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Los Andes como laboratorio temprano de las historias naturales y morales: Del jesuita José de Acosta al ilustrado José Ignacio Lecuanda Fermín del Pino Díaz Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Resumen: Se ofrece una consideración sobre el temprano soporte andino de un género historiográfico cultivado del Renacimiento a la Ilustración, el de las historias naturales. Su sistemática articulación con las historias morales o etnografías tempranas ocurrió originariamente en la obra del jesuita Acosta, y se divulgó extensamente hasta la obra del geólogo alemán Alejandro de Humboldt. Pero antes fue cultivado este género mixto por los ilustrados peruanos, en particular por el economista Lecuanda, cuya obra se conoce actualmente mejor. Palabras clave: Jose de Acosta, José Ignacio Lecuanda, Martínez Compañón, Historias naturales y morales, Ecología andina, Iconografía. Este texto procede de una conferencia dictada en la Escuela de Posgrado de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Programa de Estudios Andinos (Seminarios extracurriculares 2011-12, Maestría en Historia, Lima, 14 de Junio de 2011). Agradezco la invitación a su director Marco Curatola, y los comentarios emitidos entonces al P. Kleiber y a Pedro Guibovich. Fermín del Pino Díaz es investigador del C.S.I.C. desde 1976. Fue presidente de la Asociación Madrileña de Antropología (1989-93). Su campo de investigación preferencial es el Perú, en el campo de las Crónicas de Indias (Ondegardo, Álvarez, Acosta y Cobo) y ha dedicado también una atención importante a la obra del inca Garcilaso. También se ha interesado en el estudio etnográfico de las expediciones científicas y de la Generación del 98. Entre sus publicaciones recientes, Aprender e instruir en los andes, siglos XV-XVI (en coedición con E. González, Lima, Derrama Magisterial, 2013). Correo electrónico: [email protected] [Dialogía, 8, 2014, 136-161]

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Los Andes como laboratorio temprano de las historias naturales y morales: Del jesuita José de

Acosta al ilustrado José Ignacio Lecuanda

Fermín del Pino Díaz Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)

Resumen: Se ofrece una consideración sobre el temprano soporte andino de un género historiográfico cultivado del Renacimiento a la Ilustración, el de las historias naturales. Su sistemática articulación con las historias morales o etnografías tempranas ocurrió originariamente en la obra del jesuita Acosta, y se divulgó extensamente hasta la obra del geólogo alemán Alejandro de Humboldt. Pero antes fue cultivado este género mixto por los ilustrados peruanos, en particular por el economista Lecuanda, cuya obra se conoce actualmente mejor. Palabras clave: Jose de Acosta, José Ignacio Lecuanda, Martínez Compañón, Historias naturales y morales, Ecología andina, Iconografía.

Este texto procede de una conferencia dictada en la Escuela de Posgrado de la

Pontificia Universidad Católica del Perú, Programa de Estudios Andinos (Seminarios extracurriculares 2011-12, Maestría en Historia, Lima, 14 de Junio de 2011). Agradezco la invitación a su director Marco Curatola, y los comentarios emitidos entonces al P. Kleiber y a Pedro Guibovich.

Fermín del Pino Díaz es investigador del C.S.I.C. desde 1976. Fue presidente

de la Asociación Madrileña de Antropología (1989-93). Su campo de investigación

preferencial es el Perú, en el campo de las Crónicas de Indias (Ondegardo, Álvarez,

Acosta y Cobo) y ha dedicado también una atención importante a la obra del inca

Garcilaso. También se ha interesado en el estudio etnográfico de las expediciones

científicas y de la Generación del 98. Entre sus publicaciones recientes, Aprender e

instruir en los andes, siglos XV-XVI (en coedición con E. González, Lima, Derrama

Magisterial, 2013). Correo electrónico: [email protected]

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Abstract: A consideration is offered on the early Andean support of a cultivated historiographical genre of the Renaissance to the illustration, the natural histories. Its systematic articulation with the moral stories or early ethnographies originally occurred in the work of the Jesuit Acosta, and reported extensively to the work of the German geologist Alejandro de Humboldt. But before this mixed genre was cultivated by the Peruvian illustrated writers, in particular by the Economist Lecuanda, whose work is now currently known best. Key words: Jose de Acosta, Jose Ignacio Lecuanda Martinez Compañón, natural and moral stories, Andean Ecology, Iconography.

1. El papel estratégico de las tierras peruanas para la

articulación del género descriptivo.

Ya hubo problemas de abordaje exterior desde el momento mismo de la conquista del Perú por Pizarro –personaje heroico pese a sus carencias personales–. La llegada de Pizarro al imperio incaico estuvo rodeada de las máximas dificultades (vientos en contra de la ruta desde Panamá, orografía insular y costera complicada, cordilleras inmensas, etc.). La superación de estas dificultades se vio premiada con el mayor de los éxitos, en término de empresa. Al estilo de la exhibición final en la Roma imperial, de los trofeos conquistados en las lejanas Asia y África, como paso previo de su conocimiento global generalizado, los logros culturales amerindios fueron apreciados también en Europa a través de los trofeos enviados al emperador Carlos V por las tropas de Hernán Cortés (son célebres los dibujos tomados del natural por Alberto Durero). No digamos nada de la llegada del fabuloso tesoro de Atahualpa a Europa, ofrecido al conquistador por su libertad personal.

Todo lo cual solía desencadenar nuevas levas de soldados y viajeros voluntarios a las Indias. Algunos personajes bien conocidos –como el mismo Pedro Cieza– decidieron iniciar su viaje al Nuevo Mundo ante la visión de ese tesoro en Sevilla. En su caso, produjo una famosa crónica de Indias (por la que fue investido como ‘príncipe de los cronistas’ por expertos del siglo XIX). Pero la esperanza de otro éxito militar igual provocó también muchas

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iniciativas y empresas privadas: de las cuales salió el descubrimiento posterior de Chile, del Amazonas, del Río de la Plata (llamado así por la fama de la plata peruana, de Potosí), etc.

