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N.o 14 República de las Letras OTOÑO, 1985 Víctor Alperi. Manuel Andújar. Francisco Ayala. Carmen Bravo-Villasante. Antonio Buera Vallejo. Josep María Carandell. Ramón Carnicero Rafa Caste- llano. Camilo José Cela. Carmen Conde. Rafael de Cózar. Miguel Delibes. An- tonio Ferres. Gregario Gallego. José Luis Giménez Frontín. Raúl Guerra Ga- rrido. Clara Janés. Leopoldo de Luis. Antonio Martínez-Menchén. Juan Mollá. Isaac Montero. Rafael Montesinos. Lauro Olmo. Angel Palomino. Carlos Pa- rís. Mellano Pel:aile. Fernando Quiñones. Carmen Riera. Mercedes Sallsachs. José Luis Sampedro. Gonzalo Sanoonja. Alfonso Sa treo Andrés Sore!. Elena Soriano. Fernando Vizcaíno-Casas. Francisco Ynduráin. Juan Eduardo Zúñiga. ESCRlBIR VOCACION PROFESION José María Arguedas. Antonin Artaud. André Bretón. Italo Calvino. Emmanuel Carballo. Luis Cemuda. Ciaran. Julio Cortázar. Charles Dickens. Fiador Dostoievsky. Umberto Eco. Engels. Ernst Fischer. Gustave Flaubert. García Márquez. Juan García Ponce. Thomas Hardy. Miguel Hernández. Antonio Ma- chado. Mallarmé. Carlos Marx. Hermano Melville. Gerard de Nerva!. Octavio Paz. Fernando Pessoa. Juan Rulfo. Jean Paul Sartre. Manuel Scorza. $chiller. Valle-Inclán. Agustín Yáñez. EDITA: ASOCIACION COLEGIAL DE ESCRITORES DE ESPAÑA

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ESCRIBIR VOCACIÓN Y PROFESIÓN

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N.o 14

República de las Letras

OTOÑO, 1985

Víctor Alperi. Manuel Andújar. Francisco Ayala. Carmen Bravo-Villasante. Antonio Buera Vallejo. Josep María Carandell. Ramón Carnicero Rafa Caste­llano. Camilo José Cela. Carmen Conde. Rafael de Cózar. Miguel Delibes. An­tonio Ferres. Gregario Gallego. José Luis Giménez Frontín. Raúl Guerra Ga­rrido. Clara Janés. Leopoldo de Luis. Antonio Martínez-Menchén. Juan Mollá. Isaac Montero. Rafael Montesinos. Lauro Olmo. Angel Palomino. Carlos Pa­rís. Mellano Pel:aile. Fernando Quiñones. Carmen Riera. Mercedes Sallsachs. José Luis Sampedro. Gonzalo Sanoonja. Alfonso Sa treo Andrés Sore!. Elena Soriano. Fernando Vizcaíno-Casas. Francisco Ynduráin. Juan Eduardo Zúñiga.

ESCRlBIR VOCACION y~.

PROFESION

José María Arguedas. Antonin Artaud. André Bretón. Italo Calvino. Emmanuel Carballo. Luis Cemuda. Ciaran. Julio Cortázar. Charles Dickens. Fiador Dostoievsky. Umberto Eco. Engels. Ernst Fischer. Gustave Flaubert. García Márquez. Juan García Ponce. Thomas Hardy. Miguel Hernández. Antonio Ma­chado. Mallarmé. Carlos Marx. Hermano Melville. Gerard de Nerva!. Octavio Paz. Fernando Pessoa. Juan Rulfo. Jean Paul Sartre. Manuel Scorza. $chiller.

Valle-Inclán. Agustín Yáñez.

EDITA: ASOCIACION COLEGIAL DE ESCRITORES DE ESPAÑA

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REVISTA DE LA ASOCIACION COLEGIAL

DE ESCRITORES DE ESPAÑA

DIRECTOR:

ANDRES SOREL

CONSEJO DE REDACCION:

RAUL GUERRA GARRIDO ISAAC MONTERO

CARMEr. BRAVO·VILLASANTiO GREGORIO GALLEGO

ANTONIO FERRES JUAN MOLLA

JUNTA DIRECTIVA DE LA A. C. E.

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ISAAC MONTERO ELENA SORIANO

SECRETARIO GENERAL:

ANDRES SOREL

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VOCAI.fS:

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PRESIDENTES SECCIONES AUTONOMAS

CATALUNYA:

JOAOUIN MARCO

ANDALUCIA:

RAFAEL DE COZAR'

ASTURIAS:

VICTOR ALPERI

R e de

/ pu las

b 1 1 e a Letras

N.o 14 OTOÑO 1985

Sumario

Editorial ...... .. ............. ... ..... . Esa costumbre de escribir, Andr~s Sorel .. . Encuesta ................. . Escribir en España, vocación sin profesión, Víc-

tor Alperi ....................... . Petición de reincidencia, M. Andújar Francisco Ayala ........ . Carmen Bravo-Villasante .. , .............. . Antonio Buero Vallejo ... .., ... ... ... .. . Nadie me Ifamó, J. M. Carandell .. , ..... . Ilusorias torres de marfil, Ramón Carnicer ...... Narcisismo industrial, Rafael Castellano Ca milo José Cela ..... , .. , .. , ... ... .., .. . Carmen Conde .......................... , y otras oscuras razones, Rafael de Cózar Escribir es una vocación, Miguel Del ibes .. . Antonio Ferres ............................. . Profesión, vocación, más bien aberración, Gre-

gorio Gallego ... ... ... ... ... ... ... ... ... Vocación o profesión, J. lo Giménez-Frontin Raúl Guerra Garrido ... ... ... .., ... .. ... . Clara Janés ... ... ... ... ... ... ... ... .. . .. . La profesión del poeta, Leopoldo de Luis .. . Ligeras consideraciones sobre la profesión de

escritor, A, Martínez Menchén ...... ..... . Vocación, vocaciones, profesión, profesiones,

Juan Mollá ............................. . Isaac Montero .. , ... ... ... ... ... ... ... .. . Mortal de necesidad, Rafael Montesinos .. .

Lauro Olmo ... .. ... . Angel Palomino .................... . Carlos Paris ... ... ... .., ... ... ... .. . Escribir: oficio y vicio, Meliano Peraile Profesión versus vocación, Fernando Quiñones. Carmen Riera .. , ... ... ... .., ... ... ... .., ...

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Págs. Pág~.

Apuntes para una reflexi6n, Mer- Escrito res y escribidores, firanclsco cedes Salisach .. . .... . , ... 52 Ynduráin .. . .. . ... ... 59

Vivir escribiendo, José Luis Sam- Sobre el prestigio del libro, J. E. pedro ........ . .... ....... , . .. ... 53 Zúñiga ... . .. ... ... . .. .. . .. . ... 61

'¿Para qué esoribir? Alfonso Sastre. 54 Una encuesta en 28 lenguas, Ana

Vocaci6n y profesi6n de escribir, ColI y M. L. G6mez-Pablos ... ... 63

Elena Soriano ... ... ... ... .. . ... 56 Joaq uln Belda y Unamuno, Gonzalo

Vocaci6n y profesi6n. ¿Controve r- Santonja ... . .. ." ... ... .. . 68

sia?, F. Vizcalno Casas .. . .. . .. . 57 Libros y Gale rla de Socios .. . .. . ... 71

Citas

Págs.

Ootavio Paz .. . .. . .. . ... . .. 4 Charles Dock'ans .. . ... ... ... ... Luis Cernuda .. . ... ... .. . 11 Miguel Hernández. Valle Indán

Juan Rulfo ..... ............. . .. 12 Agwstln Yáñez ... ... ... ... ... Luis Cernuda y F. Engels 13 Octavio Paz ... ... ... .. . ... ... Emmanuel Carballo ... ... .. . f 6 Manuel Scorza ...... ... ... ... ... Flaubert y Dostoievsky ... .. . . .. f 8 Herman Melville ... ... ... ... Julio Cortázar ..... . ......... .. . 22 Thomas Hardy. Italo Calvino

25 Antonio Machado ... Garcla Ponce y Garcla Márquez

Mallarmé. Nerval, Artaud .. . .. . 36 José Maria Arguedas .. . ... . ..

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Yana escribo para matar el tiempo ni para revivirlo escribo para que me viva y reviva.

OCTAVIO PAZ

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EDITORIAL

Hemos pensado que de1ttro de la necesaria comunicación que ha de darse entre los escritores españoles, esta Asociación Co­legial propicie una serie de debates en torno a temas de actua­lidad e interés, que sirvan al tiempo para conocer mejor cuál es el pensamiento y oSituación de los mismos. Si dedicábamos nuestro anterior número al Anteproyecto de Ley de Propiedad Intelectual, tema que será abordado además en profundidad en nuestro próximo Congreso, éste aborda un viejo debate: el del hecho de escribir, esa pregunta que tanto preocupó a Sartre, que recientemente sirviera al Liberation francés para una im­portantísima encuesta entre escritores de distintas lenguas, que juera formulada en 1977 a 190 escritores mexicanos, y que nosotros abordamos hoy aquí bajo el título de ESCRIBIR: VOCACION y PROFESION.

Pensamos que no agotamos con las respuestas recibidas el tema, que aún faltan muchos escritores a los que realizarla, y que tendrá una contittuidad en un futuro próximo) que nos sirva) a posteriori, para realizar algunos análisis sociológicos y lite­rarios sobre las respuestas emitidas. Ni que decir tiene, que a la hora de dirigirnos a los escritores sólo nos ha limitado el problema del espacio el continuar nuestra indagación, y que en ningútt momento la posición política, ideológica, literaria, social, o de cualquier otra índole, nos ha motivado para escoger unos t~ otros nombres. Todos irán teniendo cabida en los nú­meros que complementen el aquí iniciado, de acuerdo a las po­sibilidades de publicación.

Damos la relación de escritores a quienes nos hemos dirigido. Unos contestaron. Otros se excusaron por distintos 'motivos.

«Ilustramos», este m¡mero, con fragmentos de respuestas y opiniones de escritores de distintas partes del mundo, relacio­nadas con este tema, y con varios trabajos que complementan el mismo.

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Contestaron la presente encuesta, los siguientes escritores:

Víctor Alperi. Manuel Andújar. Francisco Ayala. Carmen Bravo-Villasante. Antonio Buero Vallejo. Josep María Carandell. Ram6n Carnicero Rafa Caste­Yano. Camilo José Cela. Carmen Conde. Rafael de C6zar. Miguel Delibes. An­tonio Ferres. Gregorio Gallego. José Luis Giménez Frontín. Raúl Guerra Ga­rrido. Clara Janés. Leopoldo de Luis. Antonio Martínez-Menchén. Juan Mollá. Isaac Montero. Rafael Montesinos. Lauro Olmo. Angel Palomino. Carlos Pa­rís, Meli an o' Peraile, Fernando Quiñones, Carmen Riera, Mercedes Salisachs, losé Luis Sampedro, Alfonso Sastre, Elena Soriano, Fernando Vizcaíno-Casas, Francisco Yndurain, Juan Eduardo Zúñiga.

Contestaron disculpándose, por distintos motivos:

Pedro Laí.n Entralgo, Aurora de Albornoz, Fernando G. Delgado, Félix Grande, Féliz de Azúa, Juan Benet, Juan Garcfa Hortelano, Francisco Garda Pav6n, Joaquín Marco, Rosa Montero, Enrique Tierno-Galván, Concha Zardoya.

No contestaron:

Dámaso Alonso, Jesús Alonso Montero, Andrés Amor6s, José Luis L. Aran­guren. J. Armas Marcelo. Leopoldo Azancot. Carlos Barra!. José Manuel Ble­cua. José M. Caballero Bonald. Bernardo Víctor Carande. Julio Caro Baroja. Josep M.·Castellet. Guillermo Carnero. Gabriel Celaya. Rafael Con te. Juan Cueto, Rosa Chacel, Jesús Fernández Santos, José García Nieto, Jo­~é M.O Guelbenzu, Ian Gibson, Jaime Gil de Biedma, Pere Girnfe­ITer, Angel González, Juan Goytisolo, José Agustín Goytisolo, Alfonso Gros­so. Ricardo Gu1l6n. Ramón Hernández. Rafael Lapesa. Armando López Sali­nas. Juan Marsé. Carmen Martín Gaite. Juan Ramón Masoliver. Luis Mateo Díez. José María Merino. Ana María Moix. Fernando Morán. Beatriz de Mou­ra, Daniel Moyano, Carlos Edmundo de Ory, Leopoldo María Pa­nero, Luciano Rincón, Montserrat Roig, Fanny' Rubio, Javier Sádaba, Fer­nando Savater. Jaime Siles. Daniel Sueiro. Luis Suñén. Ramón Tamames. Je­sús Torbado. Antonio Tovar. Gonzalo Torrente Ballester. Esther Tusquets. José Miguel Ullán. Francisco Umbral. Jorge Urrutia. José Angel Valente. Ma­nuel Vicent. Alonso Zamora Vicente.

Prestan sus palabras a este número:

José María Arguedas. Antonin Artaud. Italo Calvino. Emmanuel Carballo.

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Luis Cernuda. Julio Cortázar. Charles Dickens. Fiodor Dostoievsky. Umberto Eco. Engels. Ernst Fischer. Gustave Flaubert. Garcfa Mázquez. Juan Garcfa Ponce. Thomas Hardy. Miguel Hemández. Antonio Machado. Mallarmé. Car­los Marx. Hermann Melville. Gerard de Nerval. Octavio Paz. Fernando Pessoa. Juan Rulfo. Manuel Scorza. Schiller. Valle-Inclán. Agustín Yáñez.

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ESA COSTUMBRE DE ESCRIBIR

66 AÑOS DESPUES

En 1919 la revista Littérature, funda­da por LOUIS ARAGON, ANDRÉ BRETON y PHILIPPE SOUPAULT, realizaba una en­cuesta entre los escritores franceses de la época, con una única pregunta: «¿Por qué escribe usted?». De todas las res­puestas recibidas, destacaba, por su sencillez y originalidad a! tiempo, la de PAUL VALERY: Por debilidad. Siempre, a 10 largo de la historia de la creación literaria, podríamos encontrar dos polos contrapuestos para definir el hecho de escribir, suponiendo que tenga definición: uno es el espejo interior que el escritor coloca en su alma para verse a sí mismo, para transparentar su angustia, para asir­se a ese único tal vez recurso de vida que le queda en su aislamiento, soledad, diferencia. El otro es, a manera de pa­lanca impulsora de su violencia ante la injusticia y la mediocridad que le ro­dean, el conocido «para transformar el mundo».

El propio BRETON, escribiría más tarde:

«¿Por qué escribe usted? se le ocu­rrió un día a la revista Littérature pre­guntarle a algunas de las pretendidas notabilidades del mundo literario. Y la respuesta más satisfactoria, Uttérature la extraía algún tiempo después del carnet del teniente Glahn, en Pan: «Es­cribo -decía GLAHN- para abreviar el tiempo». Es la única que todavía puedo suscribir, con la reserva de que creo es­cribir también para alargar el tiempo. En todo tiempo pretendo actuar sobre él y

ANDRÉS SOREL

lo atestiguo con la réplica que di un día al desarrollo del pensamiento de Pasea!: «Los que juzgan sobre una 'regla por re­gla son, con respecto a los otros, como los que tienen un reloj con respecto a los que no lo tienen. Yo proseguía:

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Unos dicen, consultando su reloj: hace dos horas que estamos aquí. El otro dice, consultando su reloj: hace sólo tres cuartos de hora. Yo no tengo reloj; le digo al uno: usted se aburre; y al otro: el tiempo le dura apenas; porque para mi hace una hora y media; y me tienen sin cuidado los que dicen que a mí me dura el tiempo y que juzgo por mi reloj: no saben que lo juzgo por mi fantasía».

EL LENGUAJE Y

LA LIBERTAD

Tiempo. Amor. Soledad. Y venganza. Venganza contra tanta incongruencia como nos rodea, desde el nacer al mo­rir. Incongruencia metafísica, de dónde venimos, por qué nacemos, que ilógica lógica puede explicar todo este absurdo tinglado, tan bien ordenado por otra par­te, en el que nosotros no somos sino ex­trañas piezas que como partículas de pol­vo son un instante para sumergirse des­pués en la nada del siempre; incongruen­cia sociológica: historia, guerras , explota­ciones, miserias; incongruencia cultural: poder, analfabetismo, mediocridad, mer­cancía. Ante tanto dolor como abisma nuestros pensamientos y ante tanto placer como produce el asir un mo­mento el rayo de la belleza, no nos queda sino la necesidad de comuni­car. Como dice Bergamín: «Sólo hay para el escritor, corno tal, una preocupación, la de una comunicación o comunión hu­mana. En ella radica su propio existir». El milagro ocurrió aquel primer día -suma, seguro, de múltiples días en que alguien descubrió que la palabra era algo más que palabra. La palabra ya no sólo nominaba: inventaba. La palabra ya no sólo transmitía: cantaba. La palabra podía dislocarse, al unirse una con ot:ra, para producir relámpagos de belleza. El cielo y la tierra se volcaban en mil her-

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mosos, fantasmagóricos cambios, que asombraban con su magia. Pero también había magia con la palabra. Y la pa­labra se hizo escritura. El lenguaje sur­gió al tiempo que los instrumentos para el trabajo. Chillidos, gestos, gritos, arti­culaciones salvajes, todo su cuerpo expre­sándose, saliéndose de sí, hacia la natura­leza, hacia los otros seres vivos. Domina­ba su contorno y se comunicaba con sus hermanos. Interpretaba y creaba. Había sido ser vivo: gracias al lenguaje era hombre entre los seres vivos. Y cuando el lenguaje 10 transformaba en escritura, se convertía en creador. Así se formó, se iba formando, esa larga, ininterrum­pida cadena de amigos, que ya no habrán de faltarnos a los amantes de la litera­tura, de la auténtica historia.

«Los libros siempre hablan de otros li­bros y cada historia cuenta una historia que ya se ha contado», escribe Umberto Eco, y es verdad. Sólo que al narrar esta historia, el escritor comprende que ya no la contará solamente, sino que la visua­lización, musicalizaci6n, sensibilización de esta historia que él va a darse a sí mismo para transmitir a los demás, de-

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pende del empleo que él haga de la pa­labra, de su utilización, de su conoci­miento, incluso de la vulneración de las leyes que buscan también burocratizar, esclerotizar el lenguaje, de su inmediata aportación al mismo. El lenguaje pasa a ser así la verdadera obsesión del escritor contemporáneo, el potro de fuego des­bocado sobre el que él monta con la finalidad no de dejarse arrastrar por él, sino de dominarle y conducirle hacia el espejo del mar donde copulan las mil sin­fonías del Universo.

«Nada hay sagrado o intocable para el pensamiento -nos dice Octavio Paz..-, excepto la libertad de pensar ... El es­critor no es el servidor de la Iglesia, el Estado, el Partido, la patria, el pueblo o la moral social: es el servidor del lenguaje.»

y ahondaremos en la cuestión. ¿De qué lenguaje?

Para Ciaran, «un idioma se acerca a la universalidad cuando se emancipa de sus orígenes y, alejándose de ellos, los condena: llegado a ese punto, si quiere vigorizarse, evitar la irrealidad o la es­clerosis, debe renunciar a sus exigencias romper sus límites y modelos, condes­cender al mal gusto».

Es decir, regresar a la vida, no situarse por encima o al margen de ella. Huir de todas las barreras y límites que los biem­pensantes, los acomodados, quieren po­nerle. Enfangarse en la realidad que se hace de cosas observables y de sueños indefinibles, de gritos y de maldiciones, de rechazos y de búsquedas. Obsesión por decir, por contar-cantar, necesidad por sacar fuera de uno aquello que le atormenta: y la vida, con sus presiones o con sus carencias está ahí, en el centro del volcán que corre por todas las san­gres del escritor, que impregna sus sen­saciones. Y ahí entra el rechazo que un auténtico escritor ha de profesar a los académicos, a los profesores, a los crí-

ticos que pretendan explicar, encorsetar, reducir la literatura a los estrechos y conservadores campos en que ellos se encierra:l, los de la especialización, la especulación y la mercantilización. Don­de todas las autocensuras convergen para mayor gloria del reino de la impotencia. De Cioran a Cernuda, también una mis­ma bullente repulsa:

«Cuando se ama una lengua tanto por sus virtudes manifiestas como por sus virtudes latentes, el trato sacrílego que la infligen los lingüistas los hacen tan odio­sos que de buena gana nos solidarizaría­mos con el primer régimen que los ahor­cara por decreto», escribe el primero. Y el segundo:

«La crítica erudita, antes que acercar­nos a un texto, nos 10 separa y antes que aclararlo, lo oscurece.

La erudición, nacida del arte literario y viviendo de él, pretende desplazarle, arrojando al artista del terreno que es suyo y usurpándoselo bajo espaciosos pretextos.»

66 años después de la encuesta de Lettérature, sólo el ansia de comunicar, aunque sea nuestras dudas, nos mueven a preguntar: qué es escribir, para quién se escribe, dónde la vocación, dónde la profesión ...

MERCANCIA y PROFESION

Ya en el siglo pasado Carlos Marx escr1bía:

«El gran escritor debe naturalmente ganar dinero para poder vivir y escribir, pero no debe en ningún caso vivir y es­cribir para ganar dinero ... El escritor no considera en modo alguno sus trabajos como un medio. Son fines en sí, son tan poco un medio para él mismo y para los otros que sacrifica en caso necesario su existencia propia a la existencia de ellos.»

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Estamos en pleno romanticismo voca­cional. El escritor y el revolucionario se definen en las causas morales, es decir, populares, aquellas que buscan transfor­mar el mundo, cambiar la realidad. El romanticismo llega a supeditar la propia vida al fin por el que uno la entrega.

Es en último término la creencia en el futuro, en la proyección más allá de la muerte, en la utopía del reino veni­dero. El paraíso terrenal frente al celes­tial y el sacerdocio humano frente al eclesial.

Cien años después nuevos filósofos enseñarán como la revolución está en el propio cuerpo de cada uno y la revo­lución no sólo devora a sus hijos sino que instaura nuevos reinos de corrup­ción y miseria. No hay más futuro que el presente ni más utopía que aquella que uno puede abarcar en su propio es­pacio y tiempo. Por otra parte ya se ha demostrado que el arte y la literatura no escapan a las leyes del mercado eco­nómico. Incluso se le incita a que estu­die esas leyes y se aproveche de ellas. No hay obra que no se transforme en mercancía, le dicen: ¿Por qué esperar a tu explotación después de muerto, que de seguro ha de haber? Si te ponen precio, estarás en un museo, serás pasto de especuladores y aprovechados. ¿Por qué no te aprovechas tú de ella en vida y eres el responsable de su precio? A eso llamamos profesión. Dice Goldmann : «¿Qué es exactamente un creador, un poeta, un escritor o pintor? Es un hom­bre que produce obras y se preocupa por la calidad de estos productos, es decir, en un lenguaje económico, por su valor de uso».

Sí: muy lejos del lenguaje nietzschea­no: «De todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su san­gre. Escdbe tú con sangre : y te darás cuenta de que la sangre es espíritu».

De todas formas, considero inútil, por no emplear otro vocablo, trazar una raya

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claramente definitoria entre la vocación y la profesión. Tan estéril tal vez, como la vieja cuestión de la gallina y el huevo. El problema reside en la totalidad del ser humano, de la que escribir es una faceta, tal vez la más importante, pero íntimamente fundida al resto de sus ac­tos, iuicios, omisiones, vivencia, ext -riorizaciones, incluso sueños. ¿Puede se­pararse la obra del creador? A vece uno se sorprende pensando que en nada se asemejan el personaje y sus criaturas. Ig­norando que del personaje vemo só o u linealidad, su imagen exterior, el di fraz que utiliza en la comedia de la vida, mientras en la obra, se da en su ple:1Í­tud, en sus obsesiones, fuera de repre­sentaciones: allí la úniCl reDr~ em'lción posible es la de su sinceridad, hecha d sensibilidad y conocimiento.

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«Ofrezco este libro a quienes han de­positado su fe en los ensueños, consi­derándolos las únicas realidades», escribe Poe, que ensoñaba su propia vida hasta que la realidad fue más fuerte que él y terminó devorándole. Mientras Pessoa nos dice:

«No sé 10 que es la Naturaleza: la canto. Las cosas son el único sentido oculto

[de las cosas. Con filosofía no hay árboles: hay sólo

[ideas.

Lejos de transformar la realidad, de intentarlo, hay que empaparse de ella, verla en profundidad, y s610 entonces, sin querer saber más allá de su imagen, uno será capaz de transmitir su belleza. Frente a la pobreza de la revolución científica, la magnitud de la plasmación artística. Viejo debate entre 10 que es real y 10 imaginario, río por el que na­vega el lenguaje buscando dar forma a la cultura. Campo en el que todo está permitido, y el pensamiento puede ornarse con cuantos símbolos necesite para trascender hacia otros "Su propio ver y sentir, su propio comprender y ex­presar. Parte pues de la vocación, una vocación que siente tal vez como la ne­cesidad que tiene el animal de detener su carrera ante la magnificencia del rayo o la persistencia de la lluvia, una voca­ción que le distingue porque al sentirse herido, necesita gritar los cauces que esta herida ha abierto a todos los poros de su piel para que otros los compartan. Y encuentra allí la mercancia. Del placer, del amor, de la desesperación, hemos pasado al mercado, al dinero.

