Oliver Mallorca

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    ndiceSobre esta edicin

    IntroduccinEl alma de Mallorca

    AnotacionesLa sensacin de Palma

    El valle del azaharPaisaje y leyenda [Miramar]

    Chopin en ValldemosaLa carta de Valseca

    El recuerdo de la Commune

    Un concierto en las cuevas de ArtElogio de don Pedro de Alcntara Pea

    Vagando por el puertoLa vida de Ramn Llull

    En la CatedralUna visita a Maura

    Palou y La Campana de la AlmudainaUn busto de Aguil

    Costa y LloberaJuan Alcover

    Antonio NogueraMateo Obrador

    Uetam y su tiempoEnrique AlzamoraUn rasgo inslito

    Los muertos mandanAnte un libro no ledo

    RusiolLa leyenda del archiduque

    Mallorca en el Renacimiento Cataln

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    Sobre esta edicin

    Hojas del Sbado de Miguel de los Santos Oliver est formado por seis volmenes querecogen artculos del autor publicados en La Vanguardia entre los aos 1906 y 1918.Los artculos de Oliver salan publicados los sbados, de ah el ttulo.

    Oliver, planific los volmenes de esta obra y seleccion los artculos. Este primervolumen, bajo el ttulo "De Mallorca" recoge gran parte de los artculos que sobre suisla de nacimiento public, as como dos conferencias: "Chopn en Valldemosa" y"Mallorca en el Renacimiento Cataln". Una parte importante de estos artculos serefieren a mallorquines contemporneos suyos con los que trat, as el poltico AntonioMaura, Presidente del Gobierno de Espaa; el dramaturgo Palou y Coll; los poetas

    Costa y Llobera y Juan Alcover, as como el literato Pedro de Alcntara Pea; losmsicos Antonio Noguera y Uetam; el empresario Enrique Alzamora y el investigadorMateo Obrador. Tambin trata de otros personajes que, aunque no mallorquines denacimiento, s amaron la isla, como el pintor Rusiol y el Archiduque de Austria LuisSalvador.

    Este volumen "De Mallorca" y el segundo "Revisiones y Centenarios" fueronpublicados en 1918. Los otros cuatro se publicaron en los aos siguientes.Existen otras dos ediciones del volumen dedicado a Mallorca. Una de 1990, con prlogode Josep Meli, editado por la Direccin General de Cultura y otra edicin del ao 2000con un estudio de Pere Rossell Bover y publicado por Lleonard Muntaner.

    Los volmenes segundo y sexto ("Algunos ensayos") estn digitalizados y puestos enInternet por Archive.org; no as ste dedicado a Mallorca.

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    Hace quince aos que, sin interrupcin, mantengo correspondencia semanal con elpblico mediante mi acostumbrado articulo de los sbados, sin contar la mltiple ydispersa produccin de otros das, destinada a otras publicaciones que La Vanguardia,en Barcelona y Madrid. Esta labor no ser preciosa ni duradera, no lo es en realidad:

    pero ha sido constante y vanada. Poltica, filosofa social, literatura, historia de losperiodos revolucionarios, descripcin de cosas y lugares, recuerdos de mi tierra, figuras,emociones, divagacin y polmica: he aqu el modesto haber del cronista de nuestrostiempos, que es mi propio haber.

    Pero no todo ser definitivamente muerto y perdido en ese largo millar de crnicas yestudios, en esos mil doscientos o mil trescientos artculos de que hablo. La benvolasolicitud de lectores y amigos me ha instado repetidamente para que seleccionase yagrupase tales o cuales series que, por el inters del asunto o por la novedad y sorpresade las noticias en ellas reunidas, esto es, por su valor documental ya que no por otromrito, merecen acaso la conservacin en libro. Y aun antes de ahora, como ramasdesgajadas de dicha produccin, han aparecido formando volumen Entre dos Espaas,El caso Maura, Los espaoles en la revolucin francesa, verdaderos anticipos de lasHojas Del Sbado que hoy se inauguran, gracias a la decidida cooperacin material yamistosa de un editor benemrito, y que seguirn sin plazo fijo a merced de laimportancia de sus temas o a favor de la oportunidad.

    Tal vez el primer volumen de los tres preparados ahora, hubiera debido corresponder aproblemas ms hondos, ms universales y trascendentes, menos contemplativos ytocados de dulce poesa que esos De Mallorca por los cuales empieza la recoleccin demis pginas sabatinas. Pero se trata de un tributo cordial del autor para con su patria y

    son como la elega y el saludo de un ausente.Barcelona, 1 de junio de 1918

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    El alma de Mallorca

    A George Sand, ponderando el indefinible hechizo de Mallorca, debemos unas palabrasde oro: la verde Helvecia, bajo el cielo de la Calabria, con la solemnidad y el silenciode Oriente. Y esta es la verdad, expresada con insuperable elegancia potica. No sdnde ser posible hallar reunidos, en igual superficie, mayor suma de atractivos, tantonaturales como histricos o debidos a la mano del hombre. Desde el monumentomegaltico a la muralla romana, desde el vestigio musulmn a la baslica de los primerossiglos del cristianismo y al templo gtico, desde el castillo medieval a los palacios delrenacimiento, en sus campias, en sus poblaciones, en sus antigedades conserva lasugestin, viva y perenne, de cuantas civilizaciones abordaron a las costas ibricas.

    El paisaje, sobre todo, hace gala de una flexibilidad increble. En reducida extensin

    puede descubrir el viajero acostumbrado a este linaje de comparaciones, una fusin deltipo oriental y del tipo alpino, y aun, a trechos, del propio tipo africano. En una hora se

    pasa de la marisma pantanosa a la llanura cubierta de trigales, sombreados por elindelectible almendro; y a los olivares aosos, alternados con la higuera, en una vivasugestin y parentesco de los campos de Palestina; y de ah a la alquera moruna, consus perfiles de alcazaba dominados por esbeltas palmeras, o a las huertas con macizosde laureles gloriosos, entre cuyas frondas estallan de meloda los ruiseores, como

    pudieran en Chipre o Corinto.

    Y a esta sucesin de llano y montaa, de viedos y olivares, de valles encantados ydesfiladeros abruptos, smase tambin la variedad inusitada de la costa, que va desde la

    playa virginal a las calas armoniosas, vibrantes todava del remo de los Argonautas y dela forminge de Orfeo, o a la braveza de los acantilados septentrionales y osinicos,mirando a la inmensidad del mar como desde una ltima Thule. Parece que no puededarse ya ms extensa gama de aspectos, y no obstante, falta enumerar todava el delmundo subterrneo v maravilloso que sirve de soporte al fragante vergel de lasuperficie. All, en las entraas de esa roca florece el portento de las grutas, afiligranadoy lindsimo en las del Drach, que se miran en el espejo de sus lagos inmviles y declaridad diamantina; grandioso en Art, donde las columnas parecen arrancadas a untemplo ninivita y las bvedas se tomaran por abortos o tentativas de catedrales, todavasin desbastar... Lo lindo, lo gracioso, lo bello, lo grande, lo sublime, se dan la mano en

    una especie de antologa del paisaje.* * *

    Esta misma gradacin y fusin de elementos, puede ser observada en la historia de laisla y en el alma popular que ha venido a ser emanacin o producto de ella. Lejos estahora de la fiereza de sus progenitores legendarios. Dejemos dormir al hondero en losversos picos de Manilio o en los bajorrelieves de la columna Antonina: nada quedaapenas del terrible fundibulario ancestral, en la manera de ser del mallorqun denuestros das.

    Se caracteriza ahora el temperamento insular por la suavidad y la dulzura. La musa deeste pueblo, en sus manifestaciones musicales y poticas, tiene su nombre: anyorana,

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    una vaga absorcin pensativa y candorosa, distinta de la saudade o la morria, en lo queofrecen de reconcentrado y taciturno. La aoranza es una tenue y placenteramelancola, como una pudorosa sonrisa de doncella, templada por un velo de lgrimasen los ojos. Es un leve ensimismamiento, semejante al de quien percibe un eco lejano ocontempla su imagen, borrosa y vacilante, en las aguas profundas de una cisterna.

    La misma cantilena meldica del lenguaje ya parece revelar algo de dicha ndole ocondicin apacible y ensoada... Y, sin embargo, ese pueblo fue retoo precoz y bravodel tronco de Catalua, en los comienzos de su consolidacin continental y de suexpansin mediterrnea, de poniente a levante, en la cual por etapas y perodossucesivos haba de extenderse a Cerdea y Sicilia, derramarse por las costas de Italia,llevar sus aventuras a las islas griegas e internarse temerariamente hasta los ltimosconfines del mundo clsico y del mundo bblico, en la cambiante y movediza extensindel ducado de Atenas y Neopatria.

    Catalana fue, pues, la colonizacin de Mallorca luego de conquistada por Jaime I;

    catalanes sus pobladores, como lo pregonan en masa los apellidos de la isla, muchos deellos extinguidos en su rama de origen, y vivientes ahora, gracias al trasplante; catalanesel idioma, el tipo familiar, la organizacin poltica paccionada y de franquicia, elrgimen municipal, las costumbres, las tendencias sociales. Pero, poco a poco, esaabsoluta identidad de origen, ese paralelismo de los primeros tiempos, se fue desviandoen sentido de la variedad social, sin llegar al desprendimiento, como el idioma se fuedesviando tambin en sentido de la variedad dialectal, sin llegar a la independencialingstica.

    Influencias del clima y. sobre todo, del aislamiento, modificaron lentamente esaestructura tnica, diferencindola del tipo originario. Y es curioso observar que tal

    proceso se inicia durante la poca asimilista, diramos, o de incorporacin final a lacorona aragonesa, mientras en el perodo de dinasta propia se mantiene la absolutaunidad de lengua y de raza, sin rasgo distintivo alguno. Cay la casa real de Mallorca enla batalla de Llucmajor; pero el infortunio de sus reyes no alcanz las proporciones deldesastre de una nacionalidad como en Escocia. Nuestro pequeo Culloden dio temaapropiado a los poetas del primer romanticismo y a los pintores de exposicin regional,aunque la gaita de los montaeses mallorquines no haya sonado despus, fiera y

    belicosa, como la del highlander en sus altas praderas concitando al desquite.

    Los pobladores de la isla no perdieron de sbito la aspereza indomeable de sus

    ascendientes. Por sus venas circulaba, al fin y al cabo, sangre de los barones de lareconquista y de sus mesnaderos y almogvares. Dieron su contingente a las empresasde los reyes de la Confederacin, y la originaria violencia del carcter se puso demanifiesto en las conmociones civiles del siglo XIV contra los judos; del siglo XVcontra la burguesa de la ciudad, en forma sucednea a la de los remensas, y del sigloXVI contra los nobles v plutcratas en la terrible explosin de los agermanados:movimientos de clases cuya ntima sucesin v dependencia no se ha puesto en clarotodava, con todo y haber tenido aisladamente, alguno de ellos, historiador tan egregiocomo Quadrado.

