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Julio Argentino Roca, emblema de opresión Notas sobre los orígenes de la barbarie
del Estado argentino.
Por: Miguel Mazzeo∗
"...la historia que tenemos es una historia incompleta, escolar. La verdad nos ha espantado siempre..."
Ezequiel Martínez Estrada
"La dialéctica ofrece la posibilidad de hablar de dos clases sin renunciar a la parcialidad ¿Cómo vamos a combatir sin ella?"
Bertold Brecht
"...Y su importancia, ¿cuál es? ¿Es el pasado que estalla en el presente como una bomba? ¿Es el presente que se disfraza de pasado? ¿O las dos cosas
juntas?" Jean Paul Sartre
Presentación Este trabajo fue accidentalmente instigado por una invitación que me hiciera
Osvaldo Bayer para hablar en un acto público en el marco de la lucha por
erradicar el monumento que Julio A. Roca tiene en el centro de la ciudad de
Buenos Aires, con más precisión en Perú y Diagonal Sur1. Participaron de
aquella reunión, junto a quien escribe, Gregorio Kazi y Hebe de Bonafini. Así,
estos textos tienen su origen en un improvisado y urgente punteo para un
∗ Miguel Mazzeo. Nació en 1966, en Lanús, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Profesor de Historia, Universidad de Buenos Aires (UBA). Docente de diversas Cátedras de la Universidad de Buenos Aires y en la de Lanús (UNLa). Coordinador Nacional de la Cátedra Libre Universidad y Movimientos Sociales en la Universidad de La Plata (UNLP) en 2005 y de la Cátedra Abierta América Latina en la Universidad de Mar del Plata (UNMdP) en 2006. Es autor de varios artículos y libros, entre los últimos se destaca ¿Qué (no) hacer? Apuntes para una crítica de los regímenes emancipatorios, publicado por Antropofagia en 2005 y El Sueño de Una cosa. Introducción al poder popular, publicado por la editorial El Colectivo en 2007. Es militante del Frente Popular Darío Santillán (FPDS). 1 El grupo que asumió esta lucha, en una asamblea, decidió llamarse Awka Liwen (Rebelde Amanecer), al igual que una niña, hija de una mapuche y un blanco.
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discurso que no tuvo aspiraciones "pedagógicas", en contra de lo que la
situación promovía, en contra de lo que el "género" habitualmente auspicia.
Ahora que termino de escribir esto, que aspira a la estructura ideológica de un
ensayo y que precisamente por eso intenta exceder a Roca e inmiscuirse en
cuestiones vinculadas a la historiografía, el Estado, la complexión de las clases
dominantes y las subalternas, etc., percibo que, en alguna medida y a pesar de
las lecturas acaparadas, las citas y el esfuerzo por suprimir las hipérboles más
atolondradas, sigo pronunciando aquel discurso. Nunca logré bajarme del todo
de aquella tarima. Valga el tono, aunque más no sea, como expresión de mi
rechazo al fastidioso "monografismo" (o "paperismo") argentino.
Para no dar pábulo a posturas aviesas o confundidas, cabe aclarar los
propósitos de esta lucha encabezada por Osvaldo Bayer. Si bien el monumento
a Roca, emplazado no causalmente durante la Década Infame, y el resto de
sus representaciones iconográficas legitiman un exterminio y nos imponen
paisajes inmorales, no se trata solamente de favorecer un traslado, o un
cambio en el nombre de una calle (para regocijo de algún legislador o concejal,
para paliar momentáneamente su "crisis de rol"), o de quitar un retrato de un
billete (que, por cierto, no es un objeto "puro" que merezca ser preservado),
sino de instalar un debate, de reflexionar sobre los modos y los medios de los
que dispone el poder para abusarse de la memoria e imponer nombres, marcas
e iconos opresivos y hacer que nosotros, al internalizarlos acríticamente,
aceptemos los límites del lenguaje y del mundo de los dominadores.
En un plano más general aún, se trata de un debate sobre el control de los
medios de simbolización y su posible socialización, lo que remite a la cuestión
del "uso público de la historia" −al decir de Jürgen Habermas−, al "deber de la
memoria", a los derechos de las comunidades en cuestiones de memoria y
representación y, finalmente, a la necesidad de contraponer mitos a fetiches.
Toda lucha social y política tiene un plano simbólico. Se trata de una vieja
verdad pero que suele ser soslayada en la izquierda por el influjo de un grosero
empirismo que, en ocasiones, se intenta revertir apelando a una ostensible
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manipulación simbólica, actitud aún más degradante. En el caso de esta lucha
antimonumento se trata de develar las políticas y los intereses que traman esos
símbolos. Por otra parte, vale tener presente que, en el plano de una lucha
simbólica, se puede tomar conciencia de los conflictos de base y componer o
consolidar identidades resistentes.
Entonces, la lucha antimonumento es una lucha por la tierra y por un conjunto
de derechos. A su vez es una denuncia a la barbarie pasada y presente del
Estado argentino (y del régimen del capital). De hecho, la Comisión
Antimonumento pide sin rodeos la expropiación y devolución a los pueblos
originarios, y a otros sectores postergados, de las tierras usurpadas y
concentradas en latifundios que están en manos de extranjeros o criollos (la
distinción es totalmente ociosa). Y aclara: "con criterios que garanticen la
autonomía y la autogestión para la explotación sustentable". La Comisión exige
también la revisión de los contenidos de la enseñanza y la remoción de los
contenidos racistas.
Como vemos, no se trata de ensañamiento iconoclasta con el bronce triste y
glacial. Tampoco de reproducción especular de la megalomanía de las clases
dominantes (tal como sucedió con el socialismo real y su insoportable
monumentalidad), o de caer en fetichismos o en la disputa de una necrología
con otra necrología, como sugirió Luis Mattini en una nota con la que, en líneas
generales, estamos de acuerdo2.
I Proponemos una reflexión sobre una invariante de larga duración de la historia
argentina. Una invariante densa y persistente. Redundancia axial que se
inscribe en el presente con la filigrana de la política. Experiencia y proceso que
perdura. Una invariante que, por todo esto, resulta aventurada para ciertas
predisposiciones políticas y académicas tendientes a las armonías, las
distancias y los enfriamientos. La invariante instala, inevitablemente, la
necesidad y la posibilidad de las variaciones. También haremos referencia a
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ellas, más concretamente a los intentos frustrados (derrotados) por hacer de
las variaciones una variante que honre a las clases subalternas.
La invariante nos interpela, nos plantea nuestras limitaciones a la hora de
reconocer lo que sigue sucediendo (de modos muy diversos) y nuestra
incompetencia para identificar las repeticiones disfrazadas de punto de partida
o fundación.
Marx decía que en la anatomía del hombre está la clave para la anatomía del
mono. Fieles a esta noción que establece la subsistencia y la sedimentación de
una determinada temporalidad (o una forma de organizar la temporalidad),
buscamos los indicios de las "formas superiores" en las "especies inferiores"
pero sabiendo que éstas últimas se comprenden mejor cuando se conoce la
forma superior. En fin, proponemos, en términos de Esteban Rodríguez, "re-
introducir la historia en la política para que dramatice los conflictos sociales"3.
No estamos fundando una genealogía sino reconociendo un pasado que no
puede ni quiere fugar del presente.
Intentaremos abordar la figura de Julio Argentino Roca como síntesis de una
época histórica, como genuino representante de extensos y complejos
procesos económicos, sociales, políticos y culturales. También como instancia
estratégica de una invariante de nuestra historia. Es posible que, si nos
detenemos en los aspectos superficiales, en la mera hojarasca, en lo episódico,
caigamos en los debates secundarios o en una preocupación por el puro
pasado, y por allí, precisamente, no discurre nuestro interés.
Los medios masivos promueven el chisme historiográfico, hablan de amantes y
no de clases dominantes, se detienen en los caprichos y las debilidades de los
personajes y no en las lógicas relacionales y en las tramas del poder, colocan
el énfasis en los hombres y las mujeres aislados y dejan de lado los procesos
históricos y los sujetos colectivos. Peregrinan epifenómenos, como la
2 Mattini, Luis: "Monumentos", en: La Fogata Digital, 10-07-04, www.lafogata.org. 3 Rodríguez, Esteban, La invariante de la época. Las formas de la cultura política en la Argentina contemporánea, Ediciones del Grupo La Grita, La Plata, 2001. P. 51.
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"corrupción"4, eludiendo siempre el examen estructural y orgánico que, de
hacerse efectivo, exhibiría la histórica vinculación de las "mafias" con el Estado
y las clases dominantes en nuestro país.
Como cierto periodismo, la historia hecha espectáculo, o la historia de "alta
divulgación", promovida por los grandes medios de comunicación −incluyendo
las editoriales más importantes5−, aparece como un inmenso océano de un
centímetro de profundidad, como un conjunto de resúmenes toscos para ser
intercalados en programas de radio y TV. Sus conceptos, además de pobres y
triviales, suelen ser eclécticos, acomodaticios y maleables. Interpelan
subjetividades vacuas. A través de sus obras de esparcimiento, evasión o falsa
inteligencia, proveen a los consumidores elementales, a todos aquellos que
rechazan las alegorías, los sentidos y las simbologías fuertes, una satisfacción
tan rápida como efímera. Su función orgánica en el campo ideológico es
evidente: difundir y estetizar, con un discurso sobre el pasado, determinados
modos de vida. El espectáculo desdramatiza. Cuando la cultura se hace
espectáculo se separa de la comunidad.
