Padres E Hijos

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Padres e hijos Amador Pérez Viñuela

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Padres e hijos

Amador Pérez Viñuela

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El título de este artículo lo he copiado de la novela del mismo nombre del gran novelista y dramaturgo ruso Turguenev (Ivan Sergueievich Turguénev) uno de los autores más sobresalientes junto con su antecesor Pushkin, de las narraciones breves sobre temas cuyo conocimiento habían recibido por transmisión oral, en sus obras elevaron estas cortas narraciones a la categoría de literatura universal. Por ejemplo: Pushkin escuchaba de niño los cuentos de una simple campesina, su aya Arina Rodiónovna; Máximo Gorki de su abuela, Akulina Ivánovna Kashírina y Dostoievski, decía que de “niño se pasaba con sus hermanos horas enteras, dos, tres y a veces hasta cuatro pendiente de los relatos que les contaba el aya de la casa, Aliona Frólovna”.La literatura española no ha explotado la sabiduría popular con la misma intensidad que los escritores rusos, pero en cualquier librería se encuentran libros adecuados a todas las edades y mentalidades, sólo es necesario un poco de tiempo y buen gusto intelectual.

Con frecuencia yo vuelvo a este tipo de lecturas porque me recuerdan las historias que se contaban en las largas noches

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de los inviernos de mi niñez a la luz de un candil de aceite y después a la de una bombilla de 25 vatios para toda la casa. En aquellas reuniones de noches de escarchas y lobos merodeando las majadas yo escuchaba con el corazón palpitante, historias de brujas, de crímenes horrendos, “hazañas” de la banda del Buen Mozo de Pereruela, romances de frontera, cantares de ciego, milagros de santos, espíritus del mal fácilmente vencibles, proezas de campesinos dominando la yunta para trazar en la barbechera el primer surco recto, y toda una lista de mitos y tradiciones de sagas familiares. También se leían libros. Pero éstos no abundaban, lo que más me entusiasmaba era la extraordinaria sabiduría popular, la riqueza idiomática de la gente del pueblo, el dramatismo o el lenguaje festivo según el pasaje de la narración.

Todos aquellos personajes han sido después los héroes de las historias de los cuentos que yo he contado a mis hijos antes de darles el beso de despedida al acostarse. Entre mi hijo mayor y la pequeña hay una diferencia de edad de diez y siete años, así es, que he pasado una buena parte de mi vida inventado cuentos para que se durmieran felices.

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Por si alguien no se ha dado cuenta, los hijos son esos seres pequeños fruto del amor entre sus padres. Un hombre y una mujer que, por encima de todo, deciden que desean prolongarse más allá de su vida, y engendran unas criatura dotadas de una energía infinita que están tramando todo el día la forma de hacer algo que no deben, como llenar las paredes de pintarrajos, dejar un grifo abierto o romper todo lo que esté al alcance de su mano o del palo de la escoba. Los nuestros siempre soportaron el castigo o la regañina por la travesura como algo natural, pero si me veían muy enfadado me suplicaban que no dejara de contarles el “cuento”. No recuerdo que nunca llegase a ese extremo mi crueldad con ellos.

Al mayor le gustaban las historias de héroes guerreros y piratas. Primero empezamos con el asalto a los castillos y fortalezas medievales derruidos. Entre las ruinas de los castillos, formadas por montones de piedras, siempre intentábamos adivinar la existencia de pasadizos secretos, de húmedas escaleras que conducían a cámaras subterráneas a dónde suponíamos que debía haber algún tesoro escondido. Antes había que pasar por las mazmorras en las que habían estado encerrados

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todos los malvados que en tiempos remotos habían existido, abrir puertas viejas y gastadas que al girar crujían con un ruido como la tripa de un faquir en huelga de hambre. Para combatir la oscuridad sólo disponíamos de una mala linterna. En aquellas lóbregas galerías no podía faltar la lechuza y el fantasma cubierto con una sábana blanca resplandeciente. La lechuza y el fantasma se hicieron tan familiares para nosotros que llegó un momento en el que pactábamos si iban a aparecer o tratábamos de encontrar el tesoro sin la existencia de estos dos personajes. Yo sabía que la votación siempre sería favorable y el fantasma llegó a ser tan familiar que cuando aparecía mi hijo se anticipaba y decía: ¿Quién eres amable fantasma?. El día que estábamos de buen humor lo dejábamos que contara la leyenda de sus antepasados, cosa que yo tenía que hacer fingiendo la voz del Más Allá y explicar porque se había convertido en un fantasma malandrín, mi hijo le decía entonces. "Márchate a dormir que te vas a resfriar, tú ya no asustas ni a un conejo.

