Mauriac Francois - Nudo de Viboras

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MAURIAC FRANCOIS NUDO DE VIBORAS FRANCOIS MAURIAC FRANCOIS MAURIAC NUDO DE NUDO DE VIBORAS VIBORAS PREMIO NOBEL - 1952 1

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Libro escrito por Mauriac Francois

Transcript of Mauriac Francois - Nudo de Viboras

Nudo de viboras

MAURIAC FRANCOIS NUDO DE VIBORAS

FRANCOIS MAURIAC

NUDO DE

VIBORAS

Ttulo del original francs, Le noeud de vipres

Traduccin, Fernando Gutirrez Cubierta, Yzquierdo

Crculo de Lectores, S.A.

Valencia, 344 Barcelona

9 10 11 12 13 9 6 1 2

@Plaza & Janes, S. A., Editores

Depsito legal B. 28926-68

Compuesto en Garamond 10

impreso y encuadernado por

Printer, industria grfica sa

Tuset, 19 Barcelona 1969

Printed in Spain

PRIMERA PARTE

"...Seor, pensad que no nos entendemos nosotros mismos y que no sabemos lo que queremos, que nos alejamos infinitamente de lo que deseamos."

Santa Teresa de Jess.

Quisiera que, a pesar de su bajeza, sintierais lstima de este enemigo de los suyos, de este corazn devorado por el odio y por la avaricia; quisiera que interesara vuestro corazn. A lo largo de su amarga vida, tristes pasiones le ocultaron la cercana luz, de la cual, a veces, algn rayo le toc e intent quemarlo; sus pasiones... Pero primero tened piedad de los cristianos mediocres que le acecharon y a quienes l mismo atorment. Cuntos de entre nosotros rechazan as al pecador y le apartan de una verdad que, a travs de ellos, no ilumina nada!

No, no era el dinero lo que este avaro acariciaba, no era la venganza de lo que este hombre estaba hambriento. Conoceris el objeto verdadero de su amor si poseis la fuerza y el valor de escuchar a este hombre hasta la ltima confesin que interrumpe la muerte...

Captulo primero

Te asombrar descubrir esta carta en mi arca, sobre un paquete de acciones. Tal vez hubiera sido mejor confiarla a un notario que te la hubiese entregado despus de mi muerte; o bien guardarla en el cajn de mi escritorio, lo primero que forzarn los AUTHOR hijos cuando haya empezado a enfriarme. Pero ocurre que, durante aos, he rehecho en espritu esta carta y la imaginaba siempre, en mis insomnios, destacndose sobre el estante del arca, de un arca vaca que no contena otra cosa que esta venganza, elaborada durante casi medio siglo. Tranquilzate; por otra parte, ya te has tranquilizado: "Las acciones estn ah". Me parece or esta frase, en el vestbulo, al regreso del Banco. S. Llamars a los hijos, a travs de tu velo negro: "Las acciones estn ah".

Ha faltado muy poco para que ellas no se encontraran "ah", y yo haba tomado bien mis medidas. Si hubiese querido, hoy os encontrarais despojados de todo, salvo de la casa y las tierras. Habis tenido la suerte de que yo sobreviviera a mi odio. Durante mucho tiempo he credo que mi odio era lo que haba ms vivo en m. Y he aqu que hoy, al menos, no lo siento. El anciano en que me he convertido apenas si representa al furioso enfermo que haba sido poco antes y que pasaba las noches combinando slo su venganza esa bomba que haba de estallar ms tarde y que yo haba montado con una minuciosidad de la que me senta orgulloso, pero buscando el medio de poder gozarme de ella.

Hubiese querido vivir mucho para ver vuestras cabezas de regreso del Banco. Se trataba de no facilitarte demasiado pronto el medio de abrir el arca, sino lo suficientemente tarde para gozar de esa ltima alegra de or vuestras preguntas desesperadas: "Dnde estn las acciones?" Y me pareca, entonces, que la ms atroz agona no haba de impedirme ese placer. S, yo he sido un hombre capaz de calcular tales cosas. Cmo llegu a esto, yo, que no he sido un monstruo?

Son las cuatro y la bandeja de mi almuerzo y los platos sucios sobre la mesa atraen a las moscas. He llamado en vano; en el campo no funcionan las campanillas. Espero sin impaciencia en esta habitacin donde he dormido de nio; donde, sin duda, he de morir. El da en que esto ocurra, el primer pensamiento de nuestra hija Genoveva ser el de reclamar para los hijos. Yo ocupo solo la habitacin ms grande, la mejor acondicionada. Hacedme la justicia de reconocer que he ofrecido a Genoveva cederle este sitio y que lo hubiese hecho sin tener en cuenta al doctor Lacaze, que no admite para mis bronquios la atmsfera hmeda del piso bajo. Sin duda, yo hubiera consentido en ello, pero con tal rencor que es mejor que me lo hayan impedido. He pasado toda mi vida llevando a cabo toda suerte de sacrificios, cuyo recuerdo me envenenaba, y alimentaba y acrecentaba esta especie de rencores que el tiempo ha fortalecido.

El gusto por las rencillas es una herencia familiar. Mi padre se lo o decir a mi madre con frecuencia estaba reido con sus progenitores, quienes, a su vez, murieron sin haber vuelto a ver a su hija, expulsada de casa antes de que hubiese cumplido los treinta aos. Ella se haba puesto de parte de aquellos primos marselleses a quienes no conocamos. Jams hemos sabido las razones de toda esta cizaa, pero hacamos nuestro el odio de nuestros ascendientes. Y todava hoy volvera la espalda a uno de esos pequeos primos de Marsella si lo encontrase. No se puede ver a los padres distanciados, ni tampoco a los hijos ni a la mujer. Realmente, no faltan las familias unidas; pero cuando se piensa en la cantidad de ellas en que dos seres se exasperan, se disgustan en torno a la misma mesa, al mismo lavabo y bajo las mismas sbanas, es extraordinario el escaso nmero de divorcios. Se detestan y no pueden huir del fondo de esas casas...

Qu significa esta fiebre de escribir que me ha atacado hoy, aniversario de mi nacimiento? Cumplo sesenta y ocho aos y estoy solo para saberlo. Genoveva, Huberto y sus hijos han tenido siempre, en cada cumpleaos suyo, el pastel, las velillas y las flores... Si nada te doy para tu fiesta, al cabo de los aos, no es porque la haya olvidado, sino por venganza. Basta... El ltimo ramillete que recib en un da como ste lo hizo mi madre con sus deformadas manos. Una vez ms, a pesar de su corazn enfermo, haba ido a rastras hasta la avenida de los rosales...

Dnde estaba? S; te preguntas por esta sbita furia de escribir; "furia", es sa la palabra. Puedes comprobarlo en mi caligrafa, en estas letras curvadas en el papel como se curvan los pinos bajo el viento del Oeste. Escucha: te he hablado en principio de una venganza largo tiempo meditada y a la cual renuncio. Mas algo hay en ti, algo de ti sobre lo que yo quiero triunfar, y es tu silencio. Oh! Comprndeme. Tienes mucha palabrera y puedes discutir largas horas con Cazau, lo mismo de aves que de huertos. Con los nios, incluso con los ms pequeos, charlas y dices tonteras durante das enteros. Ah! Esas comidas de las que sala yo con la cabeza vaca, preocupado por mis asuntos, por mis inquietudes, de las cuales a nadie poda hablar... Sobre todo a partir del asunto Villenave, cuando me convert de pronto en un gran abogado de lo criminal, como dicen los peridicos. Cuanto ms me inclinaba a creer en mi importancia, ms me dabas t la sensacin de mi nada... Pero no, no se trata todava de esto; de lo que quiero vengarme es de una especie de silencio, del silencio en que te obstinas con respecto a nuestra casa, a nuestro desacuerdo profundo. Cuntas veces, en el teatro, o leyendo una novela, me he preguntado si existen en la vida amantes y esposas que "hagan escenas", que se confen claramente y que hallen un consuelo en confiarse!

Durante estos cuarenta aos en que hemos sufrido hombro a hombro, t has hallado siempre la fortaleza necesaria para evitar toda palabra un poco profunda, has cambiado siempre de conversacin.

He credo mucho tiempo en un sistema, en la adopcin de una actitud cuya razn se escap a mis ojos, hasta el da en que comprend, sencillamente, que no te interesaba nada de esto. Estaba tan lejos de tus preocupaciones que te evadas no por el terror, sino por fastidio. Eras muy hbil olfateando el viento, me veas llegar a distancia; y si yo me acercaba a ti por sorpresa, hallabas fciles escapatorias, o bien me dabas una pequea palmada en la mejilla, me besabas y te ibas luego.

Podra temer, sin duda, que rompieras esta carta en cuanto hubieses ledo las primeras lneas. Pero no, porque al cabo de varios meses te asombro y te intrigo. A poco que te hubieses fijado en m, cmo no habras notado un cambio en mi humor? S, tengo confianza esta vez en que no habrs de evadirte. Quiero que sepas, quiero que sepis t, tu hijo, tu hija, tu yerno y tus nietos, quin era ese hombre que viva solo frente a vuestro grupo estrechamente cerrado; ese abogado lleno de fatiga a quien haba que cuidar porque era el amo del dinero, pero que sufra en otro planeta. En qu planeta? Jams quisiste ir a verle. Tranquilzate; no trato de hacer aqu mi elogio fnebre, escrito prematuramente por m mismo, sino una requisitoria contra vosotros. La dominante caracterstica de mi naturaleza, y que hubiera interesado a otra mujer distinta de ti, es mi espantosa lucidez.

Esta habilidad en engaarse a uno mismo, que ayuda a vivir a la mayor parte de los hombres, me ha faltado siempre a m. Jams he gustado nada vil que no haya conocido primero...

No he tenido ms remedio que interrumpir...; no me han trado an la lmpara; no han venido a cerrar las contraventanas. Contemplaba el tejado de las bodegas, cuyas tejas conservan la presencia de los colores vivos de las flores o los trinos de los pjaros. Escuchaba a los tordos en la yedra del lamo carolino, el rumor producido por una barrica que rodaba. Es una suerte aguardar a morir en el nico lugar del mundo donde todo se conserva igual a mis recuerdos. Slo el zumbido del motor reemplaza al chirrido de la noria a la que daba vueltas una mula. Tambin hay ese horrible avin postal que anuncia la hora de merendar y ensucia el cielo. No les acontece a muchos hombres hallar en la realidad, al alcance de su vista, ese mundo que la mayora no descubre ms que en s mismos, cuando tienen el valor y la paciencia de acordarse. Yo pongo mi mano sobre mi pecho y palpo mi corazn. Contemplo el armario de luna donde se encuentran, en un rincn, la jeringuilla hipodrmica y la ampolla de nitrato amlico, todo lo que bastara en caso de crisis. Me oiran si los llamase? Quieren que sea una falsa angina de pecho; tratan mucho menos de persuadirme que de convencerse a s mismos para poder dormir tranquilos. Respiro ahora. Dirase que una mano se ha posado sobre mi hombro izquierdo, que lo inmoviliza en una falsa posicin, como hara alguien que no quisiera que yo lo olvidara. En mi caso, la muerte no vendr subrepticiamente. Se mueve en torno a m desde hace aos, la escucho; noto su aliento; es paciente conmigo, que no la desafo y que me someto a la disciplina que impone su proximidad. Me dispongo a morir, vestido con la bata, la vestimenta de los grandes enfermos incurables, en una butaca de orejas donde mi madre aguard su fin; sentado como ella, cerca de una mesa llena de frascos con medicinas, sin afeitar, maloliente y esclavo de numerosas manas repugnantes. Pero no os confiis: consigo rehacerme despus de mi crisis. El procurador Bourru, que me crea muerto, me ve de nuevo revivir, y durante horas tengo, en los stanos de los bancos, la fuerza suficiente para cortar yo mismo mis cupones.