Los modos de producción historiográficos más académicos que reclaman una
legitimidad profesional, por su parte, parten de una distancia estructural similar
a la de la historia mediática6. Por lo general no buscan alcanzar un mayor
orden de conocimiento y anteponen el rigor a la libertad creadora. La
rigurosidad, al concebirse sólo bajo un aspecto, el preestablecido por el canon
académico, pretendida y pedantemente "científico" y "profesional", termina
4 Colocar el énfasis en la corrupción, omitiendo la necesidad de reformular los regímenes de dominación y el conjunto de las relaciones sociales, ha sido y es la estrategia discursiva predilecta del progresismo político e historiográfico en la Argentina. Esta estrategia se acomoda al anhelo de un capitalismo "serio", moderadamente redistributivo y prudentemente autónomo; y ha servido tanto para justificar el apego −inicial, claro− a Fernando De la Rua (y a la Alianza) como hoy sirve para adherir a las políticas del presidente Néstor Kirchner. Se viene consolidando un espacio ecuménico en el cual el coinciden el liberalismo democrático y el "pensamiento nacional", un espacio aceitado no solo por la ambigüedad, sino también por la refundación del posibilismo. 5 Como ocurre en la sociedades capitalistas, el interés estrictamente comercial de estas editoriales es plenamente funcional a la hegemonía de las clases dominantes. La difusión de los grandes medios posee un carácter clasista. 6 La Academia cuestiona la historia - espectáculo y se burla de sus exponentes pero en el fondo los envidia porque aspira a una espectacularidad alternativa que reconozca el rol "profesional" del historiador, que lo interpele como "científico", no como "opinólogo". Pero el espectáculo tritura más que la Academia, incluso puede triturar a la propia Academia.
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convirtiéndose en rigidez y abandonando todas las otras formas del rigor, por
ejemplo el rigor ético o poético. La academia tiene la costumbre de dejar de
lado la complementariedad de las formas de la cultura.
Los historiadores profesionalizados operan como empleados de aduanas.
Esencialmente burócratas, adaptan el sujeto a las condiciones del objeto,
producen lo que parece razonable para la comunidad de investigadores y para
los aparatos organizativos de la disciplina, aunque lo "razonable" sea un
camión de tedio, una trabajada nadería o tenga como pilar la certeza de la
impotencia congénita de las clases subalternas. Con este proceder se sienten
seguros de compartir un espacio −certidumbre ontológica−, un nivel de análisis
autónomo y coherente y metodologías apropiadas, lo que les disminuye la
ansiedad (y la creatividad). De esta manera componen una condición
idealizada: la condición neutral.
Estas producciones suelen estar muy ocupadas en su propia arquitectura, es
decir: son autoreferenciales. Jorge Luis Borges recordaba la observación de un
prosista chino para quien lo anómalo (como el unicornio) solía pasar
inadvertido, es decir: los ojos ven lo que están habituados a ver. A los
historiadores profesionales les ocurre algo similar.
La academia recorta y matiza, instituye géneros aptos para estabilizar todo lo
que fluye, aunque de un tiempo a esta parte suele referirse a este tipo de
operaciones utilizando el termino "deconstrucción". Al recortar reivindica la
condición serial, mira la realidad desde su fragmento y excluye todo lo que la
desborda y altera sus instituciones previsibles. Produce narraciones y
biografías huérfanas, desprovistas del sostén de un drama colectivo. Construye
historias en el vacío, autónomas de la historia.
En ciertos casos, inventar o centrarse en un matiz puede ser una forma de
justificar al poder y de no dar cuenta de los despojos. El matiz se contrapone a
la mirada cruda (lo crudo es la verdad, la verdad es cruda). Desde el matiz se
pueden negar los cadáveres de gauchos, de indios, de obreros, de piqueteros.
Se puede naturalizar el exterminio. Matices, grises, puntos intermedios: ¿cuál
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será el punto intermedio entre opresores y oprimidos, entre el general Roca y
un pampa o un mapuche, entre el Estado terrorista de la Dictadura y un
delegado de fábrica o un militante estudiantil, entre la policía bonaerense y un
piquetero?
La mirada cruda también contrasta con la "táctica de las dos campanas", ante
la que sucumben los progresistas y también muchos izquierdistas que no
logran columbrar que el papel de antagonista, por lo general, contiene la
colaboración.
No ensayamos una apología de las simplificaciones, no negamos la existencia
de tonos y gradaciones, sólo resistimos la prioridad que se les asigna por sobre
las oposiciones sustanciales. Rechazamos la ausencia de estructuras
dilemáticas que compelen a los interlocutores (bajo la forma de lectores,
alumnos, audiencia, etc..) a una réplica: a afirmar o negar el cambio histórico, a
legitimar o no la violencia como instrumento político, a tomar partido o no por
los hombres concretos, reales y vivos, que son los que hacen la historia.
Repudiamos la condición neutral porque prescinde de la ética. György Lukács
decía que "en la ética no hay neutralidad ni imparcialidad: el que no quiere
actuar, debe responder también ante su conciencia por su inacción"7 y Sartre,
en su "Respuesta a Albert Camus", decía que "el que se pliegue a los fines de
los hombres concretos tendrá por fuerza que elegir sus amigos, porque en una
sociedad desgarrada por la guerra civil no es posible asumir los fines de todos,
ni rechazar todos los fines a la vez"8.
La neutralidad sirve también para negar las invariantes de la historia. La
academia tiende a desdeñar las continuidades, porque estas le imponen una
superficie incontrolable, rechaza todo lo sospechoso de ser legitimante de una
postura presente sin percibir que ese rechazo, en sí mismo, implica una
legitimación.
7 Lukács, György, Táctica y ética. Escritos tempranos (1919-1929), El cielo por Asalto, Buenos Aires, 2005, p. 32. 8 Sartre, Jean Paul: "Respuesta a Albert Camus ", en: Situación cuatro. Literatura y Arte, Losada, Buenos Aires, 1977, pp. 96 y 97.
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El sueño de la neutralidad, un sueño de distanciamiento (en múltiples sentidos),
de dominio desde lo alto, y por lo tanto de escisión entre teoría y práctica, es el
horizonte más auténtico de la academia y de todos los intelectuales "puros" que
se ubican en la esfera soberbia de la "alta cultura" o de la "cultura de elite",
aunque se toleren las subjetividades de baja intensidad9, aunque se sobreactúe
un afán problematizador. En los 90, asumida la inmodificabilidad de la realidad,
muchos intelectuales se hicieron historiadores para escaparse del presente. Se
profesionalizaron para despolitizarse. Se hicieron "científicos" para ser neutros.
No pudieron escapar a los condicionamientos de su tiempo y ahora son
predecibles.
Desde la abulia de este profesionalismo inmunizado de toda "angustia de la
historia", se plantea, por ejemplo, la "responsabilidad" de la militancia
revolucionaria de los 70 en el desencadenamiento del terrorismo paraestatal y
estatal. Proposiciones de este tipo ¿denotan objetividad y rigor en el ejercicio
del oficio de historiador o un elemental punto de partida consensualista que
tiende a naturalizar el orden dominante? Lo mismo podríamos preguntarnos
frente a los que analizan la lucha armada a partir de una "cultura autoritaria". El
problema es el punto de partida, lo que se acepta como dado, como lo "normal"
o como aspiración, que en el caso de la academia remite a: capitalismo
predecible y "serio", democracia liberal y reformismo moderado.
Por otra parte no hay que confundir la objetividad y el profesionalismo con las
necesidades de una disciplina por consolidarse institucionalmente. En fin,
habría que considerar cuanto ha condicionado y condiciona a la disciplina
histórica el proceso de profesionalización desatado en los años 80 y 90. Por
ejemplo, aunque pocas veces se haga explícito, en la historiografía académica
subyace una contraposición entre las "reglas del oficio" y la politización. Lo
cierto es que la "reglas del oficio", vienen abonando escrituras consensualistas
que, por supuesto, son políticas. Más precisamente, son la expresión de una
involución política que tiene ribetes dramáticos.
9 Hay que tener en cuenta que los significados nunca se producen en medios culturales neutros. Existe siempre un poder hegemónico (o contrahegemónico) que produce los significados culturales.
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9
No se trata de negar la distancia necesaria con el objeto de estudio como la
condición para la construcción de una historiografía crítica, sino de tener
siempre presente que las sociedades del pasado y del presente pueden
pensarse en términos "consensualistas" o "conflictivistas", desde la
interdependencia de los individuos y las partes o desde las diversidades y
confrontaciones sociales (irreductibles a la burda contraposición entre "buenos"
y "malos"); desde lo que elude la politización (o busca los medios de su
canalización - neutralización) o desde lo que politiza el conflicto (y por lo tanto
lo dramatiza, instituyendo un antagonismo inmanente); desde lo que impide el
mito mientras entroniza fetiches, o desde lo que lo hace posible.
El régimen de veracidad específico de la historia (por lo general contrapuesto al
de la fidelidad, específico de la memoria) no puede estar más allá de estos
modos de pensar el presente y el pasado, de estas miradas, por lo tanto no se
puede invocar como garantía de neutralidad y objetividad. Tampoco puede
estar más allá de los relajamientos de las desigualdades sociales auspiciadas
por la diversidad cultural. Sólo tomando conciencia de estas miradas se podrá
articular la historia con la memoria y construir una historiografía
verdaderamente crítica.
¿Puede la historia abandonar, livianamente, su rol legitimador de identidades?
¿O mientras reclama su distanciamiento respecto de ese rol no hace más que
legitimar alguna identidad minimalista funcional a un orden opresor? ¿No está
aceptando pasivamente la serialidad impuesta por una sociedad fragmentada y
mal compaginada por espacios autoreferenciales y hostiles entre sí?
Desde Bartolomé Mitre, hacedor de la "unidad nacional" a la fuerza y pionero
de la historia "profesional", subsiste un impulso reconciliatorio y armonizador en
política y en historiografía, o, expresado en términos sartreanos, se conserva
inalterado el proyecto de disolver las diferencias y los odios en la armonía
formal de los asentimientos10. El fundador de La Nación, en una carta a José
10 Sartre, Jean Paul: "Ratas y hombres", en: Situación cuatro. Literatura y Arte, Losada, Buenos Aires, 1977, p. 50-51.
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10
Hernández, quejumbroso por el Martín Fierro, le decía: "No estoy del todo
conforme con su filosofía social, que deja en el fondo del alma una precipitada
amargura sin el correctivo de la solidaridad social. Mejor es reconciliar los
antagonismos por el amor y por la necesidad de vivir juntos y unidos, que hacer
fermentar los odios, que tienen su causa, más que en la intenciones de los
hombres, en la imperfecciones de nuestro modo de ser social y político..."11.
