Novísimos

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novísimos O POSTRIMERÍAS. REBECA REYNAUD

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Novísimos, Postrimerías, el más allá.

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novísimosO POSTRIMERÍAS.

REBECA REYNAUD

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Toda nuestra realidad futura se ilumina desde Jesús y, concretamente, desde su realidad de resucitado. Sólo Él, verdadero hombre, nos podría revelar -también en la realidad gloriosa- lo que es el hombre (cfr. GS 22).

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Juan Pablo II Los hombres y

mujeres de hoy parecemos andar por esta vida sin rumbo y sin medida del tiempo, ya que no sabemos hacia dónde vamos al final de esta vida en la tierra y, además, no sabemos medir el tiempo de aquí con reloj de eternidad.

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San Juan Pablo II

Las prédicas antes del Concilio solían recordar nuestro futuro después de la muerte: "Acuérdate de que al fin te presentarás ante Dios con toda tu vida” … Tales prédicas, penetraban profundamente en el mundo íntimo del hombre. Sacudían su conciencia, le hacían caer de rodillas, le llevaban al confesionario, producían en él una profunda acción salvífica" (JP II, Cruzando el Umbral de la Esperanza, 1994).

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Muerte, juicio, infierno y gloria:

¿Qué son los novísimos? Los novísimos son la rama de

la teología que trata de lo que sucede tras la muerte. Se habla poco de estos temas, pero son asuntos que nos incumben a todos y que conviene tener presentes. Benedicto XVI ha hablado de la necesidad de evangelizar sobre la vida eterna.

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LA MUERTE Benedicto XVI

En 2006, el Papa animaba a meditar sobre la muerte, «aunque la así llamada civilización del bienestar trata a menudo de borrar la conciencia de la gente, totalmente inmersa en las preocupaciones de la vida diaria».

Y en 2008 dijo: «Es necesario evangelizar sobre la muerte y la vida eterna, realidades particularmente sujetas a creencias supersticiosas y sincretismos, para que la verdad cristiana no corra el riesgo de mezclarse con mitologías de diferentes tipos».

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Muerte

San Pablo enseña que la muerte es consecuencia del pecado de Adán; Rom 5, 12 : «Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos Ios hombres, por cuanto todos habían pecado» ; cf. Rom 5, 15; 8, 10; 1 Cor 15, 21 s.

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Significación de la muerte

Con la llegada de la muerte cesa el tiempo de merecer y desmerecer y la posibilidad de convertirse (sent. cierta).

A esta enseñanza se opone la «apocatástasis», doctrina según la cual los ángeles y los hombres condenados se convertirán y finalmente lograrán poseer a Dios. Es también contraria a la doctrina católica la teoría de la transmigración de las almas (metempsícosis, reencarnación).

Un sínodo de Constantinopla del año 543 reprobó la doctrina de la apocatástasis; Dz 211.

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Muerte Es doctrina fundamental de la

Sagrada Escritura que la retribución que se reciba en la vida futura dependerá de los merecimientos o desmerecimientos adquiridos durante la vida terrena. El soberano Juez hace depender su sentencia del cumplimiento u omisión de las buenas obras en la tierra (Mt 25, 34 ss).

Epulón

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Muerte Los Padres de la Iglesia

enseñan que la conversión se limita a la vida sobre la tierra. SAN CIPRIANO comenta: «Cuando se ha partido de aquí, ya no es posible hacer penitencia y no tiene efecto la satisfacción. Aquí se pierde o se gana la vida» (Ad Demetrianum 25).

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Muerte El tiempo en que el hombre

decide su suerte eterna es aquel en que se hallan reunidos el cuerpo y el alma, porque la retribución eterna caerá sobre ambos. El hombre saca de esta verdad un estímulo para aprovechar el tiempo que dura su vida sobre la tierra.

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EL JUICIO PARTICULAR

Inmediatamente después de la muerte tiene lugar el juicio particular en el cual el fallo divino decide la suerte eterna de los que han fallecido (sentencia próxima a la fe).

