Orsai/Bodoni

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*Tipografies: Bodoni+ Lido Prova tipografica Prova tipografica

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Propuesta de diseño con la tipografia Bodoni+Lido

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*Tipografies:Bodoni+ Lido

Provatipografica

Prova tipografica

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el pibeque arruinaba

siempre las fotos

Autor Juliet d’Agostino Ilustrador Florian BayerAlgunos sueñan con renunciar a todo para abrir un bar en Brasil y andar en patas todo el día me decía Chiri en una larguísima sobremesa que duró un año. Mi sueño loco siempre fue tener una librería y fumar en pipa, vos lo sabés. Sin embargo, ser librero es un oficio jodido, peligroso. Así como el mejor dealer es aquel queel mejor librero no lee nada. Yo fui un librero muy vicioso.

Renuncié hace unos días a mi columna de los domingos en el diario La Nación, de Argentina, y renuncio hoy a mi columna de los viernes en El País, de España. Noventa columnas y dos.

Renuncié hace unos días a mi columna de los domingos en el diario La Nación, de Argentina, y renuncio hoy a mi columna de los viernes en El País, de España. Noventa columnas y dos años de trabajo en La Nación; ciento veinte y tres años en El País.

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Pero al mismo tiempo es verdad: el mundo digital es mejor que el analógico. ¡Pero solamente en sus formatos y en su velocidad, por el amor de Dios!

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Saint-Exupéry trabajaba en Le Figaro y, según él, no soportaba ajus-tar sus artículos a un número limitado de líneas. Entonces creó la revista XXI, en enero de 2008, respondiendo justamente a eso. Rei-vindicaba el periodismo de investigación, el mismo que la prensa tradicional está perdiendo a causa de Internet. O, en realidad, por querer parecerse a Internet.

Yo me compré unos números de la XXI, y está muy bien, a pe-sar de ser demasiado seria. Pero algo no me gustó. La suscripción anual sale 60 euros en Francia,

70 euros en Latinoamérica y 80 euros en África. ¿En África, in-cluso en la zona africana que habla francés, la revista sale más cara que en el resto del mundo? Algo está funcionando mal.

Nosotros estamos armando una revista que, encuadernadita y con olor a tinta fresca, llegará sin falta a los países que hablan nues-tro idioma. A todos esos países, quiero decir, no únicamente a Es-paña, México y Argentina. A todos. Queremos que la revista llegue a cada sitio donde haya alguien que quiera leer con serenidad, y que

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Pero al mismo tiempo es verdad: el mundo digital es mejor que el analógico. ¡Pero solamente en sus formatos y en su velocidad, por el amor de Dios!

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escandalizar a los lectores habituales del periódico. Unas cláusulas complicadas para quien escribe, más por limitación que por estilismo, enormes boludeces y mentiras grandes como un caballo.

Si tengo que ser sincero, en estos dos años me molestaron más los recortes de El País que los de La Nación. El diario argentino me limitaba en base a un convencimiento moral o, por decirlo de algún modo, por respeto a un libro de estilo interno y a una tipología de lector. El diario español no. Los re-cortes de El País de los últimos años —y el de casi todos los periódicos de este lado del charco— se ba-san en el impulso económico de abaratar costes y de pensar, Y ya que estamos en el tren, aviso por este medio a Random House Mondadori que también renuncio a sacar nuevos libros con la Editorial Sud-americana de Argentina, o con Editorial Grijalbo en

México. Por contrapartida, no tengo más que agra-decimientos con Plaza & Janés de España. Pero como vengo embalado tampoco publicaré más allí.

No quiero saber más nada con Grijalbo porque en 2006 editó una versión de “Más respeto que soy tu madre” cambiando frases completas del libro sin consultarme. (Ya una vez lo conté en este blog.) De repente, mi personaje Zacarías Bertotti no era hincha fanático de Racing, sino del América de México. Y sin consultarme tampoco, Grijalbo le puso a ese mismo libro una portada espantosa y una tipografía. Horren-da. Y sin consultarme, catalogó a mi novela como de “autoayuda”. No quiero saber más nada con Grijalbo porque nunca supe si habían vendido un ejemplar. No me lo dijeron jamás, ni telefónicamente, ni por la vía habitual de depositarme la guita en el banco. No ten-go datos al respecto. Y no quiero tener más relación

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No quiero saber más nada con Grijalbo porque en 2006 editó una versión de “Más respeto que soy tu madre”

