POLITICAS CULTURALES-ACADEMIA

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En febrero de 2000, durante un corto viaje a una reunión académica en Colombia, que interrumpió breve- mente mis cinco meses de estadía en la Universidad de Nueva York, visité a Jesús Martín Barbero en su estudio. Él había tomado la decisión de partir hacia México donde le ofrecían un buen trabajo. Hablamos sobre las dudas que producen los cambios de rumbo y esa incomprensi- ble mezcla de desasosiego y alivio que, para algunos, pro- duce la partida de países en guerra. México le ofrecía una estabilidad laboral que en Colombia no tenía, ya que la desastrosa situación financiera que atravesó la Universi- dad del Valle en Cali, en la cual Jesús trabajó gran parte de su vida, y donde fundó la maestría de Comunicación Social, había dejado a los profesores cobrando sueldo en cantidades imprecisas y en cuotas arbitrarias e imprede- cibles, y se le demandaba a lo jubilados, como Jesús, que redujeran su pensión en 35%. La inestabilidad económi- ca comenzaba a sumarse como otro factor a la crisis ge- neralizada del país; el motivo que Jesús ha utilizado en algunos de sus textos de países “atrapados entre las deu- das y las dudas”, parecía haber adquirido un matiz perso- nal en la coyuntura de la partida. Las razones del éxodo masivo reciente de intelectuales y profesionales colom- bianos han sido muchas: amenazas de muerte a intelec- tuales como uno de los síntomas de intensificación de la guerra, la dificultad de consolidar una práctica intelec- tual en medio de coyunturas sociales que provocan inse- guridad extrema y situaciones personales difíciles de con- jugar, la reducción de salarios y de oportunidades de tra- bajo en el espacio público y académico, los límites hu- manos que implica confrontar los múltiples matices coti- dianos de la violencia. Políticas culturales, academia y sociedad 1 Ana María Ochoa Gautier Universidad Autónoma del Estado de Morelos, Cuernavaca, México. [email protected] Asumir las coyunturas de la partida no es fácil y ese fue algo de lo que tratamos con Jesús ese día. Pero eso no se tradujo en falta de entusiasmo por las ideas que lo apasionan. Habló durante largo rato sobre su proyecto de pensar lo audiovisual en América Latina, sobre la idea de relacionar la oralidad con las tecnologías, proyecto de investigación que ahora plasma en México y que conti- núa rutas dibujadas en De los medios a las mediaciones. Pero lo que más me impactó de esta conversación fue el entusiasmo en el tono de su voz, sus gestos, la evidente pasión por los temas que abordamos. A los pocos días, y de regreso en Nueva York, un profesor del centro académico donde yo trabajaba, me invitó a una cena donde estaban, entre otros intelectuales, mi maestro de la Universidad de Indiana, donde estudié el doctorado y quien se encontraba de paso por Nueva York. Como es lógico cuando se reúnen amigos que com- parten un oficio y una época, conversamos sobre temas compartidos: la situación de las respectivas universida- des, los planes de retiro que se avecinaban en los próxi- mos años para ellos. Richard Bauman se sentía a gusto con las nuevas estructuras departamentales de su universi- dad, trabajando en el recién creado departamento de Communications and Culture, signo de la institucionalización de las nuevas tendencias sobre el pensamiento cultural en Estados Unidos. Pero diferentes personas expresaron en di- versos momentos la frustración con la profunda escisión entre academia y política que produce la estructura institucional universitaria norteamericana, afectada por la desarticulación entre la investigación y la participación en procesos de cambio social y político. Un profesor incluso llegó a de- cir que veía los años que le faltaban antes de jubilarse, Ochoa, Ana Maria (2002) “Políticas culturales, academia y sociedad”. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prácticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela. pp:213-224. 1. Este articulo es una versión revisada del texto presentado en la 3ra Reunión del Grupo de Trabajo de CLACSO “Cultura y Poder”, titulado “Políticas culturales, academia y sociedad: inmediaciones” y forma parte de un dossier editado por Daniel Mato cuyo titulo es “Estudios y Otras Prácticas Latinoamericanas en Cultura y Poder” en Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales. Vol. 7, N° 3 (2001). pp: 219-238.

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1. Este articulo es una versión revisada del texto presentado en la 3ra Reunión del Grupo de Trabajo de CLACSO “Cultura y Poder”, titulado “Políticas culturales, academia y sociedad: inmediaciones” y forma parte de un dossier editado por Daniel Mato cuyo titulo es “Estudios y Otras Prácticas Latinoamericanas en Cultura y Poder” en Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales. Vol. 7, N° 3 (2001). pp: 219-238. 213 [email protected]

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213Estudios y otras prácticas intelectuales latinoamericanas en cultura y poder

En febrero de 2000, durante un corto viaje a unareunión académica en Colombia, que interrumpió breve-mente mis cinco meses de estadía en la Universidad deNueva York, visité a Jesús Martín Barbero en su estudio.Él había tomado la decisión de partir hacia México dondele ofrecían un buen trabajo. Hablamos sobre las dudasque producen los cambios de rumbo y esa incomprensi-ble mezcla de desasosiego y alivio que, para algunos, pro-duce la partida de países en guerra. México le ofrecía unaestabilidad laboral que en Colombia no tenía, ya que ladesastrosa situación financiera que atravesó la Universi-dad del Valle en Cali, en la cual Jesús trabajó gran partede su vida, y donde fundó la maestría de ComunicaciónSocial, había dejado a los profesores cobrando sueldo encantidades imprecisas y en cuotas arbitrarias e imprede-cibles, y se le demandaba a lo jubilados, como Jesús, queredujeran su pensión en 35%. La inestabilidad económi-ca comenzaba a sumarse como otro factor a la crisis ge-neralizada del país; el motivo que Jesús ha utilizado enalgunos de sus textos de países “atrapados entre las deu-das y las dudas”, parecía haber adquirido un matiz perso-nal en la coyuntura de la partida. Las razones del éxodomasivo reciente de intelectuales y profesionales colom-bianos han sido muchas: amenazas de muerte a intelec-tuales como uno de los síntomas de intensificación de laguerra, la dificultad de consolidar una práctica intelec-tual en medio de coyunturas sociales que provocan inse-guridad extrema y situaciones personales difíciles de con-jugar, la reducción de salarios y de oportunidades de tra-bajo en el espacio público y académico, los límites hu-manos que implica confrontar los múltiples matices coti-dianos de la violencia.

Políticas culturales, academia y sociedad1

Ana María Ochoa GautierUniversidad Autónoma del Estado de Morelos, Cuernavaca, México.

[email protected]

Asumir las coyunturas de la partida no es fácil yese fue algo de lo que tratamos con Jesús ese día. Peroeso no se tradujo en falta de entusiasmo por las ideas quelo apasionan. Habló durante largo rato sobre su proyectode pensar lo audiovisual en América Latina, sobre la ideade relacionar la oralidad con las tecnologías, proyecto deinvestigación que ahora plasma en México y que conti-núa rutas dibujadas en De los medios a las mediaciones.Pero lo que más me impactó de esta conversación fue elentusiasmo en el tono de su voz, sus gestos, la evidentepasión por los temas que abordamos.

