Musicalidad de los tejados
-
Upload
archivo-groenlandes-publicaciones-digitales -
Category
Documents
-
view
220 -
download
0
description
Transcript of Musicalidad de los tejados
2
3
Musicalidad de los tejados
Adolfo Marchena
Colección el Marsupial
4
Edición: Mayo, 2014
© Adolfo Marchena
Editor: Bubok Publishing S.L.
5
Alguien: ¿Qué es el jazz?
Duke Ellington: El jazz no es el qué, es el cómo.
6
MUSICALIDAD
7
Atraviesa el saxofón pentagramas
en calidad de música sostenida
que se injerta a los instantes.
En un momento de la vida
no basta con decir
el agua esquilma
se cayeron los anhelos
y los focos de luz,
quebraron las lentejuelas
los brazos entreabiertos
la seducción del pensamiento.
En un momento de la vida
se renace como nota abstracta
como verso alejandrino
en catorce muertes residuales.
8
A ritmo
escoge el capítulo tapiado
estruja el cerebro de la circunferencia
escucha la deformación
de la serpiente en tu vientre,
los tentáculos de las avenidas
ingiriendo los intestinos.
A ritmo
el sueño de dormirse
sin calmantes,
sin escafandras poliédricas,
sin tostadoras incendiadas.
Escoge, nada más escoge
la fórmula del vino
el indicio de los toneles.
9
Tengo hambre, no de catástrofes
interiores como cirios apagados
baldosas en las acequias
ropas interiores en los aspersores.
Tengo hambre, en continuidad de saxofón
se enroca la melancolía en el otro extremo
de la alcoba como puta recién amanecida
(limpia como una regata en el Támesis)
como un cabrón alimentando a sus hijos
con su propia orina y sus lamentos.
Tengo hambre de comenzar nuevamente
un día sin relojes en los mercados
sin traficantes en las venas
sin prejuicios en el acorde de las campanas.
10
Para tocar un sonido, tienes que elegir… elegir la
nota más importante
Miles Davis
Fuiste la reina de la fiesta
con tus bragas amarillo limón
asomando entre la seda.
Las copas martilleaban mi cabeza
un brindis por su majestad la reina
un brindis por los desahuciados
un brindis por el exorcismo de Raimundo I
un brindis por el desagravio del poeta.
Fui el cautivo de tus fiestas
adiestrado como tigre
por el elástico cedido de tus bragas.
11
Más tarde llegó la despedida
que fue como lanzar sardinas
a un cubo de basura en tu costado,
como lanzar escupitajos al mar inundado
propiedad privada de un censor
robusto en leyes sentenciando
al pueblo, al pueblo a la basura
mientras de fondo sonaba Miles Davis
y yo cumplía 200 días
de arresto domiciliario.
12
La sombra en el pavimento
se arrastra como lombriz
sueño de verano en el teatro
de los sueños sueño de verano
en detrimento del suspiro.
No escribir pensando en nada
pensando en nadie
no amar pensando en nada
pensando en nadie.
Sombra de saxofón
incunable en la coraza
donde las cucarachas se confunden
todas con el mismo nombre
bebiendo aguardiente con Kafka.
13
De esta palabra queda arena
erupciones ingratas de la piel
salación de la fugacidad del cuerpo
entre miradas de resaca.
Más allá de la pleamar de calamares
gusanos de seda que se antorchan
a la muñeca como una historia
reciente como una historia de dedos.
De la patraña del verbo surge
un silogismo de angustias y calma,
de recelo y vértebras para no
sumergirse en olas batientes en horas
de anocheceres desprovistos
de carne y pescado
de estandartes bíblicos.
14
Las noches se suceden
en las largas caminatas
del invierno de la bóveda,
en procesión de austeras
maneras de conformarse
con un plato de sopa
después del trabajo en el campo
después de dispensar recuerdos
cuando las hojas son vértigo
y el estruendo de la tarde
complace las alhajas de la soledad.
