Lo llamaban transición - Germán Labrador

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Artículo sobre la transición española y la memoria histórica.

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  • KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 ISSN: 2340-1869 PGS.11-61 11

    Did they call it Democracy? Aesthetic Criticism of Politics

    in Spanish Transition and the Imaginary of History of 15-M

    Germn Labrador Mndez PRINCETON UNIVERSITY [email protected]

    Profesor en Princeton University desde 2008. Anteriormente fue

    docente en La Universidad de Salamanca y Universitt Hamburg. En

    2009 public Letras arrebatadas. Poesa y qumica en la transicin espaola (Madrid: Devenir) y en breve aparecer publicado en Siglo XXI Culpables por la literatura. Imaginacin poltica y contracultura en la transicin espaola (1968-1984). Actualmente trabaja en la antologa Muerto el perro, se acab la rabia. 25 poetas underground de la transicin espaola (Acuarela &Antonio Machado Libros) y en la edicin crtica del poemario Los muertos, de Jos Luis Hidalgo.

    RECIBIDO: 4 DE NOVIEMBRE DE 2014 ACEPTADO: 28 DE NOVIEMBRE DE 2014

    Resumen: Este artculo se ocupa de la relacin entre la

    transicin espaola y el ciclo histrico comenzado en

    2011- y despus del 15-M-, estudiando sus respectivos

    imaginarios de la temporalidad, sus horizontes de

    expectativas y sus espacios de experiencia (Koselleck).

    Argumento que, en Espaa, en el contexto actual, tienen

    lugar prcticas memoriales de recuperacin activa de

    formas polticas y estticas propias de los aos setenta.

    Para ello, resumo y discuto algunas de las ltimas

    investigaciones alrededor de la transicin espaola, as

    como mis propios trabajos, para concluir que, si buena

    parte de la historiografa haba construido un relato del

    proceso en clave institucional y desmovilizadora, hoy, en

    el espacio pblico, estn teniendo lugar transmisiones de

    memoria intergeneracionales en las que el elemento clave a

    la hora de entender la transicin es la contestacin

    popular.

    Abstract: This article studies the Spanish Transition

    to Democracy and the political cycle started in Spain

    after the public occupations of squares in May 15,

    2011. It studies their specific temporal imaginaries,

    horizons of expectations and spaces of experience

    (Koselleck). I will argue that, in today's Spain,

    memorial practices are addressing the recovery of

    political and aesthetical forms from the 1970s. To do

    so, I will summarize and discuss academic

    bibliography on the Spanish Transition to

    Democracy, including my own work, to argue that the

    intergenerational transmissions of memory that are

    happening today in public spaces claim that people's

    struggle is key element to define the Transition as a

    period, despite of many historians.

    Palabras Clave: Transicin, 15-M, Generacin, Democracia.

    Key Words: Spanish Transition, 15-M, Generation, Democracy.

    DOI: 10.7203/KAM.4.4296

    mailto:[email protected]
  • Germn Labrador Mndez

    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 12 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61

    Un amigo me enva un correo el 22 de mayo de 2011. Es su respuesta a uno

    todos a Sol. Sol se refera, claro, a la plaza de Madrid, en aquel

    momento ocupada por una multitud de ciudadanos que, en un ambiente de euforia cvica,

    all y en decenas de otras ciudades, y a lo largo de la semana anterior, han establecido

    acampadas, discuten en asambleas cmo quieren vivir juntos y rechazan los lmites de un

    sistema poltico y econmico basado en la libertad de mercado y en la democracia

    representativa. Las demandas que, en los das siguientes, se fueron concretando tenan por

    eje la reclamacin de la soberana poltica popular, que habra sido escamoteada a la

    ciudadana por sus representantes electos. El lema de la manifestacin del 15 de mayo que

    dio inicio a las protestas lo resuma perfectamente: no somos mercancas en manos de

    polticos y banqueros. Tres das despus, en su Manifiesto Fantasma, los mismos individuos

    el descrdito [...] de las instituciones que dicen representarnos

    convertidas en meros agentes de administracin y gestin, al servicio de las fuerzas del

    (VVAAb). En el grito Democracia Real Ya, cristalizaba su

    voluntad poltica de salvar la distancia que, para ellos, se habra creado entre las formas

    democrticas y sus contenidos, entre el espritu original de la democracia y su

    desnaturalizacin efecto de la captura de la poltica por parte del poder financiero, un

    fenmeno caracterstico de la globalizacin neoliberal (Genro, 2001).

    La reclamacin de una democracia real por venir serva para caracterizar como falsa

    democracia aquella existente. Gracias a esta inflexin esttica en el lenguaje, lo real

    conocido se negaba como lo nico real posible y lo utpico pasaba as a imaginarse como

    real posible. El lenguaje estaba en movimiento: revolucin, pueblo, ciudadano, democracia,

    representacin... el significado del conjunto del vocabulario poltico bsico haba cambiado

    en cuestin de das, sino de horas. Estbamos asistiendo a una transformacin del

    vocabulario epocal, a un corte de lenguaje, del cual se tomaba conciencia a medida que las

    concentraciones espontneas de los primeros das desembocaron en un proceso

    multitudinario que era colectivamente percibido como algo nuevo en el mundo (y

    cualitativamente distinto a todo lo dems), algo que tena el poder de cambiar la descripcin

    compartida de la realidad. Un acontecimiento, diramos, siguiendo la teora de Badiou, o la

    de los propios manifestantes annimos, quienes afirmaban, en ese mismo manifiesto, que

    esto [el 15-M] es un acontecimiento, y como tal un suceso capaz de dotar de nuevos

    sentidos a nuestras acciones y discursos (Puntos). A los indignados no pareca darles

    miedo la teora de la historia.

    El sbado 21, la Puerta del Sol y las calles aledaas estaban desbordadas [fig. 0]. Un

    da despus, llega el mensaje de mi amigo que me dice que esto es 1976.

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    Fig. 0. Puerta del Sol. 21 may. 2011

    * * *

    Pero qu quiere decir que esto (el evento 15-M, la experiencia de las calles

    desbordadas de gente, de das de asambleas, de plazas y de campamentos...) es 1976? Qu

    significa esta fecha histrica, un ao despus de la muerte de Franco, en relacin con lo

    dicho y lo vivido en mayo de 2011? Cul es la relacin, si la hay, del 15-M con el

    postfranquismo? Qu experiencias anlogas, qu prcticas pueden servir para comparar el

    movimiento popular de mayo de 2011 con el ao de 1976? Si se considera, por ejemplo,

    que las claves del 15-M son nuevas y que constituye un movimiento poltico indito, por su

    uso de las nuevas tecnologas y del espacio pblico, por su manejo de la informacin y de

    los lazos comunitarios, por su conexin con olas de protestas ms amplias (Primavera

    rabe, global Occupy Movement...), qu sentido tena para un espectador contemporneo,

    como mi amigo, remitir a un hecho histrico concreto, local, de significado difuso,

    traduccin difcil y consecuencias interpretativas por delimitar?1.

    1 Estas dos preguntas eran el ttulo del coloquio que me llev a Bordeaux en diciembre de 2012,

    gracias a la amable invitacin de Franois Godicheau, que desencaden la escritura de este texto.

    Agradezco a los presentes en aquella sesin sus preguntas y comentarios que he tratado de

    incorporar a la redaccin final de este trabajo. Tambin quiero agradecer a Ulrich Winter la

    oportunidad de presentar una segunda versin del texto en el Institut fr Romanische Philologie de

    Marburg el 10 de Julio de 2013, seguida de un estimulante turno de preguntas. Nunca hubiera

    podido escribir este trabajo sino despus de leer la carta de jubilacin de mi madre, despus de

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    Fig. 1. Colectivo de Cine de Madrid. Sucesos de Vitoria.

    Fotografa 1976

    1. Qu es lo que quiere decir 1976? Historiografa y potica de la ruptura democrtica

    Un modo de comenzar a acotar esta comparacin puede ser preguntarse por el

    significado del ao de 1976 para la historiografa de la transicin a la democracia. Una

    primera sospecha es que, desde el punto de vista de la historia oficial de la transicin,

    apenas signifique nada de verdad. Es una fecha que, en el calendario pico de los aos

    setenta, no luce ni la mitad que otras como 1977 (primeras elecciones democrticas), 1978

    (constitucin), 1981 (intento de golpe de estado), 1982 (victoria del partido socialista y fin

    de la transicin pol , rico en reuniones, crisis

    ministeriales y luchas de poder, apasionante, en principio, para los historiadores del

    calendario institucional del deshielo, porque, en ese ao, campan todava por las cortes los

    dinosaurios franquistas, mientras las lites del rgimen deshojan la margarita de la reforma:

    1976 sera, por excelencia, uno de los aos Victoria Prego.

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    Sin embargo, trabajos clsicos enfocados desde el estudio de los movimientos

    sociales (Adell: 1989, Balfour: 1990, 1994) as como algunas investigaciones ms recientes2

    2 Muchos son los mbitos en los que esta revisin se ha producido. Entre ellos, destacan algunos

    trabajos, cuya referencia completa puede hallarse en la bibliografa final, como el de Durn Muoz,

    sobre los casos espaol y portugus en una perspectiva comparada (Contencin y transgresin. Las mobilizaciones sociales y el estado en las transiciones espaola y portuguesa) o el trabajo de Radcliff (Making Democratic Citizens in Spain. Civil Society and the Popular Origins of the Transition) sobre la importancia de los actores no estatales en el proceso de transicin y particularmente la

    sociedad civil. Tambin son interesantes las aportaciones de Wilhemi a propsito del movimiento

    anarquista (El movimiento libertario en la transcin. Madrid 1975-1982), el de Rafael Quirosa-Cheyrouze (La sociedad espaola en la transicin), que ha tenido la virtud de reincorporar prcticas poco atendidas, como las de los pacifistas y los ecologistas, el libro colectivo editado por Muoz y

    Fig. 2. Revista Triunfo. El fracaso de un reformismo. Portada.