Con el nombre genérico de ‘Perú’ se conocía a todo el sur occidental del continente americano en los mapas tempranos del Nuevo Mundo. El Perú, además, con solo su nombre, era la medida del máximo valor monetario: «esto vale un Perú», o «un Potosí». Éstas eran frases proverbiales. Y el nombre de «Jauja» –escenario de la conquista sobre la hueste incaica, y primera capital del Perú– también fue símbolo paradigmático de la abundancia ilimitada e inesperada. Pero no por eso dejaba de ponderarse el precio moral pagado por este éxito: por lo que hace a los elementos dramáticos de esa conquista, tal vez no haya habido otra reacción de rechazo parecida en España: ni la muerte masiva de caciques antillanos destacada por el padre Las Casas ni las del propio Moctezuma y Cuauhtémoc provocaron el mismo efecto. Fue a la muerte del inca Atahualpa cuando se suscitan en España –de modo generalizado– serias dudas morales como para dar lugar a las famosas ‘re-lecciones’ indianas del dominico Francisco de Vitoria (1539).

Los propios primeros jesuitas que vienen a Perú tienen serias dudas de cómo tratar a tales ‘pecadores’ irredentos. También la sostenida acción lascasiana sobre el emperador Carlos produce el edicto sorprendente de las Leyes Nuevas de 1542: éstas pusieron en cuestión incluso el hecho de la ‘conquista’ (cuyo nombre mismo será desterrado del vocabulario oficial por su hijo Felipe, que suspende la institución de la encomienda de indios (del servicio personal, no el tributario). No por casualidad, Perú fue el virreinato donde el lascasismo produjo efectos mayores entre los conquistadores (que legan parte de sus bienes a los conquistados, en forma de ‘restitución’ moral obligada a la hora de morir (cf. Lohman, 1966).

Al lado de esta conciencia moral alerta, también se produjo a nivel político la rebelión total del Virreinato contra la Corona, que dio lugar a la ejecución de Blasco Núñez, el virrey que fue a imponer estas Leyes Nuevas a rebeliones tan frontales y excepcionales como la posterior rebelión de Tupac Amaru. Si se le suman ambas

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rebeliones peruanas del siglo XVI y del siglo XVIII a la provocación directa contra el poder real por parte de Lope de Aguirre y a la insurrección de Juan Santos Atahualpa en el siglo XVIII (ambas en territorios amazónicos), tendríamos que reconocer que Perú fue un ámbito colonial donde el orden político fue especialmente cuestionado y tuvo que ser defendido frontalmente. Se trataba evidentemente de un territorio muy extenso, prácticamente toda Sudamérica menos el pequeño Brasil de entonces, que significaba la culminación en la carrera de un virrey o alto funcionario allí destinado. Por ello, sufrirá en el siglo XVIII una doble amputación territorial por el norte (Virreinato de Nueva Granada) y por el sur y el oeste (Virreinato del Alto Perú y Río de la Plata), para equilibrar los territorios hispanoamericanos.

Perú, territorio inmenso también demográficamente, fue escenario original de dos tempranas obras clásicas por parte del mismo autor: del primer tratado misional moderno (De procuranda Indorum salute […], Salamanca, 1588), así como de una de las historias más fructíferas como modelo descriptivo de las diferencias americanas (naturales y culturales). Ambas obras a cargo del jesuita José de Acosta, poco separadas en el tiempo, ejercieron una prolongada influencia y sirvieron de pauta real de orientación no solamente al Virreinato del Perú –por cerca de tres siglos, hasta la Independencia– sino también en el otro gran virreinato, el mexicano: de hecho, las actas del III concilio de México de 1585 fueron consultadas y anotadas por el padre Acosta, a su paso hacia España (1586-7), y luego la edición de la historia acostiana fue obra reiterada del historiador mexicano Edmundo O’Gorman, al contrario que en su territorio peruano originario, donde se gestó.

2. Conexión peruana con las Relaciones Geográficas de Indias

Pero nos interesa ahora, mucho más que una obra singular, la

evolución general del proceso descriptivo del territorio andino; porque el conocimiento del Perú es contemporáneo de sucesos íntimamente relacionados con la historia temprana de la ciencia geográfica. La Corona (sospechosa de la capacidad de los

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conquistadores para hacer del Nuevo Mundo un territorio autónomo, y alertada contra ello desde el principio, en el mismo pleito contra Colón y sus privilegios) necesitaba urgentemente informes fidedignos de un mundo nuevo e inmenso que se multiplicaba a velocidad vertiginosa, si quería gobernarlo a distancia y sin ejército: ¿a quién confiar la empresa militar de enfrentarse al ejército privado, dueño de la tierra, sin que luego se alzase a su vez contra la lejana metrópoli? Por ello, la metrópoli se vio obligada a aumentar su información del escenario a controlar estableciendo la norma –por vía de capitulación o contrato– de que los visitantes del Nuevo Mundo autorizados a representarle le informasen puntualmente de las novedades halladas y que lo hiciesen metódicamente, de acuerdo a una minuta o esquema de información: a ese esquema de información sobre el terreno se le llamó relación o, más arcaicamente, «relación de la tierra», y para promover su posible articulación con otras noticias se hicieron cuestionarios o ‘interrogatorios’ adecuados.

Pues bien, uno de los primeros a quien se pidió formalmente en 1534 esa información reglada fue al obispo de Panamá Tomás de Berlanga, justamente sobre el Perú recién descubierto, a donde se dirigió a poner paz entre Almagro y Pizarro. De otra parte, las «relaciones geográficas de Perú» son las que primero fueron conocidas por el mundo gracias a los oficios del naturalista e historiador D. Marcos Jiménez de la Espada (1881), quien estableció como axioma la precedencia (temporal y paradigmática) de las relaciones geográficas indianas sobre las hispanas. Efectivamente, después de organizar la información indiana en el mismo castillo de Simancas (Valladolid), desde el periodo de Felipe II, se almacenará la información sobre los reinos de Castilla en este mismo medio inquisitorial: Simancas, de donde saldrá luego principalmente la documentación del Archivo General de Indias, dos siglos después (desde 1785), de tal modo, en Simancas quedará solamente la información castellana.

