Querido Manuel: He estado dándole vueltas al prólogo que...

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Querido Manuel:He estado dándole vueltas al prólogo que escribí para tu libro «Ese

amor sin fronteras» y he llegado a la conclusión de que no podría –ni sabría– decir nada más apropiado acerca de tu obra de letrista y de cantaor. Creo que en ese texto trazo una semblanza bastante completa y exacta de tu personalidad. ¿Qué más puedo escribir ahora que ya no haya dicho antes? Mi opinión es que publiques ese prólogo tal como está, aclarando que lo redacté para tu libro «Ese amor sin fronteras» y que lo considero igualmente válido al cabo de los años.

Confío en que te parezca oportuna esta decisión.

Salud y abrazos. José Manuel 21/julio/2010

Manuel Gerena es, antes que nada, un hombre del pueblo andaluz que canta al pueblo andaluz desde una acuciante y empecinada solida-ridad. Por eso escribe fervorosamente sus propias letras y por eso las arropa en una música inmemorial donde parecen fundirse el íntimo acorde del lamento y el grito comunitario de la rebeldía. Pienso que, con independencia del valor literario de esas coplas, lo que de veras las define es su condición humana, su sensibilidad crítica. Y esa condición y esa sensibilidad vienen enaltecidas en cierto modo por la propia música que les sirve de vehículo de expansión: el flamenco. Si Gerena no hubiese asimilado desde niño ese suntuoso y enigmático lenguaje musical, tampoco sus estímulos poéticos habrían sido exactamente como son. El flamenco, o lo mucho que tiene que ver el flamenco con la expresión de una atribulada intimidad, ha supuesto para Gerena un acicate creador y, al mismo tiempo, una norma de conducta.En momentos en que la cultura oficial española se afanaba en de-sertizar el espacio popular de la cultura, Gerena se echó a andar por el mundo adelante, cantando donde podía y a veces también

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donde no podía. Y como lo que cantaba eran verdades como puños, intentaron amordazarlo con los puños de la mentira. Una consabida barbarie a la que respondió Gerena con la táctica consabida de la resistencia. No lo pensó dos veces y, con las únicas armas del cante, montó su guerra privada contra la tiranía: un foco más de legítima defensa frente a aquellos años sombríos, macerados en las aguas residuales de todas las represiones. Él era un juglar en tiempos de miseria, es decir, un muchacho que pretendía contar en la plaza pública la historia de un pueblo acosado. Pero no pudo hacerlo más que sorteando a duras penas las vigilancias inquisitoriales. Y al fin, como los jornaleros de su desdichada tierra, tuvo que emigrar. Gerena vivía para el cante pero también vivía del cante. Dos hambres juntas —la física y la moral— eran demasiado. De modo que se fue con su música a otra parte, o sea, que se quedó donde estaba.

Ahora ya todo —casi todo— es distinto. Por lo menos, se han conquistado los tramos más dificultosos de la libertad. Apenas han transcurrido siete años y parece que esa historia tiene ya un siglo. Nadie va a impedirle ahora a Gerena que exprese con su cante lo que él desea íntegramente expresar. Yo creo que todavía no ha llegado a creerse del todo que eso pueda ser cierto. En cualquier caso, al producirse un viraje en el curso de nuestra reciente expe-riencia histórica, también tuvo Gerena que modificar el rumbo de su temática: un cambio de sentido testimonial perfectamente acorde con el propio dinamismo del presente. Me imagino que, en principio, no debió resultarle nada fácil semejante reajuste. Es posible incluso que todo ese acumulativo repertorio de acusacio-nes almacenado en el corazón del cantaor, experimentara alguna especie de trastorno al quedar razonablemente alterado. No ya por la invalidez de algunas de sus causas, sino por la superación de algunos de sus efectos.

Gerena clamaba con reiterado énfasis por la libertad, rompía sus lanzas verbales en favor del perseguido, denunciaba las injurias de cada día, reclamaba justicia para el pobre. Cuando esos temas