A los pocos días, y de regreso en Nueva York, unprofesor del centro académico donde yo trabajaba, meinvitó a una cena donde estaban, entre otros intelectuales,mi maestro de la Universidad de Indiana, donde estudiéel doctorado y quien se encontraba de paso por NuevaYork. Como es lógico cuando se reúnen amigos que com-parten un oficio y una época, conversamos sobre temascompartidos: la situación de las respectivas universida-des, los planes de retiro que se avecinaban en los próxi-mos años para ellos. Richard Bauman se sentía a gustocon las nuevas estructuras departamentales de su universi-dad, trabajando en el recién creado departamento deCommunications and Culture, signo de la institucionalizaciónde las nuevas tendencias sobre el pensamiento cultural enEstados Unidos. Pero diferentes personas expresaron en di-versos momentos la frustración con la profunda escisión entreacademia y política que produce la estructura institucionaluniversitaria norteamericana, afectada por la desarticulaciónentre la investigación y la participación en procesos decambio social y político. Un profesor incluso llegó a de-cir que veía los años que le faltaban antes de jubilarse,

Ochoa, Ana Maria (2002) “Políticas culturales, academia y sociedad”. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prácticas Intelectuales Latinoamericanasen Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela. pp:213-224.

1. Este articulo es una versión revisada del texto presentado en la 3ra Reunión del Grupo de Trabajo de CLACSO “Cultura y Poder”, titulado“Políticas culturales, academia y sociedad: inmediaciones” y forma parte de un dossier editado por Daniel Mato cuyo titulo es “Estudiosy Otras Prácticas Latinoamericanas en Cultura y Poder” en Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales. Vol. 7, N° 3 (2001). pp:219-238.

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como un “servicio militar”, tal era su incomodidad con elámbito académico norteamericano. Las inconformidadescon lo institucional no venían, por lo menos en términosprofundos, de la situación laboral sino más bien de lafrustración con algunas rutas de la academia, que apare-cía como un gran neutralizador de pasiones académico-políticas que tenían que ventilarse, necesariamente, porotro tipo de rincones. Todos obviamente, y con el dere-cho que da una vida dedicada al trabajo, tenían sus planesde retiro en curso.

Separados por pocos días, los dos eventos se refle-jaron uno al otro: la inestabilidad laboral y las crisis de lavida cotidiana en medio de las luchas políticas y econó-micas con sus traumas personales y sociales de algunospaíses latinoamericanos, y la comparativamente mayorestabilidad laboral en Norteamérica, a pesar de los recor-tes presupuestarios y de la creciente presencia del comúndenominador neoliberal; las diversas formas como tran-sitamos las rutas por las que cruza la formación discursiva,marcadas fuertemente por los espacios de debate, sospe-chosos o dialógicos, y sus condiciones: la capacidadexportadora y recicladora de saberes del centro y las difi-cultades de visibilidad y escucha de la periferia; los de-seos compartidos de hacer de la práctica académica un“acto de sentido” (Richard,1998:158) pero manifestadosen condiciones, formas y prácticas diferentes. Numero-sos estudiosos han elaborado este breve contraste conmayor detalle (Ver Mato 2001;Richard 1998;GarcíaCanclini,2000). Yo me centraré en un punto: si vamos a ha-blar sobre la idea de “cultura y poder” en América Latinaestamos abordando no sólo contrastes en enfoquesdiscursivos, metodológicos y teóricos con los “estudiosculturales” metropolitanos, estamos hablando también delas condiciones de producción, de las condicionesinstitucionales, personales y sociales cotidianas en me-dio de las cuales forjamos nuestras teorías.

En años recientes en América Latina, varios auto-res han enfatizado la idea de las políticas culturales comoun área de intervención crucial.2 Esta idea ha adquiridofuerza gradualmente no sólo como propuesta teórica sinoademás desde diferentes prácticas de intervención quedesbordan la obra reconocida de intelectuales latinoame-ricanos: el asumir cargos públicos; asesorías críticas aestamentos gubernamentales, a entidades transnacionaleso a ONGs en el área de cultura; participación en talleres condiferentes tipos de grupos tales como líderes de radios co-munitarias o grupos feministas; el trabajo en el controversialy creciente campo de la gestión cultural en América Latina;la participación en reuniones sobre cultura organizadas nonecesariamente por académicos, sino por instituciones quedeterminan los fondos transnacionales para la inversión en

cultura tales como la UNESCO, el BID, la OEI, el BancoMundial; el trabajo conjunto con personas de las artes o delas comunicaciones como formas concretas de intervención;la participación en encuentros, a la vez sociales e íntimos,que exigen desglosar las dolorosas tramas de la memoriay el olvido o diversas formas de conflicto político.

Sin embargo, los cambios que hacen de las políticasculturales un espacio crucial de intervención no se dan ex-clusivamente desde la academia. La presencia del tema res-ponde a transformaciones profundas del espacio público, ala redefinición misma de la relación cultura/política que hacaracterizado las últimas dos décadas y que se manifiesta enlos nuevos modos de presencia de los movimientos sociales,en la reestructuración de los Estados o en las políticas deentidades transnacionales como la UNESCO o el BID, des-de cuyas prácticas organizativas, institucionales y discursivastambién se ha consolidado la idea. El área de las políticasculturales se ha constituido de modo simultáneo desde múl-tiples esferas como uno de los campos de intervención entorno a la idea de cultura y poder, y por tanto está particular-mente ubicada en la encrucijada entre transformaciones teó-ricas y cambios en el espacio público.

Sobre la academia en el espacio público

Una preocupación común en ciertas tendencias de losestudios culturales del centro, y presente también en la teo-ría crítica de América Latina, ha sido la pregunta por “lascondiciones y problemas para desarrollar el trabajo intelec-tual y teórico como práctica política” (Hall,1996:268). Tan-to Stuart Hall como Raymond Williams, hablan de la impor-tancia para los estudios culturales ingleses de la idea de “in-telectuales orgánicos” que tomaron de Gramsci y que impli-ca abordar una doble práctica: estar a la vanguardia de laproducción intelectual y “asumir la responsabilidad de trans-mitir esas ideas, ese conocimiento, a través de la funciónintelectual, a aquellos que no pertenecen profesionalmente ala clase intelectual” (Hall,1996:268) 3. La relación traba-jo intelectual – esfera política manifestada como una pro-blemática de la relación entre la academia y sus márge-nes ha sido una idea recurrente en la teorización sobrecultura desde América Latina. Históricamente este tipode mediación se ha manifestado en la manera como mu-chos de los fundadores de los proyectos de Estado-na-ción latinoamericanos en el siglo XIX generaron no sólopolíticas concretas desde su participación en el espaciopúblico sino además pensamiento político social y cultu-ral (Ramos 1989; Von der Walde 1997). Lo que sí es nue-vo es tratar de mediar en el espacio público aquellas di-

2. Son muchos los textos que abordan el tema (Ver Martín Barbero, 1995; García Canclini, 2000; Richard, 1998; Coelho, 2000; Moneta yNéstor García Canclini, 1999).

3. Con esto no quiero sugerir que haya una sola tradición en el centro. Las diferencias de énfasis entre los estadounidenses y los ingleses, porejemplo, son bastante fuertes y no son sólo teóricas, sino también de índole institucional.

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mensiones del discurso crítico que abren camino a la exis-tencia “de interpretaciones diferentes o divergentes y queescapan a la necesidad de asumir definiciones cerradas ysustantivas” (Telles,1994:50) en un marco institucional oen un momento histórico que demanda la toma de deci-siones políticas o sociales que históricamente han estadobasadas en definiciones cerradas. En general, esta articu-lación se asume como mucho más diversa y rica desdeAmérica Latina, debido a las diferentes posibilidades deinserción en el espacio público de los académicos lati-noamericanos. Nelly Richard afirma incluso que es des-de la posibilidad de consolidar la diversidad de estas arti-culaciones entre espacio público y teoría crítica que elpensamiento latinoamericano sobre cultura y poder ad-quiere su especificidad particular.

