Realidad y márgenes

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Realidad y márgenes

poesía 1992-2012

5la verde aespiga

b i b l i o t e c a c h i a pa s

Luis arturo Guichard

Realidad y márgenespoesía 1992-2012

g

— 2013 —

© Luis arturo Guichard

D.R. © 2013

Consejo Estatal para las Culturas y las Artes de Chiapas, Boulevard Ángel Albino Corzo 2151, Fracc. San Roque, 29040, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

[email protected]

isBN: 978-607-7855-70-5

hecho eN méxico

CH861.44MG945 R288 Guichard, Luis Arturo Realidad y márgenes : Poesía 1992-2012 / Luis Arturo Guichard. — Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México : CONECULTA, 2013. 335 p. : il. ; 21 cm. (Colección Biblioteca Chiapas. Serie La verde espiga ; 5) ISBN 978-607-7855-70-5

1. POESÍA CHIAPANECA — SIGLO XX

Manuel Velasco CoelloGoBerNador deL estado de chiapas

Juan Carlos Cal y Mayor Francodirector GeNeraL deL coNecuLta-chiapas

Susana del Pilar Utrilla GonzálezcoordiNadora operativa técNica

Marco A. Orozco Zuarthdirector de puBLicacioNes

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preseNtacióN

reaLidad y márGeNes, de Luis Arturo Guichard, reúne dos dé-cadas de un trabajo poético en el que se confirma una voz ma-dura y sólida en la nueva tradición literaria de Chiapas.

Guichard es un poeta formado en la más estricta academia, pero también en los territorios propios de la tradición lírica de la lengua española, derivado de lo cual este compendio nos ofrece una obra de magnífica calidad literaria para disfrute del lector.

En tal virtud, el Consejo Estatal para las Culturas y las Artes de Chiapas, que me honro en dirigir, tiene el gusto de poner este trabajo al alcance del público, con el objetivo siempre presente, de que no hay mejor inversión para potenciar el desarrollo y mul-tiplicar las capacidades del ser humano, que la misma cultura.

La cultura que se mueve y se hace presente en el trabajo poético de Guichard, un poeta que al uso afortunado de sus cualidades literarias, agrega una visión del mundo que nos ha querido generosamente compartir en esta antología sumaria.

El Gobierno del Estado, a través del coNecuLta-Chiapas, saluda y reconoce este trabajo literario con la certeza de que el lector encontrará una visión estética del mundo, singular, inte-resante y accesible.

Con esta obra inicia la Serie La verde espiga, dedicada a la promoción de la obra poética de nuestros creadores.

Juan Carlos Cal y Mayor FranCo

Director General

Realidad y márgenespoesía 1992-2012

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Bregué con luces negras, creyendo. Con luces rojas,creyendo aún. Con luces amarillascuando ya descreído.

Vicente Aleixandre, Diálogos del conocimiento, II.

Pero a ti te he sido fiel porque tu lugarestá en todos los lugares del mundo.

Rafael Argullol, El afilador de cuchillos, XXVIII.

Preguntas,¿qué leyes rigen “éxito” y “fracaso”?Flotan los cantos de los pescadoresante la orilla inmóvil.

Octavio Paz, Vuelta (sobre un texto de Wang-Wei).

Nadie puede tocar la realidad

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Cosmografía

Realidad y márgenes

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El orden de las cosas

para celebrar la publicación de Metamorfosis de lo mismo de Gonzalo Rojas.

Todo estaba repartido desde el principio.

A la jirafa, un corazón de pozo profundo.

A Ulises el divino, los nudos de su balsa.

A cada siglo, su propio cuchillo afilado.

A cada máscara, un solo personaje.

Al agua, no pasar del cuello.

Al vértigo, la inmovilidad si la desea.

Al llanto de Demócrito, la risa de Heráclito

(o quizá sí sea al revés, nunca se sabe).

A los amigos, más de lo posible.

A la hija única, todas las fotografías de su madre.

A los padres de todos, que nada cambie demasiado.

Al día, la amenaza del infinito.

A las vacas de peluche, el mito de Europa.

A la tierra plana, otras cosas bellas que no existen.

A la ciudad, un círculo, una línea y buena suerte.

A los libros, que valgan al menos lo mismo

que un minuto de realidad.

Al camello, el reino de los cielos directamente.

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Al lugar en que se nace, una maleta con brújula.

Al lugar en que se muere, otra (y juro que existen).

A la mierda, tantos años de hambre.

A Narciso, un estanque limpio.

A los caminos laterales, que se vuelvan centrales

(y a los centrales, que se vayan de fiesta).

A la luz, ser monopolio de un solo sentido.

A los amantes, hacer largo su viaje.

A los poetas jóvenes, tres manuales de métrica.

A los poetas mayores, ver lo que veía Rilke.

A la alegría, una manzana, un Buda y un relámpago.

Al azar, todo lo demás.

El camino hacia arriba y hacia abajo

Asomado al lago he visto dos caminos.

Uno comienza en mi habitación y crece,

se convierte en calle, árbol frondoso,

paseantes en Hyde Park, ciudad, país,

galaxia, que armónicamente se multiplican

dejando caer a su paso, como al desgaire,

lo que después llamaremos tiempo.

El otro comienza en ese algo sobre nosotros,

lúcido y visible cuando toma forma

de Osa, Gemelos y Cochero,

se empequeñece de pronto, se rinde,

se convierte en galaxia, país,

Charleville, mi habitación, este recuento.

Se encoge como el adulto al que agobia su poder

y se refugia en un caramelo.

No hace falta Heráclito para saber que los dos

caminos son uno y el mismo.

El camino hacia arriba y hacia abajo

es bastante menos que dios,

pero es mucho más de lo que necesito.

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Día de la creación

El día de la creación no pudo ser creado directamente.

Primero había que crear algo, cualquier cosa, que lo precediese.

Entonces fue creada —supongamos— la trompeta de jazz.

Que a su vez fue precedida por el músico.

Que a su vez fue precedido por su padre y su madre

jóvenes y juntos dentro de un Fiat 1930.

Que a su vez fue precedido por un camino.

Que a su vez fue precedido por un bosque.

Que a su vez fue precedido por lo que sea que lo precedía

—la tierra, el eje, la galaxia o las enanas blancas—.

La verdad es ésta: la creación sucede marcha atrás.

Así se comprende todo perfectamente.

Animal que sí existe

Sí lo he visto, ese animal todo fundamento,

erguido y desafiante lo he visto, oliendo

el mundo con la seguridad del que está en su coto.

No tiene una forma definida, simplemente

se le siente cuando se pisa su territorio.

Es ante todo un animal de fuerza y de soberbia,

como corresponde al que no teme,

no sigue a nadie, no tolera a nadie, está sólo para verse

a sí mismo y sólo a él obedecerse.

Sí, he visto al animal platónico, elemental y vivo.

Tenía los ojos de él, inquisitivos y burlones;

de ella era al menos la nariz (notable pero bella);

las pisadas eran fuertes de los dos y el resto

se repartía conforme los iba uno conociendo.

Desde que su propia fiereza los separó

están buscándose de nuevo él y ella.

Esa búsqueda es lo único que le queda a cada uno

del animal magnífico que formaban juntos.

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Europa

Ascendimos un par de olas,

recorrimos tres ciudades,

hicimos poetomancia

tú con Virgilio y yo con César Vallejo.

Hablamos de la luz y la luz

nos recompensó ahondándonos

suavemente la pupila en que nos mirábamos.

Medimos en la arena la extensión de nuestro deseo

y la encontramos sana y suficiente.

En ese momento, amor,

dejaste de pesarme sobre el lomo.

Perros de caza

En las puertas cerradas y en las salas de espera.

En las calles que conozco pero ya no recorro.

En las fotografías que hojeo según la densidad del aire.

En el mástil de la bandera equis sobre la plaza ye.

En la cita a ciegas y en la llave de tu cuarto.

En los cuerpos, sobre todo en los cuerpos.

No sé si me estoy despidiendo para un largo viaje

o si estoy haciendo ya el camino de regreso

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Contrarios que no se tocan

Yo estoy del lado de la niebla.

En primer lugar porque cae,

que es menos pretencioso que elevarse.

También porque hace magia de fiesta de niños:

pone el pañuelo, oculta las cosas un momento

y las deja luego como estaban.

Hace que los campos más comunes

se conviertan en bosques artúricos

y que se pueda escribir en la ventana con el dedo.

Es sencilla y no sirve para nada.

Se da cuenta y se marcha por sí misma.

Yo estoy del lado de la niebla

pero siempre han ganado los adoradores del humo.

Memoria

Me da igual dónde comience,pues volveré allí con el tiempo.

Proclo, Acerca del Parménides de Platón, I, 708.

La fe comienza y termina allí.

Para demostrar personalmente a los incrédulos

que aún estaba viva, la madre de las Musas

se asomó sobre el hombro de Primo Levi

y le dijo: “Dios no puede existir si existe Auschwitz”.

Ojalá pudiera no estar aquí cuando vuelva

a decirnos algo en persona.

Mi perro de los aeropuertos

Realidad y márgenes

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Visto en la noche

Levantarse a tientas, recorrer la casa buscando

cosas que no están aquí. Aquí el amanecer

es lento como si no fuera seguro. Recuerdo que allá

amanece de pronto, sin dar margen a la duda:

un plumazo y ya es de día.

Pero allá y aquí me pone en pie el mismo rumor del agua

cayendo en la fuente de un patio interior;

por la ventana entra un sol que no hiere y hay helechos

en las paredes. No es particularmente amplio

ni particularmente bello, diría que de hecho

es un patio que no tiene nada de especial.

Nunca he estado en ese patio

pero lo veo idéntico muchas noches, a salvo

de las cosas que sí existen.

Por eso me levanto con gusto.

Está protegido.

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Mi perro de los aeropuertos

Cuando todo estaba colocado y el coche

rodaba con su olor aquel de aceite amargo

a esa hora de la madrugada

de la que no puede resultar nada bueno.

El perro echaba a correr detrás de nosotros,

la lengua, los ojos brillantes, las patas finalmente

derrotadas quedaban por un rato entre el polvo

atrás y el mundo era grande e innecesario.

Era el perro de mi niñez, el que siempre

se me quedaba mirando desde la carretera.

No he dejado de verlo desde entonces

en los aeropuertos, los taxis, las estaciones,

su mirada preguntando siempre adónde voy,

para qué voy, a esa hora de la madrugada

en la que el mundo

sigue siendo grande e innecesario.

Una casa para Mr Guichard

anotación a Una casa para Mr Biswasde V. S. Naipaul.

Corro de nuevo el cierre de mi maleta.

Está viejo y avanza como una mala serpiente

cansada, apenas capaz de retener su presa.

Quizá la presa está cansada también

y por eso se deja atrapar tan estúpidamente.

Llevo demasiadas cosas. La próxima vez

serán menos. Obedeciendo a Montaigne,

me gustaría no llevarme a mí mismo.

Quedarme aquí, donde estuvieron clavadas

con alfileres mis fotografías, mis libros

apilados de cualquier manera.

Quedarme en el orden de lo transitorio, abierto,

impersonal, como se está en una habitación

de paredes limpias en las que sólo hay

una maleta. Nunca se está tan definitivamente

instalado como entonces. Nunca veo

con tanta claridad lo que soy:

un hombre que tiene una maleta.

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Y un traje

Un día metí los dedos en los guantes

y decidí que no volvería a hablar con nadie.

Comunicarme para comer y dormir, nada más

(¿cuánto pesa esto? ¿cuánto cuesta? muchas gracias)

Otro día metí las manos en los bolsillos

y aprendí a mirar sólo selectivamente:

sin cerrar los ojos desapareció la televisión,

el político y el perro que ladran a mi puerta cada noche.

Otro día me abotoné el abrigo hasta el cuello

(antes me dejé crecer una barba barricada)

y esa vez se trataba de no escuchar, como era de esperarse.

Desde entonces ya no me parece ésta la gente más gritona

del planeta ni lloran a coro los niños en los aviones.

Ahora estoy pensando en comprarme un gorro

que me cubra hasta los ojos, un gorro cabal

con el que completar mi traje

de extranjero sin ganas de regreso.

No necesariamente la mía

Primero camino por la casa

con babuchas pintas de tigre.

Abro las puertas y me asomo,

como alguna fruta y no limpio el cuchillo.

Hojeo los libros pero nunca los termino.

Luego caigo en un profundo cinismo.

Hago ruido para ver si te despiertas.

Vuelvo a la cama sin ganas de quedarme.

Pierdo el tiempo planeando el día siguiente.

Es inevitable después arrepentirse,

pensar que pude haber hecho algún esfuerzo,

dedicarme de veras a lo mío

y sobreponerme a mis costumbres.

Pero no. Pastillas y a la cama,

otra mañana con los ojos entumecidos.

Si supiera decir algo solemne quizá diría

que las cuatro etapas de mi insomnio

son como las edades de una vida,

no necesariamente la mía.

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Tránsito

No puedo decir cómo sucedió,

pero de pronto, con la risa

de la chicas catalanas,

la cara asustada del alemán,

el rostro tan serio de la dueña

y la estupidez de decir que yo era poeta

y el fuego, el café y la charla,

el hostal se convirtió en un hogar,

en un hogar muy alegre,

quizá porque se terminó en tres días.

A un dios desconocido (I)

Una pausa.

Entre la flecha y su blanco.

Entre dos animales para devorar.

Entre dos pozos en una tierra yerma.

Un comienzo

tras ver caer de nuevo la piedra ladera abajo,

tras despertar en un lugar desconocido.

Una conclusión,

como quien ve marcharse el último tren de vuelta,

como quien abandona un trabajo inútil,

como quien decide tomar la dirección contraria.

Dicho en palabras que conozco,

algo parecido a un abrazo.

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O tal vez sí

Esta encina no sabe cómo es.

Verá tal vez su sombra por las tardes

pero nunca ha visto su reflejo en el agua.

A menudo sueño con los cedros rodeados de agua

de mi niñez, inclinados como si mirasen alrededor

descubriendo otros árboles en el reflejo.

Creo que la encina que veo ahora es real,

pero en mi sueño me ronda una y otra vez

aquella frase extraña de Borges:

“una encina no es más real

que las formas de un sueño”.

Caligrafía

A veces pienso (pero el orgullo

me censura de inmediato)

que a mí lo que en verdad me gusta

es ver la tinta corriendo cuesta abajo,

cruzando de uno a otro cuaderno.

Ver cómo aparecen calles que sólo reconozco

si las miro desde la altura de un niño en triciclo,

sentir otra vez aquel aire en la camisa

que hace años perdió los puños y la vida,

sentarme en plazas a las que no sabría volver

leyendo por primera vez el mismo libro.

Cosas simples que no requieran literatura.

A veces pienso que eso es lo que quisiera:

ser un buen calígrafo que extiende las letras

como mapas por los que se puede caminar

con el paso alegre del que no ha extraviado su camino.

Jardín de hierro

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Nuestra piedra

La nuestra no es ya una roca rotunda y heroica.

Nos ponemos de pie un día tras otro

y en nuestros zapatos hay una piedrecita

sencilla y directa que nos avisa

de la inutilidad de intentarlo. Una piedra

sin ascendencia ni aspiraciones, hecha

de pequeñas evidencias cotidianas

pero que sabe perfectamente

que tu nombre es Nadie y que tu destino

es rodar cuesta abajo con ella.

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Web

Pero amanezco frente a esta máquina

como tantos que no pueden dormir.

En otra época, sería hora de laudes.

Y luché contra el mar toda la noche,

diría Owen, buscando también aquí

mi porción de vértigo, y nada he hallado:

no son ninfas las niñas tristes

—Nabokov se habría indignado—

que fotografían los pederastas.

No son amazonas las mujeres de la guerra

que se han reunido en esa isla de Camboya

porque así lo diga una fotógrafa lesbiana.

Este mar se ha vuelto tan ancho

que ya nadie espera al otro lado.

Exorcizo te

anotación a un pasaje serio (que los tiene) de Poderes terrenales de Anthony Burguess.

Dormiré ahora,

mientras se mantienen en su número y su sitio

las cosas que me hacen ser yo.

En su sitio, como atraídas hacia su centro

por una fuerza poderosa, creciendo en su número

como atraídas hacia afuera, hacia otras que no son mías.

Así aprende el agua a no pasar del cuello.

Encuentra el instrumento el golpe para la música.

Coinciden de nuevo autor y título.

La llave gira en la cerradura correcta.

No entiendo la fuerza que destruye

otros sitios y números pero mantiene los míos.

Dormiré ahora porque no sé.

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House

Comprendo que a muchos no guste esta música.

Los muchachos están sudorosos, el humo y la luz además

son de mal gusto. Me gusta verlos desde la barandilla.

El aluminio frío en mi mano contrasta con sus rostros

relucientes. La música asciende, es un tambor muy primitivo;

de pronto, se vuelve idéntico al pulso, sube más y aturde.

Los latidos electrónicos al compás de la sangre humana

me han parecido siempre entre lo mejor de este pobre siglo.

No pude estar en Eleusis, pero debió de ser como esto.

El corazón delator de Allan Poe se habría puesto tan contento…

sobre todo porque al apagar la luz y limpiar las colillas

todos descreen de este poder

y bostezan felices como los apóstatas.

Amigos olvidados

Cuando el tiempo haya hecho sobre ti

lo único que sabe hacer, poner sobre los hombros

de los vivos el peso de los muertos;

cuando haya crecido y muerto el olivo secreto

que los hombres llevan dentro,

alimentado y halagado y feliz y harto del amor

y de la fe y de otros sucedáneos del tiempo,

entonces, ¿extrañarás tu cuerpo joven?

¿Le pondrás joyas que hoy no tiene

y cantos que hoy no lo emocionan?

¿Lo echarás de menos entonces,

como a veces se echa de menos a esos amigos

que traicionaron nuestra confianza, conociéndonos tanto?

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Naranja dulce

Como era un olor desconocido

había inventado mi propia forma de explicarlo:

ocurre que justo a esta hora

—despierto ya el día pero todavía en pantuflas—

exprimen cientos de madres diligentes el jugo de naranja

y luego la cáscara y la pulpa, abandonadas por otras labores,

espiran generosas el olor dulce y amargo inexplicable.

Esto ocurre porque las naranjas valencianas tienen justa fama,

porque la mañana necesita un olor fuerte y decidido,

y sobre todo porque yo de niño jugaba también cantando

la canción de la naranja dulce.

Pero una de las madres diligentes se queja hoy en el autobús

de qué irritante es el olor que viene del crematorio

y el aceite ese, dice, que no se sabe si es para ocultar olores peores.

Meto las manos en los bolsillos y camino

por una avenida amplia y solitaria, la misma

que recorrí al saber que los delfines libres no juegan a la pelota,

que mi caballo viejo no se había ido al monte,

que no hay ángeles salvadores en La Habana,

que mi primer libro no iba a leerlo nadie.

Las manos en los bolsillos, con menos esperanzas cada vez

de tocar el agua primera que mojó la vida.

Saturno y sus hijos

anotación (juvenil) a Saturno y la melancolía de Raymond Klibansky.

En Charleville hay un mercado, un molino y un río

que no se pierden los turistas cuando visitan

el pueblo del terrible niño.

Pero quien en verdad vive aquí

(y en Roma, Tel Aviv o Buenos Aires)

se llama Saturno.

¿Quién si no presidiría la medición de los campos,

estos mismos que se extienden amarillos

a un lado y otro del pueblo?

¿Quién vigilaría el viaje de los extranjeros

y la vuelta a casa del hijo perdido?

¿Quién el poder, el orgullo, la jactancia,

las cosas viejas, las balanzas y los cuadros de Goya?