    Estos dos siglos y medio de revolucin econmica y de guerra social, a trechos latente y

    subterrnea, a trechos manifiesta y violentsima, con intensidad desconocida en lasmismas ciudades del continente ms propensas a la congestin o al arrebato, comunican

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    a la historia mallorquina cierto carcter paradojal, como de increble tragedia enminsculo escenario o. para decirlo familiarmente, de verdadera tempestad en un vasode agua. Sus Brou de Pella, sus Tort Ballester - ejemplar frustrado del Verntallat deCatalua -, sus pelaires y boneteros, como Cresp y Joanot Colom, sobre todo, tienen yael completo aire de familia que distinguir a los Massaniellos futuros, a los Santerre y

    los Legendre de 1793 y, ms que nada, a los sombrereros, zapateros, encuadernadores olampistas de la Commune, convertidos en dictadores, generales y diplomticos.

    ***

    El paulatino alejamiento de la poblacin mallorquina, respecto de su raz originaria,produce vacilaciones de conducta que se acentan despus de los Reyes Catlicos. Unasveces puede ms la atraccin cesarista de la Hispania vctrix, que la voz de la sangre;otras veces el grito de la raza es ms fuerte que la razn del Estado y eldeslumbramiento producido por la cultura de Castilla. En 1640, Mallorca ayuda a FelipeIV contra los Segadors, y arma los bergantines de Santacilia; en 1714, comparte con

    Catalua su obstinada y heroica resistencia y es el ltimo territorio de la Confederacinen rendirse a la bandera de las flores de lis y arriar la gloriosa y venerable de sus viejasfranquicias...

    Pero no son tales manifestaciones belicosas las que aqu nos interesan principalmente, yaun cohibidos por la brevedad de este trabajo, hay que dirigir una mirada de conjunto aaquellos siglos de civilizacin catalana en Mallorca. Cmo se nos presentan ahora,abstrados en una generalizacin, en un rasgo sinttico, en una nota o carcterdominante? Fue sin duda, aqulla, una burguesa mercantil mejor que una noblezamilitar; una vida preponderante de mercaderes y nautas que, por su condicin de isleosextremaron e intensificaron el genio martimo de la metrpoli, entonces ya tan insignede por s

    Que duerman los libros de historia compuesta y escrita siguiendo cronologas de reyes ysucesos exteriores. Dejemos los cartularios y diplomatarios. Cerremos los registros delos archivos y toda suerte de informacin documental y, concentrando la imaginacin,veremos que esa prolijidad de lecturas, de pormenores, de efemrides y notas, seresuelve en una impresin anloga a la de las ciudades italianas de la Edad media, conel tumulto bullicioso de sus arsenales, de sus cambistas, corredores e intrpretes, de suscnsules y clavarios, de sus defenedors de la Mercadera, de su Taula nummularia, yde sus cartgrafos y brujoleros, adiestrando a la juventud fascinada por el Oriente de

    Marco Polo, bajo una atmsfera de embriaguez geogrfica y aventurera en que mstarde han de germinar las vocaciones definitivas de Coln, Vasco de Gama yMagallanes.

    Monumentos preclaros de ese genio martimo y mercantil quedan a porfa en las leyes,en las bibliotecas sabias de toda Europa, en la misma ciudad mallorquina, cuya Lonjamonumental parece dar la medida plstica y visible de lo que fue en la historiasemejante podero, bien as como la armadura nos dice cmo tuvo que ser de esforzadoy proceroso el paladn que la sustentaba. Cresques, Valseca, Comes, Viladestes, losOliva y otros ciento, trazaron las cartas de navegar y los portulanos famosos que sedisputaban entonces los primeros mareantes del Mediterrneo, como se los disputan hoy

    los ms ricos museos del mundo, ansiosos de poseer tan insignes reliquias de nuestropasado.

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    En inventarios y testamentos recogidos por la moderna erudicin -basta repasar losvolmenes del Boletn de la Sociedad Arqueolgica Luliana- pueden apreciarse lamagnitud, las proporciones, la consistencia de aquellas casas mercantiles, como, porejemplo, la de los Vidas, con sucursales en toda la costa africana, con existencias

    saneadas y pinges, con depsitos de mercancas que exhalan an, a travs del tiempo,el aroma penetrante de las especias orientales, de las frutas, las estofas, los tapices y losdones todos del Asia, prdigamente transportados por lenys y naves de alturaconvertidas en fabuloso cuerno de Amaltea. Sus casas eran palacios, con todo elrefinamiento de los hombres acostumbrados a los viajes y a conocer e introducir lanovedad. Constituan el nervio de la sociedad civil, cultivaban y protegan las artes yaun les estuvo vinculada la aficin, cuando no el ejercicio de las bellas letras, que nos hadejado en la historia de las de Catalua el misterioso y sugestivo poeta, annimo hastaahora, que sus contemporneos citaban como el Mercader mallorqu ...

    ***

    Todos esos bros, toda esa pujanza, toda esa fuerza impulsiva del carcter, toda esaexpansin, fueron decayendo poco a poco El descubrimiento de Amrica torci elrumbo providencial de la historia. Mallorca, como Catalua, se concentr en s misma;a la expansin audaz sigui el quietismo de una existencia puramente vegetativa,

    puramente nutritiva. La preponderancia pas de la clase de los mercaderes y armadoresa la aristocracia hereditaria que muchos de ellos haban fundado en mejor poca; sevivi del prestigio adquirido, de la tradicin, o del lustre que daban los empleos ymagistraturas de la monarqua espaola. La espada y la toga predominan entonces; la

    propiedad territorial arrincona a la mobiliaria; y la agricultura, obscurecida por elantiguo comercio, pasa al primer lugar erigindose en centro de la moderna gravitacineconmica del pas, que no ha perdido todava, ya que el desarrollo industrial no ha sidosuficiente a contrarrestarla.

    He aqu, explicada en parte, la evolucin de la raza catalana en sus dominios insulares.He aqu como la dulzura del clima, la proximidad de Italia, la extrema situacin orientalrespecto de la Pennsula, han ido modelando y reblandeciendo la ruda energa de su

    primera poblacin, hasta producir un nuevo tipo de criollo respecto de su viejametrpoli, con suave indolencia contemplativa, producto del medio ms que delindividuo, el cual es hbil e inteligente como pueda serlo el ms pintado de losextranjeros. De aqu esa diafanidad y armona de sus poetas modernos, esa gracia

    luminosa y esa blanda morosidad para las cuales parecen escritos dos grandes versos delTasso:

    La trra molle, lieta e dilettosasimigli a se gli abitator produce.

    Abril de 1911

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    Anotaciones

    I

    La sensacin de PalmaQu grata, sedante impresin despus de tantos aos de ausencia, despus de losardores de la lucha en la gran capital, despus del incendio y el tumulto, despus de unasemana trgica; qu impresin la de sumergirse en la paz serena de aquel ambiente,en la paz de Mallorca!... Es bastante comn entre los mallorquines negar todo inters ala capital de la isla, si se descuentan dos o tres edificios vistos en una maana como lacatedral o la Lonja; y aun a menudo desaconsejan toda permanencia al viajero,amenazndole con que se aburrir. Qu desatino! Claro es que si el viajero aspira aencontrar una ciudad populosa y moderna, como Marsella o Barcelona, sus esperanzasquedarn defraudadas. Pero s busca impresiones de otro linaje y no se deja llevar porlas trivialidades de la vida de exhibicin; si viaja como artista, como curioso, y quiere

    penetrar en aquel sentido o confidencia que todo pueblo ofrece a nuestro estudio, noresultar despreciable el fruto que puede sacar de Palma, ni dejar tampoco de advertirnotas de singular hechizo, ni de entrar muy pronto en el encanto misterioso de la

    poblacin y su ambiente.

    Para ello es preciso tener la vista adiestrada a separar los elementos puros de los

    advenedizos y superpuestos. Intrnese el visitante por el barrio de la Almudaina y laCatedral, y si sabe escudriar los zaguanes de las casas nobiliarias, si le impresiona eleco de sus propias pisadas resonando en una plaza desierta y solemne, en una calle deretablo y farolillo; si despierta en su alma alguna emocin de quietud y aplacamientoaquella soledad entre levtica y seorial, entonces no ser para l tiempo perdido el desumergirse en el silencio casi pitagrico que emana de la vieja ciudad, contra el cual

    parece que llega a romperse y estrellarse la marea de las inquietudes continentales.

    Entonces en uno de esos momentos de grata abstraccin que constituyen la verdaderadelicia del viajero, llegar a revelrsele iodo el misterio e intimidad del almamallorquina, suave, contemplativa y armnica. Admirar los viejos caserones, con sus

    patios de comedia de capa y espada, con sus fuentes de herraje bizarramente retorcidoen hojarasca, con sus balcones salientes y ventrudos que hablan a la imaginacin deamantes de Verona y de canto de alondras matinales, con las puertas esculturadas de susestudios o entresuelos, nidos de juristas, eruditos y telogos de pasadas centurias.

    En lo que queda de las viejas murallas, en sus fosos, en el glacis de sus baluartes, en susrebellines, en los alcaparros que a modo de cimera flotan sobre escudos imperiales delos Austrias y flores de lis borbnicas, oir susurrar un aire glacial y, en ese aire, lacancin de los cesarismos muertos y la vaga tristeza de las arquitecturas castrenses.Observar el rea ocupada por las iglesias y antiguos conventos en relacin con el reatotal de la ciudad. De la mole de la Catedral; de la imponente masa de la Almudaina; del

    airoso perfil del castillo de Bellver; de la visin serena de la Lonja, arca de alianza de logtico tendiendo a la unidad y euritmia de lo clsico; de las grandes mansiones

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    seoriales que quedan todava, empotradas en la trivialidad de las construccionesmodernas, sacar la impresin de un pasado fastuoso, de una capitalidad potente, de una

    prosperidad mercantil anloga a la de las viejas ciudades italianas, que se ha resueltopoco a poco en adocenado provincialismo.

    Hay que impregnarse de esa quietud deliciosa y sumergirse en ese Leteo de silencio yolvido, como para una purificacin del alma, atormentada por el ardor de las grandesciudades. Hay que or la vibracin de la gran campana de la Seo, a la hora de laelevacin, en el oficio diario; hay que advertir las voces y ruidos lejanos que refuerzanla impresin de ese silencio de paz inalterada. Hay que pasar unas horas en alguna deaquellas bibliotecas apaadas, en alguno de aquellos caserones cubiertos de viejosretratos, guarnecidos de amplios sillones y de vastos bufetes que domina un velnmonumental, como si esperasen la vuelta del prcer que los construyera en lejanosdas... Entonces uno se acerca al centro de aquella poesa y al porqu de aquella dulzuramelanclica. Parece que todo suspira vagamente por algo que fue; parece que de todo seescapa un vaho de nostalgia. Y se creyera que la ciudad, sumida en grata absorcin de

    sonambulismo, se contempla en lo pasado como en una inexplicable aoranza de smisma.

