Penélope teje solitaria en parques de la italia

6
PENÉLOPE TEJE SOLITARIA EN PARQUES DE LA ITALIA Por Alexander Giraldo

description

Reportaje hecho a una anciana que vive sola y todo el día teje mientras ve televisión.

Transcript of Penélope teje solitaria en parques de la italia

PENÉLOPE TEJE SOLITARIA EN PARQUES DE LA ITALIA Por Alexander Giraldo

1

La soledad es el estado natural de los hom-bres que no han encontrado su lugar en la tierra. Muchos la consideran un mal de todas las épocas, peor que el hambre, que las pesadillas o el dolor físico. Pero hay algo que va más allá de la soledad. Cuan-do el recuerdo de aquellos objetos que nos acompañaron se ha borrado, sólo queda una nada, un corazón seco, una añoranza sin piso firme que da paso a aquella insen-sibilidad que precede a la muerte.Es domingo. Doña Lilia Tobón cose tran-quila, frente al televisor, sentada en las poltronas verdes de la sala. Las puntadas resuenan en las paredes blancas de la casa donde vive sin compañía desde hace tres meses alargados. Su esposo Gonzaga mu-rió a los 65 años en 2001. Tiene siete hijos vivos y dos muertos, Chucho y Alberto,

en épocas remotas que ya le cuesta trabajo recordar con dolor. Las agujas entrelazan los hilos de colores vivos y sirven de con-trapunto al ruido televisivo que deambula sin esfuerzo por todos los rincones. Varias horas del día son esclavas de los melodra-mas mexicanos del Canal De Las Estrellas, que doña Lilia no se pierde por nada del mundo. Total para qué preocuparse por el tiempo si tiempo es lo que hay.-Veo pero también tejo, hago mis trabajos- comenta, concentrada en enredar el hilo rosado con la aguja.-¿Hace cuánto cose?- No se llama bordar o coser, se llama te-jido crochet- corrige –desde los diez años me enseñaron a tejer.Sus tejidos multicolores como mantas, mantillas, carpetas, sábanas y mitones para

los nietos y bisnietos reposan hoy en las ca-sas de sus hijos sosteniendo la blancura de las porcelanas o la grasa pegada en los con-troles de equipos de sonido y televisores.Lilia Tobón nació el 5 de diciembre de 1938, a medida que da puntadas, entreteje lo que hace con los hilos del pasado. Ella se casó a los 18 años y Gonzaga tenía 22. Goberna-ba Rojas Pinilla. Con los 25 años cumplidos ya tenía tres hijos. Guillermo fue el primero. Luego llegó Álvaro. Siempre que va de visita regaña, alega, pelea con los nietos rebeldes, con los hijos indife-rentes, con el gato de su nuera Amparo. Pero todos la quieren. Tiene 73 y ya ganó el de-recho de hacerse escuchar. Lanza poderosas diatribas contra los negros, contra los ateos, contra los médicos y los antibióticos.Lilia padece ulceras varicosas en ambos pies

desde hace más de 20 años. No sé cómo hace para soportar tanto dolor, he visto sus heridas en carne viva. Tal vez porque la sangre de sus pies ennegrecidos no circula, tampoco circula el sufrimiento.Son las 12 y 30. Lilia y yo miramos las noticias en la televisión. La primera es sobre aparición del cuerpo de un niño en Mosquera Cundinamarca. Lo tiraron a un humedal. Toda la semana estuvo perdido y los noticieros no ahorraron esfuerzos para mantener al tanto a la comunidad. Lilia se pone triste.-¡Ay!, mataron al niño de Mosquera- se queja. Su voz adopta un tono maternal.Luego pasan a otras noticias. Ahora habla del barrio La Emilia. Allí vivió varios años y conoce mucha gente. Pregunta como está la cosa. La Emilia es un barrio duro y ella

indaga por las esquinas y los callejones. -Está igual- le digo -hace una semana des-mantelaron la banda de Los Gordos.-Pobrecitos- dice ella con cara de conster-nación.Lo que Lilia tal vez ignora, es que esa ban-da es un hito del microtráfico de cocaína en la historia criminal de Palmira. Y que muchos jóvenes perdieron su futuro entre las garras del crimen y los cobros de san-gre en las luchas territoriales. Lilia fue tes-tigo de balaceras a cualquier hora del día. En una ocasión tuvo que levantarse a lavar con Ariel una mancha de sangre que había dejado un cadáver, la noche anterior, en la calle frente a su ventana.Lilia toma de nuevo la carpeta que está co-siendo. Afuera en la calle, junto a su venta-na, un grupo de niños y niñas juegan a ma-