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    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 16 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61

    2007), por no hablar directamente de la bibliografa de primera hora3, presentan ms bien

    el ao de 1976 como una fecha intensa, marcada por las movilizaciones populares, el

    recrudecimiento de las huelgas, las convocatorias de las asociaciones de vecinos, la

    emergencia de nuevas formas de hacer poltica y de nuevas luchas por la emancipacin y la

    incorporacin de nuevos colectivos al antifranquismo. Todos estos fenmenos se ven

    acompaados de un aumento de la violencia policial y paraestatal, como reflejan los Sucesos

    de Vitoria del 3 de marzo de 1976, cuando la polica dispar contra los obreros reunidos

    en asamblea en el interior de la iglesia de San Francisco de Ass, matando a cinco e hiriendo

    a ciento cincuenta. Las manifestaciones masivas con motivo del entierro posterior [fig. 1],

    incrementaron la carga emocional del momento, facilitando que este adoptase una forma,

    con la que los sucesos posteriormente ingresaran en el imaginario histrico del periodo [fig.

    2]4. Este ejemplo resulta importante para nosotros, porque opera tambin dentro de la

    lgica narrativa del evento, pues despus de Vitoria las cosas ya no volveran a ser iguales

    (tal y como cierta narrativa historiogrfica instituye) y, al tiempo, los sucesos de Vitoria

    (como los atentados de Atocha de 1977) funcionan como uno de esos umbrales que slo

    pueden atravesarse en una direccin, y cuyo mantenimiento necesitamos para asegurar

    psicolgicamente que nuestra poca y aquella permanecen discontinuas en el tiempo [fig.

    3].

    Snchez Len sobre las asociaciones de vecinos (Memoria ciudadana y movimiento vecinal. Madrid 1968-2008), o el estudio de caso de Domnech y Molinero sobre el asociacionismo obrero y popular en Sabadell, reledo en una lgica de luchas autnomas ms all de la estructura organizativa

    de los partidos (Quan el carrer va deixar de ser seu: moviment obrer, societat civil i canvi politic). Tampoco quiero dejar de mencionar la crnica generacional-personal de Pepe Ribas (Los 70 a destajo. Ajoblanco y libertad). 3 Algunos ejemplos de ello son el libro colectivo producido por Espai en Blanc, que presenta numerosos testimonios y documentos de luchas populares y marginales de los aos setenta (Luchas autnomas en los aos setenta. Del antagonismo obrero al malestar social), u obras de primer momento como Ciudad, democracia y socialismo de Manuel Castells, que evalua y estudia el trabajo realizado por las asociaciones de vecinos, en tiempo real, o como el libro de fotografas del Equipo

    Diorama que contiene las Pintadas del referendum. De nuevo, en el mbito de Sabadell cabe mencionar La huelga y la reforma. Sabadell, Metal, otoo 76. Otros testimonios de inters son el singular panfleto (que quiere ser colectivo y annimo) Madrid en Huelga. Enero de 1976 o el diario-crnica generaciona de Emilio Sola (La Vaquera de la calle Libertad. Crnica callejera (y, al parecer, sin polticos) de la transicin hispana a la movida y a la democracia, que se suele decir). 4 El caso de Vitoria es muy importante para la temporalidad de la transicin, porque, a pesar de que

    con los sucesos se alude frecuentemente a la muerte de los cinco asambleistas, son las dimensiones

    de la protesta posterior y la toma colectiva del espacio pblico con motivo del consiguiente entierro,

    lo que hace saltar los acontecimientos a una dimensin desconocida, que es lo que caracteriza la

    dimensin del evento poltico. En ese sentido, es pertinente el testimonio del Colectivo de Cine de Madrid, cuyos miembros construyeron la narracin flmica del funeral que se conserva, y que luego

    sera asociada al discurso institucionalista de la transicin, eliminando las perspectivas de primera

    persona contenidas en las entrevistas. Tuvimos el atrevimiento de rodar el entierro de los

    manifestantes muertos en Vitoria por disparos de la polica. Un oscuro episodio de la poltica

    espaola que muchos han preferido olvidar. Las imgenes, ahora impresionantes, pero entonces inconcebibles de miles de ciudadanos acompaando el entierro, conmocionaron a quien las viera (CCM).

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    El estudio de los

    movimientos sociales y de la

    accin de agentes polticos

    no institucionales son las

    palancas con que la

    historiografa crtica ha

    tratado de abrir la transicin

    ms all del paradigma

    institucional, que explicaba

    el proceso de cambio

    democrtico como uno

    conscientemente dirigido a la

    acumulacin progresiva de estabilidad poltica en un contexto entrpico5, hecho del que se

    derivaban naturalmente dos aspectos morales clave para la mitografa del periodo: primero,

    la idea del carcter modlico de la transicin y, en segundo lugar, su influencia psicosocial

    como proceso que produce reconciliacin nacional. Sin embargo, la bibliografa crtica

    comienza subrayando la existencia de una amplia respuesta popular, no consensual y

    reivindicativa, que sera canalizada por el propio proceso transicional o disuelta en las

    instituciones despus de 1982, cuando no traicionada por los propios representantes

    democrticos. Ferrn Gallego asume la tesis de la movilizacin colectiva en El mito de la

    transicin y escoge justamente el ao de 1976 para desarrollar su argumento central, segn

    el cual las limitaciones de la propia transicin ya estaban inscritas en la desigualdad

    existente entre las fuerzas del rgimen y las de la oposicin poltica, desigualdad inevitable

    que defini todo el proceso, a pesar de que, al cabo, las intensas movilizaciones populares

    de 1976 y de 1977 (que respondan, a la vez, y por este orden, primero a una lgica de

    movilizacin ciudadana de identidades supra-partidistas y, segundo, a una lgica de

    movilizacin de partido) consiguieron evitar una transicin an peor que la que hemos

    conocido, la transicin que las instituciones del rgimen haban diseado hacia una

    democracia de marcos ms estrechos y libertades ms reducidas, donde todo estuviese ms

    atado y mejor atado.

    Para Ferrn Gallego, la oposicin jugaba con las piezas negras y, en esa coyuntura

    histrica, la medida objetiva del xito ciudadano consista en forzar las tablas. As, la

    5 Desde el primer momento para algunas voces, las produccin de un relato histrico sobre la

    transicin fue entendida como una tarea conscientemente dirigida a la produccin de un conseso

    cultural. Es decir, que los relatos historiogrficos sobre el proceso tuvieron desde muy pronto una

    funcionalidad dirigida a alimentar la fantasa nacional de la fundacin justa y exitosa de una

    democracia sobre un pacto adecuado y necesario. Particularmente afortunado encuentro el modo

    en el que Pablo Snchez Len (2003) en su contribucin a un libro colectivo (La memoria de los olvidados) se preguntaba por las bases sociolgicas que han permitido y reclamado el matenimiento de un mismo relato sobre la transicin durante varias dcadas, sealando que slo en la medida en

    que otras experiencias y sujetos del periodo fuesen identificados sera posible abrir el campo de lo

    pensable a propsito la transicin. Mi trabajo participa de claves parecidas.

    El diario.es 8 dec. 2012.

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    ciudadana con su esfuerzo, y con el peso en sangre de su esfuerzo, habra hecho fracasar

    varios proyectos reformistas, el ltimo de ellos el dirigido por Arias Navarro, que entra en

    crisis precisamente a partir de los Sucesos de Vitoria. Finalmente, las dimensiones del

    desbordamiento ciudadano harn necesaria la aparicin de un actor Surez, y de un

    proyecto reformista de mayor calado, que habra resultado impensable sin la concurrencia

    de los distintos sucesos de esos aos, y sin la discontinuidad que establecieron con las

    restantes otras transiciones que imagin el franquismo. A partir de entonces, Surez tuvo

    que otorgar atribuciones polticas cruzadas respecto de las masas populares (derechos de

    facto), en una dialctica de representacin donde las calles y el estado (su representacin en

    los medios) se presentan como dos teatros polticos secuenciados, en los que, por separado,

    se hacen presentes los dos grandes sujetos polticos imaginarios del momento: estado y

    ciudadana, Surez y la gente, el pueblo y el soberano. Una vieta de Peridis sirve para

    visualizarlo [fig. 4]. Despus del referndum de diciembre de 1976, y hasta el pacto de

    representacin de las elecciones del 1977, Surez fue capaz de identificar como

    interlocutores ciertos partidos polticos, investirlos de reconocimiento y -en mi perspectiva-

    transferir las nuevas formas de expresin poltica hacia un nuevo teatro de

    (tele)representacin parlamentaria, que, progresivamente y en los aos siguientes, sabr

    pacificar los dos mbitos de emergencia democrtica centrales del momento: las

    movilizaciones en espacios urbanos y los intercambios libres en una esfera pblica en

    construccin.

    Fig. 4. Peridis, 1977. S.p.

    Apuro el argumento de Gallego: de este modo, en la debilidad de la transicin

    estara su fuerza, que reside en la capacidad ciudadana de haberle arrancado a la derecha

    concesiones (libertades, derechos, recursos...) que no estaban, ni por asomo, dentro de los

    proyectos con los que el franquismo haba diseado su posterioridad. Con independencia

    de que las conquistas de 1976 (nada menos que convocar un proceso constituyente) se

    institucionalizasen limitadamente en la constitucin de 1978 y limitadamente se

    desarrollasen a partir de 1982, 1976 sera el ao en que la lucha poltica urbana definira

    el suelo de la transicin, es decir, la mnima oferta posible de pacto a una sociedad que,

    mayoritariamente, no se encontraba representada dentro de las estructuras polticas del

    rgimen, del mismo modo que el ao de 1978 marcar su techo (hasta aqu permite el

    estado que pida la ciudadana), y el de 1981 su sancin definitiva, el establecimiento militar

    de lmites interpretativos en las letras constitucionales.

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    Pero esas experiencias demoenergticas, de las que me hago cargo aqu, dnde se

    reflejan? Qu archivo tienen, ms all de los relieves en sombra de un sujeto colectivo de

    cuya concurrencia se necesita para explicar un periodo, pero al que resulta muy difcil de

    acceder de modo directo? Hasta ahora he argumentado usando la vieta de un caricaturista

    poltico [fig. 4] y las imgenes tomadas por un grupo de contrainformacin [fig. 1]

    convertidas luego en icono epocal [fig. 2]. Cuando la historiografa convoca este tipo de

    fragmentos de discurso suele hacerlo con afn pedaggico, para que cumplan el papel de la

    tapicera en un coche, y subrayen, reforzndolos, los argumentos que emanan de la

    estructura fuerte de la historia

    (instituciones, estado e

    intereses). Pero las fuentes

    clsicas, como voy

    argumentando, no siempre

    recogen el lenguaje (verbal o

    no) con el que los actores

    histricos trataban de dar

    sentido colectivo a sus

    experiencias y, an cuando lo

    hacen, hay algo de la

    historicidad de esos

    fragmentos, de su capacidad

    de remitir a los deseos sociales,

    al eros poltico de una poca,

    que frecuentemente se escapa

    de un anlisis positivo.

