Mas Alla de Tus Suenos

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    Iaki Santamara

  • 1999 Iaki Santamara. Del texto: Iaki Santamara Fotografa de portada: Iaki Santamara. La difusin de esta obra ser permitida, excepto con fi-nes lucrativos, siempre que se acredite a su autor origi-nal. Esta obra no podr ser reproducida, ni parcial ni to-talmente, sin el permiso escrito del autor. Todos los de-rechos reservados.

  • A aquella chica de nombre desconocido, que, una tarde de lluvia, y sin conocerme de nada, me tap con su paraguas; alegrndome la semana

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    Prlogo:

    El precio de la fama

    N BRILLANTE y radiante sol resplande-ca en lo alto de un cielo azul despejado, y sin una sola nube. Era una soleada y tran-

    quila maana de mayo del 1999. Las gentes de la ciudad de Londres caminaban por las calles dirigi-ndose hacia sus quehaceres cotidianos; llenndose las arterias de la metrpoli de estudiantes, gente que iba a sus trabajos, y amas de casa dirigindose a hacer la compra. De pronto, toda la tranquilidad existente desapare-ci, y la atencin de todos los viandantes se dirigi hacia una bala de color negro brillante que iba a to-da velocidad por Caledonian Rd. El vehculo, un Chrysler Sebring 2.7 V6 Cabrio Limited 2p, pas como si fuera una estrella fugaz en el cielo, entr en Euston Rd, gir a la izquierda para enfilar Upper Woburn Pl. y Woburn Pl, y, al llegar a Russel Squ-are, se detuvo con un chirrido de neumticos. Las gentes que lo haban visto se agolparon a su al-rededor, expectantes. Tenan curiosidad por ver al dueo que llevaba tal preciosidad de coche, que te-na la ventanilla delantera derecha bajada, y de cu-yo interior sonaba a todo volumen un aria de pera. El conductor resopl al ver la gente que le rodeaba, curiosa. Apag el motor, y la msica ces. Sac la

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    llave del contacto, subi la ventanilla, se puso las gafas de sol, y resopl de nuevo. - Vamos all. No sin mucha dificultad, consigui abrir la puerta, y salir del coche. Tras lograr abrirse camino entre la muchedumbre de curiosos, se dirigi hacia la Li-brera Skerrit, que haca esquina, y en cuya puerta esperaba una pecosa chica pelirroja, con ojos ver-des, y ataviada con un vestido negro, al igual que las botas que le llegaban hasta la rodilla. El dueo del coche se detuvo justo enfrente de la joven pelirroja. Parpade un par de veces bajo el sol, y le extendi la mano. -Seorita Vernica Skerrit? - S, soy yo. Y usted debe ser Michael Manson. El joven moreno frunci un poco el ceo, y sonri. - El mismo. - Gracias por venir, seor Manson. Le estbamos esperando. - Gracias a usted por invitarme. Usted dir. - Por aqu, por favor.

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    Manson se quit las gafas de sol, las guard en el bolsillo superior de su chaqueta, y entr en la libre-ra. Vernica le acompa hasta una mesa donde haba una pila de libros del escritor amontonados, y, mientras l se acomodaba detrs de la mesa, la chica anunciaba que la firma de ejemplares del lti-mo libro de Michael Manson daba comienzo; for-mndose una larga cola ante la mesa al de pocos se-gundos. Las horas fueron pasando con una exasperante len-titud. Los libros parecan ir aumentando mientras se iban firmando, y el dolor se iba acumulando en la zona de la mueca de forma considerable. Lo que no le era ningn inconveniente a la hora de mostrar su mejor sonrisa a cada chica de la cola que se aproximaba. La ltima chica de la cola le entreg el libro para que se lo firmara. Los ojos marrones del escritor la miraron morderse el labio inferior mientras le coga el libro, y le preguntaba su nombre. - Sarah respondi, por fin, tras algn titubeo ini-cial -. Me llamo Sarah. - Sarah repiti Manson -. Bonito nombre. - Gracias, seor Manson la chica hizo una peque-a pausa -. Sabe? Es ms guapo en persona. Una sonrisa traviesa se dibuj en la cara del escri-

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    tor, mientras vea cmo la chica se pona roja como un tomate. - Muchas gracias, Sarah. Nunca me lo haban di-cho. Para Sarah, por haberme alegrado el da. Aqu tienes, guapa. Y gracias de nuevo. La chica cogi el libro, lo estrech entre sus brazos como si fuera un tesoro que nadie le debera quitar, y se alej de all, intentando no caerse de la emo-cin. Manson, mientras tanto, se levant de la silla, y se estir varias veces. - Estoy doblado le dijo a Vernica Skerrit, que estaba a su lado. - Entonces, no puede firmar un ltimo libro? pre-gunt la chica. - Si es para usted, por supuesto que lo firmo. Skerrit le entreg el libro con una amplia sonrisa en su rostro pecoso. -Para Vernica, por haberme aguantado con gran paciencia tantas horas. Aqu tiene. La chica del vestido negro cogi el libro. - Muchas gracias, seor Manson. - A usted por haberme invitado. Ha sido un placer.

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    El escritor se despidi de la chica con dos besos, y sali de la librera.

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    Captulo 1:

    Cansado de ser la sombra

    NA VEZ QUE hubo salido de la Librera Skerrit, Michael Manson se dirigi de nue-vo hacia su vehculo, si bien esta vez no tu-

    vo que hacer frente a la muchedumbre de curiosos que lo haban sitiado tres horas y media antes. Cuando hubo llegado, abri la puerta, se dej caer sobre el asiento del conductor, introdujo la llave en el contacto, y la gir lo justo para que el equipo de msica funcionase, y el aria de pera volviese a so-nar. Permaneci unos segundos en silencio, pensativo, con los ojos cerrados, llenando su mente de ideas. Haba sido una tarde muy larga, y estaba cansado. Slo quera irse a su casa, y descansar. Gir la llave del contacto del todo, el motor rugi, y el coche se puso en marcha. La puerta del nmero 89 de Albany Street se abri. Una chica, ataviada con una chaqueta roja, una blu-sa negra, unos pantalones vaqueros y unas zapati-llas deportivas, y que cargaba varias bolsas en sus manos, entr, y cerr la puerta a sus espaldas. La puerta principal de la casa daba directamente al saln, por lo que slo tuvo que andar unos pocos pa

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    sos hasta que lleg a la altura del sof, sobre el que tir las bolsas, y resopl aliviada. -Cmo imaginarse que la ropa pudiera pesar tan-to? Tras decidir, en su infinita sabidura, que ya la re-cogera ms adelante, entr en la cocina, abri la nevera, y ech un largo trago de agua fra. Dej la botella de nuevo en su lugar, y cerr la nevera. El telfono son. Por fortuna, estaba al lado de la nevera, por lo que slo tuvo que estirar el brazo pa-ra cogerlo, y contestar. - Elara Warren al habla. Quin es? - Hola, Elara respondi una voz de hombre al otro lado -. Qu tal te ha ido el da? - Hola, Jack. Bien, la verdad. Tranquilo. Acabo de llegar de hacer compras. - Seguro que has llegado cargada de bolsas. - Qu mala fama me pones. Y t qu tal? Muchas quinceaeras haciendo novillos para conseguir una firma del clebre Michael Manson? En su casa del nmero 58 de Aldersgate Street, Jack Spitteri estaba tumbado en el sof, mientras hablaba con su novia por telfono.

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    -Cmo lo has sabido? - Intuicin femenina. Se te nota que ests cansado. Tenas que haberte escogido un nombre ms fcil de escribir. - se sonaba bien. Adems, gracias a l he conse-guido vender los libros que he vendido. - Pues no te quejes, entonces. Vas a salir luego? Hubo unos segundos de silencio. - No respondi Spitteri -. Tengo que llamar a Walter, para hablar de algunas cosillas. -Va todo bien, Jack? pregunt Elara, preocupada -. Te noto no s. Serio. Como si hubiera algo que te preocupara. - Eres t la que se preocupa demasiado, Elara. Esta-te tranquila. Todo va bien. - Vale. Me lo creer porque me lo dices t. Venga, pasa buen da, y descansa. Y saludos a Walt. - De tu parte. Hasta luego. Ambos colgaron el telfono. Elara sali de la coci-na, recogi las bolsas de ropa, y subi con ellas a la planta superior; donde estaba su dormitorio.

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    Jack Spitteri volvi a descolgar el telfono, y mar-c un nmero con rapidez. A los tres tonos, una voz de hombre son al otro lado. - Al habla Walter Wrukorg. Quin es? - Walt, soy yo, Spitteri. - Hombre, Jack. Qu tal? Cmo ha ido la firma de ejemplares de hoy? - Pues ha ido de tres horas y media sin parar. He acabado destrozado. - Ya sabes, chico. El precio de la fama. - Eso dices siempre. -Est bien, Jack? Te noto bastante serio. Spitteri guard unos segundos de silencio antes de contestar. - Lo he estado pensando, Walt, y lo voy a dejar. Es- toy demasiado cansado de esto. Han sido muchos aos, y no quiero seguir con esto. - Ya me has dicho muchas veces lo mismo. - Esta vez va en serio.

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    El mutismo volvi a aduearse de la charla. -Ests seguro de ello? pregunt Wrukorg -. De verdad quieres dejarlo del todo? - No me refiero a la escritura, pero s a lo del nom-bre. Estoy cansado de que la gente hable tanto de Michael Manson, cuando ni siquiera es alguien real. - Bueno, no es por ser cruel, pero creo recordar que eso era lo que tenamos en mente cuando lo idea-mos. - No lo he olvidado, pero ya han sido muchos aos de vivir su vida. Ahora quiero vivir la ma. ste ha sido el ltimo libro escrito por Michael Manson. - Bien, como t mejor veas. Antes que tu agente soy tu amigo, as que lo que decidas estar bien de-cidido. No me gustara que me llamases al de una temporada, y me dijeses que has cambiado de idea. - Tranquilo. Est bien pensado. - Vale. Espero que te salga bien la idea, chico, de verdad. Ya hablaremos. Cudate. - Perfecto. Y gracias, Walt. De verdad. Cuando Spitteri colg el telfono, una indescripti-

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    ble sensacin de paz le envolvi por completo. Una sonrisa de satisfaccin sincera se dibuj en su ros-tro. Sus ojos se cerraron, y l se qued dormido placidamente.