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aparecían incorporados a su cante —rara vez no lo estaban—, su cante era como una llamarada abriéndose paso por los vericuetos de la clandestinidad. Al igual que otros intrépidos compañeros que hicieron de la canción una bandera política, Gerena tenía algo de enardecido portavoz de un pueblo al que le habían falazmente negado la posibilidad de hablar. No importaba entonces tanto la forma como los contenidos. La canción era un sistema más para ir poniendo al alcance del mayor número posible de destinatarios toda una serie de argumentos subversivos. Ya se sabe que, en aquellos años, la ética tuvo que desplazar, con más o menos justificadas urgencias, a la estética. Pero, a la postre, nada de eso era ya consecuentemente inevitable. No es que se hubiesen alcanzado, de hecho, los objetivos que esa canción planteaba como único punto de referencia social, sino que el acceso a las nuevas libertades públicas hacía hasta cierto punto suprimibles otras privadas reclamaciones de libertad. Por eso me permitía suponer que, en estos últimos años, también debió sen-tirse Gerena poco menos que obligado a rehacer el material de sus coplas: tuvo lógicamente que adecuarlo a las nuevas motivaciones promovidas por el tiempo histórico.

Una palmaria prueba de ese cambio de enfoques temáticos es la colección de letrillas de Gerena que ahora se publica. Su título ya es un síntoma. En la época de más virulenta lucha contra la represión, «ese amor sin fronteras» habría abarcado un ámbito de significaciones mucho más simbólico —mucho más beligerante— del que ahora lo limita, a pesar de tan ambicioso epígrafe. Gerena parece regresar al refugio doméstico después de haber andado batallando en la calle. No está cansado ni victorioso: está expectante. Los asuntos tratados en estas coplas parecen ratificarlo: ya no esgrime Gerena ningún estandarte directamente acusador, se contenta con poner en verso una serie de episodios ligados a su vida familiar o a su entorno campesi-no. El hijo, la naturaleza, el amor, el trabajo, son como otros tantos incentivos fraternos de una poesía que resulta tanto más popular cuanto más se organiza a partir de sus propios tópicos emocionales. Lo cual también implica otra forma de solidaridad.


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No todas estas letrillas de Gerena están concebidas, creo yo, para ser cantadas. Si nos ceñimos concretamente al flamenco, el tono de muchas de ellas se aparta un poco de lo que viene entendiéndose, en sentido estricto, como la mecánica expresiva del cante. No me refiero ya a la temática flamenca más habitual —el hambre, la cárcel, la madre, la marginación— ni a la métrica más inamovible, sino a la propia matización lingüística. De algún modo, Gerena rompe aquí parcialmente con la tradición de las letras flamencas en lo que se refiere al léxico utilizado y, en otro sentido, al clima en que se producen. No es que esa actitud me parezca improcedente, pero tal vez contribuya a dotar a estas coplas de una tentación culta que, en algunos casos, no se corresponde del todo con la espontánea sutileza de lo popular. Entre el instinto de los anónimos autores de tantas ejemplares letras gitano-andaluzas y el impulso poético de Gerena, hay ya la misma distancia que entre el espíritu de una seguiriya de Manuel Torre y el carácter de una seguiriya del propio Gerena. Tampoco es raro que ocurra así. Y hasta puede resultar de lo más saludable. El flamenco es un arte popular en permanente estado de renovación y Gerena siempre ha traducido a su modo esa evidencia.

El invariable aliento crítico del temario de Manuel Gerena ha atravesado, efectivamente, por toda un serie de metódicas y conse-cuentes evoluciones. La protesta pasó a convertirse en esperanza; el programa combativo en proyecto de paz; la urgencia acusadora, en situación de alerta.

En el ayer mis escritos combatían enemigos, hoy le traigo en cada verso esperanza a mis amigos.

Una voz como la suya, tan desgarrada por los mil sanguinarios filos de la sinrazón franquista, se ha ido tonificando con los cauterios de las libertades democráticas. Nada más previsible. Y nada, también, más vulnerable. Muchos de los de entonces siguen siendo los mis-mos. Y Gerena, de pronto, parece adoptar la moderada postura del


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convaleciente: sabe que los «ojos de la pobreza» deben permanecer vigilantes frente a los lastres amenazadores de la historia:

Rompe gritando verdades como tu llanto al nacer, niño, si ves la injusticia no vayas a enmudecer.

Lo que antes era una proclama de lucha, ahora es un aviso de perseverancia justiciera. Aunque Gerena no tenga ya necesidad de gritar, no por eso va a enmudecer. Tampoco podría hacerlo.

