Libros en referencia a Platon.

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Antología Historia de la Filosofía I

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Citas sobre Platón.

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Antología

Historia de la Filosofía

I

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NUEVO LEÓN

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS

FILOSOFÍA Y HUMANIDADES

Historia de la Filosofía I. Antología

San Nicolás de los Garza, Nuevo León, MéxicoAgosto, 2009

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ÍNDICE

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I.DIÓGENES LAERCIO.

VIDA DE LOS FILÓSOFOS MÁS ILUSTRES.LIBRO III. PLATÓN.

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Diógenes Laercio

1. Este filósofo fue ateniense, hijo de Aristón y de Pericciona o Potona. Su madre descendía de Solón, pues Dropidas, hermano de éste, tuvo un hijo, Cricias, y de Cricias nació Calescros. De Calescros nació Cricias, uno de los treinta tiranos, y padre de Glauco. Hijos de éste fueron Carmides y Pericciona, y de ésta y Aristón nació Platón, al sexto grado de descendencia con Solón, el cual descendía de Neleo y Neptuno. También cuentan que su padre Aristón descendía de Codro, hijo de Melanto, que también eran descendientes de Neptuno, según Trasilo. Espeusipo, en el libro titulado De la cena de Platón; Clearco, en el Encomio de Platón; y Anaxalides, en el libro II De los Filósofos, dicen que en Atenas se contaba que como Pericciona era muy hermosa, Aristón quiso violentarla, pero que no lo hizo porque en sueños tuvo una visión de Apolo, y desde entonces hasta el parto la conservó pura de unión carnal.

2. Platón nació, como dice Apolodoro en sus Crónicas, en la Olimpiada LXXXVIII, el día 7 de Targelión, en cuyo día nació también Apolo, según los delios. Murió, según Hermipo, el año primero de la Olimpiada CVIII, comiendo en un convite nupcial, a la edad de ochenta y uno. Neantes afirma que murió de ochenta y cuatro años. Así es que seis años después de Isócrates, ya que éste nació siendo arconte Lisímaco, y Platón siéndolo Aminias, en tuyo tiempo murió Pericles. Antileo, en el libro II De los tiempos, dice que Platón nació en el lugar de Coluto; otros opinan que en Egina, en casa de Eucliades, hijo de Tales, según escribe Favorino en su Varia historia, habiendo sido enviado allí su padre a formar una colonia, de donde regresó a Atenas cuando los lacedemonios, auxiliando a los eginenses, los echaron de Egina.

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3. Platón dio a los atenienses unas fiestas teatrales, cuyos gastos pagó Dion, como refiere Atenodoro en el libro VIII De los Peripatos. Tuvo dos hermanos, Adimanto y Glaucón; y una hermana llamada Potona, que fue madre de Espeusipo. En las letras fue discípulo de Dionisio, de quien hace memoria en su Anterastes. Se ejercitó en la palestra bajo la dirección de Aristón Argivo, maestro de lucha, el cual, por la buena proporción del cuerpo, le mudó en el de Platón el nombre de Arístocles que antes tenía tomado de su abuelo, según dice Alejandro en las Sucesiones. Otros creen que fue llamado así por lo amplio de su locución, o bien porque tenía frente ancha, como escribe Neantes. Algunos mencionan que luchó en los juegos ístmicos, lo que afirma también Dicearco en el libro I de las Vidas. Ejerció asimismo la pintura, y compuso primero ditirambos, después cantos y tragedias. Timoteo ateniense dice en las Vidas que Platón tuvo la voz delgada.

4. Se cuenta que Sócrates vio en sueños un polluelo de cisne que plumaba sobre sus rodillas, el cual, desplegando luego alas, se elevó por los aires y dio dulcísimos cantos, y que habiéndole sido llevado Platón el día siguiente día dijo: "He aquí el cisne". Empezó a filosofar en la Academia, y después en unos jardines junto a Colono. Así lo dice Alejandro en las Sucesiones, citando a Heráclito. Después de entrar en un certamen trágico, y oír primero la composición de Sócrates, quemó las suyas y dijo:

Oh, ven aquí, Vulcano;Platón te necesita en el momento.

Desde entonces se hizo discípulo de Sócrates, a los veinte años de edad. Al morir Sócrates, se pasó a la escuela de Cratilo, discípulo de Heráclito, y a la de Hermógenes, que seguía los dogmas de Parménides.

5. A los veintiocho años de edad fue con otros socráticos a Megara a oír a Euclides, según lo escribe

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Hermodoro. De allí se fue a Cirene y se hizo discípulo de Teodoro, matemático, de donde pasó a Italia a oír a los pitagóricos Filolao y Eurito. Por último, partió a Egipto a oír a los adivinos, adonde dicen que lo acompañó Eurípides. Cuentan que allí se enfermó, y lo curaron los sacerdotes bañándolo en el mar, por lo cual dijo:

Lava el mar las dolencias de los hombres.

Como también Homero dice: "Que los egipcios eran todos médicos". Además había determinado pasar a conversar con los magos; pero se lo estorbaron las guerras de Asia. Volvió por fin a Atenas y habitó en la Academia, la cual es un gimnasio suburbano con arboledas, llamada así por cierto héroe famoso, Academo, según escribe Eupolis en su drama Los exentos de la milicia, con estas palabras:

En los paseos dulcemente umbrososdel dios que apellidamos Academo.

También Timón, al hablar contra Platón, dice:

Entre ellos paseaba muy erguidoPlatón, de cuyo labiodulzuras procedían, semejantesa las del canto igual de las chicharras,sentadas en los árboles frondososdel floreciente bosque de Ecademo.

Antes se llamaba Ecademia, no Academia.

6. Platón era amigo de Isócrates, y Praxifanes describió cierta disputa que ambos tuvieron acerca de los poetas, cuando Isócrates estaba hospedado en una casa de campo. Aristójenes dice que militó en tres ocasiones: la primera, en Tanagra; la segunda, en Corinto, y la tercera, en Delio, adonde peleó con valor. Hizo una especie de miscelánea filosófica de las opiniones de los heraclíticos, de los pitagóricos y de los

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socráticos. En las cosas sensibles o sujetas a los sentidos filosofaba con Heráclito; en las intelectuales, con Pitágoras, y en las políticas o civiles, con Sócrates. Sátiro y otros dicen que escribió a Dion, que estaba en Sicilia, para que le comprara de Filolao tres libros pitagóricos, con precio de 100 minas. Entonces podía hacerlo, pues había recibido de Dionisio más de 80 talentos, según escribe Onetor en el libro titulado Si conviene o no que el sabio procure hacerse rico.

7. Se apoyó mucho en el poeta cómico Epicarmo, del cual copió varias cosas, como dice Alcimo en los cuatro libros que dedicó a Amintas. En el primer libro dice así: "Consta que Platón toma muchas cosas de los escritos de Epicarmo". Dice Platón: "Se ha de considerar qué cosas sensibles son aquellas que nunca permanecen en un estado mismo en cualidad ni en cantidad, sino que se mudan y corren continuamente. Al modo que si de una suma se quita un número, no quedará la misma en cantidad ni en cualidad. Y estas son las cosas cuya generación no se intermite, pero nunca vemos nacer la sustancia. Las inteligibles son aquellas a quienes nada se añade o quita. Así es la naturaleza de las cosas eternas, siempre es una misma". Y Epicarmo, acerca de las cosas sensibles e intelectuales, dice:

—Los dioses existieron siempre,sin que de ser jamás dejasen.Y lo que siempre fue, siempre es lo mismo,puesto que existe por esencia propia. —Pero dicen que el caosfue engendrado el primero de los dioses.—¿Cómo, si no es posiblesea el primero quien proviene de otro?Así que no hay primero ni segundo.Pero en aquellas cosas que a nosotroscompeten, establezco lo siguiente:Quien al número par o impar añadauna parte o la quite, ¿por venturaquedará el mismo número primero?—No quedará, por cierto.

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—Y si uno añadiese a la medidade un codo, otra medida fija y cierta,o bien la sustrajese,tampoco quedaría el codo mismo:¿No es así? Ahora bien: pues consideracon atención a los hombres,verás que uno creciendo, otro menguando,todos están en mutación continua;y aquello que se muda,según naturaleza,y en un estado mismo no persiste,va siendo diferente de lo que era.Aun tú y yo fuimos otrosayer, mas hoy ya somos diferentes,y aun otros mañana. Así que nunca,por la dicha razón, somos los mismos.

8. Además de esto, dice Alcimo lo siguiente: "Los sabios afirman que el alma percibe unas cosas por medio del cuerpo, por ejemplo, oyendo y viendo; y otras las advierte por sí misma, sin intervención del cuerpo. Y así, de todo lo que tiene ser, unas cosas son sensibles, y otras intelectuales"; por lo cual decía Platón que los que quieren comprender los principios de todas las cosas, primero dividen entre sí mismas las especies que llaman ideas, como lo son: la Semejanza, la Unidad, la Multitud, la Magnitud, la Quietud, el Movimiento. En segundo lugar, consideran en sí misma la idea de lo honesto y lo bueno; de lo justo y lo injusto. En tercer lugar advierten las ideas que tienen conexión entre sí, como la Ciencia, la Magnitud, la Dominación; y consideran también que las cosas que existen en nosotros suelen hacerse equívocas por su mutua coherencia. Por ejemplo, digo que son justas las cosas que participan de lo justo; honestas, las que participan de lo honesto. Que cada una de estas especies es eterna, la percibe el entendimiento y está libre de toda confusión; por lo cual, dice que las ideas existen en la Naturaleza como ejemplares; y otras cosas semejantes a éstas.

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9. Ahora, pues, Epicarmo, acerca de lo bueno y de las ideas, dice:

—¿Es el son de una flautaacaso alguna cosa? —Ciertamente.—¿Luego son de una flauta será el hombre?—De ninguna manera.—Vamos a demostrarlo:¿Un flautista quién es?, ¿por quién lo tienes?Por un hombre, ¿no es cierto? —Sin disputa.—¿Y no sientes lo mismo de lo bueno?¿No es lo bueno existente por sí mismo?Y hace bueno a cualquiera que lo aprende.Como flautista se hacequien a tocar la flauta se dedica,bailarín quien al baile,tejedor el que teje,y otras cosas como éstas.Pero el hombre no es arte, sino artista.

10. Platón en su sentir sobre las ideas dice: "Que habiendo memoria, las ideas permanecen en los que las tienen, ya que la memoria lo es de cosa quieta y permanente; y que nada permanece sino las ideas. Porque, ¿cómo —dice Platón— podrían los animales atender a su conservación, si no hubieren recibido la idea y el instinto natural? Hace mención de la Semejanza y del alimento acostumbrado, demostrando que todos los animales tienen una idea innata de la Semejanza, por la cual sienten las cosas que son de una misma especie". ¿Y qué dice acerca de esto Epicarmo?

Oh Eumeo, no imaginesque la sapiencia exista en uno solo.Antes todo vivientetiene conocimiento o advertencia.La gallina no pare, si lo notas,sus polluelos con vida;sino que fomentando con su cuerpo

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los huevos, los anima.Este saber es sólo conocidode la Naturaleza que la instruye.

Y después:

No hay que admirarse que esto yo así diga;ni de que los polluelos ya nacidos,a sus madres agraden,y hermosos les parezcan;pues también hermosísimo parecea un perro otro perro; un buey a otroel asno al otro asno; el cerdo al cerdo.

Cosas parecidas escribe Alcimo en sus cuatro libros, indicando lo que Platón se aprovechó de Epicarmo. Y que el mismo Epicarmo no descarta, ya que puede notarse cuando escribe, como vaticinando que alguien lo imitaría:

Pues como yo imagino,o, por mejor decir, lo estoy viendo,tiempos vendrán en que éstas mis palabrasanden en la memoria de los hombres.Habrá quien de estos versos haga prosa;y engalanando el todo variamentecon púrpura y ornato,se hará invencible superando a todos.

11. Parece ser que fue Platón quien llevó a Atenas los libros de Sofrón, poeta cómico, hasta entonces poco estimados; que sacó de ellos su Moral; y los hallaron debajo de su cabeza. Navegó tres veces a Sicilia: la primera para ver la isla y observar el Etna, en cuya ocasión, siendo tirano de la misma Dionisio, hijo de Hermócrates, lo coartó a que se comunicara consigo. Como Platón hablaba sobre la tiranía, y le dijo que "no era lo mejor aquello que era conveniente a él solo, si no se conformaba con la virtud", Dionisio, molesto, le dijo: "Tus razones saben a chochez". "Y las tuyas a tiranía", respondió

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Platón. Se indignó por esto el tirano, y quiso quitarle la vida. No lo hizo porque intercedieron por él Dion y Aristómenes; pero lo entregó a Polido Lacedemonio (que entonces era embajador) para que lo vendiera; el cual se lo llevó y lo vendió en Egina. Después lo acusó como reo de muerte Carmandro, hijo de Carmandrides, al tenor de la ley que habían puesto de que muriese sin esperar sentencia de juez el primer ateniense que entrara en la isla; ésta ley la había puesto él mismo, como dice Favorino en su Varia historia. Pero como uno dijera que el que la había aportado era filósofo, lo dejaron libre.

12. Otros dicen que fue llevado al tribunal; y como vieron que nada decía en su defensa y que estaba dispuesto a recibir cualquier suerte que le tocara, no lo juzgaron digno de muerte, y determinaron venderlo como esclavo. Pero lo redimió Anníceris Cireneo, que estaba allí casualmente, por el precio de veinte minase o según algunos, de treinta; y lo envió a Atenas con sus amigos, quienes le remitieron luego el costo del rescate; pero Anníceris no lo recibió, diciéndoles que "no eran ellos solos los que tenían cuidado de Platón". Otros afirman que Dion fue quien envió el dinero, y que no lo quiso recibir, sino que compró para él un huertecillo en la Academia. Además dicen que Polido fue vencido por Chabrias, y después sumergido en el mar de Hélice, perseguido del Genio en venganza del filósofo, como lo dice Favorino en el libro I de sus Comentarios. Ni siquiera Dionisio pudo aquietarse después de saberlo, y escribió a Platón diciéndole que no hablara de él, a lo que respondió que "no tenía tanto ocio como para acordarse de Dionisio".

13. La segunda vez que viajó a Sicilia, fue para pedir a Dionisio el Joven tierra y hombres que vivieran según la República que él había ordenado; si bien éste, aunque se lo prometió, no lo cumplió. Algunos dicen que corrió gran riesgo por la sospecha de haber inducido a Dion y Teotas a que libertasen la isla; pero Arquitas Pitagórico lo defendió mediante una carta que escribió a Dionisio, y lo salvó enviándolo a Atenas. La carta dice así:

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"ARQUITAS A DIONISIO: SALUD

Todos los amigos de Platón enviamos a Lamisco y a Fotidas, a fin de que les entregues, como se ha estipulado, a aquel varón. Bien lo harás si te acuerdas de la diligencia con que nos pediste a todos la ida de Platón contigo; que lo exhortásemos al viaje, prometiéndole que tú lo recibirías dignamente, y le permitirías quedarse o volver libremente. Acuérdate también de lo mucho que apreciaste el viaje, y de que lo amaste desde entonces como a ninguno de los otros que están contigo. Y si se ha movido entre vosotros alguna rencilla, conviene que obres con humanidad, y nos lo envíes sin ningún daño. Haciendo esto, obrarás con justicia y nos harás cosa grata".

14. Viajó por tercera vez a Sicilia para reconciliar a Dion con Demetrio; mas al no conseguirlo, se los dejó, y se regresó a la patria. Nunca quiso entrar en el gobierno de la República, por más inteligente que era en gobernar, como consta en sus escritos. La causa que tuvo fue que el pueblo estaba imbuido' de costumbres muy diversas. Dice Pánfila en el libro XXV de sus Comentarios, que cuando los arcades y tebanos edificaron Megalópolis, lo llamaron para que les fuera a poner leyes; pero como él supo que no querían igualdad, no quiso ir. Dicen que siguió a Chabrias cuando este general huyó de Atenas, habiendo sido condenado a muerte, lo cual no se atrevió a hacer ningún otro ciudadano. Cuando con Chabrias subía al alcázar, el sicofanta Cleóbulo le dijo: "Tú vienes aquí en auxilio de otro. ¿Sabes que todavía queda para ti de la cicuta de Sócrates?" A lo que respondió: "Cuando por la patria seguí la milicia, me expuse a los peligros; ahora sufriré lo que sea necesario por un amigo".

15. Platón fue el primero en escribir diálogos, como dice Favorino en el libro VIII de su Varia historia, y el primero que enseñó a Leodamante Tasio a responder a las cuestiones por análisis, o sea disolución. También es el primero que en la

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filosofía hace mención de antípodas, primer principio, dialéctica, poemas; de la longitud del número, de la superficie plana entre las extremidades y de la Providencia de Dios. También fue el primer filósofo que contradijo la oración de Lisias, hijo de Céfalo, exponiéndola palabra por palabra en su Fedro. Y además, el primero que examinó la fuerza de las voces gramaticales. Algunos se preguntan por qué no hizo mención de Demócrito, habiendo contradicho a casi todos los que le precedieron. Cuenta Neantes Ciziceno que cuando Platón concurrió a los juegos olímpicos, todos los griegos se volvieron hacia él; y que luego tuvo plática con Dion que trataba de hacer guerra a Dionisio.

16. En el libro I de los Comentarios de Favorino se dice que Mitrídates Persa puso en la Academia la estatua de Platón con la inscripción siguiente: "Mitrídates Persa, hijo de Redobato, dedicó a las musas esta imagen de Platón que hizo Silanión". Dice Heráclides que Platón, aun siendo joven, fue tan vergonzoso y modesto que nunca rió sino con moderación. Sin embargo, fue motejado por los poetas cómicos, pues Teopompo en su Heduchare, dice así:

Uno no llega a uno,según Platón afirma;y aun dos a formar uno apenas llegan.

También Anaxandrides dice en su Teseo:

Cuando aceitunas, cual Platón, tragaba.

Timón es otro que lo critica en paranomasias o trovas:

Portentos fabulosos,como Platón urdía diestramente.

Y Alexis, en su Meropida:

Tú vienes oportuna;

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mas yo arriba y abajo voy violento,sin hallar, cual Platón, cosa ningunaque pueda llamar sabia,cansándose mis piernas vanamente!

Asimismo en su Ancilión dice:

Tú nos hablas de cosas ignoradas,como Platón, corriendo.Conocerás el nitro y las cebollas.

Anfis, en su Anfirates, dice así:

—El bien, señor, que conseguir esperaspor ésta, me es tan poco conocidocomo el bien de Platón. —Pues de él te guarda.

Y en su Dexidemida:

Oh Platón, nada sabesmás que andar con el rostrocubierto de tristeza, y levantandoesa ceñuda frente,tan arada de arrugas como concha.

Cratino, en su Falso supuesto, escribe:

Eres hombre por cierto,y tienes alma.Y aunque apenas lo entiendosegún Platón lo dice, así lo juzgo.

Alexis, en su Olimpiodoro:

Feneció, y quedó secolo que en mi cuerpo fue mortal, caduco;mas lo que fue inmortal voló a los aires.¿No es esto la platónica doctrina?

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Y en su Parásito:

O, cual Platón, parlar conmigo mismo.

17. También se burló de él Anaxilias en las piezas tituladas El Botrilión, La Circe y Las Ricas. Aristipo, en el libro IV de las Delicias antiguas, dice que amó mucho a un joven llamado Estrella que estudiaba con él la astronomía, y a Dion, del cual ya hicimos mención. Otros dicen que amó también a Fedro. Indicio de ello son los epigramas que escribió en alabanza de ellos.

Cielo quisiera ser, Estrella, mío,cuando los astros miras,por poder mirarte con muchos ojos.

Y este otro:

Antes entre los vivos alumbrabas,oh Estrella, como estrella matutina;pero ahora, ya muerto, resplandeces,lucero de la tarde entre los muertos.

Para Dion escribió esto:

Los hados enemigosverter hicieron lágrimas perennesa Hécuba y a las vírgenes troyanas;mas a ti, celebradas mil victorias,ilustre Dion, los dioses inmortaleseternas alabanzas te prometen.Te celebra tu patria;y tus conciudadanosatestiguan tus glorias con honores.¿Qué amor es éste, pues, Dion amigo,con que mi mente perturbada tienes?

Dicen que este epigrama se escribió sobre su sepulcro

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en Siracusa. A Alexis y a Fedro, a quienes amó, como ya dijimos, les hizo estos versos:

Porque no hay cosa alguna que merezca,fuera del bello Alexis, ser mirada.¿Por qué, ¡oh alma mía!,a los perros el hueso manifiestas,y lo escondes al punto?¿No es cierto ya que a Fedro hemos perdido?

También se relacionó con la meretriz Arqueanasa, a la cual compuso 1os versos siguientes:

Poseo a Arqueanasa Colofonia,sobre cuya rugosa y senil frenteacerbo amor se esconde.¡Míseros de vosotros que gozasteissu juventud primera!¡Oh cuan activo ardor sufrir debisteis!

A Agatón también le compuso estos versos:

Cuando a Agatón besaba,entre mis labios mi alma se miraba;y allí desfallecida,del cuerpo se mostraba despedida.

Y estos otros:

Te arrojo una manzana; si me quieres,recíbela, Agatón, y comunicaconmigo tu gallarda1 gentileza.Si esto no puede ser, tú, sin embargo,recibe la manzana, y consideracuán brevemente pierde su hermosura.

Yo con esta manzanate hiero, mi Jantipa; a mí me hiere

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cualquiera que te quiera. Correspondea mi querer, Jantipa; pues entrambosnos vamos consumiendo poco a poco.

Dicen que también es suyo un epitafio' a los eretrienses agarrados por asechanzas:

Nosotros eretrienses,de Eubea originarios, junto a Susahemos sido enterrados; ¡ah, cuan lejos,cuan distantes yacemos de la patria!

También es suyo este epigrama:

Venus dice a las musas:Honrad, niñas, a Venus, o Cupidoarmado volará contra vosotras.Mas ellas le responden:A Marte puedes ir con esas chanzas,Venus, pues a nosotrasese rapaz alado nunca llega.

Y además éste:

Habiendo un hombre halladouna gran suma de oro,el dogal arrojó con que intentabaacortarse la vida.Otro que perdió el oro, al no encontrarlo,halló el dogal, y se lo puso al cuello.

18. Molón, amigo de Platón, dice que "no era de maravillar que Dionisio estuviese en Corinto, sino Platón en Sicilia". Parece que Jenofonte no le fue muy benévolo, pues ambos escribieron de asuntos semejantes, como émulo uno de otro; por ejemplo: El convite, La defensa de Sócrates, Los comentarios morales. Además Platón escribió de La República, y Jenofonte, la Institución de Ciro; que Platón en sus libros de

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Las Leyes acusa de fingida, no habiendo sido Ciro como en ella se pinta. Asimismo, aunque los dos hacen memoria de Sócrates, no se citan mutuamente, a excepción de una vez que Jenofonte nombra a Platón en el libro III de sus Comentarios. Dicen que Antístenes deseaba leer uno de los escritos de Platón, y le instó para que lo permitiera; y como Platón le preguntase qué asunto quería leer, y respondiese: "De que no se debe contradecir", dijo Platón: "¿Y de ese argumento de qué modo sientes?" Entonces Antístenes no sólo respondió lo que sentía contra él, sino que escribió después contra Platón un diálogo titulado Satón. Desde entonces fueron contrarios. Dicen que cuando Sócrates oyó leer el Lisis de Platón, dijo: "¡Oh, qué de falsedades escribe de mí este joven!" Y es cierto que Platón escribió de Sócrates muchas cosas que éste no dijo.

19. Platón también fue enemigo de Aristipo, pues en el libro Del alma lo acrimina diciéndole que "no asistió a la muerte de Sócrates, hallándose en Egina, ciudad cerca de Atenas". Tuvo igualmente cierta emulación con Esquines, pues dicen que teniéndolo Dionisio en buen concepto, y habiéndose ido con él por hallarse necesitado, Platón lo menospreció y Aristipo lo alabó. Idomeneo dice que el discurso que pronunció Critón a Sócrates en la cárcel, acerca de persuadirlo de la fuga, fue de Esquines, pero que Platón, por el odio que le tenía, lo atribuyó a Critón. Platón no hace memoria de Esquines en ninguno de sus escritos, excepto en el libro Del alma y en La Apología. Aristóteles dice que el estilo de Platón es un medio entre el poético y el de prosa. Y Favorino afirma en sus escritos que sólo Aristóteles estuvo escuchando a Platón cuando leía su libro Del alma; los demás se fueron. Dicen algunos que Felipe Opuncio copió Las Leyes de Platón, que estaban grabadas en cera. Le atribuyen también el Epinomis. Euforión y Panecio dijeron que el principio de sus libros de La República se halló cambiado de muchas maneras. Y aun dice Arístójenes que esta República se halla casi toda escrita en las Contradicciones de Pitágoras. Dicen que el primer libro que escribió fue el Fedro. Y Dicearco opina que es enfadoso todo su estilo al escribir.

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20. Dicen que cuando Platón reprendió a uno que vio jugando a los dados, y éste le contestó que lo reprendía por poco, replicó: "No es poca cosa una costumbre". Al preguntarle si quería de él algún dicho memorable como los de otros antiguos, respondió: "Primero conviene ganar nombre; después habrá muchos". Habiendo entrado una vez en su casa Jenócrates, le dijo: "Azota tú a este esclavo, pues yo no puedo porque estoy colérico". Y a otro esclavo le dijo: "Ya hubieras recibido azotes de no estar yo airado". Una vez, al subirse a un caballo, se apeó al punto, diciendo que "temía que lo censuraran de aquel lujo y vanagloria caballar". Aconsejaba a los embriagados que “se mirasen al espejo, y así se abstendrían de vicio tan feo". Decía que "nunca era decente beber hasta la embriaguez, excepto en las festividades del dios del vino". No le gustaba dormir demasiado, pues en sus Leyes dice: "El hombre dormido es de ninguna utilidad". Decía que "la verdad es la cosa más suave de cuantas oímos". Algunos opinan que lo dijo así: "El decir verdad, etc". Y en sus Leyes, dice: "La verdad, oh amigo, es cosa bella y durable, pero no es fácil persuadirlo". Se consideraba digno de que de él quedase memoria en los amigos o en los libros. Dicen algunos que se cambiaba mucho de lugar.