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Benedicto XVI dice Cuando no se conoce el juicio

de Dios, cuando no se conoce la posibilidad del infierno, del fracaso radical y definitivo de la vida, no se conoce la posibilidad y la necesidad de la purificación. Entonces el hombre no trabaja bien para la tierra, porque en definitiva pierde los criterios, no se conoce más a sí mismo al no conocer a Dios, y destruye la tierra. Diario L'Espresso, 11 II 2008.

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Juicio particular

La doctrina del juicio particular no ha sido definida, pero es presupuesto del dogma de que las almas de Ios difuntos van inmediatamente después de la muerte al cielo, al infierno o al purgatorio. Los concilios unionistas de Lyon y Florencia declararon esto (Dz 464, 693).

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Lumen Gentium 48:

Antes de reinar con Cristo glorioso, todos debemos comparecer ante el Tribunal de Cristo para dar cuenta cada uno de las obras buenas o malas que haya hecho en su vida mortal (2 Cor. 5, 10); y al fin del mundo saldrán los que obraron el bien para la resurrección de vida; los que obraron mal para la resurrección de condenación (Jn. 5, 29; cf. t. 25, 46)

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Juicio particular

Sor María Natalia Magdolna narra: Jesús me mostró a un alma mientras se acercaba a su juicio particular. A un lado estaba su Ángel de la Guarda y al otro Satanás. El juicio fue rápido y en silencio. El alma pudo ver en unos instantes toda su vida, no con sus propios ojos, sino con los de Jesús. Vio sus manchas grandes y pequeñas. Si el alma va a la condenación, no siente remordimiento por lo que ha hecho. Jesús permanece callado y el alma se aparta de Él, y entonces Satanás lo arrastra al infierno. Sin embargo, durante la mayor parte del tiempo, Jesús –con un amor indescriptible- extiende su mano e indica el lugar a donde el alma debe ir. Si va al purgatorio, Jesús le dice: “Entra”, y el alma se dirige al purgatorio acompañada de nuestra Señora y de su Ángel custodio. Esas almas son muy felices pues ya vieron su lugar en el Cielo.

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Sor María Natalia Magdolna narra en La Victoriosa Reina del Mundo

Un día le pregunté a Jesús:

¿De qué depende nuestra salvación?

Me contestó:

La salvación no depende de hoy, de mañana o de ayer, sino del último momento. Por eso ustedes deben arrepentirse constantemente. Ustedes se salvan porque Yo los he salvado y no por sus méritos. Solamente el grado de la gloria que ustedes reciben en la eternidad depende de sus méritos. Por lo tanto, deben poner en práctica dos cosas: el arrepentimiento y la confianza en Dios. Digan con frecuencia: “Jesús, en tus manos encomiendo mi alma”.

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El juicio particular

San Juan de la Cruz escribió que, «a la tarde, te examinarán en el amor». Y Benedicto XVI, en su encíclica Spe salvi, afirma que «el Juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque es gracia.».

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Carlos Cancelado trata del juicio

Un sacerdote experto en Postrimerías, dice que tendremos cinco juicios: nos van a examinar sobre cinco temas: cómo fue nuestro amor a la familia, amor al prójimo, amor al mundo y a la naturaleza, amor a Dios y amor al propio camino o vocación.

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Opina Pedro Lombardo, siglo XII, y otros teólogos

que los pecados de los elegidos no serán entonces declarados, sino que permanecerán ocultos, como dice David: "Bienaventurados aquéllos cuyas iniquidades han sido perdonadas y cuyos pecados han sido encubiertos (Sal. 31, 1)".

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CIELO. La felicidad esencial del cielo

Las almas de los justos que en el instante de la muerte se hallan libres de toda culpa y pena de pecado entran en el cielo (de fe).

El cielo es un lugar y estado de perfecta felicidad sobrenatural, la cual tiene su razón de ser en la visión de Dios.

