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Reflexiones para la vida

"Un águila no anda a trote: - y esa es la vida –

¡hacer trotar un águila!"

José Martí

"La Nación" B.A.-N. Y 1884

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Unas palabras…

Querido lector:

Reflexiones para la vida es una sencilla publicación dirigida al desarrollo humano dentro de las organizaciones.

Ella es el resultado de numerosas jornadas de trabajo empleadas en seleccionar, compilar y analizar historias, que navegan de corazón a corazón y llenan un espacio con sus enseñanzas.

De una bella manera, con un toque fantasía y realidad, en las historias se honra de valor de la colaboración y el trabajo en equipo, la capacidad de asumir riesgos, el pensamiento positivo ante las dificultades de la vida, el respeto a las diferencias individuales, la confianza en sí mismo, la amistad y el amor.

Con la firme creencia de que existe una mejor manera de vivir, les entregamos estas semillas para que fructifiquen en su vida y en el futuro podamos compartir un mundo mejor: en el trabajo, con la familia, con los amigos y con la sociedad.

Quizás de las semillas arrojadas no prendan todas, pero aún así habremos colmado nuestras expectativas de conseguirlo.

Muchas gracias.

“La montaña acaba en pico;

en cresta la ola empinada que la tempestad arremolina y echa al cielo;

en copa el árbol

y en cima ha de acabar la vida humana.”

José Martí

Prólogo a “El Poema del Niágara” de Pérez Bonalde

N.Y 1882

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ASAMBLEA DE HERRAMIENTAS

Cuentan que las herramientas, un buen día, se reunieron en asamblea plenaria con la finalidad de arreglar sus diferencias.

El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La Causa? Hacía demasiado ruido y además se pasaba el tiempo golpeando. El martillo aceptó su culpa, pero pidió que el cepillo fuera expulsado también debido a que siempre hacía su trabajo en la superficie, y no tenía profundidad alguna.

El cepillo aceptó a su vez, pero pidió la expulsión del tornillo. Adujo que había que darle muchas vueltas para que sirviera para algo.

Ante el ataque el tornillo aceptó también. Pero a su vez pidió la expulsión del papel de lija. Hizo ver que era muy áspero en su trato y siempre tenía fricciones con los demás. Y el papel de lija aceptó, con la condición de que fuera expulsado el metro, que siempre se pasaba midiendo a los demás, con su medida como si este fuera perfecto.

En eso entró el carpintero, se puso el delantal y comenzó su trabajo. Utilizó el martillo, el cepillo, el papel de lija, el metro y el tornillo.

Finalmente de la madera trabajada, salió un lindo mueble.

Cuando las herramientas quedaron solas, se reanudó la deliberación. Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho y dijo:

Señores, ha quedado demostrado que tenemos muchos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos e importantes. Así que no pensemos en nuestras debilidades sino concentrémonos en nuestras fortalezas y aspectos positivos.

La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, contundente y el cepillo suave y eficaz. Se dieron cuenta de que el tornillo tenía la habilidad de unir y dar fuerza, y el papel de lija era especial para afinar y limar asperezas.

También observaron que el metro era preciso y exacto. Se sintieron entonces un equipo orgulloso capaz de servir y producir diversos artículos y muebles de calidad.

¿Ocurre lo mismo con nosotros los seres humanos? Observe a su alrededor y lo comprobará.

Cuando en un hogar, empresa, institución u organización sus miembros gastan su tiempo y esfuerzo en buscar los defectos de los demás, la situación se vuelve tensa, negativa y rumbo al caos y la posible desaparición.

En cambio cuando los propósitos son enfocados positivamente buscando propiciar los mejores valores individuales y de grupo, estamos ante las puertas de los mejores y más satisfactorios logros humanos.

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BAILA COMO SI NADIE TE ESTUVIERA VIENDO

Nos convencemos a nosotros mismos de que la vida será mejor después de casarnos, después de tener un hijo y después tener otro. Entonces nos sentimos frustrados de que los hijos no son lo suficientemente grandes y que seremos más felices cuando lo sean.

Después de eso nos frustramos porque son adolescentes (difíciles de tratar). “Ciertamente seremos más felices cuando salgan de esta etapa”.

Nos decimos que nuestra vida estará completa cuando nuestro(a) esposo(a) le vaya mejor, cuando tengamos un mejor carro o una mejor casa, cuando nos podamos ir de vacaciones, cuando estemos retirados.

La verdad es que no hay mejor momento para ser felices que ahora, si no es ahora, ¿cuándo?

Tu vida siempre estará llena de retos. Es mejor admitirlo y decidir ser felices de todas formas.

Alfred D. Souza dijo: «¡Por largo tiempo parecía para mí que la vida estaba a punto de comenzar, la vida de verdad!, pero siempre había algún obstáculo en el camino, algo que resolver primero, algún asunto sin terminar, tiempo por pasar, una deuda por pagar… Entonces la vida comenzaría. Hasta que me di cuenta que estos obstáculos eran mi vida…»

No hay camino a la felicidad, la felicidad ES el camino. Así que atesora cada momento que tienes y atesóralo más cuando lo compartas con alguien especial, suficientemente especial para compartir tu tiempo, y recuerda que el tiempo no espera por nadie.

Así que deja de esperar hasta que termines la escuela, hasta que aumente tu sueldo, hasta que bajes 10 kilos, hasta que te cases, hasta que tengas hijos, hasta que tus hijos se vayan de casa, hasta el viernes, hasta el domingo por la mañana, hasta la primavera, el verano, el otoño o el invierno, o hasta que te mueras. Para decidir que no hay mejor momento que este para ser Feliz...

LA FELICIDAD ES UN TRAYECTO, NO UN DESTINO

Así que:

TRABAJA COMO SI NO NECESITARAS DINERO, AMA COMO SI NUNCA TE HUBIERAN HERIDO y BAILA COMO SI NADIE TE ESTUVIERA VIENDO.

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EMPUJE LA VAQUITA

Un maestro de la sabiduría paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita al lugar.

Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de las visitas; también de conocer personas y las oportunidades de aprendizaje que tenemos de estas experiencias.

Llegando al lugar, constataron la pobreza del sitio, los habitantes -una pareja y tres hijos-, tenían una humilde casa de madera y estaban vestidos con ropas sucias, rasgadas y sin calzado. Entonces se aproximó el Maestro al padre de familia y le preguntó:

– En este lugar no existen posibilidades de trabajo, ni tampoco puntos de comercio. ¿Cómo hacen usted y su familia para sobrevivir aquí?

El señor, calmadamente, respondió:

– Amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte del producto la vendemos o la cambiamos por otros alimentos en la ciudad vecina, y con la otra producimos queso, cuajada, etc., para nuestro consumo, y así es como vamos sobreviviendo.

El sabio agradeció la información, contempló el lugar por un momento, luego se despidió y se fue.

En el medio del camino, volteó hacia su fiel discípulo y le ordenó:

– Busca la vaquita, llévatela al precipicio de allí enfrente y empújala al barranco.

El joven, espantado, miró al Maestro y le cuestionó sobre el hecho de que la vaquita era el medio de subsistencia de aquella familia. Más como percibió el silencio absoluto del Maestro, fue a cumplir la orden. Así que empujó la vaquita por el precipicio y la vio morir...

Aquella escena quedó grabada en la memoria del joven durante años y nunca pudo sacarse un terrible cargo de conciencia por el crimen cometido a instancias de su Maestro. Tanto impactó esto en su espíritu que abandonó al Maestro y prosiguió solo su camino.

Años después, el joven aprendiz debía pasar cerca de la casa y tomó la decisión de regresar al lugar, contarle todo a la familia, obtener su perdón y, de ser ello posible, repararles el daño causado.

Así lo hizo, y a medida que se aproximaba al lugar veía todo muy bonito, con árboles floridos, una huerta arreglada, una bella casa, niños saludables y adecuadamente vestidos y calzados. El joven se sintió más triste y desesperado aún, imaginando que aquella humilde familia hubiese tenido que vender el terreno para sobrevivir.

Aceleró su paso y al llegar a la casa fue recibido por un hombre muy agradable y tranquilo. El joven preguntó por la familia que vivió allí hacía unos cuantos años, pero el hombre le respondió que ellos vivían allí de toda su vida.

Sorprendido, el joven revisó los rostros y descubrió que, efectivamente, se trataba de la misma familia y sólo atinó a preguntar:

– Yo pasé años atrás y éste era un lugar pobre... ¿Cómo logró esta prosperidad?

Y el hombre, entusiasmado contestó:

– Mire joven... Años atrás nosotros teníamos una vaquita, pero no sabemos cómo, se cayó a un precipicio y murió. Al principio creíamos que sería nuestra ruina. Sin embargo, obligados

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por las circunstancias debimos desarrollar otras habilidades y esfuerzos que ignorábamos que fuésemos capaces de lograr. Y así alcanzamos el éxito que usted observa ahora...

MORALEJA:

Todos tenemos una vaquita que nos proporciona alguna cosa básica para nuestra supervivencia, la cual es una convivencia con la rutina, nos hace dependientes, y el mundo se reduce a lo que la vaquita nos brinda.

¡Descubre cuál es tu vaquita y empújala por el precipicio!

EQUIPO DE LA SELVA

Cuentan que en cierta ocasión el león, el rey de la selva, se encontraba muy preocupado por la cantidad de cazadores que perseguían a las fieras y decidió hacer un ejército con el que pudieran defenderse. Para ello salió a reclutar animales.

El primero que encontró a su paso fue al enorme y pesado elefante.

– Buenos días rey de la selva -saluda cordialmente el mastodonte.

– Buenos días mi querido elefante. ¿Quieres formar parte de mi ejército? -le preguntó el león.

– Por supuesto, majestad, por supuesto. Tú serás nuestra mayor defensa.

Los dos caminaron juntos en busca de nuevos reclutas. No tardaron en encontrarse con un lobo. Este se inclinó en signo de sumisión y saludó respetuosamente.

– Buenos días, majestad.

– Muy buenos días, lobo feroz. Estoy reuniendo un valiente ejército para defendernos de los cazadores. ¿Te unirás a nosotros?

El elefante miró al león y preguntó:

– ¿Para que te servirá un animal tan pequeño, comparado conmigo?

El rey de la selva, sin hacer caso a las alusiones del paquidermo, se dirigió de nuevo al lobo y le dijo:

– Tú podrías ser un soldado muy fiero.

Por supuesto el lobo aceptó y los tres caminaron en busca de nuevos reclutas. Dieron entonces con un mono chillón y el león lo invitó también a formar parte de sus huestes.

– ¿Para que lo quieres? No creo que sirva para nada -preguntó el lobo.

– Siempre sería bueno distraer al enemigo -sentenció el león- Nadie mejor que él para eso.

Caminaron entonces los cuatro. Ya sentía el león que el ejército se formaba. De pronto, ante ellos apareció una asustadiza liebre y un pobre burro que apenas podía caminar.

El elefante y el lobo feroz se miraron, extrañados de que el león se dirigiera a esos dos animales.

– No querrá reclutarlos ¿verdad? -se preguntaron el lobo y el elefante al mismo tiempo.

– ¡Claro que quiero reclutarlos! -rugió el león.

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– ¿Para qué? -preguntó el lobo-. ¿No te das cuenta que la liebre es un animal siempre asustado, que huye con rapidez hasta su madriguera?... Y ese pobre burro, está tan viejo que no tiene ya fuerza ni para cargar con su propio peso. ¡Estos dos si que no ayudarán en nada!

Pero el león los reclutó.

Y el día de la batalla el burro, sentado en un punto de avanzada, rebuznó bien fuerte, y su rebuzno alertó a todos de la proximidad del enemigo. La liebre corrió aprovechando su rapidez, llevando mensajes de uno a otro. El mono chillón distrajo a los cazadores brincando de un árbol a otro, gritando como solo él sabía hacerlo.

En tanto que el elefante apareció como una tromba, con su majestuoso tamaño, resoplando y emitiendo sonidos agudos, y tras él apareció por un lado, el lobo con el lomo erizado y los colmillos amenazantes, y por el otro el mismísimo león, rugiendo mientras sacudía la melena.

Ante todo ello, los aterrorizados cazadores no tuvieron otra opción que huir, abandonando sus armas y jurándose no regresar jamás por aquella selva.

Por supuesto no es más que un cuento infantil, sacado del libro de fábulas. Pero la lección es clara. El león fue un verdadero líder porque supo trabajar con las fortalezas de los miembros de su equipo, a pesar de que algunos de ellos se concentraban en las debilidades de los demás. El elefante veía muy pequeño al lobo, comparado con él. Y ambos, elefante y lobo, no le veían utilidad alguna al mono chillón y menos aún a la huidiza liebre y al burro viejo.

Si pudiéramos concentrarnos más en las cualidades y menos en los defectos de aquellos que nos rodean, llevaríamos una vida más agradable. Pero lo contrario es lo más usual, por desgracia hay demasiada gente concentrada tan solo en los aspectos más desagradables de los otros. El resultado es que llenan sus cabezas con la crítica y la condena y acaban amargándose a sí mismos, y por supuesto amargando a aquellos que critican. Los padres respecto de sus hijos, los gerentes y supervisores respecto de sus subordinados, los maestros respecto de sus alumnos, los compañeros de trabajo unos respecto de otros, todos deberíamos aprovechar la experiencia del león formando su ejército.

Y si por casualidad no encontráramos cualidades en los demás, debemos preocuparnos, pero no por ellos que seguramente las tienen, sino por nosotros que posiblemente nos habremos vuelto tan negativos que ya no somos capaces de percibir lo bueno de ellos.

LO NEGATIVO: No ver más que defectos y puntos débil es en aquellos con quien nos toca vivir o trabajar.

LO POSITIVO: Darnos cuenta que aprovechando las cua lidades y los puntos fuertes de los demás y enfocándolos a logros extraordinarios, es como contaremos con gente extraordinaria.

EQUIVOCACIONES

El error más grande lo cometes cuando, por temor a equivocarte, te equivocas dejando de arriesgar en el viaje hacia tus objetivos.

No se equivoca el río cuando, al encontrar una montaña en su camino, retrocede para seguir avanzando hacia el mar... Se equivoca el agua que por temor a equivocarse, se estanca y se pudre en la laguna.

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No se equivoca la semilla cuando muere en el surco para hacerse planta... Se equivoca la que por no morir bajo la tierra, renuncia a la vida.

No se equivoca el hombre que ensaya por distintos caminos para alcanzar sus metas... Se equivoca aquel que por temor a equivocarse no acciona.

No se equivoca el pájaro que ensayando el primer vuelo cae al suelo... Se equivoca aquel que por temor a caerse renuncia a volar permaneciendo en el nido.

Pienso que se equivocan aquellos que no aceptan que ser hombre es buscarse a sí mismo cada día... sin encontrarse nunca plenamente.

Creo que al final del camino no te premiarán por lo que encuentres sino por aquello que hayas buscado honestamente.

FRACASAS CUANDO ELIGES NO SEGUIR PROBANDO ALTERNATI VAS.

LOS GANSOS

Cuando veas a los gansos emigrar, dirigiéndose hacia un lugar más cálido para pasar el invierno fíjate que vuelan en forma de V.

Tal vez te interese saber por qué lo hacen en esa forma:

Al batir sus alas, cada pájaro produce un movimiento en el aire que ayuda al pájaro que va detrás de él.

Volando en V la bandada de gansos incrementa su poder de vuelo en un 71% en comparación con un pájaro que vuela solo.

Las personas que comparten una dirección común y tienen sentido de comunidad, pueden llegar a cumplir sus objetivos más fácil y rápidamente, porque ayudándonos entre nosotros los logros son mayores.

Cada vez que un ganso sale de la formación siente inmediatamente la resistencia del aire, se da cuenta de la dificultad de hacerlo solo y rápidamente vuelve a la formación para beneficiarse del compañero que va adelante.

Si nos unimos y nos mantenemos junto a aquellos que van en nuestra misma dirección, el esfuerzo será menor, será más sencillo y más placentero alcanzar las metas.

Cuando el líder de los gansos se cansa, se pasa a uno de los lugares de atrás, y otro ganso toma su lugar.

Los hombres obtenemos mejores resultados si nos apoyamos en los momentos duros, si nos respetamos compartiendo los problemas y los trabajos más difíciles.

Los gansos que van atrás graznan para alentar a los que van adelante a mantener la velocidad.

Una palabra de aliento a tiempo, ayuda, da fuerza, motiva, produce el mejor de los beneficios.

Finalmente cuando un ganso se enferma o cae herido por un disparo, otros dos gansos salen de la formación y lo siguen para apoyarlo y protegerlo.

Si nos mantenemos uno al lado del otro apoyándonos y acompañándonos, si hacemos realidad el espíritu de equipo, si pese a las diferencias podemos conformar un grupo humano

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para afrontar todo tipo de situaciones, si entendemos el verdadero valor de la AMISTAD , si somos conscientes del sentimiento de COMPARTIR, la vida será más simple y el vuelo de los años más placentero.

EL ÁRBOL CONFUNDIDO

Había una vez, algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos. Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol profundamente triste. Tenía un problema: "No sabía quién era."

– Lo que te falta es concentración, le decía el manzano, si realmente lo intentas, podrás tener sabrosas manzanas. ¿Ves qué fácil es?

– No lo escuches, exigía el rosal. Es más sencillo tener rosas. ¿Ves qué bellas son?

Y el árbol, desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, y como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado.

Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó:

– No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Yo te daré la solución. No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas... Sé tu mismo, conócete, y para lograrlo, escucha tu voz interior. Y dicho esto, el búho desapareció.

¿Mi voz interior...? ¿Ser yo mismo...? ¿Conocerme...? Se preguntaba el árbol desesperado, cuando de pronto, comprendió...

Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su voz interior diciéndole:

“Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso. Dar cobija a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje… Tienes una misión: ¡Cúmplela!”

Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado. Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces el jardín fue completamente feliz.

¿Cuántos serán robles que no se permiten a sí mismos crecer? ¿Cuántos serán rosales que por miedo al reto, sólo dan espinas? ¿Cuántos, naranjos que no saben florecer? En la vida, todos tenemos un destino que cumplir, un espacio que llenar...

¿Cuántas veces tratamos de ir por el mundo intentando ser lo que otros quieren que seamos, aún cuando esto signifique nuestra infelicidad? Ten valor y carácter... busca en tu interior y así sabrás hacia dónde dirigirte cuando no sepas quién eres...

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TODOS TENEMOS GRIETAS

Un cargador de agua de la India tenía dos grandes vasijas que colgaba a los extremos de un palo y que llevaba encima de los hombros. Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua. Al final del largo camino a pie, desde el arroyo hasta la casa de su patrón, cuando llegaba, la vasija rota sólo tenía la mitad del agua.

Durante dos años completos esto fue así diariamente. Desde luego la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para los fines para los que fue creada.

Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque sólo podía hacer la mitad de todo lo que se suponía que era su obligación.

Después de dos años, la tinaja quebrada le habla al aguador diciéndole:

– Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas sólo puedes entregar la mitad de mi carga y sólo obtienes la mitad del valor que deberías recibir.

El aguador, le dijo compasivamente:

– Cuando regresemos a la casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.

Así lo hizo la tinaja. Y en efecto vio muchas flores hermosas a lo largo, pero de todos modos se sintió apenada porque al final, sólo quedaba dentro de ella la mitad del agua que debía llevar.

EI aguador le dijo entonces:

– ¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. Sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde vas y todos los días las has regado y por dos años yo he podido recoger estas flores.

Si no fueras exactamente como eres, con todo y tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza.

Cada uno de nosotros tiene sus propias grietas. Todos somos vasijas agrietadas, pero debemos saber que siempre existe la posibilidad de aprovechar las grietas para obtener buenos resultados.

UNA HISTORIA DE SÓCRATES

Se cuenta que alguien le dijo una vez a Sócrates, ese gran filósofo de la antigua Grecia:

– Escucha Sócrates, lo que tengo para contarte…

– Espera un momento... -le dice Sócrates- ¿Hiciste pasar lo que me quieres decir por los tres coladores?

– ¿Tres coladores?

– Si, amigo. ¡Tres coladores! Déjame ver si lo que me quieres contar pasa por los tres coladores. El primer colador es la Verdad ¿Comprobaste si todo lo que me quieres contar es verdad?

– No lo comprobé, pero la gente lo dice y...

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– ¡Anjá! Pero seguro que lo comprobaste con el segundo colador, que es la Bondad. Lo que me quieres contar, ya que no está comprobado como verdad, por lo menos ¿es bueno?

– Bueno no, eso no, al contrario...

– Entonces, vamos a emplear todavía el tercer colador. Ya que lo que me quieres contar no sabes si es verdad y además no es bueno, dime si es absolutamente necesario que me cuentes eso que te pone tan alterado.

– No, no es justamente necesario.

– Entonces, le dice Sócrates: si lo que me quieres contar no cumple las tres condiciones de ser Verdad, ser Bueno y de ser Necesario entiérralo y no lo conviertas en un peso ni para ti ni para mí.

LLENANDO EL CÁNTARO

Cuentan que una vez un hombre envió a su joven hijo a llenar un cántaro al río, y le dijo que volviera lo antes posible; el joven obedeció y fue hacia el río mientras su padre le observaba de lejos. Entonces el hombre vio a su hijo poniendo el cántaro debajo una cascada, y la fuerza del agua era tal y la cantidad tan grande que no entraba el agua al cántaro pues era de cuello delgado.

Cuando el hijo regresó con el cántaro había roto el cuello del mismo por el constante golpear y la fuerza del agua, esto además provocó que el agua llegara turbia y sucia. El padre preguntó entonces:

– ¿Por qué no simplemente sumergiste el cántaro en el río? ¿No veías que el agua de la cascada era demasiada para el cuello del cántaro?

El hijo contestó:

– Sí, pero es que quería llenarlo lo más rápido posible.

Muchas veces en nuestras vidas tratamos de "llenarnos" a nuestro tiempo en un mundo acelerado y convulsionado. Por eso logramos las cosas a medias y el agua que conseguimos no es pura ni cristalina, sino turbia. Queremos tener todo "ya" y en el proceso muchas veces nos lastimamos por no sumergirnos poco a poco en la corriente calmada del río.

Aprende a conocer tu capacidad, no quieras hacer las cosas en tu momento, y espera a llenar tu cántaro hasta el tope, pero en SU momento y según TU capacidad y preparación.

LA SABIDURÍA DEL ÁGUILA

El águila es el ave con mayor longevidad de esas especies. Llega a vivir 70 años, pero para llegar a esa edad, a los 40, debe tomar una seria y difícil decisión.

A los 40 años, sus uñas están apretadas y flexibles y no consigue tomar a sus presas de las cuales se alimenta. Su pico largo y puntiagudo, se curva, apuntando contra el pecho. Sus alas están envejecidas y pesadas y sus plumas gruesas.

¡Volar se hace ya tan difícil! Entonces, el águila tiene solamente dos alternativas: morir o enfrentar un doloroso proceso de renovación que durará 150 días.

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Ese proceso consiste en volar hacia lo alto de una montaña y quedarse ahí, en un nido cercano a un paredón, en donde no tenga la necesidad de volar.

Después de encontrar ese lugar, el águila comienza a golpear su pico en la pared hasta conseguir arrancarlo. Luego debe esperar el crecimiento de uno nuevo con el que desprenderá una a una sus uñas.

Cuando las nuevas uñas comienzan a nacer, comenzará a desplumar sus plumas viejas. Después de cinco meses, sale para su vuelo de renovación y a vivir 30 años más. En nuestras vidas, muchas veces tenemos que resguardamos por algún tiempo y comenzar un proceso de renovación para continuar un vuelo de victoria, debemos desprendernos de costumbres, tradiciones y recuerdos que nos causaron dolor.

Solamente libres del peso del pasado podremos aprovechar el resultado valioso que una renovación siempre trae.

EN EL ANDÉN DE LA VIDA

Cuando aquella tarde llegó a la vieja estación le informaron que el tren en que ella viajaría se retrasaría aproximadamente una hora. La elegante señora, un poco fastidiada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua para pasar el tiempo.

Buscó un banco en el andén central y se sentó preparada para la espera. Mientras hojeaba su revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario. Imprevistamente, la señora observó cómo aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiraba la mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una, despreocupadamente.

La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera, pero tampoco dejar pasar aquella situación o hacer de cuenta que nada había pasado. Así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete y sacó una galleta, la exhibió frente al joven y se la comió mirándolo fijamente a los ojos.

Como respuesta, el joven tomó otra galleta y mirándola la puso en su boca y sonrió. La señora ya enojada, tomó una nueva galleta y, con ostensibles señales de fastidio, volvió a comer otra, manteniendo de nuevo la mirada en el muchacho. El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, y el muchacho cada vez más sonriente.

Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el paquete sólo quedaba la última galleta. "No podrá ser tan caradura", pensó mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de galletas.

Con calma el joven alargó la mano, tomó la última galleta, y con mucha suavidad, la partió exactamente por la mitad. Así, con un gesto amoroso, ofreció la mitad de la última galleta a su compañera de banco.

– ¡Gracias! -dijo la mujer tomando con rudeza aquella mitad.

– De nada -contestó el joven sonriendo suavemente mientras comía su mitad. Entonces el tren anunció su partida...

La señora se levantó furiosa del banco y subió a su coche. Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento vio al muchacho todavía sentado en el andén y pensó: “¡Qué insolente, qué mal educado, qué será de nuestro mundo!”

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Sin dejar de mirar con resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que aquella situación le había provocado. Abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó totalmente sorprendida cuando encontró, dentro de su cartera, su paquete de galletas intacto.

Cuántas veces nuestros prejuicios, hacen valorar erróneamente a las personas; cuántas veces la desconfianza ya instalada en nosotros hace que juzguemos injustamente perdiendo la gracia natural de compartir y enfrentar situaciones.

Cuenta tu jardín por las flores, no por las hojas caídas. Cuenta tus días por las horas doradas, y olvida las penas habidas. Cuenta tus noches por estrellas, no por sombras. Cuenta tu Vida por sonrisas, no por lágrimas... y para tu gozo en esta Vida, cuenta tu edad por AMIGOS, no por años.

LA CASA DE LOS MIL ESPEJOS

Se dice que hace tiempo, en un pequeño y lejano pueblo, había una casa abandonada.

Cierto día, un perrito buscando refugio del sol, logró introducirse por un agujero de una de las puertas de dicha casa.

El perrito subió lentamente las viejas escaleras de madera.

Al terminar de subir las escaleras se topó con una puerta semiabierta y lentamente se adentró en el cuarto.

Para su sorpresa se dio cuenta que dentro de ese cuarto habían mil perritos más observándolo tan fijamente como él los observaba a ellos.

El perrito comenzó a mover la cola y a levantar sus orejas poco a poco.

Los mil perritos hicieron lo mismo.

Posteriormente sonrió y le ladró alegremente a uno de ellos.

El perrito se queda sorprendido al ver que ¡los mil perritos le ladraban a él!

Cuando el perrito salió del cuarto se quedó pensando para sí mismo: “¡Qué lugar tan agradable! Voy a venir más seguido a visitarlo”.

Tiempo después, otro perrito callejero entró al mismo sitio y al mismo cuarto.

Pero a diferencia del primero, este perrito, al ver a los otros mil perritos del cuarto, se sintió amenazado ya que lo estaban mirando de una manera agresiva.

Posteriormente comenzó a gruñir, y obviamente vio cómo los otros mil perritos le gruñían también a él. Comenzó a ladrarles ferozmente y los otros mil perritos le ladraron también.

Cuando este perrito salió del cuarto pensó: “¡Qué lugar tan horrible es este! Nunca más volveré a entrar allí”.

En el frente de dicha casa se encontraba un viejo letrero que decía: "La casa de los mil espejos".

Todos los rostros del mundo son espejos. Decide cuál rostro llevarás por dentro y ese será el que mostrarás.

El reflejo de tus gestos y tus acciones es lo que proyectas ante los demás.

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Las cosas más bellas del mundo no se ven ni se tocan... Sólo se sienten en el corazón.

EL ROBLE

Nuestro cuerpo siempre nos da el primer aviso. Hemos llegado al límite. La presión, el cansancio, el estado de ánimo, la confusión, el agotamiento y la falta de claridad indican que se están agotando todas nuestras fuerzas. Es tiempo de actuar. Llegó el momento que decidimos dar un ataque frontal contra todos los asuntos que nos abruman.

Tenemos la esperanza de triunfar, de terminar de una vez por todas con los problemas que nos agobian. No debemos engañarnos, el objetivo de terminar de un solo golpe con nuestras preocupaciones es difícil de lograr.

