Los Pelícanos Del Caudillo

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LOS PELCANOS DEL CAUDILLOManuel HarazemDe las nueve personas que esperbamos en el cuerpo de campanas a que el motor de un montacargas arrancara a sonar de un momento a otro aquella fra maana de marzo de 1971 tan slo dos de ellas carecamos de verdadera autoridad. Uno era el cmara del NODO. El otro yo mismo. La aparatosa estructura del artefacto elevador haba tardado una semana entera en ser adosada a la pared norte de la torre y nadie pareca haber derrochado un pice de dolor por ninguno de los agujeros que haba sido necesario infligirle para asegurar la perfecta sujecin a su cuerpo. Una vez terminado el montaje se cerr el cajn con dos paneles de madera oscura en sus laterales de los que se colgaron por su parte interna sendos paos rojo siena bordados en grueso relieve con los escudos oficiales de Espaa y de la ciudad de Crdoba. Para cerrar sus frentes se le instalaron dos puertas. Una interna, de fleje, metlica, que se abrira slo por arriba y otra externa, corrediza, de grueso cristal blindado, que lo hara a nivel del suelo en la Puerta del Perdn y que permitira a los exclusivos usuarios disfrutar de las vistas sobre la ciudad y la sierra mientras eran ascendidos. La base del cajn igualmente alfombrada de grueso pao rojo se nivelaba una vez arriba con el borde superior de la balaustrada a la que se haba adosado una escalerilla forrada tambin del mismo material y que descenda hasta el piso del campanario. Desde all rodeaba por ambos lados su cuerpo central hasta el escaln que daba acceso a la balaustrada sur de la que colgaba as mismo un pao ms con el escudo imperial de la Victoria bordado en oro. El motor, completamente nuevo, lo haba cedido un empresario de la construccin local que lo haba adquirido ex profeso con el fin de rentabilizarlo doblemente: como seal de adhesin al Rgimen en esta ocasin nica y para usarlo posteriormente en sus propias obras para subir materiales. Pero no se le poda llamar montacargas, sino ascensor. Ante el descuido de un operario un inspector policial de los trabajos, oculto tras una mscara de manoletinas de espejo y bigotillo fino, lo haba explicitado ntidamente en voz muy alta, para que todo el mundo lo comprendiese:

- El Caudillo no es una carga, que sea la ltima vez.

Porque el montacargas al que haba que llamar ascensor estaba destinado a l y slo l deba de estrenarlo. Las nueve personas que esperbamos all arriba en el campanario de la torre de la Mezquita-Catedral de Crdoba habamos tenido que subir andando por la estrecha y tortuosa escalera. El proceso de seleccin de los afortunados provoc una larga y cruenta lucha entre los aspirantes a quedar inmortalizados codendose con el Generalsimo en aquellas alturas y en aquel momento histrico. El espacio era limitado y la seguridad de su Excelencia exiga el mnimo indispensable de asistentes. Incluso el alcalde de la ciudad haba sido relegado A sus contenidas protestas ante el comit organizador protocolario se le argument que dado que Su Excelencia subira con el Seor Obispo y con un escolta en el ascensor y contando con el otro que vigilara arriba, su asistencia completara el nmero de 13 personas en el lugar, cantidad a todas luces impensable por el proverbial respeto supersticioso que el Caudillo guardaba a ese nmero. Lo distingu perfectamente all abajo, en el Patio, rumiando su rencor entre las dems autoridades menores y la lite cultural oficial de la ciudad. Todos diminutos, perfectamente formados haciendo pasillo al camino principal, tambin alfombrado de rojo por el que Su Excelencia se acercara a la Puerta de las Palmas tras bajar de la torre media hora ms tarde.

