Pregón de la Semana Santa

___________________________________________________________ Pregón Semana Santa 2.001

César García González _______________________________________________________ 1

PREGÓN SEMANA SANTA 2.001

Permitidme que prescinda de la protocolaria referencia a las Autoridades y personalidades que nos hacen el honor de estar presentes y me dirija a todos, a modo de salutación, con un sencillo, pero expresivo “Queridos Hermanos”.

Pues sólo desde la fraternidad, que es la razón de ser de las Cofradías y Hermandades, espina dorsal de las rememoraciones que cada año se llevan a cabo de la Pasión y Muerte de Jesucristo, puede entenderse el esfuerzo conjunto, el ánimo de colaboración y el espíritu de ayuda que han de presidir nuestras relaciones. Y si esa fraternidad está amparada, iluminada y se vincula estrechamente con la Fe y, en consecuencia, se hace extensiva a la Humanidad toda, constituye, sin duda el mejor modo de saludo que se me ocurre. Así, pues ... Queridos hermanos: Debo comenzar necesariamente expresando mi agradecimiento a la Unión de Cofradías Penitenciales de Cáceres y, de forma especial, ahora que está a punto de concluir su mandato, a su Presidente, D. Jesús Bravo, no ya por la confianza que, con el Pleno de la Unión, ha depositado en mí y por las facilidades que me ha ofrecido para llevar a cabo esta misión, sino por su esfuerzo, por su dedicación y, por encima de todo por el inmenso amor con que, me consta, se ha entregado a la hermosa tarea de dirigir la Unión y que tan valiosos frutos ha dado para la gran familia cofradiera cacereña.

También he de agradecer a mis compañeros de la Junta de Gobierno de nuestra Cofradía del Nazareno, por el apoyo, el aliento y la inestimable ayuda que me han dispensado para poder llegar a pronunciar estas palabras,



que han de ser, como tradicionalmente viene sucediendo, la solemne apertura de los actos que van a tener lugar durante nuestra Semana Santa; pero al propio tiempo que mi agradecimiento, debo confesar la gran responsabilidad con que me enfrento a esta tarea, pues no es baladí tomar el relevo, nada menos que de nuestro Prelado de la Diócesis que tan brillante, como erudito y ferviente Pregón, pronunció el pasado año. Os ruego, por tanto, queridos hermanos, que las referencias a lo que voy a decir, no las toméis con respecto a lo dicho en la anterior edición de este acto, pues, en todo caso, yo saldría malparado, si bien, puedo asegurar que pondré todo mi empeño, quizás con un poco de fatuidad, en hacer cierta la sentencia de un famoso proverbio indio que dice: Cuando hables, procura que tus palabras sean más hermosas que el silencio. Lamentablemente, el que lo procure no es garantía de que lo consiga, porque soy consciente de que este honor me es otorgado, más que por merecimientos propios, por el cargo que circunstancialmente ocupo en la responsabilidad del gobierno de la Cofradía decana de la ciudad, por lo que anticipadamente pido disculpas por las deficiencias que en esta presentación de nuestra Semana de Pasión vais, a buen seguro, a encontrar. No obstante, con una osadía, hija, sin duda, de la ilusión y del amor que siento por todo cuanto con Cáceres se relaciona, enfrento este reto, de especial significación este año, por cuanto abre las puertas de una nueva centuria y de un nuevo milenio y que, cuando pasado el tiempo, se disponga de la suficiente perspectiva histórica, vendrá a marcar un punto de inflexión en la ya larga historia de las Cofradías y Hermandades penitenciales de la Ciudad de Cáceres.



