Realidad y márgenes
Transcript of Realidad y márgenes
Luis arturo Guichard
Realidad y márgenespoesía 1992-2012
g
— 2013 —
© Luis arturo Guichard
D.R. © 2013
Consejo Estatal para las Culturas y las Artes de Chiapas, Boulevard Ángel Albino Corzo 2151, Fracc. San Roque, 29040, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
isBN: 978-607-7855-70-5
hecho eN méxico
CH861.44MG945 R288 Guichard, Luis Arturo Realidad y márgenes : Poesía 1992-2012 / Luis Arturo Guichard. — Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México : CONECULTA, 2013. 335 p. : il. ; 21 cm. (Colección Biblioteca Chiapas. Serie La verde espiga ; 5) ISBN 978-607-7855-70-5
1. POESÍA CHIAPANECA — SIGLO XX
Manuel Velasco CoelloGoBerNador deL estado de chiapas
Juan Carlos Cal y Mayor Francodirector GeNeraL deL coNecuLta-chiapas
Susana del Pilar Utrilla GonzálezcoordiNadora operativa técNica
Marco A. Orozco Zuarthdirector de puBLicacioNes
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preseNtacióN
reaLidad y márGeNes, de Luis Arturo Guichard, reúne dos dé-cadas de un trabajo poético en el que se confirma una voz ma-dura y sólida en la nueva tradición literaria de Chiapas.
Guichard es un poeta formado en la más estricta academia, pero también en los territorios propios de la tradición lírica de la lengua española, derivado de lo cual este compendio nos ofrece una obra de magnífica calidad literaria para disfrute del lector.
En tal virtud, el Consejo Estatal para las Culturas y las Artes de Chiapas, que me honro en dirigir, tiene el gusto de poner este trabajo al alcance del público, con el objetivo siempre presente, de que no hay mejor inversión para potenciar el desarrollo y mul-tiplicar las capacidades del ser humano, que la misma cultura.
La cultura que se mueve y se hace presente en el trabajo poético de Guichard, un poeta que al uso afortunado de sus cualidades literarias, agrega una visión del mundo que nos ha querido generosamente compartir en esta antología sumaria.
El Gobierno del Estado, a través del coNecuLta-Chiapas, saluda y reconoce este trabajo literario con la certeza de que el lector encontrará una visión estética del mundo, singular, inte-resante y accesible.
Con esta obra inicia la Serie La verde espiga, dedicada a la promoción de la obra poética de nuestros creadores.
Juan Carlos Cal y Mayor FranCo
Director General
Bregué con luces negras, creyendo. Con luces rojas,creyendo aún. Con luces amarillascuando ya descreído.
Vicente Aleixandre, Diálogos del conocimiento, II.
Pero a ti te he sido fiel porque tu lugarestá en todos los lugares del mundo.
Rafael Argullol, El afilador de cuchillos, XXVIII.
Preguntas,¿qué leyes rigen “éxito” y “fracaso”?Flotan los cantos de los pescadoresante la orilla inmóvil.
Octavio Paz, Vuelta (sobre un texto de Wang-Wei).
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El orden de las cosas
para celebrar la publicación de Metamorfosis de lo mismo de Gonzalo Rojas.
Todo estaba repartido desde el principio.
A la jirafa, un corazón de pozo profundo.
A Ulises el divino, los nudos de su balsa.
A cada siglo, su propio cuchillo afilado.
A cada máscara, un solo personaje.
Al agua, no pasar del cuello.
Al vértigo, la inmovilidad si la desea.
Al llanto de Demócrito, la risa de Heráclito
(o quizá sí sea al revés, nunca se sabe).
A los amigos, más de lo posible.
A la hija única, todas las fotografías de su madre.
A los padres de todos, que nada cambie demasiado.
Al día, la amenaza del infinito.
A las vacas de peluche, el mito de Europa.
A la tierra plana, otras cosas bellas que no existen.
A la ciudad, un círculo, una línea y buena suerte.
A los libros, que valgan al menos lo mismo
que un minuto de realidad.
Al camello, el reino de los cielos directamente.
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Al lugar en que se nace, una maleta con brújula.
Al lugar en que se muere, otra (y juro que existen).
A la mierda, tantos años de hambre.
A Narciso, un estanque limpio.
A los caminos laterales, que se vuelvan centrales
(y a los centrales, que se vayan de fiesta).
A la luz, ser monopolio de un solo sentido.
A los amantes, hacer largo su viaje.
A los poetas jóvenes, tres manuales de métrica.
A los poetas mayores, ver lo que veía Rilke.
A la alegría, una manzana, un Buda y un relámpago.
Al azar, todo lo demás.
El camino hacia arriba y hacia abajo
Asomado al lago he visto dos caminos.
Uno comienza en mi habitación y crece,
se convierte en calle, árbol frondoso,
paseantes en Hyde Park, ciudad, país,
galaxia, que armónicamente se multiplican
dejando caer a su paso, como al desgaire,
lo que después llamaremos tiempo.
El otro comienza en ese algo sobre nosotros,
lúcido y visible cuando toma forma
de Osa, Gemelos y Cochero,
se empequeñece de pronto, se rinde,
se convierte en galaxia, país,
Charleville, mi habitación, este recuento.
Se encoge como el adulto al que agobia su poder
y se refugia en un caramelo.
No hace falta Heráclito para saber que los dos
caminos son uno y el mismo.
El camino hacia arriba y hacia abajo
es bastante menos que dios,
pero es mucho más de lo que necesito.
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Día de la creación
El día de la creación no pudo ser creado directamente.
Primero había que crear algo, cualquier cosa, que lo precediese.
Entonces fue creada —supongamos— la trompeta de jazz.
Que a su vez fue precedida por el músico.
Que a su vez fue precedido por su padre y su madre
jóvenes y juntos dentro de un Fiat 1930.
Que a su vez fue precedido por un camino.
Que a su vez fue precedido por un bosque.
Que a su vez fue precedido por lo que sea que lo precedía
—la tierra, el eje, la galaxia o las enanas blancas—.
La verdad es ésta: la creación sucede marcha atrás.
Así se comprende todo perfectamente.
Animal que sí existe
Sí lo he visto, ese animal todo fundamento,
erguido y desafiante lo he visto, oliendo
el mundo con la seguridad del que está en su coto.
No tiene una forma definida, simplemente
se le siente cuando se pisa su territorio.
Es ante todo un animal de fuerza y de soberbia,
como corresponde al que no teme,
no sigue a nadie, no tolera a nadie, está sólo para verse
a sí mismo y sólo a él obedecerse.
Sí, he visto al animal platónico, elemental y vivo.
Tenía los ojos de él, inquisitivos y burlones;
de ella era al menos la nariz (notable pero bella);
las pisadas eran fuertes de los dos y el resto
se repartía conforme los iba uno conociendo.
Desde que su propia fiereza los separó
están buscándose de nuevo él y ella.
Esa búsqueda es lo único que le queda a cada uno
del animal magnífico que formaban juntos.
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Europa
Ascendimos un par de olas,
recorrimos tres ciudades,
hicimos poetomancia
tú con Virgilio y yo con César Vallejo.
Hablamos de la luz y la luz
nos recompensó ahondándonos
suavemente la pupila en que nos mirábamos.
Medimos en la arena la extensión de nuestro deseo
y la encontramos sana y suficiente.
En ese momento, amor,
dejaste de pesarme sobre el lomo.
Perros de caza
En las puertas cerradas y en las salas de espera.
En las calles que conozco pero ya no recorro.
En las fotografías que hojeo según la densidad del aire.
En el mástil de la bandera equis sobre la plaza ye.
En la cita a ciegas y en la llave de tu cuarto.
En los cuerpos, sobre todo en los cuerpos.
No sé si me estoy despidiendo para un largo viaje
o si estoy haciendo ya el camino de regreso
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Contrarios que no se tocan
Yo estoy del lado de la niebla.
En primer lugar porque cae,
que es menos pretencioso que elevarse.
También porque hace magia de fiesta de niños:
pone el pañuelo, oculta las cosas un momento
y las deja luego como estaban.
Hace que los campos más comunes
se conviertan en bosques artúricos
y que se pueda escribir en la ventana con el dedo.
Es sencilla y no sirve para nada.
Se da cuenta y se marcha por sí misma.
Yo estoy del lado de la niebla
pero siempre han ganado los adoradores del humo.
Memoria
Me da igual dónde comience,pues volveré allí con el tiempo.
Proclo, Acerca del Parménides de Platón, I, 708.
La fe comienza y termina allí.
Para demostrar personalmente a los incrédulos
que aún estaba viva, la madre de las Musas
se asomó sobre el hombro de Primo Levi
y le dijo: “Dios no puede existir si existe Auschwitz”.
Ojalá pudiera no estar aquí cuando vuelva
a decirnos algo en persona.
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Visto en la noche
Levantarse a tientas, recorrer la casa buscando
cosas que no están aquí. Aquí el amanecer
es lento como si no fuera seguro. Recuerdo que allá
amanece de pronto, sin dar margen a la duda:
un plumazo y ya es de día.
Pero allá y aquí me pone en pie el mismo rumor del agua
cayendo en la fuente de un patio interior;
por la ventana entra un sol que no hiere y hay helechos
en las paredes. No es particularmente amplio
ni particularmente bello, diría que de hecho
es un patio que no tiene nada de especial.
Nunca he estado en ese patio
pero lo veo idéntico muchas noches, a salvo
de las cosas que sí existen.
Por eso me levanto con gusto.
Está protegido.
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Mi perro de los aeropuertos
Cuando todo estaba colocado y el coche
rodaba con su olor aquel de aceite amargo
a esa hora de la madrugada
de la que no puede resultar nada bueno.
El perro echaba a correr detrás de nosotros,
la lengua, los ojos brillantes, las patas finalmente
derrotadas quedaban por un rato entre el polvo
atrás y el mundo era grande e innecesario.
Era el perro de mi niñez, el que siempre
se me quedaba mirando desde la carretera.
No he dejado de verlo desde entonces
en los aeropuertos, los taxis, las estaciones,
su mirada preguntando siempre adónde voy,
para qué voy, a esa hora de la madrugada
en la que el mundo
sigue siendo grande e innecesario.
Una casa para Mr Guichard
anotación a Una casa para Mr Biswasde V. S. Naipaul.
Corro de nuevo el cierre de mi maleta.
Está viejo y avanza como una mala serpiente
cansada, apenas capaz de retener su presa.
Quizá la presa está cansada también
y por eso se deja atrapar tan estúpidamente.
Llevo demasiadas cosas. La próxima vez
serán menos. Obedeciendo a Montaigne,
me gustaría no llevarme a mí mismo.
Quedarme aquí, donde estuvieron clavadas
con alfileres mis fotografías, mis libros
apilados de cualquier manera.
Quedarme en el orden de lo transitorio, abierto,
impersonal, como se está en una habitación
de paredes limpias en las que sólo hay
una maleta. Nunca se está tan definitivamente
instalado como entonces. Nunca veo
con tanta claridad lo que soy:
un hombre que tiene una maleta.
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Y un traje
Un día metí los dedos en los guantes
y decidí que no volvería a hablar con nadie.
Comunicarme para comer y dormir, nada más
(¿cuánto pesa esto? ¿cuánto cuesta? muchas gracias)
Otro día metí las manos en los bolsillos
y aprendí a mirar sólo selectivamente:
sin cerrar los ojos desapareció la televisión,
el político y el perro que ladran a mi puerta cada noche.
Otro día me abotoné el abrigo hasta el cuello
(antes me dejé crecer una barba barricada)
y esa vez se trataba de no escuchar, como era de esperarse.
Desde entonces ya no me parece ésta la gente más gritona
del planeta ni lloran a coro los niños en los aviones.
Ahora estoy pensando en comprarme un gorro
que me cubra hasta los ojos, un gorro cabal
con el que completar mi traje
de extranjero sin ganas de regreso.
No necesariamente la mía
Primero camino por la casa
con babuchas pintas de tigre.
Abro las puertas y me asomo,
como alguna fruta y no limpio el cuchillo.
Hojeo los libros pero nunca los termino.
Luego caigo en un profundo cinismo.
Hago ruido para ver si te despiertas.
Vuelvo a la cama sin ganas de quedarme.
Pierdo el tiempo planeando el día siguiente.
Es inevitable después arrepentirse,
pensar que pude haber hecho algún esfuerzo,
dedicarme de veras a lo mío
y sobreponerme a mis costumbres.
Pero no. Pastillas y a la cama,
otra mañana con los ojos entumecidos.
Si supiera decir algo solemne quizá diría
que las cuatro etapas de mi insomnio
son como las edades de una vida,
no necesariamente la mía.
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Tránsito
No puedo decir cómo sucedió,
pero de pronto, con la risa
de la chicas catalanas,
la cara asustada del alemán,
el rostro tan serio de la dueña
y la estupidez de decir que yo era poeta
y el fuego, el café y la charla,
el hostal se convirtió en un hogar,
en un hogar muy alegre,
quizá porque se terminó en tres días.
A un dios desconocido (I)
Una pausa.
Entre la flecha y su blanco.
Entre dos animales para devorar.
Entre dos pozos en una tierra yerma.
Un comienzo
tras ver caer de nuevo la piedra ladera abajo,
tras despertar en un lugar desconocido.
Una conclusión,
como quien ve marcharse el último tren de vuelta,
como quien abandona un trabajo inútil,
como quien decide tomar la dirección contraria.
Dicho en palabras que conozco,
algo parecido a un abrazo.
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O tal vez sí
Esta encina no sabe cómo es.
Verá tal vez su sombra por las tardes
pero nunca ha visto su reflejo en el agua.
A menudo sueño con los cedros rodeados de agua
de mi niñez, inclinados como si mirasen alrededor
descubriendo otros árboles en el reflejo.
Creo que la encina que veo ahora es real,
pero en mi sueño me ronda una y otra vez
aquella frase extraña de Borges:
“una encina no es más real
que las formas de un sueño”.
Caligrafía
A veces pienso (pero el orgullo
me censura de inmediato)
que a mí lo que en verdad me gusta
es ver la tinta corriendo cuesta abajo,
cruzando de uno a otro cuaderno.
Ver cómo aparecen calles que sólo reconozco
si las miro desde la altura de un niño en triciclo,
sentir otra vez aquel aire en la camisa
que hace años perdió los puños y la vida,
sentarme en plazas a las que no sabría volver
leyendo por primera vez el mismo libro.
Cosas simples que no requieran literatura.
A veces pienso que eso es lo que quisiera:
ser un buen calígrafo que extiende las letras
como mapas por los que se puede caminar
con el paso alegre del que no ha extraviado su camino.
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Nuestra piedra
La nuestra no es ya una roca rotunda y heroica.
Nos ponemos de pie un día tras otro
y en nuestros zapatos hay una piedrecita
sencilla y directa que nos avisa
de la inutilidad de intentarlo. Una piedra
sin ascendencia ni aspiraciones, hecha
de pequeñas evidencias cotidianas
pero que sabe perfectamente
que tu nombre es Nadie y que tu destino
es rodar cuesta abajo con ella.
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Web
Pero amanezco frente a esta máquina
como tantos que no pueden dormir.
En otra época, sería hora de laudes.
Y luché contra el mar toda la noche,
diría Owen, buscando también aquí
mi porción de vértigo, y nada he hallado:
no son ninfas las niñas tristes
—Nabokov se habría indignado—
que fotografían los pederastas.
No son amazonas las mujeres de la guerra
que se han reunido en esa isla de Camboya
porque así lo diga una fotógrafa lesbiana.
Este mar se ha vuelto tan ancho
que ya nadie espera al otro lado.
Exorcizo te
anotación a un pasaje serio (que los tiene) de Poderes terrenales de Anthony Burguess.
Dormiré ahora,
mientras se mantienen en su número y su sitio
las cosas que me hacen ser yo.
En su sitio, como atraídas hacia su centro
por una fuerza poderosa, creciendo en su número
como atraídas hacia afuera, hacia otras que no son mías.
Así aprende el agua a no pasar del cuello.
Encuentra el instrumento el golpe para la música.
Coinciden de nuevo autor y título.
La llave gira en la cerradura correcta.
No entiendo la fuerza que destruye
otros sitios y números pero mantiene los míos.
Dormiré ahora porque no sé.
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House
Comprendo que a muchos no guste esta música.
Los muchachos están sudorosos, el humo y la luz además
son de mal gusto. Me gusta verlos desde la barandilla.
El aluminio frío en mi mano contrasta con sus rostros
relucientes. La música asciende, es un tambor muy primitivo;
de pronto, se vuelve idéntico al pulso, sube más y aturde.
Los latidos electrónicos al compás de la sangre humana
me han parecido siempre entre lo mejor de este pobre siglo.
No pude estar en Eleusis, pero debió de ser como esto.
El corazón delator de Allan Poe se habría puesto tan contento…
sobre todo porque al apagar la luz y limpiar las colillas
todos descreen de este poder
y bostezan felices como los apóstatas.
Amigos olvidados
Cuando el tiempo haya hecho sobre ti
lo único que sabe hacer, poner sobre los hombros
de los vivos el peso de los muertos;
cuando haya crecido y muerto el olivo secreto
que los hombres llevan dentro,
alimentado y halagado y feliz y harto del amor
y de la fe y de otros sucedáneos del tiempo,
entonces, ¿extrañarás tu cuerpo joven?
¿Le pondrás joyas que hoy no tiene
y cantos que hoy no lo emocionan?
¿Lo echarás de menos entonces,
como a veces se echa de menos a esos amigos
que traicionaron nuestra confianza, conociéndonos tanto?
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Naranja dulce
Como era un olor desconocido
había inventado mi propia forma de explicarlo:
ocurre que justo a esta hora
—despierto ya el día pero todavía en pantuflas—
exprimen cientos de madres diligentes el jugo de naranja
y luego la cáscara y la pulpa, abandonadas por otras labores,
espiran generosas el olor dulce y amargo inexplicable.
Esto ocurre porque las naranjas valencianas tienen justa fama,
porque la mañana necesita un olor fuerte y decidido,
y sobre todo porque yo de niño jugaba también cantando
la canción de la naranja dulce.
Pero una de las madres diligentes se queja hoy en el autobús
de qué irritante es el olor que viene del crematorio
y el aceite ese, dice, que no se sabe si es para ocultar olores peores.
Meto las manos en los bolsillos y camino
por una avenida amplia y solitaria, la misma
que recorrí al saber que los delfines libres no juegan a la pelota,
que mi caballo viejo no se había ido al monte,
que no hay ángeles salvadores en La Habana,
que mi primer libro no iba a leerlo nadie.
Las manos en los bolsillos, con menos esperanzas cada vez
de tocar el agua primera que mojó la vida.
Saturno y sus hijos
anotación (juvenil) a Saturno y la melancolía de Raymond Klibansky.
En Charleville hay un mercado, un molino y un río
que no se pierden los turistas cuando visitan
el pueblo del terrible niño.
Pero quien en verdad vive aquí
(y en Roma, Tel Aviv o Buenos Aires)
se llama Saturno.
¿Quién si no presidiría la medición de los campos,
estos mismos que se extienden amarillos
a un lado y otro del pueblo?
¿Quién vigilaría el viaje de los extranjeros
y la vuelta a casa del hijo perdido?
¿Quién el poder, el orgullo, la jactancia,
las cosas viejas, las balanzas y los cuadros de Goya?
Los poetas vienen aquí porque quieren aprender
de su bocado más exquisito.
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Jardín de hierro
En el jardín de hierro del Museo Rodin
nos detenemos ante la Puerta del Infierno
sólo para comprobar que los jilgueros,
saltando entre los cráneos y las llamas,
son felizmente inmunes al arte.