Activar esta diversidad de articulaciones heterogéneasmediante una práctica intelectual que desborda el refugioacademicista para intervenir en los conflictos de valores, sig-nificaciones y poder, que se desatan en las redes públicas delsistema cultural, formaría quizás parte del proyecto de unacrítica latinoamericana que “habla desde distintos espaciosinstitucionales y que lo hace interpelando a diversos pú-blicos” (Montaldo,1999:6): una crítica que busca romperla clausura universitaria de los saberes corporativos paraponer a circular sus desacuerdos con el presente por re-des amplias de intervención en el debate público, perotambién una crítica vigilante de sus lenguajes que no quie-re mimetizarse con la superficialidad mediática de la ac-tualidad. Hay espacio para ensayar esta voz y diseminarsus significados de resistencia y oposición a la globaliza-ción neoliberal, en las múltiples intersecciones dejadaslibres entre el proyecto académico de los estudios cultu-rales y la crítica política de la cultura (Richard,2001:195).

Lo que señalan las múltiples actividades de los inte-lectuales latinoamericanos es que esas voces se ensayanconstantemente. Para muchos intelectuales que viven enAmérica Latina, el trabajo desde las intersecciones es unhecho. Y no siempre como opción: el decreciente mercadoacadémico o la subvaloración económica del mismo haceque muchas personas trabajen en estos campos no sólo porcompromiso sino también por necesidad económica(Mato,2001). Estas experiencias han comenzado a hacer vi-sibles algunos de los conflictos que surgen en los procesosde articulación. Así, este lugar de las intersecciones se revelano sólo como un espacio desde el cual ejercer una crítica almercado o al “saber instrumentalizado”, sino como unlugar de fuertes contradicciones que genera preguntassobre los límites y las posibilidades de los procesos dearticulación entre pensamiento crítico y espacio público.Es decir, hay una serie de tensiones y conflictos que sedan al tratar de articular el campo de la producción inte-lectual con la práctica de las políticas culturales y portanto, se necesita poner de relieve no sólo un campo teó-rico que ha adquirido valor como propuesta política entreautores latinoamericanos (el de las políticas culturales),sino un tipo de práctica intelectual que busca mediar di-ferentes modos de trabajo intelectual.

Inserciones institucionales y políticasculturales

La proliferación del campo de las políticas culturalesha generado grandes diferencias en lo que distintas personaso grupos quieren decir por política cultural y, como bien loexpresa Coelho, “los problemas terminológicos han pasadoa primer plano” (Coelho,2000:12). Para unos política cultu-ral se refiere a la movilización de conflictos culturales desdelos movimientos sociales (Alvarez, Dagnino y Escobar:1999);para otros el campo de las políticas culturales es aquel queremite a “las dinámicas de recepción y distribución de lacultura, entendiendo ésta última como producto a adminis-trar mediante las diversas agencias de coordinación de re-cursos, medios y gentes que articulan el mercado cultu-ral” (Richard,2001:185); para otros se refiere primordial-mente a la manipulación de tecnologías de la verdad parala construcción de sujetos cívicos (Millar,1993) y paraotros a las dinámicas burocráticas y económicas de ges-tión de las artes desde el estado u otras instituciones comomuseos, programas de ecoturismo, etc.

Esta multiplicidad de aproximaciones a la nociónde políticas culturales en América Latina parte de las di-ferentes maneras cómo intelectuales, instituciones o dis-tintos tipos de organizaciones (grupos de artistas, movi-mientos sociales) se han apropiado la idea cada vez máscomún en los últimos tiempos, de que la cultura es uncampo organizativo que se puede articular para lograr fi-nes de consolidación o transformación simbólica, socialy política específicos (UNESCO,1999,2000). De hecho,la definición misma de política cultural procede de estaafirmación, articulada de diferentes maneras según dis-tintos autores. Contrastemos tres nociones contemporá-neas de política cultural:

Entendemos por políticas culturales el conjunto de in-tervenciones realizadas por el Estado, las institucio-nes civiles y los grupos comunitarios organizados afin de orientar el desarrollo simbólico, satisfacer lasnecesidades culturales de la población y obtener con-senso para un tipo de orden o transformación social(García Canclini,1987:26).

Dicen Alvarez, Dagnino y Escobar:Interpretamos la política cultural como el proceso gene-rado cuando diferentes conjuntos de actores políticos,marcados por, y encarnando prácticas y significados cul-turales diferentes, entran en conflicto. Esta definición depolítica cultural asume que las prácticas y los significa-dos —particularmente aquellos teorizados como margi-nales, opositivos, minoritarios, residuales, emergentes,alternativos y disidentes, entre otros, todos éstos conce-bidos en relación con un orden cultural dominante— pue-den ser la fuente de procesos que deben ser aceptadoscomo políticos (Alvarez, Dagnino y Escobar,1999:143-144) (Traducción Manuela Alvarez).

Dice Teixeira Coelho:La política cultural constituye una ciencia de la orga-nización de las estructuras culturales y generalmentees entendida como un programa de intervenciones rea-

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lizadas por el Estado, instituciones civiles, entidadesprivadas o grupos comunitarios con el objetivo de sa-tisfacer la necesidades culturales de la población y pro-mover el desarrollo de sus representaciones simbóli-cas (Coelho, 2000:380).

Cada una de las definiciones anteriores incorporala noción de que el área de las políticas culturales se cons-tituye para fines de organización o transformación cultu-ral y/o sociopolítica. Es decir, la movilización contempo-ránea de la idea de políticas culturales viene aunada a unanoción de la cultura como recurso (Yúdice,2001), sea ésteun recurso económico, cultural, social, político o, másprobablemente, una mezcla de los anteriores. Las dife-rencias de énfasis en las definiciones, sin embargo, nosseñalan distinciones en el modo cómo subyace, en cadauna de ellas, una manera específica de conceptualizar larelación entre cultura y política; es decir, de definir dequé manera se constituye la cultura en “recurso”; en uninstrumento para movilizar prácticas sociales, económi-cas, políticas. Esto se debe, en parte, a la historia intelec-tual y al modo de inserción personal en el trabajo de laspolíticas culturales de cada uno de los autores. Pero tam-bién pone de manifiesto el difícil juego de las traduccio-nes que en ocasiones oscurece tramposamente los mati-ces semánticos de las palabras.

En español el término “políticas culturales” fre-cuentemente invoca más una práctica política concretade diseño e implementación de programas y proyectosespecíficamente relacionados con la movilización de losimbólico (sea este desde la “alta cultura”, desde “la cul-tura popular” o desde “las industrias culturales”) que a“luchas incorpóreas entre los significados y las represen-taciones” (Escobar,2000:140). Es lo que Teixeira Coelhollama “el área de mediación cultural, entendida ésta comoel dominio de las acciones entre la obra cultural, su pro-ductor y su público” (Coelho,2000:12). Sería algo pare-cido a lo que en inglés se llama cultural policy. El énfasisen la dimensión organizacional y en la idea de interven-ción en el campo de lo simbólico en las definiciones deTexeira y García Canclini, reflejan este marco concep-tual. Además aquí la idea de política cultural esta estre-chamente vinculada a la movilización de lo cultural comocampo artístico (sea “alta” cultura, cultura popular o in-dustrias del entretenimiento).