Por el momento, cúmpleme hacer llegar a todos la noticia de que la Unión de Cofradías Penitenciales de Cáceres y todo el pueblo de esta bimilenaria Ciudad, entre los días 8 y 15 del próximo mes de Abril (Domingos de Ramos y de Resurrección respectivamente), volverá a conmemorar la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, fundamentalmente, mediante la celebración de los desfiles procesionales que cada una de las Hermandades tiene programados. Y digo fundamentalmente, porque al margen de las Procesiones, propiamente dichas, la Unión y las diferentes Cofradías que la integran, llevarán a cabo toda una serie de actos y celebraciones, incluso en los días previos a la citada Semana que, desde este momento, irán acercando progresivamente nuestra alma y nuestros sentimientos a los momentos más relevantes del período que hoy abrimos y de los que cumplidamente se da cuenta en las guías y en los programas que se han elaborado y difundido. Y para abrir este tiempo, que ha de culminar con la gloriosa y triunfante Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, me voy a permitir, abusando de vuestra benevolencia, una reflexión que intenta poner de manifiesto las peculiaridades de la Semana Santa Cacereña, de nuestra Semana Santa, que la hacen distinta de todas las que tienen lugar en la vasta extensión de la Geografía Hispana. Al margen de tradiciones fuertemente consolidadas a lo largo de Siglos, de otras, que para dicha y gozo de todos se han rescatado, resurgiendo con pujanza de nuestro acervo cultural, histórico y religioso y de otras, en fin, que han comenzado su andadura recientemente y que progresivamente van adquiriendo carta de naturaleza en los últimos años y de que todas juntas ya le imprimen una personalidad, un talante, unas características propias a



nuestra Semana Santa, hay algo que me gustaría señalar, algo que hace a la Semana Santa de Cáceres inigualable, inimitable, irrepetible... Y ello no es, sino la mágica conjunción, la maravillosa superposición de los conceptos de espacio y tiempo, que imbricados entre sí y con el alma de cada uno, posibilitan la fascinante traslación que se produce y que implica que la participación o la contemplación de las Procesiones, sea algo más que un simple ejercicio de memoria, para convertirse en un vivir, pleno de contenido y significado, distintos pasajes de los postreros días de Jesús de Nazaret en este mundo. ¿Cómo es posible que se produzca esta situación? ¿Qué suerte de milagro acontece para que tiempo y espacio, conjugados con los sentimientos, nos envuelvan de tal forma? Si buscamos la respuesta a estos interrogantes en las concepciones filosóficas que de estos términos nos han transmitido, a lo largo de la Historia, los grandes pensadores, sin duda, fracasaremos. Y no está en ellos la respuesta porque, desde los antiguos griegos y su doble interpretación de “AIÓN” y “CRONOS”, como una época o parte del tiempo y el tiempo en general, como infinito, o las teorías neoplatónicas y estoicas absolutistas y relativistas, así como las interpretaciones teológicas de San Agustín del fenómeno temporal o el acabado estudio de Santo Tomás sobre la eternidad, hasta las concepciones, ya más modernas, de Descartes, Spinoza o Locke, que conciben, tanto espacio como tiempo, de tres modos diferentes: Como una realidad en sí misma, como una propiedad de las cosas y como una relación u orden entre las propias cosas, para llegar, con



Ilya Prigogine, al planteamiento de la que él llama “la paradoja del tiempo”, basada en que, de una parte, la Ciencia moderna, desde la dinámica clásica, hasta la teoría de la relatividad y la física cuántica, no incluye entre sus leyes físicas ninguna distinción entre pasado, presente y futuro; pero de otra parte, la experiencia cotidiana más elemental nos empuja a aceptar un transcurso irreversible del tiempo en una dirección.

Pues bien, todas ellas, todas estas teorías y muchas otras que han abordado las investigaciones de estos fenómenos desde puntos de vista tan dispares como el metafísico, ontológico, histórico, epistemológico o físico, tan sólo han pretendido, en el fondo, encontrar una explicación para algo tan simple como la vida y la muerte, o lo que es lo mismo, el discurrir de la primera y el significado de la segunda. Pero todos ellos, permítaseme el atrevimiento de una crítica colectiva y generalizada, han cometido el error de olvidar que, además de todas las perspectivas desde las que el tiempo y el espacio han sido analizados, además de todas las concepciones manejadas y además de todos los términos y argumentaciones con los que se han pretendido explicar estos fenómenos, se puede llegar, es posible alcanzar una intuición del tiempo y del espacio, se puede sentir, en lo más profundo e íntimo de cada uno, que tanto tiempo, como espacio, pueden ser sometidos, doblegados por ese personal intuir y que esta posibilidad, nos proporcionará vivencias tan nítidas, tan intensas, como lo que normalmente aceptamos como realidad. Pero es que, además, en Cáceres, a esta capacidad personal para dominar estos fenómenos, se une el hecho de que algo extrínseco nos marca el camino, nos señala la