Un escolta armado con un descomunal gualquitalqui cumpla su misin de vigilancia junto a la escalerilla del montacargas. El cmara del NODO se afanaba en los ltimos ajustes del trpode que soportaba la enorme cmara cinematogrfica que inmortalizara el evento. Las verdaderas autoridades, formando un solo y compacto grupo, carcajeaban estentoreamente sus propias ocurrencias bajo las enormes campanas. Y yo luchaba denodadamente en mi propio rincn contra el nerviosismo que me iba atenazando progresivamente echando largas ojeadas al exterior unas veces y otras tratando de hacer sangre de humor con el estudio de las fachas y los arreos de sus uniformes militares caqui, blancos falangistas, rojos fajines unos y faldones de negros chaqus sobre grises pantalones de rayitas protocolarias otros. De sus crneos planchados, calvas relucientes y voluminosas barrigas.

Pero la temida bola de fuego termin por instalrseme en la boca del estmago y mi lengua por secarse hasta alcanzar la textura de la estopa, naturalmente descompensada por los lquidos corporales que se me escapaban por las manos que sudaban a chorros. Comprob aliviado metiendo la mano en el bolsillo que el pauelo estaba en su sitio para cuando fuera necesario secarla en el momento preciso del saludo protocolario, boque tratando de arrancarme algo de humedad del paladar y respir profunda y rtmicamente para conjurar el inminente ataque de pnico. Ms que la posibilidad de quedarme bloqueado cuando llegase la hora de cumplir con la misin por la que estaba all me aterrorizaba el desbaratamiento del plan que haba largamente amasado en la soledad de mi estudio. Mi amigo Flores, nica persona a la que haba puesto al corriente, casi consigue asustarme y convencerme de la insensatez de mi propsito. Pero al final fui yo el que lo acab convenciendo a l de que mereca la pena correr el riesgo derivado del posible fracaso del plan ante la luminosa posibilidad de un triunfo. Al fin y al cabo todo este asunto haba sido una locura desde el principio y sin embargo ah estaba yo ahora mismo aguardando mostrar el fruto de mis titnicos esfuerzos a la voluntad que lo haba consentido. Es verdad que los 17 millones de dlares que el rey saud haba puesto sobre la mesa de su Excelencia para el proyecto tras una visita al monumento en la que yo mismo le serv de gua y de providencial asesor, y su promesa de abastecernos con petrleo casi regalado durante dcadas haban supuesto un imprescindible lubricante para convencerlo. Pero el trabajo base, la confeccin de una tupida red conspiratoria, la procura del ambiente propicio para ablandar su rocoso nimo eran mrito exclusivo mo. Me haba costado dos aos recabar el apoyo de arquitectos con el suficiente prestigio, de historiadores del arte acreditados y sobre todo de las personas cercanas y con influencia en El Habitante de El Pardo. Y haba sido decisiva la intervencin del conde de la Bezoya que por influencias por m manejadas consigui deslizar suavemente en la oreja del Caudillo el huevo de mi proyecto y empollarlo con el calor de ilusin suficiente para conseguir su eclosin.

No menos arduo haba sido el reto de neutralizar las poderossimas presiones enemigas ms cercanas. Las fuerzas contrarias, el poderoso Cabildo Catedralicio fundamentalmente haban luchado con uas y dientes para hundirlo, amenazas de excomunin incluidas. Pero todas haban cesado fulminantemente con la orden de El Caudillo de llevarlo a cabo. A partir de ese momento la guerra se torn sorda y la obediencia debida asecret las presiones clericales para hacerme dao. Nunca dejaron de existir pero tuvieron que buscar retorcidos conductos ocultos para conseguirlo. Y algunos encontraron: llegaron a utilizar como municin el llanto desconsolado de mi beata madre. Pero en vano. Mi victoria estaba ah abajo, bajo mi mirada en aquel preciso momento, en el enorme hueco que en el centro justo de la Mezquita daba fe por ausencia, flanqueado an por las enormes gras, de que ah hubo durante cuatro siglos y hasta hace unas semanas una entera catedral catlica que haba sido cuidadosamente desmontada. Y eso no iba a ser todo. Su proyecto secreto que pensaba proponer al Caudillo hoy mismo por sorpresa, era pelar la torre, desenfundar el viejo alminar de Abderramn III y trasladar la estructura renacentista cristiana a hacer compaa a la catedral, que se estaba reconstruyendo minuciosamente unas manzanas ms all, en el solar trasero del palacio episcopal. Ello devolvera al entero monumento al prstino aspecto que tuvo cuando el rey castellano y sus huestes conquistaron la ciudad. Eso si los nervios no me gastaban una mala pasada.