21. Murió en la forma que dijimos, el año XIII del reinado de Filipo, como lo afirma también Favorino en el libro III de sus Comentarios. Teopompo dice que Filipo lo reprendió algunas veces. Mironiano escribe en sus Símiles que Filón nombra el proverbio Los piojos de Platón como si hubiese muerto de esta enfermedad. Fue enterrado en la Academia, donde había filosofado mucho tiempo, de lo cual provino el que su secta se llamase académica. Celebraron su pompa fúnebre todos los que habitaban allí. Dejó el testamento siguiente:

ÉSTAS SON LAS COSAS QUE DEJÓ Y LEGÓ PLATÓN

"La hacienda Hefestiadea, lindante por el Aquilón con el camino que viene del templo de Cefisia, por el Austro con el

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Heracleo de los hefestiades, por el Oriente con tierras de Arquestrato, Freario, y por el Ocaso con las de Filipo Colideo. Y a nadie sea lícito venderla ni enajenarla, sino que será de Adimanto mi hijo en cuanto sea posible. Igualmente le dejo la heredad de los Eroiades, que compré de Calimaco, lindante por el Aquilón con tierras de Eurimedón Mirrinusio, por el Austro con las de Demostrato Jipeterón, por el Oriente con las del mismo Eurimedón Mirrinusio, y por el Ocaso con el Cefiso. Tres minas de plata. Una copa de plata que pesa 165 dracmas; Una taza que pesa 65. Un anillo de oro y una arracada también de oro, que ambos pesan cuatro dracmas y tres óbolos. El cantero Euclides me debe tres minas. Manumito a Diario; y quedan en servidumbre Ticón, Bicta, Apolionades y Dionisio. Dejóle asimismo los muebles puestos en inventario, cuya copia llene Demetrio. A nadie debo nada. Mis ejecutores testamentarios serán Sóstenes, Espeusipo, Demetrio, Egías, Eurimedón, Calimaco y Trasipo".

22. Le pusieron como epitafio los epigramas siguientes:

PRIMERO

El divino Aristocles aquí yace,que en prudencia y justiciasupo exceder a los mortales todos.Si la sabiduría eleva a algunoa loores excelsos, consiguióloéste, sin que la envidia lo siguiese.

OTRO

La tierra aquí en su senoel cuerpo de Platón oculto guarda,y el alma los alcázares celestes.Aun desde las regiones más distantestodo varón honestovenera la memoriadel hijo de Aristón, deificado.

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Y OTRO MÁS MODERNO

Águila que volasteligera por encima del sepulcro,¿qué estrellada mansión estás mirando?Soy de Platón el alma, que al Olimpohoy dirijo mi vuelo,y el terreno cuerpo en Ática se queda.

El que yo compuse dice así:

Si no hubieras criado, oh padre Febo,a Platón en la Grecia,¿quién hubiera sanado con las letraslos males y dolencias de los hombres?Pues como fue Esculapiomédico de los cuerpos,curó Platón las almas inmortales.

Y otro sobre su muerte:

A Esculapio y Platón produjo Febopara que de los hombresaquél el cuerpo cure y éste el alma.Queriendo celebrar nupcial convite,a la ciudad partió que fundó él mismoy que Júpiter puso en firme suelo.

23. Sus discípulos fueron Espeusipo Ateniense, Jenócrates Calcedonio, Aristóteles Estagirita, Felipe Opuncio, Hestieo Perintio, Dion Siracusano, Amicio Heracleota, Erasto y Coriseo Escepcios, Timolao Ciziceno, Eveón l.ampsaceno, Pitón y Heráclides Enienses, Hipotales y Calipo Atenienses, Demetrio Anfipolites, Heráclides Póntico, y otros muchos; además, dos mujeres: Lastenia Mantinense y Axiota Fliasia, la cual iba vestida de hombre, como escribe Dicearco. Algunos dicen que Teofrasto fue también discípulo suyo. Cameleón

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añade al orador Hispérides y a Licurgo. Asimismo Polemón supone discípulo suyo a Demóstenes, lo cual también dice Sabino en el libro IV De la materia de las declamaciones, por testimonio de Mnesistrato Tasio, y es cosa probable.

24. Y como tú eres con mucha razón amante de Platón, e inquieres con suma diligencia los dogmas de este filósofo, he tenido por inexcusable escribir sobre la naturaleza de su estilo, del orden de sus diálogos y la serie de su doctrina, en cuanto mis fuerzas lo permitan, tocándolo todo sumariamente1, de forma que no se carezca de una suficiente noticia de sus dogmas y de su vida que escribo; pues querer explicarte todas las cosas con detalle, sería llevar lechuzas a Atenas, como dicen.

25. Cuentan que el primero que escribió diálogos fue Zenón Eleate. Y Aristóteles, en el libro I de los Poetas, dice que fue Alexameno Estireo o leyó, lo que también afirma Favorino en sus Comentarios. Pero, en mi sentir, Platón pulió su forma y estilo de manera que no se le pueda negar con justicia la gloria de la invención. El diálogo es un "discurso compuesto de preguntas y respuestas sobre cosas filosóficas y políticas, con decencia de costumbres en las personas introducidas en él y adorno en las palabras". La dialéctica es el "arte de disputar, por la cual refutamos o defendemos alguna cosa mediante preguntas y respuestas entre los que disputan". El carácter del estilo de Platón en sus diálogos, es de dos maneras, y en ambas excelente: uno, interpretativo o expositivo; y el otro, inquisitivo. El interpretativo se divide en otros dos tipos: uno especulativo y otro práctico. El especulativo se divide también en dos, que son: físico y lógico; y el práctico en moral y político. El inquisitivo también se divide en dos principales caracteres: uno gimnástico y otro agonístico. El gimnástico es institutivo y de proyectos, y el agonístico es acusativo y destructivo.

26. Sé que algunos clasifican de otra manera los diálogos de Platón, unos los llaman dramáticos, a otros

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narrativos y a otros mixtos; pero éstos dan una distinción de ellos más propia de la escena trágica que de la escuela filosófica. De estos diálogos unos versan sobre la física, como el Timeo; otros sobre la lógica, como el Político, el Cratilo, el Parménides y el Sofista; otros sobre la moral, como la Apología, el Critón, el Fedón, el Fedro, el Convite, el Menexeno, el Clitofón, las Epístolas, el Filebo, el Hiparco, y el Anterastes; otros sobre la política, como son La República, Las Leyes, el Minos, el Epinomis y el Atlántico. Otros tratan sobre la institución, como 1os Alcibíades, el Teages, el Lisis y el Laques. A los de proyectos pertenecen el Eutifrón, Menón, el Ión, el Carmides y el Teeteto. Acusativo es el Protágoras, y el Eutidemo; los dos Hipias y el Gorgias son destructivos. Hasta aquí acerca de la naturaleza y diferencias del diálogo. Pero por cuanto anda muy controvertido si hay o no dogmas en los de Platón, diré también algo acerca de ello.

27. Al dogmatistá le toca establecer dogmas, como al legislador poner leyes. El dogma es en dos modos: aquello de que opinamos, y la opinión misma. La primera de ellas es la proposición, la segunda el parecer o existimación. Así que Platón expone lo que aprende o percibe; refuta lo falso, y en lo dudoso suspende el juicio.

28. Lo que Platón percibe lo expone por medio de cuatro interlocutores, que son: Sócrates, Timeo, un huésped ateniense y otro eleate. Por estos dos huéspedes no se entienden Platón y Parménides, como creen algunos, sino que son personas supuestas y anónimas. Cuando Platón hace hablar a Sócrates y a Timeo, entonces establece dogmas; y cuando refuta opiniones falsas, trae a Trasímaco, a Calicles, a Polo, a Georgias, Protágoras, Hipias, a Eutidemo y a otros semejantes. En la conclusión de sus argumentos usa mucho la inducción, no la simple, sino la doble. Inducción "es un discurso que de unas cosas ciertas va coligiendo e infiriendo otras a sí semejantes". Son dos las especies de inducción: una, la que llaman a contrario, y otra la de consiguiente o consecuencia. La primera es cuando de la respuesta que da el preguntado se

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infiere lo contrario a ella, por ejemplo: "Mi padre, o es otro que el tuyo, o es el mismo; si es otro tu padre que el mío, siendo otra cosa que padre, no será padre; si es el mismo que mi padre siendo la misma cosa que mi padre, será mi padre sin duda". También: "Si el hombre no es animal, será piedra o leño; no es piedra o leño, puesto que está animado y se mueve por sí mismo: luego es animal. Si es animal, y lo son también el perro y el buey, el hombre será animal, perro y buey". De esta inducción a contrarío usa en sus controversias, no para establecer dogmas, sino para refutar o reargumentar.

29. La inducción de consecuencia es en dos maneras: una expone parcialmente lo que parcialmente se pregunta; la otra establece lo universal por medio de lo parcial o particular. La primera es de los retóricos, la segunda de los dialécticos. En la primera se inquiere: Si éste, ha hecho el homicidio, la razón es haberlo hallado ensangrentado al tiempo en que se realizó. Esta especie de inducción es la propia de los retóricos, pues la Retórica versa sobre particulares, no sobre universales. Inquiere, no de lo justo en general, sino de esta o la otra cosa justa en particular. La otra especie es de los dialécticos, y prueba lo universal por cosas particulares, como cuando se pregunta Si el alma es inmortal, o si de los muertos, hay algunos que vivan; lo cual se prueba en el libro Del alma, por un universal, supuesto que las cosas contrarias nacen de las cosas contrarias. Este mismo universal se compone de diferentes particulares; como el sueño de la vigilia, y al contrario, lo mayor de lo menor, y al contrario. Esta especie de inducción la usaba para probar lo que le parecía verdadero.

30. Así como en la tragedia antigua había solamente el coro, después Tespis introdujo un actor, para que el coro descansara; luego Esquilo le dio dos actores; Sófocles, tres, y de esta forma se fue perfeccionando la tragedia; así también la Filosofía trataba solamente de una parte, que es la física; después Sócrates añadió la moral, y por último, Platón agregó la dialéctica y acabó por perfeccionar la Filosofía.

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31. Trasilo dice que Platón compuso sus diálogos imitando al cuadriloquio trágico. Los poetas trágicos tenían sus certámenes dionisiacos, leneos, panateos y quitros. El cuarto de estos dramas debía ser satírico, y los cuatro se llamaban cuadriloquio. Los diálogos, según Trasilo, que son ciertamente de Platón ascienden a cincuenta y seis. La República se divide en diez libros (la cual, dice Favorino en el libro II de su Varia Historia, se halla toda extractada en las Contradicciones de Protágoras); sus Leyes, en doce libros, tiene nueve cuadriloquios. La República forma un volumen, y otro las Leyes. Pone por primer cuadriloquio los diálogos de argumento general o común a todos los otros, queriendo enseñar en él cuál debe ser la vida del filósofo. A cada libro pone dos epígrafes uno contiene el nombre del diálogo, el otro indica su materia. Este primer cuadriloquio lleva por título Eutifrón o De la santidad, este diálogo es de los que arriba dijimos, de proyectos o de tentativa. El segundo es la Apología de Sócrates, diálogo moral. El tercero se titula, Critón, y trata De lo que debemos obrar; también es moral. Y el cuarto, Fedón o Del alma, moral.

32. El segundo cuadriloquio empieza por el Cratilo, o De la recta razón de los nombres; es diálogo lógico. Luego el Teeteto, o De la ciencia; diálogo de tentativa. El Sofista, o Del ente; diálogo lógico. Y el Político, o Del reinar; lógico. En el tercer cuadriloquio se contienen el Parménides, o De las ideas; es diálogo lógico. Filebo, o Del deleite; moral. El Convite, o De lo bueno; moral. El Fedro, o Del amor; también moral. El cuarto cuadriloquio incluye el Alcibíades, o De la naturaleza del hombre; diálogo institutivo. El Segundo Alcibíades, o Del ruego; también institutivo. El Hiparco, o Del amor del lucro; moral. Y el Anteraste, o De la Filosofía; diálogo moral. El quinto comprende al Teages, o De la Filosofía; diálogo institutivo. Al Carmides, o De la templanza; tentativo. Al Laques, o Del valor; institutivo. Y al Lisis, o De la amistad; también institutivo. En el sexto se contienen el Eutidemo, o El contencioso; diálogo destructivo. El Protágoras, o Los sofistas; diálogo acusativo. El Gorgias, o De la Retórica; destructivo. Y

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el Menón, o De la virtud; diálogo de tentativa. El séptimo comprende los dos Hipias, el primero de los cuales trata De lo honesto, y el segundo De la mentira; son diálogos destructivos. El Ion, o De la Ilíada; tentativo, y el Menexeno, o el Epitafio; diálogo moral. El octavo comienza por Clitofón, o Exhortatorio; diálogo moral. Sigue La República, o De la justicia; diálogo civil. El Timeo, o De la naturaleza; diálogo físico. Y el Cricias, o El Atlántico; moral. Finalmente, el noveno cuadriloquio contiene el Minos, o De la ley; diálogo político. Las Leyes, o Del modo de hacerlas; también político. El Epinomis, o La asamblea nocturna, o sea el Filósofo; diálogo también político. Y trece Cartas, todas morales (sobre ellas pone por salutación bene agere: obrar bien. Epicuro ponía bene degere: vivir bien. Y Cleón, gaudare: estar alegre). Una a Aristodemo; dos a Arquitas; cuatro a Dionisio; una a Hermias, Erasto y Coriseo; una a Leodamante; una a Dion; una a Perdicas, y dos a los amigos y familiares de Platón.

33. Así distribuye Trasilo, y algunos más, los libros de Platón. Pero otros, entre los que se encuentra el gramático Aristófanes, dividen los diálogos en triloquios. El primero contiene la República, el Timeo y el Cridas. El segundo contiene el Sofista, el Político y el Cratilo. El tercero, las Leyes, el Minos y el Epinomis. El cuarto, el Teeteto, el Eutifrón y la Apología. El quinto, el Critón, el Fedón y las Cartas. Los demás van separados y sin orden especial. Algunos empiezan, como ya se dijo, por la República; otros, por Alcibíades mayor; otros, por Teages; otros, por Eutifrón; otros, por Clitofón; otros, por Timeo; otros, por Fedro; otros, por Tetero, y por último otros empiezan por la Apología.

34. Se tienen por espurios los diálogos siguientes: el Midón o Hipostrofo, el Eurixias o Erasistrato, el Alción, el Acéfalo o Sísifo, el Axioco, el Feaces, el Demodoco, el Quelidón, el Séptima, y el Epiménides, de los cuales el Alción parece que es de un tal León, según afirma Favorino en el libro V de sus Comentarios. Usa mucha variedad de voces en sus obras, a fin de que no sean entendidas por los ignorantes; no

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obstante, es de sentir que la sabiduría consiste propiamente en el conocimiento de cosas intelectuales, como el de Dios, y el del alma separada del cuerpo. Da en particular a la Filosofía el nombre de Sabiduría, como que es un deseo o amor de la Sabiduría divina; pero en común da también nombre de sabiduría a toda pericia o inteligencia, como cuando llama sabio a un artista célebre.

35. También usa de unas mismas voces para significar cosas diferentes, Por ejemplo, usa de la voz phaulos para significar lo que haplous, igualmente que Eurípides la usa en la misma significación, hablando así de Hércules en su Licimnio:

Sencillo, sin adorno, en todo bueno,y que toda la ciencia circunscribeen la obra, no versado en elegancias.

También Platón usa algunas veces la misma palabra, en vez de tou calou, y aun por tou microu (pequeño). Y por el contrario, usa muchas veces diversas voces para un mismo significado, pues para significar la Idea usa de las palabras especie, género, paradigma, principio y causa. No menos usa de voces opuestas en un mismo significado, llamando sensible a lo existente y a lo no existente; a lo existente, por su generación; a lo no existente, por innata mutación. Llama idea a lo que ni se mueve ni está quieto, y una misma cosa a la unidad y a la pluralidad. Todo lo cual lo acostumbra hacer con mucha frecuencia.

36. De tres maneras se deben exponer sus escritos. Primero, conviene explicar qué cosa es cada una de las que aquí se dicen. Luego por qué se dice cada una de ellas: si como principal asunto, o como parte de algún símil; para establecer dogmas, o para convencer a su adversario. Y en tercer lugar, si tales cosas están correctamente dichas.

37. Y referente a que en sus libros se ponen ciertas señales o signos, diremos sobre ello algunas cosas. La X se

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aplica a las palabras y a las figuras, según costumbre de Platón. El Diple (doble), a los dogmas y opiniones propias de Platón. La ·X· con un punto a cada lado, se pone a las sentencias más selectas y hermosas. El diple con dos puntos se pone donde se enmiendan algunas cosas. El obelo con dos puntos, en las cosas vanas e ineptas. La antisigma con los dos puntos, cuando pueden dos cláusulas servir igualmente en un mismo pasaje, o para alguna traslación. El ceraunio se pone en las cosas pertenecientes a la instrucción filosófica. El asterisco, cuando hay uniformidad de dogmas. Y el simple obelo, se pone cuando se reprueba algo. Estos son los libros de Platón y las notas que les ponen. De ellos dice Antígono Caristio, en su libro De Zenón, que recién publicados, si alguno quería leerlos, pagaba al que los tenía.

38. Él opinaba lo siguiente: Decía que "el alma es inmortal; que pasa de unos cuerpos a otros, y que tuvo principio numérico, pero que el cuerpo lo tuvo geométrico". Definía el alma diciendo que es "la idea de un espíritu esparcido por todas partes, que se mueve por sí misma, y que está divida en tres partes; que la parte racional reside en la cabeza; la irascible, en el corazón, y la concupiscible en el ombligo e hígado; que el alma, estando en el medio del cuerpo, retiene todas las partes de éste en rededor; que se compone de los elementos, y que estando dividida al tenor de los intervalos armónicos, forma dos círculos unidos. Dividido en otros seis el círculo interior de estos dos, componen todos los siete círculos. Que dicho círculo yace retirado hacia la izquierda del diámetro, y el otro al lado, hacia la derecha, por cuya razón es único. El primero está dividido en la interno. Que éste es propio de la naturaleza de Sí mismo o del Mismo, y los demás del Otro. Que el primero es el movimiento del alma, y el segundo el del Universo y los planetas".

39. "Estando, pues, hecha desde el medio la división de manera que se extiende y une a los extremos, el alma conoce y comprende las cosas existentes, puesto que tiene en sí misma los principios armónicamente. Que la opinión se hace por el

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círculo llamado Otro, y la ciencia por el llamado Mismo. Que los principios de todas las cosas son dos, a saber: Dios y la Materia, llamando a Dios Mente y Causa. Que la Materia es informe e infinita; pero de ella se forman y componen las cosas". Dice que "habiéndose movido sin orden en algún tiempo esta materia, la fijó Dios y la unió en un lugar, teniendo por mejor el orden que el desorden. Que esta sustancia o materia se convirtió en los cuatro elementos o principios: fuego, agua, aire y tierra, de los cuales fue engendrado el mundo y cuanto hay en él. Solamente la tierra dice— es inmutable; dando por causa la variedad de figuras en las partes de que constan los elementos que la componen. Las figuras de los principios de las demás cosas son homogéneas, es decir: compuestas todas de un triángulo prolongado, pero que la tierra tiene su figura propia. Las partes de que se compone el fuego son piramidales; las del aire son octaedrales; las del agua, de figura icosaedra, y las de la tierra, cúbicas; por lo cual ni la tierra se convierte en los demás elementos, ni ellos en tierra. Que cada cosa no tiene su propio lugar por separado, sino que la circunferencia, constriñendo y apretando hacia el centro, une las partes pequeñas y separa las grandes; así que, mudando de especie, mudan también de lugar".

40. "Que el mundo es uno solo, y que Dios lo creó sensible. Que está animado, puesto que lo animado es más noble que lo inanimado. Que este edificio del mundo está sujeto a la Suprema causa. Que fue creado único (y no ilimitado), por ser también único el original según el cual fue creado. Que es esférico, por serlo también su Creador. Y que aquél contiene los demás animales; éste, las figuras de todos. Que es liso y sin órgano alguno en su circunferencia, por no serle de ningún uso. Que permanece sin acabarse, porque no se resuelve en Dios. Y que es Dios la causa de toda generación, por ser cosa natural al bueno el hacer bien. Que la Causa de la generación del ciclo es excelentísima; pues lo más bello de las cosas creadas debe ser producción de la más excelente de las cosas intelectuales; y por cuanto Dios es tal, el cielo es a este Ser excelentísimo, semejante y en sí hermosísimo, no es

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semejante a ninguna criatura, sino sólo a Dios. Que el mundo consta de luego, agua, aire y tierra. De fuego, para que sea visible; de tierra, para que sea sólido; de agua y aire, para que esté proporcionado, puesto que la rigidez de los sólidos se proporciona con los dos elementos medios para formar el Universo. Y consta de todos, para que sea perfecto e inmortal. Que el tiempo fue creado a imagen de la eternidad, dura siempre, y es el movimiento del cielo: la noche, el día, el mes y semejantes son partes del tiempo. Así, que el tiempo no puede existir sin la naturaleza del Universo, pues luego que hubo mundo, hubo también tiempo, habiendo sido creados el sol, la luna y los planetas para formar el tiempo. Que Dios encendió la lumbre solar para que fuese patente el número de las horas y lo percibiesen incluso los animales. Que la luna tiene su esfera sobre el círculo de la tierra; próximo al círculo de la luna está el del sol, y en los siguientes los demás planetas".

41. "Que el Universo está animado, por ir conexo con el movimiento que lo está. Que para que el mundo fuese perfecto y semejante a la Inteligencia animada, fue creada la naturaleza de los otros animales. Y como aquella tuvo mente, fue conveniente que la tuviese también el cielo. Que los dioses son de naturaleza ígnea. Que los demás animales son de tres géneros: volátil, acuátil y pedestre. Que la Tierra es más antigua que los dioses que hay en el cielo. Que fue creada para que formase la noche y el día; y como ocupa el medio del universo, gira sobre el medio mismo". Dice que "siendo dos las causas de las cosas, se ha de decir que unas proceden por deliberación de la mente; otras, por necesidad de la misma causa. Éstas son el aire, el fuego, la tierra y el agua; los cuales no eran perfectamente elementos, pero eran capaces de serlo. Que se componen de triángulos combinados, y en ellos se resuelven. Que sus principios son el triángulo prolongado y el isósceles. Que el principio y causa de las cosas son las dos referidas, cuyo ejemplar son Dios y la materia; el cual por fuerza es informe, como las demás cosas capaces de forma. Que la causa de estas cosas es necesaria; pues produce las esencias según las ideas concebidas, se mueve por potencia

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disímil, y se mueven contrariamente las cosas por ella movidas. Que estas cosas al principio se movieron sin orden ni concierto alguno; pero después que comenzaron a componer el mundo, por su propia aptitud recibieron de Dios la conmensuración y orden".

42. "Que las causas antes de la creación del cielo eran dos; luego se agregó la generación, que es la tercera; pero no eran manifiestas, sino sólo como huellas y sin orden; aunque después de creado el mundo, recibieron también ellas el orden debido. Que el cielo fue creado de todos los cuerpos antes existentes". Es de suponer que "Dios es como incorpóreo, como también el alma; por cuya causa son incapaces de corrupción y pasiones". Pone las ideas, según dijimos, como ciertas causas y principios, "las cuales hacen que las cosas existentes por su naturaleza sean tales cuales son realmente".

43. Acerca de los bienes y los males decía que "el fin del hombre es la semejanza con Dios. Que la virtud es bastante por sí sola para la felicidad, pero necesita de los bienes del cuerpo como instrumentos, por ejemplo: la fortaleza, la salud, la agudeza de sentidos y demás cosas semejantes. También necesita de los bienes externos, como son: las riquezas, la nobleza, la celebridad, pero aunque falten estas cosas, no obstante será feliz el sabio. Antes por el contrario, gobernará la República, contraerá matrimonio y no quebrantará las leyes establecidas. Las dará también a su patria, útiles en cuanto quepa; a no ser que las crea infructuosas por la indocilidad y corrupción del pueblo". Es de sentir que "los dioses atienden a las cosas humanas, y que hay espíritus"; y es el primero que dijo que "la noción de lo honesto va unida a la de lo laudable, de lo racional, de lo útil, de lo ilustre y de lo conveniente. Todas las cuales cosas encierran lo que por su naturaleza es racional y confesado por todos".

44. Discutió sobre la rectitud de los nombres; y estableció primero la ciencia de responder y preguntar correctamente, usándola él mismo en sumo grado. En sus

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Diálogos establece por ley la justicia divina, a fin de incitar con más vehemencia los hombres a la virtud y al bien obrar, para que no padezcan los malhechores las debidas penas en la otra vida. Por esto algunos lo tuvieron por mitólogo, ya que entretejía en sus escritos estos apólogos para contener a los hombres, siendo incierto que después de la muerte suceden estas cosas. Hasta aquí sus opiniones.