Es necesario que viva el tiempo suficiente para poder terminar esta confesin, para obligarte, en fin, a que me escuches; a que me escuches t, con quien durante varios aos he compartido mi lecho, t, que nunca has dejado de decirme por la noche, en cuanto me acercaba:

Tengo mucho sueo, me estoy durmiendo; me duermo...

Y lo que apartabas de ese modo eran ms mis palabras que mis caricias.

Cierto es que nuestra desgracia naci en esas conversaciones interminables en que nosotros, jvenes esposos, nos complacamos. Dos nios: yo tena veintitrs aos; t dieciocho, y tal vez el amor fuera para nosotros un placer menor que esas confidencias, esos abandonos. Como en las pueriles amistades, nos habamos jurado decrnoslo todo. Yo, que tena tan poco que poder confiarte, me vea obligado a embellecerlo con miserables aventuras; no dudaba de que t estabas tan desprovista como yo. Incluso no haba supuesto que nunca hubieses podido pronunciar otro nombre de muchacho antes que el mo; no lo cre hasta la noche...

Era en esta misma alcoba donde ahora escribo. Ha variado el papel de las paredes; pero los muebles de caoba continan en el mismo sitio. Sobre la mesa haba un jarro de cristal opalino y este juego de t, ganado en una rifa. El claro de luna iluminaba la estera. El viento del Sur, que atraviesa los eriales, traa hasta nuestro lecho el olor de un incendio.

Rodolfo, el nombre de ese amigo de quien me habas hablado con frecuencia y siempre en las tinieblas de nuestra alcoba, como si su imagen estuviera presente entre nosotros en las horas de nuestra ms profunda unin, volvi a ser pronunciado por ti aquella noche. Lo has olvidado? Pero esto no era bastante para ti.

Hay muchas cosas, querido, que hubiese deseado contarte antes de nuestros esponsales. Hubiera sentido remordimientos no contndotelo... Oh! Nada grave, te lo aseguro...

No me preocupaba nada y no hice lo ms mnimo para que me lo confesases. Pero prodigabas tus confesiones con una complacencia que desde un principio me molest. No cedas ante ningn escrpulo, no obedecas a ningn sentimiento de delicadeza hacia m, como t me decas y como, por otra parte, creas.

No, te embriagabas en un recuerdo delicioso, no podas contenerte. Tal vez presintieras en todo aquello una especie de amenaza para nuestra felicidad, pero, como se dice vulgarmente, era ms fuerte que t. No dependa de tu voluntad el que la sombra de ese Rodolfo dejara de flotar en torno a nuestro lecho.

Sobre todo, no hay que creer que nuestra desdicha se haya originado en los celos. Yo, que haba de convertirme ms tarde en un celoso enloquecido, no haba experimentado nada que atrajera sobre m esta pasin en aquella noche de verano de que te hablo, una noche del ao 85, en que me confesabas que habas sido en Aix, durante las vacaciones, la novia de ese muchacho desconocido.

Cuando pienso que al cabo de cuarenta y cinco aos me ha sido dado poder explicarme todo eso... Pero, leers solamente t mi carta? Todo esto te interesa tan poco... Todo lo que se refiere a m te molesta. Ya los nios te impedan verme y escucharme; pero en cuanto nacieron los nietos... Mucho peor! Intento esta ltima oportunidad. Tal vez muerto tenga ms poder sobre ti que en vida. Por lo menos, en los primeros das. Por algunas semanas ocupar de nuevo un lugar en tu existencia. Por deber leers estas pginas hasta el fin. Tengo necesidad de creerlo. Lo creo.

Captulo segundo

No; durante esta confesin no experimento celos de ninguna clase. Cmo hacerte comprender lo que stos destruan en m? Yo haba sido el nico hijo de aquella viuda que conociste, o, mejor dicho, junto a quien viviste tantos aos sin conocerla. Pero, sin duda, aun cuando esto te hubiera interesado, no hubieses comprendido bien lo que significaba la unin de esos dos seres, de esa madre y de ese hijo, porque t eras la clula de una acaudalada y numerosa familia burguesa, jerarquizada y organizada. No; t no sabras concebir los cuidados que la viuda de un modesto funcionario, jefe de servicio en la Prefectura, podra dar a un hijo que era todo lo que le quedaba en la vida. Mis xitos escolares la llenaban de orgullo. Tambin era mi sola alegra. En aquel tiempo tena la seguridad de que ramos muy pobres. Bast para persuadirme de la estrechez de nuestra vida la estricta economa de la que mi madre haba hecho una ley. Bien es verdad que no me faltaba nada. Me doy cuenta hoy hasta qu punto haba sido yo un nio mimado. Las alqueras de mi madre en Hosteins llenaban a poca costa nuestra mesa, y me hubiera asombrado mucho or decir que sta era muy refinada. Las gallinas cebadas, las liebres y los pasteles de becadas no despertaban en m ninguna idea de lujo. Siempre haba odo decir que aquellas tierras no valan nada. Y, de hecho, cuando mi madre las hered, eran terrenos estriles donde mi abuelo, nio, haba llevado personalmente a pastar al ganado. Pero ignoraba que el primer cuidado de mis padres haba sido sembrarlos, y, a los veintin aos, me encontr poseedor de dos mil hectreas de bosque en pleno crecimiento y que ya abastecan de postes las minas. Mi madre, ahorraba as sobre sus modestas rentas. Ya en vida de mi padre, sacrificndose, haban comprado en cuarenta mil francos Clese, ese viedo que yo no cedera por un milln. Nosotros habitbamos, en la calle de Santa Catalina, un tercer piso de una casa de nuestra propiedad. Mi madre haba aportado como dote los terrenos sin edificar. Dos veces por semana llegaba a nuestra casa un cesto procedente del campo. Mam iba lo menos posible "al carnicero". En cuanto a m, viva con la idea fija en la Escuela Normal, donde quera ingresar. Era necesario luchar jueves y domingos para hacerme tomar el aire. No pareca en nada a esos nios que son siempre los primeros sin aparentar afanarse. Yo era un "trabajador" y me gustaba serlo; un trabajador y nada ms. No recuerdo haber hallado en el liceo el menor placer estudiando a Virgilio o a Racine, aquello no era ms que una asignatura. En cuanto a las obras humanas, consideraba aparte todas las que figuraban en el programa, las nicas que hubiesen tenido importancia a mis ojos, y escriba con respecto a ellas todo lo que hay que escribir para complacer a los examinadores, es decir, lo que ya se ha dicho y escrito a travs de generaciones de normalistas. He aqu la clase de idiota que yo era, y la que hubiese continuado siendo, quiz, si la hemoptisis que aterroriz a mi madre, dos meses antes de los exmenes en la Normal, no me hubiese obligado a abandonarlo todo.

Este era el precio puesto a una infancia demasiado estudiosa, a una adolescencia malsana. Un muchacho, en pleno crecimiento, no vive impunemente encorvado sobre una mesa y con los hombros encogidos hasta una hora avanzada de la noche, con desprecio de todos los ejercicios del cuerpo.

Te fastidio? Me gusta fastidiarte. Pero no quiero saltar ninguna lnea. Quiero asegurarme de que procedo con la rigurosidad necesaria. El drama de nuestras dos vidas se hallaba en potencia en esos acontecimientos que t no has conocido o que has olvidado.

Por otra parte, ves ya, a travs de estas primeras pginas, que yo no me guardar. Hay en esto un motivo para favorecer tu odio... Mas no, no protesto; desde que piensas en m lo haces para alimentar tu enemistad.

Sin embargo, creo ser injusto con ese jovenzuelo cautivo que yo era, inclinado sobre sus diccionarios.

Cuando leo los recuerdos infantiles de otros, cuando veo ese paraso hacia el cual todos se vuelven, me pregunto con angustia: "Y yo? Por qu esta estepa desde los comienzos de mi vida? Tal vez haya olvidado eso de que los otros se acuerdan, acaso haya conocido anlogos encantos..." Ay!, yo no veo nada ms que aquel furor encarnizado, que aquella lucha por el primer puesto, que mi odiosa rivalidad con un tal Enoch o con un Rodrigo. Mi instinto era rechazar toda simpata. Recuerdo que al prestigio de mis xitos e incluso a esa huraa propendan determinados caracteres. Yo era un nio feroz para quien pretenda amarme. Detestaba los "sentimientos".

Si mi profesin fuese escribir, yo no podra sacar de mi vida estudiantil una sola pgina enternecedora. Espera..., una sola cosa, no obstante, casi nada: mi padre, de quien apenas me acuerdo, llegaba algunas veces a convencerme de que no estaba muerto, que un concurso de extraas circunstancias le haba hecho desaparecer. Al volver del liceo suba por la calle de Santa Catalina, corriendo por la calzada, entre los coches, porque el hacinamiento de peatones hubiera entorpecido mi marcha. Suba los escalones de cuatro en cuatro. Mi madre repasaba la ropa blanca cerca de la ventana. La fotografa de mi padre estaba colgada en el mismo sitio, a la derecha de la cama. Me dejaba abrazar por mi madre sin contestarle apenas, y, ya entonces, abra los libros.

Al da siguiente de esa hemoptisis que transform mi destino comenzaron a transcurrir lgubres meses en el hotelito de Arcachon, donde la ruina de mi salud consuma el naufragio de mis ambiciones universitarias. Mi pobre madre me irritaba, porque para ella esto no tena ninguna importancia, y me pareca que se cuidaba muy poco de mi porvenir. Cada da viva aguardando la "hora del termmetro". De mi peso diario dependa todo su dolor o toda su alegra. Yo, que tanto haba de sufrir ms tarde sin que mi enfermedad interesara a nadie, reconozco que he sido justamente castigado por mi dureza, por mi intolerancia de nio demasiado amado.

Desde los primeros das empec a reponerme, como deca mi madre. Literalmente, resucitaba. Engordaba, me fortaleca. Este cuerpo que haba sufrido tanto a consecuencia del rgimen que yo le haba impuesto, floreca en aquel bosque seco, lleno de retama y arbustos en los tiempos en que Arcachon no era ms que una aldea.

Al mismo tiempo, supe por mi madre que no tena por qu preocuparme el porvenir, puesto que poseamos una saneada fortuna que creca de ao en ao. Nada me forzaba a nada, y, sin duda, en el servicio militar me daran por intil. Yo posea una gran facilidad de palabra que haba asombrado a todos mis profesores. Mi madre quera que estudiara Derecho y no dudaba de que, sin exceso de fatiga, podra fcilmente convertirme en un gran abogado, a menos que no me sintiera atrado por la poltica... Ella hablaba, hablaba; me descubra de pronto sus planes. Yo la escuchaba enfurruado, hostil, mirando a travs de la ventana.

Empec las aventuras. Mi madre me observaba con temerosa indulgencia. He sabido despus, viviendo entre los tuyos, la importancia que adquieren estos desrdenes en una familia religiosa. Mi madre no vea en ello otro inconveniente que lo que pudiera amenazar a mi salud. Cuando ella se hubo asegurado de que no abusaba del placer, cerr los ojos a mis salidas nocturnas, puesto que volva a medianoche. No, no temas que te cuente mis amores de aquel tiempo. S que tienes horror a estas cosas, y, adems, eran aventuras tan pobres!