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En La Nación de Argentina, en cambio, nunca me recortaron las seiscientas palabras de mi columna dominical. Allí el límite sí era más bien ideológico. No utilizar groserías, que todo lo dicho sea una ver-dad contrastada, respetar a la institución eclesiás-tica y no escandalizar a los lectores habituales del periódico. Unas cláusulas complicadas para quien escribe, más por limitación que por estilismo, enor-mes boludeces y mentiras grandes como un caballo. Entonces llegó la crisis. Pensé:molestaron más los recortes de El País que los de La Nación. El diario argentino me limitaba en base a un convencimiento moral o, por decirlo de algún modo, por respeto a un libro de estilo interno y a una tipología de lector. El diario español no. Los recortes de El País de los últimos años —y el de casi todos los periódicos de este lado del charco— se basan en el impulso eco-nómico de abaratar costes y de pensar, Y ya que es-tamos en el tren, aviso por este medio a Random House Mondadori que también renuncio a sacar nuevos libros con la Editorial Sudamericana de Argentina, o con Editorial Grijalbo en México. Por

contrapartida, no tengo más que agradecimientos con Plaza & Janés de España. Pero como vengo em-balado tampoco publicaré más allí.No quiero saber más nada con Grijalbo porque en 2006 editó una ver-sión de “Más respeto que soy tu madre” cambian-do frases completas del libro sin consultarme. (Ya una vez lo conté en este blog.) De repente, mi per-sonaje Zacarías Bertotti no era hincha fanático de Racing, sino del América de México. Y sin consul-tarme tampoco, Grijalbo le puso a ese mismo libro una portada espantosa y una tipografía horrenda. Y sin consultarme, catalogó a mi novela como de “au-toayuda”. No quiero saber más nada con Grijalbo porque nunca supe si habían vendido un ejemplar. No me lo dijeron jamás, ni telefónicamente, ni por la vía habitual de depositarme la guita en el banco. No tengo datos al respecto.

Y no quiero tener más relación con Editorial Sud-americana porque estoy podrido de contestar mails de los lectores argentinos diciendo que mis libros siem-pre están agotados, o que no los pueden encontrar. Caminé muchas veces por Buenos Aires y lo compro-bé. Distribución espantosa, marketing desganado, En La Nación de Argentina, en cambio, nunca me recortaron las seiscientas palabras de mi columna do-minical. Allí el límite sí era más bien ideológico. No utilizar groserías, que todo lo dicho sea una verdad contrastada, respetar a la institución eclesiástica y no

en La Nación de Argentina, en cambio, nunca me recortaron las seiscientas palabras de mi columna dominical. Allí el límite sí era más bien ideológico. No utilizar groserías, que todo lo dicho sea una ver-dad contrastada, respetar a la institución eclesiás-tica y no escandalizar a los lectores habituales del periódico. Unas cláusulas complicadas para quien escribe, más por limitación que por estilismo, enor-mes boludeces y mentiras grandes como un caballo. Entonces llegó la crisis. Pensé:molestaron más los recortes de El País que los de La Nación. El diario

argentino me limitaba en base a un convencimiento moral o, por decirlo de algún modo, por respeto a un libro de estilo interno y a una tipología de lector. El diario español no. Los recortes de El País de los últimos años —y el de casi todos los periódicos de este lado del charco— se basan en el impulso eco-nómico de abaratar costes y de pensar, Y ya que es-tamos en el tren, aviso por este medio a Random House Mondadori que también renuncio a sacar nuevos libros con la Editorial Sudamericana de Argentina, o con Editorial Grijalbo en México. Por

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Pero al mismo tiempo es verdad: el mundo digital es mejor que el analógico. ¡Pero solamente en sus formatos y en su velocidad, por el amor de Dios!

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Y sin consultarme, catalogó a mi nove dE

“autoayuda”