    Sobre esa ciudad apacible pasan muy de tarde en tarde los vientos de la tempestadmoral. Dirase que se presenta llena de rubor a la mirada del mundo. Todo habla en ellade conformidad, de resignacin tranquila, de aceptacin voluntaria y sincera de la

    propia suerte. El mismo tonillo pausado y musical del lenguaje, indica ya esa muelleindiferencia de los pueblos que no se sienten perturbados por grandes aspiraciones y

    prefieren la contemplacin, anticipo de eutanasia, a la accin y la lucha con todo susquito de dolores y tragedias. Cien veces advert, en mis paseos por los caminos deronda, sentados en un pretil junto al lienzo grandioso de la muralla de mar un grupo deancianos tomando el sol, contemplando el montono y fascinador vaivn de las olas.Eran veteranos de la guerra, de la navegacin, del trabajo. Eran invlidos del herosmoque como barcas viejas y agrietadas dormitaban all, en la misma playa, gratamentesustrados al pasar del tiempo y al vuelo de las horas. Esperaban la muerte, serenos,tranquilos, evocando recuerdos de una lejana juventud, de unos viajes borrascosos, deunas tempestades del mar y del espritu para siempre desvanecidas en lo que fue. Antesus ojos se abra el Mediterrneo, en grandioso abanico. Por la lnea del horizontecruzaban buques de alto bordo, transatlnticos colosales, acorazados, la caravanamartima de los pueblos ambiciosos, atareados y febriles...

    Una mirada indiferente de aquellos viejecitos segua, por un momento, la ignorada ruta.Despus volvan a su silencio, o a su coloquio lleno de morosas lentitudes, all, junto alcostillaje del lad abandonado, junto al can inservible, junto al ancla rota que suelenennoblecer, como gloriosos trofeos, la ribera de las poblaciones martimas.

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    II

    El valle del azaharSller! En este nombre perdura la vaga resonancia de un suspiro oriental Suliar,valle de oro, lo llamaron los rabes de Mallorca. Y quin olvidar la excursin aSller, hecha en tiempo propicio, uno de los ltimos das de abril? Rueda el cocheapresuradamente por la carretera despejada, entre huertas y campos de trigo;sombreados por el almendro; entre olivares milenarios. A los diez o doce kilmetros, un

    pequeo alto: la hostera de Can Penasso, en el arranque de la sierra de Alfabia. Unpequeo anticipo de vergeles perfumados, de frutales en flor, de ruiseores que estallande meloda en la sombra hmeda de hiedras y laureles, sobre acequias y aguas

    despeadas.Despus del descanso, arriba! otra vez. Hay que atacar la sierra por el Coll ascendiendoen un culebreo de veinticinco o treinta vueltas, amplias y desiguales, de una carreteramagnifica, para descender luego hasta lo ms hondo del valle, oculto en la otra parte,detrs de las grandes masas de los montes Mientras el coche sube con lentitud, nosacercamos a los colosales peascos, azulados o plomizos, con penachos de verdeintenso, con manchones rojos. La llanura parece que se hunde, poco a poco, a nuestros

    pies, desde Alfabia a la ciudad con su baha, en un sector grandioso de muchas leguasEs una sucesin continua de tonos, de vegetaciones, de arboledas, de nieblas luminosas,de lejanas encendidas.. Advertimos un grato descenso de la temperatura. La carretera

    corre ya por la meseta del Coll; al otro lado aparece un extremo, una punta del regiotapiz, del regio valle de Sller.

    Entonces, de una manera brusca, ascendiendo de las entraas de ese valle una onda deviolento perfume, una rfaga de azahar nos azota, nos envuelve, nos hace suyos y nosanega en un espasmo inefable. Desde aquel instante el embriagador perfume os retendr

    prisioneros hasta que salgis de la villa. En vano ser que cerris puertas y ventanas,que aseguris postigos, que tapis rendijas. Os perseguir en la calle, en el campo, en laiglesia, en el dormitorio; se colar por todas partes y os sentiris transportados a unambiente de ilusin y juventud acaso desde largo tiempo desconocido para vosotros.

    Si queris saber de dnde procede aquel encanto de vuestros sentidos, es precisorecorrer las calles, asomarse a las mrgenes del torrente que atraviesa la poblacin,mirar hacia lo hondo de los jardines o escudriar los patios de las casas, slidas, pulcras,frescas, denotando bienestar y contento de la vida. Hay que perderse por la red desenderos, de arroyos, de barrancas, de alqueras, y molinos, y huertos, y vergeles ytapias, que hacen de aquel valle una cosa nica y en apariencia artificial y compuesta.Como horizonte de cada calle, como fondo de cada camino, enfrente de toda ventana oabertura, aparece siempre la decoracin de montaa, el anfiteatro de montaascoronadas de nubes y brumas. Las laderas estn cubiertas de olivos. En la hondonadaflorece y sonre el naranjo.

    Oro, nieve y esmeralda se combinan en la preciosa arboleda; flores, frutos y hojas quedesprenden de s una inslita fragancia y una coloracin armoniosa y rica. Los rosales,

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    los jazmines, las vides trepadoras alternan a veces con el lujo y bizarra de losnaranjales, defendidos de sus enfermedades y plagas por la tenacidad de los sollerenses,atentos a conservar el rbol precioso con un esmero que tiene mucho ms de encanto yhonrilla que de clculo y sordidez. Los sollerenses! Raza original y vigorosa que hahecho de la emigracin el secreto de su prosperidad por haber sabido encauzarla,

    dndole base y orientacin firme y por haber conseguido sostenerla con esprit de suite.

    Esa emigracin habitual toma dos direcciones: una mediterrnea y otra atlntica. Lamediterrnea invade el Medioda de Francia, por Marsella o Cette, y llega hastaBurdeos, Lyon y Pars, hasta Blgica, hasta Alemania. No puede reducirse a cuento elnmero de familias de Sller establecidas en esas y otras muchas poblaciones de lavecina repblica, dedicadas principalmente al comercio de frutas en todas sus formas,desde la carretilla del ambulante, hasta la tienda lujosa, chorreando oro y luz en pleno

    boulevard. La base y muchas veces el pretexto de tales fruteras es la naranja del vallenatal y su prestigio entre histrico y potico. Hace aos que enLis Isclo d'Or, lescomunic su gracia de homrida el divino Mistral:

    Lou bastimen ven de Majorcaem d'oranges un cargamen ...

    Y no s, efectivamente, qu hay de provenzalesco en el espritu y la vida de Sller,acentuado por la especial pronunciacin del mallorqun que tiende all, de una manera

    perceptible, a la desinencia en o de los femeninos, y por las importaciones delpintoresco patus de los puertos mediterrneos de Francia: cierta alegra, ciertaintrepidez, cierta bizarra de nimo, cierta agilidad de imaginacin, siempre dispuesta ala rplica y a la imagen. Los sollerenses conocen tambin muy mucho la derrota de lasAntillas y empiezan a conocer la de Mjico. En la isla de Puerto Rico han mantenido ymantienen todava una notoria preponderancia. Durante mucho tiempo comarcas enterascomo la de Lares estuvieron en poder de aquellos emigrantes, y hubo perodos en que elAyuntamiento y la Diputacin estaban constituidos casi exclusivamente pormallorquines de Sller.

    Esto basta para indicar el arraigo de aquel ncleo inmigratorio, al cual es ya comparableel que se forma en algunas poblaciones de Mjico, como Tabasco. Tiene buen cuidadoel sollerense de no emigrar a la buena de Dios, sin rumbo fijo. El que sale de la isla sabeadonde va: cuenta de antemano con parientes que le precedieron y que en Amrica o enFrancia le reciben y guan. Dirgese a menudo a reemplazarlos; y de esta suerte se

    escalonan familias y generaciones que muy raramente se desarraigan del valle natal.Todos sus ahorros, todas las fortunas amasadas allende el ocano se acumulan en lasimptica villa natal nutriendo bancos, empresas e iniciativas importantes, muydesproporcionadas, por lo superiores, a la corta extensin de la comarca.

    Todo ese exotismo y aire de extranjera que penetra en el Valle del Azahar con elretorno de los emigrantes y con la renovacin o continuo relevo de sus avanzadas enEuropa y en Amrica, no ha conseguido borrar lo pintoresco y caracterstico de lahondonada. Unas cuantas mecedoras de mimbre, unas cuantas nieras mulatitas o unosquepis de licesta francs en vacaciones, no hacen sino aadir una nota de grrulaanimacin a su antiguo y puro color local: el traje campesino de las mujeres de la villa,

    alterna con el sombrero mustio de sus primas de Marsella o de Burdeos, que seencuentran all de temporada.

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    En ninguna comarca de la isla, tanto como en Sller, se ha comprendido el alcance delturismo, de la industria del viajero. Los excursionistas se encuentran all como en sucasa y ni siquiera producen extraeza, ni curiosidad enojosa, ni corrillos de muchachos,los trajes ms chillones del automovilista, del deportivo o delglobe-trotter. Todo ello ha

    entrado en las costumbres y se ha hecho habitual y cotidiano, siendo como es el puebloun centro de ascensiones y excursiones las ms interesantes. Y no obstante este trajn,tiene la villa, en s misma, un encanto silencioso que llega a penetrar hasta el fondo delalma

    Pel cor que amor somnial'hora d'avui s'escola.la de dem s'atansa

    i la d'ahir no torna ...Somniem sota el fullatgedels tarongers de Sller!

    As lo expres Pons y Gallarza en un momento de feliz efusin lrica, y el mismohechizo perdura en la memoria del peregrino, como perdura en sus vestidos latranspiracin del azahar que le envolvi, como bao de delicia por una hora o por unasemana.

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    III

    Paisaje y leyendaSaliendo de Dey hacia Valldemosa el paisaje se agranda. Deja de ser episdico y lindo,como en Sller, para cobrar una majestad rozagante y lujosa. El camino sigue corriendoa media ladera y divide como una cinta blanca la espesura de los bosques quedescienden hasta el mar, en rpido declive, o suben hasta la cumbre de los montessonrosados La carretera se desliza entre frondosidades, ms como avenida de parqueque como prosaica va de comunicacin, en suaves curvas y revueltas, con pretilesacicalados, bajo el dosel de las encinas y las guirnaldas de madreselva, entre muros decontencin, estribos primorosos y bien perfilados bordillos. En la arista de esos murosse cimbrean florecillas graciosas y tenues, como un festn o cenefa decorativa; la hiedra

    suspende sus cortinajes y anuncia la benfica proximidad del agua que baja por ocultasvenas, saltando, ac y all, dentro del tazn empotrado en la pared para refrigerio de loscaminantes. La nota de aseo, de alio, de limpieza exquisita en lneas y tonalidades, dacarcter a aquella naturaleza ante la cual vienen tentaciones de entonar un laude y decir:tota pulchra.

    Difcilmente se hallara otro rincn que, como Miramar, ostentara rasgos de taninconfundible aristocratismo. Los rboles no tienen all otra misin que la de crecer, endivina ociosidad, para deleite de la vista. Su objeto no es la cosecha, ni el fruto, ni lamadera, ni la poda, ni ninguna suerte de beneficio material. Forman una vegetacinopparamente sostenida tan slo para regalo de los ojos, sin que deba agotarse en los

    esfuerzos de la produccin, sin que revele idea alguna de propiedad, de lucro, desordidez. Hasta los rboles de prosapia ms humilde, sustentados por un mantillosuculento, por una tierra sin esquilmar, parecen tener idea de su propia molicieformando como una aristocracia forestal, cuyo fin no fuera el trabajo sino elembellecimiento y la elegancia.