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Jesús habla del Cielo

Jesús habla del cielo con la imagen de un banquete de bodas (Mt 25, 10; cf. Mt 22, 1 ss; Lc 14, 15 ss), calificando esta bienaventuranza de «vida» o «vida eterna» ; cf. Mt 18, 8 s ; 19, 29; 25, 46; Ioh 3, 15 ss; 4, 14; 5, 24; 6, 35-59; 10, 28; 12, 25 ; 17, 2. La condición para alcanzar la vida eterna es conocer a Dios y a Cristo: «Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo» (Ioh 17, 3). Los limpios de corazón verán a Dios (cfr. Mt 5, 8).

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San Pablo habla del cielo

San Pablo escribe: «Ni el ojo vio, y ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman» (1 Cor 2, 9 ; cf. 2 Cor 12, 4).

Los justos reciben una gloria que no tiene proporción con los padecimientos de este mundo (Rom 8, 18). En el Cielo veremos a Dios cara a cara (1 Cor 13, 12; 2 Cor 5, 7).

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Cielo

San Juan afirma que por la fe en Jesús se consigue la vida eterna (cf. loh 3, 16).

La vida eterna consiste en la visión inmediata de Dios. «Seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es» (1 Ioh 3, 2).

En el Cielo, todos los males físicos han desaparecido (cf. Apoc 7, 9-17).

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Cielo San Josemaría decía: Vamos a pensar lo que será

el Cielo. Y traía a colación lo que dice el Evangelio: Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó a hombre por pensamiento cuáles cosas tiene Dios preparadas para los que le aman. ¿Os imagináis qué será llegar allí, y encontrarnos con Dios, y ver aquella hermosura, aquel amor que se vuelca en nuestros corazones, que sacia sin saciar? Yo me pregunto muchas veces al día: ¿qué será cuando toda la belleza, toda la bondad, toda la maravilla infinita de Dios se vuelque en este pobre vaso de barro que soy yo, que somos todos nosotros? Y entonces me explico bien aquello del Apóstol: ni ojo vio, ni oído oyó... Vale la pena, hijos míos, vale la pena.

 

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Felicidad accidental del cielo En el Cielo hay una felicidad accidental

procedente del natural conocimiento y amor de bienes creados (sent. común).

Es motivo de felicidad accidental para los bienaventurados el hallarse en compañía de Cristo y la Virgen, de los ángeles y los santos, los seres queridos y los amigos, el conocer las obras de Dios. La unión del alma con el cuerpo glorificado el día de la resurrección significará un aumento accidental de gloria.

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Propiedades del cielo

a) Eternidad La felicidad del cielo dura por toda la

eternidad (de fe). Benedicto XII declaró : «Y una vez que haya

comenzado en ellos esa visión intuitiva, cara a cara, y ese goce, subsistirán continuamente en ellos esa misma visión y ese mismo goce sin interrupción ni tedio de ninguna clase por toda la eternidad» (Dz 530).

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Propiedades del cielo

b) Desigualdad

El grado de la felicidad celestial es distinto en cada uno de los bienaventurados según la diversidad de sus méritos (de fe).

El Concilio de Florencia (1439) declara que las almas de los plenamente justos «intuyen claramente al Dios Trino y Uno, tal cual es, aunque unos con más perfección que otros según la diversidad de sus merecimientos» (Dz 693).

Jesús nos asegura: «El Hijo del hombre dará a cada uno según sus obras» (Mt 16, 27). San Pablo enseña: «Cada uno recibirá su recompensa conforme a su trabajo» (1 Cor 3, 8), «El que escaso siembra, escaso cosecha; el que siembra con largura, con largura cosechará» (2 Cor 9, 6);

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En el Cielo hay muchas moradas

Jesús nos habla de que en la casa de su Padre hay muchas moradas (Ioh 14, 2). TERTULIANO comenta: «¿Por qué hay tantas moradas en la casa del Padre, sino por la diversidad de merecimientos?» (Scorp. 6). SAN AGUSTÍN, en las muchas moradas que hay en la casa del Padre celestial (Ioh 14, 2), ve los distintos grados de recompensa que se conceden en la vida eterna. Y a la supuesta objeción de que tal diversidad engendraría envidias, responde: «No habrá envidias por los distintos grados de gloria, ya que en todos los bienaventurados reinará la unión de la caridad» (In loh., tr. 67, 2).

