Menores expuestos a situaciones de violencia de género
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CAPíTULO 16. MENORES EXPUESTOS A SITUACIONES DE VIOLENCIA DE
GÉNERO: EVALUACiÓN REFERENCIADA y AUTOINFORMADA
Sandra Carracedo Cortiñas*, Ramón Arce Fernández** y Mercedes Novo Pérez****Universidad de Vigo**Departamento de Psicologia Social, Básica y Metodologia. Universidad de Santiago deCompostela.***Departamento de Psicologia Social, Básica y Metodologia. Universidad de Santiago deCompostela.
1. Introducción
Algunos estudios consideran que la mera exposición a situaciones de violencia en el
ámbito doméstico supone un grave riesgo para el bienestar de los hijos (Ayllon, Orjuela y
Román, 2011; Fariña, Arce, Seijo y Novo, 2010; Osofsky, 1995; Paterson, Carter, Gao, Cowley-
Malcolm y lusitini, 2008; Patró y Limiñana, 2005; Rechea, 2008). La Academia Americana de
Pediatria concluye que las consecuencias de la exposición a violencia doméstica en los menores
son tan traumáticas como en el caso de ser victimas de maltrato infantil o de abusos sexuales
(Aguilar, 2008; Kitzmann, Gaylord, Holt y Kenny~ 2003). Por esta razón, algunos estudios
califican esta exposición en términos de maltrato psicológico (McGee y Wolfe, 2001; Peles y
Davis, 1995; Somer y Braunstein, 1999). Asimismo, algunos autores afirman que existe una
estrecha relación entre el hecho de atestiquar violencia doméstica y sufrir algún tipo abuso o
negligencia (Edlenson 1999; Herrenkol, Sousa y Tajima, 2008). En esta dirección los datos
determinan que un menor en este contexto tiene hasta 15 veces más posibilidades de ser
abusado fisica o psicológicamente (Osofsky, 1999). A pesar de que este hecho parezca poco
ajustado a nuestra realidad, UNICEF (2006) estima que en España existen 188.000 menores en
esta situación de desprotección. Más extremos se manifiestan Save the Children y la Fundación
de Reinserción Social-lreS quienes aumentan la cifra de menores testigos de violencia en el
hogar en nuestro pais hasta 800.000 (Defensor del Menor de Castilla y León, 2010).
Principalmente, la literatura ha venido recogiendo en los últimos años una serie de
repercusiones en menores expuestos a violencia familiar (Asensi, 2007; Baker y Cunninham,
2004; Espinosa, 2006; Herrenkol et al., 2008; Kilzmann et al., 2003; Orjuela, Perdices, Plaza y
Tovar, 2007; Paterson et al., 2008; Sani, 2007; Seijo, Fariña y Arce, 2009; Sepúlveda, 2006). De
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manera simplificada, podemos diferenciar repercusiones de carácter fisico, psicoemocional,
conductual y escolar. En relación a los efectos fisicos, destacan los trastornos somáticos (como
por ejemplo, dolor de cabeza, náuseas, presencia de asma, etc.), retraso en el crecimiento y en
el peso, alteraciones en el sueño y en la alimentación, además, de conductas regresivas en
cuanto a habilidades psicomotrices ya adquiridas (Aguilar, 2008; Asensi, 2007; Seijo et al.,
2009). Incluso, se ha observado que esta situación puede llegar a tener efectos fisicos a largo
plazo; es decir, puede relacionarse con ciertas patologias que podrian desarrollarse una vez que
el menor llegue a la edad adulta. Se trata de enfermedades que, a su vez, son responsables de
un elevado indice de mortalidad como por ejemplo ictus, cáncer y cardiopatias (American
Academy of Pediatrics, 2008).
Por otro lado, las consecuencias a nivel psicoemocional están relacionadas con la
situación de inseguridad, desequilibrio emocional y estilos parentales negligentes con los que
viven los menores que presencian acontecimientos violentos entre sus progenitores (Bogat,
DeJonghe, Levendosky, Davison y von Eye, 2006; Olaya Ezpeleta, Osa, Granero y Domenéch,
2010; Orjuela et al., 2007). De este modo, y como consecuencia de este sentimiento de
indefensión, se describen las siguientes repercusiones a este nivel: sintomas depresivos y
relacionados con el Sindrome de Estrés Postraumático (tales como insomnio, pesadillas, fobias,
ansiedad, trastornos disociativos,,,.), alteraciones emocionales que afectan al desarrollo afectivo
y social de los niños, e incluso, dificulta el control de las emociones y la adquisición de destrezas
propias de la inteligencia emocional, así como también, se ha observado un bajo autoconcepto,
sentimientos de culpabilidad e intolerancia a la frustración (Asensi, 2007; Bogat et al., 2006;
Espinosa, 2006; Seijo et al., 2009; Sepúlveda, 2006). Algunos autores (Sani ,2007; Kitzmann et
al., 2003) también señalan una relación inversamente proporcional entre la edad del menor y la
intensidad de tales efectos; es decir, cuanto menor sea la edad, mayores serán las
consecuencias a nivel psicoemocional.