Ya ellas me costaban muy caro. Y sufra. Sufra viendo que haba tan poco encanto en m que mi juventud no me serva de nada. Creo, sin embargo, que no era feo. Mis rasgos son "regulares", y Genoveva, mi vivo retrato, ha sido una chiquilla muy bonita. Mas yo perteneca a esa raza de seres de quienes se dice que carecen de juventud: un adolescente triste, sin lozana. Mi solo aspecto helaba a las gentes. Cuando ms cuenta me daba de ello, ms tieso me pona. Jams he sabido vestirme, elegir una corbata y anudarla luego. Jams he sabido abandonarme, rer o hacerme el loco. No poda imaginarme que pudiese poseer una cualidad alegre: perteneca a esa clase de individuos cuya presencia hace que todo salga mal. Adems, era quisquilloso, incapaz de tolerar la ms ligera broma. Como desquite, cuando quera divertirme asestaba a los dems, sin haberlo querido, golpes que no me perdonaban nunca. Caminaba rectamente hacia el ridculo, a la debilidad que hubiera sido necesario disimular. Con las mujeres, por timidez y por orgullo, adoptaba ese tono superior y doctoral que ellas detestan. Yo no saba ver sus trajes. Cuanto ms me daba cuenta de que las disgustaba, ms acentuaba en m todo aquello que les causaba horror. Mi juventud no ha sido ms que un largo suicidio. Me apresuraba a desagradar slo por el temor de desagradar naturalmente.

Con razn o sin ella, culpaba a mi madre de lo que yo era entonces. Me pareca que expiaba la desgracia de haber sido, desde mi infancia, exageradamente mimado, vigilado y atendido. En aquel tiempo fui con ella de una dureza atroz. Le reprochaba el exceso de su cario. No le perdonaba que me abrumase con todo lo que solamente ella haba de darme en el mundo, todo lo que yo no habra de conocer de nadie ms que de ella. Perdname que insista an en esto; en este pensamiento encuentro la fuerza necesaria para soportar el abandono en que me tienes. Es justo que lo pague. Pobre mujer dormida desde hace tantos aos y cuyo recuerdo no sobrevive ms que en el corazn extenuado del anciano que soy! Cunto hubiera sufrido ella si hubiese previsto de qu modo haba de vengarla el destino!

S, yo era atroz. En el pequeo comedor del hotelito, bajo la lmpara que iluminaba nuestra cena, no responda ms que con monoslabos a sus tmidas preguntas, o bien, al menor pretexto, me iba brutalmente y sin ningn motivo.

Ella no intentaba comprenderme; no alcanzaba el motivo de mis furores; los soportaba como la clera de un dios.

Est enfermo deca; habr de contener mis nervios.

Y aada que era demasiado ignorante para comprenderme.

Reconozco que una vieja como yo no es muy agradable compaa para un muchacho de tu edad.

Ella, a quien haba visto economizar tanto, por no decir que era una avara, me daba ms dinero del que necesitaba, me obligaba a gastar y me traa de Burdeos corbatas ridiculas que me negaba a ponerme.

Mantenamos relaciones de amistad con unos vecinos a cuya hija cortejaba, aun cuando no era de mi gusto; pero como ella pasaba el invierno en Arcachon para cuidarse, mi madre enloqueca a la idea de un contagio posible, o tema que la comprometiera y me viese obligado a ella. Hoy estoy seguro de que me entregu a esa conquista, aunque, por otra parte, en vano, con objeto de imponer a mi madre una nueva angustia.

Volvimos a Burdeos despus de un ao de ausencia. Habamos levantado la casa. Mi madre haba comprado un hotelito en los bulevares, pero no me haba dicho nada con el deseo de darme una sorpresa. Me qued estupefacto cuando un mayordomo nos abri la puerta. Me haba destinado el primer piso. Todo pareca nuevo. Secretamente deslumbrado por un lujo que hoy imagino haba de ser horrible, tuve la crueldad de no hacer ms que crticas y me preocup por el dinero invertido.

Entonces, mi madre, alardeando, me dio cuentas que, por otra parte, no deba haberme dado, puesto que la mayor parte de nuestra fortuna proceda de su familia. Cincuenta mil francos de renta, sin contar la tala de bosques, constituan en aquella poca, y sobre todo en provincias, una "bonita" fortuna, de la que otro muchacho cualquiera hubiese echado mano para subir, para elevarse hasta la primera sociedad de la capital. No era ambicin lo que me faltaba; pero me hubiera costado trabajo disimular mis sentimientos hostiles a mis camaradas de la Facultad de Derecho.

Entre aquellos hijos de buena familia, educados en los jesutas, yo, licesta y nieto de un pastor, no perdonaba el horrible sentimiento de envidia que me inspiraban sus modales, aun cuando ellos me pareciesen seres inferiores. En esta vergonzosa pasin de envidiar a seres a quienes se desprecia, hay motivo para envenenar toda una vida.

Los envidiaba y los despreciaba, y su desdn tal vez imaginario exaltaba an mi rencor. Era tal mi carcter que no pensaba ni un solo instante en ganarlos para m, hundindome cada vez ms en el partido de sus adversarios. El odio a la religin, que durante tanto tiempo ha sido mi pasin dominante y en virtud del cual tanto has sufrido, hacindonos enemigos para siempre, comenz en la Facultad de Derecho, cuando fue votado el artculo 7, en 1879 y en 1880, el ao de los famosos decretos y de la expulsin de los jesutas.

Hasta entonces me haba mostrado indiferente a estas cuestiones. Mi madre no hablaba de ello ms que para decir:

Estoy muy tranquila, pues si gentes como nosotros no se salvan, no se salvar nadie.

Me haba hecho bautizar. La primera comunin, celebrada en el liceo, me pareci una formalidad fastidiosa, de la que ahora conservo un recuerdo confuso. Por lo dems, no fue seguida de ninguna otra. Mi ignorancia era profunda en estas materias. Los sacerdotes, en la calle, cuando yo era nio, me parecan personajes disfrazados, una especie de mscaras. Jams pens en esa clase de problemas, y cuando los abord, por fin, lo hice desde el punto de vista poltico.

Fund un crculo de estudios que se reuna en el caf Voltaire y donde yo haca uso de la palabra. Pese a mi timidez en privado, en los debates pblicos me converta en otro hombre, tena mis partidarios y gozaba siendo su jefe; pero en el fondo, no los despreciaba menos que a los burgueses. Yo quera manifestarles ingenuamente los miserables mviles que eran tambin los mos, y cuyas directrices me obligaban a seguir. Hijos de simples funcionarios, antiguos becarios, muchachos inteligentes y ambiciosos, pero llenos de hil, me adulaban sin amarme. Los invitaba a algunas cenas que se hicieron famosas y de las que se hablaba an largo tiempo despus. Pero sus maneras me disgustaban. Ocurra a veces que no poda contenerme y me burlaba de ellos con chanzas que los heran y por las cuales me guardaban rencor.

Sin embargo, mi odio antirreligioso era sincero. Me atormentaba tambin cierto deseo de justicia social. Obligu a mi madre a derribar las casas de adobe donde vivan nuestros aparceros, mal alimentados con pan negro y gachas de maz. Por primera vez intent resistirse:

Para lo que van a agradecrtelo...

Pero no hice nada ms. Sufra reconociendo, tanto en mis enemigos como en m, una pasin comn: la tierra y el dinero. Hay dos clases: la de los que poseen y la de los que nada tienen. Yo comprenda que estara siempre del lado de los primeros. Mi fortuna era igual o superior a la de todos aquellos muchachos afectados que, segn yo crea, volvan la cabeza al verme y que, sin duda alguna, no hubiesen rechazado mi mano tendida. Por otra parte, no me faltaban, ni a derecha ni a izquierda, gentes que me reprocharan, en las reuniones pblicas, la posesin de dos mil hectreas de bosque y de viedos.

Perdname que me detenga tanto. Sin todos estos pormenores tal vez no comprenderas lo que fue nuestro encuentro, lo que ha sido nuestro amor, para aquel muchacho amargado que yo era entonces. Yo, hijo de campesinos y cuya madre "haba llevado pauelo a la cabeza", casarme con una seorita Fondaudge! Esto era ms de lo que puede imaginarse; era inimaginable...

Captulo tercero

He interrumpido mi tarea de escribir porque menguaba la luz y o rumor de voces bajo el piso. No es porque hicierais mucho ruido. Al contrario, hablabais en voz baja, y esto me crispa los nervios. Antes, desde esta habitacin, poda seguir vuestras conversaciones. Pero ahora desconfiis, hablis susurrando. Me dijiste el otro da que me volva tardo de odo. No, puedo or el ruido del tren sobre el puente. No, no, no estoy sordo. Sois vosotros los que bajis la voz para que no sorprenda vuestras palabras. Qu me escondis? Van mal los asuntos? Y todos estn ah, en torno a ti, como paparotes: nuestro yerno, que negocia con el ron, el de tu hija, que no hace nada, y nuestro hijo Huberto, el agente de bolsa... Y ese muchacho, que da el veinte por ciento, tiene a su disposicin el dinero de todo el mundo!

No contis conmigo. Yo no ceder.

Sera tan sencillo cortar los pinos... me insinuaste esta tarde.

Me hiciste recordar que las dos hijas de Huberto viven en casa de sus suegros, porque no han tenido dinero para instalar un piso desde que se casaron.

Tenemos en el desvn un montn de muebles que se estn estropeando; no nos costara nada prestrselos...

Esto fue lo que me pediste enseguida.

Las dos nos guardan rencor: ya ni ponen aqu los pies. Estoy privada de ver a mis nietos...

Este es vuestro tema y de l hablis en voz baja.

Releo estas lneas, escritas anoche bajo una especie de delirio. Cmo he podido ceder a este furor? No es una carta, sino un diario interrumpido, continuado... He de borrar esto? Volver a empezar? Imposible; me apremia el tiempo. Lo que he escrito, escrito est. Por otra parte, qu deseara, sino descubrirme enteramente a ti, obligarte a verme hasta el fondo? Al cabo de treinta aos, no soy a tus ojos ms que un aparato que distribuye billetes de mil francos, un aparato que funciona mal y al que hay que sacudir constantemente, hasta el da en que al fin pueda abrirse, destriparse, y sacar de l a manos llenas el tesoro que esconde.

De nuevo me dejo arrastrar por la ira. Esta me devuelve al punto en que me haba interrumpido. Es necesario volver al origen de este furor, acordarme de aquella noche fatal... Pero antes recuerda nuestro primer encuentro.

En agosto del 83 estaba en Luchon con mi madre. En aquel tiempo, el hotel Sacarron estaba lleno de muebles almohadillados, canaps redondos, cabezas de gamos disecadas...Al cabo de tantos aos, cuando los tilos florecen, recuerdo siempre el aroma de las avenidas de tilos de Etigny. El trote corto de los asnos, los cencerros y el restallar de los ltigos me despertaban temprano. El agua de la montaa corra hasta por las calles. Humildes comerciantes pregonaban los croissants y los bollos de leche. Los guas pasaban a caballo, y yo contemplaba la partida de las cabalgatas.

Todo el primer piso estaba ocupado por los Fondaudge. Ocupaban las habitaciones del rey Leopoldo.

Son unos derrochadores deca mi madre.

Lo cual no les impeda pagar con retraso cuando se trataba de pagar. Haban alquilado vastos terrenos que poseamos nosotros en los muelles, con objeto de almacenar las mercancas.