Si la puerta se abriera de pronto
volarían sin prisa y llegarían al Paraíso
antes que todos los doctores en teología,
y tú, cual pájaro que eres, junto con ellos.
Yo preferiría hacerle antes una visita
a los habitantes del Infierno para saber
si han logrado ser como los jilgueros.
Levante
Si yo fuera un dios compartiría con mis padres
un pan que no se acaba.
Bebería con mis amigos el vino de los que dicen la verdad
sólo a los que saben qué hacer con ella.
No me preocuparía por el bien
porque ése es problema de los hombres.
Apaciguaría mi divinidad comiendo frutos de la tierra.
Cae la noche. Vuelven barcos de placer que nada saben.
Pienso en Gil-Albert y en el temor del mar
y en el temor de las constelaciones.
Las cabrillas no están allí para arrullarnos
viéndolas saltar vallas de nube. Son un ejército.
Están esperando a que Pan regrese
(los poetas dicen, más o menos, que todo vuelve).
Y eso le quita el sueño a cualquiera.
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Libre de mí
De pronto, en mitad de esta calle y no de otra,
detenerme. Es todo en lo que creo.
Mi cuerpo estaría ahora diez metros adelante
pero esos metros ahora son míos, ahora sí
son reales. La gente pasa a toda prisa
y no es real, avanza sobre metros que he sacado
de sí mismos y los miro. Respiro,
yo mismo más diez metros.
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Otro lado
Abrí la puerta de nuevo.
Al otro lado estaba lo que me espera
cada noche. La marioneta
de Quevedo a la que enseño
a dar largos paseos ciegos.
La foto en la que Alfonso Reyes
hace saltar sobre el bastón a su perro.
El reloj de Praga, las hojas desordenadas,
el poema en forma de pájaro,
la guía del peregrino, el retrato del Gonzalo.
El libro vacío que bien visto es
como dos quevedos cuadrados.
La foto del poeta leyendo, aferrado
a sus papeles como si ellos pudieran llevarlo
al otro lado, la he bautizado como
“balsa de Ulises sin fondo”.
Esta puerta es a veces
el camino hacia arriba y hacia abajo.
Bazar de antigüedades
Cartas, fotografías, regalos, juguetes
sin persona, convertidos sólo
en tiempo puesto a secar
sin humedad de vivo, sin voz
si no es gramófono y si es
de cualquier manera no hay persona
sólo sol y el vendedor bebiendo
cerveza y calculando cuánto
podrá valer la botella
cuando no tenga persona.
Alivio de escapar con mi ración
de humedad intacta.
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Matutino
Num dia excessivamente nítido…
Alberto Caeiro, O Guardador de Rebanhos, XLVII.
Aunque ya se sabe que nunca se vuelve
qué placer los dedos sobre la misma taza,
el libro que la memoria ya no necesita, abierto
hacia la misma plaza de todas las mañanas
y que todo lo nuevo pase de largo.
Resistirse otra vez al impulso
y ver alejarse entre la luz de un día
excesivamente claro
la línea que de una vez, ahora sí,
contenía en once sílabas el enigma
completamente descifrado.
Mar rico en peces
Ante la orilla inmóvil
trabar la madera, tensar las cuerdas,
medir los ángulos sin plomada ni regla,
tener la Osa siempre a la izquierda,
son las cosas sencillas que sabe Ulises.
La materia es el único camino
para encontrar la salida de esta isla
a través del mar rico en peces.
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Juego de niños
Doblando este periódico
construiremos el Arca.
La pondremos en el río adecuado
y el agua se llevará el día de hoy
y a nosotros dos con él
hacia la más perfecta claridad.
A un dios desconocido (II)
Quizá lo había visto antes.
En las palabras mariposas que mi amigo Joshi
sabe sacar del sánscrito;
en las capillas de Oxford y en las capillas de Cholula;
en Prometeo, Hércules y los Reyes Magos;
en El libro de horas de Rilke
y en los Nacimientos de Carlos Pellicer;
en Plotino, en el Saturno de Goya y en los Evangelios.
Lo había visto en Sintra, donde los muros y la maleza
dicen algo más acerca del vértigo.
Lo había visto en México, en un velatorio
que tenía una máquina de coca-cola en cada esquina.
Pensé que era el resultado de una subida en círculo
o de no poder transformar la angustia en cosas.
Ayer pasó lentamente por en medio de mi casa
una fila de hormigas. Me senté a contemplarlas.
Con la decisión que es forma refinada de la tristeza
hacían subir su carga por paredes y cornisas.
Al final de la fila venían las hormigas rojas
con un bulto verde sobre ellas.
Recordé que Blake juraba haber visto de niño
el cortejo fúnebre de un hada.
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Camino atrás
Nous sommes tes Grands-Parents,Les Grands!
Rimbaud, “Comédie de la soif”.
Tenemos antepasados sólo si queremos.
Yo no sé quién soy más allá
de mis abuelos y tengo constancia
de que tampoco lo sabría si de pronto
aparecieran todos aquí y dijeran en coro de ópera:
mira lo que hemos sido.
Yo he cosido la camisa que tú usas.
Yo he puesto los muros de tu casa.
Yo he afinado tu vista y tu olfato.
Hemos visto morir para que vivas.
Hemos caminado para que tú te tiendas
a esperar absurdamente la lluvia.
Por eso a mis antepasados
sólo les debo las cosas que habitan el día de hoy.
Seré materia
...la bibliothèque était le point de réunion d’une secte pythagorienne...
Jacques Roubaud, La bibliothèque de Warburg.
La biblioteca tiene cuatro plantas:
Palabra, Imagen, Acción y Fundamento.
Ordenados los libros del banquero
como un ejército dispuesto en círculo
su general es el olivo plantado en el patio.
Los libros saben que los persas nunca ganan.
Los libros saben cómo se construye la balsa de Ulises.
Los libros saben cuál es el camino hacia arriba y hacia abajo.
Por eso los libros tienen un escudo.
Por eso los libros se apiadan de sus dueños muertos.
De pronto recuerdo a Simónides:
“Soy un muerto, y un muerto es mierda, y la mierda es tierra
y si soy tierra, entonces no soy un muerto: soy una divinidad”.
Todos los dueños están muertos.
Son vanidad sus nombres en las portadas.
Ayer leí que dijo un poeta a sus amigos:
“Seré ese vaso de agua que estoy bebiendo.
Seré materia”.
No me conmueve la materia, aunque sé
que a través de ella puede haber una salida,
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L u i s a r t u r o G u i c h a r d
ni el agua, lo que más brilla sobre la tierra,
sino este “seré”, escrito por Quevedo
hace quinientos años
y que no tiene peso ni medida.
Todos tenemos un gallo para Asclepio,
ya curados de la vida.
Y el estante a mi lado es todo Metamorfosis.
Antes de entrar en esta biblioteca,
yo no sabía que soy pagano.
* Las palabras de Octavio Paz en “Seré materia” provienen del capítulo final de La sabiduría sin promesa de Christopher Domínguez Michael; el resto del poema (y quizá el libro en su conjunto) se refiere a la biblioteca de Aby Warburg en Woburn Square, Londres, y en particular a Mnemosyne, el Atlas de la Memoria.
Versión aérea
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Realidad y márgenes
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A mano alzada
La mano siempre escribía
como si la pluma fuera
un botín o un esclavo,
castigando la tinta
y el papel, sin dar respiro.
Sentía respeto por los pies,
sus obreros en lucha,
sus porteadores fieles.
Pero llegó el día de claudicar:
el pasado también claudica,
se cansa, se dedica a otra cosa,
¿por qué no la mano?
Y la mano se alzó
sólo porque la altura
le pareció más hospitalaria,
como los pisos superiores
de los hoteles,
y porque al fin y al cabo
—se decía—
tras todos estos años
de vivir a ras de suelo
tenía derecho a un poco de aire,
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pájaros, flores en la ventana,
buenos días de sol, esas cosas.
Descubrió los trazos finos
y las distancias cortas,
los bocetos y los pasteles,
se puso a leer
a Juan Ramón Jiménez.
Sigue así la mano,
pero los pies,
que han sufrido mucho mundo,
se han vuelto
más desconfiados y taciturnos.
Saben que la mano bajará
a atar unos cordones,
a recoger su pluma
si un día se le resbala,
y ellos estarán esperándola
para mostrarle
el verdadero significado
de apretarse todos los días
contra la superficie,
el difícil oficio horizontal
del que no conoce alturas.
País sin trenes
Nací en un país sin trenes.
Para mí eso de las ruedas
calentando los rieles,
el vapor enjundioso
a través de las montañas,
silbatos y gorro azul a la salida,
no era más que exotismo
de los libros europeos.
Quizá por eso no aprendí nunca
a medir las curvas y la tierra:
todas mis distancias son
rectas distancias de aire.
En mi país apenas hay peatones
(todo se resuelve con motores y sirenas)
así que siempre tuve desconfianza
de quienes quieren lucir
pies bien plantados en la tierra.
Después me hice aficionado a los caballos
que, como todo el mundo sabe,
son la forma intermedia del aire,
sin alas pero con los pies lejos del suelo.
Al final vine a descubrir los aeroplanos,
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lo más cercano a una patria
para quienes nunca pudimos
apreciar la tierra.
Gracias a ellos aprendí a mirar
los trenes, las sirenas, los caballos
con el mismo asombro
con el que un mono
mira los aeroplanos.
Ahora viajo en tren lo más posible
para intentar recuperar todas las tierras
que he perdido en patrias de aire.
También nací en un país sin barcos,
pero esa es otra historia.
Mascota mineral
Esto sí que sería de agradecer,
que al levantarnos por la mañana
e ir a ponernos los zapatos
hubiera dentro una piedra rotunda,
lista para avisarnos de una vez
de la inutilidad de intentarlo.
Sería una buena forma de empezar el día,
no sólo porque ya claudicados los planes
no nos quedaría más remedio
que vivir de verdad, sino porque la piedra,
con el trato cotidiano, se convertiría
en una buena compañera.
Si su prestigio cultural es escaso,
ese es problema de la cultura,
que inventó la piedra de Polifemo,
lapidó a innumerables héroes bíblicos
y mató a montones en las minas.
Aunque la piedra también ha tenido sus palinodias,
como el Canto a un dios mineral
y la Algarabía inorgánica.
La piedra en el zapato,
tal como la veo yo ahora,
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sería una buena mascota:
la mascota mineral,
sin duda superior a la electrónica
y más apta para la filosofía,
que es lo único que puede hacerse
si los zapatos están inutilizados.
La piedra estaría ahí desde la mañana,
sin tener que esperar a que el jefe,
los vecinos, el tráfico o los gobiernos
contribuyan a crearla a lo largo del día.
En otras palabras,
se trata de una piedra cabal, de confianza,
que no requiere la evidencia
de pequeños fracasos acumulados
para rodar cuesta abajo con nosotros.
Un libro italiano
Podría escribir un libro italiano.
Pondría en él ese jardín de Rávena
donde me senté a descansar
por primera vez en treinta años;
la esquina de Venecia
que se llama Calle de la vida
que desemboca en un canal
y no tiene nada que ver
—suene como suene—
ni con las calles ni con la vida;
el hotel de Roma
en el que estoy seguro
de haber visto a Alejandro Rossi
de nuevo niño.
Tendría que hablar también
de los tiempos,
no sólo de lugares.
Mencionar la tumba de Keats
y las bicicletas de Alberti,
las callejuelas de Propercio
y la jaula de Pound,
mostrar, qué sé yo,
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un ángulo ignorado,
un descubrimiento personalísimo,
aprovechar mi ventaja clasicista.
Pero sucede que en Italia
nunca he sido nada más
que un turista feliz,
con la cara entontecida de asombro,
que come helados
e incluso toma fotografías.
Un turista que no ha pensado,
no ha escrito, no ha pretendido
ninguna razón oculta para la alegría.
Y los turistas felices
no escriben libros.
El engranaje
Todos los edificios tienen un engranaje.
Antes de dormir hay que limpiarlo
con aceite suave de colores,
retirar algunas imágenes
y sonidos atrofiados,
cambiarlos por otros recién sacados
de los Sueños de Kurosawa.
El engranaje marcha siempre
un poco peor que antes,
pero el uso lo va moldeando
como a un par de buenas pantuflas.
No se muestra
antes de cumplir los treinta,
cuando comprueba que eres capaz
de cuidar su maquinaria
con cierta atención y sin alardes.
Cuando toma confianza
comienza a depender de ti,
te hace confesiones
cada vez mayores.
Te muestra sus grietas,
sus pequeñas repúblicas afiladas
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y a veces, en un relámpago,
incluso te da un atisbo del derrumbe.
Los edificios públicos,
sobre todo los palacios
y las cárceles, a fuerza de fricción
tienen un engranaje
más sólido y egoísta,
al que ya no le gustan
los aceites ni las películas.
A la primera oportunidad
te darán la espalda
y te dejarán solo,
de frente a tu propio engranaje.
La silla del poeta
La silla del poeta está ocupada
en casi todas partes.
Su dueño se revuelve
inquieto sobre ella
ante mi pésima costumbre
de mostrar credenciales
de irremediable extranjería.
La silla del poeta está siempre
a la luz, para que todos la vean,
armada con un micrófono
para que el poeta confiese
lo cohibido que se siente
de hablar a diario en público.
Cuando nadie lo ve, el poeta
se pone de pie en su silla
y salta para alcanzar el cielo,
disfrutando el vértigo
y la firmeza de las cuatro patas,
mientras recita algo clásico, del tipo
“¡Pararrayos de dios, poetas!”.
Tras tantos sitios y tantas sillas,
tuve que aprender a contentarme
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con la escalera del poeta,
esa que no le interesa a nadie,
que no tiene micrófono
y está siempre apoyada
contra una pared blanca.
Con la cara hacia la pared escribo,
dudando siempre entre la altura,
que apenas sirve para tentarte
con algún salto hacia el cielo,
y las dos patas de la escalera
inseguras en la tierra.
Últimamente me ronda
la idea más humilde
de intentar hacerme
con la ventana del poeta
y dejar que la silla y la escalera
se vayan de una vez
a ese fuego que brilla,
muy distante, en los atardeceres.
Ruido
No me molesta el ruido de la calle.
Entiendo que no está hecha
para el silencio. Los pasos,
los pregones, los motores
son animales de la calle, viven
con ella en simbiosis alegre.
La ciudad saca a pasear sus mascotas
sonoras como quien saca al perro.
Pero a veces, en un descuido,
el violinista deja abierta una ventana
y se le cae la música,
música noble que no tiene
experiencia de banquetas.
En la calle es como un animal silvestre,
de esos que no saben comer
en basureros, perdido de su clan,
vagando entre enemigos.
La música es aire de interiores,
privilegio de las salas de concierto,
lujo de unos pocos dedos;
si nos hemos acostumbrado
a su presencia diaria,
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es sólo por los discos y la radio.
La calle la expone a un aire
que no es el suyo, la doblega,
la vuelve ruido blanco.
Una vez que se queda atrapada
en el bullicio, extranjera y sin oído,
no puede volver a su instrumento.
Su caída lleva todo el peso
de un prodigio, otro más, desperdiciado.
La mano de Borges
La mano de Borges posada
sobre una inscripción japonesa.
Proviene de un libro, Atlas,
en el que se alternan fotografías y textos.
Un bello libro de despedida
y de recuperación, escrito
dos años antes de su muerte.
Mapa de sus sitios favoritos,
de Epidauro a Ginebra,
y de sus tiempos,
que para él eran lo mismo,
de las sagas escandinavas
a las guerras civiles argentinas,
un viaje dentro y fuera de Borges,
ese país en el que hemos crecido todos.
Dice en el prólogo
(nadie ha escrito prólogos como los suyos):
“No consta de una serie de textos
ilustrados por fotografías
o de una serie de fotografías
explicadas por un epígrafe.
Cada título abarca una unidad”.
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En mi libreta, con suerte, ocurra lo primero;
a lo segundo ya no aspiro.
Hace tiempo que la unidad
está fuera de mi alcance
en casi todas sus formas,
y en ésta, seguro. Las palabras
no explican imágenes ni les dan sentido.
En esto tenía razón Caeiro:
“Las cosas no tienen sentido,
tienen existencia.
Las cosas son el único sentido
oculto de las cosas”.
Ni siquiera siendo Borges
se les saca más sentido.
Siendo Caeiro tampoco
se les da más existencia.
De por medio está el acto de mirar,
que es lo que confiere al librito
esa trabajada tristeza. A estas alturas,
sabemos bien, Borges no miraba.
Como decía él mismo, sólo recordaba.
En esta foto, la última del libro,
al mirar se añade el tocar; unos caracteres,
además, que no se entienden.
Borges se despide de todo y vuelve a todo
sin describir nada,
cosa que pertenece al acto de mirar
más que al de recordar.
En este libro, el buen texto
es el más fiel a la fotografía del otro lado
de la página, el que nos hace volver a ella.
Borges jugando al gato y al ratón
entre una página y la otra.
¿Acaso hizo otra cosa en su vida?
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Libros blancos
Los libros blancos envejecen mal,
se ensucian sólo con tocarlos.
En Las mil y una noches
hay un cuento
sobre una biblioteca impoluta
de libros blancos,
tan blancos que no tenían
siquiera título en el lomo,
el sueño de uno de tantos
sultanes enloquecidos.
Todos los sultanes de esos cuentos
buscaban la inmortalidad
en formas estrambóticas,
pero ninguno fue tan lejos.
Los libros eran todos iguales,
no se abrían, no se movían,
se acumulaban sin orden,
nadie sabía lo que ocultaban.
Con el tiempo se corrió el rumor
de que los libros estaban en blanco
también por dentro
y de que el sultán había logrado
la biblioteca perfecta,
la que cada uno podía llenar
con la materia de sus alucinaciones,
la única biblioteca que no envejece.
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Simetría
En un espacio no mayor que éste
escribo, busco el momento
en el que el aire muestra
la medida exacta de las cosas.
El cuarto permite sólo unos pasos
que repito en una dirección y en otra
como quien busca confirmar
el tamaño de su cuerpo.
Visto fríamente, en mi cuarto
no hay más que un poco de madera
(mesa, libros, suelo y lápices)
y un poco de aire.
Medir el aire quizá sea el secreto,
hacer que se acomode a los recuerdos
o que en un descuido nos asome
un retazo de la vida que vendrá.
El cuarto guarda una cierta simetría
con las calles y, más allá de la ciudad,
se iguala sobre todo con los árboles,
madera viva rodeada de aire vivo.
Ir del cuarto al bosque
quizá sea el secreto,
dar a cada uno lo que es suyo
y, si hace falta, saltarse la frontera
que los separa y hacer del cuarto un bosque.
Se hace entonces más grande el aire
del estudio y hay que recorrerlo
con la urgencia y la atención del extraviado,
medirlo como si de ello dependiera
encontrar la única salida.
No saber si se está perdido
en el bosque más oscuro
o sentado, escribiendo en esta mesa,
buscar por encima el aire que no sabe
de cuartos y extravíos,
quizá ése sea el secreto.
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Ventanas
Las ventanas tienen un manual,
pero no de arquitectura.
Las formas de las casas,
los surcos del cableado
que las cruzan como arrugas
más o menos merecidas,
la ropa plantada como bandera
de repúblicas que desaparecen
cuando se pone el sol.
Con ellas se podría enseñar
historia a los incrédulos
y anatomía a los que no podemos
ver la sangre. Las ventanas
tensas al fondo de los balcones
son también atletas listos
para saltar al silbatazo.