15
A dónde llegar sin voz
en la garganta
con un anzuelo vivo
que dispersa las vocales
por las autopistas
de la traquea,
vocal de la resistencia
sin paranoia reticente,
no dormirse en la resaca
de una mañana
sin disgustos ni abreviaturas
cancelados todos los via-
jes hacia las vanguardias.
16
En esta canción no serpentea
un río de acordes disfrazados
ni Caronte tiene a bien mirarte
a los ojos. Uno se vuelve
taciturno a medida que tropiezan
los años, el jengibre caduco,
la náusea de la existencia.
Tal vez recordemos un verso
una estrofa tal vez depositada
en los años de la insatisfacción.
Las persianas canalizan el aire
donde mostramos el pañuelo
ensangrentado, como un despertar
a los músculos expropiados,
la maquinaria muerta de la construcción,
el esperma ovalando disquisiciones.
17
La heroína de los tebeos
la heroína de las herraduras
Art Pepper con la mirada
enquistada en un callejón
sin muelas como perro
apaleado, como sombra
detenida en el abrevadero,
los brazos formando bosques.
Patricia en la cara 2 del disco
mientras Stanley Cowell
susurraba al piano:
no es tarde para comenzar
qué fue de ti en la cárcel,
Art, aún conservas ese viejo
dogo en tu antebrazo.
18
Última palabra, último consejo
la música tiene efecto retardante
no la muñeca de plastilina
que te hablaba al oído lentamente
como madame de un cuerpo afri-
cano en la II Guerra Mundial.
Cuando cuesta más encender
un cigarrillo que apagarlo
entiendes entonces que la plus-
valía es algo que se aprende
que las bujías son algo que se
sustituyen al desgaste,
que nada es todo en cuestión
de segundos y arrojamos
la última sentencia como vendaje
en un hospital de campaña.
19
Ese hombre esa mujer adolecen
de la musicalidad de las formas,
en todas partes las comisarías
los cementerios los bosques
de la infancia, en todas partes
las sirenitas los gnomos
los héroes de los cómic
arrastraban el artículo entre
las comisuras de los labios
y Alan Moore en los 80
daba forma a nuevos personajes
de ficción,
la guerra fría en un huevo
en una sartén friéndose
como mantequilla derretida.
20
En el siglo XXI las arrobas
iban de la mano destrozando
la musicalidad de la entrepierna.
Había que decirlo así,
había que decirlo
en poemas de la resurrección
en desfases de las constituciones
en los huecos de los ascensores.
21
Atravesaba una avenida
invadida por los cangrejos
la parada de taxis en la cercanía
la cuerda del bajo rasgaba
el hotel a donde se dirigía
en forma de aguacero.
Una tarde de principio
de mayo el sol regurgitaba
la melodía de una realidad
insoportable.
Fue entonces cuando
sucedió todo.
Se encontró con ella
sin la lascivia de costumbre
y supo ver el gris marengo
en su sombrero
22
y supo ver el suplicio
de las escombreras
y supo ver la carnaza
de las bocas trashumantes.
23
Teclear sin pensar en la mañana
que nos abre los buzones,
las cartas atrasadas
de una vida en fuga, consumido
el reloj en el último toque
de campana de fin de siglo.
La reiteración en los surtidores
de gasolina el octanaje
del recuerdo en parábola
hacia la distancia de nuestros
presentes enquistados
en otras seducciones
de océanos sin alambiques.
24
Ciego recordando al niño ahogado
Ray se camufla en el blanco y negro
entre las piezas de un piano efervescente
y busca en vena la consecuencia de la nada.
Perderse en ese olvido que acallan
las fotografías quemadas en la hoguera.
Un buscavidas atraviesa la calle
no lleva monedas ni llaves en los bolsillos
pero suena el candil en la noche derritiendo
los ventanales recordando la tinaja de agua,
el niño ahogado como pulpo contra la piedra.
25
Escupir al cielo como lluvia inversa
entre cien fragatas que componen
las olas del destierro.
En el semáforo en rojo
monsieur y madame
-apenas hace una copa se conocen-
amartillean sus manos contra la guan-
tera del encofrador de radios.
Se escucha el claxon de un camión
y las manos retroceden al volante.
