Napoleón. El revolucionario coronado³n. El... · ombre del Siglo de las Luces ... El 18 Brumario...

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DOSSIER 59 60. Europa, deslumbrada. El astro Carlos Martínez Shaw 67. De Napoleón a Bonaparte Manuel Moreno Alonso 73. El Imperio. Un sueño imposible Manuel Moreno Alonso Hace doscientos años, Napoleón Bonaparte se autocoronó Emperador. Era la última consecuencia de la vertiginosa carrera de su genio militar y político. Con este gesto quiso encarnar un símbolo que permitiera extender por Europa los ideales de la Revolución Francesa, de los que era fiel y sincero adepto. Pero el empuje arrollador de sus ejércitos se estrelló en Rusia y en España y la Europa real se negó a encajar en su diseño. Dos especialistas explican en qué acertó y en qué falló el Emperador ilustrado Napoleón coronado, por David (París, Institute de France). NAPOLEÓN El revolucionario coronado

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DOSSIER

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60. Europa, deslumbrada. El astroCarlos Martínez Shaw

67. De Napoleón aBonaparteManuel Moreno Alonso

73. El Imperio. Un sueño imposibleManuel Moreno Alonso

Hace doscientos años, Napoleón Bonaparte se autocoronóEmperador. Era la última consecuencia de la vertiginosa carrera de su genio militar y político. Con este gesto quiso encarnar unsímbolo que permitiera extender por Europa los ideales de laRevolución Francesa, de los que era fiel y sincero adepto. Pero elempuje arrollador de sus ejércitos se estrelló en Rusia y en Españay la Europa real se negó a encajar en su diseño. Dos especialistasexplican en qué acertó y en qué falló el Emperador ilustrado

Napoleón coronado, por David (París, Institute de France).

NAPOLEÓNEl revolucionariocoronado

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Hombre del Siglo de las Lucespor educación y por incli-nación, Napoleón perma-neció siempre fiel a la

ideología esencial de la RevoluciónFrancesa, que había bebido en laEncyclopédie y en los philosophes.Del mismo modo, siempre pudoadaptar sin violencia su jacobinismo departida al autoritarismo de sus añosde máximo gobernante. Y también su-po cohonestar su lealtad a las conquis-tas revolucionarias con la necesidad deencauzar la actuación torrencial del go-bierno del Comité de Salud Pública ha-cia los canales más tranquilos que exigíauna sociedad ya cansada de tantas con-mociones. Ambicioso de gloria, buscódenodadamente la coincidencia entre susintereses personales y los de la Franciasurgida de la Revolución. Y, del mismomodo, trató de lograr la imposible con-ciliación de sus afectos personales conlas necesidades derivadas de su proyec-to político: recompensó a sus mariscales,pero abandonó al general Kléber enEgipto; tuvo un gran respeto por la vi-da humana, pero las guerras que llevó acabo se saldaron para Francia con lamuerte de cerca de un millón de hom-bres; acabó con la represión sumaria de

épocas anteriores y promovió la recon-ciliación nacional –amnistías para la aris-tocracia emigrada, para los jacobinos de-portados, para la chouannerie contra-rrevolucionaria–, pero al parecer no pa-deció remordimientos de conciencia porla ejecución del duque de Enghien, enun momento de recrudecimiento de laactividad conspirativa; fue sensible alamor, pero aceptó de buen grado el ma-trimonio por razones dinásticas con Ma-ría Luisa de Austria.

Las principales bazas del éxito de

Napoleón fueron, sin duda, una pode-rosa inteligencia, un agudo sentido dela oportunidad, una gran capacidad de

improvisación y una decisiva alianzacon la diosa Fortuna. Recibió losprimeros favores de esta divinidadantes de nacer, pues la cesión deCórcega a Francia por parte de la

República de Génova, en 1768, iba aofrecer al niño que vendría al mundoal año siguiente, en Ajaccio, unas opor-

tunidades incomparablemente superio-res a aquellas de que hubiera disfruta-do dentro del mundo soñoliento de la is-la bajo la soberanía genovesa. En efec-to, la familia Buonaparte había hechouna meditada elección a favor de Fran-cia, de tal modo que el joven Napoleónpudo beneficiarse de una educación ge-neral y de una formación militar que lepermitirían avanzar muchos pasos en elsentido de sus aspiraciones. Todavía, sinembargo, hubo de vencer la llamada desu tierra natal, la sugestión de desempe-ñar un papel relevante en la Córcega di-rigida por Paolo Paoli, como gobernadordel rey constitucional Luis XVI. En esatesitura, sus discrepancias con el lídercorso, la sublevación de su propio re-gimiento, la animadversión de Paolicontra la recién proclamada RepúblicaFrancesa y el rebrote del nacionalismocorso, que consideraba a los Buonapartecomo enemigos de la patria y colabora-

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CARLOS MARTÍNEZ SHAW es catedrático deHistoria Moderna, UNED.

Inteligencia, sentido de la oportunidad y suerte: su efecto combinado hizode Napoleón un genio indiscutible. Carlos Martínez Shaw revisa sufigura a la luz de los últimos estudios y recuerda los grandes interrogantesque suscita su actuación política, militar y jurídica en Europa

EL ASTROEuropa, deslumbrada

Escudo de Napoleón, un gobernante queconcilió su ambición y su autoritarismo conlos ideales revolucionarios de 1789.

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Napoleón cruzando el Puente deArcola, por Antoine-Jean Gross, unamuestra del arte áulico heredado delAntiguo Régimen, que el Emperadorutilizó con fines propagandísticos.

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cionistas profranceses, fueron un haz demotivaciones que, al tiempo que obli-gaba a toda la familia a salir de la isla enjunio de 1793, ocasionó una crisis defi-nitiva en el pensamiento de Napoleónque, a partir de entonces, se entregó de-finitivamente a la causa de la Francia re-volucionaria. Poco después, esta deci-sión quedó simbolizada por un delibe-rado cambio de nombre: Buonaparte de-jó paso a Bonaparte.

De esta forma, Napoleón desembarcaen el verano de 1793 en la base naval deToulon, justamente cuando acaba de es-tallar el movimiento federalista quesacude todo el sur de Francia. Una pro-clama política a favor del partido de La

Montaña, que atrae la atención de losconvencionales, señala el inicio de unacarrera fulgurante, que se consolida consu primer gran éxito militar, la direcciónde la decisiva ofensiva de la artillería, quepermite la recuperación de la plaza porel Gobierno de París, en diciembre deaquel 1793. Comienza la leyenda militardel petit caporal, que es ascendido in-mediatamente a general de brigada.

La caída de los Robespierre (Maximi-lien y Augustin, este último su protectordirecto) compromete la carrera de Na-poleón, demasiado vinculado a los di-rigentes del Comité de Salud Pública. Unprimer intento de rehabilitación por par-te de las nuevas autoridades tropieza

con la negativa de Napoleón a aceptar,en mayo de 1795, un despacho en elejército del Oeste. En este presunto tras-piés se revela una inteligente decisiónde su parte, que, al mismo tiempo querechaza implicarse en una penosa acciónde retaguardia contra los chouans de LaVendée, puede quedarse en París sinninguna función concreta, a la espera dela oportunidad que pueda brindarle unasituación política extremadamente flui-da. La ocasión se presenta cuando el viz-conde Paul de Barras, uno de los com-ponentes del Directorio, le nombra se-gundo comandante del ejército del In-terior y le encomienda poner fin a la so-terrada conspiración realista. Napoleónacaba con la sublevación monárquicamediante la acción militar del 13 Ven-dimiario del año IV (el 5 de octubre de1795). Es nombrado general de divisióndel ejército del Interior y, más tarde, co-mandante en jefe del ejército de Italia.De este modo, las campañas en tierrasitalianas, con las memorables victoriasde Arcola (noviembre, 1796) y Rívoli(enero, 1797), la firma de la Paz de Cam-poformio (octubre, 1797) y la creaciónde las repúblicas Ligur y Cisalpina, per-miten consolidar la fama del “generalVendimiario”.

Golpe de mano en ParísEntretanto, en París la victoria del ala de-recha en las elecciones de abril de 1797había agudizado el conflicto entre elCuerpo Legislativo y el Directorio. An-te una nueva amenaza de restauraciónmonárquica, fue Barras una vez másquien tomó la iniciativa de preparar me-tódicamente un golpe de Estado. Du-rante el verano de 1797, Barras fue in-troduciendo en los alrededores de Parísvarios destacamentos militares, antes deentrar en contacto con Napoleón que,imposibilitado de abandonar Italia, en-vía al general Augereau para que pro-ceda en la madrugada del 18 Fructidor(4 de septiembre) a la ocupación militarde la capital, permitiendo la depuracióndel Cuerpo Legislativo y el nombra-miento del segundo Directorio. De es-te modo, con sus acciones de Vendi-miario y de Fructidor, Napoleón habíaconseguido desbaratar la conjura con-trarrevolucionaria y se había convertidoen árbitro de la suerte de la República.El siguiente paso sería encarnar perso-nalmente la defensa de la Revolución.

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El fusilamiento del duque de Enghien, en 1804, en la fortaleza de Vincennes, por un erroraccidental o deliberado en las comunicaciones, nunca provocó remordimientos a Napoleón.