Los poetas vienen aquí porque quieren aprender

de su bocado más exquisito.

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Jardín de hierro

En el jardín de hierro del Museo Rodin

nos detenemos ante la Puerta del Infierno

sólo para comprobar que los jilgueros,

saltando entre los cráneos y las llamas,

son felizmente inmunes al arte.

Si la puerta se abriera de pronto

volarían sin prisa y llegarían al Paraíso

antes que todos los doctores en teología,

y tú, cual pájaro que eres, junto con ellos.

Yo preferiría hacerle antes una visita

a los habitantes del Infierno para saber

si han logrado ser como los jilgueros.

Levante

Si yo fuera un dios compartiría con mis padres

un pan que no se acaba.

Bebería con mis amigos el vino de los que dicen la verdad

sólo a los que saben qué hacer con ella.

No me preocuparía por el bien

porque ése es problema de los hombres.

Apaciguaría mi divinidad comiendo frutos de la tierra.

Cae la noche. Vuelven barcos de placer que nada saben.

Pienso en Gil-Albert y en el temor del mar

y en el temor de las constelaciones.

Las cabrillas no están allí para arrullarnos

viéndolas saltar vallas de nube. Son un ejército.

Están esperando a que Pan regrese

(los poetas dicen, más o menos, que todo vuelve).

Y eso le quita el sueño a cualquiera.

Ante la orilla inmóvil

Realidad y márgenes

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Libre de mí

De pronto, en mitad de esta calle y no de otra,

detenerme. Es todo en lo que creo.

Mi cuerpo estaría ahora diez metros adelante

pero esos metros ahora son míos, ahora sí

son reales. La gente pasa a toda prisa

y no es real, avanza sobre metros que he sacado

de sí mismos y los miro. Respiro,

yo mismo más diez metros.

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Otro lado

Abrí la puerta de nuevo.

Al otro lado estaba lo que me espera

cada noche. La marioneta

de Quevedo a la que enseño

a dar largos paseos ciegos.

La foto en la que Alfonso Reyes

hace saltar sobre el bastón a su perro.

El reloj de Praga, las hojas desordenadas,

el poema en forma de pájaro,

la guía del peregrino, el retrato del Gonzalo.

El libro vacío que bien visto es

como dos quevedos cuadrados.

La foto del poeta leyendo, aferrado

a sus papeles como si ellos pudieran llevarlo

al otro lado, la he bautizado como

“balsa de Ulises sin fondo”.

Esta puerta es a veces

el camino hacia arriba y hacia abajo.

Bazar de antigüedades

Cartas, fotografías, regalos, juguetes

sin persona, convertidos sólo

en tiempo puesto a secar

sin humedad de vivo, sin voz

si no es gramófono y si es

de cualquier manera no hay persona

sólo sol y el vendedor bebiendo

cerveza y calculando cuánto

podrá valer la botella

cuando no tenga persona.

Alivio de escapar con mi ración

de humedad intacta.

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Matutino

Num dia excessivamente nítido…

Alberto Caeiro, O Guardador de Rebanhos, XLVII.

Aunque ya se sabe que nunca se vuelve

qué placer los dedos sobre la misma taza,

el libro que la memoria ya no necesita, abierto

hacia la misma plaza de todas las mañanas

y que todo lo nuevo pase de largo.

Resistirse otra vez al impulso

y ver alejarse entre la luz de un día

excesivamente claro

la línea que de una vez, ahora sí,

contenía en once sílabas el enigma

completamente descifrado.

Mar rico en peces

Ante la orilla inmóvil

trabar la madera, tensar las cuerdas,

medir los ángulos sin plomada ni regla,

tener la Osa siempre a la izquierda,

son las cosas sencillas que sabe Ulises.

La materia es el único camino

para encontrar la salida de esta isla

a través del mar rico en peces.

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Juego de niños

Doblando este periódico

construiremos el Arca.

La pondremos en el río adecuado

y el agua se llevará el día de hoy

y a nosotros dos con él

hacia la más perfecta claridad.

A un dios desconocido (II)

Quizá lo había visto antes.

En las palabras mariposas que mi amigo Joshi

sabe sacar del sánscrito;

en las capillas de Oxford y en las capillas de Cholula;

en Prometeo, Hércules y los Reyes Magos;

en El libro de horas de Rilke

y en los Nacimientos de Carlos Pellicer;

en Plotino, en el Saturno de Goya y en los Evangelios.

Lo había visto en Sintra, donde los muros y la maleza

dicen algo más acerca del vértigo.

Lo había visto en México, en un velatorio

que tenía una máquina de coca-cola en cada esquina.

Pensé que era el resultado de una subida en círculo

o de no poder transformar la angustia en cosas.

Ayer pasó lentamente por en medio de mi casa

una fila de hormigas. Me senté a contemplarlas.

Con la decisión que es forma refinada de la tristeza

hacían subir su carga por paredes y cornisas.

Al final de la fila venían las hormigas rojas

con un bulto verde sobre ellas.

Recordé que Blake juraba haber visto de niño

el cortejo fúnebre de un hada.

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Camino atrás

Nous sommes tes Grands-Parents,Les Grands!

Rimbaud, “Comédie de la soif”.

Tenemos antepasados sólo si queremos.

Yo no sé quién soy más allá

de mis abuelos y tengo constancia

de que tampoco lo sabría si de pronto

aparecieran todos aquí y dijeran en coro de ópera:

mira lo que hemos sido.

Yo he cosido la camisa que tú usas.

Yo he puesto los muros de tu casa.

Yo he afinado tu vista y tu olfato.

Hemos visto morir para que vivas.

Hemos caminado para que tú te tiendas

a esperar absurdamente la lluvia.

Por eso a mis antepasados

sólo les debo las cosas que habitan el día de hoy.

Seré materia

...la bibliothèque était le point de réunion d’une secte pythagorienne...

Jacques Roubaud, La bibliothèque de Warburg.

La biblioteca tiene cuatro plantas:

Palabra, Imagen, Acción y Fundamento.

Ordenados los libros del banquero

como un ejército dispuesto en círculo

su general es el olivo plantado en el patio.

Los libros saben que los persas nunca ganan.

Los libros saben cómo se construye la balsa de Ulises.

Los libros saben cuál es el camino hacia arriba y hacia abajo.

Por eso los libros tienen un escudo.

Por eso los libros se apiadan de sus dueños muertos.

De pronto recuerdo a Simónides:

“Soy un muerto, y un muerto es mierda, y la mierda es tierra

y si soy tierra, entonces no soy un muerto: soy una divinidad”.

Todos los dueños están muertos.

Son vanidad sus nombres en las portadas.

Ayer leí que dijo un poeta a sus amigos:

“Seré ese vaso de agua que estoy bebiendo.

Seré materia”.

No me conmueve la materia, aunque sé

que a través de ella puede haber una salida,

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d

ni el agua, lo que más brilla sobre la tierra,

sino este “seré”, escrito por Quevedo

hace quinientos años

y que no tiene peso ni medida.

Todos tenemos un gallo para Asclepio,

ya curados de la vida.

Y el estante a mi lado es todo Metamorfosis.

Antes de entrar en esta biblioteca,

yo no sabía que soy pagano.

* Las palabras de Octavio Paz en “Seré materia” provienen del capítulo final de La sabiduría sin promesa de Christopher Domínguez Michael; el resto del poema (y quizá el libro en su conjunto) se refiere a la biblioteca de Aby Warburg en Woburn Square, Londres, y en particular a Mnemosyne, el Atlas de la Memoria.

Versión aérea

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Realidad y márgenes

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A mano alzada

La mano siempre escribía

como si la pluma fuera

un botín o un esclavo,

castigando la tinta

y el papel, sin dar respiro.

Sentía respeto por los pies,

sus obreros en lucha,

sus porteadores fieles.

Pero llegó el día de claudicar:

el pasado también claudica,

se cansa, se dedica a otra cosa,

¿por qué no la mano?

Y la mano se alzó

sólo porque la altura

le pareció más hospitalaria,

como los pisos superiores

de los hoteles,

y porque al fin y al cabo

—se decía—

tras todos estos años

de vivir a ras de suelo

tenía derecho a un poco de aire,

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

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pájaros, flores en la ventana,

buenos días de sol, esas cosas.

Descubrió los trazos finos

y las distancias cortas,

los bocetos y los pasteles,

se puso a leer

a Juan Ramón Jiménez.

Sigue así la mano,

pero los pies,

que han sufrido mucho mundo,

se han vuelto

más desconfiados y taciturnos.

Saben que la mano bajará

a atar unos cordones,

a recoger su pluma

si un día se le resbala,

y ellos estarán esperándola

para mostrarle

el verdadero significado

de apretarse todos los días

contra la superficie,

el difícil oficio horizontal

del que no conoce alturas.

País sin trenes

Nací en un país sin trenes.

Para mí eso de las ruedas

calentando los rieles,

el vapor enjundioso

a través de las montañas,

silbatos y gorro azul a la salida,

no era más que exotismo

de los libros europeos.

Quizá por eso no aprendí nunca

a medir las curvas y la tierra:

todas mis distancias son

rectas distancias de aire.

En mi país apenas hay peatones

(todo se resuelve con motores y sirenas)

así que siempre tuve desconfianza

de quienes quieren lucir

pies bien plantados en la tierra.

Después me hice aficionado a los caballos

que, como todo el mundo sabe,

son la forma intermedia del aire,

sin alas pero con los pies lejos del suelo.

Al final vine a descubrir los aeroplanos,

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

69

lo más cercano a una patria

para quienes nunca pudimos

apreciar la tierra.

Gracias a ellos aprendí a mirar

los trenes, las sirenas, los caballos

con el mismo asombro

con el que un mono

mira los aeroplanos.

Ahora viajo en tren lo más posible

para intentar recuperar todas las tierras

que he perdido en patrias de aire.

También nací en un país sin barcos,

pero esa es otra historia.

Mascota mineral

Esto sí que sería de agradecer,

que al levantarnos por la mañana

e ir a ponernos los zapatos

hubiera dentro una piedra rotunda,

lista para avisarnos de una vez

de la inutilidad de intentarlo.

Sería una buena forma de empezar el día,

no sólo porque ya claudicados los planes

no nos quedaría más remedio

que vivir de verdad, sino porque la piedra,

con el trato cotidiano, se convertiría

en una buena compañera.

Si su prestigio cultural es escaso,

ese es problema de la cultura,

que inventó la piedra de Polifemo,

lapidó a innumerables héroes bíblicos

y mató a montones en las minas.

Aunque la piedra también ha tenido sus palinodias,

como el Canto a un dios mineral

y la Algarabía inorgánica.

La piedra en el zapato,

tal como la veo yo ahora,

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

71

sería una buena mascota:

la mascota mineral,

sin duda superior a la electrónica

y más apta para la filosofía,

que es lo único que puede hacerse

si los zapatos están inutilizados.

La piedra estaría ahí desde la mañana,

sin tener que esperar a que el jefe,

los vecinos, el tráfico o los gobiernos

contribuyan a crearla a lo largo del día.

En otras palabras,

se trata de una piedra cabal, de confianza,

que no requiere la evidencia

de pequeños fracasos acumulados

para rodar cuesta abajo con nosotros.

Un libro italiano

Podría escribir un libro italiano.

Pondría en él ese jardín de Rávena

donde me senté a descansar

por primera vez en treinta años;

la esquina de Venecia

que se llama Calle de la vida

que desemboca en un canal

y no tiene nada que ver

—suene como suene—

ni con las calles ni con la vida;

el hotel de Roma

en el que estoy seguro

de haber visto a Alejandro Rossi

de nuevo niño.

Tendría que hablar también

de los tiempos,

no sólo de lugares.

Mencionar la tumba de Keats

y las bicicletas de Alberti,

las callejuelas de Propercio

y la jaula de Pound,

mostrar, qué sé yo,

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

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un ángulo ignorado,

un descubrimiento personalísimo,

aprovechar mi ventaja clasicista.

Pero sucede que en Italia

nunca he sido nada más

que un turista feliz,

con la cara entontecida de asombro,

que come helados

e incluso toma fotografías.

Un turista que no ha pensado,

no ha escrito, no ha pretendido

ninguna razón oculta para la alegría.

Y los turistas felices

no escriben libros.

El engranaje

Todos los edificios tienen un engranaje.

Antes de dormir hay que limpiarlo

con aceite suave de colores,

retirar algunas imágenes

y sonidos atrofiados,

cambiarlos por otros recién sacados

de los Sueños de Kurosawa.

El engranaje marcha siempre

un poco peor que antes,

pero el uso lo va moldeando

como a un par de buenas pantuflas.

No se muestra

antes de cumplir los treinta,

cuando comprueba que eres capaz

de cuidar su maquinaria

con cierta atención y sin alardes.

Cuando toma confianza

comienza a depender de ti,

te hace confesiones

cada vez mayores.

Te muestra sus grietas,

sus pequeñas repúblicas afiladas

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y a veces, en un relámpago,

incluso te da un atisbo del derrumbe.

Los edificios públicos,

sobre todo los palacios

y las cárceles, a fuerza de fricción

tienen un engranaje

más sólido y egoísta,

al que ya no le gustan

los aceites ni las películas.

A la primera oportunidad

te darán la espalda

y te dejarán solo,

de frente a tu propio engranaje.

La silla del poeta

La silla del poeta está ocupada

en casi todas partes.

Su dueño se revuelve

inquieto sobre ella

ante mi pésima costumbre

de mostrar credenciales

de irremediable extranjería.

La silla del poeta está siempre

a la luz, para que todos la vean,

armada con un micrófono

para que el poeta confiese

lo cohibido que se siente

de hablar a diario en público.

Cuando nadie lo ve, el poeta

se pone de pie en su silla

y salta para alcanzar el cielo,

disfrutando el vértigo

y la firmeza de las cuatro patas,

mientras recita algo clásico, del tipo

“¡Pararrayos de dios, poetas!”.

Tras tantos sitios y tantas sillas,

tuve que aprender a contentarme

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con la escalera del poeta,

esa que no le interesa a nadie,

que no tiene micrófono

y está siempre apoyada

contra una pared blanca.

Con la cara hacia la pared escribo,

dudando siempre entre la altura,

que apenas sirve para tentarte

con algún salto hacia el cielo,

y las dos patas de la escalera

inseguras en la tierra.

Últimamente me ronda

la idea más humilde

de intentar hacerme

con la ventana del poeta

y dejar que la silla y la escalera

se vayan de una vez

a ese fuego que brilla,

muy distante, en los atardeceres.

Ruido

No me molesta el ruido de la calle.

Entiendo que no está hecha

para el silencio. Los pasos,

los pregones, los motores

son animales de la calle, viven

con ella en simbiosis alegre.

La ciudad saca a pasear sus mascotas

sonoras como quien saca al perro.

Pero a veces, en un descuido,

el violinista deja abierta una ventana

y se le cae la música,

música noble que no tiene

experiencia de banquetas.

En la calle es como un animal silvestre,

de esos que no saben comer

en basureros, perdido de su clan,

vagando entre enemigos.

La música es aire de interiores,

privilegio de las salas de concierto,

lujo de unos pocos dedos;

si nos hemos acostumbrado

a su presencia diaria,

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

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es sólo por los discos y la radio.

La calle la expone a un aire

que no es el suyo, la doblega,

la vuelve ruido blanco.

Una vez que se queda atrapada

en el bullicio, extranjera y sin oído,

no puede volver a su instrumento.

Su caída lleva todo el peso

de un prodigio, otro más, desperdiciado.

La mano de Borges

La mano de Borges posada

sobre una inscripción japonesa.

Proviene de un libro, Atlas,

en el que se alternan fotografías y textos.

Un bello libro de despedida

y de recuperación, escrito

dos años antes de su muerte.

Mapa de sus sitios favoritos,

de Epidauro a Ginebra,

y de sus tiempos,

que para él eran lo mismo,

de las sagas escandinavas

a las guerras civiles argentinas,

un viaje dentro y fuera de Borges,

ese país en el que hemos crecido todos.

Dice en el prólogo

(nadie ha escrito prólogos como los suyos):

“No consta de una serie de textos

ilustrados por fotografías

o de una serie de fotografías

explicadas por un epígrafe.

Cada título abarca una unidad”.

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En mi libreta, con suerte, ocurra lo primero;

a lo segundo ya no aspiro.

Hace tiempo que la unidad

está fuera de mi alcance

en casi todas sus formas,

y en ésta, seguro. Las palabras

no explican imágenes ni les dan sentido.

En esto tenía razón Caeiro:

“Las cosas no tienen sentido,

tienen existencia.

Las cosas son el único sentido

oculto de las cosas”.

Ni siquiera siendo Borges

se les saca más sentido.

Siendo Caeiro tampoco

se les da más existencia.

De por medio está el acto de mirar,

que es lo que confiere al librito

esa trabajada tristeza. A estas alturas,

sabemos bien, Borges no miraba.

Como decía él mismo, sólo recordaba.

En esta foto, la última del libro,

al mirar se añade el tocar; unos caracteres,

además, que no se entienden.

Borges se despide de todo y vuelve a todo

sin describir nada,

cosa que pertenece al acto de mirar

más que al de recordar.

En este libro, el buen texto

es el más fiel a la fotografía del otro lado

de la página, el que nos hace volver a ella.

Borges jugando al gato y al ratón

entre una página y la otra.

¿Acaso hizo otra cosa en su vida?

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Libros blancos

Los libros blancos envejecen mal,

se ensucian sólo con tocarlos.

En Las mil y una noches

hay un cuento

sobre una biblioteca impoluta

de libros blancos,

tan blancos que no tenían

siquiera título en el lomo,

el sueño de uno de tantos

sultanes enloquecidos.

Todos los sultanes de esos cuentos

buscaban la inmortalidad

en formas estrambóticas,

pero ninguno fue tan lejos.

Los libros eran todos iguales,

no se abrían, no se movían,

se acumulaban sin orden,

nadie sabía lo que ocultaban.

Con el tiempo se corrió el rumor

de que los libros estaban en blanco

también por dentro

y de que el sultán había logrado

la biblioteca perfecta,

la que cada uno podía llenar

con la materia de sus alucinaciones,

la única biblioteca que no envejece.

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Simetría

En un espacio no mayor que éste

escribo, busco el momento

en el que el aire muestra

la medida exacta de las cosas.

El cuarto permite sólo unos pasos

que repito en una dirección y en otra

como quien busca confirmar

el tamaño de su cuerpo.

Visto fríamente, en mi cuarto

no hay más que un poco de madera

(mesa, libros, suelo y lápices)

y un poco de aire.

Medir el aire quizá sea el secreto,

hacer que se acomode a los recuerdos

o que en un descuido nos asome

un retazo de la vida que vendrá.

El cuarto guarda una cierta simetría

con las calles y, más allá de la ciudad,

se iguala sobre todo con los árboles,

madera viva rodeada de aire vivo.

Ir del cuarto al bosque

quizá sea el secreto,

dar a cada uno lo que es suyo

y, si hace falta, saltarse la frontera

que los separa y hacer del cuarto un bosque.

Se hace entonces más grande el aire

del estudio y hay que recorrerlo

con la urgencia y la atención del extraviado,

medirlo como si de ello dependiera

encontrar la única salida.

No saber si se está perdido

en el bosque más oscuro

o sentado, escribiendo en esta mesa,

buscar por encima el aire que no sabe

de cuartos y extravíos,

quizá ése sea el secreto.

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Ventanas

Las ventanas tienen un manual,

pero no de arquitectura.

Las formas de las casas,

los surcos del cableado

que las cruzan como arrugas

más o menos merecidas,

la ropa plantada como bandera

de repúblicas que desaparecen

cuando se pone el sol.

