Niveles de Conciencia

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LOS NIVELES DE CONCIENCIA “Vivir lo que somos” E. Martínez Lozano Los niveles básicos de conciencia que la humanidad ha recorrido podrían agruparse en estas categorías: arcaico, mágico, mítico y racional. Cada vez se hace más presente el estadio integral y podríamos estar ante el umbral, apenas incipiente, de los niveles transpersonales. Diré una palabra sobre cada uno de ellos, con el objeto de que se comprenda mejor la reflexión sobre la cuestión de Dios. • Nivel arcaico (hasta 200.000 a.C.): El hombre primordial vivía en un estado de conciencia más animal que humano, sin conciencia de un «yo» separado, preocupado únicamente por la lucha, la supervivencia y la búsqueda de alimento. Sin haber desarrollado la capacidad mental de «ver», su conexión con la naturaleza era parte de la experiencia sensorial/ emocional inmediata. Su mundo eran las sensaciones y el instinto. • Nivel mágico (200.000 - 10.000 a.C.): El concepto de tiempo se expande más allá del presente inmediato, pero no mucho más, en una especie de «presente expandido». Su estado de conciencia se halla inmerso en lo físico-emocional, se dedica a la caza, y recurre a la magia en busca de apoyo; al mismo tiempo, se torna súbitamente consciente de su mortalidad. Es el nivel propio de las culturas tribales, con una organización social de parentesco. En religión, predomina el animismo. El cielo, el trueno y otros fenómenos están «vivos», y se pueden controlar en beneficio propio a través de palabras y ceremonias mágicas, a partir de la creencia de que el nombre da poder sobre lo nombrado.

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LOS NIVELES DE CONCIENCIA

“Vivir lo que somos”E. Martínez Lozano

Los niveles básicos de conciencia que la humanidad ha recorrido podrían agruparse en estas categorías: arcaico, mágico, mítico y racional. Cada vez se hace más presente el estadio integral y podríamos estar ante el umbral, apenas incipiente, de los niveles

transpersonales. Diré una palabra sobre cada uno de ellos, con el objeto de que se comprenda mejor la reflexión sobre la cuestión de Dios.

• Nivel arcaico (hasta 200.000 a.C.): El hombre primordial vivía en un estado de conciencia más animal que humano, sin conciencia de un «yo» separado, preocupado únicamente por la lucha, la supervivencia y la búsqueda de alimento. Sin haber desarrollado la capacidad mental de «ver», su conexión con la naturaleza era parte de la experiencia sensorial/ emocional inmediata. Su mundo eran las sensaciones y el instinto.

• Nivel mágico (200.000 - 10.000 a.C.): El concepto de tiempo se expande más allá del presente inmediato, pero no mucho más, en una especie de «presente expandido». Su estado de conciencia se halla inmerso en lo físico-emocional, se dedica a la caza, y recurre a la magia en busca de apoyo; al mismo tiempo, se torna súbitamente consciente de su mortalidad. Es el nivel propio de las culturas tribales, con una organización social de parentesco. En religión, predomina el animismo. El cielo, el trueno y otros fenómenos están «vivos», y se pueden controlar en beneficio propio a través de palabras y ceremonias mágicas, a partir de la creencia de que el nombre da poder sobre lo nombrado.

• Nivel mítico (10.000 – 1.500 a.C.): Surgió en el Neolítico y supuso un paso gigantesco: se produce una cierta organización social, empieza a desarrollarse la agricultura, aparece la escritura, se enriquece el lenguaje, la religión asume una forma diferente; lo más decisivo es que las personas empiezan a vivir en grupos y las historias a transmitirse de una generación a otra en forma de mitos. Con su desarrollo, aparecerán las grandes religiones y los grandes imperios. Caracterizados por un fuerte sentimiento de pertenencia y, en consecuencia, por un rígido etnocentrismo, son incapaces de pensar «globalmente». La tolerancia, en este nivel de conciencia, lo mismo que la aceptación de la diversidad, es imposible: seria sinónimo de traición a su Dios y a su pueblo; sería, en última instancia, una amenaza para su sentido del yo, un yo que está asentado

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justamente en su percepción mítica de pertenencia. Las grandes religiones todavía hoy se expresan mayoritariamente en este nivel. El creyente mítico excluye de la salvación a los que no se adhieren a su fe, de donde nace la imperiosa misión de convertir a todos a la «religión verdadera», por el propio bien de ellos.