En relación a las repercusiones conductuales de la exposición, Lawson (2001) parte de
la idea de que en un contexto en el que no existe una seguridad o protección dirigida al menor,
en el cual, además, confluyen una serie de efectos a nível psicológico se produce una
desregularización que dificulta el autocontrol en comportamiento de los niños. Es decir, en los
menores expuestos a violencia doméstica, se observa la tendencia a presentar problemas
comportamentales, insuficiente empatia, habilidades sociales escasamente adquírídas y
desconfianza permanente hacia los que le rodean (Seijo et al., 2009). Además, a esto se añaden
rabietas, crueldad hacia los animales, comportamientos inmaduros, absentismo escolar,
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Trastorno por Déficit de Atención-Hiperactividad y conductas antisociales (Asensi, 2007). En esta
dirección, algunas investigaciones (Lawson, 2001; Patró y Limiñana, 2005) han determinado que
los hijos expuestos a violencia en el ámbito familiar tienden a manifestar dos tipos de conductas
opuestas, bien de carácter agresivo o bien de inhibición. En la misma línea, Orjuela y cols.
(2007) describen problemas relacionados con la socíalización y la integración escolar, así como
tambíén parentificación, aprendizaje de modelos de convivencia y de roles de género
inadecuados, e incluso, existe la posibilidad de normalizar este tipo de acontecimientos violentos.
En este sentido, otros estudios añaden que los menores expuestos a violencia doméstcica
tienden a desarrollar una actitud favorable hacia la violencia o, en el caso contrario, de cara a la
victimización en el grupo de iguales (Baker y Cuningham, 2004; Finkelhor, Turner, Ormrod,
Hamby y Kracke, 2009; Kítzmann et al., 2003; Olaya et al., 2010). Curiosamente, se ha
observado que los niños tienden a asumir el rol (de agresor o víctima) del progenitor de su
mismo sexo (Almeida, Abrunhosa y Sani, 2009; Milletich, Kelley, Doane y Pearson, 2010).
En consecuencia, los menores pueden mostrar desajustes a nivel conductual como
producto de la tolerancia asociada a la habitualidad de la violencia en el hogar (McDonald,
Jouriles, Tart y Minze, 2009), así como también en base a la interpretación del conflicto parental
en función de si este supone una amenaza para la estabilidad familiar y para el bienestar del
menor (McDonald et al., 2009). Del mismo modo, algunas investigaciones ponen de manifiesto
que la exposición de menores al ejercicio de la violerrcia en el ámbito doméstico es un factor que
puede llegar a predecir futuras conductas agresivas, antisociales y delictivas (Almeida et al.,
2009; Patró y Limiñana, 2005; Rodríguez, Gaxiola y Frías, 2003), incluso dirigidas a sus propios
padres durante la adolescencia (Cottrell y Monk, 2004; Rechea, 2006), o especialmente hacia su
madre (Patró y Limiñana, 2005).
En otro orden, las consecuencias a nivel escolar se hayan relacionadas con problemas
de integración en el aula (derivados de la escasez de habilidades sociales, conductas agresivas
o inhibidoras, etc.), además, de dificultades curriculares (tales como necesidades educatívas
especiales, dificultades para la concentración y atención); y finalmente, con el absentismo
escolar (Baker y Cunninham, 2004; Espinosa, 2006; Orjuela, 2007). En este sentido, Biederman
(2001) añade que los hijos de padres que sufren sintomatología depresiva, como puede suceder
en este caso, tienden a repetir curso académico.
Tras este planteamiento cabe pensar que no todos los niños presentan las mismas
dificultades como consecuencia de su exposición a víolencia interparental. Algunos estudios
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describen una serie de factores mediadores y entre ellos destacan: la edad y el género del
menor, el nivel de estrés materno, el tipo de violencia y su habitualidad y las características
personales del niño (Bogat et al., 2006; Graham-Bermann et al, 2009; Kitzmann et al., 2003;
Seijo et al., 2009).