Con ellas se podría enseñar

historia a los incrédulos

y anatomía a los que no podemos

ver la sangre. Las ventanas

tensas al fondo de los balcones

son también atletas listos

para saltar al silbatazo.

Con ellas hacemos deporte

los que nacimos para estar inmóviles.

También está la vida de las plantas

y las moscas que contemplan

arrobadas su reflejo.

Con ellas podríamos explicar

los mitos griegos y la Venus del espejo.

Pero el punto fuerte de las ventanas

sin duda son las matemáticas.

Asomado a la ventana, el viajero

calcula cuántas vidas se ha perdido

por estar viviendo justo ésta,

fiel al límite vertical de los cristales.

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La camisa

Para conocer de verdad la vida,

la camisa se puso del revés,

salió a la calle con etiquetas

y costuras al aire, como un molusco

que por única vez visita la tierra.

Al verla pasar unos dijeron

“es Diógenes buscando al hombre”,

otros, “es Heráclito camino del estiércol”,

el más piadoso incluso citó aquello

de “el que esté libre de remiendos…”,

pero la mayoría pensó que aquello era

nada más una camisa puesta del revés

y siguió su camino.

Los niños la miraban

sin que pudiera saber realmente

qué estaban pensando.

La camisa entró al baño en un café

y se dio la vuelta. Afuera

exprimían el jugo como cada mañana

y los periódicos tenían en la portada

la matanza que tocara.

Al ponerse ella del revés la vida

no había cambiado, nadie se acordaba.

Desde su experiencia la camisa

se ha vuelto un tanto nihilista

y a menudo se pregunta

si no conocía ya la vida

sin necesidad de verse las costuras.

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Retrato aéreo

Foto en blanco y negro de un hombre

que hace saltar sobre el bastón a un perro.

Suponemos que es su perro

y quizá le restamos mérito,

porque es más difícil hacer saltar

a un perro callejero,

a ese con el que no se tiene la complicidad

del alimento y los muebles rasguñados.

En esos días seguramente no existía el alimento,

la cosa enlatada, sino sobras y huesos

aun para los más finos canes.

En esa época probablemente no había

tampoco mucha comida ni muchas sobras.

Podemos suponer que el señor está parado

sobre Europa en los años treinta o cuarenta

del siglo del cuchillo afilado

o quizá está en América,

el sombrero no ayuda a definirlo

(y en todo caso, eso atañe a la dieta del perro).

Volviendo al señor, salta a la vista

que es paciente y que tiene sentido del humor:

un colérico no acepta las innumerables pruebas

para al fin lograr un único, breve salto,

y a un melancólico le parecen inútiles

el salto, el perro y el hombre que los observa.

Necesitamos, pues, un señor bonachón

y sobre todo con mucho tiempo libre.

El señor, por lo tanto, es relativamente rico

(lo cual resuelve la duda sobre la dieta del perro).

Parece joven, más bien en la franja del “joven aún”,

si es que esa sombra es un bigote oscuro.

Pero lleva un bastón. Quizá tiene alguna dolencia

o todavía ve en él un signo de estatus

o quizá lo lleva sólo para jugar con el perro,

que es, entonces, definitivamente suyo.

¿Y la cámara que toma la foto?

Tomar el bastón al salir de casa

y armarse a la vez de cámara (y fotógrafo)

indica no sólo buen carácter:

a este señor le gusta que lo veamos

ejercitando su paciencia y logrando

un elegante resultado, ese momento

en que al chasquido de los dedos

el animal accede a mostrar su fuerza posible,

su gracia elevada sobre el suelo

y la sombra que tan bien se alía

con la sombra de su dueño.

Todo eso puede ser o no.

El pie de foto sólo dice

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que este señor es Alfonso Reyes,

escribió más de cien libros,

nació hace doce décadas y murió hace cinco.

No dice cómo se llamaba el perro.

Mecánica vegetal

El árbol debe de tener un teorema

con el que calcula

cómo bombear la savia

arriba en verano, abajo en invierno.

Uno se imagina al árbol preparándose

para iniciar la migración,

la urgencia del repliegue hacia las raíces,

el alivio de la vuelta a las alturas.

Todo el mundo piensa

que los árboles no tienen prisa,

que son la materia inmóvil personificada,

pero la verdad es que crecen,

como los niños recién nacidos,

a fuerza de viajes internos

cada vez más largos.

El árbol se mueve más que nadie

pero no pierde el tiempo

cambiando de lugar,

tiene entre sus anillos

todos los caminos del mundo.

Por eso es que el peor destino para un árbol

es que lo conviertan en barco

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y lo lancen a puertos que no necesita

y el mejor que lo usen para un columpio,

que es como él, todo el movimiento

fijo en el mismo punto.

El árbol debe de tener un teorema

que realmente demuestra

la inmortalidad del alma.

Calzada de los misterios

Qué misterio es una calle,

esa línea no muy recta

que comienza en una calle

y termina en otra calle,

pero nunca es igual a la anterior.

Qué difícil definirla

en su humilde uso,

tan difícil como definir

una gota de agua

cuyo uso es perderse

entre las otras.

Las calles pueden perderse

en los planos y encontrarse

a fuerza de suerte y homonimia,

pero rara vez se ganan,

pocos dicen “hoy atrapé

una calle nueva, mírala”.

Sólo coleccionan calles

los muy desesperados,

los completamente silenciosos,

los curtidos en la pérdida

de puentes y bahías.

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Guardan sus calles

como una oración,

como un santo y seña

con el que ser recibidos

en la holgura maternal

de las calzadas.

Capitales

Las ciudades cerradas los domingos

me trastornan. Tal vez pueda reducirse

a que soy un extranjero consumista,

retoño del capitalismo más salvaje.

Quizá soy un poeta de provincia

que se acostumbró a vivir en ciudades

demasiado grandes para su destino

o que tanto leer a Calímaco y Horacio

acabó por ponerme del lado de la grey.

Estos viejos que pasean los domingos

frente a las vitrinas cerradas,

oyendo el fútbol en la radio,

son mi idea más pulida de tristeza.

Necesito tiendas abiertas

en las que el capital circule

como en las grandes capitales,

perderme entre la masa que mira

la ropa y los sombreros de las tiendas

pero no me mira a mí.

Necesito la luz de los fanales

y el zumbido de los trenes

más allá de media noche.

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Necesito el préstamo y la usura

para no terminar en una jaula

clamando contra ellos,

porque yo también he de intentar

escribir el paraíso

y eso no se puede hacer en silencio.

Poética de aire

Literal y con una sola cosa

que ya no tiene remedio.

“De aire. Perteneciente o relativo.

Sutil, vaporoso, ligero.

Inmaterial, fantástico, sin fundamento.

Ser vivo que vive en contacto

directo con el aire”.

“Traducción. Acción y efecto de traducir.

Modo que tiene cada uno

de referir un mismo suceso.

Cada una de las formas que adopta

una historia, el texto de una obra

o la interpretación de un tema”.

“Operación para cambiar la postura del feto

que se presenta mal para el parto”.

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La frontera

Recién estrenado el pasaporte

queríamos cruzar la frontera a toda costa.

Imposible pensar en Guatemala

aunque todos fuéramos devotos de Cardoza.

Conseguimos un coche y nos fuimos

cantando canciones de Springsteen

a buscar al mejor poeta de Belice

—tenía que haber poetas en Belice—

y a escuchar el trópico en inglés.

Paramos en una gasolinería

y preguntamos dónde estaban los poetas,

todos se rieron de nosotros

pero nos invitaron las cervezas,

terminamos con el pasaporte boca abajo,

cantando Dancing in the dark.

Estábamos tan lejos de nosotros

por primera vez, asomados

a una vida que podría ser la nuestra.

Vimos los mismos árboles

con nombres estrambóticos,

las pirámides cambiadas en ziggurats,

entendimos que nadie se baña dos veces

en el mismo river una vez cruza la frontera.

¿Qué más se puede hacer cuando tienes veinte

y las cosas salen así de bien?

A menudo pienso si hoy es el día

en que por fin conoceré al mejor poeta de Belice

y si podré agradecerle lo suficiente

que exista su frontera.

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Objetos a la intemperie

Un mono de verdad

sentado sobre una roca,

pero con corona.

El grado cero de la mitología,

como supongo que lo imaginan

muchos hindúes.

Tiene un aspecto de mono de feria

que lo acerca al creyente más humilde.

Quizá si a mí me hubieran dicho de pequeño

que dios era un monito de feria,

hubiera creído en él;

a lo mejor, de todas maneras, no.

Ya sé que hay representaciones

más complejas del dios mono,

pero a mí me ha gustado siempre ésta.

Lo vi en un libro que acumulaba polvo

en una librería de viejo holandesa.

El libro trae también la foto del mendigo

que aparece en El mono gramático.

Sí, compré el libro por nostalgia

de la primera vez que leí el Mono

y también porque se acerca a la imagen

de Hanuman aporreando la máquina

en la Tierra roja de Chandra.

Me reconfortó pensar

que el camino de Yalta

también pasaba por esa librería

del Spui de Amsterdam

y que mi costumbre

de acumular en mi casa objetos

salvados de las bodegas

o la intemperie

quizá me reportara al menos

este consuelo:

ver monos de verdad

sentados sobre una roca,

pero con corona.

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El espejo

El único objeto salvado

a todas mis mudanzas

son estos lentes.

Quizá es sólo porque están

tan cerca de mi rostro

y se escapan por eso

a la tentación del cambio.

¿A quién se le ocurriría

dejar atrás un brazo o una pierna

cuando se va de un país a otro?

Quizá llevar los mismos lentes

me garantiza cierta linealidad

que tanto echo de menos,

algo que no se puede

pedir al pobre cuerpo.

Los lentes son entonces

el punto desde el que veo

no lo que tengo enfrente,

sino lo que he dejado atrás,

tienen esa cualidad cóncava

de estar aquí

y esa manía convexa

de quedarse donde estaban.

Un cristal que puede

ser también espejo

es la mejor respuesta

cuando uno cede y se pregunta

si de verdad ha pasado el tiempo.

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Tacto

La madera falsa que hay en la casa

me tiene preocupado.

No es que quiera volver

—ya sé que no se vuelve—

a tiempos auténticos

—ya sé que no existieron—

pero me inquieta no poner la mano

en una superficie que declare

un origen cierto.

Tocar la madera falsa

es como perder el hilo

de una conversación,

como olvidar el nombre

de un amigo lejano.

Es un blanco entre dos orillas,

un paréntesis, el lapso

que estamos fuera sin saberlo,

ese relámpago

en el que ocurren cosas

que después ya no tendrán remedio.

La madera falsa suplanta

sin gloria, con la tristeza

del que se cuela a una fiesta.

No tiene la nobleza

de la cerámica barata

ni del duplicado bien hecho:

su sordidez se ve de lejos.

La madera falsa que hay en la casa

me tiene preocupado.

No se puede vivir en paz

con quien está viviendo

la vida de otro.

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La luna de estío

No sé cómo vino a dar la tarjeta

a casa desde ese restaurante japonés

que ya no existe.

Su dueño habrá hecho de nuevo las maletas,

cansado de que nadie le diera

los buenos días en su lengua

o de que le preguntaran una y otra vez

los ingredientes de los platos.

O tal vez sufriera un ataque

de nostalgia inversa y no soportara

seguir sirviendo platos fuera de lugar

—como él mismo— y se dedicara

a cosas propias de este lugar.

Quizá llegó porque es bonita y no se entiende,

las dos razones mejores para contemplar algo.

Quizá la traje yo en aquellos días

en que leía Recordando el pasado

en el acantilado rojo

con un entusiasmo que no llegaba

a intentar aprender japonés.

Mis ojos carentes de kanji ven en la tarjeta

una luna, un mar, una casa y un aparato

cruza de avión y pez que la sobrevuela.

La luna aparece en casi todos

los haikús: “Cristalina cascada /

luces en las olas sin mancha / la luna de estío”.

Luego está eso que supongo es un kanji

que se parece a una casa, pero que tal vez

es sólo una casa estilizada

para que parezca kanji.

Una cabaña junto al mar o un lago,

con su respectivo sabio dentro,

también es parte de nuestro ideario japonés

(y el dueño del restaurante lo sabía).

Quizá al momento de diseñar la tarjeta

tenía al lado a un adolescente mestizo

(eso explicaría que el japonés esté aquí

haciendo su tarjeta) y éste le haya dicho:

“Mira, vamos a poner una cabaña

que parezca kanji, una luna de estío

y un reflejo azul, entre mar y lago;

al final algo aéreo, pero cercano al agua,

un avión que parezca parte del kanji-casa.

Y colores de los que dicen los publicistas

que animan el hambre”.

El japonés habrá suspirado,

preguntándose qué lugar sería ése.

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Oficio de aire

Qué oficio el despertar.

Hay que mirar bien el cuarto,

descubrir la orientación de la cama

para ver en qué país estamos.

Luego hay que asomarse

a la densidad del aire.

Hay países con aire fino

que de inmediato te reconocen,

aire acostumbrado a la pintura,

debe ser, como el de Holanda.

Hay países con aire atónito

y países con aire descreído,

aire ya ocupado por los pájaros

y amplio aire disponible.

La densidad es importante

porque para despertarse

hay que tirar con toda la fuerza

que se pueda de ese saco

que dejamos al lado de la cama.

Si no lo alcanzamos rápido,

si lo abrimos en falso,

ese día estará perdido,

vagaremos por él sin aliento.

Allí está nuestro propio aire

para que lo injertemos

con cuidado jardinero

en el aire del cuarto.

Una operación que nos exige

oficio y mano izquierda,

porque convencer al aire

de que siga en su lugar

es tan complicado

como hablar con las plantas.

Cuando el aire ajeno se siente

cómodo en los pulmones

y saluda al horizonte con bostezos

entonces ya podemos caminar,

aunque elegir el rumbo sea otro oficio.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

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Relevo natural

Llegan los pájaros

cuando se van los vagabundos.

Agradezco a diario

el tácito acuerdo

de estas dos especies,

primos tal vez

que se han alejado hace tiempo.

Los pájaros ocupan

el edificio de enfrente

con la misma naturalidad

que los vagabundos el jardín

y se preparan para dormir

peleándose de vez en cuando

la mejor cornisa.

Los hombres agarran su guitarra

y lo poco que les queda

en la botella, su carraspeo

y sus perros —siempre tienen—,

se van cuando se ven superados

por la algarabía alada.

Ni a unos ni a otros les importa

que yo esté aquí arriba pensando

en que todas las cosas que no vuelan

tienen su versión aérea.

Cuando los pájaros se callen

entonces saldré yo

y miraré la noche,

la versión aérea de todo

lo que está escrito en la tierra.

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Lección de viento

Recogimos los libros,

ordenamos un poco los papeles,

atamos las cajas con el detenimiento

con el que se envuelve un regalo.

Tratamos de dejarlo todo

tan limpio como debería

encontrarlo el diluvio.

Miramos por la ventana

el tiempo justo para recordarlo

pero no tanto

como para querer quedarnos.

Afuera parecía estar el mismo día

de la llegada, poniendo el mismo

periódico a la puerta.

Algunas calles habían cambiado

de nombre en este tiempo

pero el aire soplaba idéntico.

Este viaje tenía que llegar

un día raso, sin más, sin nada

que lo distinguiera.

Los viajes sin regreso

también ocurren en días de a pie.

Si se nos preguntara

qué ha sucedido en estos años,

para qué ha servido

subir esta escalera a diario,

tal vez no sabríamos responder.

Podríamos decir tal vez

que nos ha rozado

una ráfaga de viento

nada más,

pero tampoco nada menos.

116

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

117

La otra mano

La otra mano insiste

en que los libros no se escriben.

De nada vale sentarse

disciplinadamente

como los músicos

a sacar de las emociones

un orden y una armonía.

De nada vale poner a la luz

el paso de la luz,

dice la otra mano:

es el zapapico lo que cuenta,

el cincel cuando menos,

alimentar el fuego

en las bodegas,

descender lo más posible,

quedarse en el viaje,

poner la música tan fuerte

que revienten los oídos.

Los poemas se abrirán paso,

dice la otra mano,

con toda la contundencia de los mitos.

Pero esta mano

que ha leído a Mircea Eliade

y a todos sus discípulos

mira los mitos de reojo

y prefiere jugar a las cartas

apostando todo lo ganado

por la otra mano

en años de durísimo trabajo.

Los sonidos verdaderos

g

Un espaciono mayorque el círculoque por la tarde en el cielotraza el halcón.Un murocortado ásperamente, gangrenadopor el moho rojizo.Un golpe de campanaque sobre el agua resplandecientetrae el humode los olivos.Fuegoalimentado con trigoy hojas húmedas,atravesado por vocesque no conoces.

Peter Huchel, Bajo la Constelación de Hércules.

Serpiente de lluvia y luna

Realidad y márgenes

125

I

Decir la lluvia cuando la lluvia

se resquebraja

contra los acantilados

y ya no es la misma.

Ver la lluvia cuando la lluvia

pone su espejo

entre los ojos y las manos

y las manos o los ojos

son lluvia sobre un espejo.

Cantar la lluvia seguros

de que nadie escuchará

lluvia bajo otra y otra

lluvia entre los farallones

hasta la más profunda sima.

Fermentar y en el fermento

se escucha la lluvia creciendo

fermento y luego nada.

Otra vez luna.

126

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

127

II

Cuando duermo los omnipotentes

salen de la sombra que han creado

y cortan mi párpado derecho.

Otean, se esfuerzan, se llevan

el odio, el disfraz, el vacío

que el día pudo dejarme.

Cuando duermo los omnipotentes

salen de la luz que han creado

y cortan mi párpado izquierdo.

Otean, se esfuerzan, se llevan

la silueta de mujer, la música

que el día pudo dejarme.

Cuando amanece los omnipotentes

se marchan,

porque ellos todo lo pueden

excepto impedir que despierte

y salga a llenar mis ojos

de la basura y de la belleza

que el día pueda dejarme.

III

Por más que me agito y susurro,

que busco el acento correcto,

el justo metro, no puedo salir.

Me retienen aquí cuatro paredes

y unas piernas en triángulo.

Afuera pasan el aquí y el ahora.

Golpean con pie trémulo la puerta

y más me concentro entonces

en el ritmo de la letra y tu cadera.

Busco de nuevo un ritmo

que me sostenga en el aquí y el ahora.

Algo mejor que un cedazo de mundo

ahogado en llamas.

128

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

129

IV

Tú existes porque yo echo a vuelo

campanas de la tarde.

Tú existes porque yo busco horizonte

y nos sentamos en los jardines.

Tú existes porque juntas las manos

y esperas las estrellas.

Tú existes porque te multiplico

pensándote a cada hora.

Tu sombra y a veces tú

entre mis manos ávidas.

El eje, el círculo, la salida…

V

Y yo también he visto

en el informe caudal de los objetos

aquello que los hombres han creído ver:

un reloj que marcha por el herrumbre

de un tiempo nuevo para él,

el tiempo sordo de haberse detenido.

Alguna muñeca que se cambia sola

la ropita y la orina si es nueva.

El sur instalado perezoso

sobre la estrella polar

y la cruz con los brazos más largos

que su titubeante pie.

De tanto alargar los brazos

no alcanzó a nadie.

De tanto cambiar la ropa

se quedó desnuda.

De tanto girar sobre el sur

amaneció en el norte.

Así nosotros,

de tanto ver al tiempo

creemos no ver nada.

130

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

131

VI

Los que nazcan bajo el signo del agua

buscarán y no encontrarán

porque como las venas y los ríos

siempre han de volver al mismo lugar:

su sed de novedad no será saciada.

Los que nazcan bajo el sol canicular

tendrán el don de encenderlo todo

a golpes de ira

pero su furia terminará en más furia:

se ahogarán en llamas.