En la plaza central del pueblo debían quitar un gran roble que con el paso de los años se había convertido en un símbolo del lugar. Hasta en el escudo del pueblo se dibujaba su silueta. El roble se había enfermado de un extraño virus. Corría el riesgo de caerse y de contagiar a los árboles más cercanos. Ya se había hecho todo lo posible por salvarlo y la triste determinación de derribarlo provocaba en los vecinos una profunda sensación de impotencia.

No es fácil determinar la causa de un problema y no es el camino más agradable tomar la decisión de solucionarlo.

Los leñadores llegaron una mañana con sierras automáticas y hachas. Los vecinos se reunieron en la plaza para presenciar su caída. Esperaban oír el estrépito producido por el choque del inmenso árbol contra el suelo.

Suponían que los hombres empezarían a cortarlo por el tronco principal en un lugar lo más pegado a la tierra. Pero los hombres colocaron escaleras y comenzaron a podar las ramas más altas.

En ese orden de arriba hacia abajo cortan desde las más pequeñas hasta las más grandes. Así, cuando terminaron con la copa del árbol, sólo quedaba el tronco central, y en poco tiempo más aquel poderoso roble yacía cuidadosamente cortado en el suelo.

El sol ahora cubría el centro del parque, su sombra ya no existía, era como si no hubiera tardado medio siglo en crecer, como si nunca hubiera estado allí. Los vecinos preguntaron por qué los hombres se habían tomado tanto tiempo y trabajo para derribarlo. El más experimentado leñador explicó:

– Cortando el árbol cerca del suelo, antes de quitar las ramas, se vuelve inconsolable y en su caída, puede quebrar los árboles más cercanos o producir otros destrozos. Es más fácil manejar un árbol cuando más pequeño se le hace.

El inmenso árbol de la preocupación, que tantos años ha crecido en cada uno de nosotros, puede manejarse mejor si se lo hace lo más pequeño posible. Para lograrlo, es aconsejable podar, en principio, los pequeños obstáculos que nos impiden el disfrutar de cada día y así ir quitando el temor de que en el intento de librarnos de estos y mejorar, todo se derrumbe.

En ese orden, quitando del comienzo los pequeños problemas, podemos, gradualmente, ir llegando al tronco principal de nuestras preocupaciones. Para cambiar hay que realizar una tarea a la vez, quitar las ramas de la preocupación de una en una, ocuparnos y no preocuparnos. Tal como indica la palabra. Reconocer nuestros errores y tener el valor para enfrentarlos, establecer las prioridades y los objetivos en la vida y mantener una verdadera

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determinación para librarnos poco a poco de todo el peso que nos impide trabajar, crecer, disfrutar y vivir, transformando nuestras ansiedades, miedos y preocupaciones en coraje, esperanza y fe.

EL ÁRBOL DE LOS DESEOS

Cuentan que aconteció hace muchos, muchos años, que un peregrino, tras caminar durante infinitas jornadas bajo el implacable sol de la India, deseó en su corazón poder descansar a la sombra de un árbol que le diera cobijo.

Y así fue que, de pronto, divisó a lo lejos un frondoso árbol solitario en medio de la planicie. Cubierto de sudor y tambaleándose sobre sus fatigados pies se encaminó alegremente hacía el árbol que hacia realidad su deseo.

Al fin podré descansar, pensó; mientras se abría paso entre sus tupidas ramas que llegaban hasta el suelo ¿Qué más podría desear?

Tendiéndose sobre la tierra en su refugio vegetal trató de conciliar el sueño, pero el suelo estaba duro y mientras más el peregrino trataba de ignorarlo y descansar, más duro le parecía el suelo sobre el que estaba.

“Si al menos tuviera una cama”, pensó.

Al momento surgió una imponente cama, con impolutas sábanas de seda, digna de un sultán. Brocados, lujosos tejidos de Samarcanda y las más suaves pieles cubrían el lecho. Y es que, sin saberlo, el peregrino había ido a sentarse bajo el mítico árbol de los deseos. Aquel árbol milagroso que es capaz de convertir en realidad cualquier deseo expresado bajo sus ramas.

El hombre se acostó en el mullido lecho relajándose.

“¡Qué a gusto me siento! Lástima del hambre que tengo”, pensó.

Y ante él apareció una espléndida mesa cubierta con las más sabrosas de las comidas, con ricos y variados platos exquisitamente preparados y servidos en las más extravagantes de las vajillas. Sobre las más finas telas imbricadas de hilos preciosos se mezclaban oro, plata y finísimo cristal con las más exóticas frutas y lujuriosos postres. Todas estas maravillas tomaron forma ante sus asombrados ojos. Todo aquello con lo que siempre había soñado en las solitarias noches de su largo peregrinar estaba ahora ante él. El peregrino comía y comía con el temor de que tal prodigio desapareciera en el aire tan súbitamente como había aparecido.

Pero, cuanto más comía, más comida aparecía. Y cada nuevo manjar era aún más sabroso y exquisito que el anterior. Finalmente dijo:

– Ya no puedo más -y en ese mismo momento la mesa con todas sus maravillas se desvaneció en el aire.

“Es maravilloso”, pensó, mientras un sentimiento de felicidad le embargaba. “No me moveré de aquí y seré por siempre feliz”.

Pero, de pronto, una idea terrible surcó su mente:

“Claro que esta planicie es famosa por sus feroces tigres. ¿Qué sucedería si un tigre me descubriese? Sería terrible morir, después de finalmente haber encontrado el árbol de la felicidad.”

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Fue la milésima de una fracción de segundo, pero bastó. Cumpliendo su deseo, en aquel momento surgió de la nada un terrible tigre que lo devoró.

Y así el árbol de la felicidad quedó solo de nuevo, y allí sigue esperando la llegada de un ser humano, de corazón completamente puro, donde no residan miedo, ni desconfianza, sino solo responsabilidad y conocimiento.

LAS CUATRO ESPOSAS

Había una vez un rey que tenía cuatro esposas. Él amaba a su cuarta esposa más que a las demás y la adornaba con ricas vestiduras y la complacía con las delicadezas más finas. Sólo le daba lo mejor.

También amaba mucho a su tercera esposa y siempre la exhibía en los reinos vecinos. Sin embargo temía que algún día ella se fuera con otro.

También amaba a su segunda esposa. Ella era su confidente y siempre se mostraba bondadosa considerada y paciente con él. Cada vez que el rey tenía un problema confiaba en ella para ayudarlo a salir de los tiempos difíciles.

La primera esposa del rey era una compañera muy leal y había hecho grandes contribuciones para mantener tanto las riquezas como el reino del monarca. Sin embargo el no amaba a su primera esposa y aunque ella lo amaba profundamente apenas él se fiaba en ella.

Un día el rey enfermó y se dio cuenta que le quedaba poco tiempo. Pensó acerca de su vida de lujo, y caviló: “Ahora tengo cuatro esposas conmigo pero cuando muera, estaré solo”. Así que le preguntó a su cuarta esposa:

– Te he amado más que a las demás, te he dotado con las mejores vestimentas y te he cuidado con esmero. Ahora que estoy muriendo, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?

– ¡Ni pensarlo! -contestó la cuarta esposa y se alejó sin decir más palabras... Su respuesta penetró en su corazón como un cuchillo filoso

El entristecido monarca le preguntó a su tercera esposa:

– Te he amado toda mi vida y ahora que estoy muriendo… ¿Estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?

– ¡No! Contestó su tercera esposa. ¡La vida es demasiado buena! ¡Cuando mueras, pienso volverme a casar!...

Su corazón experimentó una fuerte sacudida y se puso frío. Entonces preguntó a su segunda esposa: – Siempre he venido a ti por ayuda y siempre has estado allí para mí. Cuando muera, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?

– ¡Lo siento, no puedo ayudarte esta vez! Contestó la segunda esposa. Lo más que puedo hacer por ti es enterrarte!

Su respuesta vino como un relámpago estruendoso que devastó al rey.

Entonces escuchó una voz:

– Me iré contigo y te seguiré doquiera tú vayas...

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El rey dirigió la mirada en dirección de la voz y allí estaba su primera esposa. Se veía tan delgaducha, sufría de desnutrición. Profundamente afectado, el monarca dijo: ¡Debí haberte atendido mejor cuando tuve la oportunidad de hacerlo!

MORALEJA

En realidad, todos tenemos cuatro esposas en nuestras vidas:

Nuestra cuarta esposa es nuestro cuerpo... no importa cuánto tiempo y esfuerzo invirtamos en hacerlo lucir bien, nos dejará cuando muramos.

Nuestra tercera esposa son nuestras posiciones, condición social y riqueza… cuando muramos, irán a parar a otros

Nuestra segunda esta es nuestra familia y amigos... no importa cuánto nos hayan sido de apoyo a nosotros aquí, lo más que podrán hacer es acompañarnos basta el sepulcro.

Y nuestra primera esposa es nuestra alma, frecuentemente ignorada en la búsqueda de la fortuna, el poder y los placeres del ego. Sin embargo, nuestra alma es la única que nos acompañará adonde quiera que vayamos

¡Así que cultívala, fortalécela y cuídala ahora! Es el más grande regalo que puedes ofrecerle al mundo.

EL VUELO DEL HALCÓN

Un rey recibió como obsequio dos pequeños halcones y los entregó al maestro de cetrería para que los entrenara.

Unos meses después, el maestro le informó al rey que uno de los halcones estaba perfectamente pero que al otro no sabía qué le sucedía pues no se había movido de la rama donde lo dejó desde el día en que llegó.

El rey mandó llamar a curanderos y sanadores para que vieran al halcón, pero nadie pudo hacer volar al ave.

Encargó entonces la misión a miembros de la corte, pero nada sucedió. Al día siguiente, por la ventana, el monarca pudo observar que el ave aún continuaba inmóvil. Entonces decidió comunicar a su pueblo que ofrecería una recompensa a la persona que hiciera volar al halcón

A la mañana siguiente, vio al ave volando ágilmente por los jardines. El rey, sorprendido, pidió a su corte que le trajeran al autor de ese milagro. De esa manera, trajeron frente al monarca a un humilde campesino.

El rey le preguntó:

– ¿Tú hiciste al halcón volar? ¿Cómo lo hiciste? ¿Eres mago?

Intimidado, el campesino le dijo al rey:

– Fue fácil mi rey, sólo corté la rama y el halcón voló, se dio cuenta que tenía alas y se largó a volar.

¿Sabes que tienes alas? ¿Sabes que puedes volar? ¿A qué te estas agarrando? ¿De qué no te puedes soltar? ¿Qué estas esperando para volar?

No puedes descubrir nuevos mares… a menos que tengas el coraje de volar.

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Vivimos dentro de una zona de comodidad donde nos movemos, y creemos que eso es lo único que existe.

Dentro de esa zona está todo lo que sabemos, y todo lo que creemos. Viven nuestros valores, nuestros miedos y nuestras limitaciones. En esa zona reina nuestro pasado y nuestra historia. Todo lo conocido, cotidiano y fácil.

Es nuestra zona de confort y, por lo general, creemos que es nuestro único lugar y modo de vivir.

Tenemos sueños, queremos resultados, buscamos oportunidades, pero no siempre estamos dispuestos a correr riesgos. No siempre estamos dispuestos a transitar caminos difíciles. Nos conformamos con lo que tenemos; creemos que es lo único y posible, y aprendemos a vivir desde la resignación.

El liderazgo es la habilidad que podemos adquirir cuando aprendemos a ampliar nuestra zona de comodidad.

Cuando estemos dispuestos correr riesgos, cuando a caminar en la cuerda floja, cuando estemos dispuestos a levantar la vara que mide nuestro potencial.

Un verdadero líder tiene seguridad en si mismo para permanecer solo; coraje, para tomar decisiones difíciles; audacia, para transitar hacia lo nuevo con pasión, y ternura suficiente para escuchar las necesidades de los demás.

El hombre no busca ser un líder. Se convierte en líder por la calidad de sus acciones y la integridad de sus intentos. Los líderes son como las águilas: no vuelan en bandadas… Los encuentras cada tanto y volando solos. Nadie vendrá a rescatarte, nadie cortará tu rama. Tú eres el mago.

Tu futuro está en tus manos. Solo necesitas comenzar...

Entonces... ¿qué es tener éxito?

Es comenzar por tener un sueño.

Es comprometerte con tus sueños.

Es tener confianza en ti.

Es algo que no aparece por casualidad

Es aceptar lo que no se puede cambiar.

Es saber cambiar a tiempo.

Es saber que lo único permanente es el cambio.

Es saber y poder delegar en los demás, parte de tu tarea.

Es volver a empezar.

Es reconocerte en tus logros.

Es saber disfrutar de tus logros.

Es reconocer que te equivocaste y pedir perdón.

Es reconocer que detrás de cada acierto, puede haber varios fracasos.

Es enamorarte de lo que haces.

Es no postergar y hacer algo ahora.

Es darte cuenta de que estás eligiendo a cada momento.

Es reconocer tus propias debilidades y fortalezas.

Es no parar jamás, hasta conseguir tus sueños.

Es saber con que fin hacemos las cosas.

Es no mirar hacia atrás.

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Es actuar con entusiasmo.

Es transitar por caminos desconocidos.

Es probar hacer algo que nunca hiciste.

Es saber que no estamos solos. Es no rendirse jamás..

Es rendirse ante lo que no se puede cambiar

Es disfrutar de cada momento.

Es tener tiempo libre y disfrutarlo.

Es tener metas claras.

Es tener perseverancia para alcanzar tus sueños.

Es estar preparado para ver la oportunidad.

Es tener una actitud positiva.

Es desarrollar la creatividad.

Es utilizar la imaginación.

Es volver a empezar, sin darse por vencido.

Es hacer las cosas lo mejor posible, pero hacerlas.

Es actuar como si ya hubieras logrado tus metas.

Es tener claridad en el propósito.

Es no hacerse problema por las cosas pequeñas.

Es dejar una huella para que otros puedan seguir.

Es arriesgar.

¿Te atreves?

LA PUERTA NEGRA

Érase una vez en el país de las mil y una noches.

En este país había un rey que era muy polémico por sus acciones, tomaba prisioneros de guerra y los llevaba a una enorme sala. Los prisioneros eran colocados en grandes hileras en el centro de la sala y el gritaba diciéndoles:

– ¡Les voy a dar una oportunidad! Miren el rincón del lado derecho de la sala...

Al hacer esto, los prisioneros veían a algunos soldados armados con arcos y flechas, listos para cualquier acción.

– Ahora, -continuaba el rey- miren hacia el rincón del lado izquierdo...

Al hacer esto, todos los prisioneros notaban que había una horrible y grotesca puerta negra, de aspecto dantesco. Cráneos humanos servían como decoración y el picaporte para abrirla era la mano de un cadáver.....

En verdad, algo verdaderamente horrible solo de imaginar, mucho más para ver.

El rey se colocaba en el centro de la sala y gritaba:

– Ahora escojan, ¿qué es lo que ustedes quieren? ¿Morir clavados por flechas o abrir rápidamente aquella puerta negra mientras los dejo encerrados allí? Ahora decidan, tienen libre albedrío, escojan...

Todos los prisioneros tenían el mismo comportamiento: a la hora de tomar la decisión, ellos llegaban cerca de la horrorosa puerta negra de más de cuatro metros de altura, miraban los cadáveres, la sangre humana y los esqueletos con leyendas escritas del tipo: "viva la muerte" y decidían:

– Prefiero morir flechado...

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Uno a uno, todos actuaban de la misma forma, miraban la puerta negra y a los arqueros de la muerte y decían al rey:

– Prefiero ser atravesado por flechas a abrir esa puerta y quedarme encerrado.

Millares optaron por lo que estaban viendo: la muerte por las flechas.

Un día, la guerra terminó y pasado el tiempo, uno de los soldados del "pelotón de flechas" estaba barriendo la enorme sala cuando apareció el rey.

El soldado con toda reverencia y un poco temeroso, preguntó:

–Sabe, gran rey, yo siempre tuve una curiosidad, no se enfade con mi pregunta, pero... ¿qué es lo que hay detrás de aquella puerta negra?

El rey respondió...

– ¿Recuerdas que a los prisioneros siempre les di la opción de escoger? Pues bien... ve y abre esa puerta negra.

El soldado, temeroso, abrió cautelosamente la puerta y sintió un rayo puro de sol besar el suelo de la enorme sala, abrió un poco más la puerta y más luz y un delicioso aroma a verde llenó del lugar. El soldado notó que la puerta negra daba a un campo que apuntaba a un gran camino.

Fue ahí que el soldado se dio cuenta de que la puerta negra llevaba hacia la Libertad...

Todos tenemos una puerta negra dentro de nuestra mente.

Para algunos, la puerta negra es el miedo a lo desconocido, para otros, es una persona difícil, tal vez para otros es una frustración, ya sea miedo a relacionarse o miedo a ser rechazado, miedo a innovar o miedo a cambiar, miedo a volar más alto...

Para algunos la puerta negra es la inseguridad porque la falta de preparación lo atemoriza, o una traba imaginaria que la inseguridad de la vida fabricó durante su educación o su crianza.

Pero si tú puedes perder, también puedes vencer. Si das un paso más allá del miedo, vas a encontrar un rayo de sol entrando en tu vida...

¡Abre esa puerta negra y deja que el sol te inunde!

ACCIÓN DIARIA

Allí donde terminaba el pueblo había un barranco, una especie de arroyo seco que ya había dejado de ser útil por un nuevo canal que se construyó por otro lado del pueblo.

Pero este barranco era muy importante para la comunidad porque más allá del arroyo seco había unos increíbles prados y una hermosa cascada que la gente visitaba con mucha frecuencia, pero para hacerlo antes debía sortear obstáculos.

Primero bajar trabajosamente y luego subir una muy empinada cuesta para poder disfrutar de todas las bellezas que había del otro lado.

El hombre más sabio del lugar se acercaba al borde del barranco y desde el mismo sitio todos los días arrojaba al fondo del mismo, piedras y guijarros que juntaba en las cercanías.

Su pequeño nieto; que muchas veces lo acompañaba al lugar, le preguntó:

– ¿Para qué haces eso abuelo? -y el anciano sabio le respondió:

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– Es mi aporte para reducir el abismo que nos separa de los prados y de las cascadas y que tanto deseamos ver.

Si todos hacemos lo mismo, y si en el futuro tus hijos y tus nietos también lo hacen, alguna vez el barranco quedará cubierto y los hombres podrán disfrutar sin fatigas de lo que ahora nosotros debemos subir para gozar.

Mis piedras son pequeñas ya que no puedo cargar las más grandes, pero gracias a ellas las cascadas y los prados están cada día más cerca.

SIN PERCEPCIÓN CORRECTA, NO HAY JUICIO CORRECTO

Un jinete vio que un escorpión venenoso se introducía por la garganta de un hombre que dormía tumbado en el camino

El jinete bajó de su cabalgadura y con el látigo despertó al hombre dormido a la vez que le obligaba a comer unos excrementos que había en el suelo. Mientras, el hombre chillaba de dolor y asco:

– ¿Por qué me haces esto? ¿Qué te he hecho yo?

El jinete continuaba azotándolo y obligándole a comer los excrementos. Instantes después, aquel hombre vomitó arrojando el contenido del estómago con el escorpión incluido. Comprendiendo lo ocurrido, agradeció al jinete el haberle salvado la vida, y después de besarle la mano insistió en entregarle una humilde sortija como muestra de gratitud. Al despedirse le preguntó:

– Pero ¿por qué sencillamente no me despertaste? ¿Por qué razón tuviste que usar el látigo?

– Había que actuar rápidamente -respondió el jinete-. Si sólo te hubiera despertado, no me habrías creído, te habrías paralizado por el miedo o habrías escapado. Además, de modo alguno hubieses tomado los excrementos, y el dolor de los azotes provocaba que te convulsionases, evitando que el escorpión te picara.

Dicho lo cual, partió al galope hacia su destino.

No lejos de allí, dos hombres de una aldea vecina habían sido testigos del episodio. Cuando regresaron junto a sus paisanos, narraron lo siguiente:

– Amigos, hemos sido testigos de unos hechos muy tristes que revelan la maldad de algunos hombres. Un pobre labrador dormía plácidamente la siesta a la vera de un camino cuando un orgulloso jinete entendió que obstaculizaba su paso. Se bajó de su caballo y con el látigo comenzó a azotarlo por tan mínima falta. No contento con eso, le obligó comer excrementos hasta que vomitara, le exigió que le besara la mano y además le robó una sortija. Pero os preocupéis, a la vuelta de un recodo hemos esperado al arrogante jinete y le hemos propinado una buena paliza por su deplorable acción.

OBSTÁCULOS EN EL CAMINO

Hace mucho tiempo, un rey colocó una gran roca obstaculizando un camino. Luego se escondió y miró para ver si alguien quitaba la tremenda piedra. Algunos simplemente la rodearon. Muchos culparon a la autoridad por no mantener los caminos despejados, pero ninguno de ellos hizo nada para sacar la piedra del camino.

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Un vecino del pueblo que vivía en el sitio más descampado, pasaba por allí exhausto con un fardo de leña sobre sus hombros y la vio.

Se detuvo, luego se aproximó a ella, puso su carga en el piso trabajosamente y trató de mover la roca a un lado del camino.

Después de empujar y empujar hasta llegar a fatigarse mucho, con gran esfuerzo, lo logró.

Mientras recogía su fardo de leña, vio una pequeña bolsita en el suelo, justamente donde antes había estado la roca. La bolsita contenía muchas monedas de oro y una nota para la persona que removiera la roca como recompensa por despejar el camino.

El campesino aprendió ese día que cada obstáculo puede estar disfrazando una oportunidad tanto para ayudar a los demás como para ayudarse a si mismo.

TU PROPIO JUCIO

A un oasis llega un joven, toma agua, se asea y pregunta a un anciano que se encuentra descansando:

– ¿Qué clase de personas viven aquí?

El anciano le pregunta:

– ¿Qué clase de gente había en el lugar de donde tú vienes?

– Un montón de gente egoísta y mal intencionada -replicó el joven-. Estoy encantado de haberme ido de allí.

A lo cual el anciano comentó:

– Lo mismo habrás de encontrar aquí.

Ese mismo día otro joven se acercó a beber agua al oasis y viendo al anciano preguntó:

– ¿Qué clase de personas viven en este lugar?

El viejo respondió con la misma pregunta:

– ¿Qué clase de personas viven en el lugar de donde tú vienes?

– Un magnífico grupo de personas, honestas, amigables, hospitalarias; me duele mucho haberlos dejado.

– Lo mismo encontrarás aquí, -respondió el anciano.

Un hombre que había escuchado ambas conversaciones le preguntó al viejo:

– ¿Cómo es posible dar dos respuestas tan diferentes a la misma pregunta?

A lo cual el viejo contestó:

– Cada uno de nosotros sólo puede ver lo que lleva en su corazón. Aquel que no encuentra nada bueno en los lugares donde estuvo no podrá encontrar otra cosa aquí ni en ninguna otra parte.

Si te sientes dolorido por alguna causa externa, no es eso lo que te perturba, sino tu propio juicio sobre ella.

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EL VIOLÍN

El subastador pensó que perdía su tiempo mostrando ese viejo violín estropeado y arañado, pero aún así, lo mostró.

– ¿Cuánto ofrecen, buena gente? -gritó.

– ¿Quién hará la primera oferta?

– ¡Un dólar, un dólar! -entonces...

– ¡Dos! ¿Sólo dos?

– ¡Dos dólares!

– ¿Hay alguien que de tres?

– ¡Tres dólares! ...

– ¡Tres dólares la una! ¡Tres dólares...a las dos! Que se va por tres... pero…

–¡No!

Un hombre canoso se puso de pie, llegó adelante y tomó en sus manos el arco. Limpiando el polvo del viejo violín armonizó sus cuerdas y tocó una melodía muy tierna. Al cesar la música el subastador dijo, en voz muy baja y más bien para sí:

– ¡Cuánto daría yo por tener este viejo violín! -y tomándolo con más cariño lo volvió a levantar:

– ¡Cien dólares!

– ¿Y quién da doscientos?

– ¡Doscientos!

– ¿Y quién da trescientos?

– ¡Trescientos!

– ¡Trescientos, a la una! ¡Trescientos a las dos! ¡Y se va y se fue! -exclamó.

Algunos lloraban y los demás aplaudían...

“No podemos comprender”, se decían, “¿Qué cambió su valor?” Alguien dijo por allí que fue el toque de la mano de un maestro. Muchas personas sienten que sus vidas están fuera de tono. No saben cómo aprovechar todos los recursos y talentos de que disponen. No saben cómo convertir sus excusas en razones. No pueden ver las oportunidades que existen dentro de las crisis. No le encuentran sentido a lo que hacen. No saben como ponerse en acción... y a similitud del viejo violín se "subastan baratamente" a la multitud siguiendo el viaje de la vida como un juego que no requiere pensar.... Pero un día cuando están preparados el maestro aparece.

La gente no comprende cómo él puede encontrar tanto valor en algo que ellos no pueden. El secreto del Maestro es mirar más allá de las apariencias y conectarse con la verdad de alma de las cosas.

“La diferencia entre lo que hacemos y lo que somos capaces de hacer resolvería los problemas más grandes que hay en el mundo.”

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LA ROSA ROJA Y EL SAPO

Había una vez una rosa roja muy bella que se sentía de maravilla al saber que era la rosa más bella del jardín.

Sin embargo, se daba cuenta de que la gente la admiraba de lejos ya que al lado de ella siempre había un sapo grande y oscuro, y que era por eso que nadie se acercaba a mirarla de cerca. Indignada ante lo descubierto le ordenó al sapo que se fuera de inmediato; el sapo, muy obediente, dijo:

– Está bien, si así lo quieres...

Poco tiempo después el sapo pasó por donde estaba la rosa y se sorprendió al verla totalmente marchita, sin hojas y sin pétalos. Le dijo entonces:

– Vaya que te ves mal ¿Qué te pasó?

La rosa contestó:

–Es que desde que te fuiste las hormigas me han comido día a día, y nunca pude volver a ser igual.

El sapo sólo contestó:

– Pues claro, cuando yo estaba aquí me comía a esas hormigas y por eso siempre eras la más bella del jardín.

Muchas veces desprecios a los demás por creer que somos más que ellos, más bellos o simplemente que no nos "sirven" para nada.

¿HONESTIDAD O HIPOCRESÍA?

En el reino de Ts'u vivía un joven llamado Honesto. Su padre robó una oveja, así que él fue a informar de ello al magistrado, que hizo arrestar al culpable y castigarlo. El joven Honesto pidió que se le permitiera sufrir la pena en lugar de su padre. Cuando ya iba a cumplirla, le dijo al oficial:

– ¿Acaso no fui honesto cuando mi padre robó una oveja y yo denuncié el robo? ¿Acaso no actué como un hijo que honraba a su padre cuando él iba a ser castigado y yo me ofrecí a reemplazarlo? Si castigáis a los honestos, a los que demuestran amor filial, ¿quién habrá en todo el reino que no merezca castigo?

Ante estas palabras, el magistrado liberó al joven.

¡Qué extraño que un hombre venda el buen nombre de su padre para hacerse reputación de honesto! Si eso es honestidad, mejor sería ser deshonesto.

Debemos amar la verdad, pero sin buscar beneficios espurios. Glorificar nuestra devoción por una verdad abstracta no es un propósito noble.

COMO PAPEL ARRUGADO

Mi carácter impulsivo, cuando era niño, me hacía reventar en cólera a la menor provocación. La mayor parte de las veces, después de uno de estos incidentes, me sentía avergonzado y me esforzaba por consolar a quien había dañado.

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Un día mi maestro, que me vio dando excusas después de una explosión de ira, me llevó al salón y me entregó una hoja de papel lisa y me dijo: ¡estrújalo!

Asombrado, obedecí e hice con él una bolita.

– Ahora -volvió a decirme- déjalo como estaba antes.

Por supuesto que no pude dejarlo como estaba. Por más que traté, el papel quedó lleno de pliegues y arrugas.

– El corazón de las personas -me dijo el maestro- es como un papel. La impresión que dejamos en ellos será tan difícil de borrar como esas arrugas y esos pliegues.

Aprendí a ser más compresivo y más paciente; cuando siento ganas de estallar, recuerdo ese papel arrugado.

La impresión que dejamos en los demás es difícil de borrar más cuando lastimamos con nuestras reacciones o con nuestras palabras. Luego queremos enmendar el error, pero ya es tarde.

Alguien dijo una vez: “Habla cuando tus palabras sean tan suaves como el silencio”.