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Sin embargo, antes de franquear eseúltimo umbral, Napoleón emprenderáuna de sus más célebres aventuras. Así,como alternativa a la invasión de Ingla-terra –que seguía siendo el principalenemigo de Francia–, Napoleón propu-so al Directorio la organización de unaexpedición a Egipto. Aunque, desde elpunto de vista estratégico, la ocupacióndel territorio egipcio significaba pro-yectar una amenaza contra la India, lapieza clave del imperio ultramarinobritánico, otros motivos de índole per-sonal debieron jugar en la decisión de

Napoléon: Oriente era un mundo fabu-loso, donde se habían formado los gran-des imperios de la Historia, donde seconservaban los más grandes vestigiosde la Antigüedad, donde estaban encla-vados los Santos Lugares. Ahora bien, sila batalla de las Pirámides fue un nuevoéxito de la infantería francesa manda-da por Napoleón –que presentó una for-mación en cuadro contra la que se es-trellaron las sucesivas avalanchas de lacaballería mameluca– y si el “sueñooriental” de Napoleón –con sus perdu-rables frases grandilocuentes y sus

valiosos hallazgos científicos– contribu-yó en no poca medida a la leyenda na-poleónica, la falta de un respaldo navalsuficiente condenó la empresa egipcia alfracaso, tras la destrucción de la flota ga-la por el almirante Horatio Nelson en larada de Abukir (agosto, 1798), que dejóal ejército francés prisionero en África.

Un año en OrienteUna vez más, la combinación entre in-teligencia, sentido de la oportunidad yfortuna fue la aliada de Napoléon, que,después de deambular durante un añopor Egipto y Siria, consigue escapar de laratonera en que se había deslizado bur-lando a la flota inglesa y desembarcandoen Fréjus para continuar viaje hasta Pa-rís, donde llega a mediados de octubrede 1799, justo a tiempo para ponerse alfrente del definitivo golpe preparado porel Directorio contra la oposición. El 18Brumario (9 de noviembre) Napoleón de-sarrolló ante el Senado, instalado –al igualque los diputados del Consejo de los Qui-nientos– en el Palacio de Saint-Cloud, undiscurso que, esgrimiendo el peligro deuna vuelta al terror y la necesidad de sus-pender una Constitución ya violada tresveces, reclamaba para sí poderes ex-traordinarios que se comprometía a asu-mir sólo hasta el restablecimiento de lanormalidad. Ante el fracaso del intentode repetir la arenga ante los Quinientos,algunos de cuyos miembros llegaron a

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EL ASTRO. EUROPA, DESLUMBRADANAPOLEÓN, EL REVOLUCIONARIO CORONADO

Europa napoleónica

Desde la costa atlántica francesa hastael extremo oriental de Polonia y des-

de Waterloo, en Bélgica, a Ajaccio, en Cór-cega, pasando por Balestrino, en Italia, yJena, en Alemania, una quincena de mu-nicipios europeos se constituye oficialmenteeste 3 de diciembre en Federación Europeade Lugares y Ciudades Napoleónicos, enuna ceremonia que tendrá lugar en la ca-pital corsa.

La idea es asociar a las ciudades que sevieron afectadas de una u otra forma por laHistoria napoleónica, en un período com-prendido entre la Revolución Francesa, en1789, y 1870, que marcó el principio de lacaída del Segundo Imperio.

La idea original partió de las ciudadesPultusk y Balestrino, que buscaban es-tructuras y medios para financiar la reha-bilitación de su patrimonio arquitectóni-co. La creación de esta red entre escena-rios asociados al Emperador debe ayudara desarrollar el turismo histórico y cultu-ral y reforzar el sentimiento de pertenen-cia a la vez a un municipio y a Europa, si-multáneamente.

Una de las ciudades emblemáticas delproyecto es la localidad de La Roche-sur-Yon, ejemplo de urbanismo del Primer Im-perio, que combina fines militares y de ad-ministración civil, y que fue refundada pordecreto imperial hace ahora dos siglos.

Pío VII, que asistió a la coronación deNapoleón en 1804, le excomulgó por laocupación francesa de los Estados Pontificios.

Bonaparte firma el Concordato el 16 de julio de 1801, por François Gérard. Con el acuerdo sellegó a un equilibrio entre los principios de la Revolución y las exigencias de la Iglesia.

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zarandearle, Napoleón decidió recurrira las armas, disolviendo los Consejos eimponiendo a los senadores y diputadosque se quedaron la sustitución del Di-rectorio por una Comisión consular eje-cutiva, compuesta por el abate Sieyès, Ro-ger Ducos y el propio Bonaparte, que ve-ía abiertas ante sí las puertas para la ins-tauración de su gobierno personal.

Proclamado sucesivamente cónsul(noviembre, 1799), primer cónsul (di-ciembre, 1799), cónsul vitalicio (agosto,1802) y Emperador (mayo, 1804), es el

momento de valorar la obra de gobier-no de Napoleón a lo largo de sus quin-ce años como primer mandatario deFrancia. Un gobierno que fue ejercidode modo autoritario, sin que su volun-tad personal encontrase serios contra-pesos, pero que se puso al servicio dela institucionalización de las conquistasrevolucionarias: la primacía de la Cons-titución, la separación de los poderes, laigualdad de todos ante la ley, la garan-tía de los derechos individuales –inclu-yendo la libertad de conciencia– y la

proclamación del Estado laico y toleran-te con las creencias de los ciudadanos.

La institucionalización necesitó de ungran esfuerzo normativo, hasta tal pun-to que algunos autores han visto en Na-poleón un nuevo Justiniano. Primero,procedió a la creación de unas nuevasestructuras administrativas, que siguie-ron un modelo altamente centralizado yuniformizado, tanto en lo relativo a losprincipales órganos de gobierno comoen el campo de la administración terri-torial –las prefecturas departamentales–.Segundo, promulgó una serie de códi-gos –de procedimiento civil, comercial,de instrucción criminal, penal–, entre loscuales hay que destacar el código civilde los franceses, el famoso Code Napo-léon (marzo, 1804), que iba a servir deprototipo para muchos otros países. Ter-cero, se encargó de la reorganización delsistema judicial –aunque aquí los go-biernos revolucionarios lo habían hechocasi todo–, del sistema financiero –conla creación del Banco de Francia, entreotras medidas– y del sistema educativo–con la creación de los liceos de se-gunda enseñanza y de la universidadque sería llamada napoleónica–. Final-mente, reorganizó o creó una serie deinstituciones científicas llamadas a unalarga vida: el Museo de Historia Natural,el Instituto Nacional de Ciencias y Artes,el Colegio de Francia.

Estado laico, Iglesia lealUn aspecto clave fue la solución de laquerella eclesiástica. Deísta convenci-do, Napoleón trató la problemática re-ligiosa como una más de entre las cues-tiones de Estado. Su máximo logro, unode los que han encontrado un eco másunánimemente favorable entre los es-pecialistas, fue la firma del Concorda-to de julio de 1801, que llegaba a unequilibrio estable entre los irrenuncia-bles principios de la Revolución y lasexigencias esgrimidas por la Iglesia Ca-tólica. La proclamación del Estado laicono consentía ni una religión oficial niuna iglesia privilegiada, de modo que,reconociendo como un hecho que el ca-tolicismo era la religión de la mayoríade los franceses, pudo conceder a laIglesia Católica el libre ejercicio de sumisión dentro de la esfera de lo espiri-tual y pudo acordar un sueldo a sus mi-nistros (obispos y párrocos) a cambiodel juramento de lealtad al Gobierno,

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Bonaparte entra en Egipto, donde recibe el saludo de los beys, que llevan la enseña tricolor dela República francesa, según un grabado propagandístico de la época (París, B. Nacional).

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dentro de una Constitución que con-templaba la libertad de conciencia.

El Concordato –y, todo hay que de-cirlo, la esperanza de recuperar los te-rritorios de las Legaciones de Bolonia,Ferrara y Rávena– allanó el camino a lavenida a París de Pío VII para la solem-ne coronación del Emperador en la ca-tedral de Nôtre-Dame (diciembre, 1804).Las desavenencias posteriores estaríanunidas más que nada a la ocupaciónfrancesa de los Estados Pontificios (ma-yo, 1809), que decidió al Papa a la ex-comunión del Emperador.

Genio militar y errores de cálculoNo parecen existir serias discrepanciassobre la capacidad militar de Napoléon,presentado frecuentemente como unnuevo Alejandro. Muchas de sus accio-nes bélicas han quedado como ejem-plos de perfecta estrategia, combinandoun cuidadoso plan de combate con unasombroso sentido de la improvisaciónen los momentos puntuales en que sedecidía la suerte de la batalla. Así, go-zan de justa fama algunas de sus másbrillantes victorias, como las del Puen-te de Arcola, donde sus 15.000 hombresconsiguieron derrotar a los 40.000 delejército austríaco; Austerlitz, donde ladeliberada falta de protección de su flan-co izquierdo indujo al enemigo a sus-traer fuerzas de su sección central, so-bre la que se desencadenó el ataqueprincipal de las tropas francesas; Jena,donde la mitad del ejército prusiano fuedeshecho en pocas horas por un ataquefulminante, mientras Davout hacía lopropio con la otra mitad en Auerstädt;Wagram, donde la inspiración de Na-poleón alcanzó una de sus más altas co-tas, al evitar el hundimiento de Massénacon las cargas de caballería de Lassalley al destrozar el centro austríaco con lairrupción de las tropas mandadas por elpríncipe Eugène de Beauharnais. El ca-pítulo de los logros militares, por último,no se puede disociar de la capacidad dereclutamiento (unos 600.000 hombres),ni de las innovaciones en materia de or-ganización e instrucción militar –inclu-yendo la creación de las célebres aca-demias de artillería e ingenieros, de ca-ballería de Saint-Germain y de infante-ría de Saint-Cyr–, ni de la capacidad delselecto grupo de generales y marisca-les que dirigieron los distintos cuerposde ejército, ni del valor de la mítica

Guardia Imperial o Vieille Garde, consus más de cien mil hombres fervorosa-mente leales al Emperador.