    Ese algo tiene que ver con el modo en que el lenguaje, o las imgenes, son capaces

    de abrir el marco de lo que puede ser pensado, deseado y dicho6. As, por ejemplo, el

    6 Son muchas las influcencias que estn detrs de esta idea de una crtica potica que tiene efectos polticos, y que tambin pueda trabajar histricamente. Mencionar, por la cercana con la escritura

    de este texto, las ideas de Didi-Huberman, a propsito del poder de la imagen. Didi-Huberman sigue de cerca a Benjamin, y su nocin de imagen potica cuando afirma que el primer operador poltico de la protesta, de la crisis, de la crtica o de la emancipacin debe llamarse imagen en tanto que se revele capaz de franquear el horizonte de las construcciones totalitarias (Didi-Huberman 3, mi traduccin). Es decir, para Didi-Huberman, una imagen es todo aquello (verbal o no verbal) que tiene la capacidad de producir una percepcin de la realidad, de su composicin, como algo que

    puede ser superado en su descripcin existente. Es decir, como todo aquel objeto (prcticas de

    cultura) que desencadena procesos sensibles en los que se imaginan cosas nuevas (o mejor dicho, en

    los que se imaginan otras cosas o se imaginan las cosas de otro modo). Pero sobre todo, como objetos que permiten imaginar las cosas ms all de un determinado rgimen de realidad o marco conceptual establecido (lo que Didi-Huberman llama las construcciones totalitarias). En ese

    sentido, los lectores de Jacques Rancire tambin se acordarn de las ideas del filsofo francs sobre

    los efectos polticos de la imaginacin potica, por su capacidad de desorganizar la realidad (el reparto de lo sensible) y abrir nuevos modos de imaginarla, que, al tiempo, son modos de hacerla suceder.

    Fig. 5. Equipo Diorama. Otoo 1976. S.p.

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    anlisis de los resultados electorales en 1976 puede dar una idea slida de cierta

    sensibilidad ciudadana escptica, sino hostil, ante el llamado referndum de diciembre

    (convocatoria con la que Surez trataba de legitimar su proyecto de reforma sin ruptura,

    basado en la modificacin de la institucionalidad franquista, como paso previo a la

    celebracin inmediata de elecciones generales y apertura de un proceso constituyente).

    Frente a otra clase de fuentes, adems de documentarla, un graffiti nos da una esttica de esa

    misma sensibilidad, una puesta en forma, una potica, es decir, un modo de relacionar las

    formas y con el tiempo [fig. 5].

    En el banco de un parque, quiz en la Ciudad Universitaria de Madrid, y sobre su

    superficie, alguien ha escrito con letras maysculas: Me estoy ahogando. Reforma mi culo.

    Y, en el fondo de esta fotografa, tomada semanas antes del dicho referndum, podemos ver

    el paisaje conceptual cotidiano del otoo del 76, de tapias escritas y rescritas, cubiertas y

    recubiertas por pintadas y por contra-pintadas. Esta pintada, cuando se la hace dialogar con

    otros documentos (Equipo Diorama, Sempere), argumenta en favor de la existencia, en

    1976, de un sujeto histrico no slo opuesto al franquismo, sino profundamente enfrentado

    a la transicin, tal y cmo era diseada por la ingeniera poltica gubernamental. Ante la

    propuesta de una reforma de las cortes orgnicas, esta voz poltica de la ruptura niega, con

    vehemencia, la posibilidad de una reforma y sospecha de los intereses ocultos que la

    animan. Si, en el relato oficial, el lenguaje de la transicin (v.g. el habla de Surez, el habla de

    Felipe) se habra caracterizado por la bsqueda de claridad, racionalidad y equilibrio, como

    virtudes literarias necesarias para una lengua del consenso (Imbert: 1982 y 1990,

    Bartolom Martnez: 2006), documentos como este graffiti nos ponen sobre la pista de un

    proceso de signo contrario. Y es que, al llegar el ao de 1976, el espacio pblico se llena de

    hablas corporales, obscenas, diseadas para la negacin cvica, humorsticas, pardicas,

    deconstructivas... Parecera que los sujetos de cambio durante la transicin no le ofrecen al

    estado su comprensin y su aquiescencia (consenso y reconciliacin) sino su indignacin

    radical e insobornable.

    2. Esto es como 1976: cultura efmera, democracia y espacio pblico

    Quiz ahora nos hayamos acercado un poco a lo que mi amigo senta al afirmar

    que la explosin cvica de mayo de 2011 era como 1976. Una parte de la sociedad, como

    demuestra este graffiti, en 1976, experimenta la quiebra de un sistema, el franquismo (ms

    popularmente conocido como el rgimen), sostenido durante 40 aos. Su colapso se

    expresa no en su hundimiento como estado, como gestor de la realidad y dueo de la

    polica y las crceles, sino fundamentalmente en el fracaso de sus propuestas para

    perpetuarse. El franquismo estara colapsando en el momento en el que su produccin de

    continuidad (de herencia) se interrumpe por falta de recambios, tal y como nos cuenta

    Rafael Chirbes en La cada de Madrid, dinmica adems favorecida por la accin

    desbordante de la ciudadana.

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    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61 21

    Una vez asumida de forma oficial su incapacidad de ofrecer continuidad, la

    produccin discursiva de discontinuidad histrica ser, a partir de 1977, la tarea poltico-

    cultural ms importante del estado durante el periodo siguiente (Imbert, 1990). Tal tarea

    funda la lgica cultural de la democracia espaola, proclamando su repentino nacimiento

    ex nihilo y su permanente necesidad de producir lo nuevo. A partir de 1977, la

    institucionalizacin de la discontinuidad (lo que entonces se llamaba el orden

    constitucional) era una tarea paradjica pues, con frecuencia, chocaba con la percepcin

    cvica de que eran las continuidades estructurales las que definan el periodo. Declarar la

    llegada de la democracia era una tarea tanto ms urgente cuanto ms se haca presente la

    continuidad del rgimen7.

    Como 1976, mayo de 2011 tambin abre una temporalidad nueva en el rechazo

    cvico de un orden que no sabe gestionar

    su reproduccin. Tras tres aos de

    temporalidad de crisis, en el ltimo ao de

    su mandato, el gobierno de Zapatero

    adopt como propias las llamadas

    polticas de austeridad, un conjunto de

    medidas econmicas y sociales de corte

    neoliberal e inspiracin extranjera8, que

    afectaban primariamente a aquellos

    sectores de la sociedad que no haban sido

    beneficiados por el boom del ladrillo de

    los aos anteriores. En ese contexto,

    grietas de muy largo plazo, expresadas

    7 Los hermanos Bartolom construyen la potica de su documental a partir de la discontinuidad

    entre la discursividad democrtica y la percepcin colectiva, y ello desde su propio comienzo, con

    el subttulo La democracia ha venido. El subttulo se da implcito: y nadie sabe cmo ha sido.

    En los distintos lugares y espacios polticos que el documental visita se puede observar la distancia

    tensa entre las formas democrticas del postfranquismo y los contenidos autoritarios an vigentes.

    En los primeros veinte minutos numerosos entrevistados hablan explcitamente de ello, de la

    relacin entre democracia y tiempo. 8 Lo que inicialmente se pensaba como la crisis de la cultura poltica socialdemcrata dos aos

    despus se vive como el fin entero de un orden. Entre el verano de 2013 (cuando correg este texto

    por vez primera) y el otoo de 2012 (cuando lo escrib) el proceso se ha acelerado y los signos que

    hacen visible este retorno de/a la transicin sobre el que escribo, se han hecho omnipresentes.

    Algunos meses ms tarde, en mayo de 2014, cuando estoy arreglando las pruebas de edicin,

    afirmara que a nivel de la cultura de estado, hay una implementacin desesperada de los relatos

    transicionales como la ltima barricada de la legitimidad del estado post-franquista, tal y como se

    vio en los funerales de su factotum Adolfo Surez, elogiado sin tasa por parte de todas las fuerzas parlamentarias consensuales. A nivel de las esferas pblicas de protesta derivadas del 15-M la

    interpretacin de que el ciclo transicional est cerrndose en nuestros das se ha hecho hegemnica

    y ha dado lugar a un nmero creciente de documentales, pelculas, novelas y prcticas activistas a las

    que planeo dedicarles ya un texto especfico. En resumen: podemos constatar la existencia de dos

    (al menos!) grandes comunidades de memoria sobre la transicin espaola cuya lectura del

    proceso es completamente contraria.

    Fig. 6. Ya ha empezado. Fotografa del autor.

    Puerta del Sol, 3 junio 2011.

  • Germn Labrador Mndez

    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 22 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61

    polticamente por multitud de labores colectivas previas (movimiento V de Vivienda,

    colectivos de jvenes precarios, redes ciudadanas, entornos asociativos contraculturales,

    coordinadoras vecinales, acciones tecnopolticas y hacktivismo...), producen una doble

    quiebra mediante, primero, el desborde fsico de los espacios a partir de movilizaciones

    populares de carcter extensivo y, segundo, y al mismo tiempo, mediante un lenguaje

    rupturista que, como los graffiti de la transicin, hace emerger, en soportes efmeros, una

    polifona de voces nuevas (Labrador Mndez, 2013a). El 15-M como evento no puede

    entenderse sin esa explosin de nuevas voces que someten a crtica y desdoblan el lenguaje

    poltico constituido. Su lenguaje, desde el primer momento es performativo, y se enfoca

    abiertamente a la produccin activa de una temporalidad nueva, con proclamas del tipo:

    La revolucin ya ha comenzado o Nobody expected the Spanish revolution o Ya ha

    empezado [fig. 6], , forzando as que advenga un evento poltico que no formaba parte,

    hasta entonces, del imaginario poltico democrtico. No slo lean a Badiou, parecera que

    tambin a Austin y a Lakoff (y a Rancire, con Fernndez Savater) pues, en todo caso, los

    indignados usaban sofisticadas nociones de teora poltica y conocan el valor movilizador

    de los enunciados performativos. Para crear lo nuevo, un nuevo lenguaje se requiere: para

    que la revolucin se haga posible, hay que comenzar por imaginarla, llamndola

    revolucin9.