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    Captulo 2:

    Visita inesperada

    L TELFONO son con un gran estruen-do, despertando a Jack Spitteri. El joven in-gls estir el brazo a tientas, y palp el aire,

    hasta que, por fin, tras varios intentos, logr coger el telfono y descolgarlo. -S? pregunto, medio dormido. -Jack? Soy Elara. Ests bien? - Hola, Elara. S, estoy bien. Un poco dormido, pe-ro bien. Por? - Ha llamado Walt. Es cierto lo que me ha conta-do? - Me ha contado que vas a dejar todo el tema ste de Michael Manson. Es eso verdad? Spitteri aguant la respiracin unos minutos antes de responder. - S, es verdad. Ya estoy cansado de tener que ser l todo el rato. Quiero volver a ver yo mismo. -Y por qu no me lo has dicho, Jack? Sabes que puedes contar conmigo.

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    - La verdad es que no lo s. Te pido disculpas. Se me ha nublado la mente. - Bueno, no pasa nada. Pero la prxima vez que de-cidas algo que va a afectar tu vida, me lo cuentas. - Vale. Te doy mi palabra. Oye, te importa que ha-blemos maana? Ahora estoy cansado, y prefiero dormir un poco. - Vale, como prefieras. Descansa. Spitteri colg el telfono, se acomod en el sof, y apag la lmpara de la mesilla que haba encendido al despertarse. El saln volvi a quedar de nuevo a oscuras, y se qued placidamente dormido; sin per-catarse de dos puntos grises que centellearon en la oscuridad. A la maana siguiente, los rayos del sol se colaron a travs de la persiana, iluminando parcialmente el saln, y despertando a Jack Spitteri, quien, hasta ese momento, haba estado durmiendo como haca mucho tiempo que no dorma. Tras desperezarse, bostez varias veces, se levant, y se dirigi hacia la cocina con los ojos medio ce-rrados. Anduvo sonmbulo hasta la nevera, la abri, cogi a tientas una botella de agua, y ech un trago largo. La dej de nuevo en su sitio, y cerr la puerta de la nevera.

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    - As que sa es tu ltima decisin al respecto. Spitteri se sobresalt al or una voz de hombre so-nando en alguna parte de la cocina. Mir a su alre-dedor, y vio una silueta borrosa a su lado. -Quin eres t? pregunt, asustado -. Cmo has entrado aqu? El desconocido se llevo un dedo a la boca, indican-do que se callara. - Te entiendo, de verdad que s, Jack. Son muchos aos, y es normal que ests cansado de ser una me-ra sombra. Pero, tranquilzate. Todo se sabr a su debido tiempo. Ahora despierta! Spitteri se despert, sobresaltado. Estaba empapado en sudor, y su respiracin era entrecortada. Mir a su alrededor: aunque lo vio todo borroso, vio que todo estaba an a oscuras, y se sinti aliviado. Respir un par de veces, y volvi a dormirse.

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    Captulo 3:

    La entrevista

    LA maana siguiente, cuando el sol anun-ciaba con su venida la llegada de un nuevo da, Jack Spitteri abri los ojos con mucho

    cuidado, como si temiera lo que pudiera encontrar-se despus del sueo de la noche anterior. Pas unos minutos en silencio, y se incorpor, muy des-pacio. Lo primero que hizo fue mirar a su alrededor: todo pareca estar en orden. La luz del sol iluminaba de forma parcial el saln, y todo estaba como lo haba dejado la noche anterior. Cuando ya se hubo termi-nado de convencer de que todo estaba en orden, atraves el saln, y entr en la cocina. Nada ms entrar, sus ojos marrones se fijaron en la nevera. En su mente resonaron las palabras que le haba proferido el desconocido que se haba colado en su sueo sin permiso. Apart la mirada del aparato frigorfico, y se enca-min hacia la mesa, donde cogi la cafetera, y se sirvi una taza de caf bien caliente. Se sent en la silla que haba delante de la mesa, y se puso a leer el peridico. Pasados unos minutos, el timbre de la puerta princi-

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    pal son. Spitteri dej el caf y el peridico sobre la mesa, sali, cruz el saln, y abri la puerta. Ante l, con una falda vaquera, unas botas granates, una camisa blanca anudada a la mitad del torso, y una chaqueta de cuero negra, se encontraba Elara. La joven morena le mir por encima de sus gafas de sol, y resopl. - Ests horrible, Jack. Se supone que la gente des-cansa para encontrarse mejor. - T siempre tan agradable, Elara. Dime, qu ha-ces aqu? - He venido a ver cmo estabas. - Ya lo ves. - S, ya lo veo: hecho una mierda. Ests realmente seguro de que lo quieres hacer? - Por supuesto. Por completo. Elara suspir. - Est bien. Si es lo que has decidido, seguro que es lo mejor. Venga, vstete. Te conviene acompaar-me. Spitteri frunci el ceo, sorprendido.

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    -Adnde? La chica sonri de forma picaresca. - Si te lo dijera, ya no sera una sorpresa, no crees? El escritor estuvo pensativo unos segundos. - Dame unos minutos. Me ducho, me visto, y salgo. - Te espero en el coche. Spitteri cerr la puerta, y subi a la planta superior. Mientras, Elara dio media vuelta, camin hasta donde estaba aparcado su coche, un Rover 75 de color granate, y mont en l. Transcurrido un cuarto de hora, vio que la puerta del nmero 58 de Aldersgate Street se abra, y Jack Spitteri sala de la casa. Estaba casi irreconocible: unas botas de montaa marrones, unos pantalones vaqueros, y una camiseta blanca. Spitteri cerr la puerta con llave, y se dirigi hacia el coche de su novia. Subi al vehculo, y se qued mirndola con una sonrisa. -Qu miras, Elara? - Nada, es que te veo tan diferente. Haca tiempo que no te vea as.

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    - Muchas cosas van a cambiar a partir de ahora. s-ta es slo una de ellas. - Bueno, esperemos que los cambios sean para bi-en. El coche arranc, y se puso en marcha. Durante las aproximadamente dos horas que dur el viaje, Spitteri le estuvo explicando a Elara el por qu de la decisin de haba tomado, y cmo era de lo ms acertada. La joven escuchaba las razones que le iba dando, y asenta con la cabeza. Finalizado el trayecto, el coche se detuvo enfrente de una casa de las afueras de la ciudad. Ubicada al lado de un bosque, tena tambin un puente de pie-dra, debajo del cual pasaba un arroyo de agua fres-ca y cristalina. - Hemos llegado anunci Elara, con una sonrisa en su cara. Los ojos marrones de su novio estaban clavados en el casern de piedra que se alzaba ante ellos. -Qu es este lugar? pregunto, atnito. - El lugar que te sacar de las sombras. Venga, sal del coche, y te lo explico. Ambos bajaron del Rover granate, y caminaron por

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    un sendero de piedra, que conduca hacia la puerta de la casa. Por el camino, la chica morena le expli-c a su novio que all viva un periodista, con el que haba concertado una cita para que pudiera contarle toda su historia, y la publicase. As todos lo sabran. Llegaron a la puerta principal, y se detuvieron ante ella. Elara llam varias veces, y esperaron a ver si alguien abra. - Has tenido una muy buena idea le dijo Spitteri a su novia. La chica sonri. -Acaso lo dudabas? La puerta se abri con un chirrido que helaba la sangre. Ante ellos apareci un hombre con el pelo canoso, una poblada barba en su cara, y una pipa en su boca. -Seor John Stahl? pregunt Elara. El hombre de la barba les mir unos instantes, y asinti con la cabeza. - Soy Elara Warren, y ste es mi novio, Jack Spitte-ri. Le he llamado antes, dicindole que bamos a venir.

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    Stahl se hizo a un lado, y les invit a entrar con un gesto. - Por supuesto. Pasen, por favor. La pareja cruz la puerta, y entr en la casa. La pu-erta se cerr a sus espaldas. El interior de la casa era bastante amplio, pero tam-bin bastante fro. Los pasos resonaban entre las cuatro paredes de piedra. Stahl les acompa hasta el centro de la estancia, donde haba un sof y un par de sillones. Se sent en uno de ellos, e invit a sus acompaantes a que se sentaran en el sof; cosa que hicieron. - Gracias por habernos recibido con tan poco tiem-po, seor Stahl dijo Spitteri -. La verdad es que vive usted en un sitio precioso. John Stahl alarg el brazo, y cogi una libreta y un bolgrafo que haba sobre la mesa que tena justo enfrente. - Muy bien, seor Spitteri. Me alegra que le agrade este sitio. Si no le importa, me gustara que me con-tase todo lo que quiere contarme, por favor. El escritor respir hondo, trag saliva, y comenz a contarle toda la historia, desde el principio, hasta la importante decisin que haba tomado. Lo relat to-do bajo la atenta mirada de Elara, que no se perda

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    una sola de sus palabras, y mientras Stahl apuntaba sin cesar en su libreta y asenta con la cabeza. Pasada ms de una hora, Spitteri junt las manos, y se reclin en el sof. - En fin; eso es todo. El bolgrafo estuvo escribiendo unos minutos ms sobre la hoja, hasta que acab, y fue devuelto, junto con la libreta, de nuevo a la mesa. - Una historia bastante interesante, seor Spitteri repuso Stahl -. De verdad. Muy interesante. Creo que a todos sus fans les gustar conocerla. De todas formas, agradecera que me acompaasen un mo-mento. Me he tomado la libertad de prepararles una pequea sorpresa, que creo que les gustar. El escritor y su novia se incorporaron, y acompaa-ron a su anfitrin a la parte de atrs de la casa; que daba a una especie de explanada con hierba, a la que se acceda a travs de una puerta de hierro, a cuyo lado estaba esperando un hombre. Al ver acercarse al grupo, abri la puerta. - Aqu es dijo Stahl. -Qu es este lugar? pregunt Elara, mientras ca-minaban entre la hierba. - Parece una especie de pequeo cementerio res-