tarse a balazos. ¡Pum! ¡Pum! ¡Tas! ¡Tas! ¡Aw!, suenan más duro los agudos de las niñas.Le pregunto por su barrio. Me dice que es tranquilo. Que ella no habla con ningún vecino. Vuelve a tejer. La carpeta que está bordando es para venderla y así comprar un regalo a su hija Cielo pronta a cumplir 50 años.Sobre una mesita redonda, adornada con uno de sus bordados, encuentro un grupo de fotografías. A la derecha una del ma-trimonio reciente de su hijo Jorge; a la iz-quierda una foto de ella junto a sus siete hijos y una nieta a sus pies, y al fondo, por una rendija entre las dos fotos anteriores se ve la media imagen de su retrato (un ojo cansado y solitario) y al pie de esta, la foto de una nieta recién graduada de onceavo

2

los efectos degenerativos de enfermedades hereditarias o causadas por el arduo traba-jo o la mala alimentación o la vejez.Jorge baja, charlamos un rato, toma café y se vuelve a ir. Veo el cuadro de la Vir-gen María que Lilia tiene colgado cerca del televisor. La virgen está pisando una ser-piente. De repente recuerdo que Lilia tuvo sus primeros zapatos a los trece años. Le pregunto por el primer recuerdo que tiene de su vida. Replica amargamente que fue una infancia muy triste, me quedo callado y confiesa que recuerda vacas. Cuando alisto la cámara le gusta la idea de las fotos. Ahí mismo va y saca una bolsa donde tiene algunas guardadas. Muestra con orgullo un retrato de ella a los quince años. Luego el retrato de su madre, estos parecen tomados el mismo día. Después me hace una exposición de la familia: Desfila Alberto, Alonso joven, los úl-timos nietos. Me muestra una foto-grafía de ella y Gonzaga juntos a fuerza de ilusión. Una foto en la

que se desmembró a varios integrantes del grupo para unir a los dos viejos, quedaron como siameses pegados por los hombros.Le pregunto a Lilia por el amor.-En mi vida conocí a un sólo hombre, con el me casé, a el lo amé, y ahora soy viuda -sentencia.-¿Por qué no se consigue otro? –digo con un tono pícaro.La idea, simplemente, le parece abomina-ble. Le preocupa bastante lo que puedan pensar sus hijos si eso llegara a suceder.

grado. Me cuenta que sus hijos vienen a visitarla todos los domingos. Guillermo va a veces en semana. Le doy un vistazo a los símbolos religiosos de las paredes que adornan las habitaciones de las dos plantas: vírgenes y ángeles y un sagrado corazón al subir las escaleras.-¿No tienes radio? –indago.-Para qué si con el televisor tengo suficien-te.Ahora soy yo el que se indaga: ¿cómo hace una persona para vivir sola y sin música?A eso de la una, llega su hijo Jorge con siete cajas de gaza. Me saluda y corre con urgencia para el baño.-Ni que fuera a montar una droguería –se ríe ella y toma la gaza para entrarla en su habitación.Miro una pequeña vitrina bajo las escale-ras. Al ver todas las pastas pienso que doña Lilia si podría montar una droguería. Hallo Catopril, Aspirina pequeña, Hidrocloro-piacida y Cefalicina, todos esos inventos milagrosos del hombre para contrarrestar

3

ella responde:-Ir con una mujer al mar es llevar leña al monte.Según ella en Buenaventura sobran las mujeres. Deja el bordado por un momento y va a preparar el almuerzo. Al terminar de comer, subo las escaleras hacia el baño que queda en el segundo piso. Es tarde. Antes de llegar me encuen-tro con una pequeña habitación, un lugar limpio y bien iluminado como en el cuento de Hemingway, tan acogedor que invita a quedarse en esa casa de un único habitante. Pero es tarde.Ya en la puerta me despido de doña Lilia. Ella me agradece la visita. Yo le agradez-co la leche con bocadillos de guayaba. Las

dos tazadas de café. Las tostadas. Y los huevos revueltos con arroz del al-

muerzo.-Vuelva cuando quiera –dice.

Y yo abro camino por una cua-dra soleada llena de vecinos y de música.

-¿Y la soledad? –Pregunto.-La soledad es lo más triste que puede ha-ber.Al cabo de un rato, mientras borda, termi-namos hablando de Buenaventura a causa de esos quiebres extraños de las conversa-ciones.-¿Conoce el mar? –le digo.-Pues claro –responde con expresión so-bradora- ¿y usted?

-No- le contesto –siempre he querido ir al mar con

una mujer. Y

4

“Me muestra una fotografía de ella y Gonzaga juntos a fuerza de ilusión”