Por impulso no nos controlamos y sin pensar arrojamos en la cara del otro palabras llenas de odio y rencor, y luego, cuando pensamos en ello, nos arrepentimos. Pero no podemos dar marcha atrás y no podemos borrar lo que quedó grabado,

Muchas personas dicen: Aunque le duela se lo voy decir..., la verdad siempre duele… No le gustó porque le dije la verdad..., etc.

Si por un instante imagináramos cómo podríamos sentirnos nosotros si alguien nos hablara o actuara así... ¿lo haríamos?

Otras personas dicen ser frontales y de esa manera se justifican al lastimar: Se lo dije al fin... para qué le voy a mentir..., yo siempre digo la verdad aunque duela...

Qué distinto sería todo si pensáramos antes de actuar, si frente a nosotros estuviéramos solo nosotros y todo lo que sale de nosotros lo recibiéramos nosotros mismos ¿no? Entonces sí que nos esforzaríamos por dar lo mejor y por analizar la calidad de lo que vamos a entregar.

Recuerda: Lo que de tu boca sale, del corazón procede . Aprendamos a ser comprensivos y pacientes. Pensemos antes de hablar y de actuar.

MANOS

Durante el siglo XV, en pequeña aldea cercana a Nuremberg, vivía una familia con 18 niños. Para poder poner pan en la mesa para tal prole, el padre y jefe de familia trabajaba casi 18 horas diarias en las minas de oro, y en cualquier otra cosa que se presentara.

A pesar de las condiciones tan pobres en que vivían, dos de los hijos de Albrecht Durer tenía un sueño. Ambos querían desarrollar su talento para el arte, pero bien sabían que su padre jamás podría enviar a ninguno de ellos a estudiar a la Academia.

Después de muchas noches de conversaciones calladas entre los dos, llegaron a un acuerdo. Lanzarían al aire una moneda. El perdedor trabajaría en las minas para pagar los estudios al que ganara. Al terminar sus estudios, el ganador pagaría entonces los estudios al que quedara en casa, con las ventas de sus obras, o como fuera necesario.

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Lanzaron al aire la moneda un domingo al salir de la Iglesia.

Albrecht Durer ganó y se fue a estudiar a Nuremberg.

Albert comenzó entonces el peligroso trabajo en las minas, donde permaneció por los próximos cuatro años para sufragar los estudios de su hermano, que desde el primer momento fue toda una sensación en la Academia.

Los grabados de Albrecht, sus tallados y sus óleos llegaron a ser mucho mejores que los de muchos de sus profesores, y para el momento de su graduación, ya había comenzado a ganar considerables sumas con las ventas de su arte. Cuando el joven artista regresó a su aldea, la familia Durer se reunió para dar una cena festiva en su honor. Al finalizar la memorable velada, Albrecht se puso de pie en su lugar de honor en la mesa, y propuso un brindis por su hermano querido, que tanto se había sacrificado para hacer sus estudios una realidad.

Sus palabras finales fueron:

– Ahora, Albert hermano mío, es tu turno. Ahora puedes ir tú a Nuremberg a perseguir tus sueños, que yo me haré cargo de ti. - Todos los ojos se volvieron llenos de expectativa hacia el rincón de la mesa que ocupaba Albert, quien tenía el rostro empapado en lágrimas, y movía de lado a lado la cabeza mientras murmuraba una y otra vez: “No... No... No...”

Finalmente, Albert se puso de pie y secó sus lágrimas. Miró por un momento a cada uno de aquellos seres queridos y se dirigió a su hermano, y poniendo su mano en la mejilla de aquel le dijo suavemente:

– No, hermano, no puedo ir a Nuremberg. Es muy tarde para mí. Mira lo que cuatro años de trabajo en las minas han hecho a mis manos. Cada hueso de mis manos se ha roto al menos una vez, y últimamente la artritis en mi mano derecha ha avanzado tanto que hasta me costó trabajo levantar la copa durante tu brindis... Mucho menos podría trabajar con delicadas líneas el compás o el pergamino y no podría manejar la pluma ni el pincel. No hermano... para mí ya es tarde.

Más de 450 años han pasado desde ese día. Hoy en día los grabados, óleos, acuarelas, tallas y demás obras de Albrecht Durer pueden ser vistos en museos alrededor de todo el mundo. Pero seguramente usted, como la mayoría de las personas, solo recuerde uno.

Lo que es más, seguramente hasta tenga uno en su oficina o en su casa.

Un día, para rendir homenaje al sacrificio de su hermano Albert, Albrecht Durer dibujó las manos maltratadas de su hermano, con las palmas unidas y los dedos apuntando al cielo. Llamó a esta poderosa obra simplemente "Manos", pero el mundo entero abrió de inmediato su corazón a su obra de arte y se le cambió el nombre a la obra por el de "Manos que oran".

La próxima vez que veas una copia de esta creación, mírala bien. Permite que sirva de recordatorio, si es que lo necesitas, de que nadie, nunca triunfa solo.

EL ENEMIGO INVENSIBLE

Érase una vez un castillo abandonado. Antigua morada de grandes y generosos reyes. Estaba casi derruido, la humedad hacía que las piedras de los muros brillaran ante la tenue luz de algunas antorchas. En una parte recóndita de aquella fortificación prácticamente arruinada, estaba la habitación del príncipe, asegurada dentro de la roca misma de la montaña que le servía de cimientos. Y ahí estaba él, mordisqueando sus furias y

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resentimientos. El rostro que alguna vez había sido bello estaba lleno de cicatrices, y la crueldad de aquellos ojos era rivalizada únicamente por una sonrisa que le daba ese aspecto tan feroz como nocturno.

El soberano esperaba impaciente la llegada del prisionero. Había sido una larga cacería. Toda la astucia del príncipe (que no era poca) fue necesaria para atrapar a su odiado disidente. Las frenéticas tropas habían acosado a su objetivo desde tiempos que ya no podía ni siquiera recordar. Sin embargo su adversario parecía invencible. De todos los obstáculos que hábilmente le había colocado salía siempre librado misteriosamente.

La corte entera esperaba la acariciada promesa de aquel mercenario: “Yo lo mataré”.

Junto al príncipe merodeaban nerviosos guerreros de un aspecto estremecedor. En una esquina, se encontraba un personaje con un martillo. Sus golpes eran contundentes, tenía una fuerza portentosa.

Sus sorpresivos ataques eran de una efectividad sorprendente, particularmente ante oponentes de corazón débil. Él había tratado de aniquilar una y otra vez al enemigo del príncipe, pero su martillo y sus ataques sorpresivos mellaban las fuerzas del contrincante, pero no le destruían.

Mientras el guerrero del martillo daba vueltas por la habitación del príncipe, otro mercenario más temible observaba sus manos, perfectamente cuidadas. Nadie podría creer que era un guerrero, y en eso estaba fuerza. Su rostro femenino, las maneras dóciles, un lenguaje sutil y penetrante eran suficientes para que sus contrincantes quedaran rendidos a sus perfumados encantos. Sin embargo, aquel rostro bello y atrayente había un corazón podrido.

Había muchos otros servidores y combatientes que también habían intentado destruir al enemigo del príncipe.

Estaba el gigante de piedra que aplastaba cualquier cosa a su paso, la mujer de hielo que congelaba cuanto tocaba, la mendigante que robaba todos los recursos materiales de sus enemigos y los dejaba sin medios para combatir. También estaba la peste, que a los corazones curtidos acababa haciéndolos caer en la desesperación.

Y a pesar de tan feroces adversarios, el enemigo del príncipe siempre había salido airoso de todos los combates. Maltrecho, herido, lastimado en lo más profundo, pero vivo, y es que bastaba con que quedara un pequeñísimo aliento vida para que volviera a crecer y, peor aún, a fortalecerse.

Todos los intentos habían sido vanos, hasta que llegó un nuevo mercenario de una región alejada. Cuando lo vieron entrar a la corte del príncipe todos se burlaron de él. Su aspecto no tenía nada temible. Parecía un campesino común y corriente. Pasaba desapercibido por donde merodeaba.

Aquel aspecto ordinario era su escudo, más efectivo que uno de hierro forjado. Cuando se presentó al príncipe prometiendo que mataría al enemigo todos rieron con excéntricas carcajadas. Sin embargo, nadie rió cuando extendió su mano y mostró unos pequeñísimos alfileres. El guante que protegía las manos de aquel mercenario de aspecto vulgar contenía miles de millones de diminutos alfileres. Al instante los arrojó hacia uno de los soldados de la corte. Nadie vio aquellas insignificantes agujas volar por el aire. Ninguno vio tampoco cómo penetraron la armadura del soldado. Ni siquiera la víctima sintió cómo se clavaron aquellas puntas afiladas en su carne. El personaje dijo al príncipe: No tengo prisa. Puedo matar a tu

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enemigo como ya he matado a tu soldado. Lo ves de pie, y no siente nada. Volveré en seis meses y me dirás si crees que puedo aniquilar a tu adversario.

Y, efectivamente, pasaron seis meses.

El soldado comenzó a sangrar a las pocas semanas. Eran gotas imperceptibles. Las puntas de los alfileres se habían clavado en su carne creando millones de heridas imperceptibles, tan menudas que era imposible verlas y por tanto, curarlas. El soldado sufrió una agonía, aunque indolora. Simplemente moría un poco cada segundo. Hasta que un día, sin que nadie pudiera evitarlo, el soldado cayó muerto ante el irremediable mal que el mercenario había arrojado sobre él.

El príncipe, con mueca maligna, esperaba ansioso la llegada del cautivo. Su perenne enemigo había caído en su trampa, creyendo que aún estando preso nada podrían contra él. Muy equivocado meditó el príncipe.

Las horas de espera fueron largas y llenas de agitación. El mismo aire escapaba de los pulmones del soberano que esperaba ansioso la llegada del cautivo.

De pronto, se abrieron las puertas del recinto y los soldados arrojaron al centro de la piara una figura de deslumbrante belleza. Ni siquiera los golpes brutales habían podido empañar aquel rostro resplandeciente. No era esa belleza lo que enervaba al príncipe, era aquel poder que tenía de rejuvenecer a quien tocara, de llenar de esperanza el corazón que acariciara. El soberano del castillo detestaba profundamente el brillo que aquel enemigo imprimía en aquellos a los que se acercaban.

El príncipe se puso de pie y se acercó al prisionero macilento. Sin tocarlo (no podría soportarlo) le habló muy cerca del oído.

– Te has burlado de mí. Me has humillado, has hecho lo que has querido en lo que me pertenece. Has resistido todos mis ataques. El Mal Carácter, con su martillo te debilitó, pero seguiste en pie. La Ambición con su belleza sensual te arrebató pero no te mató. Y lo mismo ocurrió con la Enfermedad, la Pobreza, y con todos mis aliados.

El príncipe sonrió malévolo mientras caminaba en círculos contra su contrincante, paladeando el momento de su triunfo.

– Creíste que todo lo podías... Mmm... Amor... Amor... -repitió el príncipe diciendo aquel nombre casi con asco- ¿Quién te crees tú que eres? ¿De dónde has salido? ¿Por qué osas meterte en mis dominios? ¿No sabes que tengo poder en toda la tierra? ¿No sabes que soy más astuto, más viejo, más inteligente y más poderoso que tus seres humanos, a los que tanto cuidas? Amor... Qué nombre tan repugnante. "Nada puede contra el amor" -dijo el príncipe con expresión burlona- "El amor lo puede todo, el amor rompe barreras". iBasura! -la expresión del príncipe se volvió rabiosa y atroz y mientras hablaba sus manos temblaban de la ansiedad con las que las pronunciaba. Este es mi tiempo, mi momento, mi mundo...

El príncipe se desplomó pesadamente en su trono.

– Pero ha llegado tu fin. ¡Traigan al mercenario!

Las órdenes fueron cumplidas de inmediato, y ahí apareció la ordinaria figura del interesado. Caminó hasta donde estaba el amor. Con rostro flemático le observó.

El príncipe dijo entonces: ¡Hazlo! El guerrero de aspecto normal metió su mano enguantada en una bolsa y extrajo una miríada de sus artefactos mortales. Hizo el ademán necesario para arrojarlo cuando el príncipe interrumpió la ejecución.

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– ¡Espera! Antes de que lo hagas... ¿Cuál es tu nombre?

El combatiente ordinario solo pronunció dos palabras:

– La rutina.

ANÉCDOTAS DE UNA TAZA

Se cuenta que una vez, en Inglaterra, existía una pareja que gustaba de visitar las pequeñas tiendas del centro de Londres. Una de sus tiendas favoritas era una en donde vendían vajillas antiguas. En una de sus visitas a la tienda vieron una hermosa tacita.

– ¿Me permite ver esa taza? -preguntó la Señora-. Nunca he visto nada tan fino como eso!

En cuanto tuvo en sus manos la taza, escuchó que la tacita comenzó a hablar y le comentó:

– Usted no entiende. Yo no siempre he sido esta taza que usted está sosteniendo. Hace mucho tiempo yo solo era un montón de barro amorfo. Mi creador me tomó entre sus manos y me golpeó y me amoldó cariñosamente. Llegó un momento en que me desesperé y le grité: “¡Por favor, ya déjame en Paz!”, pero solo me sonrió y me dijo: “Aguanta un poco más, todavía no es tiempo”. Después me puso en un horno. ¡Yo nunca había sentido tanto calor! Me pregunté por qué mi creador quería quemarme, así que toqué la puerta del horno. A través de la ventana del horno pude leer los labios de mi creador que me decían: “Aguanta un poco más, todavía no es tiempo”. Finalmente se abría la puerta. Mi creador me tomó y me puso en una repisa para que me enfriara. “Así está mucho mejor”, me dije a mí misma, pero apenas me había refrescado cuando mi creador ya me estaba cepillándome y pintándome.

¡El olor de la pintura era horrible! Sentía que me ahogaría. “¡Por favor detente!” le gritaba yo a mi creador, pero él solo movía la cabeza haciendo un gesto negativo y decía: “Aguanta un poco más, todavía no es tiempo”. Al fin dejó de pintarme; pero esta vez me tomó y me metió nuevamente a otro horno. No era un horno como el primero, sino que era mucho más caliente. ¡Ahora si estaba segura que me sofocaría! Le rogué y le imploré que me sacara. Grité, lloré, pero mi creador solo me miraba diciendo "Aguanta un poco más, todavía no es tiempo". En ese momento me di cuenta que no había esperanza. ¡Nunca lograría sobrevivir a ese horno! Justo cuando estaba a punto de darme por vencida se abrió la puerta y mi creador me tomó cariñosamente y me puso en una repisa que era aún más alta que la primera. Allí me dejó un momento para que me refrescara. Después de una hora de haber salido del segundo horno, me dio un espejo y me dijo: “¡Mírate! Esta eres tú”. ¡Yo no podía creerlo! ¡Esa no podía ser yo! Lo que veía era hermoso. Mi creador nuevamente me dijo:

“Yo sé que te dolió haber sido golpeada y amoldada por mis manos, pero si te hubiera dejado como estabas, te hubieras secado. Sé que te causó mucho calor y dolor estar en el primer horno, pero de no haberte puesto allí, seguramente te hubieras estrellado. También sé que los gases de la pintura te provocaron muchas molestias, pero de no haberte pintado tu vida no tendría color. Y si yo no te hubiera puesto en ese segundo horno, no hubieras sobrevivido mucho tiempo, porque tu dureza no habría sido la suficiente para que subsistieras. ¡Ahora tú eres un producto terminado! ¡Eres lo que yo tenía en mente cuando te comencé a formar!”

Igual pasa con nosotros. No hay situación que no podamos soportar. Las adversidades son el artesano y nosotros somos el barro. Las dificultades están allí para amoldarnos y nos dan forma para que lleguemos a ser una pieza perfecta.

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EL ANILLO

– Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

– Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después... -y haciendo una pausa agregó:- Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este problema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

– Encantado, maestro- titubeó el joven, pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.

– Bien, -asintió el maestro. Se quitó el anillo en el dedo pequeño, y dándoselo al muchacho, agregó:- Toma el caballo que está allá afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió.

Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta a la cara y solo un viejito fue tan amable como para explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.

En afán de ayudar, alguien ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado, más de cien personas, abatido por su fracaso montó su caballo y regresó.

¡Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro! Podría entonces habérsela entregado él mismo al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.

Entró en la habitación.

–Maestro- dijo - lo siento, no se puede conseguir lo que me pidió. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto al valor del anillo.

¡Qué importante lo que dijiste, joven amigo! -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

– Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo dar más de 58 monedas de oro por su anillo.

– ¡¡¡58 MONEDAS!!! -exclamó el joven.

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– Sí -replicó el joyero-, yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... si la venta es urgente...

El joven corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido.

– Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo.

– Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte un verdadero experto. ¿Qué haces pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño.

Todos somos como esta joya, valiosos y únicos, y andamos por los mercados de la vida pretendiendo que gente inexperta nos valore.

MAESTRA… ¿QUÉ ES EL AMOR?

En una de las salas de un colegio había varios niños. Uno de ellos preguntó: “Maestra... ¿qué es el amor?”.

La maestra sintió que la criatura merecía una respuesta que estuviese a la altura de la pregunta inteligente que había formulado. Como ya estaban en hora de recreo, pidió a sus alumnos que dieran una vuelta por el patio de la escuela y trajesen lo que más despertase en ellos el sentimiento del amor.

Los chicos salieron apresurados y, cuando volvieron, la maestra les dijo:

– Quiero que cada uno muestre lo que trajo consigo.

El primer alumno respondió:

– Yo traje esta flor ¿no es linda?

Cuando llegó su turno, el segundo alumno dijo:

– Yo traje esta mariposa. Vea el colorido de sus alas: la voy a colocar en mi colección.

El tercer alumno completó:

– Yo traje este pichón de pajarito que se cayó del nido. ¿No es gracioso?

Y así los chicos, uno a uno, fueron colocando lo que habían recogido en el patio.

Terminada la exposición, la maestra notó que una de las niñas no había traído nada y que había permanecido quieta durante todo el tiempo. Se sentía como avergonzada por no haber traído nada.

La maestra se dirigió a ella y le preguntó:

– Muy bien, ¿y tú? ¿No has encontrado nada?

La criatura, tímidamente, respondió:

– Disculpe, maestra. Vi la flor y sentí su perfume y pensé en arrancarla pero preferí dejarla para que exhalase su aroma por más tiempo. Vi también la mariposa, suave, colorida, pero parecía tan feliz que no tuve el coraje de aprisionarla. Vi también el pichoncito caído entre las hojas, pero... al subir al árbol, noté la mirada triste de su madre y preferí devolverlo al nido. Por lo tanto, maestra, traigo conmigo el perfume de la flor, la sensación de libertad de la mariposa y la gratitud que observé en los ojos de la madre del pajarito. ¿Cómo puedo mostrar lo que traje?

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La maestra agradeció a la alumna y le dio la nota máxima, considerando que había sido la única que logró percibir que sólo podemos traer el amor en el corazón.

LAS RANAS

Un grupo de ranas viajaba por el bosque y, de repente, dos de ellas cayeron en un hoyo profundo. Todas las demás ranas se reunieron alrededor del hoyo.

Cuando vieron cuán hondo este era, le dijeron a las dos ranas en el fondo que para efectos prácticos, se debían dar por muertas.

Las dos ranas no hicieron caso a los comentarios de sus amigas y siguieron tratando de saltar fuera del hoyo con todas sus fuerzas.

Las otras seguían insistiendo que sus esfuerzos serían inútiles.

Finalmente, una de las ranas puso atención a lo que las demás decían y se rindió, se desplomó y murió. La otra rana continuó saltando tan fuerte como le era posible.

Una vez más, la multitud de ranas le gritaba y le hacían señas para que dejara de sufrir y que simplemente, se dispusiera a morir, ya que no tenía caso seguir luchando. Pero la rana saltó cada vez con más fuerzas hasta que finalmente logró salir del hoyo.

Cuando salió, las otras ranas le dijeron: nos da gusto que hayas logrado salir, a pesar de lo que te gritábamos. La rana les explicó que era sorda, y que pensó que las demás la estaban animando a esforzarse más y salir del hoyo.

Moralejas:

La palabra tiene poder de vida y muerte. Una palabra de aliento compartida con alguien que se siente desanimado puede ayudar a levantarlo al finalizar el día.

Una palabra destructiva dicha a alguien que se encuentre desanimado puede ser que acabe por destruirlo. Tengamos cuidado con lo que decimos.

Una persona especial es la que se da tiempo para animar a otros.

En la NASA hay un póster muy lindo de una abeja, el cual dice así:

“Aerodinámicamente el cuerpo de una abeja no está h echo para volar, lo bueno es que la abeja no lo sabe…”

LAS DUDAS

Un pobre hombre que vivía en la miseria y mendigaba de puerta en puerta, observó un carro de oro que entraba en el pueblo llevando a un rey sonriente y radiante.

El pobre se dijo de inmediato: “Se ha acabado mi sufrimiento, se ha acabado mi vida de pobre. Este rey de rostro dorado ha venido aquí por mí, lo sé. Me cubrirá de migajas de su riqueza y viviré tranquilo".

En efecto, el rey, como si hubiese venido para ver al pobre hombre, hizo detener el carro a su lado.

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El mendigo, que se había postrado en el suelo, se levantó y miró al rey, convencido de que había llegado la hora de su suerte.

Entonces, de repente, el rey extendió la mano hacia el pobre y le dijo:

– ¿Qué tienes para darme? -y el pobre, muy sorprendido y muy desilusionado, no supo que decir.

“¿Es un juego -se preguntó- lo que el rey me propone? ¿Se burla de mí? ¿Es un nuevo pesar?"

Entonces, al ver la persistente sonrisa del rey, su luminosa mirada y su mano tendida, el pobre metió la mano en su alforja, que contenía unos puñados de arroz.

Cogió un grano de arroz, y se lo dio al rey, que le dio las gracias y se fue enseguida llevado por unos caballos sorprendentemente rápidos.

Al final del día, al vaciar su alforja, el pobre encontró un grano de oro.

Entonces se puso a llorar diciendo:

– ¿Por qué no le habré dado todo mi arroz?

LOS DIENTES DEL SULTÁN

En un país muy lejano, al oriente del gran desierto vivía un viejo Sultán, dueño de una inmensa fortuna.

El Sultán era un hombre muy temperamental además de supersticioso. Una noche soñó que había perdido todos los dientes. Inmediatamente después de despertar, mandó llamar a uno de los sabios de su corte para pedirle urgentemente que interpretase su sueño.

– ¡Qué desgracia mi Señor! -Exclamó el Sabio-. Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad.

– ¡Qué insolencia! -gritó el Sultán enfurecido-. ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!

Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos, por ser un pájaro de mal agüero. Más tarde, ordenó que le trajesen a otro Sabio y le contó lo que había soñado. Este, después de escuchar al Sultán con atención, le dijo:

– ¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que vuestra merced tendrá una larga vida y sobrevivirá a todos sus parientes.

Se iluminó el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Cuando este salía del Palacio, uno de los consejeros reales le dijo admirado:

– ¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños del Sultán es la misma que la del primer Sabio. No entiendo porqué al primero le castigó con cien azotes, mientras que a vos con cien monedas de oro.

– Recuerda bien amigo mío, -respondió el segundo Sabio- que todo depende de la forma en que se dicen las cosas... La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la enchapamos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura, ciertamente será aceptada con agrado... No olvides mi

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querido amigo, -continuó el sabio- que puedes comunicar una misma verdad de dos formas: la pesimista, que sólo recalcará el lado negativo de esa verdad, o la optimista, que sabrá encontrarle siempre el lado positivo a la misma verdad.

De "Las Mil y una noches" (Literatura Popular Árabe)

¿SABES CUÁNTO VALES?

Alfredo, con el rostro abatido de pesar, se reúne con su amiga Marisa en un bar a tomar un café. Deprimido, descargó en ella sus angustias. Que el trabajo… Que el dinero… Que la relación con su pareja… Que su vocación... Todo parecía estar mal en su vida.

Marisa introdujo la mano en su cartera, sacó un billete de 100 pesos y le dijo:

– Alfredo, ¿quieres este billete?

Él, un poco confundido al principio, inmediatamente le dijo:

– Claro Marisa... son 100 pesos, ¿quién no los querría?

Entonces Marisa tomó el billete en uno de sus puños y lo arrugó hasta hacerlo un pequeño rollo. Mostrando la estrujada pelotita verde a Alfredo volvió a preguntarle:

– Y ahora… ¿Igual lo quieres?

– Marisa, no sé qué pretendes con esto, pero siguen siendo 100 pesos… ¡Claro que los tomaré si me los entregas!

Entonces Marisa desdobló el arrugado billete, lo tiró al piso y lo restregó con su pie en el suelo, levantándolo luego sucio y marcado.

– ¿Lo sigues queriendo?

– Mira Marisa, sigo sin entender qué pretendes, pero ese es un billete de 100 pesos y mientras no lo rompas conserva su valor...

– Entonces, Alfredo, debes saber que aunque a veces algo no salga como quieres, aunque la vida te arrugue o pisotee SIGUES siendo tan valioso como siempre lo has sido... lo que debes preguntarte es CUÁNTO VALES en realidad y no lo golpeado que puedas estar en un momento determinado.

Alfredo quedó mirando a Marisa sin atinar con palabra alguna mientras el impacto del mensaje penetraba profundamente en su cerebro.

Marisa puso el arrugado billete de su lado en la mesa y con una sonrisa cómplice agregó:

– Toma, guárdalo para que te acuerdes de esto cuando te sientas mal... Pero me debes un billete NUEVO de 100 pesos para poder usar con el próximo que lo necesite.

Le dio un beso en la mejilla a Alfredo, quien aún no había pronunciado palabra, y levantándose de su silla se alejó con rumbo a la puerta.

Alfredo volvió a mirar el billete, sondó, lo guardó en su billetera y dotado de una renovada energía llamó al camarero para pagar la cuenta...

¿Cuántas veces dudamos de nuestro propio valor, de que realmente MERECEMOS MÁS y que PODEMOS CONSEGUIRLO si nos lo proponemos?

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Claro que el mero propósito no alcanza... Se requiere de la ACCIÓN para logro los beneficios.

TAZÓN DE MADERA

El viejo se fue a vivir con su hijo, se nuera y su nieto de cuatro años.

Ya las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos flaqueaban. La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano hacían el alimentarse un asueto difícil. Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso, derramaba la leche sobre el mantel. El hijo y su esposa se cansaron de la situación...

– Tenemos que haces algo con el abuelo, -dijo el hijo-. Ya he tenido suficiente. Derrama la leche, hace ruido al comer y tira la comida al suelo.

Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor. Ahí, el abuelo comía solo mientras el resto de la familia disfrutaba la hora de comer. Como el abuelo había roto uno o dos platos, su comida se la servían en un tazón de madera. De vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos mientras estaba ahí sentado sólo. Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía eran fríos llamados de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida. El niño de cuatro años observaba todo en silencio.

Una tarde, antes de la cena, el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos de madera en el suelo. Le preguntó dulcemente: ¿Qué estás haciendo? Con la misma dulzura el niño le contestó:

– Ah, estoy haciendo un tazón para ti y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes coman en ellos. Sonrió y siguió con su tarea.

Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que quedaron sin habla. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Y, aunque ninguna palabra se dijo al respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer.

Esa tarde el esposo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia. Por el resto de sus días ocupó un lugar en la mesa con ellos. Y por alguna razón, ni el esposo ni la esposa, parecían molestarse más cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.

Los niños son altamente perceptivos. Sus ojos observan, sus oídos siempre escuchan y sus mentes procesan los mensajes que absorben. Si ven que con paciencia proveemos un hogar feliz para todos los miembros de la familia, ellos imitarán esa actitud por el resto de sus vidas. Los padres y madres inteligentes se percatan que cada día colocan los bloques con los que construyen el futuro de su hijo. Seamos instructores sabios y modelos a seguir.

He aprendido que independientemente de la relación que tengas con tus padres, los vas a extrañar cuando ya no estén contigo.

La gente olvidará lo que dijiste y lo que hiciste, pero nunca cómo los hiciste sentir

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LIBERTAD PARA ELEGIR

Era un profesor comprometido y estricto, conocido también por sus alumnos como hombre justo y comprensivo...

Al terminar la clase ese día de verano, mientras el maestro organizaba unos documentos encima de su escritorio, se le acercó uno de sus alumnos y en forma desafiance le dijo:

– Profesor, lo que me alegra de haber terminado la clase es que no tendré que escuchar más sus tonterías y podré descansar de verle esa cara aburridora.

El alumno estaba erguido, con semblante arrogante, en espera de que el maestro reaccionara ofendido y descontrolado.

El profesor miró al alumno por un instante y en forma muy tranquila le preguntó:

– Cuándo alguien te ofrece algo que no quieres, ¿lo recibes?