• Nivel racional-mental (que Wilber llama también egoico): Aparece entre el segundo y el primer milenio a.C., aunque se irá desarrollando en fases sucesivas, y se caracteriza por la aparición en escena del ego y del pensamiento abstracto. Liberado de la magia y del mito, emergido un concepto lineal del tiempo y una sensación de historia, el ego llega a verse como la única y suprema realidad. Entraña la capacidad de pensar de manera abstracta, comprender principios y afirmaciones generales. Agudizado a partir de la Ilustración (s. XVIII), es el nivel que caracteriza al adulto medio de la sociedad actual, en las diferentes instituciones, con excepción, en gran medida, de las iglesias, que siguen ancladas en el nivel mítico anterior. Esto explica las «disonancias» y el rechazo instintivo que suelen provocar por parte de los sectores situados en él: una persona que se mueve en un nivel de conciencia racional no puede sintonizar, en absoluto, con una imagen de Dios propia del nivel mágico o del nivel mítico. Del mismo modo que un adulto no puede ver el mundo como lo ve y lo expresa el niño. Y esto no es cuestión de buena o mala fe —como alguien situado en el nivel mítico estaría tentado de pensar—, sino, sencillamente de nivel o grado de desarrollo de la conciencia.

• Nivel integral: Es el más elevado de los niveles mentales. El yo es capaz de identificarse con la mente abstracta. De ahí, brota la capacidad para pensar desde diferentes perspectivas, o mejor, desde una perspectiva global, superando las ideologías rígidas. Con ello, surgen también el interés y la preocupación por otras personas. Aparecen así, en primer plano, todas las cuestiones globales: ecología, pacifismo, apertura universalista, espiritualidad planetaria, sistemas alternativos, defensa de los débiles...

• Niveles transpersonales (o transmentales y transegoicos): Aunque a lo largo de la historia de la humanidad han existido hombres y mujeres que han experimentado estos niveles de conciencia, da la impresión de que, de un modo más amplio, colectivamente, nos encontraríamos hoy ante este umbral.

No me entretengo en especificar los distintos niveles transpersonales de que habla Wilber (psíquico, sutil, causal, no-dual), sino que me limito a resumir lo más característico de modo general.

Ya al final del nivel anterior (integral), comenzarnos a superar a la propia mente: nos hacemos conscientes de nuestra consciencia, de nuestra racionalidad y eso permite que podamos ver la mente y el pensamiento como objetos. Al hacer así, nos situamos «más allá» de la mente. Dejamos de identificar al yo con la mente racional y lo comenzarnos a identificar con algo que trasciende al cuerpo, a las emociones, a la mente: el testigo interior que las observa, al que podemos llamar «yo permanente». De ese modo, nos vamos despegando más de la personalidad espaciotemporal. Se empiezan a superar las

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barreras de lo mental y de lo individual, en un estado de conciencia expandido, caracterizado por la intuición más que por el pensamiento reflexivo, por la unidad más que por el individualismo. La realidad se nos revela –de un modo sorprendentemente diferente a la percepción habitual–, como no-dual, dinámica, vacía, interconectada, acausal, paradójica...

En cualquier caso, deberíamos ser lúcidos para no aferrarnos al yo-racional como si él fuera nuestra verdadera identidad. Antes de él, el niño (y nuestros antepasados) se identificaron con el yo-corporal/emocional, el yo-mágico, el yo-mítico; al expandirse la conciencia, emerge siempre una «nueva identidad». Lo que antes era «sujeto», en cuanto empieza a ser observado, deviene «objeto». Del mismo modo que, al poder observar el cuerpo desde la mente, el yo-corporal quedó trascendido (e integrado) en el yo-mental, al poder observar la mente, el yo-mental queda trascendido (e integrado) en «aquél» que observa, el testigo interior. ¿Quién ve cuando «yo» miro?, ¿quién comprende cuando «yo» leo?, ¿quién percibe que «yo» pienso?, ¿quién está percibiendo al «yo»?... La persona no se identifica como «yo», sino como el Testigo. Y, a medida que permanezca en esa nueva identidad, su conciencia se ampliará y se manifestará el Testigo no-dual, la Conciencia Unitaria. ¿Y cómo verá el Testigo a nuestro yo anterior? De un modo similar a como ve el yo a nuestro cuerpo.