Sin embargo, también se le han re-prochado algunos errores de cálculo,aunque estos fallos no se produjeran enel campo de batalla, sino en la soledaddel despacho. Napoleón desdeñó el pa-pel de la marina en la guerra europea,como se puso de manifiesto en la cam-

paña de Egipto o en las órdenes giradasal almirante Villeneuve con ocasión deTrafalgar. Del mismo modo, acostum-brado a los combates en campo abier-to de los ejércitos regulares, no fue ca-paz de prevenir otras modalidades de laguerra, como fue el caso de la guerrillade España o del rechazo a presentarbatalla campal de Rusia, de modo que,en el primer caso, el ejército se vio

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Mimado por la Historia

Napoleón es posiblemente el perso-naje histórico que cuenta con una

bibliografía más abundante. Sus accionesya impresionaron vivamente la mente desus contemporáneos, y desde entonces has-ta nuestros días el interés por su figura ysu obra no ha dejado de crecer continua-mente. De ahí que los títulos que se ocu-pan de su biografía o que discuten los dis-tintos aspectos de su actuación política omilitar sean tantos que, a veces, lograr unasíntesis constituya una tarea titánica paralos especialistas.

A esta circunstancia hay que unirle unasegunda no menos relevante. Napoleón esun personaje controvertido, que ha disfru-tado de una leyenda heroica pero que tam-

bién ha padecido de una leyenda negra. Yaen 1949, el historiador Pieter Geyl publi-có un libro donde se analizaban las distin-tas valoraciones realizadas por los estudio-sos franceses hasta la fecha de edición de suobra, con el significativo título de Napo-leon For and Against. Si ahora añadimos elmedio siglo transcurrido y los autores deotras nacionalidades, las opiniones a favory en contra se multiplican hasta extremosconsiderables. Y, sin embargo, a pesar delas dificultades, los progresos de la inves-tigación histórica sobre bases científicaspermiten hoy encontrar una base de acuer-do sobre la casi totalidad de las cuestionesque se refieren a las cualidades humanas,políticas y militares del Emperador.

EL ASTRO. EUROPA, DESLUMBRADANAPOLEÓN, EL REVOLUCIONARIO CORONADO

El ejército francés cruza la sierra de Guadarrama, en diciembre de 1808, por Nicolas AntoineTaunay. La invasión de España fue el primer error estratégico de Napoleón.

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sometido a un continuo desgaste deefecto desmoralizador y, en el segundo,abocado a la persecución de un enemi-go invisible, que sólo dio la cara cuan-do las tropas francesas se batían en unapenosa retirada a través de un espacioinmenso y bajo el acoso de una impla-cable meteorología. Fruto amargo deesas carencias, el poder de la flota fran-cesa (y también de la española) queda-ría definitivamente quebrantado desde1805, mientras la Grande Armée sufríaen España 300.000 bajas y en Rusia cer-ca de 400.000, del total de 900.000 quecostó el esfuerzo imperial.

Exportar la RevoluciónEl objetivo principal de este esfuerzo hasido valorado de modo muy diferentepor los estudiosos. ¿Respondía al viejosueño de la expansión de las fronterasfrancesas? ¿Fue una consecuencia lógicade las guerras desatadas por las sucesi-vas coaliciones europeas? ¿Formaba par-te de un proyecto “carolingio” de partedel nuevo Emperador? ¿Fue un primerensayo de “integración europea”? ¿Latió

en el fondo la ilusión de un imperio uni-versal? Pese a la necesidad de combinarlas distintas motivaciones, es precisoconcluir que si bien Napoleón tuvo encuenta prioritariamente los interesesfranceses (“La France avant tout”), tam-bién incluyó entre sus aspiraciones la re-publicanización de los territorios queiban cayendo bajo su órbita de influen-cia, la exportación de los valores de laRevolución Francesa a los demás paísesy, por ese camino, en suma, la moder-nización de Europa.

Napoleón Bonaparte fue, en definiti-va, un hombre dotado de genio, capazde percibir el rumbo de la Historia y ca-paz de definir su lugar en el desenvol-vimiento de esa misma Historia. Un hom-bre que además contó con los favorestanto de Marte como de Minerva y conla protección permanente de la Fortuna.Su inspiración le permitió ocupar unotras otro diversos puestos clave, desdedonde influir en los trascendentalesacontecimientos que se estaban produ-ciendo en su época. De esta forma, cum-

plió la misión histórica de estabilizar laRevolución Francesa, de garantizar la su-pervivencia de sus principios, de difun-dir sus valores por toda Europa y, portanto, en última instancia, de influir enel curso de la Historia universal.

La leyenda napoleónica empezó aconstruirse ya en vida del Emperador.Los primeros materiales para levantar eledificio a la gloria de Napoleón fueronsus propias declaraciones y los instru-mentos de la propaganda oficial, des-de los Arcos de Triunfo del Carrousel yl’Etoile o la columna de la Place Vendô-me a las grandes pinturas conmemora-tivas de Jacques-Louis David –como elgrandioso cuadro de Napoleón cruzan-do el San Bernardo o el más aparatosode la Coronación imperial– y de sus dis-cípulos, especialmente Antoine-JeanGros, autor del bello y heroico lienzodedicado a Napoleón cruzando el Puen-te de Arcola. Un arte áulico que, here-dado del Antiguo Régimen, marca sinembargo al mismo tiempo la transicióndesde la sensibilidad neoclásica al triun-fo del romanticismo.

Sus acciones también impresionaron vi-vamente la imaginación de sus contem-poráneos, y no sólo entre los franceses,sino también en otros ámbitos, particu-larmente en aquellos que más podero-samente experimentaron la onda expan-siva de la energía revolucionaria e impe-rial, como fueron Italia y Alemania.

Admirado por la éliteSi en el primer caso basta recordar elsentimiento expresado por AlessandroManzoni en su conocido poema Cincode Mayo, en tierras de Alemania es bienconocida la intención de Beethoven dededicar su Tercera Sinfonía a Napoleón,así como la admiración que Goethe sin-tió siempre por el Emperador, que a sujuicio, a la altura del año 1807, repre-sentaba “el fenómeno más extraordina-rio que hubiera podido producir la His-toria después de César y Alejandro”, pa-labras a las que harán eco las primeraslíneas de La Cartuja de Parma, deStendhal, otro de sus incondicionales.

Su grandeza le sería reconocida in-

cluso por algunos de sus enemigos, co-mo el vizconde de Chateaubriand, quehabía roto con el Emperador tras el epi-sodio del duque de Enghien y que, sinembargo, le dedicaría unas significati-vas palabras en un célebre pasaje desus Memorias de Ultratumba: “Descen-der de Bonaparte y del Imperio a loque le ha seguido es descender de larealidad a la nada, de la cima de unamontaña a un precipicio ¿No ha termi-nado todo con Napoleón? ¿He debidohablar de otra cosa? ¿Qué personajepuede interesar fuera de él? ¿De quiény de qué puede tratarse después de se-mejante hombre? (...). Los mismos bo-napartistas se habían replegado: el al-ma faltó al nuevo universo tan prontocomo Bonaparte retiró su aliento, y losobjetos se borraron desde que ya nofueron iluminados por la luz que les ha-bía dado el relieve y el color”. Y Cha-teaubriand no fue el único en ver enNapoleón el meteoro que había surca-do el cielo de Europa, el astro que ha-bía alumbrado un trascendental períodode su Historia. ■

Beethoven le dedicó su Tercera Sinfonía,Manzoni le ensalzó en sus poemas y paraGoethe fue un “fenómeno extraordinario”

Napoleón en 1805, con toda la parafernaliade la dignidad imperial, por Françóis Gérard(Palacio de Versalles).

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Napoleón entra de pleno ensus destinos: necesitó hom-bres, los hombres tuvieronnecesidad de él, los acon-

tecimientos lo hicieron posible, él hizoposibles los acontecimientos” (Chate-aubriand).

A los 17 años, el joven Bonapartecomenzó a escribir una especie denovela que trataba de un aventu-rero austríaco que se hacía pro-clamar rey de Córcega con elnombre de Teodoro I. Era la his-toria de una aventura, en la quese resume la suya propia, al ha-ber pretendido igualmente “con-tribuir a la felicidad de una na-ción”. Por más que en su casono se contentara con la “felici-dad” de Córcega, su tierra natal.Pues lo mismo que Cromwell enel caso de Inglaterra, se propu-so la felicidad de la nación fran-cesa, y, poco después, en mayormedida que César, el dominiodel mundo. Lo advertía ya, en latemprana fecha de 1800, un fo-lleto que corrió por París con eltítulo de Paralelo entre César,Cromwell y Bonaparte, que lapolicía atribuyó, sin que le falta-ra razón, a su hermano Luciano.

MANUEL MORENO ALONSO esmiembro de The InternationalNapoleonic Society.

Desde 1799 hasta 1814, el gobierno de Napoleón no fue más que unaférrea dictadura, en la que Bonaparte fue acumulando cada vez máspoderes. Manuel Moreno se adentra en el entramado legaly la estructura burocrática y represiva organizada por el dictador

De Bonaparte a

NAPOLEÓN

Dibujo preparatorio para su recreación de la coronación de Napoleón, por David.

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Justo en un momento en que nadie den-tro o fuera de Francia podía imaginarque el flamante cónsul Bonaparte ha-bría de convertirse, poco después, enel emperador Napoleón.

La dictaduraLos hechos prueban que, duranteel Directorio, ni siquiera los repu-blicanos más avezados fueronconscientes del peligro que podíasuponer para los destinos de Fran-cia el general Bonaparte. Ante el de-terioro de la situación política, na-die podía imaginar que aquel militarde fortuna pudiera convertirse en el re-generador de la República. “Todo estoocurre –llegó a decir Sieyès– porqueentre nosotros sólo hay masas, y no unasola cabeza y un solo sable para eje-cutar lo que la cabeza imagina”. Pero,en la nueva situación, el famoso autorde Qué es el Tercer Estado se equivo-có de plano. Allí estaba, por fin, des-pués de diez años de revolución, elsable y la cabeza capaces de con-seguir por fin la regeneración deFrancia. Por esta razón, el histo-riador Albert Soboul ha llamado al18 de Brumario, que fundó el po-der absoluto de Bonaparte, un “díade los inocentes”.