Comamos en la mesa del hotel. Pero vosotros, los Fondaudge, os hacais servir la comida aparte. Me acuerdo de aquella mesa redonda, situada cerca de las ventanas. Recuerdo tambin a tu abuela, una mujer gruesa, que ocultaba un crneo calvo bajo negras blondas donde temblaban cuentas de azabache. Cre siempre que me sonrea; pero esta apariencia se la prestaban a su semblante sus ojos minsculos y la desmesurada hendidura de su boca. Le serva una religiosa de cara hinchada, biliosa y envuelta en almidonadas tocas. Tu madre... cuan bella era! Vestida de negro, siempre de luto por sus dos hijos perdidos. Fue a ella y no a ti a quien admir primero, a hurtadillas. Me turbaba la desnudez de su cuello, de sus brazos y de sus manos. Jams llevaba joyas. Imagin su retadora actitud stendhaliana y aguardaba a la noche para dirigirle la palabra o deslizarle una carta. Apenas si me daba cuenta de que existas t. Crea que las muchachas no me interesaban. Por otra parte, tenas esa insolencia de no mirar nunca a los dems, lo que es una forma de suprimirlos.

Un da, al volver del Casino, hall, sorprendido, a mi madre hablando con madame Fondaudge, que se mostraba obsequiosa, demasiado amable, como quien experimenta la desesperacin de tener que rebajarse al nivel de su interlocutor. Por el contrario, mi madre hablaba en voz alta; tena a una inquilina entre sus garras y los Fondaudge no eran, a sus ojos, ms que unos arrendatarios morosos. Como campesina y terrateniente, desconfiaba del negocio y de esas frgiles fortunas constantemente amenazadas. La interrump en el momento en que deca:

Tenga usted la seguridad de que tengo plena confianza en la firma de monsieur Fondaudge, pero...

Por primera vez me mezcl en una conversacin de negocios. Madame Foundaudge, obtuvo el aplazamiento que deseaba. Despus he pensado con frecuencia que a mi madre no la haba engaado su instinto campesino. Tu familia me ha costado muy cara, y si me hubiese dejado devorar, tu hijo, tu hija, y el yerno de tu hija no hubieran tardado en dar al traste con mi fortuna, sepultndola en sus negocios. Sus negocios! Un despacho en un entresuelo, un telfono y una mecangrafa. Tras este decorado, el dinero desaparece en fajos de cien mil. Pero me aparto de mi propsito... Estamos en 1883, en BagnresdeLuchon.

Recuerdo ahora que tu poderosa familia me sonrea. Tu abuela no cesaba de hablar porque era sorda. Pero cuando pude cambiar unas palabras con tu madre, despus de la cena, me fastidiaban y desconcertaban las romnticas ideas que me haba forjado con respecto a ella. No pretenders hacerme creer que su conversacin era llana, que viva en un universo tan limitado y usaba de un vocabulario tan reducido como para que, al cabo de tres minutos, desesperase yo de sostener la conversacin.

Mi inters, apartado de la madre, se volvi a la hija. Tard en darme cuenta de que no se obstaculizaban nuestras charlas. Cmo poda yo imaginar que los Fondaudge vieran en m un partido ventajoso? Recuerdo un paseo por el valle de Lys. Tu abuela y la religiosa en el fondo de una victoria, y nosotros dos en la bigotera. Dios sabe que los coches no escaseaban en Luchon. Era necesario ser una Fondaudge para haberse llevado consigo su carruaje.

Los caballos iban al paso, entre una nube de moscas. La cara de la hermana era brillante y tena los ojos semicerrados. Tu abuela se daba aire con un abanico comprado en una de las calles de Etigny y en el que haba dibujado un matador de toros. T calzabas guantes de manopla, a pesar del calor. Todo era blanco sobre ti, incluso tus botines de altas caas; "te habas consagrado de blanco", segn me dijiste, a la muerte de tus dos hermanos. Yo no saba lo que significaba aquello. He sabido ms tarde que en tu familia exista un gusto raro por esas devociones. Era tal mi estado de espritu que me pareci todo eso de una gran poesa. Cmo hacerte comprender lo que t habas despertado en m? De pronto tuve la sensacin de no desagradar; yo no desagradaba, no era odioso. Una de las fechas importantes de mi vida fue aquella tarde en que me dijiste:

Es extraordinario que un muchacho tenga tan largas pestaas!

Ocultaba cuidadosamente mis ideas avanzadas. Recuerdo que durante aquel paseo descendimos los dos del coche para aligerarlo, y que, al empezar una cuesta, tu abuela y la religiosa cogieron su rosario, y, desde lo alto del pescante, el viejo cochero, acostumbrado al cabo de los aos, contestaba a cada avemara. Y t, t, sonreas mirndome. Pero yo continuaba imperturbable. Tampoco me costaba mucho acompaaros los domingos a la misa de once. Ninguna idea metafsica tena relacin para m con aquella ceremonia. Era el culto de una clase a la cual me senta orgulloso de pertenecer, una especie de religin de los antepasados al uso de la burguesa, un conjunto de ritos desprovistos de toda significacin distinta de la social.

Como algunas veces me miraban a hurtadillas, el recuerdo de aquellas misas permaneci unido a ese maravilloso descubrimiento que yo haca: ser capaz de interesar, gustar, conmover. El amor del que yo gustaba confundase con el que yo inspiraba, con el que crea inspirar. Mis propios sentimientos no tenan nada de real. Lo que importaba era mi fe en el amor que t sentas por m. Me reflejaba en otro ser, y mi imagen as reflejada no tenia nada de repelente. Me senta con grandes nimos en una tregua deliciosa. Recuerdo aquel deshielo de todo mi ser bajo tu mirada, aquellas emociones resplandecientes, aquellos manantiales liberados. Los vulgares rasgos de ternura una mano apretada, una flor guardada en un libro, todo era nuevo para m, todo me encantaba.

Slo mi madre no gozaba del beneficio de aquella renovacin. Especialmente porque yo la senta hostil al sueo que crea loco que se formaba poco a poco en m. Yo le reprochaba que no se deslumbrara.

No ves lo que esa gente busca en ti? repeta ella sin sospechar que arriesgaba as la destruccin de mi inmensa alegra por haber gustado al fin a una muchacha.

Exista una joven en el mundo a quien yo gustaba y que tal vez deseara casarse conmigo. Yo lo crea, a pesar de la desconfianza de mi madre; porque vosotros erais demasiado grandes, demasiado poderosos, para sacar cualquier ventaja de nuestra alianza. Esto no impidi que yo alimentase un rencor casi odioso contra mi madre, que pona en tela de juicio mi felicidad.

Ella no dejaba de tomar informes, usando de referencias de los principales establecimientos bancarios. Triunf el da en que se vio obligada a reconocer que la casa Fondaudge, a pesar de algunos entorpecimientos pasajeros, gozaba del mayor crdito.

Ganan el dinero que quieren, pero su tren de vida es demasiado costoso deca mam. Todo se va en caballerizas y libreas. Prefieren deslumbrar aunque no ahorren nada.

Los informes de los bancos concluyeron por asegurarme en mi felicidad. Yo posea la prueba de vuestro desinters: los tuyos me sonrean porque yo les gustaba. Y, de pronto, me pareci natural gustar a todo el mundo. Por las noches me dejaban solo contigo, paseando por las avenidas del Casino. Cuan extrao es que en esos principios de la vida donde se nos concede un poco de felicidad, ninguna voz nos advierta: "Por muchos aos que vivas, no tendrs otra alegra en el mundo que la de aquellas horas. Saboralas hasta las heces, porque despus de esto no quedar nada para ti. Esta primera fuente que has hallado es tambin la ltima. Calma t sed de una vez para siempre; no bebers nunca ms".

Mas yo estaba convencido de lo contrario, de que era el principio de una larga vida apasionada, y no prestaba demasiada atencin a aquellas noches en que permanecamos inmviles bajo las dormidas ramas de los rboles. Sin embargo, hubo signos que yo interpret equivocadamente. Recuerdas aquella noche en que nos hallbamos sentados en un banco, en el paseo lleno de revueltas que sube tras las Termas? De pronto, sin motivo aparente, comenzaste a sollozar. Recuerdo an el aroma de tus mejillas mojadas, el aroma de aquella tristeza desconocida. Yo crea en las lgrimas del amor dichoso. Mi juventud no saba interpretar esas congojas, esas sofocaciones. Cierto es que t me decas:

No es nada; es estar a tu lado...

No mentas, embustera. Llorabas precisamente porque te encontrabas a mi lado, a mi lado y no al de otro, lejos de aquel cuyo nombre habas de darme a conocer algunos meses ms tarde, en esta habitacin donde escribo, donde me siento un anciano a punto de morir, en medio de una familia, al acecho, que aguarda el instante de lanzarse sobre mis despojos.

Y yo, sobre ese banco, en los recodos de Superbagnres, esconda mi cara entre tu hombro y tu cuello, alentando junto a aquella muchacha llorosa. La hmeda y tibia noche pirenaica, que trascenda a hierba mojada y a menta, haca percibir tambin tu aroma. En la plaza de las Termas, que veamos desde donde nos hallbamos, las hojas de los tilos, en torno al quiosco de la msica, se iluminaban a la luz de los faroles. Un ingls viejo, que viva en nuestro hotel, atrapaba con un cazamariposas a las falenas que atraa la luz. Y me dijiste:

Prstame tu pauelo.

Te enjugu el llanto y guard ese pauelo entre mi camisa y mi pecho.

Esto significaba que yo me haba convertido en otro. Incluso mi cara pareca haber sido tocada por una luz. Lo comprend en las miradas de las dems mujeres. No tuve ninguna sospecha, despus de aquel anochecer, despus de tu llanto. Adems, en una noche como aqulla, cuntas cosas se produjeron cuando t no eras ms que alegra, cuando te apoyabas en m y cuando te estrechabas contra mi brazo! Yo caminaba demasiado deprisa y t perdas el aliento siguindome. Yo era un novio casto. Ni una sola vez tuve la tentacin de abusar de la confianza de los tuyos, confianza que yo estaba a mil leguas de creer que poda ser calculada.

S; yo era otro hombre, hasta el punto de que un da al cabo de cuarenta aos me atrevo a hacerte esta confesin, de la que no tendrs la satisfaccin de alardear cuando hayas ledo esta carta, un da, por el camino del valle de Lys, descendimos de la victoria. Corra el agua; yo part una rama de hinojo entre mis dedos; en las faldas de las montaas se acumulaba la noche, pero sobre las cumbres subsistan los campos de luz... De pronto experiment la viva sensacin, la certidumbre casi fsica, de que exista otro mundo, una realidad de la cual no conocamos ms que la sombra...

No fue ms que un momento, que a lo largo de mi triste vida se renov en muy raros intervalos. Pero su misma singularidad le dio a mis ojos un valor creciente. Por esto, ms tarde, en la larga discusin religiosa que nos ha desgarrado, hube de apartar tal recuerdo... Te deba esta confesin. Pero todava no es tiempo de abordar este punto.

Es intil recordar nuestro compromiso matrimonial. Qued establecido una noche. Se llev a cabo sin que yo lo hubiese querido. T interpretaste, segn creo, una palabra que yo haba pronunciado con otro sentido distinto de aquel que haba querido darle. Me encontr unido a ti sin darme cuenta. Es intil recordar todo esto. Pero en todo ello hay un horror sobre el cual me condeno a detener mi pensamiento.

Enseguida me diste cuenta de una de tus exigencias. "En inters de la buena armona", te negaste a vivir en comn con mi madre, e incluso a vivir en la misma casa. Tanto tus padres como t estabais decididos a no transigir con esto.

De qu modo, durante tantos aos, ha quedado grabada en mi memoria aquella sofocante habitacin del hotel, aquella ventana abierta a la avenida de Etiguy! El polvo de oro, el restallar de los ltigos, los cascabeles y un aire tirols pasaban a travs de las cerradas celosas. Mi madre, que tena jaqueca, estaba acostada sobre el sof, vestida con una falda y una blusa. Jams haba sabido lo que era una camisa de dormir, un peinador, una bata. Yo aprovech lo que me deca con respecto a dejarnos los salones del piso bajo, puesto que ella se contentaba con una habitacin en el tercer piso.