Por último, añadir que el estudio que hemos llevado a cabo trata de evaluar, en base a
las distintas aportaciones teóricas, el estado psicoemocional y cornportamental en aquellos
menores expuestos a situaciones de naturaleza violenta por parte de sus padres.
2. Método.
2.1. Partícipantes.
En este estudio participó una rnuestra de 19 menores expuestos violencia de género en
el ámbito familiar. Concretamente este grupo se compone de 7 niños y 12 niñas de edades
comprendidas entre los 3 y los 15 años.
2.2. Instrumentos.
Se ha aplicado el Sistema de evaluación de conducta de niños y adolescentes/BASC
(Reynolds y Kamphaus, 1999). Este instrumento permite evaluar conductas adaptativas y
problemáticas en el ámbito familiar, escolar y sociocornunitario. Para su aplicación, se ha
contado con dos versiones del cuestionario, una para las madres y otra para los hijos;
obteniendo así, información referenciada y autoinformada. A su vez, dichas versiones se
desglosan en tres niveles según la edad de los menores; y para ello se ha utilizado un
cuestionario para madres y otro para niños en función de la etapa de desarrollo en la que se
encuentre el menor (es decir, primera infancia, infancia intermedia y adolescencia). Asimismo, el
cuestionario dirigido a los niños facilita la evaluación psicoemocional y conductual a través de las
siguientes escalas: desajuste escolar (actitud negativa hacia el colegio y los profesores);
desajuste clínico (ansiedad, locus de control, depresión, estrés social, etc.) y ajuste personal (en
cuanto a relaciones interpesonales y familiares, autoestima, etc.). Por su parte, la versión
aplicada a las madres informa principalrnente acerca de problemas internalizantes y
externalizantes; así como, en cuanto al nivel de adaptación del menor.
200
--
2.3. Procedimiento
Para el desarrollo de este estudio se ha contado con la colaboración de pediatras de
atención primaria y su labor consistió en la detección de aquellos menores cuyas rnadres se
encontraban en situación de ruptura familiar por razones de violencia de género. Detectados los
casos, se les explica a las madres el proyecto y, de estar interesadas en participar, firmaban un
consentimiento informado. Posteriorrnente, los casos eran derivados a los investigadores para
llevar a cabo las entrevistas y la aplicación de instrumentos de evaluación.
3. Resultados
En primer lugar, se observa que los datos provenientes de los rnenores de entre 6 y 12
años no evidencian diferencias significativas en relación al grupo normativo (ver tabla 1).
Tabla 1. Comparación grupo experimental vs. grupo normativo del BASC/2.
Variable Mge S,ge Mgn S,gn
Desajuste escolar 103,7 12,09 97,9 17,1 0,4
Actitud negativa hacia el.,..
0,41,8 1,3 1,1 1,9
colegio
Actitud negativa hacia los 0,11,4 1,1 1,2 1,6
profesores
Desajuste clínico '101,3 72,79 149,7 25,1 -0,9
ISE 311,1 44,6 298,9 45,6 0,27
Ansiedad 6,3 3,7 7,4 3,9 -0,3
Atipicidad 2,1 2,2 2,7 2,7 -0,2
Locus de control 3,3 3,7 4,0 3,1 -0,2
Estrés social 3,2 2,5 2,2 2,2 0,4
Depresión 1,9 1,8 1,7 2,6 0,4
Sentído de incapacidad 3,3 1,8 1,9 2,1 0,7
Ajuste personal 194,1 21,9 200,5 29,4 -0,25
Relaciones interpersonales 7,8 2,1 8,2 1,6 -0,2
201
-0,4
Relaciones con los padres 10,3 1,3 10,2 1,2 -0,08
5,2Autoestima 0,9 5,3 1,2 -0,6
Confianza en sí mismo 9,5 1,7 10.2 1,8
NOTA: Mge=Mediadel grupo experimental; Mgn=Mediadel grupo normativo
NOTA: Baremos aplicados S2 (General) (Reynolds y Kamphaus, 2004, p. 442 Y p. 450)
En cambio, las madres (tabla 2) advierten que sus hijos presentan sintomatología
relacionada con problemas de interiorización (Mge = 159, D= 1), seguidos de dificultades en
adaptabilidad (Mge= 7,4; D= -1,9) Y finalmente, un elevado indice de ansiedad (Mge= 8,7; D= 1).
Tabla 2. Comparación grupo experimental vs. grupo normativo del BASC/P2.