Históricamente en América Latina la acción depolíticas culturales más visible ha sido la del Estado-na-ción, ya que hasta hace poco tiempo era esta esfera depoder la que dominaba el control de las formas de media-ción cultural que construían los regímenes de representa-ción a través de los cuales se organizaban las jerarquíassimbólicas de la diversidad. Así, en foros regionales olocales sobre política cultural u otros temas relacionados,frecuentemente se confunde el término “políticas cultu-rales” con “políticas culturales del Estado”. No es causalque Canclini y Coelho enumeren diferentes tipos de ac-tores (mientras Escobar enfatiza primordialmente losmovimientos sociales). Las diferencias tienen que ver con

los contextos de trabajo de uno y de los otros. El rechazoque encuentra la idea misma de políticas culturales, so-bretodo entre ciertos grupos de artistas e intelectuales enAmérica Latina, frecuentemente viene asociado a la no-ción de que el término política cultural implica al Estado(o instituciones de poder dominante como la UNESCO)y por tanto a una esfera de control de lo simbólico nodeseada por grupos que desean establecer formas alter-nativas o de oposición en la relación entre cultura y po-der. Por contraste, en otras ocasiones en que he habladodel tema en Colombia, por ejemplo, y en el auditorio seencuentran grupos campesinos o populares de danza omúsica, frecuentemente me he encontrado con un recla-mo de mediaciones concretas que permitan hacer visi-bles sus prácticas de representación más allá de sus ám-bitos inmediatos de visibilidad. En América Latina, el áreade las políticas culturales es concebida primordialmente(y no sólo entre grupos de intelectuales) como un campo demediación entre organización social, cultural y política ymovilización de esferas de las artes específicas; y, lo queencontramos frecuentemente en el espacio público es un re-chazo o una demanda al desarrollo de esta noción. Elsurgimiento tanto de los movimientos sociales como de lasindustrias culturales transnacionales hace de las políticasculturales un campo que se constituye desde múltiples esfe-ras. Por tanto, una de las dimensiones que enfatizan diferen-tes autores es la pluralización de actores sociales desde loscuales se puede constituir este campo político (Coelho 2000;García Canclini 2000; Martín Barbero, 1995).

Además se da otro proceso de transformación. Lapluralización de actores en la definición de políticas cultu-rales también conlleva una transformación en la noción decultura referida a las artes específicamente. Así, Daniel Matopropone no sólo una inclusión de múltiples actores sinoademás una transformación en la noción de lo cultural.Por eso, para este autor, el campo de las políticas cultura-les está referido:

[…] a todos los actores sociales (sean organismos degobierno, organizaciones comunitarias y otros tipos deorganizaciones no gubernamentales, empresas, etc.)pero además también […] integra todo aquello que serelaciona con el carácter simbólico de las prácticassociales y en particular a la producción de representa-ciones sociales que juegan papeles claves en la consti-tución de los actores sociales y el diseño de políticas yprogramas de acción (Mato,2001b:149).

Es decir, lo que se moviliza con fines políticos ysociales trasciende la definición de cultura como una es-fera de las artes y pasa a definirse desde distinto tipo deprácticas sociales. Juno con esta “pluralización” del textocultural se da una desestetización del campo artístico. Estapolémica de desde dónde definir las prácticas de las polí-ticas culturales no existe sólo en América Latina. Tam-bién es un fuerte debate en otros contextos académicos.

En inglés, la noción de política cultural se refiere mása un campo amplio que abarca diferentes modos de estable-cer la relación entre “lo cultural de lo político y lo político de

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lo cultural”, lo que en inglés se llama cultural politics y queyo traduciría no como política cultural sino como política dela cultura (o lo político de lo cultural). Autores como Alvarez,Dagnino, Escobar (1998) y Yúdice (2000), entre otros, hanseñalado que desde los estudios culturales en Estados Unidosexiste una fuerte tendencia hacia lo textual:

[…] en su utilización actual […] el término culturalpolitics (traducido como política cultural en el textode Escobar publicado en español) con frecuencia serefiere a luchas incorpóreas alrededor de los significa-dos y las representaciones, cuyos riesgos políticos amenudo son difíciles de percibir para actores socialesconcretos (Escobar,1999:140).

De hecho, el énfasis de Alvarez, Dagnino y Escobaren explicar que la “política cultural” (original en ingléscultural politics) se construye sobre todo “desde prácti-cas teorizadas como marginales” tiene que ver precisa-mente con la construcción de su campo de pensamiento:prácticas culturales históricamente pensadas como mar-ginales, ahora analizadas como prácticas de poder. Lo queestos autores enfatizan, por contraste con algunos teóri-cos del centro con su énfasis en la textualidad (especial-mente desde los estudios culturales en inglés), y por con-traste también con la noción iberoamericana referida an-teriormente como un campo de medicación entre obraartística y productor, son “las estrategias políticas de ac-tores sociales particulares” (Escobar,1999:141). Esta no-ción de política cultural abarca una amplia gama de me-diaciones entre lo político de lo cultural y lo cultural delo político y tiene un sentido muy diferente a la noción depolítica cultural entendida como mediación entre la obra,su productor y su público. Nos encontramos entonces anteun campo de definiciones en proceso de transformación.

Estos dos sentidos —la política cultural como cam-po organizacional de lo simbólico, y lo cultural comomediación de lo político y lo social—, se han ido confun-diendo, es decir, se han ido constituyendo mutuamentemezclando sus significados. Una de las consecuencias dela profesionalización del campo de las políticas cultura-les en América Latina, entendida como mediación orga-nizada de lo simbólico, ha sido una incorporación, cadavez mayor, de los múltiples sentidos de relación que sepueden establecer entre lo cultural de lo político y lo po-lítico de lo cultural. El surgimiento de la idea de la cultu-ra como recurso (Yúdice,1999) 4 tiene que ver precisa-mente con la concientización de lo cultural como campode luchas políticas desde múltiples esferas del espaciopúblico y además con la creciente fusión de la noción dearte en la de cultura (Yúdice,1999). A medida que la polí-tica cultural, entendida como intervención en un campo

simbólico específico, se expande para incluir diferentesactores sociales y una gama amplia de procesos cultura-les y formas de representación, se consolida simultánea-mente una noción más amplia de lo simbólico como me-diador de lo político y lo social y no sólo como un campoque se define desde lo estético. Así, el campo de las polí-ticas culturales, entendido como un campo de organiza-ción e intervención, amplía no sólo sus fronteras de acto-res sociales (de campos de enunciación desde donde sediseñan e implementan las políticas culturales), sino quedeja de concebirse exclusivamente como un campo deorganización de objetos culturales y pasa a ser pensadocomo un campo en el cual lo simbólico lo que hace esmediar procesos culturales, políticos y sociales. Una delas consecuencias de esto ha sido la antropologización dela noción de cultura y la consecuente polémica de “desdedónde” o “para quién” o “de qué cultura estamos hablan-do” cuando se hacen políticas culturales. Se trata no sólodel surgimiento de la diversidad como reorganizador delsentido de las diferencias en el marco de un Estado-na-ción, reconociendo nuevos lugares de organización estra-tégica, sino también de una transformación de la defini-ción y el papel de lo cultural. Según Ana Rosas y Eduar-do Nivón ha habido “una ampliación en la concepcióngeneral de que la política cultural es un instrumento dise-ñado solamente para ofrecer servicios culturales y daracceso a ellos (espectáculos, bibliotecas, teatros, etc.), auna concepción de ésta como un instrumento que puedetransformar las relaciones sociales, apoyar la diversidade incidir en la vida ciudadana. (Rosas y Nivón,2001:2-3).