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    pondi Spitteri. - Muy observador - dijo el hombre de la puerta -. James Amish, el cuidador de este cementerio. - Jack Spitteri. Mi novia, Elara Warren. Y el seor John W. Stahl. - Mucho gusto. Por aqu, por favor. Sganme. Una vez dentro del cementerio, Amish les condujo a travs de un laberinto de tumbas y lpidas. -Y qu tiene que ensearnos aqu, seor Stahl? pregunt Spitteri. - Un colofn idneo a su historia, seor Spitteri. Ya lo ver. Al cabo de unos minutos, todos se detuvieron. Se encontraban en el rincn ms apartado del cemen-terio. Delante suyo haba una lpida. - Aqu est - dijo Stahl -. La tumba de Michael Manson. Elara comenz a rer. - La verdad es que es perfecto. En la lpida se indicaba la muerte de Michael Man-son, as como un pequeo comentario que deca, de

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    forma muy sucinta, que era alguien inventado por Jack Spitteri. El escritor aplaudi al ver la lpida. - Le felicito, seor Stahl. Es usted un genio. - Ahora, seor Spitteri, coja esta pala y pngase a un lado de la lpida. Usted, seorita Warren, puede ponerse al otro lado. El escritor cogi la pala que le entreg Stahl, y se puso a la izquierda de la lpida. Elara se puso en el lado derecho. Stahl sac la cmara de fotos. - Ahora, no se muevan. Unos segundos despus, el fogonazo del flash se activaba, y la fotografa era tomada. Elara y su no-vio se miraron, y se sonrieron: la muerte y desapa-ricin de Michael Manson de sus vidas ya era un hecho. Ambos se despidieron agradecidos de su anfitrin, salieron de la casa, montaron en el coche, y regre-saron a Londres. En el momento en que la puerta del cementerio se cerr, un cuervo se pos sobre la lpida, y grazn.

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    Captulo 4:

    Cara de porcelana

    L COCHE granate de Elara Warren se de-tuvo enfrente de la casa de su novio, en Al-dersgate Street. Jack Spitteri abri la puerta,

    y baj del vehculo. Antes de entrar en su casa, se gir, y se qued mirando a la chica morena. - Gracias, Elara. De verdad. Muchas gracias. - No se merecen. Ahora, descansa un poco. Se te ve cansado. - Lo intentar. El escritor cerr la puerta del coche, y se dirigi ha-cia su casa. Elara sonri, y continu su camino. Spitteri cerr la puerta de la casa a sus espaldas, cruz el saln, y entr en la cocina, donde bebi un vaso de agua, se sent en la silla que haba enfrente de la mesa, y termin de leer el peridico. Cuando lo hubo terminado, lo dej de nuevo sobre la mesa, y sali de la cocina. Se encamin hacia las escaleras, y subi a la planta superior, donde estaba el dormitorio. Una vez que hubo entrado en la habitacin, se dej

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    caer sobre la cama, y se durmi en poco tiempo. Elara haba dejado el coche en su casa, y ahora ca-minaba tranquilamente por Regents Park. All, los nios corran y jugaban tranquilamente, deslizaban sus barcos a control remoto por las aguas del Re-gents Park Lake, y sus padres y madres paseaban y charlaban despreocupadamente. La noche cubra con su oscuro velo la entera ciudad de Londres. En el condado de Hillingdon, grandes unbes grises cubran el oscuro cielo. En el cemente-rio, una fuerte brisa comenz a soplar alrededor de la lpida que sealaba la tumba de Michael Man-son. De repente, el cielo se abri, y un relmpago cay sobre la lpida. Hubo unos instantes de silencio. De pronto, la tierra que haba bajo la lpida comenz a temblar. Una mano cubierta por un guante negro emergi de en-tre las entraas de la tierra. Elara Warren dorma tranquilamente en su dormito-rio. Una fra brisa comenz a soplar, y meca el ri-zado cabello de la atractiva joven. Un escalofriante graznido hizo que abriera de golpe los ojos. -Qu demonios?

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    Elara no estaba en su dormitorio. Se encontraba a pocos metros de la puerta del cementerio que haba visitado esa misma maana. Del interior del cemen- terio sala un graznido. - Adelante, Elara - invit una voz de hombre, que provena desde el interior del cementerio -. Entra. Elara dud unos segundos, pero, finalmente, Emp.-j la pesada puerta, y entr en el cementerio. Una bandada de pjaros asustados sali volando de detrs de la hilera de rboles sin hojas que se exten-da justo detrs del muro del cementerio de Eastbu-ry; una pequea localidad situada en Hillingdon, en el extremo este de Londres. Plidas lpidas, criptas y cruces surgan de la alfombra de hojas cadas que formaba el suelo. Lo nico que rompa el silencio reinante era el ruido de las pisadas producidas por las botas de un visitante, que caminaba entre las di-ferentes lpidas. El visitante era una chica joven, de cerca de 25 aos de edad, morena, con una larga melena rizada, y con ojos de color marrn oscuro. La joven lleva-ba una chaqueta de cuero, de color negro, una blu-sa blanca, una falda negra, y unas botas altas, tam-bin de color negro. La chica estuvo andando varios minutos, hasta que se detuvo enfrente de una lpida. De pronto, su ros-tro palideci: la tumba estaba vaca. Sus ojos se

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    clavaron en la lpida, donde estaba el nombre de la persona a la que corresponda la tumba. Aqu, en esta tumba, yace quien fue una vez inventado por Jack Spitteri, de nombre MICHAEL MANSON, y quien no fue nunca ms que una invencin, que nunca lleg a ser alguien real. Descanse En Paz. - Era un sitio demasiado pequeo para m - dijo un hombre detrs de la joven -. Aunque no hay ningn sitio que pueda retener la genialidad. La joven se gir. All, de pie entre dos lpidas, se encontraba un hombre vestido totalmente de negro, y con una mscara blanca que cubra su rostro. -Quin es usted? - pregunt la joven. El hombre neg con la cabeza. - Me decepcionas, Elara. Despus de haberme rega-lado esta mscara tan bonita, ya te has olvidado de m. De todas formas, en la lpida de esa tumba tie-nes la respuesta. - No puedes ser l. Michael Manson nunca existi en la realidad. Fue una invencin. -Una invencin, dices? No. Fue creado en la men-te de un escritor que no reconocera un buen escrito aunque ste le mordiera el culo. Jack Spitteri no era nadie antes de que yo apareciera en su vida. Crees que todo lo que ha escrito es suyo? Una mierda!

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    Yo escrib todos esos libros. Soy yo quien aparece en esos libros como su escritor. l slo me utiliz para que se le conociera. Y, cmo me lo agradece? Ahora que ya tiene la vida resuelta, sucede que en su hueco cabezn piensa que ya no me necesita, y me tira a una fra tumba para que se me olvide. Pues juro que ser l a quien la gente olvide. No obstante, yo ser recordado por el resto de los si-glos. -Qu te propones? - Vamos, vamos, Elara. Es el primero de tus sueos en el que nos vemos. No pretenders saberlo todo el primer da. Aunque te lo pudiera contar, tendras que estar durmiendo demasiado tiempo. No; de mo-mento, dejemos ese asunto en suspenso. -Y qu me puedes contar, entonces? - Pues, por ejemplo, que, de momento, me vers to-das las noches en tus sueos. Es algo que me fasti-dia bastante, porque es algo muy impersonal, pero es lo malo que tiene que para la gente no exista re-almente. -Dejars alguna vez mis sueos? - Eso espero. - No entiendo.

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    - Pronto, querida Elara, entenders todo. Pero habr de ser a su debido momento. De momento, aunque con gran pesar, he de dejarte. Confo en que nos veamos pronto - se despidi Manson, haciendo una reverencia, y dando media vuelta. Elara se dispona a seguir a Manson, pero un repen-tino temblor sacudi el suelo. De las entraas de la tierra salieron decenas de esqueletos, que rodearon a la joven. - Ni se os ocurra tocarle un pelo - advirti Manson, desde la puerta del cementerio -. Quien le haga algo responder ante m. Los esqueletos volvieron a sus tumbas, y dejaron a Elara sola. Un cuervo se pos en una de las despo-bladas ramas de un rbol, y le clav la mirada a la joven. - Es hora de despertar - dijo Manson, a la vez que el cuervo graznaba. Tumbada boca arriba sobre la cama de su dormito-rio, Elara Warren miraba, con los ojos completa-mente abiertos, al techo de la habitacin. Grandes gotas de sudor corran por su rostro, mientras los rayos del sol atravesaban las pequeas rendijas de la persiana, e iluminaban parcialmente la habita-cin.