Me inclino a pensar que si se relacionan estas nuevas coplas de Gerena con las recogidas en su libro anterior —Cantes del pueblo para el pueblo—, hay como una diferencia de modales literarios que no por irrelevante deja de ser curiosa. Se trata más bien de una profundización conceptual que, en cierta medida, no responde del todo a la propia evolución del cante de Gerena. Quizá la tendencia libresca de lo popular haya colaborado en algún desajuste expresivo. No cabe duda, sin embargo, que el estilo flamenco de Gerena está hecho a partes iguales de apasionada libertad interpretativa y de intentos de actualización de un viejo esquema tradicional. Ni por su lenguaje crítico ni por sus hábitos musicales, podía confundirse a Gerena con ningún otro exponente contemporáneo del flamenco. Tampoco —que yo sepa— había nadie que escribiese, como él lo hacía, sus propias y airadas letras de seguiriyas y soleares, de cantiñas y tientos. Sin emitir ningún juicio de valor, el rango popular de las coplas se complementaba con la quejumbre popular del cante. Pero ahora no ocurre exactamente así. La verdad es que no sé si se debe a los cambios temáticos de las canciones o a las mudanzas psicológicas del cantaor. De cualquier forma, lo que sí resulta innegable es que Gerena ha enriquecido conceptualmente sus letras a la vez que las ha despojado aparentemente de algunos inveterados registros fla-mencos. Aunque no se trate más que de unos datos parciales, creo que merece la pena reseñarlos.


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Dentro de las últimas peripecias sociales —y artísticas— del fla-menco, Manuel Gerena sigue ocupando una parcela preferentemente singularizada. Según mis noticias, no participa —o casi nunca lo hace— en esos profusos festivales flamencos que vienen celebrándose dentro y fuera de Andalucía con ya irremediable frecuencia. Ignoro las razones de esa actitud, pero me las imagino. Gerena siempre se ha resistido a ingresar en cualquier escalafón del profesionalismo flamenco y, mucho menos, en las falseadas nóminas del consumo. Ha preferido dar la cara en solitario desde un principio, aceptando incluso la eventualidad de equivocarse. Su cante ha consistido en lo mismo que han consistido sus letras: en una elemental y fervorosa crónica de la vida. Estuvo y sigue estando al lado del pueblo andaluz y le ha ido poniendo una música sin tiempo a la apacible o iracunda, a la limpia o sórdida realidad de su tiempo.

J. M. Caballero bonald



A CoNTRACoRRIENTE PoR LA DIGNIDAD

A veces es recomendable dejar de mirar el cielo, hincar las rodillas en la herida siempre abierta de la tierra y hundir las manos en ella hasta sentir el pálpito secreto y vegetal de sus raíces. A veces descu-brimos que en la hondura exacta y mineral, en lo profundo y por lo tanto verdadero de las cosas habita ese principio llamado libertad, amor, hermano o vida, simplemente. La savia asciende, pues, de las raíces. Las raíces se buscan como bocas sedientas, como brazos extendidos, como manos que laten al ritmo de la sangre sin que nadie las vea, secretamente, por las oscuras galerías de la tierra y el sueño. Sólo allí, en ese fondo, la voz y la palabra, el cante abierto y el verso perpetuo y desatado se abrazan y se encuentran, se ayuntan y traspasan con oficio o voluntad de raíces celestes.

Allí, en ese reino donde el poema se confunde con una vibración de cuerda o de garganta, entre la grama y la piedra, el sudor y la piel, allí mismo, entre planetas y olivos, Manuel Gerena y Miguel Hernández se encontraron por fin después de tantos años.

Del poeta oriolano, desaparecido a los 31 años en el Reformato-rio de Adultos de Alicante, allá por 1942, nos ha quedado su obra carnal y luminosa, el legado de su verbo como un abrevadero al que de vez en cuando acudimos para purgarnos el espíritu.

A Gerena le tenemos aún para deleite de nuestro oído y nuestra sangre. Su voz lleva cuarenta años extendiéndose en el aire como una bandera infinita, como el viento que asciende sin cordillera que lo detenga, sin muralla que lo apague. Más de treinta discos de larga duración y seis libros de poemas configuran hasta hoy una trayectoria imprescindible dentro del flamenco español contem-poráneo. Pero la diferencia de este cantaor/autor respecto a otros radica, especialmente, en haber sabido conectar como pocos con un pueblo histórica y legítimamente insatisfecho, en volver a la pu-reza original del cante renovando en todo momento el sentimiento.


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Cantando a la libertad, Cantes del pueblo para el pueblo, Cantes andaluces de ahora, El canto de la unidad, son títulos ya necesarios que resumen el sentido reivindicativo y solidario de Manuel Gerena, principalmente en los años 70. Es a partir de 1984 cuando, bajo la denominación de «Canción de raíz» prolonga su aventura flamenca con títulos como Amor sin fronteras, Otra nueva ilusión, Sevillanas del cante o Del Sur vengo a ti.