    As los encinares toman, sin intervencin de la mano del hombre, aspectos fantsticos vdecorativos de selva legendaria, de selva de halconera, con claros y plazoletas, bajoaltas bvedas de ramaje, que parecen aguardar la esplendida cabalgata de un Enrique elPajarero o de un Amador de la Gentileza. Los pinos, los vulgares pinos martimos,crecen con brava frondosidad y llegan a transfigurarse adquiriendo formas de alerces,

    de tuyas, de conferas suntuosas, y ofreciendo, en la distancia, suavidades y tornasolesde felpas o terciopelos, de ureas cabelleras descrenchadas. entre las cuales destacansobre el vibrante azul del cielo, sobre la turquesa lquida del mar, los templetes, lasrotondas, los miradores, las balaustradas y verandes que una mano prvida ha hechosurgir en todo peasco avanzado y en toda situacin interesante o en aparienciainaccesible

    El mar, que se presenta en inmensa llanura, es difano Parece un enorme cristal puestosobre los fondos en los cuales se extienden blancuras de arena, misterios de vegetacinsubacutica, manadas de delfines ebrios de alegra, conglomerados de rocas con la verdefosforescencia de la esmeralda. Es un mar pagano: un mar de tritones, de cisnes, denereidas, de carnes de ncar, ante el cual aguarda el artista la aparicin de un mitonuevo, una reencarnacin de la cipria diosa, como un nuevo florecer de la belleza

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    inmortal que rejuvenece al mundo por siglos y edades ... Y la costa se va prolongando,hacia Baalbufar, en una sucesin esplndida de las calas virgneas y de promontoriosescalonados en distintos planos visuales y con diferente coloracin, el primero de unrojo intenso, el segundo de rosa plido, el tercero opalino, y de nice, de mbar, deneblina luminosa los siguientes, formando una perspectiva interminable de grandes

    navos fantsticos cuyas proas aparecen, de distancia en distancia, una tras otra.

    Mas, este esplendor y lujo de la naturaleza, no carece de sentido ni de tradicin, sinoque se le junta un gran prestigio espiritual. Con este paisaje se ha ido combinando, atravs de seis siglos, el alma oculta de la leyenda. Bosques y laderas representan algoms que un simple territorio interesante, de hermosura inanimada y pasiva. Por elloshan pasado, a grandes rfagas, la poesa y la emocin. Espritus insomnes yatormentados han enriquecido este lugar con el perfume de su alta existencia y con elflorecer de sus ideales o de sus pasiones devoradoras. En la sombra de las florestas, enel susurro de los rboles, en el gemido del viento, flota, como algo inefable, unaconfidencia de los extraordinarios prodigios y exaltaciones de la vida que les cupo

    presenciar y de los cuales se impregnaron como de un inextinguible aroma. El viajeroculto discurre por aquellos andurriales bajo la presin de esa atmsfera de recuerdos; yelgenius loci obra en l con poderosa insinuacin, eficacia y complicidad para el amordivino y para el amor humano, para la maceracin y para la embriaguez de los sentidos,

    para el arrebatamiento del alma anegada en Dios y para el coloquio de la pasin furtivao trgica que se recata de las gentes.

    All en las postrimeras del siglo XIII haba escogido Ramn Lull ese nido de guilaspara su propia soledad y para el colegio polglota donde, como en un castillo de excelsay generosa caballera, fuesen preparados los paladines de la cruzada ideal queconstituy, a la vez, el impulso y el fracaso glorioso de su vida. La ermita de laTrinidad, algo ms abajo de la actual carretera; las ermitas viejas, arriba; el bosqueentero de Miramar; su silencio augusto, sus noches estrelladas, alientan y palpitan en las

    pginas delBlanquerna. Pocas veces se habr dado conexin tan ntima entre un poemay un lugar, como la que se adviene entre los dilogos del Amigo y el Amado y esacomarca valldemosina. De suerte que el libro parece emanacin del paisaje, y el paisajecomenta e ilumina el libro con luz interior insubstituible. El cntico luliano estadherido tan indisolublemente a las cosas de Miramar como el epitalamio salomnico alvalle de Hebrn, a las laderas de Galaad o a los viedos de Edgadi.

    Desde entonces no se ha interrumpido un punto la cadena de prodigios y maravillas

    espirituales de que ha sido teatro aquella ribera, refugio de contemplativos y penitentes,de estudiosos y enamorados, de artistas y proscritos ilustres. Al venerable y ahoradesaparecido monasterio lleg un da por escabrosos caminos de herradura, maeseGaspar Calafat, arreando las cansadas acmilas que transportaban a aquellas soledadeslos modestos enseres de la imprenta que empezaba a asombrar al mundo: y all gimieronlos trculos, por primera vez en Mallorca, durante las gloriosas postrimeras del sigloXV, tan llenas de maravillosas novedades. Cosa de un siglo despus toda la comarca se

    perfuma de santidad, de milagro y de virginal hechizo con la vida de una adolescenteextraordinaria, formada en el plantel de las Catalina de Siena y Teresa de vila.Humilde flor de predio, el lirio de Son Gallart es el alma ingenua, creyente y enamoradade Dios, que pasa el rosario, deshojando ramas de mirto, por los senderos de Miramar y

    que, desde el alto cerro, oye la misa de la Catedral, a cinco leguas de distancia,hacindosele transparentes los muros de la baslica, en el xtasis de la elevacin...

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    Pero vienen tiempos nuevos y nuevos dolores. Jovellanos, nacido entre eldesquiciamiento de toda una poca, pasea por las soledades de aquella costa la noblezade su proscripcin. Todava aquel paisaje no ha hablado a una alma moderna. TodavaChateaubriand no ha revelado a la literatura el sentido de lo grandioso. Y Jovellanos se

    limita a expresarnos una impresin del paisaje placentero, o solemne, a lo sumo, y elreposo de sus plticas con los santos varones de la ermita o con los silenciosos hijos deSan Bruno, en la cartuja. El tema queda ntegramente reservado a George Sand.Cuando la famosa escritora llega all, en compaa de Chopin, qu mutacin en elmundo!, qu cambio en lo que se llama ahora tabla de valores: valores filosficos,religiosos, estticos, polticos! Aquellas frondas que no haban visto cruzar sino sayalesde penitente y figuras demacradas por la abstinencia, se abrieron a los aromas impuros,al rostro de las elegancias mundanas, a los coloquios de la pasin irregular y demonaca.La misma naturaleza de donde haba surgido el cntico Juliano sirvi de fondo a lascorreras de Aurora Dupin, sueltos al aire los cabellos, y a las pginas apostticas deSpiridion. La misma quietud de la Cartuja fue alterada, en las altas horas de la noche,

    por la mano convulsa del infeliz polaco, obstinada sobre el Pleyel en los tanteos de susbaladas o de sus polonesas.

    Y despus, la generosa empresa del archiduque Lus Salvador, difunde por el mundo dela cultura esa revelacin de un panorama perfumado por una historia, abrindolo a las

    peregrinaciones del arte. Por all han desfilado prncipes, artistas, poetas, msicos, detodo pas y de toda procedencia y de todo idioma, desde Richepin y Barrs a Verdaguer,Rusiol y Rubn Daro; desde Eduardo de Inglaterra hasta la malograda Emperatrizerrante...

    En efecto; Isabel de Austria, la rosa de Baviera, la mayor entre las grandesfascinatrice de su tiempo y en torno de cuya figura, llena de encanto v elegancia, secerni un destino fatal, hubo de esconder tambin, en esas soledades, suensimismamiento y la grandeza de una adversidad que arrebat a su cuadoMaximiliano en Ouertaro, a Carlota en la demencia, a su primognito en un terribledrama amoroso, a su hermana en el incendio del bazar de la Charit, a Lus de Bavieraen los delirios de su locura wagneriana. Y aquella mujer tan admirada y adulada comoinfeliz, aquel Hamlet femenino de cuyo monlogo vino a hacer el mismo Barrs elresumen en la introduccin al extrao y bellsimo libro de Cristomanos, destac sobre elhorizonte en las rotondas y belvederes de Miramar, refrescando sus impresiones deCorf y sus entusiasmos poticos del Akileyon ...

    Todo ese cmulo de recuerdos y sugestiones palpita en el paisaje; de suerte que alviajero, regresando de su excursin, no slo le parece haber visitado uno de los msexquisitos fragmentos de la naturaleza, sino haber odo susurrar en sus bosques y en susauras la misteriosa confidencia de tantos espritus, de tantos dolores, de tantas fiebres.

    Septiembre de 1909.

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    Chopin en Valldemosa(Conferencia a los amigos de la msica)

    Seoras y seores: en el libro de pasajes del vaporMallorqun, el primero que hizo latravesa entre Barcelona y la Isla de Oro, bajo la fecha del 8 de noviembre de 1838,figuran anotados los siguientes viajeros salidos de aqu el mismo da a las cinco de latarde y llegados a la capital de Mallorca el da 9, a las once y media de la maana: 1clase: Mme. Dudevand, casada; M. Mauricio, su hijo, menor de edad; Mlle. Solange, suhija, menor de edad; M. Federico Chopin, artista. -2 clase: Mme. Amelle, camarera.Este y los dems registros del antiguo paquebot, conservbanse no ha mucho en poderde Don Jos Estada y Coll, difunto secretario del Ayuntamiento de Palma e hijo delnaviero y fundador de la empresa Don Miguel Estada.

    Era el Mallorqun, seores, un buque de ruedas flamante y lindo: un yacht de recreoadquirido en Inglaterra cuestin de tres aos antes para inaugurar el servicio que, desdeentonces sin interrupcin, enlaza a Mallorca con Catalua y el resto del Continente.Vuestros abuelos, por ventura vuestros mismos padres lo recuerdan o podranrecordarlo, mejor que bajo su nombre verdadero, por el apodo del Pags con que fueconocido de las gentes de ribera a causa del mascarn de proa en figura de campesinomallorqun vestido a la bombacha, a l'ampla, con que decidi decorarlo el patriticoorgullo de sus primeros administradores. En las pginas del diario barcelonsEl Vapor,que como sabis, recogi all por 1633 la herencia deEl Europeo vacante por ms deun decenio, el Decenio terrible, prestse atencin singularsima a la novel empresa delcorreo de Mallorca. All encontr indicaciones preciosas que no son de este momento,

    pero que tal vez permiten ligar la intencin simblica del ttulo adoptado por elperidico con la primera lnea fija de navegacin a vapor establecida en Espaa.

    Mas, sea de ello lo que fuere y volviendo a nuestros viajeros, digamos que la personaque figuraba en primer trmino y como cabeza de la expedicin, llevaba, entre otras,una carta comendaticia y de crdito ilimitado que me permitir leer textualmente. Decaas:

    Pars, 16 de octubre de 1838Sres Canut y Mugnerot. Palma

    Muy seores mos: Madama Jorge Sand, portadora de la presente, es persona demi ms intima estimacin, y pasando a esa Isla cuyo clima le han indicado serconveniente a la mejor salud de un hijo suyo, me tomo la confianza derecomendarla a ustedes con todo el encarecimiento de mi amistad.

    Ruego a ustedes se sirvan procurarle cuanto le convenga y tengan arbitrio,facilitndole adems el dinero que les pidiere que, mediante su recibo, en que

    deber expresarse el cambio corriente, yo lo percibir en esta. Para conocimientode ustedes y evitar los malos efectos de un extravo, pondr la interesada su

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    firma al pie de la presente; y mediante la fina amistad que ustedes me tienenacreditada, les anticipo mi gratitud por el favor que con esta ocasin esperamerecerles, y queda su afectsimo, seguro servidor q. s. m. b.. - Gaspar Remisa.