Arranca y la música dicta atropellos:
“Debió ser una tarde de primavera
cuando los escalpelos salieron a pasear
cuando las muescas deshabitaron
las habitaciones contiguas”
26
Lágrimas de lagarto en torno
al crepúsculo del libelo no escrito
no descrito en la soledad
de los muros de una cárcel.
Piedra entre los dientes
en la mueca del condenado
que compone música batiente
en el aislamiento de una celda.
Los grandes animales del subsuelo
asoman la cabeza entre algas
y plegarias de un sacerdote
que regala cañas de pescar
que sostiene la fe con el alcohol
destilado en las granjas
en los campos de la siega
en la memoria de los peces.
27
Esta neurona revuelta en el plácido
festivo se acongoja ante tanta
pulcritud del entresuelo del púlpito,
el sacerdote regalando homilías
tan lejanas como el tambor de una novela,
la película sobre la vida de un jazzista.
No caer en la tentación de emprender
a horas tempranas esa pieza mayor
no caer en la pronta embestida
del toro jadeando a tus espaldas cuando
todo es de madera como templo budista
o la nariz de Pinocho con la púa a pun-
to de rasgar el firmamento y la corteza.
28
Ensalivada la vida
retuerces la cadencia
de la respiración para contener
el aliento imperfecto, la inmadura
consecuencia del asesinato mudo.
Fue en un tiempo de alianzas
cuando el conserje te dejaba
las cartas bajo el pomo de la puer-
ta. La bajada de tensión
electricidad que transita
por las estaciones de la noche.
Y el punto final en la nota
fuera del pentagrama la nota
de los labios el hombre
que se derrite como un polo
y calienta sus ideas en la glo-
29
balización de las circunstancias.
30
Hereje, mastodonte, el pensamiento
acoge logaritmos todo en detrimento
del ritmo de una partitura ajena
a las voluntades más fuerte la percusión
agudiza como hembra los sentidos
como macho atrapado en la herida.
Atravesamos el polvo la blanca especie
de motas tan inservibles como el verbo
el primer contacto con el suelo lunar,
la primera casaca del borracho,
la resumida esfera del esquizofrénico.
(O el temor a la nada
lo desconocido)
31
Musicalidad en las farolas
iluminando tenuemente las avenidas
los barrancos las callejuelas sin salida.
Vocales impersonales recorren
el asfalto aún caliente,
maduro como higo sureño.
Un hombre no sale de su asombro
cuando atiende al bando que proclama
la guerra, la primera de las grandes
guerras. Luego se supo, como se sabe
que el carmín se desgasta, se pierde
en la noche. Musicalidad de una luz
en el jazz ulcerado, en los estómagos
que retienen la mortaja, que juzgan
a través de los intestinos la palabra
el verbo la música de los serviles.
32
Baja la escalera, guarda un blog
en el bolso, la contraventana
abierta una mañana de setiembre.
Baja despeinada de un taxi
en la confluencia de las acequias,
anota sobre la barra mientras
cuenta con los dedos hileras
de soldados que suman veinte, por
un alejandrino la composición de la re-
ceta que en acto de fe se encorva
en la página calcificada.
Cuenta con los dedos, sobre
los labios el bolígrafo negro
aturdido, olor a marihuana en
el sótano. Cuenta con los dedos
la sílaba perfecta para el verso final.
33
Se perfila la música, estridente como
macho enfurecido, suena en mi
mente el jazz e imagino la captura
de la ballena a los ojos del pianista,
nada más lejos y el poema hilvanado
como una verdad en el trapecio.
34
Alguien supervisa la materia
de los sueños como si fuese
un sanitario que desinfecta inodoros.
El miedo es un pasajero que ato-
siga, se incrusta en el medallón
sin avisar de la existencia de un broche
que colgarse al cuello.
Tal vez para quedarse en el mismo
sitio, tapa de alcantarilla en la sép-
tima avenida, música soterrada
en el sudor de la frente, gnomos
en el jardín. Un escritor lejano,
no el vagabundo
que permutó su trompeta por un
cartón de vino, un escritor que
goza del derecho de pernada y
35
anima a sus amigos a escribir
salvajemente a escribir en la cueva,
vacía los ceniceros de la última tertulia
y describe la composición del miedo.