Escucha, mam. Isa cree que sera mejor...

A medida que hablaba, miraba de soslayo aquella vieja cara y volva luego los ojos. Sus deformes dedos arrugaban el festn de la blusa. Si ella hubiese tenido algo que oponer, yo hubiera sabido a qu agarrarme, pero su silencio no prestaba ayuda alguna a mi clera.

Finga no prestar atencin e incluso no sorprenderse. Habl por fin, buscando las palabras que pudiesen hacerme creer que esperaba nuestra separacin.

Vivir casi todo el ao en Aurigne dijo. De todas nuestras alqueras, es la que rene mejores condiciones para vivir, y os dejar Clese. Har construir un pabelln en Aurigne; me bastarn tres habitaciones. Aunque esto cueste poco dinero, es molesto meterse en gastos este ao, cuando tal vez el ao prximo est ya muerta. Pero ms tarde podrs utilizarlo cuando vayas a cazar trtolas. En octubre resultar cmodo vivir all. A ti no te gusta la caza, pero puedes tener hijos a quienes les agrade.

Cuanto ms lejos llegaba mi ingratitud, ms imposible era llegar al extremo de este amor. Desalojado de sus posiciones, se rehaca en otra parte. Se organizaba con lo que yo le dejaba, bastndose con ello. Pero por la noche me preguntaste:

Qu ha decidido tu madre?

Desde el da siguiente recobr su aspecto habitual. Tu padre lleg a Burdeos con su hija mayor y su yerno. Sin duda, se los tuvo al corriente de todo. Me miraron de pies a cabeza. Me pareci or que se preguntaban unos a otros: "Te parece conveniente?... La madre es imposible..." No olvidar nunca el asombro que me produjo tu hermana Mara Luisa, a quien llamis Marinette, un ao mayor que t y que, sin embargo, pareca menor, grcil, de largo cuello, un moo demasiado pesado y ojos de nia. El anciano con quien tu padre la haba casado, el barn Philipot, me produjo horror. Poco despus de su muerte he pensado a menudo en aquel sexagenario como en uno de los hombres ms desgraciados que he conocido. Qu martirio soportara aquel imbcil para que su joven esposa olvidara que era un anciano! Le apretaba un cors hasta ahogarlo. El cuello almidonado, alto y largo, escamoteaba sus carrillos cados y su papada. El tinte brillante de sus bigotes y patillas resaltaba los estragos de la carne violcea. Apenas escuchaba lo que se le deca, buscando siempre un espejo; y acurdate de cmo nos reamos cuando sorprendamos la mirada de soslayo que aquel desgraciado diriga a su imagen, aquel perpetuo examen que se impona. Su dentadura postiza le impeda sonrer. Sus labios tenan la marca de una voluntad jams desfalleciente. Tambin nos habamos dado cuenta del gesto que apareca en su semblante cuando se pona su cronstadt, ante el temor de que se deshiciera el extraordinario mechn que, partiendo de su nuca, se derramaba sobre su crneo como el delta de un escaso ro.

Tu padre, que era contemporneo suyo, a pesar de su barba blanca, de su calvicie y de su vientre prominente, gustaba an a las mujeres, e incluso en los negocios era un hombre encantador. Slo mi madre le contradijo. El golpe que mi reciente actitud le haba ocasionado tal vez la endureciera. Discuta cada artculo del contrato del mismo modo que si se hubiera tratado de una venta o un arrendamiento. Yo finga indignarme ante sus exigencias y la desautorizaba, secretamente dichoso de saber mis intereses en buenas manos. Si hoy da mi fortuna se encuentra claramente delimitada de la tuya, si de m os habis aprovechado tan poco, se lo debo a mi madre, que exigi el rgimen dotal ms riguroso, como si yo hubiese sido una muchacha dispuesta a casarme con un libertino.

Mientras los Fondaudge no se echaran atrs ante estas exigencias, yo poda dormir tranquilo. Supongo que me queran por el apego que me tenas t.

Mam no quera ni or hablar de una renta; exiga que tu dote te fuera entregada en metlico.

Tengo el ejemplo del barn Philipot deca, que se ha casado con la mayor sin ella llevar un cntimo. Lo he pensado muy bien. Para haber entregado esa pobre criatura a un viejo, es seguro que ellos han obtenido a cambio alguna ventaja! Pero para nosotros es distinto. Suponan que a m haba de deslumbrarme un matrimonio semejante. No me conocen.

Nosotros, "los tortolillos", aparentbamos no interesarnos por estas cuestiones. Supongo que t tenas tanta confianza en el genio de tu padre como yo en el de mi madre. Y, despus de todo, tal vez ninguno de nosotros supiramos hasta qu punto ambamos el dinero...

No, soy injusto. T no lo has amado jams, excepto a causa de los hijos. Tal vez me asesinaras con objeto de enriquecerlos, pero por ellos seras capaz de quitarte el pan de la boca.

Mientras que yo... yo amo el dinero, lo confieso; me da nimo. Cuanto ms tiempo sea yo el dueo de la fortuna, menos podris contra m.

Necesitamos tan poco a nuestra edad! me repites.

Qu error! Un anciano no existe ms que por lo que posee. En cuanto deja de tener la menor cosa, se le da de lado. No nos queda ms remedio que elegir entre la casa de retiro, el asilo y la fortuna. Cuntas veces, entre las familias burguesas, y con un poco ms de formas y maneras, he sorprendido el equivalente de esas historias de campesinos que dejan morir de hambre a sus padres, despus de haberlos despojado! S, tengo miedo de empobrecerme. Me parece que jams podr acumular el oro suficiente. Os atrae, pero me protege.

Ha pasado ya la hora del ngelus y yo no la he odo... pero hoy no se ha dejado or. Es Viernes Santo. Los hombres de la familia llegarn esta noche en coche. Bajar a cenar. Quiero verlos a todos reunidos. Me siento mucho ms fuerte contra todos que en las conversaciones particulares. Adems, quiero comer mi chuleta en este da de penitencia, no por fanfarronera, sino para demostraros que he conservado mi voluntad y que no ceder nunca en lo ms mnimo.

Todas las posiciones que ocupo desde hace cuarenta y cinco aos y de las cuales no has podido desalojarme, caeran una a una si hiciera una sola concesin. Frente a esta familia alimentada de habichuelas y sardinas en aceite, mi chuleta de viernes Santo ser el signo de que no hay esperanza de despojarme en vida.

Captulo cuarto

No me haba engaado. Mi presencia en medio de vosotros, anoche, deshizo todos vuestros planes. La mesa de los nios era la nica alegre, porque la noche del viernes Santo toman chocolate y pan con mantequilla. Yo no distingo bien. Mi nieta Janine es una nia que ya camina... He dado a todos el espectculo de un apetito excelente. T has aludido a mi salud y a mi avanzada edad para disculpar mi chuleta ante ellos. Me ha parecido terrible el optimismo de Huberto. Como un hombre para quien es cuestin de vida o muerte, est seguro de que la Bolsa subir dentro de poco. Y es mi hijo. Ese cuadragenario es hijo mo, lo s, pero no me doy cuenta. Es imposible mirar frente a frente a esta verdad. Si sus asuntos fueran mal, sin embargo...! Un agente de Bolsa que da tales dividendos juega y arriesga mucho... El da en que el honor de la familia se pusiera en juego... El honor de la familia! He aqu un dolo ante el cual yo no he de sacrificar nada. Mi decisin ya ha sido tomada. Ser necesario aguantar el golpe, no enternecerse. Mientras quede todava el viejo to Fondaudge que pare los golpes, si yo no los paro...; Pero divago, desatino... o, ms que nada, me evado del recuerdo de aquella noche en que t, sin saberlo, destruiste nuestra felicidad.

Es extrao pensar que tal vez no hayas conservado el recuerdo. Aquellas horas, entre tibias tinieblas, transcurridas en esta alcoba, decidieron nuestros destinos. Cada palabra que pronunciabas los separaba un poco ms, y t no te dabas cuenta de nada. Tu memoria, saturada por mil recuerdos ftiles, no ha retenido nada de este desastre. Pienso que t, que profesas la creencia en la vida eterna, empeaste y comprometiste la ma aquella noche. Porque nuestro primer amor me haba hecho sensible a la atmsfera de fe y adoracin que baaba tu vida. Yo te amaba y amaba a los elementos espirituales de tu ser. Me enterneca cuando te arrodillabas con tu largo camisn de colegiala...

Ocupbamos esta alcoba donde escribo estas lneas. Por qu fuimos a Clese, a casa de mi madre, despus de nuestro viaje de bodas? Yo no haba aceptado la donacin de Clese, porque era obra suya y estaba enamorada de ella. Record ms tarde, para alimentar mi rencor, las circunstancias que no advert en un principio o ante las cuales haba vuelto los ojos. En primer lugar, tu familia haba pretextado la muerte de un to a fin de que, siguiendo las costumbres de Bretaa, se suprimiesen las fiestas nupciales. Evidentemente, los avergonzaba una alianza tan mediocre. El barn Philipot cont por todas partes que su pequea cuada se haba enamorado en BagnresdeLuchon de un muchacho encantador, de gran porvenir y muy rico, pero de origen oscuro.

En fin deca, eso no es una familia.

Hablaba de m como si yo fuese un hijo natural. Pero por lo menos le pareca interesante que yo no tuviese familia de la que nadie pudiera ruborizarse. En fin, mi anciana madre era una mujer presentable y pareca querer mantenerse en su sitio. En resumen, t eras, por lo visto, una chiquilla mimada que hacas de tus padres lo que te vena en gana. Y mi fortuna se anunciaba tan magnfica que los Fondaudge podan consentir en ese matrimonio y prescindir de lo dems.

Cuando tuve conocimiento de estos chismes, no me ensearon ms de lo que yo conoca en el fondo. La felicidad me impeda concederles ninguna importancia. Y he de confesar que incluso yo haba hecho un buen negocio con ese matrimonio casi clandestino. Dnde hallar hombres de honor entre aquella pandilla de muchachos famlicos, de quienes yo haba sido el jefe? Mi orgullo me impeda dar los primeros pasos entre mis enemigos de ayer. Este brillante matrimonio hubiera hecho muy fcil el acercamiento. Pero con esta confesin me denigro mucho para no disimular este rasgo de mi carcter: la independencia, la inflexibilidad. No me humillo ante nadie; soy fiel a mis ideas. Sobre este particular, mi matrimonio haba despertado en m algunos remordimientos.

Yo haba prometido a tus padres no hacer nada para desviarte de tus prcticas religiosas, pero slo me haba comprometido a no afiliarme a la francmasonera. Adems, vosotros no pensabais en ninguna otra exigencia. En aquel tiempo, la religin concerna solamente a las mujeres. En tu mundo, el marido "acompaaba a su mujer a misa": era la frmula establecida. Ahora bien, en Luchon te haba probado que a m aquello no me repugnaba.

Cuando volvimos de Venecia, en septiembre del 85, tus padres supieron hallar un pretexto para no recibirnos en su castillo de Cenon, donde sus amigos y los de los Philipot tenan ocupadas todas las habitaciones. Nos pareci, pues, ms ventajoso instalarnos durante un tiempo en casa de mi madre. El recuerdo de nuestra dureza para con ella no nos molestaba lo ms mnimo. Aceptbamos vivir a su lado en la medida que nos pareciera cmodo.

Ella se guard mucho de jactarse. La casa era nuestra, aseguraba. Podamos recibir a quienes quisiramos. Se empequeecera, no se la vera en ninguna parte. Deca:

Yo s desaparecer. Y tambin: Estoy casi todo el da fuera.