¿Qué tiene que ver todo esto con la cuestión acerca de Dios? Algo tan decisivo que permite comprender la marginación que actualmente está experimentado la Iglesia en el ámbito noroccidental. Cuando la mayoría de las personas e instituciones se mueven con soltura en un nivel de conciencia racional, e incluso en el integral, la iglesia permanece anclada, mayoritariamente, en el nivel mítico, en lo que se refiere a organización y lenguaje, contenidos y expresiones, imágenes de Dios y formulaciones doctrinales. En esas condiciones, pertenecer a la Iglesia implica -en muchos casos-» retroceder» a un nivel de conciencia mítico. No se trata, por tanto, de creer o no creer, sino de formas de vivir, de sentir, de percibir la realidad y de expresarla.

Quizás se comprenda mejor con un ejemplo, relacionado con una cuestión delicada para los creyentes: la oración de petición. Para el hombre que se encuentra en un nivel de conciencia mágico, la ceremonia bien hecha logrará provocar la lluvia (algo que, en nuestra cultura, nadie creerá, ni siquiera los más fervientes religiosos). En el nivel mítico, el creyente piensa que la oración por la lluvia puede mover el corazón de Dios que, al final, puede concedérnosla. Del mismo modo que el niño, entre 7 y 12 años, puede pensar en Dios como un Ser bueno que hará milagros a su favor, siempre que se porte bien. Pero eso no es un dogma de fe; es sólo una formulación típica de ese estado de conciencia. Lo único que ocurre es que las formulaciones de las grandes religiones se produjeron en el nivel mítico, lo cual explica que las personas religiosas se hayan identificado tanto con ellas, hasta el punto de considerarlas «definitivas». Con ello, no hacen sino permanecer en la ignorancia y autoexcluirse de la historia de la evolución de la conciencia. Pero sigamos con nuestro ejemplo. En un nivel racional, el creyente «racionalizará» su petición y dirá someterse a la voluntad de Dios, porque El sabe mejor «lo que nos conviene». Y, al mismo

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tiempo, inventará sistemas de regadío, porque empieza a intuir que la realidad se maneja por leyes autónomas, al margen de intervencionismos extramundanos. En niveles transpersonales de conciencia, el creyente sigue «pidiendo» -anhelando- todo lo que necesita, pero no se dirige al dios exterior de la conciencia mágica o mítica, ni al dios «racionalizado», sino, más allá de todo dualismo (típico del nivel mítico e incluso racional), a la dimensión divina que experimenta no-separada, a Lo Que Es. Y esa oración será «eficaz», porque nada nos haría estar más en unidad con Dios y con las personas por las que oramos.

Con ello, no se ha perdido nada, no se ha perdido la fe -como suelen gritar los creyentes míticos, cuando escuchan formulaciones diversas a las suyas-, sino que se ha dado otro paso decisivo en la marcha evolutiva de la humanidad, en la que la Conciencia va desvelando su Rostro.Todos los místicos han experimentado esa Unidad en Dios, aunque tuvieran que expresarla en categorías propias de su propio paradigma cultural. Incluso santa Teresa de Jesús, ejemplo de oración relacional y afectiva, en su obra de madurez, se ve llevada por su propia experiencia a reconocer la Unidad, echando mano de imágenes atrevidas:

«Digamos que sea la unión como si dos velas de cera se juntasen tan en extremo, que toda la luz fuese una... Acá es como si cayendo agua del cielo en un río o fuente, adonde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividir ni apartar cuál es el agua del río, o lo que cayó del cielo; o como si un arroyico pequeño entra en la mar, no habrá remedio de apartarse; O como si en una pieza estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz; aunque entra dividida, se hace todo una luz».(7 Moradas 2,4)

Sólo esa nueva conciencia dará respuesta al anhelo humano, nos liberará de la agotada prisión egoica, de los callejones sin salida donde se encuentra el yo, permitirá avanzar en humanización y establecerá las condiciones que posibiliten la emergencia y manifestación creciente de la Belleza amorosa y radiante del Espíritu, la Unidad Que Somos/Es.