Con ellas hacemos deporte
los que nacimos para estar inmóviles.
También está la vida de las plantas
y las moscas que contemplan
arrobadas su reflejo.
Con ellas podríamos explicar
los mitos griegos y la Venus del espejo.
Pero el punto fuerte de las ventanas
sin duda son las matemáticas.
Asomado a la ventana, el viajero
calcula cuántas vidas se ha perdido
por estar viviendo justo ésta,
fiel al límite vertical de los cristales.
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La camisa
Para conocer de verdad la vida,
la camisa se puso del revés,
salió a la calle con etiquetas
y costuras al aire, como un molusco
que por única vez visita la tierra.
Al verla pasar unos dijeron
“es Diógenes buscando al hombre”,
otros, “es Heráclito camino del estiércol”,
el más piadoso incluso citó aquello
de “el que esté libre de remiendos…”,
pero la mayoría pensó que aquello era
nada más una camisa puesta del revés
y siguió su camino.
Los niños la miraban
sin que pudiera saber realmente
qué estaban pensando.
La camisa entró al baño en un café
y se dio la vuelta. Afuera
exprimían el jugo como cada mañana
y los periódicos tenían en la portada
la matanza que tocara.
Al ponerse ella del revés la vida
no había cambiado, nadie se acordaba.
Desde su experiencia la camisa
se ha vuelto un tanto nihilista
y a menudo se pregunta
si no conocía ya la vida
sin necesidad de verse las costuras.
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Retrato aéreo
Foto en blanco y negro de un hombre
que hace saltar sobre el bastón a un perro.
Suponemos que es su perro
y quizá le restamos mérito,
porque es más difícil hacer saltar
a un perro callejero,
a ese con el que no se tiene la complicidad
del alimento y los muebles rasguñados.
En esos días seguramente no existía el alimento,
la cosa enlatada, sino sobras y huesos
aun para los más finos canes.
En esa época probablemente no había
tampoco mucha comida ni muchas sobras.
Podemos suponer que el señor está parado
sobre Europa en los años treinta o cuarenta
del siglo del cuchillo afilado
o quizá está en América,
el sombrero no ayuda a definirlo
(y en todo caso, eso atañe a la dieta del perro).
Volviendo al señor, salta a la vista
que es paciente y que tiene sentido del humor:
un colérico no acepta las innumerables pruebas
para al fin lograr un único, breve salto,
y a un melancólico le parecen inútiles
el salto, el perro y el hombre que los observa.
Necesitamos, pues, un señor bonachón
y sobre todo con mucho tiempo libre.
El señor, por lo tanto, es relativamente rico
(lo cual resuelve la duda sobre la dieta del perro).
Parece joven, más bien en la franja del “joven aún”,
si es que esa sombra es un bigote oscuro.
Pero lleva un bastón. Quizá tiene alguna dolencia
o todavía ve en él un signo de estatus
o quizá lo lleva sólo para jugar con el perro,
que es, entonces, definitivamente suyo.
¿Y la cámara que toma la foto?
Tomar el bastón al salir de casa
y armarse a la vez de cámara (y fotógrafo)
indica no sólo buen carácter:
a este señor le gusta que lo veamos
ejercitando su paciencia y logrando
un elegante resultado, ese momento
en que al chasquido de los dedos
el animal accede a mostrar su fuerza posible,
su gracia elevada sobre el suelo
y la sombra que tan bien se alía
con la sombra de su dueño.
Todo eso puede ser o no.
El pie de foto sólo dice
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que este señor es Alfonso Reyes,
escribió más de cien libros,
nació hace doce décadas y murió hace cinco.
No dice cómo se llamaba el perro.
Mecánica vegetal
El árbol debe de tener un teorema
con el que calcula
cómo bombear la savia
arriba en verano, abajo en invierno.
Uno se imagina al árbol preparándose
para iniciar la migración,
la urgencia del repliegue hacia las raíces,
el alivio de la vuelta a las alturas.
Todo el mundo piensa
que los árboles no tienen prisa,
que son la materia inmóvil personificada,
pero la verdad es que crecen,
como los niños recién nacidos,
a fuerza de viajes internos
cada vez más largos.
El árbol se mueve más que nadie
pero no pierde el tiempo
cambiando de lugar,
tiene entre sus anillos
todos los caminos del mundo.
Por eso es que el peor destino para un árbol
es que lo conviertan en barco
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y lo lancen a puertos que no necesita
y el mejor que lo usen para un columpio,
que es como él, todo el movimiento
fijo en el mismo punto.
El árbol debe de tener un teorema
que realmente demuestra
la inmortalidad del alma.
Calzada de los misterios
Qué misterio es una calle,
esa línea no muy recta
que comienza en una calle
y termina en otra calle,
pero nunca es igual a la anterior.
Qué difícil definirla
en su humilde uso,
tan difícil como definir
una gota de agua
cuyo uso es perderse
entre las otras.
Las calles pueden perderse
en los planos y encontrarse
a fuerza de suerte y homonimia,
pero rara vez se ganan,
pocos dicen “hoy atrapé
una calle nueva, mírala”.
Sólo coleccionan calles
los muy desesperados,
los completamente silenciosos,
los curtidos en la pérdida
de puentes y bahías.
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Guardan sus calles
como una oración,
como un santo y seña
con el que ser recibidos
en la holgura maternal
de las calzadas.
Capitales
Las ciudades cerradas los domingos
me trastornan. Tal vez pueda reducirse
a que soy un extranjero consumista,
retoño del capitalismo más salvaje.
Quizá soy un poeta de provincia
que se acostumbró a vivir en ciudades
demasiado grandes para su destino
o que tanto leer a Calímaco y Horacio
acabó por ponerme del lado de la grey.
Estos viejos que pasean los domingos
frente a las vitrinas cerradas,
oyendo el fútbol en la radio,
son mi idea más pulida de tristeza.
Necesito tiendas abiertas
en las que el capital circule
como en las grandes capitales,
perderme entre la masa que mira
la ropa y los sombreros de las tiendas
pero no me mira a mí.
Necesito la luz de los fanales
y el zumbido de los trenes
más allá de media noche.
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Necesito el préstamo y la usura
para no terminar en una jaula
clamando contra ellos,
porque yo también he de intentar
escribir el paraíso
y eso no se puede hacer en silencio.
Poética de aire
Literal y con una sola cosa
que ya no tiene remedio.
“De aire. Perteneciente o relativo.
Sutil, vaporoso, ligero.
Inmaterial, fantástico, sin fundamento.
Ser vivo que vive en contacto
directo con el aire”.
“Traducción. Acción y efecto de traducir.
Modo que tiene cada uno
de referir un mismo suceso.
Cada una de las formas que adopta
una historia, el texto de una obra
o la interpretación de un tema”.
“Operación para cambiar la postura del feto
que se presenta mal para el parto”.
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La frontera
Recién estrenado el pasaporte
queríamos cruzar la frontera a toda costa.
Imposible pensar en Guatemala
aunque todos fuéramos devotos de Cardoza.
Conseguimos un coche y nos fuimos
cantando canciones de Springsteen
a buscar al mejor poeta de Belice
—tenía que haber poetas en Belice—
y a escuchar el trópico en inglés.
Paramos en una gasolinería
y preguntamos dónde estaban los poetas,
todos se rieron de nosotros
pero nos invitaron las cervezas,
terminamos con el pasaporte boca abajo,
cantando Dancing in the dark.
Estábamos tan lejos de nosotros
por primera vez, asomados
a una vida que podría ser la nuestra.
Vimos los mismos árboles
con nombres estrambóticos,
las pirámides cambiadas en ziggurats,
entendimos que nadie se baña dos veces
en el mismo river una vez cruza la frontera.
¿Qué más se puede hacer cuando tienes veinte
y las cosas salen así de bien?
A menudo pienso si hoy es el día
en que por fin conoceré al mejor poeta de Belice
y si podré agradecerle lo suficiente
que exista su frontera.
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Objetos a la intemperie
Un mono de verdad
sentado sobre una roca,
pero con corona.
El grado cero de la mitología,
como supongo que lo imaginan
muchos hindúes.
Tiene un aspecto de mono de feria
que lo acerca al creyente más humilde.
Quizá si a mí me hubieran dicho de pequeño
que dios era un monito de feria,
hubiera creído en él;
a lo mejor, de todas maneras, no.
Ya sé que hay representaciones
más complejas del dios mono,
pero a mí me ha gustado siempre ésta.
Lo vi en un libro que acumulaba polvo
en una librería de viejo holandesa.
El libro trae también la foto del mendigo
que aparece en El mono gramático.
Sí, compré el libro por nostalgia
de la primera vez que leí el Mono
y también porque se acerca a la imagen
de Hanuman aporreando la máquina
en la Tierra roja de Chandra.
Me reconfortó pensar
que el camino de Yalta
también pasaba por esa librería
del Spui de Amsterdam
y que mi costumbre
de acumular en mi casa objetos
salvados de las bodegas
o la intemperie
quizá me reportara al menos
este consuelo:
ver monos de verdad
sentados sobre una roca,
pero con corona.
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El espejo
El único objeto salvado
a todas mis mudanzas
son estos lentes.
Quizá es sólo porque están
tan cerca de mi rostro
y se escapan por eso
a la tentación del cambio.
¿A quién se le ocurriría
dejar atrás un brazo o una pierna
cuando se va de un país a otro?
Quizá llevar los mismos lentes
me garantiza cierta linealidad
que tanto echo de menos,
algo que no se puede
pedir al pobre cuerpo.
Los lentes son entonces
el punto desde el que veo
no lo que tengo enfrente,
sino lo que he dejado atrás,
tienen esa cualidad cóncava
de estar aquí
y esa manía convexa
de quedarse donde estaban.
Un cristal que puede
ser también espejo
es la mejor respuesta
cuando uno cede y se pregunta
si de verdad ha pasado el tiempo.
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Tacto
La madera falsa que hay en la casa
me tiene preocupado.
No es que quiera volver
—ya sé que no se vuelve—
a tiempos auténticos
—ya sé que no existieron—
pero me inquieta no poner la mano
en una superficie que declare
un origen cierto.
Tocar la madera falsa
es como perder el hilo
de una conversación,
como olvidar el nombre
de un amigo lejano.
Es un blanco entre dos orillas,
un paréntesis, el lapso
que estamos fuera sin saberlo,
ese relámpago
en el que ocurren cosas
que después ya no tendrán remedio.
La madera falsa suplanta
sin gloria, con la tristeza
del que se cuela a una fiesta.
No tiene la nobleza
de la cerámica barata
ni del duplicado bien hecho:
su sordidez se ve de lejos.
La madera falsa que hay en la casa
me tiene preocupado.
No se puede vivir en paz
con quien está viviendo
la vida de otro.
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La luna de estío
No sé cómo vino a dar la tarjeta
a casa desde ese restaurante japonés
que ya no existe.
Su dueño habrá hecho de nuevo las maletas,
cansado de que nadie le diera
los buenos días en su lengua
o de que le preguntaran una y otra vez
los ingredientes de los platos.
O tal vez sufriera un ataque
de nostalgia inversa y no soportara
seguir sirviendo platos fuera de lugar
—como él mismo— y se dedicara
a cosas propias de este lugar.
Quizá llegó porque es bonita y no se entiende,
las dos razones mejores para contemplar algo.
Quizá la traje yo en aquellos días
en que leía Recordando el pasado
en el acantilado rojo
con un entusiasmo que no llegaba
a intentar aprender japonés.
Mis ojos carentes de kanji ven en la tarjeta
una luna, un mar, una casa y un aparato
cruza de avión y pez que la sobrevuela.
La luna aparece en casi todos
los haikús: “Cristalina cascada /
luces en las olas sin mancha / la luna de estío”.
Luego está eso que supongo es un kanji
que se parece a una casa, pero que tal vez
es sólo una casa estilizada
para que parezca kanji.
Una cabaña junto al mar o un lago,
con su respectivo sabio dentro,
también es parte de nuestro ideario japonés
(y el dueño del restaurante lo sabía).
Quizá al momento de diseñar la tarjeta
tenía al lado a un adolescente mestizo
(eso explicaría que el japonés esté aquí
haciendo su tarjeta) y éste le haya dicho:
“Mira, vamos a poner una cabaña
que parezca kanji, una luna de estío
y un reflejo azul, entre mar y lago;
al final algo aéreo, pero cercano al agua,
un avión que parezca parte del kanji-casa.
Y colores de los que dicen los publicistas
que animan el hambre”.
El japonés habrá suspirado,
preguntándose qué lugar sería ése.
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Oficio de aire
Qué oficio el despertar.
Hay que mirar bien el cuarto,
descubrir la orientación de la cama
para ver en qué país estamos.
Luego hay que asomarse
a la densidad del aire.
Hay países con aire fino
que de inmediato te reconocen,
aire acostumbrado a la pintura,
debe ser, como el de Holanda.
Hay países con aire atónito
y países con aire descreído,
aire ya ocupado por los pájaros
y amplio aire disponible.
La densidad es importante
porque para despertarse
hay que tirar con toda la fuerza
que se pueda de ese saco
que dejamos al lado de la cama.
Si no lo alcanzamos rápido,
si lo abrimos en falso,
ese día estará perdido,
vagaremos por él sin aliento.
Allí está nuestro propio aire
para que lo injertemos
con cuidado jardinero
en el aire del cuarto.
Una operación que nos exige
oficio y mano izquierda,
porque convencer al aire
de que siga en su lugar
es tan complicado
como hablar con las plantas.
Cuando el aire ajeno se siente
cómodo en los pulmones
y saluda al horizonte con bostezos
entonces ya podemos caminar,
aunque elegir el rumbo sea otro oficio.
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Relevo natural
Llegan los pájaros
cuando se van los vagabundos.
Agradezco a diario
el tácito acuerdo
de estas dos especies,
primos tal vez
que se han alejado hace tiempo.
Los pájaros ocupan
el edificio de enfrente
con la misma naturalidad
que los vagabundos el jardín
y se preparan para dormir
peleándose de vez en cuando
la mejor cornisa.
Los hombres agarran su guitarra
y lo poco que les queda
en la botella, su carraspeo
y sus perros —siempre tienen—,
se van cuando se ven superados
por la algarabía alada.
Ni a unos ni a otros les importa
que yo esté aquí arriba pensando
en que todas las cosas que no vuelan
tienen su versión aérea.
Cuando los pájaros se callen
entonces saldré yo
y miraré la noche,
la versión aérea de todo
lo que está escrito en la tierra.
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Lección de viento
Recogimos los libros,
ordenamos un poco los papeles,
atamos las cajas con el detenimiento
con el que se envuelve un regalo.
Tratamos de dejarlo todo
tan limpio como debería
encontrarlo el diluvio.
Miramos por la ventana
el tiempo justo para recordarlo
pero no tanto
como para querer quedarnos.
Afuera parecía estar el mismo día
de la llegada, poniendo el mismo
periódico a la puerta.
Algunas calles habían cambiado
de nombre en este tiempo
pero el aire soplaba idéntico.
Este viaje tenía que llegar
un día raso, sin más, sin nada
que lo distinguiera.
Los viajes sin regreso
también ocurren en días de a pie.
Si se nos preguntara
qué ha sucedido en estos años,
para qué ha servido
subir esta escalera a diario,
tal vez no sabríamos responder.
Podríamos decir tal vez
que nos ha rozado
una ráfaga de viento
nada más,
pero tampoco nada menos.
116
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
117
La otra mano
La otra mano insiste
en que los libros no se escriben.
De nada vale sentarse
disciplinadamente
como los músicos
a sacar de las emociones
un orden y una armonía.
De nada vale poner a la luz
el paso de la luz,
dice la otra mano:
es el zapapico lo que cuenta,
el cincel cuando menos,
alimentar el fuego
en las bodegas,
descender lo más posible,
quedarse en el viaje,
poner la música tan fuerte
que revienten los oídos.
Los poemas se abrirán paso,
dice la otra mano,
con toda la contundencia de los mitos.
Pero esta mano
que ha leído a Mircea Eliade
y a todos sus discípulos
mira los mitos de reojo
y prefiere jugar a las cartas
apostando todo lo ganado
por la otra mano
en años de durísimo trabajo.
Un espaciono mayorque el círculoque por la tarde en el cielotraza el halcón.Un murocortado ásperamente, gangrenadopor el moho rojizo.Un golpe de campanaque sobre el agua resplandecientetrae el humode los olivos.Fuegoalimentado con trigoy hojas húmedas,atravesado por vocesque no conoces.
Peter Huchel, Bajo la Constelación de Hércules.
Realidad y márgenes
125
I
Decir la lluvia cuando la lluvia
se resquebraja
contra los acantilados
y ya no es la misma.
Ver la lluvia cuando la lluvia
pone su espejo
entre los ojos y las manos
y las manos o los ojos
son lluvia sobre un espejo.
Cantar la lluvia seguros
de que nadie escuchará
lluvia bajo otra y otra
lluvia entre los farallones
hasta la más profunda sima.
Fermentar y en el fermento
se escucha la lluvia creciendo
fermento y luego nada.
Otra vez luna.
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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
127
II
Cuando duermo los omnipotentes
salen de la sombra que han creado
y cortan mi párpado derecho.
Otean, se esfuerzan, se llevan
el odio, el disfraz, el vacío
que el día pudo dejarme.
Cuando duermo los omnipotentes
salen de la luz que han creado
y cortan mi párpado izquierdo.
Otean, se esfuerzan, se llevan
la silueta de mujer, la música
que el día pudo dejarme.
Cuando amanece los omnipotentes
se marchan,
porque ellos todo lo pueden
excepto impedir que despierte
y salga a llenar mis ojos
de la basura y de la belleza
que el día pueda dejarme.
III
Por más que me agito y susurro,
que busco el acento correcto,
el justo metro, no puedo salir.
Me retienen aquí cuatro paredes
y unas piernas en triángulo.
Afuera pasan el aquí y el ahora.
Golpean con pie trémulo la puerta
y más me concentro entonces
en el ritmo de la letra y tu cadera.
Busco de nuevo un ritmo
que me sostenga en el aquí y el ahora.
Algo mejor que un cedazo de mundo
ahogado en llamas.
128
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
129
IV
Tú existes porque yo echo a vuelo
campanas de la tarde.
Tú existes porque yo busco horizonte
y nos sentamos en los jardines.
Tú existes porque juntas las manos
y esperas las estrellas.
Tú existes porque te multiplico
pensándote a cada hora.
Tu sombra y a veces tú
entre mis manos ávidas.
El eje, el círculo, la salida…
V
Y yo también he visto
en el informe caudal de los objetos
aquello que los hombres han creído ver:
un reloj que marcha por el herrumbre
de un tiempo nuevo para él,
el tiempo sordo de haberse detenido.
Alguna muñeca que se cambia sola
la ropita y la orina si es nueva.
El sur instalado perezoso
sobre la estrella polar
y la cruz con los brazos más largos
que su titubeante pie.
De tanto alargar los brazos
no alcanzó a nadie.
De tanto cambiar la ropa
se quedó desnuda.
De tanto girar sobre el sur
amaneció en el norte.
Así nosotros,
de tanto ver al tiempo
creemos no ver nada.
130
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
131
VI
Los que nazcan bajo el signo del agua
buscarán y no encontrarán
porque como las venas y los ríos
siempre han de volver al mismo lugar:
su sed de novedad no será saciada.
Los que nazcan bajo el sol canicular
tendrán el don de encenderlo todo
a golpes de ira
pero su furia terminará en más furia:
se ahogarán en llamas.
