no era tan diferente de los demás partidos tradicionales birmanos, donde el caudillismo o el poder en manos de una sola persona, el llamado hombre fuerte (strong man), ha sido la característica principal de la po-lítica local. La AFPFL, sin ir más lejos, padeció diversas escisiones entre 1948 y 1962, aunque su histórica tra-yectoria como líder del proceso de independencia y el peso de una personalidad como U Nu le aseguraron su permanencia en el poder. Incluso el Partido del Progra-ma Socialista de Birmania (BSPP, por su sigla en inglés), fundado por los militares después del golpe de 1962, y que se convirtió en el partido único durante la dictadura de Ne Win (1962-1988), también fue escenario de divisiones internas importantes. Sin embargo, la diferencia sustan-cial es que tanto la AFPFL como el BSPP experimentaron sus divisiones estando en el poder y pudieron contrarres-tar el daño, precisamente, porque controlaban el aparato político. En cambio, los comunistas se enfrentaron entre ellos, incluso cuando sus facciones principales, los Ban-dera Blanca y los Bandera Roja, luchaban por un mismo objetivo: derribar al gobierno nacional.

Un elemento no menos importante por destacar fue el fracaso del PCB a la hora de entender la realidad birma-na. El ejemplo más claro es la relación con el budismo. Aunque una mayoría de comunistas no se oponían a la religión, reducían su culto a la esfera privada y recha-zaban su influencia social y, en especial, el poder del sangha, el clero budista. Su repudio doctrinario del budis-

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mo les hizo perder el apoyo de la mayor parte de la pobla-ción. La izquierda moderada, simbolizada por la AFPFL y encabezada por U Nu, en cambio, comprendió desde el principio que el marxismo no tenía un atractivo para la población birmana, muy creyente en su mayoría, y que sólo sería posible aplicar aquellos aspectos del socialis-mo que pudieran conciliarse con el budismo. Acercando principios socialistas y budistas, los líderes de la AFPFL lograron asentar su poder y derrotar al PCB. Sólo así se explica que, incluso después de que el golpe de Estado militar de 1962 derivara hacia un sistema autoritario de gobierno, el PCB nunca fuera percibido por la inmensa mayoría de la población birmana como una alternativa creíble a la dictadura de Ne Win.

Las luchas internas y las purgas revisionistas de 1967-1968, y sobre todo la muerte de su líder histórico, Than Tun, no fueron sino la puntilla del fracaso del PCB en su lucha por implantar la revolución en Birmania. La desaparición de Than Tun en septiembre de 1968 no hizo sino lanzar al nuevo liderazgo comunista a los bra-zos de Pekín. Cuando, a comienzos de la década de los setenta, los chinos restablecieron sus relaciones con Rangún, fueron dejando de lado rápidamente la ayuda al PCB hasta su mínima expresión a finales del dece-nio. Abandonados por su aliado chino y asediados por el Ejército de Rangún, los comunistas birmanos habían dejado de ser una amenaza y una alternativa de poder a la dictadura militar.

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por Riberti de Almeida Felisbino**

* Esteartículopertenecealainvestigacióndoctoral“Origemsocial,perfildecarreiraepatrimônio:aeliteparlamentardaCâmaradosDeputadosnosgovernosdeFernandoHenriqueCardoso(1995-2002)”,bajoladireccióndelprof.Dr.KarlMartinMonsmayconapoyofinancerodelCNPqyCAPES.Quieroagradecera losevaluadoresdelaRevista de Estudios Socialespor loscomentarioscríticosypor lassugerenciashechasaltexto.Estetextofuepresentadoporprimeravezenel“XIEncuentrodeLatinoamericanistas:LaComunidadIberoamericanadeNaciones”,UniversidaddeValladolid,Tordesillas(España),26,27y28demayode2005.

** Doctor en Ciencias Sociales de la Universidad Federal de San Carlos (UFSCar), Brasil. Investigador del Departamento de Antropología, Política yFilosofíadelaFacultaddeCienciasyLetrasdelaUniversidadeEstadualPaulista(UNESP),Brasil.Correoelectrónico:[email protected]

¿Inestabilidad o estabilidad en la política brasileña? Partidos políticos y presidente de la República contra la incertidumbre*

RESUMENEl objetivo de este artículo es discutir lo que piensan los politólogos sobre el sistema político de Brasil, especialmente sobre la relación entre los poderes ejecutivo y legislativo. Estos estudiosos se pueden dividir en dos grupos con visiones opuestas y que tienen como foco central la actuación de los partidos en la Cámara de los Diputados. El primer grupo defiende que el sistema político produce parlamentarios indisciplinados. Y el segundo grupo defiende que la organización legislativa produce parlamentarios disciplinados.

PALABRASCLAVECámara de los Diputados, organización legislativa, diputado, partidos y liderazgos partidarios.

Instability or Stability in Brazilian Politics? Political Parties and the Presidency in the Face of Uncertainty

ABSTRACTThis article examines what political scientists think of the Brazilian political system, especially in regard to the relationship between the executive and legislative branches. There are two opposing camps of scholars who focus on how political parties behave in the Chamber of Deputies. While the first defends a political system that produces undisciplined representatives, the second supports a legislative organization that produces disciplined politicians.

KEYWORDSChamber of Deputies, Legislative Organization, Deputy, Political Parties, Party Leadership.

Instabilidade ou estabilidade na política brasileira? Partidos políticos e presidente da república contra a incerteza

RESUMOO objetivo deste artigo é discutir o que pensam os cientistas políticos sobre o sistema político do Brasil, especialmente sobre a relação entre os poderes Executivo e Legislativo. Estes estudiosos podem se dividir em dois grupos com visões opostas e que têm como foco central o agir dos partidos na Câmara dos Deputados. O primeiro grupo defende que o sistema político pro-duz parlamentários indisciplinados. E o segundo, defende que a organização legislativa produz parlamentários disciplinados.

PALAVRASCHAVECâmara dos Deputados, organização legislativa, deputado, partidos e lideranças partidárias.

Fecha de recepción: 22 de febrero de 2010Fecha de aprobación: 20 de diciembre de 2010Fecha de modificación: 3 de marzo de 2011

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En marzo de 1985, el nuevo presidente de la República de Brasil, un civil (Tancredo Neves), elegido por un colegio electoral compuesto por los miembros del Congreso Nacional, inició, todavía bajo las miradas de los militares, la segunda experiencia democrática brasileña,1 que hoy es un régimen que cumple con los ocho requisitos dahlsanianos.2 Uno de los primeros actos del nuevo gobierno fue otorgar poderes constitu-yentes a los parlamentarios que serían electos en no-viembre de 1986. Meses después, en febrero de 1987, se instaló la Asamblea Constituyente, con el objetivo de hacer una nueva Constitución Federal, la cual sería pro-mulgada en octubre de 1988.

Con la nueva Lege Majore, con el resultado del plebiscito de 19933 y con las reformas constitucionales, los actores po-líticos han probado en los últimos años cambios signifi-cativos en el sistema político. Los cambios definieron un diseño institucional que funciona hasta hoy y que está compuesto por las siguientes instituciones:

• Forma de gobierno: presidencialista.

• Modelo de Estado: federal.

• Sistema electoral: i) representación mayoritaria con dos vueltas (cuando ningún candidato reciba por lo menos 50% de los votos en la primera vuelta) y con ma-yoría simple; ii) representación proporcional con lista abierta. La representación con dos vueltas se utiliza en las elecciones para elegir el presidente de la Repúbli-ca, los gobernadores y los alcaldes de ciudades con más de 200 mil electores; ya con mayoría simple, se usa en las elecciones para votar por los alcaldes de ciudades con menos de 200 mil electores, y por los senadores. La

1 La primera experiencia democrática brasileña fue en el período 1946-1964, que fue interrumpida en marzo de 1964 por los militares.

2 Los requisitos establecidos por Dahl (1997) son: 1) libertad de asociación; 2) libertad de expresión; 3) libertad de voto; 4) elegibilidad para el ser-vicio público; 5) derecho de los líderes políticos a competir en busca de apoyo; 5.1) derecho de los líderes políticos a luchar por los votos; 6) fuen-tes alternativas de información; 7) elecciones libres e imparciales; y 8) instituciones para hacer que las políticas gubernamentales dependan de elecciones y de otras manifestaciones de preferencia.

3 En el plebiscito convocado en 1993, los ciudadanos brasileños te-nían que elegir la forma de gobierno, entre el presidencialismo o el parlamentarismo. Entre esas dos formas, los ciudadanos eligieron el presidencialismo.

representación proporcional con lista abierta se aplica en las votaciones para elegir los diputados federales y estatales, y los concejales.

• Sistema de partidos: multipartidario.

• Estructura legislativa: bicameral, con dos cámaras: la Cámara de los Diputados y el Senado Federal.

Ese diseño institucional ha estimulado cada vez más el interés de politólogos para entender la lógica de su funcionamiento. Ese interés está produciendo innume-rables estudios sobre el desempeño político de las insti-tuciones que componen el diseño, en especial del poder legislativo y de los partidos.

Estos estudios se dividen en dos grupos con visiones dis-tintas del proceso legislativo y de la actuación de los parti-dos en el proceso de decisión en la Cámara de los Diputados. El primer grupo concentra su análisis en la forma de go-bierno y en los sistemas electoral y partidario, y defiende la tesis de que la combinación de esas instituciones pro-duce inestabilidad institucional y poca gobernabilidad (Ames 2003; Lamounier 1989; Lamounier y Meneguello 1986; Linz 1991; Linz y Valenzuela 1997). Y el segundo grupo analiza las reglas del proceso legislativo y defien-de la idea de que existen mecanismos institucionales que permiten la gobernabilidad y la estabilidad de las decisiones dentro de la cámara legislativa (Amorim Neto 1994, 2000; Anastásia, Melo y Santos 2004; Cheibud, Pr-zeworki y Saiegh 2002; Figueiredo y Limongi 1995, 1998 y 1999; Meneguello 1998; Pereira y Mueller 2002; Santos 1997, 2002 y 2003).

Con el objetivo de contribuir al debate sobre la actuación de los partidos en el proceso decisorio dentro de la Cáma-ra de los Diputados de Brasil, el texto está ordenado de la siguiente manera: en la primera sección se analizan los argumentos de los estudiosos que creen en la inestabili-dad institucional producida por los sistemas electoral y partidario; en la segunda sección también se examinan los argumentos de los estudiosos que creen en la estabili-dad del sistema presidencialista multipartidario; la últi-ma sección corresponde a la conclusión.

La inestabilidad: sistemas electoral y partidario

Todo empieza con los trabajos publicados por Juan Linz y otros estudiosos, como Arturo Valenzuela, Arend Lijphart y Alfred Stepan, sobre la forma de gobierno, el presiden-

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cialismo, elegida por los miembros de las élites políticas de los países latinoamericanos. Para estos estudiosos, la rigidez institucional del presidencialismo crea crisis de gobernabilidad dificultando la actividad guberna-mental y hasta amenazando la estabilidad del régimen democrático. Esa crisis ocurre porque los arreglos jurídi-cos, por ejemplo, la Constitución Federal, no disponen de herramientas para resolver los frecuentes conflictos entre el presidente de la República y el poder legislativo (Liñán 2001).