Además de edificios donde almacenar la información escrita reunida, se nombran personas específicas para elaborar esta documentación indiana, llamados ‘cronistas’ y ‘cosmógrafos’. Fue

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en 1532, precisamente el año de la conquista peruana, cuando se estableció el cargo de ‘cronista de Indias’, en la persona del madrileño Gonzalo Fernández de Oviedo, para que reuniera estas relaciones de la tierra en una ‘historia natural y general de las Indias’, cuya primera entrega se publica en 1535. Como indica el título mismo de su obra, la historia general de los hechos hispanos en España y las Indias se veía acompañada de un apartado definitivo como ‘historia natural’, en que el autor debía incorporar la información geográfica, la de los recursos naturales y de la población aborigen.

Perú no solamente fue un lugar pionero para favorecer el descubrimiento sistemático de sí mismo, por su propia magnitud y distancia, sino que sirvió también para la generalización global del proceso una vez encontrado el método adecuado. Desde Perú, se descubren pronto los orígenes del Amazonas, del Chaco, de Chile y del mismo Río de la Plata; desde allí, salen numerosas embarcaciones para hallar nuevos pasos marinos por el Estrecho de Magallanes: comenzaba con García Jofré de Loaisa en 1525-26 y la armada del obispo de Coria Gutierre de Vargas Carvajal en 1539, luego la de Fernández Ladrillero en 1557-58, y finalmente el largo viaje de Sarmiento de Gamboa en 1579-83. Éste fue el primero en probar un nuevo paso del estrecho de Magallanes, labor en que proseguirán los holandeses e ingleses. Es evidente que los ingleses conocieron sus informes cuando le tuvieron preso (1586-87), como reconocieron el mismo Walter Raleigh en su siglo, y luego otros navegantes ilustrados1.

Una de las empresas apologéticas más logradas de parte de la intelligentzia en lengua hispana, dentro del contexto europeo de viajes del siglo XVII, tiene una relación profunda con el Perú. Me refiero al texto Epítome de la Biblioteca oriental y occidental, náutica y geográphica (Madrid, 1629) del abogado de Lima Antonio de León Pinelo (1590-1660). En ella se informa de toda la producción hispana de viajes sobre las Indias (orientales y occidentales, de mar o interior) con

1 Ver las opiniones de su traductor inglés R. C. Markham, 1895, y del académico

español de la Historia C. Fernández Duro, 1896, comentando esa traducción.

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una precisión y riqueza inigualada entonces: se haría en el siglo XVIII una edición ampliada por el académico González de Barcia (1737-38), y actualmente todavía se han reeditado nuevamente en su forma primitiva como «la primera bibliografía del Nuevo Mundo» (Millares Carlos, 1958), e igualmente en su forma ampliada (H. Capel, 1982). León Pinelo, largo tiempo residente con su familia en el virreinato peruano (1604-21), consideraba que en el Perú selvático se encontraba nada menos que el paraíso terrenal, y su

obra al respecto (El Paraíso del Nuevo Mundo) nos fue conservada gracias a otro peruano venido luego a España, Eusebio Llano Zapata.

En todo caso, fueron los virreyes peruanos unos funcionarios muy activos en la producción del coleccionismo real austriaco, especialmente los virreyes Antonio Mendoza (ya incluso desde su cargo anterior en Nueva España) y Francisco de Toledo. Lo mismo volvió a ocurrir en el periodo ilustrado, ya que los dos Museos de Historia Natural, que se crean en Madrid en el siglo XVIII (una en 1752 por Antonio de Ulloa, y la otra en 1776 por Franco Dávila), parten de iniciativas directas del virreinato peruano (Villena et al., 2009). El virrey Amat activa también, en 1770, el envío de cuadros de mestizaje y de frutas naturales para el gabinete de historia natural del Rey, así como expediciones marinas a los mares del Sur (Natalia Majluf, 2000; Pilar Romero de Tejada, 2003). Y no solamente el virrey y otras autoridades provinciales se ofrecen al servicio real (como el corregidor de Trujillo Feijóo de Souza, amante de las antigüedades), sino también el propio Obispo de Trujillo Martínez Compañón envía una colección famosa de ‘antigüedades’ y producciones naturales y sociales de su obispado, acompañado de unas magníficas ‘ilustraciones’, las únicas que hoy se conservan completas y se publican con lujo de impresión.

Naturalmente, las peticiones desde la sede metropolitana de informes a distancia y de objetos fueron complementados in situ, con viajes oficiales a Ultramar. Y en esto, el virreinato peruano volvió a ser durante el siglo XVIII, un pionero del resto del Nuevo Mundo y aún del orbe conocido. Recuérdese la visita del Ecuador americano en 1735 por parte de la expedición de la Academia de

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Ciencias de París para medir la longitud del ‘arco del grado’, simultáneamente a la expedición a Laponia: en aquella destinada al virreinato peruano fueron también agregados dos jóvenes guardiamarinas, Ulloa y Jorge Juan quienes, a su vuelta, fueron nombrados miembros de la Academia de París y de la Royal Society de Londres. De otra parte, ellos dos solos también revolucionaron el panorama científico hispano, encargándose de fundar diversos museos y otras instituciones científicas (Academia ‘literaria’ de Cádiz, por ejemplo), y de propiciar el fomento decidido de expediciones científicas: poco antes de morir (1795), Ulloa fue nombrado mentor de su viaje por el marino Malaspina, émulo de Cook, y fue él quien probó en el golfo de Cádiz las corbetas Descubierta y Atrevida (llamadas así en réplica de las naves Discovery, Adventure y Resolution del capitán Cook).

Muchas de las expediciones españolas de descubrimiento del Pacífico salieron de Perú (Mendaña, Quirós, Haedo, Bonaechea, etc.) en busca de los diversos ‘mares del Sur’, que no quedaron bien señalados sobre el mapa sino después de mucho tiempo (en particular, hasta las tres gloriosas circunnavegaciones del capitán Cook). Se ha conocido bien la conexión con México del galeón de Manila, que se trataba principalmente del viaje ‘de retorno’ a América y España; pero los frecuentes viajes ‘de ida’ al Pacífico desde Lima crearon también el conocido triángulo comercial entre Lima, Manila y México.