Los que nazcan bajo la sequía
no sabrán estar solos
porque desearán alimentarse de otros,
como la arena cree alimentarse del agua:
nunca entenderán que la arena vive de la arena
que estuvo antes y estará después
en el mismo lugar.
Salgo a buscar la cuarta estación,
la siguiente pregunta encerrada en sí misma.
Salgo y sólo existe la distancia
de la primera a la segunda y a la siguiente
personas y personas y luces
de faros que pasan rápidos y pasa
la distancia, lejana como cualquier
metáfora acerca de la luna.
Pasan los otros y yo no puedo
decirles que algo comenzó a caer
dentro de mí desde el principio
del abismo, del adiós y del café de la mañana.
El viento hace que las ramas bailen enlazadas
y las campanas hablen a deshora.
Sale mi voz de un pozo en el que no hay ondas
y en el viento no se queda.
Como sólo tengo un mundo
¿no tengo nada?
132
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
133
VII
¿Qué tendremos cuando el polvo
luctuoso haya caído sobre nuestros lomos?
¿Qué tendremos después de que la leña
suceda a la ceniza y el vino a la alegría,
después de tanta lluvia,
tanto peso del sol,
tanto mar entre nosotros?
Tal vez tendremos un gesto
burlando tercamente al tiempo.
Y alrededor, si hay suerte, seguirá la noche.
VIII
Duerme la bestia en los caminos.
Los nombres están desorientados
buscando los cuerpos precisos.
Ya no te digo árbol, mujer,
ya no te digo trino
porque yo también busco algo
que me ligue con mi signo.
Tú podrías ser el árbol,
podrías ser el trino,
pero presiento que ese no es tu signo.
Duerme la bestia en los sentidos.
También los cuatro puntos son errabundos
y las voces los miran y los siguen
buscando un territorio
donde construir algo
que no sea silencio.
Yo podría ser la voz.
Yo podría ser el eco al menos,
pero presiento que ese no es mi signo.
Duerme la bestia en los destinos
todavía.
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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
135
IX
La hora es un pozo profundo de barro
en el que cae el tiempo desde el silencio.
La lluvia cae, el tiempo cae
si vuelves los ojos hacia arriba.
El tiempo es el agua del Paraíso.
La lluvia, su lento reloj de vida.
X
Para llegar aquí
tuve que lanzarme a mendigar
por los caminos.
No a mendigar el pan y la cobija
sino la savia
que mana oculta donde acaba la noche.
No a mendigar el amor,
sino el perdón de los muertos
que se tragó el mar
mientras yo les daba la espalda.
He negado al ángel tantas veces
que no recuerdo el número.
He borrado mis huellas
de la arena que de cualquier manera
barrería el viento.
Me he lavado el rostro en las cascadas
pero los surcos negros crecieron, constantes.
He velado mientras con el alba
crece el silencio y los ladridos
se van por el poniente
y el miedo siguió creciendo
desde el fondo del miedo.
136
L u i s a r t u r o G u i c h a r d
Para llegar aquí pedí
los mil ojos de Argos,
un vapor cargado de principios creadores,
el silencio en el que dios
asiente y destruye.
Pero los mil ojos se cerraban
con el sueño,
al igual que cualquier ojo humano,
el vapor no alimentaba,
el silencio todo lo podía
excepto conceder el eco.
Para llegar aquí tuve que comer
la fruta agria, sobreponer mis máscaras,
para llegar aquí. Poemas de la derrota necesaria
Realidad y márgenes
139
I
Aquello sucedió en otro tiempo,
cuando yo tenía el fuego más vivo
entre las manos.
Aquello sucedió en otro continente,
donde mañana es todavía hoy
—por diferencia de horario,
no por don de la metáfora—.
Aquello sucedió entre otras gentes,
otra comida, otro alfabeto.
Pero no ocurrió en otros remordimientos,
sino en estos, que son los míos.
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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
141
II
No fue tu sombra en la ventana
—hoy amanecí en un décimo piso—
lo que me dio de pronto un hachazo
en la conciencia.
Como en aquellos días en que presentirte
era pretenerte, penetrarte, prealumbrarme.
No hay sombras donde la luz no llega.
Tampoco era un ala de paloma, de ángel o de hiedra.
Era ese ruido que parece salir de bajo las ciudades
más pobladas,
ronquido de bestia en el bolsillo.
Como un tajo desganado en mi columna,
cosquilla más que herida.
Una mano que moviera de un lado a otro
mi cabeza,
un cansancio en mi cuello era:
mi memoria despertó antes que yo
y creyó ver tu sombra en la ventana.
III
Recorro las calles otra vez
—para qué decir cuáles,
lo cosmopolita es un dolor de pies—
y me encuentro en una esquina
a una mujer idéntica a aquella otra que vi
fugazmente en no sé qué tiempos
y que era idéntica a aquella otra
que vi fugazmente en Berlín
—no quería decirlo—
y muy parecida a ti
con la que he vivido tantos años.
142
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
143
IV
Pasa el tiempo pero no pasa nada.Ya se apaga el sol y se enciende el agua.Calla la campana y las hojas hablanpor la noche, pero no dicen nada.Hablan por el día las torres altas.Y su voz es buena pero no alcanza.Y su voz resuena pero no bastacuando de alzarme del suelo se trata.Avanzan mis pies pero no se mueven,salen mis ojos a buscar con prisa,salen mis raíces y siempre vuelvencon manos vacías y dudas llenas,porque siempre que remueven cenizaencuentran viejas ascuas encendidas.
V
No es una sonrisa a tiempo,ni acomodar la silla,ni ponerle las estrellas en fila,ni domesticarle el mara dentelladas.No es la insistencia,ni la complacencia,ni la paciencia—ninguna de estas cienciasentiende nada de esto—.¿Por qué entonces aquella chica hermosatoma del talle a la otra chica hermosamientras cinco caballeros nos metemos las manos inútiles en los bolsillosy las contemplamos inútilmente?Le dio el abrigo un día de lluvia.Se enfrentó al padre y a la tía arpía.La ayudó con el equipaje.Le dijo lo que deseaba oír.No sé. Y me inquieta pensar que acaso la otra chica sí lo sabe.Y me inquieta aún más pensarque acaso tampoco lo sabe.
144
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
145
VI
Entre tus senos, páginas.
Entre tus piernas, la madre de todos
los lugares comunes.
VII
No era porque el amor estuviera
a veces lejos de mis flechas
ni porque los trenes no quisieran
llevarme a tanto sitio codiciado.
Ni porque mis monedas no bastaran.
No era porque mi abrazo amaneciera
vacío algunas mañanas.
No era por no encontrar de vez en vez
un asidero
—no era por eso, creo—
ni por reunir fotografías de objetos
cuyo uso desconozco
por lo que decidí sacar las manos
de los guantes y decir que soy un hombre triste.
Fue una cuestión reivindicativa.
¿Es que acaso no habrá sitio para los tristes
en esta confusión de altos, calvos,
ojizarcos, delgados o patizambos?
¿No estamos expuestos a la misma lluvia
y a los mismos sintagmas?
¿No hay una calle con nuestro nombre
146
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
147
en Atenas o en París
(cuando menos un grafiti)?
¿No estamos de más igual que los demás? VIII
Yo quería un inmenso cristal
para ver el mundo.
Azul en la lluvia,
gris en la sequía.
Aquella mujer era un espejo,
un abismo.
Como espejo,
se quebró.
Como abismo
sus pedazos tardaron
en tocar fondo
148
L u i s a r t u r o G u i c h a r d
IX
Guerra. Estoy solo de tanta guerra.
Cuando el poema asome, morirá,
porque sólo sabe disparar
contra su propia cabeza. Amor.
Estoy solo de tanto amor.
Cuando el poeta cambie el eje
de lugar —¿el eje está en mi nervio
o está en mi corazón?— dejará un vacío
nuevo, un poema, un viaje de regreso
al territorio señalado por la plaga.
Cada poema polvo de vidrio
para el ojo derecho. Ahí los que me aman
—regla única: si vas a disparar cerciórate
de que no haya nadie cerca: hoy trabajas—.
Cada poema un gozo diminuto
en el ojo izquierdo: el agua
ha dejado de moverse, puedo ver.
Estoy solo de guerra.
Una manera nueva de la fiebre.
Una misma forma de perder
la vida. Comunico. Estoy despierto.
Ninguna es mi voz(homenajes, retratos y variaciones)
152
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
153
Emilio Prados llega a México
¿Dónde está mi cuerpo
que no lo encuentro?
¿Dónde adquirí este silencio
que no soporto?
Estoy contento de estar vivo,
Octavio, gracias por darme
lugar en tu casa, pero para mí
cualquier almohada sería
hoy de fuego y mañana de hielo,
cualquier comida sería excremento.
Yo prefiero estar en Málaga muerto
que en México vivo.
Estoy ciego, no me toquen
que mi piel no siento.
Estoy estéril, no me toquen
que mi cuerpo no vino conmigo.
¿A quién mataron hoy?
¿A un conocido o a un enemigo?
Si matar es el camino, da lo mismo
y en mí tiene su destino.
Primavera de España, invierno
de aquí, dadme un abrigo,
se me pierde el agua,
se me va el amigo.
Aquí no sirve llorar
por todas las Españas
muertas en los siete corazones
de Federico.
Tensa la cuerda de mis horas
fluyo pero no me muevo.
De lo mucho a lo poco va mi voz
y en ninguna parte se detiene.
Va mi voz desmesurada hoy
y mínima irá mañana
sin encontrar su par ni su medida.
Sombra de una llama
sin brasa en los pies ni azul
en la mirada.
¿Y a quién dejar esta herencia?
A dos niños, Paco y Varo se llaman,
españoles que perdieron padres
españoles. Emilio de canas prematuras,
rodeado de libros, ahora vive con ellos.
En él la guerra de España
abierta como un abismo frío.
154
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
155
Lamento de Abelardo
El Señor maldice a los castrados,
lo dice claro el Levítico y el Deuteronomio.
Por eso no se me permite
recorrer los álamos de los enamorados
ni acercarme a las fuentes
de las que mana el agua del Paraíso.
Lo dice claro la ley y yo lo digo.
Suena la trompeta y yo lo digo.
Hablan las hojas y yo lo digo.
Yo no sé si la tierra y la raíz se desean
pero por algo llevan tanto tiempo juntas.
Así la ley y quienes la cumplen,
así la trompeta y quienes tras ella corren.
Yo soy el sendero de peste que precede
al sabio, al sutil, al orgulloso.
Soy la herida que se busca en la caricia.
El agua del Paraíso no estaba en los ojos
de una mujer como dicen los poetas.
Cuando Eva salió del Edén
no tenía el cabello húmedo y sí los ojos
secos. El agua viva estaba al otro lado
de mi cátedra, de mi ciudad, del mundo
adonde no podré llegar porque raíz
me he vuelto entre tus manos, Eloísa, tierra negra
para la flor fatua del amor terrestre.
156
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
157
De un cancionero de la misma época
Zapatero solía ser
y volvíme a mi menester
cuando perdí tus ojos
perdí el agua
y la capacidad de tener.
Cuando se me fue
la luz al agua
y el agua también
se me fue
me puse a remendar
otra vez mis zapatos
y a pulsar el arpa
de mi querer
me puse a abanicar
el aire y las calles
me puse a barrer
para ver si por ellas
pisas al verlas tan limpias
el sol amanecer.
Zapatero solía ser
con los ojos abiertos
hacia adentro y hacia afuera
para ver si alguien
me quiere otra vez querer
y traerme de vuelta el agua,
el agua que se me fue.
158
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
159
Alfonso Reyes navega hacia Anfípolis
a partir de un poema de Zbigniew Herbert.
Tucídides dice solamente
que disponía de siete naves,
que el invierno era crudo
y que navegó muy rápido
hacia Anfípolis. No llegó a tiempo
y lo desterraron veinte años.
Y este pasaje le gusta para decirnos
por única vez el nombre de su padre.
¿Por qué dijo que podía llegar a tiempo
si sabía que perdería todo por no llegar?
Tenía allí sus minas de oro, su mármol,
acaso un escondrijo sombreado, lejano.
Quería dejar Atenas, esa ciudad canalla,
esa es la verdad y por eso cargó culpas
que no eran suyas.
Yo también tengo muertos y revueltas
que no son mías,
descifro a tropezones alfabetos ajenos
con un fusil junto a la cabecera
que no sé descifrar y con el rostro
aún más difícil de mi madre.
Este lugar no es adecuado para escribir.
Allá está la isla de Tasos,
estirada como el lomo de un asno,
dice Arquíloco ¿para qué venir a Tasos?
Para que lo mataran los Tracios...
Debe de ser una tradición que no entiendo:
ir a donde no debo por culpas que no son mías
—cuántas construcciones cacofónicas, estoy mareado—
un ancla y una vela deben de ser, como para Arquíloco
o Tucídides, o mejor, para Ifigenia,
volando sobre una cierva sangrienta, ensangrentada
la mano con la que sacrifica tristes náufragos.
Este barco se mueve demasiado. Está ebrio.
No me convence nada el jueguito bobo de las vocales
pero sí me gusta la idea naturalista de un barco borracho.
Qué difícil este árbol genealógico de Tucídides
¿Quién es el padre de todo esto? ¿Hay alguien
que no haya muerto en la guerra?
Yo soy Alfonso Reyes, hijo de Óloro ateniense,
tómame en tus manos si te agrada el paño abigarrado
de las Musas, pero si prefieres la facilidad...
arrójame al mar griego. Debo de estar dormido.
Debo ser yo mismo un ancla y una vela.
Hay cosas ciertas, aunque no estén dichas
en endecasílabos ¿Escozióte? Lee los ystoriales,
estudia a los filósofos y mira los poetas.
160
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
161
Oye a Salamón do dize que el vino
y las mugeres hazen a los hombres
renegar. Conséjate con el Séneca
y verás con qué las tiene. Escucha
al Aristótiles, mira a Bernardo.
Era mejor Bernardo que Abelardo. Está claro.
Si Zeus soltara dos águilas en los extremos
del mundo, se encontrarían
en Anfípolis, donde los que escriben
vienen a ponerse el nombre de su padre,
como un traje arrugado y grande,
y los que huyen toman su barco para seguir huyendo.
Qué calor y cómo se mueve este barco.
Debo de estar dormido, o ebrio, o muerto.
Poética suficiente
Obrero en la fábrica de espejos del discurso.
Escudero en el castillo de fuego del poema.
Realidad y márgenes
165
I
Una mujer es un reloj de arena.
Abrazo su cintura y el tiempo
cae más lento. No.
No es arena lo que hay dentro de ti.
Es agua del Paraíso:
la veo asomarse por tus ojos.
166
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
167
II
Mi mujer no es un laberinto,
pero si lo fuera
el hilo de sus cabellos
a través de ella me guiaría.
Mi mujer no es una costilla,
pero si lo fuera
no sería de hueso, como las mías
sino de agua y suave trigo.
Mi mujer tampoco es un castillo,
pero si lo fuera
escalaría también por su voz
y por su sangre escaparía
—de pasillos como roces,
como puentes largos sus labios—.
Y de cualquier manera estaría hecha
del mismo material fuerte y fino.
III
Nubemente se mueve mi mujer.
Sube y baja por mi tacto ¿Qué busca?
Vestigios de una vida ya vivida,
presagios de lo que vendrá,
lo extraviado, lo que apenas
alcanza a ser suyo.
Nubemente mira mi mujer
lo mismo que yo miro
¿Qué mira una mujer?
Será agua dentro del Agua.
168
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
169
IV
Ella no es un cristal,
no veo el mundo a su través.
Ella tampoco es un espejo.
Mi mujer respira
y escribe nuestros nombres
con dedo levísimo
sobre el cristal, sobre el espejo
que ha cubierto con su aliento
Poco duran nuestros nombres
sobre un aliento. Ríe mi mujer.
Y respira de nuevo sobre ellos.
V
No es esa manera peculiar
de mover los labios
o dejarse caer el cabello
sobre el hombro
—labios y cabello hay en todas
y todas son peculiares—.
No es su nombre mariposa
ni su risa, hilo finísimo
tendido entre nosotros
—todos los nombres vuelan
y se posan sobre hilos de seda—.
Es bella mi mujer. Ya lo he dicho.
170
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
171
VI
Entre dos noches camina mi mujer
con un cántaro entre las manos.
No es la noche de arriba,
claridad de estrellas imantadas,
la que me atemoriza,
sino la noche de abajo,
la que sólo tiene dos ojos
y buscando la dicha lo arrasa todo.
Es posible que ahora el invierno
se prepare para asaltar todos los veranos.
Ahora mismo, en la bandera sin viento
y en el viento sin salida
pueden estar volando hacia nosotros
esas aves que nos han sido destinadas
por las manos luminosas de la suerte negra.
Tiembla el agua en el cántaro.
Ríe mi mujer. Y no se derrama.
VII
El agua ha tomado otras formas antes
y se ha equivocado: ese es su destino.
Ha tomado un momento tu forma
y creo que esta vez no se equivoca.
Lo dicen las mariposas sobre tu frente,
lo dicen los trenes que ruedan exactamente
hacia donde deben, lo dice el aire
con su sintaxis tensa y el recodo
en que se da una pausa.
Lo dice esta ciudad que repite
la única vocal realmente necesaria,
la vela, el barco, la puerta de la casa,
este hombre que te ama
y las demás cosas que no hablan.
Realidad y márgenes
175
Círculos
Un espacio no mayor que el círculo trazado
alrededor de mí al desnudarte.
Ahora es tu cuerpo todo fijeza
ante mis ojos,
tu voz sigue saliendo de un pozo.
¿Quién me llama otra vez desde el agua?
Vuelvo aquí. Te abrazo y tu cintura
no es reloj ni agua, se vuelve abrazo
todo lo que tengo entre las manos.
Un espacio
no menor que el que sigue habiendo entre los cuerpos
unidos no menos —te lo dije— que la tierra
y la raíz que se prolonga y amanece sola.
Vuelvo aquí. No me iré ahora. Es humo
de una casa que arde ante nosotros
y entre el fuego las voces de los otros
entre periódicos y estrellas.
Un espacio
no menor que el de los brazos abiertos.
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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
177
Vestigios
El primer día unas huellas apenas
aparecían por el suelo de la casa.
Al segundo eran unos pies brevísimos
y con el tercero y el cuarto la curva
suave de unas piernas.
Al quinto una cintura
parecía palmera creciendo en el centro
de mi cuarto. Ibas construyéndote
no sé de dónde hasta que con tus manos
casi me tocabas por encima
del trabajo cotidiano.
Ayer brillaste completa junto a la lámpara
pero no me hablabas. Noche larga.
Veía en tus labios algo
que no alcanzaba a ser.
Hoy vendrás porque te he llamado
y te he recordado que eres transparente.
Las campanas del sitio en que nacimos
Las campanas del sitio en que nacimos
están sonando siempre. No las oímos
pero ellas nos están siguiendo. Miden
los golpes que nos quedan con la precisión
que sólo aprende el péndulo. Suenan
en aquel lugar de casas blancas,
de larguísimos pasillos ciegos
en los que el mismo niño sigue
corriendo sin encontrar la salida
con la misma mirada del anciano
que señala al niño un punto más allá
del ocaso.
La despedida suena
en los oídos como un péndulo. Empecemos
a cumplir el oficio de creer y de esperar.
Entre estos doce golpes deben estar
los sonidos verdaderos.
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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
179
No fuimos hechos para la culpa y para el miedo
No fuimos hechos para la culpa y para el miedo.
Despertar niños dormidos es un halago
y más aún ponerlos a andar por un mundo
en perpetuo camino hacia sí mismo.