36
No cambiar de sitio ante
la amenaza de un cataclismo
nuclear. Mirar al cielo por
última vez y dar la conformidad,
las estrellas siguen
las estrellas desaparecen.
El vinilo en su cara B
irrumpe los espacios
con las baquetas.
Hay ocasiones en que
un solo hombre atesora
la cara norte de la luna
y el enigma brota.
Confundir la pasión
con el miedo,
la certeza
37
con la disfunción.
Hay ocasiones en que
el agua corre sin ayuda
de los psiquiatras.
38
Tal vez no sea necesario, en una escala
en proporción directa al vacío de las calles
esos días de invierno de farolas apagadas
y niños mudos cerca de las calefacciones.
Bill Holiday embriagada escribe siempre
quise el gran sonido de Bessie y el senti-
miento de Pops. En la soledad del ajenjo
raciocinio y evidencia se atosigan,
se anhelan las sonrisas los miedos la deca-
dencia. Todo se olvida a la mañana siguiente,
salvo la resaca y dónde dejó uno aparcada
la camisa. Los inviernos transcurren lentos
al calor del fuego, crepita el recuerdo.
Una dama fotografiada en 1949 mira hacia
el cielo, no deja de ser Lady Day, no deja
de ser una escala en proporciones numéricas
39
desatendidas. Como náufrago en el velatorio.
40
DE LOS TEJADOS
41
Sólo soy un trompetista. Sólo sé hacer una cosa,
tocar mi instrumento y esa es la base de toda la
confusión. No soy un hombre de espectáculo y no
quiero serlo. Soy un músico.
Miles Davis
Esa es la base de toda confusión,
encontrarse fuera después de haber
estado adentro, en el útero artificial
donde el abecedario resulta un número insurrecto
y los años un renglón de palabras malsonantes.
Esta es la casa en la que habito.
No tiene muros, candados que los
niños abren con sus abrelatas.
42
La casa donde nacieron mis padres
y mis abuelos. Aún recuerdo el te-
jado rojo de la tarde, la estancia
en un purgatorio amarillento como
calendario de la retaguardia,
el sonido metálico de una radio
que anunciaba el calor o la desidia.
43
Fotografía desenfocada en el corredor
de la muerte asesinando al transeúnte
con el fuego de la hoguera. Serpientes
de la primavera reptan al híbrido con-
cepto del mate, sepia, el colorido de lo
que fuera. Llega el presente bajo los teja-
dos, bajo la efigie de Pollock trasquilando
borracho la corteza de un árbol.
44
Pollock lamiendo un árbol
la muerte arracimada,
la niña buscando un ja-
rrón chino tan falso
como una moneda del jurá-
sico. Las líneas del cuadro
cayendo a borbotones
como el alcohol de Pollock
la última noche que
esbozó neuronas a 130
km. por hora en la soledad
de una carretera cuyas
curvas de serpiente
negras blancas
rojas azules de bosquejo.
45
La farola apoyada
contra la botella
una noche de novias,
ataúdes de linóleo al dictado
de un poeta que lee
la prensa entre pájaros
de la conjugación
de la perífrasis
de la conjura,
escribiendo artículos
de un tiempo que no
existe, de la inexistencia
de los andamios,
vida y posesión
en la cuerda floja
del subconsciente.
46
Al otro lado de la cuerda
atrapa el buscador de escorpiones
ceniza de chamanes,
longevidad en la luz
de la mañana un día
desatento como otro cualquiera,
buscando en los titulares
de prensa
alcanfor bajo las tejas grises,
conversación nonata que
sólo transpire hechuras
de la carie en la palabra.
47
El sol bordea el alerón
secante de los pecados capi-
tales, la circunstancia bloquea
la respiración y el rojo toro
sobre el ruedo del laberinto.