Los que nazcan bajo la sequía

no sabrán estar solos

porque desearán alimentarse de otros,

como la arena cree alimentarse del agua:

nunca entenderán que la arena vive de la arena

que estuvo antes y estará después

en el mismo lugar.

Salgo a buscar la cuarta estación,

la siguiente pregunta encerrada en sí misma.

Salgo y sólo existe la distancia

de la primera a la segunda y a la siguiente

personas y personas y luces

de faros que pasan rápidos y pasa

la distancia, lejana como cualquier

metáfora acerca de la luna.

Pasan los otros y yo no puedo

decirles que algo comenzó a caer

dentro de mí desde el principio

del abismo, del adiós y del café de la mañana.

El viento hace que las ramas bailen enlazadas

y las campanas hablen a deshora.

Sale mi voz de un pozo en el que no hay ondas

y en el viento no se queda.

Como sólo tengo un mundo

¿no tengo nada?

132

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

133

VII

¿Qué tendremos cuando el polvo

luctuoso haya caído sobre nuestros lomos?

¿Qué tendremos después de que la leña

suceda a la ceniza y el vino a la alegría,

después de tanta lluvia,

tanto peso del sol,

tanto mar entre nosotros?

Tal vez tendremos un gesto

burlando tercamente al tiempo.

Y alrededor, si hay suerte, seguirá la noche.

VIII

Duerme la bestia en los caminos.

Los nombres están desorientados

buscando los cuerpos precisos.

Ya no te digo árbol, mujer,

ya no te digo trino

porque yo también busco algo

que me ligue con mi signo.

Tú podrías ser el árbol,

podrías ser el trino,

pero presiento que ese no es tu signo.

Duerme la bestia en los sentidos.

También los cuatro puntos son errabundos

y las voces los miran y los siguen

buscando un territorio

donde construir algo

que no sea silencio.

Yo podría ser la voz.

Yo podría ser el eco al menos,

pero presiento que ese no es mi signo.

Duerme la bestia en los destinos

todavía.

134

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

135

IX

La hora es un pozo profundo de barro

en el que cae el tiempo desde el silencio.

La lluvia cae, el tiempo cae

si vuelves los ojos hacia arriba.

El tiempo es el agua del Paraíso.

La lluvia, su lento reloj de vida.

X

Para llegar aquí

tuve que lanzarme a mendigar

por los caminos.

No a mendigar el pan y la cobija

sino la savia

que mana oculta donde acaba la noche.

No a mendigar el amor,

sino el perdón de los muertos

que se tragó el mar

mientras yo les daba la espalda.

He negado al ángel tantas veces

que no recuerdo el número.

He borrado mis huellas

de la arena que de cualquier manera

barrería el viento.

Me he lavado el rostro en las cascadas

pero los surcos negros crecieron, constantes.

He velado mientras con el alba

crece el silencio y los ladridos

se van por el poniente

y el miedo siguió creciendo

desde el fondo del miedo.

136

L u i s a r t u r o G u i c h a r d

Para llegar aquí pedí

los mil ojos de Argos,

un vapor cargado de principios creadores,

el silencio en el que dios

asiente y destruye.

Pero los mil ojos se cerraban

con el sueño,

al igual que cualquier ojo humano,

el vapor no alimentaba,

el silencio todo lo podía

excepto conceder el eco.

Para llegar aquí tuve que comer

la fruta agria, sobreponer mis máscaras,

para llegar aquí. Poemas de la derrota necesaria

Realidad y márgenes

139

I

Aquello sucedió en otro tiempo,

cuando yo tenía el fuego más vivo

entre las manos.

Aquello sucedió en otro continente,

donde mañana es todavía hoy

—por diferencia de horario,

no por don de la metáfora—.

Aquello sucedió entre otras gentes,

otra comida, otro alfabeto.

Pero no ocurrió en otros remordimientos,

sino en estos, que son los míos.

140

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

141

II

No fue tu sombra en la ventana

—hoy amanecí en un décimo piso—

lo que me dio de pronto un hachazo

en la conciencia.

Como en aquellos días en que presentirte

era pretenerte, penetrarte, prealumbrarme.

No hay sombras donde la luz no llega.

Tampoco era un ala de paloma, de ángel o de hiedra.

Era ese ruido que parece salir de bajo las ciudades

más pobladas,

ronquido de bestia en el bolsillo.

Como un tajo desganado en mi columna,

cosquilla más que herida.

Una mano que moviera de un lado a otro

mi cabeza,

un cansancio en mi cuello era:

mi memoria despertó antes que yo

y creyó ver tu sombra en la ventana.

III

Recorro las calles otra vez

—para qué decir cuáles,

lo cosmopolita es un dolor de pies—

y me encuentro en una esquina

a una mujer idéntica a aquella otra que vi

fugazmente en no sé qué tiempos

y que era idéntica a aquella otra

que vi fugazmente en Berlín

—no quería decirlo—

y muy parecida a ti

con la que he vivido tantos años.

142

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

143

IV

Pasa el tiempo pero no pasa nada.Ya se apaga el sol y se enciende el agua.Calla la campana y las hojas hablanpor la noche, pero no dicen nada.Hablan por el día las torres altas.Y su voz es buena pero no alcanza.Y su voz resuena pero no bastacuando de alzarme del suelo se trata.Avanzan mis pies pero no se mueven,salen mis ojos a buscar con prisa,salen mis raíces y siempre vuelvencon manos vacías y dudas llenas,porque siempre que remueven cenizaencuentran viejas ascuas encendidas.

V

No es una sonrisa a tiempo,ni acomodar la silla,ni ponerle las estrellas en fila,ni domesticarle el mara dentelladas.No es la insistencia,ni la complacencia,ni la paciencia—ninguna de estas cienciasentiende nada de esto—.¿Por qué entonces aquella chica hermosatoma del talle a la otra chica hermosamientras cinco caballeros nos metemos las manos inútiles en los bolsillosy las contemplamos inútilmente?Le dio el abrigo un día de lluvia.Se enfrentó al padre y a la tía arpía.La ayudó con el equipaje.Le dijo lo que deseaba oír.No sé. Y me inquieta pensar que acaso la otra chica sí lo sabe.Y me inquieta aún más pensarque acaso tampoco lo sabe.

144

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

145

VI

Entre tus senos, páginas.

Entre tus piernas, la madre de todos

los lugares comunes.

VII

No era porque el amor estuviera

a veces lejos de mis flechas

ni porque los trenes no quisieran

llevarme a tanto sitio codiciado.

Ni porque mis monedas no bastaran.

No era porque mi abrazo amaneciera

vacío algunas mañanas.

No era por no encontrar de vez en vez

un asidero

—no era por eso, creo—

ni por reunir fotografías de objetos

cuyo uso desconozco

por lo que decidí sacar las manos

de los guantes y decir que soy un hombre triste.

Fue una cuestión reivindicativa.

¿Es que acaso no habrá sitio para los tristes

en esta confusión de altos, calvos,

ojizarcos, delgados o patizambos?

¿No estamos expuestos a la misma lluvia

y a los mismos sintagmas?

¿No hay una calle con nuestro nombre

146

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

147

en Atenas o en París

(cuando menos un grafiti)?

¿No estamos de más igual que los demás? VIII

Yo quería un inmenso cristal

para ver el mundo.

Azul en la lluvia,

gris en la sequía.

Aquella mujer era un espejo,

un abismo.

Como espejo,

se quebró.

Como abismo

sus pedazos tardaron

en tocar fondo

148

L u i s a r t u r o G u i c h a r d

IX

Guerra. Estoy solo de tanta guerra.

Cuando el poema asome, morirá,

porque sólo sabe disparar

contra su propia cabeza. Amor.

Estoy solo de tanto amor.

Cuando el poeta cambie el eje

de lugar —¿el eje está en mi nervio

o está en mi corazón?— dejará un vacío

nuevo, un poema, un viaje de regreso

al territorio señalado por la plaga.

Cada poema polvo de vidrio

para el ojo derecho. Ahí los que me aman

—regla única: si vas a disparar cerciórate

de que no haya nadie cerca: hoy trabajas—.

Cada poema un gozo diminuto

en el ojo izquierdo: el agua

ha dejado de moverse, puedo ver.

Estoy solo de guerra.

Una manera nueva de la fiebre.

Una misma forma de perder

la vida. Comunico. Estoy despierto.

Ninguna es mi voz(homenajes, retratos y variaciones)

Siento que estoy dando vocespero ninguna es mi voz

J. Bergamín, Rimas.

152

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

153

Emilio Prados llega a México

¿Dónde está mi cuerpo

que no lo encuentro?

¿Dónde adquirí este silencio

que no soporto?

Estoy contento de estar vivo,

Octavio, gracias por darme

lugar en tu casa, pero para mí

cualquier almohada sería

hoy de fuego y mañana de hielo,

cualquier comida sería excremento.

Yo prefiero estar en Málaga muerto

que en México vivo.

Estoy ciego, no me toquen

que mi piel no siento.

Estoy estéril, no me toquen

que mi cuerpo no vino conmigo.

¿A quién mataron hoy?

¿A un conocido o a un enemigo?

Si matar es el camino, da lo mismo

y en mí tiene su destino.

Primavera de España, invierno

de aquí, dadme un abrigo,

se me pierde el agua,

se me va el amigo.

Aquí no sirve llorar

por todas las Españas

muertas en los siete corazones

de Federico.

Tensa la cuerda de mis horas

fluyo pero no me muevo.

De lo mucho a lo poco va mi voz

y en ninguna parte se detiene.

Va mi voz desmesurada hoy

y mínima irá mañana

sin encontrar su par ni su medida.

Sombra de una llama

sin brasa en los pies ni azul

en la mirada.

¿Y a quién dejar esta herencia?

A dos niños, Paco y Varo se llaman,

españoles que perdieron padres

españoles. Emilio de canas prematuras,

rodeado de libros, ahora vive con ellos.

En él la guerra de España

abierta como un abismo frío.

154

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

155

Lamento de Abelardo

El Señor maldice a los castrados,

lo dice claro el Levítico y el Deuteronomio.

Por eso no se me permite

recorrer los álamos de los enamorados

ni acercarme a las fuentes

de las que mana el agua del Paraíso.

Lo dice claro la ley y yo lo digo.

Suena la trompeta y yo lo digo.

Hablan las hojas y yo lo digo.

Yo no sé si la tierra y la raíz se desean

pero por algo llevan tanto tiempo juntas.

Así la ley y quienes la cumplen,

así la trompeta y quienes tras ella corren.

Yo soy el sendero de peste que precede

al sabio, al sutil, al orgulloso.

Soy la herida que se busca en la caricia.

El agua del Paraíso no estaba en los ojos

de una mujer como dicen los poetas.

Cuando Eva salió del Edén

no tenía el cabello húmedo y sí los ojos

secos. El agua viva estaba al otro lado

de mi cátedra, de mi ciudad, del mundo

adonde no podré llegar porque raíz

me he vuelto entre tus manos, Eloísa, tierra negra

para la flor fatua del amor terrestre.

156

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

157

De un cancionero de la misma época

Zapatero solía ser

y volvíme a mi menester

cuando perdí tus ojos

perdí el agua

y la capacidad de tener.

Cuando se me fue

la luz al agua

y el agua también

se me fue

me puse a remendar

otra vez mis zapatos

y a pulsar el arpa

de mi querer

me puse a abanicar

el aire y las calles

me puse a barrer

para ver si por ellas

pisas al verlas tan limpias

el sol amanecer.

Zapatero solía ser

con los ojos abiertos

hacia adentro y hacia afuera

para ver si alguien

me quiere otra vez querer

y traerme de vuelta el agua,

el agua que se me fue.

158

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

159

Alfonso Reyes navega hacia Anfípolis

a partir de un poema de Zbigniew Herbert.

Tucídides dice solamente

que disponía de siete naves,

que el invierno era crudo

y que navegó muy rápido

hacia Anfípolis. No llegó a tiempo

y lo desterraron veinte años.

Y este pasaje le gusta para decirnos

por única vez el nombre de su padre.

¿Por qué dijo que podía llegar a tiempo

si sabía que perdería todo por no llegar?

Tenía allí sus minas de oro, su mármol,

acaso un escondrijo sombreado, lejano.

Quería dejar Atenas, esa ciudad canalla,

esa es la verdad y por eso cargó culpas

que no eran suyas.

Yo también tengo muertos y revueltas

que no son mías,

descifro a tropezones alfabetos ajenos

con un fusil junto a la cabecera

que no sé descifrar y con el rostro

aún más difícil de mi madre.

Este lugar no es adecuado para escribir.

Allá está la isla de Tasos,

estirada como el lomo de un asno,

dice Arquíloco ¿para qué venir a Tasos?

Para que lo mataran los Tracios...

Debe de ser una tradición que no entiendo:

ir a donde no debo por culpas que no son mías

—cuántas construcciones cacofónicas, estoy mareado—

un ancla y una vela deben de ser, como para Arquíloco

o Tucídides, o mejor, para Ifigenia,

volando sobre una cierva sangrienta, ensangrentada

la mano con la que sacrifica tristes náufragos.

Este barco se mueve demasiado. Está ebrio.

No me convence nada el jueguito bobo de las vocales

pero sí me gusta la idea naturalista de un barco borracho.

Qué difícil este árbol genealógico de Tucídides

¿Quién es el padre de todo esto? ¿Hay alguien

que no haya muerto en la guerra?

Yo soy Alfonso Reyes, hijo de Óloro ateniense,

tómame en tus manos si te agrada el paño abigarrado

de las Musas, pero si prefieres la facilidad...

arrójame al mar griego. Debo de estar dormido.

Debo ser yo mismo un ancla y una vela.

Hay cosas ciertas, aunque no estén dichas

en endecasílabos ¿Escozióte? Lee los ystoriales,

estudia a los filósofos y mira los poetas.

160

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

161

Oye a Salamón do dize que el vino

y las mugeres hazen a los hombres

renegar. Conséjate con el Séneca

y verás con qué las tiene. Escucha

al Aristótiles, mira a Bernardo.

Era mejor Bernardo que Abelardo. Está claro.

Si Zeus soltara dos águilas en los extremos

del mundo, se encontrarían

en Anfípolis, donde los que escriben

vienen a ponerse el nombre de su padre,

como un traje arrugado y grande,

y los que huyen toman su barco para seguir huyendo.

Qué calor y cómo se mueve este barco.

Debo de estar dormido, o ebrio, o muerto.

Poética suficiente

Obrero en la fábrica de espejos del discurso.

Escudero en el castillo de fuego del poema.

Agua del Paraíso

Realidad y márgenes

165

I

Una mujer es un reloj de arena.

Abrazo su cintura y el tiempo

cae más lento. No.

No es arena lo que hay dentro de ti.

Es agua del Paraíso:

la veo asomarse por tus ojos.

166

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

167

II

Mi mujer no es un laberinto,

pero si lo fuera

el hilo de sus cabellos

a través de ella me guiaría.

Mi mujer no es una costilla,

pero si lo fuera

no sería de hueso, como las mías

sino de agua y suave trigo.

Mi mujer tampoco es un castillo,

pero si lo fuera

escalaría también por su voz

y por su sangre escaparía

—de pasillos como roces,

como puentes largos sus labios—.

Y de cualquier manera estaría hecha

del mismo material fuerte y fino.

III

Nubemente se mueve mi mujer.

Sube y baja por mi tacto ¿Qué busca?

Vestigios de una vida ya vivida,

presagios de lo que vendrá,

lo extraviado, lo que apenas

alcanza a ser suyo.

Nubemente mira mi mujer

lo mismo que yo miro

¿Qué mira una mujer?

Será agua dentro del Agua.

168

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

169

IV

Ella no es un cristal,

no veo el mundo a su través.

Ella tampoco es un espejo.

Mi mujer respira

y escribe nuestros nombres

con dedo levísimo

sobre el cristal, sobre el espejo

que ha cubierto con su aliento

Poco duran nuestros nombres

sobre un aliento. Ríe mi mujer.

Y respira de nuevo sobre ellos.

V

No es esa manera peculiar

de mover los labios

o dejarse caer el cabello

sobre el hombro

—labios y cabello hay en todas

y todas son peculiares—.

No es su nombre mariposa

ni su risa, hilo finísimo

tendido entre nosotros

—todos los nombres vuelan

y se posan sobre hilos de seda—.

Es bella mi mujer. Ya lo he dicho.

170

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

171

VI

Entre dos noches camina mi mujer

con un cántaro entre las manos.

No es la noche de arriba,

claridad de estrellas imantadas,

la que me atemoriza,

sino la noche de abajo,

la que sólo tiene dos ojos

y buscando la dicha lo arrasa todo.

Es posible que ahora el invierno

se prepare para asaltar todos los veranos.

Ahora mismo, en la bandera sin viento

y en el viento sin salida

pueden estar volando hacia nosotros

esas aves que nos han sido destinadas

por las manos luminosas de la suerte negra.

Tiembla el agua en el cántaro.

Ríe mi mujer. Y no se derrama.

VII

El agua ha tomado otras formas antes

y se ha equivocado: ese es su destino.

Ha tomado un momento tu forma

y creo que esta vez no se equivoca.

Lo dicen las mariposas sobre tu frente,

lo dicen los trenes que ruedan exactamente

hacia donde deben, lo dice el aire

con su sintaxis tensa y el recodo

en que se da una pausa.

Lo dice esta ciudad que repite

la única vocal realmente necesaria,

la vela, el barco, la puerta de la casa,

este hombre que te ama

y las demás cosas que no hablan.

Un espacio no mayor

Realidad y márgenes

175

Círculos

Un espacio no mayor que el círculo trazado

alrededor de mí al desnudarte.

Ahora es tu cuerpo todo fijeza

ante mis ojos,

tu voz sigue saliendo de un pozo.

¿Quién me llama otra vez desde el agua?

Vuelvo aquí. Te abrazo y tu cintura

no es reloj ni agua, se vuelve abrazo

todo lo que tengo entre las manos.

Un espacio

no menor que el que sigue habiendo entre los cuerpos

unidos no menos —te lo dije— que la tierra

y la raíz que se prolonga y amanece sola.

Vuelvo aquí. No me iré ahora. Es humo

de una casa que arde ante nosotros

y entre el fuego las voces de los otros

entre periódicos y estrellas.

Un espacio

no menor que el de los brazos abiertos.

176

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

177

Vestigios

El primer día unas huellas apenas

aparecían por el suelo de la casa.

Al segundo eran unos pies brevísimos

y con el tercero y el cuarto la curva

suave de unas piernas.

Al quinto una cintura

parecía palmera creciendo en el centro

de mi cuarto. Ibas construyéndote

no sé de dónde hasta que con tus manos

casi me tocabas por encima

del trabajo cotidiano.

Ayer brillaste completa junto a la lámpara

pero no me hablabas. Noche larga.

Veía en tus labios algo

que no alcanzaba a ser.

Hoy vendrás porque te he llamado

y te he recordado que eres transparente.

Las campanas del sitio en que nacimos

Las campanas del sitio en que nacimos

están sonando siempre. No las oímos

pero ellas nos están siguiendo. Miden

los golpes que nos quedan con la precisión

que sólo aprende el péndulo. Suenan

en aquel lugar de casas blancas,

de larguísimos pasillos ciegos

en los que el mismo niño sigue

corriendo sin encontrar la salida

con la misma mirada del anciano

que señala al niño un punto más allá

del ocaso.

La despedida suena

en los oídos como un péndulo. Empecemos

a cumplir el oficio de creer y de esperar.

Entre estos doce golpes deben estar

los sonidos verdaderos.

178

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

179

No fuimos hechos para la culpa y para el miedo

No fuimos hechos para la culpa y para el miedo.