    Firma de Mme Sand: George Sand ne Dupin.

    La casa Canut y Mugnerot, a la cual iba dirigida esta carta de crdito, estaba constituidapor dos socios, hijos de emigrados o fugitivos franceses de los das de la granRevolucin. En Mallorca perdur la familia Canut durante tres o cuatro generaciones,extinguindose la rama masculina en la persona de Ernesto Canut, el ltimo banquerode este apellido, llorado amigo nuestro y de cuantos lo eran de la msica, del arte engeneral y de toda gentileza y fervor patritico. Por otro lado, el expedidor de la carta,ese Don Gaspar Remisa que firmaba el documento, era el banquero conocidsimo, tantoen Madrid como en Paris, durante el periodo de la Regencia y de la Monarqua de Julio:el sucesor y como el mulo del famoso Aguado, marqus de las Marianas, as en losatrevimientos de la gran especulacin, como en el fausto de la vida y en los hbitos de

    promotor y Mecenas. Merece, especialmente, el buen recuerdo de Catalua por haberseconstituido en protector de nuestro Arbau, quien trabaj a su lado como Pic yCampamar al lado del conde de Gell: el cantoA la Patria fue escrito en honor deRemisa y en homenaje de gratitud. l fue, en suma, aquel patr cuya gloria queraeternizar el poeta para que pasase, ntegra e inmarcesible, als propis, als estranys, a la

    posteritat, segn hubo de conseguirlo, efectivamente, cantando en lengua materna poruna sola vez en la vida, como en un clamor de sinceridad que subiese de las entraas alos labios. Y el nombre y la memoria del generoso forastero brillan hoy,magnficamente grabados, en el gran prtico triunfal abierto desde entonces a la poesacatalana De esta manera, seoras y seores, las trivialidades de la vida prctica, quetejen su tela sin parar vienen a revolver misteriosamente cosas y nombres ilustres quems tarde la historia descubre, como hilos de oro, como hebras de luz, perdidos en la

    parda monotona de la urdimbre, nunca interrumpida ni nunca acabada...

    ***

    Tales fueron, seores, los primeros rastros documentales de la presencia de Chopin enMallorca, sobre la cual cresteis que yo podra deciros algo susceptible de interesarvuestra curiosidad patritica, vuestra devocin recogida por el egregio polaco,dominador y rey, aun a estas horas, de la msica pianstica y de su instrumentoincomparable Gracias infinitas doy a mi auditorio por el honor que esto entraa; mas

    tengo el deber de prevenirle contra la natural, inevitable decepcin. Yo no puedo hacerotra cosa, no me propongo otra cosa en esta conversacin que seguir de nuevo,mentalmente y con vosotros. los diversos episodios de aquella estancia sobre losmismos textos que la recuerdan, aadindoles en todo caso un poco de claridadhistrica, la puramente indispensable a la coherencia de los hechos, y otro poco deconocimiento personal en cuanto a los lugares o a las versiones que poseo de meratradicin.

    Los textos de que disponemos, seores, dejando aparte las biografas generales del granartista, redcense poco ms o menos a los siguientes: el libro conocidsimo de JorgeSand. Un hiver Majorque: publicado en 1841 bajo el titulo de Un hiver au Mid de

    l'Europe; la Vindicacin, que casi nadie conoce, escrita por Don Jos M Quadrado ypublicada el mismo ao 1841 en el ltimo nmero, precisamente, del semanarioLa

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    Palma; las noticias que puedan espigarse en la correspondencia de Chopin o de suamiga, alrededor de la fecha del viaje o durante el mismo; las notas y referenciasrecogidas por Don Pedro Estelrich en su traduccin castellana delHiver Majorque,impresa en Palma el ao 1902, con prlogo de Gabriel Alomar, y tal o cual artculoanecdtico aparecido ms tarde, tal o cual digresin en libros geogrficos o de literatura,

    como la de Piferrer en el volumen correspondiente a Mallorca de losRecuerdos ybellezas de Espaa o la de Don Juan Cortada en su Viaje, de pocos aos despus.

    Ahora bien, elHiver Majorque que es una flor del odio, una bella flor emponzoadams por las contrariedades de Chopin que por las de la autora, no contienen ningunaindicacin directa sobre los motivos de la permanencia del msico en la isla ni aun citaexpresamente su nombre. Cuando ha de aludirlo, la novelista emplea formas decircunloquio las ms discretas: alguien de nuestra familia, nuestro enfermo, unode nosotros. No habla del porqu fue all, ni de cmo empleaba su tiempo, ni de quvida era la suya. Todo eso hay que buscarlo ms lejos que en el famosopamphlet,escrito en caliente y mientras duraba an el vnculo de aquella unin irregular que el

    pudor del buen gusto, ya que no el de las buenas costumbres, obligaba a pasar por alto.Haba que reservarlo para ms tarde, para unas memorias de aquellas que suelenescribirse en el ocaso de la vida, cuando las depuraciones de la senectud y de ladistancia, han desvanecido ya todo rastro de impureza. Por esto sin duda no hablexpresamente de Chopin hasta la voluminosa y a trechos farragosaHistoire de ma vie.

    Veamos lo que dice de la famosa escapatoria, recordando antes que nos encontramos enplena ebullicin y en pleno desorden pasional del romanticismo; que nos hallamos en1838, el ao del suicidio de Larra y de la trgica muerte de Armando Carrel; quedespus de las interminables cuestiones y litigios con su esposo, acaba de serleentregada a la ex-baronesa Dudevant su hijo Mauricio y que, desde este momento, para

    preservarlo de la afeccin reumtica que haba padecido el ao anterior, se decidi aprocurarle un invierno ms templado que el de Francia. Mientras haca mis proyectos yarreglaba mis preparativos de marcha - escribe en laHistoire de ma vie-, Chopin a quiensola ver todos los das y de quien tiernamente me gustaban el genio y el carcter,djome reiteradamente que si se encontrara en el lugar de Mauricio, tambin l seconsiderara muy pronto curado. Sus amigos instbanle hacia tiempo para que fuese a

    pasar una temporada en alguna estacin del Sur de Europa. Crean que estaba tsico;pero Gaubert lo examin, jurndome despus que no lo era. Usted lo salvar, me dijo, sise le procura aire puro, paseo v reposo. - Los dems, sabiendo demasiado que Chopinno se resolvera nunca a dejar la sociedad y la vida de Pars sin que una persona a quien

    l quisiese de veras y capaz de sacrificarse por l lo arrastrase a pesar suyo, rogronmevivamente que no desahuciara una pretensin manifestada tan a propsito y taninesperada de mi parte.

    Aade Jorge Sand que cedi a semejante ruego y a su propia solicitud personal en favorde Chopin, sin saber bien lo que se haca: bastaba y sobraba con irse sola al extranjerollevando consigo a dos criaturas, una enferma y otra desbordante de turbulencia y desalud, para tomar sobre s otro tormento de corazn y una nueva responsabilidad deenfermera. Una y otra vez hubo de rogar a Chopin, segn pretende, que consultase susfuerzas puesto que nunca logr afrontar sin espanto, desde haca muchos aos, la ideade dejar Pars, sus relaciones, su habitacin y su piano. Era - dice - el hombre de los

    hbitos imperiosos, y todo cambio, por pequeo que fuera, representaba unacontecimiento terrible dentro de su vida. Para terminar: Mme. Sand sali con sus

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    hijos dando una vuelta por otras ciudades pero con destino a Perpin donde llegara unda convenido y en donde descansara hasta determinada la fecha antes de emprender elviaje a Mallorca. Si Chopin optaba por seguirlos, all podra reunirse con ellos,

    pudiendo contar adems hasta la ciudad rosellonesa con la compaa de un espaolconsiderable y en plena notoriedad entonces, gran amigo de la ilustre pareja. que deba

    ir a Madrid desde Pars uno de aquellos das y a quien se debi, seguramente, laindicacin de las Baleares como lugar propicio a los deseos de la escritora. Me refiero aMendizbal, dolo de los radicales franceses en la primera mitad del siglo pasado comoel conde de Aranda, en el siglo anterior, lo haba sido de los enciclopedistas. Lo ciertoes que no bien haba llegado a Perpin la dama errante, cuando vio llegar tambin allnguido Stenio que vena en su busca. De all pasaron a Port-Vendres; de Port-Vendresa Barcelona, por mar. a causa de que la guerra civil tena interceptada la comunicacinterrestre, y de Barcelona a Palma en la forma que ya se ha dicho.

    ***

    El paso de Chopin y su amiga por Barcelona no dej rastro, como un poco ms tardehaba de dejarlo la venida de Listz, con todo y que los viajeros descansaron aqu unosdiez das y que ni uno ni otro eran desconocidos en la ciudad condal. Tiempo haca yaque el editor Bergnes de las Casas, vena ofreciendo traducciones de las principalesnovelas de Jorge Sand hasta entonces publicadas -Lelia, Leone Leoni, El secretariointimo -, en aquellos lindos y graciosos doceavos que de vez en cuando aparecen alremover las libreras de nuestros abuelos, mientras Chopin, por su parte, comenzaba aser familiar en los centros artsticos. Pero, seguido pgina a pgina el Diario deBarcelona, no pude hallar en ellas una sola referencia a los dos extranjeros.

    No he tenido ocasin de repasar elDiario de Palma, en cuanto a la llegada a Mallorca,y hasta supongo que no dara noticia alguna, mas la Vindicacin, de Quadrado, es

    bastante explcita en este punto. Una maana de noviembre de 1838, viene a decir,palabra ms palabra menos, corri por todo Palma la noticia de que pisaba nuestroterritorio la seora Dudevant, nombre literario que llenaba la Francia de entonces.Llenos de entusiasmo los jvenes saboreaban por anticipado el goce de leer en lafisonoma de la clebre novelista algo de su carcter y espritu, no menos que laimpresin que en ella despertaran nuestros campos risueos y nuestros edificiosvenerables... Y todo eso aade aquel descompuesto pero vigorossimo polemista dediez y ocho aos, destinado a ser muy pronto el colaborador de Balmes y a seguir elvuelo de guila de Bossuet -, todo eso porque en los pueblos cortos o retirados se

    admira sinceramente al genio, como admiraban los indios las naves de los espaoleshasta que conocieron su aplicacin y mecanismo, tanto como lo respetan por lomismo que no estn acostumbrados a su prostitucin. Queda, pues, atestiguada laexpectacin que la visita produjo y la actitud de curiosidad admirativa, casi deembobamiento, que la generacin deLa Palma, la generacin del despertar patritico alfulgor de luna del romanticismo, haba de resear a los dos ilustres viajeros por pocoque lo hubiera consentido su displicencia o la desorientacin con que se entregaron talvez a algn cicerone ms desorientado, ms agriado que ellos mismos.

    He aqu los hechos: buenas, malas o peores la capital de Mallorca contaba entonces concuatro fondas, y albergaba en ellas y en infinidad de hospedajes de toda ndole a

    infinidad de refugiados del continente por consecuencia de la guerra civil.