En la ajetreada vida del Directoriofueron muchos los que pensaban ca-da vez más en la necesidad de un gol-pe de fuerza. Entre los mismos dipu-tados eran numerosos los contrarrevo-lucionarios. No se hablaba de otra co-sa que de conspiradores “anglo-realis-tas”. La nueva mayoría de los Quinien-tos llegó a nombrar como presidentea un conspirador reaccionario tan cons-picuo como el general Pichegru, de-nunciado como traidor por los propiosrepublicanos, a la vez que votaba unproyecto de amnistía en favor de losemigrados. El recurso al ejército se vis-lumbraba ya en el horizonte. Sobre to-do una vez que tras el 18 de fructidor(4 de septiembre de 1797, en que los“triunviros” ordenaron el arresto de Car-not y Barthélemy, y el general Auge-reau cercó Las Tullerías), las tornas secambiaron. Y numerosos diputados fue-ron condenados, sin juicio previo, aldestierro. Al mismo tiempo, se resta-blecían las leyes contra los emigradosy los sacerdotes.

Pero el golpe de Estado de fructidor

fue efímero. Y aunque la contrarrevolu-ción parecía vencida, la dictadura delejército se presentía. De hecho el se-gundo Directorio se convirtió en unadictadura contra los emigrados, contralos sacerdotes, contra los refractarios ycontra cualquier “agente político” de lacontrarrevolución. Incluso hasta contralos constitucionales, cuando se negabana prestar juramento de odio a la reale-za o, simplemente, no observaban las le-yes de la Convención que prohibían lasmanifestaciones externas del culto.

Por ello, evidentemente, para encau-zar y estabilizar la situación era nece-sario en verdad “una sola cabeza y unsolo sable”. Y los acontecimientos

determinaron que “para ejecutar lo quela cabeza imagina” no había más opciónque la de Bonaparte.

Y la llegada de Bonaparte a Fran-cia, después de la campaña de Egip-to, acabó por decidir la situación.“Aquí está vuestro hombre”, dijo elgeneral Moreau a Sieyès. Y no seequivocó.

Frente a Moreau, por ejemplo,que toleraba la propaganda realis-ta en su ejército del Rin, y conspi-

raba abiertamente con Pichegru encontra del régimen, el ausente Bona-

parte era el hombre de la situación. Suscampañas en Italia, y después en Egip-to, le habían hecho famoso ante el pue-blo. Y su reputación ante el ejército, in-tegrados por tantos viejos sans-culottes,era el de un republicano leal, que ha-bía hablado de libertad e incluso de paz.Y los hechos se encargaron de demos-trar que aquella prodigiosa cabeza no

tardó en conseguir lo que el Direc-torio no fue capaz de lograr: pacifi-car el país, conquistar a la juventud,y recoger los frutos positivos de laRevolución.

A pesar de sus grandes poderes,el sistema dictatorial del Directoriodependía tanto del acuerdo, siem-pre difícil, de los propios directores

como de la suerte de las eleccionesy de las oposiciones internas por par-

te de unos y otros. Por ello, la dictadu-ra impuesta por Napoleón tras el 18 deBrumario, terminó restaurando el poderabsoluto de un hombre. Y cosa dignade notarse: nadie pareció darse cuentade ello de momento. Pues la noticia fueacogida sin un relieve especial. Apa-rentemente se trataba de otro golpe deEstado más. No dejó de sorprender, sinembargo, la juventud del nuevo dicta-dor: 30 años en el momento de dar elgolpe de 1799.

Desde entonces hasta el final del dic-tador en 1814, el gobierno del generalBonaparte, que de simple ciudadano seconvierte en 1804 en emperador, no se-rá otra cosa que una férrea dictadura.Pero una dictadura que sólo fue realis-ta en la ejecución. Pues como señalarael gran historiador George Lefebvre, enel proyecto “nada puso freno a su ima-ginación: ni la lealtad dinástica de unRichelieu, ni la virtud cívica del patrio-ta o el idealismo del revolucionario, niel freno moral y religioso del creyente”.

Anverso y reverso de una moneda de unfranco del año XI. En febrero de 1800,Napoleón creó el Banco de Francia.

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Ahora bien, a pesar de sus numerososdetractores, ejerció la dictadura absolu-ta de tal forma como la Historia, dos-cientos años después de su aventura, lotiene perfectamente juzgado.

Desde luego, a diferencia de la épocade desorden y permanente inestabili-dad de los años revolucionarios, el nue-vo régimen dictatorial supo poner enmarcha un proyecto conciliador quegustó a los franceses. En la nueva Cons-titución del año VIII, puesta en vigor eldía de Navidad del mismo 1799, no seincluía ya la Declaración de Derechos.Todo el poder era para el dictador en sucalidad de Primer Cónsul. Con la parti-cularidad de que el poder del dictadorfue haciéndose cada vez mayor tras larealización en la práctica de verdaderosgolpes de Estado sucesivos, que culmi-naron con la proclamación del Imperio.

El nuevo EstadoLos historiadores de la Revolución estánde acuerdo en admitir que Napoleón,tras el golpe de Brumario de 1799, só-

lo pudo imponerse a la nación mante-niendo lo esencial de la obra revolucio-naria, que el mismo Directorio habíaconsolidado. Y desde el primer mo-mento quedó claro que la reorganiza-ción del aparato del Estado, aunque conconcesiones inoperantes a la galería, es-taba en manos firmes. El dictador con-trola todo: nombra a los alcaldes en los

municipios de más de cinco mil habi-tantes, a los subprefectos en los distritosy a los prefectos en los departamentos.Y de hecho el prefecto, reclutado del an-tiguo personal revolucionario modera-do, se convirtió en el verdadero res-ponsable de la administración.

El dictador, ciertamente, había de-mostrado gran valor en los campos debatalla, y no le faltaron cualidades de ad-ministrador y de hombre de Estado en

Italia y en Egipto. Desde luego, teníagrandes desconocimientos en cuestio-nes económicas y jurídicas. Pero frentea los hombres del Directorio, sus ideaslas tenía muy claras. A los prefectos leshizo saber que su primer cuidado eraacabar totalmente con la “influencia mo-ral” de unos sucesos que seguían domi-nando desde hacía ya demasiado tiem-

po. El dictador supo presentarse desdeel principio como el pacificador. “Hacedque cesen las pasiones odiosas, que seapaguen los resentimientos, que se bo-rren los recuerdos dolorosos”, ordenó alos prefectos. “En vuestros actos públi-cos, y hasta en vuestra vida privada –lesrecomendaba–, sed siempre el primermagistrado del departamento, nunca elhombre de la revolución”.

Como era de prever, el dictador

DE BONAPARTE A NAPOLEÓNNAPOLEÓN, EL REVOLUCIONARIO CORONADO

Napoleón, rodeado de su familia, en la terraza del Castillo de Saint-Cloud, en 1810, por Louis Ducis, Palacio de Versalles.

Los expertos señalan que Napoleón sólopudo imponerse a la nación manteniendolo esencial de la obra revolucionaria

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potenció el carácter policial del régimen.Antes de la creación de un Ministerio dePolicía General en 1804, los primerosagentes policiales fueron los mismosprefectos que estaban facultados paraenviar lettres de cachet contra los sos-pechosos políticos. Fouché como mi-nistro y Desmaret como director de laSureté, convirtieron a la policía en unservicio de inteligencia permanente, quelo mismo vigilaba la correspondencia opracticaba todo tipo de detenciones quevelaba por la seguridad del Estado, co-metiendo todo tipo de atropellos. Losmismos, ni más ni menos, que en cual-quier dictadura.

Después de diez años de luchas inter-nas, el dictador había conseguidodar paz a los franceses. Y a losojos de éstos, los excesos deseguridad quedaban justifica-dos. Y, aunque en el fondo,

el sistema del Estado napoleónico nuncase estabilizó, los logros hablaban por sísolos. La inmensa mayoría de los fran-ceses estaba contenta con lo conseguidocasi por ensalmo: la igualdad civil, la abo-lición definitiva de los abusos señoriales,la venta de los bienes nacionales o laconquista para Francia del respeto exte-rior. Y todo ello a pesar de que el auto-ritarismo se fue apoderando cada vez másde la República, y la centralización se fuehaciendo cada vez mayor.

Napoleón –ha escrito un historiadornapoleónico– fue “un genio que inven-tó la grande guerre y la policía superior”.Ciertamente no inventó la dictadura, pe-ro modernizó ésta hasta un grado extra-

ordinario. Su ideal fue –ha escri-to Soboul– tener una ficha “aldía” de toda persona con unacierta influencia, y hasta crearuna “estadística personal y

moral” del Imperio. En este sentido, nopuede discutirse que de 1800 a 1814,Francia vivió bajo el “régimen de la leyde sospechosos”. Fue el precio del des-potismo. La represión policial escapa-ba al control judicial. Ningún periódicopodía aparecer sin la autorización delministro de la Policía. Y, al final, hastaun decreto de 1810 decidió que en ca-da departamento sólo habría un perió-dico, bajo la autoridad del prefecto.

El gran dictador puso en funciona-miento su Estado sobre la base de losprefectos, la policía y los senadoconsul-tos. La soberanía nacional se seguía pro-clamando, lo mismo que las prerrogati-vas del poder legislativo –dividido en tresasambleas para restarle fuerza–. Pero na-die se engañaba, el único que mandabaera Bonaparte. “El principio democrático–decía uno de sus senadoconsultos or-gánicos de la Constitución del año X– (es)elemento absoluto de todo gobierno li-bre, pero ahora se encuentra combinadocon más acierto”. Y como todo dictador,justificaba sobradamente su fuerza con laratificación popular. Pues, en realidad,Bonaparte, convertido como emperadoren Napoleón, gobernó para el pueblo ypor el pueblo como un déspota ilustradodel Antiguo Régimen.