45. Dice Aristóteles que dividía las cosas en esta forma: de los bienes, unos existen en el alma, otros en el cuerpo y otros fuera de nosotros. Colocaba en el alma la justicia, la prudencia, la fortaleza, la fragilidad y otras semejantes. En el cuerpo, la belleza, la buena constitución de partes, la salud y las fuerzas. Y entre los bienes externos, ponía los amigos, la felicidad de la patria y las riquezas. De lo cual consta que son tres las especies de bienes: unos están en el alma; otros en el cuerpo; y otros son exteriores. Que también son tres las especies de amistad: una es natural, otra social y otra hospital. Llamamos natural a la que tienen los padres a sus descendientes, y a la que se tienen mutuamente los consanguíneos. Ésta se extiende aun hasta los demás animales. Llamamos social a la que se engendra del vivir juntos y sin conjunción de parentesco, como la de Pílades y Orestes. La amistad hospital es la que tenemos con los huéspedes, proveniente de recomendación o cartas. Algunos añaden una cuarta especie de amistad, que es la amorosa.

46. El gobierno civil es de cinco especies: democrático, aristocrático oligárquico, monárquico y tiránico. El democrático es el de aquellas ciudades en las cuales impera el pueblo, eligiendo a los magistrados y poniendo las leyes. La aristocracia es cuando ni gobiernan los ricos ni los pobres ni los ilustres, sino los que en la república son más buenos. La oligarquía es cuando los magistrados son elegidos por las clases o estados, pues los ricos son menos que los pobres. El gobierno monárquico es por las leyes o por sucesiones. El de Cartago es según leyes y civil. El de Lacedemonia y Macedonia es de sucesión, pues suceden en el reino ciertas

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familias. Y la tiranía es cuando alguno se hace dueño del gobierno de un pueblo violentamente y por sorpresa. Así que los gobiernos civiles son: la democracia, la aristocracia, la oligarquía, la monarquía y la tiranía.

47. Las especies de justicia son tres: una acerca de los dioses; otra acerca de los hombres, y otra acerca de los difuntos. Los que ofrecen sacrificios según las leyes y cuidan de las cosas sagradas, son en verdad, píos para con los dioses. Los que restituyen el mutuo y depósito, son justos para con los hombres. Y los que cuidan de los monumentos, lo son con los difuntos. Luego la justicia es acerca de los dioses, de los hombres y de los difuntos.

48. También son tres las especies de ciencia: una práctica, otra poética y otra teórica. La edificación de casas y construcción de naves pertenece a la práctica, pues se ve la obra ejecutada, que es su resultado. La política, la pericia en tocar flautas, cítaras, etcétera, corresponde a la poética, pues terminado el acto, nada queda que ver, consistiendo todo en él, ya sea tocar la flauta, pulsar la cítara, gobernar la república, etc. Y la geometría, la armónica y la astrología pertenecen a la teórica; ni hacen ni construyen cosa alguna, sino que el geómetra considera las líneas, el armónico los sones y el astrólogo los astros y el cielo. Entonces las ciencias son teóricas, otras prácticas y otras poéticas.

49. Las especies de medicina son cinco: farmacéutica, quirúrgica, dietética, nosognomónica y boetética. La farmacéutica cura las dolencias con medicamentos. La quirúrgica sana cortando y quemando. La dietética ahuyenta los males por medio de la dieta. La nosognomónica, por el conocimiento de la enfermedad. Y la boetética destierra las dolencias con el auxilio pronto y oportuno. Así que las especies de medicina son: farmacéutica, quirúrgica, dietética, boetética y nosognomónica.

50. La ley se divide en dos: una escrita y otra no escrita.

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Aquella con que se gobiernan las ciudades es la escrita. La no escrita es la de costumbre, como no salir desnudo a la plaza o no vestirse los hombres de mujer. Estas cosas ninguna ley las prohíbe; pero la no escrita manda que no se haga esto. Entonces la ley es o escrita o no escrita.

51. Las especies de oración son cinco. A la primera especie pertenecen las oraciones que dicen en los congresos los que gobiernan. Esta especie se llama política. A la segunda especie de oraciones pertenecen las que escriben los oradores en las demostraciones, para alabar, vituperar, acusar. Esta especie se llama retórica. La tercera especie de oraciones es la que usan las personas privadas para comunicarse entre sí. Esta especie se llama privada. La cuarta es la que usan los que preguntan y responden, discutiendo brevemente en el asunto. Esta especie se llama dialéctica. Y la quinta especie es la que usan los artistas cuando tratan las cosas de su profesión, y se llama técnica. Así que dichas especies son cinco: política, retórica, privada, dialéctica y técnica.

52. La música se divide en tres especies: una de la boca sola, como el canto; y otra de la boca y manos, como cantar y pulsar una cítara. Y la tercera, de las manos solas, como sólo tocar la cítara. Luego la música es: de la boca sola, de boca y manos, o sólo de manos.

53. La nobleza es de cuatro especies: en primer lugar se llaman nobles los que nacieron de padres virtuosos, buenos y justos. También los nacidos de padres poderosos y príncipes. Igualmente, aquellos cuyos padres adquirieron renombre en la milicia, o consiguieron la corona en los certámenes. Y la otra especie de nobleza es cuando uno tiene un alma noble, generosa y grande. Este se llama noble, y su nobleza es la mejor. Por tanto, una especie de nobleza viene de los ascendientes buenos, otra de los poderosos, otra de los ilustres, y otra de la bondad y mérito propio.

54. La belleza se divide en tres especies: una es

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laudable, como la de un rostro hermoso. Otra útil, como la de un instrumento o causa, la cual además de bella, es útil. La otra consiste en las leyes y estudios, pues estas cosas son bellas por la comodidad. Así, una belleza es laudable, otra útil y la otra cómoda.

55. El alma tiene tres partes: una racional, otra concupiscible y otra irascible. De ellas la racional es la causa y origen del consejo, del pensar, del consultar y demás semejantes. La parte concupiscible es la causa de apetecer la comida, el coito y semejantes. Y la parte irascible es la causa del ánimo, del deleite, del dolor y de la ira. Por tanto, el alma es racional, concupiscible, o irascible.

56. Las especies de virtud perfecta son cuatro: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. De éstas, la prudencia es la causa de hacer rectamente las cosas; la justicia, de operar justamente en la sociedad y tratos; la fortaleza, de perseverar y no acobardarse en los peligros y temores; y la templanza, de refrenar los apetitos desordenados, y de no dejarse cautivar por ninguna pasión, sino vivir honestamente. Luego las especies de virtud son: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.

57. El gobierno se divide en cinco especies: legal, natural, de costumbre, hereditario y violento o tiránico. Los magistrados que en las ciudades son elegidos por los ciudadanos, gobiernan legalmente. Por naturaleza domina 1a especie masculina, no sólo entre los hombres, sino también entre los otros animales, pues por lo común en todas partes imperan los hombres a las mujeres. El mando de costumbre es el que tienen los pedagogos con los muchachos, y los maestros con los discípulos. El gobierno hereditario o de sangre es como el de los reyes de Lacedemonia, que obtienen el reino por descendencia, igualmente que el de los macedones, que también es por descendientes. Y cuando algunos imperan por violencia y engaño en ciudades que lo rehusan, se dice que imperan tiránicamente. Así que el gobierno es: según las leyes,

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según la naturaleza, según la costumbre, por descendencia, o por tiranía.

58. Las especies de oratoria son seis: cuando se exhorta a hacer la guerra o dar socorro a alguno: esta especie se llama exhortación. Cuando no se exhorta a hacer la guerra, ni a dar auxilio, sino a estarse quieto, la oratoria se llama disuasoria. La tercera especie de oratoria es cuando uno manifiesta la injusticia que alguno le ha hecho y la causa de los males padecidos: esta especie se llama acusatoria. La cuarta especie de oratoria se llama defensa, y es cuando uno manifiesta no haber procedido injustamente, ni haber cometido insolencia alguna; esta especie también se llama apología. La quinta especie de oratoria es cuando el orador sólo habla bien de uno, y lo demuestran bueno y honesto; esta especie se llama encomio. Y la sexta especie es cuando se demuestra que uno es malo; ésta se llama vituperación. Así que las especies de oratoria son: encomio, vituperación, exhortación, disuasión, acusación, y defensa.

59. El bien decir u orar se divide en cuatro: uno, es decir lo que conviene; otro, decir cuánto conviene; tercero, a quiénes conviene decir, y cuarto, cuándo conviene decir. Decir lo que conviene es decir las cosas que han de ser útiles al que dice y al que oye. Decir cuánto conviene es decir lo que baste, ni más ni menos. Decir a quiénes conviene, es acomodar las palabras a la edad de aquellos a quienes se dicen, ya sean ancianos o jóvenes. Y decir cuándo conviene, es que no sea demasiado pronto, ni demasiado tarde, de lo contrario, se peca contra las reglas del bien decir.

60. La beneficencia es de cuatro modos: o con dinero, o con el cuerpo, o con las ciencias, o con las palabras. Con dinero, cuando uno socorre con él al necesitado que pide, en cuanto puede racionalmente. Con el cuerpo se ayudan mutuamente los hombres, cuando se socorren contra quien los hiere. Los maestros, los médicos y los que enseñan alguna cosa útil, benefician con las ciencias. Y cuando uno sube al tribunal

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de justicia para favorecer a otro, y habla bien de él, beneficia con las palabras. Luego la beneficencia es, o con dinero, o con el cuerpo, o con las ciencias, o con las palabras.

61. El fin de las cosas se divide en cuatro especies. Primeramente toman fin las cosas según la ley cuando se hace un decreto, y la ley misma lo perfecciona o conduce al fin. Lo toman según la naturaleza, como el día, el año y las estaciones de éste. Lo toman según el arte, como la arquitectura civil cuando uno concluye una casa, y la naval cuando una nave. Y lo toman según la casualidad o suerte, cuando las cosas acontecen por diversas causas, y no como uno esperaba. Luego el fin de las cosas es, o según la ley, o según la naturaleza, o según el arte, o según la casualidad.

62. El poder o potencia se divide en cuatro especies: una es mental, pues podemos pensar y opinar con la mente. Otra corporal, pues podemos caminar, dar, recibir, y otras cosas parecidas. La tercera es cuando somos poderosos a fuerza de ser soldados o de dinero; y de esta forma se dice que puede mucho un rey. La cuarta especie de poder es que podemos padecer o hacer bien o mal, como estar enfermos, ser instruidos, sanar de las dolencias, y todas las demás cosas de esta clase. Así que una especie de poder reside en el Animo, otra en el cuerpo, otra en las tropas y el dinero, y otra en la acción y pasión.

63. La humanidad es de tres especies: una es a manera de obligación, como cuando uno se encuentra a otro y se saludan, y dándose las manos se alegran mutuamente. Otra especie es cuando uno da socorro a los infelices. Y la otra es cuando son convidados a la mesa los amigos. Luego, la humanidad se encierra en saludar a los amigos, en socorrerlos y en convidarlos a comer y estar con ellos.

64. La felicidad se divide en cinco partes: una es el buen consejo; otra, la integridad de sentidos y sanidad del cuerpo; la tercera, la fortuna en el obrar; la cuarta, la estimación y gloria

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entre los hombres; y la quinta, la abundancia de dinero y demás cosas útiles a la vida. El buen consejo dimana de la educación y de la experiencia en muchas cosas. La buena constitución de cuerpo y sentidos procede de la aptitud de sus partes y órganos, como de los ojos si ve bien, de los oídos si oye, y de la nariz y boca si ejercen debidamente sus propios oficios. Ésta es la integridad de sentidos. La fortuna en el obrar depende de considerar y ejecutar correctamente las cosas y según corresponde a un varón diligente. La estimación y gloria humana nacen del buen concepto y opinión en que estamos. Y la abundancia es cuando uno está tan provisto de las cosas necesarias a la vida que puede hacer bien a los amigos y darles 1o necesario con abundancia. Quien tiene todas estas cosas es perfectamente feliz. Así que la felicidad consiste en el buen consejo, en la integridad de sentidos, en la sanidad del cuerpo, en la fortuna, en la estimación y gloria, y en la abundancia.

65. Las artes se dividen en tres clases: primera, segunda y tercera. De la primera es la metalúrgica y la corta de madera; éstas son preparativas. De la segunda, la metálica y la tectónica, las cuales son transformativas, pues del hierro la metálica hace armas, y la tectónica, de madera hace flautas y liras. Y la tercera clase es la que hace uso de las mismas cosas construidas, como el arte de montar a caballo, que usa los frenos; la bélica, las armas; la música, las flautas y las liras. Así que el arte se divide en tres clases: primera, segunda, y tercera.

66. Lo bueno es de cuatro especies, la primera de las cuales es cuando llamamos virtuoso a uno por poseer este bien. La segunda es la virtud misma y la justicia, a las cuales llamamos bien. La tercera, los alimentos, el ejercicio conveniente y las medicinas. Y la cuarta es el arte de tocar la flauta, la histriónica y otras semejantes. Así que son cuatro las especies de bien: poseer la virtud; la virtud misma; el alimento y ejercicio moderado, y la pericia en tocar la flauta, la histriónica y la poética.

67. De las cosas existentes, unas son malas, otras

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buenas, y otras indiferentes. Llamamos malas a las que pueden dañar siempre, como la intemperancia, la imprudencia, la injusticia y otras así; las contrarias a éstas son buenas. Las cosas que a veces aprovechan y a veces dañan, como pasear, estar sentado, comer; o bien las que nunca aprovechan ni perjudican, son indiferentes o neutras, puesto que no son buenas ni malas. Luego de las cosas existentes unas son buenas, otras malas, y otras indiferentes o neutras.

68. El buen gobierno es de tres maneras: en primer lugar, cuando las leyes son buenas, decimos que el gobierno lo es. En segundo lugar, si los ciudadanos se sujetan a las leyes establecidas. Y en tercer lugar, cuando no habiendo leyes se gobiernan bien los ciudadanos según algunas costumbres y máximas, pues también a éste llamamos buen gobierno. Entonces el recto gobierno es tener buenas leyes, sujetarse a ellas, y regirse por buenas máximas y costumbres.

69. El mal gobierno se divide en tres especies: la primera de ellas es cuando las leyes que hay son malas, no sólo para los forasteros, sino también para los ciudadanos. La segunda, cuando no se observan las establecidas. Y la tercera, cuando no hay leyes.

70. Las cosas contrarias son en tres maneras, como cuando decimos que los bienes son contrarios a los males; como la justicia a la injusticia, la ciencia a la ignorancia, y semejantes; que unos males son contrarios a otros, como la prodigalidad a la avaricia, el castigo injusto al justo, pues éstos son males contrarios a otros males. Lo grave y lo leve, lo breve y lo tardado, y lo negro y lo blanco son contrarios entre sí del modo que lo son las cosas neutras a las neutras. Así que las cosas contrarias lo son, unas como las buenas a las malas, otras como las malas a las malas, y otras como las neutras a las neutras.

71. Son tres las especies de bienes: unos los poseídos, otros los participados, y otros los por sí subsistentes. Los

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poseídos son los que podemos tener, como la justicia, la salud. Los participados son los que no pueden en sí tenerse, pero podemos participar de ellos, como no podemos tener el bien mismo, pero podemos ser participantes de él. Los bienes subsistentes por sí mismos son aquellos de los que ni podemos participar, ni los podemos tener en sí, pero convienen que estén en nosotros, como el ser diligentes y ser justos, lo cual es un bien. Así que los bienes son: poseídos, participados y por sí existentes.

72. El consejo se divide en tres partes: uno se toma de los tiempos pasados, otro de los venideros, y otro del presente. El de los tiempos pasados, por medio de ejemplares, como qué es lo que padecieron los lacedemonios por guardar fidelidad. El del tiempo presente, manifestando; como la flaqueza de los muros, la cobardía de los hombres, la cortedad de víveres. Y el de los tiempos futuros; como que no lleven las embajadas apariencia de injustas, para que Grecia no pierda su opinión y gloria. Luego el consejo es de los tiempos pasados, de los presentes y de los futuros.

73. La voz es de dos especies: una animada y otra inanimada. La voz animada es la de los animales; la inanimada son los sones y los ruidos. La voz animada, o es docta o indocta; docta, la de los hombres; indocta, la de los animales. La voz es entonces animada e inanimada.

74. De las cosas existentes, unas son divisibles y otras indivisibles. De las divisibles, unas son de partes semejantes, otras de partes distintas. Indivisibles son las que no admiten división, ni se componen de otras, como la unidad, el punto, el sonido. Divisibles, las que se componen de algo, como 1as sílabas, la sinfonía, los animales, el agua, el oro. De partes semejantes son las cosas que se componen de semejantes y su todo no se diferencia de sus partes, sino en el número, como el agua, el oro y otras de esta especie. De partes distintas son las cosas que se forman de partes que no son semejantes, como una casa y otras cosas así. Luego de las cosas existentes unas

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son divisibles y otras indivisibles. De las divisibles, unas son de partes semejantes y otras de partes distintas.

75. De las cosas existentes, unas se llaman por sí mismas, otras para otro. Las por sí mismas son las que no necesitan de exposición; de esta clase es el hombre, el caballo y demás animales, los cuales no admiten interpretación alguna. Las llamadas para otro, necesitan de explicación, como lo que es mayor que otro, lo más veloz que otro, lo mejor que otro, etc.; pues lo que es mayor lo ha de ser de lo que es menor; lo más veloz lo será de algún otro. Y así, de las cosas, unas se llaman por sí mismas, y otras para otro. De esta manera dividía Platón las cosas primeras y principales, como dice Aristóteles.

76. Existió otro Platón, filósofo rodio, discípulo de Panecio, según escribe Seleuco Gramático en el libro I De la Filosofía. Otro, peripatético, discípulo de Aristóteles. Hubo otro que fue discípulo de Praxifanes; y otro que era poeta de la comedia antigua.

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II.CORNELIO NEPOTE.

VIDASX. DION

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Vidas

I. Orígenes ilustres de Dion. Sus relaciones con Dionisio el Viejo.

1. Dion, hijo de Hiparino, siracusano de noble estirpe, se vio implicado en la doble tiranía de los dos Dionisios1. Pues el primero de ellos casó con Aristómaca, hermana de Dion, de la que nacieron dos hijos, Hiparino y Niseo, y otras dos hijas, Sofrosine y Arete; de ellas a la primera la dio en matrimonio a Dionisio el Joven, a quien también dejó el trono, y la segunda, Arete, a Dion2.

2. Dion, además de este ilustre parentesco y noble tradición, poseía otras muchas buenas condiciones naturales: entre ellas, una gran facilidad para aprender, un carácter agradable3 y una aptitud para los conocimientos más profundos; tenía una gran prestancia corporal, cualidad ésta que se valora no poco; y además grandes riquezas de la herencia paterna, que él había acrecentado gracias a la prodigalidad del tirano.

3. Era íntimo de Dionisio el Viejo, no menos por su modo de ser cuanto por su parentesco con él. En efecto, si bien su crueldad le repugnaba, procuraba no obstante conservarse no sólo por los estrechos lazos de parentesco que le unían a Dionisio, sino más aún por el bien de los suyos.

1 Dionisio I el Viejo, tirano de Siracusa, y Dionisio II el Joven, hijo del primero.

2 Arete estuvo primeramente casada con Tearides, hermano de Dionisio el Joven, y a la muerte de aquél fue cuando se casó con Dion.

3 Si hemos de creer a Plutarco (Dion VIII), tenía mal genio, severo e incomunicable en el trato y a cuantos acudían a él les hablaba con mucha aspereza.

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Cornelio Nepote

Solía participar en los asuntos de importancia y el tirano se dejaba llevar mucho por sus consejos, salvo en las cosas en las que se interponía algún apasionamiento más intenso en él.

4. Todos los cometidos que fuesen de especial importancia se llevaban a efecto valiéndose de Dion: él los afrontaba con la mayor diligencia y ponía la máxima fidelidad en su cumplimiento, con lo cual trataba de justificar4 la crueldad que implicaba el nombre de tirano con su propia amabilidad.

5. Dionisio le envió a Cartago, donde los cartagineses le encumbraron tanto cuanto nunca habían encumbrado a ningún griego hablante.

II. Venida de Platón Tarento. Muerte de Dionisio el Viejo

1. Nada de esto le pasaba desapercibido a Dionisio, ya que se daba perfecta cuenta de la gloria que le acarreaban estas cosas.

2. Por eso solía ser complaciente al máximo sólo con él y le quería como si fuera un hijo.

Cuando corrió la noticia en Sicilia de que Platón había llegado a Tarento5, no pudo negarle al jovencito el hacerle venir a la corte, pues Dion ardía en deseos de verlo. Se lo concedió, pues, y en medio de gran boato lo hizo conducir a Siracusa. 3. Dion sintió por él tal admiración, encariñándose

4 No creo necesaria la corrección leniebat en lugar de la lección tegebat dada por π, μ, υ, Ϝ, así como la de tenebat de la mayoría de los manuscritos, a todas luces desangelada y fuera de feliz interpretación. Ya en César (De Bell. Ciu. III, 32) encontramos una expresión idéntica a esta de Nepote, con el mismo verbo tegere en su acepción de «justificar»: «... para cohonestar con tal título procedimiento tan ignominioso». Trad. de S. MARINER, De Bell. Ciu., t. II, Edic. Alma Mater, Barcelona, 1961.

5 Parece ser que Platón había ido a Sicilia con objeto de estudiar de cerca las evoluciones del volcán Etna.

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con él tanto, que se le entregó en cuerpo y alma. Y no menos placer experimentaba Platón en el trato con Dion. En efecto, a pesar de que el tirano Dionisio había maltratado cruelmente a Platón —había dado la orden de que se le vendiera como esclavo—, sin embargo, aquél, movido por las súplicas del propio Dion, volvió de nuevo allí.

4. Entretanto Dionisio cayó enfermo; habiéndose agravado, Dion les preguntó a los médicos qué tal se encontraba, pidiéndoles al mismo tiempo que, en caso de que la enfermedad fuera en aumento, no se lo ocultaran; y es que quería hablar con él acerca del reparto del reino, ya que estimaba que los hijos de su hermana, nacidos de Dionisio, tenían derecho a heredar parte del reino. 5. Los médicos no guardaron silencio sobre esto y le contaron a Dionisio el Joven la conversación. Éste, impulsado por ello, y para evitar que Dion pudiera tratar (con Dionisio) obligó a los médicos a que le suministraran a su padre un somnífero. El enfermo, tras haberlo tomado, se quedó como adormecido y expiró.

III. Influencia de Platón sobre Dionisio el Joven

1. Fue entonces cuando comenzaron las diferencias entre Dion y Dionisio, que fueron en aumento a causa de circunstancias de índole muy diversa. No obstante en un principio se mantuvo entre ambos una fingida amistad durante algún tiempo. Y como quiera que Dion no cejaba en suplicar a Dionisio para que hiciera volver de Atenas a Platón y se dejara aconsejar por él, Dionisio, que en cierta medida quería seguir la conducta de su padre, accedió a ello6.

6 Razonamiento pueril de Nepote. Plutarco dice que Dion, a base de citar frecuentemente el pensamiento filosófico de Platón en presencia de Dionisio, despertó en éste un vehemente deseo de conocer la doctrina platónica y que a instancia de la escuela pitagórica de la Magna Grecia, representada por Arquitas de Tarento, Platón volvió a Siracusa. Cf. PLUT., Dion XI.]

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Cornelio Nepote

2. Por aquel entonces hizo que viniera de nuevo a Siracusa el historiador Filisto7, persona adicta más al régimen tiránico en general que al propio tirano. Pero sobre este personaje ya he dicho muchas cosas en el libro que escribí sobre los historiadores griegos8.

3. Platón tuvo tanta influencia ante Dionisio9, y el influjo de su palabra fue tal, que llegó a convencerle de la necesidad de terminar con la tiranía y devolver la libertad al pueblo Siracusano. La influencia de Filisto le apartó de esta decisión, con lo que comenzó a manifestarse un poco más cruel.

IV. Destierro de Dion Se refugia en el Peloponeso. Venganza de Dionisio corrompiendo al hijo de Dion.

1. Viendo que Dion le aventajaba en talento, en influencia y en amor del pueblo, y temeroso de que, si permanecía a su lado, él mismo provocaría la ocasión de su ruina, le dio una trirreme, en la que fuera transportado a Corinto, haciéndole ver que esto lo hacía por el bien de los dos, pues así evitaba que, temiéndose como se temían mutuamente, alguno de los dos se deshiciera del otro.

2. Muchos se indignaron por esta medida y, provocando esta conducta una animadversión hacia el tirano, Dionisio mandó que se colocaran en unas naves todos los bienes muebles de Dion y se los envió. Con esto quería que todo el mundo pensara que no actuaba movido por odio hacia la persona, sino en aras de su propia seguridad.

3. Mas, cuando oyó decir que (Dion) había preparado un escuadrón en el Peloponeso y que trataba de atacarle10, entregó

7 Había sido desterrado por Dionisio el Viejo.8 Obra perdida de Cornelio.9 El recibimiento que Dionisio hizo a Platón fue

extraordinario, como si de un suceso próspero para él se tratase.

10 Aquí Nepote parece invertir los términos, la causa por el

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por esposa a otro a Arete, la mujer de Dion, ordenando además que su hijo fuera educado de modo tal que, concediéndosele todo tipo de complacencia, acabase dominado por las más viles pasiones. 4. Por eso incluso antes de que llegara a la pubertad, se le llevaban prostitutas, se le cargaba de vino y de banquetes, con lo que sucedía que apenas si le quedaba tiempo para estar sobrio.

5. Tras la vuelta de su padre a la patria, fue tal el cambio con respecto a su vida pasada (pues se le habían puesto guardianes para que le apartaran de su anterior modo de vivir), que no pudo soportarlo, por lo que se arrojó desde lo alto de la casa, muriendo de este modo11. Pero volvamos a lo anterior.