Suda el tiempo arrojando en sus bodegas
lo común y lo diverso, y no se sacia.
Ver la claridad es don de todos
pero mantener la vista fija en ella es un coraje,
una ternura, duro diamante en la memoria.
A veces también alguien ve las sílabas
y me ve como en ningún espejo
puedo verme. Puedo acomodar barcos
y decir que zarpan de tu corazón
con todas las luces encendidas.
Yo no sé si los barcos son signo de esperanza
como los pañuelos atados en su mástil más alto.
Yo no sé si el cielo tiene caminos
pero por algún lado deben transitar los vientos,
las gaviotas y el relámpago. Sé de encuentros
cuando las gaviotas se llevan los pañuelos
y los hombres las miran desde lejos
de la única manera que se pueden mirar
las cosas que simplemente suceden:
el amor, los caminos y el silencio.
Y cada poema —ya lo dijo Caeiro— un pañuelo
que regresa al mástil más alto.
Eso es todo. Y a veces también es
un rumor más vasto que inunda
todo alrededor, el rumor del mundo
desbordado. La transparencia.
La sangre excesiva golpe y golpe
en el mismo pulso.
Es el mundo, que te da un abrazo.
Margen de espejo habrádonde traspasaré mi propio frentehasta perder el ecoy quedar con el frente hacia la espalda.
César Vallejo, Trilce, VIII, 11-14.
Realidad y márgenes
187
El año de la serpiente
La serpiente no se arrastra: es el mundo
el que pasa por su cuerpo, medido
metro a metro. Cada cierto tiempo
cambia la piel y mide todo de nuevo
como quien es riguroso y exacto.
Me gusta porque en Occidente dicen
que es un gusano grande, el villano
de todas las epopeyas bíblicas. En Oriente
la ven como un dragón pequeñito
que trae la buena suerte. Me recuerda
lo mal que medimos a uno y otro lado
del mundo. Ella mide sin importarle dónde,
por igual el cuello de bellas damas
renacentistas que la copa de Hipócrates
y los templos aztecas, todos los lugares
son su lugar. Me gusta la serpiente:
es buena para escribir y por eso las plumas
antiguas la tienen enroscada en la tapa
como un augurio de lo que nos aguarda
en la siguiente página y no sabemos qué será,
si gusano grande o dragón pequeño.
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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
189
Karma
Mañana es viernes. Tomaré un café temprano,
me pondré una camisa blanca recién planchada,
caminaré, tal vez logre ponerle dos notas
a un libro larguísimo, tal vez logre quitárselas.
Tal vez aparezca a media mañana una sorpresa
en el correo o cualquier otra columna de humo
por el horizonte. Tal vez sólo la promesa del fin
de semana haga mullido y agradable el día.
Tal vez me asalte un dolor agudo y caiga
en la calle, vaya a dar a un hospital. Tal vez
no pase nada de nada y esté en la noche
aquí mismo, anotando una entrada común
y repetida en el cuaderno. Tal vez siga esperando
y nada ocurra: hasta el siguiente viernes.
Tareas pendientes
Un día tengo que pensar por qué odio los faros.
Los pobres sólo son edificios vacíos
que perdieron su razón de ser. Hay muchas ruinas
sin sentido que me gustan y de algunas de ellas
vivo, pero los faros me inquietan, me irritan.
Alguien me ha dicho que en otra vida
tal vez fui un náufrago que buscaba un faro
y no lo encontró. O tal vez el guarda
que lo encendía cada noche en una playa bárbara,
solo y perdido como temo estar en esta vida.
No lo sé. Tal vez es sólo que con el tiempo
no todas las derrotas me parecen necesarias
ni todo lo que cae merece quedarse ahí.
Tal vez, en el fondo, sea sólo simpatía.
Debo pensar acerca de los faros. Un día.
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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
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Trotes
Hendidura, relámpago, un nombre
habrá que darle, dependiendo de si viene
de arriba o de abajo. Tal vez una sinapsis
malograda, un pulso que perdió de pronto el paso.
Aparece así, donde antes estaba el día y te dice
algo olvidado, un olor perdido, una corriente
de aire que ya no sopla. La de hoy ha sido:
“mi reino por un caballo”. Hendidura
o relámpago, se quedó trotando todo el día.
Cómo trabaja la tierra
Hay gente que no le pesa al mundo.
No acumula objetos, tiene poca ropa,
tira los papeles en cuanto ya no sirven.
Se diría que incluso pisa suavemente
para no desgastar la alfombra.
Sus hijos vaciarán la casa en dos días.
Otros reúnen cuanto pueden,
ya sea cuadros o tazas antiguas,
recortes de periódico, fotos de lugares
en los que han estado una sola vez.
Sus hijos tardarán meses acarreando cajas.
Pero la tierra sabe cómo borrarlos
por igual, a los que pesan y a los que no.
Sabe cómo quedar limpia y redonda
para que todo se ocupe de nuevo.
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Trópicos
Se llamaba Diarios íntimos, subtitulado Cohetes
y en letra más pequeña Mi corazón al desnudo.
Estaba lleno de polvo en un estante, alguna vez
había sido blanco con letras rojas.
Yo tenía catorce años, vivía en el trópico
y estaba muerto de frío, caminaba tarde
y noche y no encontraba nada. Lo encontré
en ese estante de una librería que ya no existe.
Mi corazón al desnudo, rojo sobre un fondo
blanco, polvoriento y abierto. No lo sabía
pero ese objeto iba a quitarme el frío. Hasta hoy.
Manos de barro
En el escritorio tengo un mono de barro.
Es gordinflón y calvo, plácido como conviene
a un mono de la manada de Epicuro.
Pierde cada vez más brillo y le cuesta
sostener el lápiz que tiene como adorno
entre las manos. A veces lo pongo a prueba
y le retiro el lápiz para ver si recae
en su estado gutural de mono analfabeta.
Pero es un mono fiel: cuando vuelvo a ponérselo
lo sostiene otra vez con algo que se parece
a la dignidad y a la alegría. Es un mono fiel
de la manada de Epicuro, con manos de barro,
con un lápiz y con pensamientos que no comparte.
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Exvoto de hoy
Se termina el cuaderno y a última hora
recorto, compruebo, anoto. Pero todo
queda fuera, lo mejor y lo más buscado.
Un cuaderno no logra parar la grieta
por la que se va, por la que se está yendo
él mismo. Lo único que puedo hacer
es dejarle unas cuantas páginas en blanco,
abiertas a todo lo que no tuvo lugar,
a lo que se fue sin una línea,
a lo que pasó de largo
con el aleteo alegre de lo que vuela a diario.
Dragones
Su tótem era el cocodrilo.
Se quedaban horas mirándose inmóviles
los dos, uno a cada lado del arroyo.
En los zoológicos, llegaba hasta los cocodrilos
y se daba la vuelta para buscar la cafetería.
Se movía con parsimonia en tierra
pero en su elemento era imbatible.
Su elemento eran las palabras,
el aire de las conversaciones.
Tenía los ojos verdes y la piel dura
a golpe de desgracias, pero podía ver el cielo
todo el día, buscar el sol, quedarse absorto
cuando soplaba el viento del norte
como quien no hace nada pero acecha.
Mi padre nació en el año del dragón
de tierra, que será lo más cercano
que los chinos tengan a un cocodrilo.
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Doble vida
Me arrastro a través de una mañana nublada
—aquí el frío nunca da tregua—
desorientado, con las manos en los bolsillos
y la gorra lo más calada que puedo.
Bostezo todo el día, me pierdo
en las conversaciones y sólo estoy despierto
mientras doy mis clases —la noble adrenalina,
el miedo de olvidar las conjugaciones—.
Recojo a mi hija del colegio y vamos
en zigzag entre la niebla, le digo
que me dormí muy tarde escribiendo.
¿Sobre qué escribías? No sé, sobre algo borroso;
sí, más o menos como lo que ves aquí.
Flechas
A veces pienso que un poema
no es otra cosa que una flecha:
un objeto recto, suave, que cruza el aire,
lanzado por un hombre que busca un blanco.
A veces llega adonde debe y a veces no,
a veces hiere, a veces sólo te ayuda
a bajar una naranja de un árbol.
Una vez que se ha lanzado, no tiene vuelta:
si se pierde, no hay remedio, fue inútil;
si acierta, pudo ser por casualidad
y mejor no creerlo mucho.
Una flecha lanzada, claro está, desde el arco
o desde la lira de los que hablaba Heráclito:
no siempre se sabe de cuál de los dos.
Realidad y márgenes
201
Leer
Hacía al menos veinte años
que no leía un libro en este cuarto.
Mi cultura literaria —eso borroso
de lo que vivo— viene toda de esta hamaca,
de sus cuerdas que rechinan, de este aire
acondicionado anciano, que ruge más que enfría.
Al igual que entonces, estoy leyendo poemas
y hay algo en mi atención, en mi ir
y venir con el balanceo, viendo la sombra
de mi cuerpo en la pared, oyendo las cuerdas,
que me distrae, me hace pensar en otra cosa.
Creo que ese es el secreto de todo lo aprendido
en aquellos años: no estaba leyendo, sólo estaba distraído.
Después salí de ese cuarto, aprendí a concentrarme,
aprendí a leer en silencio, y desde entonces no entiendo nada.
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Strings of beginnings
Así se titulan las memorias de Michael Hamburger
que leí sin ningún interés hace años.
Estaba en Londres, había muchas cosas que ver
en la ciudad con los ojos más abiertos de entonces.
La vida de otro poeta no le interesa al poeta
que tiene vida. Pero ahora la frase me da vueltas,
strings of beginnings. Pienso en un estudio blanco
con una mesa blanca y una ventana grande,
una taza también blanca, con una palabra: “begin”.
Tal vez eso signifique Strings of beginnings,
qué cosas, tal vez así se pueda llamar la vida.
La de los poetas que la tienen
y la de los poetas que la cuentan.
Periféricos
El jet lag, los husos, los cambios horarios,
llámalos como quieras, son en verdad rincones
de una casa a la que se vuelve de vez en cuando.
Buscas primero lo que dejaste la última vez,
ordenas un poco, deshaces la maleta.
Te asomas a la ventana si no puedes dormir,
te levantas a las cinco a ver los primeros coches
en el periférico. Siempre piensas lo mismo,
que eres tú el que va en ese Volkswagen al trabajo
y que quien te ve desde la ventana, ese turista,
no es más que un punto borroso, puesto
por error en una franja horaria
que no le corresponde: ya verás cómo
por la tarde, al hacer el viaje de regreso
ya estará dormido porque es de noche en su país,
y tú pasarás de largo en tu Volkswagen
deseando que caiga la noche en el tuyo.
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Interfoliados
Suelo guardar cosas en los libros.
A veces salta una carta de amor
—de ese tiempo en que todavía escribía cartas
y todavía eran de amor—
o salta una nota de café que me devuelve
a aquella esquina con cristales
donde reordené el mundo con un buen amigo
—en ese tiempo en que todavía el mundo
podía empezar de nuevo en una conversación.
Los libros envejecen mejor así, interfoliados
por la casualidad y el tiempo y por la promesa
de encontrar como la primera vez entre sus páginas
la sorpresa que te deje el día, aquel día,
este día, más vivo entre las manos.
L’infinito viaggiare
Para ellos el héroe partía de un punto y llegaba
a otro, veinte años después y tras perderlo todo,
de acuerdo, pero al final volvía a su cama
sostenida por un firme tronco de olivo.
No se les habría ocurrido, como a nosotros,
que su héroe diera vueltas en círculo para siempre,
chocando contra las mismas paredes, volviendo cada día
sobre los mismos pasos: ése era el destino de los monstruos
con piel de toro, no el de los héroes. Pero a nosotros nos gusta
invertir sus suertes, mezclar los grises, jugar con el filo
del círculo: sólo por saber quién tiene razón, si ellos o nosotros.
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No hay tal lugar
Leo y escribo por la noche. Los vecinos
se levantan a orinar y yo los oigo mientras escribo.
Mi mujer habla dormida y a veces mi hija también
y yo las oigo mientras leo. Bajo la ventana
hay un dintel en el que se reúnen los adolescentes
del barrio a beber, enamorarse, pelear, a veces
en ese orden y a veces en otro. El silencio
no existe en este país, ni adentro ni afuera.
A veces pienso que leo y escribo de noche
sólo para encontrar mi silencio. Este, otro, el que sea.
Mutatis mutandis
Cambiando lo que haya que cambiar
a lo mejor se llega a algún sitio:
cambiando el pájaro en cuaderno,
cambiando el charco en tinta espesa,
cambiando la migración en trazos firmes,
el árbol en bosquejo de lo incierto.
Nunca he entendido cómo es que se cambia
eso que ya encontró un lugar en la mirada
por eso borroso que veremos mañana,
pero a veces eso es lo que pasa.
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Cicatrices
Ahora entiendo lo que significan.
Tengo desde hace un mes una cortada
que no cierra. El cuerpo intenta
volver siempre atrás, quedarse
como estaba. Ahora no puede
y se inquieta. Las cicatrices que no son
del cuerpo no son para cerrar,
intentan convertirse en otra cosa,
ir hacia adelante. Cicatrices
para abrir y cicatrices para cerrar;
deberían llamarse cada una de otro modo.
Blancos
Hace tiempo que no cuelgo nada
en la pared; más aún, lo que está ahí
a veces ni siquiera atrae mi vista.
Me fijo cada vez más en los espacios blancos.
Antes no toleraba una pared vacía:
de inmediato le ponía un dibujo, un retrato,
lo que fuera del mundo de afuera. Ahora
la pared sin nada me parece el mundo
tal como podría ser sin el estorbo
de nuestra realidad. El blanco
que no espera nada. Ni lo necesita.
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Pie de imprenta
Vine aquí para conocer esta ciudad
en la que se publicó hace tiempo un libro mío.
Es una ciudad desvencijada, de casas
viejas barridas por el viento, de fábricas vacías
con las puertas abiertas, como si hoy viniera
a trabajar una plantilla de fantasmas.
Aire muy denso y el frío, qué frío.
Pensándolo un poco, un gran lugar, el mejor posible
para publicar un libro de poesía: un lugar
como este, que ha comenzado a despedirse
de la existencia. Que tal vez ya se fue,
ya está en otra parte, pero no nos damos cuenta.
Rato libre
Escribir como quien lanza piedras al agua:
algunas dan unos elegantes saltos y al final se hunden,
quizá con la satisfacción del trabajo bien logrado.
Otras se hunden a plomo sin tocar apenas esa materia
distinta de la suya, eso que fluye, eso raro.
Lanzar piedras sin pensar qué va a pasar con ellas
porque lo que importa es el agua, no las piedras.
Realidad y márgenes
215
I
Pasé por Atlanta el once de enero de 1997. Venía de México
sin visa americana. Esperé a que bajaran todos y una
anciana en silla de ruedas, la última en salir, me miró y me
dijo que algún día me tocaría a mí estar en su lugar. Así,
gratuitamente, porque sí. Espero que eso la haya hecho
sentir mejor, la haya levantado de esa silla por un rato
—nada como el rencor para darte alas— y le haya ayudado
a pasar un buen día en Atlanta. Y también espero que se
haya muerto ya la maldita vieja y la hayan enterrado con
toda su autocompasión encima para que no pueda salir
aunque Cristo baje un día más transparente que los otros y
reviva a todos los muertos de Atlanta.
II
Pasé por Atlanta el once de enero de 1997. Como no tenía
visa americana me encerraron. Un cuarto enorme sin
ventanas, con un baño enorme sin cerradura, pero con
regadera. ¿Para qué tiene regadera un baño de aeropuerto?
¿Para quitarte los piojos antes de entrar al sueño americano?
¿Para q ue nuevas Cleopatras se bañen con las latas
de coca-cola de las máquinas? Esas cosas me preguntaba yo
en esos tiempos porque era realmente joven y leía el Proceso.
Ahora no sé qué me preguntaría, si estuviera de
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217
nuevo en ese cuarto, con el abrigo que me quedaba grande,
con la ropa térmica puesta, con la credencial de beca y un libro
cuidadosamente mecanografiado en la mochila.
Creo que no me preguntaría nada: sólo contemplaría
las máquinas.
III
Pasé por Atlanta el once de enero de 1997. Hasta hace poco
pensaba que estuve ahí cinco horas escasas de mis veintitrés
años y que una atlética guardia de fronteras me sacó del cuarto
sin ventanas, me llevó a paso veloz por pasillos de cristal por
los que entraba un horizonte tan bajo como nunca había visto,
una luz abierta de sueño americano. Pasillos y pasillos más allá,
me dejó a la puerta del Atlanta-Madrid listo para el vuelo, me
devolvió el pasaporte verde y me deseó buena suerte como a
todos los inmigrantes que se van a ser el problema de un país
que no es el tuyo.
Pasillos y pasillos.
IV
Pasé por Atlanta el once de enero de 1997. Pero nunca me
logré marchar de ahí. El librito que llegó a Madrid ya era
póstumo, el hombre maduro que leyó a todos los poetas,
escribió unos cuantos libros y decidió quedarse a vivir en
España, ya era otro. Ese chico cuya foto aparecía en la primera
página del libro mecanografiado no se repuso de ese extravío
en los pasillos del aeropuerto de Atlanta. Simplemente se
quedó sentado en la sala de espera sin ventanas, sin ver
nunca el sol sobre aquellos horizontes. No sabía —era
demasiado joven para eso— que las migraciones no son
desfases espaciales, sino temporales, que no tienen nada que
ver con la distancia.
En verdad era tan joven que no sabía eso ni ninguna
otra cosa.
V
Así que uno de esos días de invierno en los que no se
puede hacer nada más que resolver pequeños misterios
personales, supe por fin qué había sido de ese jovencito
de veintitrés recién cumplidos que decidió irse a vivir
al extranjero. Supe que se quedó en un trasbordo en el
aeropuerto de Atlanta. En esa época le encantaba Borges y
ese cuento de los dos hombres que se sientan en el mismo
banco. Le habría encantado leer estos poemas en la sala sin
ventanas, pero ya es muy tarde. O quién sabe, tal vez ese
chico realmente siguió su viaje, encontró lo que buscaba,
fue a dar a otro país y lo único que recuerda de ese día
sea esa vieja de la silla que lo maldijo en el aeropuerto de
Atlanta el once de enero de 1997.
Realidad y márgenes
221
En el umbral
Sin aviso, un día de sus ochenta,
mi padre comenzó a armar un rompecabezas
usando piezas de cien rompecabezas diferentes.
Las piezas quizá tenían la forma adecuada
—al fin y al cabo él se las había dado—
pero no lograban un paisaje:
una frase de aquí, un proyecto
que no cuajó hace cuarenta años,
una fecha importante recordada
repentinamente (y que vuelve
a perderse con la misma rapidez)
no suelen encajar muy bien.
Su trabajo diario consistía
en dejar de ser —él mismo
escabulléndosele entre las manos—
con el mismo esfuerzo que había puesto
en llegar a ser. Atrás quedaba
esa planicie entre los dos puntos
de la que vengo yo mismo
y tantas cosas que conozco.
A menudo pienso qué de todo esto,
cuál de estos rostros, estas conversaciones,
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estos momentos en los que está todo
y estos en los que no alcanza
a haber nada acabarán teniendo un lugar
en ese rompecabezas delirante
cuyas piezas se van acumulando
día a día dentro de mí.
Y espero con ganas —como es de justicia—
que este señor de elegante guayabera
al que veo ahora mismo en el umbral
sea una de esas piezas
a las que ya estoy dando forma
con el calor diario de mis manos.
Unas llaves
sobre una entrada del diario de Julio Ramón Ribeyro.