No fueron el cultivo momentneo del orgullo de mi triunfo ni el adobo de la esperanza del xito de mi proyecto secreto los que consiguieron calmar mi desasosiego, sino la visin sorpresiva de los pelcanos. El cielo contenido en los arcos del campanario se tint de repente de un cido color violeta contra el que comenz a avanzar, recortada ntidamente, una bandada de enormes pelcanos blancos. Movan moduladamente sus alas impulsando su extrao perfil de aves prehistricas, avanzando con silenciosa lentitud por el aire congelado. Desaparecan por el lado izquierdo del campanario y volvan a aparecer por el derecho a los pocos segundos como piezas de un tiovivo o figuras de una lmpara mgica. La mansedumbre que impriman a su vuelo me fue contagiando poco a poco el nimo de manera que mi nerviosismo haba desaparecido del todo cuando el gualquitalqui del escolta crepit brevemente imponiendo un religioso silencio en los presentes. Una seal afirmativa de su cabeza seguido por el arranque del motor del ascensor provoc una reaccin elctrica en el grupo de autoridades que tomaron posiciones a lo largo de la pared derecha en riguroso orden jerrquico.

Los treinta segundos que tard en subir el ascensor los pas, absolutamente relajado, mirando los pelcanos. Slo cuando por fin ces el ronroneo del motor me acerqu al grupo, ocupando mi correspondiente ltimo puesto.

La menuda cabeza de cerncalo de El Caudillo asom tmidamente en cuanto el escolta recogi las puertas del ascensor. Sin moverla se le adivinaban los ojos tras las oscuras gafas barriendo el espacio de izquierda a derecha, como buscando algo o a alguien reconocible. Slo cuando uno de los militares le dirigi desde abajo la palabra clave, Excelenciaaaa...fue saliendo del cajn con estudiada y muy torpe parsimonia. A pesar de su vistosa ancianidad nadie os intentar ayudarle. Completamente vestido de blanco, con la pechera rebosante de gloriosa chatarra guerrera, su exiguo tamao total contrastaba violentamente con el voluminoso vientre episcopal que le serva de fondo. Dio otro paso titubeante y comenz a bajar lentamente los escalones para lanzarse de pronto a dar la mano a todos los presentes, como un autmata teledirigido. El seor Obispo le sigui descendiendo majestuosamente mientras se recoga la capa prpura con una mano y mostraba ostensiblemente el anillo de la otra para que los enfilados lo fueran besando tras el saludo. Sus ojos despedan lanzas de fuego.

Cuando me toc el turno el Excelentsimo Seor Ministro de Cultura me agarr del brazo y obligndome con un apretn a hacer una reverencia me present:

- Excelencia, el arquitecto Javier Monises, mximo responsable del proyecto, que explicar a su Excelencia los pormenores de las obras ya realizadas.