pauta, nos indica el ritmo para hacerlo y, por ello, nos resulta tanto más fácil conseguirlo. He aquí, pues, lo que sucede en nuestra Semana Santa, porque se realiza en un entorno físico de tantas similitudes con el que hollaron los pies de Jesús, de tal encanto y de tal fuerza expresiva en su quietud y su mutismo, que la traslación de lugar resulta sorprendentemente fácil. Del mismo modo, la belleza, en unas ocasiones, en otras, la dramática expresividad y en otras, en fin, la cálida ingenuidad de nuestras imágenes, nos permiten hacernos presentes, con absoluta claridad, en los instantes mismos de los acontecimientos que representan. Así pues, espacio, tiempo y sentimientos, convergen, se aúnan, comulgan en esa mágica y maravillosa conjunción que sólo se produce aquí y que hace, como decía, de nuestra Semana Santa algo irrepetible, e inimitable. Cierto es que no resulta fácil alcanzar esta conjunción y que la magia que la impregna nos llega a retazos, en efímeros instantes que, precisamente por lo breves, son con más vehemencia deseados y más intensamente vividos. Y cierto es también que cada uno, en función de sus vivencias, de sus creencias y de sus experiencias, tendrá más o menos posibilidades de encontrar esos instantes en uno u otro momento. No sirven, pues, las generalizaciones, cada uno ha de saber encontrar sus momentos, sus instantes de sublimación y vivirlos con toda la intensidad y con toda la verdad que pueda sacar de sí mismo, de su propia Fe y de sus propios sentimientos. Por ello, lo único que cabe, mi parte, es intentar compartir con vosotros los que han sido mis momentos más



importantes y, aprovechando esta tribuna, hacer una expresa invitación para que también encontréis los vuestros. Puedo afirmar, con toda rotundidad, que es posible. Sólo hay que disponer el ánimo y creer. “Llevan el borriquillo a Jesús, y le echan encima sus mantos, y montó en él. Y muchos tendieron sus mantos en el camino y otros follaje cortado de los campos. Y tanto los que le precedían, como los que le seguían clamaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Así describe San Marcos la entrada de Jesús en Jerusalén. Así podréis vivirla el Domingo de Ramos en la Plaza de Santa Clara en medio de una festiva muchedumbre que agita palmas aclamando al Señor y los heraldos, trompetas y tambores elevando al cielo sus notas, que viajan confundidas con los reflejos dorados de las brillantes armaduras de los soldados romanos. Decidme si no es nuestra Procesión el cortejo triunfal que acompaña a Jesús, si no es la multitud que lo contempla el pueblo judío que lo recibe jubiloso. Decidme si no se transforma Cáceres en aquella Santa Ciudad y si no sois, vosotros mismos, testigos privilegiados de aquella maravillosa mañana y que la vivís con toda la intensidad de los momentos de éxtasis. ¿Cómo es posible que no veáis a la auténtica María siguiendo a su Hijo por las calles de Jerusalén, cuando sube por los Adarves, sencillamente ataviada al estilo hebreo y esplendorosamente bella, Nuestra Señora del Buen Fin y Nazaret? Os pido licencia para decir lo que surge de mi corazón, para hacer de ello una oración y para que la sintáis conmigo: Señora de Nazaret.