El alumno quedó desconcertado por la calidez de la sorpresiva pregunta.

– Por supuesto que no, contestó de nuevo en tono despectivo el muchacho.

– Bueno, -prosiguió el profesor- cuando alguien intenta ofenderme o me dice algo desagradable, me está ofreciendo algo, en este caso una emoción de rabia y rencor, que puedo decidir no aceptar.

– No entiendo a qué se refiere -dijo el alumno, confundido.

– Muy sencillo, -replicó el profesor-. Tú me estás ofreciendo rabia y desprecio y si yo me siento ofendido o me pongo furioso, estaré aceptando tú regalo, y yo, mi amigo, en verdad, prefiero obsequiarme mi propia serenidad. Muchacho, -concluyó el profesor en tono gentil- tu rabia pasará, pero no trates de dejarla conmigo, porque no me interesa. Yo no puedo controlar lo que tú llevas en tu corazón pero de mí depende lo que yo cargo en el mío.

Cada día, en todo momento, tú puedes escoger qué emociones o sentimientos quieres poner en tu corazón y lo que elijas lo tendrás hasta que decidas cambiarlo.

Es tan grande la libertad que nos da la vida que hasta tenemos la opción de amargarnos o ser felices.

LOS TRES CONSEJOS

Una pareja de recién casados, era muy pobre y vivía de los favores de un pueblito del interior.

Un día el marido le hizo la siguiente propuesta a su esposa:

– Querida, yo voy a salir de la casa, voy a viajar bien lejos, buscar un empleo y trabajar hasta tener condiciones para regresar y darte una vida más cómoda y digna. No sé cuanto tiempo voy a estar lejos, sólo te pido una cosa, que me esperes y mientras yo esté lejos, seas fiel a mí, pues yo te seré fiel a ti.

Así, siendo joven aún, caminó muchos días a pie, hasta encontrar un hacendado que estaba necesitando de alguien para ayudarlo en su hacienda.

El joven llegó y se ofreció para trabajar y fue aceptado. Pidió hacer un trato con su jefe, el cual fue aceptado también. El pacto fue el siguiente: “Déjeme trabajar por el tiempo que yo quiera y cuando yo encuentre que debo irme, el señor me libera de mis obligaciones. Yo no

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quiero recibir mi salario. Le pido al señor que lo coloque en una cuenta de ahorro hasta el día en que me vaya. El día que yo salga usted me dará el dinero que yo haya ganado.”

Estando ambos de acuerdo, aquel joven trabajó durante 20 años, sin vacaciones y sin descanso. Después de veinte años se acercó a su patrón y le dijo:

– Patrón, ya quiero mi dinero, pues quiero regresar a mi casa.

El patrón le respondió:

– Muy bien, hicimos un pacto y voy a cumplirlo, sólo que antes quiero hacerte una propuesta, ¿está bien? Yo te doy tu dinero y tú te vas, o te doy tres consejos y no te doy el dinero y te vas. Si yo te doy el dinero, no te doy los consejos y viceversa. Vete a tu cuarto, piénsalo y después me das la respuesta.

Él pensó durante dos días, buscó al patrón y le dijo:

– Quiero los tres consejos.

El patrón le recordó:

– Si te doy los consejos, no te doy el dinero -a lo que el empleado respondió: “Quiero los consejos”. El patrón entonces le aconsejó:

1. NUNCA TOMES ATAJOS EN TU VIDA. Caminos más cortos y desconocidos te pueden costar la vida.

2. NUNCA SEAS CURIOSO DE AQUELLO QUE REPRESENTE EL MAL, pues la curiosidad por el mal puede ser fatal.

3. NUNCA TOMES DECISIONES EN MOMENTOS DE ODIO Y DOLOR, pues puedes arrepentirte demasiado tarde.

Después de darle los consejos, el patrón le dijo al joven, que ya no era tan joven, así:

– Aquí tienes tres panes, dos para comer durante el viaje y el tercero es para comer con tu esposa cuando llegues a tu casa.

El hombre entonces, siguió su camino de vuelta, de veinte años lejos de su casa y de su esposa que él tanto amaba.

Después del primer día de viaje, encontró una persona que lo saludó y le preguntó:

– ¿Para dónde vas?

–Voy para un camino muy distante que queda a más de veinte días de caminata por esta carretera.

La persona le dijo entonces:

– Joven, este camino es muy largo, yo conozco un atajo con el cual llegarás en pocos días. El joven, contento, comenzó a caminar por el atajo, cuando se acordó del primer consejo, entonces volvió a seguir por el camino normal.

Días después supo que el atajo llevaba a una emboscada.

Después de algunos días de viaje, y cansado al extremo, encontró una pensión a la vera de la carretera, donde hospedarse. Pagó la tarifa por un día y después de tomar un baño se acostó a dormir. De madrugada se despertó asustado con un grito aterrador. Se levantó de un salto y se dirigió hasta la puerta para ir adonde escuchó el grito.

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Cuando estaba abriendo la puerta, se acordó del segundo consejo.

Regresó y se acostó a dormir. Al amanecer, después de tomar café, el dueño de la posada le preguntó si no había escuchado el grito y él le contestó que sí lo había escuchado. El dueño de la posada le preguntó: “¿Y no sintió curiosidad?”. Él le contestó que no. A lo que el dueño le respondió:

– Ud. es el primer huésped que sale vivo de aquí, pues mi único hijo tiene crisis de locura, grita durante la noche y cuando él huésped sale, lo mata y lo entierra en el quintal.

El joven siguió su larga jornada, ansioso por llegar a su casa. Después de muchos días y noches de caminata, ya al atardecer, vio entre los árboles humo saliendo de la chimenea de su pequeña casa, caminó y vio entre los arbustos la silueta de su esposa. Estaba anocheciendo, pero alcanzó a ver que ella no estaba sola.

Anduvo un poco más y vio que ella tenía en sus piernas un hombre al que estaba acariciando los cabellos. Cuando vio aquella escena, su corazón llenó de odio y amargura y decidió correr al encuentro de los dos y matarlos sin piedad.

Respiró profundo, apresuró sus pasos, cuando recordó el tercer consejo. Entonces se paró y reflexionó. Decidió dormir ahí mismo aquella noche y al día siguiente tomar una decisión. Al amanecer, ya con la cabeza fría, él dijo: "No voy a matar a mi esposa. Voy a volver con mi patrón y a pedirle que me acepte de vuelta”.

Solo que antes quiero decirle a mi esposa que siempre le fui fiel a ella. Se dirigió a la puerta de la casa y tocó.

Cuando la esposa le abrió la puerta y lo reconoció, se colgó de su cuello y lo abrazó afectuosamente. El trató de quitársela de arriba, pero no lo consiguió. Entonces con lágrimas en los ojos le dijo:

– Yo te fui fiel y tú me traicionaste. Ella espantada le respondió:

– ¿Cómo? Yo nunca te traicioné, te esperé durante veinte años. -Él entonces le preguntó:

– ¿Y quién era ese hombre que acariciabas ayer por la tarde? -Y ella le contestó:

– Aquel hombre es nuestro hijo. Cuando te fuiste, descubrí que estaba embarazada. Hoy él tiene veinte años de edad.

Entonces el marido entró, conoció y abrazó a su hijo y les contó toda su historia en tanto su esposa preparaba la cena. Se sentaron a comer el último pan juntos.

Después, con lágrimas de emoción, él partió el pan y al abrirlo, se encontró todo su dinero, el pago de sus veinte años de dedicación.

Muchas veces creemos que los atajos, quemar etapas, nos ayudan a llegar más rápido, lo que no siempre es verdad...

Muchas veces somos curiosos, queremos saber de cosas que ni nos dan respeto y no nos traen nada de bueno...

Otras veces reaccionamos movidos por el impulso, en momentos de rabia, y después tardíamente nos arrepentimos...

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ÉL CREE QUE NO PUEDE

A un niño le encantaban los circos y lo que más le gustaban eran los animales y de todos ellos el que más llamaba su atención era el elefante.

Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.

Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, parecía obvio que ese animal era capaz de arrancar con facilidad la estaca y huir.

El misterio era evidente: ¿Por qué no huía si aquello que lo sujetaba era tan débil comparado con su fuerza?

Cuando tenía cinco o seis años, pregunté a varias personas por el misterio del elefante y alguien me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.

Hice entonces la pregunta obvia: “Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?”

No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.

Hace algunos años descubrí a alguien lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: “El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño”.

Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.

Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que seguía... hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.

Este elefante enorme y poderoso no escapa porque CREE QUE NO PUEDE.

Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que se siente poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez.

Cada uno de nosotros somos un poco como ese elefante: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos creyendo que no podemos hacer un montón de cosas simplemente porque alguna vez probamos y no pudimos.

Grabamos en nuestro recuerdo el “no puedo... no puedo y nunca podré”, perdiendo una de las mayores bendiciones con que puede contar un ser humano: la fe.

La única manera de saber es intentar de nuevo poniendo en el intento TODO NUESTRO CORAZÓN y todo nuestro esfuerzo como si todo dependiera de nosotros.

AFILANDO EL HACHA

En cierta ocasión un hombre joven llegó a un campo de leñadores, ubicado en la montaña, con el objeto de obtener trabajo. Durante su primer día de labores trabajó arduamente y como resultado, taló muchos árboles.

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El segundo día, trabajó tanto como el primero, pero su producción, fue escasamente la mitad del primer día. Durante el tercer día, se propuso mejorar su producción. Golpeó con furia el hacha contra los árboles, pero sus resultados fueron nulos.

El capataz, al ver los resultados del joven leñador, le preguntó:

– ¿Cuándo fue la última vez que afilaste tu hacha?

– Realmente no he tenido tiempo de hacerlo, he estado demasiado ocupado cortando árboles.

Moralejas:

Muchas veces no es tan importante el trabajo duro y sostenido sino la calidad y efectividad de cómo este se realiza.

"Para cortar rápidamente un árbol, gaste el doble del tiempo afilando el hacha."

LA CUERDA DE LA VIDA

Cuentan que un alpinista desesperado por conquistar el Aconcagua inició su travesía después de años de preparación, pero quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin compañeros.

Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y más tarde, y no se preparó para acampar, sino que decidió seguir subiendo, decidido a llegar a la cima.

Oscureció. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada, todo era negro, cero visibilidades, no había luna y las estrellas eran cubiertas por las nubes.

Subiendo por un acantilado, a solo 100 metros de la cima, se resbaló y se desplomó por los aires... caía a una velocidad vertiginosa, sólo podía ver veloces manchas más oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.

Seguía cayendo... y en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente todos sus gratos y no tan gratos momentos de la vida, él pensaba que iba a morir, sin embargo, de repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos... Sí, como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura.

En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no hizo más que gritar pidiendo ayuda, aferrándose cada vez más a la cuerda.

Cuenta el equipo de rescate que al otro día encontraron colgado a un alpinista congelado, muerto, agarrado con fuerza, con las manos, a una cuerda... A dos metros del suelo...

¿Y tú? ¿Qué tan confiado estás de tu cuerda? ¿Por qué no la sueltas?

EL REY SIN OFICIO

Había una vez un rey sin oficio. Había nacido en cuna real, ya que su padre y su abuelo, y su bisabuelo habían sido, sucesivamente, reyes de aquel reino. Creció entre lujos, lisonjas y comodidades. Y aunque sus sabios asesores le aconsejaron cuando asumió el reino que

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hiciera un esfuerzo mayor incluso que el que habían hecho sus antepasados, trabajando por el reino, él no se dejó impresionar y sencillamente se dedicó a disfrutar su vida. Heredó de su padre la fama de ser justo y popular, así que sus súbditos lo querían y él se sentía feliz con aquel cariño. Sus consejeros manejaban las cuestiones, de Estado y todo marchaba, si no del todo bien, tampoco del todo mal. Los años pasaron y con ellos el rey creció en edad.

En cierta ocasión, viajando de paseo con su hija por una de las lejanas provincias del reino, se vio envuelto en una tormenta que separó su barco de los de su escolta. Y ante el embate del viento huracanado y las olas embravecidas, naufragó. Cuando la tempestad se apaciguó, el rey se percató que él y su hija eran los únicos supervivientes. Asidos de un madero y después de muchas horas de haber sido arrastrados por las corrientes del mar, fueron arrojados a una playa totalmente desconocida,

Vivían en el lugar un grupo de pescadores muy pobres. Su jornal diario apenas les alcanzaba para mal vivir con sus familias. Jamás habían escuchado acerca del rey ni del reino. Incluso los cobradores de impuestos ni siquiera los habían visitado dada su condición económica paupérrima. Sin embargo lo recibieron bien y trataron de ayudarles.

Pero se percataron de que los extraños náufragos a la hora de comer eran los primeros en sentarse a la mesa y exigían que se les sirviera, y a la hora de acostarse esperaban hasta que les pusieran las cobijas. Además, no hacían otra cosa que mandar, ordenar, quejarse y criticar. Pero eran incapaces de ayudar en lo más mínimo en el duro trabajo diario con que apenas sobrevivían aquellos pescadores.

El más viejo del lugar habló con los forasteros, y les pidió que se marcharan tierra adentro en busca de ayuda ya que ellos eran demasiado pobres para alimentar dos bocas más.

Ante estas palabras el rey se enfureció cómo se atrevía este hombre que era quizás el último de sus súbditos a hablarle así. ¡A él, que había nacido noble y rico! Se acostó sin cenar, la plática del viejo le había quitado el hambre. Se durmió profundamente, y en sueños escuchó una voz que le decía: “Sólo puede ser considerado de tu propiedad aquello que pudo sobrevivir a tu naufragio”... ¿Sobrevivido? ¿Acaso habían sobrevivido sus riquezas y su nobleza? ¡No! ¡Sólo habían sobrevivido él y su hija! Comprendió entonces, él era ahora el responsable tanto por el sustento de su hija como por el de él mismo, y se lamentó de no haber aprendido a ser útil mediante el trabajo.

Al día siguiente se despidió de aquella buena gente y avergonzado se internó con su hija tierra adentro. Encontró un granjero que aunque se sorprendió de que no supieran hacer nada, se dispuso a enseñarles el oficio de cuidar ovejas. Y el viejo rey tuvo por primera vez en su vida un oficio. Y pasaron cinco años en los que él cumplió fielmente con su patrón. Su hija creció en ese tiempo y se convirtió en una mujer extraordinariamente bella.

En esos cinco años la fama de la belleza de esa joven se esparció por aquellos parajes. Y gracias a ello, en palacio llegaron a pensar que se trataba de la princesa, y que podía haber otros sobrevivientes del naufragio. Salieron en su búsqueda. El granjero se sorprendió al saber que aquel excelente empleado que tuvo todo ese tiempo, era nada menos que ¡el rey!

Una vez instalado nuevamente en el trono, cuentan que llegaron muchos emisarios de reinos vecinos a pedir la mano de su hija. El monarca averiguaba en primer lugar que tan útiles y trabajadores eran aquellos pretendientes. Y ese fue el primer criterio que siguió para escoger el consorte de su hija, aquel que un día gobernaría a su pueblo. Tomó medidas para que todo súbdito se capacitara para el trabajo. Y cuentan que trabajando todos, el reino prosperó y se enriqueció, dando una vida mucho mejor a su habitantes.

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LO NEGATIVO: No sentir la necesidad de capacitarnos para trabajar productiva y eficazmente.

LO POSITIVO: Comprender que ningún ser humano vale más que otro, a menos que sea capaz de hacer más, hacerlo mejor, más rápida y utilizando menos recursos.

TREN DE LA VIDA

La vida no es más que un viaje por tren: repleto de embarques y desembarques, salpicado de accidentes, sorpresas agradables en algunos embarques, y profundas tristezas en otros. Al nacer, nos subimos al tren y nos encontramos con algunas personas las cuales creemos que siempre estarán con nosotros en este viaje: nuestros padres.

Lamentablemente la verdad es otra. Ellos se bajarán en alguna estación dejándonos huérfanos de su cariño, amistad y su compañía irreemplazable. No obstante, esto no impide que se suban otras personas que nos serán muy especiales. Llegan nuestros hermanos, nuestros amigos y nuestros maravillosos amores.

De las personas que toman este tren, habrá los que lo hagan como un simple paseo, otros que encontrarán solamente tristeza en el viaje, y habrá otros que, circulando por el tren, estarán siempre para ayudar a quien lo necesite.

Es curioso constatar que algunos pasajeros, quienes nos son más queridos, se acomodan en vagones distintos al nuestro. Por lo tanto, se nos obliga a hacer el trayecto separados de ellos.

Desde luego, no se nos impide que durante el viaje recorramos con dificultad nuestro vagón y lleguemos a ellos... pero lamentablemente, ya no podremos sentarnos a su lado pues habrá otra persona ocupando el asiento.

No importa… El viaje se hace de este modo; lleno de desafíos, sueños, fantasías, esperas y despedidas... pero jamás regresos. Entonces, hagamos este viaje de la mejor manera posible.

Tratemos de relacionarnos bien con todos los pasajeros, buscando en cada uno lo que mejor tengan. Recordemos siempre que en algún momento del trayecto, ellos podrán titubear y probablemente precisaremos entenderlo ya que nosotros también muchas veces titubearemos, y habrá alguien que nos comprenda.

El gran misterio, al fin, es que no sabremos jamás en qué estación bajaremos, mucho menos dónde bajarán nuestros compañeros, ni siquiera el que está sentado en el asiento de al lado.

Me quedo pensando si cuando baje del tren sentiré nostalgia... Creo que sí. Separarme de algunos amigos de los que hice en el viaje será doloroso. Dejar que mis hijos sigan solitos, será muy triste.

Lo que me hará feliz será pensar que colaboré con que el equipaje creciera y se hiciera valioso.

Amigos, hagamos que nuestra estadía en este tren sea tranquila, que haya valido la pena. Hagamos tanto para que cuando llegue el momento de desembarcar, nuestro asiento vacío deje añoranza y lindos recuerdos a los que en el viaje permanezcan.

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LA PAZ PERFECTA

Te cuento que…

Había una vez un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Muchos artistas lo intentaron.

El rey observó y admiró todas las pinturas, personalmente hubo dos que realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas.

La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre estas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos los que miraron esta pintura quedaron que esta reflejaba la paz perfecta.

La segunda pintura también tenía montañas. Pero eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada pacífico.

Pero cuando el rey observó cuidadosamente, vio tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir de la violenta caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en medio de su nido... la paz perfecta.

¿Cuál crees que fue la pintura ganadora?

El rey escogió la segunda. ¿Sabes por qué?

Porque, explicaba el rey: “Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que a pesar de estar en medio de todas estas cosas, permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón.

Este es el verdadero significado de la paz.

EL CASTIGO DEL RABINO

Una vez, en un pueblecito europeo, un hombre que envidiaba a su rabino lanzó un malicioso rumor acerca de él. No obstante, preso del real remordimiento, de inmediato fue a verlo para implorar su perdón y cumplir el castigo que él le impusiera. El rabino le ordenó que al llegar a su casa, tomara un almohadón de plumas, saliera al patio, lo cortara y dejara que el viento esparciera las plumas. Tras hacer lo que el rabino le había indicado, el hombre regresó a la sinagoga y le preguntó:

– ¿Estoy perdonados?

– Casi lo estás, -respondió el rabino-. Ahora solo te resta hacer una cosa para ser totalmente perdonado

– ¿De qué se trata? -inquirió el hombre.

– Trata de reunir de nuevo las plumas que el viento ha esparcido por todo el pueblo, mételas dentro del almohadón y cose de nuevo la tela. Sólo si consigues hacerlo serás perdonado.

– ¡Pero eso es imposible! -exclamó el hombre.

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– Ciertamente -admitió el rabino-. Aunque desees reparar el daño que ha causado con tu rumor, al igual que no puedes reunir plumas esparcidas por el viento, ya no tienes modo de remediarlo.

APRENDE CUÁNDO TRIUNFARÁS

Cierta vez un hombre decidió consultar a un sabio sobre sus problemas. Luego de un largo viaje hasta el paraje donde aquel Maestro vivía, el hombre finalmente pudo dar con él:

– Maestro, vengo a usted porque estoy desesperado, todo me sale mal y no sé qué más hacer para salir adelante.

El sabio le dijo:

– Puedo ayudarte con esto... ¿ sabes remar?

Un poco confundido, el hombre contestó que sí. Entonces el maestro lo llevó hasta el borde de un lago, juntos subieron a un bote y el hombre empezó a remar hacia el centro a pedido del maestro.

– ¿Va a explicarme ahora cómo mejorar mi vida? -dijo el hombre advirtiendo que el anciano gozaba del viaje sin más preocupaciones.

– Sigue, sigue -dijo este, que debemos llegar al centro mismo del lago.

Al llegar al centro exacto del lago, el maestro le dijo:

– Arrima tu cara todo lo que puedas al agua y dime qué ves...

El hombre pasó casi todo su cuerpo por encima de la borda del pequeño bote y tratando de no perder el equilibrio acercó su rostro todo lo que pudo al agua aunque sin entender mucho para qué estaba haciendo esto.

De repente, el anciano lo empujó y el hombre cayó al agua. Al intentar salir, aquel tomó su cabeza con ambas manos e impidió que el hombre llegara a la superficie. Desesperado, el hombre manoteó, pataleó, gritó inútilmente bajo el agua hasta que casi a punto de morir ahogado el sabio lo soltó y le permitió subir a la superficie y luego al bote.

Al llegar arriba el hombre, entre toses y ahogos le gritó:

– ¿Usted está loco? ¿No se da cuenta que casi me ahoga?

Con el rostro plácido, el maestro le preguntó:

–Cuándo estabas abajo del agua… ¿En qué pensabas? ¿Qué era lo qué más deseabas en ese momento?

– ¡En respirar, por supuesto!

– Bien, cuando pienses en triunfar, con las mismas ganas con la que pensabas en respirar, en ese momento y no antes estarás preparado para triunfar...

LECCIÓN DE LA VIDA

Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte:

– Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en

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momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.

Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total...

Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada.

El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia. EI rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y este le dijo:

– No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje.

El anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey.

– Pero no lo leas -agregó-, mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación.

Ese momento no tardó en llegar. EI país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar su vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos.

Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia adelante y no había ningún otro camino...

De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso:

Simplemente decía "ESTO TAMBIÉN PASARÁ". Mientras leía sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos.

El rey se sentía profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido. Aquellas palabras habían resultado milagrosas.

Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino.

Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música, bailes... y él se sentía muy orgulloso de sí mismo.

El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo:

– Este momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje.

– ¿Qué quieres decir? preguntó el rey. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.

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– Escucha, -dijo el anciano- este mensaje no es solo para situaciones desesperadas; también es para situaciones placenteras. No es solo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes victorioso. No es solo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero.

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: "Esto también pasará", y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, pero el orgullo y el egoísmo habían desaparecido.

El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se había iluminado.

Entonces el anciano le dijo:

– RECUERDA QUE TODO PASA

Ninguna cosa ni ninguna emoción son permanentes.

Como el día y la noche, hay momentos de alegría momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.

CÓMO ARREGLAR EL MUNDO

Un científico vivía preocupado con los problemas del mundo y estaba resuelto a encontrar los medios para disminuirlos. Pasaba días encerrado en su laboratorio en busca de respuestas para sus dudas.

Cierto día, su hijo de siete años invadió su santuario decidido a ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la interrupción, intentó hacer que el hijo fuera a jugar a otro sitio. Viendo que sería imposible sacarlo de allí, el padre procuró algo para darle al hijo, con el objetivo de distraer su atención.

De repente tomó un planisferio de una revista, y con una tijera recortó el mapa en varios pedazos y junto con un rollo de cinta adhesiva, lo entregó al hijo diciendo: “¿A ti te gustan los rompecabezas? Entonces voy a darte el mundo para que lo arregles. Aquí está el mundo todo roto. Mira si puedes arreglarlo. ¡Bien! Hazlo todo solo”.

Calculó que al niño le llevaría días para recomponer el mapa. Algunas horas después, oyó la voz del hijo que le llamaba calmadamente: “Padre, padre, ya he hecho todo. ¡Conseguí terminar todo!”.

Al principio el padre no dio crédito a las palabras del hijo. Sería imposible a su edad haber conseguido recomponer un mapa que jamás había visto. Entonces, el científico levantó los ojos de sus anotaciones, seguro que vería un trabajo digno de un niño. Para su sorpresa, el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían sido colocados en sus sitios.

¿Cómo sería posible? ¿Cómo el niño había sido capaz?...

– Tú no sabías cómo era el mundo, hijo mío. ¿Cómo lo conseguiste?

– Padre, yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando tú quitaste el papel de la revista para recortar, yo vi que del otro lado había la figura de un hombre. Cuando tú me diste el mundo para arreglarlo, yo intenté pero no lo conseguí. Fue entonces que me acordé del hombre, di vuelta a los recortes y empecé a arreglar el hombre que yo sabía cómo era. Cuando conseguí arreglar el hombre, di la vuelta a la hoja y encontré que había arreglado el mundo.

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La vida entera debe ser considerada como una gran e scuela de experiencia en la cual todos somos alumnos.

EL VALOR DEL TIEMPO

Imagínate que existe un banco, que cada mañana acredita en tu cuenta la suma de 86,400 y no arrastra tu saldo día a día, ya que cada noche borra cualquier cantidad de tu saldo que no usaste durante el día.

¿Qué harías? ¡Retirar hasta el último centavo, por supuesto!

Cada uno de nosotros tiene ese banco. Su nombre es tiempo. Cada mañana, este banco te acredita 86,400 segundos. Cada noche, este banco, borra y da como pérdida cualquier cantidad de ese crédito que no has invertido en un buen propósito. Este banco no arrastra saldos, ni permite sobregiros. Cada día te abre una nueva cuenta. Cada noche elimina los saldos del día. Si no usas tus depósitos del día, la pérdida es tuya. No se puede dar marcha atrás. No existen los giros a cuenta del depósito de mañana.

Debes vivir en el presente con los depósitos de hoy. Invierte de tal manera, que puedas conseguir lo mejor en salud, felicidad y éxito. El reloj sigue su marcha. Consigue lo máximo en el día.

Para darse cuenta del valor de un año:

Pregúntale a un estudiante que ha reprobado un examen final.

Para darse cuenta del valor de un mes:

Pregúntale a una madre que ha dado a luz a un bebé prematuro.

Para darse cuenta del valor de una semana:

Pregúntale al editor de una revista semanal.

Para darse cuenta del valor de un día:

Pregúntale a un niño que espera que mañana llegue Santa Claus.

Para darse cuenta del valor de una hora:

Pregúntales a los amantes que esperan para verse.

Para darse cuenta del valor de un minuto:

Pregúntale a una persona que ha perdido el tren, el ómnibus o el avión.

Para darse cuenta del valor de un segundo:

Pregúntale a una persona que ha sobrevivido un accidente.

Para darse cuenta del valor de una centésima de segundo:

Pregúntale a la persona que ha ganado una medalla de plata en las olimpiadas.

El tiempo no espera para ninguno.

Atesora cada momento que tengas, y atesóralo más si lo compartiste con alguien especial, lo suficientemente especial como para dedicarle tu tiempo.

Y recuerda que el tiempo no espera por nadie. Ayer es historia. Mañana es misterio. Hoy es una dádiva, por eso es que se le llama el presente.

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EL PICADOR DE PIEDRAS

Cuenta la leyenda que un humilde picador de piedras vivía resignado en su pobreza, aunque siempre anhelaba con deseo convertirse en un hombre rico y poderoso. Un buen día expresó en voz alta su deseo y cuál fue su sorpresa cuando vio que este se había hecho realidad: se había convertido en un rico mercader.

Esto le hizo muy feliz hasta el día que conoció a un hombre aún más rico y poderoso que él. Entonces pidió de nuevo ser así y su deseo le fue también concedido. Al poco tiempo se cercioró de que debido a su condición se había creado muchos enemigos y sintió miedo.

Cuando vio cómo un feroz samurai resolvía las divergencias con sus enemigos, pensó que el manejo magistral de un arte de combate le garantizaría la paz y la indestructibilidad. Así que quiso convertirse en un respetado samurai y así fue.

Sin embargo, aún siendo un temido guerrero, sus enemigos habían aumentado en número y peligrosidad. Un día se sorprendió mirando al sol desde la seguridad de la ventana de su casa y pensó: él si que es superior, ya que nadie puede hacerle daño y siempre está por encima de todas las cosas. “¡Quiero ser el sol!”.

Cuando logró su propósito, tuvo la mala suerte de que una nube se interpusiera en su camino entorpeciendo su visión y pensó que la nube era realmente poderosa y así era como realmente le gustaría ser.