No consegu ver sus ojos tras las gafas oscuras mientras me alargaba una mano fofa y fra que permaneci inerte al estrechrsela pero me dio la impresin de que ni consigui enterarse de lo que le haban dicho. Tena los rasgos muy afilados y el labio inferior le colgaba tembloroso. Nadie hubiera pensado slo contemplndolo el infinito poder que aquel ancianito desvalido acumulaba en esas temblorosas manos.Cuando lleg a mi altura el Seor Obispo ni me mir. Me ofreci displicente el anillo y mientras lo besaba sent su mano izquierda acercarse a mi costado, deslizarse rpidamente bajo mi chaqueta, atrapar un pellizco de carne y retorcerla como se retuerce un interruptor de la luz. El agudsimo dolor me cort de cuajo la respiracin y apret los dientes automticamente por efecto de la quemazn de los lacrimales pugnando por estallar e inundar de lgrimas mi cara. Una vez pasado el obispo tras soltar mi dolorido costado pude ver por mis hmedas ranuras oculares la risa contenida del escolta trasero que se haba percibido del ataque y que me invitaba a continuar tras el prelado cabrn.

La pequea procesin se puso en movimiento bajo la atenta mirada de la enorme cmara de cine y en menos de diez pasos haba alcanzado la balaustrada sur de la torre. De nuevo la palabra mgicaExcelenciaaaasirvi de resorte para que El Caudillo subiese el escaln, se aferrara a la enguatada barandilla y se asomase al exterior. Una cerrada salva de aplausos subi directamente desde el patio como una nube de vapor asciende cuando se baldea el suelo de una calle cualquier medioda de verano. La mano del anciano se alz automtica y comenz a agitarse con un espasmo multiplicado, elctrico efecto ms que evidente del Parkinson que padeca. Los pelcanos seguan su imperturbable recorrido en redondo contra el cielo violeta y oro.El Ministro volvi a agarrarme del brazo que yo mantena pegado al dolor del pellizco y me inst a subirme al escaln a la izquierda del Caudillo, mientras a su derecha quedaba el Obispo que ahora s, me fulminaba con una mirada de acero. As que me dirig con mi mejor tono envolvente al Seor de las Espaas:

- Excelencia, tengo el honor de poder explicar a su Excelencia el estado general de las obras de purificacin de la Mezquita tembl de placer sintiendo cmo esa expresin henda como un alfanje sarraceno las carnes del Seor Obispo- que su Excelencia ha tenido la amabilidad y el acierto de propiciar y que devolvern su prstino aspecto a uno de los monumentos ms singulares y hermosos del mundo. La sala de columnas ms bella que jams un humano hubiera concebido, como acertadamente dijera un clebre historiador del Arte...

- Al grano.... -me cort dubitativo el Caudillo con una algodonosa vocecilla.- Monises, Excelencia, Javier Monises.- Pues al grano, Monises.- Bien, Excelencia, la complejidad del desmontaje de la estructura catedralicia nos ha hecho efectuarlo teniendo en cuenta un delicado juego de equilibrios para que ni siquiera un sillar supusiera el ms mnimo peligro para el perfecto sistema de compensacin de fuerzas con que el genial Hernn Ruiz lo concibi. Desde las tejas que cubren la cpula hasta...Y as fui explicando a Su Excelencia los trabajos en que llevbamos empleados desde haca seis meses para extraer piedra a piedra la monumental catedral catlica del centro de la Mezquita donde haba sido incrustada por desatinado empeo de un orgulloso cabildo catedralicio del siglo XVI.

Sin entrar en demasiados problemas tcnicos trat de conducir la explicacin a la reconstruccin y reintegro del aspecto original posterior y el deseo de contar de nuevo con Su Excelencia para la inauguracin de ambas, Mezquita y Catedral ya perfectamente separadas como dos siamesas que hubieran pasado por el quirfano.

El Generalsimo no pareca atender lo ms mnimo, ms pendiente de seguir con la mirada el vuelo de los pelcanos que de mis palabras. As que no me extra que me cortara con la mano, volviera la cabeza hacia el Obispo y le preguntara:

- Y, Su Ilustrsima, el Santsimo Sacramento ha sido correctamente trasladado?

- Correctamente, Excelencia, con todos los honores y bajo palio.