No escatimamos el problema. Nos encontramos, justo ahí, con Sartre: «El

escritor tiene una -situación en su época; cada palabra suya repercute. Y cada si­lencio también ...

Literatura: función social.

Un hombre, aunque su situación esté totalmente condicionada, puede ser un centro de indeterminación irreductible. Ese sector imprevisible que se muestra así en el campo social es 10 que llama­mos libertad y la persona no es otra cosa que su libertad ...

Tengo miedo de que se busque hoy, mediante una maniobra sutil, la trns­formación de los escritores y los artistas en bienes nacionales.

... Indudablemente la obra escrita es un hecho social y el escritor, antes in­cluso de tomar la pluma, debe estar pro­fundamente convencido: Hace falta, en efecto, que esté muy al tanto de su res­ponsabilidad.

Es responsable de todo: de las guerras perdidas o ganadas, de las rebeliones y represiones; es cómplice de los opreso­res si no es el aliado natural de los opri­midos.»

Llegamos así a la opción personal. Toda opción ha de ser personal. Reivin­dicamos, en el arte, la individualidad, incluso la individualidad del compromi­so. Aceptamos el compromiso de los des­comprometidos, siempre que ellos -sean capaces de sentir esta necesidad de nues­tro enfangamiento con la inaprehensible Tealidad: búsquedas, huidas, terrores de Estado, repulsa de desarrollos, abomina­ciones de ciencias irracionales, temblores ante tantas injusticias como nos cercan .. . y al aceptar este camino, difícil es que la sombra del oro, el espejismo del mer­cado, brille en tan abrupta senda.

Escribir en España no es llorar, es morir.

LUIS CERNUDA

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«Escribir me produce una angustia tremenda. El papel en blanco es una cosa terrible ... Escribo, pero no tengo tiempo. Carezco del tiempo suficiente que demanda la realización de una obra ... en México es muy difícil vivir de la literatura ... Para mí la palabra es un instrumento que sirve para formar un lenguaje ... Una suma de palabras es una frase y una frase debe estar encadenada a una historia. Creo en la historia. No creo que Se pueda hacer Uteratura sin historia, ·sin contar algo.»

JUAN RULFO

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ENCUESTA

«Leve es la parte d~ la vida Que como dioses rescantan los poetas

Triste sino nacer Con algún don ilustre Aquí, donde los hombres En su miseria s610 saben El insulto, la mofa, el recelo profundo Ante aquel que ilumina las palabras opacas Por el oculto fuego originario

Para el poeta la muerte es la victoria.

LUIS CERNUDA

Un escritor es un obrero productivo, no porque produzca ideas, sino porque enriquece al editor que se encarga de la im­presi6n y de la venta de los libros, es decir, porque es un, asalariado de un capitalista.

F. ENGELS

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VICTOR ALPERI

ESCRIBIR EN ESPAÑA: VOCACION SIN PROFESION

Aquella sagrada vocaClon de escribir, sublime y superior a todas, incluso al sacerdocio, parece que se desea delimitar en los tiempos actuales cuando se trata de hacer de ella una profesi6n. Pero es una simple apariencia el confundir una cosa con la otra. La vocación tiene que ser tan fuerte, y la postura del escritor frente a la sociedad tan decidida y firme, que demuestre en todo momento que el escribir es una verdadera profesi6n, no un pasatiempo, no un capricho, no una forma de perder el tiempo, mientras que otros -libreros, editores, distribuidores, impresores- son reconocidos por todas las sociedades y sus profesiones consa­gradas en leyes, normas y estatutos.

El escritor en España permanece siempre en ese eterno tránsito que va desde la raz6n pura -la vocaci6n- a la raz6n práctica -la profesi6n-. Y en ese pase infinito, en esa lucha sin final, pierde sus días, sus ilusiones y termina por morir.

Pero demostrar que el e'scribir -aquí o en China- es una profesi6n, es el deber principal de todo hombre que toma la pluma para componer un libro. Tiene que darse cuenta en todo momen­to que tal libro es un trabajo, el mejor trabajo del ser humano, y que debe de ser reconocido, admitido y pagado; así como otros muchos trabajos que tienen su fuente en el hombre de letras: el ar­tículo literario, las conferencias, [os pre-

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gones, etc. Tiene que pasar, por tales trabajos, su factura, lo mismo que un médico, un abogado, un profesor.

El escribir, por tanto, es una vocación profunda, totalizadora, que comienza, en la mayoría de los casos, en edad tem­prana y nunca termina. Muere con d mismo hombre .. Pero esa vocaci6n tiene que luchar contra mil guerreros, algunos de ellos muy sofisticados en los tiempos modernos; incluso, contra uno mismo, contra el cansancio, la duda y las zan­cadillas de cada dia.

Si el escritor es admitido como UD

verdadero profesional -y la Asociación Colegial así lo trata de demos~rar en España, y otras Sociedades parecidas en otros paises-, puede resultar el camino más dulce, y no sufrir tantos quebrade­ros de cabeza cuando se toma la pluma. Por eso tenemos que creer como Papini «que un día -<:omo el desterrado de Patmos esperando en el vientre de una montaña- la poesía volverá, victoriosa y radiante, como en las más airosas ale­gorías, para adornar de nuevo la vida de los desertores». La vida no se puede comprender sin poesía, y el escritor es la uni6n entre la mística de la belleza y la sociedad mecanizada.

El país q!le no reconozca a sus escri­tores quedará siempre condenado a ser un «pobre corral de muertos entre ta­pias, hechas del mismo barro».

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MANUEL ANDUJAR

PETICION DE REINCIDENCIA

Todo está dicho, todo está todavía por decirse y ... desdecirse. 10 obvio, lo in­formulado e incierto. En suma, a través de los siglos y en la compleja y hostil realidad en que intentamos pervivir y ser, ¿por qué escribimos? ¿Para qué nuestro anhelo, siempre insatisfecho, de expresi6n, quizá ut6picamente comuni­cativa?

Sí, escribir revela una vocaci6n y nos adhiere a equis destino inexorable. Tal idiosincrasia desvelada queda merced a un amor -idealista y er6tico al propio tiempo- por la palabra natal, alumbra­dora, que nos transforma en portavoces o víctimas del juego imaginativo, de los arriesgados lances verbales.

A la pregunta dilemática cada «caso», en su estricta subjetividad, ha replicado con balbuceos y dudas profundas, exis­tenciales o gracias a un envidiable aplo­mo y ufanía, que me cuesta entender. Para mí, al cabo de más de medio siglo de faenas y trayectorias en palabras y letras irregulares, a veces discontinuas, se trata de interrogantes que aún no he resuelto.

El mero planteamiento de la cuestión exigiría -pienso, siento- definiciones previas, asignación genérica, advertir si hemos de basarnos en ilustres ejemplos del pasado, remoto, lejano, próximo. O bien determinar su ajuste al inhóspito presente, que nos desafía y - ¡oh, sue­ño acunador! - debería trascendemos . aún dentro de las actuales argollas pre­cibernéticas.

¿Nos hallamos ante una disyuntiva, pueden armonizar los tres conceptos? Escritura, vocación y profesión, ¿son análogos en el poeta, en el narrador, en las versiones · ensayísticas, en el hom­bre-mujer de legítima teatralería?

Escribir es pronunciarse, fonética y anímicamente, implica una voluntad co­munitaria, afirma la tríada persona, per­sonaje y autor, responsable éste de ma­nifestaciones potencial o efectivamente públicas, subraya la independencia y li­bre creación y crítica y el voquible com­promiso que suele abejorrear. Acarrea una doble responsabilidad, ante sí mismo y en la genuina virtualidad social.

«Profesar» no se reduce a la elección y práctica de nuestro singular oficio, resulta también una consagración: se profesa una fe (en 10 humano perenne, presumo), significa el formal ingreso en una Orden sin uniformes ni bridas re­glamentarios, ni fija condición de auto­nomía, neto su carácter liberal en la no­ble acepción cervantina, y hasta diecio­chesca del término.

En cuanto a la vocación, además de «supuesta», como en la milicia y en lo castrense, y no empleo sinónimos, ha de probarse con obras y procederes fide­dignos, que mariden 10 ético con lo es­tético (en la memoria aquella empeñosa prédica de don Fernando de los Ríos) y aúne veracidad y arte. ¡Nada menos!

El enunciado sobre el que nos invitan a opinar -atinada etapa de recapitula­ción- entraña forzosamente el signo de

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«función» o «misión» para nuestro que­hacer. En la revista «Las España» (M~ xico, década atrás) abrimos una serie de colaboraciones acerca de tan polémico tema. Recuerdo -y valdría la pena airearla, contrastarla hoy- la extensa y puntualizadora 'reflexión de don José María de Semprún y Gurrea, y llego al tímido aserto, a tenor del archisabido desplante socrático, de la inanidad que

cumple superar en la pirotecnia del pa­sado y la prevención enteriza que in· tenten contrarrestar las amenazas que en torno al porvenir se ciernen. Partimos de cero.

De ahí -y no incurro en paradoja­el especial acierto de la ceñida encuesta a que se nos convoca. Y que reclama la reincidencia, al cabo de nuevas medita­ciones .

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«Creo que la literatura se produce dentro de tln contexto social, como parte de una cultura, en tm medio ambiente. Creo, también) que la verdad social no da) por sí misma) verdad ar­tística ... Creo que la Literatura no es imitación de la vida: es una forma personal de ver y vivir la vida ... Quien escribe para el gobierno) escribe para dejar de escribir: concede a la Lite­ratura eficacia burocrática antes que utilidad social. Quien es­cribe para la burguesía culta, escribe para alcanzar notoriedad, para subir de clase: convierte la intransigencia (uno de los pro­pósitos de la obra) en progresiva serie de claudicaciones ... Pen­sar entre nosotros que la Literatura llega al pueblo es una men­tira: el pueblo no sabe leer) y si sabe aún no puede ir más allá de los comics y las fotonovelas ... Escribo, pues, como un burgués convicto y confeso. Todavía hoy combaten dentro de mí no un ángel y un demonio de cabecera 'sino el fantasma de un explotador, al que desprecio) y la verdad a medias de un explotado que en vez de ponerse de pie lame las heridas. Por eso escribo sobre papel blanco con tinta negra. En resumidas cuentas, dudo seriamente de la misión política del escritor.

EMMANUEL CARBALLO

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FRANCISCO AYALA

¿ Que por qué escribe uno? Ciertamente la llamada carrera de las letras no es de las que ofrecen poderosos alicientes, sobre todo para quienes no sue­len sucumbir demasiado a las tentaciones de la vanidad, flaco al que tanto 1;e presta la exhibición pública. Por lo demás, la satisfacción del escritor en este aspecto es bastante menguada, pues ninguno compararía su fama, por grande que llegue a ser, con la del deportista, el político o el cantante. En cuanto a sus gajes económicos, son en verdad muy parvos, y en el mejor de los casos no admiten parangón con las ganancias que deparan otras actividades o pro­fesiones. A pesar de ello, uno escribe, y escribe, y se pasa la vida escribiendo y publicando lo que ha escrito. ¿Por qué? Es una pregunta que todos nos hacemos de vez en cuando. Ahí va mi personal respuesta.

Dejemos aparte, desde luego, la escritura en el amplio sentido funcional con que se redactan cartas, informes, reportajes, tratados y demás textos de intención discursiva o práctica, para atenernos a la literatura, considerada -igual que el asesinato para De Quincey- como una de las bellas artes. A esta clase de literatura quiero referirme. Según parece -y así lo afirma Eduard Spranger, filósofo alemán, en su tipología psicológica-, cada ser humano pro­pende más o menos resueltamente a uno de los diversos esquemas puros que él propone: hombre económico, hombre religioso, etc.; entre ellos, el hom­bre de inclinación estética. Es claro que para este tipo de persona, sensible a los valores artísticos, la literatura puede ejercer una atracción decidida.

En mi caso particular, debo declarar que desde el comienzo de mi vida tendí hacia la expresión artística, y en los primeros años de ella tanteé la po­sibilidad de darle cauce a través de la pintura, que en mi ciudad natal, Gra­nada, se cultivaba por entonces con especial predilección, al mismo tiempo que intentaba ejercitarme en la poesía. Pero al fin pude darme cuenta de que me iba mejor con la pluma que con los pinceles, y sin vacilar más me dediqué por entero a escribir: fuera de toda duda, creo que éste ha sido el cami,n.o idóneo para dar cauce a mi profunda vocación.

Me parece que con lo dicho he contestado a la pregunta. Fundamentalmen­te -pues claro está que siempre hay también estímulos accesorios de indu­dable importancia- escribo porque de esta manera cumplo con mi destino; y ello me procura la felicidad de sentirme ajustado a mis circunsta·ncias.

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CARMEN BRAVO.VILLASANTE

Nacer con vocación es un don del cielo. Que la vocación y la profesión vayan unidas es doblemente milagroso y motivo de felicidad diaria, siempre que el escritor sea dueño de su pluma.

La profesionalidad del escritor es el logro supremo, porque la vocaci6n como afición, junto a un trabajo paralelo y ajeno al gusto, debe ser una des­dicha

La verdadera vocación cumplida no deja tiempo para más. Se profesa en la vocación.

« ... Hay en mí) desde el punto de vista literario) dos per­sonalidades distintas: una que está fascinada por la ampulosidad) el lirismo) los grandes vuelos de águila) todas las sonoridades del estilo y las altas cimas de las ideas/ otra que horada y cava para hallar la verdad) profundizando tanto como le es dado hacerlo) que gusta de dar el mismo énfasis al detalle hu. milde que al grandioso) que desea que se sientan las cosas que él representa con inmediatez casi física. A esta persona le gusta reír y disfruta con el lado animal de la naturaleza hu­mana.»

GUSTA VE FLAUBERT

... Tengo mi opinión propia acerca del arte) y es ésta: Jo que la mayor parte de la gente considera fantástico y falta de universalidad) yo 'Sostengo que es la íntima f!sencia de la verdad.»

FEODOR DOSTOIEVSKY

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ANTONIO BUERO VALLEJO

Una vez más, la pregunta incontesta­ble. No sé por qué escribo. Tal vez por vocación, pero ¿qué es la vocación? ¿La tengo yo realmente? Lo dudo a veces, pues abundan las ocasiones en que prefiero no escribr. ClSoy un escri­tor a quien no le gusta escribirD, suelo decir, sólo a medias en broma. Escri­tores hay que no paran de hacerlo, in­cluso contra los peores reveses; son aquellos para quienes la realidad tiene forma de libro. Pero yo quise ser pin­tor, y pienso con frecuencia que me ba­bría gustado ser músico, o quién sabe si físico. La realidad, pues, no tiene para mí forma de libro, ni aún de poema. Junto sin embargo palabras y escribo. Pero porque imagino. Si escribo teatro lo hago porque erijo en mi interior un escenario, unas interpretaciones, ciertas sorpresas escénicas. Sospecho que mi vocación no es la de un escritor It puro».

La pura vocación de escribir tal vez radique en la convicción íntima de que las palabras equivalen al cosmos; con­vicción de la que, ya se ve, carezco. Pero si me resigno a la idea de que, pese a todo, soy un escritor - pues los bechos mandan-o como cualquiera otro, lleno a pensar inevitablemente que la «pura vocación» a que acabo de refe­rirme quizá consista en negarse a sí mismo. Quiero decir que el escritor - también los más grandes y los más fe­cundo s-- bien podría tener una oculta vocación de silencio. La lucha con las palabras le revela demasiadas veces que lo expresa no es válido si no se halla entreverado de lo que omite, sin que

él mismo sepa bien qué ha omitido. La vocación de escribir sería entonces la de llegar a expresiones indirectas y multisignificativas, consteladas de táci­tas llamadas a lo inefable, que finalmen­te desembocarían en el silencio. Pero el escritor retrocede ante esa posibilidad y vuelve a llenar cuartillas; es cuando los demás terminan por reconocerlo y a considerarlo como un «profesional». y nadie sabrá que la paradójica culmi­nación de su destino consista en dejar de escribir.

Estas y otras sutilezas veo y siento en la faena de la creación literaria. Mas tales perplejidades interiores no impi­den el acceso del escritor a otras con­vicciones y seguridades. Y entonces sí que cabe bablar de profesión. El escri­tor de creación quiere hacer arte, pero no puede -ni aún cuando sea esteti­cista- independizar su arte de la in­mensidad de cuestiones reales y concre­tas, no artísticas en principio, que aco­san a los seres humanos. Vuelven a de­cir hoy algunos que sólo se debe hacer arte y desentenderse de lo demás: es, de nuevo, la falacia del arte apuro» atendido a su sola entidad, cosa que no existe, pues no hay obra que no conec­te con inúmeras realidades externas. Y hasta lo poético puro existe porque nos remite al mundo. Ante el supuesto di­lema de a ¿Poema o problema? », la res­puesta ---creo recordar que la formuló Machado- es: aPoema y problema a un tiempo.» El escritor es, en consecuen­cia, un artista que problematiza. Y 10 es hasta cuando cree desdeñar todo proble­matismo exterior a la creación estética.

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Lo cual vuelve a llevarnos a la pro-­fesionalización. Con su posible voca­ción recóndita de silencio y su temblor ante el enigma, el escritor será a la vez un profesional que intenta enfrentar a los demás críticamente, y enfrentarse, con los conflictos y dramas de la vida. Por eso puede ser -y lo es tantas ve­ces- periodista, o ensayista, además de poeta, novelista y dramaturgo. Tal profesionalización comporta asimismo problemas específicos: desde los que atañen al estatuto y forma de vida del escritor como profesional socialmente bien o mal aceptado según los casos, hasta los que, como presiones del con-

torno, pueden llegar a deformarlo y transformarlo en un «profesionah que, inconscientemente o a sabiendas, se fal­sifica y falsifica lo que escribe en gra­dos diversos.

Podemos pensar sin embargo en el caso mejor y más deseable: el que dis­tingue al escritor que, sin traicionarse, logra una profesionalidad quizás polé­mica, pero reconocida y respetada. Es­critores así no faltan ni en las socieda­des más imperfectas y hostiles a la me­jor actividad literaria, y eso es lo que más nos puede enorgullecer y en lo que, gremialmente, debemos basar nuestra fuerza.

OPTICA VILLASANTE

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Escritores de España

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JOSEP MARIA CARANDELL

NADIE ME LLAMÓ

No recuerdo que en el origen de mi dedicación a la literatura hubiera voca­ción -llamada- alguna. Yo tenía ocho años cuando mi padrino escribió una obrita de teatro, adaptación de un cuento catalán, para que los niños la represen­tásemos el día del santo de mi abuela. Yo vi cómo la escribía, sobre la mesa de mármol, en el jardín de la casa de veraneo. Creo que fue el ver cómo se escribe lo que abrió mis ojos y mi men­te. Y la representación de la obra, lo que me fascinó. Cuando al año siguiente llegué, a principios de julio, a la casa de veraneo, lo primero que hice fue bus­carme un cajón -en una mesa- para guardar la obra que pensaba escribir y que escribí: una obrita de teatro para representar con el mismo propósito. Des­de entonces, hasta los 16 años de edad, hice lo mismo cada año. Pero ya a los 13 decidí que aquello de escr1bir en ju­lio una obra era lo que más me gustaba, y desee dedicarme para siempre a aquel placer. Algo parecido a lo que descubrí la segunda o tercera vez que me enamo­ré: un placer digno de ser para siempre vivido y repetido. La profesión de escri­tor, como la de amor, vino mucho des­pués, cuando descubrí que sólo la cons-

tancia, el empeño, la seriedad, la pro­fundización podían hacer que aquello que escribía fuese verdaderamente mío y ne­cesario: exactamente igual que en el amor. y así como en el amor cierta res­ponsabilidad y la llegada de los hijos con­tribuyó a profesionalizarme en este difícil pero incomparable oficio del amor, así también la necesidad de pagarme e! sus­tento y el insaciable vivir hizo que me ter­minase de profesionalizar en literatura; y ambas obligaciones las sentí con un poco de pena. Después ya vino el vicio de es­cribir y e! de amar, y con ellos, ciertos vicios.

No veo, pues, en mí ni vocación ni profesionalización en los orígenes de! ofi­cio de escribir. Más aún, he llegado a pensar que no es e! deseo de escribir 10 que está en el origen de esta dedicación, sino que es el escribir lo que crea y fo­menta su deseo. Paralelamente a esta ca­dena corre otra: el vivir es tan compli­cado y fascinante; su misterio es tanto; el deseo de aclarar, de hallar un destino, de crear belleza es tan grande, que di­fícilmente se pierden las ocasiones para escribir, para seguir escribiendo.

Pero no quiero hacerme fuerte en la idea francesa de que el escritor no puede dejar de escribir. Los poetas lo dejan tempranamente; los novelistas, después; los pensadores son los mas longevos en la escritura. Pero a cualquiera pued.e lle­garle e! momento en que se diga « Ya no tiene sentido escribir». Feliz si no es, para entonces, un profesional. Más feliz, aún, si ya es rico.

Para terminar, algunos pensamientos que me han venido a la mente a lo largo de mi vida de escritor:

-Brecht decía que el escritor ha de ser un artesano. El, desde luego, no 10 fue.

-Hay escritores que muestran en sus obras un radical desconsuelo, un visce­ral asco por la vida y por todas las ca-

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sas y, que, sin embargo, escriben mara­villosamente bien. Es un misterio que no he logrado desentrañar todavía de manera convincente.

- ¿Cómo puede hablarse de vocación en las artes, cuando hay pueblos que no tienen pintura, o escultura, o fotogra­fía, o cine?

-Si fuese profesión, ¡habría vacacio­nes!

- A veces, cuando voy a cobrar a una editorial o publicación me dice el admi­nistrador: «Usted ya disfruta bastan­te con escribir», y no me paga.

-El gremio de libreros nos ofreció hace poco una copa a los escritores de Barcelona, y quien habló en su nombre dijo: « ... vosotros, los escritores, que sois los que alimentais con vuestros materia­les a los profesionales del libro: los edi­tores, los distribuidores, los libreros ... » El pensamiento que me vino al oír esto fue. «Repórtate, o dirás un disparate».

-Jaime Gil de Biedma escribió que el escribir es un vicio solitario. Una mu­chacha supo que yo era escritor y por ello se enmoró de mí. Lástima que el es­cribir sea un vicio solitario: ¡hubiésemos hecho, ella y yo, tan buena pareja!

«No estoy en la actitud romántica típica del señor que se considera aislado, abandonado y diferente de todo el resto. No, no se trata de eso; pero hoy 'sigo escribiendo exactamente en la misma posesión mental, moral y sensible que cuando empecé a escribir a los veinticuatro o veinticinco años. No he cambiado en absoluto y estoy contento de no haber cambiado; estoy con­tento eJe que cuando me siento a la máquina o tomo un lápiz mi actitud frente a la página en blanco es exactamente la misma que tenía en un comienzo; nada ha podido cambiarme en ese plano. Por eso, como sabes bien, porque lo he dicho por ahí, n~ .me consideraré jamás un escritor profesional; yo soy un aftctOnado que escribe cuentos y novelas.»

JULIO CORTAZAR

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RAMON CARNICER

ILUSORIAS TORRES DE MARFIL

Se escribe creativamente respondiendo a una vocación, es decir, a una lla­mada íntima cuyo momento inicial no siempre podemos recordar de manera precisa. Desde ese momento hasta la realización de un libro -testimonio de que aquella vocación no era una vaguedad más o menos persistente- median los tanteos del artículo, del poema, de la narración breve.

El tránsito de la vocación, ya manifestada en uno o más libros, a la pro­fesionalidad del escribir es largo, tanto que pocas veces concluye, si entende­mos por escritor profesional el que vive del producto de sus libros. Hay en este camino una forma intermedia: la de quien compone libros y a la vez colabora en diarios, revistas y otros medios, realizado esto último como so­porte económico de la deseada profesionalidad. Pero todos sabemos que éste es un escritor, aunque frecuente, más bien anómalo, tanto que esta segunda labor no cuenta en las reglamentaciones del asociacionismo literario -del nues­tro sin ir más lejos--, donde se exige la publicación previa de un número de­terminado de esas unidades literarias llamadas libros, y donde futuros derechos pueden quedar condicionados por los publicados después.

¿ Cuántos son loo que viven hoy en España exclusivamente de sus libros den­tro del campo de la literatura? Tal vez no alcance su número al de los dedos de una mano. Pero, ¿es esto un mal, es reflejo de una sociedad mal constituída? A nuestro modo de ver, no, ni lo fue nunca a partir de la invención de la im­prenta.

El ejercicio de escribir es y acaso seguirá siendo un quehacer subsidiario de otra actividad profesional, y no en daño de la propia literatura. La profesión bási­ca, vital, no literaria, el trabajo en ámbitos ajenos a ésta, proporciona al escritor unas perspectivas, un conocimiento de la realidad que fortalecerá, más que debi­litará, su obra literaria, si su vocación es verdadera. Además este trabajo y sus pugnas y dificultades harán que el escritor se concentre de modo tenso y libe­rador durante las horas que pueda reservarse para escribir y harán que estas ho­ras rindan más fruto que todas las de ese día completo, apacible y silencioso en que erróneamente soñamos para la tarea.

Un repaso de las grandes figuras literarias universales y su vida nos confir­mará, en efecto, que la literatura está más vinculada al azar, a la multiplici­dad de horizontes favorables y desfavorables del vivir cotidiano que a esa torre de marfil donde a menudo y sin proponérnoslo dormimos plácidas siestas, pro­piciadas por el sosiego, la soledad y la paz interior.