De entre los viajes marinos de descubrimiento del Nuevo Mundo, relacionados con Lima, el viaje emprendido por el limeño Juan Francisco de la Bodega y Quadra contribuyó al establecimiento de una cartografía definitiva de la Costa Noroeste norteamericana, y que llevó a estampar su nombre sobre la isla de Vancouver, inscrita originalmente como «Quadra y Vancouver» (Bernabeu, 1990). En el referido viaje se agregó el naturalista mexicano José Mariano Moziño, otro criollo notable al servicio de la administración ilustrada y de la ciencia, como lo fueron también el muy conocido limeño Pablo de Olavide, el colombiano Francisco Antonio Zea (que fue posteriormente director del Jardín Botánico de Madrid) o el guatemalteco Pineda, botánico principal de la

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expedición de Malaspina.

3. Las historias naturales y morales como género histórico. La obra de Acosta y su relación con la crónica metropolitana

Ahora, nos interesa especialmente la relación que tienen estos

proyectos científicos con la alianza creada por el padre Acosta entre la historia natural y la moral, y su adaptación al campo andino. Como he querido mostrar en un trabajo publicado en la revista Histórica de la Pontificia Universidad Católica del Perú (Del Pino-Díaz, 2000), el concepto manejado por el jesuita tiene una cierta raigambre tradicional, tanto dentro de la cosmografía de la metrópoli madrileña como en la instaurada desde Roma por la Compañía de Jesús. Todos insistían en que las noticias que se recibían desde las partes lejanas debían contener una parte natural y otra parte moral, dando a entender la enorme curiosidad con que se recibían los informes de cualquier tipo. El Viejo Mundo no tenía necesidad de esa indicación geográfica-natural, puesto que ya conocía el territorio y los productos que circulaban de un extremo al otro en el universo. Es la novedad de los antípodas (cuya mera existencia ponían en duda algunos cosmógrafos tradicionales) lo que obliga a ‘replantear’ el conocimiento de la nueva humanidad como parte del mundo conocido. Y por eso, tal vez, son enviados sucesivos cuestionarios por ambas administraciones (la madrileña y la romana jesuita) que introducen por primera vez el concepto de ‘contexto geográfico’. El especialista en historiografía, Edward Feuter, fue el primero que destacó, en 1911, hace poco más de un siglo, que la renovadora historiografía italiana renacentista no se ocupó del paisaje y los recursos naturales de un territorio hasta recibir la influencia en ese sentido del conocimiento de nuevas tierras indianas. La consciencia de la importancia ‘ecológica’ en la descripción histórica renacentista se la atribuye precisamente a las crónicas de Indias, a partir de las cuales se altera el sistema historiográfico:

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Los descubrimientos y las conquistas en América plantearon a la historiografía un problema enteramente nuevo [...] Lo que les interesaba [a los lectores] no eran tanto los detalles de la conquista como los pueblos y los países maravillosos descubiertos por los europeos [...] Deseaban descripciones y cuadros [...] Únicamente después del descubrimiento de América y de los primeros relatos acerca del Nuevo Mundo, se adoptó la costumbre de iniciar las historias de los pueblos europeos con una descripción detallada del país y de sus habitantes [...] Es así como el interés etnográfico despertado por el descubrimiento de América ejerce su acción sobre la historia de Europa2.

Esto tiene que ver íntimamente con la nueva categoría de ‘historia natural y moral’ que introduce el padre Acosta –heredada en parte de la tradición clásica, la pliniana– con la que se plantea el Viejo Mundo la nueva descripción humanista del Mediterráneo y su ecúmeno (que es la que introduce de modo tentativo en el Nuevo Mundo gentes como Pedro Mártir, Páez de Castro, Alonso de Santa Cruz y López de Gómara). Pero, a partir de ahí, se impone el esquema de las historias naturales y morales (de tipo jerarquizado), con gentes de experiencia indiana como Fernández de Oviedo, Agustín de Zárate, Cieza de León, López Medel y, sobre todo, Acosta. Se jerarquiza porque ya no se trata solamente de describir nuevas tierras y seres naturales, sino de establecer una articulación entre todos ellos: unos al servicio de los otros o en competencia, por lo que son comparados minuciosamente para establecer su identidad. Esto dará lugar a una taxonomía tentativa que luego permite un ordenamiento interno entre todos ellos, lo que reclamará luego una descripción más sistemática y el trazado de una ‘historia del ser’: todo lo cual va a llevar insensiblemente a plantear problemas muy modernos, como el de géneros y especies, y el de evolución

2 Edward Feuter, 1911. Se tradujo en la editorial mexicana Nova, que fue creada

en 1943 por el exilado gallego Luis Seoane, amigo de Julio Cortázar.

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y jerarquía dentro de la cadena del ser. O incluso a resolver el mismo problema de la supuesta relación de contigüidad geográfica entre el Viejo y el Nuevo Mundo (puesto que se trata de un mismo mundo y no de dos, el viejo y el nuevo, como plantearon el inca Garcilaso y su predecesor Gómara). Véase solamente una muestra de la complejidad del mundo descubierto, en una cita general de carácter introductorio del texto acostiano, cuando presenta el panorama de su índice de materias:

[...] aunque hay otros muchos géneros, a tres reduciremos esta materia: que son metales, plantas y animales. Los metales son como plantas encubiertas en las entrañas de la tierra, y tienen alguna semejanza en el modo de producirse, pues se ven también sus ramos y como tronco de donde salen [...] y en alguna manera parece que crecen los minerales al modo de plantas [...] porque de tal modo se producen en las entrañas de la tierra por virtud y eficacia del sol y de los otros planetas, que por discurso de tiempo largo se van acrecentando y cuasi propagando […]. De suerte que la tierra estéril y ruda es como materia y alimento de los metales; la tierra fértil y de más sazón es materia y alimento de plantas; las mismas plantas son alimento de animales, y las plantas y animales alimento de los hombres: sirviendo siempre la naturaleza inferior para sustento de la superior, y la menos perfecta subordinándose a la más perfecta (Acosta, libro IV, cap. 1).

La problemática densa que plantea este tipo de indagación combinada de ambas historias (natural y moral) excluye de algún modo introducir el tema de la historia política cristiana, y por eso el padre Acosta puede prescindir de la historia española en su obra, dedicada enteramente al Nuevo Mundo: solo él y otros pocos entre los cronistas (Tovar, Sahagún o Durán en México, y Polo o Betanzos en Perú) parecen desentenderse de la historia cristiana posterior porque se concentran en las cosas naturales y morales propias de las Indias. Y en este campo se ocupa tanto

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del Perú como de México, e incluye varios capítulos dedicados a los reinos de China y Japón (que ya desde su tratado misional consideraba buenos modelos culturales, a los que debía adaptarse en América para decidir el método evangélico apropiado).