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En La Nación de Argentina, en cambio, nunca me re-cortaron las seiscientas palabras de mi columna do-minical. Allí el límite sí era más bien ideológico. No utilizar groserías, que todo lo dicho sea una verdad contrastada, respetar a la institución eclesiástica y no escandalizar a los lectores habituales del periódico. Unas cláusulas complicadas para quien escribe, más por limitación que por estilismo, enormes boludeces y mentiras grandes como un caballo. Entonces llegó la crisis. Pensé:molestaron más los recortes de El País que los de La Nación. El diario argentino me limi-taba en base a un convencimiento moral o, por de-cirlo de algún modo, por respeto a un libro de estilo interno y a una tipología de lector. El diario español no. Los recortes de El País de los últimos años —y el de casi todos los periódicos de este lado del char-co— se basan en el impulso económico de abaratar costes y de pensar, Y ya que estamos en el tren, avi-so por este medio a Random House Mondadori que también renuncio a sacar nuevos libros con la Edi-torial Sudamericana de Argentina, o con tengo más que agradecimientos con Plaza & Janés de España. Pero como vengo embalado tampoco publicaré más allí.No quiero saber más nada con Grijalbo porque en 2006 editó una versión de. “Más respeto que soy tu madre” cambiando frases completas del libro sin consultarme. (Ya una vez lo conté en este blog.) De repente, mi personaje Zaca-rías Bertotti no era hincha fanático de Racing, sino del América de México. Y sin consultarme tampoco, Gri-jalbo le puso a ese mismo libro una portada espantosa y una tipografía horrenda. Y sin consultarme, catalo-gó a mi novela como de “autoayuda”. No quiero saber más nada con Grijalbo porque nunca supe si habían vendido un ejemplar. No me lo dijeron jamás, ni te-lefónicamente, ni por la vía habitual de depositarme.

La guita en el banco. No tengo datos al respecto.Y no quiero tener más relación con Editorial Sud-

americana porque estoy podrido de contestar mails de los lectores argentinos diciendo que mis libros siem-pre están agotados, o que no los pueden encontrar. Caminé muchas veces por Buenos Aires y lo compro-

bé. Distribución espantosa, marketing desganado, En La Nación de Argentina, en cambio, nunca me recortaron las seiscientas palabras de mi columna do-minical. Allí el límite sí era más bien ideológico. No utilizar groserías, que todo lo dicho sea una verdad contrastada, respetar a la institución eclesiástica y no escandalizar a los lectores habituales del periódico. Unas cláusulas complicadas para quien escribe, más por limitación que por estilismo, enormes boludeces y mentiras grandes como un caballo.

Entonces llegó la crisis. Pensé:—A ver si ahora, sin tanto auspiciante, vuelvo a mi tamaño original.Cada vez que enviaba una columna incorrecta a—Hola Hernán, disculpame la hora pero estamos cerrando —me decían.—No, todo bien, decime —contestaba yo con la voz seca y el lado izquierdo de la cara con marcas de almohadón.—Estábamos editando tu columna y nos saltó una duda. ¿Qué querés decir, exactamente, en el párrafo sobre Ratzinger?—En qué parte.—Donde ponés que a “Ratzinger le gusta que le me-tan una lámpara de pie en el ojete”… ¿Está contrast —No. Es una sospecha que tengo.—Pero es muy delicado decirlo sin un sustento. Es una información muy fuerte.

—No es una información, es un chiste. ¿Querés sacar ‘ojete’ y poner ‘ano’? Por mí todo bien, no soy quis-quilloso.—Me preocupa más la expresión ‘lámpara de pie’… A nuestros lectores no les gustan esas re-ferencias lumínicas hacia la Iglesia Católica. Entonces yo me levantaba, iba a la máquina y empeza-ba a quitar chistes y pensamientos trasnochados hasta que quedaba una columna más decente. También me-nos mía, es verdad. Pero mucho más decente.

Si tengo que ser sincero, en estos dos años me molestaron más los recortes de El País que los de La Nación. El diario argentino me limitaba en base a un convencimiento moral o, por decirlo de algún modo, por respeto a un libro de estilo interno y a una tipología de lector. El diario español no. Los re-cortes de El País de los últimos años —y el de casi todos los periódicos de este lado del charco— se ba-san en el impulso económico de abaratar costes y de pensar, Y ya que estamos en el tren, aviso por este

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No quiero saber más nada con Grijalbo porque en 2006 editó una versión de “Más respeto que soy tu madre”

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En La Nación de Argentina, en cambio, nunca me recortaron las seiscientas palabras de mi columna do-minical. Allí el límite sí era más bien ideológico. No utilizar groserías, que todo lo dicho sea una verdad contrastada, respetar a la institución eclesiástica y no escandalizar a los lectores habituales del periódico. Unas cláusulas complicadas para quien escribe, más por limitación que por estilismo, enormes boludeces y mentiras grandes como un caballo.