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RAFAEL CASTELLANO

NARCISISMO INDUSTRIAL

Estimo que la perspectiva de este di­lema resulta diferente según qué entor­nos hayan propiciado el impulso de co­ger n.o ya la pluma, utensilio privilegia­do, sino la máquina más o menos por­tátil de fabular. Por las circunstancias que rodean mis relatos principiantes, cuentos a fecha fija para una publicación periódica, «La Codorniz» -¿puede ha­blarse de una narrativa periodística, de un periodismo narrativo?-, donde apre!1dí la frase fatídica, a falta de dos folios, de «vamos a cerrar»; por esos condicionantes me es imposible creer en la vocación. Supongo que a los dieciocho años se desea ser muchas cosas a la vez, se renuncia a renunciar ª nada y final­mente, e!1 lenta y crisopéyica decanta­ción, uno comprende que el único camino hacia la dispersión y la politecnia es la literatura. Con los años va asomando además, igual de paulatino, el resabio de encerrar nuestras neurosis en cuartillas dirigidas a ese lector que, precisamente, no va a leernos nunca. Romanticismo viene de ahí, de raman, de novelería, de fantasmagóricas ficciones. Pero, al menos en mi caso, no puede hablarse de vocación. Me estremezco cuando el cor­porativismo litúrgico de algunos tri'bule­tes en boga les mueve a decir que el periodismo, y por extensión la creación literaria, es un sacerdocio.

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Precisamente ahora, cuando ya ni los sacerdotes están demasiado seguros de que esa llamada extra terrenal exista real­mente. Se hace camino al andar, cierto, pero porque uno se ve abocado a ello. Por esa negativa, que siempre he ejer­cido, a considerar la elaboraci6n de un libro como una tarea sublime y angélica, suelo sublevarme -cobrando, por ello, fama de pesetero-- ante los repetidos intentos de la sociedad de retribuir al escritor en egod6lares, esto es, de consi­derar que la sensaci6n orgiástica de con­templar las propias divagaciones untadas por la magia de la fotocomposici6n mul­ticopiada le bastan y sobran al que de aquéllas vive para comer, respirar y pa­garle a la caja de ahorros los plazos del precario techo. Por 10 mismo me exas­pera esa extraña obligatoriedad de re­gurgitar la cultura con que al escritor se le lastra, incluso -y a veces sobre todo-- desde posiciones de izquierda obrerista. Y me rebelo contra la ley no escrita que dicta que en unas fiestas po­pulares ° unas semanas instructivas se presuponga que el conjunto de rack hay que pasarle unos honorarios, eso es de caj6n, faltaría más; pero al conferen­ciante, ¿por qué? El conferenciante goza con ello, es un extravagante, un maso­quista mental, un vocacional. Sin acudir al testimonio de freudianos o junguianos, si os fijáis bien, observaréis que cuando alguien se compra un libro -o cuando se vende- se alude al precio del papel. Es el volumen --exacta palabra- y no el espacio ilimitado en él contenido lo que se considera material industrial. Todo, todo sube menos la literatura. Y con ese 10 por 100 de derechos de autor nos pudriremos sin remedio. Eso no lo debate nadie en los congresos. Son fu­tesas, caprichltos, pichías.

Luego hay otro detalle que no quiero que se me escurra, y que sirve de som­bra o contraste a 10 antes dicho. Resi­diendo como resido en una zona vasca limítrofe con 10 rural, y por mis con­tactos con los caseros en un territorio

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donde se celebran deportes como el le­vantamiento de piedras, el corte de tron­cos, la competición de siega, los certáme­nes de parejas de bueyes arrastrando un peso, etc., he podido constatar que la predisposición, los ánimos, los placeres -vamos a llamarlos asÍ- del sujeto no son iguales si se tra ta de acarrear unos peñascos, hacer leña para el hogar, cor­tar la alfalfa o mover un arado con la yunta, que si se actúa como a"iiasotzale, aizkolari, segalari o idiprobalari. Pues en la literatura, lo mismo: si se amputa el componente de vanidad, de narcisismo exhibicionista, uno se reduce a la mal­dición bíblica. Como en el caserío vasco, es la cuestión de tener o no tener espec­tadores, 10 que distingue al currela del héroe.

En este sentido se me antoja que mu­chos compañeros se exceden en la segre­gación de cuerpos egógenos, en la bús­queda de la notoriedad a través de la notoriedad y de la fama a través de la fama, en lugar de acceder a ella cruzando los laberintos de la palabra desnuda y solidaria. Ello conlleva, lamentablemen­te, el que no sea necesario haber leído a determinados autores para saber cómo escriben. En resumen, vocación, no ejer­cicio, sí -pero jamás espiritual-; pro fesión, sí, pero sin trascendencias. Aun­que resulte duro decirlo, nuestra litera­tura muere con nosotros. Nadie es inmor­tal y, por tanto, tenemos que vivir. Y los ego dólares son falsos.

«Escribo por imitaci6n, porque soy un lector y un día decidí imitar a los escritores que admiraba, pasando de la lectura a la escritura ... El escribir consi-ste en hacer exterior lo que s6lo se intuy6 o meramente no existía antes de convertirse en li-teratura ... la unidad del reino de la imaginación y su poder sobre la realidad.

JUAN GARCIA PONCE

«Empecé a escribir por casualidad, quizá s6lo para demos­trarle a un amigo que mi generaci6n era capaz de producir escritores. Después caí en la trampa de 'Seguir 'escribiendo por gusto y luego en la otra trampa de que nada me gustaba más en el mundo que escribir ... Creo que en el trabajo literario uno siempre está ·s6lo. Como un 'náufrago 'en medio del mar. Sí, es el oficio más solitario del mundo.»

GABRIEL GARCIA MARQUEZ

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CAMILO JOSE CELA

Esto de escribir cuartillas es oficio que tiene demasiadas servidumbres no siempre confesadas, aunque sí, en cada momento, atenazadoras y ciertas. Para servir bien y con decoro, al decir de Erasmo, el servidor ha de ser fiel, de­forme y feroz, inexorables brochazos que -según el inexorable diagnóstico del humanista- tanto pueden caracterizar al criado de escaleras abajo como al monstruo de barraca de feria. Tras la fidelidad, la deformidad y la ferocidad se agazapa la cautelosa y aun sabia palabra, igual que una liebre con alma de VIoora, dispuesta siempre al fraude, ese ejercicio en el que es maestra porque su primigenio manantial es ella misma. Cicerón, en su Epistola ad Quintum, advierte a todos de la falacia que la palabra implica: la frente, los ojos, el ros­tro -nos dice el filósofo de la palabra en orden- engañan muchas veces, pero la palabra engaña muchas veces más.

El oficio de escribir cuartillas ju...ega, peligrosamente, con las palabras y su oficiante, diríase que por enterarse -también porque se mueve a su compás y arrastrado por el tumultuario torrente por el que las mismas palabras se despe­ñan-, las caza, las diseca, las estructura en ringleras armoniosas en las que aspira a decir algo, aunque no siempre lo consiga, y acaba siendo sepultado bajo su granizada cruel y estentórea.

Al llegar a ciertas edades toca hacer examen de conciencia y arrojar por la borda todo lo que no sea rigurosamente preciso a la singladura. El escritor piensa, para su particular manejo y sin voluntad de hacer prosélitos e, incluso, de que nadie llegue a darle la razón, que sobran múltiples servidumbres que lo distraen de lo que no debiera ser distraído: su oficio, entendido como me­nester excluyente de cualquier otro. En este sentido, el escritor supone que sobran muchas cosas, que sobran casi todas las cosas. Los vagabundos tam­poco precisan de muy pesados e innecesarios ropajes y el escritor, aun el que más sedentario pudiera parecer, es siempre un irredento vagabundo: ése es su mayor timbre de gloria y libertad.

Quien esto escribe aprendió el oficio, sus brincos y sus resistencias en los rincones donde las resistencias y los brincos viven, como los lagartos, en paz y al sol (o a la sombra, pero también en paz): en los lagares y en los menes­trales vagones de trenes, en las reboticas y en las sacristías, en las talabarte­rías, en los mesones, en las tabernas en las que se despacha el peleón mora­pio y donde se prohíbe cantar -ni bien ni mal-, escupir en las paredes, ha­blar de política y blasfemar sin causa justificada. Ahora sólo le toca seguir buscando el meollo de las cosas -y que haya suerte-, desbrozando al objeto de añadidos, postizos y demás confundidoras y áureas bagatelas. El escritor, en vez de pluma, debería usar como herramienta un escalpelo finísimo y, en su defecto, un hacha de mango largo, un hacha de leñador.

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CARMEN CONDE

• Lo más difícil para quien hace poe­sía es explicarse ante los demás, fuera de su obra. Por sí sola, ésta habla ya. Mas, quizá sea útil que quien escriba diga algo acerca de sus poemas. Por ejemplo: del tiempo en que se escri­bieron, las circu.nstancias ... , porque son explicaciones válidas a pesar de 10 que contengan de subjetivo.

• La realidad es que el poeta esti­be fundamentales porque sí. Lo cual no impide que emocionado, sorprendido o maravillado pueda trasladar a poesía sus sensaciones y pensamientos; en tal caso contar por qué y cómo se produjo el milagro poético.

• En esto de no tener más remedio que escribir, J. R. Jiménez aconsejaba: «Lo espontáneo sometido a lo conscien­te», y así es por 10 normal. El río nace de una fuentecilla a veces minúscula, y corre. La naturaleza lo abraza, dulce­mente sometiéndolo a cauce. O el hom­bre 10 apresa y doma para que el agua sirva y alimente. Esto es ya la inteli­gencia. Lo consciente. Pero hubo un brotar libre, un nacimiento espontáneo a la luz y al viento. Sin esa espontanei­dad, la poesía estará más cerca de las matemáticas que de sí misma.

¿Por qué escribió usted esto?, sue­len preguntar al poeta los que no saben mucho de poesía. Y el autor se pierde ante la explicación que se le pide ... ¿Por qué?, pregunta a su vez.

Si 10 supiera. Si la poesía fluyera a voluntad, carecería de calor, de frescu­ra. De emoción. Aunque, claro, hay poe-

tas que preparan sus versos con arre­glo a determinadas fórmulas. «Tengo que decir esto y esto, o aquello». Un buen químico puede, porque 10 sabe, prepararse teorías por procedimientos científicos.

y si bien las ciencias tienen tantísi­mo de poesía (de vate, vaticinio: adi­vinación), la poesía con ciencia prede­terminada, casi nunca es poesía sin es­fuerzo. Son más auténticos los poetas. con inspiración -río que echa a correr gOZ050--, sometido luego a 10 conscien­te, que los (yo no creo que haya mu­chos, la verdad) que se preparan cua­driculadamente lo que van a escribir. A éstos les llamaba J. R. Jiménez «poetas voluntarios».

Para semejante disciplina son mejo­res la prosa narrativa, el cuento, la no­vela. Exigen mayor trabajo, sí, porque no dependen sólo de la inspiración: fi­chas, datos, observaciones, discrimina­ciones... La poesía no es nada de eso. Es, sencillamente: es y está.

• Yo, a la vista de los libros publi­cados, no me encuentro realizada por ellos aún. Hay algo de espantosamente inquieto en mi sangre que me impide seguir fiel a una norma cuyo desarrollo se expone en la continuidad de la obra. Me interesan vivísimamente el Teatro, la Novela, la Poesía. Y fuera de 10 que yo me considero capaz de hacer, el Can­to y la Pintura. Hay veces que busco expresarme en el Cuento, la Novela, el Ensayol; me apasiona escribir para la i.nfancia ... , aunque lo más probable es

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que me refiera a la remota infancia de los adultos. Quisiera cuajar en una ma­nera y seguirla hasta dominarla. Pero esa condición expresa no me es asequi­gle durante mucho tiempo. La vida es demasiado rica y yo muy enamoradiza suya, para limitarme a percibirla e inter­pretarla de un solo modo.

• Ser fiel a nuestra época lo consi­dero deber ineludible. No puedo resi­denciarme en un hermoso siglo, dando la espa!da al presente. Estos años de destrucción brutal y de arrebatada bús­queda exigen la presencia íntegra del ser en su tiempo.

Todo poeta verdadero trae un mun­do que revelar. Lo adjetivo para él es la suma de conocimientos, sin los cua­les puede vivir y hacer su obra. Saber de los demás es necesario, pero no im­prescindible para todo, menos para crear. i Ser sí es indeclinable! Ser poe­ta, disponer de un gran contenido, sin necesidad de informaciones y escuelas. Ser porque sí; porque siendo ya se pue­de ofrecer lo mejor a la Poesía y de la Poesía. Cuando el poeta es, enlaza con los pasados y por venir de su rango. Lo mejor del hombre es su misma sustan­cia nativa, depurada y enriquecida c()¡11. sus jugos más ricos. Si la Poesía fuera ciencia, debería conectar con su corrien­te de manera voluntaria. Pero como la Poesía no es ciencia, esa fatal conexión se realiza sin que los poetas se lo pro­pongan haciendo su obra para eso.

• No sé por qué escribo poesía, pero me entrego a ella; a su fluir de mi hondo ser (con toda el alma). No pertenezco a escuelas, grupos, orie.nta­ciones; ignoro sus cualidades, sus cons­tantes, sus disidencias y hasta disonan­cias. No quiero empeñarme en saberlo. ¿ y para qué? Escribo: lo guardo mu­cho tiempo hasta volver a leerlo. En­tonces, las correcciones; no de eso que se conoce corno estilo; tampoco de sus' tituir palabras o versos por otros más entonados. No. Las correcciones son más

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profundas y torturantes: son para que lo dicho se ciña plena y ajustadamente a 10 sentido, imaginado o soñado encontrar la exacta palabra, la insustituible pala­bra que cree.

Así, a través del tiempo, sin hurtarle sacrificios pero sí condescendencias a la entrega; por caminos nunca fáciles, la confiada búsqueda sin temores ni pri­sas; ajenándola de externos influjos cir­cunstanciales. Haciéndola pasajera into­cable de mi travesía, la Poesía sirvió no solamente a sueños, también a esperan­zas y realidades que por mínimas que fuera.n bastaban para mantenerme cada dia.

«En los sueños no hay mañana, es todo ahora ... D.

La Poesía, desinteresada de cuanto pudiere enturbiar su luz, es el ahora de todos los sueños, la constancia cordial de la vida viva.

Restaña heridas causadas por tiempo o historia, conduciendo desde el amor por un solo ser al amor por los seres, siendo los mejor amados aquellos que constituyen «mayoría silenciosa JI o no escuchada cuando reclama su derecho a hablar.

Ni evasiones del dolor ni rechazos a la alegría. Quienes lealmente crean poe­sía porque sí, saben de la necesidad de su verdad y de la defensa desintere­sada.

Mientras se sueña y lucha por el aco­modo de 10 propio a personal expre­sión, se va acercando el misterio pe­núltimo. Y siempre quedarán por amar « ... tierras yaguas, naciones sin nacer ».

Para la apasionada tarea se hizo ne­cesario prescindir de lo superfluo, de lo convencional, de lo no auténtico. No a?mitir o despojarse de cuanto impi­diere la espontánea sinceridad. Existe paz en saber que se mantuvo fidelidad a la vocación no traicionada. Vocación que ha ido condicionando la existencia. Que sólo quiso oír la voz de la poesía que no muere.»

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RAFAEL DE COZAR

y OTRAS OSCURAS RAZONES .. .

He pasado media vida buscando el amor; la otra media perdiéndolo y con­tándolo. He aquí una de las razones para la creación literaria. Sin duda pudo ser esta la razón inicial a esa edad en que prácticamente no es edad, ni la literatura, literatura, ni el amor es amor, pero en la que es fácil creer en todo eso, y no dejar de creer y lanzarse y descubrirse en un papel donde esconder, incluso con relativo prestigio social, esas oscuras y tal vez intrascendentes motivaciones. Ahí el motor de una inclinación que llega a ser vocación en Ul} proceso no esen­cialmente distinto al de las restantes ac­tividades humanas. Soñar el amor y con­tarlo era una formar de empezar a vi­virlo, pero no sólo con mayúsculas, sino también, y tal vez primero, con la letra pequeña de unos ojos, un nombre, una cara.

y ahí también una forma de ruptura con la incomunicación individual que, por contraste, pasa a ser comunicación colectiva. Cuando se está a gusto, cuando el traje nos hace parecer más presenta­bles r nos identifica con otros de similar atuendo, y se advierte que no se en­cuentra mejor camino conocido, tal vez entonces se cobre conciencia de que pu­diera ser vestimenta de toda una vida.

Entre otras muchas Tazones, si es su­perior el porcentaje de escritores en nues­tro siglo, época de los colectivismos ofi­ciales y de igualamiento de los sistemas de vida, tal vez también sea porque es­tamos más enfrentados a la soledad, o necesitamos más decirnos, o resulta más fácil hacerlo por medio de la letra im­presa.

Pero la profesionalidad distingue, nos aleja del inicial sentido confesional que movía al escritor en su juventud, o bien oficializada como literatura nuestra con­fesión, nos integra en el juego pasional delle!lguaje y la indagación de sus mun­dos. Pronto esos mundos llegan a poder más que nosotros mismos y dejamos de sernos en la escritura para hacernos en su sueño. La fuerza inicial se perfila también de acuerdo con los tiempos, las modas o los gustos personales; incluso de manera inconsciente pertenecemos a nuestro tiempo, hasta aquellos cuya vo­luntad les tienta hacia los logros del pa­sado. Pronto se adquiere incluso sentido crítico (que evidentemente no confesa­mos) y hasta cierta conciencia de la ren­tabilidad, de la efectividad de la litera­tura. Se ha ido modelando con el tiempo esa vocación de la que ya no es fácil salir, incluso a pesar de los fracasos en el contexto relativo de nuestro ámbito cultural. Como en el amor, no se fracasa o triunfa de forma objetiva, sino en la relatividad de nuestras metas y nuestra forma de vida. El tiempo es demasiado largo para ser estrictos tanto en la re­nuncia como en la confirmación del ca­rnino: ello vale igualmente para el amor y la literatura. En cada grado, en cada nivel de la jerarquía en que uno se sien­te, o cree que lo sitúan, nos sabemos a nuestro modo profesionales. Esto llega a convertirse en necesidad orgánica y así suele confesarse entre los escritores. Necesidad, hábito, pequeña costumbre casi de nuestra misma edad, la escritura puede llegar a ser incluso mal menor en nuestra vid",. Vocación y profesión lle-

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gan entonces a ligarse hasta un punto de difícil divorcio, aunque dado por sentado, al menos en nuestro país, que la segunda no puede entenderse en un ~entido pleno por ahora. La dedicación absoluta es privilegio de tan pocos que habria que suponer que no tenemos pro­fesionales. Sólo a veces el escritor cree en su profesionalidad y ni siquiera mu­chos están de ello convencidos, a pesar de dedicarle todos sus esfuerzos. En sí mismo tiene tantas veces el escritor a su peor enemigo. La cultura sigue siendo además un bien secundario en este país oficialmente europeo en el que la literatu­ra, al menos en su consideración profe­sional, está aún más lejos de las restan­tes artes. Todo ello puede sintetizarse con

los daros: Uno de loo países que más titulos edita y de los que menos leen en Europa, pero véanse también compa­rativamente las tiradas de cada libro. Si hace falta, por ejemplo, un elevado gra­do de vocación (y sin duda de locura) para los estudios de letras ¿qué nivel de ambas podrá necesitarse para hacerlas?

Quizá, con un cierto tono de ironía, tenga algún valor el que exista una la­bor profesional raras veces remunerada y haya aún quien la sienta como funci6n esencial de su existencia . Tal vez, sin el menor asomo de irorua, siga siendo para mí la necesidad de conexión, de amor concreto y tangible, el principal sentido de la escritura, después precisamente de esa media vida ...

MIGUEL DELIBES

ESCRIBIR ES UNA VOCACION

Yo entiendo que escribir es una vocaclOn. Uno escribe por una necesidad de comunicarse, esto es, por vocación.

Pero puede llegar un momento en que la venta de un libro empiece a pro­curarle un rendimiento, de forma que el escritor pueda encontrar en el ejer­cicio de la vocación un medio de vida. Quiero decir con esto que los térmi­nos vocación y profesión, desde mi punto de vista, no se excluyen mutuamen­te sino que pueden ser complementarios.

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ANTONIO FERRES

Suelo decir que todo lo que he he­cho en mi vida, desde la más lejana infancia, ha sido "literatura". Si no me hubiera encontrado con el lenguaje, con las palabras, con la posibilidad -sin duda, remota e ilusoria- de asu­mir alguna parcela del mundo median­te montones de viejas palabras, o con el deseo propio de cargar m~s gritos de arbitrarios significados, hubiera si­do yo un tipo muy distinto y desde luego inexplicable.

Pero, después, se pone uno a escri­bir, a tratar de hacer un cuento, una novela, un poema. Posiblemente que se escribe por un sin fin de causas. Comprenderlas y enumerarlas serfa tal vez labor de psiquiatras, de sociólogos o de jueces. El caso es que quieres que aquello escrito quede bien, que sea "bello", o a lo mejor feo, pero "per_ fectamente feo", que tenga quizás "si_ metría", "gracia". Y por "realista" o "naturalista" que una obra sea, debe nacer como un planeta único, con su propia atmósfera. Desgraciado del que nace sin la gracia. Es como nacer feo, pero peor. Por todo lo cual digo que el propósito resulta ser, en última ins­tancia, un propósito estético. Más

aún, obsesivamente estético. Hay mu­chos tratados sobre estos asuntos.

Yo, desde el punto de vista personal, no sabría dar una explicación clara y terminante de por qué escribo. Me gus­ta. Me molesta la gente que escribe buscando metas que no sean primor­dialmente "literarias". Supongo que hago cuentos y novelas debido a que me parece que es lo que mejor sé ha­cer; y, además, siempre me sorpren­do del resultado, bueno o malo; me sorprendo de las infinitas y misterio­sas posibilidades del lenguaje, de la ambigüedad del texto que sobre el pa­pel queda escrito, al extremo que lIe­go a pensar si no estarán dictándome desde alguna parte. Así de emocionan­te es para mí esto de la "literatura".

En cuanto escribes, ya empiezas a sentirte escritor, claro está. Pero, des­de luego, en absoluto un profesional. IDI problema viene, quizás, tras las primeras publicaciones, o cuando co­bras el primer dinero procedente de tan extraño trabajo: ¿Para quién es­cribimos? ¿Para quién escribo?, te preguntas con los viejos "intelectua­les". Aunque, a mi entender, la pre­gunta ha perdido bastante interés, porque tengo claro la pequeñez de la llamada literatura escrita en un mun­lo masificado y domesticado al mis­mo tiempo. La verdad es que, hoy por hoy, me gustaría escribir para que mis cuentos y mis novelas les digan algo a las personas que me son afines, por encima de lo que opinen los críticos, o dicten las leyes de la economía de consumo, de los que venden dioses o mitos extensiva y degradadamente; por encima también de los otros fun­cionarios de la cultuTa, que manejan sus medallas, sus premios o sus aba­lorios literarios. Creo, no obstante, que es muy difícil evitarlos. Nacen y vi­ven de esta civilización que entre lo­dos hemos construido.

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GREGORIO GALLEGO

PROFESION, VOCACION,

MAS BIEN ABERRACION

El oficio de escritor no existe o existe en tan precarias condiciones que los que nos aferramos a esa oscura pasión pode­mos perder los dientes antes de que el trabajo nos dé para comer. Y, a pesar de todo, existen personas de tan escasa racionalidad y aberraciones tan exigentes que prefieren dejarse los dientes y la pe­llica antes de renunciar a desentrañarse, husmear en su mundo interior y suscitar en los demás sus preocupaciones y trans­ferirles sus ensueños, ya sea en forma de poema, drama o novela. ¿Se puede llamar a esto vocación? Pues entonces hay que decir que la vocación existe. Y de qué manera. Los ejemplos que se nos ofrecen son tantos que bastará con mencionar los nombres glorisos de Cer­vantes, Quevedo y Gracián. Ninguno de ellos hizo de su vocación oficio, pero los tres sufrieron las consecuencias de ser visceralmente escritores.

. Personalmente me considero un escri­tor vocacional y a la escritura debo mis desgracias y mis alegrías. Cuando apenas

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si sabía leer, ya sentía los impulsos de fabular y versificar. Y cuando empecé a trabajar, muy tempranamente, se me cambiaron los versos y las fábulas por el redentorismo socialista que se desarro· lIaba en mi ambiente proletario. Los ver­sos ingenuos y las fábulas almibaradas se me tornaron críticas ácidas a un mundo que no me gustaba y que sigue sin gus­tarme. Fueron los años e peranzadores de la República. Parecía llegado el tiem­po de revisar los fundamentos de nuestra sociedad y mi pobre escritura se puso al servicio de la gran esperanza. Hice un mal negocio, pero no me pesa, porque mi palabra escrita se hizo voz de mi pueblo y con él viví la alborada de una nueva sociedad y sufrí las consecuencias del tremendo fracaso.

Los largos años de cárcel y persecu­ción me devolvieron la primigenia raíz literaria y con ella mi propia salvación, pues en los años difíciles y en las cir­cunstancias más desagradables mi voca­ción irresistible de fabulador me salvó de caer en la desesperación. La lectura y la escritura fueron en mis años de pri­sión la válvula de escape. Si en las crisis de angustia no hubiera podido fabular la precaria existencia vital de mi entorno y recrear los ensueños que me incitaban al suicidio, tengo por seguro que me hubiera roto en mil pedazos, porque sólo los satisfechos pueden vivir en la indi­ferencia, el escepticismo y la sordidez. Y durante la casi tercera parte de lo vivido ese fue mi mundo y esa fue mi principal incitación literaria.