La situación podría complicarse, según algunos politó-logos, cuando el presidencialismo se combina con otras instituciones, por ejemplo, con un sistema electoral con voto personalizado o con un sistema partidario altamen-te fragmentado, que generaría gobiernos minoritarios y divididos, con coaliciones frágiles e incoherentes, aumentando los conflictos entre los poderes ejecutivo y legislativo. Esa combinación produce un diseño insti-tucional que frecuentemente se menciona como el más ineficaz para la producción de políticas públicas y hasta para la propia gobernabilidad.

Las conclusiones de estos estudiosos no se basan en es-tudios empíricos, sino que son deducidas de las leyes que constituyen los sistemas electoral y partidario, o sea que sus análisis se centran en los aspectos insti-tucionales de estos sistemas.4 Por ejemplo, John Carey afirma que el actual sistema electoral brasileño “[...] crea fuertes incentivos para que los parlamentarios ten-gan lealtad personales con sus electores, aún cuando esto significa ignorar el programa de trabajo de sus partidos”5 (Carey 1997, 68). Sartori (1993) está de acuerdo con estos argumentos y apunta que los políticos brasileños cam-bian con frecuencia de partido, no siguen la orientación del liderazgo y recusan la disciplina partidaria. En esas condiciones, el autor concluye que los partidos brasile-ños son instituciones frágiles y sin poder de decisión; además, el jefe del poder ejecutivo se queda sólo en el poder legislativo, donde los parlamentarios son incon-trolables e individualistas (Sartori 1993).

El sistema electoral, según la literatura de ese grupo, también sería responsable de la alta fragmentación del sistema partidario, dando origen a un multipartidismo

4 Para más informaciones de las leyes de los sistemas electoral y par-Para más informaciones de las leyes de los sistemas electoral y par-tidario, consultar la página web del Tribunal Superior Electoral de Brasil: <http://www.tse.gov.br>.

5 Traducción propia.“[...] cria fortes incentivos para os parlamentarios cultiva-rem fidelidades pessoais com os seus eleitores, mesmo quando isto significa ignorar uma agenda mais ampla de seus partidos”.

Gráfico 1. Número efectivo de partidos del sistema partida-rio, América del Sur y América Latina, 1994-2002.

Fuente: Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Nota: *AL = América Latina.

4,6

Para

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Boliv

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Chile

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Bras

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AL*

8,9

7,16,8

5,75,8

4,13,2

3,8

2,5

sin límites. El gráfico 1 muestra el número efectivo de partidos suramericanos y de América Latina en el perío-do 1994-2002. Entre los países multipartidarios, el Bra-sil se mantiene como el más fragmentado, presentando un número efectivo igual a 8,9, que corresponde a 9 partidos que están constantemente compitiendo por el poder. Es importante señalar que Brasil está muy arriba del promedio de América Latina, que corresponde a 4,6 en el período.6

El aumento del número efectivo de partidos tiene como consecuencia la disminución de gobiernos con partidos mayoritarios, o sea, que quien gana no gobierna más solo, sino que tiene que compartir el poder con otros par-tidos, a fin de hacer un buen gobierno. Es importante señalar que lo bueno del sistema multipartidario o plura-lista, como sugieren algunos politólogos, es que los fre-nos y contrapesos tienen fuerte efectividad. Además, el poder político no está concentrado en un solo grupo, sino en varios; esto significa que otros grupos tienen las mis-mas condiciones de llegar al poder por el voto popular. La victoria del Partido dos Trabalhadores (PT) en las eleccio-nes presidenciales de 2002, 2006, y también de 2010, es un buen ejemplo de un sistema pluralista.

6 Para más informaciones de los datos, consultar la pagina web del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo: <http://www.democracia.undp.org/Default.asp>.

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En un régimen democrático, el principal ámbito de ac-tuación de los partidos es el poder legislativo, y debido a esto, esa institución acoge la fragmentación del siste-ma partidario. Esto se refleja en el número efectivo de partidos con representación parlamentaria, que en la Cámara de los Diputados, en 1999, fue de 7,1 (Amorim 2000). El gráfico 2 muestra el número efectivo de parti-dos parlamentarios en la Cámara de los Diputados en el período de 1985-1999. En ese período, la dispersión del poder en esa institución legislativa casi se triplicó: de 3,2 pasó a 9,4. Entre 1986 y 1987 hubo una disminución, pero el crecimiento se mantuvo entre 1996 y 1999, por lo que la tendencia principal del período fue un aumento de la fragmentación. La alta fragmentación no es consecuen-cia solamente del sistema electoral, sino también de la combinación de otros factores del propio sistema políti-co, por ejemplo: i) el crecimiento permanente electoral del Partido dos Trabalhadores (PT), que pasó de 8 escaños en 1982 a 49 en 1994; ii) el surgimiento del Partido da Frente Liberal (PFL) y del Partido da Social Democracia Brasileira (PSDB); el Partido Democrático Social (PDS) y el Partido do Movimento Democrático Brasileiro (PMDB), los dos principales partidos del régimen autoritario, tu-vieron bajo desempeño electoral. El PDS, que tenía 235 escaños en 1982, pasa a tener 34 en 1986, mientras que el PMDB pasa de 260 en 1986, a 108 en 1990, y iii) la migra-ción partidaria entre partidos sin prohibiciones (Amo-rim 2000; Lima Jr. 1993; Melo 2004; Nicolau 1996). Todos estos factores pueden ser interpretados como un intento de la élite política de reacomodarse en el nuevo escenario político, que, junto con el sistema electoral, ayudaron a crear el sistema multipartidario.

Es importante indicar que el gráfico 2 también muestra que la fragmentación es variable en una misma legislatu-ra, por ejemplo, en la 48º (1987-1990). El principal motivo de la variación es la migración partidaria, pues afecta la distribución de los escaños y el poder entre los partidos durante una misma legislatura. Al cambiar de partidos, los parlamentarios pueden volver a los antiguos partidos o fundar otros nuevos. Los datos del gráfico 2 muestran que la migración partidaria creció a finales de la década del ochenta y que algunos parlamentarios llegaron inclu-so a cambiar de partido dos veces en la misma legislatura (Nicolau 1996). Según Nicolau (1996), de los parlamenta-rios elegidos en las elecciones generales de 1994, el 64,6% cambió de partido por lo menos una vez desde 1980. Esa migración partidaria se puede notar en la legislatura 48º (1987-1990): el número efectivo de partidos con represen-tación parlamentaria en 1987 fue de 2,8; sin embargo, de-bido a la migración, el número saltó de 4,1 en 1988 a 5,5 en 1989, y en el último año de esa legislatura, en 1990, saltó a 7,1 (Amorim 2000).

Hoy, en la legislatura 54º (2011-2015), la fragmentación en la Cámara de los Diputados es alta, pues esa institu-ción está compuesta por veintidós partidos:7 PT, PMDB, bloque PSB, PTB y PC do B, bloque Partido da Repúbli-ca (PR), Partido Republicano Brasileiro (PRB), Partido Trabalhista do Brasil (PT do B), Partido Renovador Tra-balhista Brasileiro (PRTB), Partido Republicano Progres-sista (PRP), Partido Humanista da Solidariedade (PHS), Partido Trabalhista Cristão (PTC) y Partido Social Liberal (PSL), Partido da Social Democracia Brasileira (PSDB), Democratas (DEM), Partido Progressista (PP), Partido De-mocrático Trabalhista (PDT), bloque Partido Verde (PV) y Partido Popular Socialista (PPS), Partido Social Cristão (PSC), Partido da Mobilização Nacional (PMN) y Partido Socialismo e Liberdade (PSOL). Es posible disponer estos partidos en un escala ideológica de tres bloques: en la derecha, Partido do Movimento Democrático Brasileiro (PMDB), Partido Trabalhista Brasileiro (PTB), Partido da República (PR), Partido Republicano Brasileiro (PRB), Partido Trabalhista do Brasil (PT do B), Partido Renova-dor Trabalhista Brasileiro (PRTB), Partido Republicano Progressista (PRP), Partido Humanista da Solidariedade (PHS), Partido Trabalhista Cristão (PTC), Partido Social Liberal (PSL), Democratas (DEM), Partido Progressista (PP), Partido Social Cristão (PSC) y Partido da Mobilização Nacional (PMN); en el centro, Partido da Social Demo-cracia Brasileira (PSDB) y Partido Verde (PV), y en la iz-

7 Los datos se encuentran disponibles en la página web de la Cámara de los Diputados de Brasil, <http://www2.camara.gov.br/>.

Gráfico 2. Número efectivo de partidos parlamentarios, Cámara de los Diputados, 1985-1999

Fuente: Amorim Neto (2000).Nota: *primer año de una nueva Legislatura electa en el año anterior.

1985

1986

1987

*

1988

1989

1990

1991

*

1992

1993

1994

1995

*

1996

1997

1998

1999

*

3,2 3,32,8

4,1

9,48,5 8,2 8,1

7,1 6,9 6,8 7,1

5,5

7,1

8,7

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quierda, el PT, Partido Socialista Brasileiro (PSB), Partido Comunista do Brasil (PC do B), Partido Democrático Tra-balhista (PDT), Partido Popular Socialista (PPS) y Partido Socialismo e Liberdade (PSOL).

Debido a la gran fragmentación del poder legislativo, Brasil tendría un cuadro político compuesto por partidos poco ideológicos y parlamentarios individualistas, que, al ser indisciplinados, en las votaciones en plenario no seguirían la orientación del liderazgo partidario. Por todo esto, Scott P. Mainwaring señala que el compor-tamiento parlamentario desreglado sería el mayor obs-táculo para las acciones del jefe del poder ejecutivo, es decir, las dificultades del presidente de la República para estabilizar la economía y reformar el Estado estarían en la fragilidad del apoyo parlamentario a las propuestas del poder ejecutivo (Mainwaring 2003). Para ese grupo, los sistemas vigentes (electoral y partidario) producen un Le-gislativo disperso, con un proceso decisorio lento, nego-ciaciones clientelistas, coaliciones partidarias inestables y otros problemas, que crearía una tensión permanente entre los poderes ejecutivo y legislativo provocando ines-tabilidades decisorias y, por ende, un gobierno inestable.