Si tengo que ser sincero, en estos dos años me molestaron más los recortes de El País que los de La Nación. El diario argentino me limitaba en base a un convencimiento moral o, por decirlo de algún modo, por respeto a un libro de estilo interno y a una tipología de lector. El diario español no. Los re-cortes de El País de los últimos años —y el de casi todos los periódicos de este lado del charco— se ba-san en el impulso económico de abaratar costes y de pensar, Y ya que estamos en el tren, aviso por este medio a Random House Mondadori que también renuncio a sacar nuevos libros con la Editorial Sud-americana de Argentina, o con Editorial Grijalbo.

En México. Por contrapartida, no tengo más que agradecimientos con Plaza & Janés de España. Pero como vengo embalado tampoco publicaré más allí.

No quiero saber más nada con Grijalbo porque en 2006 editó una versión de “Más respeto que soy tu madre” cambiando frases completas del libro sin consultarme. (Ya una vez lo conté en este blog.) De repente, mi personaje Zacarías Bertotti no era hin-

cha fanático de Racing, sino del América de México. Y sin consultarme tampoco, Grijalbo le puso a ese mismo libro una portada espantosa y una tipografía horren“autoayuda”. No quiero saber más nada con Grijalbosupe si habían vendido un ejemplar.

No me lo dijeron jamás, ni telefónicamente, ni por la vía habitual de depositarme la guita en el banco. No tengo datos al respecto. Y no quiero tener más relación con Editorial Sudamericana porque estoy podrido de contestar mails de los lectores argentinos diciendo que mis libros siempre están agotados, o que no los pueden encontrar. Caminé muchas veces por Buenos Aires y lo comprobé. Distribución espantosa, marketing desganado, mucha desidia. Si no hubiera sido por los benditos .pdf de cada libro, que aparecen puntuales en Orsai, en mi país de origen no me lee ni el gato.

Por suerte no supe aquello en 2005 —pensé— cuando salió aquel libro, porque me retiraba para siempre del circuito de las letras.

Sin embargo, un par de semanas después me en-contré en el Skype con Andrés Monferrand, un gran amigo y un buen librero mercedino.

—En Mercedes tus libros se venden como bizcochi-tos —me dijo feliz—. Tengo una lista de cuánto vendí en la librería, año por año.Y me adjuntó esas cifras. De aquel primer libro de bolsillo, Andrés había ven-dido en mi ciudad natal 650 ejemplares. Qué extraño, pensé, recordando la cifra total de ventas en Argentina según Sudamericana. Qué extraño. En una de las tres librerías de mi ciudad casi se habían vendido todos los ejemplares del país. O Andrés me mentía, o me mentía la Editorial.

La revista que estamos haciendo con el Chiri es, so-bre todo, ganas enormes de volver a leer largo y ten-dido, y de que cada colaborador escriba hasta que se le antoje. Queremos tener en las manos un papel que no te venda nada, ni explícito ni subliminal. Regresar a la crónica periodística y a la ilustración de calidad, y que las fotos te cuenten una historia, y que cada línea y cada desglose esté hecho por personas apasionadas, y no por burócratas, pasantes, acomodados y becarios.

En Francia hay un precedente. El periodista Patrick

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nuestro objetivo es demostrar

que nadie lo hizo

todavía

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de Saint-Exupéry trabajaba en Le Figaro y, según él, no soportaba ajustar sus artículos a un número limita-do de líneas. Entonces creó la revista XXI, en enero de 2008, respondiendo justamente a eso. Reivindicaba el periodismo de investigación, el mismo que la prensa tradicional está perdiendo a causa de Internet. O, en realidad, por querer parecerse a Internet.

Yo me compré unos números de la XXI, y está muy bien, a pesar de ser demasiado seria. Pero algo no me gustó. La suscripción anual sale 60 euros en Francia,

70 euros en Latinoamérica y 80 euros en África. ¿En África, incluso en la zona africana que habla francés, la revista sale más cara que en el resto del mundo? Algo está funcionando mal.

Nosotros estamos armando una revista que, encua-dernadita y con olor a tinta fresca, llegará sin falta a los países que hablan nuestro idioma. A todos esos países, quiero decir, no únicamente a España, México

y Argentina. A todos. Queremos que la revista llegue a cada sitio donde haya alguien que quiera leer con sere-nidad, y que tenga un precio razonable para ese.