Con 10 que llevo dicho queda patente que soy fundamentalmente novelista y que la novela es mi mundo vivido y so­ñado. Aunque como escritor y periodista he escrito de muchas cosas que me re­sultaban indiferentes, cuando no antipá­ticas, para ganarme la vida, mi verda­dera vocación es la de noveli~ta. y a esta pasión o aberración he dedicado 10 mejor de mi vida sin ninguna idea de

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recompensa, porque la mayoría de mis novelas permanecen inéditas.

Me sobra experiencia para saber que la mayoría de las personas medianamen­te cultas pueden escribir y son innume­rables las que sienten la tentación de hacerlo en los primeros años de la ju­ventud. Pero los más se arrepienten oportunamente al advertir las dificulta­des que entraña el oficio de escritor. Sólo los contumaces persisten y arras­tran el fracaso una y otra vez hasta dar forma a su proyecto literario ... La lite­ratura no es un mundo feliz y mucho menos compesantorio. La nómina de los que fueron glorificados en la sepultura es demasiado larga para enumerarla. Pero sin duda fueron los que no pudie­ron ser otra cosa, los vocacionalmente entregados a su pasión, que no era otra que reinventar la historia del hombre

y adentrarse en los enigmas de nuestro destino. William Faulk'1er, uno de los escritores que más ha influido en la noc velísica contemporánea, respondía así en una entrevista: «¿Por qué quiere es­cribir la gente? A pesar de las afirma­ciones en contra, no hay ningún escri­tor verdadero que escriba por razones conscientes y palpables. Como el escri­tor ignora sus conflictos interiores, que le impulsan a escribir, leS incapaz de responder a la pregunta de qué es 10 que le hace escribir». Y otro escritor, Milan Kundera, hablando de la «sabiduría de la novela», afirma: «Todos los verdade­ros novelistas están a la escucha de esa sabiduría suprapersonal, 10 que explica que las graneLes novelas sean siempre un poco más inteligentes que sus autores. Los novelistas que son más inteligentes que sus obras deberían cambiar de oficio.

JOSE LUIS GIMENEZ-FRONTIN

VOCACION O PROFESION

Se trata, al menos en teoría, de un falso dilema. El legislador de los de­rechos intelectuales, patrimoniales y sociales de 1.os autores no puede ni debe entrar a considerar el valor cultural de sus obras; mientras que, para lar litera­tura, es irrelevante el grado de pro~esiona1ización de sus creadores. Al César lo que es del César, etc. Tan deshonesto es desasistir los derechos de 10& escritores excusándose en la condición pasional o vocacional del acto de la es­critura, como pretender que del marco jurídico ideal de respeto a los derechos del escritor va a generarse un aluvión de obras maestras. Hablo de desho­nestidad lógica, no mo'ral. Porque para la ética coniente y moliente, está claro que el primer despropósito es una canallada, mientras que el segundo no pasa de ser una ingenua e inofensiva quimera.

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RAUL GUERRA GARRIDO

ESCRIBIR: VOCACION O PROFESrON

Vulgarmente se suele llamar vocación a esa predisposición natural que to­dos tenemos para una determinada actividad, pero en el caso de escribir (co­mo en el de cualquier otra manifestación artística) hay algo más que la simple aptitud congénita, y ese algo más es el carácter de lo necesario e imprescindi­ble: si no se ejercita la vida carece de sentido. De los dos vectores que de­finen toda biograña, la necesidad y el azar, en la del escritor la vocación es el estado de necesidad y su pro!'esionalización lo contingente de unas vicisitudes más o menos azarosas. Hacer coincidir vocación y trabajo remunerado no es imprescindible, pero el individuo que lo consigue es una persona más feliz y la sociedad que facilita tal fenómeno una comunidad más culta.

CLARA JANES

La creaClon artística, y por ello también la literaria, me parece hoy más que nunca igual al amor. Ya Rilke -y sin duda no fue el primero- habló de esta identificación. Y como en el amor, siento yo que en la creación se dan tanto el Eros como el Agape; el primero, fruto de una necesidad interna, pulsional, irresistible, movido por el ananké; el segundo, de una voluntad, de un trabajo continuado, de un estudio, de un esfuerzo. El primero responde al aspecto vocacional; el segundo, al profesional; ambos, creo, se comple­mentan e incluso se motivan. Por lo que se refiere a este punto, Baudelaire lo expresó con sencillez y claridad cuando dijo que si la inspiración llegara lo encontraría siempre trabajando, es decir, dispuesto para atraparla.

De lo que es una profesión no creo que exista para nadie ninguna duda; en cuanto a la vocación, es decir, el móvil interior, puedo hablar sólo del mío concreto, y éste me parece comparable a una emanación del ser, de mi ser en el mundo, con su ritmo y su sentir-pensar propios. Por ello, al tratar de este tema me remito siempre a las palabras de María Zambrano, «El corazón está a punto de romper a hablan, y a las de Heidegger, «Poesía es el decir de la desocultación del ente», pues eso es lo que a mí me mueve, mi ser que capta el Ser y dice tanto su ser como el Ser, con su propio ser.

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LEOPOLDO DE LUIS

LA PROFESION DEL POETA

Como profesi6n viene de profesar y, en último término, de confesar, nadie más implicado que el poeta. El poeta se confiesa en sus escritos y confiesa a su tiempo, a su época. Cuando la palabra se empapa con el aguacero crematístico y encoge como una mala tela hasta no ir más allá de ganarse el sustento, la dedi­caci6n a la escritura poética queda pro­fesionalmente relegada.

«Maestro, ¿la poesía, en España, da para comer?», le preguntaron en cierta ocasi6n a Vicente Aleixandre. «Hombre, para comer, no; si acaso para merendar».

Pero no nos limitaremos a echar hue­sos al perro diario. Suficiente o no en el peculio, escribir poesía una profesión inferida de una vocación. Su feble sopor­te ensambla una y otra hasta superponer­las. Quizá pueda escribirse prosa como profesi6n escasamente vocacional, pero poesía no, porque escribir poesía requie­re la ingenuidad bastante como para creer en su utilidad, y la ingenuidad se gene­ra en la vocación.

Ahora bien, estamos en una sociedad de consumo, y es éste quien asume las pri­macías del mercado e imprime, p~r ende, el sentido mercantil de profesión. La en todo caso parva masa de lectores, en el

breve lapso que la televisi6n permite, lee novelas, no libros de poesía, cuyo nú­mero de ejemplares avergüenza un poco al autor en trance de responder. Las gran­des empresas editoriales que lanzan «li­bros de bolsillo» acogen a novelista de diversa calidad, pero sólo como rara muestra a tal o cual poeta. La verdad es que entre un poeta y un novelista siem­pre llevará las de ganar este último. Pecu­nia, fama, audiencia... Es comprensible. La prosa sirve para contar; la poesía, para cantar. El novelista explica, el poeta implica. El novelista narra, El poeta intu­ye, El novelista refleja, El poeta infle;a (si se me permite derivar un venbo de la pala­bra inflexión). Al menester novelístico le asisten, pues, venbos más bien de ac­ción exterior; al del poeta, de pasión in­terior. No son resultados opuestos, mas sí distintamente asequibles y cotizables.

Ocurre, además, que al poeta se le exi­ge mucho. Si el novelista da entrada en sus obras a elementos poéticos, cuenta como mérito. Si el poeta permite filtra­ciones prosísticas y narrativas en el poe­ma, recibe censuras. Se admite la prosa poética, pero no el poema prosaico. Has­ta la solidaridad con su texto es más requerida cua.'1do de poesía se trata. Hay críticos que hacen cuestión de la since­ridad del poeta, y alguno hubo, en los tiempos de la generalizada «poesía sa­cial», que poco menos exigía la correla­ción de conducta y moral implícita, como si un poeta tuviera que ser un apóstol o U::l misionero.

Pero el poeta no es el héroe que ima­gin6 el idealismo romántico de Thomas Carlyle, sino un escritor que trabaja el material del idioma sometiéndolo a ma­yores presiones que de ordinario, para obtener un producto emocionado, comu­nicable y, a la vez, artístico. (Es tan fre­cuente cuanto espurio tergiversár el ad­jetivo artí'stico con bll:rrocas adherencias y superficialidades coreográficas). Si la obra del poeta no artrae como la del no-

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velista y su profesión se muestra menos rentable, no es suya la culpa. Es eviden­te que la poesía perdió su viejo prestigio; ya no se tiene al poeta por vate, mas tampoco se le admite como profesional. Mejor se le considera un diletante. Pero, si bien se mira, no hay diferencia entre vocación y profesión en el poeta. Por­que siente la inclinación -la llamada,

diríamos, si no resultase cursi- de la poesía, la profesa, la proclama, y se con­fiesa a través de ella. La poesía es, cla­ramente, su profesi6n. Toda otra activi­dgd serán segundos oficios, trabajos com­plementarios. Pluriempleo. Afortunada­mente, no incurren en incompatibilidades. La poesía no es incompatible con nada, aunque otra cosa crean los «puros».

«A los ojos de los demás mi obra 'es como las nubes del cnepúsculo} y las estrellas: inútil ... Borrad la realidad de vuestra canción porque es vulgar ... La única tarea del poeta es trabajar misteriosamente con la vista vuelta hacia ¡e[ Nunca.»

MALLARME

Soy del número de los escritores cuya vida depende ínti­mamente de las obras que les han dado a conocer.

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GERARD DE NERV AL

Son .zas memorias de los poetas muertos las q~ se leen} pero a los VtVOS no les harían llegar una taza de café o un vaso de opio para confortarles.

ANTONIN ARTAUD

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ANTONIO MARTINEZ-MENCHEN

LIGERAS CONSIDERACIONES SOBRE LA PROFESION DE ESCRITOR

Cuando publiqué mi primera novela el editor se mostró muy satisfecho al conocer que, cubierta económicamente la espalda como funcionario, no tenía la absurda pretensión de vivir de la literatura. Curiosamente yo también participé de aquella satisfacción de mi editor.

Que un editor se alegre de que un novelista carezca de pretensiones cre­matísticas resulta bastante normal. Pero que el propio novelista acepte esto como un hecho lógico, habla por si sólo de las miserias que esta profe­sión conlleva entre nosotros.

Aplastado por un ambiente hostil, por un ambiente que le minimiza y desprecia, el creador español conside­ra natural entregar una buena parte de su tiempo a una actividad por la que generalmente se siente poco atrai­do, en detrimento de aquella por la que tiene una auténtica vocación y para la que está mejor dotado. Esta postura resignada denota una menta­lidad claramente fatalista. "La litera­tura -piensa- no es una profesión. Esto es un hecho tan evidente en Es­paña como una puesta de sol y tan inmodificable como un terremoto. Nos guste o no, lo debemos aceptar ast"

Pero, ¿tenemos que aceptarlo ... ? Al menos creo que deberíamos ejercitar el derecho al pataleo. Pues la situa­ción del escritor en Espafia no es un fenómeno físico, sino social, y los fe­nómenos sociales son modificables.

Para ello deberíamos en primer lu­gar denunciar unas cuantas falacias. Sería la primera el considerar que el autor de ficción no produce algo útil. Aunque generalmente nadie expone esto de una forma tan descarnada, sin embargo es lo que se sobrentiende cuando se habla del carácter lúdico de la creación, contraponiéndole a los fru­tos pragmáticos, es decir, útiles, que producen las profesiones más serias, y, por tanto, más rentables. Pues bien, sin pretender ni mucho menos que cualquier novela o libro de poemas sea algo imprescindible y transcenden­te, sostengo que en su inanidad resulta bastante más provechoso y sobre todo bastante menos nocivo que la mayoría de los frutos de esas otras profesiones por las que se recibe una remuneración satisfactoria. (Como inciso me atreve­ría a añadir que sólo resultan útiles los frutos de aquellas actividades cuya remuneración deja mucho que desear). Y, en lo que a mi propia experiencia respecta, confieso sin desdoro que lo poco que considero de cierta utilidad entre las cosas hechas en mi vida son esos escasos libros cuyos ingresos no cubrirían el importe de un trimestre que mi ocupación "profesional" me de­para.

Una segunda falacia es la de que al estar en una sociedad de mercado la li­teratura se ajusta a las leyes del mis­mo, y que si el mercado da muy poca utilidad los únicos responsables son los que se obstinan en poner en circu-

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lación mercancías depreciadas. Pues vemos que en sociedades similares a la nuestra, el cuerpo social y el Estado procuran corregir esta ley un tanto sel­vática, con 10 que resulta una situa­ción bastante distinta de la que impe­ra entre nosotros. El proteccionismo es algo que aquí se aplica por doquier y que sólo produce remilgos cuando se trata de aplicarse en el ámbito de la creación intelectual. Y este protec­cionismo que es algo bien distinto del patronazgo o el paternalismo o el en­chufismo estatal, ofrece modalidades como la adquisición de obras por las bibliotecas públicas, las conferencias, las cátedras ambulantes, las interven­ciones pagadas -y no graciosas como aquí- en radio y TV, con las que la sociedad y el Estado podrían corregir ese juego de oferta y demanda que condena a la mayor parte de nuestros

creadores a morirse de hambre si pre­tenden vivir de su creación.

Hace un año estuve en la Unian So­viética invitado por la Asociación Co­legial de Escritores de aquel pals. Cau­sa pasmo el bienestar y la considera­ción del escritor en la URSS. AlU un ciudadano muestra hasta en documen­tos oficiales que su profesión es la de "Poeta", cosa que aquí, a más de es­trambótica y risible, resultarfa suici­da. Me objetarán que allí hay compa­dreo, nepotismo y valoraciones extra­literarias para trepar la pirámide. No más que aquí, con la diferencia de que los escalones intermedios son mucho más amplios e infinitamente más COD­

fortables. Se me dirá que no existe na­da más triste que ser un escritor-fun­cionario. No estoy de acuerdo. Creo que es mucho más triste tener que ser funcionario para poder ser escritor.

«No me parece bastante decir de una descripción que es 111 verdad exacta. La verdad exacta tiene que figurar, pero el mé­

: rito y el arte del narrador están en la forma de exponer 'esta : verdad. Y respecto a esto, siempre me pareció que en la lite­ratura había todo un m~ndo por crear ... Yo tengo la idea (cier­tamente fundada en el amor hacia todo lo que creo) de que el verdadero fundamento de la literatura popular, a lo largo de una especie de época popular del oscurantismo, puede de-

/i}ri~-"= ... pender del hecho de que se traten los temas con fantasía.»

CHARLES DICKENS

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JUAN MOLLA

VOCACION, VOCACIONES, PROFESION, PROFESIONES

A veces me preguntan cuál es mi ver­dadera vocación, la de Abogado o la de Escritor. O como ambas facetas pueden coexistir. A veces yo mismo siento una brusca violencia al rel1enar en cualquier impreso oficial el dato «profesión». ¿ Cuál es mi profesión? ¿ Cuál mi vo­cación? Y supongo que lo mismo su­cederá a los escritores funcionarios, em­pleados, profesores, periodistas o mé­dicos.

Cuando profesión y vocación coinci­den unitariamente, el problema se con­densa y se ahonda. Cuando la única profesión es la única vocación. «Es ma­ravilloso: ahora trabajo en lo único que me apasiona, y además me pagan», me decía un viejo amigo que alcanzó ese objetivo ya al fin de su vida. Vivir pa­ra el altar y vivir del altar.

Hubo un tiempo en que la cuestión se magnificaba al T1ímite. Incluso un tiempo de paroxismo del concepto de vocación, en un orden absoluto de va­lores. Leí una vez una frase de José An­tonio Primo de Rivera que me alucinó: «El hombre sólo es feliz cuando la luz que entra por su balcón cada mañana viene a alumbrar la tarea exacta que le está asignada en la armonía del mun­do». Una tarea específicamente asigna­da a cada hombre desde el principio del Universo, en la armonía absoluta de una sociedad de abejas multiformes, o aca­so uniformes.

Era un tiempo d'orsiano. Un tiempo en que florecía la vocación como llama­da o llamarada que arrastraba a cada Saulo derribándole de su descarriado

caballo; o que imantaba sus genes ca­rismáticamente desde el claustro ma­terno. Vocación religiosa. Vocación mi­litar. Vocación de escritor. Vocación: el anhelo que siente la inteligencia por vivir en una atmósfera determinada, ha­bían dicho antes los clásicos. La ten­dencia innata y la libertad de seguirla.

En mi adolescencia la cuestión no era ya tan clara: Yo escribí, desde niño, versos, cuentos, dramas; mi vocación literaria era clara. Luego, mi historia personal y la Historia de todos me hi­zo creer en mi vocación política.

Después, en la tesitura de iniciar una carrera, para ejercer una profesión, hu­be de cohonestar los tirones de la lite­ratura, la política, la justicia, la cien­cia. Pude ser físico, arquitecto, psiquia­tra, arqueólogo. La duda se diversifica­ba así. Pero, en todo caso, por encima o como fondo, escritor.

Hoy, los jóvenes en masa no tienen apenas el sentido de vocación, en su teológico y totalitario perfil anterior. Los jóvenes -salvo raras excepciones­buscan un trabajo, una profesión, una fuente de ingresos para vivir. El paro, la falta de fe y de esperanza, la masi­ficación de esta era, borra sutilezas. ¿ Quién tiene Vocación de funcionario, de programador, de oficial técnico, de auxiliar, de agente de ventas? Contes­ten los Taylor, los Parsons, los Müns­terberg.

Vocación, vida, profesión, superviven­cia. Apenas ya heroísmo. Pragmatismo o pasotismo. O suicidio. Salvo que so­brevenga -como un OVNI- el prodi-

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gio. Y más vale no hablar de los habi­tuales prodigios.

se a servirla sin adoptar otra profesión, merece el apoyo pleno de la Sociedad, del Estado. Y todos los que escriben, han de contar al menos can aquellos resortes de que gozan en su profesión pragmática, en su otra profesión. Y más: con el apoyo de todas las fuer­zas sociales, para que la creación de cul­tura tenga algún día en nuestra socie­dad la potencia y la eficacia que sólo la entrega absoluta -a la vocación, a la profesión- puede garantizar.

Así, la tarea de plasmar la vocación de escritor en profesión, se presenta co­mo sospechosa o al menos inquietante. Profesionalizar la tarea del escritor en el sentido de dotarle de los resortes so­ciales y jurídicos de cualquier profe­sión, ya es otra cosa.

Quien tenga una sola vocación -la de escritor- y sea capaz de entregar-

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Vicente:

A nosotros que hemos sido poetas entre todos los hombres, nos ha hecho poetas la vida junto a todos los hombres. Nos­otros venimos brotando del manantial de las guitarras recogidas por el pueblo, y cada poeta que muere deja en manos de otro, como una herencia, un instrumento que viene rodando desde la eterniCÚld de la nada a nuestro corazón esparcido. Ante la sombra de dos poetas nos levantamos otros dos, y ante la nues­tra se levantarán otros dos de mañana. Nuestro cimiento será siempre el mismo: la tierra. Nuestro destino es parar en las manos del pueblo ... Los poetas somos vientos del pueblo: na­cemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas.

MIGUEL HERNANDEZ

Ambicioné beber en la sagrada fuente, pero antes quise es­cu~har lc:s latidos de mi corazón y dejé que hablasen todos mIS senttdos. Con el rumor de sus voces hice mi Estética.

VALLE INCLAN

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ISAAC MONTERO

Supongo que salvo los trabajos for­zados, cualquier actividad humana en­traña una dosis de lo que comúnmen­te llamamos vocación. Y, al hablar así, ni excluyo ciertas tareas indignas ni aquellos oficios que le caen a un hom­bre encima con la inexorable indife­rencia con que el agua cae del cielo. A fin de cuentas, la expresión homo fa­ber no define otra cosa que la poten­cialidad creadora de la especie.

Sólo que al ocuparnos hoy de la creación literaria solemos admitir que como cualquier otro de índole artís­tica ese trabajo se sustenta en una suerte de misterio psíquico, en una singular y excepcional disposición del individuo para el cultivo de la expre­sión escrita. Tendemos a aceptar tam­bién que el más alto grado de domi­nio de las formas literarias, aquél que conduce a la perfección y l a la perdu­rabilidad de la obra, proviene más de una rara fibra de la sensibilidad, e incluso de arcanos talentos, que del esfuerzo sistemático en el aprendizaje y la práctica de recursos ya probados.

Sabemos, eso sí, que en este modo de ver las cosas lo que subyace es la concepción romántica del artista. Sa­bemos asimismo que la figura nace en un tiempo de exaltación de lo indivi­dual y en un mundo de relaciones y valores sociales progresivamente do­minado por las capas burguesas, Sa­bemos finalmente que en otros mo­mentos de la cultura que llamamos europea, y por supuesto en otras civi­lizaciones y momentos culturales, han prevalecido concepciones muy distin-

tas, si no contrarias, a ésta del artísta que todo se lo debe a sí mismo. Y no es que el arte de escribir haya care­cido hasta hace poco de las considera­ciones, o del rechazo, de los hechos inquietantes. Es que se medía de otra manera.

Yo pienso por tanto que, en la ac­tualidad, al enfrentar los aspectos vo­cacionales de la literatura a los pro­pios de una actividad normativada, no buscamos lo que decimos buscar; no queremos debatir qué ingredientes juegan un papel más decisivo en el acto de la creación literaria.

Yo creo que todos estamos al cabo de la calle de que la capacidad de pe­netración en la vida, y la consiguien­te capacidad de inovación y perfección formal, es el resultado de sutiles equili­brios. Entre aprendizaje y voluntad de romper con lo aprendido; entre per­sistencia y hallazgos fortuitos; entre la fidelidad a un modelo oscuramente amado y el acomodo a lo que se lleva; entre el encuentro y el desencuentro con un público; entre la sagacidad para insistir en los temas de siempre y la intuición para atisbar los nuevos enfoques de esos temas; entre el en­caje en la sensibilidad de una época y el desbordamiento de esa misma sen­sibilidad. En otras palabras, todos es­tamos al cabo de la calle de que la voca­ción, alimentada por las profundas raÍ­ces del narcisismo y la angustia, ter­mina haciéndose rutina profesional; y, por el contrario, que los hábitos del esfuerzo cotidiano acaban por in­ducir una suerte de estado de gracia donde recursos arduamente persegui-

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dos se entregan sin condiciones para escapar de inmediato.

En consecuencia, si lo vocacional y lo profesional resultan a la postre la cara y la cruz de una misma moneda, lo que acaso planteemos hayal enfren­tarlos es la alusión a otros problemas. Problemas relacionados sin duda con el aleatorio acto de conseguir la per­fección pero estrechamente ligados también al disfrute público de la obra creada. Ahí entrarían por tanto los as­pectos derivados del uso ajeno de la obra literaria -la edición, la difusión, la protección de la inventiva del au­tor-, y los que surgen del tratamiento mercantil de algo que no se concibió como mercancía. Son fenómenos to­dos ellos que, como bien se ve, apare­cen en el ejercicio de otras muchas profesiones, especialmente de las lla­madas liberales.

Abundan los escritores, sin embar­go, para quienes resulta difícil dar un paso frecuente en otros terrenos y re­conocer que el resultado final litera­rio, de su obra depende de elementos espúreos y ajenos a su mundo vo­cacional. Y que si no lo modifica está condicionando su más íntimo y per­sonal territorio creativo.

Pero, a mi juicio, un escritor de hoy, por muy presentes que estéR en su experiencia los factores singulares de la escritura, no puede soslayar esos otros problemas que aparecen con la entrada de la obra en los circuitos in­dustriales y mercantiles de la cultura. Enfrentar, llegado ese momento, voca­ción y profesión equivale a mi juicio a esconder la cabeza bajo el ala. Por ello, la defensa del derecho de propie­dad intelectual, la lucha por el control de tirada, la defensa de la totalidad del texto, la consecución de status le­gales que compensen las precarias re­tribuciones no están en contradicción con la sustancia profunda de la acti­vidad creadora. Al contrario, la faci­litan, la potencian.

Hay sin duda otros sesgos actuales de esta tensión entre lo vocacional y lo profesional que llevarían al terreno de los planteamientos ideológicos. Pien­so que. tratarlos podría contituir un nuevo motivo de reflexión sobre el oficio de escribir hoy. A fin de cuen­tas, la actividad literaria, o si se pre­fiere la literatura, porque es una estili­zación de la vida está en la vida y se impregna de todos sus logros y todas sus lacras.

«Escribo por necesidad y por placer. Necesidad y placer de transmutar vivencias en palabras, mediante la operaci6n de sensibilidad y fantasía; hacer perdurable lo fugitivo; expresar lo inefable,' dar forma a lo informe, unidad a lo heterogéneo y disperso, universalidad a lo regional y doméstico. Fatiga y gozo de luchar con el idioma del vulgo hasta convertirlo en signo sensible -sacramento- de personalísimos estados emO­cionales, intimidades que sentimos intraducibles. Todo esto: im­pulso creador.»

AGUSTIN y Al'rnZ

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RAFAEL MONTESINOS

MORTAL DE NECESIDAD

Se me pide que en un folio y medio (y a dos espacios) aventure un comen­tario sobre la vocación y la profesión. La primera, cuando es auténtica, no se puede soslayar ni eludir. La segunda -consecuencia de la primera- es fru­to de una gran paciencia y de una dig­nidad mantenida a través de los años. Pero, al unirse, vocación y profesión permanecerán unidas para siempre.