Cuando terminamos con los castillos derruidos sin poder encontrar ni siquiera un maravedí de cobre, empezamos la

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conquista de los habitados en los que vivía alguna familia de la más rancia nobleza medieval, custodiada por un ejército de fieros guerreros fuertemente pertrechados con sus cotas de mallas, morrión, escudo, espada colgada a la cintura y lanza. Los castillos bien almenados, con fosos llenos de agua y puente levadizo.

No se cómo nos arreglábamos pero siempre conseguíamos reducir a la guarnición y penetrar en el castillo. ¡Cómo no! sus habitantes estaban celebrando alguna fiesta y nos conformábamos con escuchar el cuento que contaba el juglar, normalmente hazañas de nobles guerreros fieles al Rey, su señor. Al llegar a este punto el sueño había descendido a la cama y yo salía de puntillas de la habitación.

Como había una diferencia de edad de cinco años entre el mayor y el siguiente, el pequeño se incorporó muy pronto a la fiesta y escuchó la serie de abordajes a todos los barcos piratas berberiscos y corsarios ingleses, el último que hundimos creo que fue el buque Insignia de la Royal Navy.

Al pequeño también le llegó su turno para elegir, tuve que inventarme otro tipo de historietas porque a éste le gustaban de pillos: Me tuve que sacar de la manga a “Los tres pilletes”,

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recuerdo el nombre de algunos: Los tres pilletes y la cueva; Los tres pilletes en clase; Los tres pilletes y los cohetes; los tres pilletes movilizan al Ejército; los tres pilletes ponen en jaque a la policía; etc. Las hazañas de éstos tres patosos siempre terminaban corriendo, ellos delante de un grupo de perseguidores, del maestro, de los hombres del pueblo, de la Policía y hasta del Ejército. Nada que en alguna ocasión no hayamos deseado todos nosotros. Ese ya me lo contaste ayer, no vale repetir. Esto sucedía con frecuencia, tenía que volver atrás e iniciar una nueva narración.

Cuando ya había olvidado el oficio porque mi segundo hijo tenia trece años y seguramente que era a él a quien le gustaba contar los cuentos, pero a las muchachas de su edad, Dios nos hizo otro regalo maravilloso, algo también pusimos de nuestra parte, nos concedió ser padres por tercer vez a una edad en la que ya no teníamos esperanzas de volver a serlo y vino al mundo una niña, a sus treinta años todavía lo sigue siendo para nosotros. A ésta le gustaban las historias de animales. Recuerdo algunos títulos: La liebre perezosa; La liebre escaladora; El lobo diente largo; El lobo colmillo afilado. Un montón cuyos protagonistas eran

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osos dormilones y otros de perros de todas las razas cuyo nombre yo hubiese leído en alguna ocasión.

Ahora, ejerciendo el noble oficio de abuelo, veo con placer que mis nietos siguen dejando volar su imaginación con el cuento. Me alegro de que las consolas no les hayan anulado el gusto por las historietas y el disfrute de las lecturas. Hay infinidad de libros adecuados a todas las edades, pero esa afición hay que fomentarla antes de que aprendan el manejo de toda esa cacharrería. Creo que sería bueno que vieran a sus padres con algún libro en la mano constantemente.

La hora de ir a la cama debe ser el momento en que todas las travesuras se perdonan y se hagan promesas para mejorar alguna cosa al día siguiente. Cosa que en mi casa con frecuencia se olvidaba. Obstinados volvíamos por los mismos andurriales.

Con mis felicitaciones para el presente año.

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Fdº. Amador Pérez Viñuela