    Tambin en el otoo de 1976, la multiplicacin de las voces que gritaban desde las

    paredes y en las calles tuvo el efecto de visibilizar a un sujeto poltico colectivo en el acto de

    expresarse y de decir que no, en el acto de negar la realidad instituida para poder

    nombrarla de otra forma10. En noviembre de 1976, en las pginas de Ajoblanco, una de las

    revistas contraculturales que ms y mejor trataron de explorar la recin ampliada libertad

    de expresin, encontramos una teorizacin de este momento (Ribas, 1976). Se trata de un

    nmero especial de la publicacin, dedicado al derecho a la ciudad, aparecido tras cuatro

    meses de secuestro, donde la crtica del urbanismo desarrollista del franquismo se pona en

    relacin con la ausencia de una esfera pblica libre. Los de Ajo vean que la organizacin

    fsica de los espacios conlleva la institucionalizacin de un determinado modelo de sociedad

    9 La nocin de revolucin poltica tuvo gran fuerza en los primeros das de las movilizaciones de 2011, inspirada por los xitos de los movimientos cvicos de la Primavera rabe (la revolucin

    tunecina y egipcia en aquellos momentos haban conseguido desplazar a sus respectivos dictadores

    y parecan imparables). El da 18 de mayo en la plaza de Sol una multitud coreaba ya ha empezado,

    la revolucin. Ello resultaba novedoso, porque, exceptuando en algunos grupos minoritarios, y en

    el mundo abertzale, el trmino revolucin haca tiempo que estaba ausente del vocabulario poltico colectivo y del horizonte de sucesos democrticos, al menos desde la desaparicin de la izquierda

    rupturista y la renuncia formal del PCE al leninismo, es decir, desde la transicin a la democracia.

    Sin embargo en la ficcin, la literatura, el cine, y el cmic, el trmino haba vuelto a circular

    evocadoramente, cargado de nuevas poticas. Basta con pensar en el ejemplo de V. de Vendetta. 10 He investigado cmo, en las proximidades del referndum del 76, se produce una irrupcin

    poltica del graffiti sin precedentes, una suerte de explosin esttica que va a definir el paisaje urbano postfranquista hasta despus del 82. Sin embargo, ya en las elecciones de 1977, el PSOE

    declar su poltica de paredes limpias (Sempere). Paredes limpias, pueblo mudo: deca un

    graffiti portugus en Oporto en verano de 2011.

  • Lo llamaban democracia?

    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61 23

    (entonces uno basado en el trabajo, el consumo, la circulacin y la vigilancia), y que, por

    ello, la imaginacin de una sociedad democrtica requera de la articulacin de nuevos

    espacios fsicos (goras, plazas, parques, tribunas, murales...) que hagan posible la discusin

    colectiva y donde los individuos puedan tomar la palabra para representarse a si mismos.

    En aquel dossier, los jvenes de Ajoblanco afirmaban que un estado que prohba o

    canalice la discusin de sus plazas, es un estado que cierra la boca de su pueblo y quiere

    construirse, con las palabras mudas de quienes le han dado el poder (T.P. Carta a la

    Redaccin, 1976). En otro artculo del mismo dossier, los de Ajo insistan en la idea: si de

    verdad queremos democracia, hemos de variar incluso el concepto de pared/ciudad. Las

    paredes [...] son del ciudadano. De todo aquel que tiene algo que decir. [...] La

    clandestinidad se termin. Estamos o no en la democracia? Los centros ciudadanos, pues,

    han de variar (T.P. Nos encantan las ciudades pintarrajeadas, 1976). La participacin

    colectiva en la calle se pona en relacin con la verdad democrtica y as, en 1976, para esos

    mismos sujetos polticos que quebraban la legitimidad lingstica del rgimen y de su

    mercado de futuros, la cuestin de la construccin de la democracia de verdad (el trmino

    es suyo) estaba directamente relacionada con la produccin polifnica de lenguaje en el

    espacio pblico, con su libre circulacin, en las plazas y en las paredes de las plazas.

    Lo artculos de una revista underground varias veces secuestrada se aaden a la

    coleccin de materiales menores que he utilizado hasta aqu. Aqu termino de desarrollar un

    argumento ya avanzado: con estos registros que apuntan a materialidades efmeras busco

    recuperar un acceso directo a una experiencia histrica concreta, la de un sector de la

    sociedad que, en el otoo de 1976 y mediante un lenguaje propio, experimenta que, entre

    realidad y lenguaje, se ha instalado una distancia poltica insalvable, porque ese abismo

    separa la poltica existente y la democracia verdadera por venir. Me he acercado a estos

    materiales con el objeto expreso de que iluminen histricamente experiencias sucedidas

    treinta y cinco aos ms tarde, pero, con ello, no pretendo afirmar que los dos momentos

    (1976 y 2011) se reflejan, el uno como la copia del otro. Desde la perspectiva de la crtica

    esttica aplicada a la historia cultural, las formas que inscriben los modos concretos

    mediante los que unos sujetos, en una poca dada, trabajaban por expresarse como los

    protagonistas de acontecimientos radicalmente nuevos, son susceptibles de iluminar tiempo

    ms tarde las experiencias de otros sujetos que tambin deben trabajar por expresarse como

    protagonistas de acontecimientos sentidos como radicalmente nuevos. Quiere ser un modo

    de dialectizar estos fragmentos efmeros de un pasado imperfecto (Benjamin, 2002).

  • Germn Labrador Mndez

    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 24 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61

    Y es que parecidos materiales (y

    en ocasiones los mismos) con los que

    unos sujetos trataban de definir la

    identidad particular (y nueva) de un

    momento histrico, a veces reemergen en

    otros tiempos para ayudar a

    representarlos. En este particular retorno

    de las formas, sus nuevos usuarios, a

    veces, tienen conciencia (y a veces no)

    del modo que esos fragmentos

    incorporan su propia historia esttica, su

    propia potica, su historia propia como

    formas. Y, aunque el 15-M se ve a si

    mismo como un movimiento sin

    smbolos polticos pre-existente (Banderas republicanas y comunistas), y sin un imaginario

    de la historia asociado a esos smbolos, el 17 de mayo de 2011 era posible encontrar

    numerosos carteles con la silueta de una mscara de teatro con dos rayas cruzando en equis

    la boca, en protesta por el apagn informativo que, segn sus portadores, llevaban a cabo

    los medios de comunicacin, que, en plena campaa electoral, no informaban

    correctamente del masivo rechazo de la ciudadana a las leyes y a los tiempos electorales

    [fig. 7]. Y, mientras el smbolo volva, quiz no volva la consciencia de que la larga, plural y

    mltiple trayectoria de tal mscara, en Espaa, est intrnsecamente vinculada, en su origen,

    con las protestas cvicas de los aos setenta y, concretamente, con la campaa en favor de la

    libertad de expresin tras la encarcelacin de Els Joglars, en represalia por su obra La

    Torna, una stira del estamento militar y una

    revisin del asesinato de Puig Antich desde

    una perspectiva demtica [fig. 8]. Volvan las

    formas pero no su memoria. O dicho de otro

    modo qu tipo de memoria poltica

    colectiva es la memoria de las formas?

    Es obvio que mayo de 2011 y

    noviembre de 1976 son temporalidades

    diferentes, cada una con su propia lgica. Al

    decir que el 15M era como 1976 tampoco

    mi amigo quera decir que ambos momentos

    fuesen el mismo, sino que uno se poda

    iluminar en funcin del otro. Afirmar que el

    15-M es como el 76 era un modo, el suyo, de

    comenzar a intentar entender algo de lo que

    el 15-M es. El amigo que me enva ese

    mensaje es historiador. Y no uno cualquiera,

    sino alguien con gran sensibilidad por los

    Fig. 7. El Pas, 17 mayo 2011. Captura Web.

    Fig. 8. Cartel campaa en favor de la libertad expresin para El

    Joglars. 1977.

  • Lo llamaban democracia?

    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61 25

    movimientos sociales, los discursos sobre la

    memoria, la filosofa del tiempo, el lenguaje y su

    relacin con las identidades colectivas. Es decir que,

    a pesar de mi relato, el suyo no es el ojo cvico de

    un ciudadano cualquiera sino el ojo crtico de

    alguien entrenado precisamente en ver los cruces

    entre temporalidad, lenguaje, poltica y esttica, los

    mismos cruces que yo he estado practicando hasta

    aqu. Ello tambin quiere decir que lo que mi amigo

    est viendo inevitablemente estaba contaminado por

    lo que mi amigo crea ver.

    Si dice Christian Salmon que nada hace ms

    feliz a un acadmico que comprobar que lo que

    estudia realmente sucede delante de sus ojos (12),

    reconozco que en mi caso tambin fue as, pues

    mientras acababa de corregir exmenes en Nueva

    York, yo me senta feliz, feliz, como un paleontlogo

    que hubiera visto renacer a un dinosaurio.

    3. Crtica y crisis de la democracia espaola: el 15-M y los imaginarios del tiempo

    Pero los historiadores de la cultura no son los nicos que quieren ir de visita a

    Jurasic Park de tarde en tarde. Quiz de un modo menos erudito, y en una conversacin

    menos intensa con la bibliografa ltima, haba mucha gente viendo dinosaurios moverse

    por todas partes en las jornadas de mayo de 2011. Para el que las quisiese ver, Sol estaba

    lleno de cifras poticas convocando un imaginario de lo histrico, bien con carteles que

    gritaban va por ti, abuelo, bien con una pancarta que deca Madrid ser la tumba del

    neoliberalismo. No Pasarn! o bien con el icono rejuvenecido de la diosa republicana de

    Madrid [fig. 9]. No tenan el rigor afirmativo (banderas rojinegras, tricolores, puos

    cerrados) de los smbolos vedados por las asambleas, que priorizaron preservar el espritu

    inclusivo del movimiento incipiente aunque, entre los puntos aprobados en la asamblea del

    20 de mayo, figurase, en el nmero quince, la Recuperacin de la Memoria Histrica y de

    los principios fundadores de la lucha por la Democracia en nuestro Estado (VVAA).

    Y aunque los smbolos se enmascarasen, no por ello sus portadores dejaban de

    acudir a las plazas con una fuerte visin de que el tiempo poltico que se estaba abriendo en

    ellas entraba en un dilogo estructural con un tiempo poltico anterior, as como con un

    tiempo futuro por venir. Y, a pesar de la dificultad para verbalizarlo (por parte tanto de

    medios como de activistas), las imgenes de las plazas llenas de pueblo, en las proximidades

    de los comicios locales del domingo 22, hacan pensar inevitablemente en otros comicios

    sucedidos en otra primavera ochenta aos antes, cuando las multitudes desbordaron las

    Fig. 9. Silueta republicana. Fotografa del autor. Puerta del

    Sol, 3 junio 2011.