La estabilidad: partidos y poder ejecutivo

Algunos estudios recientes que analizan el sistema po-lítico brasileño refutan las ideas expuestas arriba, pues estos politólogos empezaron a analizar con más detalle la actuación de los partidos y de la organización legisla-tiva de la Cámara de los Diputados. Ellos incluso presen-tan evidencias empíricas de que el proceso legislativo es centralizado y favorable al Gobierno, para que apruebe sus proyectos. El argumento central que está presente en estos análisis es que los problemas generados por los sistemas electoral y partidario son anulados por otro es-cenario institucional: el legislativo. Ese escenario garan-tiza más estabilidad a las decisiones colectivas y produce políticas públicas más eficientes. Ellos también apuntan que en ese escenario, el comportamiento de los parla-mentarios va a estar influenciado por los partidos en sus votaciones. También será influenciado por las reglas del juego parlamentario, que son altamente centralizadas en un pequeño grupo de liderazgos partidarios, llamado colegio de líderes.8

8 Ese colegio de líderes es un órgano auxiliar de la mesa directiva de la Cámara de los Diputados, es decir, los liderazgos de ese pequeño gru-po ayudan al presidente de la cámara legislativa en la organización

Peres (2000) resalta que la refutación de las ideas del otro grupo sólo fue posible porque aquellos estudios, en su mayoría, presentaban “[...] teorías formales,  basando sus argumentos en  las expectativas lógicas que  los mo-delos teóricos defienden para la realidad, sin tener una atención especial para la realidad política  en sí misma y para otras variables no cubiertas por los modelos” (Peres 2000, 92).9 Es exactamente ésa la postura metodológica adoptada por Argelina Cheibub Figueiredo y Fernando Limongi, quienes proponen un nuevo direccionamiento analítico, dislocando el análisis de los sistemas electoral y partidario hacia el proceso de decisión del poder legisla-tivo; es decir, identificar y analizar el proceso de interac-ción entre Ejecutivo y Legislativo en la elaboración de las leyes y los derechos parlamentarios dentro del Congreso Nacional (Figueiredo y Limongi 1998).

Orientados por la perspectiva teórica del nuevo insti-tucionalismo en la ciencia política, Argelina Cheibub Figueiredo y Fernando Limongi (1999) interpretaron las estructuras y los procedimientos internos de la Cámara de los Diputados como variables independientes del pro-ceso legislativo. Con esto, ellos rechazan las ideas defen-didas por el primer grupo de estudiosos al que ya se ha aludido en este texto sobre la actuación de los partidos en el proceso de decisión. Así, al contrario de lo que el otro grupo pronostica, Figueiredo y Limongi apuntan que:

[...] con la consulta  de  los datos se llegó a conclusio-nes totalmente contrarias a  las previstas por la litera-tura. Los resultados [...] mostraban la necesidad de revi-sar nuestras expectativas acerca del comportamiento de los partidos  en  el proceso legislativo  del Parlamento, sobre la cuestión de los requisitos necesarios para man-tener la coherencia del comportamiento de  los miem-bros de los partidos y el funcionamiento del Parlamento (Figueredo y Limongi 1999, 75).10

de los trabajos legislativos. La principal tarea de los miembros de ese colegio es preparar la agenda de trabajo del plenario. En esa agenda, los diputados del colegio de líderes deciden si una propuesta de ley debe ser aprobada o no (Figueiredo y Limongi 1999).

9 Traducción propia. “[...] teses formais, baseando suas argumentações nas ex-pectativas lógicas que os modelos teóricos advogam para a realidade, sem, contudo atentar tanto para a realidade política em si quanto para outras variáveis não previs-tas pelos modelos”.

10 Traducción propia. “[...] a consulta aos dados levou a conclusões totalmente em desacordo com as previsões feitas pela literatura. Os resultados [...] evidenciam a necessidade de revisar nossas expectativas quanto ao comportamento dos partidos no Parlamento, quanto ao seu papel no processo legislativo e, forçosamente, quanto à questão dos pré-requisitos necessários à coerência interna no comportamento dos membros de um partido e, por extensão, ao funcionamento do poder Legislativo” (Fi-gueredo y Limongi 1999, 75).

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Al analizar las votaciones nominales del período 1989-1999 y las reglas del proceso decisorio, Argelina Cheibub Fi-gueiredo y Fernando Limongi revelan que realmente exis-te disciplina partidaria en la Cámara de los Diputados. De acuerdo con estos autores, “89,4% de los parlamentarios del plenario votan siguindo la orientación de  su líder, tasa suficiente para predecir con exactitud el 93,7% de la votación nominal” (Figueiredo y Limongi 1999, 20).11 En seguida, ellos mostraron que la probabilidad de que un parlamentario vote con su líder es de 0,894 (Figueiredo y Limongi 1999, 27). Esto significa que la manifestación de los parlamentarios no es imprevisible. (Figueiredo y Li-mongi 1999). La tabla 1 presenta el promedio de la disci-plina de los partidos y del plenario, según el Gobierno, en el período de 1989-1999. Los datos de la tabla indican que la disciplina partidaria de los principales partidos, con representación política en la Cámara de los Diputados, refuta la principal idea de que los partidos son indiscipli-nados en las votaciones en las plenarias y producen, como consecuencia, un proceso decisorio caótico. Los datos re-velan también que los partidos son importantes actores en el proceso de decisión. También se puede decir que el poder ejecutivo organiza el apoyo a la agenda legislativa en bases partidarias, muy similares a lo que se encuentra en los regímenes parlamentaristas. (Ver tabla 1).

Otro dato importante de ese período, que complementa la tabla 1, es que el promedio del índice de cohesión de cada partido siempre estuvo por encima del 70%; esto significa que en cualquier votación el 85% de los miem-bros de los partidos importantes votaran igualmente (Figueiredo y Limongi 1999). Argelina Cheibub Figuei-redo y Fernando Limongi usaron el Índice de Rice como sinónimo de cohesión. Es importante señalar, que el Índice de Rice varía entre 0-100 y se calcula sustrayendo la proporción de votos minoritarios de los mayoritarios. Cuando 50% de los miembros de un partido votan sí y la otra mitad vota no, el índice es igual a cero; ahora, si existe total unión, el índice es igual a 100. Será igual a 70 si 85% de los miembros de un partido estuvieran de un lado y 15% del otro. En el cuadro 1 se presenta el pro-medio del Índice de Rice, por partido. Se observa que el comportamiento de los diputados está lejos de la visión de que los parlamentarios actuarían en desacuerdo con el partido (ver cuadro 1).

Los estudios de Argelina Cheibub Figueiredo y Fernan-do Limongi apuntan a que la literatura centrada en los

11 Traducción propia. “em média, 89,4% do plenário vota de acordo com a orientação de seu líder, taxa suficiente para predizer com acerto de 93,7% das votações nominais”.

sistemas electoral y partidario se equivocó al pronosticar que el jefe del Ejecutivo enfrentaría problemas para im-plementar su agenda legislativa. Según Carey y Shugart (1992), lo que se observa es que el presidente de la Repú-blica brasileño es uno de los que más tiene poder en Amé-rica Latina para influenciar el proceso de decisión de la Cámara de los Diputados.

Actualmente, con el arreglo constitucional, el presiden-te de la República dispone de prerrogativas legislativas capaces de influenciar significativamente el proceso le-gislativo, logrando asegurar resultados satisfactorios para las propuestas del poder ejecutivo. Con ese arreglo, el jefe del Ejecutivo tiene la exclusividad de iniciativa en materias administrativas, presupuestarias y fiscales. Los datos del gráfico 3 presentan el porcentaje de leyes aprobadas por iniciativa del Ejecutivo. Estos datos indi-can que el presidente de la República no encuentra difi-cultad en aprobar su agenda; se puede ver que 79,2% de la legislación aprobada fue de iniciativa del Ejecutivo; en

Tabla 1. Promedio de la disciplina partidaria y de la plena-ria, según el Gobierno, 1989-1999*

Partidos Sarney Collor Itamar Cardoso Total

PFL 88,2 90,3 87,4 95,1 93,4

PDS/PPR/PPB

85,2 90,9 87,4 84,3 85,8

PTB 79,5 84,6 83,9 89,7 88,0

PSDB 86,8 88,3 87,0 92,9 91,3

PMDB 83,7 87,5 91,2 82,3 84,1

PT 98,8 96,7 97,8 97,1 97,1

PDT 93,5 92,9 91,0 91,5 91,8

Plenaria 84,1 89,3 89,6 90,3 89,9

Fuente: Figueiredo y Limongi (1999).Nota: *hasta febrero de 1999, fin del primer gobierno de Fer-nando Henrique Cardoso.

Cuadro 1. Promedio del Índice de Rice, por partido, 1989-1999

PFL PDS/PPR/PPB

PTB PSDB PMDB PT PDT

78,39 75,70 70,74 73,01 73,69 95,96 81,58

Fuente: Figueiredo y Limongi (1999).

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cambio, 13,9% es de iniciativa del Legislativo, y los otros (el poder judicial, Tribunal de Conta da União y Ministé-rio Público), sólo 6,9%.

Esto quiere decir que el Ejecutivo recibe apoyo del Legis-lativo. Con estos datos, se puede suponer que el poder ejecutivo impone una agenda legislativa determinando cuándo y cuáles propuestas serán discutidas, pues el pre-sidente de la República tiene de forma casi exclusiva el poder de proponer proyectos. En todos los proyectos de ley de su iniciativa, el jefe del Ejecutivo puede solicitar urgencia para su tramitación y también puede dictar me-didas provisorias con fuerza de ley (ver gráfico 3).

Es importante señalar que existen otras prácticas que el presidente de la República usa para adquirir apoyo en el Legislativo, ya que controla la distribución de puestos en la administración federal y de presupuestos. Éstos son recursos indispensables para la supervivencia de los diputados en la disputa electoral, pues ellos depen-den de estos recursos para conseguir la reelección en las siguientes elecciones generales. La probabilidad de que el partido del presidente de la República obtenga la ma-yoría en las importantes votaciones legislativas es bají-sima; entonces, el Gobierno utiliza estos recursos para organizar “[...] su base de apoyo por medio de la distribu-ción de puestos en la estructura del poder Ejecutivo y del

presupuesto  a los principales partidos, y estos partidos proporcionan los votos necesarios para la aprobación del programa de trabajo del gobierno” (Santos 2003, 191).12

Un buen ejemplo del uso de estos recursos se observa en las reformas ministeriales, donde el presidente de la República distribuye puestos en el primer y segundo escalón para los partidos que estén dispuestos a apoyar las iniciativas del Ejecutivo, y también ejecuta las llama-das enmiendas individuales de los diputados (Pereira y Mueller 2002; Pereira y Rennó 2001). Esas prácticas esta-blecerían un sistema de cooperación mutuo entre el par-tido y el poder ejecutivo, es decir, el partido apoyaría las iniciativas del presidente de la República, y a cambio, el Ejecutivo da lo que la institución partidaria necesita. La literatura llama presidencialismo de coalición a ese pro-ceso de interacción entre Ejecutivo y Legislativo.