Al igual que en el caso de los viejos y nuevos cultores del arte por el arte, la
neutralidad encubre el deseo de solucionar las contradicciones inherentes al
proyecto individual de escribir, investigar, enseñar (y vivir) negando las
funciones sociales. La reiterada combinación de los afanes matizadores y
supuestamente problematizadores no digiere las contradicciones tajantes y
sustanciales, así el punto de la "integración" se presenta como panacea y
garantía de cientificidad. Por ejemplo: se pone el acento en el hecho de que los
indios y los gauchos participaron en los ejércitos libertadores, integraron las
huestes de los caudillos y jefes de todas las facciones, estuvieron en Cepeda y
Pavón, con Justo José de Urquiza y con Bartolomé Mitre.
La supuesta "colaboración de la víctima" se convierte en elemento de
justificación del orden establecido y de negación de las contradicciones, al igual
que la horizontalidad de algunos enfrentamientos: gauchos contra indios, o
pobres contra pobres. Y aquí cabe una digresión: Edgardo Álvarez, rastreando
una invariante de nuestra historia, identifica una que se expresó y se expresa
es una estrategia de difamación. Parte de la exposición del ministro del Interior
Rafael Castillo, interpelado por el Parlamento argentino (a pedido del diputado
por el Partido Socialista, Dr. Alfredo Palacios) después de la represión a una
movilización del 21 de mayo de 1905 que dejó como saldo tres muertos y
veinte heridos de bala. La movilización había sido convocada ante un conjunto
de medidas represivas impulsadas por el gobierno de Manuel Quintana
después del intento revolucionario de la Unión Cívica Radical de ese mismo
año. Ahora bien, esas medidas afectaban principalmente al movimiento obrero.
11 Carta del General Bartolomé Mitre a José Hernández del 14 de abril de 1879, en: Martínez Estrada, Ezequiel, Muerte y transfiguración del Martín Fierro. Ensayo de Interpretación de la vida argentina, Beatriz Viterbo Editora, Rosario, 2005, p. 591.
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11
En el transcurso de la interpelación el Ministro dijo: "necesito dejar constancia
de que no son los agentes de policía los que han hecho disparo sobre el
pueblo, a pesar de los ataques de que ellos han sido víctimas. La agresión ha
partido de los propios manifestantes. Los agentes de policía se han limitado,
como dice el señor jefe de Policía, a hacer disparos al aire, para producir la
dispersión necesaria e indispensable en esos momentos" (Cámara de
Diputados de la República Argentina, Diario de Sesiones, 1905, p. 397). Lejos
de cualquier mirada anestesiada, Alvarez relaciona estos dichos y estos
procedimientos (que parten del presupuesto que sostiene que las víctimas,
cuanto más pobres, más proclives a entrematarse) con los que desplegaron
más de cien años después, el día que Maxi Kosteki y Darío Santillán, en la
estación de trenes de Avellaneda, fueron asesinados por la Policía bonaerense
mientras luchaban por trabajo, dignidad y futuro12.
También se sobredimensionan aquellos casos en que los caciques se
adaptaron al régimen de la propiedad privada y sacaron provecho personal. Se
relativiza, de hecho, el aniquilamiento o la explotación −reales− que los casos
de integración (bajo coacción!!) no evitaron, se deja de lado el proceso de
deshumanización al que la víctima fue sometida como paso previo a su
"integración". Se omiten los gauchos despojados de sus medios de
subsistencia y arrastrados a los fortines por las autoridades, remitidos con
cadenas, antes de convertirse en matadores de otros subalternos. No se toma
en cuenta que el genocidio es la condición de la imagen en la que aparece un
cacique viejo y domesticado con uniforme militar, o la imagen del indiecito
beato. Solapadamente, se responsabiliza a la víctima de su condición y
destino. Pero lo mas importante es que, al otorgar un carácter eterno y
monoacentual al signo ideológico, se razona y se produce con afinidad a los
intereses de las clases dominantes.
La diferencia de la academia y el pensamiento crítico no es de acento sino de
sustancia.
12 Alvarez, Edgardo, El Estado nacional contra el movimiento anarquista. Un proceso de "ortopedia social" en la historia argentina, mimeo, Buenos Aires, 2006.
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12
Algunos historiadores propensos a la identificación populista retrospectiva, los
populistas convictos o inconscientes, carne de transformismo y de una amplia
gama de ambigüedades −excluidos de la academia pero integrados al
espectáculo como formadores de opinión historiográfica−, por su parte, tienden
a confundir el folklore y el costumbrismo más afectado con la realidad nacional.
La "gauchipolítica", notoriamente debilitada como relato emancipador, agotado
el imaginario social plebeyo que otrora la sostuviera, con su aplicación
retrospectiva del populismo puede terminar justificando, o atemperando −al
igual que la academia con sus afanes matizadores− diversas atrocidades, por
ejemplo, el asesinato de gringos ácratas, sólo porque Hipólito Yrigoyen era
"nacional y popular". Puede también pasar por alto, o considerar un mero
detalle, el apoyo al General Juan Carlos Onganía y a la Revolución Argentina
de parte de algún "pensador nacional y popular". O puede sufrir un repentino
ataque de amnesia a la hora de determinar la exacta coyuntura de la creación
de la Triple A.
Las evidencias demuestran que esta corriente se caracteriza más por una
vocación "estatal" que nacional y que su recorte de la Nación en determinada
fase puede llegar coincidir con el de las clases dominantes. No deja de ser un
recorte burgués de la Nación. Una vana ilusión rige las interpretaciones de esta
corriente: la posibilidad de un proyecto burgués - nacional integrador de las
clases subalternas, estimulado por el circulo virtuoso producción - consumo,
alimentado por una economía orientada al mercado interno y a la distribución
del ingreso. Pero ocurre que la burguesía nacional solo existe como un eficaz
artificio de la burguesía "local" (que no tiene nada de nacional) para que las
clases subalternas y los grupos de la izquierda nacionalista y/ o reformista
adhieran al capitalismo, ya sea como horizonte definitivo o como necesaria
estación de paso.
Vemos también cómo esta corriente parte de un nosotros epistemológico
anacrónico y todo parece indicar que no disponen de las herramientas ni de la
voluntad para construir uno nuevo. Adhieren a un conjunto de símbolos y
rituales no resignificados en función de la nueva realidad, o que sí son
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13
resignificados, pero por un poder hegemónico. Símbolos de los que ya no se
derivan prácticas transformadoras. Han extraviado el significado de lo popular,
y por consiguiente disminuyen y malgastan el sentido de lo nacional. Han
profundizado el abismo entre el pasado y el presente. Hace cuarenta años que
escriben el mismo artículo, el mismo libro. Remiendan viejas páginas y hacinan
significados plebeyos (más que populares) cuyos principales rasgos son el
carácter reiterativo y agobiante por lo perimido. Y no hay posibilidad de
actualización porque el populismo ya no abriga ninguna tensión y, por ende,
carece de toda posibilidad. No puede desquiciarse ni desquiciar. Dicho de otra
manera: política y culturalmente hace mucho tiempo que viven de rentas. Ahora
se complacen en un "malditismo" inexistente, impostan soledades, exclusiones
y páramos, e invariablemente inspirados en Leopoldo Marechal, dicen seguir
arrojando botellas con mensajes al océano del pueblo: ¿desde la TV? ¿desde
las editoriales que invocan a Hermes (dios del comercio y los ladrones)?
¿desde las instituciones públicas?... Extraño naufragio por cierto.
De todos modos creemos que el problema político - cultural actual no se refiere
ni a las bases de lanzamiento de las botellas con mensajes, ¡ni a los
mensajes!!. El escritor argentino Rodrigo Fernández Labriola, sostiene que ya
no se trata de arrojar las botellas al mar sino de utilizarlas para romper
cabezas. Una casi metáfora que remite a una forma de combatir el
conformismo.
La historia escrita en - desde los 80 y los 90 (por una generación que no sabe
ni quiere escribir para sí misma) carga con un cúmulo de limitaciones. Asume
plácidamente la "normalidad" de su tiempo árido, sin crearse en "estado de
emergencia". Le cuesta dar cuenta del todo, no puede descubrir "la historia" y
gira en torno a una infinidad de "pequeñas historias" ("historias mínimas") que
no puede engarzar ni insertar en las coordenadas de un sentido colectivo. Al
asumir la impotencia de cara a la construcción de un continente para un
conjunto amplio de experiencias, edifica armonías insustanciales, ejecuta
sinfonías de citas monótonas.
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Serializadas las sociedades y el sentido común, los historiadores, y los
intelectuales en general, tienden a afincarse en un lugar determinado de la
serie (que contiene un tipo de sentido común). Esta serialidad contempla un
conjunto de lugares: reaccionarios, progresistas, académicos, mediáticos, etc..
Desde cada uno de esos lugares se puede pensar sin salirse del sentido
común. Ha cambiado el sentido de lo "oficial". La historia oficial de hoy no es la
misma que la de hace 40 años. El campo de lo oficial se ha ampliado, se ha
convertido en una superficie de promiscuidades aparentes. Caben allí buena
parte de la historia ocasionada por la academia, las producciones
obstinadamente liberales y conservadoras y el "neorevisionismo denuncialista"
en todas sus versiones pero fundamentalmente en su versión "progresista" y
mediática (una inversión de las conclusiones de la revista Billiken pero con la
misma predisposición)13. Ninguna de estas versiones del pasado tiene poder
de estimulación y confrontación. No perturban en los sujetos las relaciones con
sus conciencias o sus realidades y se limitan a brindar información sin vivencia.