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    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 26 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61

    calles y las plazas proclamando la II Repblica el 14

    de abril de 1931 [fig. 10]. En ese lugar histrico se

    colocaba al abuelo difunto del que algunos de esos

    carteles hablaban y, desde all, se le recompona

    orgulloso en la memoria. La experiencia de que los

    pasados acuden sobre el presente, y que, desde all,

    los difuntos nos miran, forma parte sustancial de la

    experiencia poltica del cambio histrico

    revolucionario y acompaa la sensacin de que el

    presente se est abriendo y de que el lenguaje muda

    sus significados, frente a nosotros, como si un

    terremoto hubiese cambiado el aspecto del mundo

    conocido, sacando, al tiempo, a la superficie los

    fragmentos de mundos preexistentes.

    Sin embargo, no eran los aos treinta, ni la

    Guerra Civil, el marco temporal de referencia

    dominante en las plazas. Una vez ms, el manifiesto

    fantasma sirve de referencia:

    Debemos recuperar las palabras, resignificarlas para que no se manipule con el

    lenguaje con la finalidad de dejar indefensa a la ciudadana [...]. Los ejemplos de

    manipulacin del lenguaje son numerosos y constituyen una herramienta de

    control y desinformacin. Democracia Real significa poner nombres a la infamia

    que vivimos [...]. Es preciso construir un discurso poltico capaz de reconstruir el

    tejido social (VVAA).

    Todo el vocabulario del prrafo incorpora una descripcin histrica implcita que remite

    con fuerza (recuperar, resignificar, reconstruir, secuestro...) a un momento original de

    fundacin, donde el tejido social estaba construido. Un tiempo donde las palabras y las

    cosas coincidan, antes de confundirse en el babel neoliberal. Y cul sera, por cierto, ese

    momento de seguridad denotativa sino la fundacin democrtica, prolongada en el

    cronotopo socialdemcrata, el de los aos de la infancia de los activistas que redactaron el

    prrafo? En 2011, la expresin poltica colectiva de que una distancia insalvable separaba la

    verdadera democracia de la falsa democracia del presente tena que enfrentarse a un relato

    del origen, incorporando el mito fundacional de 1978. En el manifiesto fantasma, la

    transicin se siente como el momento legtimo donde las palabras y las cosas coincidieron y

    esa coincidencia inaugur la experiencia histrica de vivir en democracia. No era esta, como

    insistiremos, la potica de los graffiti del otoo de 1976, pero el relato s se aproximaba a

    una visin colectiva del periodo, como la de Ferrn Gallego. La conciencia colectiva de

    vivir en democracia naufragaba a partir de mayo de 2011 y, con ella, un imaginario de la

    historia. Por ello, al reclamar la legitimidad de la fundacin democrtica se reclamaba la

    obligacin contempornea de restaar la distancia entre la falsa poltica del presente y la

    verdadera poltica por venir.

    Fig. 10. Cartel Proclamacin de la Repblica

  • Lo llamaban democracia?

    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61 27

    Nuevos registros de materias efmeras

    asociadas con la crtica esttica de la poltica nos

    servirn para argumentarlo. Desde los carteles

    tambin se apelaba a la memoria familiar de una

    poca ms reciente (mam esto es lo que me has

    enseado, gracias), pero me interesa convocar

    aqu una accin que se reprodujo en muchas

    acampadas el 21 de mayo de 2011, y que tuvo

    ecos varios, incluso en fechas posteriores. Se trata

    del entierro de la democracia, una performance

    en la que activistas vestidos de luto y portando

    grandes atades realizaron desfiles pardicos.

    Reproduzco la imagen de uno de estos funerales:

    tres activistas velan el sepulcro de la democracia y

    dan muestras de dolor inconsolable [fig. 11].

    Seguimos en el mbito de lo que llamo la

    crtica de la poltica a travs de la esttica, que, en

    esta ocasin, adems, se lleva a cabo actualizando

    un entero imaginario de la historia explcito.

    Encima del sarcfago han escrito: Democracia 1978-15M. Con ello no buscan declarar

    que el movimiento 15-M matase la democracia, pero s que el 15 de mayo de 2011 la

    democracia espaola se muri y representar que, al morirse, se cierra una poca y empieza

    otra distinta. La democracia se entiende aqu como un cronotopo (Koselleck, 1993), como

    un periodo. El 15-M se entiende como un umbral (producto de un acontecimiento) que

    interrumpe un modo de referirse a la realidad que haba empezado en 1978, con la

    Constitucin, y haba durado tres dcadas. En ese cronotopo, nos dice la performance, se

    naturalizaba un sistema poltico (la democracia) y un rgimen moral (vivimos en una poca

    buena) en una descripcin del presente. Esa identificacin colapsa en las jornadas de mayo,

    como ya he repetido varias veces.

    Pero si despus del franquismo viene

    la democracia, qu es lo que viene despus

    de la democracia? La post-democracia?, la

    Segunda Transicin?, El Neofranquismo?,

    la Tercera Repblica?, el IV Reich

    alemn? el fin del mundo? Manel

    Fontdevila, un dibujante que, como Miguel

    Brieva o Bernardo Vergara fue construyendo

    desde comienzos de milenio una sensibilidad

    quincemayista, se planteaba esta misma

    cuestin, la de la posteridad epocal de la

    democracia, en un tono muy poco

    halageo [fig. 12].

    Fig. 11. EFE. 21 mayo 2011. Puerta del Sol

    Eldiario.es 24 mayo 2013.

  • Germn Labrador Mndez

    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 28 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61

    Fig. 13. Wikipedia. Fotografa de Barcex, 16 feb. 2013.

    En general las pocas histricas tienen problemas a la hora de proponer su

    posteridad, pero esta relacin, en la democracia espaola, ha sido especialmente

    problemtica. Como Fontdevila, muchos crticos han sealado la contradiccin filosfica

    que supone que la transicin, un periodo dispuesto para ser incoativo, haya acabado

    proponiendo una temporalidad dura, epocal. Esa paradoja sirve para nombrar uno de los

    conceptos tericos ms fuertemente asociados al 15-M como evento, la nocin de CT,

    cultura de transicin11. Cmo argumenta Guillem Martnez la democracia slo

    institucionaliza la lgica discursiva fundacional de la transicin, y, con ella, la lgica

    consensual. Una parte consustancial de la misma reside en la necesidad de actualizacin

    11 El concepto y su uso son anteriores (vid. el blog del autor), pero es a partir de mayo de 2011 y de

    la publicacin del libro colectivo citado cuando adquieren toda su relevancia. En trminos tericos,

    Martnez se inspira en un tipo de crtica de la ideologa a travs del lenguaje que recuerda el trabajo

    de Victor Klemperer. Una precisin sobre mi uso del trmino: CT, Cultura de la Transicin como trmino puede mover a engao, porque parecera apelar a aquella cultura generada durante el

    proceso de transicin a la democracia, a la que prefiero referirme como cultura transicional,

    cultura setentera o, con el trmino ms especfico de culturas alternativas de la transicin

    espaola. Sin embargo, la lectura de la introduccin del libro de Martnez deja claro que su uso del

    trmino se refiere a la cultura que surge de la transicin espaola a partir de la desmovilizacin de la cultura transicional (15-16), de la que su libro apenas habla. CT, cultura de transicin, sera la cultura hegemnica de la democracia espaola despus de 1982 y, propiamente, en mi lectura, la

    cultura socialdemcrata, popularmente conocida como cultura progre.

  • Lo llamaban democracia?

    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61 29

    permanente de la transicin, sus mitos y sus fantasas y, entre ellas, la del riesgo de desunin

    y la necesidad de volver al espritu de la transicin y de la Constitucin que lo garantizara,

    precisamente manteniendo la relacin de identidad entre cosas y palabras. Ese tiempo de

    seguridad lingstica se entierra, insisto, con los atades pardicos del 21 de mayo de 2011.

    Los movimientos que, en los aos previos, hicieron la larga travesa del desierto

    poltico de la burbuja inmobiliaria, construyendo el vocabulario bsico y las reclamaciones

    que se socializaran en las plazas del 2011 ya haban interpelado la constitucin desde esta

    ptica. Se haban tomado en serio la literalidad de la Carta Magna, como Quijotes cvicos, al

    objetivar la ilusin constitucionalista, y sobre todo la relacin con el mundo llamado real

    que esta supone, lo que significa recordar que la realidad que nos sirve de medida de todas

    las ficciones no es ms que el referente reconocido de una ilusin (casi) universalmente

    compartida (Bourdieu, 2002: 65). As, el Artculo 47 de la Constitucin, que garantiza el

    acceso de todos los espaoles a una vivienda digna y protege la vivienda como un bien

    comn frente a la especulacin, se convirti en una poderosa herramienta argumentativa del

    movimiento V de Vivienda y, posteriormente, de los grupos antidesahucios [fig. 13], al

    objetivar la distancia entre su texto y el mundo al que remite. Por qu no se cumpla el

    lenguaje del texto fundacional de la democracia, cuya remisin ad literam constituye el

    lxico ltimo de la lgica poltica de la cultura democrtica, ms all del que no cabe

    discusin posible?

    Por ltima vez: la distancia, que se perciba creciente, entre las palabras y las cosas,

    objetivada a travs de la crtica esttica de la poltica, deshaca la conciencia de vivir en

    democracia. La muerte de la democracia es as la declaracin de que los principios morales

    y el relato histrico que ha acompaado la imagen de la transicin a lo largo de toda la

    democracia ya no se comparten de manera hegemnica.

    Sin embargo, el relato de la concordia, una vez omnipotente, no ha desaparecido.