Pudo ser el rey de Alejandría,
la puta de Damasco,
el carpintero del Gólgota
pudo ser la desviación
de un pensamiento buscando
el equilibrio estandarte
de la razón desnuda,
penitencia del labrador
que abona los campos
con polvo de ladrillo.
48
Mirada de ladrillo para confirmar
la aspereza de los conflictos
guerra en la palabra el verbo
la proclama del cese de hostili-
dades. Nadie quiere empujar
el carro de la compra después
de las trincheras. Amanece en
el polvo blanco de la carretera
alguien revuelve las guanteras
y encuentra un revolver la cuen-
ta atrás de la ruleta rusa.
49
La vida como ruleta rusa
una bala en la recámara
para cerciorarse del segundo
que anticipa las tempestades.
El tiempo relámpago yermo
de enfermedad en la clavícula
anunciando la longevidad
de los saurios en las vías,
la indiferencia del beso en los andenes.
El agua baja rodada como canto
de piedra entre las cañerías
del musgo y la indiferencia.
La imagen y el miedo cabalgando
en el cuadro ovillado en el Rena-
cimiento como nota aclaratoria
hacia el hombre y su propuesta.
50
Filosofía en estaciones impares
juzgan los terremotos las consecuencias
del enfado. De fondo la cortina
tras la ducha el café de media mañana.
Razón y fe explicaba el poeta bajo
los alambiques prohibidos, demagogia
en libros pretéritos alumnos que escapan
de las aulas para juzgar el terciopelo.
Si algo existe ha de ser bajo la voluntad
de ser; si algo no existe nos inventamos
la travesura y cruzamos los océanos
mintiendo de refilón una vez más.
Filosofía que no canaliza el juego ni
el sentido de la prioridad hacia las causas
de un hombre justo, la orfandad última
antes de acostarse sobre almohadas de plata.
51
Musicalidad de los tejados.
como masturbación ajena
de acontecimientos presentes.
No existe la causa ni lo efímero.
Musicalidad en la danza de los tejados
por momentos las yemas de los dedos
teclean escriben acarician susurran.
La madame de la mano dueñas del mundo
perceptivo donde las ratas cardan lana
y las fábulas del mundo onírico
regentan las taquillas de la música,
las palabras, los cuadros, las caricias
del eterno retorno. Musicalidad en el
cuello que gira involuntariamente,
de los tejados que fueron cobijo,
ciertamente, a pesar de las goteras.
52
Había que decirlo, tal vez
gritarlo, anunciarlo en prensa
como sulfato de potasio.
Los muertos decidieron hablar,
los suicidas explicaron la causa
el efecto que produce la incredulidad.
Había que decir que el artista toma
nota como camarero de verano
que las formas de la escultura no
guardan simetría con la boca de
La Gioconda. Había que decir que
bajo los tejados habitan golondrinas
y que no todos los hombres miran
hacia el cielo, salvo en determinados
eclipses que precisan de cristales rotos.
53
Esperando un gesto desde el cielo
provocando sueño en las parejas
que se ovillan en los cines, distanciando
las líneas de las manos. El tocadiscos
se detiene en rojo en la suspensión
del diálogo entre padre e hijo.
Generaciones que se transmutan
se intercambian los conceptos
una nube pasa y lima el aire,
es hora de acotar la migración
de las ideas y los barcos de vapor
de encender las teas y las antorchas
iluminar los estrechos pasillos
de la historia no apergaminada.
54
Las horas caducan
se tiñe la diligencia se quebranta
en los portales como aves ateri-
das por el frío caucasiano.
La danza es esa malograda
eternidad de las extremida-
des del circunloquio helado.
El señuelo para alcanzar
la bula, la certeza de sentirse
vestido, la proclama de las horas
que nunca llegarán al reloj
de los campanarios oxidados.
55
No jugué al dominó
en domingo no me pegué
un bigote postizo para
ir a la iglesia ni arrojé
sal en las vías del tren.
En Alabama estaba prohi-
bido como un cartel de
Massias que anunciaba
vino californiano.
Encendí el tocadíscos
en mi habitación azul
abierta a los obstáculos
y puse un vinilo de Bill Evans.