El Gobierno también interviene –por medio de los lide-razgos que apoyan al Gobierno, o de otros actores políti-cos como los ministros del Estado y hasta el propio jefe del Ejecutivo– en las elecciones para las presidencias de la mesa directiva y de las principales comisiones perma-nentes de la Cámara de los Diputados (Abrúcio y Carval-ho 2000). El presidente de la República tiene gran interés en que su candidato ocupe la presidencia de la mesa y de las comisiones, pues el apoyo del presidente de esas instancias a los proyectos que interesan al Ejecutivo es sinónimo de tranquilidad. Además, el presidente de la República cuenta con apoyo de los principales liderazgos de la coalición para intervenir en el proceso de decisión. Los estudios de Argelina Cheibub Figueiredo y Fernan-do Limongi han constatado que, sin importar el voto del liderazgo,13 los líderes siguen disfrutando de poder en la conducta del proceso legislativo. Según Figueiredo (2001), las decisiones en la Cámara de los Diputados son altamente centralizadas alrededor de algunos liderazgos partidarios, y la distribución de derechos parlamentarios favorece a los principales líderes partidarios.

El poder de los liderazgos controla las comisiones per-manentes y especiales. La importancia de ese tipo de in-fluencia puede ser observada en el análisis que Pereira y Mueller (2002) hicieron del proceso de interacción entre Ejecutivo y Legislativo en la elaboración del presupuesto

12 Traducción propia. “[...] sua base de sustentação através da distribuição de postos na estrutura do Executivo e verbas orçamentárias aos grandes partidos, e es-tes garantem os votos necessários à aprovação do programa de governo”.

13 En la Cámara de los Diputados, el voto del liderazgo fue suprimido; sin embargo, permaneció en el Senado Federal y en el Congreso Na-cional (Figueiredo y Limongi 1999).

Gráfico 3. Porcentaje de las leyes aprobadas, según iniciativa,*Congreso Nacional, 1989-1994

Fuente: Pessanha (1997).Nota: *N = 1.259. **poder judicial, Tribunal de Contas da União y Ministério Público.

6,913,9

79,2

Ejecutivo Legislativo Otros**

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anual. Estos autores constatan que la indicación de los miembros de la Comissão Mista de Planos, Orçamentos Públicos e Fiscalização confiere un poder considerable a los liderazgos partidarios. Los liderazgos controlan la distribución de puestos en las comisiones, puestos que son repartidos por medio de una negociación entre los lí-deres partidarios. También les corresponde a ellos crear las comisiones especiales e indicar sus presidentes y rela-tores (Novaes 1994; Santos, 2003).

Otra influencia decisiva de los liderazgos en el proceso de decisión es el uso frecuente del recurso de urgencia. Según el artículo 151 del Reglamento Interno de la Cá-mara de los Diputados, el régimen de tramitación de un proyecto puede ser alterado de ordinario a especial. Es importante decir que el reglamento de la cámara legis-lativa distingue dos tipos de tramitación especial: i) ur-gencia y ii) urgencia urgentísima. La urgencia significa que el proyecto es retirado de la comisión a la que fue en-viado e incluido en el orden del día para apreciación de la plenaria; ya la urgencia urgentísima se aplica a los pro-yectos considerados relevantes y de interés nacional. Por lo general, la tramitación en régimen de urgencia se da a los proyectos de iniciativa del poder ejecutivo, y 1/3 de los miembros de la Cámara de los Diputados o de líderes que representen ese número pueden pedir este régimen. De acuerdo con Figueiredo “[...] de las más 1.000  leyes estudiadas, 74,0% tuvieron una solicitud de emergencia y fueron votadas antes del concepto de los comités”.14 Ese tipo de régimen saca de las comisiones su prerrogativa decisoria, y también ellas pierden la función de elaborar y mejorar las propuestas de leyes (Figueiredo 1995, 8).

Por lo demás, los liderazgos deciden si un proyecto debe ser aprobado o no. En la Cámara de los Diputados, prác-ticamente ningún proyecto se somete a la plenaria sin que los líderes hagan una previa evaluación política de la propuesta. Antes de las sesiones, en especial en los días en que ocurren votaciones, los liderazgos discuten las materias que se van a votar y buscan llegar a un con-senso sobre la posición que se va a tomar en la plenaria. Si se llega a un acuerdo, el proyecto es aprobado por la mayoría de los diputados. Esto quiere decir que la ins-titucionalización del colegio de líderes, como instancia con poder de decisión, se convierte en obstáculo para la mayoría de los parlamentarios en el proceso legislativo. En realidad, el colegio de líderes neutraliza la participa-ción de las comisiones y también de la propia plenaria.

14 Traducción propia. “[...] das mais de 1.000 leis estudadas, 74,0% tiveram um pedido de urgência e foram à votação antes que as comissões dessem um parecer”.

Conclusión

Como ya se ha observado en las páginas anteriores, para los politólogos que comparten las ideas de Juan Linz, la combinación de presidencialismo con características de los sistemas electoral y partidario es un matrimonio inestable. Para ellos, las cosas malas producidas por esa combinación contaminarían el poder legislativo y produ-cirían políticas públicas inconsistentes e ineficientes, y crisis de gobernabilidad. Las observaciones de estos estu-diosos no fueron apoyadas por estudios empíricos, pero sí son deducciones incompletas sobre el sistema político brasileño. Muchas cosas malas son producidas por los sistemas electoral y partidario, pero existen argumentos consistentes para considerar que esas cosas no traspasan las gruesas paredes de la Cámara de los Diputados, es decir, dentro de esa cámara son los partidos y el poder ejecutivo quienes estipulan las reglas.

Los parlamentarios entran en contacto con un proceso de-cisorio centralizado en los líderes de la coalición de apoyo al presidente de la República, que resuelve dos problemas institucionales fundamentales: i) garantiza mayor estabi-lidad al proceso decisorio y ii) promueve la gobernabilidad deseada por el jefe del Ejecutivo. Sin embargo, hay dos pro-blemas para el ejercicio del gobierno de la mayoría.

Al centralizar las decisiones en algunos líderes, se des-plaza el poder de la mayoría hacia un pequeño grupo de parlamentarios, es decir, la mayoría de los diputados no participarían en el juego parlamentario constituyendo así una oligarquización del poder. El otro problema es la delegación de poderes que los parlamentarios hicieron a los liderazgos, que produciría pérdidas políticas para la mayoría de los diputados. Lo que se puede preguntar es: ¿por qué los diputados delegaron tantos poderes a los liderazgos y por qué ese comportamiento se mantiene? Suponiendo que los actores políticos son individuos ra-cionales, conscientes de sus acciones, y tienen sus pro-pios intereses particulares (Downs 1999; Limongi 1994; Tsebelis 1998), el mayor objetivo del parlamentario es intentar maximizar todos sus intereses para que pueda reelegirse. En otros términos, el propósito fundamental de todos los parlamentarios es dar continuidad a su ca-rrera política, ya sea por medio de la reelección o la ocu-pación de puestos políticos en la administración pública. La existencia de liderazgos fuertes trae ventajas a todos, pues fortalece los partidos en las negociaciones por bene-ficios políticos, junto al poder ejecutivo. Los liderazgos partidarios instituyen un vínculo entre los parlamen-tarios y el poder ejecutivo, negociando los intereses de ambos actores (Pereira y Mueller 2003).

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¿Inestabilidad o estabilidad en la política brasileña? Partidos políticos y presidente de la República contra la incertidumbre

Riberti de Almeida Felisbino

Otras Voces

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* Ph.D.enHistoria,UniversityofPennsylvania,EstadosUnidos.ProfesoraprincipaldelaUniversidaddelRosario,Colombia.Correoelectrónico:[email protected]

** Ph.D.enHistoriayenHistoriadelArte,McGillUniversity,Canadá.ProfesoraAsistentedelDepartamentodeHistoriadeBrockUniverstiyeinvestigadoraafiliadaalCentreforOralHistoryandDigitalStorytelling,ConcordiaUniversity,Canadá.Correoelectrónico:[email protected]

Otras voces, otras fuentes

Como lo demuestra el artículo que abre este Dossier, el espectro de lo que son objetos de estudio en el campo del análisis cultural se ha ampliado en las dos últimas décadas. En esta sección presentamos a los lectores una selección de material gráfico, oral y escrito de lo que podemos considerar como patrimonio tangible e intangible del período: publicidad impresa, fotografía, portadas de revistas literarias infantiles y para adultos, partituras, respuesta a cuestionarios oficiales, transcripciones de entrevistas, caricaturas didácticas, proyectos de arquitectura, pinturas. Esta selección es una invitación que hacemos al lector a reflexionar sobre el papel constitutivo que este patrimonio pueda tener, de manera más general, en distintos procesos sociales.

Catalina Muñoz Rojas*

María del Carmen Suescún Pozas**

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Otras voces, otras fuentesCatalina Muñoz Rojas, María del Carmen Suescún Pozas

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Portadas de la revista Chanchito, Revista Ilustrada para Niños 1, no. 1 (6 de julio de 1933). Biblioteca Nacional de Colombia.

Otras voces, otras fuentesCatalina Muñoz Rojas, María del Carmen Suescún Pozas

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Encuesta Folklórica Nacional. Municipio de San José de Pare, Boyacá. Patronato Colombiano de Artes y Ciencias, Bogotá.

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Encuesta Folklórica Nacional. Municipio de San José de Pare, Boyacá. Patronato Colombiano de Artes y Ciencias, Bogotá.

Otras voces, otras fuentesCatalina Muñoz Rojas, María del Carmen Suescún Pozas

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Encuesta Folklórica Nacional. Municipio de San José de Pare, Boyacá. Patronato Colombiano de Artes y Ciencias, Bogotá.

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Encuesta Folklórica Nacional. Municipio de San José de Pare, Boyacá. Patronato Colombiano de Artes y Ciencias, Bogotá.

Otras voces, otras fuentesCatalina Muñoz Rojas, María del Carmen Suescún Pozas

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Estos son dos breves extractos de unas entrevistas que he venido realizando desde el año 2000. Hacen parte de un estudio de largo aliento sobre la historia de las cla-ses medias en Colombia en el siglo XX. El testimonio de Consuelo Fernández, una mujer de oficina, nos invita a repensar la decada de los años cuarenta en Bogotá. La narrativa de Consuelo ilumina ciertos cambios históri-cos que han sido ignorados por la historiografía colom-biana: la expansion del sector terciario de la economía, la creación de la oficina como un espacio fundamental para la consolidación de nueveas relaciones laborales y el incremento en la participación de las mujeres en el sector de servicios. Además, vemos cómo la memoria es atravesada por experiencias de género y clase. Para esta mujer de oficina el ser clase media ha sido un proyecto político en constante formación, un proyecto de vida. Sus recuerdos no son simplemente hechos históricos de lo que ocurrio en los años cuarenta; más bien, ella re-cuerda a través del género y la clase. Es importante re-calcar que al estudiar el pasado desde las experiencias de los diferentes actores sociales no significa simplemente repetir lo que tales actores recuerdan. Como lo sugiere estos breves extractos, es también muy importante in-dagar sobre las condiciones discursivas/materiales y las razones históricas que permitieron que mujeres como Consuelo Fernandez se consideraran mujeres de oficina y, sobre todo, clase media. Más aun, debemos pregun-tarnos por qué Consuelo reclama una memoria para así reivindicar una identidad de mujer de clase media tanto en el presente como en el pasado. Ante todo, podemos concluir que este testimonio hace evidente la necesidad de escribir y pensar la formación histórica de la clase media en Colombia durante el siglo XX.