No asustan ni desconciertan a nadie. Y sobre todo: no logran (o no quieren)
proyectar una historiografía integrada a una diseño de sociedad alternativo.
Por otra parte, lo oficial remite también a todo lo que aspira a un esquema
director y confirmador externo y que puede presentarse bajo la forma de la
academia o del espectáculo, más allá de sus definiciones científicas,
ideológicas o políticas. Lo determinante es el establecimiento de una pauta
actitudinal del académico (o del "hombre - mujer de la cultura" en general) y del
"espectador", anterior a su confrontación con un contenido especifico (que
puede ser "alto" o "bajo", "profundo" o "liviano", liberal, de izquierda, diletante o
profesional). O sea, se torna necesario discutir los marcos de referencia,
preguntarse hasta qué punto nos permiten una percepción primaria directa de
la realidad.
13 El "neorevisionismo denuncialista" no hace más que pelear con su propia sombra cuando lanza sus dardos a la "historia oficial". Para este tema sugerimos ver: Acha, Omar: "Las narrativas contemporáneas de la historia nacional y sus vicisitudes", en: Nuevo Topo, Revista de historia y pensamiento crítico, Nº 1, Buenos Aires, septiembre - octubre de 2005.
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Indudablemente, ir en contra del sentido común implica cuestionar la serialidad
misma. Una verdadera profanación. El camino para manifestar, estética,
política e historiográficamente a las clases subalternas.
II Resulta imprescindible reflexionar sobre las continuidades históricas y sobre las
posiciones −presentes− desde donde se analiza una figura histórica. No se
trata de un ensañamiento retrospectivo con Roca y la clase dirigente del
pasado, pero resulta innegable que una opinión sobre el pasado siempre
contiene una visión del mundo y una posición política actual. Hoy, en forma
abierta o solapada, muchos intelectuales siguen creyendo que la "ley del
progreso de la civilización" (capitalista), es la sola ley de la victoria. Por
supuesto, siguen pensando en términos de culturas superiores e inferiores y
tienen como deidades al capital (el capital extranjero siempre les generó un
plus de fascinación) y al libre comercio.
Tal vez, en esto radique el aspecto extraordinario que mejor justifica el interés
por la historia. En efecto, el hecho de que una versión del pasado incurra en la
impertinencia, en la hipocresía, en la impiedad, en la reivindicación del
aniquilamiento −técnico o fanático− de los sujetos indóciles; pero también en
las ilaciones de las desdichas (y las escasas dichas) históricas de las clases
subalternas; con un énfasis depositado en la justicia, la rebeldía y la solidaridad
no puede dejar de capturar el interés y la pasión. Una historia no pensada con
las categorías de los opresores, una historia que no se afinca en los cenáculos,
una historia al aire libre, una historia viviente por si misma (y no una "objetiva" y
descriptiva) es siempre una historia que nos obliga a pensar sobre el presente
y el futuro y nos permite una reescritura que puede funcionar como revancha.
Sí, aspiramos a una revancha. Revancha que signifique venganza y liberación
de la clase trabajadora.
Ilustra esta afirmación el contraste de las opiniones sobre el general Roca del
diario La Nación por un lado y de los Mapuches por el otro. Opiniones tan
disímiles, fundadas evidentemente en asimetrías del presente: en la
contraposición entre la propiedad privada de los medios de producción
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−requisito indispensable para la explotación− y la posesión según la costumbre
o el bien común (que suele ser considerada por el poder como incapacidad de
asimilación), entre los que siempre celebran la violencia del Estado y los que la
cuestionan y la padecen, entre la negativa a que los plebeyos conduzcan los
procesos políticos y el deseo ferviente de que lo hagan, etc.., tornan una
quimera reaccionaria cualquier invocación al pluralismo historiográfico. Más
aún en el actual contexto donde los imaginarios sociales plebeyos están en
retroceso.
Una reflexión de León Rozitchner14 −incesante proveedor de claves
fructíferas−, sobre la maniobra mediática antipiquetera lanzada en el año 2004,
nos sirve como punto de partida para identificar algunos movimientos, acaso
los principales, de una operación mental que distorsiona la realidad (mucho
más aún en épocas de retroceso de la conciencia social) y cuyos efectos rigen
las visiones retrospectivas:
1) La subordinación del bien común al interés privado y el pragmatismo
utilitario que es irreflexivo por naturaleza. Los ejemplos son innumerables
pero cabe realzar uno directamente emparentado con nuestro asunto: el
proyecto de instalar una mina de oro en la ciudad patagónica de Esquel,
apoyado por las autoridades y los empresarios y resistido digna y
racionalmente por el pueblo de esa localidad.
2) La inversión de la percepción. La víctima (el cuerpo arrasado por el poder)
es convertida en culpable y en responsable, o por lo menos co -
responsable, de su condición. El saqueado es presentado como saqueador.
Se "inventa" alguna imposibilidad esencial, un estigma para el sujeto
arrasado que lo torna inadaptable para el orden naturalizado. Se afilia el
origen de la violencia al que la padece y no al que la ejerce y la genera.
Bernardo Kordon en Vencedores y vencidos, novela del año 1965, decía
14 Rozitchner, León: "Sobre la operación mediática antipiquetera", ver: Red Eco Alternativo, 16-7-2004, en: Foro de Medios Alternativos, www.fodema.com.ar. Se puede ver también: Rozitchner, León: "Conciencia política y subjetividad histórica", en: AA.VV., Socialismo ¿anacronismo o futuro?, estela leonardi editora, Buenos Aires, 1993.
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que para un porteño (y se refería al "porteño medio"15) no hay mártires, sólo
pobres tipos y que su respuesta frente a un hecho aberrante consiste en
mucha curiosidad, algo de lástima y nada de solidaridad. De este modo se
construyen imaginarios pusilánimes que terminan justificando toda forma de
canibalismo social, ya que la represión aparece como la consecuencia
directa de no haber acatado pasivamente el poder o de disputarlo
abiertamente. La acción colectiva y solidaria se configura como imagen
aterrorizante y causa del genocidio. En el odio al estigmatizado podemos
encontrar, muchas veces, el signo de la mala conciencia.
3) La creación de un "otro cultural", (sujeto inadaptado al orden productivo
dominante, o sujeto impugnador del sistema) al que se denuncia y
criminaliza y la construcción de algún peligro potencial o un "enemigo
interno", de alguna entidad desconocida, amenazante y peligrosa, lo que
conduce a la ubicación de la muerte en el campo de las luchas por la
autoafirmación (en el gaucho alzado, en el "indio" que defiende su modo de
vida, en el campesino que resiste todo lo que lastima su comunidad y lucha
por la tierra, en el obrero que reclama sus derechos, en el piquetero que
exige reconocimiento). Constituir al otro como un desemejante,
despersonalizarlo y deshumanizarlo, es el punto de partida para
permanecer indiferentes frente a su sufrimiento, para "regenerarlo por la
fuerza" o para expropiarle la vida. Paralelamente se van consolidando
relaciones sociales basadas en la distancia. También el nacionalismo más
intratable sirve para construir la otredad. La extranjería funciona como
probanza del exterminio: los indios asesinados durante la mal denominada
"Campaña al desierto" eran chilenos, los obreros asesinados a comienzos
del siglo XX, eran gringos, alegan figuras públicas y escabrosas.
4) La reivindicación de las acciones sin presencia y que no dejan huellas
(predilección por lo efímero). El culto a la virtualidad y el rechazo a todo
diseño de la política que recurra en forma reiterada a los cuerpos solidarios 15 La "porteñidad" es anecdótica. Lo que pesa es la condición universal de hombre - mujer "medio". Orson Wells lo definió así: "El hombre medio es un peligroso delincuente, un monstruo. Es racista, colonialista, esclavista, qualunquista, etc..". Ver: Naldini, Nico, Pier Paolo Pasolini, Circe, Barcelona, 1992, p. 241.
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en acción. Cuanto más vapuleados y públicos son esos cuerpos que se
atreven a la solidaridad, mayor es la reacción de quienes consideran que lo
natural es el libre consentimiento de la opresión y de quienes asocian la
resistencia al caos.
5) La reivindicación de toda reacción frente a los hechos que perturban a la
clase media porque le muestran el grado de adulteración de su sistema de
valores, porque la obligan a salirse de su campo más preciado: el de la
indiferencia y la autoindulgencia y porque le transfiguran sus ventanas en
espejos.
6) La imposibilidad de vincular lo inmediato a las causas profundas de su
existencia. La superficialidad que nos abruma y que percibimos en las
miradas sobre el presente y el pasado. De este modo se produce y se
reproduce un campo de representaciones cuyo horizonte es garantizar la
dominación.
7) Podríamos agregar la negación de los subalternos como sujetos de la
historia. Estos aparecen como productos pasivos e intercambiables de
factores universales y, por lo general, patologizados: la "frontera" (el indio)
se concibió como una "enfermedad", al igual que el anarquismo o más
adelante la "subversión". En sentido estricto aparecen como "subproductos"
de la historia y por lo tanto se les niega la capacidad de actuar
conscientemente, de analizar las situaciones, de elegir los medios y de
"acumular". Estos modos han servido para negar a los subalternos o para
justificar su exterminio, por lo general, bajo la forma quirúrgica de la
extirpación.
Estos "movimientos", en buena medida, pueden considerarse como efectos de
una histórica predisposición del Estado argentino para escindir a los partidos
políticos y a las capas medias de los sectores populares, ligando directamente
al Estado, sin mediaciones, a porciones enteras de la sociedad;
contrarrestando la formación de solidaridades horizontales. La subjetividad de
las clases medias, sus representaciones del pasado y del futuro, han sido
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cinceladas por las funciones políticas - partidarias del Estado. Al mismo tiempo,
todo lo que se resiste a las amarras estatales se convierte en disruptivo
(subversivo); toda conquista de un átomo de conciencia, toda implicación
directa en la historia por parte de los subalternos en ruptura de un orden
"sagrado" y en pérdida de alguna inocencia. Así podemos explicarnos
coyunturas históricas (¿la actual?) en las que la el movimiento popular muestra
signos de vitalidad, pero a la vez, de aislamiento.