El jazz emergió como flecha
que indaga en las manzanas
y escribí a ritmo de armónicos
56
poemas sólo de mi futuro
no industriales sin mezclas
de celulosas ni prohibiciones.
57
Preciso como acorde de jazz
en mi habitación azul Picasso
partitura de una noche que no esconde
notas firmes atraviesan mi coraza
vulnera la responsabilidad del niño
educado en internados crueles
donde el pan se mojaba en agua.
No pretender el poema con baberos
tomando plácidamente una comida
como poeta aburguesado en el alejan-
drino, atacar todas la bases de la plenitud
adolescente del verso, asumir hasta
el último riesgo como piano incivilizado
que arranca el propósito de la mano
en música de jazz que evoca al poema.
58
Son lentas estas manos que dulcifican
la materia, el barro formando la figura
como poema en la base del jazz, Pepper
olvidando el metal de los barrotes
de nuevo en la calle ovillando pentagramas.
Son dulces estas manos que acarician
la plenitud de un día donde los soldados
arrojaron sus bandoleras, sus cartucheras
y la luz de cobre iluminó el escenario.
59
Alguien cree en la soledad de las estrellas
la deformación de los volcanes en planetas
extinguidos, el número primo estrangula
la fórmula matemática de la precisión
y una tortuga se retracta en su envoltorio.
Las líneas de la mano esconden la vida
del compositor que me devuelve la inspi-
ración después de tres lustros comiendo
octavillas del cuerpo rojo de la revolución.
60
Todo es silencio, plenitud en esta hora
donde Marsalis compuso una suite dedicada
a mi ciudad. Me adentro en el poema como
en la juventud de mi propia incertidumbre
salvando las distancias transformándome en mú-
sica, el tiempo se detiene en la palabra y las
notas, composición de los aleros que me pro-
tegen del agua de mi propio linchamiento.
La ciudad que me vio crecer y tantas veces
alejarme para regresar siempre como Kavafis.
61
El destino está siendo amable conmigo. No quiere
que sea famoso demasiado joven”.
Duke Ellington
Contemplo la fotografía en b/n
the Cotton club en Harlem
Duke Ellington seduce al piano
en los clubs nocturnos compone
música miles de pedacitos de papel
que se perdieron como arena que-
brada. Se acerca a mi escritura
como un pulpo me sostiene
con sus tentáculos escapo de
mi propia obligación de mi falsa
62
necesidad de agradar al mundo
escribiendo para adentro en una
libreta que se perderá en la nada
participando del ritmo del jazz
bajo un techo con forma de tejado
en uve como una pagoda vacía.
63
No es necesario explicar
que la juventud fue por otros derroteros.
Las bandas olvidadas las piedras que
caían sobre tu cabeza cercana la charca
de las ranas. Uno pretendía la fama
como principio básico de la existencia
elixir para envejecer pausadamente
falsa propuesta hacia la pedantería.
Los años entierran a uno en la creatividad
indecisa como masturbación de letras
y los signos en contubernio con tu alma
te convierten en ese solitario que sólo
cohabita con el café de la mañana, si acaso,
con un amigo disfrazado de Miles Davis
que te corrige los poemas a última hora
y te dice: no es necesario el uso de los alam-
64
biques, salva tus versos antes que el alma.
65
Bajo el último pistoletazo de salida
los dedos olfateando las bóvedas
como cálida estampida de búfalos
el derribo de las suposiciones
para no doblegarse de paja y heno.
Sentirse dentro del esbozo de la crea-
ción participando de la tala
del pensamiento en lugares donde
el arca fue bíblicamente expuesta
a la tempestad de cuarenta noches.
El joven Wynton Marsalis tocando
la trompeta junto a su padre,
descifrando un pentagrama con los
restos de la última llovizna
y todos los animales arracimados
antes del diluvio.
66
La constante hacia esa recreación
que es el poema a resultas
de la música que parpadea el aire
y se detiene. Plagas de suposiciones
para hacer de ti el indeseable
caduco apóstata impostor,
romper el molde de un manotazo
y adherirse a la liga de encofradores
que trafican con la sentencia última
donde la firma está falsificada.