Fragmentos de entrevistas

[...] No sabe lo difícil que es ser clase media. Es cues-tión, no sé... todos los días usted tiene que alimentar su estatus. Menos mal que... mire, yo le agradezco a Dios que mis padres me educaron como una mujer de clase

media y me case con un hombre de clase media. Usted sabe, las motivaciones, la educación, las diferencias con la gente...eso se puede ver en cualquier lado. Ser clase media, me parece, es un privilegio. No somos ni ricos, porque nos enloquecemos por el dinero. Aunque usted no lo crea la obsesión por el dinero le trae proble-mas morales. Tampoco somos pobres, porque somos lo que somos; es algo difícil de explicar, pero no es algo que pasa de la noche a la mañana. Créame, Yo no podré tener pero nada en el bolsillo, ni un peso, pero siem-pre he sido de la clase media, y siempre lo seré. Mire a mis hijas, les hemos [mi esposo y yo] enseñado a ser clase media. Eso sí, ha sido difícil pero creo que hemos salido bien librados.

[...] yo no sé como hacía pero lo hacía, me despertaba a las cuatro de la mañana, hacía almuerzo y desayuno para todos, llevaba al jardín y al colegio a los niños que entraban a las siete, cogía para el trabajo, hora pico, hacía las cosas a una velocidad increíble, a la salida reco-gía a los niños, el del jardín siempre pagaba media hora más para que me lo cuidarán, llegaba a la casa como a las siete, y ponga a hacer la comida, a veces dejaba para el almuerzo, de una vez, y al otro día lo mismo... los fines de semana pues arreglaba toda la casa, lavaba, plancha-ba, bueno era sólo trabajo, dicen que las mujeres tienen más opciones ahora, pero mire, es que uno ya se vuelve un reloj de cuerda, para mí ha sido importante trabajar, pero me gustaría estar un poco más suelta, más libre, que todo es de carrera, que te acuestes, que te levantes, y en eso se te va la vida: trabajando. Pero sin el trabajo aquí y allá, uno no se puede mantener. Es la única forma de llegar a ser alguien en la vida. Mira, si la mujer no trabaja, es muy difícil darle estudio a los niños, sacarlos adelante, pero igual tienes que seguir educándolos con los mejores valores morales y sociales…nos podíamos mantener a flote por el trabajo de uno…es que de no ser así era imposible.

Fernández, Consuelo. Entrevista por A. Ricardo López, Bogotá, Julio del 2000, grabación magnetofónica.

Entrevista Ricardo López

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“Modo de transmitirse el paludismo”. Caricatura. Salud y Sanidad I, no. 8 (1932): 91.

Estadio de béisbol de Cartagena. 1947. Fotografía: Carlos Niño Murcia.

Otras voces, otras fuentesCatalina Muñoz Rojas, María del Carmen Suescún Pozas

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Carlos Correa. 1944. Autorretrato. Óleo sobre tela, 95 x 155 cm. Museo de Antioquia.

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por Catalina Muñoz Rojas**

María del Carmen Suescún Pozas***

* Ésta es una muestra de un proyecto de investigación de Catalina Muñoz Rojas y María del Carmen Suescún Pozas sobre la memoria de las décadas de 1930 y 1940 en Colombia, que utiliza la historia oral como fuente y objeto de estudio.

** Ph.D. en Historia, University of Pennsylvania, Estados Unidos. Profesora principal de la Universidad del Rosario, Colombia. Correo electrónico: [email protected]

*** Ph.D. en Historia y en Historia del Arte, McGill University, Canadá. Profesora Asistente del Departamento de Historia de Brock University e investigadora afiliada al Centre for Oral History and Digital Storytelling, Concordia University, Canadá. Correo electrónico: [email protected]

Memorias de las décadas de 1930 y 1940 en Colombia*

En nuestro artículo de este Dossier expresamos el interés que tiene la historia cultural por crear narrativas que nos acerquen a la formación de las subjetividades y las expe-riencias de vida en que se hacen manifiestas. El reto es generar lecturas que integren miradas que no desarticu-len el mundo material del simbólico, prestando atención a la manera como las percepciones, las subjetividades, los símbolos y la agencia dan forma al mundo social y a sus relaciones de poder, sin pasar por alto las condiciones materiales que también son determinantes. En el perío-do que nos interesa en particular, los testimonios orales pueden resultar de gran utilidad para enfrentar ese reto.

Gracias a la labor realizada por algunos investigadores, la historia oral ya ha entrado a ocupar un lugar im-portante en el repertorio de las fuentes utilizadas para narrar la historia de las décadas de 1930 y 1940.1 Sin em-bargo, el uso de los testimonios orales continúa siendo la excepción, a pesar del gran potencial que han demos-trado tener. Nuestro objetivo en esta sección de Debates es hacer una invitación a recuperar y explorar la histo-ria oral como género y objeto de estudio, y no sólo como fuente, para la historiografía del período.

Los lectores habrán constatado que este Dossier contiene trabajos de investigadores en las ciencias sociales y las humanidades que ofrecen nuevas lecturas del período. Sin embargo, las maneras de entender y resignificarlo

1 Investigadores/autores tales como Mauricio Archila, Herbert Braun, Abel Ricardo López, Ann Farnsworth-Alvear, Ricardo Arias, Peter Wade, entre otros.

no son tan sólo de la competencia de la práctica acadé-mica, sino también del dominio público: las narrativas sobre el pasado y nuestra participación en el acto de con-tar se producen desde lugares variados. Es por este moti-vo, y por los múltiples retos que este período nos plantea, que decidimos abrir un espacio en esta publicación a otras voces e incorporarlas al debate. Consideramos de suprema importancia que las ciencias sociales y las humanidades rompan con la producción de conocimiento que es partíci-pe del ejercicio de poder que constituye el silenciar voces.

A continuación ofrecemos apartes de una serie de en-trevistas de lo que es una investigación de historia oral de mayor envergadura sobre la diversidad de voces, ex-periencias y percepciones de las décadas de 1930 y 1940 en Colombia, con el fin de recuperar la complejidad, o lo que podríamos llamar la textura de la trama y urdimbre del período en distintos dominios de la experiencia.

Estos apartes salen de doce entrevistas llevadas a cabo en los meses de julio y agosto de 2011 en diferentes lo-calidades de Bogotá, D. C., Cundinamarca y Cartagena.2 El diseño de la guía de las entrevistas y la recolección de la información siguió protocolos éticos institucionales guiados por parámetros internacionales.3 La participa-

2 Las entrevistas fueron realizadas por Catalina Muñoz Rojas y los estudiantes Rubén Darío Serrato Higuera, Angélica Salazar Rodríguez y Juliana Gómez Merchán, miembros del Semillero de Investigación en Historia Oral del Programa de Historia de la Universidad del Rosario.

3 En particular, fueron utilizados el protocolo de ética de Brock Uni-versity (Ontario, Canadá), el de Oral History, Concordia University

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ción de los entrevistados fue voluntaria. Su identidad no ha sido divulgada, al considerar que, en general, éstos solicitaron que conserváramos su anonimato. Nos ha parecido importante ofrecer a los lectores información sobre la fecha y lugar de nacimiento del entrevistado, al igual que del lugar en el que se hizo la entrevista (cuya duración fue de una hora), seguida en algunos casos de una segunda, ya fuera para completarla o ahondar en ciertos temas, por decisión del entrevistado. Las entre-vistas fueron registradas en grabación.4

Las preguntas se diseñaron de tal manera que fueran lo suficientemente abiertas, con el fin de predeterminar o prefigurar en el menor grado posible las respuestas de los entrevistados en lo que respecta a las preconcepciones que pudieran tener los entrevistadores. Si bien amplias, las preguntas permitían al entrevistado evidenciar as-pectos íntimos de la memoria y de su subjetividad. For-mulamos preguntas abiertas relativas a la experiencia de vida de los entrevistados durante esas dos décadas, y la memoria que sobre ellas persiste en su familia: ¿Qué re-cuerda usted de las décadas de 1930 y 1940 en Colombia? ¿Qué significaron las décadas del treinta y el cuarenta en Colombia para su familia? ¿Recuerda usted qué cambios ocurrieron entonces en ámbitos como la política, la so-ciedad, la economía o la cultura? ¿Podría decirnos, en su opinión, cuál fue la importancia de estas dos décadas en la historia del siglo XX en Colombia? Prestamos además especial interés a la valoración que el entrevistado hizo del período, de tal forma que si el entrevistado parecía tener una visión positiva, se lo invitaba a recordar algo que le hubiera parecido negativo, y viceversa. Con el fin de ahondar en lo que respecta al lugar que ocupaba el en-trevistado en lo que recordaba, se lo invitó a reflexionar sobre cómo se sintió, cuándo o cómo se dio cuenta de lo que decía recordar, y se le pidió además describirlo en más detalle.

En cuanto a los entrevistados, ofrecemos aquí una mues-tra de hombres y mujeres que para 1950 tenían entre 15 y 27 años, y, por lo tanto, vivieron las dos décadas pre-cedentes en distintas etapas de su infancia, juventud y edad adulta. Si bien en esta selección tenemos entre-vistados de tres regiones, en el proyecto del que estas entrevistas hacen parte buscamos cubrir una mayor ex-tensión del país. Algo que estas entrevistas evidencian es la movilidad de los entrevistados y la diversidad de expe-

(Montreal, Canadá), y el del Institute of Oral History de Baylor Uni-versity (Texas, Estados Unidos).

4 En las transcripciones mantuvimos el uso idiosincrásico que los en-trevistados hacen del lenguaje, para no perder la oralidad del relato.

riencias urbanas y rurales, de distintas clases sociales, e identidades raciales y étnicas.5

Con esta selección pretendemos ilustrar la riqueza de esta herramienta y su cualidad inagotable, precisamente por la inestabilidad de la memoria (Frisch 1979; High 2010; Passerini 1987; Portelli 1991). El lector podrá apreciar que el juego, las libertades e intensidades de los testimonios no son obstáculo para el conocimiento, sino más bien un punto de entrada tanto para formularnos preguntas epis-temólogicas en torno a lo que conocemos del período como para adentrarnos en territorios de lo que a primera vista no no nos pareciese del dominio de lo conocible. Igual-mente, esta selección evidencia el interrogante sobre el límite entre la historiografía, entendida como el oficio de los historiadores, y la memoria, cuando ésta se apoya en las herramientas de la narrativa (Trouillot 1995).