En efecto, se preocupaba mucho de los viedos, las bodegas, los gallineros y la colada. Despus de cenar, suba un momento a su habitacin, disculpndose si nos hallaba en la sala. Llamaba antes de entrar y hube de advertirle que no deba hacerlo. Incluso se te ofreci para hacerse cargo de la casa, pero t no le causaste esa tristeza. Por otra parte, no le tenas envidia alguna. Ah, tu condescendencia para con ella! Y esa humilde gratitud que ella te tuvo!

No nos separaste de ella tanto como ella haba temido. Yo me mostraba hasta ms afectuoso que antes de mi matrimonio. Le asombraban nuestras risas sin ton ni son; aquel joven marido dichoso era, sin embargo, su hijo, tan largo tiempo encerrado en s mismo y tan duro. Pensaba que no haba sabido hacerse conmigo y que yo era demasiado superior para ella. T reparabas el mal que ella haba ocasionado.

Recuerdo su admiracin cuando t pintarrajeabas pantallas y tamboriles, cuando cantabas o tocabas el piano, atrada siempre por los mismos temas, una " romanza sin palabras" de Mendelssohn.

Algunas amigas solteras iban a verte de vez en cuando. Y t les advertas:

Conoceris a mi suegra, un tipo magnfico, una verdadera dama campesina como no hay dos.

T veas en ella mucho estilo. Para hablar a su servidumbre empleaba una jerga que te pareca de muy buen tono. Incluso mostrabas el daguerrotipo de mam a los quince aos, donde ella apareca an con su pauelo de seda. Tenas un estribillo sobre las viejas familias campesinas "ms nobles que muchos nobles"... Cuan convencional fuiste en aquel tiempo! La maternidad te devolvi el temperamento.

Retrocedo siempre ante el relato de aquella noche. Fue tan calurosa que no tuvimos ms remedio que dejar abiertas las persianas, a pesar de tu horror a los murcilagos. Sabamos perfectamente que era el roce de las hojas de un tilo contra la pared de la casa, pero siempre nos pareca que respiraba alguien en el fondo de nuestra alcoba. A veces, el viento imitaba entre las ramas el rumor de un aguacero. La luna, al ponerse, iluminaba el suelo y los plidos fantasmas de nuestros vestidos diseminados por la habitacin. No oamos a la pradera murmuradora, cuyo susurro se haba hecho silencio.

Y me dijiste:

Durmamos. Debemos dormir...

Pero en torno a nuestra lasitud rondaba una sombra. No subamos solos desde el fondo del abismo. Y surga ese desconocido Rodolfo, que yo despertaba en tu corazn en cuanto mis brazos se cerraban sobre ti.

Y cuando volva a abrirlos, adivinbamos su presencia. Yo no quera sufrir, tena miedo de sufrir. Tambin el instinto de conservacin se manifiesta en la felicidad. Saba que no era necesario interrogarte. Dejaba que ese nombre estallase como una burbuja en la superficie de nuestra vida. No hice nada por arrancar del cieno lo que dorma bajo las aguas mansas, ese principio de corrupcin, ese ptrido secreto. Pero t, miserable, tenas necesidad de liberar con palabras tu pasin desilusionada y hambrienta. Bast que se me escapara una sola pregunta:

En fin, quin era ese Rodolfo?

Hay muchas cosas que hubiese debido decirte... Oh! Nada grave, tranquilzate.

Hablabas con voz baja y precipitada. Tu cabeza no reposaba en el hueco de mi hombro. El nfimo espacio que separaba nuestros cuerpos yacentes se haba convertido en infranqueable.

El hijo de una austraca y de un gran industrial del Norte... Lo conociste en Aix, donde acompaaste a tu abuela el ao anterior al de nuestro encuentro en Luchon. Llegaba de Cambridge. No me lo describiste, pero le atribu, de pronto, todas las gracias de que yo me saba desprovisto. El claro de luna iluminaba sobre nuestras sbanas mi gran mano nudosa de campesino, de cortas uas. Segn decas, no habais hecho nada realmente malo, aunque l fuera y se mostrara menos respetuoso que yo. Mi memoria no ha retenido nada concreto de tus confesiones. Qu me importaban? No se trataba de esto.

Si no le hubieses amado, me hubiera consolado de una de esas breves derrotas en las que, de un solo golpe, zozobra la pureza de un nio. Pero me preguntaba ya:

"Cmo ha podido amarme, cuando apenas ha transcurrido un ao de ese gran amor?"

El terror me helaba.

"Todo ha sido falso pensaba; me ha mentido; no he sido liberado. Cmo he podido creer que era posible que me amara una muchacha? Yo soy un hombre a quien no se ama."

Las estrellas del alba palpitaban an. Se despert un mirlo. La brisa, cuyo rumor habamos odo entre las hojas mucho antes de sentirla sobre nuestros cuerpos, hinchaba las cortinas y refrescaba mis ojos como en mis tiempos felices. Y esa felicidad exista. Haba existido diez minutos antes. Y, sin embargo, pensaba ya: "Mis tiempos felices..."

Te hice una pregunta:

No acept nada de ti?

Recuerdo que te indignaste. Todava tengo en los odos aquella voz especial que sacabas entonces, cuando de tu vanidad se trataba. Naturalmente, l estaba muy entusiasmado y orgulloso de desposarse con una Fondaudge. Pero sus padres se haban enterado de que t habas perdido a dos hermanos, ambos desaparecidos en la adolescencia a causa de la tuberculosis. Como tambin su salud era frgil, aquella familia no se dej convencer.

Yo te preguntaba calmosamente. Nada hizo que te dieras cuenta de lo que estabas a punto de destruir.

Todo esto, querido, ha sido providencial para nosotros dos dijiste. T sabes cuan orgullosos son mis padres; un poco ridculos, lo reconozco. Puedo confesarte que para que nuestra felicidad haya sido posible fue necesario que ese matrimonio frustrado los hiriera en lo vivo. No ignoras la importancia que entre los de nuestra clase se da a la salud cuando se trata de matrimonio. Mam supona que toda la ciudad estaba al corriente de nuestra aventura. Nadie hubiese querido casarse conmigo. Tena la idea de que haba de quedarme para vestir santos. Qu vida ms amarga he vivido a su lado durante varios meses! Como si yo no hubiese tenido bastante con mi amargura!... Haba llegado a persuadirnos, tanto a pap como a m, de que yo no era ya "casadera".

Yo evitaba toda palabra que te hubiese hecho desconfiar. Y me repetas que todo haba sido providencial para nuestro amor.

Te am en cuanto te vi. Habamos rezado en Lourdes antes de ir a Luchon. Comprend, al verte, que nuestras splicas haban sido atendidas.

No presentas la clera que despertaban en m tales palabras. Vuestros comentarios tienen secretamente, con respecto a la religin, una idea mucho ms alta de la que os podis imaginar y que ni siquiera ellos mismos saben. Por qu, si no, se sentiran heridos de que la practiquis de una forma tan baja? A no ser que parezca muy sencillo a tus ojos pedir incluso los bienes temporales a ese Dios a quien llamas Padre... Pero, qu importa todo esto? Se deduca de tus palabras que tanto tu familia como t os hubieseis lanzado vidamente sobre el primer caracol que hubierais encontrado.

Nunca, hasta ese minuto, tuve conciencia de qu modo haba sido desproporcionado nuestro matrimonio. Fue necesario que tu madre se volviera loca y contagiara a tu padre y a ti con su locura... Me hiciste saber que los Philipot incluso te haban amenazado con renegar de ti si te casabas conmigo. S, mientras nos burlbamos en Luchon de aquel imbcil, l haba dado todos los pasos posibles para decidir a los Fondaudge a una ruptura.

Pero yo te tena a ti, querido, y l ha perdido.

Me repetiste varias veces que, en realidad, t no lamentabas nada.

Te dejaba hablar. Contena mi aliento. Asegurabas que no hubieras podido ser feliz con Rodolfo. Era demasiado bello. No amaba; se dejaba amar. No importaba quin te lo hubiera quitado.

No te dabas cuenta de que tu propia voz cambiaba slo con nombrarlo; era menos aguda, posea una especie de temblor, de arrullo, como si antiguos suspiros permanecieran en suspenso dentro de tu pecho y bastase el solo nombre de Rodolfo para liberarlos.

El no te hubiese hecho feliz porque era bello, encantador y querido. Esto significaba que yo sera tu alegra gracias a mi ingrato semblante, a esa insociabilidad que alejaba los corazones. Segn t decas, l haba adquirido los ademanes de los insoportables muchachos que han estudiado en Cambridge y que han hecho suyos los modales ingleses... Preferas a un marido incapaz de elegir la tela de un traje, de anudar una corbata; que aborreca los deportes y que no practicaba esa distinguida frivolidad, ese arte de eludir las conversaciones importantes, las confesiones, las declaraciones, esa ciencia de vivir dichoso y con gracia? No; te habas fijado en aquel desgraciado porque se encontraba all aquel ao en que tu madre, ante la edad que se pasaba, se haba convencido de que t no eras "casadera". Porque no queras ni podas continuar soltera seis meses ms; haba suficiente dinero para que eso fuese una excusa plausible a los ojos del mundo...

Contena mi respiracin anhelante, apretaba los puos y me morda el labio inferior. Cuando esto me horroriza hoy, hasta el punto de no poder soportar ms a mi corazn ni a mi cuerpo, pienso en aquel muchacho de 1885, en aquel esposo de veintitrs aos, con los brazos cruzados sobre el pecho y que ahogaba con rabia su joven amor.

Me estremec. Te diste cuenta y te interrumpiste.

Tienes fro, Luis?

Te contest diciendo que slo haba sido un escalofro.

No ests celoso, verdad? Sera demasiado estpido...

No ment al jurarte que no haba en m la menor huella de celos. Cmo hubieras comprendido que el drama se desarrollaba ms all de este sentimiento?

Lejos de darte cuenta de cuan profundamente haba sido herido, te inquiet, sin embargo, mi silencio. Tu mano busc mi frente en la oscuridad, acarici mi rostro. A pesar de que no lo haba mojado ninguna lgrima, tal vez esa mano no reconociera los trazos familiares en mi endurecido semblante de mandbulas apretadas. Tuviste miedo.

Para encender la buja te inclinaste a medias sobre m; no podas encender la cerilla. Yo me ahogaba bajo tu cuerpo odioso.

Qu tienes? Ya te lo he contado todo. Me das miedo.

Fing asombrarme. Te asegur que no haba nada que pudiese preocuparte.

Qu tonto eres asustndome, querido! Apago. Voy a dormir.

No hablaste ms. Contemplaba el nacimiento de aquel nuevo da, de aquel da de mi nueva vida. Las golondrinas gritaban en los tejados. Un hombre cruzaba el patio arrastrando los zuecos. Todo lo que escucho ahora, desde hace cuarenta y cinco aos, lo escuchaba entonces: los gallos, las campanas, un tren de mercancas al cruzar el puente... Y todo lo que respiraba lo respiro an: ese perfume que amo, ese olor de cenizas que trae el viento por la parte del mar, desde los eriales incendiados. De pronto, me incorpor a medias.

Isa, la noche en que lloraste, la noche en que nos hallbamos sentados en un recodo de Superbagnres, lloraste por l?

Como no me contestabas, cog tu brazo, que retiraste con gruido casi animal. Te volviste de espaldas. Dormas bajo tus largos cabellos. Al sentir el frescor del alba, echaste las sbanas en desorden sobre tu cuerpo encogido, aovillado, como duermen los animales jvenes. Por qu despertarte de ese sueo de nio? Lo que yo quera saber por ti misma, no lo saba ya?