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Benedicto XVI

«Hoy, todos somos bien conscientes de que, con el término cielo, no nos referimos a un lugar cualquiera del universo (…). Con este término cielo, queremos afirmar que Dios, el Dios que se ha hecho cercano a nosotros, no nos abandona ni siquiera en la muerte y más allá de ella, sino que nos tiene reservado un lugar y nos da la eternidad; queremos afirmar que en Dios hay un lugar para nosotros. [...] Nada de lo que para nosotros es valioso y querido se corromperá, sino que encontrará plenitud en Dios».

Homilía del15 de agosto de 2010

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Así razona J. Cabodevilla

En el cielo el hombre sigue siendo una criatura y posee una capacidad de goce limitada. Sin embargo, ésta puede ser acrecentada indefinidamente. Siempre desbordará Dios la capacidad del hombre para gozar de Él, pero siempre estará en su mano dilatar más y más esa capacidad.

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Cielo La felicidad que encuentra

el marido con su esposa, la encontrará Dios contigo (Is 62,5). Es la delicada intuición de Teresa de Lisieux al ir a visitar a Jesús en el Sagrario: No estoy aquí por mí, sino por Él. Voy a ver a Dios porque eso le gusta, porque se alegra de verme (A, 79v).

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Cielo – el Buen Ladrón

A la petición del buen ladrón: acuérdate de mí cuando estés en tu Reino, el Señor responde: En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso (v. 43).

De modo que el estado del cielo es, fundamentalmente, el de estar con Él. (Lucas 23, 42).

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El Cielo: una relación viva y personal con la Santísima Trinidad

San Juan Pablo II explicó: «El cielo o la bienaventuranza en la que nos encontraremos no es una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con la Santísima Trinidad». Y añadió que «esta situación final se puede anticipar de alguna manera hoy, tanto en la vida sacramental, cuyo centro es la Eucaristía, como en el don de sí mismo, mediante la caridad fraterna. Si sabemos gozar ordenadamente de los bienes que el Señor nos regala cada día, experimentaremos ya la alegría y la paz de que un día gozaremos plenamente».

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Realidad del infierno

Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal van al infierno (de fe).

El infierno es un lugar y estado de eterna desdicha en que se hallan las almas de los réprobos.

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Es ésta la primera idea clara que hemos de tener sobre el infierno

Es el hombre quien elige el rechazo del amor: no se trata de un castigo de Dios infligido desde el exterior, sino del desarrollo de premisas ya puestas por el hombre en esta vida... es la última consecuencia del pecado mismo (San Juan Pablo II, Catequesis de los Miércoles, 28-VII-2000).

El infierno es un misterio que nos rebasa. Su verdad es ante todo una llamada a la responsabilidad con que debemos usar de nuestra libertad.

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La condenación, para Santo Tomás de Aquino

Santo Tomás de Aquino llega a decir que la masa de los adultos se condena, por prestar oídos más a los reclamos de su soberbia y de su sensualidad que a la voz de su conciencia.

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¿Cómo conciliar una condenación eterna con un Amor Infinito?  San Juan Pablo II responde a esta difícil cuestión diciendo que Dios

ha revelado que quiere que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (I Timoteo 2, 4). Si Dios por esto entrega a su Hijo, ¿puede el hombre ser condenado, puede ser rechazado por Dios?

En Mateo habla claramente de los que irán al suplicio eterno (cf. 25, 46). ¿Quiénes serán estos? La Iglesia nunca se ha pronunciado al respecto. Es un misterio verdaderamente inescrutable entre la santidad de Dios y la conciencia del hombre. El silencio es, pues, la única posición oportuna del cristiano. También cuando Jesús dice de Judas, el traidor, que “sería mejor para este hombre no haber nacido” (Mateo 26, 24), la afirmación no puede ser entendida con seguridad en el sentido de una eterna condenación.