La vocación del poeta suele ser tan temprana como su propio nacimiento, y su desarrollo estará misteriosamente sujeto a la duración de esa vida. No ha­blemos, pues, de poetas malogrados. Pero, Dios mio, ¿qué profesión es esa de los poetas? ¿Puede llamarse profe­sión a lo que no da para subsistir físi­camente? Extraño menester es ese que ha de recurrir a otros oficios, para poder seguir adelante. En el Siglo de Oro, los poetas terminaban haciéndose curas. A partir del XIX, recurrieron al perio­dismo, a la docencia e incluso a la pro­pia literatura, viviendo de los alrede­dores de la poesía. Estoo alrededores también son bellos y trae.n su gozo. Ya dije una vez que la investigación lite­raria es otra forma de creación y que conlleva la alegría en sus hallazgos. Porque no existe mayor gozo que el de la creación del poema. Ese es su mayor premio.

- Pero, hombre, si usted no puede vivir de la poesía, ¿por qué se empeña en escribir?

La pregunta está mal formulada. Ha­bría que hacerla a la manera de Rilke :

-¿Podría usted seguir viviendo sin escribir? ¿Sí? Pues no se permita in­tentarlo siquiera.

Esto es lo que le decía Rilke a un joven poeta. Pero el mayor ejemplo de profesión vocacional quizá lo haya ex­presado Pablo de Tarso, en la primera de sus epístolas A los Conntos: «Evan­gelizar no es gloria para mí, sino nece­sidad. Ay de mí, si no evangelizara.» Y aún escribe un poco más abajo: «Es como una administración que me ha sido confiada ( ... ) lo hago gratuitamen­te, sin hacer valer mis derechos.» -En ese «Ay de mí» está todo el secreto de la vocación profesional.

Ay de mí, porque no podría seguir viviendo sin escribir, sin pintar, sin es­culpir, sin componer música... ¿Cono­cía Rilke esta frase de San Pablo? Yo creo que sí.

Profesión y vocación indefinibles, inseparables, fatales. Sí; ahí están los premios, los títulos, los reconoci­mientos... Son hondas satisfacciones, sí; pero -insistamos- nada supera ese momento de la creación del poema. y ese momento, que CIno es gloria, sino necesidad», sólo puede llegar después de muchas renunciaciones, de mucho esfuerzo, al aunar vocación y profesión en un «no sé qué» que es mortal de ne­cesidad.

- O sea, que en la época de Nerón exis­tían los derechos de autor y, además, pagaban. Lo que ya no sé es si enton­ces existía un Ministerium Culturae.

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LAURO OLMO

En mi tarjeta de identidad, se lee: Profesión: Escritor. Y hay una serie de obras en mi haber que abonan esta definición. Verdaderamente, ¿ una so­ciedad sin escritores no sufrirfa la ca­rencia de algo fundamental? Y si reco­nocemos esto, ¿por qué no clarificar y fijar de una vez por todas el papel del escritor y los reconocimientos a que el hecho de escribir le da derecho? Vivi­mos un momento histórico muy propi­cio para llevar a cabo estas clarificacio­nes, estos reconocimientos. Es verdad que nadie obliga a nadie a «dedicarse a escribirD, que, yendo por lo hondo, es una decisión que se toma en libertad, vocacional mente, una decisión «muy ba­rata» hasta ahora para la sociedad. Has­ta el hartazgo se ha repetido entre nos­otros esa frase, tópico ya, de que es­cribir en España es llorar. Y en la men­te de todos está la dosa común» del escritor, con ilustrísimos y detonantes ejemplos. Pero abandonemos el muro de las lamentaciones y saquemos una consecuencia: ¿Esa frase-tópico, perte­neciente a lo vocacional, no lleva implíci­ta como exigencia la profesionalización del ecritor? Una profesionalización, claro está, que en ningún momento podrfa condicionar la libertad de expresión, ba­se irrenunciable de su papel. Somos conscientes de que todo esto es muy complejo y de que hay vocacionales que, profesionalizados en otros menesteres de los que obtienen el sustento, esgrimen esto como necesario para la indepen­dencia del escritor. El argumento tiene su peso, no hay que negarlo; pero es un peso aparencial, sospechoso, porque, pro-

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fundizando, decir avocaciónD es hablar de una exclusividad que, primordialmen­te, reclama erel jugárselaD, el exponerse a esa fosa común que hemos citado. Y no estamos diciendo nada contra el mé­dico-escritor, el jefe de negociado-escri­tor o el alpinista-escritor, que ahí están, en la historia de la literatura y, afortuna­damente para ellos, sin hambres excesi­vas; aunque, dicho sea de paso, no sabe uno hasta qué punto el obligado juego social de las profesiones y sus intereses no aherroje más la condición de escri­tor. De este campo suelen llegar de vez en cuando algunas reticencias sobre el escritor-escritor, ese que trata de vivir de lo que escribe y que, por lo regular, malvive. Sobre ese escritor hondamente vocacional, que vive ua su aireD y con su aire escribe. Y que, por ser así, sufre las consecuencias de su «audaciaD: de ese lanzarse a tumba abierta por las mil pendientes del reflejo social. Decía don Miguel de Unamuno de una mane­ra un poco detonante: ccEscritor: Santo Oficio de inquirir verdad". A la que don José Bergamín añadió: « ... y de decir­laD. Indudablemente, las dos afirmacio­nes encierran en sí una de las caracte­rísticas más relevantes del hecho de es­cribir con conciencia del oficio: la de su conflictividad. Una conflictividad ne­cesaria para que, sobrepasando el juego de intereses, adquiera el escritor su au­téntica dimensión social. Esa dimensión imprescindible para que las sociedades no decaigan en la auto-contemplación de su propio ombligo. En definitiva: una conflictividad que no es ni más ni me­nos que la base de todo sistema demo-

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crático. Siendo esto así, y los altos ejem­plos son múltiples -repásese la histo­ria de la lucha por las libertades y la dig­nificación del ser humano- , ¿no es éste - repetimos- el momento preciso para el reconocimiento sin titubeos y la pro­fesionalización del escritor? ¿De hacer realidad efectiva lo que en muchas de nuestras tarjetas de identidad dice: aProfesión: Escritor»? El que alguno

pudiera rechazar esta clasificación no supondría más que un respetabilísimo caso individual; pero de lo que esta­mos hablando, por eso de lo vocacional con todas sus consecuencias, no es del médico-escritor, ni del jefe de negocia­do-escritor, ni del alpinista-escritor, si­no del escritor-escritor: De una voca­ción y de una justa profesionalización de la misma.

ANGEL PALOMINO

En memoria de Angel María de Lera y de Alvaro Cunqueiro, que tanto go­zaron escribiendo.

El primer impulso es la vocación. El escritor 10 es desde .niño aunque, a ve­ces, tarde muchos años en saberlo, ha recibido ese don y lo usa con alegría, siempre hay gozo en lo que está ha­ciendo. Los escritores aparentemente atormentados, experimentan ese mismo placer. No hay masoquismo en el ejer­cicio de la vocación. Kafka, Poe, Bioy Casares, aparentemente atormentados en el ejercicio del arte, lo pasan -o lo pasaron- muy bien escribiendo. No ci­to nombres de compañeros nuestros, porque serían los de aquellos que acos­tumbran a declarar que lo pasan fatal escribiendo, que escribir es llorar, y no quiero molestar a nadie y, menos, de­jarlos por embusteros. Otra cosa es lo que se pueda padecer como consecuen­cia del festín; la lucha con la propia obra, la difícil aceptación del texto co­mo cosa presentable, el esfuerzo para

conseguir su publicación, la amargura del fracaso, la falta de reconocimiento ajeno, los jarros de agua fría que acom­pañan al éxito. Pero eso es lo normal en el ejercicio de cualquiera de las be­llas artes innecesarias que son la me­dida de la superioridad del hombre so­bre las otras criaturas.

Por eso, porque es actividad placen­tera, y porque es necesaria para el me­tabolismo psicológico de los afectados por el don, la actividad del escritor es, en sus comienzos, casi siempre desin­teresada y generosa. Lo pasa divinamen­te escribiendo y se contenta con que alguien publique eso que ha escrito por el gozo inmediato de escribir. Los pri­meros textos publicados son algo muy valioso que se da a cambio de nada. No se pide retribución, sólo verlo impreso y que la gente se entere, lo lea.

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Después sobreviene la profesión. El escritor rarísimamente se hace a sí mis­mo profesional. Son los otros, los direc­tores de publicaciones, los editores, los lectores, quienes hacen de él un hom­bre de profesión, de oficio. Son otros quienes transforman las condiciones de esa convivencia del hombre con su vo­cación, hasta convertir el gozo en tra­bajo comprometiendo al artista con pla­zos y precios, con galardones y exigen­cias, súplicas y apremios. Y con aplau­sos.

No existe, en prinCIpIO, la profesión de escritor. Se puede llegar a la pro­fesionalidad, pero nunca por certifica­dos expedidos en escuelas o universi­dades, ni por ejercicio reglamentario de unos determinados años de aprendizaje, ni por aplicación de regímenes labora­les. Se llega a ser considerado escritor por el ejercicio continuado y meritorio del arte. Hay quien no tiene esto muy claro, personas con vocaci6n, que, inge­nuamente, se creen autorizados o dota­dos para exigir esa consideración que no se les ha concedido. Hay quien la considera válida porque se la han con­cedido sus tías, o los socios de un club, o un director general, sin tener en cuen­ta que sólo poseen la vocación y unos folios escritos. Desde el principio quie­ren ser editados y saber cuánto les van a pagar por su obra. Desde el principio quieren ser Miguel Delibes, Pío Baraja o Fernando Vizcaíno Casas. No tienen en cuenta que don Pío vivió siempre de otras cosas, fue médico y panadero, de eso vivía mientras llenaba cuartillas con las aventuras de Zalacmn. Miguel De­libes crió a sus hijos con su pluriem­pleo de periodista y profesor. Vizcaíno Casas ha sido escritor siempre, pero vi­vía de su trabajo, también múltiple, de abogado y periodista. Compañeros tan eminentes como Ramón Hernández, Te­resa Barbero, Rosa Romá, excelentes novelistas, no han vivido nunca de su

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literatura, aunque sí de su talento. Es una carrera, pero nunca se sabe en qué curso estás y ni cuántas asignaturas te faltan o qué oposición has de realizar para, al fin, poder decir que eres pro­fesional en el mismo sentido que un médico, un mecánico o un funcionario. Se es escritor y otras cosas, que, si hay suerte, tienen relación con el arte de escribir. Algunos escritores tienen la fortuna de profesionalizarse en oficios como el periodismo, la cátedra, la pu­blicidad, el negocio editorial, a los que les viene bien la posesión del don divi­no de la aptitud literaria y la vocación de escritor. Son profesiones e.n las que el escritor se apoya para vivir y escri­bir lo que pueda. Son, a veces, profesio­nes que asesinan al escritor.

El periodismo es, quizá, el mayor ase­sino de novelistas.

y ese momento que eligen otros - el de ser reconocido- ha de coincidir con la voluntad del escritor, con su deci­sión, que esa sí es suya, de no ser ya otra cosa, de vivir de eso. Y ha de pen­sar si, pese a los contratos y los com­promisos, seguirá siendo artista libre de escribir 10 que le apetece, o si, por aten­der sus compromisos, escribirá 10 que le piden. El trabajo de encargo produ­ce una primera satisfacción, la de ser requerido, reconocido. Pero si cumplir el encargo supone la pérdida del gozo de escribir, queda sólo la proCesión. Una profesión tan digna como otra cualquie­ra y en la que se puede triunfar igual que en la ingeniería, en la encuaderna­ción artística, en la construcción de ba­landros o en la ortodoncia. Una profe­si6n dura, entonces sí, porque a partir de los nuevos compromisos no prevale­cerá el gozo, sino el esfuerzo y su com­pensación ;no siempre justa. Sólo el gozo es seguro cuando se ejerce la vocación. Todo lo demás está en el aire. La acep­tación de un artista por el mundo en el que vive no está reglamentada. Su re­tribución, tampoco. La gloria, menos.

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CARWS PARIS

ESCRIBIR: VOCACION y

PROFESION

¿Por qué escribe uno? No es fácil responder a esta pregunta. En parte por las dificultades del autoconoci­miento, también porque el tema está inundado de tópicos y por la espontá­nea tendencia del escritor a exhibir­se y venderse cuando habla de su pro­pia obra. No hace falta ser un discí­pulo de Freud para pensar que hay condicionamientos infantiles; en mi caso, una niñez introvertida, soñado­ra y repipia, dentro de un ambiente de valoración del libro -aunque mi padre no era profesionalmente hom­bre de letras, sino de empresa-, mag­nificó la figura del escritor como ideal. Aquello se continuó con las barrocas "composiciones" del colegio de frai­les, en que tenia gran éxito. Ya de mayorcito he escrito sobre muy va­riados temas, practicando diversos gé­neros, como es frecuente en el gremio, y respondiendo tanto a una línea de motivación interior prolongada, como a demandas más ocasionales.

El eje de mi producción está cons­tituido por la filosofía, a veces des­arrollada más técnicamente, otras en forma de ensayo, en algunos casos también con finalidades pedagógicas o de divulgación. En mi experiencia, diría que el paso de la reflexión inti­ma a la escritura ha venido impuesto básicamente por una exigencia: la de la autoclarificación que el texto per­mite y fuerza, al tener que formular con precisión las ideas. Hay una mez­cla de angustia y satisfacción, al par,

que culmina en la visión orgánica de la obra acabada, y permite seguir avanzando desde ella, para recrearla o deshacerla incluso, aunque personal­mente soy bastante continufsta-narci­sista y, a pesar de haber evoluciona­do intensamente, no suelo desprender­me de lo hecho. Para mí, la filosofía ha ido crecientemente unida a la crí­tica de la sociedad y la cultura en que estamos inmersos, lo cual añade a la necesidad clarificadora elementos pa. sionales, tales como la indignación, la descarga de la "mala leche" -o caco­galaxia, como decía un amigo mío­ante el mundo que nos rodea y, com­plementariamente, la proclamación de las posibilidades humanas hoy frus­tradas. Las motivaciones que acabo de describir de una manera un poco so­lipsista no se pueden separar eviden­temente de la voluntad comunicativa, de la presencia del lector a quien uno se dirige en la esperanza de un de­bate intelectual o, más incisivamente, de conmover sus convicciones y com­portamientos. ¿ Ilusas esperanzas? In­evitablemente es que uno se las forje para persistir en esta línea de escri­tura.

El gozo de la palabra escrita -tam­bién hablada- es en mí un fuerte im­pulso, que, cuando la palabra se tie­ne que someter a la disciplina del pen­samiento creador o crítico, se encuen­tra en cierta medida refrenada. Tal sensación me ha llevado al terreno de la convencionalmente llamada literatu­ra de creación, concretamente a la na­rrativa, ya que diversos intentos en el campo de la poesía me dejaron in­satisfecho. Para mi, la narrativa es una forma de autonegación y libera­ción. Ha posibilitado introducir la fan­tasía, el tiempo, el disparate en mi es­critura, rompiendo la tiranía de la 16-gica, el imperio del rigor conceptual. Me ha permitido gozar otro ritmo, re­crear las palabras con exigencias nue-

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vas, visualizar íntimamente -y sen­tir en general- mundos y escenas mientras escribo, o imagino lo que voy a escribir. Ante lo escrito tengo la sen­sación de algo ambiguo por principio, siempre abierto, recreable en múlti­ples lecturas. Me parece habitar un mundo más completo, desde que al­terno temas de pensamiento y de na­rrativa.

El escribir no ha constituido para mí un medio de vida. De ello, since­ramente, me alegro. Pienso que en nuestra actual y penosa situación, es

decir, en un ámbito oportunista, ma­nipulado por el peculiar entramado de la industria editorial y la tecnología de la comunicación con el rudo caci­quismo que nos caracteriza, y en el cual la labor del escritor se retribuye irracionalmente, "vivir de la pluma" - como antes se decía- condiciona la obra creadora respecto a variadísimos imperativos exteriores, desde "vender imagen" y cultivar las relaciones pú­blicas hasta dar a luz a destajo pági­nas que hubieran debido madurar o perecer en la papelera.

MELIANO PERAILE

ESCRIBIR: OFICIO Y VICIO

Al cabo de diez libros y tres mil ho­ras de aula uno había llegado a creer que sabía algo de literatura. Craso, o sea gordo, error, porque, de súbito, lle­gan los maestros y promulgan todo 10 contrario de 10 que el humilde profesor y escritor pensaba. Camilo decreta que escritor es quien no sirve para otra co­sa, mientras Paco Umbral ve en la vo­cación una dorada fábula, y cuenta que es la intransferible necesidad de alimen­tarse y .ningún otro imperio interior o exterior quien sienta a un hombre o a una mujer a escribir profesionalmente el primer folio. Si Cela, con su salida sobre el test de inteligencia cuyo des­calificador resultado destina a un ciu­dadano al Ínfimo menester de la litera­tura, quiere decir que ejerce de escri­tor quien sólo sirve para escribir co­mo actúa de león el animal que sólo sirve para león, pues da en el clavo,

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pero si extiende certificado sobre las incapacidades del escritor, da en la herradura, porque según todos los indicios, el noventa y cinco por ciento de los escritores (y dentro de ese cupo 10 más eminente de la poesía, el ensayo y la narración) no ha tenido más reme­dio que servir y ha servido para otras cosas: la cátedra, la medicina, la inge­niería, la traducción, la judicatura, la corrección de estilo. En este asunto yo me quedo casi al lado de Freud: «Co­mo no puede dominar sus impulsos asociales, el artista se enajena del mun­do y, en la esfera irreal del arte, busca una compensación al lugar que echa de menos en la sociedad». He dicho casi al lado de Freud porque la propia ex­periencia me dicta, con el debido res­peto, una corrección a su teoría: 10 que no puede evitar el escritor es la repug­nancia que le brota de contemplar 10

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que ocurre, la náusea que le mueve el sistema de dominios políticos y econó­micos y sus consecuentes monstruosi­dades sociales. Aún los más oficiantes y celosos de la estética lo que preten­den con sus escritura es cambiar esto, apuntando hacia sus lacras, descubrien­do sus postemas, ya que no están al alcance del escritor capturas mayores en la social. No se me escapa que al discurrir sobre el considerable asunto de por qué escriben los escritores to­dos y, en particular, los partidarios del arte por el arte, habría que hilar más delgado. Pero, sin meterse en dibujos psicológicos. a primera vista se percibe, cómo, por lo general, el escritor se nie­ga a jugar al juego de valores que en­candila a la mayoría de sus respetables contemporáneos, «pues los hombres de­corosos y respetables no escriben poesía ni componen música ni representan co­medias.» Los hombres de prejuicio y orden se ocupan de colocarse, de ascen­der, de figurar o, en otro escalón, de ganarse el sustento, de sostenerse a lo­mos del empleo, para no ser desmonta­dos del jornal. Los escritores se emoe­ñan en decirlo, no tienen más remedio que contarlo y cantarlo. En la boca del escritor entran muchas moscas, porque su vocación es no poder respirar con la boca cerrada.

Por lo que hace a la profesión, ahí está la historia social de la literatura y del arte informándonos: «Después de que el artista hubo cumplido, durante miles de años, diversas tareas en la vida de la sociedad, como intercesor en la la liturgia y en el servicio divino, como profeta y oráculo, panegirista y propa­gandista, educador, profesor, cómico, despierta en la época del Renacimiento a la plena conciencia de su propia sub­jetividad y alcanza su ascenso en la es­cala social con el paso del patronazgo desde la aristocracia a la burguesía.» Pero que el escritor se despierte a tal conciencia y logre un ascenso no signi­fica que al abrir un día los ojos se en-

cuentre con una profesión reconocida y una obra remunerada. Sin düda, en el Renacimiento, en la nústración y des­pués y ahora algu.nos artistas -singü­larmente dramaturgos y pintores-- pa­gan 10 que consumen con el valor' de cambio de sus productos, en tanto él grueso de sus colegas malvive o se alle­ga la manutención por medio de un se­gundo oficio. Sin ir más lejos ,hoy vi­ven de la pluma en España hasta quin­ce escritores -periodistas aparte, pues el periodismo es otra cosa-o De los que viven de su literatura, al presente, por estos pagos cuente usted: un poe­ta, cuatro o cinco dramaturgos, ningún cuentista, menos de seis novelistas, y pare usted de contar. No hay más que asomarse a los escaparates de las libre­rías para contemplar el panorama de la literatura en el Estado de las Comu­nidades: veinte libros de importación contra uno de cosecha hispana. Los edi­tores son industriales, personas que se arriman al libro no por amor al arte, y discurren, torcidamente, que un nom­bre de complicada fonética es más ren­table. Si a la fascinación del nombre raro se añade el interés -comercial­de un libro que ha sonado allende, pues a traducir y a editar aunque el valor literario y el interés cultural de la obra disten muchas millas del interés y el valor en pesetas. No ha cambiado l'a si­tuación desde que Unarnuno recacalba aquella distinción de Schopenhauér: (eLos que piensan para escribir; fos que escriben por haber pensado». Y, pues la disyuntiva permanece, el escritor, quieras que no quieras, se ve en trance de pensar y elegir: o darle gusto al gran público, y satisfacción a l'os ase­sores y a la computadora de la edito­rial o hacer profesión de inédito. Hay algunas excepciones: dos o tres román­ticos o mecenas de la edición, un par de críticos que leen, un asesor literario que sabe 10 que se pesca para las publi­caciones de su editora. Pero estas ra­rezas apenas cambian el luctuoso he"é11o

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de que «existe una buena literatura, la cual -prácticamente no se lee, y unos libros propiamente ilegibles, los cuales se leen mucho». Podía nombrar a cinco narradores españoles que dan sopa con obra a muchos importados y que per­manecen ignorantemente desctmocidos o neciamente olvidados por los conse­jeros de los patrones de la edición, ig­norancia y olvido que, de rebote, da­ñan los ingresos de las empresas del libro literario, pues con una publicidad

pareja a la dedicada a mediocridades forasteras, los nuestros darían mucho que hablar y que embolsar.

«Un escritor pasa con la edición de su libro al hombro.

¿ Voy a escribir después sobre mi vo­cación?

Otro tiembla de frío, tose, escupe san­gre.

¿ Con qué valor habla de profesión?». y que perdone César Vallejo.

FERNANDO QUIÑONES

PROFESION VERSUS VOCACION

Tengo entendido que en el caso del creador literario aspirante a cumplir con sus indispensables elecciones primarias -afán de pureza, de perfecci6n, de progresivo ascenso en suma hacia lo que considera ser la Literatura con ma-

- yúscula- no hay mayor enemigo que la profesión; el compromiso econ6mico, -inherente a la profesión tiende, al menos en nuestro mundo, el que hoy y aquí vivimos, a desvirtuar y vender la vocación: a alquilarla, deteriorarla y, por qué no decirlo, a emputecerla. No es fácil defenderse, ya que 10 que se paga me­jor y más -fácilmente es el material escrito de mayor consumo, es decir, el más

- pedestre, y cuantos casos -muchos- puedan invocarse en contra no son sino excepciones, nobles excepciones, que confirman la regla. La rentabilidad de los géneros literarios mismos suele ser inversamente proporcional a su jerar­quía; la novelucha oportunista y malcocinada aplastará en las librerías al es­pléndido libro de poemas; el semirreportaje político y de actualidad bullan­guera, al volumen de relatos ilustres; o, en los escenarios, el caldivache co­mediero a la pieza de rango. De ahí que la mayor respetabilidad -y por su-

I _puesto que no sólo en el caso del escritor- consista quizá en mantenerse fir­- I;Ile 00 las premisas y exigencias de la vocación, contra las ofertas de la pro-- fesión asalariada. En realidad, la «solución» está en la vocación misma, cuya " calidad y cantidad -si es que se puede hablar de ella en tales términos­-tienen siempre la última palabra. Lo demás es pura venta.

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CARMEN RIERA

Me es mucho más fácil contestar en pasado a la pregunta de por qué es­cribo, ya que escribo porque de niña sentí la necesidad de escribir. En primer lugar porque me gustaba imitar los poemas que aparecían en los libros de lec­turas escolares, y en segundo lugar, porque la escritura me permitía escamo­tear la presencia. diluir las culpas en el subterfugio de las palabras no ha­bladas, poner un intermediario, que siempre jugaba a mi favor, entre el con­fesor y yo. Hablar a través de la rejilla del confesionario me producía pánico y mudez, de modo que conseguí «la dispensa» y pude confesarme por escrito. Por el contrario, contemplarme ante el papel, en las estrellitas de cada letra. me producía bastante gusto: tenía nueve años y largas trenzas.

Luego cuando crecí mis plagios se hicieron más amplios y mis confesio­nes más escasas. Y con la adolescencia descubrí el puro placer de escribir, sin tener que dirigirme a ningún destinatario. A ese placer se unía el deseo de re­crear, a través de las palabras, mis vivencias y experiencias, ahuyentar los fan­tasmas e intentar explicarme el mundo.

Ahora escribo porque me gusta. Y porque la literatura me permite seguir manipulando la realidad y hacerle trampa, como a los pecados cuando era niña. Porque me permite, además, ir a contra tiempo y a contra corriente: arrebatándole terreno a la muerte, que es de lo que se trata, y afirmar el amor. Escribo para seducir, por descontado. Me gustaría que detrás de cada letra se agazapara un cupido con flechas, únicamente de oro, a ser posible.