    Regresa con titulares del tipo Mxico firma su versin de los Pactos de la Moncloa

    (Prados, 2012). El discurso institucional trata de inyectar transicin en el cuerpo social

    como si fuese un anxioltico, despus de que la ciudadana declarase la muerte de la

    democracia. A modo de ejemplo, puede mencionarse la inclusin de la transicin

    espaola dentro de los atributos de la campaa de marketing llamada la Marca Espaa (al

    mismo nivel que la paella, el ftbol o la lengua), como parte de los valores slidos de la

    nacin que deben contrarrestar el dao que la crisis est produciendo a su imagen

    (Labrador, 2013b). Frente a estos retornos fantasmales son otras las lecturas de la transicin

    que se estn socializando en las plazas y las asambleas, y, sobre todo, en la esfera digital,

    donde los blogs, conversaciones, documentales recuperados, o pginas dedicadas a la

    crtica poltica de la transicin son mltiples, demostrando que la discusin sobre la

    naturaleza del proceso es hoy algo relevante en trminos civiles. Y, al igual que mi amigo,

    mucha gente estara utilizando de un modo crtico el imaginario de la transicin espaola,

    para tratar de conocer la naturaleza del presente. No en vano el primer nmero de la

    coleccin de Cuadernos, del peridico eldiario.es (aparecido en junio de 2013) se titul El

    fin de la Espaa de la transicin, empleando la nocin de cambio epocal como instrumento

    analtico para el conocimiento del presente.

  • Germn Labrador Mndez

    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 30 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61

    Un ejemplo segundo lo tenemos en las acciones de protestas ocurridas desde el 23

    de febrero de 2012 en diversos puntos de la geografa espaola, dirigidas contra las

    polticas de austeridad impuestas por los organismos financieros internacionales. En la

    primera edicin, al grito de No al golpe de estado de los mercados, numerosos colectivos

    asociaron la actual crisis econmica con el submito central de la transicin modlica (el

    intento de golpe de estado de Tejero como vacuna democrtica, gracias a la accin arbitral

    del rey). Las jvenes activistas que aparecen en esta fotografa [fig. 14] propusieron una

    deconstruccin queer del mito transicional, cuestionando el modelo hipermasculinizado del

    guardia civil que penetra el cuerpo de la joven democracia introducindose en su cmara

    de los representantes. Se trata de lo que Alberto Medina llama el pacto libidinal de la

    transicin, un teatro sado-masoquista basado en el placer de la auto-renuncia.

    Encarnando, con sus disfraces, la posibilidad de un Tejero-trans, cuestionan las

    figuraciones del nacionalismo espaol desestabilizando la masculinidad de su sujeto poltico

    ideal, mediante las prtesis flicas de esas armas de fuego que compensan fantsticamente

    una castracin poltica original. Hasta aqu, la accin supone una stira esttica del

    imaginario poltico conservador, vecina de otros actos iconoclastas, impensables hace diez

    aos, pero hoy piezas de caza menores de la crtica esttica poltica, como pueden ser el

    Valle de los Cados inflable de Leo Bassi, el Guiol de Franco Paca La Culona- en el

    programa El Intermedio, o la imaginacin iconoclasta del programa cataln Polonia12, o las

    jornadas Contra Franco del verano del 2013 de una autoproclamada plataforma de

    Artistas Antifascistas (Suscasas, 2013).

    Fig. 14. Fotografa. Puerta del Sol. 23 feb. 2012.

    Captura de internet.

    12 El 27 de abril de 2014 era posible acceder a travs de los siguientes links:

    Leo Bassi. Francolandia Parodia en El Intermedio Parodia en Polonia El rgimen de Franco

    http://www.dalealplay.com/videos/Francolandia-el-Valle-de-los-Caidos-hinchable_232032http://www.youtube.com/watch?v=OibPZIaot7khttp://www.youtube.com/watch?v=sXtLj4WMQpo
  • Lo llamaban democracia?

    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61 31

    Si el 23-F, en el calendario litrgico democrtico

    (entendida la democracia como religin civil), es una

    estacin memorial obligatoria (como el 11-M o como el

    discurso del Rey en Nochebuena), hasta hace tres aos

    exenta de grandes polmicas, despus de 2011 se ha

    convertido en una fecha en disputa (como el 12 de

    octubre, el 25 de noviembre o el 18 de julio), que grupos

    de ciudadanos tratan de dotar activamente de sentido

    ms all de la narrativa del estado, a travs de contra-

    memorializaciones populares en espacios pblicos. As, la

    presencia de estos guardias travestidos form parte de

    una campaa ms amplia de ciudadanos contra el 23-F

    Financiero y frente al golpe de estado de los mercados.

    Estos interpretaban las polticas de eliminacin de gasto

    pblico y destruccin del estado del bienestar (los recortes) como una agresin a la

    soberana democrtica, cometida con el objeto de transferir a la poblacin las prdidas de la

    crisis. Empleando el smbolo del movimiento anti-recortes (unas tijeras en el interior de una

    seal de prohibido) planteaban que existe una relacin entre los tijeretazos del gobierno y el

    tejerazo de 1981. Un ao ms tarde, devolvan el golpe [fig. 15].

    El centro de la crtica volva a ser la correcta comprensin de la constitucin

    espaola: tras la defensa durante dcadas de su literalidad, como vimos, incumplida, y de la

    imposibilidad de su reforma, en el tiempo record de semanas, los dos grandes partidos se

    pusieron de acuerdo para incluir, con urgencia y en pleno verano, un artculo 135 que

    consagraba la orientacin del estado al pago prioritario de la deuda exterior. Deca el

    manifiesto de la convocatoria de febrero de 2013:

    El 23 de febrero de 1981 unos siniestros personajes opuestos al rgimen

    constitucional democrtico protagonizaron, pistola en mano, un ataque a la

    naciente democracia espaola asaltando el Congreso de los Diputados. Treinta

    aos ms tarde, [...] en el mismo escenario, los representantes del pueblo [...]

    nos traicionaban aprobando una reforma de la Constitucin espaola que nadie

    haba solicitado, sin aceptar el ms mnimo debate social y sin aprobacin en

    referndum. [..] No es un smil forzado. Es el episodio que de manera ms

    evidente escenifica el golpe de estado que estamos viviendo. Solo que esta vez, no

    lo protagonizan esperpnticos generales y guardias civiles, sino altos ejecutivos

    impolutamente trajeados y adulados por polticos. Estamos viviendo un golpe de

    estado financiero (Manifiesto contra el golpe de estado financiero).

    Fig. 15. Tejerazo Tijeretazo.

    Captura de internet, 4 dec. 2012.

    Asamblea de Logroo.

  • Germn Labrador Mndez

    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 32 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61

    En el pasaje hay un uso muy fuerte de la potica al servicio de la imaginacin

    histrica, por la necesidad de expresar la gravedad de la situacin actual de crisis de la

    democracia, a travs del paralelismo con el 1981. Al reclamar que su interpretacin no es

    un smil forzado quieren poner los sucesos ocurridos en Espaa en el periodo en un mapa

    ms amplio de fenmenos en los que decisiones polticas de gran calado no tienen relacin

    con la voluntad popular, los resultados electorales o los programas polticos.

    Fig. 16. Miguel Brieva. Mitos de la transicin.

    Cuadernos, 2.

  • Lo llamaban democracia?

    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61 33

    Por efecto de todas estas acciones de crtica poltica, al desmoronarse el mito de la

    transicin como principio compartido se haca visible la estructura profunda de intereses y

    relaciones que se habra mantenido unida y operativa de un lado a otro de 1975, hasta la

    fecha. En un largo ciclo de protestas colectivas, a lo largo de dos aos, la supraestructura

    ideolgica que habra mantenido viva la fachada de legitimidad se resquebrara dejando ver

    el funcionamiento del matrix funcional del estado, interaccionando los intereses del capital

    y el orden pblico. Esa era, al menos, la interpretacin de Miguel Brieva en una de sus

    alegoras polticas [fig. 16], con la que puede resumirse esta tarea de demolicin simblica

    del discurso institucional de la democracia a travs de la interpelacin esttica de su

    imaginario del tiempo en los espacios pblicos.

    Hasta aqu, en realidad, slo he introducido un tema, aunque complejo y con

    articulaciones mltiples, explorando sus lneas de anlisis fundamentales, que tratar de

    reforzar en la segunda parte de este trabajo. A esta altura, espero haber argumentado

    razonablemente que (a) existe un modo contrahegemnico de lectura poltica de la

    transicin espaola a la democracia a travs de la crtica esttica que formaliza la experiencia

    poltica colectiva de percibir que, de pronto, entre lenguaje y realidad, se ha establecido una

    distancia. Este modo de entender la transicin es (b) especialmente sensible a determinados

    aspectos que suelen ser los menos atendidos desde una ptica historiogrfica, y que se

    refieren a expectativas (ante la democracia por venir), a sujetos en transformacin y a la

    produccin de lenguaje, pero, en especial, al modo por el cual los sujetos polticos

    emergentes en una poca son capaces de pensarse a si mismos en el proceso de representar

    un cambio de temporalidad. Su reflexividad est, por tanto, en relacin con el lenguaje con

    el que una poca se nombra a si misma y a su posterioridad, determinando su imaginario

    histrico, De este modo, (c) la historiografa de la transicin espaola no slo debe ocuparse

    del estudio de la discursividad del periodo sino tambin de sus imaginarios del tiempo, que

    se asocian con afectos, energas estticas y lneas de deseo. Este tipo de (d) conocimiento

    histrico alternativo (no est diseado para confirmar sino para abrir, no para fundar, sino

    para deconstruir), permite hoy socializaciones determinadas (coincide con una versin

    socializada de marcos historiogrficos alternativos) que redefinen completamente el papel

    del historiador, de la historia, y de la memoria tal y cmo se entenda en la democracia,

    trasladando el protagonismo de esta actividad a las goras y las esferas pblicas, fsicas y

    virtuales.

    4. Lo llamaban democracia? Emancipacin poltica, mesocracia y legitimidad democrtica.

    Lo llamaban democracia? El ttulo de estas pginas parecer anacrnico, porque

    alude a uno de los eslganes ms conocidos del movimiento 15M (lo llaman democracia y

    no lo es), lema que seala el final de la identificacin entre formas y contenidos, principios y

    prcticas, ciudadana y estado, cuya naturalizacin, como explicamos, define el cronotopo

    que organiza la experiencia histrica espaola de las tres ltimas dcadas y que funda la

    lgica de la Cultura de Transicin (Martnez, 2012). De acuerdo con que, ahora, lo

    llamen democracia. Pero desde cundo? Y quines? Ha sido la democracia, como

    concepto metahistrico, un trmino compartido por la mayor parte de los espaoles en las

  • Germn Labrador Mndez

    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 34 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61

    tres ltimas dcadas? Han vivido los espaoles mayoritariamente los treinta ltimos aos

    pensando que la utopa poltica y la realidad cotidiana coincidan? Cmo? Desde cundo

    han llamado los espaoles a la Espaa contempornea la democracia como se habla del

    franquismo o de la Repblica? Desde 1982? Debemos asumir que la temporalidad

    abierta por 1982 ha sido socializada, desde entonces, como la democracia o, incluso, que

    ello comienza desde antes, quiz desde las mismas elecciones de 1977? Fue la democracia

    un enunciado performativo (una ficcin poltica) que empez a cumplirse en el mismo

    momento de enunciarse legislativamente, generando conciencia histrica, o tard muchos

    aos en hacerlo, requiri de un proceso complejo y quiz no lo consigui nunca de modo

    completo y categrico? Cundo se empez a hablar del tiempo post-1975 como de la

    democracia, como un tiempo con una identidad propia, que se corresponda con un

    desarrollo feliz y positivo del tardofranquismo? En qu medida el impulso y ampliacin

    del trmino como concepto metahistrico se relaciona con el cumplimiento de los dos

    puntos principales del proyecto socialdemcrata: la modernizacin asistencial del estado

    franquista y la homologacin europea?