Un amigo es alguien que tiene una llave
—la única— para abrir ciertos cajones.
Cuando ese amigo deja de serlo o simplemente
lo alejan el tráfico y los horarios,
el barullo vulgar del tiempo,
se pierde esa llave y nunca se recupera
lo que había dentro.
Así se deja de jugar primero a las casitas
y los médicos porque ya no hay con quién,
y más tarde se deja de discutir
sobre Wittgenstein, se deja de fumar
porque ya no hay con quién, se deja
de pasear al perro por ese parque.
No se sabe adónde va todo eso,
quizá se acumula en unos desvanes invisibles,
tan inútiles como los reales, pero más sucios.
Tarde o temprano el cajón más importante,
el de las llaves, acaba por vaciarse
y ya no hay más que repartir.
Comienza entonces el turno de las llaves
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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
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en versión aérea, esas que antes llevaban
el sello “par avion” y ahora
se han vuelto invisibles como los desvanes.
De tarde en tarde aparecen las llaves
cuando ya las dábamos por perdidas
y podemos asomarnos al menos un rato
al fondo de conversaciones olvidadas.
El piano
En casa tenemos un piano,
un piano enorme de concierto
que nadie sabe tocar.
Los invitados lo miran cuando entran
y luego nos miran las manos,
buscando en ellas un signo
de esa sensibilidad que no tienen.
También tenemos un ajedrez,
un ajedrez enorme de marfil
(o de algo parecido)
al que no encontramos otro sitio
que junto al piano.
Luego está el cuarto
con los caballetes plegados
y los pinceles que asoman
delatores de las cajas,
más allá un cuadro genealógico
de la Comedia humana
colgado en la pared, hierros
de un taller de encuadernación,
libros en sánscrito, folletos de gimnasia,
guías de viaje sin usar.
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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
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Tras venir unas cuantas veces
los invitados se vuelven amigos
y comienzan a mirar
todos esos vestigios
con cierta simpatía.
Los que vienen todavía más veces
acaban por tenerles incluso
el cariño por los proyectos abandonados
que les tenemos nosotros.
De caza
No se ha ido, simplemente está agazapado,
esperando el momento de saltarme al cuello.
El día vacío está allí con sus rayas negras
de mapache ladrón, con su tiempo lento,
con su tartamudeo. Tiene las patas
bien firmes en el suelo y no me dejará saltar
por encima de él. Caza como las serpientes,
haciendo que la presa se concentre
en un solo punto, como si todo lo demás no existiera.
Últimamente lo he evadido a fuerza
de tener la vista en baile y la lengua
más ágil que la suya, pero no se puede vivir
de pura velocidad, hace falta también distancia
y permitirse incluso, de vez en cuando,
una dirección por la que nunca hemos caminado.
El día vacío está allí pero al parecer
hoy ha salido de caza sin compañía
y tal vez podamos despistarlo.
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Junto al foso
Siempre después de la una
me siento en la cocina
a beber cualquier cosa
y escucho el reloj
recordándome lo pronto
que debo levantarme.
Podría deshacerme del reloj
o dormirme más temprano,
pero las dos cosas me parecen imposibles.
Mi mujer necesita el reloj
para levantarme en la mañana
y yo no puedo despedirme
fácilmente de las cosas.
También me cuesta trabajo
desprenderme del día,
dejar que se vaya con algo mío,
aunque sea algo que no valga mucho la pena.
Me cuesta abandonar lo conocido
y entrar en ese foso
donde nada tiene sentido.
Mirando el reloj
pienso en las traducciones
y en los plazos vencidos
que se acumulan en mi mesa
y en el libro que estoy escribiendo.
Todavía no tiene título y ya es
una traducción
de una lengua que no conozco bien
a otra que de tanto uso ya no quiero.
Lo escribo a esta hora,
antes de que la noche se lleve
a su foso las tres cosas de hoy,
cansado, lo más cansado posible,
para no recordar nada
de lo que he leído
y para no abrir las libretas viejas.
Lo escribo también
porque no soy capaz de tirar el reloj
ni de hacer más llevadera
la despedida de cada día.
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La mitad
A mitad del camino esperábamosuna soberbia lucha para contar a nuestros hijos,arrastrar al enemigo con los tobillos horadadosentre el polvo de nuestros caballos.O escribir un gran poema de abismos y ascensos, como manda la tradición,en el que poner nuestro largo tratocon la loba de la lujuria y el león de la envidia.O la promesa de una ciudad tranquila en el horizonte, en la que recorrer senderos arenosos pronunciando discursos de anciana sabiduría para los visitantes.O al menos la mitad de algo, cualquier cosaque se pudiera mostrar como trofeoal más fiel de los amigos.Pero a la mitad sólo estaba la mitad,una llanura sin fronterasen la que apenas podíamosreconocernos a lo lejos.
Diccionarios
Quizá con el tiempo uno se acostumbrea su propia lengua, se reconcilie con ella como con una familia no muy bien avenida.Hay quien dice amarla desde siempre, sacarle brillo a los sonidos de la infanciay saber ya las palabrasque pensará antes de su muerte.Pero miente: nadie es fiel del todo.¿Por qué serle fiel a palabras como “garrote vil”,“crematorio”, “Despeñaperros”,“sanguijuela”? Nadie puede ser culpable de darle la espalda a algunas entradasde su diccionario, de querer cambiarlo que no tiene remedio o retrasar esoque siempre llega a tiempo.
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Espíritu de los tiempos
Es el boceto, no el cuadro
Es la nota, no la sinfonía
Es la cara, no la calavera
Es el color, no la línea
Es la idea, no el sistema
Es la corriente, no el barco
Es la célula, no el cuerpo
Es la casa, no la tierra
Es la ceniza, no el calor
Es el parlamento, no el personaje
Es el globo, no el aire
Es la duda, no la espera
Es el uso, no la norma
Es el jugador, no el atleta
Es el libro, no el poema
Es la piedra, no la galaxia
Es la noticia, no el correo
Es el ruido, no el relámpago
Es el cerrojo, no la puerta
Es la llegada, no el transcurso
Es la serpiente, no la escalera
Es el tedio, no el riesgo
Es la enumeración, no la sintaxis
Es el tiempo, tal vez, lo que falla
pero no el espíritu
Realidad y márgenes
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I
Desciende por la escalera del frío
hasta el fondo de un pozo iluminado
por la luz cenital, brillan allí
los rostros de quienes la construyeron.
En el fondo está la casa, el mundo
está completo allí para el viajero.
Poco a poco desaparece el pozo,
se va también el miedo del descenso.
Esto ya no es aquí, frente a sus ojos
está siendo y al aire de la casa
su respiración se acopla serena.
Es su único viaje sin maleta
pero el único al que se lleva todo.
Comienza a caminar por los pasillos
con todo a sus espaldas y con todo
por delante. Sus pasos no resuenan
con el peso de lo reunido, el suelo
es el que tiene el eco en sus entrañas.
No es saber lo que busca en este viaje
aunque se llame Alejandría el eco
que tiene por delante. Más sutil
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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
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es el espejo: no te muestra el sitio
en que has nacido ni el perfil muerto
que tendrás, sólo este margen de sombra
en el que tienes el frente a tu espalda.
II
Desciende por la escalera del fríohasta el fondo de un pozo iluminado.Queda atrás la habitación poblada de fetiches y cartas sin contestar. No es cansancioeso que se levanta ante sus ojos,no es sólo el deseo de dejar pasar el tiemposobre los retratos colgados en la pared.Pierden a veces la forma, los rostrosno son más que paisajes, un parpadeo,un pulso que no logra acompasarse.Eso, lo que está de este lado, desaparecesi se abren al azar los libros:siempre la claridad viene del cielo,que sombra sobre sombra sólo es sombra.Verdades redondas caídas a este ladodesde el árbol pintado en la pared,árbol nunca real sino hasta ahora.Enfrentado de nuevo a esos objetos,el extranjero cuenta cada díalos saldos de su última mudanza,piensa en regresar por donde ha venido,seguir llenando esta paredcon cuanto pueda salvar de la casa.
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III
Una casa de largos corredores
blancos por los que ya no pasa el viento
en una hacienda que nadie cuida
y ocupa la mala hierba en busca
de todo lo que ha sido siempre suyo.
Allí está el viajero que escribe.
En verdad hace mucho que la casa
no existe y que la hierba fue cortada,
llegaron los nuevos dueños, trazaron
su historia nueva sobre el suelo.
Lo que el viajero tuvo como propio
se volvió un palimpsesto de tierra y planta nueva.
En estos tiempos está muy mal visto
todo lo que no te lanza al fulgor,
al olor a casa nueva del futuro.
Se demuele con horario y limpieza,
nadie quiere contemplar la llegada
del herrumbre y su fiel eco el derrumbe.
También él había huido de todo eso,
cruzado su ración de fronteras,
confiado en la fuerza de los motores.
Si mantenía los ojos cerrados
era para que nunca lo alcanzaran
los espejos. En ese brillo inmóvil
no había nada: todo se movía
al paso rápido del desconfiado.
Eso lo hace volver una vez y otra
a esta casa deshabitada, viva
ya sólo en su memoria. No hay nada
que buscar entre estas ruinas
como no sea el silencio de la ruina.
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IV
Dice llamarse… aquí dos nombres,
dos líneas, dos fechas, única herencia
que no disputará nadie, quizás
también una mañana luminosa
—¿quién querría un invierno de plomo?—
y una ciudad pequeña de provincias
en la que hay unas cuantas cosas viejas
pero ninguna antigua. El caballo
de madera puede ser más invento
que recuerdo —sólo su sombra es real, sólo a veces.
Nadie recuerda la primera vez
que aprendió un camino, pero todos
el primer extravío y el regreso a tientas.
El caballo y su jinete perseguían
cada uno sus caminos, paralelos
y confiados como las líneas rectas.
Se cruzaban al extraviarse
como los padres y los hijos
para volver cada uno a su vereda: se vive,
que para eso son las casas, se espera,
que para eso son los años, erguidos
todo lo que podemos. Pero llega
la curva y los fantasmas aparecen,
se apoderan de la línea, ocupan
todo lo que antes estaba de pie.
Sólo entonces hablamos de verdad,
enfrentados por fin al mismo espejo.
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V
El viajero descorre los cerrojos, se asomaa las habitaciones interiores,quita las sábanas, abre ventanas.Los pájaros se han puesto en movimiento—el viajero no sabe que llegó por la noche—y saltan en árboles cuyo nombrerecuerda y olvida de nuevo en sueños.Cuántas veces se habrá despertadobuscando a tientas esos nombres.Camina por los pasillos, recogeherramienta dejada sin guardar,enrolla unos alambres oxidados,abre las bodegas y saca al sollos costales mojados por goteras, se da cuenta de que es absurdo, vuelve.En la casa no hay nadie, el sol altole ha dejado una nube de cigarrasy los muebles de la cocinase comienzan a vaciar de hormigas.No necesita encender los aljibesque han estado corriendo por inercia,por fieles, diría, si le quedaranpalabras para bautizar pendientes.
VI
Decide bajar hacia la frescura
del arroyo a mirar los lirios.
El regreso no ha sido el esperado,
pero siguen el arroyo y los lirios.
Quizá el viajero ha venido
tan sólo para asegurarse de esto.
Se sienta frente a ellos como el pianista
que coloca la partitura abierta
ante él, pero ya no la necesita
tras años de ensayo. Pone las manos
sobre los guijarros de la ribera
(pero alguien tiene que componer antes
la música) los pone en el mismo orden
en que jugaba de niño (no es música
lo que resuena en sus oídos), solo,
exactamente como está ahora.
El sol sigue hacia arriba, sigue
el mismo público de lagartijas
pero ya no está el puente, sólo las orillas.
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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
247
VII
La única patria que hay es el hambre.El primero en llegar, antes inclusode que la casa existiera, no tuvootro retrato ni otro pasaporte.Con hambre se construían los barcosy con ella estas casas de inmigrantes.Nuestro trazo en el suelo fue uno pobre,hecho con una vara humedecidaen el Saona, seca bajo el sol vivodel trópico. Alguna carta escritadesde allí y luego nada, venimos de la noche y hacia la noche vamos.El viajero sabe lo que decían las cartas porque él mismo escribe,envía, deja de escribir y enviar,se levanta un día con los papelesdel bisabuelo en las manos: “estamostodos bien, buen tiempo en nuevo país”.La única patria que hay es el hambre,repite para consolarse y trazaen la tierra la planta de una casacon una vara seca de los trópicos.
VIII
La lengua fue lo primero en quedarseen el espacio de sombra del espejo.Si es que había llegado salvo al puerto,Rimbaud no resistió el viaje en mulatierra adentro, al lugar señaladoen el contrato: “traiga lo indispensable”.El bisabuelo, diez años mayor,nunca fue a pie a París, no tuvomás belleza sentada en las rodillasque la lluvia del Atlántico mojándolelas dudas y el mandil de carpintero.Frente al baúl abisinio del museode Charleville, el viajero pensabaqué habría dentro de su gemeloque fue sin gloria y nunca volvió.Y para responderse no le bastasu propia maleta haciendo el viajede regreso, porque no es lo mismocruzar el mar en un rugidoque contar las olas una por una.Sólo miró un rato la maleta y musitó algo incomprensibleen aquella lengua perdida.
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249
IX
En la casa se toma un café claro,
tímido, que apenas aparta el sueño.
Se toma a toda hora, como empezando
de nuevo la mañana. En la casa
no se cuentan los días, no se miran,
eso es algo que aprendemos al irnos.
Para levantar una casa
lo primero que hacen los padres
es echar el reloj por la ventana,
preparar una taza de café
y esperar que pasen los días.
Las casas de los padres no se mueven,
se quedan bien sujetas con las uñas
a este presente en que empezaron.
Las casas de los padres están hechas
de una materia transparente
tan parecida a ese futuro que descubrimos
cuando ya se nos ha pasado el tiempo
de volver y la taza de café
se ha quedado vacía en nuestras manos.
X
En la casa se aprende a estar lejos.
Todo pasa reducido a silencio
entre unas cuantas voces familiares.
Y mientras la niñez no es más que un muro
inversamente proporcional a nuestra altura,
nuestra casa nos cerca y nos construye,
nos muestra poco a poco el más allá
de las ventanas. Sólo abre la puerta
cuando nos hemos creado nuestro muro
y podemos oponerlo al más allá del mundo.
La casa es el silencio que nos mantiene a salvo,
nos entrena para las calles desconocidas
de tanto recorrer los mismos pasos
y nos aleja cuando intentamos regresar
—nostalgia: ira inútil contra el tiempo.
Cuando envejecen, los padres se quedan
al otro lado de ese mismo muro.
La casa les enseña finalmente
a estar lejos, a hablar solos con nadie.
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251
XI
En la casa se intenta guardar todo con llave,
difícil deshacerse del reflejo
de las cosas, tanto o más que de la propia luz.
Cosas que se quedaron en la sombra,
alimentadas al abrir y cerrar la puerta.
Cosas que se guardaron para habrá algún día,
para ayer más tarde, para el brillo del futuro.
Pero la casa comienza a perder la memoria
antes que las personas. Las agendas
se vuelven libros de los muertos
y las cartas se escriben para nadie.
Comienza a entrar el viento y barre frascos
que alguna vez contuvieron perfumes,
barre cuadernos y retratos, cosas
puestas a secar en el remordimiento,
un proyecto que no cuajó hace cuarenta años,
una pared a la que se le cae el color,
un nombre recordado que se pierde de nuevo.
Las casas no hacen agua, hacen viento,
se fundan y desaparecen
en una tempestad de hojas y pájaros.
XII
En algún lugar leyó que los hombres
no son bienvenidos entre los árboles.
No recuerda las razones del poeta
pero siempre tuvo la suya.
Los árboles no aprenden nombres,
no viajan buscando nuevas tierras,
no necesitan ni el grito ni el eco,
no olvidan que la única verdad está debajo.
Los árboles saben bien esto:
no ser nunca quien parte ni quien vuelve,
sino el reflejo de los dos, cada uno en el otro.
Los dos perdidos del original
pero los dos iguales en la imagen
que les devuelve el agua de los charcos.
Tarde o temprano llevan a cabo su venganza
y con su único movimiento dejan tras ellos
troncos caídos que ya no se reflejan,
patios con sombra que existen sólo en la memoria.
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253
XIII
También está detenida el agua de los pozos,
estado discreto de la corriente:
pausa. No es que haya claudicado, pausa
no es lo mismo que estancamiento.
Sombra en la que se refugia el viajero.
Él dice que ha bajado por un pozo,
pero los pozos son para subir
y en su fondo no hay luz ni casa, sólo reflejos.
Ahora deja caer una piedra
para ver en los círculos las cosas
realmente como fueron: un parpadeo,
tal vez la luz rápida sobre el agua,
la construcción sobre el abismo,
una pequeña marea, y luego nada.
A los pozos sólo se baja una vez, cavando.
XIV
Del otro lado, en el país del frío,
por más que tenga su rostro y su nombre
no es él quien se asoma a la ventana.
Los pasos trazan en la nieve
caligrafías condenadas.
Mientras los niños pasan en trineos,
arrojando nieve triunfal
contra la puerta, en la pantalla
arde el tesoro infantil del Ciudadano Kane.
A los trineos de afuera no les ha llegado
todavía su hora, son inmortales,
el Ciudadano está de verdad derrotado.
Los perros pasan al final, puntuando
las frases de esta nueva clave Morse
con el paso alegre del que no pesa.
En la nieve no hay eco que deforme
la algarabía ronca de los trineos;
cuando pasa el último perro
sólo queda el humo de la pantalla
oscuro bajo la noche oscura:
equivocar el camino es llegar a la nieve.
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255
XV
Suelo abajo, donde debe. La noche
apenas deja verlo, una cuchilla el reflejo.
Ladran los perros tras la verja,
cohetes a lo lejos, carnaval.
No hay nadie a la puerta, sólo el eco
frente al extranjero, los dos hechos de viento.
Como rehén de un adentro que no tiene afuera
ve pasar inmóvil este lugar
como se ven las cosas que no tienen remedio.
Se quedó ahí como en cualquier sitio
porque una vez que se deja la casa
ya todos los sitios son tan sólo eso,
otros sitios donde quedarse.
¿Lo uno y lo otro, el lugar del que venimos
y el lugar en que nos quedaremos,
eso es el aprendizaje, lo visto
a través de tantas ventanas?
¿Comer para eso la fruta agria,
para eso creer en lo que traían
las cartas y los días?
Para saberlo no valía la pena el viaje.
En la mañana no quedará nada
de la fiesta, ni jirones de música.
Sólo objetos a la intemperie,
pálidos de frío como el hombre que los mira.
Suelo arriba, donde debería estar la noche.
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257
XVI
Recordar se le ha vuelto oficio,
trabajo con horario y disciplina.
Pero no viene aquí a recordar.
Esa casa en ruinas lo necesita:
pagar recibos, recoger papeles,
arreglar las cortinas como si alguien
viviera todavía al otro lado,
cerrar bien las llaves del agua.
Nunca pidió que estuvieran abiertas
ni que de ellas saliera sólo tiempo muerto.
Sólo es culpable, tal vez, de leer
a José Hierro en el avión
(esas llaves abiertas inundando
una casa pobre de Santander)
y de estar ahora de pie, mirando
por la ventana, como quien se encuentra
de pronto en otro cielo, en otro reino extraño.
XVII
Tal vez sólo hay margen, y nada adentro.
Adentro de aire preso, como un fósil.
Lava en la que dejar grabado el rostro:
espera, costumbres y otras formas del círculo.