Bajo la Cruz de tu Hijo, Con su Corona de Espinas. ¡Qué doloroso camino! ¡Qué belleza hay en tu cara! ¡Qué sencillo tu vestido! ¡Qué humildad en el sudario sobre el madero vacío! Por el Arco de la Estrella Vas de vuelta a tu destino. ¡Señora de Nazaret, déjame llegar contigo! ¡Déjame! Que si me dejas será más corto el camino para alcanzar el Buen Fin del encuentro con tu Hijo.

(Saeta) De verdad que se agolpan las ideas, se superponen los recuerdos y quisiera tener la suficiente elocuencia para poder trasladar mis propios sentimientos y que podáis percibir, con total nitidez, tantos y tantos momentos de nuestra Semana Santa que resultan especialmente relevantes por una u otra razón. No tengo otro remedio que hacer un ejercicio de sistemática para resaltar, con un cierto orden, algunos de esos instantes. Todos, sería imposible. Así, con la brevedad que me impone el deseo de no abusar de vuestra paciencia, me referiré a la impresión que acusa el ánimo de cuantos la presencian, al ver surgir, como un bajel que asoma a la bocana del puerto, la imponente majestad del Paso de la Sagrada Cena cuando entra en la Plaza Mayor, que hace empequeñecer a la mismísima Torre de Bujaco y nos traslada al momento en que el Señor de la Eucaristía comparte el Pan y el Vino con sus Apóstoles.



O para invitaros a compartir con los Hermanos del Cristo de la Expiración, ese momento de gloria, que surgió del cansancio y la impotencia, para convertirse en rabia y que fue oración hecha de fuerza y coraje para mantener a Cristo arriba, en lo más alto, y que les impulsa sin desfallecimiento, en la mañana del Viernes Santo, en esa carrera por la cuesta de la calle Clavellinas, para llegar finalmente a San Mateo, donde Jesús entrega su Cuerpo a la Muerte, y el Cielo se torna oscuro, mientras amedrantadores truenos convulsionan la tierra toda, que cruje bajo nuestros pies. Silencio en la Plaza Alta. Por encima de las torres, Jesús de la Expiración

Da su vida como Hombre. La hora nona resuena, Sus últimos estertores Convulsionan lo más hondo De cuerpos y corazones. Con el suspiro postrero La gran cortina se rompe, El Cielo llora tinieblas, El Sol, herido, se esconde Y la tierra abre su carne En grietas y desgarrones. Lo han traído en Procesión Sobre un Calvario de amores, Lo han subido a la carrera Por la calle de las flores, Lo dejan Crucificado En los claveles del monte, La Ciudad Vieja se encoje, Haciendo grande su Cruz



Cuando cesan sus dolores. Andaluces y extremeños, Uniendo sus oraciones, Al Padre Eterno del Cielo Elevan juntos sus voces. Porque son una Hermandad De pueblos y corazones, de quereres y sentires, de mujeres y de hombres.

O para acompañar con la juventud de nuestra ciudad, que es el alma de la Cofradía de los Estudiantes, al Santísimo Cristo del Calvario a su paso por la Plaza Mayor, en la que, según su propio decir: “Las torres rinden silencio y forman cortejo, Torre de Bujaco, Torre de los Púlpitos, Torre de la Yerba, Torre del Horno, procesión viva de historias de martirio, de vida y de Fe...” Con qué orgullo, con qué Fe, levantan al Cristo al llegar a la Ermita de la Paz y lo mecen, como si, muerto en la Cruz, sólo estuviera dormido y quisieran arrullarle para no perturbar su sueño. Es también este, sin duda, un momento digno de ser vivido. Pero tenéis que permitirme, por razones que a nadie se escapan, que me detenga especialmente en un momento que resulta particularmente emotivo: Las cinco en punto de la mañana del Viernes Santo. Las puertas del Templo de Santiago de los Caballeros, que se me antojan las del propio palacio de Pilatos, se abren de par en par, para que Jesús, el Hijo del carpintero de