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Son siete los tormentos en el infierno

La pérdida de Dios para siempre, el continuo remordimiento de conciencia, saber que ese destino no cambiará, fuego que penetra el alma y no la aniquila, la oscuridad permanente, compañía continua de satanás, desesperación y odio a Dios (maldiciones, deprecaciones y blasfemias).

Luego hay tormentos particulares, y son los tormentos de los sentidos. Con el sentido que pecas serás atormentado, dice Santa Faustina.

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Santa Teresa de Jesús describe una visión del infierno

“Fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho”, y cuyo relato aparece en el Libro de su Vida (c. 32, nn 1-3): “...estando un día en oración, me hallé en un punto toda, sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno... Ello fue un brevísimo espacio; mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme. Parecíame la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy bajo, y oscuro y angosto. El suelo me pareció de agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él.

…Sentí un fuego en el alma ... Los dolores corporales tan incomportables, que con haberlos pasado en esta vida gravísimos, no es todo nada en comparación de lo que allí sentí, y ver que habían de ser sin fin y sin jamás cesar. Porque decir que es un estarse siempre arrancando el alma, es poco… No sé cómo encarezca aquel fuego interior, y aquel desesperamiento sobre tan gravísimos tormentos y dolores. No veía yo quién me los daba, mas sentíame quemar y desmenuzar a lo que me parece, y digo que aquel fuego y desesperación interior es lo peor.

Estando en tan pestilencial lugar, tan sin poder esperar consuelo, no hay sentarse, ni echarse, ni hay lugar; porque estas paredes, que son espantosas a la vista, aprietan ellas mismas, y todo ahoga; no hay luz, sino todo tinieblas oscurísimas…”.

 

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La visión de Santa Faustina K.(1905-1938)

El relato de su Diario (n. 741) dice así:  “Hoy he estado en los abismos del infierno, conducida por un ángel. Es un lugar de grandes tormentos, ¡qué espantosamente grande es su extensión! Los tipos de tormentos que he visto: el primer tormento que constituye el infierno es la pérdida de Dios; el segundo, el continuo remordimiento de conciencia; el tercero, aquel destino no cambiará jamás; el cuarto tormento, es el fuego que penetrará al alma, pero no la aniquilará, es un tormento terrible, es un fuego puramente espiritual, incendiado por la ira divina; el quinto tormento, es la oscuridad permanente, un horrible, sofocante olor; y a pesar de la oscuridad los demonios y las almas condenadas se ven mutuamente y ven todos el mal de los demás y el suyo; el sexto tormento, es la compañía continua de Satanás; el séptimo tormento, es una desesperación tremenda, el odio a Dios, las imprecaciones, las maldiciones, las blasfemias.

 

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La visión de Santa Faustina K.

Estos son los tormentos que todos los condenados padecen juntos, pero no es el fin de los tormentos. Hay tormentos particulares para distintas almas, que son los tormentos de los sentidos: cada alma es atormentada de modo tremendo e indescriptible con lo que ha pecado. ..Habría muerto a la vista de aquellas terribles torturas, si no me hubiera sostenido la omnipotencia de Dios. Que el pecador sepa: con el sentido que peca, con ese será atormentado por toda la eternidad. Lo escribo por orden de Dios para que ningún alma se excuse (diciendo) que el infierno no existe o que nadie estuvo allí ni sabe cómo es.

Lo que he escrito es una débil sombra de las cosas que he visto…La mayor parte de las almas que allí están son las que no creían que el infierno existe... Oh Jesús mío, prefiero agonizar en los más grandes tormentos hasta el fin del mundo, que ofenderte con el menor pecado.

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Jesús habla del infierno

Jesús habla 27 veces del infierno. Le llama gehena, donde el gusano no muere ni el fuego se extingue (Mc 9, 46 s), fuego eterno (Mt 25, 41), fuego inextinguible (Mt 3, 12; Mc 9, 42), horno de fuego (Mt 13, 42 y 50), suplicio eterno (Mt 25, 46). Allí hay tinieblas (Mt 8, 12; 22, 13; 25, 30), aullidos y rechinar de dientes (Mt 13, 42 y 50; Lc 13, 28). San Pablo dice: «Serán castigados a eterna ruina, lejos de la faz del Señor y de la gloria de su poder» (2 Thes 1, 9 ; cf. Rom 2, 6-9. Según Apoc 21, 8, los impíos «tendrán su parte en el estanque que arde con fuego y azufre»; allí serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos» (20, 10).