La Francia napoleónicaPara el pueblo y por el pueblo reformóla administración, implantó la reformajudicial y fiscal y reorganizó el siste-ma bancario. En 1800, precisamente, secreó el Banco de Francia, con la con-siguiente reforma monetaria. Medidasque iban de acuerdo con el mundo delos negocios. En favor de la felicidaddel pueblo, el dictador, encerrado enLas Tullerías con sus secretarios de tur-no, fue capaz de crear una nueva bu-rocracia, formada por competentes fun-cionarios y empleados, muchos de ellosprocedentes de la monarquía, que do-taron al Estado de una eficacia nuncaconseguida ni durante el Antiguo Ré-gimen ni durante la Revolución. Y entodas las facultades: cultos, instrucciónpública, dirección de puentes y cami-nos, tesoro o ejército. Ellos fueron ver-daderamente los responsables, bajo lasdirectrices del dictador, de las grandesleyes y del Código Civil.

A lo largo de la dictadura de Napo-león (1799-1814) se produjo una sim-biosis entre el dictador, primero como

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Joseph Fouché, ministro dePolicía General, la convirtió

en un servicio deinteligencia permanente,

característico de lasdictaduras.

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Primer Cónsul y después como Empe-rador, y Francia. Muchos brumarianosquedaron decepcionados desde luego,por no hablar de los jacobinos o de losmonárquicos. Madame de Staël llegó aconfesar incluso su deseo de que el dic-tador fuera derrotado, como único me-dio de detener los progresos de la tira-nía. Y se conspiró largo y tendido paraacabar con la vida del tirano. Pero, a pe-sar de los excesos del sistema e inclu-so del terror, los franceses lo idolatraron.Incluso hasta sucesos adversos como lacarestía inusitada de 1802, que se cebó

sobre las clases populares, actuó en sufavor, al presentarse el dictador como eldefensor de la sociedad.

Dinero y apoyo socialSus dictados económicos estuvieronorientados a las mejoras de las clases po-pulares, por más que, en el fondo, le tra-jera sin cuidado la instrucción del pue-blo, por ejemplo. Adorador del dinero,Bonaparte tenía muy claro que su régi-men tenía que basarse en una economíapróspera y productiva, que, en definiti-va, era lo que garantizaba el manteni-

miento del orden y aseguraba el mis-mo apoyo popular. Y hubo períodos dela dictadura, como, por ejemplo, el de1807 a 1810, caracterizados por la pros-peridad y el crecimiento. Quizás fueronlos años más felices, coincidiendo conel optimismo producido por el enten-dimiento de Tilsit y las grandes victoriasen Europa. Y cuando todavía no era de-masiado visible la “úlcera” de España, nila crisis general afectó al sector indus-trial o al agrario, como sucedió inme-diatamente después.

Promulgado el 30 de ventoso del año

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DE BONAPARTE A NAPOLEÓNNAPOLEÓN, EL REVOLUCIONARIO CORONADO

Napoleomanía en Francia

Los retratos de Napoleón demuestran queera casi calvo; tal vez por culpa de los ina-

gotables mechones de su pelo que aparecenen las subastas”. Jean Tulard, historiador es-

pecializado en napoleomanía, goza con la es-quizofrenia de sus compatriotas: “Adoran algeneral Bonaparte y pretenden ignorar al Em-perador, pero conmemoran el bicentenario de

la Coronación con un rosario de exposicio-nes”. Cuatro muestras importantes en Parísy otras cuatro en sus alrededores puntúan es-te homenaje. Son éstas:

DATOS ÚTILESLe Sacre de Napoléon peint par DavidLouvre, Aile Denon. www.louvre.fr Hasta el 17 de eneroNapoléon amoureux: bijoux de l’EmpireChaumet, 12, place VendômeHasta el 2 de diciembreImages du Sacre de l’Empereur Musée de l’Armée, 129, rue de Grenelle.www.invalides.org Hasta el 12 de eneroLes trésors de la Fondation Napoléon. Dans l’intimité de la Cour impériale Musée Jacquemart-André, 158 bd Haussmannwww. musee-jacquemart-andre.comHasta 3 de abrilBijoux des deux Empires. 1804-1870. Mode et Sentiment Musée de La Malmaison, tel. 01 41 29 05 93 Hasta el 28 de febreroLe Pape et l’Empereur Musée du Château de Fontainebleau Tel. 01 60 71 50 70 Hasta el 24 de eneroLa pourpre et l’exil. L’aiglon et le Prince imperialChâteau de Compiègne, tel. 03 44 38 47 00Hasta el 7 de marzo Les Clémences de NapoléonBibliotheque Paul-Marmottanwww. boulogne-billancourt.com Hasta el 29 de enero

La emperatriz María Luisa, con el aderezo de rubíesy diamantes que Napoleón encargó para ella, porR. Lefébvre, 1812, París, Colección Chaumet.

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XII (21 marzo 1804), el Código Civil delos franceses sintetiza los logros de laFrancia napoleónica. Su objetivo fue ins-tituir la paz, ciertamente una “paz bur-guesa”, que imponía a todos los ciuda-danos las nuevas reglas del juego. Conla organización de las relaciones priva-das, se aseguraba el buen funciona-

miento del sistema económico instaura-do por la burguesía, en evidente per-juicio tanto de la aristocracia como delas clases trabajadoras. Su objetivo nofue otro que mantener lo conseguidotras las discordias revolucionarias, ymantener el nuevo orden establecido,en flagrante contradicción a veces con

el principio de igualdad jurídica. En cual-quier caso, para el dictador, el CódigoCivil, convertido en la biblia de su ré-gimen, tuvo un carácter no sólo nacio-nal. Pues lo impuso, igualmente, en losterritorios que anexionaba, lo mismo enel Ducado de Varsovia que en Hambur-go o en Danzig. En octubre de 1807,cuando se preparaba para la aventura deEspaña, ordenó que “a partir del prime-ro de enero, el código napoleónico fue-ra la ley de sus pueblos”.

En un período tan corto de tiempo(1799-1814), el dictador llevó a cabo unaobra inmensa en todos los ámbitos de lavida del país. Consiguió integrar el mer-cado nacional. Reorganizó las bolsas.Creó las cámaras de comercio y manu-facturas. Creó sociedades para el fo-mento de la Agricultura y de la Industria.Consiguió la paz con la Iglesia. Ilusio-nó a los funcionarios con el ascenso so-cial y a la población en general con laLegión de Honor. Y por supuesto con-tentó, muy especialmente, a los milita-res, que a fin de cuentas fueron quie-nes hicieron posible las conquistas delImperio. También encandiló, incluso, alos extranjeros. Aspectos todos ellos queforman parte de la leyenda napoleónica,a pesar de que la antigua Francia perdiómás de un millón de hombres en aque-lla prodigiosa aventura. ■

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Frialdad oficial

El carácter dictatorial que presidió elmandato de Napoleón Bonaparte y su

agresiva política exterior ha hecho que granparte de la clase política francesa, que par-ticipó entusiasmada en los fastos del se-gundo centenario de la Revolución, haceahora quince años, se distancie con igualfuerza de la napoleomanía que parece haberinvadido el país, en el segundo centena-rio de la coronación del militar corso.

Empezando por el propio presidente Jac-ques Chirac, que se ha desmarcado de la fe-cha y ha anunciado que no asistirá a nin-guno de los actos programados, por no es-timar que el comportamiento del Empe-rador, estuviera acorde con el espíritu y losideales de la Revolución Francesa.

El gesto, dirigido tanto a la opinión pú-blica como a los gobiernos extranjeros, hasido recibido con frialdad y tachado de

demagógico por algunos historiadores. Esel caso de Jean Tulard, un historiador es-pecializado en el período napoleónico, quedeclaró: “Comprendo que el presidente dela República no desee participar en las ma-nifestaciones que proclaman la llegada delImperio. ¡Pero el peligro de ver reestable-cida una monarquía hereditaria hoy pare-ce mínimo, a pesar de la napoleomanía exis-tente!”.

Pero el rechazo no se ha ceñido sólo a laclase política. También la jerarquía ecle-siástica ha huido de cualquier gesto que so-nase a nostalgias imperiales. Así, el arzo-bispo de París, monseñor Lustiger, se hanegado a autorizar que se interpretase enNôtre-Dame La messe du Sacre, una com-posición de Pasallo y Lessuer que requie-re simultáneamente dos orquestas sinfóni-cas para su interpretación.

Napoleón visitando la enfermería de los Inválidos, en febrero de 1808, por Alexandre Veron-Bellecourt (Palacio de Versalles).

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Siete años antes de la proclama-ción del Imperio en 1804, el ge-neral Bonaparte tenía ya muy cla-ro que la República francesa era

en Europa lo que “el sol en el horizon-te”. Se lo dijo, a resultas de sus éxitos im-parables en el norte de Italia y en los

Alpes, primero, a los austríacos, en elcuartel general francés, en el Castillo deEggenwald, cerca de Leoben, a poco másde un centenar de kilómetros de Viena.Y, después, al propio Directorio, al dar-le cuenta de las conversaciones con losplenipotenciarios austríacos, que se obs-tinaban aún en no reconocer a la Repú-blica francesa.

Transcurría entonces el mes de ger-

minal del año V (abril de 1797). Sieteaños después, en frimario del año XII,todo el mundo pudo comprobar que laRepública francesa, transformada en Im-perio era una realidad. Y que “el sol enel horizonte” no era otro que el propiogeneral Bonaparte, convertido, hasta conlas bendiciones del Papa, en el Empe-rador de Francia, y, muy pronto, en elseñor de Europa.