Así, se convirtió en nube, pero al ver cómo el viento le arrastraba con su fuerza, la desilusión fue insoportable. Entonces decidió que quería ser viento. Cuando fue viento, observó que aunque soplaba con gran fuerza a una roca, ésta no se movía y pensó: “¡Ella sí que es realmente fuerte; quiero ser una roca!” Al convertirse en roca se sintió invencible porque creía que no existía nada más fuerte que él en todo el universo.

Pero cuál fue su sorpresa al ver que apareció un picador de piedras que tallaba la roca y empezaba a darle la forma que quería pese a su contraria voluntad. Esto le hizo reflexionar y le llevó a pensar que, en definitiva, su condición inicial no era tan mala y que deseaba de nuevo volver a ser el picador de piedras que era en un principio.

HONESTIDAD

Hubo una vez un emperador que convocó a todos los solteros del reino pues era tiempo de buscar pareja a su hija.

Todos los jóvenes asistieron y el rey les dijo:

– Os voy a dar una semilla diferente a cada uno de vosotros; al cabo de seis meses deberán traerme en una maceta la planta que haya crecido, y la planta más bella ganará la mano de mi hija, y por ende el reino.

Así se hizo, pero había un joven que plantó su semilla pero no germinaba. Mientras tanto, todos los demás jóvenes del reino no paraban de hablar y mostrar las hermosas plantas y flores que habían sembrado en sus macetas.

Llegaron los seis meses y todos los jóvenes desfilaban hacia el castillo con hermosas y bellas plantas.

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El joven estaba demasiado triste pues su semilla nunca germinó, ni siquiera quería ir al palacio, pero su madre insistía en que debía ir pues era un participante y debía estar allí. Con la cabeza baja y muy avergonzada, desfiló el último hacia el palacio con su maceta vacía.

Todos los jóvenes hablaban de sus plantas, y al ver a nuestro amigo lo colmaron de risas y burlas.

En ese momento el alboroto fue interrumpido por la entrada del rey; todos hicieron su respectiva reverencia mientras el rey se paseaba entre todas las macetas admirando las plantas. Finalizada la inspección hizo llamar a su hija, y llamó de entre todos al joven que llevó su maceta vacía. Atónitos, todos esperaban la explicación de aquella acción.

El rey dijo entonces:

– Este es el nuevo heredero del trono y se casará con mi hija, pues a todos ustedes se les dio una semilla infértil, y todos trataron de engañarme plantando otras plantas, pero este joven tuvo el valor de presentarse y mostrar su maceta vacía, siendo sincero, real y valiente, cualidades que un futuro rey debe tener y que mi hija merece.

Moraleja: "La honestidad será por siempre una virtud".

OPORTUNIDADES

Un hombre recibió una noche la visita de un ángel, quien le comunicó que le esperaba un futuro fabuloso: se le daría la oportunidad de hacerse rico, de lograr una posición importante y respetada dentro de la comunidad y de casarse con una mujer muy hermosa.

Ese hombre se pasó la vida esperando que los milagros prometidos llegasen, pero nunca sucedieron, así que al final murió solo y pobre. Cuando llegó a las puertas del cielo vio al ángel que le había visitado tiempo atrás y protestó:

– Me prometiste riqueza, una buena posición social y una bella esposa. ¡Me he pasado la vida esperando en vano!

– Yo no te hice esa promesa -replicó el ángel-. Te prometí la oportunidad de riqueza, una buena posición social y una esposa hermosa.

El hombre estaba realmente intrigado. No entiendo lo que quieres decir, confesó:

– ¿Recuerdas que una vez tuviste la idea de montar un negocio, pero el miedo al fracaso te detuvo y nunca lo pusiste en práctica? -y el hombre asintió con un gesto-. Al no decidirte, unos años más tarde se le dio la idea a otro hombre que no permitió que el miedo al fracaso le impidiera ponerla en práctica. Recordaras que se convirtió en uno de los hombres más ricos del reino. También recordarás -prosiguió el ángel-, aquella ocasión en que un terremoto asoló la ciudad, derrumbó muchas casas y miles de personas quedaron atrapadas en ellas. En aquella ocasión tuviste la oportunidad de ayudar a encontrar rescatar a los sobrevivientes, pero no quisiste dejar tu hogar sólo por miedo a que los muchos saqueadores que había te robasen tus pertenencias. Así que ignoraste la petición de ayuda y te quedaste en casa.

El hombre asintió con vergüenza.

– Esa fue tu gran oportunidad de salvarle la vida a cientos de personas, con lo que hubieras ganado el respeto de todos ellos, continuó el ángel. Y por último ¿recuerdas aquella hermosa mujer pelirroja, que te había atraído tanto? La creías incomparable a cualquier otra y nunca

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conociste a nadie igual. Sin embargo, pensaste que tal mujer no se casaría con alguien como tú y para evitar el rechazo, nunca llegaste a proponérselo.

El hombre volvió a asentir, pero ahora las lágrimas rodaban por sus mejillas.

– Sí, amigo mío, ella podría haber sido tu esposa, -dijo el ángel. Y con ella se te hubiera otorgado la bendición de tener sanos y hermosos hijos y multiplicar la felicidad en tu vida.

A todos se nos ofrecen a diario muchas oportunidades, pero muy a menudo, como el hombre de la historia, las dejamos pasar por nuestros temores e inseguridades.

LOS DOS AMIGOS

Cuenta una historia que dos amigos iban caminando por el desierto. En algún punto del viaje comenzaron a discutir, y un amigo le dio una bofetada al otro.

Lastimado, pero sin decir nada, escribió en la arena:

Mi mejor amigo me dio hoy una bofetada.

Siguieron caminando hasta que encontraron un oasis, donde decidieron bañarse. El amigo que había sido abofeteado comenzó a ahogarse, pero su amigo lo salvó.

Después de recuperarse, escribió en una piedra:

Mi mejor amigo hoy salvó mi vida.

El amigo que había abofeteado y salvado a su mejor amigo preguntó:

– Cuando te lastimé escribiste en la arena y ahora lo haces en una piedra. ¿Por qué?

El otro amigo le respondió que cuando alguien nos lastima debemos escribirlo en la arena donde los vientos del perdón puedan borrarlo. Pero cuando alguien hace algo bueno por nosotros, debemos grabarlo en piedra donde ningún viento pueda borrarlo.

Aprende a escribir tus heridas en la arena y grabar en piedra tus venturas.

Dicen que toma un minuto encontrar a una persona especial, una hora para apreciarla, un día para amarla, pero una vida entera para olvidarla.

BESITOS

La historia cuenta que hace algún tiempo un hombre castigó a su hijita de cinco años por desperdiciar un rollo de papel dorado para envolver regalos.

Estaban apretados de dinero y se molestó mucho cuando la niña pegó todo el papel dorado en una cajita que puso debajo del árbol de Navidad.

Sin embargo, la mañana de Navidad, la niña le trajo la cajita envuelta con el papel dorado a su papá: Esto es para ti, papá.

El papá se sintió avergonzado por haberse molestado tanto la noche anterior, pero su molestia resurgió de nuevo cuando comprobó que la caja estaba vacía y le dijo en tono molesto:

– No sabe usted, señorita, que cuando uno da un regalo debe haber algo dentro del paquete?

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La niña volteó a verlo con lágrimas en sus ojitos y le dijo:

– Pero papi, no está vacía… Le puse besitos hasta que se llenó.

El papá estaba conmovido, cayó de rodillas, abrazó a su hijita, le pidió que le perdonara su desconsiderado coraje.

Un tiempo después, un accidente tomó la vida de la niña. Se dice que el papá conservó la cajita dorada junto a su cama por el resto de su vida.

Cuando se sentía solo y desanimado, metía su mano en la cajita dorada y sacaba un besito imaginado de ella.

LA MEJOR MAESTRA

El primer día de clases la profesora López, maestra de 5to grado de primaria, les dijo a sus nuevos alumnos que a todos los quería por igual. Pero eso era una mentira, porque en la fila de adelante se encontraba hundido en su asiento Pedro González, a quien la profesora López conocía desde el año anterior y había observado que él era un niño que no jugaba bien con los otros niños, que sus ropas estaban desaliñadas y constantemente necesitaba un baño. Con el paso del tiempo, la relación entre la profesora y Pedro se volvió desagradable, a tal punto que esta sentía mucho gusto al marcar sus tareas con grandes tachaduras en color rojo.

Un día la escuela le pidió a la Sra. López revisar los expedientes anteriores de cada niño de su clase y ella puso el de Pedro al final. Sin embargo, cuando revisó su archivo, se llevó una gran sorpresa. La maestra de primer grado de Pedro escribió: “Pedro es un niño brillante con una sonrisa espontánea. Hace sus deberes limpiamente y tiene buenos modales; es un deleite tenerlo cerca”.

Su maestra de segundo grado escribió: “Pedro es un excelente alumno, apreciado por sus compañeros pero tiene problemas debido a que su madre tiene una enfermedad incurable y su vida en casa debe ser una constante lucha”.

Su maestra de tercer grado escribió: “La muerte de su madre ha sido dura para él. Trató de hacer su máximo esfuerzo pero su padre no muestra mucho interés y su vida en casa le afectará pronto si no se toman algunas acciones”.

Su maestra de cuarto escribió: “Pedro es descuidado y no muestra mucho interés en la escuela. No tiene muchos amigos y en ocasiones se duerme en clase”.

En este momento la Sra. López se dio cuenta del problema y se sintió apenada. Se sintió todavía peor cuando al llegar la Navidad, todos los alumnos le llevaron sus regalos envueltos cada uno de ellos en papeles brillantes y preciosos listones, excepto el de Pedro. Su regalo estaba torpemente envuelto en el pesado papel café que tomó de una bolsa del mercado. Algunos niños comenzaron a reír cuando ella encontró dentro de ese papel un brazalete de piedras al que le faltaban algunas y la cuarta parte de un frasco de perfume. Pero ella minimizó las risas de los niños cuando exclamó:

– ¡Qué brazalete tan bonito!, poniéndoselo y rociando un poco de perfume en su muñeca.

Pedro González se quedó ese día después de clases solo para decir:

– Sra. López, hoy usted olió como mi mamá solía hacerlo.

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Después de que los niños se fueron, ella lloró por lo menos durante una hora. Desde ese día renunció a enseñar solo lectura, escritura y aritmética. En su lugar, comenzó a enseñar valores, sentimientos y principios a los niños. La señora López le tomó especial atención a Pedro. A medida que trabajaba con él, su mente parecía volver a la vida. Mientras más lo motivaba, más rápido respondía. Al final del año, Pedro se había convertido en uno de los niños más listos de la clase y a pesar de su mentira de que ella quería a todos los niños por igual, Pedro se volvió uno de sus consentidos.

Un año después, encontró una nota de Pedro debajo de la puerta del salón, diciéndole que ella era la mejor maestra que había tenido en su vida. Pasaron seis años antes de que recibiera otra nota de Pedro. Él entonces le escribió que ya había terminado la preparatoria, había obtenido el tercer lugar en su clase, y que ella todavía era la mejor maestra que había tenido en su vida.

Cuatro años después, recibió otra carta, diciéndole que sin importar que en ocasiones las cosas hubieran estado duras, él había permanecido en la escuela y pronto se graduaría en la Universidad con los máximos honores. Y le aseguró a la Sra. López que ella era aún la mejor maestra que él había tenido en toda su vida. Luego pasaron otros cuatro años, y llegó otra carta. Esta vez le explicó que después de haber recibido su título universitario, él decidió ir un poco más allá. Y le volvió a reiterar que ella era aún la mejor maestra que él había tenido en toda su vida. Solo que ahora su nombre era más largo y la carta estaba firmada por el Dr. Pedro González, MSc.

El tiempo siguió su marcha y en una carta posterior Pedro le decía que había conocido a una chica y que se iba a casar. Le explicó que su padre había muerto hacía dos años, le preguntó si accedía a sentarse en el lugar que normalmente está reservado para la mamá del novio. Por supuesto que ella accedió. Para el día de la boda usó aquel brazalete con varias piedras faltantes se aseguró de usar el mismo perfume que le recordó a Pedro a su mamá la última Navidad.

Ellos se abrazaron y el Dr. González susurró al oído de la Sra. López:

– Gracias Sra. López por creer en mí. Muchas gracias por hacerme sentir importante y por enseñarme que yo podía hacer la diferencia.

La Sra. López, con lágrimas en sus ojos, le susurró de vuelta diciéndole:

– Pedro, tú estás equivocado. Tú fuiste el que me enseñó que yo podría hacer la diferencia. No sabía como enseñar hasta que te conocí.

Las experiencias que tenemos a lo largo de nuestras vidas (gratas y desagradables) marcan lo que somos en la actualidad, no juzgues a las personas sin saber qué hay detrás de ellas, dales siempre una oportunidad de cambiar tu vida.

EL CORAZÓN MÁS HERMOSO

Un día un hombre joven se sitió en el centro de un poblado y proclamó que él poseía el corazón más hermoso de toda la comarca. Una gran multitud se congregó a su alrededor y todos admiraron y confirmaron que su corazón era perfecto, pues no se observaban en él ni máculas ni rasguños. Sí, coincidieron todos que era el corazón más hermoso que hubieran visto.

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Al verse admirado, el joven se sintió más orgulloso aún, y con mayor fervor aseguró poseer el corazón más hermoso de todo el vasto lugar. De pronto un anciano se le acercó y le dijo: “Por qué dices eso, si tu corazón no es ni tan aproximadamente hermoso como el rnío”. Sorprendidos, la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, si bien latía vigorosamente, estaba cubierto de cicatrices y hasta había zonas donde faltaban trozos que habían sido reemplazados por otros que no encajaban perfectamente en el lugar, pues se veían bordes y aristas irregulares en su derredor. Es más, había lugares con huecos, donde faltaban trozos profundos.

La gente se sobrecogió: “¿Cómo puede decir él que su corazón es más hermoso?”, pensaron. El joven contempló el corazón del anciano y al ver su estado desgarbado, se echó a reír y dijo: “Debes estar bromeando. Compara tu corazón con el mío... El mío es perfecto. En cambio el tuyo es un conjunto de cicatrices y dolor”.

Y el anciano respondió:

– Es cierto, tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me involucraría contigo.... Mira, cada cicatriz representa una persona a la cual entregué todo mi amor. Arranqué trozos de mi corazón para entregárselos a cada uno de aquellos que he amado. Muchos, a su vez, me han obsequiado un trozo del suyo, que he colocado en el lugar que quedó abierto. Como las piezas no eran iguales, quedaron los bordes por los cuales me alegro, porque al poseerlos me recuerdan el amor que hemos compartido. Hubo oportunidades, en las cuales entregué un trozo de mi corazón a alguien, pero esa persona no me ofreció un poco del suyo a cambio. Y ahí quedaron los huecos (dar amor es arriesgar). Pero a pesar del dolor que esas heridas me producen al haber quedado abiertas, me recuerdan que los sigo amando y alimentan la esperanza de que algún día tal vez regresen y llenen el vacío que han dejado en mi corazón. ¿Comprendes ahora lo que es verdaderamente hermoso?

El joven permaneció en silencio, lágrimas corrían por sus mejillas. Se acercó al anciano, arrancó un trozo de su hermoso y joven corazón y se lo ofreció.

El anciano lo recibió y lo colocó en su corazón, luego a su vez arrancó un trozo del suyo ya viejo y maltrecho y con él tapó la herida abierta del joven. La pieza se amoldó, pero no a la perfección.

Al no haber sido idénticos los trozos, se notaban los bordes.

El joven miró su corazón que ya no era perfecto, pero lucía mucho más hermoso que antes, porque el amor del anciano fluía en su interior.

LA ÚLTIMA CENA DE LEONARDO DA VINCI

Existe una anécdota del gran pintor, escultor e inventor Leonardo Da Vinci, acerca de su pintura “La Última Cena”, una de sus obras más copiadas y vendidas en la actualidad.

Tardó 20 años en hacerla debido a que era muy exigente con las personas que servirían de los.

Tuvo problemas en iniciar la pintura porque no encontraba al modelo para representar a Jesús, quien tenía que reflejar en su rostro pureza, nobleza los más bellos sentimientos... así mismo debía poseer una extraordinaria belleza varonil.

Por fin, encontró a un joven con esas características, y fue el primero que pintó.

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Después fue localizando a los 11 apóstoles, a quienes pintó juntos, dejando pendiente a Judas Iscariote, pues no daba con el modelo adecuado.

Éste debía ser una persona de edad madura y mostrar en el rostro las huellas de la traición y la avaricia, por lo que el cuadro quedó inconcluso por largo tiempo, hasta que le hablaron de un terrible criminal que habían apresado.

Fue a verlo y era exactamente el Judas que él quería para terminar su obra, por lo que solicitó al alcalde le permitiera al reo que posara para él. El alcalde, conociendo la fama del maestro Da Vinci, aceptó gustoso y llevaron al reo custodiado por dos guardias y encadenado al estudio del pintor. Durante todo el tiempo el reo no dio muestra de emoción alguna por haber sido elegido para modelo, mostrándose demasiado callado y distante.

Al final Da Vinci, satisfecho del resultado, llamó al reo y le mostró la obra. Cuando el reo la vio, cayó de rodillas sumamente impresionado, llorando.

Da Vinci, extrañado, le preguntó el por qué de su actitud, a lo que el preso respondió: “Maestro Da Vinci, ¿es que acaso no me recuerda?”. Da Vinci observándolo le contestó: “No, nunca antes lo había visto”.

Llorando y pidiendo perdón a Dios el reo le dijo: “Maestro, yo soy aquel joven que hace 19 años usted escogió para representar a Jesús en este mismo cuadro”.

MORALEJA:

Por más belleza física que se posea, es la belleza interna la que al fin sale a relucir a través del tiempo. Si se lleva una vida de malos sentimientos, éstos quedarán marcados en las arrugas de nuestro rostro.

LOS PAVOS NO VUELAN

Cuentan de un paisano de Catamarca que se encontró en el campo un huevo muy grande. Nunca había visto nada igual. Decidió llevarlo a su casa.

– ¿Será de avestruz? -preguntó su mujer.

– No, es demasiado abultado -dijo el abuelo.

– ¿Y si lo rompemos? -propuso el ahijado.

– Es una lástima. Perderíamos una hermosa curiosidad -respondió cuidadosamente la abuela.

– Miren, por la duda, se lo voy a colocar a la pava que está calentando los huevos. Tal vez con el tiempo nazca algo -afirmó el paisano. Y así lo hizo.

Cuenta la historia que a los quince días nació un pavito oscuro, grande, nervioso, que con mucha avidez comió todo el alimento que encontró a su alrededor. Luego miró a la madre con vivacidad y le dijo entusiasta: “Bueno, ahora vamos a volar”. La pava se sorprendió muchísimo de la proposición de su flamante crío, y le explicó: “Mira, los pavos no vuelan. A ti te hace mal comer apurado”.

Entonces todos trataron de que el pavito comiera más despacio, el mejor alimento y en la medida justa. Pero el pavito terminaba su almuerzo o su cena, su desayuno o merienda y les

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decía a sus hermanos: “Vamos muchachos, ¡a volar!”. Todos los pavos le explicaban nuevamente: “Los pavos no vuelan. A ti te hace mal la comida”.

El pavito fue hablando más de comer y menos de volar. Y creció y murió en la pavada general. ¡Pero era un cóndor! Había nacido para volar hasta los 7000 metros, pero, como nadie volaba...

El riesgo de morir en la pavada general es muy grande. ¡Como nadie vuela!

Muchas puertas están abiertas porque nadie las cierra, y otras puertas están cerradas porque nadie las abre. El miedo al hondazo es terrible, pero la verdadera protección está en las alturas. Especialmente cuando hay hambre de elevación y buenas alas.

LA MARIPOSA

Un hombre encontró un capullo de una mariposa y se lo llevó a casa para poder ver a la mariposa cuando saliera del capullo. Un día vio que había un pequeño orificio y entonces se sentó a observar por varias horas, viendo que la mariposa luchaba por abrirlo más grande y poder salir.

El hombre vio que la mariposa forcejeaba duramente para poder pasar su cuerpo a través del pequeño agujero, hasta que llegó un momento en el que pareció haber cesado de forcejear, pues aparentemente no progresaba en su intento.

Parecía que se había atascado. Entonces el hombre, en su bondad, decidió ayudar a la mariposa y con una pequeña tijera cortó al lado del agujero para hacerlo más grande y ahí fue que por fin la mariposa pudo salir del capullo. Sin embargo, al salir la mariposa tenía un cuerpo muy hinchado y unas alas pequeñas y dobladas.

El hombre continuó observando, pues esperaba que en cualquier instante las alas se desdoblarían y crecerían lo suficiente para soportar al cuerpo, el cual se contraería al reducir lo hinchado que estaba.

Ninguna de las dos situaciones sucedieron y la mariposa solamente podía arrastrarse en círculos con su cuerpecito hinchado y sus alas dobladas. Nunca pudo llegar a volar.

Lo que el hombre en su bondad y apuro no entendió, fue que la restricción de la apertura del capullo y la lucha requerida por la mariposa para salir por el diminuto agujero, era la forma en que la naturaleza forzaba fluidos del cuerpo de la mariposa hacia sus alas, para que estuviesen grandes y fuertes y luego pudiese volar.

La libertad y el volar solamente podían llegar luego de la lucha. Al privar a la mariposa de la lucha, también le fue privada su salud.

Algunas veces las luchas son lo que necesitamos en la vida. Si la naturaleza nos permitiese progresar por nuestras vidas sin obstáculos, nos convertiría en inválidos. No podríamos crecer y ser tan fuertes como podríamos haberlo sido.

¡Cuánta verdad hay en esto! Cuántas veces hemos querido tomar el camino corto para salir de dificultades, tomando esas tijeras y recortando el esfuerzo para poder ser libres.

Necesitamos recordar que nunca recibimos más de lo que podemos soportar y que a través de nuestros esfuerzos y caídas, somos fortalecidos así como el oro es refinado con el fuego.

Nunca permitamos que las cosas que no podemos tener, o que no tenemos, o que no debamos tener, interrumpan nuestro gozo de las cosas que tenemos y podemos tener.

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EL ÁRBOL DE MANZANAS

Hace mucho tiempo existía un enorme árbol de manzanas. Un pequeño niño lo amaba mucho y todos los días jugaba alrededor de él. Trepaba al árbol hasta el tope y él le daba sombra. Él amaba al árbol y el árbol amaba al niño.

Pasó el tiempo y el pequeño niño creció y nunca más volvió a jugar alrededor del enorme árbol. Un día el muchacho regresó y el árbol le dijo tristemente: «¿Vienes a jugar conmigo?». Pero el muchacho contestó: «Ya no soy el niño de antes que jugaba alrededor de enormes árboles. Lo que ahora quiero son juguetes y necesito dinero para comprarlos». «Lo siento», dijo el árbol, «pero no tengo dinero... Te sugiero que tomes todas mis manzanas y las vendas. De esta, manera tú obtendrás el dinero para tus juguetes». El muchacho se sintió muy feliz. Tomó todas las manzanas y obtuvo el dinero y el árbol volvió a ser feliz.

Pero el muchacho nunca volvió después de obtener el dinero y el árbol volvió a estar triste. Tiempo después, el muchacho regresó y el árbol se puso feliz y le preguntó: «¿Vienes a jugar conmigo?». «No tengo tiempo para jugar. Debo trabajar para mi familia. Necesito una casa para compartir con mi esposa e hijos. ¿Puedes ayudarme?»... «Lo siento, no tengo una casa, pero... Tú puedes cortar mis ramas y construir tu casa». El joven cortó todas las ramas del árbol y esto hizo feliz nuevamente al árbol, pero el joven nunca más volvió desde esa vez y el árbol volvió a estar triste y solitario.

Cierto día de un cálido verano, el hombre regresó y el árbol estaba encantado. «¿Vienes a jugar conmigo?», le preguntó el árbol. El hombre contestó: «Estoy triste y volviéndome viejo, quiero un bote para navegar y descansar, ¿puedes darme uno?». El árbol contestó: «Usa mi tronco para que puedas construir uno y así puedas navegar y ser feliz». El hombre cortó el tronco y construyó su bote. Luego se fue a navegar por un largo tiempo.

Finalmente regresó después de muchos años y el árbol le dijo: «Lo siento mucho, pero ya no tengo nada que darte, ni siquiera manzanas». El hombre replicó: «No tengo dientes para morder, ni fuerza para escalar... Ahora ya estoy viejo». Entonces el árbol, con lágrimas en sus ojos le dijo: «Realmente no puedo darte nada... la única cosa que me queda son mis raíces muertas». Y el hombre contestó: «Yo no necesito mucho ahora, solo un lugar para descansar. Estoy tan cansado después de tantos años»... «Bueno, las viejas raíces de un árbol son el mejor lugar para recostarse y descansar. Ven, siéntate conmigo y descansa». El hombre se sentó junto al árbol y este, feliz y contento sonrió con lágrimas.

Esta puede ser la historia de cada uno de nosotros. El árbol podría ser uno de nuestros padres. Cuando somos niños, amamos y jugamos con papá y mamá... Cuando crecemos los dejamos… Solo regresamos a ellos cuando los necesitamos o estamos en problemas... No importa lo que sea, ellos siempre están allí para darnos todo lo que puedan y hacernos felices. Tú puedes pensar que el muchacho es cruel contra el árbol, pero es así como nosotros tratamos a nuestros padres...

Valoremos a nuestros padres mientras los tengamos a nuestro lado y si ya no están, que la llama de su amor viva por siempre en nuestros corazones y sus recuerdos nos den fuerzas cuando estemos cansados...

DONACIÓN

Hace muchos años, cuando trabajaba como voluntario en un hospital de Stanford, conocí a una niña llamada Liz que sufría una extraña enfermedad. Su única oportunidad de

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recuperarse aparentemente era una transfusión de sangre de su hermano de cinco años, que había sobrevivido milagrosamente a la misma y había desarrollado los anticuerpos necesarios para combatirla.

El doctor explicó la situación al hermano de la niña, y le preguntó si estaría dispuesto a dar su sangre a su hermana. Yo lo vi dudar sólo un momento antes de tomar un gran suspiro y decidir:

– Sí, lo haré, si eso salva a Liz.

Mientras la transfusión continuaba, él estaba acostado en una cama al lado de la de su hermana, sonriente mientras nosotros lo asistíamos a él y a su hermana y veíamos retornar el color a las mejillas de la niña. Entonces la cara del niño se puso pálida y su sonrisa desapareció. Miró al doctor y le preguntó con voz temblorosa:

– ¿A qué hora empezaré a morirme?

Siendo solo un niño, no había comprendido al doctor; él pensaba que le daría toda su sangre a la hermana. Y aún así se la daba.

Da todo por quien ames.

LA RUEDA

Narra la historia de una rueda a la que le faltaba un pedazo, pues habían cortado de ella un trozo triangular. La rueda quería estar completa, sin que le faltara nada, así que se fue a buscar la pieza que había perdido. Pero como estaba incompleta y solo podía rodar muy despacio, reparó en las bellas flores que había en el camino, charló con los gusanos y disfrutó de los rayos del sol. Encontró montones de piezas, pero ninguna era la que le faltaba, las hizo a un lado y prosiguió su búsqueda. Un día halló una pieza que le venía perfectamente. Entonces se puso muy contenta, pues ya estaba completa, sin que nada le faltara. Se colocó el fragmento en el cuerpo y empezó a rodar...

Volvió a ser una rueda perfecta que podía rodar con mucha rapidez... Tan rápidamente, que no veía las flores ni charlaba con los gusanos. Cuando se dio cuenta de lo diferente que le parecía el mundo cuando rodaba tan de prisa, se detuvo, dejo en la orilla del camino el pedazo que había encontrado y se alejó rodando lentamente.

La moraleja de este cuento es que, por alguna razón, nos sentimos más completos cuando nos falta algo. El hombre que lo tiene todo es un hombre pobre en ciertos aspectos: «Nunca sabrá qué se siente al anhelar, tener esperanzas, nutrir el alma con el sueño de algo mejor, ni tampoco conocerá la experiencia de recibir de quien lo ama lo que siempre había deseado y no tenía. Hay integridad en la persona que acepta sus limitaciones y tiene el suficiente coraje para renunciar a sus sueños inalcanzables sin considerar que por eso ha fracasado.