Despertar niños dormidos es un halago

y más aún ponerlos a andar por un mundo

en perpetuo camino hacia sí mismo.

Suda el tiempo arrojando en sus bodegas

lo común y lo diverso, y no se sacia.

Ver la claridad es don de todos

pero mantener la vista fija en ella es un coraje,

una ternura, duro diamante en la memoria.

A veces también alguien ve las sílabas

y me ve como en ningún espejo

puedo verme. Puedo acomodar barcos

y decir que zarpan de tu corazón

con todas las luces encendidas.

Yo no sé si los barcos son signo de esperanza

como los pañuelos atados en su mástil más alto.

Yo no sé si el cielo tiene caminos

pero por algún lado deben transitar los vientos,

las gaviotas y el relámpago. Sé de encuentros

cuando las gaviotas se llevan los pañuelos

y los hombres las miran desde lejos

de la única manera que se pueden mirar

las cosas que simplemente suceden:

el amor, los caminos y el silencio.

Y cada poema —ya lo dijo Caeiro— un pañuelo

que regresa al mástil más alto.

Eso es todo. Y a veces también es

un rumor más vasto que inunda

todo alrededor, el rumor del mundo

desbordado. La transparencia.

La sangre excesiva golpe y golpe

en el mismo pulso.

Es el mundo, que te da un abrazo.

Margen de espejo

g

Margen de espejo habrádonde traspasaré mi propio frentehasta perder el ecoy quedar con el frente hacia la espalda.

César Vallejo, Trilce, VIII, 11-14.

Algo borroso

Realidad y márgenes

187

El año de la serpiente

La serpiente no se arrastra: es el mundo

el que pasa por su cuerpo, medido

metro a metro. Cada cierto tiempo

cambia la piel y mide todo de nuevo

como quien es riguroso y exacto.

Me gusta porque en Occidente dicen

que es un gusano grande, el villano

de todas las epopeyas bíblicas. En Oriente

la ven como un dragón pequeñito

que trae la buena suerte. Me recuerda

lo mal que medimos a uno y otro lado

del mundo. Ella mide sin importarle dónde,

por igual el cuello de bellas damas

renacentistas que la copa de Hipócrates

y los templos aztecas, todos los lugares

son su lugar. Me gusta la serpiente:

es buena para escribir y por eso las plumas

antiguas la tienen enroscada en la tapa

como un augurio de lo que nos aguarda

en la siguiente página y no sabemos qué será,

si gusano grande o dragón pequeño.

188

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

189

Karma

Mañana es viernes. Tomaré un café temprano,

me pondré una camisa blanca recién planchada,

caminaré, tal vez logre ponerle dos notas

a un libro larguísimo, tal vez logre quitárselas.

Tal vez aparezca a media mañana una sorpresa

en el correo o cualquier otra columna de humo

por el horizonte. Tal vez sólo la promesa del fin

de semana haga mullido y agradable el día.

Tal vez me asalte un dolor agudo y caiga

en la calle, vaya a dar a un hospital. Tal vez

no pase nada de nada y esté en la noche

aquí mismo, anotando una entrada común

y repetida en el cuaderno. Tal vez siga esperando

y nada ocurra: hasta el siguiente viernes.

Tareas pendientes

Un día tengo que pensar por qué odio los faros.

Los pobres sólo son edificios vacíos

que perdieron su razón de ser. Hay muchas ruinas

sin sentido que me gustan y de algunas de ellas

vivo, pero los faros me inquietan, me irritan.

Alguien me ha dicho que en otra vida

tal vez fui un náufrago que buscaba un faro

y no lo encontró. O tal vez el guarda

que lo encendía cada noche en una playa bárbara,

solo y perdido como temo estar en esta vida.

No lo sé. Tal vez es sólo que con el tiempo

no todas las derrotas me parecen necesarias

ni todo lo que cae merece quedarse ahí.

Tal vez, en el fondo, sea sólo simpatía.

Debo pensar acerca de los faros. Un día.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

191

Trotes

Hendidura, relámpago, un nombre

habrá que darle, dependiendo de si viene

de arriba o de abajo. Tal vez una sinapsis

malograda, un pulso que perdió de pronto el paso.

Aparece así, donde antes estaba el día y te dice

algo olvidado, un olor perdido, una corriente

de aire que ya no sopla. La de hoy ha sido:

“mi reino por un caballo”. Hendidura

o relámpago, se quedó trotando todo el día.

Cómo trabaja la tierra

Hay gente que no le pesa al mundo.

No acumula objetos, tiene poca ropa,

tira los papeles en cuanto ya no sirven.

Se diría que incluso pisa suavemente

para no desgastar la alfombra.

Sus hijos vaciarán la casa en dos días.

Otros reúnen cuanto pueden,

ya sea cuadros o tazas antiguas,

recortes de periódico, fotos de lugares

en los que han estado una sola vez.

Sus hijos tardarán meses acarreando cajas.

Pero la tierra sabe cómo borrarlos

por igual, a los que pesan y a los que no.

Sabe cómo quedar limpia y redonda

para que todo se ocupe de nuevo.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

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Trópicos

Se llamaba Diarios íntimos, subtitulado Cohetes

y en letra más pequeña Mi corazón al desnudo.

Estaba lleno de polvo en un estante, alguna vez

había sido blanco con letras rojas.

Yo tenía catorce años, vivía en el trópico

y estaba muerto de frío, caminaba tarde

y noche y no encontraba nada. Lo encontré

en ese estante de una librería que ya no existe.

Mi corazón al desnudo, rojo sobre un fondo

blanco, polvoriento y abierto. No lo sabía

pero ese objeto iba a quitarme el frío. Hasta hoy.

Manos de barro

En el escritorio tengo un mono de barro.

Es gordinflón y calvo, plácido como conviene

a un mono de la manada de Epicuro.

Pierde cada vez más brillo y le cuesta

sostener el lápiz que tiene como adorno

entre las manos. A veces lo pongo a prueba

y le retiro el lápiz para ver si recae

en su estado gutural de mono analfabeta.

Pero es un mono fiel: cuando vuelvo a ponérselo

lo sostiene otra vez con algo que se parece

a la dignidad y a la alegría. Es un mono fiel

de la manada de Epicuro, con manos de barro,

con un lápiz y con pensamientos que no comparte.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

195

Exvoto de hoy

Se termina el cuaderno y a última hora

recorto, compruebo, anoto. Pero todo

queda fuera, lo mejor y lo más buscado.

Un cuaderno no logra parar la grieta

por la que se va, por la que se está yendo

él mismo. Lo único que puedo hacer

es dejarle unas cuantas páginas en blanco,

abiertas a todo lo que no tuvo lugar,

a lo que se fue sin una línea,

a lo que pasó de largo

con el aleteo alegre de lo que vuela a diario.

Dragones

Su tótem era el cocodrilo.

Se quedaban horas mirándose inmóviles

los dos, uno a cada lado del arroyo.

En los zoológicos, llegaba hasta los cocodrilos

y se daba la vuelta para buscar la cafetería.

Se movía con parsimonia en tierra

pero en su elemento era imbatible.

Su elemento eran las palabras,

el aire de las conversaciones.

Tenía los ojos verdes y la piel dura

a golpe de desgracias, pero podía ver el cielo

todo el día, buscar el sol, quedarse absorto

cuando soplaba el viento del norte

como quien no hace nada pero acecha.

Mi padre nació en el año del dragón

de tierra, que será lo más cercano

que los chinos tengan a un cocodrilo.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

197

Doble vida

Me arrastro a través de una mañana nublada

—aquí el frío nunca da tregua—

desorientado, con las manos en los bolsillos

y la gorra lo más calada que puedo.

Bostezo todo el día, me pierdo

en las conversaciones y sólo estoy despierto

mientras doy mis clases —la noble adrenalina,

el miedo de olvidar las conjugaciones—.

Recojo a mi hija del colegio y vamos

en zigzag entre la niebla, le digo

que me dormí muy tarde escribiendo.

¿Sobre qué escribías? No sé, sobre algo borroso;

sí, más o menos como lo que ves aquí.

Flechas

A veces pienso que un poema

no es otra cosa que una flecha:

un objeto recto, suave, que cruza el aire,

lanzado por un hombre que busca un blanco.

A veces llega adonde debe y a veces no,

a veces hiere, a veces sólo te ayuda

a bajar una naranja de un árbol.

Una vez que se ha lanzado, no tiene vuelta:

si se pierde, no hay remedio, fue inútil;

si acierta, pudo ser por casualidad

y mejor no creerlo mucho.

Una flecha lanzada, claro está, desde el arco

o desde la lira de los que hablaba Heráclito:

no siempre se sabe de cuál de los dos.

Ese lugaren el que no me hallo

Realidad y márgenes

201

Leer

Hacía al menos veinte años

que no leía un libro en este cuarto.

Mi cultura literaria —eso borroso

de lo que vivo— viene toda de esta hamaca,

de sus cuerdas que rechinan, de este aire

acondicionado anciano, que ruge más que enfría.

Al igual que entonces, estoy leyendo poemas

y hay algo en mi atención, en mi ir

y venir con el balanceo, viendo la sombra

de mi cuerpo en la pared, oyendo las cuerdas,

que me distrae, me hace pensar en otra cosa.

Creo que ese es el secreto de todo lo aprendido

en aquellos años: no estaba leyendo, sólo estaba distraído.

Después salí de ese cuarto, aprendí a concentrarme,

aprendí a leer en silencio, y desde entonces no entiendo nada.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

203

Strings of beginnings

Así se titulan las memorias de Michael Hamburger

que leí sin ningún interés hace años.

Estaba en Londres, había muchas cosas que ver

en la ciudad con los ojos más abiertos de entonces.

La vida de otro poeta no le interesa al poeta

que tiene vida. Pero ahora la frase me da vueltas,

strings of beginnings. Pienso en un estudio blanco

con una mesa blanca y una ventana grande,

una taza también blanca, con una palabra: “begin”.

Tal vez eso signifique Strings of beginnings,

qué cosas, tal vez así se pueda llamar la vida.

La de los poetas que la tienen

y la de los poetas que la cuentan.

Periféricos

El jet lag, los husos, los cambios horarios,

llámalos como quieras, son en verdad rincones

de una casa a la que se vuelve de vez en cuando.

Buscas primero lo que dejaste la última vez,

ordenas un poco, deshaces la maleta.

Te asomas a la ventana si no puedes dormir,

te levantas a las cinco a ver los primeros coches

en el periférico. Siempre piensas lo mismo,

que eres tú el que va en ese Volkswagen al trabajo

y que quien te ve desde la ventana, ese turista,

no es más que un punto borroso, puesto

por error en una franja horaria

que no le corresponde: ya verás cómo

por la tarde, al hacer el viaje de regreso

ya estará dormido porque es de noche en su país,

y tú pasarás de largo en tu Volkswagen

deseando que caiga la noche en el tuyo.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

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Interfoliados

Suelo guardar cosas en los libros.

A veces salta una carta de amor

—de ese tiempo en que todavía escribía cartas

y todavía eran de amor—

o salta una nota de café que me devuelve

a aquella esquina con cristales

donde reordené el mundo con un buen amigo

—en ese tiempo en que todavía el mundo

podía empezar de nuevo en una conversación.

Los libros envejecen mejor así, interfoliados

por la casualidad y el tiempo y por la promesa

de encontrar como la primera vez entre sus páginas

la sorpresa que te deje el día, aquel día,

este día, más vivo entre las manos.

L’infinito viaggiare

Para ellos el héroe partía de un punto y llegaba

a otro, veinte años después y tras perderlo todo,

de acuerdo, pero al final volvía a su cama

sostenida por un firme tronco de olivo.

No se les habría ocurrido, como a nosotros,

que su héroe diera vueltas en círculo para siempre,

chocando contra las mismas paredes, volviendo cada día

sobre los mismos pasos: ése era el destino de los monstruos

con piel de toro, no el de los héroes. Pero a nosotros nos gusta

invertir sus suertes, mezclar los grises, jugar con el filo

del círculo: sólo por saber quién tiene razón, si ellos o nosotros.

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No hay tal lugar

Leo y escribo por la noche. Los vecinos

se levantan a orinar y yo los oigo mientras escribo.

Mi mujer habla dormida y a veces mi hija también

y yo las oigo mientras leo. Bajo la ventana

hay un dintel en el que se reúnen los adolescentes

del barrio a beber, enamorarse, pelear, a veces

en ese orden y a veces en otro. El silencio

no existe en este país, ni adentro ni afuera.

A veces pienso que leo y escribo de noche

sólo para encontrar mi silencio. Este, otro, el que sea.

Mutatis mutandis

Cambiando lo que haya que cambiar

a lo mejor se llega a algún sitio:

cambiando el pájaro en cuaderno,

cambiando el charco en tinta espesa,

cambiando la migración en trazos firmes,

el árbol en bosquejo de lo incierto.

Nunca he entendido cómo es que se cambia

eso que ya encontró un lugar en la mirada

por eso borroso que veremos mañana,

pero a veces eso es lo que pasa.

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Cicatrices

Ahora entiendo lo que significan.

Tengo desde hace un mes una cortada

que no cierra. El cuerpo intenta

volver siempre atrás, quedarse

como estaba. Ahora no puede

y se inquieta. Las cicatrices que no son

del cuerpo no son para cerrar,

intentan convertirse en otra cosa,

ir hacia adelante. Cicatrices

para abrir y cicatrices para cerrar;

deberían llamarse cada una de otro modo.

Blancos

Hace tiempo que no cuelgo nada

en la pared; más aún, lo que está ahí

a veces ni siquiera atrae mi vista.

Me fijo cada vez más en los espacios blancos.

Antes no toleraba una pared vacía:

de inmediato le ponía un dibujo, un retrato,

lo que fuera del mundo de afuera. Ahora

la pared sin nada me parece el mundo

tal como podría ser sin el estorbo

de nuestra realidad. El blanco

que no espera nada. Ni lo necesita.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

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Pie de imprenta

Vine aquí para conocer esta ciudad

en la que se publicó hace tiempo un libro mío.

Es una ciudad desvencijada, de casas

viejas barridas por el viento, de fábricas vacías

con las puertas abiertas, como si hoy viniera

a trabajar una plantilla de fantasmas.

Aire muy denso y el frío, qué frío.

Pensándolo un poco, un gran lugar, el mejor posible

para publicar un libro de poesía: un lugar

como este, que ha comenzado a despedirse

de la existencia. Que tal vez ya se fue,

ya está en otra parte, pero no nos damos cuenta.

Rato libre

Escribir como quien lanza piedras al agua:

algunas dan unos elegantes saltos y al final se hunden,

quizá con la satisfacción del trabajo bien logrado.

Otras se hunden a plomo sin tocar apenas esa materia

distinta de la suya, eso que fluye, eso raro.

Lanzar piedras sin pensar qué va a pasar con ellas

porque lo que importa es el agua, no las piedras.

Atlanta

Realidad y márgenes

215

I

Pasé por Atlanta el once de enero de 1997. Venía de México

sin visa americana. Esperé a que bajaran todos y una

anciana en silla de ruedas, la última en salir, me miró y me

dijo que algún día me tocaría a mí estar en su lugar. Así,

gratuitamente, porque sí. Espero que eso la haya hecho

sentir mejor, la haya levantado de esa silla por un rato

—nada como el rencor para darte alas— y le haya ayudado

a pasar un buen día en Atlanta. Y también espero que se

haya muerto ya la maldita vieja y la hayan enterrado con

toda su autocompasión encima para que no pueda salir

aunque Cristo baje un día más transparente que los otros y

reviva a todos los muertos de Atlanta.

II

Pasé por Atlanta el once de enero de 1997. Como no tenía

visa americana me encerraron. Un cuarto enorme sin

ventanas, con un baño enorme sin cerradura, pero con

regadera. ¿Para qué tiene regadera un baño de aeropuerto?

¿Para quitarte los piojos antes de entrar al sueño americano?

¿Para q ue nuevas Cleopatras se bañen con las latas

de coca-cola de las máquinas? Esas cosas me preguntaba yo

en esos tiempos porque era realmente joven y leía el Proceso.

Ahora no sé qué me preguntaría, si estuviera de

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

217

nuevo en ese cuarto, con el abrigo que me quedaba grande,

con la ropa térmica puesta, con la credencial de beca y un libro

cuidadosamente mecanografiado en la mochila.

Creo que no me preguntaría nada: sólo contemplaría

las máquinas.

III

Pasé por Atlanta el once de enero de 1997. Hasta hace poco

pensaba que estuve ahí cinco horas escasas de mis veintitrés

años y que una atlética guardia de fronteras me sacó del cuarto

sin ventanas, me llevó a paso veloz por pasillos de cristal por

los que entraba un horizonte tan bajo como nunca había visto,

una luz abierta de sueño americano. Pasillos y pasillos más allá,

me dejó a la puerta del Atlanta-Madrid listo para el vuelo, me

devolvió el pasaporte verde y me deseó buena suerte como a

todos los inmigrantes que se van a ser el problema de un país

que no es el tuyo.

Pasillos y pasillos.

IV

Pasé por Atlanta el once de enero de 1997. Pero nunca me

logré marchar de ahí. El librito que llegó a Madrid ya era

póstumo, el hombre maduro que leyó a todos los poetas,

escribió unos cuantos libros y decidió quedarse a vivir en

España, ya era otro. Ese chico cuya foto aparecía en la primera

página del libro mecanografiado no se repuso de ese extravío

en los pasillos del aeropuerto de Atlanta. Simplemente se

quedó sentado en la sala de espera sin ventanas, sin ver

nunca el sol sobre aquellos horizontes. No sabía —era

demasiado joven para eso— que las migraciones no son

desfases espaciales, sino temporales, que no tienen nada que

ver con la distancia.

En verdad era tan joven que no sabía eso ni ninguna

otra cosa.

V

Así que uno de esos días de invierno en los que no se

puede hacer nada más que resolver pequeños misterios

personales, supe por fin qué había sido de ese jovencito

de veintitrés recién cumplidos que decidió irse a vivir

al extranjero. Supe que se quedó en un trasbordo en el

aeropuerto de Atlanta. En esa época le encantaba Borges y

ese cuento de los dos hombres que se sientan en el mismo

banco. Le habría encantado leer estos poemas en la sala sin

ventanas, pero ya es muy tarde. O quién sabe, tal vez ese

chico realmente siguió su viaje, encontró lo que buscaba,

fue a dar a otro país y lo único que recuerda de ese día

sea esa vieja de la silla que lo maldijo en el aeropuerto de

Atlanta el once de enero de 1997.

Ocho cartas sin destino

Realidad y márgenes

221

En el umbral

Sin aviso, un día de sus ochenta,

mi padre comenzó a armar un rompecabezas

usando piezas de cien rompecabezas diferentes.

Las piezas quizá tenían la forma adecuada

—al fin y al cabo él se las había dado—

pero no lograban un paisaje:

una frase de aquí, un proyecto

que no cuajó hace cuarenta años,

una fecha importante recordada

repentinamente (y que vuelve

a perderse con la misma rapidez)

no suelen encajar muy bien.

Su trabajo diario consistía

en dejar de ser —él mismo

escabulléndosele entre las manos—

con el mismo esfuerzo que había puesto

en llegar a ser. Atrás quedaba

esa planicie entre los dos puntos

de la que vengo yo mismo

y tantas cosas que conozco.

A menudo pienso qué de todo esto,

cuál de estos rostros, estas conversaciones,

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

223

estos momentos en los que está todo

y estos en los que no alcanza

a haber nada acabarán teniendo un lugar

en ese rompecabezas delirante

cuyas piezas se van acumulando

día a día dentro de mí.