V. Dion se apodera de Sicilia y obliga a Dionisio a firmar una paz condicionada

1. Cuando Dion llegó a Corinto, donde se acogió también Heráclides12, expulsado igualmente por Dionisio y que antes había sido jefe de caballería, ambos comenzaron a preparar la guerra valiéndose de todo tipo de recursos. 2. Pero no progresaban gran cosa, pues el gobierno de la tiranía13 venía ya de mucho tiempo atrás y en consecuencia (tenía) una gran

efecto: pues, según Plutarco, Dion decidió hacer la guerra a Dionisio cuando se enteró de lo que éste había hecho con su mujer. Cf. PLUT., Dion XXI.

11 Discrepancia entre Plutarco y Nepote. Según aquél el motivo del suicidio del hijo de Dion fue intrascendente y pueril. Cf. PLUTARCO, Dion V.

12 Jefe de los mercenarios de Dionisio el Joven, y que fue rival de Dion en el Peloponeso.

13 Mi traducción «gobierno de la tiranía» no implica que acepte la corrección de Lambin tyrannis por tyrannus, que dan todos los códices. Para mí el término tyrannus está empleado por Nepote con el valor abstracto de «tiranía» como el que podría tener en una frase gnómica del tipo: nunca el tirano fue aceptado por el pueblo.

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raigambre, por lo cual pocos fueron los que se comprometieron a compartir el riesgo.

3. Pero Dion, confiado más que en sus propias fuerzas en el odio (que se le tenía) al tirano, con gran valor y con dos naves de transporte se lanzó al ataque contra un reino de cincuenta años y defendido por quinientas naves de guerra, diez mil jinetes y cien mil infantes (cosa que a todos los pueblos les había producido gran admiración), y lo desbarató con tal facilidad que, tres días después de haber desembarcado en Sicilia, entró en Siracusa. De donde puede colegirse que no existe reino seguro si no está cimentado en el amor (a los ciudadanos).

4. Por aquel entonces Dionisio se había ausentado y se encontraba en Italia a la espera de la flota, ya que pensaba que ninguno de los enemigos se atrevería a atacarle sin contar con un gran número de tropas. 5. Y en esto se engañó, porque Dion, con la ayuda de los mismos que antes habían estado sometidos al poder del adversario, logró quebrantar los altivos sentimientos de la tiranía, apoderándose de toda la parte de Sicilia que había estado sometida al poder de Dionisio, así como de la ciudad de Siracusa14, excepción hecha de la acrópolis y la isla unida a la ciudad. 6. El triunfo fue tal, que el tirano se vio obligado a firmar una paz bajo las siguientes condiciones: Dion sería dueño de Sicilia; Dionisio, de Italia; y de Siracusa, Apolócrates, en quien Dion<isio>15 confiaba

14 Siracusa fue fundada en la isla de Ortigia. Cuando llegó a ser la ciudad más importante de Sicilia constaba, además de Ortigia, de otros cuatro barrios: Acradina, Tique, Neápolis y las Epípolas.

15 Los comentaristas han creído que aquí hay una laguna, ya que es inadmisible pensar que Apolócrates fuera el hombre de confianza de Dion. Además ha parecido ilógico que Nepote prescindiera de un dato histórico tan importante como fue la toma de la acrópolis de Siracusa. Yo entiendo que en Nepote esto no es tan improbable. Por eso he creído conveniente admitir la lectura, dada por Lambin, Dionisius, que, por otra parte, es congruente con los datos históricos,

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plenamente.

VI. Disputas entre Dion y Heráclides

1. A esta prosperidad tan grande como imprevista le siguió un repentino cambio, pues la fortuna, por su innata versatilidad, comenzó a hundir a quien poco antes había elevado. 2. Primeramente descargó su crueldad contra el hijo, del que he hablado anteriormente. Pues, habiendo tomado de nuevo por esposa a la que Dionisio, había entregado a otro, y, deseando que el hijo, apartándose del desenfreno licencioso, tornara a la vida honesta, sufrió con la muerte de su hijo la herida más dolorosa que, como padre, (podía recibir).

3. Luego se suscitó entre él y Heráclides una disensión: éste, al no querer concederle a Dion la primacía, creó su propio partido. Heráclides tenía bastante influencia ante la aristocracia16, a cuya decisión debía el estar al frente de la flota, mientras Dion mandaba el ejército de tierra.

4. No lo llevó a bien Dion, y sacó a colación aquel verso de Homero del canto segundo17 en el que se dice: «un estado no puede marchar bien cuando lo gobiernan muchos». Estas palabras provocaron un gran descontento, pues de ellas se deducía claramente que lo que quería era acumular en sus manos todo el poder.

5. Pero él no procuró mitigar dicho descontento con concesiones, sino que procuró reprimirlo mediante el rigor y, cuando Heráclides llegó a Siracusa, se ocupó de hacerlo

pues sabido es que Apolócrates era el hijo primogénito de Dionisio. Creo, pues, que la lección Dion pudo ser un error de copista. La supuesta laguna sólo la abona la necesidad de explicar la presencia del término Dion con el que termina el párrafo.

16 Según todos los testimonios, Heráclides, contra lo que dice Cornelio, era el caudillo del partido democrático Siracusano. Cf. PLUTARCO, Dion XXXII.

17 El canto II de la Ilíada, concretamente el verso 204.

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asesinar.

VII. La aristocracia se le enfrenta. Descontento del pueblo

1. Esto hizo que se apoderara de todos un gran pánico18; nadie tenía confianza en su propia seguridad tras la muerte de aquél. Él, una vez quitado de en medio su rival, comenzó a repartir entre los soldados, sin consideración alguna, los bienes de aquellos que sabía abrigaban sentimientos contrarios a los suyos. 2. Repartidos estos bienes, y haciéndose todos los días gastos excesivos, pronto comenzó a faltar el dinero; no quedaba, pues, a dónde echar mano, si no era a las posesiones de los amigos. El procedimiento era tal que, si le granjeaba de nuevo la adhesión del ejército, le hacía perder la de la aristocracia.

3. La preocupación por todo esto le producía quebraderos de cabeza; desacostumbrado como estaba a oír hablar mal de él, no soportaba tranquilamente verse mal considerado precisamente por aquellos que poco antes, con sus alabanzas, lo habían puesto por las nubes. Por otro lado, como la disposición del ejército era hostil a su persona, el pueblo hablaba con bastante libertad, diciendo repetidamente que no se debía seguir tolerando a un tirano.

VIII. Calícrates conspira contra Dion

1. Considerando él todo esto y no sabiendo cómo mitigarlo, temeroso del rumbo que las cosas pudieran tomar, un tal Calícrates19, ciudadano ateniense que había llegado con él

18 Ignoro en qué se funda Nepote para hablar de tal pánico: Dion dispuso que se le hicieran a Heráclito unos magníficos funerales, a los que acudió todo el ejército. Por otra parte, Plutarco dice que los Siracusanos fingieron tan sólo sentir la muerte de Heráclides. Cf. PLUT., Dion LIII.]

19 El nombre de este personaje era Calipo, del que habla

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desde el Peloponeso a Sicilia, hombre tan astuto como hábil para el engaño, carente de todo escrúpulo y lealtad, 2. se presentó a Dion diciéndole que se encontraba en gran peligro a causa de la hostilidad del pueblo y del odio del ejército, lo que, según él, no podría evitar de ningún modo, salvo si le encomendaba a alguno de los suyos la misión de simular que era su enemigo personal; que, si encontraba a alguien a propósito, podría conocer fácilmente las disposiciones de todos, pudiendo deshacerse de ese modo de sus enemigos, ya que éstos abrirían de par en par sus intenciones a una persona que se había apartado de su amistad.

3. Aprobado tal proyecto, el propio Calícrates asumió este papel, pertrechándose gracias a la imprudencia de Dion. Busca cómplices para matarlo, toma contacto con los enemigos de Dion y consolida la conjura. 4. Esta conspiración, por cuanto se había planeado con el conocimiento de muchos, llegó a oídos de Aristómaca, hermana de Dion, y de su esposa, Arete. Éstas, aterradas, van en busca de aquél, por el que tanto temían. Pero él les dice que Calícrates no está maquinando nada contra su persona, sino que todo lo que hacía era por orden suya. Las mujeres, no obstante, conducen a Calícrates al templo de Prosérpina, y le obligan a jurar que Dion no ha de correr peligro alguno por parte de él. Este juramento no sólo no asustó a Calícrates, disuadiéndole de su empresa, sino que le sirvió de aliciente para darse prisa, temiendo que su propósito se descubriera antes de llevar a cabo el intento.

IX. Asesinato de Dion

1. Con esta intención, el día de fiesta 9 siguiente20,

Platón, sin nombrarle por su propio nombre, en su carta séptima. Cf. PLUT., Dion LIV.

20 La fiesta a la que aquí parece aludir Nepote era las Coreas, en honor de Prosérpina, que recibía el sobrenombre de Cora en Eleusis, y de aquí el nombre de corea que se le daba a la danza que se hacía en esta festividad.

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permaneciendo Dion en casa apartado de toda aglomeración, y cuando se encontraba reposando en una habitación elevada, (Calícrates) entregó a los cómplices de su conjuración los lugares mejor fortificados de la ciudad y, rodeando la casa de guardianes, escoge a hombres de su mayor confianza para que custodien las entradas. 2. Llena de hombres armados una trirreme y pone al mando de ella a su hermano Filóstrato, aconsejándole que navegue acá y allá por el puerto para dar la sensación de que está ejercitando a sus remeros, con la intención de, si por casualidad la suerte no le ayudaba en sus propósitos, poder tener medios de huir y de salvarse. 3. Después elige de entre los suyos a unos jóvenes oriundos de Zacinto, tan osados en extremo como extraordinariamente forzudos, y les encomienda que se presenten ante Dion desarmados para dar la sensación de que iban sólo en calidad de visitantes. Se les hizo pasar, ya que eran conocidos21. 4. Pero no bien entraron en la habitación, cerraron las puertas y, lanzándose sobre Dion, que estaba acostado, le maniataron: se produjo tal ruido que se podía oír desde fuera.

5. En situaciones tales —y ya se ha hablado de esto antes—, resulta22 fácil para cualquiera comprender cuan odioso resulta el poder de un solo hombre y cuan digna de compasión es la vida de los que prefieren ser temidos a ser amados. 6. Pues aquellos mismos guardianes, de haber estado bien

21 Fue precisamente en la isla de Zacinto donde Dion había preparado su expedición; de aquí que estos jóvenes hubieran sido incluso soldados suyos.

22 No veo por qué Guillemin ha de sospechar la existencia de una laguna después de la expresión «y ya se ha hablado de esto antes». La frase es perfectamente comprensible, como puede deducir el lector. Lo único que puede justificar en cierta medida, a mi juicio, la susodicha laguna, situándola, no donde dice Guillemin, sino antes del párrafo sexto, sería el hecho de que Nepote habla de unos supuestos guardianes que da como conocidos por el lector, sin haber aparecido antes referencia alguna de los mismos.

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dispuestos en favor suyo23, con haber echado abajo las puertas le hubieran podido salvar, siendo así que aquellos, desarmados, pedían armas a los de afuera y tenían a (Dion) vivo todavía.

Al no acudir nadie en su ayuda, un tal Licón, de Siracusa, logró pasar por la ventana una espada, con la que se le dio muerte a Dion.

X. Tumultos que siguen a su muerte. Duelo y pesar del pueblo

1. Una vez perpetrado el crimen, y 10 habiendo entrado un gran número de personas para ver (lo sucedido), algunos fueron asesinados por aquellos que ignoraban quiénes eran los responsables. Pues la noticia de que se había atentado contra la vida de Dion corrió rápidamente, acudiendo por ello al lugar muchos que estaban en contra de aquella felonía, los cuales, movidos por falsas sospechas, mataron a personas inocentes por culpables.

2. Cuando se hizo pública la noticia de su muerte, el pueblo cambió sus sentimientos, ya que, al que en vida le gritaban continuamente llamándole tirano, esos mismos le aclamaban ahora como al libertador de la patria y derrocador de la tiranía. Así fue como la compasión vino a sustituir al odio, hasta tal límite que, de haberles sido posible, lo hubiesen rescatado del Aqueronte24 aun al precio de su propia vida.

3. Por ello en la ciudad y en el lugar más concurrido se le levantó un mausoleo costeado por el pueblo. Murió casi a los cincuenta y cinco años, a los cuatro de su vuelta a Sicilia desde el Peloponeso.

23 Acepto la lección de R propitia, que recoge Monginot, y no propria. No creo, como piensa Guillemin (o. c., pág. 64), en la existencia de una laguna. A mi juicio el contexto queda claro: todo esto es consecuencia de lo que Nepote acaba de decir en el § 5.

24 Aqueronte, el río que deben atravesar las almas hasta llegar al reino de los muertos.

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III.PLATÓNCARTAS

CARTA VII

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1. Forma parte del grupo de curtas dirigidas a Dion o a sus amigos. Los datos históricos que sitúan la carta son los siguientes: Dion de Siracusa, amigo de Platón, en quien este pusiera sus esperanzas políticas, acaba de morir. Era hermano político de Dionisio el Viejo de Siracusa. Estuvo asociado al gobierno de Sicilia Ya en este tiempo había llevado a la corte siciliana al filósofo ateniense. Más tarde, bajo el reinado de Dionisio el Joven, Platón volvió a Siracusa, llamado siempre por su amigo. Se pensaba que entonces iba a ser posible reformar el gobierno de la ciudad, preparando una constitución en la que se aliaran la libertad y la autoridad. Pero la realidad fue muy otra. Dionisio desterró a Dion. Y luego de las vanas tentativas de Platón para influir en el espíritu del tirano, el filósofo regresó a Atenas. Dion, luego del último regreso de Platón, abandono el Peloponeso: venció a Dionisio, reduciéndolo con su ejército a la acrópolis y forzó al tirano a que abandonara el país. Pero no era fácil organizar el país en medio de luchas incesantes. Heráclides, que había sido víctima de Dionisio y compañero de destierro de Dion, ambicionaba el primer puesto. No toleraba el papel preponderante del libertador de la ciudad y persuadió a sus conciudadanos de que debían liberarse de la influencia de Dion. Este tuvo que retirarse a Leontinos. Las querellas debilitaron el espíritu de oposición a la tiranía. Dionisio, que había sido olvidado, aprovechó la ocasión, se presentó en Siracusa y reconquistó el poder. La ciudad llamó de nuevo a Dion, quien, por segunda vez, entregó la ciudad a la Siracusanos. Pero esto no significó el fin de las disensiones internas. Heráclides recomenzó sus intrigas e hizo lo posible por hacer fracasar las Sabias reformas de Dion, hasta que este toleró que se condenara a muerte al intrigante. Tampoco esto

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significó la paz. Esta vez el causante de las turbulencias fue un ateniense. Calipo, de quien Dion había sido huésped durante su destierro. Partidario primero de Dion, junto con su hermano Filóstrato, se señaló en la lucha de liberación de Sicilia. Pero muerto Heráclides, adversario peligroso, comenzó a organizar hipócritamente la muerte de Dion y su propia subida al poder. Asesinado Dion, Calipo se hizo con la tiranía, que, según Diodoro, ejerció durante trece meses. Esas son las circunstancias que supone la Carta VII: Calipo está en el poder y los amigos de Dion, desterrados, preparan su venganza y la reconquista de Sicilia. El crimen había sido cometido en 354 o 353: Platón tenía setenta y tres o setenta y cuatro años.

2. Platón dirige la corta a los parientes y amigos de Dion, respondiendo al deseo de estos de que el filósofo colabore en sus proyectos de restauración. Os ayudaré —les dice— con tal que pretendáis lo mismo que deseaba él. Platón tuvo ocasión de conocer bien cuáles eran los proyectos del muerto. Para facilitar su comprensión va a exponerlos y a explicar su génesis. Incluso podría reivindicar la paternidad de dichos planes.

Comienza por explicar sus experiencias políticas y su estado de ánimo al ir a Sicilia, llevando su narración hasta el momento del destierro de Dion y su regreso a Atenas. Recuerda entonces que lo que debía constituir la parte principal de su carta eran sus consejos. Y recuerda así mismo que estos consejos se los había ya dado él a Dionisio. Éste no hizo caso y fue causa de las desgracias de Sicilia. ¿Qué hay que hacer para realizar los planes de Dion? Emprender la reforma interior de los conciudadanos, restituir en el país les valores morales. Esta es la base indispensable de las reformas exteriores. Y luego hay que convocar una asamblea que establezca una Constitución. Reemprende luego la narración de sus viajes y sus actividades en Sicilia. Al regresar definitivamente a Atenas, encuentra a Dion en Olimpia. Éste, organizado el partido de la resistencia, prepara la guerra. Platón desaprueba el método, ofreciendo su colaboración sólo

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para la acción diplomática y pacífica. La conclusión se basa en reflexiones análogas a las de los consejos: la necesidad de una reforma moral personal.

3. La autenticidad de la Carta Vil apenas necesita demostración. Es esta, en efecto, la que lleva más marcado el sello platónico. Muy probablemente es la más antigua que se conserva, la que ha proporcionado los materiales para redacciones más tardías.

Las objeciones más serias e importantes que se han presentado a la autenticidad de la carta son las de Karstern, que podemos reducir a tres capitulas: a) forma y composición de la carta; b) dificultades históricas; c) filosofía de la carta.

a) El estudio atento del relato del autor de la carta nos lleva a la conclusión de que se ha elegido la forma adecuada para desarrollar una serie de pensamientos que el autor quería dar a conocer y también la forma que le permitiera hacerlos llegar al mayor número posible de lectores. Es, en suma, lo que nuestros periódicos o revistas habrían llamado una «carta abierta». Así lo entendieron también los antiguos unánimemente.

El fin real del escrito es el de legitimar su propia conducta en los asuntos de Sicilia. La parte parenética es, en realidad, un mero pretexto para hacer frente a las críticas que los sucesos de Sicilia habían provocado. De la misma manera que en otros tiempos se había hecho a Sócrates responsable de las funestas empresas de sus discípulos, un Alcibiades o un Critias, resultaba natural se sospechara de la actitud de Platón junto a Dionisio. Los partidarios de Dion quizá podían achacarle el haberle embarcado en una actitud que dio precisamente lugar a su muerte. Además, los autores del crimen eran atenienses y habían estado relacionados con la Academia. Platón debía justificar su conducta por el honor de la escuela y el futuro de la mismo, por el buen nombre de su patria, incluso por el destino de sus doctrinas más estimadas. Este es el sentido de la Carta VII. El interés de todo el drama se centra en tres personajes: Platón, Dion y Dionisio. Los acontecimientos externos tienen poca importancia, en relación

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con los motivos internos que los provocan. Este luego de las pasiones humanas está analizado en la carta con una agudeza de psicólogo que bien puede recordar la República y con un acento de verdad que solo puede proceder de quien realmente ha vivido lo que escribe.

El primer argumento en contra de la autenticidad se basa en la aparente falta de composición o estructura de la carta. La impresión es la de un mosaico de fragmentos dispersos. La composición difiere, evidentemente, de la de los sofistas y retóricos, tan limpiamente articulada. En cambio, se encuentra en ella esa agilidad de fondo tan característica de los Diálogos, esa insensible evolución del tema propuesto al comienzo, con esa composición que puede parecer caprichosa y que va de lo esencial a la digresión para regresar sin sentir al tema. Si se lee atentamente la carta, una segunda vez si es preciso, se verá hasta qué punto es imposible suprimir ni un solo párrafo sin dañar con ello el conjunto.

b) Se presentan tres dificultades históricas. En 324 a-b se habla de un Hiparino. ¿De cuál se trata? Hubo un Hiparino hijo de Dion, y otro hermano del padre de Dionisio el Joven y sobrino de Dion. Sostienen algunos críticos que el autor de la carta sólo pudo referirse al hijo de Dion. Pero según Plutarco y Cornelio Nepote, este Hiparino murió ames que su padre. Este anacronismo probaría, pues, la inautenticidad de la carta. Se han propuesto para ello varias soluciones, de las que la más evidente parece la que dice que se trataba aquí no del hijo de Dion, sino del sobrino que estaba muy vivo aún entonces. La cuestión de la edad no es obstáculo. Dion tenía unos veinte unos cuando Platón fue a Sicilia por primera vez. Hacia 354, cuando se escribe la carta, Hiparino debe de tener esta misma edad. Ahora bien: Dionisio se casó con la hermana de Dion en 398, y no es imposible que esta hubiera dado a luí a los veinte años de casada. Por otra parte, el hijo de Dion careció en absoluto de importancia, mientras que el sobrino, hijo de Dionisio el Viejo y hermanastro de Dionisio el Joven, era considerado verdaderamente como el heredero de los pensamientos y proyectos del liberador de Sicilia. Muerto su tío, él estuvo al frente del partido de la resistencia contra

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Calipo, y unos meses más tarde se apodera él del reino y gobierna durante dos años.

La segunda dificultad se refiere a la organización político de la época de los Treinta. La descripción que da de ella el autor de la carta parece demostrar ignorancia de los asuntos políticos de Atenas. Las inexactitudes, empero, que en este aspecto veía el crítico mencionado han quedado rebatidas con la aparición de la Constitución de Atenas, de Aristóteles, que en su capítulo 35 describe una organización política en lodo conforme con la de la carta. No hay, pues, aquí error histórico.

La tercera dificultad, la cuestión de Dario y el reparto de Persia, no es en realidad ninguna dificultad hoy día. No coincide, en efecto, con Heródoto (III, 89), pero sí, en cambio, está perfectamente de acuerdo con las afirmaciones de las Leyes (III, 695 c)

c) La digresión filosófica de la carta es el pasaje en que más hincapié hacen los adversarios de la autenticidad. Es imposible seguir punto por punto el razonamiento de Karstern sobre esta digresión. Todos sus puntos han sido revisados hoy en día y carecen de fuerza. El sentido de este pasaje filosófico se ha demostrado perfectamente platónico. No se trata de doctrinas esotéricas u ocultas, expuestas de manera más o menos misteriosa y extraña a la manera de Platón. Basta una atenta comparación del fragmento con las doctrinas del Fedro para ver que esta parle de la Carla VII no es ni más ni menos que el eco de las teorías del diálogo. También en este insiste Platón en la idea de que, pintura o escritura, todo sistema representativo del pensamiento tiene un doble inconveniente: el de no ser más que una traducción aproximativa del objeto, y el de no podernos dar, a causa de su fijeza o inmovilidad, las continuas explicaciones que sería necesario añadirles. Véanse, por ejemplo, los pasajes 276 c y 277 d- 278 b del Fedro. Lo específico de la corta (y gracias a estos matices deja de ser esta una burda imitación de aquél) está en una exposición más técnica de los motivos que impiden reconocer un valor científico a un escrito cualquiera. Porque todo elemento de expresión nene algo de convencional, como nos enseñó el

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Cratilo (432 b-e-435)Resumiendo, pues: la tradición, el relato de los sucesos,

la marcha doctrinal del texto, lo composición en apariencia caprichosa y descuidada, así como las imperfecciones del estilo, que permitirían incluso fechar la carta por solo estas, son todo razones que convergen a la autenticidad platónica indiscutible de la Carta VII.

VII

PLATÓN A LOS PARIENTES Y AMIGOS DE DION: Mucho éxito.

Me habéis escrito diciéndome que podía estar bien seguro de la conformidad de vuestros pensamientos con los de Dion y me movéis así insistentemente a que, en la medida de lo posible, os ayude con mis obras y con mis palabras. Ciertamente, si en verdad vuestra manera de ver las cosas y vuestros deseos son los mismos que los suyos, consiento en colaborar; si no es así, necesito reflexionar mucho sobre ello. De sus pensamientos y sus proyectos puedo yo, sin duda, hablar, no por conjeturas, sino con certeza. Cuando yo, en efecto, vine por vez primera a Siracusa 2 5 , tenía cerca de cuarenta años; Dion tenía la edad que t iene en la actualidad Hipar ino 2 6 , y él veía entonces las cosas como no dejó de verlas: los siracusanos, según su opinión, debían ser libres y debían regirse de acuerdo con las mejores leyes. No tendrá, pues, nada de sorprendente que una divinidad haya conformado las ideas políticas de Hiparino a las de Dion. Vale la pena que los jóvenes y los viejos sepan cuál fue la forma en

25 Platón cuenta más adelante su viaje a Siracusa bajo Dionisio el Viejo. Dion tenía entonces algo más de veinte años.

26 Se trata de Hiparino. hijo de Dionisio el Viejo y sobrino de Dion. Véase, sobre esta cuestión, el comentario preliminar a esta carta.

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que éstas se engendraron. Por eso voy a intentar contaros esto desde sus comienzos: las circunstancias presentes me brindan una buena ocasión para ello.