Hay entereza en quien ha aprendido que es lo bastante fuerte para sufrir una tragedia y sobrevivir, que puede perder a un ser querido y aún así sentirse completo pues ha atravesado por la peor experiencia y ha salido indemne. Cuando aceptemos que la imperfección es parte de la condición humana y sigamos rodando por la vida sin renunciar a disputarla, habremos alcanzado una integridad a la que otros solo aspiran. No significa ser perfectos ni nunca cometer errores sino ser íntegros…Y, finalmente si tenemos suficiente valor para amar, compasión para perdonar, generosidad para alegrarnos con la felicidad

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ajena y sabiduría para reconocer que hay AMOR de sobra para todo el mundo, entonces podremos alcanzar una satisfacción que nunca otra criatura alcanzó.

LA BOTELLA

Un hombre estaba perdido en el desierto, destinado a morir de sed. Por su buena ventura, llegó a una cabaña vieja, desmoronada, sin ventanas, sin techos. El hombre anduvo por ahí y se encontró con una pequeña sombra donde acomodarse para huir del calor y del sol desértico. Mirando a su alrededor, vio una vieja bomba de agua, toda oxidada, se arrastró hacia allí, tomó de la manivela y comenzó a bombear, a bombear y a bombear sin parar, pero nada sucedía. Desilusionado, cayó postrado hacia atrás, notó que a su lado había una botella vieja, la miró, la limpió de todo el polvo que la rodeaba, y pudo leer un mensaje que decía:

«Usted necesita primero preparar la bomba con toda el agua que contiene esta botella, mi amigo, después, por favor tenga la gentileza de llenarla nuevamente antes de marchar.»

El hombre desenroscó la tapa de la botella, y en realidad, ahí estaba el agua. ¡La botella estaba llena de agua! De repente, él se vio en un dilema, si bebiese aquella agua, podría sobrevivir, pero si la vertía en esa bomba vieja y oxidada, tal vez obtendría agua fresca, bien fría, del fondo del pozo, y podría tomar toda el agua que él quisiese, o tal vez no, tal vez, la bomba no funcionaría… ¡Y el agua de la botella sería desperdiciada! ¿Qué debería hacer? ¿Derramar el agua en la bomba y esperar a que saliese agua o beber el agua vieja de la botella e ignorar el mensaje? ¿Debería perder toda aquella agua en la esperanza de aquellas instrucciones poco confiables, escritas no se sabe cuánto tiempo atrás? Con grandes dudas, el hombre derramó toda el agua en la bomba, enseguida agarró la manivela y comenzó a bombear y la bomba empezó a rechinar sin parar. ¡Nada pasaba! La bomba continuaba con sus ruidos. Y entonces, surgió un hilo de agua, después un pequeño flujo y finalmente, el agua corrió con abundancia, agua fresca, cristalina. Él llenó la botella y bebió ansiosamente, la llenó otra vez y ¡tomó aún más de su contenido refrescante!

Enseguida, la llenó de nuevo para el próximo viajante la llenó hasta la boca, tomó la Pequeña nota y aumentó la frase: «Créame que funciona, usted tiene que dar toda el agua antes de obtenerla nuevamente».

Hay varias lecciones preciosas que podemos extraer de esta historia. ¿Cuántas veces tenemos miedo de iniciar un nuevo proyecto pues este demandará de una enorme inversión de tiempo, recursos, preparación y conocimiento? ¿Cuántos se han quedado parados satisfaciéndose con los resultados mediocres, cuando podrían conquistar victorias significativas?

Muchas veces tenemos oportunidades bellísimas que se nos presentan en la vida, y que pueden ayudarnos a ser mejores personas o pueden abrirnos puertas nuevas, que nos conducen a un mundo mejor. Pero siempre tememos, nunca nos entregamos ni confiamos demasiado, y es por eso que, ante caminos nuevos, nuestras dudas y nuestras inseguridades nos paralizan y tomamos lo justo y necesario sin arriesgarnos ni un poquito más, por miedo o temor.

Si tenemos en cuenta aquella frase "La vida es un desafío", ¿por qué no nos arriesgamos? ¿Por qué no creemos? Alguien dijo alguna vez que: "El tren pasa algunas veces por nuestra vida cargado de cosas bellas, y está en nosotros arriesgarnos y subir, o dejarlo pasar".

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¿Y si no vuelve? ¿Y si esa oportunidad que hoy dejamos pasar no se repite?

Entonces tomemos la botella y no dudemos, derramemos el agua en la bomba y obtendremos un manantial de agua fresca y cristalina en la que nos veremos reflejados y triunfadores. Y al fin comprenderemos que:

"Todo es posible si nos arriesgamos. Si no dudamos, todo es posible".

AMA SIN CONDICIÓN

Una historia que fue contada por un soldado que pudo regresar a casa después de haber peleado en la guerra de Vietnam.

Un soldado les habló a sus padres desde - San Francisco.

– Mamá, papá. Voy de regreso a casa, pero les tengo que pedir un favor. Traigo a un amigo que me gustaría que se quedara con nosotros.

– Claro, le contestaron, nos encantaría conocerlo.

– Hay algo que deben de saber, -siguió diciendo el hijo- él fue herido en la guerra. Pisó en una mina de tierra y perdió un brazo y una pierna. Él no tiene a dónde ir, y quiero que se venga a vivir con nosotros a casa.

– Siento mucho el escuchar eso hijo. A lo mejor podemos encontrar un lugar en dónde él se pueda quedar

– No, mamá y papá, yo quiero que él viva con nosotros.

– Hijo, le dijo el padre, tú no sabes lo que estás pidiendo. Alguien que esté tan limitado físicamente puede ser un gran peso para nosotros. Tenemos nuestras propias vidas que vivir, y no podemos dejar que algo como esto interfiera con nuestras vidas. Yo pienso que tú deberías de regresar a casa y olvidarte de esta persona. Él encontrará una manera en la que pueda vivir él solo.

En ese momento el hijo colgó la bocina del teléfono. Los padres ya no volvieron a escuchar de él. Unos cuantos días después, los padres recibieron una llamada telefónica de la policía de San Francisco. Su hijo había muerto después de haber caído de un edificio, fue lo que les dijeron. La policía creía que era un suicidio.

Los padres destrozados por la noticia volaron a San Francisco y fueron llevados a la morgue de la ciudad para identificar a su hijo. Ellos lo reconocieron, para su horror descubrieron algo que no sabían, su hijo tan solo tenía un brazo y una pierna.

LAS TRES PIPAS

Una vez un miembro de la tribu se presentó furioso ante su jefe para informarle que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo había ofendido gravemente: ¡Quería ir inmediatamente y matarlo sin piedad!

El jefe lo escuchó atentamente y luego le propuso que fuera a hacer lo que tenía pensado, pero antes de hacerlo llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo. El hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol.

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Tardó una hora en terminar la pipa. Luego sacudió las cenizas y decidió volver a hablar con el jefe para decirle que lo había pensado mejor, que era excesivo matar a su enemigo pero que sí le daría una paliza memorable para que nunca se olvidara de la ofensa.

Nuevamente el anciano lo escuchó y aprobó su decisión, pero le ordenó que ya que había cambiado de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla al mismo lugar. También esta vez el hombre cumplió su encargo y gastó media hora meditando.

Después regresó a donde estaba el cacique y le dijo que consideraba excesivo castigar físicamente a su enemigo, pero que iría a echarle en cara su mala acción y le haría pasar vergüenza delante de todos.

Como siempre, fue escuchado con bondad pero el anciano volvió a ordenarle que repitiera su meditación como lo había hecho las veces anteriores.

El hombre, medio molesto pero ya mucho más sereno, se dirigió al árbol centenario y allí sentado fue convirtiendo en humo su tabaco y su bronca.

Cuando terminó, volvió al jefe y le dijo: Pensándolo mejor veo que la cosa no es para tanto. Iré donde me espera mi agresor para darle un abrazo. Así recuperaré un amigo que seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho.

El jefe le regaló dos cargas de tabaco para que fueran a fumar juntos al pie del árbol, diciéndole: «Eso es precisamente lo que tenía que pedirte, pero no podía decírtelo yo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras tú mismo».

SE VENDEN CACHORROS.

El dueño de una tienda estaba colocando un anuncio en la puerta que decía: “Cachorritos en venta”. Esa clase de anuncios siempre atraen a los niños, y pronto un niñito apareció en la tienda preguntando: «¿Cuál es el precio de los perritos?» El dueño contestó: «Entre $30 y $50». El niñito metió la mano en su bolsillo y sacó unas monedas: «Solo tengo $2.35... ¿Puedo verlos?» .

El hombre sonrió y silbó. De la trastienda salió su perra corriendo seguida por cinco perritos. Uno de los perritos estaba quedándose considerablemente atrás. El niñito inmediatamente señaló al perrito rezagado que cojeaba.

«¿Qué le pasa a ese perrito?», preguntó.

El hombre le explicó que cuando el perrito nació, el veterinario le dijo que tenía una cadera defectuosa y que cojearía por el resto de su vida. El niñito se emocionó mucho y exclamó: «¡Ese es el perrito que yo quiero comprar!». Y el hombre replicó: «No, tú no vas a comprar ese cachorro, si tú realmente lo quieres, yo te lo regalo». El niñito se disgustó, mirando directo a los ojos del hombre le dijo: «Yo no quiero que Ud. me lo regale, él vale tanto como los otros perritos y yo le pagaré el precio completo. De hecho, le voy a dar mis $2.35 ahora y 50 centavos cada mes hasta que lo haya pagado completo».

El hombre contestó: «Tú de verdad no querrás comprar ese perrito, hijo. El nunca será capaz de correr, saltar y jugar como los otros perritos».

El niñito se agachó y se levantó la pierna de su pantalón para mostrar su pierna izquierda, cruelmente retorcida e inutilizada, soportada por un gran aparato de metal. Miró de nuevo al hombre y le dijo: «Bueno yo no puedo correr muy bien tampoco, y el perrito necesitará a alguien que lo entienda».

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El hombre estaba ahora mordiéndose el labio, y sus ojos se llenaron de lágrimas… sonrió y dijo: «Hijo, sólo espero y rezo para que cada uno de estos cachorritos tenga un dueño como tú».

En la vida no importa quién eres, sino que alguien te aprecie por lo que eres, y te acepte y te ame incondicionalmente.

Un verdadero amigo es aquel que llega cuando el resto del mundo se ha ido.

NO TE OLVIDES DE LO PRINCIPAL

Cuenta la leyenda que una mujer pobre con un niño en brazos, pasando delante de una caverna escuchó una voz misteriosa que allá adentro le decía: «Entra y toma todo lo que desees, pero no te olvides de lo principal. Recuerda algo: después que salgas, la puerta se cerrará para siempre. Por lo tanto, aprovecha la oportunidad, pero no te olvides de lo principal».

La mujer entró en la caverna y encontró muchas riquezas. Fascinada por el oro y por las joyas, puso al niño en el piso y empezó a juntar, ansiosamente, todo lo que podía en su delantal.

La voz misteriosa habló nuevamente. «Tienes solo ocho minutos».

Agotados los ocho minutos, la mujer cargada de oro y piedras preciosas, corrió hacía afuera de la caverna y la puerta se cerró... Recordó, entonces, que el niño quedo allá y la puerta estaba cerrada para siempre. La riqueza duró poco y la desesperación, siempre.

Lo mismo ocurre, a veces, con nosotros mismos. Tenemos 80 años para vivir en este mundo, y una voz siempre nos advierte: ¡No te olvides de lo principal!

Y lo principal son los valores espirituales, la familia, los amigos, la vida. Pero la ganancia, la riqueza y los placeres materiales nos fascinan tanto que lo principal siempre se queda a un lado.

Así agotamos nuestro tiempo y dejamos a un lado lo esencial: ¡Los tesoros del Alma!

Jamás nos olvidemos que la vida en este mundo pasa rápido y que la muerte llega de inesperado. Y que cuando la puerta de esta vida se cierra para nosotros, de nada valdrán las lamentaciones.

CLAVOS

Esta es la historia de un muchachito que tenía muy mal carácter. Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta. El primer día, el muchacho clavó 37 clavos detrás de la puerta.

Las semanas que siguieron, a medida que él aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez menos clavos.

Descubrió que era más fácil controlar su genio que clavar clavos detrás de la puerta. Llegó el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día. Después de informar a su padre, este le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra controlar su carácter. Los días pasaron y el joven pudo anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la puerta...

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Su padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta.

Le dijo: has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos hoyos en la puerta. Nunca más será la misma. Cada vez que tú pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente como las que ves aquí.

Tú puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero del modo como se lo digas lo devastará, y la cicatriz perdurará para siempre.

Una ofensa verbal es tan dañina como una ofensa física.

Los amigos son en verdad una joya rara. Ellos te hacen reír y te animan a que tengas éxito. Ellos te prestan todo, comparten palabras de elogio y siempre quieren abrirnos sus corazones. Si alguna vez dejaste una cicatriz en la puerta de un ser querido, compénsalo con una sonrisa llena de ternura.

EL CIENTÍFICO Y EL EGO

Había una vez un científico que descubrió el arte de reproducirse a sí mismo tan perfectamente que resultaba imposible distinguir el original de la reproducción. Un día se enteró de que lo andaba buscando el Ángel de la Muerte, y entonces hizo doce copias de sí mismo.

El Ángel no sabía cómo averiguar cuál de los trece ejemplares que tenía ante sí era el científico, de modo que los dejó a todos en paz y regresó al cielo. Pero no por mucho tiempo, porque, como era un experto en la naturaleza humana, se le ocurrió una ingeniosa estrategia.

Regresó de nuevo y dijo: «Debe de ser usted un genio, señor, para haber logrado tan perfectas reproducciones de sí mismo, sin embargo, he descubierto que su obra tiene un defecto, un único y minúsculo defecto».

El científico pegó un salto y gritó: «¡Imposible! ¿Dónde está el defecto?»

«Justamente aquí», respondió el ángel mientras tomaba al científico de entre sus reproducciones y se lo llevaba consigo.

Todo lo que hace falta para descubrir al 'ego' es una palabra de adulación o de crítica.

EL CABLLO ESTABA DENTRO

Cuentan que un pequeño vecino de un gran taller de escultura entró un día en el estudio del escultor y vio en él un gigantesco bloque de piedra.

Y que, dos meses después, al regresar, encontró en su lugar una preciosa estatua ecuestre. Y volviéndose al escultor, le preguntó: «¿Y cómo sabías tú que dentro de aquel bloque había un caballo?».

La frase del pequeño era más que una "gracia" infantil.

Porque la verdad es que el caballo ya estaba, en realidad, dentro de aquel bloque. Y que la capacidad artística del escultor consistió precisamente en eso: en saber ver el caballo que había dentro, e irle quitando al bloque de piedra todo cuanto le sobraba. El escultor no trabajó añadiendo trozos de caballo al bloque de piedra, sino liberando a la piedra de todo lo

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que impedía mostrar el caballo ideal que tenía en su interior. El artista supo "ver" dentro, lo que nadie veía. Ese fue su arte.

Pienso todo esto al comprender que con la educación de los humanos pasa algo parecido. ¿Han pensado ustedes alguna vez que la palabra "educar" viene del latín "edúcere", que quiere decir exactamente: sacar de dentro? ¿Han pensado que la verdadera genialidad del educador no consiste en "añadirle" al niño las cosas que le faltan, sino en descubrir lo que cada pequeño tiene ya dentro al nacer y saber sacarlo a la luz?

Me parece que muchos padres y educadores se equivocan cuando luchan para que sus hijos se parezcan a ellos o a su ideal educativo o humano. Padres que quieren que sus hijos se parezcan a Napoleón, a Alejandro Magno o al banquero que triunfó en la vida entre sus compañeros de curso. Pero es que su hijo no debe parecerse a Napoleón ni a nadie. Su hijo debe ser, ante todo, fiel a sí mismo. Lo que tiene que realizar no es lo que haya hecho el vecino, por estupendo que sea. Tiene que realizarse a sí mismo y realizarse al máximo. Tiene que sacar de dentro de su alma la persona que ya es, lo mismo que del bloque de piedra sale el caballo ideal que había dentro.

Ser hombre no es copiar nada de fuera. No es ir añadiendo virtudes que son magníficas, pero que tal vez son de otros. Ser hombre es llevar a su límite todas las infinitas posibilidades que cada humano lleva ya dentro de sí. El educador no trabaja como el pintor, añadiendo colores o formas. Trabaja como el escultor, quitando todos los trozos deformes del bloque de la vida y que impiden que el hombre muestre su alma entera tal y como ella es.

Y los muchachos tienen razón cuando se revelan contra quienes quieren imponerles modelos exteriores. Aunque no la tienen cuando se entregan no a lo mejor de sí mismos sino a su comodidad y a su pereza, que es precisamente el trozo de bloque que les impide mostrar lo mejor de sí mismos. Un buen padre, un buen educador es el que sabe ver la escultura maravillosa que cada uno tiene, revestida tal vez por toneladas de vulgaridad. Quitar esa vulgaridad a martillazos -quizás muy dolorosos- es la verdadera obra del genio creador.

AFRONTAR EL SUFRIMIENTO

En tiempos de Buda, murió el único hijo de una mujer llamada Kisagotami. Incapaz de aceptar aquello, la mujer corrió de una persona a otra en busca de una medicina que devolviera la vida a su hijo. Le dijeron que Buda la tenía.

Kisagotami fue a ver a Buda, le rindió homenaje y le preguntó:

– ¿Puedes preparar una medicina que resucite a mi hijo?

– Conozco esa medicina -contestó Buda-. Pero para prepararla necesito ciertos ingredientes.

– ¿Qué ingredientes? -preguntó la mujer, aliviada.

– Tráeme un puñado de semillas de mostaza -le dijo Buda.

La mujer le prometió que se las procuraría, pero antes de que se marchase, Buda añadió:

– Necesito que las semillas de mostaza procedan de un hogar donde no haya muerto ningún niño, cónyuge, padre o sirviente.

La mujer asintió, y empezó a ir de casa en casa, en busca de las semillas. En todas las casas que visitó, la gente se mostró dispuesta a darle las semillas pero al preguntar ella si en la casa había muerto alguien, se encontró con que todas las casas habían sido visitadas por

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la muerte; en una había muerto una hija, en otra un sirviente, en otras el marido o uno de los padres. Kisagotami no pudo hallar un hogar donde no se hubiera experimentado el sufrimiento de la muerte. Al darse cuenta de que no estaba sola en su dolor, la madre se desprendió del cuerpo sin vida de su hijo, y fue a ver a Buda, quien le dijo con gran compasión:

– Creíste que solo tú habías perdido un hijo; la ley de la muerte es que no hay permanencia entre las criaturas vivas.

La búsqueda de Kisagotami le enseñó que nadie se libra del sufrimiento y la pérdida. Ella no era una excepción.

Esa comprensión no eliminó el sufrimiento inevitable que comporta toda pérdida, pero redujo el que deriva de luchar contra ese triste hecho, y por sobretodo le permitió reponerse y ser feliz.

COMPARTIR

Dos hombres, ambos enfermos de gravedad compartían el mismo cuarto semiprivado del hospital.

A uno de ellos se le permitía sentarse durante una hora en la tarde, para drenar el líquido de sus pulmones. Su cama estaba al lado de la única ventana de la habitación. El otro tenía que permanecer acostado de espalda todo el tiempo.

Conversaban incesantemente todo el día y todos los días. Hablaban de sus esposas y familias, sus hogares, empleos, experiencias durante sus servicios militares y sitios visitados durante sus vacaciones. Todas las tardes, cuando el compañero ubicado al lado de la ventana se sentaba, se pasaba el tiempo relatándole a su compañero de cuarto lo que veía.

Con el tiempo, el compañero acostado de espalda, que no podía asomarse por la ventana, se desvivía por esos períodos de una hora, durante los cuales se deleitaba con los relatos de las actividades y colores del mundo exterior. La ventana daba a un parque con un bello lago. Los patos y cisnes se deslizaban por el agua, mientras los niños jugaban con sus botecitos a la orilla del lago. Los enamorados se paseaban de la mano entre las flores multicolores; era un paisaje con árboles majestuosos y, en la distancia, una bella vista de la ciudad. A medida que el señor cerca de la ventana describía todo esto con detalles exquisitos, su compañero cerraba los ojos e imaginaba un cuadro pintoresco. Una tarde, le describió un desfile que pasaba por el hospital, y aunque no pudo escuchar la banda, lo pudo ver a través del ojo de la mente mientras su compañero se lo describía.

Pasaron los días y las semanas; y una mañana, la enfermera, al entrar para el aseo matutino, se encontró con el cuerpo sin vida del señor cerca de la ventana, quien había expirado tranquilamente durante su sueño. Con mucha tristeza avisó para que trasladaran el cuerpo. Al día siguiente, el otro señor pidió que lo trasladaran cerca de la ventana. A la enfermera le agradó hacer el cambio y luego de asegurarse de que estaba cómodo, lo dejó solo.

Con mucho esfuerzo y dolor, se apoyó en un codo para poder mirar el mundo exterior por primera vez. Finalmente, tendría la alegría de verlo por sí mismo. Se esforzó para asomarse por la ventana, y lo que vio fue la pared del edificio de al lado. Confundido y entristecido, le preguntó a la enfermera qué sería lo que animó a su difunto compañero a describir tantas cosas maravillosas fuera de la ventana...

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La enfermera le respondió que el señor era ciego y no podía ni ver la pared de enfrente. Ella le dijo: «Quizás solamente deseaba animarlo a usted».

Existe una inmensa alegría en poder alegrar a otros, a pesar de nuestra propia situación. La aflicción compartida disminuye la tristeza, pero cuando la alegría es compartida, se duplica.

RIQUEZA, ÉXITO Y AMOR

Una mujer salía de su casa y vio a tres ancianos de larga y blanca barba sentados al frente de su casa. No los reconoció y dijo:

– No creo conocerlos, pero deben tener hambre. Por favor pasen y acepten alguna cosa para comer.

– ¿Se encuentra el hombre de la casa?, -preguntaron.

– No, -dijo ella-. El salió

– Entonces no podemos pasar, -contestaron.

En la tarde cuando su esposo llegó a casa, le dijo lo que había pasado.

– Ve a decirles que estoy en casa e invítalos a pasar.

La mujer salió e invitó a los hombres a que pasaran.

– No pasamos a una casa juntos, -respondieron.

– ¿Por qué es así?, -quiso saber ella.

Uno de los ancianos le explicó, apuntando a uno de sus amigos:

– Su nombre es Riqueza, -y apuntando al otro dijo:- Él es Éxito, y yo soy Amor, -después agregó:- Ahora ve y discute con tu esposo a cuál de nosotros deseas en tu casa.

La mujer entró y le dijo a su esposo lo que se había dicho. Su esposo se regocijó.

– ¡Qué bueno!, -dijo-. Dado que este es el caso, invitemos a Riqueza. ¡Dejemos que venga y llene nuestra casa de riquezas!

Su esposa no estuvo de acuerdo:

– Querido mío, ¿por qué no invitamos a Éxito?

La hija estaba escuchando desde el lado opuesto de la casa. Saltó con su propia sugerencia:

– ¿No será mejor invitar a Amor? ¡Nuestra casa estará entonces llena de amor!

– Hagamos caso del consejo de nuestra hija, -dijo el esposo a su esposa-. Sal e invita a Amor a será nuestro huésped.

La mujer salió y les preguntó a los tres ancianos:

– ¿Cuál de ustedes es Amor? Por favor pase y sea nuestro huésped.

Amor se puso de pie y empezó a caminar hacia la casa. Los otros dos también se pusieron de pie y lo siguieron. Sorprendida, la señora les preguntó a Riqueza y a Éxito:

– Solamente invité a Amor. ¿Por qué están pasando ustedes?

Los ancianos respondieron:

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– Si usted hubiera invitado a Riqueza o a Éxito, los otros dos nos hubiéramos quedado afuera, pero como usted invitó a Amor, dondequiera que él va, nosotros lo acompañamos. Dondequiera que haya amor, también hay riqueza y éxito.

EL ECO DE LA VIDA

Un espeleólogo, hombre aficionado a explorar las grutas y cavernas, llevaba a su pequeño hijo de cuatro años a conocer por primera vez una cueva, en la cual el pequeño descubrió el “eco” arrojando una piedrecilla.

El chico sorprendido gritó: “Horrible” y el eco le regresó el grito. Gritó entonces: “Espantosamente” y el eco devolvió nuevamente el sonido.

El chico tembló de miedo ante lo desconocido y le preguntó a su padre sobre esa resonancia. El padre inteligentemente lo tomó en sus brazos y le dijo: «Hijo mío, escucha nuevamente…» y gritó: "Maravillosamente" y el eco le devolvió en sus diversas voces gritos de "bello, espléndido, extraordinario, excelente", con iguales resultados.

El niño sonrió y le volvió a preguntar: «¿Qué es papá?» y él le respondió: «ES LA VIDA HIJO MÍO. Como le llamas, te contesta. Pídele lo mejor y te dará lo mejor. Pídele lo peor y te dará lo peor».

EL CARPINTERO

Un carpintero ya entrado en años, estaba listo para retirarse. Le dijo a su Jefe de los planes de dejar el negocio de la construcción para llevar una vida más placentera con su esposa y disfrutar de su familia.

El Jefe lamentaba que su buen empleado dejara la compañía y le pidió si podía construir una sola casa más, como un favor personal. El carpintero accedió, pero era notorio que no estaba poniendo el corazón en su trabajo. Utilizaba materiales de inferior calidad y el trabajo era deficiente. Era una desafortunada manera de terminar su carrera.

Cuando el carpintero terminó su trabajo y su Jefe fue a inspeccionar la casa, el Jefe le extendió al carpintero las llaves de la puerta principal.

– Esta es tu casa -dijo-. Es mi regalo para ti.

¡Qué tragedia! ¡Qué pena! Si solamente el carpintero hubiera sabido que estaba construyendo su propia casa, la hubiera hecho de manera totalmente diferente. Ahora tendría que vivir en la casa que construyó "no muy bien" que digamos.

Está en nosotros. Construimos nuestras vidas de manera distraída, reaccionando cuando deberíamos actuar, dispuestos a poner en ello menos que lo mejor. En puntos importantes, no ponemos lo mejor de nosotros en nuestro trabajo. Entonces con pena vemos la situación que hemos creado y encontramos que estamos "viviendo en la casa que nosotros mismos hemos construido". Si lo hubiéramos sabido antes, la habríamos hecho diferente.

Piensen como si fueran el carpintero. Piensen en su casa. Cada día clavamos un clavo, levantamos una pared o edificamos un techo. Construyan con sabiduría. Es la única vida que podrán construir. Inclusive si sólo la viven por un día más, ese día merece ser vivido con gracia y dignidad.

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Una placa en la pared debería decir: «La Vida es un Proyecto de “Hágalo-usted-mismo”». ¿Quién podría decirlo más claramente? Su vida, ahora, es el resultado de sus actitudes y elecciones del pasado.

Su vida mañana será el resultado de sus actitudes y elecciones hechas ¡HOY!

EL JUICIO

Cuenta una antigua leyenda, que en la Edad Media un hombre muy virtuoso fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer.

En realidad, el verdadero autor era una persona muy influyente del reino, y por eso, desde el primer momento se procuró un “chivo expiatorio”, para encubrir al culpable.

El hombre fue llevado a juicio ya conociendo que tendría escasas o nulas posibilidades de escapar al terrible veredicto: ¡¡La horca!!

El Juez, también complotado, cuidó no obstante de dar todo el aspecto de un juicio justo, por ello dijo al acusado:

– Conociendo tu fama de hombre justo y devoto del Señor, vamos a dejar en manos de Él tu destino. Escribiremos en dos papeles separados las palabras «culpable» e «inocente». Tú escogerás y será la mano de Dios la que decida tu destino.

Por supuesto, el mal funcionario había preparado dos papeles con la misma leyenda: «culpable» y la pobre víctima, aún sin conocer los detalles, se daba cuenta que el sistema propuesto era una trampa. No había escapatoria.

El Juez conminó al hombre a tomar uno de los papeles doblados. Este respiró profundamente, quedó en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados, y cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y con una extraña sonrisa, tomó uno de los papeles y llevándolo a la boca lo engulló rápidamente.

Sorprendidos e indignados los presentes le reprocharon airadamente:

«Pero ¿qué hizo...? ¿Y ahora…? ¿Cómo vamos a saber el veredicto...?

Es muy sencillo, respondió el hombre... Es cuestión de leer el papel que queda, y sabremos lo que decía el que me tragué...

Con rezongos y bronca mal disimulada, debieron liberar al acusado, y jamás volvieron a molestarlo.

Por más difícil que se nos presente una situación nunca dejes de buscar la salida ni de luchar hasta el último momento.

SÉ CREATIVO ¡CUANDO TODO PAREZCA PERDIDO, USA LA IMAGINACIÓN! En los momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento.