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    Pero Mme. Sand escoge, no sabemos por qu, si por tacaera o desdn afectado, unacasa de huspedes que Quadrado califica de bodegn, situada delante del Huerto delRey, sobre una tonelera. Instalse all y muy pronto hubo de comprender que ni Chopinni ella podran trabajar en el cuarto, por el ruido de la construccin de toneles que sehaca en plena calle, debajo de sus mismas ventanas. Entonces se les indic una casa de

    campo llamada Son Vent, tres cuartos de hora lejos de Palma, que alquilaninmediatamente. Al propio tiempo el propietario de la finca, que ni tan slo eramallorqun, el asendereado seor Gmez de la diatriba sandesca, supo que Chopinestaba tsico o que por tal se le tena, y rescindi el contrato. Vuelven a Palma y estncomo media semana en casa del cnsul francs, M. Flury, que la tena en la manzana oilleta d'en Moragues ya desaparecida, entre el Teatro Principal y el Gran Hotel de ahora.Y, por ltimo, un seor forastero de los refugiados en Mallorca, que deba regresar alcontinente, les ofreci la celda o departamento que haba arrendado en la Cartuja deValldemosa, y all habitaron hasta su regreso a Francia.

    De esta suerte ha sido posible reconstituir fijamente la residencia de los dos viajeros.

    Pasaron en Mallorca un total de noventa v ocho das, divididas en la forma siguiente,ocho das en el bodegn de la calle de la Marina; treinta das en la casa de Son Vent.de Establiments, que todava existe y es, o era hasta hace poco, propiedad del seorForteza Comellas; cuatro das en casa de M Flury, delante del Teatro, y cincuenta y seisdas en Valldemosa, ocupando probablemente la celda n. 4, segn las identificacionesms dignas de crdito, concordantes punto por punto con los indicios que nos ofrece Unhivern Majorque. Y ahora tal vez os preguntis, segn yo mismo me he preguntadomuchas veces, cmo se explica que en una corta residencia de menos de cien das,

    pudiesen acumularse tanta hiel, tanto rencor, tanta ira hasta convertirse la gran escritoraen un libelista desentraado? Cmo era Mallorca entonces, cmo eran Chopin y JorgeSand, qu circunstancias de tiempo o de personas mediaron en ello, para que seestableciese entre una tierra secularmente hospitalaria y unos extranjeros que pertenecenhoy da a la inmortalidad, aquella formidable implacable repulsin que registra lahistoria semi-abochornada?Vamos a verlo.

    ***

    La supersticin romntica, poco amiga de frecuentar los documentos, ha hecho de losamantes de Valldemosa una reedicin de los amantes de Venecia en la cual la damaes la misma y un gran poeta es substituido por un gran msico. Hablar de Jorge Sand, de

    Chopin y de la Cartuja valldemosina. no parece sino una prolongacin de las nochesvenecianas, llenas de complicidad sensual y de meldico gondolerismo, como nuestroinfortunado Noguera deca; no parece sino hablar de sombras confidentes, de noches deluna, de misterio propicio a la clandestinidad de las grandes pasiones furtivas ydevorantes. El mismo ttulo de la novela que la gentil Aurora escriba entonces,Spiridion, sugiere ideas de alto deliquio amoroso a las imaginaciones horteriles quesuean aventuras con princesas y a cuantos no han tenido valor para abordar elindigesto libro y convencerse de lo que se trata: de una lbrega fantasa de monjesheresiarcas y rprobos, sin mujer y sin adulterio sublime, en que las apariciones al gustode Ana Radcliffe por los corredores tenebrosos o en subterrneos de melodrama, secombinan con la eterna declamacin del Vicario Saboyano o con una mentalidad

    inferior todava y que, salvo el estilo, pudiera figurar enLa Inquisicin por dentro...As, a medida que uno se interna en la verdad y en la psicologa de los personajes, como

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    despus de haber penetrado en las pginas mazorrales de la novela, aquella sugestinfalsamente potica, falsamente romntica, se va disipando como una niebla hasta noquedar nada de su maligno prestigio.

    En primer trmino, hay motivo para sospechar que el propsito de la insigne pareja era

    el de establecerse en la misma ciudad, no en el campo, y que slo opt por la ltimasolucin en vista de las contrariedades que la residencia en Palma les ofreca. Adems,Chopin - y mejor que yo lo sabis vosotros -, no era un hombre de la naturaleza, sinotodo lo contrario: una flor humana exquisita pero de invernadero; la obra maestra delrefinamiento social. Basta recordar, aunque sea muy por encima, su caracterizacin enlo personal y en lo artstico. Constitucin delicada y enfermiza, ya de nio estadelicadeza morbosa constitua su mayor encanto. Educado en el primer colegio deVarsovia por la generosidad del prncipe Radziwill, tuvo por condiscpulos a los hijosde las grandes familias nobles de su patria, entre ellos el prncipe Boris Cetwertinyski ysus hermanos que lo presentaron a su madre y se lo llevaban con ellos a pasar las fiestasy vacaciones. Dulce, fcil de palabra, corts, fue muy pronto el nio mimado de aquella

    sociedad, en medio de la cual aprendi las maneras elegantes y algo reservadas quetodos los contemporneos le atribuyen, y el medio aristocrtico se hizo para siempresuyo al hombre y al compositor, hasta el punto de que los defectos y las excelencias deuno y otro provienen de esta formacin primera, entre cortinajes, alfombras y cojines,toda de planta de estufa.

    Recordemos, seores, lo que se cuenta del aire de Chopin, seoril y distinguido perosiempre un poco distante; de su timidez ante los pblicos numerosos, de su mismaejecucin como concertista. Su talento artstico fue calificado alguna vez como talentode alcoba de enfermo, donde se va de puntillas y con un dedo sobre los labios. Grandeen las cosas pequeas, en las pequeas inspiraciones, fascinaba por su hechizo poticoen la intimidad de un gabinete, mientras pareca desvanecerse y disiparse en la sala deconciertos. Sensitivo como una mimosa, para vivir en su centro necesitaba el estmulode las atmsferas perfumadas y tibias. Y, en fin, toda la vida y en todos los momentosde la vida, fue aquella criatura de la cual pudo decirse que haba crecido sobre lasrodillas de las princesas.

    No as Jorge Sand. que llegaba a Mallorca de muy otro modo, en el apogeo de lacelebridad y del escndalo, del sectarismo y de la revuelta: despus de la estancia enVenecia con Musset, despus del divorcio con el barn de Dudevant, despus de

    Indiana, deLelia, de Valentina, delMolinero de Agimbault. Era su momento de

    proselitismo y exaltacin revolucionaria, de las grandes tesis novelescas o reales, de lasemancipaciones definitivas: emancipacin amorosa contra la tirana del vnculoindisoluble; emancipacin del genio contra los frenos morales que slo rezan con lavulgaridad; emancipacin religiosa con Lamennais, humanitaria con Pedro Leroux,

    poltica con Ledru-Rollin, social con Cabet y con Fourier, con la Icaria y con elFalansterio. Por un instante pareci que Aurora Dupin, era, todo a la vez, el lord Dyronde su sexo, el Ren femenino y la Mujer-Mesas de los sansimonianos... La mujer quefumaba por la calle y en los clubs y cenculos de la juventud republicana, que asistavestida de hombre a la tribuna del Parlamento para gozar las tempestades premonitoriasde la gran tormenta del 48 y que consagraba su pluma a recoger y traducir aquellaidealidad desmandada, sirvindole de eco, un eco magnfico y que embelleca la voz,

    segn Delatouche dijo entonces, ya que como pensadora Mme. Dudevant vivi siemprede prestado y sometida a la influencia del varn, para dar un argumento notorio a

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    cuantos sostienen la relativa incapacidad de la mujer en el dominio de las ideasgenerales o de la pura especulacin intelectual.

    Aadamos a todo eso su condicin de francesa, y de francesa representativa de la razaen los defectos y en las grandes cualidades, recordando adems que los franceses se han

    definido a s mismos, graciosamente, como unos seores que ignoran la geografa,esto es, como unos seores que no poseen el sentido de la variedad, que no comprendenaquello que est fuera de sus hbitos o principios, y que a menudo lo maltratan, no ya attulo de inferior o de retrasado, sino sencillamente diverso - Pensemos, por ltimo, encmo era Mallorca alrededor de 1840, buscando su fisonoma espiritual y material enlos testimonios que la guardan: en las noticias de Tastu, en los libros de Piferrer y deCortada, en los croquis de Laurens, en los dibujos de Parcerisa, en las litografas deMontaner, en toda la estilizacin romntica de nuestra roqueta. Una tierra dulcementecontemplativa, un pas de villeggiatura, una ciudad murada y silenciosa, recluida en su

    propia tradicin, unas residencias seoriales con balconajes macizos, preparados alcoloquio de amor de Julieta, y con zaguanes de misterio que traen a la memoria los

    cortile de los palacios venecianos: un alma, en fin, a punto de florecer en la nuevapoesa, resignada y creyente, de aquellos poetas-arquelogos que recordaban aMenndez y Pelayo la noble entonacin de la escuela lombarda, tanto como la firmeamistad de Quadrado y Toms Aguil pareca evocar la de Manzoni y Toms Grossi...

    Y ahora, seores, consideremos la distancia que mediaba entre espritu y espritu, y elchoque a que uno y otro tenan que llegar fatalmente. La suspicacia, el gesto de desdny aun de sarcasmo, segn afirma Quadrado en la Vindicacin, no desampararon a laescritora un solo momento; no se humaniz una sola vez; recibi mil atenciones delmarqus de la Bastida - el joven lion que cita por la inicial B***-, pagndolas coninmerecidos desaires y zahirindole despus en forma grosera y desatentada. Aparentque deseaba soledad e incomunicacin y acabaron por respetrselas los que ms habanapetecido su trato y el honor de admirarla de cerca. Y del temor al contagio, por ladolencia atribuida a Chopin, y de la discreta abstencin de las seoras mallorquinas, porlo equvoco de la compaa que ostentaba, dedujo cargos y formul acusaciones desalvajismo, ferocidad e ignorancia contra mis compatriotas, que no se haban apresuradoa ofrecer coronas a la impudencia ni a cubrir de flores la senda de la disolucin.

    Pero, ha pasado el tiempo, seores, y ya veis cul es hoy da el criterio cientficodominante acerca de la tuberculosis pulmonar; ya conocis tambin las precaucionesque grandes pueblos de Amrica toman, a la llegada de los transatlnticos, contra los

    emigrantes indesirables en materia de salud o de higiene. Habis de recordar tambincomo fue recibido en Nueva York all por 1906, hace nada ms que doce aos, elnovelista Gorki que acababa de abandonar a su mujer y que se present en los EstadosUnidos en compaa de una actriz eminente: se le cerraron todas las puertas, y sus

    proyectos de viaje triunfal se estrellaron contra una reserva de la sociedad neoyorquinaharto ms grande que la reserva de los mallorquines, ochenta aos atrs, cuando el viajedel gran compositor de los Nocturnos. Estos dos hechos vienen a decidir, en el juiciosereno de la posteridad, todo lo que hay de inconsistencia en las acusaciones fulminadas

    por Jorge Sand, todo lo que hay de airado, de petulante y de injusto en su venganza.