Dejar constancia en la palabra
el hecho circunstancial de ser
el prófugo de los linchamientos,
escribiente que no jalona ni determina
la sucesión de los fotogramas en b/n.
67
Me siento en una silla ocupada por
el peso del humo satisfago la necesidad
primaria de compartir los diccionarios
de una interpretación en Casablanca.
Las luces me devuelven a la realidad
al mar tortuoso de los proxenetas
regreso a los amores que me odiaron
después del último escorzo del poema.
68
La voluntad de extraviarse
en una isla polifónica de acor-
des tenues, la sensación de
tenerlo todo amarrado.
Hablar de amor una noche
de setiembre bajo
las estrellas del planetario.
El amor resulta en ocasiones
ingrato como el insulto
de un justiciero en vacaciones
jugando al tenis rompiendo
las cuerdas de la mandolina.
El amor apergaminado donde
parten los insectos en procesión
en busca de recambios para
los tractores de la trilla.
69
O no decir nada
o decirlo todo,
cambiar de agua la bañera
donde habitan los cangrejos.
donde el jazz rompe esta monó-
tona secuencia a no encontrar
el pulso del maniquí
la garra del leopardo.
70
Acepta el veneno en tu cuerpo
los filamentos de la amanita
la cicuta el amoníaco
la combustión de las cañerías.
Espantapájaros de la modernidad
que recela del libro no escrito
la idea de convertirse en ánfora.
El hombre celebrando sus victorias
cadalso de la idea donde el fuego
traza sus virtudes, el hombre
temeroso de su propia esencia.
Aceptar la musicalidad como norma
disidencia al éxito malogrado
acostumbrar el cuerpo al veneno
la vida es mitad costilla mitad
carne en el plagio de los años.
71
Entremeses en el patio de butacas
los focos apagados una eternidad
abraza la sustancia del pecado
el hombre contra sí mismo en busca
de su origen. Cancerbero aguardan-
do el regreso de un cartero que
esconde todas las cartas como un
tahúr en la ruleta de la tierra yerma.
72
Charlie Parker, Paul Desmond,
Dizzy Gillespie, Thelonious Monk
improvisación de modos y escalas
en 1950 el contubernio
de músicos escritores pintores
ambiente de sudor y humo
olor a saxofón y madera.
El papel en blanco ascendiendo
hacia el verso el esbozo.
Se escribe igual que se escucha
a ritmo la melodía
perdurará ahora que las ma-
riposas disecadas cuelgan
de la pared y los niños
arrojan partituras a la guillotina.
73
Confianza en el útero
recreo del acorde que evoluciona
en diapasones y acantilados.
naturalezas muertas
fotografías y cuadros
remando hacia la voz
como un aullido en
el poema generación
de John Clellon Holmes
reuniéndose en los clubs
en veladas melódicas
tomando cerveza aguada
en noches de pizarra.
74
No detenerse,
como principio ante la soledad
arrancar la desgana la no parti-
cipación de la enseñanza.
Encender el tocadiscos
y reposar el vinilo
el jazz arrancando úlceras
no detenerse
ante la desgana el hastío
dulcificar la entrada a
este manicomio de palabras
configurar el verbo
sin elementos psicoactivos.
75
Concluir con un decibelio la relación
que pretende ascender cimas de alabastro
palacios encorsetados en el medievo
la danza de los tejados cumpliendo
el ritual de los ascensores cuando
los puertos apagan amarras y todas
las leyes desquiciadas como niño
huérfano sin caridad se agolpan a babor
en el subconsciente de la temeridad
un día más allá de los relojes y las
mismas leyes que enfundaron el saxofón
caen perpendiculares por la cascada
de arpegios que susurran las paredes.
76
Impreso en España, 2014
77
Otros títulos de la Colección el Marsupial.
1- La Mitad de los Cristales
2- Reloj de Arena
3- Una semana de arresto domiciliario
4- Tarde de Moscas
https://www.facebook.com/marchena.adolfo
78