Revista AA25
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Reconstrucciónde la memoriaLo real y lo significativo
del desastre
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Muñozcoloma
www.munozcoloma.com.ar
Texto que prologa el libro «Performance: Reconstrucción de la
memoria» de Guillermo Moscoso, Alperoa y Mario Moreno Krauss
Concepción - Chile 2011
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Todo acto de reconstrucción implica necesariamente una
pérdida, eso sí, una pérdida donde la voluntad se encuentra
presente, muy por el contrario a lo que sucede con la
devastación. Los que vivimos en las zonas afectadas por el
terremoto y maremoto del 27 de febrero de 2010 (27/F
como lo llaman los siúticos deseantes del primer mundo)
tuvimos la desdicha de vivir la devastación dos veces: La
significativa y la que se ha estructurado en los medios, la
«real». Esa que se ha colmado de luces, flashes, sollozos
pautados y lágrimas precisas, que lentamente fue
desplazando y ocupando el lugar donde se encontraban el
dolor y el terror que ofrece la experiencia.
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El drama de la pérdida fue «espectacularizado» por los
medios, los que nos encontrábamos en medio de la estética
del desastre no tuvimos cabida en el ordenamiento simbólico
que hacía la industria de la entretención. Cualquiera podía
hablar por nosotros, nuestra voz no valía la pena, porque
no era lo suficientemente técnica y era mucho más deseable
que lo hiciera alguien que supiera qué decir en el momento
exacto, con las inflexiones de voz necesarias como para tocar
la fibra de los espectadores que sufrían ansiosos en espera
de noticias bien editadas que ofrecían un desastre que nunca
ocurrió. Los sufrientes no sabíamos sufrir o era tan poco
glamorosa nuestra manera de contar el drama que debían
maquillarlo para que fuera «real».
Los párrafos anteriores señalan de manera muy distraída el
por qué considero que el trabajo performático realizado por
Guillermo Moscoso y Alperoa tiene tanta importancia,
particularmente porque subvierte el mensaje oficial, el
desastre oficial, el terremoto y maremoto «real»,
(re)instalando nuevamente la ruina que nos tocó vivir, esa
lleno vacío, de despojo y de carencia.
Estos trabajos generarán una multiplicidad de discursos,
cuestión no sólo referida a las posibles interpretaciones de
la obra en sí, sino que también a la «puesta en escena» y
cómo ésta se presenta en este libro. Por una parte tenemos
las obras performáticas que conforman un corpus, a mi
juicio, extremadamente coherente con la idea de generar
metáforas de la destrucción que desmantelan y rearman
nuevas significaciones que nos acercan a la tragedia,
dándonos la posibilidad de poder sacarnos de los ojos ese
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espectáculo perverso y bien editado ofrecido por los medios.
Y por otra parte visibilizan las propuestas-respuestas de la
reconstrucción física y emocional de las personas que viven
en las localidades visitadas en particular, y de todas las que
estuvieron a merced del furor de la naturaleza, en general.
Pero no sólo estos discursos metafóricos son los que se
pueden apreciar en el texto, porque partiendo de la base
que la obra generada a través de la performance es única e
irrepetible y el registro de ella, no es más que el registro de
ella, que no nos permite verla en su totalidad porque sólo
puede dislocar el tiempo para poder traernos un discurso
sinedócquico de la obra en sí. Podemos apreciar en las
fotografías del trabajo de estos artistas un «corte» de él a
través del registro de Moreno Krauss (elegido por los
creadores), no obstante gracias al arduo trabajo editorial
realizado por los mismos protagonistas podemos abrir una
pequeña escisión en cada imagen para asomarnos y apreciar,
en parte, la generación de estos nuevos campos simbólicos
creados con el cuerpo.
Alperoa y Moscoso crearán una especie de cartografía del
desastre y de la memoria a través de su obra, y si bien cada
uno posee un modo particular de ejecutar su obra, (como
señala Barthes al referirse al estilo) «un lenguaje autártico
que se hunde en la mitología personal y secreta…» de cada
uno, estos estilos se funden naturalmente en cada trabajo
produciendo una simbiosis que no hace más que darle
consistencia a la obra como vehículo representacional del
discurso deseado. Es así que podemos observar que
mientras Alperoa sufrirá, en general, la tortura del esfuerzo
físico, Moscoso padecerá lo mustio del esfuerzo emocional
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produciendo esa lucha atávica entre materia y espíritu, entre
lo dionisiaco y lo apolíneo.
En estas líneas no pretendo hacer una descripción de los
trabajos, sólo mencionar algunos puntos que a mí entender
resultan urgentes. Los artistas (re)citan lugares y situaciones
comunes partiendo por la caleta-balneario de Dichato donde
en el silencio del almuerzo entre las ruinas, configurarán lo
que seguramente es lo más parecido al terror de todo lo que
se encuentra en la obra, ahí es donde se funde la alienación
que ofrecía lo estival en medio de la despreocupación y el
drama que resulta del perseguir un olvido esquivo que no
se dejará atrapar. También será relevante el trabajo sobre
los botes plantados en tierra, donde alguna vez estuvo el
mar, dando inicio a una especie de pesca, recogiendo peces
que aparecen y se estructuran en los trozos que dejó la ruina
y que fueron tan secundarios que no estuvieron entre las
prioridades para ser recogidos, así se hace más significativo
aún que la misma embarcación (Titán del mar) ni siquiera
fuera la número uno.