Invitamos entonces a nuestros lectores a explorar los si-guientes apartes de entrevistas, cuyo propósito es seguir abriendo vetas para el debate y expandir los límites de nuestras formas de entender el mundo social. Con estos apartes no queremos entregar al lector un análisis prees-tablecido sino darle la oportunidad de crear sus propias asociaciones e interpretaciones, y demostrar que los objetos de la memoria son siempre materia de debate.6 Nuestro objetivo es estimular una producción imagina-tiva que amplíe los límites tanto de lo que sabemos sobre el período como de nuestro oficio.

***

Tila. Nacida en Tibaná en 1929. Entrevistada en Bogotá, agosto de 2011

Entrevistador(a): Doña Tila, ¿qué recuerda usted de la década que va de 1930 a 1940?

Tila: […] Lo que yo recuerdo ahora lo leí. En 1930, en 1930 se sucedió en Colombia la masacre más violenta que ha

5 Sabemos que categorizar a los entrevistados y sus experiencias según género, clase, raza o urbano/rural es materia de análisis y puede ser problematizado. Sin embargo, este análisis va más allá del objetivo de esta sección.

6 La apreciación, intelectual, artística, y la tradición oral nos ofrecen modelos para esto en distintas culturas, entre otros, los gabinetes de curiosidades, las colecciones de arte, los álbumes de fotografías, los álbumes de recortes, o hasta las mismas bibliotecas y archivos. Existen muchos ejemplos de cómo el modelo aquí propuesto se puede poner en función de la producción de conocimiento en las ciencias sociales y las humanidades. Para un ejemplo del potencial de este modelo de presentación-argumentación, ver Suescún (1998).

Memorias de las décadas de 1930 y 1940 en ColombiaCatalina Muñoz Rojas, María del Carmen Suescún Pozas

Debate

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existido en Colombia, que fue en la zona bananera. Es-taba como presidente, ¡ay!, ahora se me olvida éste, pero yo tengo que acordarme porque es que, pero bueno, deme un espacio ahí. Estaba como presidente mmmm, que fue el último conservador de la Hegemonía Conservadora que duró 20 años. Entonces, ¡ay! Cómo es que se llamaba este hombre, me acuerdo tan rápido y ahorita se me olvida. Bueno, deme un espacio, porque me tengo que recordar. En ése, es decir, en esa masacre que fue en la zona bana-nera murieron centenares de hombres, mujeres y niños. ¿Por qué hubo esa masacre? Porque los obreros tenían que trabajar, y mujeres y niños, 22 horas seguidas, entonces ellos se reunieron… para pedir que le bajaran siquiera dos horitas de trabajo, que les dejaran solamente 20 [horas] de trabajo, y que les subieran un poquitico de lo que ga-naban; la respuesta fue la masacre. Bueno, eso fue en 1930, en 1930 también vino el cambio del partido, porque hasta 1930 gobernó el trabajo conservador, es decir, ahí se terminó la Hegemonía Conservadora, y ganó este señor de Guateque, mmmm, Enrique Olaya Herrera, liberal… Ese Partido Liberal gobernó hasta 1946, que fue, 45, que lo vino a remplazar Ospina Pérez, conservador. Bueno, en-tonces veamos algo de lo que nos hizo, nos trajo Enrique Olaya Herrera. Entre las cosas que él hizo, sobre todo nos dio a la mujer los derechos civiles, porque la mujer ante-riormente no podía disfrutar de la herencia que le dejaran los padres, porque de eso, esa herencia, si se casaba una mujer que llevaba algo de herencia al matrimonio, el que podía disponer de eso era el marido. Él podía venderlo, regalarlo, jugárselo, inclusive yo tuve una tía que vícti-ma de esto. Entonces, Enrique Olaya Herrera dijo: “No, la mujer va a manejar sus bienes”, y entonces él nos dio los derechos civiles, Enrique Olaya Herrera. […] Otra cosa que dijo Enrique Olaya Herrera, liberal: “La mujer va a es-tudiar”; y entonces, ya la mujer pudo ir a estudiar, claro que a lo máximo que llegaba la mujer era a hacer sexto de normal o bachillerato; universidad, nada. Eso lo hizo Enrique Olaya Herrera. Algo que sucedió en el gobierno de Enrique Olaya Herrera en el 32 o 33 fue que los peruanos querían apoderarse del Trapecio Amazónico, y entonces Enrique Olaya Herrera hizo un llamado al pueblo colom-biano, y les dijo en ese momento: “Tanto liberales como conservadores somos colombianos y tenemos que prote-ger el Trapecio Amazónico”, entonces hizo un llamado; dijo en ese momento: “No hay liberales no hay conserva-dores, es un solo partido que se va a defender”, y manda-ron para allá un ejército lo mejor que pudieron; cuando los peruanos tuvieron conocimiento de esto, se retiraron y no hubo el enfrentamiento porque se retiraron, y des-ocuparon allá, el Trapecio Amazónico, donde está Leticia. Eso pasó en el gobierno de Enrique Olaya Herrera […] De ahí en adelante de Enrique Olaya Herrera la verdad no

recuerdo bien quiénes fueron los que gobernaron; sé que que… que en esa época de 1930 a 1940 hablaban, decían, que hubo una crisis económica terrible, es decir, la mo-neda no valía nada, fue una desvalorización, una crisis económica terrible hasta 1930. ¿Qué más recuerdo yo de esa época, qué le digo? No recuerdo exactamente quiénes gobernaron. Bueno, el último que vino a gobernar de, hasta 1945, fue este, ¡ay! mmm, López, pero no López Pu-marejo, sino López, López, López, que hubo un problema terrible con él en Pasto; allá casi lo, lo secuestraron o lo tuvieron; es decir, lo poco que yo [recuerdo] será porque en ese entonces no había ni prensa. La radio, pero por allá el que tenía la radio en su casa, porque no es como ahora que cada el radio por cada lado; los medios de comuni-cación eran limitados y el periódico estaba al alcance de los potentados, de los ricos, a uno no lo dejaban, no se informaba de nada.

Entrevistador(a): Doña Tila, ¿usted recuerda de qué libro leyó esto?

Tila: Yo lo leí del libro, pérese, pérese, de un libro que era así de grande y era hermosísimo y me lo robaron. Anao y Arrula, Anao y Arrula, como que era, sí, eso era, bueno Arrula.

Entrevistador(a): Cuénteme qué recuerda del período después de 1946.

Tila: Eso fue terrible, del 46 al 53 gobernó el Partido Conser-vador. Se inició con éste, ¡ay!, Dios mío, que se lo dije hace un momentico… Ospina Pérez. Me acuerdo mucho de esas elecciones [risas], porque yo estaba […] donde las monjas, me acuerdo mucho porque como a las 5:30 que nos levantá-bamos, corrían las empleadas de un lado a otro pero uno, […] uno era totalmente ignorante […] Corrían de un lado al otro, se abrazaban, se besaban, y bueno, iban donde las monjas, y lo mismo las monjas encantadas de la vida; en-tonces ahí mismo nos arreglaron y fuimos a misa, porque había ganado el Partido Conservador. Eran monjas bizanti-nas, vicentinas [risas], […] yo decía: “Y, pero ¿por qué eso?”.

***

Betty. Nacida en Bogotá en 1923. Entrevistada en Bogotá, julio de 2011

Entrevistador(a): ¿Cómo recuerdas que era la vida diaria?

Betty: […] En esa época sí se iba a cine. ¡Ah! Ésa era otra época… Empezaron [con] que no podíamos ir a cine. Me

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acuerdo que una vez nos llevaron a una película mi mamá y […] la amiga de mi mamá que tenía también una hija [de la que] yo era amiga […] Ya tenía yo […] por lo menos 15 años o cosa así. Nos llevaron a cine y resultó escanda-losa la película [risas] […] ¡Y lo escandalosa era que creo que había una de las actrices que se tomaba unos tragos o alguna cosa así! [risas] […] Apenas salimos, nos dijeron: “¡Qué arrepentimiento! ¡Cómo las fuimos a llevar a esa película! ¡Qué barbaridad!” [risas]. Pero no había reme-dio, ya la habíamos visto.

[…] Para la mujer era muy horrible la situación […] por-que la tenían muy por debajo. La primera abogada que hubo, que fue Gabriela Samper… ehhh… Peña. La prime-ra que entró a la universidad. Eso fue un escándalo tre-mendo pensar que se metiera a la universidad a estudiar abogacía. Eso no se conocía… Ese escándalo debió ser por el año… más o menos, a ver, yo terminé en el 39, en el 40, 41, por ahí […] Lo que me estoy acordando ahora, que el otro día nos acordamos con algunas [amigas], es que yo recién casada, cuando iba para Estados Unidos […] tenía que tener permiso de Rodrigo [su esposo] para poder salir del país. Eso sí nos acordamos el otro día con las amigas; que eso era absurdo. Es que a las mujeres nos trataban como unas cosas… Las mujeres siempre nos casábamos sin cinco centavos. Siempre el señor lo mantenía a uno… Es que el cambio para la mujer ha sido lo más violento. En los 88 años que yo tengo, es decir, en los 80 que me doy cuenta, ha sido un cambio completamente radical; pero completo. Otro mundo. Y yo creo que en esa época inclu-sive en Estados Unidos la mujer era otra cosa. No tenían la libertad que tienen hoy ustedes. Que ustedes trabajan y pueden hacer lo que quieren.

***

Lily. Nacida en San José de Pare (Boyacá), 1923. Entrevistada en

Facatativá, agosto de 2011

Entrevistador(a): ¿Qué significaron las décadas del treinta y el cuarenta en Colombia para su familia?

Lily: […] Allá no hubo escuela pa’ los pobres. La escuela era hacer oficio ¡y juete que no, señor! Huy, mi papá era un viejo muy […] Ay, ¡pecadito! Perdóneme Dios. Muy atrevido. A ninguno de los hijos le dio escuela. Éramos ocho hermanos. Pa’ ninguno, porque como a él no lo pu-sieron los papás a la escuela, entonces él dijo que como a él no lo habían puesto, que él tampoco ponía a ninguno de los hijos […] Mis hermanos que aprendieron a leer […]

ellos aprendieron a leer porque se vinieron a trabajar a Bogotá, y ellos estudiaban de noche y así aprendieron. Y los otros fuimos una tanda de brutos, como dicen… A uno le hace falta que lo hubieran puesto, pero ya le digo, a ninguno… El Mono sí sabe leer porque él estuvo en el cuartel y allá aprendió.