Y espero con ganas —como es de justicia—

que este señor de elegante guayabera

al que veo ahora mismo en el umbral

sea una de esas piezas

a las que ya estoy dando forma

con el calor diario de mis manos.

Unas llaves

sobre una entrada del diario de Julio Ramón Ribeyro.

Un amigo es alguien que tiene una llave

—la única— para abrir ciertos cajones.

Cuando ese amigo deja de serlo o simplemente

lo alejan el tráfico y los horarios,

el barullo vulgar del tiempo,

se pierde esa llave y nunca se recupera

lo que había dentro.

Así se deja de jugar primero a las casitas

y los médicos porque ya no hay con quién,

y más tarde se deja de discutir

sobre Wittgenstein, se deja de fumar

porque ya no hay con quién, se deja

de pasear al perro por ese parque.

No se sabe adónde va todo eso,

quizá se acumula en unos desvanes invisibles,

tan inútiles como los reales, pero más sucios.

Tarde o temprano el cajón más importante,

el de las llaves, acaba por vaciarse

y ya no hay más que repartir.

Comienza entonces el turno de las llaves

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

225

en versión aérea, esas que antes llevaban

el sello “par avion” y ahora

se han vuelto invisibles como los desvanes.

De tarde en tarde aparecen las llaves

cuando ya las dábamos por perdidas

y podemos asomarnos al menos un rato

al fondo de conversaciones olvidadas.

El piano

En casa tenemos un piano,

un piano enorme de concierto

que nadie sabe tocar.

Los invitados lo miran cuando entran

y luego nos miran las manos,

buscando en ellas un signo

de esa sensibilidad que no tienen.

También tenemos un ajedrez,

un ajedrez enorme de marfil

(o de algo parecido)

al que no encontramos otro sitio

que junto al piano.

Luego está el cuarto

con los caballetes plegados

y los pinceles que asoman

delatores de las cajas,

más allá un cuadro genealógico

de la Comedia humana

colgado en la pared, hierros

de un taller de encuadernación,

libros en sánscrito, folletos de gimnasia,

guías de viaje sin usar.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

227

Tras venir unas cuantas veces

los invitados se vuelven amigos

y comienzan a mirar

todos esos vestigios

con cierta simpatía.

Los que vienen todavía más veces

acaban por tenerles incluso

el cariño por los proyectos abandonados

que les tenemos nosotros.

De caza

No se ha ido, simplemente está agazapado,

esperando el momento de saltarme al cuello.

El día vacío está allí con sus rayas negras

de mapache ladrón, con su tiempo lento,

con su tartamudeo. Tiene las patas

bien firmes en el suelo y no me dejará saltar

por encima de él. Caza como las serpientes,

haciendo que la presa se concentre

en un solo punto, como si todo lo demás no existiera.

Últimamente lo he evadido a fuerza

de tener la vista en baile y la lengua

más ágil que la suya, pero no se puede vivir

de pura velocidad, hace falta también distancia

y permitirse incluso, de vez en cuando,

una dirección por la que nunca hemos caminado.

El día vacío está allí pero al parecer

hoy ha salido de caza sin compañía

y tal vez podamos despistarlo.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

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Junto al foso

Siempre después de la una

me siento en la cocina

a beber cualquier cosa

y escucho el reloj

recordándome lo pronto

que debo levantarme.

Podría deshacerme del reloj

o dormirme más temprano,

pero las dos cosas me parecen imposibles.

Mi mujer necesita el reloj

para levantarme en la mañana

y yo no puedo despedirme

fácilmente de las cosas.

También me cuesta trabajo

desprenderme del día,

dejar que se vaya con algo mío,

aunque sea algo que no valga mucho la pena.

Me cuesta abandonar lo conocido

y entrar en ese foso

donde nada tiene sentido.

Mirando el reloj

pienso en las traducciones

y en los plazos vencidos

que se acumulan en mi mesa

y en el libro que estoy escribiendo.

Todavía no tiene título y ya es

una traducción

de una lengua que no conozco bien

a otra que de tanto uso ya no quiero.

Lo escribo a esta hora,

antes de que la noche se lleve

a su foso las tres cosas de hoy,

cansado, lo más cansado posible,

para no recordar nada

de lo que he leído

y para no abrir las libretas viejas.

Lo escribo también

porque no soy capaz de tirar el reloj

ni de hacer más llevadera

la despedida de cada día.

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La mitad

A mitad del camino esperábamosuna soberbia lucha para contar a nuestros hijos,arrastrar al enemigo con los tobillos horadadosentre el polvo de nuestros caballos.O escribir un gran poema de abismos y ascensos, como manda la tradición,en el que poner nuestro largo tratocon la loba de la lujuria y el león de la envidia.O la promesa de una ciudad tranquila en el horizonte, en la que recorrer senderos arenosos pronunciando discursos de anciana sabiduría para los visitantes.O al menos la mitad de algo, cualquier cosaque se pudiera mostrar como trofeoal más fiel de los amigos.Pero a la mitad sólo estaba la mitad,una llanura sin fronterasen la que apenas podíamosreconocernos a lo lejos.

Diccionarios

Quizá con el tiempo uno se acostumbrea su propia lengua, se reconcilie con ella como con una familia no muy bien avenida.Hay quien dice amarla desde siempre, sacarle brillo a los sonidos de la infanciay saber ya las palabrasque pensará antes de su muerte.Pero miente: nadie es fiel del todo.¿Por qué serle fiel a palabras como “garrote vil”,“crematorio”, “Despeñaperros”,“sanguijuela”? Nadie puede ser culpable de darle la espalda a algunas entradasde su diccionario, de querer cambiarlo que no tiene remedio o retrasar esoque siempre llega a tiempo.

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Espíritu de los tiempos

Es el boceto, no el cuadro

Es la nota, no la sinfonía

Es la cara, no la calavera

Es el color, no la línea

Es la idea, no el sistema

Es la corriente, no el barco

Es la célula, no el cuerpo

Es la casa, no la tierra

Es la ceniza, no el calor

Es el parlamento, no el personaje

Es el globo, no el aire

Es la duda, no la espera

Es el uso, no la norma

Es el jugador, no el atleta

Es el libro, no el poema

Es la piedra, no la galaxia

Es la noticia, no el correo

Es el ruido, no el relámpago

Es el cerrojo, no la puerta

Es la llegada, no el transcurso

Es la serpiente, no la escalera

Es el tedio, no el riesgo

Es la enumeración, no la sintaxis

Es el tiempo, tal vez, lo que falla

pero no el espíritu

Margen de espejo

Realidad y márgenes

237

I

Desciende por la escalera del frío

hasta el fondo de un pozo iluminado

por la luz cenital, brillan allí

los rostros de quienes la construyeron.

En el fondo está la casa, el mundo

está completo allí para el viajero.

Poco a poco desaparece el pozo,

se va también el miedo del descenso.

Esto ya no es aquí, frente a sus ojos

está siendo y al aire de la casa

su respiración se acopla serena.

Es su único viaje sin maleta

pero el único al que se lleva todo.

Comienza a caminar por los pasillos

con todo a sus espaldas y con todo

por delante. Sus pasos no resuenan

con el peso de lo reunido, el suelo

es el que tiene el eco en sus entrañas.

No es saber lo que busca en este viaje

aunque se llame Alejandría el eco

que tiene por delante. Más sutil

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

239

es el espejo: no te muestra el sitio

en que has nacido ni el perfil muerto

que tendrás, sólo este margen de sombra

en el que tienes el frente a tu espalda.

II

Desciende por la escalera del fríohasta el fondo de un pozo iluminado.Queda atrás la habitación poblada de fetiches y cartas sin contestar. No es cansancioeso que se levanta ante sus ojos,no es sólo el deseo de dejar pasar el tiemposobre los retratos colgados en la pared.Pierden a veces la forma, los rostrosno son más que paisajes, un parpadeo,un pulso que no logra acompasarse.Eso, lo que está de este lado, desaparecesi se abren al azar los libros:siempre la claridad viene del cielo,que sombra sobre sombra sólo es sombra.Verdades redondas caídas a este ladodesde el árbol pintado en la pared,árbol nunca real sino hasta ahora.Enfrentado de nuevo a esos objetos,el extranjero cuenta cada díalos saldos de su última mudanza,piensa en regresar por donde ha venido,seguir llenando esta paredcon cuanto pueda salvar de la casa.

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241

III

Una casa de largos corredores

blancos por los que ya no pasa el viento

en una hacienda que nadie cuida

y ocupa la mala hierba en busca

de todo lo que ha sido siempre suyo.

Allí está el viajero que escribe.

En verdad hace mucho que la casa

no existe y que la hierba fue cortada,

llegaron los nuevos dueños, trazaron

su historia nueva sobre el suelo.

Lo que el viajero tuvo como propio

se volvió un palimpsesto de tierra y planta nueva.

En estos tiempos está muy mal visto

todo lo que no te lanza al fulgor,

al olor a casa nueva del futuro.

Se demuele con horario y limpieza,

nadie quiere contemplar la llegada

del herrumbre y su fiel eco el derrumbe.

También él había huido de todo eso,

cruzado su ración de fronteras,

confiado en la fuerza de los motores.

Si mantenía los ojos cerrados

era para que nunca lo alcanzaran

los espejos. En ese brillo inmóvil

no había nada: todo se movía

al paso rápido del desconfiado.

Eso lo hace volver una vez y otra

a esta casa deshabitada, viva

ya sólo en su memoria. No hay nada

que buscar entre estas ruinas

como no sea el silencio de la ruina.

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243

IV

Dice llamarse… aquí dos nombres,

dos líneas, dos fechas, única herencia

que no disputará nadie, quizás

también una mañana luminosa

—¿quién querría un invierno de plomo?—

y una ciudad pequeña de provincias

en la que hay unas cuantas cosas viejas

pero ninguna antigua. El caballo

de madera puede ser más invento

que recuerdo —sólo su sombra es real, sólo a veces.

Nadie recuerda la primera vez

que aprendió un camino, pero todos

el primer extravío y el regreso a tientas.

El caballo y su jinete perseguían

cada uno sus caminos, paralelos

y confiados como las líneas rectas.

Se cruzaban al extraviarse

como los padres y los hijos

para volver cada uno a su vereda: se vive,

que para eso son las casas, se espera,

que para eso son los años, erguidos

todo lo que podemos. Pero llega

la curva y los fantasmas aparecen,

se apoderan de la línea, ocupan

todo lo que antes estaba de pie.

Sólo entonces hablamos de verdad,

enfrentados por fin al mismo espejo.

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245

V

El viajero descorre los cerrojos, se asomaa las habitaciones interiores,quita las sábanas, abre ventanas.Los pájaros se han puesto en movimiento—el viajero no sabe que llegó por la noche—y saltan en árboles cuyo nombrerecuerda y olvida de nuevo en sueños.Cuántas veces se habrá despertadobuscando a tientas esos nombres.Camina por los pasillos, recogeherramienta dejada sin guardar,enrolla unos alambres oxidados,abre las bodegas y saca al sollos costales mojados por goteras, se da cuenta de que es absurdo, vuelve.En la casa no hay nadie, el sol altole ha dejado una nube de cigarrasy los muebles de la cocinase comienzan a vaciar de hormigas.No necesita encender los aljibesque han estado corriendo por inercia,por fieles, diría, si le quedaranpalabras para bautizar pendientes.

VI

Decide bajar hacia la frescura

del arroyo a mirar los lirios.

El regreso no ha sido el esperado,

pero siguen el arroyo y los lirios.

Quizá el viajero ha venido

tan sólo para asegurarse de esto.

Se sienta frente a ellos como el pianista

que coloca la partitura abierta

ante él, pero ya no la necesita

tras años de ensayo. Pone las manos

sobre los guijarros de la ribera

(pero alguien tiene que componer antes

la música) los pone en el mismo orden

en que jugaba de niño (no es música

lo que resuena en sus oídos), solo,

exactamente como está ahora.

El sol sigue hacia arriba, sigue

el mismo público de lagartijas

pero ya no está el puente, sólo las orillas.

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247

VII

La única patria que hay es el hambre.El primero en llegar, antes inclusode que la casa existiera, no tuvootro retrato ni otro pasaporte.Con hambre se construían los barcosy con ella estas casas de inmigrantes.Nuestro trazo en el suelo fue uno pobre,hecho con una vara humedecidaen el Saona, seca bajo el sol vivodel trópico. Alguna carta escritadesde allí y luego nada, venimos de la noche y hacia la noche vamos.El viajero sabe lo que decían las cartas porque él mismo escribe,envía, deja de escribir y enviar,se levanta un día con los papelesdel bisabuelo en las manos: “estamostodos bien, buen tiempo en nuevo país”.La única patria que hay es el hambre,repite para consolarse y trazaen la tierra la planta de una casacon una vara seca de los trópicos.

VIII

La lengua fue lo primero en quedarseen el espacio de sombra del espejo.Si es que había llegado salvo al puerto,Rimbaud no resistió el viaje en mulatierra adentro, al lugar señaladoen el contrato: “traiga lo indispensable”.El bisabuelo, diez años mayor,nunca fue a pie a París, no tuvomás belleza sentada en las rodillasque la lluvia del Atlántico mojándolelas dudas y el mandil de carpintero.Frente al baúl abisinio del museode Charleville, el viajero pensabaqué habría dentro de su gemeloque fue sin gloria y nunca volvió.Y para responderse no le bastasu propia maleta haciendo el viajede regreso, porque no es lo mismocruzar el mar en un rugidoque contar las olas una por una.Sólo miró un rato la maleta y musitó algo incomprensibleen aquella lengua perdida.

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249

IX

En la casa se toma un café claro,

tímido, que apenas aparta el sueño.

Se toma a toda hora, como empezando

de nuevo la mañana. En la casa

no se cuentan los días, no se miran,

eso es algo que aprendemos al irnos.

Para levantar una casa

lo primero que hacen los padres

es echar el reloj por la ventana,

preparar una taza de café

y esperar que pasen los días.

Las casas de los padres no se mueven,

se quedan bien sujetas con las uñas

a este presente en que empezaron.

Las casas de los padres están hechas

de una materia transparente

tan parecida a ese futuro que descubrimos

cuando ya se nos ha pasado el tiempo

de volver y la taza de café

se ha quedado vacía en nuestras manos.

X

En la casa se aprende a estar lejos.

Todo pasa reducido a silencio

entre unas cuantas voces familiares.

Y mientras la niñez no es más que un muro

inversamente proporcional a nuestra altura,

nuestra casa nos cerca y nos construye,

nos muestra poco a poco el más allá

de las ventanas. Sólo abre la puerta

cuando nos hemos creado nuestro muro

y podemos oponerlo al más allá del mundo.

La casa es el silencio que nos mantiene a salvo,

nos entrena para las calles desconocidas

de tanto recorrer los mismos pasos

y nos aleja cuando intentamos regresar

—nostalgia: ira inútil contra el tiempo.

Cuando envejecen, los padres se quedan

al otro lado de ese mismo muro.

La casa les enseña finalmente

a estar lejos, a hablar solos con nadie.

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251

XI

En la casa se intenta guardar todo con llave,

difícil deshacerse del reflejo

de las cosas, tanto o más que de la propia luz.

Cosas que se quedaron en la sombra,

alimentadas al abrir y cerrar la puerta.

Cosas que se guardaron para habrá algún día,

para ayer más tarde, para el brillo del futuro.

Pero la casa comienza a perder la memoria

antes que las personas. Las agendas

se vuelven libros de los muertos

y las cartas se escriben para nadie.

Comienza a entrar el viento y barre frascos

que alguna vez contuvieron perfumes,

barre cuadernos y retratos, cosas

puestas a secar en el remordimiento,

un proyecto que no cuajó hace cuarenta años,

una pared a la que se le cae el color,

un nombre recordado que se pierde de nuevo.

Las casas no hacen agua, hacen viento,

se fundan y desaparecen

en una tempestad de hojas y pájaros.

XII

En algún lugar leyó que los hombres

no son bienvenidos entre los árboles.

No recuerda las razones del poeta

pero siempre tuvo la suya.

Los árboles no aprenden nombres,

no viajan buscando nuevas tierras,

no necesitan ni el grito ni el eco,

no olvidan que la única verdad está debajo.

Los árboles saben bien esto:

no ser nunca quien parte ni quien vuelve,

sino el reflejo de los dos, cada uno en el otro.

Los dos perdidos del original

pero los dos iguales en la imagen

que les devuelve el agua de los charcos.

Tarde o temprano llevan a cabo su venganza

y con su único movimiento dejan tras ellos

troncos caídos que ya no se reflejan,

patios con sombra que existen sólo en la memoria.

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253

XIII

También está detenida el agua de los pozos,

estado discreto de la corriente:

pausa. No es que haya claudicado, pausa

no es lo mismo que estancamiento.

Sombra en la que se refugia el viajero.

Él dice que ha bajado por un pozo,

pero los pozos son para subir

y en su fondo no hay luz ni casa, sólo reflejos.

Ahora deja caer una piedra

para ver en los círculos las cosas

realmente como fueron: un parpadeo,

tal vez la luz rápida sobre el agua,

la construcción sobre el abismo,

una pequeña marea, y luego nada.

A los pozos sólo se baja una vez, cavando.

XIV

Del otro lado, en el país del frío,

por más que tenga su rostro y su nombre

no es él quien se asoma a la ventana.

Los pasos trazan en la nieve

caligrafías condenadas.

Mientras los niños pasan en trineos,

arrojando nieve triunfal

contra la puerta, en la pantalla

arde el tesoro infantil del Ciudadano Kane.

A los trineos de afuera no les ha llegado

todavía su hora, son inmortales,

el Ciudadano está de verdad derrotado.

Los perros pasan al final, puntuando

las frases de esta nueva clave Morse

con el paso alegre del que no pesa.

En la nieve no hay eco que deforme

la algarabía ronca de los trineos;

cuando pasa el último perro

sólo queda el humo de la pantalla

oscuro bajo la noche oscura:

equivocar el camino es llegar a la nieve.

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XV

Suelo abajo, donde debe. La noche

apenas deja verlo, una cuchilla el reflejo.

Ladran los perros tras la verja,

cohetes a lo lejos, carnaval.

No hay nadie a la puerta, sólo el eco

frente al extranjero, los dos hechos de viento.

Como rehén de un adentro que no tiene afuera

ve pasar inmóvil este lugar

como se ven las cosas que no tienen remedio.

Se quedó ahí como en cualquier sitio

porque una vez que se deja la casa

ya todos los sitios son tan sólo eso,

otros sitios donde quedarse.

¿Lo uno y lo otro, el lugar del que venimos

y el lugar en que nos quedaremos,

eso es el aprendizaje, lo visto

a través de tantas ventanas?

¿Comer para eso la fruta agria,

para eso creer en lo que traían

las cartas y los días?

Para saberlo no valía la pena el viaje.

En la mañana no quedará nada

de la fiesta, ni jirones de música.

Sólo objetos a la intemperie,

pálidos de frío como el hombre que los mira.

Suelo arriba, donde debería estar la noche.

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257

XVI

Recordar se le ha vuelto oficio,

trabajo con horario y disciplina.

Pero no viene aquí a recordar.

Esa casa en ruinas lo necesita:

pagar recibos, recoger papeles,

arreglar las cortinas como si alguien

viviera todavía al otro lado,

cerrar bien las llaves del agua.

Nunca pidió que estuvieran abiertas

ni que de ellas saliera sólo tiempo muerto.

Sólo es culpable, tal vez, de leer

a José Hierro en el avión

(esas llaves abiertas inundando

una casa pobre de Santander)

y de estar ahora de pie, mirando

por la ventana, como quien se encuentra

de pronto en otro cielo, en otro reino extraño.

XVII

Tal vez sólo hay margen, y nada adentro.