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    Elara alarg la mano, y cogi el reloj que descansa-ba sobre la mesilla del lado derecho de la cama. Mir la hora: las diez y media de la maana. Respi-r profundamente, neg con la cabeza, y se levant de la cama. Anduvo durante varios segundos por el largo pasi-llo de madera, hasta que lleg al cuarto de bao. Entr, y despus de mojarse la cara con el agua fresca que sala del grifo, se dirigi hacia la cocina. Despus de desayunar, Elara regres al dormitorio, se visti, y sali a la calle. El resplandeciente sol que brillaba en el azul cielo londinense, aunque el viento que soplaba era muy fro, hizo que la atracti-va joven se protegiera los ojos con unas gafas de sol. Elara mir al cielo, y parpade dos veces. Mir su reloj, y se dirigi hacia la casa de Jack Spitteri, en Aldersgate Street. La joven se encontraba justo enfrente de la puerta de su casa en Albany Street,lo que le obligaba a atravesar Bishopgate, London Wall, Oily Road, y, finalmente, Old Street. Transcurrido poco menos de cuarenta minutos, Ela-ra se detuvo enfrente de la puerta de la casa de Jack Spitteri, en Aldersgate Street. Llam a la puerta. No respondi nadie. Elara respir profundamente: estaba nerviosa. Volvi a llamar a la puerta. Pasa-ron unos segundos. La atractiva joven se dispona a volver a llamar, cuando la puerta se abri. - Hola - salud Jack, asomando la cabeza por detrs

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    de la puerta. - Tenemos que hablar - dijo Elara, entrando. - Por supuesto. Quieres entrar? Jack entr y cerr la puerta. Elara se sent. Spitteri se encogi de hombros. - Bien, t dirs. - Est vivo. -Quin? - Michael Manson. He visto su tumba. Estaba va-ca. Luego apareci y me habl. - Espera, espera, espera. A ver si lo he entendido bien. Michael Manson ha cobrado vida? - S. - Reptemelo, por favor. No lo entiendo. A ver: Michael Manson est vivo? - S. -Dios santo! Sigo sin entenderlo. -Mierda, Jack! No es tan difcil de comprender: Michael Manson ha abandonado su tumba, y est

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    vivo. Quieres que te lo dibuje? - Vers, Elara, no es tan fcil. Sobre todo, si tene-mos cuenta que Michael Manson no existe. Es ms: nunca ha existido. Es una invencin. No es real. No puede volver a la vida, porque nunca tuvo una. - En eso te equivocas, Jack. Tuvo una vida. La que t le diste. Le creaste de la nada, y le pusiste en un mundo imaginario, pero en el que l es real. - Elara, Michael Manson soy yo. Con otro nombre, otra vida, otro mundo, pero soy yo. Cmo es posi-ble que hablaras con l? Dnde le has visto? - En el cementerio de Eastbury, donde le enterraste. Le vi anoche. -Fuiste al cementerio de Eastbury anoche? - No - respondi Elara, con voz grave -. So que iba al cementerio de Eastbury, so que vea su tumba vaca, y so que hablaba l. A lo mejor, se es el mundo que has creado para l: el mundo los sueos. Jack la miraba, boquiabierto. -Me ests diciendo que todo lo que me ests con-tando viene a raz de un sueo que has tenido? Y pretendes que me lo crea a pies juntillas?

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    - Hubo un tiempo en el que mi palabra bastaba dijo Elara, levantndose de la silla y yendo hacia la puerta -. En ese tiempo, te importaba. A lo mejor ahora ya no te importo. - No digas eso, Elara. Claro que me sigues impor-tando. Es que... es muy difcil de creer lo que me cuentas. - Pues, hasta que te vuelva a bastar slo mi palabra, no quiero saber nada de ti. Adis, Jack. Elara salio de la casa de Jack, y cerr la puerta con un fuerte portazo. Jack suspir, y neg con la cabe-za. Ocultndose entre las sombras de la oscuridad, una silueta recorra una habitacin totalmente a oscuras. - Ese Jack no es un caballero. Tal vez necesite en-contrarse con uno pronto. El Big Ben anuncio, con fuertes campanadas, la lle-gada de la medianoche. Elara dorma tranquila en su dormitorio, mientras su cuerpo se estremeca le-vemente por el roce de las sedosas cortinas mecidas con sones romnticos por una furtiva brisa noctur-na.

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    Jack Spitteri abri la puerta de su dormitorio, de donde provena una extraa luz. Sentada sobre la cama, de espaldas a l, y con un largo vestido ne-gro, estaba Elara. Jack camin hacia ella, pero, des-pus de dos pasos, se detuvo. Elara haba vuelto la cabeza, y, ahora, sus marrones ojos le miraban fijamente. -Qu demonios? Jack observ el rostro de la joven. Le notaba algo raro, como si no fuera de carne y hueso. Observ detenidamente: pareca como de porcelana. Una brisa de aire atraves la ventana, y dio contra el rostro de la joven, el cual se parti en mil peda-zos, dejando en su lugar una calavera. Jack retroce-dio asustado. Una mano, cubierta con guante negro, cay sobre su hombro. Jack mir, nervioso, al hom-bre rubio que tena sus ojos grises clavados en l. -Me recuerdas, Jack? Soy tu to el payaso. Es hora de que pagues por lo que me has hecho. Pero no ahora. Ahora... Despierta! Jack se despert sobresaltado. Tena el cuerpo cubi-erto de sudor. Mir a su alrededor. Vea todo borro-so, y tena un fuerte dolor de cabeza. Pasados unos segundos, una vez que se le calm el dolor de cabe- za, se levant de la cama, y se dio una ducha. Vol-vi a su dormitorio, y se visti.

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    Unas risas resonaron por todo el dormitorio.

    - No est bien dudar de la palabra de tu chica, Jack. Debera darte vergenza. Jack salio del dormitorio corriendo, y, a toda prisa, abandon su casa. Elara se despert tambin. La joven se levant de la cama y mir, la ventana. - Ahora me creers. Unas risas resonaron por todo el dormitorio. - No es un trabajo bonito, pero no soporto un des-precio hacia una dama. Ahora, bella Elara, me temo que debo irme. Ten buen da. El dormitorio de Elara volvi a quedarse en silen-cio. La joven sali de la habitacin, baj las escale-ras, y entr en la cocina. Se sent en la silla, y se tom una taza de caf. - Y luego dicen que ya no hay caballeros

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    Captulo 5:

    Sueos y realidad

    N COCHE se detuvo con un chirrido de neumticos. Era un Chrysler Sebring 2.7 V6 Cabrio Limited 2p. La puerta del con-

    ductor se abri, y Jack Spitteri baj del vehculo. A travs de sus gafas de sol mir a la enorme verja que haca de puerta del cementerio de Eastbury, una pequea localidad situada en Hillingdon, en el extremo este de Londres. Jack neg con la cabeza, respir profundamente, y entr en el cementerio. Estuvo varios minutos an-dando entre las plidas lpidas que lo poblaban. Por fin, despus de un largo paseo entre lpidas y tum-bas, se detuvo enfrente de una ubicada en el extre-mo ms alejado del cementerio. Ley la inscripcin de la lpida, y cay abatido. -No puede ser! - grit. La lpida perteneca a la tumba que haba cavado para Michael Manson. Enfrente de la lpida haba un enorme agujero. La tierra haba sido removida. Pareca como si Michael Manson hubiera salido de su tumba. Un cuervo se pos sobre la lpida, y grazn. -Qu demonios?

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    Spitteri se levant, y se gir rpidamente. Detrs de l, un hombre le miraba fijamente, con sus ojos gri-ses clavados en l. -Me recuerdas, Jack? Soy tu to el payaso. El escritor retrocedi asustado. -No puedes ser t! El extrao que se encontraba ahora enfrente de Jack vesta totalmente de negro, y tena su rostro cubier-to por una mscara blanca. -Quieres apostar, Jack? - pregunt el extrao, acercndose a Spitteri. -Cmo has salido de tu tumba, Manson? No lo en-tiendo. - No puedes pretender matarme y seguir vivo, Jack. Las dos cosas no son compatibles. Manson le agarr con fuerza del cuello a Spitteri. -Pagars por esto, Jack! Pero no ahora. Michael Manson le solt, y dio media vuelta; desa-pareciendo envuelto por la densa niebla que ahora cubra el cementerio.

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    Spitteri sali corriendo del cementerio, mont en su coche y sali de all. John W. Stahl se encontraba en su oficina, revisan-do los apuntes que haba tomado de la entrevista a Jack Spitteri, y que estaban listos para ser publica-dos en el siguiente nmero de su revista. Haba pa-sado toda la noche clasificando papeles, pero ya ca-si haba acabado. La nica luz en la oficina provena de la lmpara de la mesa, ubicada sta enfrente de una ventana ce-rrada. De pronto, la ventana se abri con un fuerte golpe. Un fuerte viento sopl, esparciendo todos los apun-tes por el suelo. John se apresur a cerrar la venta-na, y se puso a recoger los papeles que alfombraban ahora el suelo. Llevaba unos segundos recogiendo papeles, cuando se detuvo. Enfrente suyo apareci un zapato negro, que pisaba un papel. Mir hacia arriba. Desde una altura de l77cm, una mscara blanca le miraba fija-mente. -No puedes ser t! - exclam John. El desconocido resopl, aburrido. -Por qu todo el mundo insiste en eso?

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    El extrao le dio una fuerte patada en la cara a John, quien cay al suelo con la boca cubierta de sangre. Su atacante sac dos cuchillos y le clav las manos al suelo. John gritaba de dolor, mientras la sangre flua sobre el suelo. - No grites, John. Acabo de empezar. El extrao sac un tercer cuchillo, y se abalanz so- bre John. - No has odo ms que una sarta de mentiras, John. Y eso no est bien. El cuchillo se desliz sobre los dos cartlagos de las orejas, separndolas de la cabeza con una facilidad pasmosa, bajo los gritos de Stahl. - Ahora has visto la verdad, John. Y te aseguro que ser lo ltimo que vers. Con un rpido movimiento, el desconocido clav los dos cuchillos en los ojos de Stahl, cegndole. La sangre salpic todo el suelo. Mientras, el perio-dista segua gritando. -Cllate de una maldita vez! La ensangrentada hoja del cuchillo cercen la cabe-za de John Stahl. El suelo estaba perdido de sangre, mientras todo volva a estar en silencio. El extrao

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    cogi los ensangrentados papeles del suelo, y desa-pareci. A la maana siguiente, la del 23 de febrero de 1999, el TIMES hablaba en su primera pgina del sangriento asesinato de John Stahl la noche ante-rior, yendo a parar uno de sus ejemplares a manos de Elara Warren, quien tena por costumbre coger el TIMES todas las maanas. -Dios santo! - exclam, hojeando la portada -. Quin habr sido el animal? La hermosa joven continu su camino mientras se-gua leyendo la noticia. El enterrador James Amish se encontraba aquella noche recogiendo sus instrumentos de trabajo. Ter-min de guardar la pala en su sitio, y dio media vu-elta para dirigirse a la salida. Un guante negro le cogi con fuerza de la garganta. - Tengo una sorpresa para ti - dijo alguien, con voz de hombre -. Sgueme. El desconocido le llev por todo el cementerio co-gido del cuello. Por fin, se detuvo enfrente de una lpida. El guante se abri, y Amish fue arrojado en un profundo agujero.

