Madame Bobary versión libre e ilustrada [email protected]
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Se celebró, pues, una
boda en la que
hubo cuarenta y
tres invitados,
Habían invitado a todos los parientes de las dos familias, se habían reconciliado con los amigos con quienes estaban reñidos habían escrito a los conocidos que no habían visto desde hacía mucho tiempo
Ella deseaba un hijo; un hombre, al menos, es
libre.
-¡Es una niña! –dijo Carlos.
Emma volvió la cabeza y
se desmayó.
…y qué satisfacción para ella haberlo comprometido en una empresa de la que su fama y su fortuna saldrían acrecentadas.
El tendón estaba cortado, la operación había terminado.
Carlos pinchó la piel; se oyó un crujido seco.
apareció un espectáculo horroroso. Las formas del pie desaparecían en una hinchazón tal que toda la piel parecía que iba a reventar.
… el colega no se recató para reírse desdeñosamente cuando destapó aquella pierna gangrenada hasta la rodilla. Después, habiendo dictaminado claramente que había que amputar, se fue a la farmacia a despotricar contra los animales que habían reducido a tal estado a aquel pobre hombre.
Se repetía: “¡Tengo un amante!, ¡un amante!”,
deleitándose en esta idea, como si sintiese renacer en ella otra
pubertad.
Y fue así como se las arregló para conseguir de su esposo el permiso para ir a la ciudad una vez por semana a ver a su amante.
ÉL Comenzaba a sentirla tiránica y se sublevaba contra la absorción, cada vez mayor, de su personalidad.
“Estaré lejos cuando lea estas tristes líneas; pues he querido escaparme lo más pronto posible a fin de evitar la tentación de volver a verla. ¡No es debilidad! Volveré, y puede que más adelante hablemos juntos muy fríamente de nuestros antiguos amores. ¡Adiós!”
Un algo belicoso la ponía fuera de sí. Habría querido pegar a los hombres, escupirles en la cara, triturarlos a todos; y continuaba caminando rápidamente hacia adelante, pálida, temblorosa, furiosa, escudriñando con los ojos en lágrimas el horizonte vacío, y como
deleitándose en el odio que la ahogaba.
Giró la llave en la cerradura de la farmacia, y Emma fue directamente al tercer estante, tomó el bote azul, le arrancó la tapa, metió en él la mano, y, retirándola llena de un polvo blanco, se puso a comer a11í con la misma mano.
-¡Calma! –dijo el boticario–. Se trata sólo de administrar algún poderoso antídoto. ¿Cuál es el veneno?
Carlos enseñó la carta. Era arsénico.