No importa si ese sitio se llama Madrid o se lla-ma Cochabamba. Tiene que costar, en cada región, lo que.El mayor de nuestros objetivos, el que más ganas nos dará cumplir el uno de enero, es que la revista Or-sai llegue a Cuba con un precio de tapa de 4 pesos. Cubanos, gastos de envío incluido. La misma que en Barcelona costará 20 euros, o 15 (ya veremos), y en el resto de Latinoamérica valdrá 11 dólares, o 9 (ya veremos). La misma. Nuestro objetivo es demostrar que si nadie lo hizo todavía, no fue por imposible. Es-tamos organizando una estructura de distribución en donde ustedes, los cientos de lectores que llenaron de comentarios el texto anterior, tienen muchísimo que ver. Una red entre los lectores y los libreros como Andrés Monferrand en Mercedes, o como el propio

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No quiero saber más nada con Grijalbo porque en 2006 editó una versión de “Más respeto que soy tu madre”

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Chiri en Luján. Los libreros amigos. A ellos tene-mos que empezar ya mismo a decirles que estén atentos a este blog la semana que viene. Y que sa-quen con tiempo una cuenta en PayPal, porque em-pezarán a hacer buenos negocios. Para empezar, la cosa es con ellos. Con los libreros. Y a los libreros los tienen que informar ustedes.

Pero basta, basta, ya estoy adelantando más de lo que puedo, y hoy me senté a escribir sobre otra cosa. Sobre La Nación, sobre El País, y sobre Random House… Hoy tenía ganas de escribir sobre renuncias y portazos.

En este sencillo acto, entonces, y ante la aterrado-ra mirada de Cristina, mi mujer, que es catalana y no entiende de gestas y epopeyas, renuncio a todo lo mo-lesto y a todo lo incordioso y a todo lo burocrático y a todo lo extremadamente sigloveinte de mi oficio. Le digo chau, feliz de la vida y sin rencor, a los interme-diarios que me obstaculizan la charla con los lectores. ca burocracia, que te distribuye mal y pronto; adiós y buena suerte ideología, que te despierta por la noche.

También dile adiós a la seguridad social y a que nos entre un duro en el banco me interrumpe Cristina, saluda de nuestra parte a la universidad de la Nina, despídete de comprarnos una casa y dejar de ser in-quilinos, dile adiós a hacerte el tratamiento de con-ducto cuando se te caigan los dientes de tanto cenar las sobras… Que lo sepas, que yo cojo una maleta y me marcho, si sigues con esa idea de Cuba a cuatro pesos. ¿Qué se te ha perdido a ti en Cuba? Tú y el imbécil de tu amigo. Que desde que llegó os creéis Batman y Robin…

Silencio, mujer! ¡Con tus gritos nadie puede ser anarquista en esta casa! Cuando me llegaron los. Treinta pasaron un montón de cosas que distrajeron mi crisis: cambió el milenio, cayeron las torres, me subí al último avión de fumadores y pasé mi primer fin de año con nieve. Conocí a Cristina y supe que me iría a vivir con ella. Me convertí en un inmigrante y dejé de escribir literatura analógica. Perdí mis códigos y mi jerga. Probé la horchata y el hachís. Le enseñé a mis padres a instalar un messenger y a usarlo cada día. Entendí, como pude, los beneficios y las contras de internet, esa confusión gigantesca que empezaba a mostrar las uñas. Y sin entenderlo del todo me puse a escribir allí, en ese reducto nuevo, sin esperar nada.

Entonces todos pestañeamos y, a la velocidad de la luz, pasó la primera década del siglo. El uno de enero de 2011, justo a la hora de los fuegos artificiales, hará diez años que estoy fuera de casa, y diez que escribo, en directo, mis obsesiones.

En esa década nació mi única hija y murió mi único padre. Y también se empezó a cumplir el mayor sueño de mi adolescencia: vivir solamente de escribir, y es-cribir únicamente lo que se me antoja. (Para que me entiendan los capitalistas y las señoras de batón color morado: escribir como si fuera un juego público, y co-brar como si fuera un trabajo privado.)