Para mi la funci6n del escritor consiste en limpiar la at­m6sfera, abrir las ventanas, barrer las telarañas intelectuales y tratar de pensar con modestia y verdad.

OCTAVIO PAZ

La crítica es, parlf mi, una forma libre del compromiso. El escritor debe ser un francotirador, debe soportar la soledad, saber­se un ser marginal. El escritor no es {!l hombre del poder ni el hombre del partido: es el hombre de conciencia.

OCTAVIO PAZ

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MERCEDESSAUSACHS

APUNTES PARA UNA REFLEXION

Suele afirmarse que 10 lícito es insípido y que 10 que de verdad estimula, es 10 prohibido. Tal vez por esa raz6n el escri­tor se sienta tan estimulado a seguir ade­lante; por esa especie de prohibici6n so­lapada que pesa sobre él cuando intenta que sus obras sean consideradas frutos de una profesi6n.

Porque, desengañémonos, es indudable que escribir en España, viene a ser algo muy parecido a desafiar un tabú. Algo así como pretender que el agua y el fue­go se unan sin perder sus propiedades, o como si realizáramos una hazaña que, en el mejor de los casos sirve únicamente para satisfacer nuestro ego y tranquilizar nuestra vocaci6n. Pero difícilmente pue­de esperarse que esa vocaci6n (extrañá, contradictoria y con frecuencia algo neur6tica) sea admitida como una auténtica profesi6n.

De hecho, para casi todos, es como si los escritores fuéramos seres de otra

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galaxia, creados s6lo para adornar situa­ciones: criaturas dotadas de una mente estrafalaria, capacitadas (en algunos C&­

sos) para divertir mientras nos diverti­mos. Pero raramente nos ven como tra­bajadores oficiales, artesanos del arte, o pigmaliones de las palabras con derechos propios. Es decir: como factores esencia­les de la cultura y por consiguiente, ven­dedores legales de nuestros esfuerzos.

De ahí los constantes desaires (más o menos disfrazados de admiraci6n) a los que el escritor suele estar sometido.

Seguridad Social, silencios políticos, ataques injustificados, fraudes editoria­les ... todo parece aliarse para que, lo que, en definitiva, debiera ser considerado como una rama más del trabajo, se con­vierta simplemente en un raro capricho vocacional que no merece ser atendido.

Cierto; no puede haber un escritor ge­nllÍno allá donde la vocaci6n no existe. Pero también es cierto que la vocaci6n del escritor nunca podrá completarse sin el respaldo de la profesión.

Trabajar en algo tan etéreo como las ideas, no es una tarea sencilla; es, tal vez, uno de los oficios más agotadores que el ser humano puede realizar . Al menos puedo asegurar que yo jamás me he divertido escribiendo.

No sólo por el esfuerzo que supone verter en unas cuartillas en blanco, le­tras negras coherentes, con significados concretos y deducciones inteligentes, sino, también, por el temor que nos asalta a errar, a no ser comprendido, a no dar en el blanco, en suma; a traicionar eso tan angustioso inevitable y autoritario como puede ser la propia vocaci6n.

Recordemos la frase de Larra: «Nin­gún escritor ha escrito nunca para los que no saben leer». Pero ¿d6nde están los verdaderos lectores? ¿ Puede consid~rar­se lector autorizado a aquel que no admi­te a los escritores como verdaderos pro­fesionales?

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JOSE LUIS SAMPEDRO

VIVIR ESCRIBIEN[X)

Hace casi medio siglo, cuando yo hacía colaboraciones para un periódico, un viejo redactor me contó la anécdota del aprendiz de poeta que llevó un so­neto suyo a Núñez de Arce, entonces en la gloria de su ancianidad, para so­licitar su opinión. El laureado vate -en frase de la época- leyó en silencio los catorce versos, miró al autor, volvió a leerlos y pronunció lentamente:

-Pero, joven, ¿qué necesidad tenía usted de escribir este soneto?

Desde entonces recuerdo yo esa anécdota siempre que pienso en el hecho de escribir. Y me parece que si bien no hay ninguna necesidad material de la literatura - muchos se pasan perfectamente sin ella-, en cambio, sólo hay una razón seria para ponerse a escribir: no poderlo evitar. Escribir sin esa nece­sidad interior podrá ser industria o deleite, podrá incluso tener éxito de venta, pero no es Escribir.

Entendido así el oficio, las palabras «vocación» y «profesió1lll, con toda su excelencia, me resultan parciales e insuficientes, lo mismo que no se tiene vo­cación de alto ni se es bajito profesional (¿o sí?, pero en otro sentido) Es­cribir, desde mi punto de vista, es tan irremediable como la estatura.

Por supuesto, esa necesidad no garantiza la calidad, como tampoco el an­dar lleva siempre a ganar el campeonato de marcha. Muchos se afanan sobre las cuartillas produciendo dramones o novelones que nadie juzgará buenos, pero tampoco nadie podrá quitarles a ellos «el dolorido sentir», la liberación. Porque, dicho de otro modo, la idea literaria en la cabeza es el tumor del que es fuerza operarse con el bisturí de la pluma.

Y, cierto, puede que escribir sea una enfermedad. Pero. entonces todo lo es en la vida; es decir, la vida misma. Papel adelante, día tras día, el escritor es el vividor consciente que desgrana, en palabras, su vivir.

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ALFONSO SASTRE

¿PARA QUE ESCRIBIR?

Es verdad: ¿Para qué escribir? Es una pregunta que uno -al menos yo-- se hace muchas veces. ¿Escribir para nada tiene algún sentido? Porque eso es lo que parece, tanto ante la falta de reso­nancia de nuestra obra publicada como ante ese asunto de que u.:la parte de nuestra escritura se queda muerta de risa --o de pena- en nuestra casa: que se escribe para nada. Es una situación que afecta a los escritores en general. No escribo ahora pro domo mea, porque, a pesar de las muchas dificultades, me encuentro entre los escritores privilegia­dos que publican la mayor parte de lo que escriben y cuya escritura corre la misma oscura suerte que la mayor parte de los colegas.

Aunque la cosa se quede en nada, es seguro que se escribe siempre para algo, aunque nada más sea para eso: para escribir. Porque, en verdad, el mero he­cho de escribir comporta un cierto -aunque más o menos dudoso-- placer. Del placer del texto y del placer de la escritura se ha hablado no poco durante los últimos tiempos: y sdbre si la escritura poética o literaria va acompañada o no de dolores de parto o de un delicioso placer espiritual se ha hablado siempre, pues hay escritores que dicen pasarlo bomba cuando escriben y otros que casi nos hacen llorar con la explicación de sus sufrimientos «creadores»; y también hay los que no lo pasan ni bien ni mal sino todo lo contrario, como un servidor de ustedes. (Aquello de Freud que con­sideraban más o menos la escritura como un acto, digámoslo así, parasexual, tenía

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ya en su momento algún punto flaco, pues la asimilación de la pluma al pene pareda excluir del presun to placer es­crituario a las damas; pero además es que, al desapacer la pluma fluyente de nuestro aparato escritor -secretor de literatura, si así quiere expresarse-- y ser sustituido por máquinas pulsables, la metáfora pluma-pene ha sufrido, creo yo, un duro golpe).

Escribir para escribir es una forma de apuntarse hoy a la línea decimonónica del arte por el arte, bañada hace algunos años en una sopa de estructuralismo. Bueno, yo no sé, pero la verdad es que escribir, así, sin más, y sin plantearse la posibilidad de un cierto sentido, digamos trascendente al mero hecho de la escri­tura, parece que nos sitúa -a quienes nos dedicamos ¿a qué? Pues mire usted: ¡a escribir! - en un lugar bastante tonto en esta historieta de la vida. ¿A qué se dedica usted? Yo, a escribir. ¿A escribir qué? Escritor, escribidor. ¿Quiere decir algo esto: que uno escribe? ¿Es una definición frente a quienes no escriben? ¿Pero tan importante es esta diferencia como para eso: para decir de alguien que «escribe» quiera decir algo más que una banalidad?

Los que escribimos, ¿qué hacemos? Cosas muy heterogéneas. A ver, a ver: Cartas ... (hay quien no escribe ni una carta aunque teóricamente sepa escribir). Un diario ... (¿qué clase de escritor o de escritora es ese o esa que escribe «su diario», ¿y para qué 10 escribe?). Una tesina, una tesis, una memoria científi-

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ca ... Poemas ... Cuentos ... Una novela .. . Un ensayo filosófico... Un drama .. . Todo eso tiene algo de común: que se escribe. ¿Y el que lo escribe es, sin duda, un escritor? Nadie podría decir lo con­trario, pero también, ¡qué cosa tan in­definida! , pues, en fin, la especie huma­na podría dividirse en dos partes, una la de quienes escriben (algo, de vez en cuando, o frecuentemente, o a modo de hábito más o menos profesional, o ... ), y otra, la de los ágrafos, especie que, por 10 menos, no molesta como la de los grafómanos, que esa sí que es una verdadera peste en la medida en que gran parte de esa grafomanía se imprime y hasta ocupa los lugares de la litera­tura, tantas veces: en realidad es lite­ratura.

¿Quién podría probar 10 contrario? ¡Claro que es literatura! Si se considera literatura hasta los textos que se publi­can para acompañar a los fármacos, ¿cómo no va a ser literatura ese gran tocho de aquel que no es que se crea sino que lo es: escritor? (<<Persona que escribe», dice el diccionario de la RAE; y también: «autor de obras escritas o impresas» ).

Raro oficio, pues: indefinido oficio, que se convierte en poco menos que una pesadilla cuando a uno se le ocurre es­cribir «para el teatro». Otras veces ya he dicho lo que ocurre cuando uno es­cribe «para el teatro»: que se sitúa ... en ninguna parte, dado que, entonces, en el mundo de la literatura profesional es considerado entre las «gentes de tea­tro», y entre las gentes del teatro -ac­tores, directores, escenógrafos, figurinis­tas ... - uno es el extraño a 10 propia­mente teatral: uno es... el escritor. O sea: el otro.

No sé si a alguien le interesará que ahora diga lo que voy a decir: que yo sigo siempre en esa eterna paradoja de escribir para un teatro ... que no existe:

un teatro que, al menos, no existe para mí. (Es 10 del en soi y el pour soi, que dicen los filósofos). Pero lo malo no es que nuestras obras no se «hagan» -asu­mo, al hablar así, la representación oca­sional de mis colegas españoles, algunos de los cuales gozan, o padecen, de un extraordinario talento teatral, de modo que yo podría dar ya, ahora mismo, no menos de una buena docena de nombres de autores excelentes-, sino que los responsables del teatro español afirmen que no existen. «No hay obras», es lo que les oímos decir con mucha frecuen­cia. «Los escritores no escriben». Perml­tidme, a modo de ilustración, una anécdo­ta personal. Durante el año pasado escri­bí, para el teatro (?), cuatro obras de co­rrientes dimensiones: Jenofa Juncal (ins­pirad'cl, o algo así, en La serrana de la Vera de Luis Vélez de Guevara), Los hombres y las sombras (sobre 10 que po­dría denominarse «los terrores y mise­rias del IV Reich»), El viaje infinito de Sancho Panza (un tratamiento libertario del texto de Cervantes), y un Búnbury que es una versión con alguna música de una famosa obra de Oscar Wilde. Pues lbien, hace unos días escuché una vez más a un director español: «No hay obras ... Los autores no escriben ... (Y no es que yo escriba «para mí»; escribo «para el teatro, y cuando termino algún texto lo doy a conocer a las personas del teatro a quienes estimo, que cierta­mente no son muchas).

Ahora me acuerdo de que cuando murió la gran actriz francesa Franr;oise Spira -<lue estrenó mi Ana Kleiber en París- escribí una elegía para ella que empezaba así: «Es una tontería escribir, Franr;oise» ... Así es, o así parece: una tontería. .. Pero también es verdad que al menos para mí, aunque la declaración resulte un poco cursi, escribir es vivir. ¡Qué le vamos a hacer! Tonto que es uno.

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ELENA SORIANO

VOCACION y PROFESION DE ESCRIBIR

Tantas preguntas y respuestas se han hecho en diversas épocas sobre la vocación, principalmente la artística y literaria, que sería muy cómodo y fácil repetir cualquiera de los tópicos -muchos de ellos bellísimos-- sobre tal cuestión. Lo difícil es decir algo original y, sobre todo, verdadero, porque nadie conoce la raíz profunda de las pasiones, aunque Freud explicara como una neurosis la de escribir. La mía arranca desde que aprendí a leer en mi primera infancia, dando más razón a Aristóteles, que la consideraba lila de las artes imitativas, es decir, en cierto modo simiesca; si yo no hubiera leído viciosamente desde que tenía cinco años, no hubiera escrito desde los diez. En cuanto a la finalidad esencial de ambas tareas es, para ml, Cluna pa­sión inútil», como Sartre definía la vida misma. No obstante, sé que tiene efectos muy útiles, que no voy a enumerar, por consabidos: el más importante para los espíritus pragmáticos, es obtener éxito social y dinero. Este objetivo, absolutamente lícito, constituye la profesionalidad, pues profesar es consagrar la existencia a una fe cualquiera. Quiero decir que un escritor profesional es, de hecho, el que vive de su pluma (o de su ordenador electrónico, si ya lo tiene), o sea, el que realiza prácticamente su vocación, aunque existen, y son bien conocidos, muchos profesionales sin vocación, como hay curas sin fe religiosa; paradoja que requiere reflexiones fuera de este lugar. Por la mis­ma razón, a la inversa, la mayoría de los escritores de ayer y de hoy - algu­nos muy grandes-- 10 son de vocación, no de profesi6n. Obviamente, el ideal para todos sería reunir ambas cosas ...

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«¿Por qué se escribe? Misteriosa y compleja pregunta. Freud mismo dijo: «Delante de Dostoiewsky el psicoanálisis inclina sus armas». Yo creo que se escribe para reemplazar la vida que no se puede vivir y quizá, por eso, porque no podemos vivir la vida que queremos -se escribe tanto en Latinoamérica.»

MANUEL SCORZA

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F. VIZCAINO CASAS

VOCACION y PROFESION, ¿CONTROVERSIA?

Escribir: vocaci6n y profesi6n, dice el enunciado del tema al que se dedica este número de nuestra revista. Me pe­dís una colaboración al respecto, que con especial agrado envío. Pero no ter­mino de entender eso de que se trata de recoger la mayor cantidad posible de opiniones sobre esta vieja controver­sia. ¿En dónde está la controversia, es decir, la discusión, la polémica, el en­frentamiento de pareceres? ¿En la coin­cidencia en el escritor de la vocación y la profesionalidad? Pero, ¿es posible que alguien considere que cabe ejercer este oficio sin sentirlo? Habrá que po­nerse pedante, CQn perdón: sin ser lla­mado (vocatio-llamar) para el quehacer de las letras, por una rara pasión inte­rior, que suele apoderarse de nosotros desde niños, entiendo que no cabe ser escritor. Otra cosa es que algunos e~ criban; no serán, sin embargo, escrito­res, aunque lleguen a hacerlo bien.

Se escribe por una necesidad vital, que parte de una doble exigencia: la de desahogar nuestros propios sentimien­tos y, a la vez, la de comunicárselos a los demás. Quizás, en una pura con­templación del tema, lo definitivo sea lo primero. Entiendo, sin embargo, que el escritor no se siente realizado de ma­nera absoluta hasta que no consigue lle­gar a esa segunda fase, que es la de transmitir su obra. Con la esperanza, además, de obtener el mayor número posible de destinatarios. Perdonadme, pero no creo en el autor de minorías, por propia decisión, por voluntaria elec­ción. Tengo para mí (y disculpad si ye-

rro) que la aspiración máxima de todo escritor, una vez producida su obra, re­side en multiplicar infinitamente su mensaje. Conseguirlo o no, por supues­to, es ajeno tanto a la voluntad del au­tor como a los méritos de sus escritos.

Entonces, 10 que debe estimarse co­mo inevitable, como básico y sustancial, es la coincidencia profesión/ vocación, la identidad entera entre una y otra, sin la cual no comprendo que nadie pueda dedicarse a este amargo oficio. De acuerdo en que la contraria puede valer: el escritor por afición, el ama­teur al que no le importa demasiado el resultado de sus libros o de sus co­medias. Coincidiremos, supongo, en que semejante personaje no suele abundar. Normal es, en cambio, que bastantes hagamos compatible el escribir con otra profesión. En realidad, anteponemos siempre la de la pluma en nuestra pre­dilección, aunque no sea la más lucra­tiva. Hay ejemplos definitivos: al doc­tor Marañón le ilusionaba mucho más su tarea literaria que sus glorias mé­dicas.

Me parece imposible que nadie elija la profesión de escritor, si no siente la vocación de escribir. Millares, mi­llones de gentes ejercen profesiones que no les gustan y hasta lo hacen con de­coro y bue.nos rendimientos. Evidente­mente, se puede ser notario, ingeniero de minas, militar o funcionario de la Administración Local (cito por vía meramente exemplificativa) sin llevar dentro la llamada (vocatio) de esas profesiones, a las que se accede

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por plausibles razones de estabi­lidad económica. Como el lucro ase­gurado, el beneficio claro, jamás se garantizan en la actividad de las letras, ¿quién que no esté domina­do por su atracción, por su fascinación, por su íntimo y visceral requerimien­to sería capaz de entregar a ella su dia­ria dedicación?

Seguramente por eso, escasean entre los escritores las llamadas vocaciones tardías; pues la inmensa mayoría he­mos comenzado a garrapatear cuartillas trasladando a ellas impresiones e ilusio­nes, cuando apenas conocíamos las pri­meras letras. A esa misma edad, otros niños que acabarían en médicos ilustres o en eminentes arquitectos, soñaban con ser bomberos, misioneros en la In­dia, generales de artillería o trapecistas de circo. Nosotros, los de la vocación de escritor, montábamos ya en la ima­ginación de ,nuestros sueños infantiles imágenes de premios literarios, de dis­cursos académicos, de lectores que nos seguían y nos leían y nos celebraban. Que ésta es vocación honda, que se nos

mete en las entrañas tempranamente y no nos deja nunca.

La profesión, naturalmente, viene más tarde. Decía antes que, muchas veces, en pacífica coexistencia con otros ofi­cios, de los tenidos por más segllritos. Pero a la profesión creo que nadie se dedica jamás, en esto de las letras, de no ser impulsado por la fuerza impara­ble de su propia vocación. De tal ma­nera que, no obstante los desengaños y las amarguras y hasta los inevitables fracasos, siempre nos mantiene en cons­tante e ilusionada vigilia de trabajo, la hermosa convicción de que estamos ha­ciendo, a pesar de los pesares, aquello que nos gusta y para lo que nos senti­mos destinados.

Alguna ventaja debíamos te.ner, en un país como el nuestro, donde, en bue­na parte de las demás profesiones, mu­chos se aburren como enanos, metidos en un engranaje que les permita vivir (y hasta vivir espléndidamente), pero en cuyo ejercicio jamás podrán cQnsiderar­se realizados; jamás serán, de verdad, felices.

«La calma, la serenidad, el silencio con que crece la hierba, en medio de los cuales el hombre debiera siempre componer, me creo que raramente podré tenerlos. Los dólares maldicen de mí, y el pícaro demonio siempre haciendo muecas burlonas, manteniendo la puerta entreabierta. Mi querido señor, tengo un presentimiento: al /tinal estaré 'agotado y pereceré, como un viejo rallador de nuez moscada, pulverizado en pequeños frag­mentos por el roce constante de la madera, es decir, de la nuez moscada. Lo que yo me siento inclinado a escribir es lo que se proscribe, no me dará ninguna recompensa. Así que el resultado es un picadillo final y mis libros no son más que chapucerías.»

HERMAN MELVILLE

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FRANCISCO YNDURAIN

SOBRE LA ESCRITURA COMO PROFESION

ESCRITORES y ESCRIBIDORES

Al plantearme lo que haya de pro­fesión y vocación en el mester lite­rario, del escritor, claro es, me viene a la memoria un poema de Paul Eluard, el más breve hasta la fecha de su pu­blicación, cuyo título rezaba: CIPourquoi j'écris». El texto: «Parce que .. . '/l. Sal­vo finalidades y propósitos de segundo orden - fama, dinero, propaganda pro o anti- , posiblemente haya en los más de los autores una necesidad de dar expresión Dar la palabra a algo que ne­cesita y exige salida, junto con una ca­pacidad y un gusto oor el vehículo de su mensaje. Y pronto surge una pre­gunta en primera instancia: ¡ se ha de sentir 10 Que se escribe? Vieja inQuisi­ción, Que ha tenido respuestas contra­rias, desde la Que exi¡!:e como condi­ción urgente el sentimiento previo y auténtico, hasta la que sólo atiende a Sl1 traducción en palabras. Desde Ho­racio hasta Góngora tenemos dos tér­minos antitéticos en este aspecto de la escritura, que resumiré con los versos elosados del cordobés: «Quiere amor pn su fatiga / que se sienta y no se diga; I pero a mí más me contenta I Que se diga y no se sienta.» Sf, en úl­tima prueba 10 que imnorta es que ten­ga validez lo que se dice, criterio que implica una conformidad con el lector en su recepción, desinteresado de si el autor pasó por tales o cuales experien­cias, pero atento a cómo las ha hecho literatura. Estamos aquí en el polo opuesto de lo que llegó a denominarse «biografismo», con un -ismo peyorativo ante el abuso de una critica literaria Ji-

mitada a entender y comprender si lle­gaba a penetrarse de la vividura de los autores. Como toda posición extremo­sa, puede ser si no rechazada, tomada con cautela prudencial, sin exclusivis­mo. Pero hay todavía una posición mu­cho más compleja, y quizá más literaria en el fondo, y es la del poeta portu­gués Fernando Pessoa, el de los bpte­rónimos, como nuestro Antonio Macha­do o Gabriel Celaya. La estrofa d€'l gran poeta luso puede darse en un cal­cn o paráfrasis, sin necesidad de traduc­ción: «El poeta es un fincidor I y fin­ge tan veramente / que llega a creer Que es dolor I el dolor que de veras siente.»

Nos quedamos con Pessoa. sea cual fuere el efecto en su persona. pues, en último término, la ficción supera a la realidad en todas las artes, tanto como medio expresivo y en el plano formal, como en el de su valor de testimonio. Así parece que la llamada -la voca­ción- resulta estéril e inoperante sin una profesión magistral. Aquí me asal­ta uln nuevo cruce de vías que me lle­van a muy diversos rumbos, y precisa­mente desde el término «profesión D. Sin acudir a la comodidad de consulta en diccionarios, me limitaré a considerar dos sentidos nada más: uno, el más llano y común, el que vale para cual­quier actividad profesional de tipo prác­tico en la vida social del horno oecano­micus. Pero hay otro que conlleva una gravísima entrega' de todo el hombre, al­go como la que casi se ha limitado a

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la «profesión» religiosa, sin reservas ni efugio. Ahora ya me parece evidente que sólo merecerá nuestra aceptación plena aquel que haya hecho de su arte algo profesado sin condicionantes extra­ñas, o incluso con alguna de esas limi­taciones, que luego han resultado an­chamente desbordadas. ¿ Qué nos im­porta hoy, y hace mucho, si Dante es­tuvo con güelfos o gibelinos? Ya no tie­ne apenas interés para nosotros la cir­cunstancia ocasional cuando la persona­lidad y la obra del escritor ha dejado atrás otros móviles, otras expectativas que las del arte puro: podrán ser subpro­ductos de interés para analizar un ser hu­mano, su tiempo y, por supuesto, la pro­yección en la obra que nos ha legado. Ocurre ahora recordar nombres de es­critores cuyas vidas han sido ejemplar-

mente reprobables aun con el más an­cho criterio o, sencillamente, la vulga­ridad grisienta de otros, pero en agu­do contraste con la belleza de su escri­tura. Todavía nos quedaría espacio pa­ra casos inversos: vida fulgurante, obra apagada.

En fin, como el asunto que se me ha propuesto es tan amplio y nos brinda tanto vericuetos y carreras, queda abierto un camino para proponer refle­xiones sobre el análisis de la capacidad autoselectiva de cada escritor, de resul­tados tan desconcertantes muchas veces, en el trance de valorar su propia obra Cuántos hay que no tiene.n o no hacen uso de ese humilde recipiente que sue­le estar boquiabierto al pie de la me­sa de trabajo (perdón, el mío está rebo­sante).

«El problema del escritor comiste en nivelar la balanza entre lo extraordinario y lo común de forma que por una parte nos ofrezca interés y por otra realidad . . . Lo 'extraordinario debe radicar en los hechos, no en '¡os personajes,' y el arte del -escritor consiste en dar forma a lo extraordinario disfrazando su inve­rosimilitud, si la hay.»

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THOMAS HARDY

Pues la sociedad se manifiesta como colapso, como desmo­ronamiento, como gangrena (o, en sus aspectos menos catastr6-ficos, como rutina) y la literatura sobrevive desperdigada entre las grietas y los descalabros, como conciencia de que ningún derrumbamiento podrá 'ser tan definitivo como para excluir otros posibles.