Variable Mge S,ge Mgn S,gn d
Escalas clínicas
Exteriorizar problemas 159,0 35,8 152,7 24,8 0,2
Interiorízar problemas 170,8 29,1 145,6 21,7 1
ISC 332,1 37,0 300,1 42,6 0,8
Agresividad 9,1 4,7 8,0 4,3 0,2
Hiperactividad 11,2 5,7 10,1 3 0,2
Problemas de conducta 4,0 4,8 3,4 2,6 0,1
Problemas de atención 10,7 4,3 7,1 3,8 0,8
Atipicidad 6,1 3,5 5,4 3,3 0,2
Depresión 8,4 4,2 5,4 3,5 0,8
Ansiedad 8,7 2,4 6,2 2,7 1
Retraimeinto 5,6 3,3 5,8 3,5 O
Somatización 15,4 3,1 5,0 3,4 3,2
Escalas adaptativas
Habilidades adaptativas 137,1 13,7 146,3 25,6 -0,4
Adaptabilidad 7,4 7,8 18,0 3,5 -1,9
Habilidades sociales 26,6 4,1 26,6 6,6 O
Liderazgo 15,5 3,1 16,6 5,0 -0,2-
NOTA: Mge=Medladel grupo experimental; Mgn-Medla del grupo normativo
202
NOTA: Baremos aplicados P2 (General) (Reynolds y Kamphaus, 2004, pp. 328-329 Y p. 346).
Por otra parte, los menores de 12 a 15 años informan de diferencias significativas con
respecto al grupo normativo (ver tabla 3). Asi, ,seobserva una actitud negativa hacia la escuela
(Mge= 5,5; D= 1,02); es decir, sentimientos de alineación, hostilidad, insatisfacción y desajuste
escolar significativo. Además, estos menores tienden a presentar una imagen negativa en
relación a las figuras parentales y a las dinámicas o relaciones familiares con las que conviven(Mge= 6; D= -1,05).
Tabla 3. Comparación grupo experimental vs. grupo normativo del BASC/3.Variable Mge S,ge Mgn Sxgn dDesajuste escolar
Actitud negativa hacia el 1,02colegio
5,5 4,6 1,9 2,4
Actitud negativa hacia los 0,9profesores
4,5 2,2 2,6 2,2
Búsqueda de sensaciones 4,2 3,4 4,7 3 -0,15
Desajuste clínico
Ansiedad 7,3 4,1 7,4 3,3 -0,02.....Atipicidad 4,7 3,7 3,7 3,2 0,3Locus de control 4,5 3,1 3,6 2,6 0,3Somatización 2,3 2,5 1,0 1,3 10,7Otros problemas
Estrés social 4,0 4,4 2,7 2,6 0,4Depresión 3,2 3,5 1,8 2,4 0,5Sentido de incapacidad 4,7 3,7 3,3 2,7 0,4Ajuste personal
Relaciones interpersonales 12,8 3,2 14,6 2,2 -0,7Relaciones con los padres 6,0 1,8 7,8 1,6 -1,05Autoestima 6,7 2,4 6,6 2,0 0,04Confianza en sí mismo 5,7 1,7 6,8 1,3 -0,7
NOTA. Mge-Medla del grupo experimental, Mgn-Medla del grupo normativo
NOTA: Baremos aplicados S3 (General) (Reynolds y Kamphaus, 2004, p. 452 Y p. 470)
203
Por su parte, las madres de estos adolescentes no han informado (tabla 4) en sus
resultados de diferencias entre los menores-objeto de estudio y el grupo normativo.
Tabla 4. Comparación grupo experimental vs. grupo normativo del BASC/P3.
Agresividad
Hiperactividad
Problemas de conducta
Retraimeinto
Somatización
Escalas adaptativas
321,3 40,1 299,1 42,4 0,5
7,8 6,2 6,3 3,9 0,3
7,1 2,8 7,6 4,2 -0,1
5,5 4,1 3,4 3 0,6
13,3 5,2 8,6 4,6 0,9
2,3 3,0 1,9 2,0 0,1
6,8 ,7 5,2 3,6
7,1 2,9
3,8 6,1
3,0 2,6
100 17,7
23,7 5,8
19,0 5,7
NOTA: Mge=Mediadel grupo experimental; Mgn=Mediadel grupo normativo
NOTA: Baremos aplicados P3 (General) (Reynolds y Kamphaus, 2004, pp. 352-353 Y p. 373).