Se cumplió ese sueño sin una búsqueda ordenada ni voluntaria del sueño; una cosa muy extraña. Los que han leído Orsai desde el principio saben que en estas páginas no hice más que hablar de tres antojos, de tres obsesiones que me nacieron con la década: los cambios absurdos en la sociedad moderna, la hipo-cresía en las relaciones interpersonales y la añoranza exagerada de un tiempo anterior o de un sitio lejano. Nada más que eso me obsesionó en los últimos diez años. Y todo quedó plasmado en este blog y en tres libros de Es verdad: hace doce meses y tres días que no escribo una línea. El último año de esta década hice silencio porque Chiri —por fin— se instaló en el pueblo, con su mujer y sus dos hijos, y tuvimos que ponernos al día. Hubo que volver a aceitar la cotidia-neidad después de tanto tiempo. El Chiri Basilis es mi mejor amigo desde la comunión. Y cuando me vine a España en el 2000, Chiri tardó quedó plas-mado en este blog y en tres ocho años en mudarse también. En 2009, gracias a una historia que es un cuento aparte y que un día de estos contaré, se instaló con su familia a cuatro cuadras de casa. La noche que llegaron preparé una cena muy rica, después las nos prendimos un porro y empezamos una sobremesa variada, muy intensa, que termi-nó anoche a las cuatro y diez de la madrugada. La primera vez que conversamos sobre hacer una re-vista estábamos en sexto grado. Chiri y yo teníamos once años y era 1982. Hicimos la revista. Se llamó Las Cloacas y estaba escrita a máquina. Las ilustraciones eran nuestras y de la marca Bic. Los reportajes y los textos, propios. Salíamos a la calle con un grabador gigante y le preguntábamos a los vecinos qué piensa usted sobre Margaret Thatcher. Desgrabábamos por las tardes. Diseñábamos en los recreos. Finalmente, imprimimos ocho páginas dobladas. Hicimos veinte fotocopias, las abrochamos y la repartimos en el aula. Por eso no escribí durante todo este año; estábamos charlando.Desde ese año, y hasta el final de la secunda-ria, hicimos una revista nueva cada doce meses.

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Algunos sueñan con renunciar a todo para abrir un bar en Brasil y an-dar en patas todo el día me decía Chiri en una larguísima sobremesa que duró un año. Mi sueño loco siempre fue tener una librería y fumar en pipa, vos lo sabés. Sin embargo ignoraba todo del oficio hasta que decidí dar el salto y convertirme en librero. Ser librero es un oficio jodido, peligroso.

Así como el mejor dealer es aquel que no consume la droga que vende, el mejor librero es el que no lee nada. Yo fui un librero muy vicioso.Creíame decía Chiri, cada vez más borracho que ser librero iba a darme tiempo para leer las últimas novelas de Bolaño o de Vila-Matas sin pagar por ellas, con el tiempo a mi favor, sin que nadie me rompiera las pelotas.¡Ni en pedo! Una librería es como una ferretería, como una concesionaria de

autos o un supermercado; es una industria sujeta a la dictadura del debe y el haber. Cuando me gasté toda la guita en la librería, cuando ya estaba endeudado, supe que en realidad yo no quería ser librero.

En serio. Mis horas empezaron a consumirse en tareas administrativas y contables y, para peor, a las grandes editoriales no les interesa interactuar con librerías chiquitas, independientes. Las miran con desdén. Por enci-ma de todas las cosas, cada lector debe pensar que el ejemplar en papel no será nunca la única manera de leer la revista. Orsai tendrá una versión para cualquier dispositivo de lectura que exista en enero de 2011: desde las tablets hasta los e-books. Cada una de estas versiones tendrá un costo mucho menor que el de una revista de papel.Es que cuando sos librero también te pasan cosas buenas, Jorgito Chiri me dice Jorge.

Expulsados de las aulas terciarias por culpa de un sistema educativo torpe, en los noventa no tuvimos más opción que drogarnos como escuerzos. Pero incluso muy perjudicados, muy ojerosos, hacíamos revistas. Una vez, en el noventa y cinco, Chiri se fue tres meses a las playas de San Clemente, solo, en invierno, a buscar su destino ameri-cano. Nos pidió que no lo visitáramos ni lo llamáramos.

Pero a la mitad de su viaje, con María (la que más tarde sería su mujer) le hicimos una revista con noticias del mundo real y se la mandamos. La revista se llamaba Generación Espontánea y traía los resultados del póker de los jueves en los que él no estaba, daba cuen-tas del crecimiento de las plantitas de porro que crecían en nuestros balcones y tenía una publicidad a página completa financiada por la madre de Chiri, que decía: Nene, abrigate. Y abajo, en tipografía menor: Mary Basilis, Voy a cumplir cuarenta. Lo escribo así, de so-petón, para que se asusten los lectores jóvenes. La famosísima crisis es inminente. En las vísperas redondas (los veinte, los treinta) me pregunté siempre lo mismo: ¿cómo se esquiva una crisis que acecha? 25 años pensando en usted.