En Cocholgüe la simbólica del cristianismo se hace más
evidente, desde la irrupción de Alperoa desde el agua como
emergiendo de un bautizo, de un renacimiento de un
personaje que no sólo sufrirá el designio de la barbarie que
ofrece la naturaleza, sino que también será víctima y
victimario de la violencia que ejerció el ser humano en medio
de la devastación, generando un archivo ficcional que ya se
encuentra alojado en las narrativas que configuran la historia
de la tragedia. Es él quien saca de ese sueño órfico a Moscoso
para emprender un viaje que va a rasgar la geografía
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transversalmente, desde el mar a la montaña, como los
profetas desesperados que buscaban la salvación en medio
de la nada, así como las personas que buscaron
irremediablemente la seguridad de la altura que ofrece la
montaña (sagrada), en el transito hacia la luz.
O señalar que en medio de lo que alguna vez cubrió el mar
en Talcahuano los artistas generarán un flujo que no se
detendrá y estos desplazamientos los llevarán al encuentro
de objetos, como será el caso de Moscoso, que descubrirá,
descalzo (como los que huyeron del maremoto) una serie
de zapatos devueltos por el mar donde cualquier otra
explicación se transformaría en un pleonasmo indeseado.
En el archivo de la Caleta El Morro quedará impreso que unos
artistas retornaron esa virgen que se hallaba en medio de
las rocas que azotaba el mar y que éste una noche la usurpó,
así la recuperación implantará una señal celestial
(re)fundando ese proyecto identitario de esta geografía.
También es el caso de las ruinas del Mercado Municipal
donde las «labores» se sumergirán en la poética de las
bondades que ofrece el mercado, donde la transacción y la
acumulación juegan un rol fundamental, éste juego perverso
definitivamente señalará el fin de la ciudad y el comienzo de
otra, pero bajo las mismas reglas y regulaciones.
Luego vendrá la pobreza y el hambre que nunca duelen tanto
como en la ciudad (Concepción), la calamidad en ella es un
reto, no existen términos medios. El despertar en medio del
«Barrio rojo», donde el comercio sexual y travestido muerde
sin compasión, hace referencia al «otro terremoto», al
«terremoto social» como lo llamaron tan arrogantemente
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desde la capital del Reyno, fue ahí, en esas calles donde la
palabra corrió más rápida que nunca, sólo siendo opacada
luego por el temor. Era la horda, el tumulto de ciudadanos
que aburridos de objetos buscaban otras cosas, que nadie
sabía con precisión, ni menos quiénes conformaban la
horda, así comenzó la sospecha y el deseo de ejercer la
violencia para huir de ella. Alperoa y Moscoso defenderán
la esquina ayudados por Cony Alejandra, quien asumirá un
rol protagónico en el plató, buscando la cámara y el flash,
asumiendo la postura del glamour del desastre, y en medio
de la psicosis y de la ruina, ella insistirá en ofrecer un mensaje
kitsch que ejercerá una violencia mayor que el saqueo mismo
y, a la vez, no hará más que hacer que lo patético y lo sórdido
se haga presente una vez más, como lo hizo en el desastre
total.
En fin, se puede señalar que esta serie de trabajos (15
performances y 12 recorridos) vienen a implantarse en la
memoria, en la nostalgia del desastre, que quiéralo o no,
nos cambió la vida a todos los que lo vivimos, el ficticio en la
geografía real y el de la devastación editada, la «real», a
través de los medios. En este ejercicio metonímico, no cabe
la banalización de la pauta, ni la desjerarquización de la
edición, porque lo que se pretende con estas narraciones
no se encuentra enmarcado en el consumo fácil que ofrece
la linealidad, sino más bien en una estructura rizomática que
a la larga uno podrá ordenar de acuerdo a sus necesidades
(o repulsiones). Estos cuerpos que nos llevan a la tensión y
que generan proposiciones desestabilizantes, son el
contenido y continente de un «mensaje» que recurre a la
precariedad y que aunque muchas veces se pasea por la
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literalidad total, siempre dejan el espacio necesario para la
divergencia, lo paralelo y/o lo alternativo… para la
polisemia… para el arte.
A la larga uno se verá sumergido entre dos discursos, el del
simulacro y el de la negación del glamour, transformando
esta serie de obras en un índice que produce una fractura
en medio de ambas narrativas, haciéndolas irreconciliables,
imposibilitando la síntesis. El relato que se presenta a través
del registro puede resultar tan espurio y disperso como el
oficial, pero con la gran diferencia que éste posee mayor
legitimación (por razones obvias) alzándose como más
significativo.
Nota: Fotografía portada de Mario moreno Krauss.
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