IT ALO CALVINO

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JUAN EDUARDO ZU~IGA

SOBRE EL PRESTIGIO DEL LIBRO

Por algún motivo justificado, la ACE nos propone el tema de la voca­ción y la profesión, precisamente en unos años en que se perfilan nuevos peligros para la profesionalidad del escritor en igualdad de condiciones que otras actividades. Las razones de que el ejercicio de la creación lite.ra­ria no se convierta en una profeslón unida estrechamente a una honda vo­cación, todos las conocemos, son va­rias y difíciles de eliminar. Pero hay una que me parece fundamental por­que afecta al concepto que se tiene generalmente del escritor y a su vez al que éste tiene de sí mismo. Me re­fiero a la escasez de lectores; en la vi. da cotidiana de la mayoría de los es­pafioles los libros no ocupan ningún lugar. Se podría atribuir a que son caros, a que los editores no los pro­mocionan o que sus temas no llegan a interesar ... , pero también podría acep­tarse que a los niños, desde la escue­la primaria, no se les mostró el libro como algo interesante, sino como un mamotreto que guarda las enseñanzas más aburridas. Durante los años que son definitivos en la formación del in­dividuo, el libro y su contenido im­ponen una tortura mental. Sólo muy recientemente, casi hace unos quince años, se presenta el libro como algo divertido, intrigante compañero de jue­gos. S1. recordamos nuestra propia ex­periencia, salvo bellas excepciones, el libro era considerado peligroso, debía ser autorizado por los mayores e in­cluso se guardaba en sitios inaccesi­bles. Pienso que en la enseñanza que

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los niños españoles han recibido, pro­bablemente desde el siglo XVII, al li­bro se le juzgaba como portador de ideas disolutas, demoníacas, que podía trastornar la mente si se usaba mu­cho. No conozco otro producto indus. trial que haya conciliado tales deseos de revisar, corregir, prohibir y, como suprema satisfacción, quemar. No ol­videmos que en la obra básica de la literatura castellana hay todo un capí­tulo dedicado a la quema de libros. y lo más grave es que ésta no la reali­za un patán, vecino de Don Quijote, sino la máxima autoridad intelectual del lugar. La misma indiferencia y desconocimiento que muchas veces se observa en quienes editan o venden li­bros viene a confirmar que es un ar­tículo que no merece amor. El resul­tado es que el español medio no po­lariza su atención hacia el libro en los momentos que es usual hacerlo: cuando necesita instrucción o entre­tenimiento o reflexión de su interio­ridad. Este rasgo de nuestro carácter se atribuye a otras-y, claro, inamo­vibles- causas, como el buen tiempo que echa fuera de casa al lector en po­tencia ... , pero la realidad es que los libros no se venden en las cantidades precisas y previsibles. Al no producir riqueza, en una sociedad donde el di­nero es signo de éxito, el libro sigue sufriendo esa desvalorización y sola­mente los montajes mercantiles de los best-seller prestan un resplandor efí. mero que con frecuencia acaba en los saldos de los grandes almacenes.

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Cabría preguntarse si el escritor no ha sido dañado en su intimidad por este menosprecio, porque se detecta una larga tradición de considerar al que escribe como un extravagante, un inútil, un resentido e incluso, hoy, un "pícaro de la cultura", como hace unos

meses lo calificaba un conocido diario. Estos prejuicios del pasado serán

borrados definitivamente cuando la vo­caoión creadora tenga realización en los cauces profesionales de la consi­deración y el respeto general.

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Cuando alguien me preguntó hace ya muchos años, ¿piensa usted que el poeta debe escribir para el pueblo, o permanecer encerrado en su torre de marfil --era el t6pico al uso aquellos días- consagrado a una actividad aristocrática en es/eras de cultura sólo accesibles a una minoría selecta?, yo contesté COl1

estas palabras, que a muchos parecieron un tanto evasivas o ingenuas: Escribir para el pueblo --decía mi maestro- ¡qué más quisiera yo! Deseosq de escribir para el pueblo, aprendí áf? él cuanto pude, mucho 'menos --claro está- de lo qf,(e el sabe. Escribir para el pueblo es, por lo pronto, escribir para el hombre de nuestra raza, de nuestra tkrra, de nuestra habla, tres cosas \de inagotable contenido que no acabamos nunca de conocer. y es mucho m.ás, porque escribir para el pueblo nos obliga a rebasar las fronteras de nuestra patria; es escribir tam­bién para los hombres de otras razas, de otras tierras 'Y de otras lenguas. Escribir para el pueblo es llamarse Cervantes en España, Shakespeare en Inglaterra, Yolstoi en Rusia. Es el mi­lagro de los genios de la palabra. Val vez alguno de ellos ~o realizó sin saberlo, sin habrrlo deseado siquiera. Día llegará ~11 que sea la más consciente y suprema aspiraci6n del poeta. En cuanto a mí, mero aprendiz de gaysaber, 110 creo haber pasado de folkloriSta a mi modo, de saber popular.

Mi respuesta era la de un español consciente de su hispani­dad, que sabe, que necesita saber cómo en España casi 'todo lo grafJde es abra del pueblo; o para fel pueblo, cómo en Esp(l­ña lo esencialmente aristocrático, es en cierto modo, es lo po­pular.

ANTONIO MACHADO

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UNA ENCUESTA EN 28 LENGUAS

El miércoles 27 de marzo de este año. «El País» recogía en sus páginas dedi­cadas a la cultura, un resumen de la encuesta que el diario parisiense «Libe­tation» hizo a cuatrocientos escritores interesándose por las razones que les ha­cen escribir. «Liberation» indag6 entre los hombres de letras de ochenta países, la respuesta lleg6 en veintiocho lenguas d ifere:1 tes.

Casi todos los escritores consultados contestaron a la pregunta en una o dos lineas por lo que la encuesta tiene más un valor anecd6tico que filos6fico. La verdadera respuesta, si es que existe, hay que buscarla a lo largo de todas las pá­ginas de sus obras. Sin embargo, a pesar de las escuetas respuestas de los escri­tores, hay entre ellas muchas que son completamente contradictorias, por lo menos en apariencia.

George Simenon dice que se siente «inc6modo» cuando n.o lo hace. Gabriel García Márquez cree que busca que sus amigos le quieran más. El escritor egip­cio Yusuf Idris afirma que escribe por­que vive y que sigue escribiendo porque quiere vivir mejor. El irlandés Samuel Beckett y el alemán Günter Grass dan dos respuestas muy parecidas: «Porque n.o sirvo para otra cosa».

Varios escritores se confiesan incapa­ces de dar una respuesta clara. Así, el español Juan Goytisolo, dice que si 10 suplera no escribiría. Casi la misma ex-

Ana L. Coll y M." Luisa G6mez-Pablos

plicaci6n da Charles Bukowski cuando afirma que teme que si encuentra una explicación se vuelva incapaz de escribir. y Alisan Lauri asegura que: «Si empiezo a interrogarme sobre los motivos por los que escribo, lo más seguro es que deje de hacerlo».

Fran~ise Sagan y Leonardo Sciascia dan una respuesta clara y concreta: es­criben porque les gusta hacerlo. Pero el nigeriano Wole Soyinka, responde todo lo contrario: «Debe ser mi lado maso­quista, supongo».

Algunos ponen de relieve en sus res­puestas lo absurdo de la pregunta. Frie­derich Delius asegura que: «intento es­cribir porque nado muy mal». Y Lawren­ce Durrell es contundente: «A pregunta idiota, respuesta idiota: para vigilarme».

Graham Green se expresa a través de una imagen: «Por necesidad. Cuando tengo un grano y ya le veo la cabeza, lo exprimo».

El poeta Checoslovaco J aroslav Sei­fert, último Premio Nobel, da una de las respuestas más convincentes al afir­mar que: «Posiblemente es el deseo de todo ser humano el dejar una huella de­trás de sí, aunque sólo sea la marca de un dedo en un espejo con vaho».

Los escritores soviéticos tampoco pa­recen ponerse de acuerdo. Así, Alexan­dre Zinoviev, que vive en el exilio, ase­gura que escribe porque se siente obli­gado a hacerlo. Mientras que Alexandre

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Kouchnek, que reside en Leningrado, encuentra en la escritura «placer y ale­gría». «La poesía es una parte de la naturaleza. Ya sea sombría o alegre, aporta al mundo la felicidad que le falta» .

Escritores de otra parte del mundo con problemas sociales, tampoco han lo­grado dar una imagen unitaria en sus respuestas. André Brink, considerado el mejor escritor sur africano, afirma que la situación en su país le ayuda a saber el por qué debe escribir, «pero en lo que a mí respecta, no tengo ninguna ex­plicación. Sólo sé que no puedo vivir sin escribir» .

Una idea similar, en lo que respecta a contemplar el hecho de escribir no como una elección si no como un acto involuntario, es defendida por Jorge Luis Borges: «No podría parar de es­cribir. Respondo a una necesidad inte­rior. Yo no busco los temas, son ellos los que me encuentran... y además no puedo rechazarlos».

Dieciséis fueron los escritores españo­les que respondieron a la pregunta que les formuló «Liberation». Rafael Alberti dijo que escribía porque quiere comu­nicarse con claridad. Camilo José Cela cree que la literatura es una venga:lZa ejercida por uno mismo. Rosa Chacel se expresó a través de una cita de Rilke: «Porque no puedo vivir sin escribir». Casi con idénticas palabras se expresó Juan Marsé: «Por el placer estético y por sentirme vivo». Y Ana María Ma­tute: «Nunca me siento más viva que cuando escribo».

Juan García Hortelano coincide con la corriente de escritores que piensan que no hay 'respuesta y afirma que no está dispuesto a pagar a un psicoanalista para encontrar la respuesta, sobre todo cuan­do es posible que dejase de escribir si lo supiera.

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Eduardo Mendoza opta por una res­puesta personal aludiendo a razones de tipo sentimentales de índole muy seme­jante a las aducidas por Gabriel Garda Márquez: «Inventar reglas del juego que oculten mi ignorancia de las reglas esta­blecidas, hacerme simpático a los ojos de mis vecinos, a los que resulto com­pletamente indiferente».

Manuel Vázquez-Montalbán, recurre a su habitual sentido del humor al afirmar que creía que la literatura le haría «alto, rico y guapo».

EL ARTE

NO ES UN GOZO OLITARIO

A pesar de la brevedad de las res­puestas, de las aparentes contradicciones que entrañan muchas de ellas entre sí, de la ligereza casi in ultante con la que algunos autores han respondido a la pregunta, es evidente que en muy pocos sectores de la creación, el artista se ha preocupado tanto de explicar a los de­más y de explicarse el motivo que le impulsa a crear. Casi todos los escritores de cierto renombre han sido alguna vez preguntados sobre esta cuestión. Y, por encima de la disparidad de opiniones, cosa completamente lógica si tenemos en cuenta que el escritor es, antes que cualquier otra cosa, un individuo con pleno derecho a tener más o menos en cuenta a la hora de escribir sus expe­riencias personales, sus circunstancias políticas, su carácter, sus relaciones, o cualquier otro tipo de opción personal o de imposici6n social, no deja de re­sultar significativo la existencia de unos cuantos puntos en los que todos, inde­pendientemente de su lenguaz situaci6.n social, ideología, o cualquier otra consi­deraci6n, parecen coincidir. Esta eviden­cia no deja de ser dramática, pero tam­bién esperanzadora, en el momento ac­tual de la literatura española, cuando la

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calidad literaria está siendo «decretada» desde unos órganos de poder muy con­creeos y con gran influencia en la opi­nión pública (posiblemente por haber creado ellos mismos una infraestructura lo suficientemente fuerte para impedir a toda costa el nacimiento de otros que pudieran «minar el terreno»). La inexis­tencia de conductos paralelos para hacer llegar al público el sentir de muchos escritores, el olvido de todos los hombres y las mujeres del mundo de la literatura que se han negado a seguir la corriente «oficialista», es algo muy duro que está sufriendo una sociedad entera. Además de un robo. Y tal vez, buena culpa de ello la tengan los escritores, unos por denominarse como tal cuando en realidad no son más que personas en busca de una imagen pública, y otros (¿lo acep­taremos alguna vez?) por haber acatado la sentencia bíblica y haber «cambiado la herencia por un plato de lentejas» Porque si hay algo en que todos los es­critores parecen estar de acuerdo, es en su inmenso desprecio, rechazo y comba­tividad al Poder establecido. Por muy democrático que éste fuere.

Así Albert Camus en el discurso del 10 de diciembre de 1957 en Estocolmo, al final del banquete que clausutaba la designación del Premio Nobel afirmó: «Personalmente no puedo vivir sin mi arte. Pero nunca lo he colocado por en­cima de todo. Por el contrario, si me es necesario, lo es porque no se aparta de nadie y me permite vivir, tal como soya nivel de todo el mundo. A mis ojos el arte no es un gozo solitario. Es un medio de conmover número de hombres, ofreciéndoles una imagen privilegiada de los sentimientos y de las alegrías comu­nes. ( ... ). El papel del escritor, por eso mismo, no se aparta de los deberes di­fíciles. Por definición hoy no puede po­nerse al servicio de los que hacen la Historia: el escritor está al lado de los que la padecen. De otro modo quedaría sólo y privado de su arte».

y más recientemente, el escritor nor­teamericano de color, James Baldwin explicó sobre el hecho de escribir y el papel del escritor: «La tarea de un es­critor está implicada en el problema de la conciencia del pueblo. El pueblo lo engendra: él proviene del pueblo, el pue­blo puede incluso no reconocerlo, pero tiene necesidad de él. ( ... ). Cuando una nación se adormece, se amodorra, está en peligro. Y la tarea del poeta es des­pertarla. Después de 10 cual el pueblo tiene que desarrollar 10 que llamamos ac­tividad política. Pero es el poeta quien lo despierta».

A los pocos meses de recibir Heinrich Boll el Premio Nobel de literatura, ex­presó contundentemente: «Un autor debe saber desmitificar y desmagogizar un concepto como es, por ejemplo, la Patria».

El filósofo y escritor Jean-Paul Sartre, uno de los pensadores que más y de manera más lúcida ha reflexionado sobre la tarea y la función de escribir dijo en una entrevista: Para cambiar la vida del hombre es necesaria una reelaboración, una reestructuración de la sociedad que fatalmente deja a la literatura en un se­gundo plano. Y entonces la tarea del es­critor es tratar la distancia que le aleja de la vida.

Una de las tareas del escritor, de quien está creando un producto artístico, es la de considerarse esencial frente al mundo, insertarse en el meollo de los dramas humanos: si no se tiene en cuenta esta razón dialéctica la literatura pierde todo su significado.

Si el escritor escribe para sí no tiene razón de existir, porque su relación con la página se agota en el concepto de so­liloquio.»

Es evidente que los escritores que provienen de una zona conflictiva o eco­nómicamente deprimida tienen una preo­cupación por el tema mucho más urgente. El escritor mexicano, Carlos Fuentes,

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aflrlnó: «Hago cierta distinción entre mi áctividad de ,ciudadano y mi actividad de esctitor. Es decit, creo que, por principio, el hecho de escribir se opone al hecho de ejercer el poder».

y Mario Vargas Llosas: «El sentido de la autonomía del intelectua[ va in­'senado en 1á esencia misma de la voca­ción literaria. Hasta estoy seguro de que el impulso primario de la vocación lite­raria se identifica todavía más con un sentido de insatisfacción frente a la rea­lidad, frente a cierto RSpectO del orden constituido y por tanto toda persona que escribe, está en una posición de profunda disensión con la realidad, de modo que en su obra siempre se manifiesta cuales­quiera que sean sus experiencias y la pro­blemática del país al que pertenece, ac­titudes críticas, sentimientos de negación de dicha 'realidad constituida, legalizada. Yo creo que este es el servicio más gran­de que la literatura presta a la sociedad».

LOS DEMONIOS DEL ESCRITOR

En el polo opuesto recogemos la opi­nión de dos escritores norteamericanos, que a pesar de haberse opuesto en dife­rentes ocasiones al poder establecido de su país y haber reflejado en sus obras algunas de las caras de este problema, éncaran el acto de la escritura de una manera más individualista, considerándo­lo una opción más libre.

Susan Sontag destacó que: «Hay va­rias formas de ser escritor. Mis orígene~ me obligan a separar identidad personal y vocación literaria, a considerar la vo­cación del escritor como una elección deliberada. ( ... ). Tengo una vida privada que vivo de cierta manera. Y soy escri­tora por añadidura. ( ... ). La sociedad no te llama, uno elige en determinado mo­mento cohvertirse en escritor».

y Philip Roth: «yo nunca he tratado realm~hte, tanto en mi obra como en mi vida, de hacer pedazos cuanto une al

mundo del que provengo. De hecho, con toda probabilidad soy devoto é mis or{­genes.

«El «combatir» contra las fuerzas ex­teriores no creo que esté en el centro de mi obra como escritor.

Cualquier acción seria de agresividad rebelde o de desafío que yo haya em­prendido como novelista ha ido dirigida mucho más contra el sistema de cons­tricciones y hábitos expresivos de mi imaginación personal que contra los po­deres que compiten por controlar el mundo».

Estas dos últimas opiniones, a pesar de las diferencias que entTañan entre sí, nos inducen a reflexionar sobre el hecho de que a medida que la sociedad, al menos en apariencia, garantiza ciertas li­bertades, el escritor se «despreocupa» más de la angustia colectiva para ocu­parse fundamentalmente de sus propios demonios.

No deja de ser significativo que, un escritor de exquisita cultura y sens~bili­dad, como es Jorge Luis Borges, con­fesara: «La literatura es sumamente im­portante para mí. No porque piense que 10 mío sea particularmente valioso, sino porque sé que no puedo vivir sin es­cribir. Si no escribo siento una especie de remordimiento.

(A un escritor) hay que juzgarle por el placer que da, por las emociones que uno recibe. Por lo que respecta a las ideas, no es muy importante, después de todo, que un escritor tenga esta o aquella opinión política, no es tan im­portante puesto que su trabajo se rea­lizará a pesar de ello».

En 10 que, también, todos los escri­tores parecen estar más o menos de acuerdo es, en que si la literatura ofrece alguna recompensa ésta no es nunca de índole económica. Ni siquiera un reco­nocimiento político o social es 10 que empuja al verdadero escritor a la hora de inclinarse sobre la hoja en blanco.

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Así Jean Genet dijo con toda claridad: «No me avergüenza el dinero. No me avergüenza decir cuánto gano. No puedo emplear la palabra ganar ... escribir es un poco doloroso ... y no es muy agradable. No es un trabajo.

y Anthony Burgess afirmó rotunda­mente: «La recompensa financiera no compensa el gasto de energía, el daño a la salud por los estimulantes y narcóticos, el miedo a que el propio trabajo carezca de valor».

Tal vez haya sido Papini en su obra «Un hombre acabado» quien, partiendo de su propia individualidad, represe:ltó la voz de muchos escritores cuando ex­plicó las Tazones que le empujaban a escribir: «Quiero ser más que vosotros, estar por encima de todo. Soy pequeño, pobre y feo, pero también yo tengo un alma, y este alma lanzará tales gritos que todos tendrán que volverse y oírme».

y en otra ocasión, quizá justificando los motivos que le llevaron a soportar con espíritu estoico (como tantos otros) la tentación de aceptar un trabajo a sueldo por mantener a flote su irreduc­tible sentido de la libertad ; dijo: «Yo no escribo para ganar dinero, no escribo para fantochear , no escribo para alcahue­tear con las mozas modestas y con los hombres obesos , ni siquiera escribo para colocar sobre mi sombrero negro la car­navalesca rama del laurel de la fama ciudadana. Escribo UnLcamente para desahogarme, en el sentido más albañi­lero que os sea dado imaginar».

El escritor norteamericano Gore Vidal , en cierta ocasión, afirmó de manera es­cueta pero tremendamente lúcida: «Es­cribo primero para crear una obra de arte y, en segundo lugar, para cambiar la sociedad, y no necesariamente de for­ma simultánea».

Ojalá que esté próximo el día en que todos aquellos que, refugiados en la omnipotencia que por 10 visto otorga el respaldo popular, desciendan de sus al-

turas y acepten escuchar la voz de la mayoría de los escritores. Incluidos los que han optado por una estética creadora o ideológica diferente a la impuesta. Tal vez por haber cometido el error de sos­pechar que el arte no puede ser masifi­cado y mucho menos convertirse en por­tavoz de nada ni de nadie; que el valor de un texto no aumenta porque su autor sea partícipe de movimientos culturales «programados» como estrategia política; o porque ocupe un determinado cargo; o, incluso, por haberlo escrito para aña­dir a su carrera el sobrenombre de «in­telectual», o lo que aún es peor: de «artista». Ojalá que la crítica sea com­prendida en un futuro cercano como algo bueno para la sociedad, y no como una labor ejercida para «descubrir» o «in­ventar» nuevos o viejos «talentos», al tiempo que paga con el olvido a todos aquellos que no se someten, que pre­fieren dedicar su tiempo y su trabajo a la creación y no a los salones . Y por último, ojalá que el escritor, en particu­lar el de nuestro país, casi siempre tan manipulado, o sea, levantar la cabeza con­tra los intrusos que, después de haber usurpado el nombre de creadores, han olvidado que, llamarse así, obliga de manera explícita a la tarea de reflexionar sobre el hombre y sus circunstancias, y no convertirse en títeres cortesanos.

BIBLlOGRAFIA

Diario «El Pafs», miércoles 27 de mé\rzo de 1985.

ENTREVISTA A SU SAN SONTAG: Por M.a Dolores Aguilera . Rev. «Quimera» n.O 19.

LOS ESCRITORES FRENTE AL PODER: Por Walter Mauro y Elena Clementelli. Biljlio­teca. Universal Caralt, 1975, Barcelona.

CONVERSACIONES CON LOS ESCRITORE:~: Por «The Paris Review». Ed. Kaid6s, 1979, Barcelona.

CONSULES DE SO DOMA: Tusquets editores" Barcelona. 1982.

ALBERT CAMUS: Por Alfonso Palomares. Ed_ Epesa, 1970, Madrid.

PAPINI: Por Jaime de ,la Fuente. Ed. Epesa, 1970, Madrid.

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JOAQUIN BELDA Y UNAMUNO

LOS

DINEROS DEL LIBRO

Distinguía Unamuno, en clasificación básica, dos tipos de escritores: el de quienes, movilizados en pos del éxito inmediato, someten sus plumas al dictado de las modas o se obstinan en explotar temas de probada aceptación, caracteri­zándose por la superficialidad de los tra­tamientos, y el de aquellos otros que, fieles a sus voces interiores, aportan, sin incurrir en concesiones desvituadoras, problemáticas, sentimientos, visiones o acentos propios. Las circunstancias socio­culturales vigentes en nuestro país han determinado que, por lo general, el pre­sente -todos los presentes- se mos­trase generoso con los primeros y más bien parco con los segundos, pero el tiempo, que todo suele curarlo, haciendo buena la certera frase de Gounod (la historia es una superposición de mino­rías) acaba dejando las cosas en su sitio.

Las notas que siguen, únicamente re­feridas a datos de lectura de las primeras décadas del presente siglo, pues el jui­cio literario de la posteridad resulta de­masiado claro (Belda, en la actualidad, apenas es un nombre citado de pasada en los manuales), las notas que siguen, decía corroboran con rotundidad, creo yo, la lamentable exactitud de tal plan­teamiento.

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Por Gonzalo Santonja

BILLETE SOBRE BILLETE

A la altura de 1920, J oaquID Belda era un novelista satisfecho y mano. Es­critor «sicalíptico» justamente motejado de pornográfico, su nombre, impreso en la portada de cualquier libro, constinúa una sólida garantía de temprana consu­mición de la tirada. Prácticamente todas sus obras estaban agotadas y las reedi­ciones de algunas resultaban ya nume­rosas. A Belda, pues, no le faltaban mo­tivos económicos para sentirse feliz.

«Qué libro -le preguntó el curioso Parmeno-- empezó a producirle di­nero.

La farándula -le contest6--. Me compró Martínez Sierra la primera edición en trescientos duros, y Pueyo me pagó por la segunda cuatro mil pesetas» (1).

Cuatro mil pesetas por la segunda edición de La farándula, relato -en ver­dad- pésimo. Merece la pena retener este dato.

(1) Parmeno, seudo de J. L6pez Pinillos, En la pendiente: los que suben y los que bajan. Madrid, Pueyo, 1920. -La pornograffa de Belda., págs. 190-1.

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«Después --continuaba-, con La piara... y con El pícaro oficio, me defendí, y llegó La Coquito ... y me revolqué en billetes de banco, porque ha metido ya en mi casa más de seis mil duros.»

Seis mil duros, pero seis mil duros de los de la segunda década. del siglo: un tiempo sideralmente alejado del nues­tro si establecemos la comparación a partir de las vueltas que ha dado el va­lor real de la moneda: escasísimos cén­timos los periódicos, menguada congre­gación de perras gordas los libros ... i Seis mil duros de aquéllos!

«Anualmente -le apuró el entre­vistador-, ¿qué ganará usted?»