Adentro de aire preso, como un fósil.

Lava en la que dejar grabado el rostro:

espera, costumbres y otras formas del círculo.

Espejo en el que un pájaro detenido sufre

insomnio y planea un vuelo trasatlántico.

Tal vez no hay adentro, sólo aire espeso

en el que patalea un hombre caído

desde una realidad de trazos rectos.

Tal vez cayó dentro cansado de su reflejo

(porque reflejarse es mantenerse afuera)

y la imagen de entonces aparece

cada vez que alguien se asoma. El margen

es la tierra viva que rodea un rostro, ya libre

de la grieta y el relámpago. Petrificado.

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XVIII

Ha llegado aquí, donde lo lleno y lo vacío

se funden un instante, y han llegado

tras él la luz que pasaba entre las ramas

y el viento que venía enredado entre la luz.

Ha llegado el río que prometía llevarlo

de regreso al origen, los aeroplanos

y los amaneceres de los que salen,

las fotografías y las ciudades inútiles

que caben en la palma de la mano.

Llegó primero una hoja con la humildad tonta

de las hojas y después una piedra

con la ira anacrónica de las piedras.

Llegó luego un hombre que sólo tenía

la piedra y la hoja en la mirada.

Llegaron todos aquí, al fondo de la noche

para librar estas batallas perdidas

que ya ni siquiera son sus batallas.

XIX

El viajero se sentó a la mesa

mirando por la ventana los plátanos,

las colmenas de abejas que trazaban

su propia geografía entre la hierba.

Se dio cuenta de que tenía el brazo

apoyado de la misma manera

que lo hacía su padre. Es la sangre,

pensó, a la que miramos cuando une

y a la que ignoramos cuando separa.

Las cigarras habían salido huyendo

de las abejas. De la misma forma

llegó también el tiempo de la sangre,

el tiempo que luego dura y no acaba.

Para cosas tan distintas la sangre,

para sentirse el mismo y el ajeno,

para levantar la casa y destruirla.

A esta llegó sin aviso y puso

en los vivos los ojos de los muertos,

reunió todas las fotografías

y las enterró para no encontrarlas.

Los escondidos, los que huyeron, todos

los que no volverán, la misma historia

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261

que se cuenta a la luz de otras ventanas,

todo valió menos que veinte de cobre.

En sus noches sin sueño el viajero

busca en los libros sentido a esa sangre

y encuentra sólo un siglo hecho pedazos

con horario y limpieza, abandonado

como esas cigarras derrotadas:

Espejo de palabras, ¿dónde estuve?

XX

Hacia arriba y hacia abajo son las dos maneras

de cómo y los dos destinos de cuándo.

Ciego desde aquí hasta el final de lo futuro,

el viajero comenzó a guardar en cajas

las fotografías y los papeles,

separó en montones los pasos recorridos.

Hacia arriba y hacia abajo son las dos maneras

de por qué y los dos destinos de sin remedio.

De los armarios salían años encerrados,

voces que equivocaron su camino,

que llegaron a dos lugares al mismo tiempo.

No es verdad que haya puente, sólo las dos orillas.

Recogió los cristales rotos por el viento,

descansó en su rincón favorito del diluvio.

Hacia arriba y hacia abajo son las dos maneras

de no hay salida y los destinos de todo vuelve.

Nada más que un parpadeo, un instante

frente a un objeto para estar de nuevo

ahí, frente a la escalera del frío.

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263

XXI

Se puso en pie, se dijo “estoy sudando”,

empujó la puerta de hierro, el lodo

de los corrales era la medida

de toda la tierra. Puede correr

en otra dirección, tomar desvíos

si le apetece, no mirar atrás

si tiene miedo de que se le note

miedo en la mirada. Tarde o temprano

pensará que ha puesto toda la tierra

de por medio y tendrá que detenerse

a descansar —difícil resistirse

a una plaza de brisa con palomas.

Sentado a ver pasar la paz ajena,

sólo entonces se dará cuenta

de que ha sido atrapado, que no puede

escapar si es la tierra entera

quien lo persigue, si los ojos de otros

que han huido tanto como él devuelven

la misma imagen cansada en los márgenes.

Nadie está preparado para el viaje,

nadie sabe cuándo llega a ese punto

desde el que ya sólo se puede volver.

El viajero entró en la habitación

de sus padres y miró las paredes,

los retratos, los santos del altar.

La luz daba apenas en el espejo.

Se asomó un poco por el margen

y me dijo “por fin has regresado”.

264

L u i s a r t u r o G u i c h a r d

Itálicas, peldaños

II, 13. Siempre la claridad viene del cielo:

Claudio Rodríguez, Don de la ebriedad.

II, 14. Que sombra sobre sombra sólo es sombra:

Gerardo Deniz, Adrede.

VII, 11-12. Venimos / de la noche y hacia la noche vamos:

Vicente Gerbasi, Mi padre, el inmigrante.

X, 2. Todo pasa reducido a silencio:

Gabriel Zaid, Sonetos en prosa.

XII, 10. No ser nunca quien parte ni quien vuelve:

Eugenio Montejo, Terredad.

XIV, 21. Equivocar el camino es llegar a la nieve:

Federico García Lorca, Poeta en Nueva York.

XV, 7. Como rehén de un adentro que no tiene afuera:

Hugo Mujica, Escrito en un reflejo.

XVI, 17. En otro cielo, en otro reino extraño:

Lope de Vega, Rimas, citado por José Hierro en

Cuaderno de Nueva York.

XVII, 11. Porque reflejarse es mantenerse afuera:

Roberto Juarroz, Undécima poesía vertical.

XIX, 30. Espejo de palabras, ¿dónde estuve?:

Octavio Paz, Pasado en claro.

Campanas subterráneas

g

Noche abajo

Ir hacia arriba no es nada másque un poco más corto o un pocomás largo que ir hacia abajo.

Roberto Juarroz, Primera poesía vertical.

Realidad y márgenes

269

Se trata de caer, de hacerse piedra y buscar las piedras del

fondo porque al fondo está lo pesado y en la superficie lo

liviano, hay que caer como buzo, como carnada bien

prendida al anzuelo por un sedal que no se ve. Arriba

que haya árboles mirándose en el reflejo multiplicado de

las ondas, ondas en círculos porque los círculos son

perfectos, como todo lo de arriba, que sea círculo

lo que se ve y círculo lo que se diga, redondo como

pensamiento que da vueltas alrededor de un reloj porque

ver el círculo adormece y porque es muy, pero muy

naif dormirse pensando en los círculos de Proust.

270

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

271

••

Darle vueltas a la piedra porque estamos en la hora de los

círculos, aunque las piedras, ya se sabe, no nacieron para el

círculo (tampoco nacieron), se les da sólo la línea, el ángulo

no es su hábitat, golpean recto y sin swing, no se adaptan

bien a los puntos suspensivos, no tienen matices, pues, sólo

grietas caprichosas que cuentan una vida complicada, como

vale la pena, sólo aristas de carácter volátil que golpea sin

dialogar: ya te he visto, buzo, carnada del hipotálamo que

está allá arriba, en la cama, rendido de antemano a sus

círculos, buzo, sumérgete y pelea.

•••

Tirón hacia abajo, nada de descenso, esto no es turismo de

montaña, es el agua y el agua es algo muy serio (las piedras

no beben, son todavía más serias). No, el agua no te busca,

tú caíste, por costumbre o por oficio todos caen o quizá sólo

porque en el fondo saben que verán algo, un espejo, una

pantalla, lo que sea cóncavo que hay adentro, los colores

enloquecidos, la flama, una bandada de cotorros, lo que

hayan perdido en el camino, los juguetes, los desvanes,

los pelos erizados, sí, estamos hablando del fondo del ojo,

el cristalino, sí ¿adónde más crees que caen las cosas,

buzo imbécil?

272

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

273

••••

El remolino es la perfección a la que aspira el fondo, su

tumulto más revolucionario. Es su idea de pulso y de

tránsito, sólo tiene fin y a nadie le interesa su principio, es

la matemática y la natación en el punto de belleza que

destruye, lo más rápido y lo inmóvil. Cuando el remolino

llega, el fondo asciende, asesina por sorpresa, se abre un

camino nuevo cada vez, luego esconde su arpón y no ha

pasado nada. El remolino es cínico, el fondo lo admira.

Cuando nadie lo ve, juega a encender pequeños tifones

lanzando piedras hacia arriba, volando cometas de agua

turbia, acumula ira que pondrá al servicio de su dios con la

fe del que quiere alcanzar lo que sea que tiene arriba.

•••••

De brazadas ciegas se va el buzo, ya se fue, ya va muy lejos.

Va en la corriente a caer directo a los brazos del fondo. En el

cieno abajo camina, ya es pingüino, payaso natatorio,

plomada y nada. En el fondo el buzo tasca su freno, pero aún

así, abandonado a su inutilidad, el buzo camina en círculos,

traza el símbolo que le es propio, no rinde su ballet. En lo

oscuro palpa ahora, manos extendidas y burbujas hacia

arriba, es un niño en el parque vacío al que otros niños

golpean la cara con una pelota, es un perro muerto, una

frontera, alga del fondo que muerden los peces.

274

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

275

••••••

Con los bolsillos llenos de libros, como llega al café de la

mañana, así cayó. No se sentó en una esquina con poco

ruido, se puso en el centro del tumulto, el huracán girando sin

darle importancia y se puso a leer. ¿Nunca has visto un buzo

con la escafandra llena de libros? Eso es porque los buzos no

tienen bolsillos ni al fondo del cristalino hay un café. Eran

libros de poesía y ensayos psiquiátricos, la mesera los mira

desde lo alto al traer la taza y dejarla caer de un solo golpe

sobre el cristalino. No son libros lo que hay en la escafandra.

Son cangrejos. El buzo se la quita a toda prisa y prueba a

beber su café de la primera hora de la noche.

•••••••

Las luces de los puertos y los puertos que están a oscuras

atraen al cristalino, lo hipnotizan como a los peces, lo hacen

entrar en una botella sin salida. El cristalino busca las

distancias para huir de la contracción, es músculo y no le

gusta, quiere campo abierto, mar abierto, da lo mismo. La

extensión, no el fondo que es su guarida, su cueva que lo

domestica, lo sujeta a una red de nervios y de pequeños

látigos eléctricos. No le creas, buzo, la verdad es que te

espera cada día, te desea porque le traes algo de planicie

sin límite, un recuerdo de puertos en cuyas aguas

no se veía el fondo.

Simón el estilita

entonces debes ser simón me dijo señalando mis sandalias mi torpeza mis ojos llenos de desierto.

Eduardo Chirinos, Humo de incendios lejanos.

Realidad y márgenes

279

No pidió el privilegio de la piedra. Simón vio en la arena la

única materia válida para el amor, la humilde, la siempre viva.

Se confió a ella con la fe provisional del eremita, del que no

cree en las banderas que arrastra por el desierto. Simón,

Simón, ese fue el nombre que le dio la arena. Del anterior,

su nombre de nacido bajo el sol, ya no se acuerda. La arena lo

llevó a su trono, le mostró el camino hacia arriba y le dio la

columna. “Simón, Simón”, le dijo un día más claro que

otros, “no hay nada fuera del desierto, esto es todo lo que

hay que saber. Toma tu cuerda y sube. Aquí arriba está

todo: estás ya tú y no lo sabes”.

280

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

281

••

Descubrió que el equilibrio más peligroso no es el del salto y

la pirueta, sino el de los dos pies firmes en la tierra. Trajo la

tierra a lo alto con una columna y desde ahí fundó el acto de

fe; antes llamó fe al hecho de estar de pie sin hacer nada.

Hundió el cielo en lo profundo, donde la creación ha dejado de

moverse. “Éste es mi reino”, dijo, “el de la campana subterránea”,

y llamó a los fieles a oficiar bajo los caminos. Rápidamente se le

atribuyó la vista de Linceo y se dijo que veía bajo tierra y

bajo los ojos de los hombres. Él dijo que sólo era el minero

equilibrista, el aprendiz de la piedra más volátil, el que veía las

vetas de la nube.

•••

Sintió vértigo, vio los círculos. Estar arriba no es diferente de ir

cayendo. El único círculo que había era en verdad la columna,

salía de su ombligo y se clavaba en la tierra. Todo es tierra,

círculo, la voz de dios buscándonos en el desierto. Simón

aguzó el oído: para oír ¿había que estar muy arriba o muy

abajo? Tal vez lo mejor era no saberlo. Simón se dispuso a no

saber. No somos nada más que el oído puesto al viento por si

pasa la voz de dios camino del desierto. No somos nada más

que la columna que sujeta tu ombligo a la tierra, nada más

que los círculos cada vez más pequeños con los que la voz de

dios se acerca a la columna. Treinta y siete círculos.

282

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

283

•••

“Treinta y siete años llevo en esta columna”, me dijo, “los

mismos que tú has perdido vagando por el desierto. Cambia

el suelo, las montañas se mueven, la piedra se deshace entre

las manos, así seguirá una y otra vez y tú no escucharás la

voz de dios. Arriba de la columna no hay piedra ni desierto,

sólo aire, y por eso estoy más cerca, no por la altura como

creen los simples. La piedra se ha hecho polvo entre mis

manos y me ha quedado una grieta, acércate y mira. Es en

las grietas donde dios asiente, en el aluvión que dejan los

años en las manos cuando borran las líneas de tu nacimiento”.

•••••

Duermo con la cabeza en la orilla de la plataforma, siento el

infinito. Los hombres que se dicen santos buscan durante

años el infinito en este desierto y no ven que está al alcance

de la mano: no necesitan nada más que una columna en

ruinas y poner la cabeza al borde del abismo. En la noche

oigo quince metros por encima y me pregunto qué será oír mil,

diez mil metros por encima, el rumor del mundo cuando

ya ha dejado de ser mundo y es dios fluyendo entre las

nubes. Algunas noches creo que he estado ahí, pero al

despertar no lo recuerdo y sólo veo los quince metros que

me han regalado para alargarme la mirada.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

285

••••••

Noche arriba me olvido de todo y salgo al día. Antes, al

salir, decían que era un loco con una cuerda atada a la

cintura. Nunca he dicho para qué es la cuerda. A menudo

iba a sentarme en la sombra, junto al muro de la escuela, y

oía jugar a los niños. De ahí no me echaban nunca,

porque ¿quién echa a un mendigo que se sienta junto a la

tapia de los niños? Era una cuerda como la que usaban

los niños para saltar, ése es todo el secreto. Llevo la

cuerda porque sentado ahí escuché la voz que me dijo que

saltara como ellos, pero que me quedara arriba. Noche

arriba oigo a los niños jugar, cuando comienza a despuntar

el sol por detrás de mi cabeza.

•••••••

Y después de todo ¿no habrá llamas, sólo la misma

piedra? Así es. Los hombres santos que saben muchas

cosas dicen que el mundo terminará en llamas, pero yo

creo que ya terminó y que de ese fin vienen las piedras.

Vivimos sobre el fin, ya no tenemos que buscarlo. Estamos

encaramados en el fin del mundo, pero nadie busca una

columna para verlo bien desde arriba. “Simón, Simón”, me

dijo un día más claro que los otros, “toma el fin del mundo

y ponlo sobre esta columna, no hay nada fuera del desierto,

esto es todo lo que hay que saber. Toma tu cuerda y sube.

Aquí arriba está todo: estás ya tú y no lo sabes”.

Planetas

Y todas esas cosas que van y vienen deben de ser sangre, pues buscan desesperadamente un corazón.

Josu Landa, La luz en el vano.

Realidad y márgenes

289

Noche abajo veo planetas dando vueltas en círculos. A

veces pienso que me oprimen, a veces, que me atesoran.

Estoy oculto para que no me toquen y así están ocultas las

cosas que busco. Todo está protegido de nosotros por los

círculos. Simón me dice al oído que los círculos son la voz

de dios, me habla de la piedra y a veces del relámpago.

Las noches que duermo con la cabeza a la orilla del

abismo escucho ese rumor en el que dios asiente y

destruye. Pero al despertar todo sigue oculto.

290

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

291

••

¿Cuánto tiempo debo ver el cielo para encontrarle forma? Los

he buscado en todos los Plotinos y en todas las guías

de campamento bajo las estrellas y sigo sin ver ni osos ni

cochero ni metamorfosis, sólo el reflejo de mis gafas. Un día

voy a entrar en un quirófano, les diré que es para quitarme las

dioptrías, pero cuando esté dentro pediré que me devuelvan

todos los planetas que he perdido. Y veré alguno de más para

resarcirme de tanta noche sin figuras.

•••

En lo alto el buzo descubre que es estoico, que no le interesan

los límites ni los umbrales, que si cae es porque caer es sólo

una manera más rápida o más lenta de moverse, que así

está bien. En lo alto el buzo comienza a sentirse cómodo,

aprende una noción de gravedad (otra más) y flota. El buzo

es un astronauta sin planeta, el fondo (que ya confesó ser el ojo)

era sólo otro territorio donde plantar bandera. El fondo está,

ahora sí, realmente perdido ¿qué hacer con un prisionero

que no quiere salir a la calle, con unos números que no

quieren suma, con un arma que no quiere percutir nada?

292

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

293

••••

Adentro todo está en su sitio. La musiquilla de las pobres

esferas y los planetas esos que dieron la vuelta para que

sucediéramos, están bien firmes y sujetos en los libros de

Lihn y de Montejo. Pero hay este destello de pronto, lejos de

los libros y su sintaxis. Este destello ahora, en el fuselaje de

este avión de doscientas toneladas, que no va a entrar en

ningún libro, que está sólo aquí, al fondo de esta noche. O

quién sabe, tal vez todos los aviones provienen del mismo

libro y ninguno de estos reflejos se ha perdido.

•••••

Debe de haber un planeta solitario allá arriba, desde el que

alguien se asome sobre el laberinto, alguien que nos siga

a ratos muertos, nos vea huir y reconocernos, quedarnos

muertos de miedo ante alguna puerta. Tal vez soy yo

quien está asomado ahora sobre las hormigas del pasillo y

me veo a mí mismo junto a la cama, esperando. Venga,

hormiga, hay que dejar en paz al que ha caído y seguir

caminando.

294

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

295

••••••

Ahora no puedo recordarlo. A veces, noche abajo, creo

recordar que se llamaba Tomás, y lo llamo así, pero no de

día. Algunas noches abajo incluso lo veo. Estamos los dos

solos (hijos de padres viajeros) en una esquina del patio.

Él era mejor que yo, sabía pelear, no usaba gafas, se

comunicaba firme con la realidad. Tras el terremoto ya no

volvió a la escuela. Planeta Tomás, planeta Arturo, tantos

planetas de nombres que no recuerdo flotando por ahí

lejos de esta noche.

•••••••

No sabes despertar, no ves que se acabó la anestesia por

ahora, que la campana dejó de sonar en los pasillos. Las

notas de color de los dibujos animados no tienen nada que

ver con el colirio que te está escurriendo por los ojos. No

sabes despertar. Sólo pones en imágenes amables el

bombeo, es sólo eso, bombeo, y luego nada. Planetas

dando vueltas en tu sangre.

Duermen furiosamente

Colorless green ideas sleep furiously.

Noam Chomsky, Syntactic Structures.

Realidad y márgenes

299

Ven a la sintaxis y ordénate, el mundo te está esperando

para que vueles en torno a nuestras culpas. No hay

colores, sólo hay orden en los números —si es que el cero

no está suelto— y como ya lo dijo Parra —o no lo dijo, pero

lo pensó— las letras tampoco tienen orden, son hormigas

(las cosas no tienen sentido, tienen existencia, ya está

dicho en otra parte), son hormigas que llevan a la espalda

los restos de tu vida, míralas subir por este montón de

estiércol con los restos de tu diamante a las espaldas (es

inútil, no se come). Las hormigas, hmmmm, ésas sí que no

tienen sentido, sólo tienen existencia.