Tampoco parece concentrarse solamente en una descripción parcelada, de tipo regional y monográfica de estos reinos. De modo novedoso, hace primar un orden temático (de la geografía a la historia natural, y luego de la religión a la historia política) sobre el geográfico, si bien queda una persistente estela geográfica a lo largo de la obra (permanentemente se ordenan las plantas y animales del Nuevo Mundo y del Viejo, y se comparan los hombres de México y los peruanos). Ahora bien, si lo geográfico no manda sobre la vertebración descriptiva, sí ejerce una gran influencia sobre la teoría: de esta manera, los animales y plantas soportan en su obra una larga discusión para saber por dónde hayan pasado del Viejo al Nuevo Mundo, dada su estructura semejante (aunque algunos especímenes cercanos entre sí más bien podría pensarse de su paralelismo supuesto a la semejanza del huevo y la castaña: lo que dice varias veces).

En el caso de los hombres, la culminación de la cadena natural del ser americano, también se discute si hayan pasado al Nuevo Mundo por tierra, mar o aire; pero se compara asimismo si son superiores los mexicanos o los peruanos (y en qué materias, las religiosas o las políticas), y qué haya influido en ello su riqueza natural, su ubicación geográfica o la pura habilidad de los hombres. Según la teoría jesuita del libre arbitrio, que Acosta sigue, el mérito de los hombres no se debe a su superior naturaleza sino a sus orientaciones culturales y a la educación recibida (a lo que dedica justamente un capítulo de su tratado misional)3. Lo que ocurre es que esta diferente evolución moral de los grupos humanos se compara en esta obra con las condiciones derivadas de la naturaleza, y en algún caso le sirve para ponderar el mérito mayor de los alto-

3 Libro I, Capítulo VIII. La rudeza de los bárbaros nace no tanto de la naturaleza

cuanto de la educación y costumbres («Barbarorum ineptitudinem non tam a natura quam ab educatione et consutudine proficisci») (Acosta, 1984: 148-149).

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andinos sobre los bajo-andinos, dada su sobriedad y espíritu comercial (en lo que sigue a Polo Ondegardo, su fuente andina principal).

Acosta sufre por la elevada verticalidad andina (recordando su Tierra de Campos originaria, casi totalmente plana)4 y llega a serle imposible subir nuevamente a los Andes, luego de sus tres prolongadas excursiones al sur del Perú (1574, 1576 y 1578). Por ello, pide, mediante cartas a Roma de 1580, regresar a la península ibérica. Describe con nitidez en la Historia su primera impresión del ‘soroche’, en el capítulo del aire, y lo compara con otras posibles ‘excursiones’ de sierra, como los Alpes: aunque no los atravesó personalmente, en alguno de los dos viajes a Roma debió percibirlos claramente desde Génova, o tal vez oyó hablar de ellos a otros viajeros. Por esa reflexión comparada será recordado hoy, hasta el punto de haberlo erigido en patrón de la aviación civil. Tomo algunas citas disponibles en línea, que muestran claramente su antigua autoridad en el tema:

El enrarecimiento progresivo del aire al aumento de la altitud fue descrito 58 años antes que Pascal por el español José de Acosta, al atribuir la «sutilidad atmosférica» al mal de montaña […] En resumen podemos decir que el relato del jesuita Acosta, es la primera descripción clínica del soroche o Mal de Altura Agudo […] La Biología espacial empieza con José de Acosta, quien describió el mal de altura en 15905.

4 «Tiene también casi cuanta tierra yo he visto en Indias vecindad de sierras altas,

por un cabo o por otro: y algunas veces dije allá que deseaba verme en parte donde

todo el horizonte se terminase con el cielo y tierra tendida, como en España en mil

campos se ve» (Acosta, 2008: 87a) (Libro III, cap. 1, «De la cualidad de la tierra de

Indias, en general»).

5 Ver http://www.rinconsolidario.org/meteorologia/webs/atmpre.htm Igualmente «Las Investigaciones de la altura en el Perú», de David Frisancho y Oscar Frisancho, http://www.upch.edu.pe/famed/revista/index.php/ RMH/article/view/

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Pero, en realidad, el mérito es solo a medias del autor y, asimismo, a medias del nuevo territorio. Perú fue para el padre Acosta –como para muchos otros, antes y después– un laboratorio o campo de ensayo para llevar a cabo posteriormente otra empresa teórica mayor, más general. Las dificultades y peculiaridades naturales del mundo andino habían desencadenado de parte americana respuestas humanas proporcionales al reto: así provocaría luego la admiración de los europeos inteligentes el uso de la tierra en alturas por encima de 3, 500 m.s.n.m. con cultivos y sistemas originales de ganadería. Admiración y perplejidad normales ante fenómenos del todo impensables en la naturaleza europea: por ejemplo, ante las soluciones al desconocido problema del soroche, o mal de altura, junto al aprovechamiento de recursos de diferentes niveles dentro de una ‘economía vertical’ (tan enfatizada por el profesor J. V. Murra); así como también ante la particular 'geografía de las plantas' repartidas en tres grandes sistemas ecológicos (costa, sierra y selva); ante el hallazgo de numerosas plantas desconocidas y de uso variado (coca, quinua, papa, etc.); o también ante la existencia de vetas minerales riquísimas (previamente usadas por los incas, y multiplicadas posteriormente gracias a la vecindad de las minas de mercurio), etc.