4. Discusión
Antes de comenzar la discusión de los resultados creemos necesario valorar una serie
de limitaciones a nivel metodológico. En primer lugar, el número de participantes no permite
generalizar los resultados. En segundo lugar, no se han valorado variables como el tipo de
violencia al que se han visto sometidos estos niños; así como tampoco se han establecído
204
d
diferencias en función del género de los menores en relación a las repercusiones de la víolencia
familiar. En este sentido, las aportaciones de numerosos estudios afirman que las niñas tienden
a estar más expuestas a conflictos parentales (Olaya et al., 2010) incluso que tienen mayores
probabilidades de sufrir abuso físico y, por ello, de desarrollar futuras conductas agresivas
(Milletich, Kelly, Danoe, Pearson, 2010).
A tenor de los resultados presentados se pueden observar ciertas contradicciones entre
los resultados obtenidos a partir del testimonio de las madres y la percepción de los propios
menores. Concretamente, una de las tendencias observadas es que a menor edad del niño,
mayor es la sensibilidad perceptiva de las madres en relación a conductas observables
(Paterson et al., 2008). Situación de la que ya informan Kiztmann et al. (2003) en su meta-
análisis; ya que observan que las madres tienden a ser una fuente de información relevante con
respecto a sus hijos. Sin embargo, estos autores atribuyen este efecto a dos posibles
circunstancias: en primer lugar, las madres pueden "inflar" estos resultados como consecuencia
de su situación personal; mientras que por otra parte, los menores pueden minimizar los efectos
de la exposición durante la evaluación, como si de un mecanismo de defensa se tratara.
Por otra parte, los sujetos de la muestra manifiestan de forma significativa un menor
grado de adaptabilidad y, a esto, se añaden problemas en el ámbito escolar y familiar durante la
adolescencia. Al respecto, estudios previos nos indican que los menores expuestos a violencia••
en el ámbito familiar muestran resultados similares a las víctimas de maltrato infantil (Kitzmann et
al., 2003). Asi pues, tienden a manifestar durante la infancia problemas de intemalización corno
por ejemplo: depresión, ansiedad y miedo (Patró y Limiñana, 2005; Sani, 2007; Seijo et al., 2009)
así como también problemas de ajuste o externalizantes en la etapa adolescente (Almeida et al.,
2009; Kitzmann et al., 2003; McDonald et al., 2009; Milletich et al., 2010; Patró y Limiñana, 2005)
que además, suelen repercutir negativamente en otros ámbitos como es el caso de la escuela
(Baker y Cunningham, 2004; Espinosa, 2006; Orjuela, 2007).
Sin embargo, las dificultades internas a nivel psicoemocional en los menores son
percibidas a través de las madres desde el punto de vista conductual, y no por los propios niños.
Es decir, aunque los precedentes señalan que los menores, durante la infancia intermedia,
tienden a informar acerca de sintomatología intemalizante, en este caso, sucede lo contrario.
Son otros sujetos (las madres) los que advierten de determinadas alteraciones a nivel
p icoemcional a partir de conductas observables de sus hijos. Aspecto, que alude de nuevo a las
nsibilidad que las mad res tienden a presentar con respecto a los problemas conductuales de
205
los menores (Paterson et al., 2008). Por lo tanto, podemos valorar que existe una intima relación
entre los problemas de comportamiento y las alteraciones psicoemocionales; hecho que nos
ayuda a partir de aquello concreto para llegar a lo más abstracto; o lo que es lo mismo,
determinar a través de la conducta cuales son las necesidades psicológicas, afectivas y
emocionales de los niños.
En conclusión, para llevar a cabo una intervención ajustada a las necesidades de los
menores, tal y como recomiendan recientemente Ayllon y otros (2011), la evaluación debe
manejar como fuente de información tanto a los niños como a sus madres. Asimismo, a esta
información también se pueden añadir los datos procedentes de otros profesionales (pediatras,
maestros, orientadores escolares, agentes sociales) relacionados con las víctimas, mujeres y sus
hijos. Sólo de ese modo, podremos hablar con conocímiento de causa de las verdaderas
repercusiones que sufren, a nivel físico, psicológico, emocional, conductual y escolar los
menores que son testigos de conductas violentas en el ámbito familiar (Fariña et al., 2010). En
estos términos se puede decir que la intervención profesional aún no existe, y por ello, es preciso
seguir investigando con el fin de construír un marco teórico que permita en un futuro próximo
ajustarla en la medida de lo posible a las circunstancias personales, familiares y sociales de cada
menor. En síntesis, aún nos queda mucho camino por hacer cuando hablamos de menores
expuestos a violencia familiar y su intervención. Así pues, el principio de este camino pasa por
tener en cuenta las características personales de los niños, así como también, a la especificidad
de las situaciones de violencia parental y de la exposición o el grado de participación de los
menores, y las necesidades del grupo familiar.
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