III Roca es una figura fuertemente vinculada a un proceso de unificación y
consolidación de las clases dominantes, del Estado, el poder y la "Nación
oficial" (burguesa) en nuestro país. Roca puso en pie un sistema hegemónico
burgués16, que exigió la organización "científica" y "racional" del poder. Fue el
"constructor de un núcleo permanente de poder sobre los elementos
contingentes y circunstanciales, un patrón de continuidad entre la historia y el
futuro", como Félix Luna le hace decir al mismo Roca17. Estos datos nos
parecen palmarios. Roca representó como figura histórica, y representa hoy
como espectro o símbolo, la prioridad absoluta del Estado - nación por sobre
cualquier alteración, esa legalidad que encarna los intereses del núcleo más
dinámico de las clases dominantes. Allí radica principalmente el afecto de los
conservadores de toda laya. De los actuales amantes del orden y de los que se
preocupan por la presencia plebeya no regulada18. De los constructores de
obediencia que no toleran la resistencia de las cosas y de los seres humanos.
De los que sustentan la "ética del patrón de estancia" y la línea de la "rienda
corta" y la "mano dura". De los que consideran que el Estado está por encima
de todas las cosas y que posee una moral superior, por eso lo conciben como
una instancia que siempre combate desde una franqueza constitutiva, que, por
otra parte, funciona como atenuante de sus desmanes. De los que, como
16 Vale tener presente que lo sustancial de la nación no es el mercado sino la hegemonía burguesa. 17 Luna, Felix, Soy Roca, Debolsillo, Buenos Aires, 2005, p. 14. En otros pasajes, el Roca de Luna nos parece más inverosímil, por ejemplo donde se le adjudica un perfil de sensibilidad social o una marcada preocupación por las desigualdades sociales, etc... 18 Téngase en cuenta que la historiografía nacional nace con la obra de Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López, quienes ocultaron sistemáticamente el protagonismo de la "plebe". Para ellos, el "populacho" era un actor secundario cuya función era la de revestir como furgón de cola de las facciones y los hombres del poder.
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Thomas Carlyle, confunden la historia con la justicia y ven así a la
consolidación de un poder, la "victoria", el "éxito", como evidencia del
merecimiento de los que ganaron y del desmerecimiento de los que perdieron.
Desde la década del 80 (del siglo XX, claro), en el ejercicio de la docencia o
fatigando imprentas, incurren en este punto de vista muchos historiadores y
críticos literarios que exhiben su profesionalismo como un título de nobleza y
que suelen cultivar la corrección en el campo de la política.
Esa legalidad representada por Roca, fundada tanto en la destrucción del
dominado como en su sometimiento por negación de la ciudadanía y la
dignidad −además del realismo, el cinismo, la connivencia con el poder y el
tradicionalismo en su peor acepción−, lo hilvana, hacia atrás pero sobre todo
hacia adelante, con otros infames de nuestra historia. La clase dominante
argentina es portadora de una larga tradición de violencia. El Estado nacional,
al centralizar un conjunto de funciones antes dispersas, centralizó la ferocidad y
la revistió de patriotismo.
Los poderosos no sólo han sido y son dueños de la tierra y el capital, también
son los dueños de la muerte. Como clase de cuño carnicero, sabe parir
faenadores, periódicamente. Pero sobre todo en los momentos en que los
domesticadores fracasan. El bloque de poder está obligado a construir la
Nación sobre la idea de continuidad, abarcando (y recortando) el pasado y
promoviendo un futuro unitario. La Nación, forzosamente armonizada con sus
intereses particulares, termina siendo una patriotería inconfesa.
En forma paralela, también podemos hilvanar las resistencias y las rebeldías de
las clases subalternas. El clamor del cacique Coliqueo, tanto por las
causalidades que identifica, las instancias que responsabiliza y las
justificaciones que ensaya, conserva vigencia en la Argentina actual: "...Padre:
salimos de nuevo a cazar; el gobierno no nos paga las raciones, yo no quiero
que mi gente robe, pero tampoco puedo dejarlos morir de hambre, ni pueden
ellos dejar a sus mujeres y a sus hijos casi desnudos. Hay mujeres, padre, tan
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desprovistas de ropa que no pueden salir de sus toldos o sus ranchos. Así es
que yo mismo quiero acompañarlos aunque no esté muy bueno de salud"19.
Toda la trayectoria de Roca, como militar y político, sirvió a ese objetivo de
unificación y consolidación de las clases dominantes. Podemos mencionar
algunos hitos: Cepeda, Pavón, Ñaembé, Santa Rosa, Curupaytí, la “Campaña
al desierto”, Puente Alsina y los Corrales, la federalización de Buenos Aires, el
Servicio Militar Obligatorio, la Ley de Residencia, etc.
Roca contribuyó a que la clase dominante, con la burguesía agraria de la
Pampa Húmeda como pilar, alcance proyección nacional e integre a los
sectores dominantes del interior. No se trató de una integración de los pueblos,
sino de los sectores dominantes de las provincias que, al sumarse a ese
proyecto, lograban dos cosas: hipotecar el desarrollo económico y social de sus
provincias y consolidar su poder local. El atraso de los pueblos del interior se
fue conformando como la base del poder de las clases dominantes locales.
Roca expresó así una vocación de dominación y de concentración de poder en
el plano nacional (impulso característico de toda burguesía inicial), en un
momento donde algunas fracciones de las clases dominantes aún estaban
teñidas de localismo. La nacionalización de las rentas de la aduana y la
federalización de la ciudad de Buenos Aires se inscriben en este marco y
responden a esa vocación. Algunos confunden esta operación con
Federalismo. Cabe un interrogante ¿la dicotomía unitarios - federales es el
único eje para analizar la historia argentina del siglo XIX? O en todo caso
¿tiene capacidad para explicar los procesos posteriores a Pavón?
Roca apuntaló un modelo de acumulación (agro exportador), que consolidó a la
clase dominante en el plano material. Funcional a este modelo fue la relación -
de subordinación- establecida con el mercado mundial (Gran Bretaña,
principalmente), que plasmó un capitalismo atrasado y dependiente. La ilusión
del granero del mundo ocultaba una galería de deformaciones: el "olvido" de
19 Martínez Estrada, Ezequiel, op. cit, p. 442.
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algunas regiones del país, el retraso de un conjunto de actividades y el
crecimiento social desparejo.
Resulta indispensable detenerse en la relación exacta entre el genocidio
perpetrado durante la “Campaña al desierto” y el beneficio económico de las
clases dominantes y el capital británico. O reflexionar sobre las intervenciones
de un Estado que asistió de tal modo a los terratenientes que estos lograron
ser financiados por la comunidad y así concentraron una abrumadora cantidad
de bienes productivos que obtuvieron por migajas. Se impone la comparación
con lo que viene pasando en el Argentina desde 1976, la reflexión sobre la
articulación de las políticas represivas entre el gobierno, los representantes del
poder económico y el Estado.
Aún nos cuesta entender el artificio de un Roca nacionalista y antibritánico
frente a un Bartolomé Mitre indiscutiblemente porteño y "cipayo". Algunos
inventan oposiciones sustanciales donde sólo existen conflictos de facción.
Roquistas y mitristas, como pellegrinistas, modernistas, udaondistas,
sáenzpeñistas, etc., compartían los aspectos nodales de una política que tenía
bastante poco de nacionalismo antiimperialista. Roca concluye la tarea que
Mitre iniciara después de Pavón y que continuaran Domingo F. Sarmiento y
Nicolás Avellaneda. Vale como ejemplo el pacto Mitre - Roca de 1891 (que
condiciona la vida política nacional hasta la muerte de Manuel de Quintana en
1906), frente a una fuerza política naciente como el radicalismo que, a pesar de
sus límites, tenía, por aquellas lejanías, algún componente disruptivo.
La acción de Roca se enmarcó en el dualismo cultural separatista y excluyente
que fundaran Sarmiento y Juan Bautista Alberdi, en el recorte del concepto de
Nación que, concebida como presagio (la fachada que oculta siempre el
proyecto de las clases dominantes), dejaba afuera al otro cultural. De hecho,
Roca interpreta los criterios estrechos y unilaterales para entender la
civilización propuestos por Sarmiento y Alberdi (sobre todo por el sanjuanino) y
"ejecuta" el "programa" que contenía el Facundo, del mismo modo que, en lo
que se refiere al régimen político, ejecuta el programa alberdiano de los dos
repúblicas, una abierta en el plano de la sociedad civil y otra provisoriamente
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cerrada en el plano de la política. Estos criterios delinearon una idea de
civilización muy cercana a los pretextos de los sectores dominantes. No fue
fruto de la casualidad que durante la primera presidencia de Roca se editaran,
oficialmente, las Obras Completas de Sarmiento y Alberdi, además de la
Historia de San Martín de Mitre.
Sucede que la idea de progreso, la misión civilizatoria, el colonialismo, tanto
como el culto a la técnica (en especial a la impersonalidad y a la serialidad), a
la división del trabajo y al Estado, conforman el basamento de la ideología
burguesa y el alimento indispensable de la barbarie moderna. Este era el
fundamento de la noción sarmientina de la barbarie, la de una barbarie a futuro,
enfrentada a otras barbaries premodernas que vienen del pasado pero trabajan
en el presente. Podemos identificar una especie de régimen de interioridad de
la barbarie, un campo de tensión entre distintos tipos de barbaries. Claro está,
la modernidad es contradictoria y contiene valores potencialmente disruptivos y
abriga en su seno un proyecto civilizatorio alternativo, sostenido en la idea de
que los hombres y las mujeres son los hacedores de su propio destino.