Nazaret, cuando ya todo está decidido, inicie su último camino, cargado con la Cruz de la que ha de ser colgado. ¡Que difícil resulta sustraerse de mirar a Jesús al Rostro! Y ¡Qué sensaciones se experimentan!... Hace ya muchos años, cuando era poco más que un niño, de tal forma me sentí arrebatado por la expresión de ese Rostro, que intenté hacer palabras lo que bullía en mi corazón diciendo: Tan difícil me resulta

Describir el sufrimiento De la Cara de Jesús, Que ni a imaginar me atrevo La barbarie de esa espina Que, escapándose del trenzo, Va atravesando su frente, Desde donde nace el pelo, Macerándole la carne, Hasta su ojo derecho. Ese Rostro ennegrecido, Esos labios entreabiertos De los que quiere escaparse Un anhelante jadeo, Esos ojos que se cierran Y esos dos hilos sangrientos Que le surcan la mejilla Hasta enrojecerle el pecho...

Hoy sigue tan vigente como entonces esta vivencia, en mí y en cuantos presenciamos la salida del Nazareno de Santiago, que somos muchos los que experimentamos esa sensación de ahogo, porque algo se anuda a nuestra garganta y se nos anegan los ojos. ¿Cómo voy a explicarlo? ¿Cómo puedo describir lo que se desprende de esos cientos de miradas clavadas en Jesús? Vano intento el mío, porque



“quien no comprende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación”

Sólo hay que estar y sentir, acompañando, con el silencio, el esfuerzo de los hermanos de Carga que bajan a Jesús a ras de suelo para franquear el arco del portal, y conmoverse hasta lo más profundo de las entrañas cuando, ya Cristo arriba, se rompe el alba con la nitidez de las notas del solo de trompeta, que pide y dice: ¡Silencio! Con ellas te sientes subir para hacerte nube, para hacerte aire y llegar al Cielo. Quienes así vivamos el próximo Viernes Santo, a buen seguro, tendremos la oportunidad de reencontrarnos con nuestro Hermano Juan Ramón Marchena, que durante tantos y tantos años ha estado ahí y que éste, con toda certeza, está ocupando un lugar de privilegio junto al Padre y desde él sigue velando por nosotros y acompañándonos en ese significativo momento de silencio. ¡Silencio! Que toma cuerpo, que se hace densa materia, que puede tocarse cuando, aún flotando en el aire la última nota de la trompeta, se prolonga en la saeta que brota, sincera y sentida: Silencio ¡Por Dios! Silencio. Que llore la madrugada,

Que Jesús, el Nazareno, Está saliendo del Templo Con su Cruz sobre la espalda.

(Saeta) ¡Gracias, Juan! Que Jesús te bendiga. Otras situaciones de nuestra Semana Santa, Quizás menos dramáticas, pero igualmente emotivas, se producen en la tarde del Jueves Santo. Una de ellas, en la Capilla de San José, cuando los Hermanos de su Cofradía izan al



Santísimo Cristo del Amor para enclavar su Cruz sobre las andas. Con humildad, con una sencillez no exenta de pericia, y con el amor infinito que emana de la expresión del Crucificado, los Hermanos se afanan para disponerlo y es difícil no sentirse partícipe de la maniobra, que viene a significar en cuantos la vemos que somos uno más de los que clavamos a Jesús en su Cruz, que nuestras bajezas, nuestras miserias... se hacen brazos que contribuyen a crucificarle y nuestro arrepentimiento pone fuerzas en nuestros hombros para llevarle al encuentro de su Madre de Caridad, que se une a El para hacer juntos el camino. La otra, a caballo de los dos días clave de la Semana Santa, cuando la medianoche se sorprende por la intensa vivencia de todo un barrio, carismático y singular de la Ciudad, que vibra con el Espíritu de Fuego que da nombre a la Parroquia, haciendo vida del Misterio de las Tres Personas y que nos muestra a la Madre de Dios, en su papel de Corredentora, junto a su Hijo del Humilladero. Sólo puedo decir: Id a verlo, compartid esa vibración, vivid esa noche con ese barrio. Dios está allí, con ellos, y vosotros podréis estar con El, veréis cómo se encuentra el sentido de muchas cosas, contribuyendo así a generar su Reino, ya que, como dijo León Tolstoi “El único sentido de esta vida consiste en ayudar a establecer el Reino de Dios”. No quiero dejar de comentar otro momento singular: En la misma falda de la Montaña, de nuestra Montaña, la Ermita del Amparo, desde ella, a punto de concluir el Martes, hace el Nazareno un camino muy especial acompañado por un sobrecogedor silencio y una dramática superposición de esquila y tambor hasta llegar a la Plaza de San Mateo.