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    -Qu se siente cuando te tiran a tu tumba, sin pre-guntarte primero, James? Pues no es nada compara-ble a sentir cmo kilos y kilos de tierra caen sobre ti. Si no te lo crees, aguarda un segundo. Aquel hombre chasque los dedos, y, al instante, toneladas de tierra cubrieron el agujero. Sin embar-go, todava se oan dbiles gritos amortiguados por la tierra. -Te gusta? Pues esto te va encantar. Un nuevo chasquido de dedos. Los gritos que se oyeron fueron fuertes, pero duraron unos segundos. Acto seguido a desaparecer los gritos, miles de gu-sanos salieron de dentro de la tierra. - Buen provecho, chicos. Ahora, si me disculpis... El desconocido dio meda vuelta, y desapareci. Elara Warren dorma profundamente en su dormi-torio, hasta que un ruido la despert. La joven sali del dormitorio, y baj a la cocina, de donde, crea, provena el ruido. Todo estaba tranquilo, por lo que Elara decidi regresar a su dormitorio. Sali de la cocina y subi las escaleras. Una vez que lleg al piso de arriba, not algo extra-o. El pasillo era mucho ms largo, y a los lados

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    haba siete habitaciones. Las salas estaban tan irregularmente dispuestas que la vista slo poda abarcarlas de una en una. Cada par de metros, haba un brusco recodo, y, a cada re-codo, un nuevo efecto. A la derecha y a la izquier-da, en medio de cada pared, una alta y estrecha ventana gtica se abra a un cerrado corredor que iba siguiendo las revueltas de la serie de salas. Aquellas ventanas eran de vidrios coloreados, cuyo color variaba en consonancia con el tono predomi-nante en las decoraciones de la sala correspondien-te. La primera sala, por ejemplo, era de color verde, y las ventanas eran de un verde profundo. La segunda cmara era de prpura en sus ornamen-tos y tapiceras, y all los cristales eran de color prpura. La tercera, enteramente verde, y verdes los crista-les. La cuarta estaba amueblada e iluminada color na-ranja. La quinta, de blanco. La sexta, de violeta.

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    La sptima habitacin estaba rigurosamente deco-rada de cortinajes de terciopelo negro que colgaban por todo el techo y las paredes, cayendo en pesados pliegues sobre una alfombra del mismo tejido y co- lor. sta era la nica habitacin en la que el color de las ventanas no corresponda al de la decoracin. Los cristales eran escarlata, de un intenso color rojo. Ahora bien, en ninguna de estas salas, a travs de los ornamentos de oro distribuidos en profusin por uno y otro lado, o suspendidos del techo, se vea lmpara ni candelabro. No haba ninguna clase luz que emanara de lmpara dentro de la serie de las habitaciones. Pero en el corredor que las circunda-ba, frente a cada ventana, se levantaba un macizo trpode que sostena un brasero en llamas que pro-yectaba sus rayos a travs de los cristales colorea-dos, iluminando la sala de un modo deslumbrador; producindose as una multitud de aspectos halaga-dores y fantsticos. Pero en la ltima habitacin, la cmara negra, don-de se encontraba ahora Elara, el efecto de la luz que invada los sombros cortinajes a travs de los cris-tales teidos de sangre era siniestro en extremo. Tambin en ella se elevaba un gigantesco reloj de bano. Su pndulo se balanceaba de un lado a otro con un sordo, pesado y montono tictac, y, cuando el minutero hubo dado la vuelta a la esfera y la hora

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    iba a sonar, surgi de los pulmones de cobre del re-loj un sonido claro, recio, profundo y excesivamen-te musical, pero de tono tan peculiar y acentuado que todo el porte de Elara se alter. El enorme reloj de bano termin de marcar las do-ce de la noche. Elara mir nerviosa a su alrededor. Vio cmo el color sangre del cristal de la habita-cin desapareca; salpicando todo el suelo de san-gre. En su lugar, un tono negro cubri el cristal, y toda la habitacin qued completamente a oscuras. El nico ruido que se oa en la habitacin era la nerviosa respiracin de Elara.

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    Captulo 6:

    El concierto

    OS OJOS de color marrn oscuro de Elara miraron todo en derredor. No haba ni la ms tenue luz. Elara estaba de pie, inmvil,

    en medio de ninguna parte, rodeada por todas par-tes por la oscuridad que pareca querer atraparla. De pronto, apareci una rendija, por la que, casi a empujones, entr una pequea luz. Los ojos de Ela-ra se clavaron automticamente en esa rendija. Era muy pequea, pero pasaba luz. Pasados unos se-gundos, la pared que estaba enfrente suyo comenz a subir. La luz inundaba todo ahora, y Elara tuvo que cerrar un momento los ojos. Cuando los volvi a abrir, se encontr sobre lo que pareca ser un escenario. Vesta un vestido rojo. Enfrente suyo, haba una enorme habitacin de bu-tacas negras vacas. Slo haba una persona en todo el teatro. Se encontraba sentada en el palco. Vesta totalmente de negro, y una mscara le cubra el ros-tro. - Tenas que ser t, Manson - mascull Elara. A su derecha, haba un atril, que sujetaba un enor-me libro. Michael Manson invit con un gesto a la joven a que se acercara. Elara camin despacio, hasta que pudo leer lo que pona en la primera pgi-

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    na del enorme libro.

    WOLFGANG AMADEUS MOZART Symphonie Nr. 40 g-moll KV 500

    - Muy atento, Michael. Pero que muy atento. Un carraspeo son por todo el teatro. Elara se gir. Todas las butacas estaban ya ocupadas por toda su-erte de grotescas criaturas. La joven mir a Man-son. ste se incorpor. A su lado, un esqueleto, vestido con un esmoquin, le miraba atentamente. - Damas y caballeros - dijo Manson, con una voz grave que llen todo el teatro -. Esta noche tengo el placer de presentarles a la seorita Elara Warren, quien nos deleitar con la Sinfona n. 40 en sol menor del genial Mozart. Seorita Warren, cuando quiera. La chica estaba de pie, delante del atril. Al lado del libro haba una batuta. La cogi, y mir a la absolu-ta oscuridad que tena enfrente suyo. Formando un crculo, cientos de velas comenzaron a encenderse; sacando de las tinieblas a una enorme orquesta. Elara respir profundamente, pas a la primera hoja de la partitura, y comenz a dirigir a la orquesta. Haba sonado como cerca de la mitad del Molto Allegro, cuando las figuras con forma de demo-

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    nios que se aferraban a las columnas del teatro co-braron vida, y surcaron por los aires el teatro; pa-sando cerca de Elara, quien los miraba de reojo mi-entras segua dirigiendo la orquesta. En el palco, el esqueleto le susurr algo a Manson al odo. ste le mand callar con un gesto enftico. Siguiendo las rdenes de la batuta de Elara, los vio-linistas inclinaron sus violines, y la punta de los ar-cos brill con la llama de las velas. Los violines se inclinaron, esta vez hacia arriba, las cuerdas se ten-saron y los arcos volaron. Los demonios de piedra pronto yacieron clavados en las columnas de las que haban salido. Fue en ese momento, cuando los demonios hubie-ron perecido, cuando el techo de cristal del teatro se vino abajo, adquiriendo la forma de un horrible dragn. La bestia baj hasta donde estaba Elara, quien esquiv el ataque y, con un rayo que sali de la batuta, la parti en mil pedazos. Todo qued en silencio unos minutos. Elara respi-raba con rapidez, mientras miraba nerviosa a Man-son. ste se levant, y comenz a aplaudir. Al ins-tante, todos los all presentes se pusieron de pie y aplaudieron durante varios minutos. Elara salud varias veces haciendo una reverencia, se gir hacia la orquesta, y comenz de nuevo la in-terpretacin.

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    Pasada casi una hora, la ltima nota del Allegro assai son. Elara se gir, y, de nuevo, mir a Man-son, quien, como antes, se puso en pie y aplaudi, seguido de todos los all presentes. Elara salud con varias reverencias. Una brisa apag la luz de las velas, ocultando a la orquesta. Las butacas estaban de nuevo vacas. Ela-ra estaba sola, de pie, en medio del escenario. Con la mirada, buscaba a Manson, pero ste no estaba. -Me buscabas? - pregunt una voz de hombre de- trs suyo. Elara se gir, viendo a Michael Manson junto a ella. - Por supuesto que no - replic, ofendida -. Qu te crees? - Una direccin impecable. Haca siglos que no se aplauda con tanta fuerza. Deberas estar orgullosa. -Qu quieres, Manson? - Slo dos cosas. A ti, y a tu ayuda. Necesito que me ayudes a matar a Jack Spitteri. - Ser una broma. - Salvo cuando te he dicho que te quiero, nunca he

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    hablado ms en serio. -Por qu iba yo a ayudarte? Y menos an a eso. - Este mundo de fantasa e ilusiones es a lo que Jack Spitteri me ha condenado. Con mi muerte, compr su vida. Ahora yo, con su muerte, compra-r vida. Una tan importante que merece la pena ma-tar por ella. -Ests hablando de matar! No quiero seguir escu-chando. Michael camin hasta Elara. -Soy cruel por querer matar a alguien para vivir? l me cre, para luego deshacerse de m cuando ms le convena. Si Dios hiciera eso, las mismas entraas del Infierno se revolveran. - No te ayudar, Manson. Manson extendi la mano, y le entreg una rosa. Elara la cogi, pero Manson le cogi de la mano, la acerc hasta donde l estaba y le dio un largo beso. - Entonces, despierta! Elara miraba, con los ojos completamente abiertos, al oscuro techo de su dormitorio. La joven suspir, y se gir. De pronto, su rostro palideci.