Por cierto, la dicotomía sarmientina civilización - barbarie, en su formulación
original, contenía un "y" entre ambos polos. Esta conjunción copulativa ha sido
interpretada como una señal de que el sanjuanino, en lo esencial, aspiraba a
un "abrazo contractual"20. El desarrollo histórico de la Argentina, en buena
medida ajeno a esas determinaciones sarmientinas (en varios campos),
terminó imponiendo la conjunción disyuntiva. Roca puede considerarse como la
figura que mejor expresa la conversión del Estado - nacional en centro del
pensamiento y en pilar de la "civilización", no la última trinchera frente a la
"barbarie" (el otro cultural bajo cualquier modalidad, incluyendo la rebeldía
contra cualquier forma de exclusión), sino la primera y única. El Estado como
punta de lanza, antes para ingresar a la "modernidad", ahora para "no
quedarse al margen del mundo". Se sientan así las bases para justificar todas
sus violencias y excesos, negando la barbarie más rotunda, la del propio
Estado (la de la clase dominante y el sistema capitalista). Desde este
20 Ver: Terán, Oscar: "Su obra Facundo le dio sentido a una dura realidad", en: Diario Clarín, Buenos Aires, sábado 10 de septiembre de 2005, p. 61.
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emplazamiento se identifica como un acto de barbarie el rapto de una cautiva y
como un gesto civilizado la cosificación de los seres humanos a través de la
distribución de las "chinas" para el servicio doméstico entre las familias más
distinguidas y la conversión de los hombres en mano de obra servil en las
estancias, tal como ocurrió al finalizar la "Campaña al desierto".
Se trata de un imaginario y de una línea histórica que, con reiteradas y
periódicas escalas, llegan a nuestros días y habilitan las hazañas apócrifas, la
consideración del Estado como "contendiente" al momento de ejercer la
represión y sobre todo la posibilidad del genocidio con bajo riesgo de trauma
histórico. Mitre no exageraba cuando en el sepelio de Adolfo Alsina, a fines de
1877, decía que la lucha contra la barbarie habría de durar trescientos años
más. Sabía de que estaba hablando. Claro, paralelamente se han desarrollado
las luchas por la desmitificación, que son básicamente luchas por la
autoafirmación popular y por un verdadero proyecto civilizatorio que no concibe
al Estado como el fin último de toda comunidad y que no se sostiene en un
saber egoísta.
Roca fue delineando un Estado liberal, que supo intervenir siempre a favor de
las clases dominantes, consolidando su aparato ideológico y sus instancias de
control social. Los que están obligados a la apología (rentados y otros felpudos)
nos recuerdan la ley de Educación y otras leyes “laicas” y “progresistas”. En
primer lugar, el laicismo en aquellos años remite a un Estado que reivindica su
eficacia frente a la Iglesia en materia de control social. Es un enfrentamiento
entre aparatos que se disputan niveles de control sobre las conciencias y los
cuerpos de las personas. No se cuestionaba a la religión como factor
superestructural, es más, se la promovió como ideología de las clases
subalternas tendiente a garantizar el orden social, mientras que las clases
dominantes reservaban para sí mismas el agnosticismo o el ateísmo. Cabe
tener presente además que los curas participaron en la "Campaña al desierto",
bautizando compulsivamente y en gran escala.
La “preocupación” por la educación y la expansión del aparato educativo
nacional respondía a las necesidades de integración y control de la elite
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dirigente más que a sus supuestos afanes iluministas o redentores de la
humanidad. Del mismo modo deben considerarse las iniciativas como la
Reforma Electoral de 1902 o el Proyecto de Ley Nacional del Trabajo de
Joaquín V. González, que fueron la expresión de un impulso característico de
un Estado burgués que, en tren de consolidación, busca construir su
"neutralidad" y entonces genera mecanismos de control, cooptación e
integración más eficaces. González, tal vez el principal intelectual "orgánico" de
la clase dominante en aquellos tiempos, percibió con lucidez que el "proceso de
modernización económico social" operaba como uno de los principales
elementos históricamente legitimantes de la elite, por lo tanto fue uno de los
más confiados en que la modernización política complementaría y extendería
en el tiempo esa legitimidad.
Aclaramos que no sólo vemos en el nacionalismo, en la democracia y en las
políticas sociales, el terreno de la cooptación de la clase dominante, sino que
también consideramos la posibilidad de que se erijan –según las circunstancias
históricas− en espacios de reivindicaciones y derechos legítimos de las clases
populares. Pero si estas tres cosas se pueden asociar a la figura de Roca es
precisamente por sus capacidades y modalidades cooptativas.
Como no podía ser de otro modo, Roca contribuyó espacialmente a la
consolidación del aparato represivo. Cada sablazo, cada tiro, cada decreto en
la carrera de Roca es un paso en pos de la consolidación del ejército nacional.
El proceso histórico hizo asimismo que el Ejército argentino se conformara
como garante de la unidad nacional. Ejército que, dada su posterior actuación
histórica (con honrosas excepciones), parece más hijo de esas “campañas”
roquistas y de la "legalidad" a la que hacíamos referencia, que de la gesta
sanmartiniana, sostenida, como todos sabemos, en una desobediencia
esencial.
Con Roca se estableció el Servicio Militar Obligatorio en 1901, a través de la
Ley nº 4031 o Ley Ricchieri. Sus fundamentos combinaban "la lógica de la
soberanía territorial efectiva y el componente represivo interno, con un claro
propósito de control social y penetración ideológica que excede largamente las
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finalidades castrenses. En este sentido se aproximaba a los objetivos
perseguidos por la ley nº 1420 y en algunos aspectos venía a complementarla,
garantizando que el Estado monopolizara, junto con la violencia 'física', la
violencia 'simbólica'..."21.
El Servicio Militar Obligatorio, factor de disciplinamiento de las sectores
populares, fue una forma racionalizada de la leva forzosa, una continuación de
la legislación sobre "vagos y malentretenidos". No es casual que en la
actualidad, los reaccionarios, tanto en sus versiones conservadoras como
progresistas (porque existen mil formas de ser reaccionario apareciendo como
progresista), sugieran reponer el Servicio Militar Obligatorio, el propósito sigue
inalterado: el disciplinamiento de los sectores populares, de las nuevas
personificaciones de los "vagos y los malentretenidos".
No hace falta recordar el papel destacado en Curupayti, en la guerra contra el
pueblo guaraní −contienda denostada por los gauchos del interior e impulsada
por el capital inglés−, para refutar los argumentos que nos proponen alguna
intención emancipadora y latinoamericanista de Roca.
Roca consolidó un régimen político oligárquico, es decir, un régimen de elites
conservadoras, basado en la exclusión de las mayorías, en la inmoralidad
pública y en el fraude y la corrupción, prácticas a las que veía como resultado
de acciones individuales y no como fruto del sistema que defendía (igual que
muchos dirigentes políticos actuales). Incluso, cuando un sector de la élite
propuso una reforma política para compartir la hegemonía con las capas
medias, él mantuvo la fe oligárquica. Murió refunfuñando contra la Ley Sáenz
Peña.
Edificó un Estado que funcionó, sin fisuras, como oficina de la clase dominante.
Su filosofía fue la del positivismo, no la de la ilustración. Un hombre de orden,
principalmente.
21 Campione, Daniel y Mazzeo, Miguel, Estado y administración pública en la Argentina. Análisis de su Desarrollo en el Período 1880-1916, FISyP, Buenos Aires, 1999, p 85.
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IV Pero Roca también es una figura asociada a la contracara de ese proceso de
unificación de las clases dominantes: juega paralelamente un papel central en
el proceso de desarticulación de las clases subalternas.
Roca contra las caudillos federales del interior, contra las montoneras de Angel
Vicente Peñaloza, Felipe Varela y contra Ricardo López Jordán. Lo que
demuestra, por lo menos, que el "federalismo" de Roca era un federalismo de
elites, más cercano al "federalismo" de Juan Manuel de Rosas −aunque menos
"porteño", claro− que a la injustificada versión que lo muestra como un genuino
representante de los pueblos del interior.
Roca contra los pueblos originarios en la “Campaña al desierto” (frente al otro
cultural, la solución final), ensanchándole el horizonte a los estancieros,
haciendo el latifundio, igual que Bernardino Rivadavia, Rosas, Mitre, entre
otros. Roca supo separar a los caciques y capitanes de las masas de las tribus,
del mismo modo que el terrorismo paraestatal (1973-1976) y estatal (1976-
1983) separó a los intelectuales orgánicos de las masas.
Roca contra los obreros, impulsando como presidente de la República la Ley
de Residencia.
Desde quien vive su dominio como realización o desde el posibilismo, se suele
ubicar al proyecto del 80 en el orden de la naturaleza, más que en el orden de
la historia. El pensamiento único se aplica retrospectivamente: “no había
alternativas”, “era el único camino posible”, “todo el mundo pensaba igual en
aquellos años”. Y otros argumentos siempre a mano para impiadosos y
resignados. Recomendamos leer la proclama de Felipe Varela, tener presente
las razones económicas de Mariano Fragueiro o algunas intervenciones de
José Hernández, que sin dejar de compartir el proyecto global, insinuaba otros
medios. No se trata de un mero ejercicio neorevisionista de la nostalgia o de
pintoresquismo gauchipolítico, sino de un medio para conjurar la e-seidad y el
naturalismo de la historiografía académica y sus aplicaciones retrospectivas de
un criterio de normalidad .
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En relación a la "cuestión indígena", el autor del Martín Fierro, tiempo antes de
la "Campaña al desierto" sostenía: "...Nosotros no tenemos el derecho de
expulsar a los indios del territorio y menos de exterminarlos. La civilización sólo
puede darnos derechos que se derivan de ella misma" (itálicas nuestras) [...]