Desde tiempo atrás, en mi juventud, sentía yo lo que sienten tantos jóvenes. Tenía el proyecto, para el día en que pudiera disponer de mí mismo, de entrarme en seguida por la política. Pues bien, ved cuál era el estado en que se me ofrecían los asuntos del país: acosada la forma existente de gobierno por todos lados, se produjo una revolución: en cabeza del nuevo orden establecido fueron puestos, como jefes, cincuenta y un ciudadanos: once en la capital, diez en el Pireo (estos dos grupos fueron puestos al frente del ágora y de todo lo concerniente a la administración de las ciudades), mientras que los otros treinta constituían la autoridad superior con poder absoluto. Bastantes de entre ellos eran o bien parientes míos o mis conocidos, que me invitaron a colaborar inmediatamente en trabajos que, según decían, me convenían27. Yo me hice unas ilusiones que nada tenían de sorprendente a causa de mi juventud. Me imaginaba, en efecto, que ellos iban a gobernar la ciudad, conduciéndola de los caminos de la injusticia a los de la justicia. Por eso observaba yo afanosamente lo que ellos iban a hacer. Ahora bien: yo vi a estos hombres hacer que, en poco tiempo, se echara de menos el antiguo orden de cosas, corno si hubiera sido una edad de oro. Entre otros, a mi querido y viejo amigo Sócrates, a quien no temo proclamar el hombre más justo de su tiempo, quisieron asociarlo a otros encargados de llevar por fuerza a un ciudadano para condenarlo a muerte, y esto con el fin de mezclarlo en su política por las buenas o

27 Critias, uno de los oligarcas más detestados, se hallaba entre los treinta tiranos e incluso era uno de los principales de ellos. Era primo de la madre de Platón. Cármides, tío materno del filósofo, había estado en esta época al frente del Pireo. Es conocido el régimen de terror que los Treinta impusieron a Atenas, hasta provocar la reacción democrática. Sobre la exactitud de lo que aquí dice Platón, cfr. el comentario preliminar

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por las malas. Sócrates no obedeció y prefirió exponerse a los peores peligros antes que hacerse cómplice de acciones criminales28. A la vista de todas estas cosas, y de muchas otras del mismo tipo y de no menor importancia, me sentí lleno de indignación y me aparté de las desgracias de esta época. Muy pronto cayeron los Treinta, y con ellos cayó su régimen. Nuevamente, aunque con más calma, me sentía movido por el deseo de mezclarme en los asuntos del Estado. Por ser aquel un periodo de mucha turbación, sucedieron muchos hechos turbulentos, y no es extraordinario que las revoluciones sirvieran para multiplicar los actos de venganza personal. No obstante, los que en aquel momento regresaron utilizaron una gran moderación29. Pero (yo no sé cómo ocurrió esto) he aquí que gentes poderosas llevan a los tribunales a este mismo Sócrates, nuestro amigo, y presentan contra él una acusación de las más graves, que él ciertamente no merecía en manera alguna: fue por impiedad por lo que los unos lo procesaron y los otros lo condenaron, e hicieron morir al hombre que no había querido tener parte en el criminal arresto de uno de los amigos de aquellos, destellado entonces, cuando, desterrados, ellos mismos estaban en desgracia. Al ver esto y al ver los hombres que llevaban la política, cuanto más consideraba yo

28 Designado con otros cuatro ciudadanos para detener a León de Salamina, adversario del régimen oligárquico, Sócrates se negó a esta misión que consideraba ilegal. Cfr. Apología, 32 c.

29 El yugo de los Tremía se hizo tan insoportable que, con la ayuda del pueblo, los exiliados del partido democrático pudieron rehacerse bajo la dirección de Trasíbulo y Trasilo y volver a Atenas. Los oligarcas fueron derrocados y se restableció la democracia. Para poner fin a la guerra civil, se votó una amnistía. Pero Platón no hallaba ya en el nuevo régimen quienes le pudieran iniciar en la vida política, como antes Critias y Cármides. Debería haberse afiliado a algún partido y no le convenía ninguno —325 d—. Además, luego de la condenación de Sócrates, se apartó definitivamente de los asuntos públicos de su país.

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las leyes y las costumbres y más iba avanzando en edad, tanto más difícil me fue pareciendo administrar bien los asuntos del Estado. Por una parle, sin amigos y sin colaboradores fieles, me parecía ello imposible. (Ahora bien: no era fácil encontrarlos entre los ciudadanos de entonces, porque nuestra ciudad no se regía ya por los usos y costumbres de nuestros antepasados. Y no se podía pensar en adquirirlos nuevos sin grandes dificultades) En segundo lugar, la legislación y la moralidad estaban corrompidas hasta tal grado que yo, lleno de ardor al comienzo para trabajar por el bien público, considerando esta situación y de qué manera iba lodo a la deriva, acabé por quedar aturdido. Sin embargo, no dejaba de espiar los posibles signos de una mejoría en estos sucesos y, de manera especial en el régimen político, pero siempre esperaba el momento adecuado para obrar. Finalmente llegué a comprender que todos los Estados actuales están mal gobernados, pues su legislación es prácticamente incurable sin unir unos preparativos enérgicos a unas circunstancias felices. Entonces me sentí irresistiblemente movido a alabar la verdadera filosofía y a proclamar que sólo con su luz se puede reconocer dónde está la justicia en la vida pública y en la vida privada. Así, pues, no acabarán los males para los hombres hasta que llegue la raza de los puros y auténticos filósofos al poder o hasta que los jefes de las ciudades, por una especial gracia de la divinidad, no se pongan verdaderamente a filosofar30.

Esta era la marcha de mis pensamientos cuando llegué a Italia y a Sicilia por vez primera. Entonces esa vida llamada allí feliz, llenada por esos perpetuos banquetes italianos y siracusanos, me desagradó en absoluto: atracarse de comida dos veces al día, nunca acostarse solo por la noche y todo lo que acompaña a esta clase de existencia31. Con semejantes costumbres no hay ningún hombre bajo la capa del cielo que, viviendo esta vida desde su niñez, pueda llegar a ser sensato

30 Cfr. República, V, 473 d.31 El lujo de los banquetes italianos y siracusanos es casi

proverbial en la antigüedad.

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(¿qué naturaleza podría haber tan maravillosamente equilibrada?) no adquirir jamás la sabiduría, y lo mismo diré de todas las demás virtudes. De igual manera, no hay ninguna ciudad que pueda llegar a mantenerse en paz bajo sus leyes, por muy buenas que éstas sean, si los ciudadanos creen deberse entregar a dispendios locos y. por otra parte, vivir en las más completa inactividad, excepto para los banquetes y las reuniones para beber (y cuando ponen todos sus esfuerzos en ir tras sus amoríos) Tales Estados necesariamente no dejarán de moverse, de forma revolucionaria, de la tiranía a la oligarquía y a la democracia32, y los que se hallen en el poder no soportarán ni tan siquiera oír el nombre de una forma de gobierno de justicia y equidad o igualdad.

Así, pues, durante mi viaje a Siracusa, yo me hacía estas reflexiones y las precedentes. ¿Se debía ello al azar? Más bien creo que alguna divinidad se esforzaba entonces en preparar todos los hechos que han sucedido ahora relativos a Dion y a los Siracusanos33 (y es preciso temer aún peores males si vosotros no seguís ahora los consejos que os doy por segunda vez34) Pero ¿de qué manera puedo yo mantener que entonces mi llegada a Sicilia fue el origen de todos estos acontecimientos?' En mis relaciones con Dion, que era joven aún, exponiéndole mis puntos de vista sobre lo que me parecía mejor pata los hombres y estimulándolo a realizarlo, es muy probable que yo no me diera cuenta de que de alguna manera trabajaba inconscientemente en la caída de la tiranía. Pues Dion, muy abierto a todas las cosas y de manera especial a los

32 Esas son las tres formas defectuosas de gobierno que se oponen a las tres formas legítimas: la realeza, la aristocracia y una especia de república constitucional. Cfr. Política, 291 d '293, 302 b '303 c. Aristóteles adopta esta misma distinción entre formas defectuosas y legítimas, y la desarrolla sobre todo en el libro V de la Política.

33 Véase Plutarco, Dion, 4.34 La primera vez fue cuando Platón dio consejos de

moderación a Dion y a sus partidarios reunidos en Olimpia. Cfr. 352 d.

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razonamientos que yo le hacía, me comprendía admirablemente, mejor que todos los jóvenes con quienes nunca haya podido tener yo trato frecuente. Él decidió llevar, desde entonces, una vida distinta de la de la mayoría de los ítalos o sicilianos, haciendo mucho más caso de la virtud que de una existencia de placer y sensualidad. Desde entonces, su actitud se hizo más y más odiosa a los partidarios del régimen tiránico, y esto llegó hasta la muerte de Dionisio35.

Luego de este suceso, él hizo el propósito de no guardar ya más para sí solo estos sentimientos que le había hecho adquirir la verdadera filosofía. Comprobó, por los demás, que habían sido ganados otros espíritus, pocos sin duda, pero algunos, sin embargo, y entre ellos creyó muy pronto él se podía contar, con la ayuda de los dioses, el joven Dionisio. Pues bien, si ello era así, ¡qué vida de increíble felicidad iba a ser para él, Dionisio, así como para todos los Siracusanos! Por parte, juzgó él que yo debía ir lo más rápidamente posible a Siracusa para colaborar en sus designios: él no había olvidado con qué facilidad nuestra amistad le había inspirado el deseo de la vida bella y dichosa. Si en aquel momento lograba inspirar este mismo deseo a Dionisio, como intentaba hacerlo, tenía las mayores esperanzas de establecer en todo el país, sin carnicerías, sin matanzas, sin todos los males que se producen actualmente, una vida feliz y verdadera. Lleno de estos justos pensamientos, Dion convenció a Dionisio de que me hiciera llamar, y él mismo me hizo rogar que fuera lo más aprisa posible, no importaba cómo, antes que otras influencias36 se dejaran sentir sobre Dionisio, llevándolo a una existencia que pudiera ser distinta de la vida perfecta. He aquí

35 Dionisio el Viejo murió en el año 367.36 En ene tiempo se encontraban en la corte de Dionisio

diversos filósofos o sofistas: Polixeno, Esquines el socrático, Aristipo de Cirene fueron huéspedes del tirano. Este último, que se las daba de espíritu ingenioso, atraía fácilmente por sus prodigalidades una nube de aduladores. Se comprende que Dion desconfiara de las intenciones poco desinteresadas de estos seudofilósofos.

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cuáles eran las razones con que me presionaba, aun cuando con ello deba alargarme un poco: «¿Qué mejor ocasión podríamos esperar nosotros —decía él— que la que actualmente nos ofrece la divinidad?» Junto a esto me hacía ver él este imperio de Italia y Sicilia y el poder que él tenía allí, la juventud de Dionisio y el gusto tan vivo que sentía por la filosofía y la ciencia, sus sobrinos y sus parientes37, tan fáciles de ganar para la doctrina y la vida que yo no dejaba de predicar, y dispuestos todos a presionar a Dionisio. En una palabra, nunca como en aquel momento era posible esperar conseguir la unión, en unos mismos hombres, de la filosofía y del gobierno de las grandes ciudades. Esas eran sus exhortaciones y otras muchas de este mismo género. Pero yo, por una parte, no dejaba de sentir inquietud respecto de los jóvenes, por lo que un día pudiera ocurrir (pues sus deseos son prontos y cambian a menudo en sentidos contrarios); y sabia, por otra parte, que Dion poseía un carácter naturalmente grave y que era ya de edad madura. Habiendo reflexionado y habiéndome preguntado con vacilaciones si era conveniente o no ponerme en ruta y ceder a lo que se me pedía, lo que, sin embargo, hizo que la balanza se inclinara, fue el pensamiento de que si alguna vez se podía emprender la realización de mis planes legislativos y políticos, este era el momento de intentarlo: no había que hacer sino persuadir suficientemente a un solo hombre y todo estaba ganado.

Con estas disposiciones de espíritu, me aventuré a partir. Ciertamente, no iba empujado por los motivos que algunos imaginan, pero me avergonzaba sobre todo de pasar a

37 No se habla aquí de Hiparmo. que era entonces demasiado joven para poder ejercer una influencia sobre su medio hermano Pero, según el Escoliasta de la Carta IV. los dos hermanos de Dionisio el Viejo se habrían casado con las hermanas de Dion Había, pues, probablemente, en la corte de Siracusa vanos sobrinos de Dion de la misma edad poco más o menos de Dionisio el Joven.

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mis propios ojos por un charlatán de feria38, que nunca quiere ponerse de manos a la obra (y también el aventurarme a traicionar en primer lugar39 la hospitalidad de Dion y la amistad del mismo, en un momento en que él corría peligros bastante serios) Pues bien, si le llegaba la desgracia, si, expulsado por Dionisio y sus demás adversarios, se presentaba ante mí como un desterrado y me decía: «¡Oh Platón!, llego a ti como un proscrito, no me han faltado hoplitas ni caballeros para defenderme contra mis enemigos, sino estos razonamientos persuasivos por medio de los cuales tú puedes, yo lo sé bien, impulsar a los jóvenes al bien y a la justicia, al mismo tiempo que crear entre ellos, en toda ocasión, vínculos de amistad y de camaradería. Esto me ha faltado por negligencia y culpa tuya, y este es el motivo por el que ahora he abandonado como desterrado Siracusa y por el que me encuentro aquí. Pero la suerte que yo he corrido es aún para ti el menor motivo de vergüenza: esa filosofía que tú tienes en la boca siempre y que tú dices es menospreciada por los demás hombres, ¿cómo no habrás traicionado su causa junto con la mía, en cuanto dependía de ti? Así es: si hubiéramos vivido en Megara40, ante mi llamada, habrías acudido a toda prisa a mi llamada sin ninguna duda o le hubieras juzgado el último de los hombres. Y ahora pones como excusa la longitud del viaje, la importancia de la travesía, la fatiga. ¿Crees que en el futuro vas a poder escapar al reproche de debilidad? Ciertamente, está muy lejos de ello.» Pues bien, a estas palabras, ¿qué respuesta habría podido yo dar que pareciera razonable?' Ninguna. Así, pues, partí por motivos razonables y justos, en la medida en que los motivos humanos pueden serlo, dejando a causa de ellos mis habituales ocupaciones, que no eran oscuras,

38 Cfr. Plutarco, Dion, 11.39 Platón teme dos cosas, si se niega a partir primera,

traicionar la amistad de Dion; segunda, traicionar igualmente la causa de la filosofía.

40 Megara no estaba muy alejada de Atenas. Allí se refugiaron los discípulos de Sócrates y probablemente el mismo Platón, luego de la condenación y muerte de su maestro.

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para trine a vivir bajo una tiranía que no parecía avenirse ni con mis enseñanzas ni con mi persona. Al trasladarme a vuestro país cumplía yo un deber con Zeus Hospitalario41 y liberada a la filosofía del reproche que se le hubiera hecho en mi persona si por amor de las comodidades y por timidez me hubiera deshonrado.

A mi llegada (no conviene, en efecto, que me alargue) no encontré más que enredos en tomo a Dionisio: se calumniaba a Dion ante el tirano. Yo lo defendí con todas mis fuerzas, pero mi poder era muy mezquino, y al cabo de unos tres meses, Dionisio acusaba a Dion de conspirar contra la tiranía, lo hizo embarcar en un pequeño navío y lo desterró ignominiosamente. Luego de esto, todos nosotros, los amigos de Dion, temíamos ver que se culpaba a uno u otro de nosotros de complicidad en las intrigas de Dion y que se nos castigaba por ello. Respecto de mí, llegó a Siracusa el rumor de que yo había sido condenado a muerte por Dionisio, por ser la causa de todo lo que había ocurrido. Pero este último, viéndome alarmado de esta manera y temiendo que nuestro miedo no nos llevara a actos más graves, nos trataba a todos con benevolencia, y a mí en particular me animaba y me comprometía a que tuviera confianza, rogándome insistentemente que me quedara, ya que, si lo abandonaba, esto no iba a representar para él ningún bien, y que ocurriría lo contrario si yo me quedaba. Por este motivo fingía suplicarme esto insistentemente. Pero nosotros sabemos bien hasta qué punto las peticiones de los tiranos van mezcladas con la coacción. Él tomó sus medidas para impedir mi partida: hizo que me condujeran y alojaran en la acrópolis42. Ni un solo

41 Zeus en su advocación de protector de los extranjeros, bajo cuyos auspicios Platón se había trasladado la primera vez a Sicilia.

42 Dionisio se alojaba en la ciudadela o acrópolis y .allí mantuvo a Platón durante sus dos estancias en Sicilia, hasta el momento de la ruptura definitiva. Con la excusa de concederle este honor, en realidad mantenía al filósofo bajo un estrecho control y vigilancia. Al abrigo de las

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capitán de navío me hubiera podido sacar de allí, no digo yo en contra de la voluntad de Dionisio, pero ni tan siquiera sin una orden expresa de embarcarme emanada de él. Tampoco había un solo mercader ni uno solo de los funcionarios que tenían a su cargo las fronteras que, de sorprenderme en plan de abandonar solo el país, no me hubiera detenido y me hubiera llevado a Dionisio, tanto más cuanto que por aquel entonces se difundía un nuevo rumor totalmente contrario al anterior: Dionisio, se decía. abrigaba una hermosa amistad para con Platón. ¿Qué había efectivamente de ello? Es muy conveniente decir la verdad. Con el tiempo, sin duda, me quería siempre más a medida que se familiarizaba con mi modo de ser y mi carácter, pero él quería ver que yo manifestaba más estima por él que por Dion y que yo creía mucho más en su amistad que en la de Dion. Es maravilloso ver cómo hacia de esto un punto de honra. Pero vacilaba en emplear para ello el medio que hubiera sido el más seguro si esto hubiera debido hacerse, es decir, frecuentar mis lecciones filosóficas en calidad dé discípulo y oyente: temía, haciendo caso de las afirmaciones de los calumniadores, que esto disminuyera de alguna manera su libertad y que no fuera Dion el que hubiera maquinado todo esto43. En cuanto a mí, lo soportaba todo, fiel al primer objetivo que me había llevado allí, para el caso en que el deseo de la vida filosófica llegara a apoderarse de él. Pero sus resistencias lo dominaron.

poderosas murallas que circundaban la acrópolis Dionisio pudo mantener largo tiempo en jaque a Dion, cuando este se apoderó de Siracusa. Véase Plutarco, Dion, 16.

43 Filisto y los adversarios de las reformas, al ver la creciente autoridad de Platón, temieron unos cambios de los que ellos iban a ser las primeras víctimas, y acabaron por persuadir de que Dion intrigaba a Dionisio. Decían ellos que Dion se servía de la elocuencia de Platón para acusar en él, en Dionisio, el disgusto del poder, y llevarle así a abdicar en favor de sus propios sobrinos, hijos de su hermana Aristómaca. Cfr. 333 c y Plutarco, Dion, 15.

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Estas son, pues, las vicisitudes entre las que transcurrió el primer periodo de mi llegada y mi estancia en Sicilia. Partí inmediatamente44, pero volví todavía ante las súplicas insistentes de Dionisio. ¡Cuán razonables y justos fueron mis motivos y todas mis acciones! Sin embargo, antes de contároslo, os daré mis consejos y os expondré qué es lo que hay que hacer en la situación presente, dejando para más tarde el responder a los que me preguntan sobre mis intenciones al ir allá por segunda vez, para que lo que es accesorio en mi narración no se convierta en el punto principal45. He ahí, pues, lo que tengo que decir.

El consejero de un hombre enfermo, si este enfermo sigue un régimen malo, ¿no tiene acaso como primer deber el hacerle modificar su género de vida?46. Si el enfermo quiere obedecer, él le dará entonces nuevas prescripciones. Si el enfermo se niega a ello, sostengo que es propio de un hombre recto y de un verdadero médico el no prestarse más a nuevas consultas. Al que se resignara a ello lo consideraría yo, por el contrario, como un hombre débil y un medicastro. Lo mismo hay que decir de un Estado a cuyo frente haya un solo jefe o varios. Si está gobernado normalmente, sigue el buen camino y desea un consejo sobre un punto útil, y será razonable dárselo.

44 Platón resume la relación de su segundo viaje a Sicilia. De hecho, debió partir a causa de la guerra que acababa de estallar entre Sicilia y Lucania. Confróntese Carta III, 317 a; Plutarco, Dion, 16.

45 La finalidad expresa de la caria es responder a los deseos de los amigos de Dion, dándoles unos consejos. Sin embargo, en la realidad su fin es escribir una defensa de su actuación en Sicilia.

46 Esta comparación entre el consejero político y el médico es familiar a Platón. Cfr República, IV, 425 e y ss: Leyes, IX, 720 a y ss. Sin embargo, salta a la vista que la carta no es un plagio de las otras obras: en los tres pasajes se trata el mismo tema de manera distinta.

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Si, por el contrario, se trata de Estados que se apartan del todo de una legislación justa y se niegan en absoluto a seguir sus pasos, antes ordenan a su consejero que deje la Constitución tranquila y que no cambie nada de ella bajo pena de muerte, para que, atento a sus instrucciones, venga a convertirse en el servidor de su voluntad y sus caprichos, mostrándole por qué medios todo les resultará en adelante más cómodo y más fácil; al hombre que soportara un papel como éste le tendría yo como un cobarde y un débil; por el contrario, consideraría valiente al que se negara a prestarse a ello. Esos son mis sentimientos, y cuando alguien me consulta sobre un punto o cuestión importante relacionada con su vida, sea cuestión de dinero o de higiene de alma o cuerpo, si su conducta habitual me parece responde a ciertas exigencias o si, por lo menos, parece querer conformarse a mis prescripciones en las materias que sujeta a mi consejo, con mucho gusto me hago su consejero y no me desembarazo de él dejando de asistirle. Pero si no se me pide nada o si es evidente que no se me va a escuchar por nada del mundo, yo no voy por mí mismo a ofrecer mis consejos a esas personas y tampoco haré violencia a nadie, aunque sea mi propio hijo. A mi esclavo, sí, le daré consejos, y si se niega a hacerles caso, se los impondré. Pero considero impío coaccionar a un padre o a una madre, excepto en los casos de locura47. Aunque ellos abracen un género de vida que les agrada a ellos y no a mí, no me parece conveniente irritarlos vanamente con reproches, como tampoco adularlos con mis plácemes, procurándoles con qué satisfacer unos deseos que yo, por mi parte, no admitiría el vivir acariciándolos por mi mismo. Estas son las disposiciones en que debe vivir un sabio frente a su país. En el caso en que este no le parezca bien gobernado, que hable, pero solamente si no ha de hablar en vano o si no arriesga la vida48; pero que no emplee la violencia para cambiar la Constitución de su patria cuando no sea posible

47 Véase Critón, 51 c. La cuestión del respeto que los hijos deben a los padres se desarrolla también en el mismo sentido en Leyes, libro IV, 717 b.

48 Cfr. Carta V, 322 b.

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obtener un buen régimen más que a costa de exilios y de carnicerías, en tal caso, que permanezca tranquilo e implore de los dioses los bienes para sí mismo y para la ciudad.

De esta manera, pues, podría yo daros mis consejos, y así es como, de acuerdo con Dion, encargaba a Dionisio, al comienzo, a que cada día viviera de forma que se fuera haciendo cada vez más dueño de sí mismo y se ganara fieles amigos y partidarios, no fuera a ocurrirle a él lo que a su padre. Éste último había adquirido en Sicilia un gran número de ciudades importantes devastadas por los bárbaros. Pero luego de haberlas reconstruido, no fue capaz de constituir en ellas gobiernos firmes, puestos en manos de amigos escogidos por él, bien entre los extranjeros, fuera cual fuera su lugar de procedencia, bien entre sus hermanos49, a los que había educado él mismo, ya que eran menores que él, y a los que, de simples particulares, había hecho magistrados públicos y, de pobres que eran, inmensamente ricos. Pese a sus esfuerzos, no pudo hacer de ninguno de ellos un socio o compañero de su poder, ni empleando la persuasión, ni utilizando la instrucción, ni por medio de sus beneficios o su afecto de familia. En esto se mostró siete veces inferior a Darío, quien, fiándose de gentes que no eran sus hermanos ni habían sido educados por él, antes eran tan solo aliados suyos en la victoria sobre el eunuco medo, dividió su reino en siete partes, cada una de ellas mayor que toda Sicilia, y encontró en ellos colaboradores fieles que no le crearon ninguna dificultad, como tampoco se las crearon los unos a los otros50. De esta manera, dio ejemplo de lo que

49 Dionisio tenía tres hermanos: Leptino, Teárides y Testa. Los dos primeros son los más conocidos. Fueron nombrados por Dionisio jefes de la flota. Leptino estuvo en desgracia durante algún tiempo y compartió el destierro con Filistos, pero recobró muy pronto la amistad de su hermano. Cfr Diodoro, XIV, 102, XV, 7.

50 Con la ayuda de los seis jefes de las grandes familias señoriales de Persia, Darío dio muerte al

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había de ser el buen legislador y el buen rey, ya que, gracias a las leyes que él promulgó, ha conservado hasta ahora el imperio persa. Veamos también los atenienses. Ellos no colonizaron personalmente las numerosas ciudades griegas invadidas por los bárbaros, sino que las tomaron pobladas. Sin embargo, conservaron el poder en ellas durante setenta años, porque en todas las ciudades poseían partidarios. Dionisio, en cambio, que había reunido toda Sicilia en un solo Estado, al no fiarse de nadie en su sabiduría, se mantuvo con dificultades, pues escaseaba en amigos y gentes que le fueran fieles. Ahora bien: no hay señal más evidente de virtud o vicio que la abundancia o escasez de tales hombres. Ved también los consejos que Dion y yo dábamos a Dionisio, puesto que la situación que su padre le había creado le privaba de la sociabilidad que da la educación y de la que procuran las buenas relaciones. Nosotros le exhortábamos a que se preocupara primeramente de asegurarse, entre sus parientes y los compañeros de su misma edad, otros amigos que estuvieran de acuerdo entre sí para tender a la virtud, y le exhor tábamos, sobre todo, a que reinara el acuerdo en él mismo, ya que tenía extraordinaria necesidad de ello. No hablábamos tan abiertamente (esto hubiera sido peligroso), sino con palabras encubiertas, e insistíamos en el hecho de que ahí estaba, para todo hombre, el medio de mantenerse y guardarse a sí mismo y a los que él gobernara, y de que obrar de otra manera significaba ir a parar a los resultados opuestos.

falso Esmerdis, el mago Gaumala, que había usurpado fraudulentamente el poder. Darío fue proclamado soberano. Según Heródoto —III, 89— dividió sus Estados no en siete, como dice Platón, sino en veinte satrapías. Una inscripción de Persópolis habla de veinticuatro. El número ciertamente no se ha determinado con seguridad. Lo cierto es que las satrapías más importantes correspondieron a las seis grandes familias y sus descendientes, y esto es lo que seguramente retuvo Platón, al hablarnos de siete satrapías.