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Los Padres dan testimonio unánime de la realidad del infierno. Según SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA,

todo aquel que «por su pésima doctrina corrompiere la fe de Dios por la cual fue crucificado Jesucristo, irá al fuego inextinguible, él y Ios que le escuchan» (Eph. 16, 2). SAN JUSTINO funda el castigo del infierno en la idea de la justicia divina, la cual no deja impune a los transgresores de la ley (Apol. II 9)

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Naturaleza del suplicio del infierno

La pena de daño (suplicio de privación) y la pena de sentido (suplicio para los sentidos). La primera corresponde al apartamiento voluntario de Dios; la otra, a la conversión desordenada a la criatura.

La pena de daño, que constituye propiamente la esencia del castigo del infierno, consiste en verse privado de la visión beatífica de Dios ; cf. Mt 25, 41: «¡ Apartaos de mí, malditos!»; Mt 25, 12: «No os conozco» ; 1 Cor 6, 9 : « No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios ?».

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Infierno La pena de sentido

consiste en los tormentos causados externamente por medios sensibles. La Sagrada Escritura habla con frecuencia del fuego del infierno, al que son arrojados los condenados; designa al infierno como un lugar donde reinan los alaridos y el crujir de dientes... imagen del dolor y la desesperación.

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Fuego del Infierno

La mayor parte de Ios Padres suponen la existencia de un fuego físico, aunque insisten en que su naturaleza es distinta de la del fuego actual. La acción del fuego físico sobre seres puramente espirituales la explica SANTO TOMÁS — siguiendo el ejemplo de San Agustín y San Gregorio Magno — como sujeción de los espíritus al fuego material, que es instrumento de la justicia divina.

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Propiedades del infierno

a) Eternidad Las penas del infierno duran toda la eternidad (de

fe). La Sagrada Escritura pone de relieve la eterna

duración de las penas del infierno, pues nos habla de «eterna vergüenza y confusión». (Dan 12, 2; cf. Sap. 4, 19), de «fuego eterno» (Iudith 16, 21; Mt 18, 8; 25, 41; Iud 7), de «suplicio eterna» (Mt 25, 46), de «ruina eterna» (2 Thes 1, 9). Se habla de «fuego inextinguible» (Mt 3, 12; Mc 9, 42) o de la «gehenna, donde el gusano no muere ni el fuego se extingue» (Mc 9, 46 s).

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continúa Propiedades del infierno

b) Desigualdad de penas La cuantía de la pena de cada uno de los

condenados es diversa según el diverso grado de su culpa (sent. común).

Los concilios unionistas de Lyon y Florencia declararon que las almas de los condenados son afligidas con penas desiguales

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El infierno

«Morir en pecado mortal, sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno» (n. 1033 del Catecismo).

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Infierno

La pena principal del infierno es «la separación eterna de Dios, en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira» (n. 1035). «¡Oh, vosotros, los que entráis, abandonad toda esperanza!», leían los condenados al llegar al infierno, según narra Dante Alighieri en la Divina Comedia.

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El infierno: rechazo definitivo de Dios

Dios es Padre infinitamente bueno y misericordioso. Pero el hombre puede elegir rechazarlo. No se trata de un castigo de Dios infligido desde el exterior, sino del desarrollo de premisas ya puestas por el hombre en esta vida. El infierno indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría. Juan Pablo II recordó que el pensamiento del infierno «no debe crear psicosis o angustia; pero representa una exhortación necesaria y saludable a la libertad». San Juan Pablo II, 28 de julio de 1999.

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San Juan Pablo II no dudó en afirmar:

"El hombre de la civilización actual se ha hecho poco sensible a las 'cosas últimas' ... La escatología se ha convertido, en cierto modo, en algo extraño al hombre contemporáneo".