Todo el recorrido de la comitiva resulta impresionante; pero cuando serpentea la calle de Caleros, al confluir con las Tenerías, estoy realmente en el Camino del Calvario cuando, siguiendo a Jesús, escucho: Viene el Cristo del Amparo Por la calle de Caleros Llega, a paso de dolor, A la Ermita del Vaquero. Que viene desde la suya, Camino de San Mateo, Con mis pecados al hombro Hechos Cruz de sufrimiento. (Saeta)

¿Cómo no va a sentir su Madre todos los Dolores del mundo? ¿Cómo no va a quedar su corazón atravesado por esa espada de martirio?... Así la vemos también cuando la Ilustre y Real Cofradía de la Santa y Vera Cruz nos la muestra llegando a Santa Clara, justo por donde pasó su Hijo en la alegre comitiva del día de su entrada en Jerusalén, para subir por la calle Ancha, a punto ya de concluir su andadura detrás de los Pasos de misterio más expresivos, más elocuentes y, sin duda, más bellos que puedan imaginarse y que nos van trasladando, en ese mágico ejercicio, en esa intuición personal del tiempo y el espacio a que venimos haciendo referencia, con su andar lento y pausado por delante de nosotros, a los momentos más singulares de toda la Pasión de Jesús: Cuando se entrega a la oración en el Huerto de los olivos, cuando se consuma la traición de Iscariote y, para señalarle de entre todos, le besa, cuando la sucesión de burlas, injurias, vejaciones y agresiones a que se ve sometido concluyen con la terrible flagelación y, finalmente, cuando yace Crucificado. Así, detrás de todos ellos camina la Virgen



Dolorosa de la Cruz, emergiendo su figura de entre un mar de claveles rojos, que no es poca la sangre de su Hijo derramada y no poco el sufrimiento padecido. Y todo ese sufrimiento, tanto dolor se pone de manifiesto con todo el dramatismo de tan larga agonía en el sobrecogedor silencio que se impone al más leve murmullo en la medianoche del Miércoles, cuando la Hermandad del Santo Crucifijo de Santa María de Jesús, tras la ritual llamada de su Mayordomo, irrumpe en la Plaza de Santa María. El misterio de los Hermanos, oculto el rostro bajo los hábitos, la brillante oscilación de la llama de los hachones, el penetrante emanar del gigantesco incensario o el agudo tintinear de una campanilla que se agiganta por lo sola que suena, no hacen sino incrementar la intensa presencia de Dios Padre entre nosotros, cuando el Hijo, el Cristo Negro, se abre paso entre una multitud que asiste sobrecogida y expectante, que se siente partícipe del drama que se desarrolla y que lo acompaña en su recorrido por las calles y plazas de intramuros fascinada por el dramático cortejo y, sobre todo, impresionada por ese Cristo Crucificado. ¡Qué oscuro se vuelve todo!

¡Qué culpa dentro del pecho! ¿Por qué te clavo en la Cruz a Ti, que eres el Dios Bueno? Para poderte decir Una y mil veces: ¡Lo siento! Quiero padecer contigo Tu martirio ¡Cristo Negro!