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Si caminando por el camino que nosotros le señalábamos, haciéndose reflexivo y prudente, reconstruía las ciudades devastadas de Sicilia, las ligaba entre sí por medio de leyes y constituciones que estrecharan su mutua unión y su inteligencia con él de cara a defenderse contra los bárbaros, no solamente llegaría él a duplicar o doblar el reino de su padre, sino que realmente lo multiplicaría varias veces. Pues se encontraría en mucho mejores condiciones para someter a los cartagineses de las que había tenido Gelón51, mientras que en la actualidad, por el contrario, su padre se había visto obligado a pagar un tributo a los bárbaros. Éstos eran nuestros razonamientos y nuestros consejos, los que dábamos nosotros, que conspirábamos contra Dionisio, según se insinuaba por diversos lados, rumores estos que encontraron acogida y crédito en el espíritu de Dionisio, que hicieron se desterrara a Dion y que nos causaron un gran temor. Para poner fin a esta relación de los numerosos sucesos que tuvieron lugar en breve tiempo, Dion volvió del Peloponeso y de Atenas y dio a Dionisio una lección con los hechos. Así, pues, cuando hubo liberado la ciudad y la hubo entregado por dos veces a los Siracusanos, se vio pagado por ellos de la misma manera que lo había sido por Dionisio, cuando, formándolo y preparando en

51 Gelón, maestro de caballería del tirano de Gelia. Hipócrates se hizo con la tiranía al morir este último hacia 490. Conquistó Siracusa y escogió como residencia suya esta ciudad. Según Heródoto —VII, 156— hizo prosperar su capital. En el 430, los cartagineses, mandados por Amilcar, marcharon contra Sicilia y pusieron sitio a Himera. Gelón los venció en una famosa victoria, que el poeta Simónides de Ceos cantó al igual que las famosas acciones de Salamina y Platea. Los cartagineses, atemorizados, pidieron la paz. Gelón no tocó para nada las colonias fenicias de Sicilia, pero exigió de los vencidos una indemnización de guerra de dos mil talentos y la construcción de dos templos en que se depositó el texto del tratado.

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él un rey digno de ocupar el poder, se esforzaba por establecer entre ellos una total familiaridad de vida. Pero Dionisio prefería todavía la familiaridad de los calumniadores, que acusaron a Dion de aspirar a la tiranía y de que con esta finalidad realizaba todas sus empresas de esta época. Se decía que él esperaba que, dejándose coger por los encantos del estudio, Dionisio se desinteresaría del gobierno y se lo confiara a él, y que él, Dion, haciéndose fraudulentamente con el poder, expulsaría de esta manera a Dionisio. Vencieron entonces estas calumnias, como vencieron también cuando fueron divulgadas por segunda vez en Siracusa, victoria por lo demás absurda y vergonzosa para los que la habían conseguido.

¿Qué sucedió, pues? Es preciso que lo sepan los que reclaman mi colaboración y mi ayuda en los actuales asuntos. Yo, ateniense, amigo de Dion y aliado suyo, fui a casa del tirano con el fin de hacer ceder la discordia ante la amistad. Pero sucumbí en mi lucha contra los calumniadores. Y cuando Dionisio, por medio de honores y de riquezas, quiso arrastrarme a su lado y hacer de mí un testigo y un amigo dispuesto a justificar el exilio de Dion, lodos sus esfuerzos fracasaron. Ahora bien: más tarde, volviendo a su patria, Dion llevó consigo dos hermanos; hermanos que no había creado la filosofía, sino esta camaradería corriente, lazo de las amistades vulgares que hacen nacer las relaciones de hospitalidad o las que pueda haber entre iniciados en los diversos misterios 52. Estos fueron, pues, sus compañeros de regreso, unidos a él por los motivos que he dicho y por la ayuda que ellos le prestaron en el viaje. Así llegaron a Sicilia. Una vez allí, adviniendo que Dion era, ante esos mismos sicilianos que él había liberado, sospechoso

52 Platón emplea aquí los términos usuales para designar la iniciación en las pequeñas y grandes Eleusinas, que tenían lugar cada año en Atenas en la primavera y el otoño. Luego de los pequeños misterios, el iniciado recibe el nombre de mystes o «iniciado»; luego de los grandes misterios, es «vidente».

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de aspirar a la tiranía, traicionaron a su amigo y a su huésped y, más aún, fueron, por así decirlo, sus propios asesinos, acudiendo, con las armas en la mano, a prestar su ayuda a los que en realidad le asesinaron. Esta acción sacrílega y vergonzosa no la quiero mantener oculta, pero tampoco quiero volver a contarla más (¡hay tantas gentes que se han encargado de contarla en todas parles y se encargaran de hacerlo en el futuro!) Pero yo arrancaré la opinión que se ha difundido respecto de Atenas, de que esos dos miserables habrían puesto una nota infamante a nuestra ciudad, pues afirmo que también era un ateniense aquél que nunca ha traicionado a Dion, cuando le hubiera sido fácil procurarse, a este precio, riquezas y tantos oíros honores. No es, en efecto, una amistad vulgar la que los unía, sino una común educación libre: en sola ella debe confiar el hombre sensato, mucho más que a las afinidades de alma y de cuerpo. Por eso no es en manera alguna justo que nuestra ciudad sufra el oprobio por los asesinos de Dion, como si estos hubieran sido alguna vez de esos hombres que cuentan.

He dicho lodo esto para que sirva de advertencia a los amigos y parientes de Dion. Por lo demás, repito por tercera vez el mismo aviso dirigido a vosotros los terceros53. Que Sicilia no esté sometida a los déspotas, como ninguna otra ciudad (este es al menos mi consejo), sino a las leyes. Pues aquello no es bueno ni para los que esclavizan ni para los que son esclavizados, ni para ellos, ni para sus hijos, ni para los hijos de sus hijos. Es incluso una empresa enteramente nefasta. Solo los espíritus mezquinos y serviles pueden gustar de echarse sobre semejantes ganancias, solo las gentes que ignoran todo lo que es justo y bueno en las cosas divinas y humanas, tanto de cara al futuro como en las circunstancias presentes. He procurado convencer de estos a Dion primero, en segundo lugar a Dionisio y en tercer lugar, ahora, a vosotros. Escuchadme, por el amor de Zeus tercer salvador54. Mirad en

53 Cfr. 330 d.54 Véase mas abajo 340 a. Esta fórmula alude a las

costumbres de los banquetes, en que se ofrecía la

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seguida a Dionisio y a Dion: el primero no me ha hecho caso, y vive todavía, aunque miserablemente; el segundo, que ha seguido mis consejos, ha rnuerto, pero con honra, pues al que aspira al bien supremo para si mismo y para la ciudad, sea lo que sea lo que tenga que sufrir, no le puede ocurrir nada que no sea justo y bello. Ninguno de nosotros es, naturalmente, inmortal y el que llegara a serlo no encontraría la felicidad, como tanta gente la imagina. No hay, en efecto, verdadero bien ni verdadero mal para aquel que carece absolutamente de alma, sino solamente para el alma, unida al cuerpo o separada de él. Hay que creer verdaderamente en esas antiguas y santas tradiciones que nos revelan la inmortalidad del alma, y la existencia de juicios y de terribles castigos que experimentar, cuando ella se vea libre del cuerpo. Por esta razón consideramos un mal menor el ser víctimas de grandes crímenes o grandes injusticias que el cometerlos55. El hombre que ambiciona las riquezas y tiene el alma pobre no escucha este lenguaje. Si lo escucha, cree que debe reírse de él, y sin ninguna clase de pudor se echa, como un animal salvaje, sobre todo lo que puede comer o beber o sobre todo lo que es capaz de procurarle hasta la saciedad el indigno y grosero placer que se llama equivocadamente amor56. Es un ciego que no ve cuáles de sus acciones llevan en sí la impiedad ni qué mal va siempre unido a sus crímenes, impiedad que el alma injusta arrastra necesariamente consigo, sobre esta tierra y debajo de ella, en

tercera y última copa al dios salvador. Platón alude diversas veces a ello en los Diálogos.

55 Tal es el tema del Gorgias y la República. Al ser la justicia la virtud principal, es un mal mayor el cometer la justicia que el padecerla, y cuando se tiene la desgracia de cometerla, es conveniente desear el castigo para devolver al alma su estado de pureza primitiva. Al fina del Gorgias, Platón apoya su tesis en una de estas «antiguas y santas tradiciones» que afirman la existencia de juicios y sanciones después de la muerte.

56 Cfr. Gorgias, 493 c. Fedón, 81 b.

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todas sus vergonzosas y miserables peregrinaciones. Con estos razonamientos, pues, o con otros del mismo género persuadía yo a Dion, de manera que podría indignarme muy justificadamente contra los que le han dado muerte tanto como contra Dionisio: unos y otros me han causado el daño mas grave, a mí, y también puedo decir que a lodos los hombres. Los primeros han dado muerte a un hombre que quería practicar la justicia; el segundo se ha desviado de la justicia durante todo su reinado. Y, sin embargo, él tenía el poder supremo, y si hubiera unido verdaderamente en una sola persona la filosofía y el poder, habría hecho brillar a los ojos de todos, griegos y bárbaros, y habría grabado suficientemente en el espír i tu de todos esta verdad, a saber: que ni la ciudad ni el individuo pueden ser felices sin una vida de sabiduría gobernada por la justicia, bien porque poseen estas virtudes por sí mismos, bien porque hayan sido educados e instruidos de manera justa en las costumbres de unos maestros piadosos. Este es el daño que ha causado Dionisio; todo lo demás me parece de poca importancia al lado de esto. Y el asesino de Dion, por su parte, ha obrado sin saberlo exactamente como Dionisio. Pues Dion, tengo la certeza de ello en la medida en que un hombre puede responder de los hombres, si hubiera poseído el poder, no habría gobernado sino de la manera siguiente: cuando, primeramente, hubiera liberado de la servidumbre, hubiera purificado y aderezado como una dama libre a Siracusa, su patria, hubiera adoptado todas las medidas posibles para dotar a los ciudadanos del ornato de las mejores y más justas leyes, luego de lo cual se habría tomado con todo empeño la tarea de repoblar Sicilia y librarla de los bárbaros, expulsando a los unos y sometiendo a los otros con más facilidad que lo hiciera Hierón57. Si todo esto hubiera sido

57 Hierón —478/466— sucedió a su hermano Gelón como tirano de Siracusa. Esta ciudad adquirió un gran prestigio durante su gobierno. Acudió en ayuda de Cumas, atacada por tos cartagineses y los etruscos en 473, y dispersó la flota enemiga en una gran batalla naval que conmemora Pindaro en su

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realizado por un hombre justo, valeroso, al tiempo que sabio y filósofo, esta estima de la virtud se hubiera ganado a sí la gran masa del pueblo, y si Dionisio me hubiera escuchado, difundida esta virtud entre casi todos los hombres, los habría salvado. Pero de hecho se ha abatido sobre las cosas algún genio o alguna divinidad vengativa: a causa del menosprecio de las leyes y de los dioses y, sobre todo, por la audacia de la necedad en la que los males echan en todos raíces, con las que crecen y producen luego frutos de una extremada amargura a los que los han hecho crecer58, esta divinidad lo ha revuelto y destruido todo por segunda vez.

Pero por el momento no vamos a tener más que palabras de buen augurio, a fin de evitar los malos presagios por tercera vez. Y no menos os aconsejo a vosotros, sus amigos, que imitéis a Dion, su amor a la patria y la sabiduría de su vida, y también que intentéis, con mejores auspicios, realizar sus designios (vosotros me habéis oído explicar cuáles eran estos). A aquel de entre vosotros que no pueda vivir según el sistema dórico, a la manera de los antepasados, y quiera seguir el tipo de existencia que llevaron los asesinos de Dion y las costumbres sicilianas, no lo llaméis para que acuda en vuestra ayuda, no vayáis a creer que se puede contar con él ni que este tal vaya nunca a obrar sanamente. A los demás, convocadlos para colonizar Sicilia y para vivir bajo leyes comunes iguales; que vengan o bien de la misma Sicilia o bien de cualquier parte del Peloponeso. Y no temáis tampoco a Atenas59, pues también

primera Pítica —136/155—. Se apoderó de Naxos y Catania, trasladó los habitantes a Leontinos y los sustituyó por cinco mil siracusanos y cinco mil colonos traídos del Peloponeso.

58 La ignorancia es siempre considerada por Platón como la fuente principal de los males y las faltas, sobre todo la ignorancia que se desconoce a si misma y toma aires de ciencia. Leyes, III, 688 c/689 c; IX, 863 c y ss.

59 Dice «no temáis ni tan siquiera a Atenas», a pesar del crimen del ateniense Calipo. Era preciso

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allí hay hombres que aventajan a todos los demás en virtud y odian a los audaces asesinos de sus huéspedes. Ahora bien si todo esto tardara en llegar y os encontráis metidos en sediciones continuas y en toda clase de turbulencias que renacen cada día, todo el que ha recibido de la divinidad el mínimo destello de buen sentido comprenderá que los males de las revoluciones no acabarán nunca mientras los vencedores no renuncien a devolver mal por mal en batallas, destierros y asesinatos, y tornando venganza de sus enemigos. Que, por el contrario, se dominen lo suficiente para establecer leyes comunes, tan favorables a los vencidos como a ellos y para exigir la observancia de las mismas, empleando dos medios de coacción: el respeto y el temor. Conseguirán el temor dando muestras de la superioridad de sus fuerzas materiales, y se granjearán el respeto mostrándose hombres que, sabiendo dominar sus propios deseos, prefieren servir a las leyes y pueden hacerlo. No es posible que una ciudad en la que germina la revolución ponga fin a sus miserias de otra manera, antes en el interior de Ciudades así reinan las turbulencias, las enemistades, los odios, las traiciones60. Y los vencedores, sean quienes sean, si quieren verdaderamente la conservación del Estado, escogerán entre ellos a los hombres que saben son los mejores entre los griegos, ante todo, hombres de edad ya avanzada, casados y con hijos, y descendientes de una numerosa línea de antepasados virtuosos e ilustres, y todos ellos en posesión de una fortuna suficiente (para una ciudad de diez mil habitantes habrá bastante con cincuenta). Hay que ganárselos a fuerza de ruegos y honores,

tranquilizar a los sicilianos, que siempre temían que Atenas se mezclara en sus asuntos interiores y querían ser señores de sí mismos.

60 Platón repite aquí una idea que le es familiar y que desarrolla de manera especial en el libio IV de las Leyes, 715. Quizá pensara en las desgracias de Siracusa, cuando en este diálogo describe la situación turbulenta de los Estados entregados a las luchas de partidos.

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luego suplicarles y coaccionarles, luego de haber prestado juramento, a promulgar leyes, a no favorecer ni a los vencedores ni a los vencidos, antes a establecer la igualdad y la comunidad de derechos en toda la ciudad61. Una vez puestas las leyes, todo radica en este punto. Pues si los vencedores se muestran más sumisos a las leyes que los vencidos, la salvación y la felicidad reinarán en todo y los males habrán sido exterminados. De lo contrario, no me llaméis a mí ni a nadie para que colabore con personas que hacen caso omiso de estos consejos. Se parecen, en efecto, como si fueran hermanos, a los planes que Dion y yo, movidos por el afecto que profesamos a Siracusa, hemos intentado llevar a la práctica de común acuerdo, y ello por segunda vez. La primera vez fue en aquel primer intento realizado con el mismo Dionisio para conseguir realizar el bien común, si bien una fatalidad más fuerte que los hombres dio al t ras te con él. Esforzaos, pues, ahora por ser mas dichosos y conseguir vuestro fin, con la ayuda del destino y la asistencia de los dioses6 2 .

Estos son, pues, mis consejos y mis prescripciones, así como el relato de mi primer viaje a casa de Dionisio. En cuanto a mi segunda partida y mi segunda travesía, aquellos a quienes esto interese podrán ver ahora cuán justo y razonable fue el hacerlo. El primer periodo de mi estancia en Sicilia63 se acabó tal como lo he contado antes de mis consejos a los parientes y amigos de Dion. Después de ello me esforcé por convencer a Dionisio de

61 Platón se limita aquí a unas indicaciones muy generales. Las circunstancias no son aún favorables para la ejecución de sus proyectos políticos. El plan esbozado aquí se completa en la Carta VIII, 356 c.

62 Los amigos de Dion, bajo la dirección de Hiparino se organizan nuevamente, a fin de echar del poder al usurpador Calipo.

63 Luego del largo paréntesis dedicado a los consejos, la relación de los acontecimientos reanuda su curso: la parte que comienza aquí debe unirse a 330 c.

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que me dejara partir. Sin embargo, para el momento en que se restableciera la paz (había entonces guerra en Sicilia64) pactamos nuestros convenios: Dionisio prometió volvernos a llamar, a Dion y a mí, cuando hubiera reforzado su poder, y pidió a Dion que no considerara su partida de Sicilia como un exilio, sino como un simple cambio de alojamiento. Ante estas palabras me declaré dispuesto a volver. Al concluirse la paz me volvió a llamar, pero rogó a Dion que esperara todavía un año. En cuanto a mí, me mandaba que regresara a cualquier precio. Dion me empujaba a que me pusiera en camino y me instaba a ello con razones, de Sicilia, en efecto, venía el rumor de que Dionisio había sido nuevamente dominado por un maravilloso celo en favor de la filosofía. Por eso Dion me rogaba ardientemente que respondiera a esta llamada. Yo sabía bien que los jóvenes experimentan a menudo, ante la filosofía, sentimientos semejantes. Me pareció, sin embargo, más seguro, por el momento al menos, dejar de lado a Dion y a Dionisio, y les causé a ambos mucho descontento, respondiendo que yo era muy viejo y que no se obraba en absoluto de acuerdo con nuestros convenios. Creo que con este motivo Arquitas65 fue a ver a Dionisio (pues, antes de mi partida, había establecido yo relaciones amistosas entre Arquitas, el Gobierno de Tarento y Dionisio): también en Siracusa había personas que habían oído conversaciones de Dion, y o t ras que los habían conocido por estas últ imas y tenían la cabeza llena de fórmulas filosóficas. Ellos intentaron, supongo, de discutirlas con Dionisio, convencidos de que él había aprendido de mí toda mi doctrina. Este, que, por otra parte, no tenía el espíritu

64 Véase la Carta III, 317 a. La expresión «en Sicilia» no quiere decir necesariamente que Sicilia fuera el teatro de la guerra y no está en contradicción con la opinión que ve aquí una alusión a las expediciones de Dionisio contra los naturales de Lucania.

65 Arquitas, tirano de Tarento, célebre pitagórico, era amigo de Platón. Éste lo conoció cuando su primerviaje a Italia, en 388.

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totalmente cerrado, era extremadamente vanidoso. Quizá también hallara placer en estas cuestiones y tenía vergüenza de manifestar demasiado que no había aprendido nada durante mi estancia allí. De ello nació su deseo de ser instruido más a fondo, al tiempo que se sentía movido a ello por la vanidad. (Ya he contado anteriormente por qué no había seguido él mis lecciones cuando mi primer viaje6 6 .) Así, pues, al ver que yo me había vuelto felizmente a mi tierra y que me negaba a hacer caso de su segunda llamada, tal como acabo de decirlo, Dionisio, me parece, se vio dominado por la inquietud vanidosa de que ciertas personas pudieran creer que él no contaba a mis ojos, como si al haber experimentado sus dotes naturales, su carácter y su manera de vivir, estuviera yo tan descontento como para no querer volver a su lado. Pero, en toda justicia, he de decir la verdad y admitir que, luego de conocidos los hechos, se menosprecia mi filosofía y. por el contrario, se estima la sabiduría del t irano. Así, pues, Dionisio, llamándome por tercera vez67, me envió una trirreme para facilitarme el viaje; me envió así mismo a Arquedemo, uno de los naturales de Sicilia de quienes, pensaba él, hacia yo más caso, uno de los discípulos de Alquilas, y algunos otros conocidos míos de Sicilia. Todos me contaban las mismas noticias, acerca de los maravillosos progresos que había hecho Dionisio en la filosofía. Me mandó también una carta muy larga, mostrándose buen conocedor de mis sentimientos para con Dion y el deseo de este último de verme embarcar para Siracusa68. La carta, concebida según todos estos datos,

66 Cfr. 330 b.67 La segunda llamada se explica por la negativa

mencionada más arriba: 338 e. No supone, pues, un tercer viaje de Platón, bajo el reinado de Dionisio el Joven. La expresión significa tan solo que Dionisio debió insistir dos veces ante Platón, para decidirle a que realizara este segundo viaje.

68 Véase la Carta III, 317. Plutarco —Dion, 18— resume igualmente esas discusiones entre Dionisio

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comenzaba poco más o menos así: «Dionisio a Platón.» Venían luego los cumplidos habituales y añadía inmediatamente: «Si te dejaras convencer por mí de venir ahora a Sicilia, primeramente se arreglarían según tus deseos los asuntos de Dion (tus deseos no serán sino razonables, lo sé bien y yo los atenderé). Si no, ninguna de las cosas que dicen relación con la persona de Dion o con sus asuntos se arreglará a tu gusto.» Esas eran sus expresiones. Resultaría demasiado largo y fuera de lo que pretende esta carta el contar lo demás. Me llegaban igualmente otras cartas de Arquitas y de los tarentinos, haciéndome grandes elogios de la filosofía de Dionisio, y me añadían que si yo no iba ahora a Sicilia, esto significaría la ruptura completa de sus lazos de amistad con Dionisio, lazos de los que yo había sido el autor y que no tenían poca importancia para la política. Tales eran, pues, las instancias que se me dirigían: los amigos de Sicilia y de Italia me tiraban hacia ellos; los de Atenas me empujaban literalmente afuera con sus súplicas, siempre con la misma cantinela: no hay que traicionar a Dion ni a los huéspedes y amigos de Tarento. Yo mismo reflexionaba, pensando que nada hay de sorprendente

y Platón. Él emplea las enseñanzas que le brinda la Carta VII, si bien añade a ello algunos detalles que proceden de ruentes distintas. Sus aclaraciones se refieren sobre todo a los motivos que empujaban a Dionisio a llamar de nuevo a Platón, y a los intermediarios de que se servia el titano para hacer presión en el filósofo. Según el historiador, Dionisio se había formado una pequeña corte de filósofos, con quienes discutía. Pero dándose cuenta muy pronto de su torpeza, creyó que los consejos y las lecciones de Platón lo harían más apto para la dialéctica. Estas fueron las razones que le movieron a traer de nuevo a Platón, y para ello empleó todos los medios, promesas y aun amenazas veladas, y todas las personas, discípulos o amigos de Platón, y aun mujeres, como la esposa y la hermana de Dion.

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en que un hombre joven bien dotado, al oír hablar de cosas elevadas, se sienta lleno de un bello amor a la vida perfecta. Era, pues, conveniente verificar con todo cuidado lo que pudiera haber en todo ello y no hurtar el cuerpo ni asumir la responsabilidad de una ofensa como esta, ya que esto iba a ser efectivamente una ofensa, si realmente se me había dicho la verdad. Partí, cerrándome los ojos con este razonamiento. Tenía yo muchas aprehensiones y los presagios no parecían nada favorables. Fui, pues (y a Zeus Salvador le debo la tercera copa: al menos en esto tuve éxito69); fui, en efecto, felizmente salvado, y luego del dios, he de dar las gracias a Dionisio: muchos eran los que querían mi muerte; él se opuso a ello y manifestó una sombra de vergüenza ante mí.

A mi llegada creí que, en primer lugar, me debía asegurar de si Dionisio era realmente como un fuego frente a la filosofía o si todo lo que se me había contado en Atenas carecía de todo fundamento. Pues bien: para hacer esta comprobación existe un método que es muy elegante. Da un resultado perfecto aplicada a los tiranos, sobre todo si ellos están llenos de expresiones filosóficas mal comprendidas, como era exactamente el caso de Dionisio; inmediatamente me di cuenta de ello: es necesario mostrarles qué es la obra filosófica en toda su extensión, cuál es su propio carácter, sus dificultades y el trabajo que ella exige. Si el oyente es un verdadero filósofo, apto para esta ciencia y digno de ella, por estar dotado de una naturaleza divina, la ruta que se le enseña le parece maravillosa y siente la necesidad inmediata de emprender este camino, pues no podría vivir de otra manera. Entonces, redoblando con sus esfuerzos los de su guía, no afloja su paso hasta haber

69 Cfr. 334 d. El único éxito que puede mencionar Platón es el de haber regresado sano y salvo de esta desgraciada expedición. La concisión de la frase griega hace que el sentido sea muy poco claro. Lo que quiere decir es esto: «A Zeus Salvador le debo con razón la tercera copa, ya que por lo menos la salvación ha sido una vez más un hecho para mí, ya que no ha sido otro el resultado que he obtenido.»

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alcanzado plenamente el objetivo o bien hasta haber conseguido suficiente fuerza para caminar sin su instructor. Este es el estado de ánimo en que vive este hombre: se entrega, sin duda, a sus actividades ordinarias, pero, en todo y siempre, se conforma con la filosofía, este género de vida que le confiere, junto con la sobriedad, una inteligencia pronta y una memoria tenaz, así como la capacidad de razonar70. Cualquier otra clase de conducta no deja de resultarle espantosa. En cambio, los que se contentan con el barniz de las opiniones, sin ser verdaderamente filósofos, como son las personas cuyo cuerpo está bronceado por el sol, al ver que hay tantas cosas que aprender, que hay tanto que penar, al considerar este régimen cotidiano el único suficientemente regulado para adecuarse a este objetivo, encuentran que es difícil y que para ellos es imposible esto: ni tan siquiera son capaces de ejercitarse en ello, y algunos llegan a convencerse de que ya han oído bastante sobre ello y no tienen necesidad de sufrir más por ello. He ahí un experimento claro e infalible cuando se trata de gentes dadas a los placeres e incapaces de esfuerzo alguno: esas gentes no tienen por qué acusar a su maestro, sino a sí mismos, si no pueden practicar lo que es necesario para la filosofía.