Con viento a favor o en contra, nunca dejamos de hacer revistas, es-cribir cuentos y trabajar en gráfica, incluso viviendo ya en ciudades diferentes. Cuando en el año 2000 me fui de Argentina, sin saber que sería un viaje sin retorno, teníamos en mente alguna revista nueva. Pero ahí se cortó el sueño editorial. Y empezó otro siglo.

Chiri, ya casado y viviendo en Luján, puso una librería hermosa, ro-mántica y sin embargo rentable; yo, instalado en Barcelona, escribí cuentos online. Las reglas de la formación profesional suelen ser ri-dículas: no nos dejaban estudiar periodismo porque en la escuela, en vez de aprender matemáticas, nos pasábamos las horas.

a matar la crisis a volantazos

Me imagino al pequeño grupo hojeando el número en el comedor de la casa de un ex-desconocido, riéndose con alguna página, sor-prendiéndose con otra, leyendo en voz alta un cuento. Respirando, ojalá, la misma energía que estamos respirando nosotros desde casa, al pensar en cada página.

Me imagino al grupo conmovido por haber logrado ese pequeño pla-cer sin la ayuda de nadie perverso en el camino. Esa revolución interior de pasar por encima de todo lo feo, de todo lo aburrido. Me imagino al grupo disfrutando la ausencia de la publicidad absurda, de la mentira tópica, del subsidio interesado u obligatorio, y oliendo la, sintiendo el peso de la revista en las manos.

Yo soy un poco maricón, lo tengo clarísimo. Pero cuando fantaseo con un grupo de pibes leyendo en voz alta lo que sea, lo que sea, me dan ganas de hacer puchero y de embo-rracharme a la salud de Twain.

Me imagino al pequeño grupo hojeando el número en el comedor de la casa de un ex-desconocido, riéndose con alguna página, sor-prendiéndose con otra, leyendo en voz alta un cuento. Respirando, ojalá, la misma energía que estamos respirando nosotros desde casa, al pensar en cada página.

Me imagino al grupo conmovido por haber logrado ese pequeño placer sin la ayuda de nadie perverso en el camino. Esa revolución interior de pasar por encima de todo lo feo, de todo lo aburrido. Me imagino al grupo disfrutando la ausencia de la publicidad absurda, de la mentira tópica, del subsidio interesado u obligatorio, y olien-do la, sintiendo el peso de la revista en las mano y o soy un poco maricón, lo tengo clarísimo. Pero cuando fantaseo con un grupo de pibes leyendo en voz alta lo que sea, lo que se.

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El nuEvo paraiso de los tontos

rEnuncio

lo que hay dEtras

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Pero al mismo tiempo es verdad: el mundo digital es mejor que el analógico. ¡Pero solamente en sus formatos y en su velocidad, por el amor de Dios!

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Lo mismo tendrá que ocurrir con los libreros: que la pe-dagogía y la emergencia de un negocio más justo proven-ga de la masa ilustrada. Es decir, de quienes configuran y precipitan la utilidad del negocio.

No hay que decirle al librero “ey, don Cosme, ayúdenos”, como algunos todavía creen en los comentarios. Hay que decirle al librero “te venimos a ayudar, porque si no es así, en dos años vos no tenés negocio y nosotros no tene-mos ocio”.Y si no ocurre, si el librero no concibe el PayPal como transacción efectiva, si el librero cree que podrá se-guir trabajando a consignación toda la vida con 40% de ganancia sobre precio de tapa, no importa.

Ustedes también solucionaron esa mínima intermedia-ción necesaria, al conformar de un modo orgánico —y espontáneo— grupos de diez lectores en cualquier parte del mundo. Diez lectores son, en sí mismos, una librería ambulante que comprende hacia dónde va el modelo de

Ustedes hicieron todo el quilombo en Twitter, todo el escándalo en Facebook, todo un escombro brutal con el boca a boca. Hicieron y hacen tanta bandera que aquellos autores e ilustradores que sospechábamos lejanos, inaccesibles, carísimos o inalcanzables, ya conocían el proyecto y —algunos, incluso— esperaban ser convocados.

Fijémonos un segundo en la particularidad de este ida y vuelta: la masa ilustrada le pone el precio a la revista (de-bate que en Uruguay es cara y le baja el costo; confirma los precios y los redondeos en cada región del mundo); después la misma masa ilustrada genera la repercu-sión necesaria para que los mejores autores quieran participar. En ambos casos, la masa incide en favor de cada individuo. Cambia el modelo marxista del uno para todos. Cambia el modelo capitalista del todos para uno.