Tenemos el derecho de introducir en el desierto nuestra civilización, nuestra
legislación, nuestras prácticas humanitarias, porque allí donde nada de eso
existe, debemos llevar las exploraciones del progreso. ¿Pero que civilización es
ésa que se anuncia con el ruido de los combates y viene precedida del
estruendo de las matanzas? (itálicas nuestras).22 Hernández responsabiliza al
contexto socio político de la condición padecida por el gaucho.
También debemos considerar la visión de Lucio V. Mansilla en Una excursión a
los indios ranqueles, de 1870. Dice Mansilla: "Tanto que declamamos sobre
nuestra sabiduría; tanto que leemos y estudiamos ¿para qué? Para despreciar
a un pobre indio, llamándole Bárbaro, salvaje; para pedir su exterminio, porque
su sangre, su raza, sus instintos, sus aptitudes no son susceptibles de
asimilarse con nuestra civilización empírica, que se dice humanitaria, recta y
justiciera, aunque hace morir a hierro al que a hierro mata, y se ensangrienta
por cuestión de amor propio, de avaricia, de orgullo, que para todo nos
presenta en nombre del derecho el filo de una espada..."23.
En general, el "alsinismo", ha sido asociado a una política civilizadora y
humanitaria, tendiente a fundar la coexistencia con los pueblos originarios. En
sus mensajes al Congreso, en tiempos de Avellaneda y antes de la llegada de
Roca al Ministerio de Guerra, muchas veces el Poder Ejecutivo insistió en que
sus planes eran contra el desierto, para poblarlo, y no con el indígena, para
"destruirlo". Aún se reconocía la autoridad en la materia del Coronel Alvaro
Barros, autor de Fronteras y Territorios Federales de la Pampas del Sur. Barros
puede considerarse un representante de la visión liberal y humanitaria que
ponía el énfasis en la redención del indio por medio de la coexistencia con la 22 Hernández, José, Vida del Chacho y otros escritos en prosa, CEAL, Buenos Aires, 1967, p. 24 y 25. Artículo publicado originalmente en El Río de la Plata del 22 de agosto de 1869.
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civilización, a través del trabajo, la educación y las buenas costumbres. Más
que someter, pretendían "redimir" a los indios, otra forma de negarlos como
tales.
Pero por lo menos en Hernández, en Mansilla y en Barros se pueden encontrar
algunos elementos de una visión autocrítica de la modernidad, un poco, tan
sólo un poco, de crítica al Estado y sus violencias. Aunque los tres parten de la
visión del "buen salvaje", ninguno construye al otro como "enemigo", no hablan
de concluir, extinguir, arrojar. Ninguno asume abiertamente la lógica de la
guerra que caracterizará a Roca y al Estado nacional a partir del 80.
Fue esta lógica la que inspiró las masacres de nuestra historia posterior. Inspiró
tanto a Roca cuando decía: "el mejor sistema de concluir con los indios, ya sea
extinguiéndolos o arrojándolos al otro lado del Río Negro, es el de la guerra
ofensiva", como al general Jorge Rafael Videla cuando decía: "deberán morir
todas las personas necesarias para lograr la seguridad del país". Poco
importan las formas que asumen los contendientes, aunque invariablemente se
trató de expresiones del sujeto popular, Karl Von Clausewitz aparecerá una y
otra vez en estado puro. Desde la "Campaña al desierto" hasta la "guerra
contra la subversión", se buscará poner al enemigo en una desventaja que no
sea pasajera, someter la voluntad del enemigo, contrarrestar los riesgos del
sentimentalismo, etc. No casualmente al comienzo de este periplo resuena el
término "campaña" que, según la definición de Clausewitz, remite a la "totalidad
de los sucesos militares ocurridos durante un año en los diversos escenarios
de guerra"24.
En el caso de Hernández, puntualmente, en relación al gaucho y no en relación
al indio −en el Martín Fierro emparentado con las fieras− o al negro, quienes,
como se deduce de su obra, no compartirían con el gaucho una comunidad de
destino y de derechos. Mansilla, por su parte, es mucho más indulgente con el
indio. Las críticas señaladas, sin dudas, resultan más obvias en el Juan Moreira
23 Mansilla, Lucio V., Una excursión a los indios ranqueles, AGEBE, Buenos Aires, 2004, pp. 380. 24 Clausewitz, Karl Von, De la Guerra, Ediciones Libertador, Buenos Aires, 2004, p. 188.
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de Eduardo Gutiérrez, que exhibe de forma más directa los signos de la
descomposición social.
Volviendo al Martín Fierro, Martínez Estrada consideraba al poema como en
anti-Facundo: "que denuncia como viciadas por los mismos males a las
agrupaciones que detentan en poder para consumar la injusticia, [...] en el
poema vemos que la barbarie está en las cosas, en el suelo y en el aire más
que en las personas, que influye sobre los hábitos y las ideas"25. Cabe destacar
también que la actitud del Sargento Cruz, no concebida como traición ni
sedición sino como un alto gesto (más allá del oportunismo y la falta de
conciencia moral que le adjudica Martínez Estrada26), el hecho de que Fierro
fuera un personaje colectivo, la identificación de la policía como encarnación
injusticia social y de la sociedad entera, siguen perturbando, tanto como la
justificación de las rebeldías de los maltratados por el Estado y la posibilidad de
identificarse con ellos27.
Es cierto que la "clase dominante", el "sistema" o las "estructuras reproductoras
de un orden injusto" permanecen ausentes en el poema (también ocurre con
Mansilla, más proclive al pintoresquismo) y por lo tanto no figuran como los
verdaderos responsables de la degradación del paisano; por el contrario, las
culpas se recargan en la política nacional (o en los "malos políticos"). Del
mismo modo que hoy se visualiza muchos más a los agentes de la degradación
popular (los "malos políticos", los punteros, etc..) que a sus determinaciones
más profundas.
25 Martínez Estrada, Ezquiel, op. cit., p. 553. 26 Martínez Estrada, Ezquiel, op. cit., p. 83 y 85. 27 Jorge Luis Borges, en una posdata del año 1974 a un Prólogo del libro Recuerdos de Provincia de Domingo Faustino Sarmiento, no podía escaparse de los efectos más distorsionantes −y aberrantes− de la dicotomía sarmientina. Borges decía que: "Sarmiento sigue formulando la alternativa: civilización o barbarie. Ya se sabe la elección de los argentinos. Si en lugar de canonizar el Martín Fierro, hubiéramos canonizado el Facundo, otra sería nuestra historia y mejor". Para Borges, evidentemente, el Martín Fierro conducía al Peronismo (y a lo popular en un sentido más amplio), que era el orden contemporáneo de la barbarie, tanto como el Facundo conducía a La Dictadura Militar, que era el orden contemporáneo de la civilización. En 1976, Borges calificó a la dictadura como un "gobierno de caballeros". Ver: Borges, Jorge Luis, Obras Completas, Tomo IV, EMECE, Buenos Aires, 2003, p. 124.
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A pesar de sus limitaciones en estos textos subyace un atisbo de
concientización de la violencia del Estado que, como decía Glauber Rocha, es
el punto de partida para que el colonizador comprenda la fuerza de lo que
destruye.
Una visión crítica que posiblemente no haya llegado a adquirir la contundencia
que sí asumió en el Brasil, con la obra de Euclides Da Cuhna, Los Sertones,
Campaña de Canudos, publicada en 1902, obra que se erige en una rotunda
contraparte del Facundo. Tengamos en cuenta que la República Brasileña
(proclamada en 1889) sustentaba concepciones civilizatorias y proyectos
modernizadores muy similares a los de los constructores del Estado Nacional
argentino. El positivismo era la filosofía base en ambos casos, el "orden y
progreso" de la bandera del Brasil, tuvo en la Argentina su correlato en el "paz
y administración" de Roca.
Euclides Da Cuhna, militar y periodista, un típico intelectual liberal y positivista
de la época, viaja al nordeste de su país, al Sertao (desierto), como
corresponsal de O Estado de Sao Paulo para cubrir la guerra de Canudos del
año 1897, un movimiento político religioso liderado por Antonio Conselheiro y
apoyado por los sectores sociales tal vez más postergados del país y
absolutamente excluidos del proceso modernizador. Su visión, más allá de la
propuesta de incorporación social de sus paisanos "atrasados", rompe con la
dicotomía civilización - barbarie, al poner el eje en la crítica a la violencia del
Estado y al descentrar al Estado respecto del pensamiento, colocando en su
lugar a la comunidad. En la supuesta barbarie encuentra heroísmo, rebeldía,
comunidad; en la supuesta civilización encuentra el salvajismo más despiadado
y una noción superficial y excluyente de la nacionalidad. Así, asume que la
Campaña de Canudos, también una campaña al "desierto" y no sólo en la
acepción geográfica de este último término, fue una expedición sin gloria y un
crimen (que denuncia). Valga el contraste con Estanislao Ceballos, quien en La
conquista de quince mil leguas presenta a la "Campaña al desierto" como el
aporte específicamente argentino a la civilización.
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En algunos pasajes de Los Sertones dice cosas perfectamente aplicables a
nuestra "Campaña al desierto":
- "Ascendimos de golpe, arrebatados en el caudal de los ideales modernos,
abandonando en la penumbra secular en que yacen, en el seno del país, un
tercio de nuestra gente. Engañados por una civilización de prestado;
hurgando, en ciega faena de copistas, todo lo que de mejor existe en
códigos orgánicos de otras naciones, hicimos, huyendo revolucionariamente
a la más leve transigencia con los imperativos de nuestra propia
nacionalidad, más profundo el contraste en nuestro modo de vivir y el de
aquellos rudos compatriotas, más extranjeros en esta tierra que los
inmigrante de Europa";
- "Eran, realmente, fragilísimos, aquellos pobres rebelados... Requerían otra
reacción. Nos obligaban a otra lucha. Mientras tanto les hemos enviado [...]
este argumento único, incisivo, supremo y moralizador: la bala." "Entraban
triunfantes al campamento, [se refiere a los militares] en un bello aplomo de
candidatos a la Historia, buscando la lucha sangrienta y fácil";
- "Aquello no era una campaña, era una carneada";
- "Repugnaba aquel triunfo. Avergonzaba. Era, en efecto, contraproducente
compensación a tan lujosos gastos de combates, de reveses y de millares
de vida, el apresamiento de aquella cachivachería humana..."28.