Esta pluralización del texto cultural y sus posibili-dades ha generado conflictos. En la práctica del diseñode las políticas culturales existe una lucha entre el objetocultural como válido por sus dimensiones estéticas y losimbólico como válido por la mediación que hace posi-ble a través de su movilización (como mediador de unproceso social y cultural). Es decir, la pluralización deltexto conlleva la desestetización del mismo. La lucha quese da en el campo de los estudios de cultura y poder oteoría crítica entre estética de los lenguajes y sociologíade las representaciones, no es exclusiva de la academia;se encuentra también en la práctica de las políticas cultu-rales. Así, la tensión en los modos de definir la nociónmisma de política cultural se traduce en luchas concretasen la esfera pública.

En Colombia, por ejemplo, los procesos de reorga-nización del sentido de la diversidad a los que llevó lareescritura de la Constitución en 1991, se han traducidoen tensiones profundas sobre el modo de valorar tanto eltexto como los procesos culturales. 5 Una de esas esferas

4. Según George Yúdice la idea de que la cultura sirve para la transformación social ha llevado a una difícil y polémica instrumentalizaciónde lo cultural en donde la legitimidad de lo cultural radica no tanto en lo estético sino en los modos como sirve fines políticos, sociales oeconómicos(Ver Yudice,1999).

5. La Constituyente (proceso que llevó a la elaboración de la Constitución de 1991) incluyó la participación de muchos intelectuales, yafuera involucrados como constituyentes (como es el caso de Fals Borda) o convocados para foros concretos y específicos de discusióncomo fue el caso de Martín Barbero (Ver Foro[...], 1990).

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es la de inversión de dineros del Estado en cultura. 6 Lasprácticas culturales adquieren valor según cómo se des-pliegue la noción de política cultural en la esfera pública.Ese valor simbólico se traduce en valor económico, se-gún se ubiquen en este debate los que tienen el poder dedefinir la inversión económica en la esfera cultural. Hoyen día, por ejemplo los procesos culturales que se puedentraducir fácilmente a aspectos políticos que se han vueltoestratégicos para el país tales como “la descentralización”o “el proceso de paz” tienen la posibilidad de recibir apo-yo financiero del Estado 7; mientras tanto, se cuestiona elvalor de apoyo del estado, por ejemplo, a la OrquestaSinfónica de Colombia o al Museo de Arte Moderno, yaque las prácticas culturales que allí se desarrollan no setraducen fácilmente (por lo menos según los dirigentespolíticos) a los procesos de reforma social y política queurgentemente tiene que abordar la nación. Inclusive du-rante el corto tiempo de Consuelo Araujo Noguera comoMinistra de Cultura en Colombia, ella llegó a afirmar lanecesidad de no financiar estas prácticas culturales aso-ciadas con la “alta cultura” debido a la necesidad de pres-tarle atención a las culturas populares tradicionales y lo-cales. Como si al redefinir la cultura como recurso, elpeso valorativo de la histórica discusión entre “civiliza-ción” y “barbarie” se hubiera invertido.

Una de las tensiones que se genera desde este espaciode intersección entre academia y sociedad en el marco de laspolíticas culturales, es que el modo como las definiciones seadoptan en el espacio académico —con sus complejidades,su plurivocalidad, sus tensiones no resueltas— frecuente-mente se traduce, en las prácticas del espacio público (y nosólo desde el Estado), en acciones que reducen esta com-plejidad discursiva a una simple inversión de sentido o auna reconstitución de binarismos tales como memoria/olvido, cultura local/globalización, cultura popular/altacultura: binarismos que niegan el espesor de los conflic-tos. El intelectual que trabaja en políticas culturales que-da ubicado justamente en la coyuntura tanto política comointelectual que genera la no mediación entre uno y otroespacio de trabajo. Asumir la intersección es asumir ladificultad de mediación que reside en los elementos queno se traducen desde la práctica en el espacio académicoa la práctica en el espacio público. A veces, indudable-mente hay posibilidades de acogida a procesos críticos ta-les como interactuar en tratar de diseñar políticas culturales

desde definiciones abiertas, complejas y dialógicas de pala-bras clave que se manipulan en el proceso: “cultura”, “des-centralización”, “sociedad civil”, etc. (Ochoa, en prensa). Perofrecuentemente los procesos de asesoría crítica no se tradu-cen en acciones concretas; es más hay un cierto lugar de “noescucha” que reduce las interacciones de lo crítico con laestructura del espacio público a momentos profundamentefrustrantes de sordera. La rigidez de las fronteras, por tantono se da sólo en los formatos académicos que no le dan pre-sencia al espesor humano de los conflictos (Richard,1997)se da también en los modos de estructuración de la interacciónen el espacio público.

A partir de conversaciones personales con algunosacadémicos y de experiencias propias podemos enume-rar algunas preguntas que generan los vacíos de traduc-ción o de mediación entre academia y esfera pública: ¿Quéhacer con el papel de la burocracia o de los clientelismoscuando se manifiestan en espacios de trabajo con apertu-ra a asumir creativamente las dimensiones críticas de pro-cesos culturales? ¿Cómo hacer para que las denuncias enmomentos coyunturales se traduzcan a decisiones políti-cas? ¿Cómo responder frente a las demandas existencialespersonales que este tipo de mediación exige ya sea de símismo o de otros cuando se trabaja con situaciones ex-tremas, lo cual sucede frecuentemente en diferentes paí-ses latinoamericanos? ¿Qué implica asumir las escisio-nes y conflictos al interior de los movimientos sociales ode los movimientos de oposición? ¿Qué hacer con lasprácticas autoritarias que encontramos al interior de losprocesos de resistencia y oposición? ¿Cómo incorporar omanejar la emotividad que cargan temas como el conflic-to armado en Colombia, o el problema de los desapareci-dos en el Cono Sur? ¿De qué manera se podría elaborar elaprendizaje de negociación; es decir de la difícil prácticade mediar democráticamente? ¿Qué se puede lograr trans-formar en un momento dado y qué no? ¿Qué hacemos con elhecho de que los informes críticos sobre políticas culturales,a veces encargados por las mismas instituciones u organiza-ciones de diverso tipo, no se traducen en acciones concretaso parecen no ser tenidos en cuenta en la elaboración de nue-vos programas? ¿Qué hacemos con los pagos que no llegano tienen una demora de papeles varios entre una y otro ofici-na para poder materializarse?

La respuesta a estas preguntas (o por lo menos suelaboración) exige una práctica epistemológica desde el

6. En la práctica la definición de cultura desde el estado se traduce de diversas maneras debido a la alta fragmentación de este estamento ya la diversidad de modos de concebir e implementar proyectos de política cultural. No hay unidad conceptual ni de acción política. Comodicen, destacando esta fragmentación, muchos funcionarios al interior del Ministerio“ aquí hay programas y proyectos pero no políticasculturales”.