Todo ello, sin contar con el fenómeno singular del sistema imperial incaico, que no solamente ocupaba bajo su atento control miles de leguas hacia el Norte y el Sur sino que usaba elementos políticos de un modo novedoso: algo que interesaba especialmente a los españoles, vanguardia política en la Europa del estado moderno con los Reyes Católicos (por ejemplo, el de la propiedad colectiva de los medios de producción, complementada con argumentos religiosos como instrumento en favor del propio poder político). Todas estas novedades naturales y sociales pusieron a testigos privilegiados como el padre Acosta ante la necesidad de formular comparaciones con el Viejo Mundo y reflexiones

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tentativas capaces de incorporar tanta novedad de elementos y, sobre todo, su combinación original de elementos. 4. Eco de la obra Acosta en la cronística criolla

No quiero dedicarle mucho espacio a este apartado, porque no quiero tratar más de la obra acostiana sino de un epígono ilustrado de la misma, de un hombre cercano al conocido obispo de Trujillo, Martínez Compañón: el economista José Ignacio Lecuanda. Fue también, por sus propios méritos, un hombre eminente, miembro de la peruana Sociedad de Amantes del País, pues ha editado varios ensayos dentro de su órgano de expresión: el Mercurio Peruano, y ha colaborado con las autoridades peruanas y españolas, como lo hiciera antes en el mismo país el jesuita Acosta (asesor estimado de oidores, virreyes y arzobispos, y creador con su ayuda del Colegio de San Martín). Llegó Lecuanda a ser asesor estrecho del virrey Gil de Taboada y Lemos, como su compañero del Mercurio: Hipólito Unánue, y debió tratar asimismo varios miembros de la expedición Malaspina (como Tadeo Haenke y Felipe Bauzá, de quienes toma datos y dibujos). Terminará su vida en la Península colaborando con el privado real Manuel Godoy, que acepta el ofrecimiento personal de sus estudios peruanos al Rey, le manda a recorrer los gabinetes de historia natural de Madrid y París y, finalmente, le autoriza a componer un magnífico cuadro ilustrado, que compite con los dibujos del obispo de Trujillo, y es también donado a una Secretaria real (de Hacienda)6.

Trazar la conexión entre Acosta y Lecuanda no costaría mucho, ni tampoco entre el jesuita y el obispo Compañón. A pesar de la distancia temporal que los separa, y del enfrentamiento obligado entre jesuitas e ilustrados tardíos, es un hecho que son perfectos continuadores uno de otro. El convictorio carolino sucede a los colegios de San Pablo y de San Martín, en el que dio clases el padre

6 Recientemente se ha publicado en Perú un estudio colectivo de este cuadro de

Lecuanda, con reproducciones detalladas y diversos ensayos desde distintas disciplinas. Ver F. del Pino (2014).

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Acosta. El obispo Compañón se ocupó de un concilio limense como Acosta, fundó instituciones pedagógicas como su antecesor jesuita, recorrió el país aprendiendo sus secretos y proponiendo soluciones económicas a sus problemas. Estoy seguro que lo tuvo como lectura de cabecera, aunque no lo cite. Pero, sobre todo, al igual que su pariente Lecuanda, elaboró un informe minucioso compuesto de dos partes claras, que distingue sus escritos como pertenecientes al mismo género mixto: la historia natural y moral7. Una historia que comienza con los minerales, sigue con las planta y se corona con el estudio de los animales y del hombre.

Este doble nombre inicial (natural y moral) tendría el valor de ser un género de escrito muy imitado a partir de entonces, no solamente por obra de misioneros sino también de viajeros y naturalistas humanistas e ilustrados hasta principios del siglo XIX. Más tarde sería sustituido con otros nombres equivalentes (historia física o natural; historia moral o civil o política; historia geográfica, topográfica o corográfica). El título puesto al cuadro peruano a cargo de

Lecuanda (Historia natural, civil y geográfica del reino del Perú) que hemos mencionado pertenece claramente a esta antigua tradición binomial y, de hecho, remeda el usado pocos años antes por escritores jesuitas ilustrados, seguidores del padre Acosta: ya sea antes de su destierro de la monarquía hispánica para describir el Orinoco por parte del jesuita valenciano José Gumilla, o de los padres exilados Juan Ignacio Molina y Felipe Gómez de Vidaurre

7 En carta al virrey Teodoro de Croix, de 25 de julio de 1785, dando cuenta de su

larga visita al obispado de Trujillo, le explica su propósito de «formar una historia completa de esta diócesis, intitulándola así: Museo Histórico, Físico, Político y Moral del Obispado de Truxillo en el Perú» (Ballesteros, 1997: 139). Al mismo tiempo, forma una colección de minerales, plantas y animales, junto con ceramios antiguos locales, que enviará al Gabinete real de historia natural. Éstos se conservan actualmente en el Museo de América de Madrid, mientras que sus famosos dibujos a color se conservan en el archivo del Palacio real, y se pueden consultar actualmente online. Parte de este códice quedó en copias en la Biblioteca Nacional de Colombia, de donde Compañón fue nombrado arzobispo, y 120 láminas sueltas fueron compradas por el Banco Continental de Lima en 1984, y se conservan en Perú.

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para Chile8. Algunos de ellos fueron animados a traducir luego sus

obras al español por el mismo patrono del cuadro, Manuel Godoy, para servir del mismo modo la tradición cultural moderna9.

No es el momento de ofrecer un análisis del binomio natural/moral en Acosta y en la historiografía jesuita de la época, aunque haya que referirse a ella, porque se trata efectivamente de una producción típicamente jesuita –que titularon normalmente así

sus obras indianas (desde finales del siglo XVI a fines del siglo XVIII)–, y que se hallaba directamente conectada con las dos categorías aristotélicas traducidas axiomáticamente por la

escolástica humanista de los jesuitas (obras de la naturaleza y obras del hombre).

Lo que nos ofrece este modelo descriptivo enciclopédico (dentro del cual cabe una etnografía ortodoxa, en términos de jerarquía creciente (ubicada entre la historia de los animales superiores del Nuevo Mundo y la de la llegada occidental)10 es todo un cuadro global de la naturaleza y la sociedad concreta, que atribuye a cada tema un lugar apropiado, susceptible de un análisis ‘racionalista’ (ritos, sacrificios, dioses, etc.). A su vez nos permite, por un lado, incluir reflexiones orgánicas que favorecen la comparación

8 Historia natural, civil y geográfica de las naciones situadas en las riveras del río Orinoco, del

padre Joseph Gumilla (Madrid, 1745), Historia geográfica, natural y civil del reino de Chile,

del padre Felipe Gomez de Vidaurre (1776, editada en 1789), y Compendio della storia

geográfica, naturale e civile del regno del Chile (Bolonia, 1776), del padre Juan Ignacio Molina.