Ustedes hicieron todo el quilombo en Twitter, todo el escándalo en Facebook, todo un escombro brutal con el boca a boca. Hicieron y hacen tanta bandera que aquellos autores e ilustradores que sospechá-bamos lejanos, inaccesibles, carísimos o inalcan-zables, ya conocían el proyecto y algunos, incluso esperaban ser convocados.

Fijémonos un segundo en la particularidad de este ida y vuelta: la masa ilustrada le pone el precio a la revis-ta (debate que en Uruguay es cara y le baja el costo; confirma los precios y los redondeos en cada región del mundo); después la misma masa ilustrada genera la repercusión necesaria para que los mejores autores quieran participar. En ambos casos, la masa. incide en favor de cada individuo. Cambia el modelo marxista del uno para todos. Cambia el modelo capitalista del todos para uno.

La impresión que tuvimos esta semana es que hay muchí-simos lectores hartos. O para decirlo de un modo optimis-ta: la impresión es que todavía tenemos esperanza. Vamos a hacer una revista y bla bla bla. Pero las repercusiones del asunto excedieron esa premisa. Los futuros lectores de la revista Orsai están actuando de una forma inesperada: se buscan entre ellos. “¿Alguien en Suiza?”, dicen. “Ya somos siete en Comodoro Rivadavia”, gritan. Quieren comprarla en packs de diez. Yo no había visto eso nunca.

I.Hay algo sobre lo que pienso mucho en estos días. Pienso en el nuevo comportamiento de las masas, y en el flamante derrotero del individuo anónimo.

No se espanten: la frase de arriba es retorcida pero en el fondo simple. Quiero decir que el mundo analógico, desde hace cientos de años, nos demostró que el individuo, él solito con su alma, tiende a ser un muchacho sano y a desarrollar acciones cívicas; y que la masa en cambio, siempre anónima y viral, propende a ser enfermita y a tirarle cascotes a los referí.

Así nos fuimos acostumbrando a que fueran las cosas, en general.Pero un día, ¡zas!, aparece el universo virtual, y empieza a ocurrir lo contrario. El troll es la unidad más solitaria e idiota de las redes, pero se comporta como masa sigloveinte: al perder la identidad tira piedras y ladrillos contra todo, anula el diálogo, incendia la idea; mientras que la multitud, cuanto más enorme en número, cuanto más apiñada, resulta solidaria y llega a conclusiones y a acciones nobles.

El número poderoso, la cifra alta de individuos, perfeccio-na a la comunidad y la civiliza. El individuo virtual, cuando se une, se convierte en una.¿Hay alguien más en Bruselas? ¡Ya somos nueve y nos falta uno para ir a la librería entre todos!No están hablando de una revista quienes gritan esas consignas en los comentarios de un blog literario. Les importa un carajo la revista (si ni siquiera hemos hablado todavía de contenidos). Esa gente pide a gritos encontrarse en alguna parte para leer. Para verse las caras y hablar de un tema en común.lleva la comunicación digital de Librerías Gandhi en México de varios que la compraremos.

Me imagino al pequeño grupo hojeando el número en el comedor de la casa de un ex-desconocido, riéndose con al-guna página, sorprendiéndose con otra, leyendo en voz alta un cuento. Respirando, ojalá, la misma energía que estamos respirando nosotros desde casa, al pensar en cada página.Me imagino al grupo conmovido por haber logrado ese pequeño placer sin la ayuda de nadie perverso en el camino. Esa revo-lución interior de pasar por encima de todo lo feo, de todo lo aburrido. Me imagino al grupo disfrutando la ausencia de la publicidad absurda, de la mentira tópica, del subsidio intere-sado u obligatorio, y oliendo la.

Sintiendo el peso de la revista en las mano y o soy un poco maricón, lo tengo clarísimo. Pero cuando fantaseo con un grupo de pibes leyendo en voz alta lo que sea, lo que se.(Le digo ‘pibe’ a cualquiera que tenga menos años que yo.) No creo que haya un objetivo mejor para un comunicador .

soy mas quE Ellas

España, perdiste

la casa azul

a caballo

El pibe que

orsai

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No quiero saber más nada con Grijalbo porque en 2006 editó una versión de “Más respeto que soy tu madre”