En su dilatada trayectoria creativa y esencial ha viajado por Eu-ropa y América, ha compartido vida y escenario con intelectuales y escritores como Rafael Alberti, Louis Aragon o Pablo Neruda; ha experimentado interacciones o fusiones entre el mariachi mexicano y el flamenco (México y España cantan) o indagado en conexiones con la música clásica con trabajos como Aroma de raíces (Diálogo clásico-flamenco), basado en la fusión de su trabajo como cantautor con la obra de Manuel de Falla y Joaquín Rodrigo.

Pero es ahora cuando regresa Gerena a sus raíces más íntimas, porque su primitiva rebeldía ha encontrado la horma perfecta en los versos de Hernández. ¿En quién mejor que el poeta de orihuela iba a hallar un ejemplo y un camino tan luminoso y dispuesto?

Los poetas pasan por el mundo, sobre el mundo, con el mun-do… dejan su palabra, su testimonio o su trozo de vida escrita para que alguien la sienta como propia y la propague. Al poco de morir, sufren homenajes pero también ofensivos desdenes. A veces caen en un transitorio descrédito, los devora el silencio o se ven desterrados, imperdonablemente, a los reinos del olvido. Mucho de todo esto acaeció y ha venido sucediendo, como todos bien sabemos, con Mi-guel Hernández desde su injusta muerte, tanto que ahora, en el año de su centenario, aún queda un camino por andar y un trecho para devolverle la grandeza que le corresponde.

Manuel Gerena no ha querido permanecer al margen de esa labor de rescate y ahí que ha puesto su alma toda con el propósito de traer, de regresar, de rescatar al poeta de las tres heridas, al hombre que, con los ojos abiertos, se despidió del mundo y de la vida en aquella última prisión de Alicante; una despedida rodeada de olvido, de desidia, de venganza… Porque, como Manuel sabe, Miguel murió



por no vender su alma al diablo del fascismo, por no comulgar con ruedas de dictadores, por no renunciar a la verdad.

La realidad, en toda su extensión, se ajusta únicamente a la soledad de un hombre que supo esperar, hasta el último momento, la gran promesa que fue para él la vida; una criatura atravesada por un rotundo amor hacia las cosas que vio con entera amargura cómo se vulneraban cada uno de sus sueños; un hombre generoso que no recibió mayor pago que la inclemente maza del desamor y la impiedad.

Han pasado 68 años de cárceles y cárceles para olvidar y no olvidar y aquí tenemos a Manuel Gerena, anhelante y dispuesto a apartar del rostro de Miguel las piedras y el olvido con que trataron de acallarle durante lustros y lustros.

Muere un poeta y la creación se sienteherida y moribunda en las entrañas.Un cósmico temblor de escalofríosmueve temiblemente las montañas,un resplandor de muerte la matriz de los ríos.

oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,veo un bosque de ojos nunca enjutos,avenidas de lágrimas y llantos:y en torbellinos de hojas y de vientos,lutos tras otros lutos y otros lutos,llantos tras otros llantos y otros llantos.

Por hacer a tu muerte compañía,vienen poblando todos los rinconesdel cielo y de la tierra bandadas de armonía,relámpagos de azules vibraciones...

Muere un poeta y la creación se sienteherida y moribunda en las entrañas.


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Estos versos del propio Miguel Hernández lo dicen todo sobre su vida, su trascendencia y su muerte. Gerena sabe que siempre hay un tiempo para volver, incluso a poetas como Hernández, porque, en cierto modo, volver a sus versos, a su obra y a su vida es regresar un poco a nosotros mismos, al lugar exacto de nuestra conciencia y nuestra memoria.

A lo largo de este nuevo trabajo titulado A contracorriente por la dignidad, el cantaor andaluz vuelve a latir con ese cante jondo crítico de los grandes momentos, cuando la voz o la palabra es tan de quien la dice como de aquéllos que la oyen, tan de todos como la verdad y el testimonio que impulsan. Son cientos de páginas las que recogen los poemas de Gerena escritos a lo largo del tiempo y que él ha reunido bajo ese subtítulo de Escribir para cantar.