    * * *

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    Pasemos a recordar, dentro de tales precedentes, los episodios de aquella estancia encuanto se refieren particularmente al gran artista, ya que lo que afecta a la comunidad dela pareja es de sobras conocido por el libelo de la irascible dama. Me permitirnicamente resumir, ya que se trata de un texto poco divulgado y casi indito, lasapuntaciones que consign en su Diario una seora francesa, establecida en Mallorca,

    que conoci y tuvo de visita a Mme. Dudevant cuando su viaje. Trtase de doa ElenaChoussat, esposa del banquero Canut contra el cual iba librada la carta de crdito, y aquien yo tuve el honor de conocer todava, oyndole de viva voz alguno de losrecuerdos encontrados ms tarde en su manuscrito. La baronesa Dudevant - escribe -era una mujer realmente hermosa, de fisonoma inteligente, que realzaban unos ojosnegros y bellsimos. (Otros los describen como de un azul obscuro, identificndola conla brune aux yeux bleus, de Musset.) Sus magnficos cabellos partidos en dos alas,reunanse en dos grandes trenzas arrolladas y sujetas en la nuca por un pequeo y lindo

    pual de plata. Vesta casi siempre de negro o de color obscuro. De una cinta deterciopelo que le cea la garganta, penda una cruz de brillantes, y de uno de los

    brazaletes, una porcin de dijes y sortijas que eran otros tantos recuerdos... La pequea

    Solange, su hija, era una rubia llena de salud, vida de movimiento y de ruido: con sublusa y su pantaln de pana, hubirasela tomado por un chico travieso sin los hermososy largos cabellos, herencia de la madre, que desbordaban del sombrerillo de fieltro,descendiendo hasta la cintura.

    Una sola vez, cuenta tambin la seora Coussat, fue al teatro de Palma, y sta en supalco, atrayendo como es natural las miradas y los gemelos de toda la concurrencia.Nunca fum en mi casa -aade-, pero no se recataba de encender sus cigarrillos delantede nosotros si nos hallbamos en la suya o de paseo por el campo. La autora de estasnoticias fue, precisamente, la que hubo de proporcionarle plumn para arreglar unaalmohada a su compaero y la que adquiri el Pleyel que haba servido a Chopin,cuando se fueron, vendiendo ella un Pape comprado haca poco para complacer a Mme.Sand. A la misma seora o a su marido enviaba tambin desde Valldemosa loscuadernos de original del Spiridion, a medida que los compona, a fin de que losdepositasen en el correo dirigidos a laRevista de Ambos Mundos, que los public por

    primera vez.

    En cuanto a la vida ntima que all llevaron los extranjeros, en cuanto a la impresin deChopin respecto de Mallorca, queden tal vez no poco defraudados, ya lo insinuaba haceun momento, quienes las imaginen, a la medida de las convenciones romnticas, comoun delirio, como una furia de amor bajo las frondas de Miramar, meldicas y

    embalsamadas de languidez y de confidencia. Sabemos ya lo bastante para comprenderque no era Chopin un hombre enamorado de la naturaleza, de la rstica y primitiva seentiende, hasta el punto de arrostrar por ella la privacin o la incomodidad: el confort yel artificio parecanle ms necesarios, ms naturales que la naturaleza misma. Y, encuanto a Jorge Sand, si bien la senta y gozaba ampliamente, y nada lo prueba tantocomo su magnfica descripcin del paisaje de Mallorca, insuperada hasta hoy y parasiempre insuperable, que entreteji con sus blasfemias contra la isla de los Monos ycontra los salvajes de la Polinesia que le parecen ser los mallorquines; si bien estabadotada de un prodigioso sentimiento de la belleza del campo y de una facultad de estiloigualmente prodigiosa para fijarla, evocarla y distinguir sus fases como se distinguenunas de otras las fisonomas humanas, no haba llegado a sentir an la honda poesa de

    la vida campestre que por manera tan deliciosa tradujo y expres despus enLa mare

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    au diable, enFranois le Champi, enPetite Fadette, en toda aquella serie de sus librosrurales que Saint-Marc Girardin salud como las gergicas de Francia.

    As, pues, si distingui maravillosamente los caracteres de la naturaleza en Mallorca,viendo en ella como una fusin del tipo meridional y del alpino; si pudo dejarnos

    aquellas sorprendentes interpretaciones de los olivares fantsticos o de la costa deTrinidad, suntuosa y brava, cayendo sobre un mar de zafiro, ello fue a pesar de lostormentos que all la asediaron, no por obra de Mallorca ni de los mallorquinesciertamente, sino por la manera de ser de aquel hombre mimado y descontentadizo aquien haba tenido la mala idea de tomar bajo su guarda. Que pasen unos cuantos aos,que ocurra la muerte del glorioso artista, que vengan la reflexin y el recogimiento deespritu, y ella misma nos dir su secreto en las pginas ltimas de laHistoire de ma vie,tan desconocidas como fueron sonadas y vibrantes las delHiver.

    Nuestra existencia, dice, habra sido mucho ms agradable, en medio de aquellaromntica soledad, sin el espectculo diario de los sufrimientos de Chopin. El pobre

    gran artista -aade- era un detestable enfermo. Lo que yo haba presentido, aunque no lobastante, lleg por desgracia, se desmoraliz de una manera completa... No podavencer sus imaginarias inquietudes; el claustro de la Cartuja estaba para l lleno defantasmas y de terrores, hasta cuando se senta bien de salud. No lo deca pero era fciladivinarlo. Volviendo de mis exploraciones nocturnas por las minas (unas ruinas de tresaos, observar yo, porque no haca ms que tres aos de la expulsin de los frailes),volviendo de esas exploraciones lo encontraba, a las diez de la noche, ante su piano,

    plido, absorto, los cabellos erizados. Entonces necesitaba algunos instantes para volveren s y reconocernos, a m y a mis hijos. Cuenta luego el origen de una de lascomposiciones que Mme. Sand da como escritas o bosquejadas en Valldemosa. Se leocurri, segn ella, una tarde de lluvia que hubo de dejarle muy abatido. Haba quedadosolo; Aurora y sus hijos tuvieron necesidad de ir a Palma para proveerse de cosasindispensables y, a la vuelta, se puso a llover de una manera torrencial; el camino eratortuoso y difcil: los torrentes se convirtieron en cascadas; el carruaje hall milobstculos para llegar arriba y con todo eso cerr la noche y sufrieron los pasajeros unretraso de algunas horas sobre el tiempo habitual. Nosotros no podamos soportar laimpaciencia -escribe- pensando en la inquietud de nuestro enfermo. Ella haba sidorealmente muy viva, en los primeros instantes; pero despus se resolvi en una suerte detranquila resignacin, y le hallamos tocando su admirable preludio y llorando a lgrimaviva. Al vernos entrar, despus de horas y horas de espera, se puso de pie, dio un gritoterrible y djonos despus, con aire extraviado y con un tono de voz extrasimo:

    - Ah! Bien lo saba yo que habais muerto!Y as todo, y cada da... Sensible un instante a las dulzuras del cario y al sonrer delxito o de la fortuna, quedaba semanas, y alguna vez meses enteros, agriado por la msftil inconveniencia de un desconocido, en las pequeas contrariedades de la vida real.Con una sensibilidad exagerada y agudsima para las menudencias, con el horror de la

    privacin, con las necesidades imperiosas del bienestar ms refinado, tom a Mallorcaun horror tal que, a ser posible y no impedirlo su dolencia, se hubiera ido al cabo de unasemana, por no decir la misma tarde: he aqu la verdad; he aqu la clave, la explicacinde todo y lo que hace escribir a Jorge Sand, dos decenios despus del viaje famoso, estaelocuente confesin que es tambin una admirable pgina de psicologa chopiniana:

    Nuestra permanencia en la Cartuja fue, pues, un suplicio para l y para mi uninacabable tormento. Dulce, jovial y lleno de atractivo fuera de casa, Chopin enfermo

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    era desesperante en la exclusiva intimidad. Ningn alma ms noble, ms delicada, msdesinteresada que la suya; ningn comercio ms firme ni leal, ningn espritu ms

    brillante en sus momentos de alegra, ninguna inteligencia ms slida ni completa enaquello que corresponda a su dominio; pero ay! en cambio de esas cualidades, ningnhumor ms desigual, ninguna imaginacin ms sombra, cavilosa y propensa al delirio,

    ninguna susceptibilidad ms irritable, ninguna exigencia de corazn ms difcil desatisfacer. Nada de esto era culpa suya: la culpa tenala el mal que le devorabaescondidamente.

    Y ahora podemos aadir nosotros, por nuestra cuenta, que parte de esta culpa tenalatambin su talento, su genio artstico, segn aquella suerte de ley de expiacin quequiere que los grandes frutos de la belleza vengan al mundo regados de lgrimas yengendrados en el dolor y el infortunio. Era el de Chopin un espritu lacerado, escoriadohasta la carne viva; y cualquier roce por leve que fuera, el de un ptalo de rosa, lasombra de una liblula volando en el aire, abrale una herida y dejbale sangrando. Peroya sabis, seores, que estas heridas dolorosas suelen destilar la inspiracin, como las

    heridas de ciertos rboles asiticos lloran aquellas resinas, aquellas gomas perfumadasque arden despus, en holocausto, sobre las aras de los dioses.

    ***

    He dejado para lo ltimo, cuando el tiempo ya escasea, la cuestin de las obras escritasen Valldemosa por el ilustre enfermo. Trtase de un punto bastante controvertido, ymejor diramos enredado por la confusin que en l introdujeron Jorge Sand y la tantasveces recordadaHistoire de ma vie. En Valldemosa -dice- fue en donde compusoChopin las ms bellas entre todas las breves paginas a las cuales dio el modesto nombredePreludios y que son obras maestras en realidad. Segn la autora deMaupratcasitodas estas composiciones sugieren a la imaginacin espectros de monjes difuntos yecos de cantos funerales: algo as, diramos, como una reduccin pianstica de Spiridion.Otras son de una suave melancola y le fueron inspiradas en horas luminosas y de

    bienestar fsico, oyendo risas infantiles al pie de su ventana o cantos de pjarosescondidos en las espesuras del jardn, hmedas todava de la lluvia reciente.

    Pero no es, seores, inferir un agravio a la memoria de Mme. Sand. el reconocer sudesorientacin en materias musicales. Basta observar la vaguedad de sus apreciacionesy elogios, la indeterminacin de sus conceptos admirativos, para comprender que, sisenta la msica, le faltaba el don de traducir literariamente, con sinceridad y viveza, sus

    emociones de ese gnero. Gracias a la publicacin de la correspondencia de Chopin hapodido ser restablecida su verdadera produccin en Mallorca, y sabemos actualmenteque los Preludios, aunque publicados en 1839, fueron escritos con anterioridad al viaje yadquiridos en 2.000 francos por la casa Pleyel, de los cuales Chopin recibi 500 acuenta antes de salir de Pars. Sobre este punto se ha dicho desde Barcelona cuanto

    poda decirse, en un libro elegante y compendioso que todos conocis. El Chopin deGibert, resume la materia con toda claridad y precisin, pudiendo afirmarse ahora lossiguientes hechos:

    1 Que el malogrado artista as que tuvo en la Cartuja su pianino, ejecutara y repasaraprobablemente los Preludios, pendientes de publicacin, con propsito de retoque

    definitivo y para comprobar en una nueva lectura, a dos meses de distancia, laimpresin de acierto, de intensidad y de justeza que pocas veces suele presentarse

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    segura en el momento de la produccin. 2 Que las composiciones realmente concebidaso acabadas en Mallorca son la Balada segunda, op. 38, en fa mayor, dedicada al granSchumann y publicada en septiembre de 1840: el Scherzo, op. 39, publicado el mismoao y dedicado a Adolfo Gutmann, fiel discpulo del autor; las dos Polonesas, op 40,dedicadas al pianista italiano Julio Fontana y la segunda de las Mazurcas, op. 41,

    dedicadas a su compatriota el poeta Esteban Witwicki.