(Saeta)

Y qué contraste, después de la larga agonía de los días precedentes, después de tantos momentos de angustia, de



dolor y de arrepentimiento ¡Qué gozo contemplar el momento de la Resurrección! Cristo ha vencido a la Muerte. Así se cumple el verdadero fin de la venida al mundo del Hijo de Dios. Cristo nació, se hizo Hombre, para resucitar, y qué dicha que así sea. La Cofradía de la Soledad y Santo Entierro, después de llevar a Jesús Yacente al Sepulcro, nos muestra, a los tres días, su vuelta a la vida.

Cómo no vivir el instante en que Cristo se encuentra con su Madre de Alegría vestida de blanco. La Plaza Mayor es testigo del acontecimiento y el ánimo festivo se desborda de los corazones. Palomas, globos y cohetes se confunden en el cielo limpio y claro de Cáceres, que todo es poco para festejar el alborozo general. ¡Cristo ha resucitado! Es el grito espontáneo que brota jubiloso de miles de gargantas. Madre e Hijo se izan a la mañana frente a frente y, ya juntos, emprenden su camino de vuelta, que no ha de tener otro destino que el Cielo para, desde El, guardarnos por toda la eternidad. Y concluye la Semana de Pasión, la Semana Grande de los cacereños. Es posible que mi torpe palabra no haya calado en vuestros corazones y no haya podido transmitiros esa magia de intuir el espacio y el tiempo, que no haya sabido ofreceros la posibilidad de dominarlos y doblegarlos, para que, en íntima conexión con vuestros sentimientos y vuestra Fe, no sólo recordéis los últimos días de Cristo en la tierra, sino que los viváis. Es posible también, que para vosotros tengan más significación otros momentos distintos de los que he comentado. En cualquier caso, ahí queda mi intento, y no quiero terminar sin reiterar la misión de quien pregona un acontecimiento de esta dimensión, que no es otra que



ofrecer formal invitación a propios y foráneos para vivir Cáceres esta Semana, diciendo a los primeros: Esta es nuestra Semana Santa, a nosotros nos corresponde engrandecerla y ensalzarla. Y a quienes nos visiten: Aquí tenéis una ciudad abierta y cordial, unas gentes hospitalarias y amables y, sobre todo, aquí tenéis una oportunidad para vivir unos días que, os aseguro, serán inolvidables. Muchas gracias a D. MARCIAL VALLE y a D. FIDEL OLIVENZA por su decidida y desinteresada colaboración, aportando el material fotográfico del que hemos tenido ocasión de disfrutar, al Orfeón Cacereño, que contribuye de forma decisiva para que este acto tenga el relieve y el prestigio que se merece y, por supuesto, a mis amigos, a mis Hermanos, Simón y Juan, que han puesto, como siempre, sus voces y sus corazones para rezar esas saetas con el sentimiento y el arte que, si bien ya no nos sorprende, no por ello deja de emocionarnos cada vez que los escuchamos.

Finalmente, concluyo con las palabras que ya pronuncié en el encuentro que celebramos la pasada Navidad, cuando se me invitó a hablar sobre el “Reto de las Cofradías para el nuevo Siglo” y que, dirigidas a todo el pueblo de Cáceres, han de tener una especial significación para los Hermanos integrados, en este momento, en las Juntas de Gobierno de nuestras Cofradías, que somos los depositarios de la responsabilidad de afrontar los nuevos tiempos que se abren, desde el respeto a nuestros antecesores y con la obligación de dejar, a quienes nos sucedan, lo que encontramos en mejores condiciones que lo recibimos. Así, partiendo de la Fe, que ha de ser íntima, profunda y sentida, respetando las tradiciones, de las que



no somos sino meros depositarios temporales, porque son del pueblo y para el pueblo, debemos adquirir capacidad de adaptación e innovación, porque, y ahora sí me refiero al tiempo en su dinámico transcurrir, el pasado sólo es válido si sus enseñanzas las aplicamos al presente y nos proyectan hacia el futuro. Muchas gracias a todos por vuestra atención. ¡Que Dios os bendiga!

César García González Cáceres, 30 de marzo de 2.001

Pregón de la Semana Santa

Documents

Transcript of Pregón de la Semana Santa