EL MÁS PODEROSO

El sol y el viento discutían para ver quién era el más fuerte.

El viento decía: «¿Ves aquel anciano envuelto en una capa? Te apuesto a que le haré quitar la capa más rápido que tú».

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Se ocultó tras una nube y comenzó a soplar el viento, cada vez con más fuerza, hasta ser casi un ciclón, pero cuanto más soplaba tanto más se envolvía el hombre en la capa.

Por fin el viento se calmó y declaró vencido. Y entonces salió el sol y sonrió benignamente sobre el anciano. No pasó mucho tiempo hasta que el anciano, acalorado por la tibieza del sol, se quitó la capa.

El sol demostró entonces al viento que la suavidad y el amor de los abrazos son más poderosos que la furia y la fuerza.

LA JOYA ÚNICA

Cruzando el desierto, un viajero inglés vio a un árabe muy pensativo, sentado al pie de una palmera. Apoca distancia reposaban sus camellos, pesadamente cargados, por lo que el viajero comprendió que se trataba de un mercader de objetos de valor, que iba a vender sus joyas, perfumes y tápices a alguna ciudad vecina.

Como hacía mucho tiempo que no conversaba con alguien, se aproximó al pensativo mercader diciéndole:

– Buen amigo, ¡salud! Parecéis muy preocupado. ¿Puedo ayudaros en algo?

– ¡Ay!, respondió el árabe con tristeza, estoy muy afligido porque acabo de perder la más preciosa de las joyas.

– ¡Bah!, respondió el inglés, la pérdida de una joya no debe ser gran cosa para vos que lleváis tesoros sobre vuestros camellos, y os será fácil reponerla.

– ¡¿Reponerla?! ¡¿Reponerla decís?! -exclamó el árabe-. Bien sé que no conocéis el valor de mi pérdida.

– ¿Qué joya es, pues?, -preguntó el viajero.

– Era una joya, -le respondió el mercader- como no volverá a hacerse otra. Estaba tallada en un pedazo de piedra de la Vida y había sido hecha en el taller del Tiempo. Adornabanla veinticuatro brillantes, alrededor de los cuales se agrupaban sesenta más pequeños. Ya veis que tengo razón al decir que joya igual no podrá reproducirse jamás.

– A fe mía, dijo el inglés, vuestra joya debía ser preciosa. Pero, ¿no creéis que con mucho dinero pueda hacerse otra igual?

– La joya perdida, -respondió el árabe, volviendo a quedar pensativo- era un día, y un día que se pierde no vuelve a encontrarse.

EL CORCHO

Hace años, un inspector visitó una escuela primaria. En su recorrido observó algo que le llamó poderosamente la atención. Una maestra estaba atrincherada atrás de su escritorio, los alumnos hacían gran desorden y el cuadro era caótico.

Decidió presentarse:

– Permiso, soy el inspector de turno... ¿algún problema?

– Estoy abrumada señor, no se qué hacer con estos chicos... No tengo láminas, el Ministerio no me manda material didáctico, no tengo nada nuevo que mostrarles ni qué decirles...

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El inspector, que era un docente de alma, vio un corcho en el desordenado escritorio. Lo tomó y con aplomo se dirigió a los chicos:

– ¿Qué es esto?

– Un corcho señor... -gritaron los alumnos sorprendidos.

– Bien, ¿De dónde sale el corcho?

– De la botella señor. Lo coloca una máquina, de un árbol… de la madera... -respondían animosos los niños.

– ¿Y qué se puede hacer con madera? -continuaba entusiasta el docente.

– Sillas..., una mesa..., un barco...

– Bien, tenemos un barco. ¿Quién lo dibuja? ¿Quién hace un mapa en el pizarrón y coloca el puerto más cercano para nuestro barquito? Escriban a qué provincia argentina pertenece. ¿Y cuál es el otro puerto más cercano? ¿A qué país corresponde? ¿Qué poeta conocen que allí nació? ¿Qué produce esta región? ¿Quién recuerda una canción de este lugar?

Y comenzó una tarea de geografía, de historia, de música, economía, literatura, religión, etc.

La maestra quedó impresionada. Al terminar la clase le dijo conmovida:

– Señor, nunca olvidaré lo que me enseñó hoy. Muchas Gracias.

Pasó el tiempo. El inspector volvió a la escuela y buscó a la maestra. Estaba acurrucada atrás de su escritorio, los alumnos otra vez en total desorden...

– Señorita… ¿Qué pasó? ¿No se acuerda de mí?

– Sí señor. ¡Cómo olvidarme! Qué suerte que regresó. No encuentro el corcho. ¿Dónde lo dejó?

Ser creativo... Usar la imaginación... Pensar un poco más y tratar de encontrar la magia... esa magia transformadora...

Todos somos alumnos en esta gran escuela que es la vida, y sin embargo usamos poco la imaginación, entonces vivimos a medias, buscando estímulos en cosas o lugares que solo nos ayudan a perder el tiempo pero que pocas veces nos hacen crecer o nos iluminan...

Entonces cuando sentimos hastío y estamos cansados o deprimidos nos aferramos a las excusas: que no tengo dinero, que no me da el tiempo, que no sé qué hacer, que... y de excusa en excusa seguimos dormidos esperando que alguien cree la fórmula mágica que nos haga sentir, que nos estimule, que nos encienda...

Debemos darle paso a nuestra creatividad y dejar que nuestra imaginación despierte y nos dé las respuestas... Imaginar... Imaginar... es algo así como soñar despierto, es transformar con la mente todo aquello que nos parece que no puede modificarse...

La vida nos regala todos los días pequeños instantes en donde somos sus grandes artistas, sin embargo muchos sólo se quejan, se aburren, o sólo esperan que otros den sentido a sus días...

La creatividad despierta el poder que duerme en nuestra imaginación; es osadía, aventura para descubrir y aprender de los cambios; es respuesta hábil, no impotencia explicada o reclamo por lo que nos falta.

Crear y despertar ese poder... esa es la clave...

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DOS LOBOS

Un viejo amerindio estaba hablando con su nieto. Le decía: «Me siento como si tuviera dos lobos peleando en mi corazón. Uno de los dos es un lobo enojado, violento y vengador. El otro está lleno de amor y compasión».

El nieto preguntó: «Abuelo, dime, ¿cuál de los dos lobos ganará la pelea en tu corazón?»

El abuelo contestó: «Aquel que yo alimente…»

¿EXCELENCIA O SUFICIENCIA?

Juan trabajaba en una empresa hacía dos años. Siempre fue muy serio, dedicado y cumplidor de sus obligaciones. Llegaba puntual y estaba orgulloso de que en dos años nunca recibió una amonestación. Cierto día buscó al Gerente para hacerle un reclamo:

– Señor, trabajo en la empresa hace dos años con bastante esmero y estoy a gusto con mi puesto, pero siento que he sido postergado. Mire, Fernando ingresó a un puesto igual al mío hace sólo seis meses y ya ha sido promovido a Supervisor.

– iUhm! -reflexiona mostrando preocupación-. Mientras analizamos esto, quisiera pedirte que me ayudes a resolver un problema. Quiero dar fruta al personal para la sobremesa del almuerzo de hoy. En la bodega de la esquina venden frutas. Por favor, averigua si tienen naranjas.

Juan se esmeró por cumplir con el encargo y en 5 minutos estaba de regreso.

– Bueno Juan, ¿qué averiguaste?

– Señor, tienen naranjas para la venta.

– ¿Y cuánto cuestan?

– ¡Ah!… No pregunté por eso.

– OK, ¿pero viste si tenían suficientes naranjas para todo el personal? (preguntaba serio).

–Tampoco pregunté por eso señor.

– ¿Hay alguna fruta que pueda sustituir la naranja?

– No sé señor, pero creo...

– Bueno, siéntate un momento.

El Gerente tomó el teléfono y mandó llamar a Fernando.

Cuando se presentó, le dio las mismas instrucciones que le diera a Juan y en 10 minutos estaba de vuelta.

Cuando retornó el Gerente pregunta:

– Bien Fernando, ¿qué noticias me tienes?

– Señor, tienen naranjas, lo suficiente para atender a todo el personal, y si prefiere también tienen plátano, papaya, melón y mango. La naranja está a 1,5 pesos el kilo, el plátano a 2,2 la mano, el mango a 0,9 el kilo, la papaya y el melón a 2,8 pesos el kilo. Me dicen que si la compra es por cantidad, nos darán un descuento de 8%. He dejado separada la naranja, pero si usted escoge otra fruta debo regresar para confirmar el pedido.

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– Muchas gracias Fernando, pero espera un momento.

Se dirige a Juan, que aún seguía esperando estupefacto y le dice:

– Juan, ¿qué me decías?

Nada señor, eso es todo, muchísimas gracias, con su permiso.

¿Y tú?... ¿Haz hecho hoy tu mejor esfuerzo?

Por eso, haz tu mejor esfuerzo, aún con las tareas más sencillas, ya que de otra forma nadie nos confiará tareas de mayor importancia. Todas las veces que empleas correctamente la información, tienes la oportunidad de imprimir tu marca personal.

QUEMAR LAS NAVES

Antes del año 335 A C., al llegar a la costa de fenicia, Alejandro Magno debió enfrentar una de sus más grandes batallas.

Al desembarcar, comprendió que los soldados enemigos superaban en cantidad, tres veces mayor, a su gran ejército.

Sus hombres estaban atemorizados y no encontraban motivación para enfrentar la lucha; habían perdido la fe y se daban por derrotados. El temor había acabado con aquellos guerreros invencibles.

Cuando Alejandro Magno hubo desembarcado a todos sus hombres en la costa enemiga, dio la orden de que fueran quemadas todas sus naves.

Mientras los barcos se consumían en las llamas y se hundían en el mar, reunió a sus hombres y les dijo: «Observen cómo se queman los barcos... Esa es la única razón por la que debemos vencer, ya que si no ganamos, no podremos volver a nuestros hogares y ninguno de nosotros podrá reunirse con su familia nuevamente, ni podrá abandonar esta tierra que hoy despreciamos. Debemos salir victoriosos en esta batalla, ya que solo hay un camino de vuelta y es por mar. Caballeros, cuando regresemos a casa; lo haremos de la única forma posible, en los barcos de nuestros enemigos».

Cuántas veces la falta de fe, el temor y la inseguridad, el estar atado a lo seguro nos priva de conseguir nuevos éxitos, nos hace renunciar a los cambios, nos hace renunciar a los sueños, nos hace negar los anhelos y las metas que están grabadas en lo más profundo de nuestros corazones.

Cuántas veces la seguridad de poseer algo nos hace renunciar a la posibilidad de conseguir mucho más; cuántas veces lo que tenemos fácilmente a nuestro alcance nos impide crecer, haciendo que la seguridad se convierta en mediocridad, en fracaso y monotonía.

Debemos saber que perseverando todo puede lograrse.

Que el amor y la fe nos dan la fuerza necesaria para obrar milagros en nuestras vidas, si así lo deseamos. Que las personas perseverantes inician su éxito donde otras acaban por fracasar. Que ningún camino es demasiado para un hombre que avanza decidido y sin prisas, teniendo claro sus objetivos.

El ejército de Alejandro Magno venció en aquella batalla, regresando a su tierra a bordo de los barcos conquistados al enemigo.

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Los mejores hombres no son aquellos que han esperado las oportunidades, sino quienes las han buscado y las han aprovechado a tiempo; quienes han asediado a la oportunidad, quienes la han conquistado.

La conquista puede ser un amor, conocimientos, trabajo, riquezas materiales o espirituales. Todo está a tu alcance. Tú puedes plantearte las metas y los objetivos que deseas.

Las condiciones para lograr éxitos no son siempre fáciles. No hay otro método que trabajar duro, ser tenaz, soportar, tener fe, luchar, creer siempre, no rendirse y jamás volver la espalda.

LA FLOR

Había una joven muy rica, que tenía de todo, un marido maravilloso, hijos perfectos, un empleo que le daba muchísimo bien, una familia unida. Lo extraño es que ella no conseguía conciliar todo eso, el trabajo y los quehaceres le ocupaban todo el tiempo y su vida siempre estaba deficitaria en alguna área.

Si el trabajo le consumía mucho tiempo, ella lo quitaba de los hijos, si surgían problemas, ella dejaba de lado al marido. Y así, las personas que ella amaba eran siempre dejadas para después.

Hasta que un día, su padre, un hombre muy sabio, le dio un regalo: Una flor rarísima y rarísima, de la cual solo había un ejemplar en todo el mundo y le dijo: Hija, esta flor te va a ayudar mucho, ¡más de lo que te imaginas! Tan solo tendrás que regarla y podarla de vez en cuando, y a veces conversar un poco con ella, y ella te dará a cambio ese perfume maravilloso y esas maravillosas flores.

La, joven quedó muy emocionada, a fin de cuentas, la flor era de una belleza sin igual.

Pero el tiempo fue pasando, los problemas surgieron, el trabajo consumía todo su tiempo, y su vida, que continuaba confusa, no le permitía cuidar la flor.

Ella llegaba a casa, miraba la flor y las flores todavía estaban allá, no mostraba señal de flaqueza o muerte, apenas estaban allá, lindas, perfumadas.

Entonces ella pasaba de largo.

Hasta que un día, sin más ni menos, la flor murió. Ella llegó a casa y se llevó un susto. Estaba completamente muerta, su raíz estaba reseca, sus flores caídas y sus hojas amarillas.

La joven lloró mucho, y contó a su padre lo que había ocurrido. Su padre entonces respondió: «Yo ya me imaginaba que esto ocurriría, y no te puedo dar otra flor, porque no existe otra flor igual a esa, ella era única, al igual que tus hijos, tu marido y tu familia. Todos son bendiciones que la vida te dio, pero tú tienes que aprender a regarlos, podarlos y darles atención, pues al igual que la flor, los sentimientos también mueren. Te acostumbraste a ver la flor siempre allí, siempre florida, siempre perfumada, y te olvidaste de cuidarla».

¡Cuida a las personas que amas!

LA FELICIDAD Y LOS DUENDES . .

Un día cualquiera, varios duendes decidieron hacer una travesura. Uno de ellos dijo:

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Debemos quitarle algo a los hombres, ¿pero qué le quitamos?

Después de mucho pensar uno de ellos dijo:

– ¡Ya sé!, vamos a quitarles la felicidad, pero el problema va a ser dónde la escondemos para que no la encuentren -propuso el primero-. Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo, -a lo que inmediatamente repuso otro:

– No, recuerda que tienen fuerza, alguna vez alguien puede subir y encontrarla, y si uno la encuentra, ya todos sabrán donde está.

Luego propuso otro:

– Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar, -y otro contestó:

– No recuerda que tienen curiosidad, alguna vez alguien construirá un aparato para poder bajar y entonces la encontrará.

Uno más dijo:

– Escondámosla en un planeta lejano a la Tierra, -y otro agregó:

– No, recuerda que tienen inteligencia, y algún día alguien va a construir una nave en la que puedan viajar a otros planetas y la va a descubrir, entonces todos tendrán felicidad.

El último de ellos era un duende que había permanecido en silencio escuchando atentamente a cada uno de los demás duendes.

Analizó y dijo:

– Creo saber dónde ponerla para que realmente nunca la encuentren.

Todos voltearon asombrados y preguntaron al unísono: «¿Dónde?» Y el duende respondió:

– La esconderemos dentro de ellos mismos, estarán tan ocupados buscándola fuera, que nunca la encontraran.

Todos estuvieron de acuerdo y desde entonces ha sid o así: El hombre se pasa la vida buscando felicidad sin saber que la trae consigo.

LA CANASTA VACÍA

La esposa del Faraón de Egipto había perdido muchos hijos en su vientre... Este parto, seguramente, era su última oportunidad para darle un heredero al Faraón.

Rodeada de médicos y sirvientas, el dolor de su vientre fue en aumento hasta que explotó en un grito de dolor liberador y, simultáneamente a su muerte, dio un parto de cinco hijos, cuatro de ellos varones y una niña.

El Faraón crió con amor y dedicación a sus hijos, dándoles la educación de futuros gobernantes a los varones y de princesa a la hija.

Pasados los años y crecidos sus hijos, el Faraón se enfrentó al dilema de escoger a su sucesor. Dado que todos habían nacido en el mismo parto, no había un primogénito a quién el derecho le correspondiese naturalmente.

Consultó con el Consejo de Ancianos:

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– ¡Qué debo hacer? ¿Cómo elegir a mi sucesor? ¿Quizás deba dividir el Imperio en cuatro reinos para ser justo con todos ellos?

Los sabios respondieron:

– No, su majestad, dividir el Imperio implica debilitarlo y ello acarreará su destrucción, además, usted tuvo cinco hijos y sería injusto con su hija. Lo mejor es hacer un Concurso entre ellos y el que traiga el Proyecto que más beneficie a Egipto, ese sea el escogido.

Satisfecho con la sabiduría del consejo recibido, el Faraón citó a sus hijos, incluida la hija, y les dijo:

– Tienen seis meses para plantear el Proyecto más beneficioso para Egipto y quién así lo haga será elegido mi sucesor.

En ese mismo instante los cuatro varones se miraron suspicaces, surgiendo por primera vez entre ellos el recelo, el temor y quizás, hasta el odio mismo.

Seis meses después los cinco hijos se congregaron en el Salón del Faraón portando los varones gran cantidad de maquetas y planos y la hija una canasta vacía.

El Faraón escuchó por turno los Proyectos... Cada cual superaba al anterior: Que un Sistema de Caminos para el Reino, que un Sistema de Canales de Riego, que un Sistema de Silos para las Cosechas, que un Sistema de Puertos para el comercio... Era difícil pensar en uno que superase en beneficios al otro. La discusión para analizar el valor de cada uno, sin duda sería ardua, problemática y difícil.

Sin embargo, al llegar el turno a la hija esta mostró su canasta vacía y dijo:

– Padre, yo traigo una canasta vacía que hoy vale tanto como las maquetas que has visto. Nadie puede decir qué obra es la mejor hasta no verla hecha y, para ese entonces el contenido de mi canasta podría superar en valor a cualquiera de ellos.

Todos quedaron sorprendidos por el enunciado, pero el Faraón y el Consejo de Sabios estuvieron de acuerdo en que discutir el valor de los Proyectos no tenía más sentido que discutir el valor del contenido de una canasta vacía.

Entonces la solución fue obvia: los recursos del reino se afectarían al desarrollo de los Proyectos durante dos años y, al cabo de ese tiempo se analizaría el beneficio real de cada obra para el Reino.

Pasaron los dos años de febril actividad y llegó el momento de presentarse al Salón del Trono.

Cada uno de los hijos venía orgulloso con gran cantidad de documentos y asesores para demostrar que su obra había sida la más beneficiosa al Reino... y la hija llegó con su canasta vacía...

A su turno cada hijo expuso el valor de las obras hechas: de cómo ahora el sistema de riego había aumentado las cosechas, de cómo ahora el sistema de caminos permitían que esas cosechas llegasen hasta el último rincón del Reino, de cómo ahora el sistema de silos permitía almacenarlas de modo limpio y seguro, de cómo ahora los nuevos puertos eran fuente de comercio y prosperidad.

Al llegar el turno de la hija, esta señaló su canasta y dijo:

– Padre, tal como lo anuncié, el tiempo me permitiría dar valor al contenido de esta canasta... Ahora lo ves, gracias a mi canasta vacía el Reino tiene canales, caminos, silos y puertos...

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Sin ella sólo hubiésemos tenido Proyectos y una larga discusión para ver cuál era el mejor sin que nunca ocurriese nada... Los cuatro hermanos se dieron vuelta sorprendidos y azorados y, tras un momento de vacilación se arrodillaron frente a su hermana...

... Y así Egipto tuvo su primera Emperatriz...

Adaptación libre y resumida del Cuento "La Canasta Vacía", escrito por la Dra. Ana Aguado, ganadora del

Concurso de Cuentos 1998 del Colegio Público de Abogados de Buenos Aires y publicado en la

Revista del Colegio de Abogados de la Capital (Buenos Aires, Argentina)

Noviembre de 1998.

CONSTRUIR EL PUENTE

No hace mucho tiempo, dos hermanos que vivían en granjas adyacentes cayeron en un conflicto. Este fue el primer conflicto serio que tenía en 40 años de cultivar juntos hombro a hombro, compartiendo maquinaria e intercambiando cosechas y bienes en forma continúa.

Esta larga y beneficiosa colaboración terminó repentinamente. Comenzó con un pequeño malentendido y fue creciendo hasta llegar a ser una diferencia mayor entre ellos, que explotó en un intercambio de palabras amargas seguido de semanas de silencio.

Una mañana alguien llamó a la puerta de Luís. Al abrir la puerta, encontró a un hombre con herramientas de carpintero.

– Estoy buscando trabajo por unos días -dijo el extraño-. Quizás usted requiera algunas pequeñas reparaciones aquí en su granja y yo pueda ser de ayuda en eso.

– Sí -dijo el mayor de los hermanos-, tengo un trabajo para usted. Mire al otro lado del arroyo, aquella granja, ahí vive mi vecino, bueno, de hecho es mi hermano menor. La semana pasada había una hermosa pradera entre nosotros y él tomó su buldózer y desvió el cauce del arroyo para que quedara entre nosotros. Bueno, él pudo haber hecho esto para enfurecerme, pero le voy a hacer una mejor. ¿Ve usted aquella pila de desechos de madera junto al granero? Quiero que construya una cerca, una cerca de dos metros de alto, no quiero verlo nunca más.

El carpintero le dijo:

– Creo que comprendo la situación. Muéstreme donde están los clavos y la pala para hacer los hoyos de los postes y le entregaré un trabajo que lo dejará satisfecho.

El hermano mayor le ayudó al carpintero a reunir todos los materiales y dejó la granja por el resto del día para ir por provisiones al pueblo.

El carpintero trabajó duro todo el día midiendo, cortando, clavando. Cerca del ocaso, cuando el granjero regresó, el carpintero justo había terminado su trabajo.

El granjero quedó con los ojos completamente abiertos, su quijada cayó. ¡¡¡No había ninguna cerca de dos metros!!! En su lugar había un puente. ¡¡Un puente que unía las dos granjas a través del arroyo!! Era una fina pieza de arte, con todo y pasamanos.

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En ese momento, su vecino, su hermano menor, vino desde su granja y abrazando a su hermano le dijo:

– Eres un gran tipo, mira que construir este hermoso puente después de lo que he hecho y dicho.

Estaban en su reconciliación los dos hermanos cuando vieron que el carpintero tomaba sus herramientas.

– No, espera, -le dijo el hermano mayor-. Quédate unos cuantos días. Tengo muchos proyectos para ti.

– Me gustaría quedarme, dijo el carpintero, pero tengo muchos puentes por construir.

LO POBRE QUE SOMOS

Una vez, un padre de una familia acaudalada llevó a su hijo a un viaje por el campo con el firme propósito de que su hijo viera cuán pobres eran las gentes del campo.

Estuvieron por espacio de un día y una noche completos en una granja de una familia campesina muy humilde.

Al concluir el viaje y de regreso a casa el padre le pregunta a su hijo:

– ¿Qué te pareció el viaje?

– ¡Muy bonito papá!

– ¿Viste que tan pobre puede ser la gente?

– ¡Sí!

– ¿Y qué aprendiste?

– Vi que nosotros tenemos un perro en casa, ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos un estanque que llega de una barda a la mitad del jardín, ellos tienen un arroyo que no tiene fin. Nosotros tenemos unas lámparas importadas en el patio, ellos tienen las estrellas. El patio llega hasta la barda de la casa, ellos tienen todo un horizonte de patio.

Al terminar el relato, el padre se quedó mudo... y su hijo agregó:

– ¡Gracias Papá por enseñarme lo pobre que somos!

ALGO CAMBIÓ

Un amigo nuestro iba caminando al atardecer por una playa desértica. Mientras caminaba, divisó a otro hombre a lo lejos. Al acercarse, notó que el lugareño se agachaba constantemente, recogía algo y lo arrojaba al agua. Una y otra vez lanzaba cosas al océano.

Cuando nuestro amigo se acercó más todavía, vio que el hombre recogía estrellas de mar que se habían clavado en la playa y una por vez, las iba devolviendo al agua.

Nuestro amigo se sintió confundido. Se acercó y dijo:

– Buenas noches, amigo. Me pregunto qué está haciendo.

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– Devuelvo estas estrellas de mar al océano. Ve, en este momento, la marea está baja y todas estas estrellas quedaron en la costa. Si no las echo nuevamente al mar, se mueren aquí por falta de oxígeno.

– Ya entiendo -respondió mi amigo- pero ha debe de haber miles de estrellas de mar en esta playa. Es imposible tomarlas a todas. Son demasiadas. Además, seguramente esto pasa en cientos de playas a lo largo de toda la costa. ¿No se da cuenta que no cambia nada?

El lugareño sonrió, se agachó, levantó otra estrella de mar para arrojarla de nuevo al mar y respondió:

– ¡Para esta, sí cambió algo!

HACER CON LO QUE TENEMOS.

En noviembre 18 de 1995, el violinista Itzhatk Perlman, subió al escenario para dar un concierto en el salón Avery Fisher del Lincoln Center en la ciudad de Nueva York, pero subir al escenario no es un logro pequeño para él.

Él fue afligido de polio cuando era niño, tiene abrazaderas en ambas piernas y camina con la ayuda de muletas. Verlo caminar sobre el escenario de un lado al otro, paso a paso, lenta y penosamente, es una escena impresionante. Él camina penosa pero majestuosamente, hasta que alcanza su silla.

Después se sienta y lentamente pone las muletas sobre el piso, abre los broches de las abrazaderas en sus piernas, recoge un pie y extiende el otro hacia adelante. Después se inclina y recoge el violín, lo pone bajo su barbilla, hace seña al Director y procede a tocar.

Hasta ahora, la audiencia ya estaba acostumbrada a este ritual. Permanecían silenciosamente sentados mientras él caminaba por el escenario hasta su silla, respetuosamente en silencio hasta que él estuviera listo para tocar; pero esta vez, algo ocurrió. Justo cuando él terminaba de tocar sus primeras barras, una cuerda de su violín se rompió. Uno podía oír el estallido.

Salió disparada como bala por el salón. No había duda de lo que ese sonido significaba. No había duda de lo que él tendría que hacer.

Los que estaban ahí esa noche tal vez pensaron: Para esta, él va a tener que ponerse de pie, abrocharse las abrazaderas, recoger las muletas, y cojear hasta fuera del escenario para encontrar otro violín u otra cuerda.

Pero no fue así. En su lugar, él esperó un momento, cerró sus ojos y después hizo seña al Director para empezar a tocar. La orquesta empezó y él tocó desde donde había parado. El tocó con tanta pasión, con tanto poder y con una claridad que nunca antes nadie habían escuchado.

Claro, cualquiera sabe que es imposible tocar una obra sinfónica con solo tres cuerdas. Lo sé yo y lo sabe usted, pero esa noche Itzhatk Perlman se rehusó a saberlo. Uno podía observar cómo modulaba, cambiaba y recomponía esa pieza en su cabeza. En una instancia, sonaba como que él estuviera desentonando las cuerdas para obtener sonidos que ellas habían hecho.

Cuando él terminó, había un silencio impresionante en el salón. Después la gente se levantó y lo aclamó. Había una explosión de aplausos desde cada rincón del auditorio. Todos

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estábamos de pie, gritando y aclamando, haciendo todo lo posible para mostrar cuánto apreciábamos lo que él había hecho.

Él sonrió, se secó el sudor de sus cejas, alzó su arco para callamos, y después dijo, no presumidamente, pero en un tono tranquilo, pensativo, y reverente:

«Ustedes saben, algunas veces la tarea del artista es la de averiguar cuánta música podemos producir con lo que nos queda».

¡Qué renglón tan poderoso! Se ha quedado en mi mente desde que lo oí. ¿Y quién sabe? Tal vez esa sea la definición de la vida, no solo para las artistas sino para todos nosotros. He aquí un hombre que se ha preparado por toda su vida para producir música con un violín de cuatro cuerdas, quien se encuentra de repente en medio de un concierto con solo tres cuerdas; y entonces produce música con tres cuerdas, y la música que él produjo esa noche con sólo tres cuerdas era más bonita y más memorable que cualquier otra que él haya producido con cuatro cuerdas.

Entonces, tal vez nuestra tarea en este mundo inestable, cambiante, y perplejo en el que vivimos es la de producir música, primero con lo que tenemos, y después, cuando esto ya no sea posible, producir música con lo que nos queda.