    La identificacin de tales obras ha podido conseguirse de una manera cabal sobre lasmismas cartas de Chopin, especialmente las dirigidas a Fontana. De su inspiracin, desu carcter, de su estructura, del lugar que les corresponde en la historia musical y en lahistoria de las emociones y maneras de Chopin, no quiero, no puedo decir una sola

    palabra. Han hablado de ellas los mayores crticos y las supremas autoridades musicalesdel siglo pasado y del actual, desde Schumann a Rubinstein; vamos a orlas de nuevo,dentro de pocos instantes, porque Net, nuestro bravo pianista, nos hace el honor deaadir a esta conversacin ma deshilvanada y sin aliciente, la interpretacin de aquellas

    pginas refundidas o compuestas a la luz de Mallorca, radiante y apolnea; en la quietud

    de una antigua celda prioral, frente por frente de un paraso donde florece el naranjo,verdean los olivos, cimbranse las palmeras, despanse los arroyos y tintinea, lejana, laesquila del rebao, adormecido por la flauta pastoril, ingenua y melodiosa.

    De aquellos das de tedio, de fiebre o de rencor nada queda ya si no es la delicia de esaspginas imperecederas. Sobre las impurezas de hace ochenta aos la muerte hacetiempo que pas su olvido supremo, su purificacin irrevocable. Pero la inspiracin delmsico o del poeta, que es de esencia divina, clama por la inmortalidad, flota

    perpetuamente sobre los lugares que ennobleci y en donde vino a hacerse visible de loshombres, y perdurar, por lo tanto, con resonancia inextinguible en los claustros ycorredores de la Cartuja, antes consagrados al silencio por los hijos de San Bruno yahora ungidos de meloda, que tambin, como el silencio, es una forma de la plegaria,quiere decir, de la comunicacin con las cosas eternas.

    Marzo de 1918.

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    Una joya nutica

    La Carta de Valseca

    Estos das acaba de entrar en la Biblioteca de Catalua, mediante adquisicin porcompra, una pieza del mayor inters: la clebre carta de navegar trazada por elmallorqun Gabriel de Valseca en 1439. No hay quien desconozca el genio nutico que

    presidi a la expansin catalano-aragonesa, ni la hegemona mediterrnea que vino agranjearle. La conquista de Mallorca en 1229, determinada, precisamente, por esteinflujo o sentido de la expansin nacional, se convirti en nuevo impulso de ella, y muy

    pronto la isla consigui emular a la propia metrpoli, si no se constituy en centro delos estudios y de las grandes empresas martimas de Catalua.

    Baste recordar el auge de su comercio con Levante, su Consulado de mar, sustrescientas naves de altura, sus poderosos mercaderes, con sucursales y factoras que seaventuraban hasta el ltimo confn del mundo conocido, y, sobre todo, su escuela-cientfica, podemos decir -, de mareantes, brujoleros, constructores de cuartiers yastrolabios, delineadores de cartas, portulanos y dems documentos aplicables a lanavegacin. No bien cumplido un siglo desde la incorporacin de Mallorca a losdominios de la casa de Aragn, empieza esa actividad a dar muestras ostensibles de simisma; y, por las que quedan y ha respetado el tiempo, puede deducirse toda suimportancia, su caudal de origen y el valor de lo perdido o ignorado a estas horas.

    Slo dos o tres ejemplares ofrece la arqueologa naval anteriores a la carta mallorquinade autor desconocido, fechada en 1323, que mencion y describi M Jomard. Diez yseis aos ms tarde, con la fecha de 1339, aparece la de ngel o Angel Dolcet, acabadaen incierto da de mense augusto in civitate Majoricarum. En 1375 queda terminado elfamoso atlas o mapamundi de Jaime Ribes - judo converso que antes se llam JafudaCresques-, existente ahora en la Biblioteca Nacional de Pars, por haberlo regalado al deFrancia el rey de Aragn. Dos cartas de Guillermo Soler, civis Majoricarum, coetneas

    poco ms o menos de la anterior, se conservan: una en Pars y otra de 1385 en elArchivo de Florencia. Por este mismo tiempo un explorador misterioso, Jaime Ferrer,sala con su uxer o uxar en direccin al Ro de Oro, segn nota que consigna JaimeRibes en el citado mapamundi del mismo ao del viaje, 1375. y que repiti Matas de

    Viladestes, otro de los cartgrafos de la escuela de Mallorca en el suyo de 1413,omitindola Valseca en su obra de 1439, y todava cosa de un siglo y medio despus, yadescubierto y conquistado el Nuevo Mundo, desviadas las antiguas rutas de lacivilizacin y el comercio, aquella tradicin insular contina con los portulanos deMateo Prunes, uno de los cuales se conservafirmado in civtate Majoricarum anno1586.

    Por estos vestigios salvados del naufragio del tiempo y por otros de menos cuanta queaparecen de tarde en tarde puede colegirse la intensidad de aquel movimiento martimoy la perfeccin de dicha escuela, cuyas producciones hallamos casi siempre en poder delos extranjeros.Habent sua fata libelli; las cartas de navegar tambin, y la que trazGabriel de Valseca en grado sumo. Cuarenta o cincuenta aos despus de concluida yde andar en manos de ignotos poseedores, cay un da bajo los ojos de Amrico

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    Vespucio, uno de los pilotos de Coln y el que dio su nombre, ms por casualidad quepor intento, al continente descubierto por el gran genovs. Dnde, en qu arsenal, enqu castillo o cmara de galera, vio Vespucio la codiciada joya? Lo ignoramos tambin:slo sabemos que la adquiri y que dio por ella una suma considerable, al tenor de lanota que puso al dorso: Questa ampia pelle di geographia fu pagata da Amerigo

    Vespucci cxxx ducati di oro di marco.

    En qu viajes le acompa? Para qu derroteros pudo servirle? Lo desconocemosigualmente. Con esta nota, con el precio de ciento treinta escudos de oro que pag por el

    pergamino y con la vanidad de coleccionista que parece desprenderse de dichorecuerdo, quedan agotadas todas las referencias o conexiones con el preclarocomprador. Pasaron muchos aos, pasaron tres siglos, y la carta, que haba ido a parar,no sabemos por qu vas de herencia o de adquisicin, a una biblioteca florentina,

    perdi poco o poco su valor cientfico y actual, para adquirir el de antigedad gloriosa.La biblioteca de Florencia en que estuvo custodiado el mapa de Valseca. vino aliquidacin por reveses de fortuna; hicironse lotes para la venta; acudieron infinidad de

    biblifilos y anticuarios, italianos o extranjeros, de los que andaban a caza depreciosidades, y quiso la suerte quo all se hallase un ilustre prelado mallorqun, donAntonio Despuig y Dameto, quien se apresur a adquirir la pelle di geographia con elnoble propsito de restituirla a su patria de origen, no sin encargar a los PP Lampillas yAndrs, ilustres jesuitas de los expulsados de Espaa, que procurasen identificar elautgrafo de Vespucio.

    Obispo de Orihuela, sucesivamente arzobispo de Tarragona y de Sevilla, el futurocardenal Despuig perteneca a una de las grandes familias nobiliarias de Mallorca,donde naci en 1745. Con decidida vocacin de coleccionista y con medios desatisfacerla, aficionado tambin a la topografa, acompa el brigadier Tofo, en ellevantamiento hidrogrfico del archipilago que realiz por orden del ministerio deMarina. Luego y por cuenta propia public Despuig la carta geogrfica en quetrabajaron el geodesta Ballester y el grabador Montaner. Y en Roma, donde se convirtien el amigo ntimo y en el compaero de cautividad de Po VI durante el cicln de lascampaas napolenicas, pudo dar rienda suelta a sus gustos de arquelogo, de patriota yde magnate, favoreciendo las excavaciones de Ariccio, enriqueciendo con sus hallazgoslas colecciones de Raixa, convertida en preciosa villa al estilo italiano: nutriendo, en fin,su monetario, su biblioteca y su archivo, al cual fue a parar la carta de Valseca.

    El cardenal Despuig, patriarca de Antioquia, muri en Lucca el ao 1814. Y de toda

    aquella fortuna qued heredero su sobrino el conde de Montenegro, ms tarde capitngeneral de Mallorca. All por 1837, Jorge Sand y Chopin realizaron el viaje que todo elmundo conoce. Fueron un da al palacio de Montenegro, en Palma. Atravesaron elzagun, tenebroso y majestuoso a la vez, con sus columnas ventrudas, sus abultados

    blasones, sus arcadas macizas, su escalera regia. Una vez en el archivo, fueronenseadas a los visitantes las preciosidades de ms consideracin, dejando el mapa paralo ltimo: haba que sacarle del gran tubo de hoja de lata en que se guardaba en aquellafecha y dentro del cual probablemente haba venido de Italia. Y entonces ocurri el

    percance que la misma baronesa de Dudevand nos cuenta en Un hiver Majorque,despus de unos datos que acerca de dicha obra le facilit M. Tastu.

    Al transcribir esta nota -dice- los cabellos se me erizan todava, porque una escenahorrorosa acude a mi pensamiento. Estbamos en esa misma biblioteca de Montenegro;

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    el capelln desarrollaba delante de nosotros la misma carta nutica, ese monumento tanprecioso y tan raro, adquirido por Amrico Vespucio en 130 ducados de oro y sabe Diosen cuntos por el cardenal Despuig... cuando a uno de los cuarenta o cincuenta criadosde la casa se le ocurri poner, a modo de pisapapeles, un tintero de corcho sobre una delas puntas del pergamino a fin de mantenerlo extendido y plano sobre la mesa. El tintero

    estaba lleno, lleno hasta los bordes! Y la piel, hecha a permanecer arrollada, movidaesta vez de algn mal espritu, se contrajo con violencia, cruji, dio un salto y, porltimo, se repleg sobre si misma, arrastrando al tintero que desapareci dentro delrollo, libre de todo obstculo. - Un grito general reson, y el sacerdote qued ms plidoque el pergamino. - Lentamente volvieron a desenrollar la carta, todava con la ilusinde una vana esperanza; pero ah! el tintero estaba vaco, la carta inundada y los

    preciosos reyes de las miniaturas nadaban literalmente sobre un mar ms negro que eldel Ponto Euxino.

    As, y dentro de este tono, dictado ms por el sarcasmo que por el arrepentimiento, lailustre escritora contina su relato de la escena. Entonces -aade- todos perdimos la

    cabeza: el capelln creo que se desmay. Los criados acudieron con cubos de aguacomo si se tratase de apagar un incendio y a escobazos y golpes de esponja se pusierona limpiar la carta confundidos reyes, mares, islas y continentes, antes de que hubiramos

    podido oponemos a este acto fatal. La carta qued estropeada pero no sin remedio. M.Tartu haba sacado un calco exacto de ella y se podr as, gracias a l, reparar en parte eldao... Estbamos a seis pasos de la mesa en el momento de ocurrir la catstrofe, pe