Me levant sin ruido. Fui descalzo hasta el espejo del armario, donde me contempl como si hubiese sido otro, o, mejor dicho, como si hubiera vuelto a m mismo: el hombre a quien no haban amado, aquel por quien nadie en el mundo haba sufrido. Tuve lstima de mi juventud; mi gruesa mano de campesino resbal a lo largo de mi mejilla sin afeitar, ya ensombrecida por una barba dura de rojizos reflejos.

Me vest en silencio y baj al jardn. Mam estaba entre los rosales. Se levantaba antes que la servidumbre para airear la casa. Me dijo al verme:

Quieres aprovecharte del fresco, verdad? Y aadi, mostrndome la niebla que cubra toda la llanura: Hoy ser un da de bochorno. A las ocho lo cerrar todo.

La bes con mayor ternura que de costumbre. Y ella murmur en voz baja:

Querido...

Mi corazn te asombra que yo hable de mi corazn, verdad?, mi corazn estaba a punto de partirse en pedazos. A mis labios acudieron unas palabras trmulas... Por dnde empezar? Qu habra comprendido ella? El silencio es un medio fcil al cual sucumbo siempre.

Fui hasta la terraza. Endebles rboles frutales se dibujaban vagamente por encima de las cepas. La cumbre de las colinas levantaba la niebla, desgarrndola. De la bruma naca un campanario; luego, la iglesia, a su vez, emerga como un cuerpo vivo. Y a pesar de que t supones que jams he comprendido todas estas cosas..., me daba cuenta, no obstante, en ese minuto, de que una criatura tan desolada como yo lo estaba puede buscar la razn, el sentido de su derrota; que es posible que esa derrota encierre un significado, que los acontecimientos, sobre todo en el orden del corazn, sean quiz mensajeros cuyo secreto hay que interpretar... S, yo he sido capaz, en ciertas horas de mi vida, de entrever las cosas que hubieran debido acercarme a ti.

Sin embargo, todo esto no fue aquella maana sino la emocin de un instante. Me veo an dirigindome a la casa. No eran todava las ocho y ya calentaba el sol. Se te vea a travs de la ventana, con la cabeza inclinada, recogindote los cabellos con una mano y cepillndolos con la otra. No me veas. Durante un momento permanec con la cabeza levantada, mirndote, posedo de un aborrecimiento cuyo amargo sabor creo percibir todava al cabo de tantos aos.

Corr hasta mi escritorio y abr la gaveta cerrada con llave. De ella saqu un pauelo arrugado, el mismo que haba servido para enjugar tus lgrimas aquella noche en Superbagnres y que, idiota de m, haba apretado contra mi pecho. Le at una piedra, como si hubiera sido un perro vivo y hubiese querido ahogarlo, y lo lanc a esa charca que en nuestra casa llamamos gouttiu.

Captulo quinto

Entonces se inici la era del gran silencio que, al cabo de cuarenta aos, apenas si ha sido roto. Nada se exterioriz de este derrumbamiento. Todo continu como en mis tiempos felices. No permanecimos menos unidos en la carne, pero el fantasma de Rodolfo no naci ms de nuestros abrazos y t no pronunciaste ms aquel nombre aborrecido. Haba acudido a tu llamada, haba rondado en torno a nuestro lecho y haba dado trmino a su obra de destruccin. Ya no quedaba ms que callar y aguardar la larga continuidad de los efectos y el encadenamiento de las consecuencias.

Tal vez comprendieras el error que habas cometido hablando. No creas que esto fuese muy grave, sino, simplemente, que lo ms acertado era desterrar aquel nombre de nuestras conversaciones. No s si te diste cuenta de que nosotros ya no hablbamos por la noche como antes. Haban terminado nuestras conversaciones interminables. No hablbamos de nada que no hubiese sido concertado previamente. Tanto t como yo nos mantenamos alerta.

Me despertaba a medianoche, me despertaba mi sufrimiento. Yo estaba unido a ti como el zorro al cepo. Imaginaba las conversaciones que hubisemos tenido si yo te hubiera sacudido brutalmente, precipitndote fuera del lecho:

"No, yo no te he mentido habras exclamado, puesto que te amaba."

"S, como un mal menor, y porque siempre es fcil poseer el recurso carnal, que no significa nada, para hacer creer al otro que se le quiere. Yo no era un monstruo. La primera muchacha que me hubiese amado habra hecho de m lo que hubiera querido."

Algunas veces gema en la oscuridad, y t no te despertabas.

Tu primer embarazo hizo, por otra parte, que toda explicacin fuera intil y cambi poco a poco nuestras relaciones. Se manifest antes de la vendimia. Volvimos a la ciudad; pero tuviste un aborto y hubiste de guardar cama durante varias semanas. En primavera quedaste de nuevo encinta. Fue necesario cuidarte mucho. Entonces comenzaron aquellos aos de gestaciones, de accidentes y partos, que me proporcionaron numerosos pretextos para alejarme de ti. Yo me entregaba a una vida de secretos desrdenes, muy secretos, porque comenzaba a pleitear mucho; estaba siempre "en mis cosas", como deca mam, y se trataba de mi prestigio. Tena mis horas y mis costumbres. La vida en una ciudad de provincia desarrolla en los licenciosos la astucia del cazador. Tranquilzate, Isa; te har gracia de lo que te horroriza. No asusta ninguna pintura de este infierno adonde yo descenda casi a diario. T me lanzaste a l; t, que de l me habas sacado.

De ser yo menos prudente, te hubiera deslumbrado. Desde el nacimiento de Huberto traicionaste tu verdadera naturaleza: eras madre, nada ms que madre. Tu atencin se apart de m. Yo no contaba. Literalmente, era cierto que no tenas ojos ms que para los nios. Yo haba realizado al fecundarte lo que esperabas de m.

Mientras nuestros hijos fueron larvas y no me interes por ellos, no pudo nacer entre nosotros ningn conflicto. No volvamos a encontrarnos ms que en esos actos rituales donde los cuerpos obran por costumbre, cuando un hombre y una mujer estn a mil leguas de su propia carne.

No te dabas cuenta de que exista, excepto cuando me veas en torno a los nios. Y no comenzaste a odiarme hasta que pretend ejercer derechos sobre ellos.

Regocjate con la confesin que me atrevo a hacerte: no me impulsaba el instinto paterno. Me dio celos muy pronto esa pasin que haban despertado en ti. S, he intentado quitrtelos para castigarte. Ech mano de importantes razones; pona por delante la exigencia del deber. Yo no quera que una santurrona falsease el espritu de mis hijos. Tales eran las razones que yo daba. Pero precisamente se trataba de esto.

Saldr alguna vez de esta historia? La he comenzado para ti, y ya me parece inverosmil que puedas seguirme mucho tiempo. En el fondo, escribo para m mismo. Como viejo abogado, ordeno los autos, clasifico las piezas de mi vida, de este proceso perdido. Esas campanas... Maana empieza la Pascua. Te he prometido bajar en honor del santo da.

Los nios se quejan de que no te ven me dijiste esta maana.

Nuestra hija Genoveva estaba a tu lado, de pie, cerca de mi lecho. Saliste para que nos quedsemos solos ella y yo. Tena algo que pedirme. Os haba odo murmurar en el pasillo:

Es mejor que seas t la que hable primero decas a Genoveva.

Con seguridad que se trata de su yerno, del guapo Phili. Me he vuelto muy prctico en cambiar de conversacin para impedir que la cuestin se plantee. Genoveva sali sin que pudiera decirme nada. Yo saba ya lo que ella quera. Lo o das atrs, cuando la ventana del saln estaba abierta bajo la ma; no hice ms que inclinarme un poco. Se trataba de adelantar las cantidades que necesitaba Phili para intervenir en un negocio de cambio y bolsa. Sin duda, una inversin como otra... Como si yo no supiera nada de esto, como si ahora no fuera necesario guardar el dinero bajo llave... Si supieran todo lo que hice el mes pasado, presintiendo la baja...

Todos han salido para asistir a vsperas. Las Pascuas han vaciado las casas y los campos. Me he quedado solo, viejo Fausto apartado de la alegra del mundo por la horrible vejez. Ellos no saben lo que es esto. Durante el almuerzo han estado pendientes de recoger lo que mis labios decan de la Bolsa, de los negocios. Hablaba sobre todo para Huberto, para que no hiciera nada, si todava estaba a tiempo. Con qu ansiedad me escuchaba!... He aqu a alguien que no esconde su juego! Dejaba vaco el plato que t llenabas con esa obstinacin de las pobres madres que ven a sus hijos devorados por una inquietud y quieren hacerles comer a la fuerza, como si esto lo resolviera todo. Y l te regaaba, como en otro tiempo haba yo gruido a mi madre.

Y con qu cuidado llena mi vaso el joven Phili! Y qu falso inters el de su mujer, la pequea Janine!

Abuelo, no debiera usted fumar. Incluso un solo cigarro es demasiado. Est usted seguro de que no se ha engaado, de que es caf sin cafena?

La pobre pequea es una mala actriz y sus palabras suenan a falso. Su voz, la emisin de su voz, la entrega enteramente. Tambin t, de joven, eras afectada. Pero desde tu primer embarazo cambiaste radicalmente. Janine ser hasta la muerte una dama al corriente de todo, repetir lo que ha odo decir y le ha parecido distinguido, citar opiniones sobre todas las cosas y no comprender nada de nada. Cmo Phili, tan natural, un verdadero perro, puede vivir al lado de esa pequea idiota? Pero no; todo es falso en ella, excepto su pasin. Es mala actriz porque nada tiene importancia a sus ojos, nada existe fuera de su amor.

Despus de almorzar nos sentamos todos en la escalinata. Janine y Phili contemplaban a Genoveva, su madre, con una actitud de splica. Y, a su vez, ella se volva a ti. T habas negado con un ademn imperceptible. Entonces, Genoveva se levant y me dijo:

Pap, quieres dar una vuelta conmigo?

De qu forma os asusto a todos! Sent lstima de ella. Aunque en principio estaba dispuesto a no moverme, me levant y me apoy en su brazo. Habamos dado la vuelta al prado. Desde la escalinata nos observaba el resto de la familia. De pronto entr en materia.

Quisiera hablarte de Phili.

Temblaba. Es horrible asustar a nuestros hijos. Pero, crees t que a los sesenta aos se est desprovisto de un aire implacable? A esa edad no cambiar ms la expresin de los rasgos. Y el alma se desalienta cuando no puede exteriorizarse... Genoveva se quitaba de encima apresuradamente todo cuanto haba preparado. Se trataba del negocio de su yerno. Insisti en aquello que sin duda alguna poda molestarme; en su opinin, la ociosidad de Phili comprometa el porvenir de su hogar. Phili haba comenzado a llevar una vida desarreglada. Yo le contest que, para un muchacho como su yerno, ese "negocio" no servira ms que para facilitar sus subterfugios. Ella le defendi. Todos estaban encantados con Phili.

No hay por qu ser ms severo con l de lo que es Janine.

Yo protest diciendo que ni le juzgaba ni le condenaba. La carrera amorosa de aquel caballero no me interesaba lo ms mnimo.

Acaso se interesa por m? Por qu he de interesarme por l?

Te admira mucho...

Esta imprudente mentira me sirvi para dar rienda suelta a lo que tena reservado.

Esto no impide, hija ma, que tu Phili me llame "viejo cocodrilo". No protestes; lo he odo a espaldas mas unas cuantas veces; no lo desmiento: soy un cocodrilo y continuar sindolo. No hay nada que esperar de un viejo cocodrilo, nada, excepto su muerte. E incluso la muerte tuve la imprudencia de aadir puede todava hacer de las suyas.