Espejo en el que un pájaro detenido sufre
insomnio y planea un vuelo trasatlántico.
Tal vez no hay adentro, sólo aire espeso
en el que patalea un hombre caído
desde una realidad de trazos rectos.
Tal vez cayó dentro cansado de su reflejo
(porque reflejarse es mantenerse afuera)
y la imagen de entonces aparece
cada vez que alguien se asoma. El margen
es la tierra viva que rodea un rostro, ya libre
de la grieta y el relámpago. Petrificado.
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259
XVIII
Ha llegado aquí, donde lo lleno y lo vacío
se funden un instante, y han llegado
tras él la luz que pasaba entre las ramas
y el viento que venía enredado entre la luz.
Ha llegado el río que prometía llevarlo
de regreso al origen, los aeroplanos
y los amaneceres de los que salen,
las fotografías y las ciudades inútiles
que caben en la palma de la mano.
Llegó primero una hoja con la humildad tonta
de las hojas y después una piedra
con la ira anacrónica de las piedras.
Llegó luego un hombre que sólo tenía
la piedra y la hoja en la mirada.
Llegaron todos aquí, al fondo de la noche
para librar estas batallas perdidas
que ya ni siquiera son sus batallas.
XIX
El viajero se sentó a la mesa
mirando por la ventana los plátanos,
las colmenas de abejas que trazaban
su propia geografía entre la hierba.
Se dio cuenta de que tenía el brazo
apoyado de la misma manera
que lo hacía su padre. Es la sangre,
pensó, a la que miramos cuando une
y a la que ignoramos cuando separa.
Las cigarras habían salido huyendo
de las abejas. De la misma forma
llegó también el tiempo de la sangre,
el tiempo que luego dura y no acaba.
Para cosas tan distintas la sangre,
para sentirse el mismo y el ajeno,
para levantar la casa y destruirla.
A esta llegó sin aviso y puso
en los vivos los ojos de los muertos,
reunió todas las fotografías
y las enterró para no encontrarlas.
Los escondidos, los que huyeron, todos
los que no volverán, la misma historia
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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
261
que se cuenta a la luz de otras ventanas,
todo valió menos que veinte de cobre.
En sus noches sin sueño el viajero
busca en los libros sentido a esa sangre
y encuentra sólo un siglo hecho pedazos
con horario y limpieza, abandonado
como esas cigarras derrotadas:
Espejo de palabras, ¿dónde estuve?
XX
Hacia arriba y hacia abajo son las dos maneras
de cómo y los dos destinos de cuándo.
Ciego desde aquí hasta el final de lo futuro,
el viajero comenzó a guardar en cajas
las fotografías y los papeles,
separó en montones los pasos recorridos.
Hacia arriba y hacia abajo son las dos maneras
de por qué y los dos destinos de sin remedio.
De los armarios salían años encerrados,
voces que equivocaron su camino,
que llegaron a dos lugares al mismo tiempo.
No es verdad que haya puente, sólo las dos orillas.
Recogió los cristales rotos por el viento,
descansó en su rincón favorito del diluvio.
Hacia arriba y hacia abajo son las dos maneras
de no hay salida y los destinos de todo vuelve.
Nada más que un parpadeo, un instante
frente a un objeto para estar de nuevo
ahí, frente a la escalera del frío.
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263
XXI
Se puso en pie, se dijo “estoy sudando”,
empujó la puerta de hierro, el lodo
de los corrales era la medida
de toda la tierra. Puede correr
en otra dirección, tomar desvíos
si le apetece, no mirar atrás
si tiene miedo de que se le note
miedo en la mirada. Tarde o temprano
pensará que ha puesto toda la tierra
de por medio y tendrá que detenerse
a descansar —difícil resistirse
a una plaza de brisa con palomas.
Sentado a ver pasar la paz ajena,
sólo entonces se dará cuenta
de que ha sido atrapado, que no puede
escapar si es la tierra entera
quien lo persigue, si los ojos de otros
que han huido tanto como él devuelven
la misma imagen cansada en los márgenes.
Nadie está preparado para el viaje,
nadie sabe cuándo llega a ese punto
desde el que ya sólo se puede volver.
El viajero entró en la habitación
de sus padres y miró las paredes,
los retratos, los santos del altar.
La luz daba apenas en el espejo.
Se asomó un poco por el margen
y me dijo “por fin has regresado”.
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L u i s a r t u r o G u i c h a r d
Itálicas, peldaños
II, 13. Siempre la claridad viene del cielo:
Claudio Rodríguez, Don de la ebriedad.
II, 14. Que sombra sobre sombra sólo es sombra:
Gerardo Deniz, Adrede.
VII, 11-12. Venimos / de la noche y hacia la noche vamos:
Vicente Gerbasi, Mi padre, el inmigrante.
X, 2. Todo pasa reducido a silencio:
Gabriel Zaid, Sonetos en prosa.
XII, 10. No ser nunca quien parte ni quien vuelve:
Eugenio Montejo, Terredad.
XIV, 21. Equivocar el camino es llegar a la nieve:
Federico García Lorca, Poeta en Nueva York.
XV, 7. Como rehén de un adentro que no tiene afuera:
Hugo Mujica, Escrito en un reflejo.
XVI, 17. En otro cielo, en otro reino extraño:
Lope de Vega, Rimas, citado por José Hierro en
Cuaderno de Nueva York.
XVII, 11. Porque reflejarse es mantenerse afuera:
Roberto Juarroz, Undécima poesía vertical.
XIX, 30. Espejo de palabras, ¿dónde estuve?:
Octavio Paz, Pasado en claro.
Campanas subterráneas
g
Noche abajo
Ir hacia arriba no es nada másque un poco más corto o un pocomás largo que ir hacia abajo.
Roberto Juarroz, Primera poesía vertical.
Realidad y márgenes
269
•
Se trata de caer, de hacerse piedra y buscar las piedras del
fondo porque al fondo está lo pesado y en la superficie lo
liviano, hay que caer como buzo, como carnada bien
prendida al anzuelo por un sedal que no se ve. Arriba
que haya árboles mirándose en el reflejo multiplicado de
las ondas, ondas en círculos porque los círculos son
perfectos, como todo lo de arriba, que sea círculo
lo que se ve y círculo lo que se diga, redondo como
pensamiento que da vueltas alrededor de un reloj porque
ver el círculo adormece y porque es muy, pero muy
naif dormirse pensando en los círculos de Proust.
270
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
271
••
Darle vueltas a la piedra porque estamos en la hora de los
círculos, aunque las piedras, ya se sabe, no nacieron para el
círculo (tampoco nacieron), se les da sólo la línea, el ángulo
no es su hábitat, golpean recto y sin swing, no se adaptan
bien a los puntos suspensivos, no tienen matices, pues, sólo
grietas caprichosas que cuentan una vida complicada, como
vale la pena, sólo aristas de carácter volátil que golpea sin
dialogar: ya te he visto, buzo, carnada del hipotálamo que
está allá arriba, en la cama, rendido de antemano a sus
círculos, buzo, sumérgete y pelea.
•••
Tirón hacia abajo, nada de descenso, esto no es turismo de
montaña, es el agua y el agua es algo muy serio (las piedras
no beben, son todavía más serias). No, el agua no te busca,
tú caíste, por costumbre o por oficio todos caen o quizá sólo
porque en el fondo saben que verán algo, un espejo, una
pantalla, lo que sea cóncavo que hay adentro, los colores
enloquecidos, la flama, una bandada de cotorros, lo que
hayan perdido en el camino, los juguetes, los desvanes,
los pelos erizados, sí, estamos hablando del fondo del ojo,
el cristalino, sí ¿adónde más crees que caen las cosas,
buzo imbécil?
272
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
273
••••
El remolino es la perfección a la que aspira el fondo, su
tumulto más revolucionario. Es su idea de pulso y de
tránsito, sólo tiene fin y a nadie le interesa su principio, es
la matemática y la natación en el punto de belleza que
destruye, lo más rápido y lo inmóvil. Cuando el remolino
llega, el fondo asciende, asesina por sorpresa, se abre un
camino nuevo cada vez, luego esconde su arpón y no ha
pasado nada. El remolino es cínico, el fondo lo admira.
Cuando nadie lo ve, juega a encender pequeños tifones
lanzando piedras hacia arriba, volando cometas de agua
turbia, acumula ira que pondrá al servicio de su dios con la
fe del que quiere alcanzar lo que sea que tiene arriba.
•••••
De brazadas ciegas se va el buzo, ya se fue, ya va muy lejos.
Va en la corriente a caer directo a los brazos del fondo. En el
cieno abajo camina, ya es pingüino, payaso natatorio,
plomada y nada. En el fondo el buzo tasca su freno, pero aún
así, abandonado a su inutilidad, el buzo camina en círculos,
traza el símbolo que le es propio, no rinde su ballet. En lo
oscuro palpa ahora, manos extendidas y burbujas hacia
arriba, es un niño en el parque vacío al que otros niños
golpean la cara con una pelota, es un perro muerto, una
frontera, alga del fondo que muerden los peces.
274
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
275
••••••
Con los bolsillos llenos de libros, como llega al café de la
mañana, así cayó. No se sentó en una esquina con poco
ruido, se puso en el centro del tumulto, el huracán girando sin
darle importancia y se puso a leer. ¿Nunca has visto un buzo
con la escafandra llena de libros? Eso es porque los buzos no
tienen bolsillos ni al fondo del cristalino hay un café. Eran
libros de poesía y ensayos psiquiátricos, la mesera los mira
desde lo alto al traer la taza y dejarla caer de un solo golpe
sobre el cristalino. No son libros lo que hay en la escafandra.
Son cangrejos. El buzo se la quita a toda prisa y prueba a
beber su café de la primera hora de la noche.
•••••••
Las luces de los puertos y los puertos que están a oscuras
atraen al cristalino, lo hipnotizan como a los peces, lo hacen
entrar en una botella sin salida. El cristalino busca las
distancias para huir de la contracción, es músculo y no le
gusta, quiere campo abierto, mar abierto, da lo mismo. La
extensión, no el fondo que es su guarida, su cueva que lo
domestica, lo sujeta a una red de nervios y de pequeños
látigos eléctricos. No le creas, buzo, la verdad es que te
espera cada día, te desea porque le traes algo de planicie
sin límite, un recuerdo de puertos en cuyas aguas
no se veía el fondo.
Simón el estilita
entonces debes ser simón me dijo señalando mis sandalias mi torpeza mis ojos llenos de desierto.
Eduardo Chirinos, Humo de incendios lejanos.
Realidad y márgenes
279
•
No pidió el privilegio de la piedra. Simón vio en la arena la
única materia válida para el amor, la humilde, la siempre viva.
Se confió a ella con la fe provisional del eremita, del que no
cree en las banderas que arrastra por el desierto. Simón,
Simón, ese fue el nombre que le dio la arena. Del anterior,
su nombre de nacido bajo el sol, ya no se acuerda. La arena lo
llevó a su trono, le mostró el camino hacia arriba y le dio la
columna. “Simón, Simón”, le dijo un día más claro que
otros, “no hay nada fuera del desierto, esto es todo lo que
hay que saber. Toma tu cuerda y sube. Aquí arriba está
todo: estás ya tú y no lo sabes”.
280
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
281
••
Descubrió que el equilibrio más peligroso no es el del salto y
la pirueta, sino el de los dos pies firmes en la tierra. Trajo la
tierra a lo alto con una columna y desde ahí fundó el acto de
fe; antes llamó fe al hecho de estar de pie sin hacer nada.
Hundió el cielo en lo profundo, donde la creación ha dejado de
moverse. “Éste es mi reino”, dijo, “el de la campana subterránea”,
y llamó a los fieles a oficiar bajo los caminos. Rápidamente se le
atribuyó la vista de Linceo y se dijo que veía bajo tierra y
bajo los ojos de los hombres. Él dijo que sólo era el minero
equilibrista, el aprendiz de la piedra más volátil, el que veía las
vetas de la nube.
•••
Sintió vértigo, vio los círculos. Estar arriba no es diferente de ir
cayendo. El único círculo que había era en verdad la columna,
salía de su ombligo y se clavaba en la tierra. Todo es tierra,
círculo, la voz de dios buscándonos en el desierto. Simón
aguzó el oído: para oír ¿había que estar muy arriba o muy
abajo? Tal vez lo mejor era no saberlo. Simón se dispuso a no
saber. No somos nada más que el oído puesto al viento por si
pasa la voz de dios camino del desierto. No somos nada más
que la columna que sujeta tu ombligo a la tierra, nada más
que los círculos cada vez más pequeños con los que la voz de
dios se acerca a la columna. Treinta y siete círculos.
282
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
283
•••
“Treinta y siete años llevo en esta columna”, me dijo, “los
mismos que tú has perdido vagando por el desierto. Cambia
el suelo, las montañas se mueven, la piedra se deshace entre
las manos, así seguirá una y otra vez y tú no escucharás la
voz de dios. Arriba de la columna no hay piedra ni desierto,
sólo aire, y por eso estoy más cerca, no por la altura como
creen los simples. La piedra se ha hecho polvo entre mis
manos y me ha quedado una grieta, acércate y mira. Es en
las grietas donde dios asiente, en el aluvión que dejan los
años en las manos cuando borran las líneas de tu nacimiento”.
•••••
Duermo con la cabeza en la orilla de la plataforma, siento el
infinito. Los hombres que se dicen santos buscan durante
años el infinito en este desierto y no ven que está al alcance
de la mano: no necesitan nada más que una columna en
ruinas y poner la cabeza al borde del abismo. En la noche
oigo quince metros por encima y me pregunto qué será oír mil,
diez mil metros por encima, el rumor del mundo cuando
ya ha dejado de ser mundo y es dios fluyendo entre las
nubes. Algunas noches creo que he estado ahí, pero al
despertar no lo recuerdo y sólo veo los quince metros que
me han regalado para alargarme la mirada.
284
L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
285
••••••
Noche arriba me olvido de todo y salgo al día. Antes, al
salir, decían que era un loco con una cuerda atada a la
cintura. Nunca he dicho para qué es la cuerda. A menudo
iba a sentarme en la sombra, junto al muro de la escuela, y
oía jugar a los niños. De ahí no me echaban nunca,
porque ¿quién echa a un mendigo que se sienta junto a la
tapia de los niños? Era una cuerda como la que usaban
los niños para saltar, ése es todo el secreto. Llevo la
cuerda porque sentado ahí escuché la voz que me dijo que
saltara como ellos, pero que me quedara arriba. Noche
arriba oigo a los niños jugar, cuando comienza a despuntar
el sol por detrás de mi cabeza.
•••••••
Y después de todo ¿no habrá llamas, sólo la misma
piedra? Así es. Los hombres santos que saben muchas
cosas dicen que el mundo terminará en llamas, pero yo
creo que ya terminó y que de ese fin vienen las piedras.
Vivimos sobre el fin, ya no tenemos que buscarlo. Estamos
encaramados en el fin del mundo, pero nadie busca una
columna para verlo bien desde arriba. “Simón, Simón”, me
dijo un día más claro que los otros, “toma el fin del mundo
y ponlo sobre esta columna, no hay nada fuera del desierto,
esto es todo lo que hay que saber. Toma tu cuerda y sube.
Aquí arriba está todo: estás ya tú y no lo sabes”.
Planetas
Y todas esas cosas que van y vienen deben de ser sangre, pues buscan desesperadamente un corazón.
Josu Landa, La luz en el vano.
Realidad y márgenes
289
•
Noche abajo veo planetas dando vueltas en círculos. A
veces pienso que me oprimen, a veces, que me atesoran.
Estoy oculto para que no me toquen y así están ocultas las
cosas que busco. Todo está protegido de nosotros por los
círculos. Simón me dice al oído que los círculos son la voz
de dios, me habla de la piedra y a veces del relámpago.
Las noches que duermo con la cabeza a la orilla del
abismo escucho ese rumor en el que dios asiente y
destruye. Pero al despertar todo sigue oculto.
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291
••
¿Cuánto tiempo debo ver el cielo para encontrarle forma? Los
he buscado en todos los Plotinos y en todas las guías
de campamento bajo las estrellas y sigo sin ver ni osos ni
cochero ni metamorfosis, sólo el reflejo de mis gafas. Un día
voy a entrar en un quirófano, les diré que es para quitarme las
dioptrías, pero cuando esté dentro pediré que me devuelvan
todos los planetas que he perdido. Y veré alguno de más para
resarcirme de tanta noche sin figuras.
•••
En lo alto el buzo descubre que es estoico, que no le interesan
los límites ni los umbrales, que si cae es porque caer es sólo
una manera más rápida o más lenta de moverse, que así
está bien. En lo alto el buzo comienza a sentirse cómodo,
aprende una noción de gravedad (otra más) y flota. El buzo
es un astronauta sin planeta, el fondo (que ya confesó ser el ojo)
era sólo otro territorio donde plantar bandera. El fondo está,
ahora sí, realmente perdido ¿qué hacer con un prisionero
que no quiere salir a la calle, con unos números que no
quieren suma, con un arma que no quiere percutir nada?
292
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293
••••
Adentro todo está en su sitio. La musiquilla de las pobres
esferas y los planetas esos que dieron la vuelta para que
sucediéramos, están bien firmes y sujetos en los libros de
Lihn y de Montejo. Pero hay este destello de pronto, lejos de
los libros y su sintaxis. Este destello ahora, en el fuselaje de
este avión de doscientas toneladas, que no va a entrar en
ningún libro, que está sólo aquí, al fondo de esta noche. O
quién sabe, tal vez todos los aviones provienen del mismo
libro y ninguno de estos reflejos se ha perdido.
•••••
Debe de haber un planeta solitario allá arriba, desde el que
alguien se asome sobre el laberinto, alguien que nos siga
a ratos muertos, nos vea huir y reconocernos, quedarnos
muertos de miedo ante alguna puerta. Tal vez soy yo
quien está asomado ahora sobre las hormigas del pasillo y
me veo a mí mismo junto a la cama, esperando. Venga,
hormiga, hay que dejar en paz al que ha caído y seguir
caminando.
294
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295
••••••
Ahora no puedo recordarlo. A veces, noche abajo, creo
recordar que se llamaba Tomás, y lo llamo así, pero no de
día. Algunas noches abajo incluso lo veo. Estamos los dos
solos (hijos de padres viajeros) en una esquina del patio.
Él era mejor que yo, sabía pelear, no usaba gafas, se
comunicaba firme con la realidad. Tras el terremoto ya no
volvió a la escuela. Planeta Tomás, planeta Arturo, tantos
planetas de nombres que no recuerdo flotando por ahí
lejos de esta noche.
•••••••
No sabes despertar, no ves que se acabó la anestesia por
ahora, que la campana dejó de sonar en los pasillos. Las
notas de color de los dibujos animados no tienen nada que
ver con el colirio que te está escurriendo por los ojos. No
sabes despertar. Sólo pones en imágenes amables el
bombeo, es sólo eso, bombeo, y luego nada. Planetas
dando vueltas en tu sangre.
Realidad y márgenes
299
•
Ven a la sintaxis y ordénate, el mundo te está esperando
para que vueles en torno a nuestras culpas. No hay
colores, sólo hay orden en los números —si es que el cero
no está suelto— y como ya lo dijo Parra —o no lo dijo, pero
lo pensó— las letras tampoco tienen orden, son hormigas
(las cosas no tienen sentido, tienen existencia, ya está
dicho en otra parte), son hormigas que llevan a la espalda
los restos de tu vida, míralas subir por este montón de
estiércol con los restos de tu diamante a las espaldas (es
inútil, no se come). Las hormigas, hmmmm, ésas sí que no
tienen sentido, sólo tienen existencia.