Otra obra homónima jesuita es la de Filippo Salvatore Gilij (1780-1784): Sagio di storia

americana; o sia, storia naturale, civile e sacra de regni, e delle provincie spagnuole di Terra-Ferma

nell' America Meridionale descritto dall' abate F. S. Gilij (Vols. 1-4), Roma, Perigio.

9 Al repasar las Memorias de Godoy (Carlos Seco, 1956, 2 vols.), a través de sus más de 1000 páginas, se aprecia una especial atención a las traducciones y viajes de pensionados al extranjero, con intento de poner a sus compatriotas al día del conocimiento producido fuera, y especialmente de los jesuitas expulsos, con conciencia de rescate nacional. Sorprende, por ejemplo, la asiduidad con que sigue Manuel Godoy la evolución del «Catálogo de las lenguas» del jesuita expulso Lorenzo Hervás.

10 La etnografía comparada de Acosta sobre México y Perú se ubica en los libros de historia moral (V-VII), tras los 4 de historia natural, y antes de mencionar la llegada cristiana, apenas esbozada al fin del libro.

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sistemática entre los seres específicos de un lugar y los de otros lugares, dentro de una filosofía del ser jerárquica y evolucionista (al mismo tiempo que funcionalista, por la 'ratio' teleológica que le define, estando cada ser inferior al servicio del superior: todo al servicio del hombre), por otro lado, es capaz de ofrecer descripciones detalladas (acompañadas a veces incluso de gráficos)11. Como se ve, la iconografía que caracteriza la obra ilustrada de Compañón y Lecuanda estaba implícita en su precedente jesuita.

Aunque merezca un espacio mayor que la simple mención, tal vez debe decirse también ahora –de modo breve– que este modelo naturalista de la historia moral, arbitrado por letrados humanistas y misioneros, será empleado masivamente por los viajeros ilustrados, muchos de los cuales (Hans Sloane, Linneo, Humboldt, Darwin, etc.) redactan una historia moral al lado de la natural. De todos los cuales solo cabe destacar hoy la obra humdoldtiana, no solo por lo que tiene de modélica su empresa (financiada por él mismo, realizada a la luz de toda Europa sin secretos y, finalmente, editada también por él mismo, con todo lujo y publicidad), como también por el apoyo generoso recibido de la Corona española y de los diferentes gremios hispanos y criollos consultados (autoridades políticas, misioneros, botánicos, oficiales de marina, ingenieros, etc.). El autor no era solo un escritor experimentado, paradigma del viajero ilustrado y buen observador (privilegiado «testigo del mundo», como diría Juan Pimentel [2003]), sino también era un lector obsesivo, que supo reconocer la precedencia de otros como los cronistas indianos y, en particular, del padre Acosta. Y ello ocurrió precisamente por esta concepción globalizante que compartían ambos (ubicando la historia moral dentro de la natural

11 Para una descripción más precisa del género de las historias naturales y morales,

ver Del Pino-Díaz, 2001. Sobre la relación entre estos escritos y la iconografía

americana, ver mi edición de Acosta (2008), que incluye los dibujos añadidos por

Teodoro de Bry a la edición de Acosta en latín y alemán (1602) y los ofrecidos por el

padre Tovar en su historia antigua de México, fuente clave de Acosta (Lafaye, 1972).

Para la relación entre este texto y su versión ilustrada alemana, véase Del Pino-Díaz

2009.

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y geográfica), que le permitió llamarle reiteradamente su ‘precursor’ como teórico de la física del globo (en Cosmos, sobre todo, y, antes, en su Examen critique de l’histoire de la Géographie)12.

En este recorrido extraperuano participaron también peruanos como Bernabé Cobo, seguidor estrecho del padre Acosta, pero no conocido hasta el siglo XIX (parcialmente por el botánico Cabanilles y del todo por el naturalista Jiménez de la Espada, devenido luego gran etnohistoriador andinista). Espada quiso contrapesar la autoridad indudable del inca Garcilaso (no interesado especialmente en historias naturales, pero sí en la exaltación jesuita de los incas, y respetado en ello por el propio jesuita Cobo), eligiendo al joven Cieza de León como nuevo ‘príncipe de los cronistas’ por su supuesta neutralidad cultural. Otro seguidor estrecho de esta escuela de historias naturales y morales, León Pinelo, como el peruano Llano y Zapata, emplea el modelo de Acosta, pero lo acompaña en cierto sentido de cosas propias: de un énfasis en las cosas notables en la línea maravillosa de su ideal, y en numerosas notas de glosa detenida, comentando su propia opinión de cada cosa. Su glosa contiene una huella de su formación jesuita y escolástica, pero también el carácter autodidacta y replicante de su escritura.

Habría que ver detenidamente las lecturas internas que unos hicieron de los otros y lo que tomaron realmente de ellos, aparte las citas, cosa que no es éste el lugar y ocasión. La huella indigenista de Acosta e, incluso, de la estela humboldtiana, la noto más en Lecuanda que en el mismo Unanue, tan sensible a los argumentos climatológicos pero poco simpatizante del

12 Para esta relación de Acosta con Humboldt ver passim el simposio de 2001

(López-Ocón, CD-Room), en particular el texto de Sandra Rebok, disponible

asimismo on line. Por mi parte, abordé en 1999 su relación con la historia colonial de

la ciencia española. Y más recientemente analicé a Humboldt como lector de crónicas

de Indias (Del Pino-Díaz, 2013).