Y volvindose a m de nuevo El Caudillo me pregunt displicente:- Y existe algn peligro de que la Mezquita, una vez desmontada del todo la catedral se venga abajo como me ha indicado hace un momento su Ilustrsima?

- Imposible Excelencia. Se conservarn los potentes pilares renacentistas hasta que se reconstruyan las naves destruidas. Ni un imprevisible temblor de tierra podra daarla. Al menos no ms de lo que lo hara si no se hubiera hecho la obra.

- Bien, algo ms que aadir...? me pregunt volviendo ligeramente su cetrero perfil ms hacia m.

- Monises, Excelencia, arquitecto Monises. Pues si me permite Su Excelencia me gustara comentar a su Excelencia la conveniencia de culminar la obra con la restitucin a su estado original del alminar original del gran Califa Abderramn III, en cuya plataforma superior nos encontramos en este momento.

Una ardiente bocanada de clera procedente del vozarrn del Obispo me alcanz el rostro atravesando incluso el crneo de El Caudillo:

- Monises, no estamos aqu para eso, ni es el momento ni a su Excelencia le interesan tus delirios destructivos. Ruego a Su Excelencia que le mande callar.

Pero Su Excelencia acababa de recibir una dosis de intriga suficiente como para necesitar despejarla.

- Djelo que hable, deje Su Ilustrsima que me cuente.Su temblorosa vocecilla se volvi ms firme y adquiri un tono ms seguro, entusistico casi:- A ver, usted cree que eso sera posible? Sacar el alminar moro? Porque supongo que se tratar de un alminar moro como los que yo conoc en Tetun...

- Mucho ms hermoso que ninguno de los que Su Excelencia pudo nunca conocer. Y adems fue el primero, Excelencia. Este alminar forrado por la torre en la que estamos fue el primero completamente cuadrado del Islam, el que sirvi de modelo para todos los dems que hoy se pueden encontrar en el norte de frica. Podramos considerarlo el padre de todos los alminares africanos. Slo se trata de desmontar cuidadosamente los sillares que lo envuelven e ir descubriendo y restaurando la estructura original hasta dejarla completamente a la vista, libre, purificada de aadidos posteriores.

Con el rabillo del ojo vea al Obispo retorcerse y retorcer la capa, mostrando visibles gestos colricos y ensayando imposibles marchas con cajas destempladas. Pero all se quedara hasta que yo terminara.

- Que se haga. Pero como se caiga la torre lo mando fusilar.

No me dio tiempo a sonrer ante la macabra ocurrencia de Su Excelencia porque el estruendo lo ocup todo. Un estruendo ronco y bronco que llen por dos minutos el espacio y el tiempo, la imaginacin y la realidad. Del hueco central vaco de la Mezquita vimos salir una monstruosa nube de polvo que se elevaba hacia el cielo, pero que no impeda an la visin de los tejados del templo quebrarse y hundirse consecutivamente siguiendo la carrefilera de las naves como si de un ejrcito de fichas de domin se tratase.

El cielo se puso blanco y los pelcanos desaparecieron. Y sobre el mortal silencio que se hizo despus sobre la ruina se alz de pronto la voz del Generalsimo que con el tono exacto de los discursos de los documentales del NODO gritaba sealndome:

- Que-me-lo-lo-fu-siiii-len. Ma-aaa-na-al-a-ma-ne-ceeeer lo-quieee-ro fu-si-laaaado.

Los dos escoltas se acercaron como un rayo, transfigurados en soldados con morrin de plumas y casacas de trincheras y me atenazaron los brazos para llevarme hacia las escaleras. As, conducido a la rastra, muerto de terror, pude ver an la diminuta enfurecida, gesticulante figura de El Caudillo enmarcada por un voluminoso vientre episcopal agitado rtmicamente por unas carcajadas que dejaban entrever las podridas muelas de adicto a las delicias de obrador monjil de su Ilustrsima.

Cuando despert el Caudillo ya no estaba all.