    Una cascada de preguntas semejante nos conduce a la cuestin de la legitimacin

    fundacional de la democracia por parte de sus usuarios. Esta fue una preocupacin

    compulsiva de finales de los aos setenta: cabe recordar que, entonces, en las distintas

    convocatorias electorales celebradas entre 1977 y 1982 la baja participacin electoral (60%

    para el referndum constitucional, 68% para las primeras elecciones constitucionales de

    1979 y 62% en las primeras municipales) era una evidente amenaza para la legitimacin del

    proceso, como lo era, adems, la existencia de verdaderos agujeros negros electorales en

    zonas amplias del territorio del estado, particularmente en las reas nacionalistas y en

    Euskadi, donde la elevada abstencin y el mantenimiento de posiciones polticas de ruptura

    hacen complicado leer los resultados electorales en trminos institucionalistas. Algunas

    investigaciones, desde las ciencias sociales, han subrayado el apoyo incondicional de los

    espaoles a la democracia, confundiendo, con frecuencia, la comprensin de la

    democracia como cronotopo (lo que llaman democracia) y como ficcin poltica (la

    verdadera democracia que no es) (Linz y Stepan cit. en Montero, Gunther y Torcal,

    1999: 112 y 137). Otros analistas han abordado la cuestin en trminos ms morales,

    regaando a la ciudadana por no abrazar entusiastamente el sistema de partidos y la

    Constitucin, actualizando argumentos de primera hora, que atribuyeron la alta abstencin

    registrada en los primeros comicios al conformismo, la apata poltica, la desorientacin y

    deficiencias de informacin (Blas Guerrero, 1978:204), cuando no directamente a la

    actitud narcisista de los jvenes (De Miguel cit. en Snchez Len, 2003). Estos anlisis son

    capaces de imaginar o bien una poblacin progresivamente esperanzada ante los proyectos

    institucionales de transicin democrtica, o bien reticente frente a ellos, pero, en cualquier

    caso, democrticamente analfabeta, desprovista de agencia poltica y de juicio propio e,

    incluso, carente de conciencia de sus propios intereses y lealtades. En principio, una

    descripcin de conjunto as resultara naturalmente compatible con una comprensin

    intervencionista del proceso, en trminos de ingeniera poltica y jurdica e intereses

  • Lo llamaban democracia?

    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61 35

    forneos (Morn, 1991, Garcs, 2012), aunque compartir tal descripcin no requiere, en

    realidad, postular la inexistencia ciudadana.

    Porque el discurso de los espaoles desafectos con el nuevo sistema democrtico

    tambin es compatible con la penetracin social de otros discursos de la democracia, que se

    caracterizan por defender la autonoma de la sociedad civil y la participacin poltica de

    base. Segn datos del DATA un 77% de los encuestados crean, en el ao de 1978, que la

    democracia es el mejor sistema para un pas como el nuestro, cifra que en 1980 baja al

    69% y despus del golpe de 1981 sube hasta el 81% (Montero, Gunther y Torcal,

    1999:112). Pero, segn datos del Centro de Investigaciones Sociolgicas, en ese mismo ao

    de 1978, slo un 65% de los encuestados crean que los partidos polticos son necesarios

    para que funcione la democracia (y slo un 45% que facilitan la participacin poltica).

    El porcentaje seguir bajando, hasta el 61% en 1980 y 1981. (Montero 69). Estos datos

    propone que un 40% de la poblacin crea en la viabilidad de una democracia sin partidos,

    fuese ya una democracia de ciudadanos (asamblearia, participativa, republicano-libertaria),

    o bien una democracia social (un estado de tipo socialista o comunista). En cualquier caso,

    la falta de entusiasmo popular ante la eleccin de representantes desconocidos en listas

    cerradas, siglas oscuras y partidos polticos de funcionamiento no democrtico fue

    permanente durante toda la transicin poltica, en contraste con el clima de exaltacin,

    efervescencia e intensa actividad que ocupa a amplios sectores de la poblacin en ese

    mismo periodo. Y si tal vibracin no aparece con facilidad en las encuestas es fcil rescatarla

    a partir de los documentales que han representado la agencia y la voz de esa ciudadana sin

    representacin que, como un bajo continuo, da unidad al periodo, desde la movilizacin

    vecinal de La ciudad es nuestra, el documental de las asociaciones de vecinos de Madrid

    (Calabuig y Cndor 1974-1975), o desde la emergencia anarco-libertaria de 1977 filmada

    por Artero y Nacarino en Madrid13 y por Video Nou en Barcelona, hasta llegar a la masiva

    politizacin de la sociedad en su conjunto que, en 1980, registraron las cmaras de los

    hermanos Bartolom, con el modelo de La Batalla de Chile del chileno Patricio Guzmn en

    la cabeza y, en el corazn, el temor a una involucin poltica sangrienta. El archivo flmico

    ciudadano tiene proporciones relevantes e incluye los trabajos de agrupaciones como el

    Colectivo de Cine de Madrid o el grupo de Barcelona Video Nou, as como pelculas de

    13 En las imgenes filmadas por Artero y Nacarino del primer mitin de la CNT en Espaa despus

    de la guerra, en San Sebastin de los Reyes, y ante un aforo de ms de 50.000 personas, puede verse

    el conflicto esttico y poltico entre viejos cenetistas y jvenes cratas. El lenguaje potico de los

    discursos visionarios de la mayor parte de los lderes permanece anclado en una retrica nostlgica

    de los aos treinta, mientras que, entre los jvenes, se visualiza una pluralidad de nuevas estticas,

    junto con el retorno, modernizado, de la simbologa histrica del anarquismo. Sin embargo, ms all

    de esta clave generacional, se expresan conflictos de nueva cultura poltica horizontales, en lo que

    podemos leer como el aprendizaje de las prcticas participativas. As, por ejemplo, se improvisa una

    asamblea general, donde micrfono en mano, los presentes hablan. Una compaera critica la

    organizacin del acto, por su sentido vertical y por el poco papel dado a los asistentes: yo no tengo

    que hablar nada de Mujeres Libres, slo quiero hacer una objecin a cmo se est desarrollando el mitin, [...] algunos oradores no han respetado suficientemente a la militancia [...] que somos el

    verdadero mitin. (11'20''). Las imgenes de Video Nou son claro, un tono diferente, y se

    corresponden a las Jornadas Libertarias del Parque Gell, la fiesta mayor de la acracia en los setenta.

  • Germn Labrador Mndez

    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 36 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61

    directores como Joaquim Jord, Lloren Soler, Gonzalo Garca-Pelayo, Ventura Pons (o

    incluso el cine social de Eloy de la Iglesia y los super-8 experimentales de Antonio Maenza).

    La interesada confusin alrededor del trmino Desencanto tiene que ver con el dcalage

    producido entre la existencia de la ciudadana desbordante que muestran estos documentos

    (muy presente en las calles y en la esfera pblica alternativa) y la falta de respaldo que esa

    misma ciudadana ofreca al estado a travs de los canales electorales habilitados para ello,

    su negativa popular a regalarle la legitimidad democrtica. Es impresionante comprobar

    hasta qu punto lo que la gente pensaba que era (y lo que quera que fuese) vivir en

    democracia tena muy poco que ver con las nuevas instituciones del estado y con la nocin

    de participacin poltica que estas instituciones formalizaban (Culpables por la literatura).

    En un estudio anterior (Ciudadanos sin que se les note), argument que la

    existencia de un dficit de representacin era el problema esttico y poltico dominante

    durante la transicin democrtica. Mi tesis es que su irresolucin hubo de generar una

    pauta estructural que, en las dcadas siguientes, se hereda. Esta determina, en lo electoral,

    que, desde 1982, un segmento de la poblacin (al que podemos aludir como anti-

    franquismo sociolgico y calibrar entre un 10 y un 15% del censo) mantenga una relacin

    instrumental con las instituciones democrticas, a las que acude puntualmente cuando

    considera que su identidad civil se ve amenazada por una inminente involucin

    institucional. La movilizacin de ese sujeto poltico, cuya sensibilidad progresista no se

    solapa con una identidad de partido, ha resultado clave, en el pasado, para el triunfo

    electoral de opciones progresistas (1982, 1993, 2004, 2008). Son tesis muy fuertes para

    resumirlas sin matices en un prrafo, pero lo que aqu me interesa recalcar es la existencia,

    en los aos setenta, de un sujeto poltico, de relieves amplios, difcil de estabilizar desde

    parmetros institucionales. Este sujeto poltico en transicin no sale, curiosamente, en la

    foto de la transicin14. La configuracin social de su identidad y de sus valores, como

    argumentar, no se responde al perfil ni la identidad de las clases medias que fueron

    14 La ya mencionada experiencia del colectivo de Cine de Madrid nos alerta sobre la dificultad de

    que la transicin como proceso poltico de base popular cristalice en un imaginario autnomo.

    Hasta la aprobacin de la libertad de prensa el proceso de informar grficamente sobre los

    acontecimientos polticos sucedidos en el espacio pblico era especialmente complejo y peligroso,

    lo que conden a la invisibilidad las tareas polticas de oposicin cvica. La pulsin realista que

    atraviesa la narracin grfica o el cine de la poca debe entenderse en sintona: la voluntad de

    autores como Carlos Gimnez de participar en la construccin de un imaginario esttico del

    periodo post-franquista, contando la actualidad en una perspectiva ciudadana con sus dibujos. A

    pesar de que las prcticas informativas de los aos setenta constituyeron toda una revolucin, en

    particular por las iniciativas de la Prensa Independiente y las revistas contraculturales, es llamativa la

    precariedad de estos esfuerzos, desconocidos hasta fechas muy recientes. Gracias a la

    democratizacin de internet, esos documentales finalmente han sido puestos a disposicin pblica.