La respuesta de Joaquín Belda debió llevar bastantes oes admirativos a las bocas de sus asombrados colegas: «Unas veinte mil pesetas». Y el mismo, cons­ciente de lo que dicha cantidad suponía, agregó la correspondiente glosa: «Más que todos los novelistas jóvenes, exc:ep· tuando a Ricardo León, que es el eSCrItor de la gente seria». E interín, sintiéndose seguro, se lanzó a interpretar tales datos: «de modo que aquí, el poco dinero que se dedica a la literatura es para los serios (Ricardo León, apreciación, me permitiré matizar, que nada dice en favor de su supuesta capacidad crítica) y para los sicaHpticos», añadiendo luego, en alarde de sinceridad muy de agradecer, una ro­tunda exposIción de aspiraciones. Esta:

«Por eso yo, que no busco la inmor­talidad, no me saldré del terreno de 1 a sicalipsis, aunque me emplumen ... »

Dicho y hecho, porque, en efecto, Belda jamás abandonaría el subgénero de «la novela galante», aunque años después, a raíz de la implantación del régimen republicano, el filón de!ase de producirle con similar abundancIa. En­tonces al verse inmerso en tan inespe­rada ~oYllntura, nuestro pertinaz na'rra-

dor prdbó a reconvertir el estilo, revol­viendo para ello con la pornografía dis­paratadísimas escenas de fondo político, camino, por cierto, asimismo transitado, todavía con peores resultados literarios, por otro de sus compañeros de promo­ción: el altisonante «Caballero Audaz» . Pero esa es, sin duda, otra historia. Ahora, simplemente, se trataba de cons­tatar la crecida cuantía de sus ingresos, hecho lo cual corresponde turno a Una­muno.

LAS CUENTAS CLARAS

«En cuanto al público, el que en Es­paña lee mis libros es muy escaso. Dudo que llegue a mil personas ... ». La estima­ción aparece al cabo de un largo razo­namiento repleto de concluyentes porme­nores. Parmeno (de nuevo el inquieto y curioso Parmeno) andaba a la sazón pntretenido en cuantificar los dineros del libro y el curso de las investigaciones le habían conducido hasta Unamuno, Quien aprovechó la pregunta para escri­bir uno de aquellos excelentes artículos periodísticos Que la necesidad de sacar adelante una familia tan Iarp.a como la suya y el escaso rendimiento económico que obtenía de sus libros le obligaban a «producir» de manera cotidiana. «Es un modo de cdbrarme esta carta, pues tengo mucha familia que mantener», explicaba a Parmeno, para justificar su publicación (2), en una jugosa posdata. «A Jo que estamos», concluía.

Desde 1897, esto es, desde Paz en la guerra, hasta diciembre de 1909, fecha de la contestación, Unamuno había pu­blicado diez libros, más para nuestros efectos se impone renunciar a cuatro:

(2) .EI dinero del libro», Heraldo de Ma­drid, 17 de diciembre de 1909. OC, T. VIII , págs. 273-5.

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De la enseñanzo superior en España, En torno al casticismo, T~s ensayos y Pai­sajes: los dos primeros, precisa, «los regalé», y los otros dos «casi», aunque uno de ellos, se autoconsolaba, «a una joven viuda muy guapa». Restan, por consiguiente, seis libros. He aqui desme­nuzadas, las cuentas:

Agotada la edición de Paz en la guerra y vendido, en dos mil pesetas, el original de Amor y pedagogía (<<el libro para mi más productivo»), de los otros cuatro, impresos a sus expensas, el pírrico ba­lance oscilaba entre los mil trescientos ejemplares colocados de Vida de Don Quijote y Sancho, «mi obra maestra» con 1.745 pesetas de superávit, y 1m cuatrocientos once de RecttJ?rdos de mi niñez y mocedad, «muy maestro tam­bién», con doscientas setenta pesetitas sacrificadas. Poesías, «otra obra maes­tra», ofrecía un debe de doscientas once pesetas, habiendo encontrado salido qui­nientos veinticinco ejemplares; los be­neficios del título que nos falta, De mi

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país, «no tan maestro», ascend.{an a ciento veinte monedas, con cuatrocientos cincuenta y seis volúmenes. Sumadas, por consiguiente, todas las cantidades, sus diez obras, doce afios de trabajo, apenas equivalían, en términos económi­cos, a Lo, farándula: 3.865 pesetas, «a 400 pesetas por afio (a menos) y 333,33 por libro ... », encima de lo cual, ironi­zaba, «a cada paso me sale algún gorris­ta, pedigüe.fio, sea individuo, sea Socie­dad», hábito, por lo que se me alcanza, elevado al rango de norma punto menos que de obligado cumplimiento en nues­tros recalcürantes ambientes. El libro, todavía hoy, continúa siendo para mu­chas -<iemasiadas- personas un curioso objeto que ineludiblemente les ~ebe ser regalado, reservando para el escritor el derecho a ser compensado con su acep­tación. Pero eso, también, es otra histo­ria . Ahora, simplemente, se trataba de «los dineros del libro: Unamuno y Bel­da», datos que se comentan solos. De ahí el punto final que aqul tienen.

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ENTREVISTA CON ANTONIO HUERGA DIRECTOR DE EDICIONES LIDERTARIAS

En esta nueva etapa iniciada por REPUBLlCA DE LAS LETRAS se remo­dela también, a partir de este número de otoño, la habitual sección de libros incorporando desde un nuevo diseño a un enfoque monográfico de sus contenidos. Así pues, REPUBLlCA, desde ahora, y en sucesivos números, irá dedicando gran parte de este es­pacio de libros a un tema en concreto y en profundidad, ya sea un autor, un editor, un librero o distribuidor que sea autént ica noticia bibliográfica .

Seguirán reseñándose, por supueS-

Roberto Rioja

to Y clasificadas por géneros, las obras recibidas en esta Redacción ya sea por vía directa de sus autores o a través de editorial.es.

Por todo lo expuesto, REPUBUCA ha estimado como tema de interés para este número la reciente apari­ción de once títulos encuadrados en la colección «Nueva Narrativa Espa­ñola» de Ediciones Libertarias, a los que hay que sumar la publicación de otra docena de volúmenes en uPluma Rota" -colección dedicada al ensa­yo- de la misma editora madrileña, que realiza un esfuerzo por ofrecer nuevos talantes al panorama literario. Resulta lógico, por tanto, que nos pusiéramos en contacto con el direc­tor de esta aventura editorial -An­tonio Huerga es su nombne-, promo­tor sin desmayo del proyecto.

HUERGA, de ascendencia leonesa, pero nacido en Cartagena y afincado en Madrid desde sus diez años, tiene claro por dónde va y lo que quiere conseguir. Se le ve ambicioso pero sereno, contenido, pero dispuesto a saltar, sabiendo ya hasta la médula lo difícil que es la singladura editorial (hace unos años, desde las revueltas estudiantiles de la Universidad, sólo intuía y vagaba en sueños cuasi irrea­les ... ), pero a ella ofrece lo mejor de sus ilusi,ones, tesón y juventud. Al calor de nuestras respectivas voca­ciones ha nacido un diálogo sincero y directo que a continuación transcri­bimos:

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-Antonio, ¿qué hay detrás de Edi­ci'ones Libertarias: sólo un grupo de entusiastas del libro o 'algo más?

-Nada más que ese grupo de en­tusiastas, que, dicho sea de paso, es muy corto en número aunque grande en proyectos e ilusiones.

-¿Jamás has pedido una ayuda o subvención a nadie?

-Hasta ahora no. Queremos hacer honor al nombre de la editorial y ca­minar solos e indepedientes. De to­das formas, tampoco tengo inconve­niente en trabajar de lo que sea con objeto de sacar fondos para la edito­rial en los momentos difíciles.

-¿E:n qué fecha se pone definiti­vamente en marcha Ediciones liber­tarias?

-En abril de 1979, aquí, en Madrid. Antes yo había iniciado mis pequeñas experiencias como editor, pero la fe­cha exacta de arranque es esa que 11e digo.

-Estas colecciones vuestras de «Nueva Narrativa Española» y "Pluma Rota", ¿cuándo aparecen en público por vez primera?

-El 10 de junio de este año 1985. Ulegamos a presentarlas en la Feria del Libro y tuvimos amplia reso­nanci'a.

-¿Qué número de ejemplares sue­les publicar por cada título?

-He llegado a la oonc'lusión, des­pués de partir de la intuición, de que el número ideal para nosotros es el de mil quinientos ejemplares. Hay casos en que hemos sobnepasado esta cifra y tengo obras que ya llevan varias ediciones, pero, de entrada, k>3 mil quinient.os es una cifra ideal.

-¿En qué zonas de España intrQ­duces mejor tus libros por una mayor cobertura de distribución? ' ,

-En Anda'lucía, Madrid, por su­puesto; Rioja, Naya.rra, País Vasco, Asturias y País Valenciano.

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LA "IRREVERENCIA» DE NUEVA NARRATIVA

-Repasando los once títulos de la colección .Nueva Narrativa- (desde «El polvo azul", de Eduardo Haro Ibars, que abre la misma, hasta «Mano blanca o mano negra, según el detergente que use tu suegra., de Julián Vallejo) da impresión de que están rebuscados o preparados para ser impactantes de cualquier mane­ra; en confianza, ¿quién pone la últi­ma palabra de los títulos: los auto­res o el director de la editorial?

-Bueno (sonríe ampliamente An­tonio HuergaJ, un poco entre todos. Tengo amistad personal con todos mis autores y charlamos, matizamos cosas y luego nos inclinamos por una en particular en beneficio del libro en sí y de la colección en general.

-¿ Tienes algo que ver con los di­seños de esas portadas atractivas, lúdicas, cua~i irreverentes para clás i­cos y gente de orden, .. o tampoco?

-(Antonio convierte la sonrisa en carcajada y pretende escurrir ,el bul­to) ... Pues, hombre, algo sí tengo que ver, pero el que ha diseñado las por­tadas de -Nueva Narrativa .. es Julián Vallejo . Seguirá diseñando esta colec­ción, aunque se incorpora Alberto Corazón que será, digamos, el dise­ñador general de Ediciones Libertarias a partir de ahora.

-¿Hay algún cambio previsible en estas dos colecciones después de haber alcanzado la docena de títulos cada una de ellas?

-En «Nueva Narrativa" no hay pre­visto ninguno; seguiremos como has­ta ahora y trataremos de ir sacando dos títulos por mes a partir de no­viembre. En cuanto a .. Pluma Rota" seguirá como colección de ,ensayos, pero ,desaparece este nombre y sus obras irán solamente con el logotipo dre Ediciones Libertarias.

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ENSAYO Y PERIODISMO

-Antonio, ¿cómo orquestas la pro­moción de tu editorial y tus autores?

-Utilizando mucho mis propios contactos personales con medios de comunicación, con periodistas y críti­cos, y dejando en li.bertad , por su­puesto, a mis autores para que utili­cen , a su vez, los suyos . Sólo en oca­siones trabajamos en eqUipo y asis­t imos conjuntamente a un programa de radio, por ejemplo.

-Me acabas de decir , Antonio, que la colección "Pluma Rota" (donde hay títulos tan interesantes como a Len­guaje, Magia y Metafísica», de Javier Sádaba, o -Sentimientos de la Vida Cotidiana., de Vicente Verdú) se in­tegra ya en el logotipo general de li­bertarias, ¿es que ha cumplido defi­nitivamente la misión para la que fue creada?

- Creemos que sí. Ha cubierto una etapa de seis años importantes en la vida de nuestro país y ahora creemos que ha llegado el momento de reci­clarla incluyéndola ren el contexto amplio y diverso de la editorial. Yo creo que ya no hace falta la etiqueta del ensayo ni compartimientos estan­cos para este tipo -de libros y esa es la razón.

- En otra colección .de la editorial, «Nuevo Periodismo., habéis publicado .. La Justicia en España .. , por José Ruiz; ¿hay algún otro título previsto en breve?

---..sr, Pedro Altanes nos va a escri­bir una historia sobre "Cuadernos para el Diálogo .. , aunque no sé aún la fecha en que podremos publicarla. También vamos a publicar un texto de

Felipe Mellizo, pero este libro irá fuera de esta colección porqu.e será un ensayo.

NUEVOS TITULOS

-¿Adelantamos algunos nombres de autores de próximas obras en .. Nueva Narrativa,,?

-Sí, podemos dar algunos, y no sólo de Narrativa, sino de Poesía, ya que quiero simultanear una y otra co~ección. En resumen, tendremos obras de Panero y Brossa en poesía; ten.dremos también obras de Miguel Veyrat, tanto en narrativa como en poesía; de Haro Ibars, de César Ni­colás y de Emilio Sola, entre otros estupendos autores. Aunque 'en su momento podremos ampliar con ma­yor exactitud esta relación, no quiero que se olvide el libro que publicare­mos de Julio Caro Baroja coincidien­do con la lectura de su discurso de ingreso en la Academia.

-Antonio, una última pregunta mi­rando al futuro, ¿tendremos 6diciones libertarias para siempre y seguiréis siendo espejo y termómetro de lo que esta España nuestra vaya reflejando en su devenir social e histórico?

-Como en el Tenorio hay que de­cirte: aPara largo me lo fiáis, Don Juan! ", p.ero sí, haremos lo posible por seguir como vamos y mejorar aún más esta línea editorial. Entusiasmo no nos falta; el único problema, qui­zá, es el que tú apuntabas al principio de caminar solos, sin subvenciones ni nada, pero if:e ,digo que si es necesario recolectar uvas -como ya he hecho­volveré a la ven.dimia o donde haga falta y Ediciones libertarias seguirá su marcha.

Lo ha dicho con fe, con fuerza en la mirada y len sus manos, que se es­trechan al despedirnos. Este sol de septiembre debe ser su cómplice .•

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LIBROS RECmIDOS PROSA

- «Acta de defunc:ón»¡ (Una refle­xión sobre la violencia de los espa­ñoles), de Cristóbal Zaragoza. Edito­rial Planeta.-«Luz en las tinieblas», de César Rubín. Editorial Prensa Es­pañola.--{<EI románico de Cantabria en sus cinco coleg:atas", de María Ealo de Sá. (Tesis de grado de doctor en arte). Edita: E~cma. Diputación de Santander.-«Premios Villa de Guar. do». (Antología de cuentos), de varios autores. Edita: Excma. Diputación de Palencia.-«Diccionar:o minero-astur» de César Rubín. Edita: Instituto de Estudios Asturianos .-«Mujer en la brecha», de Elia Cristi (en la última parte del libro incluye también varios poemas). Editorial Tales . Palma de Mallorca.--{<EI ardiente verano», de Gregorio Gallego. Premio Asturias de Novela, 1983. Fundación Dolores Me­dio. Oviedo.--«María Rosa». (Biogra­fía de una soprano), de Vicente Bau­tista Belda. Gráficas Zerón. Orihuela (Alicante).-uLa información laboral en la prensa española», de Francisco Esteve Ramírez. Edita : Servicio de Publicaciones del Ministerio de traba­jo. (La obra necoge gran parte de la tesis doctoral presentada por el autor en la Facultad de Ciencias de la Infor­mación).

POESIA

- «Sembrando cipreses», .de Elia Cristi. Editorial Tales . Palma de Ma­lIorca.-«Son esas piedras vivientes», de Manuel Ruano. Edita: Asociación de Escritores de Venezuela.--«Poesía» (1951-1981), de Fernando Sánchez Ma­yans. AnQtaciones y prólogo por Hugo Gutiérrez Vega . Editorial Plaza y Ja­nés.--{<Peregrino a la nada», de Ma­ri0 Angel Marrodán. Editorial Amaran­t03. Barcelona.-«Poesía hasta aquí" (incluye un ensayo sobre la poesía

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intacta) . Tomos I y 11. Autor: Joaquín de Entrambasaguas. Raycar, S. A . Ma­drid.-«Un rostro va en su música", de Valentín Arteaga. Colección Ado­nals. Ediciones Rialp. Madrid.-uOllm· po cotidiano», de Mario Angel Marro­dán Cuadernos Poéticos de Comuni­caci'ón Literaria de Autores . Bilbao.­«C~a de silenc'o", de Carlos Aur~~e­che. Ediciones Vascas. San Sebastlan . uAdeus!. . . ", de María Ealo Balboa. Río de Janeiro, Brasil.-otLos prados celestiales», de Mario Angel Marro­dán . Cuadernos Poéticos de Comuni­cación Literaria de Autores . Bilbao.­«Misticismo libertario», de Jesús Li­zano. Edición del autor. Barcelona, 1985.--«Frontera de~ azar" , de Mila­gros Sánchez. Ediciones Torremozas . Madrid.- «Pieza del templo» , de Car­los Aurtenetxe. Edita: Caja de Aho­rros de GuipÚzcoa.-.. Sombra, medi­da de la luz », de Juan Mollá. Editorial Ayuso, Endymion, 1985.

REVISTAS - «Intercambio académico " . Volu­

men 2 Número 6-7. Publicación tri­mestrai de la Universidad Nacional Autónoma de México. Directora: Car­men Tagüeña Parga.-.. Hora de Poe. sía". Números 38 y 39. Publicación bi­mest ral. Editor: Javier Gentini. Barce­lona .--«Bustarvlejo». Revista mensual que en su año noveno, alcanza el nú­mero 100 correspondiente a julio de 1985. Contiene un sumario especial que incluye artículos y colaboracio­nes de Jesús Torbado, Manuel Vi­cent, Rodrigo Rubio, Ramón Tama­mes, Vioente Ventura, Raúl Guerra Andrés Sonel y Juan Mollá, entre otras firmas.--«Alor novísimo». Nú­mero 3. Revista trimestral editada por el Departamento de Publicaciones de la Diputación Provincial de Badajoz y dirigida por Bernardo Víctor Ca­rande.

Coordinó: Roberto Rlioja

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GALERIA DE ESCRITORES

MIEMBROS DE LA A. C. E.

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FEDERICO TORRES Y AGÜE naclo en Madrid en 1907. Periodista, vice­presidente de la Sociedad Cervantina, se ha especializado en la obra de Cervantes, del que ha escrito la bio­grafía y dedicado estudios a los per­sonajes de sus obras.

BIBLlOGRAFIA.-Además de sus trabajos dedicados a la obra Cervan­tina ha escrito varias biografías, del Arcipreste de Hita, de Fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús. Ha pu­blicado una Historia del AtTte y mo­nografías sobre El Escorial y Toledo. Entre sus Libros dedicados a los ni­ños, destacan - La Posada de la Rana RajaD y -Los Mejores Cuemos de la Vieja España». La Asociación Nacio­nal de Magisterio le concedió un Premio.

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MANUEL GARCIA VIÑO naclo en Sevilla en 1928. Fue allí en su tierra donde fundó «Guadalquivir», una pu­blicación poética. Miembro fundador de la Asociación Española de Críti­cos de Arte, ha colaborado en diver­sas revistas especializadas, como «Gaya", .. Revista de Ideas Estéticas» «Punta Europa» y otras. Ha sido re: dacil:or jefe de «La Estafeta Literaria". Tiene ¡en su haber el Premio Doncel.

BIBLlOGRAFIA.-Su obra es muy extensa, abarca el ensayo, novela y poesía y empezó a publicar en la dé"~ cada de los cincuenta. Algunos de sus títulos son: .. La última palabraD, «Nos matarán jugando», «El infierno de los aburridos», «La pérdida del Centro», «La granja del solitario» y «El escorpión». Son importantes los estudios que ha realizado sobre la novela española, el cine y la pintura. Basta recordar algunos de ellos, como «Cine artístico y funcional», «Pintura Española neofigurativa», .. Si­tuación del artistta en la sociedad contemporánea», «El realismo y la novela actual» y «Arte de hoy, arte del futuro». Su obra poética se inicia con «Jardín de estrellas, publicado en Sevilla en 1952, al que suaederán «Sonetos a una muchacha», "El nau­fragio del beso», «Encontrado parai­so», «Un mundo sumergido» y otros. Su última novela publicada fue «La Polución», a la que precedió un libro de relatos humorísticos titulado «Sombras de Burocracia» que desve­lan una faceta diferell'lJe del autor.

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MARIA DE LOS REYES LAFFITE Y PEREZ DEL PULGAR. Condesa de Campo Alange. Miembro de la Aca­demia BreVJe' de' Crítica de Arte fun­dada por Eugenio d' Ors, oorrespon-

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diente de la Real Sevillana de Bellas Letras y de la Academia Ga.llega, así como de la Hispanic Society of Ame­rica. Ha sido vicepresidente del Ate­neo de Madrid. En poses ión de con­decoraciones.

BIBLlOGRAFIA.-.. M.o Blanchard» ,. biografía crítica , 1944; "La secreta guerra de los sexos», ensayo, Revista de Occidente, 1948; "De Altamira a Hollywood», "Metamorfosis del Arte", mismo editor, 1956; «Mi niñez y su mundo», memorias de infancia, mis­mo edi,tor, 1956; «La flecha y la es­ponja», relatos, Ed. Arión , Madrid, 1959; aLa mujer como mito y como ser humano, ensayo, Taurus Eds. , 1961; a La mujer en España", cien años de su historié!, 1860-1960, Agui­lar, S. A., Madrid, 1963; " Habla la mujer», trabajo realizado en equipo, Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1967; "Concepción Arenal» , 1820-1893, biografla document~da, Revista de Oceidente, Madrid, 1973.

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MARIANO SANCHEZ PALACIOS na­ció en Madrid en 1906. Es crítico de arte y milembro del Instituto de Es­tudios Madrileños, de las Academias de Bellas Artes de Vallencia, Málaga, Toledo, Sevilla, e Hispanoaméricana de Cádiz.

BIBlIOGRAFIA.-Su obra es tan ex­tensa que no es posible enumerar todos los títulos que ha publicado sobre pintura, músicos y poetas. con una actividad incesante desde los años treinta. En 1928 publicó la no­vela .. El Uegajo n.O 118» y en 1929 "Como los Viejos Robles». A pa.rtir d.e entonces se sucederán los traba­jos dedicados ca las ar1les, que van desde .. Los Dibujantes de España» a «Gaya a través de sus autorrettratos», pintor al que ha dedicado numerosos

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estudios, como a .. El Greco., .Zurba­rán», «Solana», .. Velázquez. y .Váz­quez Díaz». Es autor también de obras de teatro, ballet y opereta.

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ENRIQUE SANCHEZ y PASCUAL nació en Madrid en 1918. A los doce años empieza a colaborar en la revista estudiantil .. Hogar, Calle y Aula •. In­gresa en las Facultades de Medicina y Ciencias Naturales. A pesar de su temprana vocación por las letras, no pUblica sus libros hasta la década de los sesenta.

BIBLlOGRAFIA.-En 1960 publica .. Poesías para Médicos ... Su expe­riencia en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, le proporciona datos para sus libros de testimonio: .Yo fui médico del diablo-, .Las hienas de Ravensbrück. y una veirltena de obras publicadas en España, Francia y México. Con el seudónimo de Karl van Veneiter, ha editado varios libros, entre ellos: «Historia de China y su Revolución Cultural., y la .. Historia de la Segunda Guerra Mundial.. En 1984 ganó el Pnemio de Narrativa Corta de la Felguerra con .. El hom­bre y el toro" .

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MARIA LUISA MARTINEZ ABAD nació len Cartagena (Murcia) en 1910. es enfermera y ha seguido cursos de Arte y Literatura. Fue varias veces premiada por lel Liceo Literario y co­labora en diarios y revistas.

BIBLlOGRAFIA.-Ha escrito la bio­grafía ,de Gandi, aunque se ha dedi­cado más a la novela. Algunos de sus títulos son: «Hubo una. Primavera que no llegó», "Brisa y Viento-, "Charlas Miil:ológicas», "Lo que el tiempo dejó atrás. y .. Sector Centro-o

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y había decidido hablar hoy algo sobre el juicio de Cortá­zar respecto del escritor profesional. Yo no soy escritor profe­sional. Juan no es escritor profesional, ese Garda Márquez no es escritor profesional. ¡No es profesión escribir novelas y poesías! O yo, con mi experiencia nacional, que en ciertos resquicios sigue siendo provincial, entiendo provincialmente el sentido de esta pa­labra oficio como una técnica que se ha aprendido y se ejerce específicamente, orondamente para ganar plata. Soy en ese sen­tido un .escritor provincial; sí, mi admirado Cortázar; y, errado o no, así entendí que era don J0.20 y que es don Juan Rulfo. Porque de no, Juan, que conoce al infinito el oficio, no delJ.ería ter pobre. Yo tuve que estudiar etnología como profesión; el Embajador fue médico; Juan se quedó en empleado. Escribimos por amor, por goce y por necesidad, no por oficio. Bso de' pla­near una novela pensando en que con su' venta se ha de ganar honorarios, me parece cosa de gente muy metida en las espeda­lizaciones. Yo vivo para escribir, y creo que hay que vivir desin­condicionalmente para ltzterpre'far el caos y e'l orden.,

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¡Ah! La última vez que vi a Carlos Fuentes, lo encontré escribiendo como a un abañil que trabaja a destajo. Tenía que entregar la novela a plazo fijo. AJmorzando, rápido, en su casa. El tenía que volver a ltJ máquina. Dicen que eso mismo le su­cedía a Balzac y a Dostoievski. Sí, pero como una desgracia, no como una condición de la que se enorgullecieran. ¿Que acaso no hubieran escrito lo que escribieron, en otras 'circuns­tancias? Quién sabe. ¿Qué otra cosa iban a hacer con lo que tenían en el pecho? Perdonen, amigos Cortázar, Fuentes, tú mismo, Mario, que estás en Londres. Creo que estoy desvarian­do, pretendiendo lo mismo que ustedes, eso mismo contra lo que me siento como irritado. Puede que ustedes no tengan me­jor o más ni menos razón que yo. Hay escritores que empiezan a trabajar cuando la vida los apea, con apero no tan libremente elegido sino condicionado, y están ustedes, que son, podría de­cirse más de oficio. Quizá mayor mérito tengan ustedes, pero ¿no es natural que nos irritemos cuando alguien proclama que la profesionalización del novelista es un signo de progreso, de mayor perfección?

JOSE MARIA ARGUEDAS

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fi.QID'. ) ------------~ ------------

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