Seguro estoy de que este feliz encuentro de raíces (las de Miguel y Manuel) tendrá el destino de las bocas sedientas, de las manos que laten al ritmo de la sangre, de los dedos que surgen de la tierra para amarrar un sueño. Manuel Gerena homenajea de ese modo en esta obra a su maestro, ante quien se inclina como discípulo, como fiel seguidor de su creo humano. Incluye un nuevo CD dedicado a los versos de Hernández. Le canta como nunca y se hermana, por encima de todo, con la verdad compartida.

En conclusión: el flamenco y la poesía vuelven a estar de en-horabuena.

Todos estamos ya de enhorabuena.

José luis Ferris

Escritor, poeta y ensayista.Autor de la biografía

Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta.



esCribo porque Me da la Gana

Escribo porque me da la gana;lo que me pide el cuerpo,y lo que me dicta mi conciencia,porque así yo nunca me vendo…

Y oído, mi gente: quien se pica ajos come, y no será por los ajos, si le dan retortijones.

Escribo porque soy libre,y por fin seré más libre,cuanto más escriba,porque el corazón me lo pide.

Como ya vengo de vueltas,de donde no llegaron algunos, ni llegarán, porque no son de esta casta, y porque aquí no trincan ni un duro.

Y porque ya vengo de vuelta, me conozco los caminos;los espinosos terrenos,por lo que estoy convencidode que seguiré sin dudas,siendo fiel a mis amigos.


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Y porque soy de esta casta,pueden contar conmigo,los indefensos del mundo,los que se quedan sin trigo…

Porque esta causa me llevaal codo a codo contigo, y porque me sale del corazón,lo que canto y lo que escribo.



¿no habrá otro planeta Más solidario?

¿No habrá en el universootro habitable planeta,con gente más solidarias,que los que pueblan la tierra?

¿Quién se lleva la gran parte,de esta tarta de la crisis?el banquero de siempre;¡porque el obrero en pobreza persiste!

Los derechos de los inhumanos;¿algunos llamados humanos,deshumanizados y crueles,

—tienen aún derechos— torturando a mi hermano?

Unos que albergan a los señoritos,que dicen no serlo,y otros que tienen lo mismo,y dicen no tenerlo…

¿Así, que a ver donde estánlos señoritos de siempre,y los otros poltronerosdonde se meten?


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hoy he CuMplido los años

A sesenta y cinco vine a llegar,hoy he cumplido los años;esos pa’ descansar,pero no tengo motivospara dejar de cantar:porque no hay desvergüenza,que yo me pueda callar.

Hoy empieza un nuevo tiempo;otra lucha para mí,y no fue un camino de rosaslo que me trajo hasta aquí:y sembrando dignidades,por aquí he de seguir.

Cada año de labranza,y de siembra solidaria;debieran tener cosechaslos de la lucha diaria.

¿Pa’ qué tantos sinsabores,por tanta deslealtad?se preguntan mis razones,después de este mal pagoque nos dan estos traidores.



Ya mi conciencia relanzaun sentimiento más libre,y los años que viviera,contra el engaño caminemi esqueleto y mi sentidodignificando sus fines.

Aquí estamos desde antaño,sembrando nuestra experiencia,y aquí nos vemos descalzos,frente a tronos sin conciencias,porque lo ocupan sin causas,los trepas de la indecencia.

Ya me cambian el reloj,hoy yo comienzo de nuevo; porque de agravio y traición,ponen mi vida en un duelo;de permanente razón,pa’ no arrastrarme por suelo.

No hay razón ni hay justicia,no hay más que lo que hay;una jauría de tripones,que encumbraos los lleváis.

Y aquí se cumplen los años;sin que nos hallan sembraode solidario sentido,los caminitos andaos.


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surCa y sieMbra tus versos

Sin poetas el mundo seríaun incierto porvenir;la flor marchita en el olvido,sin esa voz que te invita a vivir.

Si no hay poetas, no existela libertad, ni el amor,y la comprensión de un verso,que te llama desde el corazón.

Cuando el poeta pervive,y se asoma al mundo,para no estar ausente del compromiso,contra todo lo injusto.

Donde no hay poetas,no hay sueños optimistas,ni el necesario poemaque a la vida incita.

Poeta de la razón,surca y siembra tus versos,sobre campos de justicias,por la paz y el entendimiento.



Porque la paz sin justicia,no es cuna de dignidades,y has de vivir poeta,sembrando las igualdades.

Sobre suelos de concordias,hecha el manto de tus versos,y tu corazón comprensivopor el amor bajo el cielo.


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