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mundo humano indiano13. Quisiera terminar sugiriendo que tal vez el espíritu ‘humanista’ del jesuita temprano siguiese más intacto en Lecuanda que en su compañero de la Sociedad de Amantes del País, Hipólito Unanue, aunque no sé si se deberá a sus lejanos orígenes peninsulares (menos susceptible de competencia social) o a su propio espíritu crítico, disconforme con la propia sociedad peninsular14. Éste es un tema a descifrar con más paciencia en estos momentos conmemorativos de la gesta independentista, que convendrá plantear con el mismo espíritu crítico con que afortunadamente hicimos las efemérides del año 1992. 5. Interrogaciones sobre el indigenismo de Lecuanda

Como prueba de la actitud indigenista de Lecuanda, seleccionamos en un apéndice final algunos párrafos del texto que apareció con su firma en el Cuadro de historia natural, civil y gráfica del Reino del Perú. No hay espacio para discutir en detalle las razones del ‘discurso indigenista’ de Lecuanda, pero me gustaría terminar con dos reflexiones sobre el tema de nación y procedencia social:

a) Que el grupo de miembros de la Sociedad de Amantes del País suponen una interesante continuidad del sector previo de jesuitas, que establecían con la sociedad respectiva (en toda la monarquía hispana) una opción de modernidad y colaboración con las élites indígenas. En esta modernidad cumple un papel el planteamiento ‘naturalista’ y ecológico’ de su cosmovisión.

b) Que no todos los miembros de estas dos sociedades (jesuitas e ilustrados) son iguales, y que su indigenismo expresa su posición referencial respecto a las mismas. Algunos españoles (Acosta, Cobo, Lorente, Compañón, Lecuanda) se salen de la frecuencia estadística que caracteriza normalmente a una sociedad dual, y se

13 Véase una muestra de los prejuicios criollos peruanos hacia la porción indígena

en Margarita Eva Rodríguez García (2003). 14 Algo de ese criticismo se ha mostrado en la biografía de la Dra. Rosanne

Cheesman, que acompaña su edición de la obra económica de Lecuanda (2011).

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identifican con los argumentos dignificadores de la otra sociedad. Parecen pretender una ‘alianza de nobles’ de ambos bandos, y desde luego son muy críticos de la propiedad sociedad española.

Sin embargo, algunos criollos (incluso de ideas claramente progresistas como Unanue) tienen dificultad en adoptar una posición indigenista. Tal vez sea por el reciente precedente de las rebeliones andinas, o quizá por la simple conveniencia del mantenimiento de las dos repúblicas. Como digo, esta materia merece más estudio, y prefiero por el momento dejar la palabra al propio autor15.

a) Sobre el indio actual

El indio, que se reputa por el siervo común de las Américas, es el primer artífice para la extracción y beneficio de metales, siendo el fruto de su sudor y lágrimas para ajenos señores. Su carácter es el ser inseparable de la costumbre heredada, y careciendo de estímulo no dobla sus tareas ni adelanta sus conocimientos […] Está pidiendo a gritos la razón la reforma de los minerales del Perú: el inordenado trabajo de los indios –sus primeros artífices– nace del escaso contingente que reportan por tan penosas tareas, nacido todo del engaño y ambición de sus dueños: no hay horas de ordenanza ni regla que fijen sus labores. Si a los indios se les hiciese partícipes en los metales de extracción –como en México con el título de Tequio o partido, y Capchas en Potosí– cediéndoles la mina para que extraigan los peones los metales que cada uno pueda desde el sábado por la tarde hasta el domingo por la mañana, con más16 la franqueza del Azogue, prosperaría sin duda alguna este tráfico.

Acerca de los indios hubo a principios de la conquista de América quien les disputó hasta la racionalidad; y los más moderados los consideraron como una raza embrutecida y degenerada. El tiempo ha demostrado cuán groseramente se engañaron en este falso concepto, pues se ha visto en repetidos ejemplares que el indio

15 Anexo textual, tomado del texto del Cuadro del Perú (1799) editado por Fermín

del Pino Díaz (2012). Las cursivas son siempre mías. 16 = además de.

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es capaz de los más sublimes conocimientos de las ciencias, como lo han acreditado muchos que han cultivado sus talentos; y serían más numerosos los ejemplares, si todos tuviesen las proporciones de educación que los españoles y europeos. Se ha notado que los domina el temperamento flemático, y por tanto no se ha visto hasta ahora ningún indio loco. Este mismo temperamento los hace muy aptos para todo lo que exige profunda meditación y paciencia. Son recelosos y desconfiados, efectos de su situación: poca fuerza les hacen las razones, si no van acompañadas del ejemplo. Como son tímidos y pusilánimes, son por consecuencia supersticiosos, crueles y vengativos: sus pasiones dominantes son la embriaguez, la pereza y el libertinaje. Su sobriedad en la comida y vestido es más bien efecto de indolencia que de un principio virtuoso.

b) Sobre el indio antiguo, al noble inca:

El libro augusto de los Incas, que era compuesto de

cordones con nudos a que llamaron quipos, ha dado alguna luz para saber que Manco Capac –el más sagaz y astuto entre los de su nación– fundó la ciudad del Cuzco en el año de 1043 de la era cristiana, eligiéndola para su corte y señalando por insignia de la dignidad soberana la borla roja. Aún veneran los indios la memoria de este famoso héroe, pues en sus cánticos le dan muchos atributos semejantes a los que en la China prestan a Confucio y los atenienses dieron a Solón por sus sabias leyes. Le hacen autor de los caracteres o nudos en que cifraban sus anales: primero con el arte y después con el poder de las armas engrandeció su imperio, logrando dilatarlo sus legítimos descendientes y sucesores desde el ecuador hasta el Trópico de Capricornio. Redujo sus pueblos a vida sociable, los instruyó en la agricultura y otras artes; hízoles creer que era hijo del Sol, y le edificó Yupac-Yupanqui un magnifico templo, obligándolos a darle adoración. Estableció por baza fundamental de su imperio el asiduo y constante trabajo de sus vasallos, y que los frutos de sus cosechas se distribuyesen en tres partes: una era para su patrimonio real, otra consagraban al culto de su deidad, y la tercera quedaba al labrador. De modo que, unidas estas y otras sabias leyes al premio del verdadero mérito y recta administración de justicia, eran la felicidad de esta nación.

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c) Sobre el criollo:

El español peruano es idólatra del fausto y ostentación. Sólo

apetece la opulencia en cuanto se proporcionan medios para lucir; prefiere los honores a la utilidad; disimula prudente los agravios, ama a su patria, y es en extremo fiel a su soberano; mira con emulación a sus compatriotas y mucho más a los europeos. Es urbano, tímido y sagaz para pedir; sabe disimular sus defectos o vicios sin hipocresía, pero con destreza y circunspección. Es naturalmente fecundo en hablar con gracia y energía: su talento agudo y despejado se anuncia desde los tiernos años, y le hace apto para las ciencias, a que tiene propensión. En el bello sexo se reúnen las gracias de la hermosura con los atractivos de su ingenio sutil, sensibilidad y agrado que encantan e interesan.

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