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María Natalia Magdolna, nativa de Eslovaquia, narra que Jesús dijo:

Ustedes no deben estar ansiosos por el destino de los difuntos. Si quieren orar por ellos, digan: “Jesús mío, yo no me inquieto por esa alma, confío en tu misericordia y bondad. Hágase tu voluntad. Tampoco deben angustiarse por cómo hacerse santos. Sólo ámenme, piensen siempre en mí y háblenme. Traten de encontrarme en cada instante de su vida. Yo soy el único que puedo hacerlos santos. Si ustedes viven así, lo que recibirán de mí sobrepasará todas sus expectativas. Yo soy para el alma y el alma es para mí.

 

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ESCATOLOGÍA GENERAL

Realidad del retorno de Cristo

Al fin del mundo, Cristo, rodeado de majestad, vendrá de nuevo para juzgar a los hombres (de fe).

Jesús predijo repetidas veces su segunda venida (parusía) al fin de los tiempos ; Mt 16, 27 (Mc 8, 38; Ec 9, 26) : «El Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras» ; Mt 24, 30 (Mc 13, 26; Lc 21, 27) : «Entonces aparecerá el estandarte del Hijo del hombre en el cielo, y se lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y majestad grande.» El estandarte del Hijo del hombre, según la interpretación de los Padres, es la santa cruz. El venir sobre las nubes del cielo (cf. Dan 7, 13) manifiesta su divino poder y majestad.

Casi todas las cartas de los apóstoles aluden ocasionalmente a la nueva venida del Señor y a la manifestación de su gloria

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Señales precursoras de la Segunda venida

a) La predicación del Evangelio por todo el mundo

b) La conversión de los judíos

En su carta a los Romanos (11, 25-32), San Pablo revela un «misterio»: Cuando haya entrado en el reino de Dios la plenitud (es decir, el número señalado por Dios) de los gentiles, entonces «todo Israel» se convertirá y será salvo. Se trata, naturalmente, de una totalidad moral.

c) La apostasía de la fe

Jesús predijo que antes del fin del mundo aparecerían falsos profetas que lograrían extraviar a muchos (Mt 24, 4 s).

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Señales precursoras de la segunda venida

d) La aparición del Anticristo e) Grandes calamidades Jesús predijo guerras, hambres,

terremotos y graves persecuciones contra sus discípulos: «Entonces os entregarán a los tormentos y os matarán, y seréis abominados de todos los pueblos a causa de mi nombre»; Mt 24, 9. Ingentes catástrofes naturales serán el preludio de la venida del Señor; Mt 24, 29.

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El momento de la nueva venida de Cristo

Los hombres desconocen el momento en que Jesús vendrá de nuevo (sent. cierta).

Jesús dejó incierto el momento en que verificaría su segunda venida. Al fin de su discurso sobre la parusía, declaró: «Cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre» ; Mc 13, 32.

Poco antes de su ascensión a los cielos, declaró el Señor a sus discípulos : «No os toca a vosotros conocer los tiempos ni los momentos que el Padre ha fijado en virtud de su poder soberano»; Act 1, 7.

San Pedro explica la dilatación de la parusía porque Dios, magnánimo, quiere brindar a los pecadores ocasión de hacer penitencia. Ante Dios mil años son como un solo día. El día' del Señor vendrá como ladrón; 2 Petr 3, 8-10.

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LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS

Todos los muertos resucitarán con sus cuerpos en el último día (de fe).

El símbolo apostólico confiesa: «Creo... en la resurrección de la carne». El símbolo Quicumque acentúa la universalidad de la resurrección: «Cuando venga el Señor, todos los hombres resucitarán con sus cuerpos».

Los apóstoles, basándose en la resurrección de Cristo, predican la resurrección universal de los muertos (cf. Act 4, 1 s).

Los muertos resucitarán con el mismo cuerpo que tuvieron en la tierra (de fe).

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Condición del cuerpo resucitado

Los cuerpos de los justos serán transformados y glorificados según el modelo del cuerpo resucitado de Cristo (sent. cierta).