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    -No puede ser! A un lado de su almohada estaba la rosa que Man-son le haba dado. - En un sueo, mi querida Elara - dijo una voz de hombre que retumb por todo el dormitorio -, todo es posible. Elara busc por toda el dormitorio. Sus ojos se cla-varon en el enorme espejo que tena delante. Cami-n hasta l, y lo gir. - Sobre todo, si tenemos en cuenta que es mi mun-do. Elara no se lo poda creer: Michael Manson estaba hablndole desde el interior del espejo. -Qu demonios haces t aqu, Manson? - Pinsalo: slo me puedes ver en tus sueos. En-tonces, qu hago aqu? -Santo Dios! Todava sigo dormida. Cmo puede ser? - Es fcil: soabas, pero soabas que soabas. Un sueo dentro de otro sueo. Lo que me lleva a pre-guntarte: Qu me quieres decir?

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    -Cmo que qu quiero decir? Qu me ests con- tando? - Te dije que, si no me queras ayudar a matar a Jack Spitteri, despertaras. Bien. Sigues dormida. Qu me quieres decir? - Te ayudar, pero slo si me demuestras que mere-ce la pena. - No sers defraudada. Pero me temo que tendr que esperar hasta maana. Lo que te tengo que mostrar nos llevara mucho tiempo, y eso sera peli-groso para ti. As pues, hasta maana. Despierta! Elara se encontraba ahora de pie, en el centro de la habitacin, y delante del espejo. Michael Manson haba desaparecido. Elara estaba sola. La joven se acerc a la cama. Al ver la rosa sobre la almohada, sonri ampliamente, mostrando los dientes. - Pensndolo bien, por qu no? Elara sali del dormitorio, y baj a la cocina. La campana del Big Ben son, dando las once y media de la noche del da 24 de febrero de 1999. Tumbada en la cama del dormitorio de su casa, al tiempo que la suave brisa nocturna meca las corti-nas con romnticos sones, Elara dorma placida-mente.

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    De repente, el cristal del espejo salt en mil peda-zos. Un enorme guante blanco surgi de dentro del espejo, y agarr con fuerza a la joven; quien segua profundamente dormida. Con la atractiva joven en su poder, el guante volvi al interior del espejo, mi-entras el cristal se recompona, y volva a su estado original. Tumbada sobre un lecho de hojas secas, Elara se despert poco a poco. Estaba rodeada de oscuridad por todos los lados. La joven se puso de pie. Una fuerte brisa sopl desde todas direcciones, elevando las hojas secas que crujan bajo sus pies. Las hojas, empujadas por la brisa, giraban en el aire, rodendola. Pasados unos minutos, el viento par. Pero las ho-jas seguan girando en el aire, rodeando a Elara, quien, desconcertada, miraba a su alrededor. - Muy impresionante, Michael. Como siempre. En alguna parte, detrs suyo, un cuervo grazn. Mi-entras, la oscuridad lo rodeaba todo.

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    Captulo 7:

    Una mente, dos mentiras

    LARA SE encontraba en el interior de un oscuro bosque. Todos los rboles se erguan sin hojas hacia el cielo. La nica luz que se

    filtraba tmidamente entre las abruptas ramas des-hojadas de los rboles, provena de la Luna llena que reinaba majestuosa desde el cielo. Elara se mi-r: vesta un largo vestido negro de noche, y unos zapatos de tacn alto de idntico color. - Muy atento, Michael. Al de un rato, una fuerte brisa volvi a soplar. Un denso velo de niebla la rode, mientras enfrente su-yo apareca, surgiendo de la oscuridad, un carruaje negro. Los cuatro caballos negros que tiraban del carruaje se detuvieron enfrente de la atractiva jo-ven. El cochero le invit con un ademn a que subi-era. Mientras se diriga hacia el lateral del carru-aje, los ojos marrones de Elara observaron durante un segundo al cochero: tena la cabeza cubierta por un yelmo con forma de cabeza de guila, y tena afiladas garras por manos. La puerta lateral del carruaje se abri. Elara entr, y se dej caer sobre el asiento. La puerta se cerr, al mismo tiempo que el cochero arrendaba a los ca-ballos. Los animales comenzaron a andar. Mientras atravesaban el bosque, la chica miraba por la venta-

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    na, y vea, entre la niebla, las siluetas de unos lobos que seguan el carruaje. Transcurridos unos minutos, el carruaje se detuvo. La joven abri la puerta, y baj. Se encontraba en-frente de una impresionante mansin. El cochero arrend una vez ms a los caballos, y el carruaje se fue. Elara camin hasta la puerta. Llam varias veces, pero no hubo respuesta. Empu el pomo de la pu-erta, y, con un leve movimiento de la mueca, lo gir. La puerta emiti un chasquido, y se abri con un chirrido que helaba la sangre. La joven respir profundamente, y entr. Una vez dentro, Elara cerr la puerta. Frente a ella, unas enormes estatuas con forma de guilas vigila-ban a los extraos que entraban en la casa desde los pies de una impresionante escalera de madera. La joven comenz a subir la escalera. La madera cruja a cada paso que la chica morena daba, vigilada si-empre por las atentas guilas; quienes no le quita-ban ojo desde que haba entrado por la puerta. Tras poco ms de dos minutos, lleg al final de la escalera. Unas enormes puertas de madera marca-ban el centro de una enorme pared, en cuyos dos extremos haba dos puertas. Colgaban de la pared tres cuadros, uno al lado de cada puerta.

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    Al lado de la puerta central, un cuadro representaba a la Parca* , sujetando con fuerza a un alma conde-nada a pasar la eternidad en los dominios del dios Plutn. Los ojos de la joven miraron el cuadro, y su cuerpo se estremeci. De repente, el alma condenada que era transportada por la Parca consigui librarse de la mano opresora, y salt fuera del cuadro, suplicando a una asustada Elara ayuda. Mas la Parca, con un rpido movimi-ento, volvi a asir al alma condenada con su huesu-da mano, y la regres al aprisionamiento del cua-dro. Recuperada de este inslito espectculo, Elara, qui-en haba retrocedido unos pasos, se acerc a la pu-erta, y tir con fuerza del pomo.

    Nada.

    La puerta estaba cerrada con llave. Elara resopl, y mir las dos puertas restantes. Una de ellas era la correcta. - Pero, cul ser? La joven camin hacia el lado de la izquierda, al la-

    * Personificaciones de La Muerte en la mitologa de la antigua Grecia, eran esqueletos de ms de dos metros de altura, ves-tan una tnica negra, y vagaban por el mundo portando una guadaa en su mano derecha.

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    do de la que haba un cuadro, en el que se represen-taba a un obispo ungiendo a un caballero. El caba-llero estaba arrodillado, para que el obispo le otor-gara la uncin. Elara se detuvo delante de la puerta, empu el po-mo y lo gir. Tambin estaba cerrada. Slo quedaba la puerta de la derecha. Elara se diri-gi hacia la puerta restante, al tiempo que miraba de nuevo el cuadro: el obispo yaca sobre la verde hierba del bosque, mientras que el caballero, puesto ahora de pie, empuaba su espada, cuya hoja estaba teida de la sangre del obispo, y vigilaba cuidado-samente los pasos que daba Elara. Al lado de la puerta de la derecha, estaba en el cua-dro, como una broma de mal gusto, Michael Man-son, con la mscara blanca cubrindole la cara. Ela-ra resopl, exasperada. - Muy gracioso, Michael. Dentro del cuadro, Manson salud haciendo una re-verencia, y, con un gesto, invit a Elara a que abri-era la puerta. Elara se encogi de hombros. -Por qu no? Asi con fuerza el pomo de la puerta, la abri y en- tr.

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    En toda la habitacin no haba ahora ni una sola luz. Todo estaba a oscuras, y en silencio. El nico ruido que se oa era la respiracin de Elara. Trans-curridos unos minutos, una pequea luz apareci. La luz iluminaba el respaldo de un silln negro. Un cuervo atraves volando la habitacin, rozando la cabeza de Elara, y se pos sobre el respaldo. Grazn una vez. El silln se dio la vuelta. - Bienvenida a mi casa, bella Elara. Bienvenida a mi mundo. Michael Manson se encontraba sentado en el silln negro. La luz de una vela le iluminaba la mitad de la mscara. -No es costumbre de caballeros descubrirse ante una dama? - pregunt Elara. - Por supuesto - dijo Michael -. Qu modales los mos! Dignos del mismsimo Jack Spitteri. Lo que me lleva a tener que hacerte una pregunta: es de ascendencia latina? - Italiana. - Por sus modales, hubiera jurado que era espaol. En fin, mejor para l. Un caballero ingls siempre atiende las peticiones de una dama. La vela iluminaba ahora la mscara en su totalidad.

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    Manson se agarr la mscara con las dos manos, y se la quit. Al ver el rostro de Michael Manson, Elara cay desmayada al suelo. El cuervo grazn por segunda vez, y la luz de la vela se apag. Un borroso rostro familiar apareci ante los ojos entreabiertos de Elara, quien descansaba sobre una cama. - Ya pas - dijo una voz de hombre. -Jack? Dios, he tenido un sueo horrible! - Sigues en l, Elara. Un graznido reson en toda la habitacin. Elara abri los ojos de golpe. A su lado, sentado sobre la cama, Michael Manson la miraba fijamente. - No puede ser - dijo la joven -. Tu rostro. Es igual al de... -Jack? En esencia, yo soy l. O, mejor dicho, una imagen de l que ha creado, y que, al ser mejor que l mismo, ha tenido prisa por hacer desaparecer. -Eres igual que Jack? - Soy una imagen mejorada de l. Una copia suya

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    que le ha sobrepasado. Yo soy lo que Jack quera ser. - As que por eso me quieres - dijo, abatida, Elara -. Porque Jack tambin me quera. - Te olvidas de una cosa: este mundo es mo, esta vida tambin es ma y lo que yo pienso y mis actos tambin son mos. El primer pensamiento que tuve hacia ti fue amarte. Luego apareci Jack, y te quit de mis brazos. - No entiendo. - No me digas que todava no lo has descubierto, Elara. Me decepcionas. Pensaba que las francesas eran ms listas. - Lo somos, pero las palabras de los ingleses son enrevesadas. Qu es lo que tena que haber descu-bierto? - Antes, permteme una pregunta: recuerdas algo anterior a conocer a Jack Spitteri? Elara se encogi de hombros. - Ningn recuerdo claro. Vienen imgenes a mi mente, pero estn borrosas. Qu ests insinuando, Michael Manson? - Nada. No insino nada. Nunca insino. Por con-