    Paradojas de la lgica transicional: aquellas imgenes que se subsumieron en el discurso

    institucional de la serie La Transicin (Prego), representando la accin de las fuerzas democrticas fueron producto ya de la ficcin (i.e. Operacin Ogro) ya del trabajo de los propios grupos de contra-informacin de la poca. A ese propsito, en su pgina web, el Colectivo de Cine de Madrid ofrece todo un relato de la privatizacin intencional del archivo ciudadano de la transicin en los

    aos noventa. Un temprano reconocimiento de esta tarea lo encontramos en el documental de los

    hermanos Bartolom, que se abre con una entrevista a los miembros del Colectivo y el visionado de

    algunas imgenes rodadas por ellos.

  • Lo llamaban democracia?

    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61 37

    objeto de la ingeniera social del rgimen franquista y del lenguaje de masas del partido

    socialista en los aos ochenta, y los pilares del pacto poltico libidinal del cronotopo

    democrtico, tal y como se represent en las elecciones de 1982.

    No son los primeros estudios que lo plantean, pero por la cercana con sus

    argumentos, citar tres artculos, dos de Snchez Len (2010, Desclasamiento y

    desencanto) y otro de Jess Izquierdo y Patricia Arroyo que, en este punto, comparten

    una misma tesis. Ambos leen la transicin a la democracia como un umbral de continuidad

    entre el franquismo y el postfranquismo, posible en la medida en que el concepto central de

    sus respectivas lgicas polticas (la modernizacin) no vara, as como tampoco lo hace su

    marco histrico de referencia (el desarrollismo). La defensa de una dominante

    modernizadora en la constitucin de la identidad nacional (vivida despus de 1975 como

    dinmica de normalizacin permanente) ofrece la posibilidad de entender la experiencia

    histrica espaola en continuidad progresiva desde el plan Marshall hasta la globalizacin

    (Richardson, 2002) a travs del papel que cumplen las nuevas clases medias como garanta

    sociolgica de la estabilidad poltica del pas y de su orientacin hacia una economa de

    consumo (Snchez Len Desclasamiento). Estas clases medias nuevas habran sido el

    producto destacado de la ingeniera poltica franquista y la culminacin de una serie de

    actuaciones modernizadoras (industrializacin, proceso de migracin del campo a la

    ciudad, ampliacin de la funcin pblica, transformacin urbana...). Ambas culturas

    polticas, el franquismo y la socialdemocracia no se habran diferenciado demasiado a la

    hora de privilegiar a este mismo sujeto histrico como interlocutor de su relato pblico (y

    de su imaginario de la historia): por el camino, el compartido vector modernizador dejaba

    de lado la memoria del mundo rural destruido, y con ella, la memoria de la represin y de la

    guerra (Richards, 2010). Aado adems: y la del impacto ecolgico de la modernizacin.

    Al situar la epopeya modernizadora como la narracin vertebral de la historia

    espaola de la segunda mitad del siglo XX, y al identificar a las clases medias como su

    beneficiario, pero no como su protagonista, se desarrolla, en lo social, una ampliacin del

    argumento de Garcs sobre la cooptacin poltica. Sociedad del bienestar, clase media y

    mercado comn formaran un todo inseparable, vinculado a la legitimacin de la

    democracia y, a travs de ella, a la socializacin de los beneficios materiales de la

    modernizacin primero, y de la integracin en Europa despus. La participacin en el

    reparto del botn capitalista (fruto de la integracin en el bando vencedor de la Guerra Fra)

    habra generado, una generacin ms tarde, unas clases medias comprometidas con la

    democracia, como otrora con el franquismo. Miguel Espinosa analizaba la circulacin

    compartida de bienes, dones, afectos y lealtades polticas, que estructura la identidad de las

    clases gozantes y las clases ociosas de la dictadura. A estos grupos privilegiados se habran

    aadido otros grupos de estatus en los aos setenta y, mediante las estructuras del estado

    del bienestar, hasta una entera clase social en los aos ochenta. La idea sera que este

    sujeto poltico de clase media fue conformado por y se conform con la democracia que le

    ofrecieron porque, adems, le ofrecieron ms cosas.

    Cuando Izquierdo y Arroyo reflexionan sobre la identidad del sujeto poltico ideal

    de la transicin mesocrtica, nos lo presentan como un hbrido agro-urbano, aquejado de

  • Germn Labrador Mndez

    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 38 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61

    un importante trastorno de personalidad poscolonial (la espaolitud), que le impide

    adquirir agencia, comunidad o genealoga, colonizado por los relatos de un pasado perfecto

    impuesto, y culpabilizado por su aceptacin material de la sujecin poltica al franquismo.

    Se tratara de un tipo de sujeto en un estado de esquizofrenia permanente, un estado

    resultante de la superposicin de diversos referentes culturales que oscilan entre lo

    tradicional y lo moderno. Desde los saberes producidos dentro del rgimen, Snchez Len

    explora el inters del homo mesocraticus para la ingeniera poltica antifranquista, como

    potencial suavizador de la lucha de clases, demostrando cmo, desde las ciencias sociales,

    se configura la utopa de una futura y democrtica sociedad de clases medias. Esta

    imaginacin poltica llega a inscribirse en el cuerpo social produciendo un sujeto

    desclasado, demediado en la distancia insalvable entre lo que los marxistas llamaban la clase

    en s (clase sociolgica) y la clase para s (imaginacin sociolgica de la clase social o

    identidad social). El desarrollo de la sociedad espaola como sociedad de propietarios

    (Observatorio Metropolitano de Madrid, 2010) no sera la menor de las patologas

    derivadas de este desclasamiento. La identificacin radical con los valores y hbitos ideales

    de esa identidad impostada de clase media, en su conjunto, generara una suerte de

    quijotismo mesocrtico, la esquizofrenia de un pas donde los trabajadores se conciben

    como propietarios pero donde sus hijos tambin son capaces de reclamar el cumplimiento

    literal del artculo 47 de su constitucin.

    A pesar de la fuerza explicativa del relato mesocrtico, si atendemos al cine y a la

    novela del periodo en busca de las figuras que confirmen la centralidad explicativa de esta

    lectura sociolgica, el resultado podra ser decepcionante. La produccin esttica de la

    poca no parece identificar a los trabajadores (que se creen) propietarios como el sujeto

    histrico virtuoso sobre cuyos hombros asentar la democracia: ms bien reclama que, para

    que la democracia se asiente, es necesario que se produzcan transiciones tambin en los

    modos de subjetividad (aprender a cambiar en pocas de cambios) y muestra que

    precisamente esos varones de clase media son los menos indicados para hacerlo. No resulta

    sencillo argumentar en favor de la hegemona cultural de las nuevas clases medias

    propietarias (frente a las capacidades culturales de la privilegiada -pequea- burguesa

    ilustrada, desde Nueve cartas a Berta hasta Asignatura pendiente), ni mucho menos sobre

    su capacidad de producir, desde sus valores mesocrticos, una dotacin de sentido

    afortunada para con su tiempo. Cmo se comportan las supuestas clases medias nuevas

    frente a los valores y complejidades de una transicin espaola producida como suma de

    umbrales de acontecimiento que exigen transformaciones subjetivas? Quin encarnara los

    valores de la espaolitud? Sera el gris -y humansimo- funcionario del mediometraje La

    Cabina de Antonio Mercero (1974), el taxista de Almodvar en Qu he hecho yo para

    merecer esto? (1984) o el yerno de Fernando Fernn Gmez en Mambr se fue a la guerra

    (1986)?

    Tomando los ejemplos de tres obras emblemticas de tres directores tan distintos,

    no resultara relevante interpretar el trgico destino de los tres hombres mesocrticos que

    aparecen en ellas? Recordemos que uno muere asfixiado en el fondo de una presa

    hidroelctrica (verdadero emblema del desarrollismo electro-franquista), otro fallece

  • Lo llamaban democracia?

    KAMCHATKA N4 DICIEMBRE 2014 ISSN: 2340-1869 PGS. 11-61 39

    desnucado por su mujer con la ayuda de un hueso de jamn rado y, el ltimo, termina

    abandonado por su hijo, heredero moral del abuelo republicano que se pas treinta aos

    escondido como un topo. No estaran esos tres personajes apuntando al desplazamiento

    del paradigma machista del nacionalismo desarrollista basado en el consumo en favor de las

    energas cvicas que la transicin moviliza, se correspondan estas con los vientos humanistas

    de la vieja memoria republicana, con la emancipacin moral y sexual de las mujeres, con la

    conexin popular con las economas morales de la sostenibilidad campesina o con las ansias

    vitalistas de la juventud contracultural? El final retorno al campo en la cinta de

    Almodvar, la transmisin de la memoria republicana de Mambr y el cierre sepulcral de la

    cripta de la Presa de Aldeadvila (verdadero transfer del entierro de Franco en Guadarrama

    en un templo emblemtico de la modernizacin) no estn ofreciendo tres posibilidades de

    re-instalar la identidad y la memoria del siglo XX espaol en el seno de dispositivos pos-

    coloniales a cambio de desplazar del horizonte poltico al espaol mesocrtico? Otro tanto

    podramos plantearnos a propsito del cine de los aos setenta de Eloy de la Iglesia, Carlos

    Saura, Jos Luis Garcia o Jaime Chvarri y su fresco de sujetos en transicin y sujetos por

    venir (nias virtuosas, diputados queer, mujeres infieles, ragazzi di vita, finales de raza,

    quinquis y yonkies, resistentes morales a la dictadura y todo tipo de faunas suburbanas). La

    comedia humana del cine de la transicin (cine, por otro lado, altamente realista y pegado a

    lo histrico) hablara de la plasticidad creativa de las identidades en los aos setenta, lo que

    ms que con las clases medias se corresponde con los relieves de otro sujeto histrico: la

    hidra democrtica, uno de los nombres posibles para ese sujeto poltico en transicin que

    no sale, curiosamente, en la foto de la transicin, pero s en sus pelculas.

    Los estudios culturales desde hace quince aos y, fundamentalmente, en sede

    norteamericana, han sometido a evaluacin y a crti