300

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

301

••

En la tinta verde nadan las hormigas, en la tinta turquesa

que va dejando en el suelo la salamandra en celo. Para el

cortejo come fuego, cambia de color y alborota las

hormigas en su agujero. Míralas con su carga, es un hada

lo que llevan, ya lo dijo Blake y ya lo he citado en otro sitio,

no insistas, todo está dicho en otro sitio. Sólo la

salamandra la he dejado sin citar con su líquido turquesa,

su lengua de dos puntitas, su paso como de mulo en el

abismo (no, esto tampoco lo había citado antes, pero viene

a cuento a esta hora de la noche en la que las hormigas

son el único camino que se puede oponer con éxito a las

estrellas).

•••

Y tres, no hay nada en la tinta, sólo ideas sin color y sin

natura. Lo que natura no da, ya se sabe dónde acaba. No

hay tinta fresca, hay un manchón en la pared del cuarto,

un mosquito en holocausto. Es de noche otra vez y la

cama flota a la deriva (esto seguro ya está dicho muchas

veces, así que no cuenta como cita). Lo que es verde es el

cuaderno de piel de salamandra y lomos camaleón. A

todos les gustaría ser modernos y trabajar el camaleón en

la poesía, pero todos acaban siendo pequeñas lagartijas

que comen mosca y eructan largamente frente a mi cama

a la deriva, mientras duermo soñando con los círculos

de Proust porque es muy, pero muy naif dormir soñando con

los círculos.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

303

••••

Después repartimos las entradas para el concierto

dadaísta, con música de címbalos para todos los públicos.

Invitamos al esteta, que se puso trascendental y divo, recitó

Catulo en el oído del diablo, como en Simón del

desierto, dijo que allí estaba todo y no lo sabíamos, se

puso a tocar un tambor de Calanda. Vinieron las libertades

y nos volvimos todos vanguardistas, con un ojo puesto en

ser un día vanguardistas históricos que cobran en la fila de

los premios. Los poetas, oh sí, es que no leemos nunca en

público, lo telúrico de la palabra dicha, oh sí, sólo cuando

nos dan un premio. Oh sí, estaremos todos en el concierto

dadaísta: allá nos vemos.

•••••

Duermen furiosamente desde el año cincuenta y siete,

antes de que Ginsberg se dejara las barbas y viviera muy

mono en Nueva York, antes de que Bowles se fuera al

desierto a comer altramuces. Íbamos todos a escribir un

gran libro, lo que pasa es que decidimos que era mejor

soñarlo, soñarlo con gana y disciplina, y así se fue

alargando hasta que finalmente se canceló porque eso sí,

oh mis parientes, todos teníamos un agente literario que

nos orientara la carrera y nos convirtiera en glorias

modernas contestatarias y felices, rellenos de altramuces y

rayas neoyorquinas de las finas. Se pospuso y dormimos

el sueño de los justos furiosamente.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

305

••••••

Abróchate el cinturón, ponte la brocha en el ojal, pinta de

colores tu Lautréamont anotado en la Sorbona. Cómo nos

hubiera gustado el paraguas aquel para la escena del

crimen. Ay, ya no hay modernos. Zurita, Zurita, por qué

nos has abandonado. Pero el dolor, Ovidio mío, o cómo

iba eso. Ya no hay tinta verde ramoniana ni caballos

también verdes ramoneando en los ojales del Pombo. Ya

no hay caminos a la gloria rimbaldiana, lo único que nos

queda es intentar ser completamente modernillos y

caminar la cuesta arriba de otro siglo, llevando a cuestas

muchos, pero que muchos pixeles.

•••••••

Tal vez sí sabes despertar: es sólo cuestión de fijar la vista

en una forma, digamos un triángulo. El triángulo es un reloj

de arena. Lo que hay dentro no es un remolino por el que

caen buzos, sino el suero que gotea. Fíjate bien, es sólo

un tubo de plástico, no hay más misterio que una tripa

transparente por la que cae un líquido que entra en tus

venas. No hay más misterio que la gravedad empujando

líquido en tus venas.

Barcos, laberintos

La muerte le ha puesto cabeza de oscuro minotauro...

García Lorca, repetido obsesivamente por Vásquez Aguilar.

Realidad y márgenes

309

El reloj se detiene cada poco. No es el reloj de Proust, sino

el que llevaba mi padre cuando lo trajimos. De bolsillo, con

un mar grabado en la trasera, mar gris pátina. Vamos en el

mar, en un barco que gira como si los polos se hubieran

vuelto locos. Le doy cuerda al mar que me dejó mi padre,

el remolino se lo lleva a él, que conoció el mar a los

cuarenta, y a mí, otra vez de su mano.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

311

••

Limpio el reloj todas las noches, pero el mar gris pátina no

se vuelve más real ni más claro, sigue siendo un reflejo

detenido, un viejo enigma que no espera ser resuelto.

Estamos otra vez en el barco, como hace varias noches,

pero yo sé que esto es un libro, no es un sueño, y que esto

no es un barco, sino un coche que atraviesa la ciudad en

medio de la lluvia.

•••

Va empezando este domingo. Al otro lado de los párpados

caídos, también gris pátina, las aves pasan de largo, sin

asomarse al ventanuco por el que entra la única luz del

cuarto. Ruidos en el pasillo. Le doy cuerda al reloj para

encender mi mar secreto, acaricio el mar del otro lado, que

se ha puesto de pronto húmedo en mis manos.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

313

••••

Es también un laberinto de doce puertas y sesenta

pasillos. Vamos a dar a él desde el mar gris pátina.

Papeles, sábanas, sangre esperando en sus cartuchos. Es

tarde y las comparaciones no me gustan. Es tarde y no

hay nada que hacer, sólo recorrer los pasillos que en uno

de estos momentos van a tapiarse. A la salida ¿habrá un

abismo?

•••••

Voces que llegan distorsionadas, voces de hormiga desde

un pasillo que parece más lejos que la otra vida, voces al

doblar la esquina. Más allá de nuestro laberinto continúan

su trabajo el eje de la tierra, la galaxia y las enanas

blancas. No somos nada más que una muesca en el

círculo, una piedra lanzada a ese laberinto. Una muesca,

una puerta ya cerrada.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

315

••••••

Tal vez sea cierto que las direcciones son seis y no cuatro, y hay

que sumar arriba y abajo. O tal vez esas sean las

únicas que importan. ¿Qué más da sur o norte? Pero son

muy distintos la lámpara y el suelo, la luz vertical y el aire

horizontal. Nosotros vivimos en el aire, pero hablamos de

la luz, la que atraviesa las cosas en la dirección que nos

importa. Bien lo decía Simón, bien lo decía Juarroz. Ahora

lo sé bien yo, viendo desde arriba esta habitación

despojada de horizonte.

•••••••

El reloj y la cama del hospital, el círculo y la línea. Es hora

de irse, el barco va por la línea blanca que mantiene al

círculo, ahora giramos y vamos a un edificio blanco. Aquí

dormimos al final, nada de abismo, sólo los mismos

pasillos. Somos una muesca en el círculo y le damos

cuerda al mar del otro lado.

Noche oscura del hipotálamo

Lenguaraje para detener lo inevitable...

Creo que lo dijo José Kozer en uno de sus tantos libros.

Realidad y márgenes

319

Nuestras pesadillas también dejarán de ser nuestras. Vendrán

razonamientos rectos, la luz del día. El dios Pan que ahora

está copulando con la cabra, su nariz hinchada con el reflujo,

sus poros en tensión, también han de cansarse. ¿Alguien sabe

bajo qué matojos duerme? Mañana la cabra se irá alegre por

el camino rocoso por delante de Alberto Caeiro, cuidador de

rebaños. Será la misma cabra y será ya otra.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

321

••

Anoche soñé con un señor flaco que se parecía a Alberto

Caeiro, guardador de rebaños. Me daba un consejo: “sobre

todo, no confíes en el sol”. Mi hija llamó pidiendo su biberón y

su perro de peluche. Mi mujer soñaba con un señor flaco que

se parecía a mi padre. Le daba un consejo: “sobre todo,

duerme liviana de noche”. Nos levantamos los dos a buscar la

leche y el perro. Los dos señores flacos se quedaron en

silencio, sin saber si mi hija soñaba también con ellos, bajo la

forma de un biberón y un perro de peluche.

•••

En sueños di una conferencia perfecta sobre el mito de Osiris,

versión de Heródoto (el dialecto, la sintaxis, todo perfecto).

Era algo sobre desmembramientos y falos de madera, todo

muy simbólico. Al final uno de los estudiantes levantaba la

mano, era un estudiante pero en el sueño era Heródoto con

un gorro frigio (debe de tener un significado) y decía: “eso es

onírico, el mito de Osiris es el sueño de los que duermen en el

templo y así reciben respuesta del dios”. Seguí durmiendo,

creo que sin respuesta.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

323

••••

¿Quién dice que al fondo de todos los poemas duerme un

caballo? Yo sólo sueño con el tótem-con-forma-de-caballo.

Estaba en el Museo Británico, yo lo sé porque pagué mi

entrada y comí un sándwich de pollo con curry. Yo lo sé

porque tenía un nombre impronunciable (ni los museos ni

los sueños son muy coherentes) y un cartel con una

historia de migraciones en barcas del Canadá, penínsulas

rocosas, amaneceres entre flechas (qué lástima haber

perdido el folleto) y el sueño de un pueblo velado por el

tótem-con-forma-de-caballo.

•••••

¿Y si más bien tenía que ver con chivos expiatorios? Creo

que eso venía en un poema de Óscar Hahn que trataba

sobre la hidropesía de Heráclito. “El chivo estaba en

verdad lleno de agua”, dijo el estudiante levantando la

mano (ahora bajo la forma de Mircea Eliade en sus años

portugueses), “representa la imposibilidad de volver al

útero materno, al echarlo de la ciudad y matarlo a palos

(mole de chito) se cura la nostalgia del origen”, dijo y se

sentó (ahora era Papini en su viaje español y le aplaudían

sus compañeros: “dale, doblégalo”). Dije que no, que tenía

que ver con tuércele el cuello al cisne y que en resumidas

cuentas todo esto de lo que realmente trata es de la

búsqueda frustrada de la pertenencia.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

325

••••••

El pájaro vivía en una tienda india a la vuelta de la

Residencia Universitaria, enlataba té y hacía muebles

lacados con madera de palisandro. En su sueño (dentro

del mío) salía volando con las latas de té y bombardeaba

Londres, tenía el corazón lleno de ceniza. En las noches

en que no podía dormir, varado, se asomaba a ver qué

pasaba por mi hipotálamo y me horadaba el cráneo

como en “El almohadón de plumas”, me contaba muy bajo sus

historias de inmigrante resentido, porque, en fin, ud.

entiende...

•••••••

Es una mera conversación con mi hipotálamo, me digo,

que piensa en segmentos de siete porque así le bombea

ahora la sangre. Si fuera más tarde quizá pensaría en

segmentos de doce o catorce. Se concentra en el siete, se

atora en el siete porque es simbólico y porque no entendió

la Hypnerotomachia, mi hipotálamo, perdido en niebla, que

sueña con Alberto Caeiro —¿o era José Kozer?— sólo

porque lo estuve leyendo ayer mientras le daba cuerda al

reloj de mi padre con el mar al otro lado. El hipotálamo

mira todo así porque no puede con lo que le dejó el día,

porque ya no da más, porque todas las imágenes se le

han ido tal vez al fondo, donde sólo estoy yo durmiendo.

Campanas subterráneas

Hay campanas que bajande lo alto de las iglesiascansadas de la altura y de los techosy cavan en la tierra fuertemente:se transforman en campanas subterráneas.

Rafael Courtoisie, Orden de cosas.

Realidad y márgenes

329

Hace falta un punto y peso. Basta un punto casi invisible,

una punzada de alfiler en el dedo y luego un peso mínimo,

la cabeza del alfiler, para que el punto crezca cada noche,

para que se vuelva el eje de un remolino vítreo. El punto

estaba puesto desde el principio. Al nacer no había un ángel

de Dante esperando para ponernos un largo mensaje en la

frente: sólo se nos puso el punto, el pinchazo de la anestesia,

el pinchazo del suero. Nada más nacer se duerme, se

comienza a cultivar el eje de la grieta.

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331

••

Las grietas crecen en la frente, conducen hacia adentro la

velocidad del mundo. Adentro hay otro ritmo, fluye la sangre

con pasos aprendidos de los hombres pero no se sabe qué

hay dentro, si hombre, si árbol, si desierto. Hay campanas que

cavan en lo hondo, gallos de colores poniendo el cuerpo en

pie contra la sombra. Adentro hay reflejos, caminos que suben

a las sienes, redoble líquido que tarde o temprano se ha de

volver metal duro, vidrio que a veces nos muestra los reflejos,

sales detenidas en la erosión lenta de las venas, aire que

mueve un instrumento de viento sin acorde.

•••

Ocurre en febrero, el mes de la fiebre, el que cultiva la grieta.

Suben a las sienes las campanadas y anuncian que el

invierno todavía no se ha ido, que las aves están posadas en

una república sin viento. El punto presiona entonces como

nunca, las venas llevan el tañido como nunca. Lo único que

se puede hacer es flotar hacia la superficie como si fuéramos

un odre de aire, una casualidad de aire caliente en un río de

corriente fría, una noche de invierno en que un viajero…

332

L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

333

••••

Todos los reflejos vienen a dar aquí y aquí reverberan en un

prisma. No son más que músculos, me digo, reacciones

químicas, fluidos sin conciencia. No son más que vértebras,

tendones, aire liberado de las articulaciones. No soy más que

un amasijo vegetal, animal, mineral dando vueltas en el

prisma. Lo que se ve en el cristalino, a lo lejos, es el buzo

cayendo, el remolino que se lo lleva al otro lado de un cuarto

de sábanas blancas, de jeringas y catéteres. No hay nada al

otro lado de la sábana, sólo unos ojos que me miran

angustiados.

•••••

En los hospitales la noche tarda más en rendirse, tanta luz en

los pasillos. Coloca la almohada, no dobles el brazo de la

aguja. En torno al ojo hay una línea roja que enmarca el

mundo. No hay línea aquí, todo vuelve al círculo, la onda

expansiva de adentro hacia fuera, el sueño de afuera hacia

adentro, el tiempo en todas direcciones traza círculos

concéntricos. Te han cercado, pues, el suero vuelta y vuelta

de los frascos transparentes al aire que se escapa, por fin, de

la garganta. Ven y no te vayas.

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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes

335

••••••

Los objetos sólidos también van en tránsito buscando su

dueño, ellos también tienen su travesía del desierto. Ellos

también tienen su grieta, su edad marcada sin remedio. El

frasco deforma todo lo que entra por la puerta: ahora hay un

rostro, la línea blanca de una bata, ahora hay esa sombra gris

instalada en la esquina hace unos días. No hay nada al otro

lado, sólo el prisma al que llega el dolor del corte, la textura de

la cánula, la mano que duda frente a tus ojos, esa luz

moviéndose deprisa. No hay nada al otro lado del corazón

si late.

•••••••

Vamos al último círculo dormidos, las ruedas girando por el

pasillo. Después todo será salir, las cosas dejarán de girar, se

irá el prisma y quedará sólo el corazón si late.

Co n t e n i d o

preseNtacióN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

Nadie puede tocar La reaLidad

CosmografíaEl orden de las cosas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17El camino hacia arriba y hacia abajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19Día de la creación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20Animal que sí existe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21Europa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22Perros de caza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23Contrarios que no se tocan . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24Memoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25

Mi perro de los aeropuertosVisto en la noche . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29Mi perro de los aeropuertos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30Una casa para Mr Guichard . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31Y un traje. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32No necesariamente la mía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33Tránsito. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34A un dios desconocido (i) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35O tal vez sí. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36Caligrafía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37

Jardín de hierroNuestra piedra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41Web . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42Exorcizo te . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43House . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44Amigos olvidados. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45

Naranja dulce . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46Saturno y sus hijos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47Jardín de hierro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48Levante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49

Ante la orilla inmóvilLibre de mí . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53Otro lado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54Bazar de antigüedades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55Matutino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56Mar rico en peces . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57Juego de niños. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58A un dios desconocido (ii) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59Camino atrás. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60Seré materia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61

versióN aérea

A mano alzada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65País sin trenes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67Mascota mineral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69Un libro italiano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71El engranaje. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73La silla del poeta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75Ruido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77La mano de Borges. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79Libros blancos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82Simetrías . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84Ventanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86La camisa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88Retrato aéreo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90Mecánica vegetal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93Calzada de los misterios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95Capitales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97Poética de aire . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99La frontera. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100Objetos a la intemperie . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102

El espejo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104Tacto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106La luna de estío. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 108Oficio de aire. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110Relevo natural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112Lección de viento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 114La otra mano. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116

Los soNidos verdaderos

Serpiente de lluvia y lunaI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125II. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127IV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128V. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129VI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 130VII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 132VIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133IX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134X. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135

Poemas de la derrota necesariaI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139II. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141IV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142V. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143VI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144VII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145VIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147IX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148

Ninguna es mi voz (homenajes, retratos y variaciones)Emilio Prados llega a México . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 152Lamento de Abelardo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 154De un cancionero de la misma época. . . . . . . . . . . . . . . . . 156

Alfonso Reyes navega hacia Aanfípolis . . . . . . . . . . . . . . . 158Poética suficiente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161

Agua del ParaísoI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 166III. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167IV. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 168V . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169VI. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 170VII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171

Un espacio no mayorCírculos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175Vestigios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 176Las campanas del sitio en que nacimos . . . . . . . . . . . . . . . 177No fuimos hechos para la culpa y para el miedo. . . . . . . . 178

marGeN de espejo

Algo borrosoEl año de la serpiente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187Karma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 188Tareas pendientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189Trotes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 190Cómo trabaja la tierra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191Trópicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 192Manos de barro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193Exvoto de hoy. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 194Dragones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195Doble vida. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 196Flechas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197

Ese lugar en el que no me halloLeer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201Strings of beginnings . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 202Periféricos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 203

Interfoliados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 204L’infinito viaggiare . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205No hay tal lugar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 206Mutatis mutandis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207Cicatrices. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 208Blancos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209Pie de imprenta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 210Rato libre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211

AtlantaI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215III. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 216IV. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 216V . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217

Ocho cartas sin destinoEn el umbral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 221Unas llaves . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223El piano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225De caza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227Junto al foso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 228La mitad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 230Diccionarios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231Espíritu de los tiempos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 232

Margen de espejoI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 237II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 239III. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 240IV. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 242V . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 244VI. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 245VII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 246VIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 247IX. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 248

X . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249XI. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 250XII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 251XIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 252XIV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 253XV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 254XVI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 256XVII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257XVIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 258XIX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 259XX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 261XXI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 262Itálicas, peldaños . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 264

campaNas suBterráNeas

Noche abajo• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 269•• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 270••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 271••••. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 272••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273•••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 274••••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 275

Simón el estilita• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 279•• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 280••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 281••••. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 282••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 283•••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 284••••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 285

Planetas• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 289•• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 290••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 291••••. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 292

••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 293•••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 294••••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 295

Duermen furiosamente• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 299•• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 300••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 301••••. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 302••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 303•••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 304••••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 305

Barcos, laberintos• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 309•• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 310••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 311••••. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 312••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 313•••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 314••••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 315

Noche oscura del hipotálamo• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 319•• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 320••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 321••••. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 322••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 323•••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 324••••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 325

Campanas subterráneas• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 329•• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 330••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 331••••. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 332••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 333•••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 334••••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 335

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