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    tra, siempre afirmo. -Y qu afirmas? - Cuando Jack Spitteri me hizo aparecer, tuvo que inventarme un mundo, una personalidad, una vida... una chica. De su hbil mente transalpina sali una chica morena, con el pelo rizado, ojos marrones... Alguien, en resumen, tan perfecto que no pudo re-sistir la tentacin de quitarla del mundo inventado de Michael Manson, y ponerla en su mundo real. Elara le miraba perpleja. -Pretendes hacerme creer que yo soy una simple invencin, transportada de un mundo inventado a uno real? Ests loco! - Nos vimos por primera vez en el cementerio, verdad? - S. - Cuando te habl, mi voz te sonaba tan familiar que no pudiste controlar los latidos de tu corazn. Me reconociste. - Te confund con Jack. - Al principio, tal vez. Pero, cuanto ms hablba-mos, ms rpido sentas tu corazn. Sabes por que? Porque fuiste inventada para Michael Man-

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    son, no para ese cerdo italiano mafioso de Jack Spi-tteri. Mi corazn te pertenece. Y a m el tuyo. -Eso no es ms que una sarta de fanfarronadas, que de ningn modo estoy dispuesta a seguir aguantan-do! - Muy bien. Da media vuelta, y despierta. Prometo dejarte en paz. Elara se dio media vuelta, y cerr los ojos. Estuvo pensativa unos minutos. Una lgrima escap de sus ojos, y le recorri toda la mejilla. La joven se gir. - Todava estamos en tu sueo - dijo Manson -. Qu te pasa? Por qu lloras? -Me habras dejado de verdad? - Si no tengo tu amor, para qu volver a verte? dijo Michael. Elara sonri ampliamente, y se sec las lgrimas. -Sabes que no te volver a dejar en paz? pregun-t Manson. - Si. Con eso cuento. Elara se acerc hasta donde estaba Michael, y le dio un largo beso.

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    - Es una pena - dijo Michael -. Pero tienes que des-pertar. - No. Un poco ms. Por favor. - Lo siento. Es hora de que despiertes. Pero quiere que te quedes con esto. Michael extendi la mano, y le entreg un pequeo objeto a Elara. Los ojos color marrn oscuro de Elara se abrieron. Rpidamente, Elara abri la ma-no derecha, y mir qu le haba dado Michael. -Qu diablos? Era un anillo con dos manos sosteniendo un cora-zn con una corona. Elara lo estuvo mirando absor-ta unos minutos. Luego, se lo puso. La corona mi-raba hacia arriba. - Ms vale que esta noche me lo expliques, Man-son. Si no, lo vas a pasar mal. Elara se levant de la cama. Once y media de la maana del 25 de febrero de 1999. Elara Warren se encontraba sentada, toman-do una taza de caf en la cocina. De pronto, llama-ron a la puerta. Elara dej la taza de caf sobre la mesa, corri hacia la puerta principal, y la abri.

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    -Cielo santo! - exclam la joven -. Qu te ha pa-sado, Jack? Jack Spitteri presentaba un aspecto deplorable: lle-vaba el pelo alborotado y grasiento, una descuidada barba de cuatro das poblaba su cara, y unas enor-mes ojeras rodeaban sus ojos irritados. Su traje ne-gro estaba arrugado, y la camisa blanca estaba manchada. -Puedo pasar y contrtelo? - pregunt Jack. - Claro. Pasa. Jack entr en la casa, y se sent en el sof del sa-ln. Elara cerr la puerta y se reuni con el joven. - Bien. Cuntame. - Hace cuatro das que no duermo ni un solo minu-to. Tenas razn. Michael Manson se te aparece en sueos, y te tortura hasta volverte loco. Hace cuatro das, me encontr con l en un sueo. A la maana siguiente, fui al cementerio. -Y viste su tumba vaca? - Peor. Le vi a l. Michael Manson fuera de un sueo?, pens Ela-ra. No puede ser.

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    -Y qu te dijo? - Amenaz con hacerme pagar por lo que he hecho. Las dos veces. Tienes que ayudarme. Por favor. - Lo siento, Jack. Pero esto en un asunto entre los dos. No puedes pretender que me entrometa. Lo tendrs que resolver t solito. - Pero... - No voy a cambiar de idea, Jack. Ahora, por favor, vete. Tengo que hacer cosas. Jack se levant del sof, y se dirigi hacia la puerta. - Acabar contigo - dijo Jack -. Los sueos es el mundo que l controla. - No es mi problema, Jack. Lo siento, pero no pue-do hacer nada. - No, supongo que no. Bien, ya nos veremos. Jack se despidi y sali. Elara cerr la puerta, y re-gres a la cocina. El Big Ben son, dando las once y media de la no-che. Elara dorma placidamente en su dormitorio.

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    De repente, oy un ruido abajo, en la cocina, que la despert. Se levant de la cama. Vesta un largo vestido de noche de color negro, y unos zapatos de tacn alto, del mismo color. La joven sonri ampli-amente, y sali del dormitorio. Baj presurosa a la cocina. Vio que encima de la mesa haba una vela encendida, y dos copas llenas con champagne. A uno de los lados de la mesa estaba sentado Michael Manson. El joven vesta completamente de negro, con un traje de levita cerrada. Manson se levant, y fue hasta Elara, le salud ha-ciendo una reverencia y besndole la mano, y la jo-ven le dio un beso. - Por favor, sintate - invit Michael -. Tenemos mucho de lo que hablar, y slo tenemos este sueo.

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    Captulo 8:

    Mausoleo

    ODA LA CASA de Elara Warren yaca ba-jo una densa oscuridad. La nica luz de la casa provena de la vela que iluminaba la

    cocina desde el centro de la mesa de madera, a cu-yos extremos estaban sentados Elara y Michael Manson. La pareja se acababa de sentar hacia bre-ves instantes, y ahora ambos se encontraban cenan-do. - Veo que te lo has puesto bien - observ Michael. -Perdn? - pregunt Elara, extraada. - El anillo que te di - comenz a explicar Michael -, es un anillo Cladagh. Es irlands. Segn cuenta la tradicin irlandesa, en la mano derecha y con la co-rona hacia arriba significa que ests enamorado. Por el contrario, con la corona hacia abajo significa que no lo ests. -Y en la mano izquierda? - Que existe un compromiso de amor y amistad que nunca se romper. - Ah. Qu interesante. Elara se quit el anillo y se lo puso en la mano iz-

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    qui-erda. - Ahora est bien puesto - dijo la joven; Manson sonri -. Hay una cosa que te quiero preguntar. Manson se encogi de hombros. - T dirs. -Cmo es que Jack Spitteri te vio fuera de un sue-o? - Fue una ilusin. Me proyect fuera de su mente, y me pudo ver. Ms o menos, como hizo contigo, s-lo que a m me cort el paseo - el rostro de Elara se afligi -. Perdona. No quera recordrtelo. Es muy duro saber que slo eres una invencin. Por eso ne-cesito que me ayudes contra Spitteri. Con su muer-te, comprar vida; y cualquier rastro de que somos unas simples invenciones desaparecer. Elara estuvo pensativa varios minutos. -Me das tu palabra? - Jams te mentira. Tienes mi palabra. - Y t tienes mi ayuda. Cundo hay que matarle? - Es ms complicado que eso. Hay que matarle, s, pero no en su mundo real. Hay que hacerlo en mi mundo, en el mundo de los sueos.

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    -Por qu? No entiendo. - Fcil. Los sueos son el mundo de la memoria. Si le matamos en su mundo, su memoria no desapare- cer, y nosotros seguiremos torturados por saber que somos meras invenciones. Pero, si le matamos en el mundo de su memoria, su memoria desapare-cer, y, junto con ella, cualquier prueba de que nos haya inventado. -Y no desapareceremos con l? - T ests fuera de su memoria, y yo estoy en la tu-ya. - Est bien. Me has convencido. As que hay que esperar a que se duerma. - Exacto. Esta noche le dormiremos. As nos podre-mos enfrentar a l. Spitteri lleva cuatro das sin pe-gar ojo. No ser difcil que el sueo le venza. Esto ser lo que haremos... Los rayos del sol entraron tmidamente a travs de las rendijas de la persiana, iluminando la habitacin y despertando a Elara. Los ojos de la atractiva jo-ven se abrieron de golpe, y sali de la cama de un salto. - Pongmonos en marcha.

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    Era el da 26 de febrero de 1999. Las enormes agu-jas del majestuoso Big Ben marcaban las siete y media de la tarde, cuando alguien llam a la puerta de la casa de Elara. Tras unos segundos, la puerta se abri. Elara apareci tras ella. - Llegas pronto, Jack. Como siempre - dijo la jo-ven, con una sonrisa. - No me gusta que me esperen - dijo Jack Spitteri. El joven pas adentro. Elara cerr la puerta. - En la cocina. Elara condujo a Jack hasta la cocina. Sobre la mesa haba dos copas de vino, situadas una en cada ex-tremo. - Supongo que me explicars a qu viene todo esto. - Sintate, Jack, y te explicar todo. Jack se sent. Elara se sent enfrente suyo. - Vers, Jack. Quera disculparme contigo por c-mo me comport ayer. Lo estabas pasando mal, y no te hice caso. - Y, por eso tanto misterio? No pasa nada. No hay

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    que nada que perdonar. -Qu tal un brindis? - pregunt Elara, cogiendo su copa de vino -. Por nosotros? Jack cogi su copa, y la levant. - Claro. Por nosotros. Las copas se chocaron, y Jack se bebi el vino de un trago. Elara ech un trago, pero no se acab to-do el vino de la copa. Los dos dejaron las copas so-bre la mesa. -Sabes, Jack? Hay una cosa que tengo ganas de preguntarte: Cmo puedes ser tan miserable e hi-pcrita conmigo? Jack se estaba empezando a encontrar mareado. To-da la habitacin le daba vueltas, y lo vea todo bo-rroso. -Qu quieres decir? -Todava tienes el valor de preguntrmelo? Cerdo italiano! Lo s todo. -Todo? - grandes gotas de sudor recorran el rostro de Spitteri -. De qu demonios ests hablando? - De cmo osaste sacarme de mi mundo para traer-me al tuyo. De cmo no te lo pensaste a la hora de

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    apartarme de Michael Manson y ponerme a tu lado. - Yo... te lo puedo explicar... - Mrate. Si apenas s te puedes mantener en pie. Adis, Jack. Esta noche llega tu final. Jack Spitteri se desplom inconsciente sobre el sue-lo de la cocina. Elara sali de la cocina, subi al pi-so de arriba, y entr en el dormitorio. Se tumb so-bre la cama, y cerr los ojos. Spitteri abri los ojos, y mir nervioso a su alrede-dor. Todo estaba oscuro. De pronto, un cuervo grazn. Cientos de antorchas comenzaron a encen-derse. En el centro de la habitacin, haba una enor-me tumba de mrmol. Jack se acerc a ella despa-cio. Pronto estuvo lo suficientemente cerca como para pode leer la inscripcin.