Este es el sentido en que yo hablaba entonces a Dionisio. Sin embargo, no lo desarrollaba todo y Dionisio no me lo pedía: él se las daba de hombre que sabe muchas cosas y las más sublimes, de hombre que no tiene nada más que aprender, satisfecho con las frases oídas a otros. Incluso más tarde, así lo he oído decir, acerca de estas cuestiones que entonces aprendiera compuso un tratado que dio como su propia enseñanza, de ninguna manera como una reproducción de lo que había recibido ¿Qué hay de todo ello? No sé nada de ello. Otros, no lo ignoro, han escrito sobre estas mismas materias. ¿Quiénes? Ni ellos mismos podrían decirlo71. En todo

70 Todo este pasaje recuerda las exposiciones del libro VII de la República.

71 Esta frase es bastante oscura y se presta a diversas interpretaciones. Howald lo interpreta así, luego de

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caso, he ahí lo que yo puedo afirmar respecto de todos los que han escrito o han de escribir y pretenden ser competentes acerca de aquello que constituye el objeto de mis preocupaciones, por haber sido instruidos sobre ello por mí o por otros o por haberlo descubierto personalmente: según mi modo de ver, es imposible que hayan comprendido, sea lo que sea, la materia. Por lo menos, bien de cierto que no hay ni habrá ninguna obra sobre semejantes temas. No hay, en efecto, ningún medio de reducirlos a fórmulas, como se hace con las demás ciencias, sino que cuando se han frecuentado durante largo tiempo estos problemas y cuando se ha convivido con ellos, entonces brota repentinamente la verdad en el alma, como de la chispa brota la luz, y en seguida crece por sí misma. Sin duda, yo sé muy bien que si fuera necesario exponerlos por escrito o de viva voz, yo sería quien mejor podría hacerlo; pero también sé que si la exposición fuera defectuosa, yo sufriría por ello más que nadie. Si yo hubiera creído que era posible escribir y formular estos problemas para el pueblo de una manera satisfactoria, ¿qué otra cosa más bella habría podido realizar yo en mi vida que manifestar una doctrina tan saludable para los hombres y hacer llegar a todos la verdadera naturaleza de las cosas? Ahora bien: yo no creo que el razonar sobre esto sea, como se dice, un bien para los hombres, excepción hecha de una selección, a la que le bastan unas indicaciones para descubrir por sí misma la verdad. A los demás, o bien los llenaríamos de un menosprecio injusto

alguna corrección textual: «otros, lo sé, han escrito sobre semejantes materias, pero los que lo han hecho no se han dado al menos como los autores de ello». Con eso, Platón opondría aquí a Dionisio el plagiario y los intérpretes equivocados, pero no deshonestos. Pero quizá no sea necesaria esta interpretación forzada. Más bien habría que ver aquí un rasgo de humor, una alusión a la valía de estos autores, no a su identidad: «Pero ¿qué son esas gentes? ¿Qué valen? Ni ellas mismas lo saben, ellas no se conocen.» (Cfr. Soutlhé, 1, c.)

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respecto de estos problemas, cosa inconveniente, o bien los llenaríamos de una vana y necia suficiencia por la sublimidad de las enseñanzas recibidas. Por lo demás, tengo la intención de extenderme más largamente sobre esta cuestión: quizá alguno de los puntos que trato resultará más claro, una vez me haya explicado. Hay, en efecto, una razón seria que se opone a que uno intente escribir cualquier cosa en materias como éstas, una razón que ya he aducido yo a menudo, pero que creo he de repetir aún.

En todos los seres hay que distinguir t res e lementos , que son los que permiten adquirir la c iencia de es tos mismos seres: e l la misma, la c iencia , es un cuarto e lemento; en quinto lugar hay que poner e l obje t o , verdaderamente conocible y real. El primer elemento es el nombre; el segundo es la definición; el tercero es la imagen; el cuarto, la ciencia. Pongamos un ejemplo para que se comprenda mi pensamiento y que sirva para aplicarlo a todo. «Circulo» es la expresión de una cosa, cuyo nombre es este mismo que acabo de pronunciar. En segundo lugar, su definición, compuesta de nombres y verbos: aquello cuyos extremos equidistan perfectamente del centro. Esta es la definición de lo que se llama redondo, circulo, circunferencia. En tercer lugar está el dibujo que se traza y se borra, la forma que se delinea en forma circular y que es perecedera. En cambio, el círculo en sí, al que referimos todas estas representaciones, no experimenta nada semejante a esto, pues es totalmente distinto. En cuarto lugar está la ciencia, la intelección, la opinión verdadera, relativas a estos objetos: esas cosas constituyen una clase única y no residen ni en los sonidos proferidos ni en las figuras materiales, sino en las almas. De donde resulta evidente que se distinguen tanto del circulo real como de los tres modos que he dicho. De entre estos elementos, la inteligencia es la que, por afinidad y semejanza, está mas cerca del quinto elemento; los otros se alejan más de este. Las mismas distinciones podrían hacerse respecto de las figuras, rectas o circulares, así como respecto de los colores, de lo bueno, de lo bello, de lo justo, de un cuerpo cualquiera, fabricado artificialmente o natural, del

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fuego, del agua y de todas las cosas semejantes, de toda especie de seres vivos, de las cualidades del alma y de las acciones y

pasiones de toda clase72,. Si alguien no llega a captar, de cualquier manera, las cuatro representaciones de estos objetos, no obtendrá nunca una perfecta ciencia del quinto elemento. Por otra parte, todo esto expresa tanto la cualidad como el ser de cada cosa, por medio de este débil auxiliar que son las palabras; por eso, ningún hombre razonable se arriesgará a confiar sus pensamientos a este vehículo, y mucho menos cuando este queda fijo, como ocurre con los caracteres escritos. Y hay aun una cosa que hay que entender bien. Todo círculo concreto, dibujado o hecho con el torno, esta lleno del elemento contrario al quinto: en todas sus partes, en efecto, limita con la línea recta, mientras que el circulo en sí, decimos nosotros, no contiene ni poco ni mucho la naturaleza opuesta a la suya. El nombre, decimos, no tiene en ninguna parte fijeza. ¿Quién nos impide llamar recto a lo que llamamos circular o circular a lo que llamamos recto? El valor significativo no será menos fijo cuando se haya hecho esta transformación y se haya modificado el nombre73. Otro tanto diremos de la definición, puesto que ella se compone de nombres y de verbos: no tiene nada que sea suficientemente firme. Y hay mil razones para demostrar la oscuridad de estos cuatro elementos. La principal de ellas es la que dábamos un poco más arriba, a saber, que de los dos principios, la esencia y la cualidad, el alma busca el conocimiento, no de la cualidad, sino de la esencia. Pues bien: ella no busca que estos cuatro modos le presenten esto en los

72 Este texto no es tá de acuerdo, en manera a lguna, con la crítica de Aristóteles, según la cual Platón no habría s ido consecuente y lógico consigo mismo, a l negarse a admitir una idea de las cosas artificiales. Fuera de que, aun prescindiendo de la afirmación de la Carta, la objeción de Aristóteles suscita numerosas dificultades.

73 Cfr. Cratilo, 384 d/e.

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razonamientos o en los hechos, ya que la expresión y la manifestación que ellos nos dan es siempre fácilmente refutada por los sentidos, lo cual coloca al hombre, por así decirlo, ante un paso sin salida y lo llena de incertidumbre. Por eso, donde nos falta el entrenamiento en la búsqueda de la verdad, a causa de nuestra educación deficiente, y donde nos basta la primera imagen que se nos da, podemos interrogar y responder sin provocarnos la risa unos a otros, supuesto que estamos en disposición de avanzar como sea o de refutar estos cuatro modos de expresión. Pero donde hay que responder por el quinto elemento y hay que sacarlo a la luz, el primero de los que saben refutar tiene la superioridad y hace que el que explica, tanto si habla como si escribe o responde, produzca a la mayoría de sus oyentes la impresión de que no sabe nada de lo que él se esfuerza en escribir o decir; a veces, en efecto, se ignora que lo que se refuta es menos el alma del escritor o del orador que la naturaleza de cada uno de los cuatro grados de conocimientos, esencialmente defectuosos. Pero, a fuerza de manejarlos todos subiendo y bajando del uno al otro, se llega penosamente a crear la ciencia cuando el objeto y el espíritu son ambos de buena calidad74. Si, por el contrario, las disposiciones naturales no son buenas —y esta es la disposición de la mayoría frente al conocimiento o lo que se llama costumbres—, si falta todo esto, ni el mismo Linceo75 podría dar la vis ta a estas gentes. En una palabra el

74 Gracias a este trabajo de comparación entre esos modos humanos, los únicos que nos permiten expresar alguna parte de la verdad, gracias a este «roce» que entre sí tienen las imágenes, las nociones y las definiciones, se llega a la intuición del espíritu: 344 b. Dice así Bergson: “pues no se consigue una intuición de la realidad, es decir, una simpatía intelectual con lo que ella tiene de más interior, si no se ha ganado su confianza por una larga camaradería con sus manifestaciones superficiales». Introducction a la Métaphysiquen. Revue de Métaphysique et de Morule. 1903, pág. 36.

75 Uno de los argonautas cuya vista penetrante era ya

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que no tiene ninguna afinidad con el objeto no conseguirá la visión ni gracias a la facilidad de su entendimiento ni gracias a su memoria —primeramente porque no encontrarán ninguna raíz en una naturaleza extraña—. Por eso, sea que se trate de los que no sienten inclinación ninguna hacia lo justo y lo bello y no armonizan con estas virtudes —por muy dotados que, por otra parte, puedan estar para aprender y retener—, o de los que, poseyendo este parentesco del alma, son reacios a la ciencia y carecen de memoria, ninguno de entre ellos aprenderá nunca toda la verdad que es posible conocer sobre la virtud y el vicio. Es, en efecto, necesario aprender ambas cosas a la vez, lo falso y lo verdadero de la esencia entera, a costa de mucho trabajo y tiempo, como decía al comienzo. Solamente cuando uno ha rozado, unos contra otros, nombres, definiciones, percepciones de la vista e impresiones de los sentidos, cuando se ha discutido en discusiones benévolas, donde las respuestas no las dicta la envidia y tampoco ella dicta las cuestiones, solamente entonces digo sobre el objeto estudiado, se hace la luz de la sabiduría y la inteligencia con toda la intensidad que pueden soportar las fuerzas humanas Por esta razón todo hombre serio se guardará mucho de tratar por escrito cuestiones serias y de entregar, de esta manera, sus pensamientos a la envidia y a la falta de inteligencia de la multitud. De ahí hay que sacar esta simple conclusión: cuando nosotros vemos un trabajo escrito por un legislador, por ejemplo, acerca de las leyes, o por cualquier otro sobre otro tema cualquiera, decimos que el autor no se ha tomado esto muy en serio, si él mismo es serio, y que su pensamiento permanece encerrado en la parte más preciosa del escritor. Que si realmente él hubiera confiado sus reflexiones a los caracteres escritos, como si fueran cosas de una extremada importancia, «será seguramente porque» no los dioses, sino los mortales, «le han hecho perder su espíritu»76.

proverbial. Por hipérbole, Platón hace aquí de él un dispensador del don de la vista.

76 Cfr. Iliada, VII, 360, XII, 234a.

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El que haya seguido esta exposición y digresión comprenderá lo que de ella se deduce: que el mismo Dionisio, o cualquier otro de mayor o menor categoría, haya escrito un libro acerca de los elementos primordiales de la naturaleza: según mi opinión, en lo que haya escrito no hay nada que atestigüe unas lecciones sanas o unos estudios sanos. De no ser así habría sentido para con estas verdades el mismo respeto que yo, y no se habría atrevido a entregarlas a una publicidad inoportuna. Ciertamente, él no las escribió para recordarlas, pues no se corre el peligro de olvidarlas una vez uno las ha recibido en su alma, ya que nada hay más corto 7 7 . Mas bien será por ambición, y en tal caso es bien despreciable, por lo que el habrá expuesto como suya esta doctrina, o bien por darse la importancia de compartir una educación de la que no es digno, ambicioso de la gloria que esta participación lleva consigo Si una sola conversación le hubiera bastado a Dionisio para adueñarse de todo esto, uno podría explicarse la cosa: pero ¿cómo ha ocurrido esto? Zeus lo sabe, como dice el tebano7 8 . Yo hablé con él de la malicia que he contado, una sola vez, y nunca más luego. Quien quiera conocer la manera en que se han desarrollado los hechos en verdad debe darse cuenta en este momento del motivo por el cual no hemos tenido una segunda conversación, ni una tercera, ni otra alguna. Dionisio, luego de haberme escuchado una sola vez, ¿creía realmente saber ya bastante de ello, y sabía verdaderamente bastante de ello, enseñado por sus propios descubrimientos o por las lecciones de otros maestros? ¿O bien pensaba que mi enseñanza carecía de valor? ¿O bien, tercera hipótesis, juzgaba que estas lecciones no eran para él, sino que estaban por encima de él, y se sentía positivamente incapaz de llevar una vida de sabiduría y virtud? Si juzga que mi doctrina es insignificante, está con ello en oposición con numerosos testigos que afirman lo contrario y que, en estas cuestiones, podrían considerarse jueces mucho más competentes que él.

77 Cf. Fedro, 275 d. 278 a.78 Cfr. Fedón, 62 a.

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¿Había él inventado o adquirido estos conocimientos? Pensaba entonces que eran preciosos para la educación de un alma libre ¿Por qué, en tal caso, a menos de ser un ser bien extraño, habría fácilmente desdeñado a su guía y a su maestro? Voy a contaros cómo, de hecho, me ha desdeñado.

Poco después de estos acontecimientos, él, que hasta entonces había dejado a Dion la disposición libre de sus bienes y el usufructo de sus rentas, pensó en prohibir a los encargados de ello que se las siguieran enviando al Peloponeso, como si hubiera olvidado por completo su carta; estos bienes, pretendía él, no corresponden a Dion, sino al hijo de Dion, que es su propio sobrino y del que, por consiguiente, él es legalmente el tutor 7 9 . Esto es todo lo que había ocurrido hasta esta época. En estas condiciones, yo veía exactamente a qué tendía la filosofía del tirano, y había motivo suficiente para indignarme con ello, aun a pesar mío. Estábamos entonces en verano y los navíos se hacían a la mar. No es solamente contra Dionisio, sino también contra mí mismo, pensaba yo, con quien debía irritarme, así como contra los que me habían hecho fuerza para obligarme a franquear por tercera vez el estrecho de Escila

para afrontar aún la funesta Caribdis80.

Me decidí a decir a Dionisio que me era imposible prolongar mi estancia cuando se le estaban haciendo a Dion tales injusticias. Pero él se esforzaba por calmarme y me

79 Dionisio, que, hasta el momento, no había pensado en los bienes de Dion, sueña en este momento en confiscarlos. Por esta razón, sin duda, considera al desterrado como civilmente muerto y, por consiguiente, como pariente más cercano, se declara legalmente administrador de una fortuna que corresponde al hijo de Dion. Su táctica, empero, será en seguida distinta, ya que, para aplacar a Platón, consentirá en mirar el destierro de Dion como un simple cambio de domicilio.

80 Cfr. Odisea, XII, 428.

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rogaba que me quedara, no juzgando bueno para su persona el que yo pudiera partir tan pronto con tales hechos que divulgar. Al ver que no podía persuadirme me afirmó que él mismo quería preparar mi viaje. Pues yo pensaba subir al primer navío que fuera a partir, profundamente irritado como estaba, y estaba muy decidido a arrostrarlo todo si alguien me ponía obstáculos, puesto que, evidentemente, yo no era en manera alguna el ofensor, sino todo lo contrario, el ofendido. Y él, viendo que yo no admitía de ningún modo la idea de permanecer, imaginó el siguiente medio para retenerme durante este período de navegación. Al día siguiente de la conversación dicha fue a verme y me habló en este tono tan hábil: «Que no haya más entre nosotros dos —dijo— este obstáculo de Dion y de sus intereses, y deshagámonos ya de una causa incesante de discordias.

He ahí, pues, lo que voy a hacer, en tu favor, por Dion. Le pido que, después de haber recuperado su fortuna, habite en el Peloponeso, y en manera alguna como un desterrado, sino con el permiso de volver cuando él, yo y vosotros, sus amigos, nos hayamos puesto de acuerdo en ello81. Pero esto, evidentemente, con la condición de que no conspire contra mí.

Vosotros me seréis fiadores de ello, tú y los tuyos8 2 ,

81 El retrato de Plutarco —Dion, 15— no concuerda del todo con el de Platón. Según el historiador, no fue en la época del tercer viaje cuando Dionisio fingió sentimientos de menor malevolencia respecto a Dion, sino cuando el segundo viaje. Además, la actitud de Platón no habría sido la de este cambio. Dionisio habría primero hecho deportar a Dion a Italia —c 14—, pero por miedo a las turbulencias que esta medida hubiera podido suscitar, habría declarado que esto no era una proscripción, y habría permitido a los servidores de Dion que llevaran a su señor al Peloponeso todo lo que pudieran de sus bienes.

82 Dionisio opone Platón y los suyos a los parientes de Dion, ciudadanos de Siracusa. Platón no había emprendido solo el viaje de Sicilia: Lo acompañaba Espeusipo. su sobrino —

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así como los parientes de Dion que se encuentran aquí; que os dé, pues, garantías a vosotros. Los bienes que él quiera tomar consigo serán depositados en el Peloponeso y en Atenas, en casa de quien vosotros os parezca oportuno. Dion percibirá los intereses de ellos, pero no podrá disponer del capital sin contar con vuestro consentimiento. En cuanto a mí, no tengo suficiente confianza en él para creer que me había de ser leal en el uso que hiciera de sus riquezas, ya que estas son considerables. Me fío más de ti y de los tuyos. Mira, pues, si esto te agrada y, en este caso, quédate aquí aún este año; en verano partirás, llevándole esta fortuna. Estoy seguro de que Dion te estará muy reconocido si haces esto por él». Yo escuchaba este razonamiento con desgana. Respondí, con todo, que quería reflexionar y que al día siguiente le iba a dar mi opinión sobre el particular. Esto es lo que entonces se convino. Pero luego, cuando entrando dentro de mí mismo, deliberaba, me hallaba en una gran perplejidad. He ahí en principio el pensamiento predominante. «Veamos si Dionisio no tiene la menor intención de cumplir su promesa; al partir yo, ¿no escribirá quizá Dion, con alguna verosimilitud, con lo que me acaba de decir, tanto él mismo, como, por orden suya, muchos otros de sus partidarios? El daba su consentimiento y yo, lejos de querer entrar por sus puntos de vista, no había tenido ningún cuidado de los asuntos de Dion. Por lo demás, si le molestaba verme partir y si, sin haber dado él la orden a cualquiera de las naves, deja entender fácilmente a todos que yo no me voy de su plena voluntad, ¿quién querrá embarcarme, una vez me haya evadido del palacio de Dionisio?83 Para colmo de desgracias, en efecto, yo habitaba en el jardín contiguo a palacio, y el portero nunca me hubiera dejado salir sin una orden expresa de Dionisio. Si, por el contrario, permanezco allí durante este año, puedo hacer saber

Plutarco, Dion, 22— y Jenócrates —Diógenes Laercio. IV, 6—. Quizá también hubiera otros discípulos que hubieran conocido a Dion en la Academia.

83 Respecto de las analogías de situación entre los dos últimos viajes, cfr. 329 e.

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a Dion en qué situación me encuentro y lo que pretendo hacer, y si Dionisio cumple, por poco que sea, lo que promete, mi manera de obrar no habrá sido ridícula, ya que la fortuna de Dion, evaluada con justicia, no se eleva a menos de cien talentos. Pero si las cosas ocurren como con probabilidad se pueden prever en la actualidad, seguramente no sabré qué partido tomar. Sin embargo, quizá sea necesario tener aún paciencia durante un año e intentar la experiencia de los hechos para desenmascarar las malas mañas de Dionisio.»

Habiéndome decidido, al día siguiente di mi respuesta a Dionisio: «He decidido quedarme, mas, sin embargo, te pido —añadí— que no me consideres como el apoderado de Dion. Escribámosle los dos nuestras actuales decisiones, preguntémosle si las encuentra suficientes y, en caso contrario, si desea y pide se introduzcan algunos cambios, que nos lo haga saber lo más aprisa posible, y tú, en espera de esto, no modificarás nada su situación» .Esto fue lo que se dijo y se convino entre nosotros, poco más o menos en estos términos. Con esto, los navíos se hicieron a la vela y no me fue ya posible embarcarme, y fue entonces cuando Dionisio pensó en advertirme que solamente la mitad de los bienes debía pertenecer a Dion y la otra mitad a su hijo. Por eso, añadió él, iba a valorar esta fortuna, me daría a mi la mitad, para que me la llevara conmigo, y reservaría la otra mitad para el niño: ese era el partido más justo. Estas palabras me consternaron, pero juzgué ridículo añadir una palabra más. Hice con todo la observación de que era preciso esperar la carta de Dion y hacerle saber esta nueva cláusula. Pero Dionisio se puso en seguida a vender audazmente la fortuna entera del desterrado, donde y como le agradaba y a quien le parecía bien a él. A mí no me dijo ni palabra del asunto, y yo, por mi parte, no le volví a hablar de los intereses de Dion, pues veía que era inútil84.

84 El resumen de todo este relato y de la escena siguiente se halla en al Carta III. Los términos se reproducen a veces textualmente, pero algunas divergencias en la redacción demuestran que no todos se han comprendido en su

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Hasta ahí, pues, acudí en ayuda de la filosofía y de mis amigos de la manera dicha. De allí en adelante, para Dionisio y para mí, la existencia discurrió así: yo miraba hacia fuera, como un pájaro que desea volar de su jaula85, y él tramaba el medio de apaciguarme86 sin entregarme nada de los bienes de Dion. No obstante, pretendíamos ser amigos ante Sicilia entera.

Mientras tanto, Dionisio quiso disminuir la paga de los mercenarios veteranos, en contra de las tradiciones de su padre. Pero los soldados, furiosos, se reunieron y decidieron oponerse a ello. El tirano intentó recurrir a la fuerza haciendo cerrar las puertas de la acrópolis, ellos se dirigieron inmediatamente contra las murallas, cantando el pean guerrero de los bárbaros. Entonces Dionisio, muy asustado, cedió completamente e incluso concedió a los peltastas que entonces se habían reunido más de lo que reclamaban. Corrió en seguida el rumor de que el autor de estas turbulencias había sido Heráclides. Al oír estos rumores Heráclides huyó y se mantuvo escondido. Dionisio quería detenerlo, pero no sabía cómo hacerlo. Envío, pues, a Teódoto a su jardín. Yo me encontraba entonces casualmente allí y me paseaba. Ignoro qué es lo que dijeron al principio, pues no lo oí, pero sé y recuerdo perfectamente las razones que tuvo Teódoto con Dionisio en mi presencia. «Platón —dijo—, yo intento persuadir a Dionisio de que, si consigo traer aquí a Heráclides para que responda a las acusaciones presentadas contra él, y en el caso en que no se juzgue oportuno permitirle que permanezca en Sicilia, se le permita se embarque para el Peloponeso, con su hijo y su

verdadero sentido. Véase el Preámbulo a estas Cartas.85 Cfr. Fedro, 249 d.86 El verbo griego tiene aquí, no solamente el sentido común

de atemorizar, sino también el significado del resultado producido por el temor, que es reducir al silencio, clamar. Dionisio, en efecto, busca la manera de apaciguar a Platón, sin dejar de realizar sus proyectos, es decir, sin dejar de confiscar los bienes de Dion.

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mujer, y que viva allí sin intentar nada contra Dionisio, con el pleno disfrute de sus bienes. He enviado ya un mensajero a él y voy a enviar otro aún: es posible que, de esta manera, ceda a una de mis dos llamadas. Pero yo suplico a Dionisio y le pido por gracia, para el caso en que se encontrara a Heráclides en el campo o aquí, de que no se le inflija otro agravio que el destierro del país hasta nueva decisión de Dionisio. ¿Consientes tú en ello?», añadió, dirigiéndose a Dionisio. «Consiento en ello —dijo este último—, y lo mismo si se le encuentra en los alrededores de tu casa, no le ocurrirá otro mal que el que se acaba de decir». Pues bien al día siguiente, por la tarde, Eurybio y Teódoto, llenos de turbación, acudieron a mi a toda prisa: «Platón —me dijo Teódoto—, ¿fuiste testigo ayer de las promesas hechas por Dionisio a ti y a mí respecto de Heráclides?». «Sin duda», respondí yo. «Pues bien: ahora —continuó él— los peltastas corren por todas partes para buscarlo y hay peligro de que se encuentre por los alrededores. Es absolutamente necesario que nos acompañes a ver a Dionisio».

Partimos, pues, y fuimos introducidos ante el tirano. Los otros dos, con los ojos llenos de lagrimas, guardaban silencio. Yo tomé la palabra: «Mis compañeros tienen miedo de que no pretendas tomar contra Heráclides medidas contrarias a lo que convinimos ayer. Se ha observado, en efecto, me parece, que se esconde por aquí». Apenas me hubo oído Dionisio se encolerizó; su rostro pasó por todos los colores, como le ocurre al hombre que se enciende en ira. Teódoto, cayendo a sus pies, le cogió la mano llorando y suplicándole que no hiciera nada semejante Yo, para animarlo, repliqué: «Tranquilízate, Teódoto; Dionisio no se atreverá a obrar contra sus promesas de ayer». Entonces él, mirándome con ojos de verdadero tirano, dijo: «A ti no te he prometido absolutamente nada». «Sí, ciertamente —repliqué yo—, y precisamente la gracia que este hombre te pide». E inmediatamente después de estas palabras le volví la espalda y me marché. Entonces Dionisio se puso a hacer que apresaran a Heráclides, pero Teódoto envió emisarios a este último para darle prisa a que huyera. El tirano lanzó en su seguimiento, a

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Tixias, al frente de una compañía de peltastas, pero Heráclides, se dice, le adelantó unas cuantas horas y pudo salvarse en el territorio de Cartago87.