UNA HISTORIA DE AMOR

Dos hermosos jóvenes se pusieron de novios cuando ella tenía trece y él dieciocho. Vivían en un pueblito de leñadores situado al lado de una montaña. Él era alto, esbelto y musculoso, dado que había aprendido a ser leñador desde la infancia. Ella era rubia, de pelo muy largo, tanto que le llegaba hasta la cintura; tenía los ojos celestes, hermosos y maravillosos.

La historia cuenta que habían noviado con la complicidad de todo el pueblo. Hasta que un día, cuando ella tuvo dieciocho y él veintitrés, el pueblo entero se puso de acuerdo para ayudar a que ambos se casaran. Les regalaron una cabaña, con una parcela de árboles para que él pudiera trabajar como leñador. Después de casarse se fueron a vivir allí para la alegría de todos, de ellos, de su familia y del pueblo, que tanto había ayudado en esa relación. Y vivieron allí durante todos los días de un invierno, un verano, una primavera y un otoño, disfrutando mucho de estar juntos. Cuando el día del primer aniversario se acercaba, ella sintió que debía hacer algo para demostrarle a él su profundo amor.

Pensó hacerle un regalo. Un hacha nueva relacionaría todo con el trabajo; un pulóver tejido tampoco la convencía, pues ya le había tejido pulóveres en otras oportunidad; una comida no era suficiente agasajo...

Decidió bajar al pueblo para ver qué podía encontrar allí y empezó a caminar por las calles, sin embargo, por mucho que caminara no encontraba nada que fuera tan importante y que ella pudiera comprar con las monedas que, semanas antes, había ido guardando de los vueltos de las compras pensando que se acercaba la fecha del aniversario.

Al pasar por una joyería, la única del pueblo, vio una hermosa cadena de oro expuesta en la vidriera. Entonces recordó que había un solo objeto material que él adoraba verdaderamente, que él consideraba valioso. Sé trataba de un reloj de oro que su abuelo le había regalado antes de morir. Desde chico, él guardaba ese reloj en un estuche de gamuza, que dejaba siempre al lado de su cama. Todas las noches abría la mesita de luz, sacaba del sobre de gamuza aquel reloj, lo lustraba, le daba un poquito de cuerda, se quedaba escuchándolo

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hasta que la cuerda se terminaba, lo volvía a lustrar, lo acariciaba un rato y lo guardaba nuevamente en el estuche.

Ella pensó: «¡Qué maravilloso regalo sería esta cadena de oro para aquel reloj!» Entró a preguntar cuánto valía y, ante la respuesta, una angustia la tomó por sorpresa. Era mucho más dinero del que ella había imaginado, mucho más de lo que ella había podido juntar. Hubiera tenido que esperar tres aniversarios más para poder comprárselo. Pero ella no podía esperar tanto.

Salió del pueblo un poco triste, pensando qué hacer para conseguir el dinero necesario para esto. Entonces pensó en trabajar, pero no sabía cómo; y pensó y pensó, hasta que, al pasar por la única peluquería del pueblo, se encontró con un cartel que decía: “Se compra pelo natural”. Y como ella tenía ese pelo rubio, que no se había cortado desde que tenía diez años, no tardó en entrar a preguntar.

El dinero que le ofrecían alcanzaba para comprar la cadena de oro y todavía sobraba para una caja donde guardar la cadena y el reloj. No dudó. Le dijo a la peluquera:

– Si dentro de tres días regreso para venderle mi pelo, usted me lo compraría.

– Seguro, -fue la respuesta.

– Entonces en tres días estaré aquí.

Regresó a la joyería, dejó reservada la cadena y volvió a su casa. No dijo nada.

El día del aniversario, ellos dos se abrazaron un poquito más fuerte que de costumbre. Luego, él se fue a trabajar y ella bajó al pueblo.

Se hizo cortar el pelo bien corto y, luego de tomar el dinero, se dirigió a la joyería. Compró allí la cadena de oro y la caja de madera. Cuando llegó a su casa, cocinó y esperó que se hiciera la tarde, momento en que él solía regresar.

A diferencia de otras veces, que iluminaba la casa cuando él llegaba, esta vez ella bajó las luces, puso solo dos velas y se colocó un pañuelo en la cabeza. Porque él también amaba su pelo y ella no quería que él se diera cuenta de que se lo había cortado. Ya habría tiempo después para explicárselo.

Él llegó. Se abrazaron muy fuerte y se dijeron lo mucho que se querían. Entonces, ella sacó de debajo de la mesa la caja de madera que contenía la cadena de oro para el reloj. Y él fue hasta el ropero y extrajo de allí una caja muy grande que le había traído mientras ella no estaba. La caja contenía sendas bellas peinetas que él había comprado vendiendo el reloj de oro del abuelo.

LA SEGUNDA OPORTUNIDAD

Si alguna vez en la historia hubo un hombre que de verdad perdonó a alguien, fue Tomás Edison, él inventor de la bombilla eléctrica, también conocido como el foco. Tras mucho experimentar, por fin había producido el foco perfecto, resultado final de cientos de pruebas. Era el primer foco eléctrico que se había hecho jamás, y Edison se sentía sumamente orgulloso y feliz. Durante años había soñado con aquel momento.

Jimmy, llévalo arriba, por favor, dijo, entregándoselo a su asistente, Jimmy Price. De pronto se escuchó que algo se rompía y al volverse, Edison vio su preciado foco hecho trizas en el suelo. ¡A Jimmy se le había resbalado de los dedos!

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Edison no dijo palabra, pero es de imaginarse lo que pensaría. Regresó a su mesa de trabajo y se puso a hacer otro foco. Pasaron varios días hasta que por fin estuvo listo el segundo foco. Allí estaba sobre la mesa frente a su invento, totalmente terminado.

Entonces Edison hizo algo muy importante en señal de que había perdonado a su aprendiz por haber roto su primer foco. Con una sonrisa, le entregó el foco a Jimmy.

«Ten cuidado», le dijo. Le dio al muchacho otra oportunidad. Jimmy no rompió aquel foco, y así es que ahora tenemos miles de millones de ellos en el mundo.

NO LO DEJES PARA MAÑANA

Había una vez un chico que nació enfermo. Una enfermedad que no tenía cura. Tenía 17 años y podría morir en cualquier momento.

Siempre vivió en su casa, bajo el cuidado de su madre. Ya estaba harto y decidió salir solo por una vez. Le pidió permiso a su madre y ella aceptó.

Caminando por su cuadra vio muchas tiendas.

Al pasar por una tienda de música y ver el aparador, notó la presencia de una niña muy tierna y de su edad.

Fue amor a primera vista. Abrió la puerta y entró sin mirar nada que no fuera ella. Acercándose poco a poco, llegó al mostrador donde se encontraba ella.

Ella lo miró y le dijo sonriente: «¿Te puedo ayudar en algo?» Mientras él pensaba que era la sonrisa más hermosa que había visto en toda su vida. Sintió deseos de besarla en ese mismo instante. Tartamudeando le dijo: «Si, eh… Me gustaría comprar un CD».

Sin pensar, tomó el primero que vio y le dio el dinero.

«¿Quieres que te lo envuelva?», preguntó la niña sonriendo de nuevo.

Él respondió que sí, moviendo la cabeza; y ella fue al almacén para volver con el paquete envuelto y entregárselo. Él lo tomó y salió de la tienda.

Se fue a su casa, y desde ese día en adelante visitó la tienda todos los días para comprar un CD.

Siempre se los envolvía la niña para luego llevárselos a su casa y guardarlos en su closet.

Él era muy tímido para invitarla a salir y aunque trataba, no podía.

Su mamá se enteró de esto e intentó animarlo a que se aventara, así que al siguiente día se armó de coraje y se dirigió a la tienda.

Como todos los días compró otra vez un CD y, como siempre, ella se fue atrás para envolverlo. Él tomo el CD; y mientras ella no estaba viendo, rápidamente dejó su teléfono en el mostrador y salió corriendo de la tienda...

¡Ring! Su mamá contestó: «¿Bueno?», era la niña, preguntó por su hijo; y la madre desconsolada, comenzó a llorar mientras decía: «¿Qué, no sabes?... murió ayer».

Hubo un silencio prolongado, excepto los lamentos de su madre.

Más tarde, la mamá entró en el cuarto de su hijo para recordarlo. Decidió empezar por ver su ropa, así que abrió su closet. Para su sorpresa se topó con montones de CD envueltos; ni uno estaba abierto.

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Le causó curiosidad ver tantos y no se resistió. Tomó uno y se sentó sobre la cama para verlo. Al hacer esto, un pequeño pedazo de papel salió de la cajita plástica. Lo recogió para leerlo y decía:

“¡Hola! Estás súper guapo. ¿Quieres salir conmigo?. TQM, Sofía”.

De tanta emoción, la madre abrió otro y otro, encontrando pedazos de papel en varios CD; y estos decían lo mismo....

Moraleja:

Así es la vida, no esperes demasiado para decirle a ese alguien especial lo que sientes. Díselo hoy. Mañana puede ser muy tarde.

EL RÁTON Y LA RATONERA

Un ratón, mirando por un agujero de la pared, ve al paje y a su mujer abriendo un paquete. Rápidamente pensó: «¿Qué tipo de comida podrá haber allí?» Quedó aterrorizado cuando descubrió que era una ratonera. Fue al patio de la casa a advertir a todos: «¡Hay una ratonera en la casa…! ¡Una ratonera!» La gallina que estaba buscando sus lombrices en la tierra, cacareó y le dijo: «Discúlpeme Sr. Ratón; entiendo que sea un gran problema para usted, pero a mí no me perjudica en nada, ni me molesta!»

El ratón se llegó hasta el cordero y le dijo: «¡Hay una ratonera en la casa!». «Discúlpeme, Sr. Ratón, pero no veo nada que pueda hacer, a no ser orar. ¡Quédese tranquilo, usted está en mis oraciones!».

El ratón se fue hasta donde estaba la vaca, y ella le dijo: «¿Qué me dice Sr. Ratón, una ratonera? ¿Estoy en peligro por casualidad?... Creo que no...» Entonces el ratón se volvió a la casa, cabizbajo y abatido, para encarar solo la ratonera del paje. Aquella misma noche se escuchó un ruido, como el de una ratonera agarrando a su víctima. La mujer del estanciero corrió a ver qué había en la ratonera. Pero, en la oscuridad, no vio que la trampa había agarrado la cola de una víbora venenosa. La víbora la mordió. El paje la llevó corriendo al hospital. La mujer volvió con fiebre. Todo el mundo sabe que para alimentar a alguien que tiene fiebre, nada mejor que un buen caldo de gallina. El hombre entonces tomó un cuchillo y fue a buscar el principal ingrediente: la gallina. Como la enfermedad de la mujer continuaba, amigos y vecinos vinieron a verla. Para alimentarlos, hubo que matar al cordero. Pero la mujer no resistió, y acabó falleciendo.

Muchas personas vinieron al funeral. El pobre hombre, muy triste y agradecido por la solidaridad, resolvió matar a la vaca para darle de comer a todos.

La próxima vez que oigas decir que alguien está delante de un problema, recuerda que cuando hay una ratonera en la casa… ¡toda la granja corre peligro! ¿Se dieron cuenta quien se salvó?

Si no hay solidaridad, si sólo palabras ficticias se dicen ante el reclamo de un temor, de una necesidad, de una ayuda, ¿quién puede ser tan diferente que se jacte de estar en mejor situación sin hacer nada por los demás con la seguridad de que nunca le llegará la hora de tener que vérselas con lo que alguna vez considera ajeno con indiferencia y despreocupación?

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EL PESCADOR Y EL SAMURAI

Durante la ocupación Satsuma de Okinawa, un Samurai que le había prestado dinero a un pescador, hizo un viaje para cobrarlo a la provincia Itoman, donde vivía el pescador.

No siéndole posible pagar, el pobre pescador huyó y trató de esconderse del Samurai, que era famoso por su mal genio. El Samurai fue a su hogar y al no encontrarlo ahí, lo buscó por todo el pueblo. A medida que se daba cuenta de que se estaba escondiendo se iba enfureciendo.

Finalmente, al atardecer, lo encontró bajo un barranco que lo protegía de la vista. En su enojo, desenvainó su espada y le gritó:

– ¿Qué tienes para decirme?

El pescador replicó:

– Antes de que me mate, me gustaría decir algo. Humildemente le pido esa posibilidad.

– ¡Ingrato! Te presto dinero cuando lo necesitas y te doy un año para pagarme, y me retribuyes de esta manera. Habla antes de que cambie de parecer.

– Lo siento -dijo el pescador-, sólo que cabo de comenzar el aprendizaje del arte de la mano vacía y la primera cosa que he aprendido es el precepto: Si alzas tu mano, restringe tu temperamento; si tu temperamento se alza, restringe tu mano.

El Samurai quedó anonadado al escuchar esto de los labios de un simple pescador. Envainó su espada y dijo:

– Bueno, tienes razón. Pero acuérdate de esto: volveré en un año a partir de hoy, y será mejor que tengas el dinero. -Y se fue.

Había anochecido cuando el Samurai llegó a su casa y, como era costumbre, estaba a punto de anunciar su regreso, cuando se vio sorprendido por un haz de luz que provenía de su habitación, a través de la puerta entreabierta.

Agudizó su vista y pudo ver a su esposa tendida durmiendo y, el contorno impreciso de alguien que dormía a su lado. Muy sorprendido y explotando de ira se dio cuenta de que era un samurai.

Sacó su espada y sigilosamente se acercó a la puerta de la habitación. Levantó su espada preparándose para atacar a través de la puerta, cuando se acordó de las palabras del pescador: Si tu mano se alza, restringe tu temperamento; si tu temperamento se alza restringe tu mano.

Volvió a la entrada y dijo en voz alta.

– ¡He vuelto!

Su esposa se levantó y abriendo la puerta, salió junto con la madre del Samurai para saludarlo, la madre, vestida con ropas de él. Se había puesto ropas de Samurai para ahuyentar intrusos durante su ausencia.

El año pasó rápidamente y el día del cobro llegó. El Samurai hizo nuevamente el largo viaje. El pescador lo estaba esperando. Apenas vio al Samurai, salió corriendo y le dijo:

– He tenido un buen año. Aquí está lo que le debo y además los intereses. ¡No sé cómo darle las gracias!

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El Samurai puso su mano sobre el hombro del pescador y dijo:

– Quédate con tu dinero. No me debes nada. Soy yo el endeudado.

EL BAMBÚ JAPONÉS

No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante.

También es obvio que quien cultiva la tierra se impaciente frente a la semilla sembrada y grite con todas sus fuerzas: ¡¡¡Crece, crece!!!

Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en no apto para impacientes: siembras la semilla, la abonas y te ocupas de regarla constantemente.

Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto, que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles.

Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de solo seis semanas la planta de bambú crece ¡más de 30 metros!, ¿tardó sólo seis semanas en crecer? No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas para desarrollarse.

Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.

Sin embargo, en la vida cotidiana, muchas veces tratamos de encontrar soluciones rápidas, soluciones apresuradas sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que este requiere tiempo.

Quizás por la misma impaciencia, cuando aspiramos resultados a corto plazo, abandonamos súbitamente justo cuando ya estábamos a punto de conquistar la meta. Es tarea difícil convencer al impaciente que solo llegan al éxito aquellos que luchan en forma perseverante y saben esperar el momento adecuado.

De igual manera es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creemos que nada está sucediendo y esto puede ser extremadamente frustrante.

En estos momentos (que todos tenemos), hay que recordar el ciclo de maduración del bambú japonés, y aceptar, en tanto no bajemos los brazos, ni abandonemos por no "ver", el resultado que esperamos, si está sucediendo algo dentro nuestro, estamos creciendo, madurando.

Quienes no se dan por vencidos, van gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el temple que les permitirá sostener el éxito cuando este al fin se materialice.

El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación. Un proceso que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros. Un proceso que exige cambios, acción y formidables dotes de paciencia. La vida a veces es como el bambú.

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LA HISTORIA DEL BURRO

Un día, el burro de un campesino se cayó en un pozo. El animal lloró fuertemente por horas, mientras el campesino trataba de buscar algo que hacer. Finalmente, decidió que el burro ya estaba viejo y el pozo ya estaba seco y necesitaba ser tapado de todas formas; que realmente no valía la pena sacar al burro del pozo.

Invitó a todos sus vecinos para que vinieran a ayudarle. Cada uno agarró una pala y empezaron a echarle tierra al pozo. El burro se dio cuenta de lo que estaba pasando y lloró horriblemente. Luego, para sorpresa de todos, se aquietó después de unas cuantas paladas de tierra.

El campesino finalmente miró al fondo del pozo y se sorprendió de lo que vio... con cada palada de tierra, el burro estaba haciendo algo increíble: se sacudía la tierra y daba un paso encima de la tierra.

Muy pronto todo el mundo vio sorprendido cómo el burro llegó hasta la boca del pozo, pasó por encima del borde y salió trotando...

La vida va a echarte tierra, todo tipo de tierra... El truco para salir del pozo es sacudírsela y usarla para dar un paso hacia arriba. Cada uno de nuestros problemas es un escalón hacia arriba. Podemos salir de los más profundos huecos sino nos damos por vencidos... Usa la tierra que te echan para salir adelante.

Recuerda las cinco reglas para ser feliz:

1 – Libera tu corazón del odio.

2 – Libera tu mente de las preocupaciones.

3 – Simplifica tu vida.

4 – Da más y espera menos.

5 – Ama más y... sacúdete la tierra porque en esta vida hay que ser solución, no problema.

LA ORUGA

n pequeño gusanito caminaba un día en dirección al sol. Muy cerca del camino se encontraba un saltamontes:

– ¿Hacia dónde te diriges? -le preguntó.

Sin dejar de caminar, la oruga contestó:

– Tuve un sueño anoche; soñé que desde la punta de la gran montaña yo miraba todo el valle. Me gustó lo que vi en mi sueño y he decidido realizarlo.

Sorprendido, el saltamontes le dijo, mientras su amigo se alejaba:

– ¡Debes estar loco! ¿Cómo podrías llegar hasta aquel lugar? ¡Tú, una simple oruga! Una piedra será para ti una montaña, un pequeño charco un mar y cualquier tronco una barrera infranqueable.

Pero el gusanito ya estaba lejos y no lo escuchó. Sus diminutos pies no dejaron de moverse. La oruga continuó su camino, habiendo avanzado ya unos cuantos centímetros.

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Del mismo modo, la araña, el topo, la rana y la flor aconsejaron a nuestro amigo a desistir de su sueño. «¡No lo lograrás jamás!» le dijeron, pero en su interior había un impulso que lo obligaba a seguir.

Ya agotado, sin fuerzas y a punto de morir, decidió parar a descansar y construir con su último esfuerzo un lugar donde pernoctar:

– Estaré mejor -fue lo último que dijo, y murió.

Todos los animales del valle por días fueron a mirar sus restos. Ahí estaba el animal más loco del pueblo. Había construido como su tumba un monumento a la insensatez. Ahí estaba un duro refugio, digno de uno que murió por querer realizar un sueño irrealizable.

Una mañana en la que el sol brillaba de una manera especial, todos los animales se congregaron en torno a aquello que se había convertido en una advertencia para los atrevidos. De pronto quedaron atónitos.

Aquella concha dura comenzó a quebrarse y con asombro vieron unos ojos y una antena que no podía ser la de la oruga que creían muerta. Poco a poco, como para darles tiempo de reponerse del impacto, fueron saliendo las hermosas alas, arco iris de aquel impresionante ser que tenían frente a ellos: UNA MARIPOSA.

No hubo nada que decir, todos sabían lo que haría:

Se iría volando hasta la gran montaña y realizaría su sueño; el sueño por el que había vivido, por el que había muerto y por el que había vuelto a vivir.

"Todos se habían equivocado".

Si tienes un sueño, vive por él, intenta alcanzarlo, pon la vida en ello y si te das cuenta que no puedes, quizás necesites hacer un alto en el camino y experimentar un cambio radical en tu vida y entonces, con otro aspecto, con otras posibilidades y circunstancias distintas: ¡LO LOGRARÁS!

EL VENDEDOR DE GLOBOS

Una vez había una gran fiesta en un pueblo. Toda la gente había dejado sus trabajos y ocupaciones de cada día para reunirse en la plaza principal, en donde estaban los juegos y los puestos de venta de cuanta cosa linda uno pudiera imaginarse. Los niños eran quienes gozaban con aquellos festejos populares.

Había venido de lejos todo un circo, con payasos y equilibristas, con animales amaestrados y domadores que les hacían hacer pruebas y cabriolas. También se habían acercado hasta el pueblo toda clase de vendedores que ofrecían golosinas, alimentos y juguetes para que los chicos gastaran allí el dinero que sus padres o padrinos les habían regalado con objeto de sus cumpleaños, o pagándoles trabajitos extras.

Entre todas estas personas había un vendedor de globos. Los tenía de todos los colores y formas.

Había algunos que se distinguían por su tamaño. Otros eran bonitos porque imitaban a algún animal conocido, o extraño. Grandes, chicos, vistosos o raros, todos los globos eran originales y ninguno se parecía al otro. Sin embargo, eran pocas las personas que se acercaban a mirarlos, y menos aún los que pedían para comprar algunos.

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Pero se trataba de un gran vendedor. Por eso, en un momento en que toda la gente estaba ocupada en curiosear y detenerse, hizo algo extraño. Tomó uno de sus mejores globos y lo soltó. Como estaba lleno de aire muy liviano, el globo comenzó a elevarse rápidamente y pronto estuvo por encima de todo lo que había en la plaza. El cielo estaba clarito, y el sol radiante de la mañana iluminaba aquel globo que trepaba y trepaba, rumbo hacia el cielo, empujado lentamente hacia el oeste por el viento quieto de aquella hora.

El primer niño gritó: «¡Mira mamá, un globo!». Inmediatamente fueron varios más que lo vieron y lo señalaron a sus chicos o a sus más cercanos. Para entonces, el vendedor, ya había soltado un nuevo globo de otro color y tamaño mucho más grande. Esto hizo que prácticamente todo el mundo dejara de mirar lo que estaba haciendo, y se pusiera a contemplar aquel sencillo y magnífico espectáculo de ver cómo un globo perseguía al otro en su subida al cielo. Para completar la cosa, el vendedor soltó dos globos con los mejores colores que tenía, pero atados juntos. Con esto consiguió que una tropilla de niños pequeños lo rodeara, y pidieran a gritos que sus padres le compraran globos como aquellos que estaban subiendo y subiendo.

Al gastar gratuitamente algunos de sus mejores globos, consiguió que la gente le valorara todos los que aún le quedaban, y que eran muchos ya que realmente tenía globos de todas formas, tamaños y colores. En poco tiempo ya eran muchísimos los niños que se paseaban con ellos, y hasta había alguno que imitando lo que viera, había dejado que el suyo trepara en libertad por el aire.

Había allí cerca un niño negro, que con dos lagrimones en los ojos, miraba con tristeza todo aquello. Parecía como si una honda angustia se hubiera apoderado de él. El vendedor, que era un buen hombre, se dio cuenta de ello y llamándole le ofreció un globo. El pequeño movió la cabeza negativamente, y se rehusó a tomarlo.

–Te lo regalo, pequeño -le dijo el hombre con cariño, insistiéndole para que lo tomara. Pero el niño negro, de pelo corto y ensortijado, con dos grandes ojos tristes, hizo nuevamente un ademán negativo rehusando aceptar lo que se le estaba ofreciendo.

Extrañado el buen hombre le preguntó al pequeño qué era entonces lo que lo entristecía. Y el negrito le contestó, en forma de pregunta:

– Señor, si usted suelta ese globo negro que tiene ahí ¿Será que sube tan alto como los otros globos de colores?

Entonces el vendedor entendió. Tomó un hermoso globo negro, que nadie había comprado, y desatándolo se lo entregó al pequeño, mientras le decía:

– Haz tú mismo la prueba. Soltadlo y verás como también tu globo sube igual que todos los demás.

Con ansiedad y esperanza, el negrito soltó lo que había recibido, y su alegría fue inmensa al ver que también el suyo trepaba velozmente lo mismo que habían hecho los demás globos. Se puso a bailar, a palmotear, a reírse de pura alegría y felicidad.

Entonces el vendedor, mirándolo a los ojos y acariciando su cabecita enrulada, le dijo con cariño:

– Mira pequeño, lo que hace subir a los globos no es la forma ni el color, sino lo que tiene adentro.

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ALUMBRA EL CAMINO DE LOS OTROS

Había una vez, en una ciudad de Oriente, un hombre que caminaba por las calles llevando encendida una lámpara de aceite. La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella. En determinado momento se encuentra con un amigo. Este lo mira y de pronto lo reconoce. Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo y le dice:

– ¿Qué haces Guno, tú ciego, con una lámpara en la mano, si tú no ves...?

Entonces, el ciego le responde:

– Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco de memoria la oscuridad de las calles. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí... No sólo es importante la luz que me sirve a mí, sino también la que yo uso para que otros puedan servirse de ella. Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para que sea visto por otros, aunque aparentemente no lo necesite.

Alumbrar el camino de los otros no es tarea fácil. Muchas veces en vez de alumbrar oscurecemos mucho más el camino de los demás. ¿Cómo? A través del desaliento, la crítica, el egoísmo, el desamor, el odio, el resentimiento... ¡Qué maravilloso sería si todos ilumináramos los caminos de los demás! Sin fijarnos si lo necesitan o no... Llevar luz y no oscuridad... Si toda la gente encendiera una luz el mundo entero estaría iluminado y brillaría día a día con mayor intensidad...

Todos pasamos por situaciones difíciles a veces. Todos sentimos el peso del dolor en determinados momentos de nuestras vidas. Todos sufrimos en algunos momentos. Lloramos en otros. Pero no debemos proyectar nuestro dolor cuando alguien desesperado busca ayuda en nosotros... Al contrario, ayudemos a los demás sembrando esperanza en ese corazón herido... Nuestro dolor es y fue importante pero se minimiza si ayudamos a otros a soportarlo, si ayudamos a otro a sobrellevarlo... ¡LUZ!... demos luz. Tenemos en el alma el motor que enciende cualquier lámpara, la energía que permite ir a iluminar en vez de oscurecer. Está en nosotros saber usarla. Esta en nosotros ser Luz y no permitir que los demás vivan en las tinieblas.

AMAR ES DARSE TODO

El hombre estaba tras el mostrador, mirando la calle distraídamente. Una niñita se aproximó al negocio y apretó la naricita contra el vidrio de la vitrina. Los ojos de color del cielo brillaban cuando vio un determinado objeto. Entró en el negocio y pidió para ver el collar de turquesa azul.

– Es para mi hermana. ¿Puede hacer un paquete bien bonito? -dijo ella.

El dueño del negocio miró desconfiado a la niñita y le preguntó:

– ¿Cuánto dinero tienes?

Sin dudar, sacó del bolsillo de su ropa un pañuelo todo atadito y fue deshaciendo los nudos. Los colocó sobre el mostrador y dijo feliz:

– ¿Esto alcanza?

Eran apenas algunas monedas las que exhibía orgullosa.

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– ¿Sabe?, quiero dar este regalo a mi hermana mayor. Desde que murió nuestra madre, ella cuida de nosotros y no tiene tiempo para ella. Es su cumpleaños y estoy segura que quedará feliz con el collar que es del color de sus ojos.

El hombre fue para la trastienda, colocó el collar en un estuche, envolvió con un vistoso papel rojo e hizo un trabajado lazo con una cinta verde.

– Tome, dijo a la niña. Llévelo con cuidado.

Ella salió feliz, corriendo y saltando calle abajo. Aún no acababa el día cuando una linda joven entró en el negocio, colocó sobre el mostrador el ya conocido envoltorio deshecho e indagó:

– ¿Este collar fue comprado aquí? ¿Cuánto costó?

– Ah!, -habló el dueño del negocio-. El precio de cualquier producto de mi tienda es siempre un asunto confidencial entre el vendedor y el cliente.

La joven exclamó:

– Pero mi hermana tenía solamente algunas monedas. El collar es verdadero, ¿no? Ella no tendría dinero para pagarlo.

El hombre tomó el estuche, rehizo el envoltorio con extremo cariño, colocó la cinta, se lo devolvió a la joven y le dijo:

– Ella pagó el precio más alto que cualquier persona puede pagar, ella dio todo lo que tenía.

El silencio llenó la pequeña tienda y dos lágrimas rodaron por la faz emocionada de la joven cuando sus manos tomaban el pequeño envoltorio.

La verdadera donación es darse por entero, sin restricciones. La gratitud de quien ama no conoce límites para los gestos de ternura. Agradece siempre, pero no esperes el reconocimiento de nadie. Gratitud con amor no sólo reanima a quien la recibe, reconforta a quien la ofrece.