7. Hacer un listado de cuáles son esos procesos trasciende los límites de este trabajo. Digamos, a manera de explicación breve, que porejemplo, el trabajo con radios comunitarias, el trabajo con sectores populares a partir de las culturas de las regiones, el trabajo en zonasde conflicto armado intenso, logra avalarse como “descentralización” o “proyecto de paz”. Pero esta es una relación compleja, que seestablece contradictoriamente desde diferentes prácticas de política cultural e incluso al interior de las mismas. Es decir, los directores deun programa al interior del Ministerio de Cultura no necesariamente coinciden con las visiones de los altos mandos del Ministerio; y éstosa la vez se tienen que relacionar con el Ministerio de Hacienda para avalar económicamente los programas. Entre estos estamentos ydiferentes personas no necesariamente hay una sola definición de cultura.

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conflicto y desde la cotidianidad laboral en la cual lastensiones no se reducen sólo a posicionamientos diversosen un debate académico, sino al modo cómo la articula-ción entre teorizaciones y prácticas de trabajo se traducenmutuamente. Reconocer este proceso permanente de mu-tua traducción nos exige un descentramiento de la nociónde trabajo académico, en donde lo que ha sido consideradomarginal sea considerado como constitutivo de las formasde pensar. No se trata de sobrevalorar las conflictividadesque genera la tensión de las intermediaciones, ya que lasdemandas cotidianas que esto implica a veces no son fácilesde asumir; pero tampoco se trata de negar su existencia. Eltrabajo de “intervención” que “busca siempre comprometera su destinatario en un trabajo crítico de desmontaje yrearticulación de sentido para examinar las conexiones lo-cales y específicas que unen los signos a sus redes políti-co-institucionales” (Richard,1998:144) implica asumir loslímites y posibilidades de los conflictos en los procesosde intermediación. Tal vez eso implique ser más explíci-tos en nuestra escritura con nuestras propias contradic-ciones, con las conflictivas tensiones vividas en el proce-so de trazar puentes entre distintos tipos de prácticas inte-lectuales, con las exigencias cotidianas de vivir en paísescon procesos sociales, políticos y económicos críticos queafectan a nuestros colegas, a nuestros parientes, a noso-tros mismos. Frecuentemente, la teorización en el campode las políticas culturales no sólo se dedica a elaborar lasdimensiones teóricas de núcleos de problemas, sino tam-bién a hacer sugerencias sobre cómo habitar el espaciopúblico: se debe o no legislar para los medios; cómo abor-dar el problema de la diversidad en el marco nacional;cómo redefinir los museos; qué hacer con las dinámicasescriturales de la academia, etc. Pero hay relativamentepoca presencia de textos sobre lo que le ha pasado a losintelectuales cuando de hecho trabajan en esos campos,no sólo como propuesta política sino también como prác-tica laboral cotidiana u ocasional. Eso en sí, especificar loque se puede hacer y lo que no logra conjugarse o quedamás reservado a otro tipo de esferas tal vez más poéticas,es un logro fundamental. Pero esta elaboración escrituralde lo que nos causa ruido hacia otro tipo de campos (espe-cialmente hacia la interacción cotidiana, burocrática, la-boral con el espacio público), sería fundamental para re-conocer lo que se puede mediar desde las intersecciones ylos vacíos de intermediación como un campo desde el cualteorizar. Se trata de asumir las política culturales como cam-po etnográfico; mirar las políticas en el terreno de su puestaen práctica y no sólo como propuesta de acción.

Una de las preguntas que se nos plantea es ¿Cómohacer para incluir esta diversidad de prácticas de trabajo ennuestros procesos de intercambio intelectual, sin que se re-duzca la riqueza que contienen las experiencias por las obli-gaciones de expresión impuestas por los formatos de inter-cambio intelectual o por los informes a gobiernos, a esferastransnacionales de la cultura o a ONGs? Indudablemente lapregunta deriva en si los modos escriturales del paper o delos informes sobre políticas culturales pueden contener la

riqueza de experiencias laborales y personales que desbor-dan el marco académico que este formato representa. Lariqueza conceptual y existencial se deriva del cómo lasprácticas de intermediación desbordan en ocasiones el saberinstrumental de estas escrituras, ya que en muchas ocasio-nes, simplemente no es posible resolver el conflicto teóricoque se plantea o se proponen acciones de política culturalque implican negociaciones complejas. Paul Bromberg,filósofo y matemático, quien fue alcalde de Bogotá, dijodurante una inauguración de un simposio sobre investiga-ción urbana que trabajar en el espacio público implicabaasumir que en la toma de una decisión o la consolidaciónde una propuesta, siempre se generaba un problema. Estaesfera ruidosa de experiencias que hacen visible la difi-cultad de armonizar las fronteras entre academia y socie-dad, las dificultades de lo que significa “hacer oposición”en un espacio público cambiante, se traduce en un intensodebate sobre las formas apropiadas de escritura académi-ca en América Latina:

Contra la funcionalidad del paper que predomina enlos departamentos de estudios culturales donde se per-sigue la mera calculabilidad de la significación, lamanipulabilidad de la información cultural para su con-versión económica en un saber descriptivo, la ‘teoríacomo escritura’ fantasea con abrir líneas de fuga pordonde la subjetividad crítica pueda desviar la recta delconocimiento útil para explorar ciertos meandros dellenguaje que recargan los bordes de la palabra de in-tensidad opaca (Richard,1998:148-149).

Indudablemente una de las preguntas que se derivaes qué tipo de escritura puede contener las complejas ex-periencias de vida y experiencias profesionales que se danen los procesos de intermediación entre academia y so-ciedad; cómo mediar la relación entre experiencias comoteoría y “teoría como escritura”. Pero antes de elaborareste tema quiero abordar otras tensiones que también des-embocan en cuestiones escriturales.

Puntos ciegos y límites de alcance entre lateoría y la acción política

La simultaneidad de existencia de la política culturalcomo una práctica intelectual tanto en la academia como endiferentes esferas del espacio público, genera otra disyuntiva:la del modo como adquieren visibilidad (y viabilidad) lasteorías y las propuestas de trabajo. Recientemente ha adqui-rido fuerza la idea de que la expansión del campo de laspolíticas culturales tiene que ver con la inclusión de la cultu-ra como un área de desarrollo por parte de distintos organis-mos nacionales y transnacionales. Algunos señalan a laUNESCO como el fomentador internacional principal de estaidea (Rist 2000; Rosas y Nivón 2001). Si bien la UNESCOha sido uno de los actores principales en su promoción, confuerte influencia incluso en los procesos de relegislación dela cultura en el marco de los Estados-nación en América

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Latina, la historia es más compleja.8 Como bien lo señalaArturo Escobar existe una pluralidad de formas de esta-blecer la relación cultura y desarrollo. En el marco de la an-tropología esto ha generado serias discusiones teóricas so-bre el sentido mismo del desarrollo para los antropólogos:

Mientras que la ecuación antropología-desarrollo seentiende y se aborda desde puntos de vista muy distin-tos, es posible distinguir, al final del decenio, dos gran-des corrientes de pensamiento: aquélla que favoreceun compromiso activo con las instituciones que fomen-tan el desarrollo en favor de los pobres, con el objeti-vo de transformar la práctica del desarrollo desde den-tro [antropología para el desarrollo], y aquélla que pres-cribe el distanciamiento y la crítica radical del desa-rrollo institucionalizado [antropología del desarrollo][…]. Resultará obvio que la antropología para el desa-rrollo y la antropología del desarrollo tienen sus orígenesen teorías contrapuestas de la realidad social: una, basa-da principalmente en las teorías establecidas sobre cultu-ra y economía política; la otra, sobre formas relativamentenuevas de análisis que dan prioridad al lenguaje y al sig-nificado (Escobar,1999:100-101).