San Pablo enseña que Jesucristo « reformará el cuerpo de nuestra vileza, conforme a su cuerpo glorioso» (Phil 3, 21). «Se siembra en corrupción y resucita en incorrupción. Se siembra en ignominia y se levanta en gloria. Se siembra en flaqueza y se levanta en poder. Se siembra un cuerpo animal y se levanta un cuerpo espiritual» (1 Cor 15, 42-44) ; cf. 1 Cor 15, 53.

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Según San Pablo hay cuatro propiedades de los cuerpos resucitados de los justos:

a) La impasibilidad es la propiedad de que no tener ningún mal físico. Definiéndola con mayor precisión, es la imposibilidad de sufrir y morir.

b) La sutileza o penetrabilidad es d, la propiedad por la cual el cuerpo se hará semejante a los espíritus. Un ejemplo de esto lo tenemos en el cuerpo resucitado de Cristo, que salió del sepulcro sellado y entraba en el Cenáculo aun estando cerradas las puertas.

c) La agilidad es la capacidad del cuerpo para obedecer al espíritu con suma facilidad.

d) La claridad es estar libre de todo lo ignominioso y rebosar hermosura y esplendor. Jesús nos dice: «Los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre» (Mt 13, 43).

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EL JUICIO UNIVERSAL

Cristo, después de su retorno, juzgará a todos los hombres (de fe.)

Casi todos los símbolos de fe confiesan, con el símbolo apostólico, que Cristo al fin de los siglos «vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos», es decir, a todos aquellos que vivan cuando Él venga y a todos los que hayan muerto anteriormente.

El libro de la Sabiduría es el primero que enseña con toda claridad la verdad del juicio universal sobre justos e injustos que tendrá lugar al fin de los tiempos (4, 20 ; 5, 24).

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Juicio Universal

Jesús toma a menudo como motivo de su predicación el «día del juicio» o «el juicio» ; cf. Mt 7, 22 s; 11, 22 y 24; 12, 36 s y 41 s. Él mismo, en su calidad de «Hijo del hombre», será quien juzgue : «El Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras» (Mt 16, 27).

De esta verdad del juicio venidero, el Apóstol deduce conclusiones prácticas para la vida cristiana, exhortando a sus lectores con motivo del juicio para que no juzguen a sus prójimos (Rom 14, 10-12 ; 1 Cor 4, 5), y suplicándoles que tengan paciencia para aguantar los sufrimientos y persecuciones (2 Thes 1, 5-10). San Juan describe el juicio al estilo de una rendición de cuentas (Apoc 20, 10-15).

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El mundo actual será renovado en el último día (sent. cierta).

El profeta Isaías anuncia que habrá un nuevo cielo y una nueva tierra : «Porque voy a crear cielos nuevos y una tierra nueva» (65, 17; cf. 66, 22).

SAN AGUSTÍN enseña que las propiedades del mundo futuro estarán adaptadas al modo de existir de los cuerpos humanos glorificados, lo mismo que las propiedades de este mundo perecedero están acomodadas a la existencia perecedera del cuerpo mortal (De civ. Dei xx 16).

La consumación y renovación del mundo significará el final de la obra de Cristo: su misión estará ya cumplida.

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Palabras del Papa Benedicto XVI sobre el juicio universal: “En la Iglesia se habla demasiado

poco del pecado, del Paraíso y del Infierno". Por este motivo, he querido tocar el tema del Juicio Universal en la encíclica Spe salvi. Quien no conoce el Juicio definitivo no conoce la posibilidad del fracaso y la necesidad de la redención. Quien no trabaja buscando el Paraíso, no trabaja siquiera para el bien de los hombres en la tierra" (7 feb 08).

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Bibliografía sugerida para ampliar sus conocimientos

Justo Luis R. Sánchez de Alva y Jorge Molinero D. De Vidaurreta, EL MÁS ALLÁ, Iniciación a la Escatología, Nostra Ediciones, México 2001.

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El Purgatorio se presenta en otro power point