MANUEL MORENO ALONSO es profesor titularde Historia Contemporánea, U. de Sevilla.

NAPOLEÓN, EL REVOLUCIONARIO CORONADO

A diferencia de algunos de sus predecesores, Napoleón se vio convertido enemperador, casi sin habérselo propuesto. Pero su gran error de cálculo,estima MANUEL MORENO, fue que pensó en extender su poder y su ideario por una Europa imaginaria, como se vio en España y Rusia

Un sueño imposible

EL IMPERIO

Alegoría de larendición de Ulm, el20 de octubre de1805, por Antoine-François Callet,Palacio de Versalles.

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El año 1804 es fundamental en la his-toria de Napoleón. Los preparativos pa-ra la invasión de Inglaterra van adelan-te. Como primer cónsul vitalicio, Bona-parte actúa realmente como un monar-ca. Dueño indiscutido del poder, elimi-na todo tipo de oposición a su volun-tad con las detenciones de los genera-les Pichegru y Moreau. Y, el 21 de mar-zo, no duda en ejecutar al duque d’Eng-hien. Acusado de haber tomado las ar-mas contra la República y de conspirara sueldo de los ingleses, el Primer Cón-sul actúa en defensa de la República yde la Revolución. De su parte cuentacon la voluntad de la nación y, lo quees más importante, con un ejército de500.000 hombres.

El Código NapoleónEl mismo día en que se ejecutó al duque,el 30 de ventoso del año XII (21 de mar-zo de 1804) se promulgó el Código Civilde los franceses, más tarde Código Na-poleón. Preparado por una comisióncreada cuatro años antes, el nuevo tex-to se erigía en garante, por encima de to-do, del orden público. “El mantenimientodel orden público –se decía entre los

motivos del Título preliminar– es la leysuprema en una sociedad. Proteger losconvenios contra esa ley sería situar lasvoluntades particulares por encima de lavoluntad general, lo que significaría di-solver el Estado”. La defensa a ultranzade la propiedad, consagrando la supe-rioridad legal del empresario y reco-giendo la Ley de Chapelier, que prohi-bía las coaliciones y las huelgas, convir-tió al nuevo Código en la base del nue-vo Estado. Al tiempo que consagraba ladesaparición de los privilegios nobilia-rios y proclama los principios de 1789:libertad de la persona, igualdad de todosante la ley, libertad de conciencia, laici-dad del Estado y libertad de trabajo.

Cuarenta días después de la promul-gación por decreto del nuevo Código–que apareció a los ojos de la Europadel Antiguo Régimen como el símbolode la Revolución–, y de la ejecución delduque d’Enghien, un miembro del Tri-bunado, llamado Curée y poco conoci-do, propuso la moción, el 30 de abril de1804, de elevar a Bonaparte al poder su-premo de Emperador, en agradeci-miento a su defensa de la libertad. Apa-rentemente, la iniciativa provenía de un

viejo revolucionario poco conocido, dedonde el comentario de los enemigosde Bonaparte, según el cual “jamás amomás deslumbrante salió de la proposi-ción de un esclavo más insignificante”.

Como tantos otros ciudadanos de laRepública, Jean-François Curée era unadmirador de Bonaparte. Antiguo miem-bro de la Convención, no votó la penade muerte de Luis XVI y se mostró siem-pre defensor del orden. Partidario des-de el principio del golpe de Brumario yferviente defensor de un gobierno deorden, era miembro de la Legión de Ho-nor desde meses antes de hacer la pro-posición que le haría famoso: “El siglode Bonaparte se encuentra en su cuar-to año; la nación quiere que un jefe tanilustre vele por su destino”. El esclavo,inútil es decirlo, sería ampliamente re-compensado. Primero entró en el Se-nado y, después, fue hecho conde. A sucelo se debieron después las proposi-ciones de erección de la ColumnaVendôme. Su carrera terminó con lacaída del Imperio y murió, con más deochenta años, en 1835.

La proposición del Tribunado fueaceptada por el Senado, que la trans-

Amanecer del 18 de Brumario, el golpe de mano que colocó en sus manos el poder, ya que se le encargó la seguridad nacional de la República.

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formó en decreto, proponiendo a Na-poleón como Emperador de los france-ses. De esta forma, por consiguiente,Bonaparte, a diferencia de César o deCromwell, se vio convertido en empe-rador sin esfuerzo alguno, casi sin ha-bérselo propuesto. Pues lo que hizo fueaceptar la corona que se le ofrecía, con-virtiéndose en una especie de Washing-ton coronado, a propuesta de los pro-pios ciudadanos y de las instituciones dela República. El 4 de mayo tuvo lugar laratificación, y el 18 el mayo fue procla-mado emperador en Saint-Cloud, en lasmismas salas –diría con maldad Cha-teaubriand– donde Enrique III fue ase-sinado, Enriqueta de Inglaterra envene-nada, y de donde María Antonieta par-tió para el patíbulo.

La Constitución del Año XIIEn el camino al Imperio, la propagan-da bonapartista supo rentabilizar hábil-mente el clima de indignación de granparte de sus simpatizantes ante las noti-cias de las conspiraciones urdidas paraasesinar a Napoleón. Y perfectamentedirigida, la prensa dio a conocer a suslectores la necesidad de asegurar el po-der del Primer Cónsul para conseguirla estabilidad del régimen. El cónsul vi-talicio, que actuaba en la práctica co-mo un monarca absoluto, no necesitópor consiguiente de un nuevo Brumariopara llegar al Imperio. Muy por el

contrario, a través de la propuesta delTribunado, Napoleón, que aparentabaestar por encima de nuevos honores, sesintió llamado para ello, directamente,por el pueblo. Un hecho excepcionalque el Senado no tuvo más remedio queaceptar mediante la consiguiente refor-ma constitucional. Así nació la Consti-tución del Año XII, que fue redactadarápidamente y promulgada bajo la for-ma de un senadoconsulto de 18 de ma-yo (28 floreal del año XII).

Con 142 artículos, la nueva Consti-

tución establecía el nuevo régimen, elImperio, y adaptaba a este régimen lasantiguas instituciones. El artículo 1 dela nueva Constitución decía: “El go-bierno de la república se confía a unemperador que toma el título de Em-perador de los Franceses”. El título fueescogido frente al de rey para de estaforma evitar la susceptibilidad de los re-volucionarios. Y porque, evidentemen-te, seducía al propio Napoleón que, deesta forma, sobrepasaba en su omni-potencia a los reyes de Francia, en-troncando con la propia idea imperialde Carlomagno.

El artículo 2 designaba el titular,

Napoleón Bonaparte, sin precisar laesencia de su poder. El Imperio era unhecho. Y la dignidad pasaba a la des-cendencia directa del Emperador,quien, no teniéndola por el momento,podía escoger por adopción a su su-cesor de entre los hijos de sus herma-nos. Lejos de la idea de aceptar una di-nastía a la manera de los Borbones, elImperio se presentaba como una “dic-tadura” destinada a preservar las con-quistas revolucionarias. Dentro del nue-vo régimen, todos los representantes de

la autoridad estaban obligados a pres-tar juramento ante el Emperador, dequien emanaba toda autoridad.

Todo quedaba supeditado a la ratifi-cación del nombramiento por parte delpueblo mediante el oportuno plebiscitoque confirmara la designación. Sus re-sultados fueron hecho públicos el 6 denoviembre. A favor de la designaciónhubo una mayoría aplastante: 5.572.329votaron a su favor; y sólo 2.569 en con-tra. Como es de suponer, detrás de laconsulta popular estaba el propio Bo-naparte, quien había dicho a Thibau-deau: “La apelación al pueblo tiene ladoble ventaja de legalizar la prórroga y

UN SUEÑO IMPOSIBLE, EL IMPERIONAPOLEÓN, EL REVOLUCIONARIO CORONADO

Constitución del año xii: “El gobierno de la república se confía a un emperador, conel título de Emperador de los Franceses”

La Batalla de Austerlitz, una de las mayores victorias de Napoleón, tuvo lugar el 2 de diciembre de 1805, por Gérard, Palacio de Versalles.

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de purificar el origen de mi poder”. Den-tro y fuera de Francia el nombramientocausó un fuerte impacto. Muchos mos-traron su disgusto. Fue el caso de Car-not, que fue el único en oponerse enpúblico, o de no pocos convencidos re-publicanos, como ocurrió con el gene-ral Junot.

Entre los enemigos del nuevo empe-rador, desde Lafayette a Madame deStaël, la noticia cayó como una bomba.En el extranjero, algunos de sus admi-radores quedaron seriamente decepcio-nados, como fue el caso de Lord Byrono el de Beethoven, que rompió la de-dicatoria a Bonaparte de su Tercera Sin-fonía para, a partir de entonces, llegar asentir por el tirano un odio cada vez ma-yor, tan sólo atenuado por el final trá-gico del Emperador en Santa Elena.Mientras tanto, con gran actividad, se ha-cían los preparativos para la coronacióndel nuevo emperador, que tendría lugarel 2 de diciembre de 1804 en Nôtre-Dame de París.

En la actualidad, los historiadores es-tán de acuerdo en que la proclamaciónimperial fue un recurso escenográfico pa-ra resaltar la figura del cónsul frente a losproblemas internos del país. Los planesconspiratorios de la oposición habían

llegado demasiado lejos. Y se temía, conla presumible desaparición del cónsul,una vuelta a la anarquía y a la guerra ci-vil. Y, después de quince años de revo-lución, el país quería orden y estabilidad.Por esta razón, hasta el mismo Fouchéno dudó en aconsejar a Bonaparte quepusiera en práctica su propósito de de-clarar el consulado hereditario. Con laexistencia de un heredero, el régimenpodía quedar asegurado. Pero el PrimerCónsul estaba dispuesto a llegar muchomás lejos. De momento, con el nuevonombramiento, terminaba la era de Bo-naparte y comenzaba la de Napoleón.