Uno fue muy sufrido desde pequeño. Yo no sé por qué mi Dios lo tiene todavía a uno… ¡Muy sufrido! El hijo mayor es el que más sufre. En toda parte. Yo fue la mayor de todos […] Pero mejor dicho, mi papá era que llegaba todo borracho de guarapo, y eso llegaba, y si uno estaba por ahí, eso era cada grito que lo sacaba a uno, y nosotras que temblábamos del susto. Y mi mamá decía: “Vaya acués-tense antes de que los agarre y les pegue”. Y a ella le pe-gaba. Huy, ¡a ella le daba unas muendas…! Pero ella era una mujer alta de cuerpo […] y una vez yo estaba ya vo-lantona, y le dije: “¿Pero mamá tan cuerpada que es y se deja pegar de esa mincha de viejo…?”. Ella se quedó pen-sando y se le desgranaron las lágrimas. Dije: “No señor, dejiéndase como pueda –dije dejiéndase–, para eso Dios le dio dos manos, dejiéndase”. Y así ella fue sacando la uña y después ya el viejo no le podía pegar. Huy, porque sí… La gente antigua era muy fregada. Mucho atrevías. Me refiero a mi papá. […]

***

Nacho. Nacido en Bogotá en 1933. Entrevistado en Bogotá, agosto de 2011

Entrevistador(a): ¿Podría decirnos, en su opinión, cuál fue la importancia de estas dos décadas en la historia del siglo XX en Colombia?

Nacho: Tal vez sí… la guerra con el Perú, porque papá participó. A papá le tocó transportar los soldados co-lombianos y a la munición para llevarla a la frontera, abajo en el sur… Y papá, con su hermano […] consi-guieron el contrato para llevar las tropas colombianas. […] Y atravesando un río, en el Neiva… o más cerca al Caquetá […] el río estaba crecido y papá se metió con sus camiones y con la tropa a pasar el río… La corrien-te se les llevó todos los camiones. Los soldados, menos mal que alcanzaron a pasar al otro lado nadando, pero se perdió cantidades de munición, equipo y todo. Sin embargo, ellos continuaron, alquilaron unos camio-nes, porque los de ellos ya los habían perdido… Recuer-do papá comentando eso de la guerra del sur […] eso es una historia que papá me contaba, pero yo la oí tantas veces, que llegó un momento en que yo pensé que yo

Memorias de las décadas de 1930 y 1940 en ColombiaCatalina Muñoz Rojas, María del Carmen Suescún Pozas

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la había vivido, porque me impactó muchísimo. Y hay fotografías que papá tomó de los camiones, ¡voltiados patas arriba! Y yo comparaba eso con un juguete mío; papá me había regalado un carrito de pedales, y ese ca-rrito yo lo adoraba, y un día cogí ese carrito yo, y un día me dio por voltiarlo patas arriba, y me acordé de lo que papá me había contado de que la corriente del río le había voltiado los camiones…

***

Mercho. Nacido en Bogotá en 1930. Entrevistado en Bogotá, julio de 2011

Entrevistador(a): ¿Qué recuerda sobre la vida cotidiana?

Mercho: […] Por el hecho de ser estudiante, yo podía ir a cine generalmente los domingos, en las tardes, que era el único momento donde estaba libre, que los estu-dios me permitían hacerlo. Y tal vez ésa era la única dis-tracción que había, no había nada más […] Íbamos con los compañeros de colegio, dentro de las amistades que nacen en el colegio, pues también había una vida social con los compañeros o con las amigas de mis hermanas, y formábamos grupos para ir a cine o [pausa] era más frecuentes las fiestas en las casas, más que ir a cine, se acostumbraba ir a las fiestas en las casas…

Me acuerdo que había un teatro que se llamaba el Teatro Caldas, el Metro en Teusaquillo, el Teatro Colombia, el Teatro Imperio, el Teatro María Luisa… Me acuerdo que iba a películas de vaqueros, eso íbamos mucho, porque había algo que se llamaba las series, lo que daban los teatros los domingos. Series eran unas películas de va-queros especiales que duraban, digamos… tres horas, como cosa excepcional, entonces el programa los do-mingos era ir a ver las series, que todos los teatros por lo general pasaban una. […] Yo no tenía predilección, no había mucho por escoger, simplemente en otros teatros había otras películas, pero lo cotidiano era ir entre estu-diantes e ir a la serie que estuviera de moda […] En los últimos años, cercanos a los cuarentas, había ya cam-biado el cine, pues ya la presentación de películas era de otro orden, no eran tanto de vaqueros, sino musicales y, en fin, otras cosas […] Películas americanas. La gran mayoría de las películas provenía de Estados Unidos y de México… y de Argentina, creo.

[…] El público en los teatros era lleno completo, yo no sé cuántas personas pero… llenaban el teatro. Es que eso era una costumbre muy difundida, que la gente iba a cine

los domingos… El costo de la entrada en proporción es lo mismo que ahora, y todo es igual… hoy día tiene un pre-cio las películas, que antiguamente tenían posiblemente el mismo precio pero con una moneda distinta, más o menos la misma cuestión.

***

Lucy. Nacida en Bogotá en 1931. Entrevistada en Bogotá, agosto de 2011

Entrevistadora: ¿Recuerda usted qué cambios ocurrie-ron entonces en ámbitos como la política, la sociedad, la economía o la cultura?

Lucy: […] Recuerdo que a mí me encantaba oír hablar de Alfonso López Pumarejo… Pero había mucha gente que lo tildaba, en ese tiempo, como de izquierdista, no es que fuera izquierdista, y por eso es que me gustaba tanto. Porque cambió el sistema de trabajo, de los sueldos; mo-dernizó en ese momento… antes casi que los trabajado-res [eran] esclavos […] no eran esclavos pero [quedaban] grandes rezagos de la esclavitud…

De eso sí me acuerdo, fue muy buen presidente y des-pués lo reeligieron […] porque había dejado una estela de regio presidente […] El primer gobierno de Alfonso López Pumarejo fue decisivo en ese sentido, en la parte social, ¡fue decisivo! porque se valoró al trabajador… ¿Le quedó faltando? ¡Sí, claro! Pero se dieron los primeros pasos.

***

Ana. Nacida en Cisneros (Antioquia), en 1931. Entrevistada en Bogotá,

agosto de 2011

Entrevistador(a): Cuéntame, ¿qué recuerdas de la época de 1930 y 1940?

Ana: Que recuerde yo, en esa época la gente era campe-sina y pobre, y como siempre, había muchos encuentros políticos, tanto políticos como religiosos… era como raro. Habían muchas diferencias religiosas, también había mucho racismo… [El racismo se manifestaba] en muchas formas, por ejemplo, los niños en la escuela […] la gente todavía dice que no hay racismo. Sí hay racismo, lo que pasa es que tú señales: “¡Eso es negro!”, como se hacía antes […] Lo que tú hacías era ofender a ese negro, ésa era la palabra, ofensiva.

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Entrevistador(a): ¿Me podrías contar un poco más de la vida cultural de la época? ¿Libros, música?

Ana: […] Entonces yo era una niña muy inquieta y re-cordaba el sentir africano. Había mucha música afri-cana. Me gustaba mostrar lo que aprendía y me unía a los sainetes; así se les llamaba a los grupos de negritos que bailaban en las esquinas. También en la escuela nos influenciaba la cuestión española. Nos hacían bailar pa-sodoble y tocar las castañuelas.

Entrevistador(a): De la época de los treinta o de los cua-renta, ¿tú recuerdas algún acontecimiento especial que tengas en la memoria muy presente?

Ana: Sí, sí… era como 1939 más o menos. A Segovia se entraron unos, mejor dicho, un vigilante. Como Segovia es minera, con minas muy bien establecidas que eran manejadas por ingleses, las minas de Segovia, enton-ces había mucha vigilancia… Del 39 al 40 era la época de los machuqueros, que eran los que se robaban el oro de la mina. Era tanta la ansiedad de ser ricos, de robar el oro, como decían ellos… No, decían: “Me encontré una piedrita de oro”; “¡Me encontré un chicharrón, herma-no!”. Y la gente sufría accidentes en el estómago, para rajarse la piel y llenarse de oro. Ese acontecimiento me marcó, no mucho porque no soy de las personas que se dejan marcar por una situación, siempre busco superar-lo. Yo estaba pequeña… estaba dormida cuando empecé a sentir que en mi casa estaban echando piedra, y dije: “Mamá Rita, ¡están echando piedra!”.

Yo me acuerdo que ella me contaba mucho de la gue-rra con el Perú, porque a mi tío lo tuvieron que disfra-zar de mujer, lo sacaron por los Llanos y le hicieron una casa por allá en un árbol las hermanas, y lo vistieron de mujer y lo pintaron y todo pa’ que no se lo llevaran. Entonces, cuando pasó lo de Segovia, en esa época […] estaban robando mucho a la empresa. Entonces la em-presa había tomado medidas para corregir esos robos. Entonces mataron un celador que era el cómplice, era el jefe de los celadores, pero él era el que abría la puerta y se hacía el que no veía. El hermano de él era comandan-te de la Policía nacional en Medellín, y ese malvado se vino con 150 policías. Atacó Segovia en una forma des-piadada, sin decirle a nadie nada. Usted estaba en una tienda a las 11 de la noche y fueron muchos los muertos. Se metieron a la zona de tolerancia. Había una mujer que se llamaba Ester; eso debe estar en los archivos de Antioquia, porque ella era una mujer que tenía una casa de citas, pero era una madre muy buena, y ella no que-ría que su hija supiera quién era ella; entonces la tenía

en Medellín estudiando en un colegio. Y cuando entra-ron los nacionales, ella en el cuarto tenía una mesa, y ahí tenía la Virgen, y se les arrodilló, y les pedía que le perdonaran la vida. Y aparte de eso sacaron unos ver-sos, porque en Antioquia a todo le sacan copla; entonces yo me acuerdo una partecita que decía: “Ester les pidió perdón, llorando arrodillada, ¡pero a un duro corazón, no le conmueve nada!”. La mataron arrodillada pidien-do que no la mataran, Ése fue el más duro que me tocó vivir. De resto, la gente, nosotros los colombianos, por naturaleza, y no digo de acá o de allá, tenemos un ca-rácter fuerte. No nos gusta que nos apachurren allá ni nos sentimos mejor que los demás, pero tampoco los in-diecitos como nos creen. Entonces en Segovia se hacían bailes públicos y se emborrachaba la gente y se peleaba por cualquier cosa. Eso era horrible, pero ahora ya no es una violencia política, [ahora] es de plata.

***

Ori. Nacido en Cartagena, en 1935. Entrevistado en Cartagena, julio de

2011

Entrevistador(a): ¿Recuerda usted qué cambios, socia-les, culturales, políticos, se produjeron en Cartagena?

Ori: En la década del cuarenta eran pocas las perso-nas que tenían una profesión. Eran muy limitados los cupos en las universidades, y además la mayoría de las personas no tenían los medios económicos para estu-diar una profesión. En la época del cuarenta se gradua-ban como máximo 10 o 15 médicos en todo Cartagena. Los colegios que más se distinguían eran los colegios privados, como el Colegio Fernández Baena, Colegio de La Salle, el Colegio Universitario San Pedro Claver, que era donde estudiaba la clase media alta y la élite. Por ejemplo, yo estudié en el San Pedro y en el Fernández Baena. Además, en la cultura de esa década se aprecia-ba el Teatro del Almirante Padilla, donde cada semana se presentaban teatros, música, poesía, que se llamó minaretes del arte. Mi abuela me llevaba a esos actos donde uno pasaba un buen rato. Aquí también el de-porte estaba muy raizado. El barrio Sabaní, un barrio distinguido por el béisbol y el boxeo; los boxeadores fa-mosos de Panamá venían a entrenar acá a Cartagena porque por esa época era la plaza favorita de Latinoa-mérica para el boxeo.