La diversidad de posiciones teóricas en el modo comose asume la relación cultura – desarrollo, nos señala que cuan-do diversos autores o instituciones expresan la necesidad deintervenir en este campo, están hablando de modos de inter-vención altamente diferenciados, incluso conflictivos.9 Perono sólo eso. La historia de cómo ha adquirido forma la ideade que la cultura es un campo intervención crucial social ypolítica es mucho más compleja que simplemente designara la UNESCO como su principal promotor o al “desarrollo”como su espacio crucial de consolidación. Especialmentecuando personas vinculadas a la UNESCO proponen nue-vas ideas (como la de creatividad) para abordar críticamentelos impases de la noción de desarrollo. Haciendo un recorri-do por su trayectoria académica, Jesús Martín Barbero nosrecuerda:

El programa de Freire contuvo para mí la primera pro-puesta de una teoría latinoamericana de la comunica-ción, pues es al tornarse pregunta que la palabra instaurael espacio de la comunicación, e invirtiendo el procesode alineación que arrastra la palabra cosificada, las pala-bras generadoras como Freire las llamaba, rehacen el te-jido social del lenguaje posibilitando el encuentro delhombre con su mundo y con el de los otros. Y superandola inercia del lenguaje, la palabra del sujeto se revela car-gada de sentido y de historia. Hoy puedo afirmar quebuena parte de mi programa de trabajo investigativo enel campo de la comunicación —pensar la comunicacióndesde la cultura— estaba allí esbozado, contenía las prin-cipales pistas que fui desarrollando a lo largo de los años

setenta […]. Junto con Gramsci fue Paulo Freire el queme enseñó a pensar la comunicación a la vez como unproceso social y como un campo de batalla cultural(Martín Barbero,1998:202).

El reconocimiento de Jesús Martín Barbero al papelde Freire en la consolidación de su pensamiento, indica quela trayectoria de la relación entre acción política y discursoes mucho más compleja que lo que señala el reciente augepor las políticas culturales en América Latina. La “batallacultural” que señala Jesús contiene una agenda específica: laidea que generar una nueva forma de nombrar conlleva unatransformación de las políticas de la identidad y, conse-cuentemente, de las estructuras de poder. 10 En este senti-do es necesario reconocer que la historia de la relaciónentre pensar lo cultural como “luchas entre significados yrepresentaciones” y/o como “prácticas desde actores so-ciales concretos” es bastante compleja en América Latinay tiene que ver con las múltiples relaciones de lo culturalcon lo público que se atestigua en la densidad conceptualque contiene la noción latinoamericana de culturas popu-lares, donde se confunden nociones sociales y estéticas,las complejas fronteras entre lo tradicional y lo moderno.Esto contrasta con el popular culture, así en inglés, másacotado al campo de la cultura masiva.

Desde los años 70, las teorías de Freire han tenidoun impacto a través de prácticas pedagógicas y desde laapropiación de sus ideas para campos artísticos tales comoel teatro o la música. Muchas dimensiones de la propues-ta de Freire han sido altamente criticadas, especialmenteen relación a la idea de “falsa conciencia” que está en labase de la propuesta freireana. Esta crítica ha generado laconcientización de que una nueva forma de nombrar nonecesariamente conlleva una transformación consecuen-te de las prácticas de opresión. Sin embargo, la teoría crí-tica debe dejar suficiente campo al reconocimiento delmovimiento creativo que, dentro de sus contradicciones,generan las postulaciones teóricas. En la práctica acadé-mica, frecuentemente se confunde la deconstrucción crí-tica con la descontextualización del saber, reduciendo lacomplejidad de las ideas, su significado en ciertos mo-mentos históricos a meras citas extrapoladas de sus ám-bitos de sentido. La obra de Freire jugó un papel funda-mental en vincular modos locales de expresión o de nom-brar (cultura popular) con procesos sociales, lo cual fo-mentó controvertidas experimentaciones en los camposdel teatro y de la música y fue uno de los elementos que im-pulsó el desarrollo de movimientos sociales en AméricaLatina. Si bien muchos de estos experimentos artísticoshan sido altamente cuestionados, no hay duda que estos

8. Como otros organismos internacionales, la UNESCO tiene una diversidad de posiciones al interior sobre el tema de cultura y desarrolloy es una entidad polifacética en su interior. Lourdes Arizpe, quien trabaja con la UNESCO, comenta que incluso cambiaron el tema deldesarrollo por el de la creatividad en los últimos informes mundiales de cultura, como un modo de responder a la necesidad de asumir lascríticas y los múltiples problemas con la noción de desarrollo.

9. Para contrastar diferentes formas de acercamiento a la noción de cultura y desarrollo sólo basta con contrastar nociones como “capitalsocial” versus “ciudadanía” en relación con lo cultural. Ese contraste rebasa los límites de este trabajo.

10. Este es, de hecho, el principio de gran parte de los identity politics norteamericanos.

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proyectos jugaron un papel fundamental en quebrar el rí-gido canon de los conservatorios y en la historia del mo-vimiento teatral durante la segunda mitad del siglo XX endiferentes países de la región. Es decir, jugaron un papelcrucial al poner en movimiento (y hacer visibles las contra-dicciones) la idea de la cultura como un área de intervenciónen las transformaciones sociales.

Las historias que insisten en mirar la construcción delcampo de las políticas culturales como un efecto primordialde la UNESCO o de su inclusión en el campo del desarrollosimplifican la complejidad de los diferentes procesos inte-lectuales, artísticos, políticos y sociales que han llevado ahacer de la cultura un recurso de movilización social y polí-tica. Esta perspectiva globalocéntrica de las políticas cultu-rales, que “sólo encuentra agencia en los niveles en los cualesoperan los denominados actores globales” (Escobar,1999a:358)excluye las complejas relaciones entre cultura y poder quese dan en las múltiples maneras de abordar la relación entrecultura y movilización social en América Latina en laactualidad. También hace visible el modo como, paradó-jicamente, frecuentemente queda excluido lo estético enel campo de los estudios sobre políticas culturales. Elpeligro es que la invisibilidad de esta diversidad de fuen-tes y procesos, reduce la complejidad y pluralidad de lasmedicaciones entre cultura y movilización social y polí-tica a un mero recurso instrumental. Así, en la actualidad,el campo de las políticas culturales parece balancearse enuna cuerda floja en la cual, por un lado, se corre el riesgode la instrumentalización del saber para funciones acadé-micas en las cuales no hay cabida para los contradicto-rios y difíciles procesos de intermediación entreteorización y práctica de las políticas culturales; y, por elotro, una instrumentalización de las políticas que reduce lasmúltiples formas de mediación entre prácticas culturales yprocesos sociales a una relación empírica caracterizada porprácticas de “planificación”, “administración” y “gestión”cultural propias de la noción de desarrollo. No estoy en con-tra de la organización del campo de las políticas culturales.Pero el riesgo que conlleva este momento de ampliación desus dinámicas y profesionalización de las mismas, es preci-samente la eliminación de las múltiples tramas que la cons-tituyen como un proceso de gran riqueza. Es allí que la teo-ría crítica debe jugar un papel fundamental, inclusive dentrode los disyuntivos canales de escucha entre el espacio públi-co y la teorización académica.