La proclamación del Imperio intro-dujo desde el principio importantescambios. El 14 de mayo de 1804 fueronnombrados 18 mariscales. Y un sena-doconsulto de varios días después (28de floreal del año XII) preveía una or-ganización del palacio imperial, con-forme a “la dignidad del trono y a lagrandeza de la nación”. Se nombraba acinco grandes dignatarios del Imperioque gozaban de los mismos honoresque los “príncipes franceses” de la fa-milia imperial, así como a 10 grandesoficiales civiles de la Corona. Aparecíade esta forma en la cima de la jerarquíauna nueva aristocracia, que habría de

actuar con un nuevo protocolo de cor-te imperial. La nueva etiqueta quedó re-gulada por un Decreto del 24 de me-sidor de este mismo año (13 de julio de1804). “Se necesita este tipo de cosas”,declaró el futuro Emperador.

El Imperio napoleónicoEn su idea de crear una nueva Europadependiente de su cetro, la guerra ca-racterizó desde el principio hasta el fi-nal el Imperio de Napoleón. Si la paz lle-vó a Bonaparte al Consulado vitalicio, laguerra le llevó a la creación del Impe-rio, a su expansión máxima (el gran Im-perio), y a su colapso final. La apropia-ción del título imperial fue ya de por síun motivo para el no reconocimientopor parte de Austria del nuevo Estadode Napoleón. Lo que llevó igualmenteal zar Alejandro I de Rusia a retirar a suembajador en París en agosto de 1804,dejando a un simple encargado de ne-gocios. Y después, a entablar un tratadosecreto con Austria en noviembre de1804. Pero, a partir de ahora, la rivalidadeuropea, encabezada de nuevo comosiempre por Inglaterra, iba a encami-narse a dilucidar el dominio efectivo delo que, por la fuerza de las armas, ha-bría de ser el Imperio napoleónico.

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Desde el principio al fin, la aventura na-poleónica en España fue el resultado

de un craso error”, escribe Manuel More-no Alonso, al inicio de su original análi-sis, que acaba de aparecer, sobre el fracasoque supuso la invasión de España. Original,porque parte el autor del concepto tópicoque tenían de España el Emperador y losfranceses de su generación, basado en auto-res llenos de prejuicios que, a lo largo delsiglo XVIII, acuñaron la imagen de una Es-paña arcaica y aletargada, cruel y sojuzga-da por la Iglesia.

Napoleón, que según el autor “subesti-mó siempre a los otros y no tuvo jamás unplan”, no entendió que el buen y atrasa-do pueblo español no sólo no le acogieracon agradecimiento, sino que incluso sepermitiera humillar a sus ejércitos en elcampo de batalla. Hasta tal punto fue Es-paña una obsesión, que en el exilio en San-ta Elena, el Corso volvía una y otra vez sumirada a la herida española, como si aún

tratara de quitarse la espina clavada, comorecogió Las Cases en su Memorial.

Una de las claves de la obra de MorenoAlonso, que la hace diferente a otros estu-dios del mismo tema, es precisamente afron-tar el episodio desde el estudio de la men-talidad de sus protagonistas, sin que ello

prive al texto del relato cronológico de loshechos, descrito con una prosa sobria, untono no exento de ironía y de gran eficaciapara transmitir su análisis de los hechos.

La obra aborda las relaciones entre Es-paña e Inglaterra, como uno de los hilosconductores que llevaron a Godoy a caeren la tela de araña napoleónica; el peso dela Historia francesa en la decisión de Bo-naparte de emular al Rey Sol, Luis XIV, ensu determinación de unir los destinos deEspaña y Francia; la trampa de Bayona, enla que los Borbones pusieron en sus ma-nos la Corona por estulta malicia, y la grantrampa en la que, a la hora de la verdad,cayeron los ejércitos franceses: el avisperoespañol, que seguiría obsesionando a Na-poleón hasta su última hora.

ARTURO ARNALTE

MANUEL MORENO ALONSO

Napoleón. La aventura de EspañaMadrid, Sílex, 2004,

317 páginas, 19 €

La obsesión española del Emperador

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El Imperio del nuevo Carlomagno du-raría diez años. Y fue, sin duda alguna,el intento de un hombre excepcional porintegrar Europa en una unidad, que se-ría posible por la desaparición de reyesy tronos. El sueño de Napoleón consis-tió en crear un poder universal de ni-velación política y social, por el cual Eu-ropa se encontraría sometida a las leyesel imperio, inspirada por los principiosde la Revolución.

En sus mejores momentos, el Imperiollegó a comprender Francia, Holanda yel norte de Alemania –más la Pomeraniasueca–, Italia –Piamonte, Génova, Par-ma, Plasencia y Toscana, los EstadosPontificios– y las Provincias Ilíricas, alotro lado del Adriático. Napoleón es so-berano (protector) de la Confederacióndel Rin –toda Alemania, menos Austriay Prusia, pero con el Gran Ducado deVarsovia–; mediador de la Confederaciónhelvética, y rey de Italia. Eran vasalloslos reinos de Nápoles y España y, a re-sultas de ello, también Portugal.

El objetivo de Napoleón, hijo al finy al cabo del siglo de la razón, fue re-ducir a la unidad del Imperio la varie-dad y división de Europa. Y en estesentido, por querer actuar racional-mente, cometió el gran error de no

distinguir las diferencias de clima, deraza, de instrucción, de cultura, de re-ligión, entre unas naciones y otras. Enla formación del Gran Imperio, el “errornacional” cometido por Napoleón, lomismo que el religioso, alcanzaron pro-porciones extraordinarios. Sus ejércitos,que a fin de cuentas eran los ejércitosde la Revolución, no tuvieron en cuenta

los valores de la vieja Europa, los va-lores nacionales y religiosos, y, frentea ellos, al final, el Imperio fracasó es-trepitosamente.

Napoleón subestimó seriamente la im-portancia del sentimiento nacional o re-ligioso porque él no lo tenía en gradoalguno. De donde su gran error de nocomprender la realidad europea sobre

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UN SUEÑO IMPOSIBLE, EL IMPERIONAPOLEÓN, EL REVOLUCIONARIO CORONADO

Napoleón en Rusia, litografía que acompañaba la Historia de Europa de Castelar, publicada en1896. Junto con la española, la campaña rusa fue el otro gran error del Emperador.

Napoleón recibe el documento del Senado que le proclama oficialmente Emperador de los Franceses, el 18 de mayo de 1804, por Rouget.

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la que actúa. Tal fue el error del siglo dela Razón en general y del pensamientogirondino en particular: creer que el sen-timiento nacional no contaba despuésde la victoria obtenida por los ejércitosy la diplomacia. A la postre, el propioEmperador se olvidó de lo obvio: que lafuerza de su propio ejército residía ensu ardiente sentido de nación, logradodurante la Revolución por la leva en ma-sa y “la patria en peligro”. Esto fue loque permitió la victoria del ejército re-volucionario sobre el extraordinario ejér-cito profesional de Prusia. Y esta mismafuerza, extendida por sus propias tropas,produjo después el mismo impacto enlas otras “naciones” de Europa, un cam-bio, igualmente fundamental, que, sinembargo, el Emperador no advirtió.

En este sentido, el propio Emperadorno llegó a comprender las razones porlas cuales sus propios hermanos, con-vertidos en reyes de otros tantos reinosde Europa, se negaban sistemáticamen-te a los designios del Imperio, al tiem-po que se identificaban más bien con losintereses nacionales de sus nuevos rei-nos. “Los tres reyes, hermanos y cuña-do del Emperador –escribía en 1809 Thi-baudeau, que de viejo revolucionario de

la Convención se convirtió en conde delImperio– trajeron a París todas las pre-tensiones de los reyes de las viejas di-nastías... No podían persuadirse de queno eran más que grandes prefectos delImperio”. Un año después, el propio Na-poleón reconocía ante Metternich quehabía cometido el gran error de habercolocado a sus parientes en los tronos.“Me han hecho un mal mucho mayorque el bien que yo les hice”.

Napoleón cometió el grave error depensar en una Europa imaginaria. El pri-mer revés serio lo constituyó la guerrade España que, como años después, re-conocería en Santa Elena, habría de per-derle. Le siguió la guerra contra el Papa,el mismo Pío VII que le había consa-grado emperador, y a quien tuvo pri-sionero entre 1809 y 1814. Y todo ello,a pesar de los consejos de su tío, el car-denal Fesch, que le advirtió del flagran-te error que cometía: “Señor, podéis cu-brir la tierra con vuestros ejércitos yvuestro poder, pero no lograréis mandaren las conciencias...”. Se equivocó conRusia, y con las naciones que le hicie-ron frente en Leipzig. Y, finalmente, seequivocó con Inglaterra, que le venciódefinitivamente en Waterloo.

El momento culminante del Gran Im-perio napoleónico se sitúa en 1810, trasla victoria de Wagram y la Paz de Viena.El matrimonio con la hija del emperadoraustríaco suponía la realización en ver-dad del sueño napoleónico. El inmensoImperio español pareció haber queda-do a su arbitrio tras la caída de Sevilla,el 1 de febrero de 1810. Los dos años si-guientes gozaron también de cierta es-tabilidad. Sin embargo, la campaña deRusia, en 1812, precipitó la caída. Y, apartir de entonces, después de la desa-parición de un ejército de medio millónde hombres, los días del Imperio estánya contados. La reunión de los Estadosde Europa en un Imperio –el sueño na-poleónico– quedaba deshecha por lafuerza de las armas. Nunca nadie habíapretendido llegar tan lejos en tan po-cos años.