Entrevistador(a): ¿Me puede comentar cómo eran las re-laciones sociales de la época? ¿Vecinos, amistades?

Memorias de las décadas de 1930 y 1940 en ColombiaCatalina Muñoz Rojas, María del Carmen Suescún Pozas

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Ori: Esa pregunta es muy importante. Yo considero por mi experiencia que Cartagena es desde esa época una de las ciudades más elitistas del país. Hay una discrimina-ción que todavía no se ha podido erradicar. Hay varios clu-bes que aún están demandando por racismo. En la época eso se veía más claramente. En el Club Cartagena, de la élite y la aristocracia, no aceptaban un moreno, ni si-quiera moreno, mucho menos negro. Me acuerdo yo que para esa época el gobernador, el doctor Francisco Vargas Vélez, y nunca lo aceptaron en el Club por ser moreno. En esa época, también del barrio Getsemaní existía hasta en las clases bajas discriminación. Se difundía dentro de la sociedad cartagenera y no importaba la plata.

Referencias

1. Frisch, Michael. 1979. Oral History and Hard Times. Oral History Review 7: 70-79.

2. High, Steven. 2010. Telling Stories: A Reflection on Oral History and New Media. Oral History Society 38: 101-112.

3. Passerini, Luisa. 1987. Fascism in Popular Memory: The Cultural Experience of the Turin Working Class. Cambridge: Cambridge University Press.

4. Portelli, Alessandro. 1991. The Death of Luigi Trastulli, and Other Stories: Form and Meaning in Oral History. Albany: State University of New York.

5. Suescún, María del Carmen. 1998. From Reading to Seeing: Doing and Undoing Imperialism in the Visual Arts. En Close Encounters of Empire: Writing the Cultural History of U.S.-Latin American Relations, eds. Gilbert Joseph, Catherine LeGrand y Ricardo Salvatore, 525-556. Durham: Duke University Press.

6. Trouillot, Michel-Rolph. 1995. Silencing the Past. Power and the Production of History. Boston: Beacon Press.

Revista de Estudios Sociales No. 41rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188.Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 160-166.

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* Ph.D. en Desarrollo, Universidad de Wisconsin, Estados Unidos. Profesor honorario de las UniversidadesNacional de Colombia y de los Andes. Fundador de las revistas Estudios Rurales Latinoamericanos, Análisis Político,yRevista de Estudios Sociales.Correoelectrónico:[email protected]

La esquiva terminación del conflicto armado

en Colombia.

Velásquez, Carlos Alfonso. 2011. La esquiva terminación del conflicto armado en Colombia. Medellín: La Carreta Editores [304 pp.].

Francisco Leal Buitrago*

Revista de Estudios Sociales No. 41rev.estud.soc. • ISSN 0123-885X • Pp. 188.Bogotá, diciembre de 2011 • Pp. 168-169.

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En este libro de Carlos Alfonso Velásquez sobresale la originalidad de la investigación desarro-llada, en el sentido de que, pese a tratar un tema que ha sido trajinado durante los últimos tres o cuatro lus-tros, lo hace desde una perspectiva ampliamente diná-mica desde varios puntos de vista, que tienen la virtud de ser complementarios.

En primer lugar, utiliza la historia como fuente de vali-dación metodológica, ya que, además de ser una ciencia social, esta disciplina sirve para constatar los análisis derivados de los acontecimientos sociales. Este uso de la historia como fuente de validación es el fundamento de la dinámica múltiple que posee este trabajo y que consti-tuye su principal cualidad.

En segundo lugar, acude a mirar el problema tratado desde la perspectiva del Estado, en este caso, centrado en el trascurrir político de los gobiernos que enmarcan la temporalidad establecida en razón del tema seleccio-nado, que va desde la presidencia de Julio César Turbay (1978-1982) hasta la actual de Juan Manuel Santos, consi-derada en el Epílogo.

En tercer lugar, le agrega a la perspectiva política un factor poco usual en estos trabajos, pero que cuando se trata se hace generalmente con visiones superficiales o sesgadas, producto del desconocimiento en materias militares. La experiencia de varias décadas de ejerci-cio militar profesional del autor hace invaluable su contribución, en especial porque lo hace sin el sentido apologético que caracteriza los escritos de militares en servicio activo y en retiro.

En cuarto lugar, el trabajo mira también –de manera simultánea– el problema de estudio desde el ángulo de la insurgencia, en particular, de la guerrilla de las Farc, a lo largo de los cambios que ha tenido esta agru-pación, en medio de las diversas respuestas del Estado a tales cambios y de la inserción de esta guerrilla en la sociedad. La mirada simultánea de estos dos frentes que interactúan de manera antagónica añade al con-texto del estudio elementos que alimentan la dinámica y la riqueza del análisis.

En quinto lugar, un factor adicional del análisis es la es-trategia, que bien tratado es escaso en las investigacio-nes académicas sobre las confrontaciones armadas, más aún si éstas se adscriben a la guerra irregular. La impor-tancia de la estrategia radica en su necesario entronque con lo político, en el sentido de que son las relaciones de

poder en el Estado las que definen qué curso toman las políticas gubernamentales frente al conflicto armado, como de manera teórica y práctica lo hace el autor.

En sexto y último lugar, el trasfondo del análisis es la búsqueda de la paz. El mismo título del libro, La esquiva terminación del conflicto armado en Colombia, traduce las in-numerables pifias políticas y militares cometidas a lo largo de más de tres décadas de confrontación en las que transcurre el análisis de la investigación. En medio de tales fallas, en el texto se observa el condicionante exter-no, en particular, la influencia de Estados Unidos, que en buena parte de las circunstancias de búsqueda de paz condicionó su fracaso.

Al tener en cuenta esta búsqueda de la paz, el libro es una enseñanza valiosa para todos aquellos que de alguna ma-nera estén interesados en alcanzar este objetivo en el país. Sin embargo, este interés por una paz duradera tiene diver-sas facetas, incluidas algunas que de manera contradicto-ria no sólo no han contribuido a ella sino que han servido para estimular el conflicto. El libro muestra tales facetas, que, dada su repetición, explican en buena parte lo esqui-va que ha sido la terminación de la confrontación armada.

Una de esas facetas se refiere a que en un contexto for-mal de democracia liberal, como es el colombiano, las decisiones políticas recaen en las autoridades civiles, que, por esta razón, tienen la obligación de orientar el accionar militar. Sin embargo, durante largos años, y sustentadas en una supuesta convivencia democrática, estas autoridades le sacaron el cuerpo a la obligación de formular directrices para las instituciones armadas del Estado, llevando a sus mandos a asumir tareas políticas que no les corresponden.

Los pocos intentos de las autoridades civiles de orientar la política militar fueron fallidos, en buena parte debido a la autonomía en el manejo del orden público que ge-neraron las instituciones castrenses aprovechando las circunstancias de la época. Esta autonomía relativa fue propiciada por el uso recurrente de la excepcionalidad constitucional del estado de sitio. Esta figura despertó la tentación de los gobiernos de buscar ‘soluciones fá-ciles’ por la vía de la represión para los crecientes pro-blemas derivados de la violencia política, como fue el caso del ‘Estatuto de Seguridad’ durante el gobierno de Turbay, con el que comienza el libro.

Como afirmé en el prólogo del libro de Carlos Alfonso Velás-quez, reitero la necesidad de que quienes estén interesados en que el país salga del embrollo en que se encuentra, con una sociedad polarizada ideológicamente y una violencia cada vez más extendida y diversificada, hagan una lectura cuidadosa de esta publicación, con el fin de que mediten sobre las posibilidades de aportar a su esquiva solución.

La esquiva terminación del conflicto armado en Colombia. Carlos Alfonso Velásquez. 2011.

Francisco Leal Buitrago

Lecturas

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2011

ISSN 0123-885X

Pp.1-188 $20.000 pesos (Colombia)

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ISSN 0123-885Xhttp://res.uniandes.edu.co

Bogotá - Colombia diciembre 2011Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes / Fundación Social

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9 770123 885006

ISSN 0123-885X

Colombia 1930-1950: Sociedad y Cultura

PresentaciónCatalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia.

María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

DossierEl valor del análisis cultural para la historiografía de las décadas del treinta

y cuarenta en Colombia: estado del arte y nuevas direcciones • Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia

• María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

Aspectos del debate sobre la ‘cuestión religiosa’ en Colombia, 1930-1935 • Thomas Williford – Southwest Minnesota State University, Estados Unidos.

Por los caminos de Sodoma. Discurso de réplica, promesa formativa para una homosexualidad otra (1932)

• Alexander Hincapié – Universidad de Antioquia, Colombia.

Entre el público y el movimiento, entre la acción colectiva y la opinión pública. Reflexiones en torno al movimiento gaitanista

• Carlos Andrés Charry – Universidad de Antioquia, Colombia.

La “educación de las mujeres”: el avance de las formas modernas de feminidad en Colombia• Zandra Pedraza – Universidad de los Andes, Colombia.

“Nosotros también somos parte del pueblo”: gaitanismo, empleados y la formación histórica de la clase media en Bogotá, 1936-1948

• Ricardo López – Western Washington University, Estados Unidos.

Otras VocesDesafíos conceptuales para la Política de Protección Social frente a la pobreza en Colombia

• Andrea Lampis – Departamento Nacional de Planeación de Colombia.

El movimiento comunista birmano y el fracaso de su utopía revolucionaria (1945-1975)• Daniel Gomá – Universidad de Barcelona, España.

¿Inestabilidad o estabilidad en la política brasileña? Partidos políticos y presidente de la República contra la incertidumbre

• Riberti de Almeida – Universidad Federal de San Carlos, Brasil.

DocumentosOtras voces, otras fuentes

• Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

DebateMemorias de las décadas de 1930 y 1940 en Colombia

• Catalina Muñoz – Universidad del Rosario, Colombia • María del Carmen Suescún – Brock Universtiy, Canadá.

LecturasCarlos Alfonso Velásquez. 2011. La esquiva terminación del conflicto armado en Colombia

• Francisco Leal – Universidad Nacional de Colombia.

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PresentaciónCatalina MuñozMaría del Carmen Suescún

DossierCatalina Muñoz María del Carmen Suescún Thomas Williford Alexander HincapiéCarlos Andrés CharryZandra PedrazaRicardo López

Otras VocesAndrea LampisDaniel GomáRiberti de Almeida

DocumentosCatalina MuñozMaría del Carmen Suescún

DebateCatalina MuñozMaría del Carmen Suescún

LecturasFrancisco Leal