Esto me lleva finalmente a un último punto: los lími-tes de lo posible tanto desde la teoría crítica como desde losdiversos modos en que nos insertamos en las políticas cultu-rales. Uno de ellos es indudablemente el de reconocer lo queno es posible lograr desde la movilización cultural y tam-bién reconocer esos momentos de los procesos de articula-ción entre academia y sociedad que parecen llevarnos másallá de las explicaciones académicas.

Dos de la tarde. Librería del aeropuerto de Bogotá.Recorro los anaqueles de libros con una mirada de despedi-da de largo plazo. Salgo a vivir a México. Llego a la estante-

ría de ciencias sociales, autores colombianos y encuentro elconsabido tema de obsesión: la guerra-la paz.Sistemáticamente, como si el ritmo del ojo hubiese guar-dado las lecciones de metrónomo destinadas a otros sen-tidos, recorro los títulos en los lomos de los libros y meestremezco: la mayoría de los autores ha tenido que saliral exilio. Algunos han sido asesinados en los últimosmeses. Todos han participado, de diferentes maneras y endistintas etapas de las conversaciones de paz y desarrollabanuna práctica periodística con su labor académica. Al ver loslibros resuenan silenciosas en mi interior, un par de frases dediferentes amigos que llegaron a mi buzón de correo durantemi estadía en Nueva York. Una de una antropóloga, refirién-dose a la salida masiva de intelectuales: “nos estamos que-dando solos”. Otra de un vecino guionista, escritor, publicista:“Bogotá amaneció gris, haciéndole eco a un país que debe-ría estar de luto eterno”. Los lomos de esos libros parecennombrar, en la antesala de salida del país, el silencio a queobliga el exilio o la muerte. Evidentemente una de las inter-venciones más creativas y críticas es la manera como mu-chos de estos académicos le dan voz pública a los debatesdesde la prensa. Las voces son obligadas al silencio cuandohay posibilidad de escucha. Tienen más de instalación, deimagen que condensa un momento, que de palabra. Recuer-do con ironía un dicho uruguayo durante la época de su exiliomasivo: “el último que salga, apaga la luz”. Hay momentosen que el diccionario simplemente no detiene las balas.

El hacer de la cultura un lugar omnipotente de re-solución de conflictos es una idea que se propone en mu-chos espacios donde se promueven las políticas cultura-les y esto implica una paradójica despolitización de locultural al desconocer los límites de lo posible y vaciarlas especificidades de su signo. Ciertamente una historiade los relatos sobre cultura y poder en América Latinacontiene los silencios forzados, las carreras truncadas, losrumbos, destinos y teorías que se transforman en el despla-zamiento obligado o se acallan porque no hay otra alternativa.En una ponencia reciente en el Museo Nacional de Colombia,Jesús Martín Barbero enumeraba el tipo de tareas que debeabordar el Museo Nacional. Entre las últimas menciona unproceso de “articulación entre imagen y huella, entre ima-gen y desaparecidos” como clave “para pensar la relación deesa peculiar tecnología de las imágenes que es el museo, conla memoria extraviada de este país de desplazados, de des-aparecidos y de miles de muertos por enterrar: el museo comoexperiencia del duelo colectivo sin el que este país no podrátener paz” (Martín Barbero,2000:60).

¿Qué le exige y le ha exigido, no sólo al museo, sinotambién al pensamiento académico esta práctica de lasintermediaciones en las políticas culturales que en ocasionesse convierte en la obligatoria convivencia con situacionescríticas? Nelly Richard habla de la crítica cultural como “unconjunto variable de prácticas y escrituras que no respondena un diseño uniforme” cuyos textos “se encuentran a mi-tad de camino entre el ensayo, el análisis deconstructivoy la teoría crítica” y “desbordan una inscripción fácil enla retícula del saber” (Richard,1998:142-3). En muchos

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académicos latinoamericanos ese desbordamiento de lavida hacia el texto toma formas tales como la crónica pe-riodística o la literatura testimonial: como si el espaciode duelo y contradicción necesitase otro tipo de formatosque no están obligados a un “saber instrumental”. En losmomentos de crisis radical, de procesar los extremos crí-ticos que nos obliga a habitar la historia, adquiere profun-do valor el sentido existencial (y no sólo académico) de lateoría crítica. La cuestión que se plantea es la de reconocerque a veces “el conocimiento desde el cual se vive la vida noes necesariamente idéntico al conocimiento a través del cualuno explica la vida” (Jackson,1996:2), lo que implica quehay una dimensión existencial de la relación cultura, poderque sobrepasa lo traducible a un saber instrumental. El pro-ceso de articulaciones e intermediaciones entre academia ypolíticas culturales debe reconocer que parte del sentido delo que cruza por lo discursivo y por la movilización políticadesde lo cultural no siempre se explica desde el sentidosociopolítico de lo cultural; parte de ello también invoca elsentido existencial de lo político y lo cultural que a veceshabita más claramente la opacidad de la palabra o de ges-tos no explicativos. Alguno de los gestos más conmove-dores y de mayor fuerza política en la escritura de mu-chos académicos colombianos es cuando han dejado ver,especialmente en la prensa, las vetas personales y coti-dianas de los momentos críticos actuales.

El debate sobre las formas escriturales válidas paraenmarcar el pensamiento latinoamericano atraviesa lo lí-mites a los que obliga a habitar la historia y las múltiplesformas del habla que exige el poderla nombrar.11 Habla-mos aquí de aquellas intersecciones que se dan desde vi-vencias críticas que desbordan las explicaciones acadé-micas totalitarias y cerradas. Se genera entonces una pa-radoja para nuestra relación con colegas del centro. Justoen el momento en que la fuerte influencia del centro sedeja sentir en la adopción creciente del paper de veinteminutos como formato de intercambio, en la crecienteorganización de congresos con el modelo del centro, enla imposición de producir investigación en los formatosdiseñados, aprobados y valorados por el centro; justo eneste momento, se da un descentramiento del sujeto aca-démico latinoamericano desde una práctica laboral en lasintersecciones que desborda estos formatos. Así, la cre-ciente visibilidad de la periferia en el centro, se da en unmomento en que se afianzan por una parte prácticas aca-démicas desbordantes que se dan en la intermediación delespacio público con la academia; y por otra, la adopciónde formatos de intercambio intelectual diseñados para otrotipo de práctica académica que caracteriza al centro y queno puede contener las dimensiones epistemológicas quees necesario abordar si queremos descentrar la tendencia

hacia la instrumentalización tanto de la práctica de las políti-cas culturales como de su escritura. La relación con los cen-tros de poder de producción académica y la consolidaciónde las exigencias que implica para América Latina hacersemás presente epistemológicamente debe poder incorporarestos múltiples saberes no sólo como líneas de fuga, sinotambién como formas de pensamiento desde los cuales segeneran entendimientos y procesos cognitivos que nos per-miten vivir las dimensiones creativas de los límites y asumirdialógicamente los procesos de intercambio intelectual.

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11. Hay muchos experimentos, la mayoría de ellos muy controvertidos, en diferentes formas de escritura que incorporan estas experienciaslímite en América Latina. Debates sobre la tradición del ensayo, sobre la literatura testimonial, sobre la presentación de testimoniosorales en el marco de lo histórico, sobre el papel del periodismo entre los intelectuales latinoamericanos, atestiguan esto. Una discusiónde estos múltiples debates sobre pasa este trabajo.

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