300
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301
••
En la tinta verde nadan las hormigas, en la tinta turquesa
que va dejando en el suelo la salamandra en celo. Para el
cortejo come fuego, cambia de color y alborota las
hormigas en su agujero. Míralas con su carga, es un hada
lo que llevan, ya lo dijo Blake y ya lo he citado en otro sitio,
no insistas, todo está dicho en otro sitio. Sólo la
salamandra la he dejado sin citar con su líquido turquesa,
su lengua de dos puntitas, su paso como de mulo en el
abismo (no, esto tampoco lo había citado antes, pero viene
a cuento a esta hora de la noche en la que las hormigas
son el único camino que se puede oponer con éxito a las
estrellas).
•••
Y tres, no hay nada en la tinta, sólo ideas sin color y sin
natura. Lo que natura no da, ya se sabe dónde acaba. No
hay tinta fresca, hay un manchón en la pared del cuarto,
un mosquito en holocausto. Es de noche otra vez y la
cama flota a la deriva (esto seguro ya está dicho muchas
veces, así que no cuenta como cita). Lo que es verde es el
cuaderno de piel de salamandra y lomos camaleón. A
todos les gustaría ser modernos y trabajar el camaleón en
la poesía, pero todos acaban siendo pequeñas lagartijas
que comen mosca y eructan largamente frente a mi cama
a la deriva, mientras duermo soñando con los círculos
de Proust porque es muy, pero muy naif dormir soñando con
los círculos.
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••••
Después repartimos las entradas para el concierto
dadaísta, con música de címbalos para todos los públicos.
Invitamos al esteta, que se puso trascendental y divo, recitó
Catulo en el oído del diablo, como en Simón del
desierto, dijo que allí estaba todo y no lo sabíamos, se
puso a tocar un tambor de Calanda. Vinieron las libertades
y nos volvimos todos vanguardistas, con un ojo puesto en
ser un día vanguardistas históricos que cobran en la fila de
los premios. Los poetas, oh sí, es que no leemos nunca en
público, lo telúrico de la palabra dicha, oh sí, sólo cuando
nos dan un premio. Oh sí, estaremos todos en el concierto
dadaísta: allá nos vemos.
•••••
Duermen furiosamente desde el año cincuenta y siete,
antes de que Ginsberg se dejara las barbas y viviera muy
mono en Nueva York, antes de que Bowles se fuera al
desierto a comer altramuces. Íbamos todos a escribir un
gran libro, lo que pasa es que decidimos que era mejor
soñarlo, soñarlo con gana y disciplina, y así se fue
alargando hasta que finalmente se canceló porque eso sí,
oh mis parientes, todos teníamos un agente literario que
nos orientara la carrera y nos convirtiera en glorias
modernas contestatarias y felices, rellenos de altramuces y
rayas neoyorquinas de las finas. Se pospuso y dormimos
el sueño de los justos furiosamente.
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L u i s a r t u r o G u i c h a r d Realidad y márgenes
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••••••
Abróchate el cinturón, ponte la brocha en el ojal, pinta de
colores tu Lautréamont anotado en la Sorbona. Cómo nos
hubiera gustado el paraguas aquel para la escena del
crimen. Ay, ya no hay modernos. Zurita, Zurita, por qué
nos has abandonado. Pero el dolor, Ovidio mío, o cómo
iba eso. Ya no hay tinta verde ramoniana ni caballos
también verdes ramoneando en los ojales del Pombo. Ya
no hay caminos a la gloria rimbaldiana, lo único que nos
queda es intentar ser completamente modernillos y
caminar la cuesta arriba de otro siglo, llevando a cuestas
muchos, pero que muchos pixeles.
•••••••
Tal vez sí sabes despertar: es sólo cuestión de fijar la vista
en una forma, digamos un triángulo. El triángulo es un reloj
de arena. Lo que hay dentro no es un remolino por el que
caen buzos, sino el suero que gotea. Fíjate bien, es sólo
un tubo de plástico, no hay más misterio que una tripa
transparente por la que cae un líquido que entra en tus
venas. No hay más misterio que la gravedad empujando
líquido en tus venas.
Barcos, laberintos
La muerte le ha puesto cabeza de oscuro minotauro...
García Lorca, repetido obsesivamente por Vásquez Aguilar.
Realidad y márgenes
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•
El reloj se detiene cada poco. No es el reloj de Proust, sino
el que llevaba mi padre cuando lo trajimos. De bolsillo, con
un mar grabado en la trasera, mar gris pátina. Vamos en el
mar, en un barco que gira como si los polos se hubieran
vuelto locos. Le doy cuerda al mar que me dejó mi padre,
el remolino se lo lleva a él, que conoció el mar a los
cuarenta, y a mí, otra vez de su mano.
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••
Limpio el reloj todas las noches, pero el mar gris pátina no
se vuelve más real ni más claro, sigue siendo un reflejo
detenido, un viejo enigma que no espera ser resuelto.
Estamos otra vez en el barco, como hace varias noches,
pero yo sé que esto es un libro, no es un sueño, y que esto
no es un barco, sino un coche que atraviesa la ciudad en
medio de la lluvia.
•••
Va empezando este domingo. Al otro lado de los párpados
caídos, también gris pátina, las aves pasan de largo, sin
asomarse al ventanuco por el que entra la única luz del
cuarto. Ruidos en el pasillo. Le doy cuerda al reloj para
encender mi mar secreto, acaricio el mar del otro lado, que
se ha puesto de pronto húmedo en mis manos.
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••••
Es también un laberinto de doce puertas y sesenta
pasillos. Vamos a dar a él desde el mar gris pátina.
Papeles, sábanas, sangre esperando en sus cartuchos. Es
tarde y las comparaciones no me gustan. Es tarde y no
hay nada que hacer, sólo recorrer los pasillos que en uno
de estos momentos van a tapiarse. A la salida ¿habrá un
abismo?
•••••
Voces que llegan distorsionadas, voces de hormiga desde
un pasillo que parece más lejos que la otra vida, voces al
doblar la esquina. Más allá de nuestro laberinto continúan
su trabajo el eje de la tierra, la galaxia y las enanas
blancas. No somos nada más que una muesca en el
círculo, una piedra lanzada a ese laberinto. Una muesca,
una puerta ya cerrada.
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••••••
Tal vez sea cierto que las direcciones son seis y no cuatro, y hay
que sumar arriba y abajo. O tal vez esas sean las
únicas que importan. ¿Qué más da sur o norte? Pero son
muy distintos la lámpara y el suelo, la luz vertical y el aire
horizontal. Nosotros vivimos en el aire, pero hablamos de
la luz, la que atraviesa las cosas en la dirección que nos
importa. Bien lo decía Simón, bien lo decía Juarroz. Ahora
lo sé bien yo, viendo desde arriba esta habitación
despojada de horizonte.
•••••••
El reloj y la cama del hospital, el círculo y la línea. Es hora
de irse, el barco va por la línea blanca que mantiene al
círculo, ahora giramos y vamos a un edificio blanco. Aquí
dormimos al final, nada de abismo, sólo los mismos
pasillos. Somos una muesca en el círculo y le damos
cuerda al mar del otro lado.
Noche oscura del hipotálamo
Lenguaraje para detener lo inevitable...
Creo que lo dijo José Kozer en uno de sus tantos libros.
Realidad y márgenes
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•
Nuestras pesadillas también dejarán de ser nuestras. Vendrán
razonamientos rectos, la luz del día. El dios Pan que ahora
está copulando con la cabra, su nariz hinchada con el reflujo,
sus poros en tensión, también han de cansarse. ¿Alguien sabe
bajo qué matojos duerme? Mañana la cabra se irá alegre por
el camino rocoso por delante de Alberto Caeiro, cuidador de
rebaños. Será la misma cabra y será ya otra.
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••
Anoche soñé con un señor flaco que se parecía a Alberto
Caeiro, guardador de rebaños. Me daba un consejo: “sobre
todo, no confíes en el sol”. Mi hija llamó pidiendo su biberón y
su perro de peluche. Mi mujer soñaba con un señor flaco que
se parecía a mi padre. Le daba un consejo: “sobre todo,
duerme liviana de noche”. Nos levantamos los dos a buscar la
leche y el perro. Los dos señores flacos se quedaron en
silencio, sin saber si mi hija soñaba también con ellos, bajo la
forma de un biberón y un perro de peluche.
•••
En sueños di una conferencia perfecta sobre el mito de Osiris,
versión de Heródoto (el dialecto, la sintaxis, todo perfecto).
Era algo sobre desmembramientos y falos de madera, todo
muy simbólico. Al final uno de los estudiantes levantaba la
mano, era un estudiante pero en el sueño era Heródoto con
un gorro frigio (debe de tener un significado) y decía: “eso es
onírico, el mito de Osiris es el sueño de los que duermen en el
templo y así reciben respuesta del dios”. Seguí durmiendo,
creo que sin respuesta.
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323
••••
¿Quién dice que al fondo de todos los poemas duerme un
caballo? Yo sólo sueño con el tótem-con-forma-de-caballo.
Estaba en el Museo Británico, yo lo sé porque pagué mi
entrada y comí un sándwich de pollo con curry. Yo lo sé
porque tenía un nombre impronunciable (ni los museos ni
los sueños son muy coherentes) y un cartel con una
historia de migraciones en barcas del Canadá, penínsulas
rocosas, amaneceres entre flechas (qué lástima haber
perdido el folleto) y el sueño de un pueblo velado por el
tótem-con-forma-de-caballo.
•••••
¿Y si más bien tenía que ver con chivos expiatorios? Creo
que eso venía en un poema de Óscar Hahn que trataba
sobre la hidropesía de Heráclito. “El chivo estaba en
verdad lleno de agua”, dijo el estudiante levantando la
mano (ahora bajo la forma de Mircea Eliade en sus años
portugueses), “representa la imposibilidad de volver al
útero materno, al echarlo de la ciudad y matarlo a palos
(mole de chito) se cura la nostalgia del origen”, dijo y se
sentó (ahora era Papini en su viaje español y le aplaudían
sus compañeros: “dale, doblégalo”). Dije que no, que tenía
que ver con tuércele el cuello al cisne y que en resumidas
cuentas todo esto de lo que realmente trata es de la
búsqueda frustrada de la pertenencia.
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••••••
El pájaro vivía en una tienda india a la vuelta de la
Residencia Universitaria, enlataba té y hacía muebles
lacados con madera de palisandro. En su sueño (dentro
del mío) salía volando con las latas de té y bombardeaba
Londres, tenía el corazón lleno de ceniza. En las noches
en que no podía dormir, varado, se asomaba a ver qué
pasaba por mi hipotálamo y me horadaba el cráneo
como en “El almohadón de plumas”, me contaba muy bajo sus
historias de inmigrante resentido, porque, en fin, ud.
entiende...
•••••••
Es una mera conversación con mi hipotálamo, me digo,
que piensa en segmentos de siete porque así le bombea
ahora la sangre. Si fuera más tarde quizá pensaría en
segmentos de doce o catorce. Se concentra en el siete, se
atora en el siete porque es simbólico y porque no entendió
la Hypnerotomachia, mi hipotálamo, perdido en niebla, que
sueña con Alberto Caeiro —¿o era José Kozer?— sólo
porque lo estuve leyendo ayer mientras le daba cuerda al
reloj de mi padre con el mar al otro lado. El hipotálamo
mira todo así porque no puede con lo que le dejó el día,
porque ya no da más, porque todas las imágenes se le
han ido tal vez al fondo, donde sólo estoy yo durmiendo.
Campanas subterráneas
Hay campanas que bajande lo alto de las iglesiascansadas de la altura y de los techosy cavan en la tierra fuertemente:se transforman en campanas subterráneas.
Rafael Courtoisie, Orden de cosas.
Realidad y márgenes
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•
Hace falta un punto y peso. Basta un punto casi invisible,
una punzada de alfiler en el dedo y luego un peso mínimo,
la cabeza del alfiler, para que el punto crezca cada noche,
para que se vuelva el eje de un remolino vítreo. El punto
estaba puesto desde el principio. Al nacer no había un ángel
de Dante esperando para ponernos un largo mensaje en la
frente: sólo se nos puso el punto, el pinchazo de la anestesia,
el pinchazo del suero. Nada más nacer se duerme, se
comienza a cultivar el eje de la grieta.
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••
Las grietas crecen en la frente, conducen hacia adentro la
velocidad del mundo. Adentro hay otro ritmo, fluye la sangre
con pasos aprendidos de los hombres pero no se sabe qué
hay dentro, si hombre, si árbol, si desierto. Hay campanas que
cavan en lo hondo, gallos de colores poniendo el cuerpo en
pie contra la sombra. Adentro hay reflejos, caminos que suben
a las sienes, redoble líquido que tarde o temprano se ha de
volver metal duro, vidrio que a veces nos muestra los reflejos,
sales detenidas en la erosión lenta de las venas, aire que
mueve un instrumento de viento sin acorde.
•••
Ocurre en febrero, el mes de la fiebre, el que cultiva la grieta.
Suben a las sienes las campanadas y anuncian que el
invierno todavía no se ha ido, que las aves están posadas en
una república sin viento. El punto presiona entonces como
nunca, las venas llevan el tañido como nunca. Lo único que
se puede hacer es flotar hacia la superficie como si fuéramos
un odre de aire, una casualidad de aire caliente en un río de
corriente fría, una noche de invierno en que un viajero…
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••••
Todos los reflejos vienen a dar aquí y aquí reverberan en un
prisma. No son más que músculos, me digo, reacciones
químicas, fluidos sin conciencia. No son más que vértebras,
tendones, aire liberado de las articulaciones. No soy más que
un amasijo vegetal, animal, mineral dando vueltas en el
prisma. Lo que se ve en el cristalino, a lo lejos, es el buzo
cayendo, el remolino que se lo lleva al otro lado de un cuarto
de sábanas blancas, de jeringas y catéteres. No hay nada al
otro lado de la sábana, sólo unos ojos que me miran
angustiados.
•••••
En los hospitales la noche tarda más en rendirse, tanta luz en
los pasillos. Coloca la almohada, no dobles el brazo de la
aguja. En torno al ojo hay una línea roja que enmarca el
mundo. No hay línea aquí, todo vuelve al círculo, la onda
expansiva de adentro hacia fuera, el sueño de afuera hacia
adentro, el tiempo en todas direcciones traza círculos
concéntricos. Te han cercado, pues, el suero vuelta y vuelta
de los frascos transparentes al aire que se escapa, por fin, de
la garganta. Ven y no te vayas.
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••••••
Los objetos sólidos también van en tránsito buscando su
dueño, ellos también tienen su travesía del desierto. Ellos
también tienen su grieta, su edad marcada sin remedio. El
frasco deforma todo lo que entra por la puerta: ahora hay un
rostro, la línea blanca de una bata, ahora hay esa sombra gris
instalada en la esquina hace unos días. No hay nada al otro
lado, sólo el prisma al que llega el dolor del corte, la textura de
la cánula, la mano que duda frente a tus ojos, esa luz
moviéndose deprisa. No hay nada al otro lado del corazón
si late.
•••••••
Vamos al último círculo dormidos, las ruedas girando por el
pasillo. Después todo será salir, las cosas dejarán de girar, se
irá el prisma y quedará sólo el corazón si late.
Co n t e n i d o
preseNtacióN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Nadie puede tocar La reaLidad
CosmografíaEl orden de las cosas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17El camino hacia arriba y hacia abajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19Día de la creación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20Animal que sí existe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21Europa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22Perros de caza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23Contrarios que no se tocan . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24Memoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
Mi perro de los aeropuertosVisto en la noche . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29Mi perro de los aeropuertos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30Una casa para Mr Guichard . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31Y un traje. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32No necesariamente la mía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33Tránsito. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34A un dios desconocido (i) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35O tal vez sí. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36Caligrafía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
Jardín de hierroNuestra piedra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41Web . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42Exorcizo te . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43House . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44Amigos olvidados. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
Naranja dulce . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46Saturno y sus hijos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47Jardín de hierro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48Levante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
Ante la orilla inmóvilLibre de mí . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53Otro lado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54Bazar de antigüedades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55Matutino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56Mar rico en peces . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57Juego de niños. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58A un dios desconocido (ii) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59Camino atrás. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60Seré materia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
versióN aérea
A mano alzada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65País sin trenes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67Mascota mineral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69Un libro italiano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71El engranaje. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73La silla del poeta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75Ruido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77La mano de Borges. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79Libros blancos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82Simetrías . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84Ventanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86La camisa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88Retrato aéreo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90Mecánica vegetal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93Calzada de los misterios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95Capitales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97Poética de aire . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99La frontera. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100Objetos a la intemperie . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102
El espejo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104Tacto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106La luna de estío. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 108Oficio de aire. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110Relevo natural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112Lección de viento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 114La otra mano. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116
Los soNidos verdaderos
Serpiente de lluvia y lunaI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125II. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127IV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128V. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129VI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 130VII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 132VIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133IX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134X. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135
Poemas de la derrota necesariaI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139II. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141IV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142V. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143VI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144VII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145VIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147IX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148
Ninguna es mi voz (homenajes, retratos y variaciones)Emilio Prados llega a México . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 152Lamento de Abelardo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 154De un cancionero de la misma época. . . . . . . . . . . . . . . . . 156
Alfonso Reyes navega hacia Aanfípolis . . . . . . . . . . . . . . . 158Poética suficiente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161
Agua del ParaísoI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 166III. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167IV. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 168V . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169VI. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 170VII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
Un espacio no mayorCírculos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175Vestigios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 176Las campanas del sitio en que nacimos . . . . . . . . . . . . . . . 177No fuimos hechos para la culpa y para el miedo. . . . . . . . 178
marGeN de espejo
Algo borrosoEl año de la serpiente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187Karma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 188Tareas pendientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189Trotes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 190Cómo trabaja la tierra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191Trópicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 192Manos de barro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193Exvoto de hoy. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 194Dragones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195Doble vida. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 196Flechas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197
Ese lugar en el que no me halloLeer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201Strings of beginnings . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 202Periféricos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 203
Interfoliados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 204L’infinito viaggiare . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205No hay tal lugar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 206Mutatis mutandis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207Cicatrices. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 208Blancos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209Pie de imprenta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 210Rato libre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211
AtlantaI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215III. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 216IV. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 216V . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217
Ocho cartas sin destinoEn el umbral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 221Unas llaves . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223El piano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225De caza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227Junto al foso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 228La mitad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 230Diccionarios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231Espíritu de los tiempos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 232
Margen de espejoI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 237II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 239III. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 240IV. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 242V . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 244VI. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 245VII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 246VIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 247IX. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 248
X . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249XI. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 250XII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 251XIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 252XIV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 253XV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 254XVI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 256XVII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257XVIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 258XIX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 259XX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 261XXI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 262Itálicas, peldaños . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 264
campaNas suBterráNeas
Noche abajo• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 269•• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 270••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 271••••. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 272••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273•••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 274••••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 275
Simón el estilita• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 279•• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 280••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 281••••. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 282••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 283•••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 284••••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 285
Planetas• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 289•• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 290••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 291••••. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 292
••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 293•••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 294••••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 295
Duermen furiosamente• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 299•• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 300••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 301••••. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 302••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 303•••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 304••••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 305
Barcos, laberintos• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 309•• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 310••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 311••••. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 312••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 313•••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 314••••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 315
Noche oscura del hipotálamo• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 319•• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 320••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 321••••. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 322••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 323•••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 324••••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 325
Campanas subterráneas• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 329•• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 330••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 331••••. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 332••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 333•••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 334••••••• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 335
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