    DE AQU SALDR LA VENGANZA DEL DIABLO.

    De pronto, la losa de mrmol que cubra la tumba se apart. Michael Manson sali del interior de la tumba. Jack Spitteri retrocedi unos pasos, asusta-do. Entre l y Manson, slo estaba la tumba. Detrs de Jack haba una espada apoyada en la pared. Spitteri se gir, y la cogi.

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    - Muy bien, Spitteri. Acabemos con esto dijo Manson, desenvainando una espada. -Michael! - grit una voz desde la entrada del mausoleo -. Espera! Michael vio a Elara correr desde la entrada del mausoleo hacia la cripta donde se encontraban. - No te lo permitir - dijo Manson, mirndole fija-mente a Jack -. Elara! Detente! No entres! Pero Elara no haca caso de lo que le deca Man-son, y segua corriendo hacia la cripta. Estaba a po-cos metros, cuando los ojos de Manson se clavaron en la joven. sta se detuvo en seco. Manson le si-gui mirando, como despidindose de ella.

    Elara por fin comprendi la mirada de Manson. - No - dijo, con lgrimas en sus ojos. Manson retir la mirada, y con un gesto cerr la puerta de la cripta delante de Elara. La joven se abalanz sobre la puerta, golpendola violentamen-te. -Michael, djame entrar! - repeta Elara una y otra vez, llorando de rabia mientras golpeaba la puerta -Djame entrar!

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    Manson suspir, y se gir hacia su rival. - Esto es entre t y yo, Spitteri. - Estar encantado de volverte a matar, Michael. No sers ms que un mal recuerdo. Igual que Elara. -Basta de charla! Michael cogi carrerilla, salt la tumba y comenz el ataque. La espada de Manson cortaba el aire, mi-entras chocaba contra la hoja de la espada de Jack, quien se defenda de las acometidas de su oponente como buenamente poda. - No me puedes matar, Manson. Conmigo, t mori-rs. - Ya lo s. Esta respuesta hizo que el rostro de Spitteri palide-ciera de repente. -Tanto me odias que prefieres morir con tal de verme muerto? - Error. Tanto la quiero que prefiero morir y dejarla tranquila. Su sitio est donde est ella. - Eso no es propio de m - replic Jack. - Lo s. Es propio de m.

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    Un rpido ataque, y la espada de Jack se parti en dos. El arma rota cay sobre el fro suelo de piedra de la cripta. - Creo que gano yo. Manson agarr con fuerza a Spitteri del cuello, y lo desplaz hasta que top con la tumba. Michael le apunt a la garganta con la punta de la espada, y re-trocedi unos pocos metros. - Aqu nos despedimos, Jack. Te ver arder en el Infierno. Jack desliz un cuchillo por la manga. El arma le cay en la mano, y lo empu con fuerza. - Despus de ti. Jack ech el brazo hacia atrs para lanzar el cuchi-llo. Se dispona a lanzrselo, pero una mano esque-ltica le cogi de la mueca, y el cuchillo vol des-viado hacia la puerta de la cripta. -Elara! Atrs! Fuera de la cripta, Elara dio un paso atrs. Poco despus, observ la hoja del cuchillo asomando a travs de la puerta. La joven lanz un grito.

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    Dentro, Jack Spitteri era fuertemente sujetado por diez esqueletos, quienes apenas le permitan mo-verse. - No te muevas dio Manson. Michael fue hacia la puerta, quit el cuchillo y re- gres. Ense el cuchillo a los esqueletos. - Ha lanzado esta arma a traicin. Ha quebrantado las reglas. Est en vuestras manos. Uno de los esqueletos se acerc hasta Michael, y mir el cuchillo. Luego, seal a Jack Spitteri. - Entiendo. Manson cogi el cuchillo, lo lanz, y se lo clav a Jack en el corazn. Los diez esqueletos desapareci-eron. Manson se acerc hasta Spitteri, le quit el cuchillo, y se lo clav cinco veces ms. La sangre de Jack salpic a Manson, quien arroj el cuerpo ensangrentado de Spitteri al suelo. Luego, se sent enfrente de la tumba, y apoy la espalda contra ella. - Es cuestin de esperar. Slo eso. Slo hay que es-perar. El cuervo grazn varias veces. Grazn una ltima vez, y sali con rpido vuelo por un agujero del te-jado.

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    Elara mir hacia el cielo, y observ cmo el cuervo se alejaba volando. -Mierda! - exclam, lanzndose con todas sus fu-erzas contra la puerta -. Maldita sea, Manson! Las grises nubes que cubrieron el cielo fueron el breve preludio a una torrencial lluvia que comenz a caer sobre el mausoleo, acompaada de un fuerte viento, ensordecedores truenos y brillantes relm-pagos; testigos mudos, todos ellos, de la incesante lucha de Elara por abrir la puerta de la cripta don-de, en su interior, Michael Manson esperaba, tran-quilo, su destino. -Djame, Elara! No hay nada que puedas hacer por m. -Yo no te dejar, Michael! No se te ocurra dejarme t a m.

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    Eplogo:

    Sueo eterno

    L FUERTE viento que soplaba fuera abri con un violento golpe las enormes puertas del mausoleo. Elara entr corriendo, pero se

    detuvo enseguida. Enfrente suyo yaca el cuerpo inerte de Jack Spitteri, cubierto de sangre. A pocos metros de distancia, apoyado contra la tumba, Mi-chael Manson, tambin empapado de sangre, mira-ba a Elara con sus ojos grises fijos en ella. Elara se acerc hasta el cuerpo de Spitteri. -Est muerto? - pregunt. Michael Manson no respondi. Sus ojos estaban fi-jos en Elara, sus pupilas dilatadas. -Est muerto, Manson? - repiti, con voz firme, Elara. Manson abri la boca, y dej escapar en un leve suspiro su respuesta. - Si no lo est, que venga Dios y luche por noso-tros. En toda la cripta reson el graznido de un cuervo. Elara corri hasta donde estaba Manson.

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    - Ests bien? - pregunt. Manson sonri levemente. - He estado mejor. Y tambin peor. Y he estado muchsimo mejor, y slo un poco peor. - Eso es bueno. No? - pregunt Elara. Manson ri. - Eso espero. Sabes una cosa, Elara? Te echar de menos. La expresin del rostro de Elara cambi por com-pleto. - No entiendo. Manson seal al cuerpo de Spitteri. - Ha muerto. Ese miserable ha muerto. Tengo que abandonar tus sueos. -Por qu? - pregunt Elara, dejando escapar unas lgrimas de sus ojos. - Te dije que comprara vida con su muerte. Tu vi-da, Elara, es la que he comprado. A cambio, con su muerte, muero yo tambin; pero esta vez para sien-pre. Nunca ms nos volveremos a ver en un sueo. Ahora, por favor, querida Elara, despierta. Deja es-

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    te lugar infernal, y deja a este pobre diablo para que muera. Despierta! Elara se despert en su dormitorio. Estaba comple-tamente a oscuras. La joven estir el brazo, y en-cendi la lmpara que tena encima de la mesilla. Le lata con rapidez el corazn, y sinti un dolor punzante en las sienes. - No saldrs de mis sueos. No te dejar. Elara se volvi a tumbar en la cama, y cerr sus ojos, con el firme propsito de dormir lo mximo posible. Poco a poco, sus pulsaciones comenzaron a bajar, el dolor lacerante de las sienes desapareci, la temperatura de su cuerpo comenz a bajar... Elara mir a su alrededor: volva a estar en el mau-soleo, en la cripta donde haba dejado a Michael Manson. El cuerpo de Jack Spitteri segua estando all. Elara le mir con desprecio, y mir a la pared que tena enfrente suyo. Michael Manson ya no es-taba. El rostro de Elara se contrist, y comenz a llorar. -Quin se ha muerto? - pregunt una voz de hom-bre enfrente suyo. El rostro de Elara brill de felicidad. Se sec las l-

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    grimas que todava corran por su rostro, y corri a abrazar fuertemente a Michael Manson. - Te dije que te despertaras - reprendi el joven -. Yo tena que salir de tus sueos, no entrar t en los mos. - Despert. Y, sabes qu? Comprend que mi sitio estaba contigo. - No podrs volver a despertarte. Es lo que quie-res? - Con todo mi corazn. - Entonces, que as sea. Michael Manson y Elara Warren se fundieron en un largo beso. Mientras, tumbada en la cama del dormitorio de su casa, al tiempo que la suave brisa nocturna meca las cortinas con romnticos sones, Elara dorma placidamente, y soaba en un sueo del que nunca despertara. Aunque, si el amor es un sueo, quin quiere des-pertar?

    Fin.

  • ndice: Prlogo: El precio de la fama......7 Captulo 1: Cansado de ser la sombra...12 Captulo 2: Visita inesperada....18 Captulo 3: La entrevista...21 Captulo 4: Cara de porcelana...30 Captulo 5: Sueos y realidad...42 Captulo 6: El concierto....51 Captulo 7: Una mente, dos mentiras....59 Captulo 8: Mausoleo....72 Eplogo: Sueo eterno...83

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