Además, en Da Cunha, lo que aparece como intolerable es el orden social
injusto que embrutecía y deformaba, y no los hombres y las mujeres
embrutecidos y deformados.
V La continuidad histórica refleja la continuidad del poder de las clases
dominantes. La historia de las clases subalternas es una historia asistemática y 28 Da Cunha, Euclides, Los Sertones. Campaña de Canudos, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2003, pp. 160, 162, 378 , 395 , 419, consecutivamente.
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discontinua (Antonio Gramsci consideraba que la discontinuidad era uno de los
rasgos esenciales de la subalternidad), una historia hecha de emergencias
maravillosas pero también de enormes brechas sangrientas. La continuidad -la
de ellos- aparece como causa de nuestra discontinuidad.
La continuidad del poder exigió excluir del espacio público o, lisa y llanamente,
eliminar a gauchos, pueblos originarios y obreros, montoneros federales,
anarquistas, peronistas resistentes, comunistas en todas sus versiones y
revolucionarios de los 70. Hoy exige excluir de la ciudadanía o, lisa y
llanamente, eliminar a piqueteros, campesinos, mapuches (y otros pueblos
originarios) y luchadores populares en general. Hoy, debilitados los imaginarios
sociales plebeyos y populares, recobra fuerza la mirada de José María Ramos
Mejía, la de Las multitudes argentinas más precisamente, los análisis sobre las
masas y sus "vicios", los miedos atávicos a las invasiones de los suburbios, el
miedo al piquete, a la movilización popular, a la politización del "pobrerío",
como antes el miedo a los malones, al maximalismo, al aluvión zoológico, a los
subversivos...
Por eso Roca puede ser (y es) hoy emblema de todos los opresores. Porque
Prefigura casi todas las infamias del poder. Prefigura, por ejemplo, la Junta de
Defensa de la Democracia creada por la Revolución Libertadora en 1956, el
Plan CONINTES de 1960, los Consejos de Guerra de 1966, la Ley de Defensa
Nacional de 1972. La Ley de Seguridad de 1975.
Vale el ejemplo de una “coincidencia” referida por Gregorio Selser en su libro El
Onganiato: en el año 1964, durante el gobierno del radical Arturo Illia, en la
intersección de Avenida Julio A. Roca (siempre será mejor la designación
geométrica y geográfica de Diagonal Sur) y la calle Perú, justo en las
adyacencias del monumento ecuestre al General, se celebró un acto en su
homenaje. Allí estaban, entre otros militares, los generales Eduardo Señorans y
Mario A. Fonseca. Enfrente, en la Manzana de la Luces, funcionaba la Facultad
de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires. Los alumnos, subidos
a la terraza, arrojaron piedras y monedas sobre los uniformados, alterando el
orden previsto para tal ceremonia y tal concurrencia. En 1966, durante la
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dictadura del general Juan Carlos Onganía, la Guardia de Infantería “desalojó”
con palos y gases a los estudiantes y docentes de esa y otras facultades de la
UBA. Pero allí, en Exactas, fueron especialmente crueles. Selser insiste en que
el ensañamiento de 1966 se vincula al desaire de 1964. Lo cierto es que a la
hora de la “noche de los bastones largos”, el general Señorans era el jefe la
Secretaría de Informaciones del Estado (SIDE) y el general Fonseca estaba el
frente de la Policía Federal.
Roca prefigura todos los genocidios.
Prefigura la Dictadura Militar de 1976 (y a las anteriores, por supuesto). Roca
aparecía para los genocidas como la combinación más acabada entre el militar
y el político. Roca, figura fundamental de la "organización nacional" en la
segunda mitad del siglo XIX, fue el espejo histórico, el modelo castrense y
político de los dictadores del Proceso de "reorganización nacional" que
aspiraban a desarrollar una experiencia de efectos similares (en su magnitud y
proyección) y ambicionaban la refundación en todos planos. De hecho lo
lograron, disciplinaron a la sociedad (en particular a las clases subalternas), la
"desestructuraron" y la refundaron sobre nuevas bases, imponiendo
condiciones favorables a un proceso de acumulación y concentración de capital
inéditos hasta ese momento. Hicieron posible la democracia de baja intensidad
de las últimas décadas. Pero los dictadores no pudieron evitar autodestruirse
en su misión. No pudieron imponer "su objetividad" respecto de su función
histórica (los constructores del Estado nacional sí, por eso Roca tiene
monumentos, calles, etc. por todo el país). Esta vez fracasó la construcción de
la típica hazaña nacional. No fueron viables las páginas inmortales de gloria.
Como ejemplo, cabe recordar la importancia que la Dictadura Militar le asignó a
la conmemoración del centenario de la “Campaña al desierto” en 1979. La
Dictadura establecía una relación directa entre el exterminio de los pueblos
originarios y el de los militantes populares. En ambos casos se logró asociar la
necesidad de sometimiento - aniquilamiento del sujeto popular a la defensa de
la soberanía nacional. El gesto compartido era evidente: un recorte del
concepto de Nación, excluyente y limitado, la Nación como contraideología
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frente a los sectores populares. La Dictadura celebraba así, impúdicamente,
ambos exterminios, ambos aniquilamientos de sujetos indóciles29. También
vale tener en cuenta la política de publicaciones de la Editorial Universitaria de
Buenos Aires (EUDEBA), que, intervenida por el gobierno militar, lanzó la
colección "Lucha de fronteras con el indio", dirigida por Juan Carlos Walther
que, entre otras faenas, se desempeñaba como profesor en el Colegio Militar
de la Nación y Director del Museo Roca. En esta colección se editaban y
reeditaban escritos de militares que presentaban a la "Conquista", sin pudor,
como una gesta heroica30. En el misma línea cabe recordar la realización de la
primer miniserie de la TV argentina, Fortín Quieto, una verdadera
"superproducción" sobre la Campaña al desierto donde se presentaba el
genocidio bajo la forma de la gesta civilizadora.
Roca complementa y prefigura todas las leyes represivas.
Prefigura las 900.000 hectáreas de Benetton y el robo a Atilio y a Rosa31 y a los
pueblos originarios.
Prefigura la colonización del Estado por los intereses corporativos, la relación
prebendaria entre el Estado y la clase dominante y por lo menos algunas de las
formas del enriquecimiento ilícito y establece un elemento constitutivo del
Estado, la relación con la ilegalidad. Enuncia asimismo una forma de adherir a
la civilización, o la modernidad (según las distintos momentos de nuestra
historia): la que se basa en el interés corporativo. Allí está la propia riqueza
acaparada por Roca, donde se destaca la Estancia La Larga (Guaminí, 29 David Viñas identificó ese vínculo al presentar a los indígenas como los primeros "desaparecidos" de nuestra historia y al Estado argentino como instancia que se constituye con una fuerte tendencia al ocultamiento. Ver: Viñas, David, Indios, Ejército y Frontera, Santiago Arcor Editor, Buenos Aires, 2003. 30 Entre otros, la colección "Lucha de fronteras con el indio", incluía los siguientes títulos: Crónicas Militares, de J. J. Biedma; Partes detallados de la expedición al desierto de Juan Manuel de Rosas en 1833, del Cnel. J. A. Garrretón; Las caballadas en la guerra del indio, del Tte. Cnel. E. E. Ramayón, La conquista del desierto, de J. C. Walther; La nueva línea de fronteras. Memoria especial de Ministerio de Guerra y Marina, año 1877. (A. Alsina); La armada en la conquista del desierto, de E. González Lonzième, etc.. 31 Nos referimos a Atilio Curiñanco y a Rosa Nahuelquir, quienes, por un fallo de la “Justicia” de la provincia de Chubut, perdieron sus 385 hectáreas a favor de del empresario multimillonario italiano Benetton. Cabe destacar que, en relación a los pueblos originarios, la actitud de las
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Provincia de Buenos Aires) de 53.000 ha., "concedida" por la Legislatura de la
Provincia de Buenos Aires en el año 1881, como premio por su condición de
jefe de la "Campaña al desierto". También el campo La Argentina (San Andrés
de Giles) de 10.000 ha, amén de otras propiedades en Córdoba heredadas de
su esposa, Clara Funes, fallecida en 1890, y otros inmuebles urbanos de gran
valor.
Está también la riqueza de su familia, en particular la de su hermano coimero
Ataliva, un "empresario" proveedor del Ejército durante la Guerra del Paraguay,
comprador - vendedor de los boletos asignados a los soldados que participaron
en la "Campaña al desierto". El mismo que llevó a Sarmiento a inventar un
verbo: atalivar, para hacer referencia a una forma de amasar fortunas
aprovechando vínculos político - familiares y “proveyendo” al Estado. Roca y su
hermano prefiguran la patria contratista. La concesión de tierras fiscales
también sirvió como instrumento para beneficiar a otro hermano: Rudecindo,
quien logró acaparar una gran cantidad de hectáreas en el Territorio Nacional
de Misiones.
Ezequiel Martínez Estrada afirmaba en relación al indio que "Las campañas
llevadas contra él no fueron empresas de civilización, sino grandes
especulaciones para fundar y consolidar un sistema agropecuario que
enriqueciera a un amplio grupo de familias..."32.
En síntesis: Roca Prefigura a todos organizadores de los intereses de las
clases dominantes (recurran o no al consenso) y a todos los desarticuladores
de clases subalternas, incluyendo a los que desde el populismo, el
"progresismo" y otras bastardías alimentan su fatalismo.
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distintas fracciones de burguesía local no se diferencia en lo sustancia de la del extranjero Benetton. 32 Martínez Estrada, Ezquiel, op. cit., p. 415.
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