Tras la creación del Imperio en 1804y, particularmente, tras la derrota de Aus-tria en 1805, y de Prusia en 1806, el sue-ño de Napoleón fue reconstruir Europasegún un sistema “de Estados federativoso verdadero imperio francés”. Se tratabade una federación de Estados de acuer-do con los planes del Emperador.

El modelo de sistema imperial, quenació en 1804 con motivo de su nom-bramiento como emperador, fue cam-biando, sin embargo, a lo largo de losaños, a medida que evolucionaba elconcepto del propio Napoleón sobre supropio papel. Y en esta evolución, elsueño de Napoleón consistió en crearuna nueva Europa a imagen de Francia.Pero, finalmente, ni el papel de París, nilas victorias militares, ni los generales,ni los diplomáticos, ni los prefectos, nitampoco el Código napoleónico comoley común para sus territorios, hicieronposible el sueño del Emperador. Entreotras razones, porque la integración deEuropa, tal como hoy la vemos, con laperspectiva de doscientos años después,no era posible conseguirla –como erró-neamente creyó el general Bonaparte–con la fuerza de las armas.

La conquista de EuropaMuchas han sido las interpretacionesque se han dado a la política exterior deNapoleón. Desde quienes han queridoverle como el defensor de las fronterasnaturales legadas por la Revolución, has-ta quienes lo han visto como el restau-rador del Imperio romano. E incluso ha

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Napoleón y Murat pasan revista a las tropas antes de la Batalla de Jena, que tuvo lugar el14 de octubre de 1806, por Vernet, Palacio de Versalles.

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habido quien ha sostenido la tesis del“espejismo oriental” como clave de to-das sus acciones. En este sentido, Geor-ges Lefebvre ha defendido que segura-mente nada habría gustado tanto al nue-vo Alejandro como una incursión haciaConstantinopla o la India, por más queno se haya encontrado un nexo claroentre esta quimera y la mayor parte desus empresas.

Los historiadores de Napoleón estánde acuerdo en que no hay una explica-ción racional que reduzca a una unidad

su política exterior. “Persiguió fines con-tradictorios –ha escrito al respecto Le-febvre–, y únicamente da cuenta de ellasu ambición si, en lugar de rebajarla alnivel del común de los hombres, con-sentimos en ver en ella el gusto por elpeligro, la inclinación al ensueño y elimpulso del temperamento”. Porque ra-ra vez se ha dado en la Historia un ca-so de mayor personalismo en la políticade una gran nación. Y, después de suautoproclamación como Emperador, yano le quedó otra salida que la conquis-ta del mundo.

La fuerza del Emperador –y la basepara la conquista del mundo– radicó en

el ejército. Y éste, propiamente, tomó suforma definitiva en 1805, después de laCoronación. Entonces es cuando verda-deramente quedó constituido el nuevoejército imperial, que estimulaba a la ju-ventud ambiciosa, y, con sus uniformesy nuevas condecoraciones, atraía la ad-miración del pueblo. Pues el Emperadorcreó un ejército en realidad mucho másbrillante que eficaz, para deslumbrar apropios y extraños. Mientras en el fon-do, en su organización, las innovacionesfueron poco importantes y el material

tampoco experimentó ninguna mejorasustancial. Razón por la cual, al final dela aventura, el ejército napoleónico es-taba en manifiesta inferioridad de con-diciones frente a los ejércitos inglés yprusiano. Su inicial carácter nacional,además, se fue debilitando, por otra par-te, a resultas de las nuevas conquistas.Y, a medida que el nuevo ejército im-perial se fue aristocratizando, su empu-je fue, claramente, disminuyendo.

Las conquistas del Imperio quedabana merced siempre de una victoria ful-minante, protagonizada normalmentepor el mismo Emperador. Por esta razón,todo dependía, a un elevadísimo costo,

de un hilo. Pues, entre 1801 y 1815,Francia perdió un millón de hombres enla aventura napoleónica. Y era de pre-ver –los ingleses lo percibieron con cla-ridad desde la época de Pitt– que coneste ritmo llegaría necesariamente unmomento en que la victoria, en la ma-yor parte de los casos debida siemprea aquel genio prodigioso de la guerra,no se produjera, y, por consiguiente,la suerte cambiaría. Tal sería, al final, lacausa del la imposibilidad del Imperionapoleónico. Porque todo quedaba alalbur de la fortuna de las armas en la úl-tima batalla. Pues no siempre una de-rrota sin paliativos como la de Trafal-gar iba a quedar compensada por la vic-toria de Austerlitz.

Durante un decenio, entre 1804 y 1814,esta expansión resultó imparable. Perollegaría un momento en que las marchasse volverían agotadoras, y el desgasteinevitable. En este sentido, una vez más,Francia dio muestras de una capacidadde recuperación realmente excepcionalcomo en tiempos de Francisco I o deLuis XIV, aunque a una escala, en estaocasión, mucho mayor. Precisamente,previendo este talón de Aquiles de su sis-tema, Napoleón pretendió sustentar suImperio sobre la base de unos “Estadosfederativos” fieles dependientes del Em-perador a través, fundamentalmente, deun “pacto de familia”, que ponía a Eu-ropa en sus manos. Sería la insurrección

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UN SUEÑO IMPOSIBLE, EL IMPERIONAPOLEÓN, EL REVOLUCIONARIO CORONADO

Napoleón creó un ejército más brillanteque eficaz, que al final estaba eninferioridad frente a ingleses y prusianos

Mujeres decisivas: Leticia Ramolino, madre de Napoleón, en una miniatura sobre marfil (izquierda); Josefina de Beauharnais, con quien sedesposó Napoleón en marzo de 1796 (centro), y María Luisa de Austria, su segunda esposa tras divorciarse de Josefina (derecha).

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española de 1808 –que animó la resis-tencia de Prusia, Austria y Rusia–, sin em-bargo, la que precipitó los aconteci-mientos. Pues, a partir de entonces, al avi-var por todas partes los sentimientos na-cionales, Napoleón, sin darse cuenta,contribuyó más que nadie a romper launidad europea que pretendía.

El nuevo “sistema continental” que im-plicaba el Gran Imperio no podía soste-nerse sobre el filo de las bayonetas. Ymenos a través de aquellas guerras deconquista. El Emperador se equivocócompletamente al creer que si los fran-ceses lo habían aceptado como árbitroinsustituible, los pueblos y los reyes deEuropa lo aceptarían como emperador.“Yo quería proponer –tal era su idea– lafusión de los grandes intereses europeos

de la misma manera que había operadola de los partidos entre nosotros. Ambi-cionaba arbitrar la gran causa de los pue-blos y de los reyes”. Pero Napoleón seequivocó al aspirar a ejercer en Europael mismo papel arbitral que había llega-do a alcanzar en Francia.

La lucha constante con Inglaterra an-tes y después de Trafalgar, los enfren-tamientos con Austria y Prusia, y des-pués con España, hicieron cada vez másdifíciles la posibilidad del Gran Impe-rio. La misma ocupación de los EstadosPontificios –que le valió la excomuniónen junio de 1809 por parte del mismoPapa que lo había coronado– fue otrogran error que le enemistó con lacristiandad, de la que pretendía serreconocido como nuevo Emperador,

heredero de Carlomagno. Y, finalmen-te, cometió la gran equivocación de in-vadir Rusia, que arruinó sus planes de-finitivamente al quedarse prácticamen-te sin ejército. Pues de los casi 700.000hombres que emprendieron la campa-ña apenas si regresaron unos 100.000,con lo que la Grande Armée había de-jado prácticamente de existir.

La hora del desastreLas consecuencias del desastre, y el ex-traordinario desgaste de tantas luchas,no tardaron en manifestarse. Por vezprimera se creó una alianza –la SextaCoalición– en la que aparecieron uni-dos contra él todos sus enemigos: In-glaterra, Austria, Rusia, Prusia, los prín-cipes alemanes, Suecia y España. Lasuerte había cambiado definitivamente.Y como habían imaginado los inglesesdesde hacía años, el día en que la rue-da de la fortuna se invirtiera, ése seríael fin de Napoleón y de su Gran Impe-rio. Y esta hora llegó en 1813, con el re-troceso de sus tropas en España y, loque era aún más grave, el peligro deuna invasión de Francia por los aliados,tal como había ocurrido en tiempos dela Revolución.

La guerra estaba definitivamente per-dida, a pesar de que el genio militar deNapoleón seguía venciendo en las bata-llas –en Lützen sobre rusos y prusianos;en Bautzen, o en Dresde, la última de susgrandes victorias, el 26-27 de agosto de1813–. Y cuando, finalmente, entre el 16y 19 de octubre de 1813, se produjo laBatalla de Leipzig, llamada de las Nacio-nes –la batalla más sangrienta de todaslas guerras naopoleónicas– la suerte delImperio napoleónico tenía los días con-tados. La abdicación del Emperador ter-minó produciéndose el 6 de abril de1814. Porque, después, el Imperio de losCien Días fue la repetición de un sueñoimposible. El último acto de la prodigio-sa aventura napoleónica. ■

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DUFRAISSE, R., La France napoléonienne. As-pects extérieurs, Paris, Seuil, 1999.

GAYL, P., Napoleon, for and against, London, Mac-Millan, 1957.LEFEBVRE, G., La Revolución Francesa y el Imperio,México, Fondo de Cultura Económica, 1966.SOBOUL, A., La Francia de Napoleón, Barcelona,Crítica, 1992.WOLF, S., La Europa napoleónica, Barcelona, Críti-ca, 1992.

PARA SABER MÁS

Bonaparte a bordo delBellerophon, en la Bahía

de Plymouth, por SirCharles Locke Eastlake.

Una imagen muy alejadade la grandeza imperial,

Greenwich, NationalMaritime Museum.