(Cunto lamento haber dicho esto, haber puesto sobre aviso!)

Genoveva, aterrada, protestaba, imaginndose que yo daba gran importancia a la injuria de este mote. Lo que odio es la juventud de Phili. Cmo hubiese imaginado ella lo que representa, a ojos de un anciano aborrecido y desesperado, ese muchacho triunfante, ahito desde la adolescencia de todo aquello que yo no he gustado una sola vez en medio siglo de vida? Detesto, odio a los jvenes. Pero a se ms que a ningn otro. Del mismo modo que un gato entra silenciosamente a travs de la ventana, ha penetrado en mi casa con felinos pasos, atrado por el olor. Mi nieta no aportaba ms que una muy linda dote, pero, en cambio, tena magnficas "esperanzas" Las esperanzas de nuestros hijos! Para alcanzarlas habrn de pasar sobre nuestros cuerpos.

Como Genoveva sollozaba, enjugndose las lgrimas, le dije con tono insinuante:

En fin, t tienes un marido, un marido que vive del ron. Ese buen Alfredo no tiene que preocuparse ms de buscarle una posicin a su yerno. Por qu haba yo de ser ms generoso que vosotros mismos?

Cambi de tono para hablarme del pobre Alfredo. Qu desdn, qu disgusto! Segn ella, era un timorato que reduca cada da ms la cifra de sus negocios. En aquella casa, poco antes tan importante, no haba en la actualidad plaza para dos.

La felicit por tener un marido de esta especie. Cuando se acerca la tempestad hay que recoger velas. El porvenir era para aquellos que, como Alfredo, vean poco. Hoy da, la falta de talla es la primera cualidad en los negocios. Crey que me burlaba, aun cuando sta fuera una idea arraigada en m; en m, que guardo dinero bajo llave y que no correra ni siquiera el riesgo de la Caja de Ahorros.

Volvimos hacia la casa. Genoveva no se atreva a decir nada ms. Yo no me apoyaba ya en su brazo. La familia, sentada en corro, nos vio llegar y, sin duda alguna, interpret los signos nefastos. Evidentemente, nuestro regreso interrumpi una discusin entre la familia de Huberto y la de Genoveva. Oh, la magnfica batalla en torno a mi dinero escondido, mientras no consintiera en abrir la mano! Slo Phili estaba de pie. El viento agitaba sus rebeldes cabellos. Su camisa de mangas cortas estaba desabrochada. Me horrorizan estos muchachos de ahora, estas chicas atlticas. Sus mejillas de nio enrojecieron cuando a la estpida pregunta de Janine:

"Bien. Habis chismorreado?", yo contest dulcemente: Hemos hablado de un viejo cocodrilo...

Una vez ms: no es esta injuria el motivo de mi odio. Ellos no saben lo que es la vejez. Vosotros no podis imaginar este suplicio: no haber tenido nada de la vida y no esperar nada de la muerte. Que no haya nada al otro lado del mundo, que no exista explicacin alguna, que la palabra del enigma no nos sea revelada jams... Pero t, t no has sufrido lo que he sufrido yo; no sufrirs lo que yo sufro. Los hijos no esperan tu muerte. Te quieren a su manera; te tienen cario. Inmediatamente se han puesto de tu parte. Yo los amaba. Genoveva, esa gruesa mujer de cuarenta aos, que quera arrancarme en seguida cuatrocientos billetes de mil para su lindo yerno, me hace recordar a aquella muchacha que saltaba sobre mis rodillas. En cuanto la veas en mis brazos, la llamabas... Pero no llegar nunca al final de esta confesin si contino mezclando lo presente con lo pasado. Quiero esforzarme en proceder con un poco de orden.

Captulo sexto

No creo haberte odiado desde el primer ao que sigui a aquella malhadada noche. Mi aborrecimiento ha nacido poco a poco, a medida que era para m ms claro ese percatarme de tu indiferencia hacia m y de que no exista otra cosa para ti que esos pequeos seres que geman, gritaban y tenan hambre. No te habas dado cuenta de que, no habiendo cumplido an mis treinta aos, me haba convertido en un civilista abrumado de trabajo y era saludado ya como un joven maestro en ese foro, el ms ilustre de Francia despus del de Pars. A partir del asunto Villenave (1893), me revel tambin como un gran criminalista (es muy difcil despuntar en estas dos especialidades de la abogaca), y t fuiste la nica persona que no se dio cuenta del universal renombre que haba logrado con mi carrera.

Tambin en ese ao se convirti nuestro desacuerdo en guerra abierta.

Ese famoso asunto Villenave consagr mi triunfo, pero apret el dogal que me ahogaba; tal vez me hubiera proporcionado alguna esperanza, pero me facilit la prueba de que yo no exista a tus ojos.

Los Villenave recuerdas tan slo su historia?, al cabo de veinte aos de matrimonio, se amaban con un amor que se haba hecho proverbial. Se deca: "unidos como los Villenave". Vivan con su nico hijo, un muchacho de quince aos, en el castillo de Ornon, a las puertas de la ciudad; reciban a poca gente, porque se bastaban a s solos.

Un amor como slo se ve en las novelas deca tu madre, con una de esas frases hechas de las cuales Genoveva haba heredado el secreto.

Jurara que has olvidado completamente ese drama. Si te lo cuento te burlars de m, como cuando recordaba, de sobremesa, mis exmenes y mis oposiciones..., pero tanto peor. Una maana, el criado que se cuidaba del piso oy, procedentes del primer piso, el ruido de un disparo de revlver y un grito de angustia. Ech a correr escaleras arriba. La habitacin de sus amos estaba cerrada con llave. Oy unas palabras pronunciadas en voz baja, un sordo alboroto y unos pasos precipitados en el tocador. Al cabo de un instante, como no haba cesado de mover el picaporte, se abri la puerta. Villenave se hallaba sobre el lecho, en mangas de camisa y cubierto de sangre. Madame Villenave, con los cabellos en desorden, vestida con una bata, se hallaba al pie del lecho con un revlver en la mano. Deca:

He disparado sobre el seor Villenave. Avise en seguida a un mdico, al cirujano y al comisario de polica. No me mover de aqu.

No pude obtener de ella ms que esta confesin: "He disparado sobre mi marido", lo que fue confirmado por el seor Villenave en cuanto se hall en disposicin de hablar. Incluso l se neg a hacer otra informacin.

La acusada no quiso elegir abogado. Yerno de uno de sus amigos, fui nombrado de oficio para su defensa; pero en mis diarias visitas a la crcel no pude conseguir lo ms mnimo de aquella obstinada mujer.

Las ms absurdas historias corran por la ciudad con respecto a ella. En cuanto a m, no dud de su inocencia desde el primer da. Ella haba aceptado toda la responsabilidad, y el marido, que la amaba, toleraba la acusacin que ella se haca. Ah, el olfato de los hombres que no son amados para descubrir la pasin en otro! Aquella mujer se hallaba enteramente poseda por el amor conyugal. No haba disparado sobre su marido. Le haba amparado con su cuerpo para defenderle de algn amante desengaado? Nadie haba entrado en la casa desde la vspera. No haba amistad alguna que frecuentase aquella casa... En fin, no voy ahora a contarte esta vieja historia.

Hasta la maana del da en que deba actuar ante el tribunal decid mantenerme en una actitud negativa y demostrar solamente que la seora Villenave no poda haber cometido el crimen de que se le acusaba. Y en el ltimo minuto, ante la declaracin del joven Yves, su hijo, o, mejor dicho (porque la declaracin fue insignificante y no aport luz al esclarecimiento del hecho), ante la mirada suplicante e imperiosa de su madre hasta el momento en que el hijo abandon el lugar destinado a los testigos, y la especie de consuelo que ella demostr entonces, se desgarr sbitamente el velo: denunci al hijo, a aquel adolescente enfermo, celoso de su padre demasiado amado. Con apasionada lgica, llev a cabo aquella improvisacin, hoy famosa, en la que, segn confiesa, el profesor F. ha hallado el fundamento esencial de su sistema y ha renovado, a la vez, la psicologa de la adolescencia y la teraputica de los neurticos.

Si echo mano de este recuerdo, mi querida Isa, no es porque cedo a la esperanza de suscitar, al cabo de cuarenta aos, una admiracin que t no sentiste en el momento de mi triunfo, cuando los peridicos de ambos mundos publicaron mi fotografa. Pero al mismo tiempo que tu indiferencia en esa hora solemne de mi carrera me daba la medida de mi abandono y mi soledad, durante semanas tuve ante mis ojos, entre los cuatro muros de una celda, a aquella mujer que se sacrificaba, ms que por salvar a su propio hijo, para salvar al hijo de su marido, al heredero de su nombre. Era l, la vctima, quien le haba suplicado:

Acsate.

Y ella haba llevado su amor hasta el extremo de hacer creer al mundo que era una criminal, que ella era la asesina del nico ser a quien amaba. La haba impulsado el amor conyugal, no el amor materno... (Y los hechos lo han demostrado: se ha separado de su hijo y bajo diversos pretextos ha vivido siempre alejada de l). Yo hubiera podido ser un hombre amado como Villenave. Tambin a l le vi muchas veces durante el proceso. Qu posea ms que yo? Era muy bello, de buena familia, sin duda, pero no deba de ser muy inteligente. Su actitud hostil hacia m, despus del proceso, lo ha demostrado sobradamente. Y yo, yo posea una especie de genio. Si en aquel momento hubiese tenido a una mujer que me hubiera amado, hasta dnde hubiese podido llegar? Uno solo no puede conservar la fe en s mismo. Es necesario que poseamos un testigo de nuestra fuerza; alguien que seale los golpes, que lleve la cuenta de los puntos, que nos corone en el da de la recompensa, como en otro tiempo, cuando en la distribucin de premios, cargado de libros, buscaba entre la gente los ojos de mi madre y, al son de una msica militar, depositaba ella los laureles de oro sobre mi tierna cabeza pelada.

En la poca del asunto Villenave, mi madre comenz a apagarse. Me di cuenta poco a poco. El inters que tena por un gozque negro, que ladraba furiosamente en cuanto yo me acercaba, fue el primer signo de su decadencia. Apenas se hablaba en cada visita de otra cosa que de este animal. Y ella no escuchaba lo que yo le contaba de m.

Por otra parte, mi madre no hubiera podido reemplazar el amor que me hubiese salvado en esa cada de mi existencia. Me haba legado su vicio de amar demasiado al dinero; tena esta pasin en la sangre. Hubiera hecho uso de todos sus esfuerzos para mantenerme en una profesin donde, como ella deca, "ganase mucho". Cuando me atrajo la literatura, cuando fui solicitado por los peridicos y las grandes revistas, cuando los partidos de izquierda me ofrecieron una candidatura en La Bastide el que me reemplaz fue elegido sin dificultad, resist a mi ambicin porque no quera renunciar a "ganar mucho".

Tambin ste era tu deseo, y me habas dado a entender que no abandonaras la provincia. Una mujer que me hubiese amado hubiera deseado mi gloria. Me habra enseado que el arte de vivir consiste en sacrificar una baja pasin por una ms alta. Los periodistas imbciles, que aparentan indignarse porque tal o cual abogado se aprovecha de ser diputado o ministro para buscar algunas provechosas minutas, procederan mejor admirando la conducta de aquellos que han sabido establecer entre sus pasiones una jerarqua inteligente, y que han preferido la gloria poltica a los asuntos ms beneficiosos. El defecto de que t me hubieras curado, si me hubieses querido, era el de no colocar nada por encima del beneficio inmediato, de ser incapaz de dejar la pequea y mediocre presa