Luego de este suceso, el antiguo proyecto de no entregar los bienes de Dion le pareció a Dionisio que encontraba un motivo justificado en sus relaciones de enemistad conmigo y, en primer lugar, me hizo salir de la acrópolis, con el pretexto de que las mujeres habían de ofrecer un sacrificio de diez días en el jardín en que vivía yo. Me ordenó que pasara este tiempo fuera, en casa de Arquedemo. Me encontraba allí, cuando Teódoto me hizo ir a su casa, me expresó su viva indignación por todo lo que había ocurrido y se deshizo en quejas contra Dionisio. Este último supo que yo había ido a casa de Teódoto. Esto le sirvió de otro pretexto excelente de desacuerdo conmigo, en todo semejante al primero. Me hizo preguntar si verdaderamente había ido a casa de Teódoto por invitación de este. «Sin duda», respondí yo. «Así, pues —replicó el enviado— me ordena él que le diga que obras muy mal haciendo más caso de Dion y de sus amigos que de él mismo». Luego de esta comunicación, nunca más me volvió a llamar a su palacio, como si desde aquel momento en adelante fuera ya evidente que yo estaba unido en amistad con Teódoto y Heráclides y que era su enemigo. Además, suponía que yo no podía albergar ningún sentimiento de benevolencia hacia un hombre que había

87 Este incidente no es contado ni por Diodoro ni por Plutarco. Diodoro cuenta de manera distinta el exilio de Heráclides. Dion, al ser sospechoso a Dionisio, se escapó primero a las amenazas del tirano, escondiéndose en casa de sus amigos, y huyendo luego al Pelopones, adonde le acompañaría Heráclides (Diodoro, XVI, 6) Plutarco —Dion, 32— señala también la presencia de Heráclides en el Peloponeso y se limita a mencionar su situación de exiliado. Habla sobre todo de sus disensiones con Dion, que comenzaron en esta época y lo llevaron a separarse del jefe de la oposición y a formar un partido distinto. Son conocidas las dificultades que en adelante creó a Dion.

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dilapidado totalmente los bienes de Dion. En adelante, pues, habité fuera de la acrópolis, entre los mercenarios. Recibí entonces varias visitas, entre otras la de algunos servidores atenienses, compatriotas míos. Ellos me hicieron saber que corrían calumnias sobre mi persona entre los peltastas y que algunos habían proferido amenazas de muerte contra mí si llegaban a cogerme88. Imaginé, pues, para salvarme, el medio siguiente: hice saber a Arquilas y a mis otros amigos de Tarento la situación en que me encontraba. Estos, encubiertos en una embajada que partía de su país, enviaron un navío con treinta remos con uno de entre ellos. Lamisco, quien, apenas llegado, fue a interceder por mí ante Dionisio, le dijo que yo deseaba partir y le rogó que no se opusiera a ello. Dionisio dio su consentimiento, y me despidió, pagándome los gastos del camino. En cuanto a los bienes de Dion, yo no reclamé ni la mas pequeña parte de ellos, y no se me dio nada de ellos tampoco.

Llegado al Peloponeso, a Olimpia, me encontré con Dion, que asistía a los juegos, y le conté todo lo que había pasado. Él, tomando a Zeus por testigo, nos exhortó inmediatamente, a mí, a mis parientes y a mis amigos, a que preparáramos nuestra venganza contra Dionisio, nosotros por sus trapacerías fraudulentas con quienes eran huéspedes —así calificaba y juzgaba él su conducta—, y él por el destierro y exilio injustos. A estas palabras suyas le permití yo que llamara a nuestros amigos, si ellos con sentían en ello. «En cuanto a mí —añadí—, he compartido la mesa, la habitación y los sacrificios de Dionisio casi forzado por ti y por los demás. El tirano creía quizá, porque así lo afirmaban numerosos calumniadores, que yo conspiraba

88 Según Plutarco —Dion, 19—, los mercenarios reprochaban a Dion su influencia sobre Dionisio. Lo acusaban de impulsar al tirano a la renuncia de su poder autócrata y, por tanto, a licenciarlos a ellos, que eran el sostén de la tiranía. El historiador no alude para nada a la revolución de los mercenarios. Por lo demás, éste usa fuentes distintas de las de la carta y tiene cuidado en hacer notar esta divergencia.

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contigo contra él y contra la tiranía, y, sin embargo, no me ha condenado a muerte y ha retrocedido ante este crimen. Además, no tengo ya edad para asociarme a nadie en una empresa guerrera. Por el contrario, soy de los vuestros, si alguna vez, experimentando la necesidad de uniros por la amistad, queréis hacer alguna cosa buena. Pero, en la medida en que ello sirva para causaros mal, buscad en otra parte».

Así me expresé yo, luego de haber maldecido mi expedición aventurera89 y mi fracaso en Sicilia. Pero ellos no me escucharon y no se dejaron persuadir por mis tentativas de conciliación. Por eso son ellos responsables de todas las desgracias que les han sobrevertido ahora. Si Dionisio hubiera entregado los bienes de Dion o se hubiera reconciliado plenamente con él, no habría ocurrido nada de todo esto, al menos dentro de lo que humanamente cabe conjeturar —pues a Dion hubiera tenido yo suficiente voluntad y poder para retenerlo fácilmente—. Pero ahora, al marchar el uno contra el otro, han desencadenado desastres por todas partes. Dion, no obstante, sin ninguna duda, no habría tenido otro deseo que este mismo del que creo estar animado yo, yo y todo hombre moderado, podría bien decir, y en relación con su poder, con sus amigos, con su propia ciudad, no habría él pensado, de haber sido poderoso y honrado, más que en difundir sus mayores beneficios en medio de las grandezas. Ahora bien: no es este el caso del que se enriquece, él, sus amigos y su ciudad, tramando reuniones secretas y convocando conjurados: él, pobre e incapaz de dominarse a sí mismo, cobarde victima de sus pasiones; y que condenando inmediatamente a muerte a los que poseen bienes, llamados por él con el nombre de enemigos, dilapida su fortuna y estimula o envalentona así a sus auxiliares y a sus cómplices, para que ninguno de ellos vaya a echarle en cara su pobreza. No son estas las condiciones de aquel a quien una ciudad honra como a su bienhechor por haber distribuido legalmente a la masa los bienes de algunos, ni del que, en

89 El término griego recuerda las expediciones aventureras de Ulises, en las que ya pensaba Platón en 345 e.

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cabeza de una ciudad importante, la cual es a su vez cabeza de una serie de ciudades menos importantes, asigna a la suya los bienes de las ciudades más pequeñas, menospreciando toda justicia. Pues ciertamente ni Dion ni otro alguno aceptaría, deliberadamente, un poder eternamente funesto a sí mismo y a su linaje, sino que buscaría preferentemente una Constitución y una legislación verdaderamente justas y buenas que se impusieran sin el más pequeño derramamiento de sangre, sin un solo exilio. Dion, siguiendo esta línea de conducta, ha preferido sufrir las injusticias que cometerlas, tomando empero sus precauciones para evitar ser víctima de ellas90. No obstante, sucumbió en el momento de ir a alcanzar su meta, la victoria sobre sus enemigos. Su suerte no tiene nada de sorprendente. Un hombre justo, prudente y reflexivo no puede nunca engañarse del todo sobre el carácter de los hombres injustos, pero no tiene nada de extraño que sufra el desuno del piloto hábil que, sin ignorar por completo la amenaza de la tempestad, no puede prever su violencia extraordinaria e inesperada, y forzosamente naufraga. Esto es también lo que ha engañado un poco a Dion. No le pasaba ciertamente

90 En esta página nerviosa, muy densa y un tanto desordenada, se pueden reconocer los retratos del oligarca o del tirano, tal como los vemos en el libro VIII de la República. Los lectores de esta no se llamaban a engaño y pensaban evidentemente en Dionisio. A estos tipos representativos de la injusticia, Platón les opone el tipo del sabio, personificado aquí en Dion, y, exactamente de la misma manera que en el diálogo, la tesis del bien moral y del derecho se resume en la fórmula de que es preferible sufrir la injusticia que cometerla. Pero la expresión que provoca ciertas páginas de la República se acentúa en la Carta y recuerda más bien lo que se dice en las Leyes. Se puede comparar, por ejemplo, este pasaje con el comienzo del libro VIII de las Leyes, 829 a, donde Platón hace notar que parar vivir de veras en la felicidad, no solamente es necesario no cometer ninguna injusticia, sino también no exponerse a padecerla.

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inadvertida la malicia de los que lo han perdido, pero lo que él no podía sospechar era la profundidad de su necedad, de toda su maldad y de su codicia. Este error lo ha llevado a la tumba, y un duelo inmenso ha caído sobre Sicilia.

Luego de esto que os acabo de contaros he dado ya sumariamente mis consejos, y esto basta. Si he repetido la narración de mi segundo viaje a Sicilia ha sido por parecerme necesario contároslo, a causa de lo raro y la poca verosimilitud de los acontecimientos Si, pues, mis explicaciones parecen razonables y si se juzgan satisfactorios los motivos que dan cuenta de mis obras, la exposición que acaba de hacer habrá conseguido su buena y justa medida.

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IV.PLUTARCO.

VIDAS PARALELAS.DION.

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I.—Así como decía Simónides, ¡oh Sosio Seneción!, que Troya no estaba mal con los Corintios, porque le hubiesen hecho guerra con los Griegos, pues que Glauco, Corintio de origen, había sido en su auxilio, de la misma manera no deberán quejarse de la Academia ni los Romanos ni los Griegos, pues que van a tener igual parte en este escrito, que contendrá las vidas de Bruto y de Dion. Como de ellos éste hubiese oído al mismo Platón, y aquél hubiese sido instruido en sus doctrinas, ambos, saliendo de una misma palestra, se arrojaron a los mayores certámenes. No es de extrañar, pues, que, habiendo sido muy semejantes, y casi puede decirse hermanas, sus acciones, hayan acreditado de cierta la sentencia de aquel su adiestrador a la virtud, cuando decía que es necesario que el poder y la fortuna concurran en uno con la prudencia y la justicia para que las empresas políticas lleguen a ser grandes e ilustres. Porque así como Hipómaco, el director de palestra, decía que a los que en la suya se habían ejercitado los conocía de lejos en el aire del cuerpo aun cuando los veía llevar carne de la plaza, es natural de la misma manera que la razón presida con igualdad a las acciones de los que han sido de un mismo modo educados, poniendo en ellas justamente con la decencia apropiada a cada caso cierta uniformidad y concordia.

II.—La suerte y fortuna de ambos, que fueron las mismas en el éxito, aunque no en el modo y los medios, forman la semejanza de sus vidas: ambos murieron, en efecto, antes del fin de sus empresas, no habiendo podido darles feliz cima aun a costa de muchos y grandes combates, y lo más admirable es que a ambos se les anunció por un medio sobrehumano su fin, habiéndoseles aparecido fantasmas odiosos y enemigos. Mas en esta materia hay cierta doctrina que destierra todos estos embaimientos, enseñando que a ningún hombre que está en su

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sano juicio se le aparece la forma o imagen de un Genio, sino que sólo los niños, las mujerzuelas y los delirantes por enfermedad, cuando sufren alguna enajenación del espíritu o mala complexión y disposición del cuerpo, dan entrada a opiniones vanas y extravagantes, estando imbuidos en la superstición de hallarse poseídos de un mal Genio. Y si Dion y Bruto, hombres de espíritu y filósofos, nada expuestos o sujetos a ilusiones, dieron tanto valor y se conmovieron con la aparición de tal modo que llegaron a referirla a otros, no sé cómo podremos evitar el admitir otra doctrina todavía más repugnante de los antiguos, según la cual ciertos demonios malos y de perversa intención, envidiosos de los hombres buenos y contrarios a sus buenas obras, excitan en ellos perturbaciones y miedos para estorbar e impedir toda virtud, con la dañada intención de que, no permaneciendo aquéllos firmes y puros en el camino del bien, no gocen de mayor dicha que ellos después de su muerte. Mas esto habremos de dejarlo para otro tratado: en este libro, que es el décimo de las Vidas paralelas, demos ya principio por la del más antiguo.

III.—Dionisio el Mayor, luego que usurpó el poder, casó con una hija de Hermócrates Siracusano; pero a ésta, no estando todavía bien asegurada la tiranía, los Siracusanos en una sedición le hicieron en su persona tales afrentas e insultos, que a consecuencia de ellos voluntariamente se dejó morir. Recobró luego Dionisio y afianzó más su autoridad, y volvió a casarse con dos mujeres a un tiempo, la una de la Lócride, llamada Doris, y la otra del país, llamada Aristómaca, hija de Hiparino, varón muy principal entre los Siracusanos, y colega en el mando de Dionisio cuando por la primera vez fue nombrado generalísimo para la guerra. Dícese que el matrimonio con las dos fue en un mismo día, que nadie supo a cuál de las dos se acercó primero, y que en adelante se partió con igualdad entre ambas, comiendo en unión con él, y alternando por noches en el lecho. Deseaba el pueblo de Siracusa que la natural tuviera alguna ventaja sobre la forastera; pero habiendo dado ésta a luz el hijo primogénito de Dionisio, este suceso suplió por la desventaja del origen. Aristómaca estuvo largo tiempo al lado de Dionisio sin tener

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hijos, sin embargo de que éste lo deseaba y procuraba hasta el punto de dar muerte a la madre de la Locrense, por haberse sospechado que había hecho estéril con pócimas a Aristómaca.

IV.—Era Dion hermano de ésta, y al principio alcanzó honor por la hermana; pero después, habiendo dado muestras de prudencia, por sí mismo se ganó tanto el afecto del tirano, que entre otras muchas distinciones dio orden a los tesoreros de que si Dion pedía alguna cosa, se la entregasen, y, entregada, se lo participaran en el mismo día. Era desde luego de carácter altivo, magnánimo y valeroso, pero sobresalió más en estas calidades después que arribó a Sicilia Platón, más bien por una feliz y divina suerte que no por ninguna disposición humana; y es que algún buen Genio, preparando de lejos, según parece, a los Siracusanos el principio de su libertad y la destrucción de la tiranía, trajo a Platón de Italia a Siracusa e inclinó a Dion a escuchar su doctrina, siendo éste todavía muy joven, pero teniendo para aprender más disposición que cuantos acudieron a oír al filósofo y mayor presteza y diligencia para seguir la virtud, como el mismo Platón lo dejó escrito y los hechos lo testifican. Porque con haber sido educado bajo el tirano en costumbres obscuras, y avezándose a una conducta sujeta y tímida, a hacerse servir con orgullo, a un lujo desmedido y a un método de vida propio de quien hace consistir lo honesto en los placeres y en la satisfacción de los deseos, no bien llegó a probar el fruto de la razón y de una filosofía adiestradora a la virtud cuando al punto se inflamó su espíritu, y gobernándose por su excelente disposición a lo bueno, con ánimo sencillo y juvenil esperó que en Dionisio haría igual impresión la misma doctrina, y así trabajó y se afanó por que éste, quitando algún tiempo a los negocios, acudiera también a oír a Platón.

V.—Llegado el caso de que lo oyese, el filósofo habló en general de la virtud y trató después largamente de la fortaleza, para probar que los tiranos de todo tienen más que de fuertes; y como, convirtiendo luego su discurso a la justicia, hiciese ver que sólo es vida feliz la de los justos, y la de los injustos infeliz y miserable, no pudo ya el tirano aguantar aquellos discursos, creyéndose reprendido, y se incomodó con los que se hallaban presentes, porque le oían con admiración y

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se mostraban encantados de su doctrina. Por último, irritado, le preguntó con enfado qué era lo que quería con su venida a Sicilia; y como le respondiese que buscaba un hombre de bien, le replicó el tirano: «Pues a fe que parece que todavía no lo has encontrado.» Creyó Dion que el enojo no pasaría más adelante, y se dio prisa a acompañar a Platón a una galera que conducía a la Grecia al espartano Polis; pero Dionisio había enviado reservadamente quien rogara a Polis, como objeto principal; que diera muerte a Platón; y si esto no, que no dejara de venderlo, pues que ningún daño le haría, sino que, siendo justo, sería igualmente feliz en medio de la servidumbre. Dícese, por tanto, que Polis llevó a Platón a Egina y lo vendió, teniendo los Eginetas guerra con los Atenienses, y habiendo publicado por bando que el Ateniense que fuese hecho cautivo se vendiese en Egina. Mas no por esto fue Dion tenido de Dionisio en menor honor y aprecio, pues desempeñó embajadas muy importantes, enviado a los Cartagineses, y continuó siempre admirado en gran manera, sufriendo de él sólo Dionisio que le hablara con libertad y le dijera sin recelo lo que se le ofreciese, como se vio en la reprensión acerca de Gelón. Porque estaban, a lo que parece, haciendo mofa del reinado de Gelón, y como dijese el mismo Dionisio que había sido la risa91 de la Sicilia, los demás fingieron celebrar mucho el chiste; pero Dion, indignado: «Pues tú mandas —le dijo— porque a causa de Gelón tuvieron en ti confianza; pero por ti ya no la alcanzará ningún otro»; porque, en realidad, Gelón hizo ver el más bello espectáculo en una ciudad gobernada monárquicamente, y Dionisio el más feo y abominable.

VI.—Tenía Dionisio tres hijos de la Locrense y cuatro de Aristómaca, de los cuales dos eran hembras, Sofrosine y Arete, y de éstas a Sofrosine la casó con Dionisio su hijo, y a Arete con su hermano Tearides. Muerto éste, Dion tomó por mujer a Arete, que era su sobrina. Enfermó en esto Dionisio en términos de desconfiarse de su vida, e intentó Dion hablarle de los hijos de Aristómaca; pero los médicos, para lisonjear al que

91 Es un juego pueril con alusión al nombre de Gelón, porque gelos en griego significa risa.

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iba a suceder en la autoridad, no le dieron tiempo, sino que, según dice Timeo, propinándole a su petición una medicina narcótica, le privaron de sentido, juntando el sueño con la muerte. Con todo, a la primera conferencia que tuvieron con Dionisio el Joven las personas de su confianza, habló Dion con tal tino acerca de lo que, según las circunstancias, convenía, que hizo ver que a su lado no eran todos los demás en prudencia sino unos muchachos, y en franqueza y libertad unos esclavos de la tiranía, aconsejando a aquel joven baja y cobardemente a medida de su gusto. Sobre todo, dejó pasmados a los que estaban temblando por el peligro que al poder de Dionisio amenazaba de parte de Cartago, ofreciendo que si Dionisio deseaba la paz, pasando al África al punto haría cesar la guerra con las mejores condiciones, y si apetecía la guerra, mantendría a sus expensas y le daría para hacerla cincuenta galeras equipadas.

VII.—Maravillóse sobremanera Dionisio de su magnanimidad, y se pagó mucho de su pronta disposición a servirle; pero los otros, dándose por reprendidos con su largueza, y por humillados con su poder, tomando de aquí mismo principio, no se abstuvieron de expresión ninguna con que pudieran excitar odio en aquel joven contra él, persuadiéndole que por medio de las fuerzas marítimas aspiraba a la tiranía, y que quería con las naves traspasar el poder a los hijos de Aristómaca, que eran sus sobrinos, aunque las causas principales para el odio y la envidia las tomaban de la diferencia de su conducta y de la ninguna semejanza en el tenor de vida. Porque aquéllos, apoderándose desde luego del trato y la confianza de un tirano joven y mal educado con placeres y lisonjas, estaban continuamente inventando algunos amores y distracciones no interrumpidas de beber, de frecuentar mujerzuelas y de otros pasatiempos indecorosos, con los que, dulcificada la tiranía como el hierro, apareció humana a los gobernados, y cedió de la misma dureza, embotada, no tanto por la bondad y mansedumbre como por la desidia del tirano. Desde aquel punto, yendo siempre a más, y creciendo de día en día la relajación de aquel joven, rompió ésta y quebrantó aquellas ataduras de diamante con que dijo Dionisio

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el Mayor dejaba asegurada la monarquía; porque, según es fama, luego que se dio a estos excesos, hubo ocasión en que pasó noventa días seguidos en beber, y en todo este tiempo, estando el palacio cerrado e inaccesible a los negocios serios, sólo le ocuparon las embriagueces, las befas, las canciones, las danzas y las truhanadas.

VIII.— Hacíase, pues, Dion molesto, como era natural, no teniendo ninguna blandura ni condescendencia juvenil; por lo que aquéllos, dando a sus virtudes con cierta apariencia nombres de vicios, graduaban de soberbia su gravedad, y de insolencia su franqueza: si hacía amonestaciones, parecía que los acusaba, y si no se prestaba a sus extravíos, que los miraba con desprecio. Por otra parte, su mismo genio le inclinaba a cierta entereza y severidad poco accesible y comunicable para el trato, pues no sólo no era afable y risueño para un joven cuyos oídos estaban corrompidos con las lisonjas, sino que aun muchos de los que le tenían más tratado, y a quienes agradaba más la sencillez e ingenuidad de sus costumbres, reprendían en sus audiencias el que hablaba a los que tenían negocios con más aspereza y despego de lo que convenía; sobre lo que Platón, como profetizando, le escribió más adelante que pusiera cuidado y se fuera a la mano en la terquedad, que regularmente se contrae viviendo solo. Mas, sin embargo, aun entonces mismo, cuando parecía que se le tenía en grande aprecio por los negocios, y porque era el único que mantenía y conservaba en pie la tiranía conmovida y vacilante, conocía él que, si era el primero y el mayor, no se debía a la voluntad del tirano, sino a la necesidad que de él tenía.

IX.— Pensando que la causa de esto era la falta de instrucción, trabajaba por inclinarle a los estudios liberales y a que gustara los discursos y doctrinas que forman las costumbres, para que dejara de temer la virtud y se acostumbrara a complacerse con las cosas honestas; porque no era por índole este Dionisio de los tiranos más perversos, sino que su padre, por temor de que mudara de modo de pensar, y juntándose con hombres prudentes le armara asechanzas y le privara de la autoridad, le tenía cerrado estrechamente en su casa, ocupado, a falta de todo otro trato y de negocios en que

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ejercitarse, en hacer carros, candeleros, sillas y mesas de madera. Porque Dionisio el Mayor era hombre tan desconfiado y tan suspicaz y medroso respecto de todos los hombres, que no se cortaba el cabello con navaja de afeitar, sino que cuando se presentaba alguno de sus colonos se lo quemaba con un carbón. A su habitación no entraban ni su hermano ni su hijo con los vestidos que llevaban, sino que para pasar adelante era necesario que se desnudara cada uno de la ropa con que iba vestido y tomara otra, viéndole desnudo los de la guardia. Porque una vez su hermano Leptines, para hacerle la descripción de un terreno, tomando la lanza de uno de los de la guardia, dibujó con ella aquel sitio, al hermano le riñó ásperamente, y al que le dio la lanza le quitó la vida. De sus amigos se guardaba con sumo cuidado, por lo mismo que conocía su capacidad y prudencia, pues decía que los tales más quieren dominar que ser dominados. A un tal Marsias, que él mismo había promovido, y a quien había nombrado para una comandancia, le dio asimismo muerte porque había tenido un sueño en el que le parecía que pasaba con la espada al mismo Dionisio, diciendo que el haber tenido entre sueños esta visión nacía de haber meditado y hablado frecuentemente sobre ello; tan tímida y tan llena de maldades tenía el alma por el miedo aquel mismo, que se irritó con Platón porque no hizo ver que era el más esforzado de los hombres.

X.— Viendo, pues, Dion al hijo de Dionisio pervertido y estragado en sus costumbres, como hemos dicho, por falta de educación, lo exhortaba a que procurase instruirse, a que rogara con todo encarecimiento al mayor de los filósofos que viniera a Sicilia, y venido que fuese, se pusiera en sus manos, para que, formadas por la razón sus costumbres a la virtud, y asemejado él mismo al ejemplar más divino y más hermoso de cuanto existe, al que cuando obedece todo lo criado, destruido el desorden, resulta lo que llamamos mundo, se procurara a sí mismo y a sus ciudadanos la mayor felicidad; haciendo que lo que ahora ejecutan éstos de mala gana por la necesidad del mando, lo ejecutasen con placer, viéndole mandar paternalmente con prudencia y justicia, y convertido en rey de tirano, pues que las cadenas diamantinas no eran, como decía

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su padre, el temor, la violencia, la muchedumbre de las naves ni la guardia de diez mil bárbaros, sino el amor, la pronta voluntad y el agradecimiento, producidos por la virtud y la justicia; cosas que, aunque parecen más suaves que aquellas otras fuertes y duras, dan mayor estabilidad al mando. Fuera de esto, decía ser poco airoso y apetecible que el que manda sobresalga en los adornos del cuerpo y en la brillantez de su casa y que se confunda en la conversación y en el modo de explicarse con el hombre más obscuro, y que no procure tener regia y convenientemente adornado el palacio de su alma.

XI.—Como Dion le hiciese frecuentemente estas exhortaciones, mezclando en ellas algunos de los discursos de Platón, excitó en Dionisio un vehemente y furioso deseo de la doctrina y enseñanza de Platón. Enviáronse, pues, al punto a Atenas muchas cartas de parte de Dionisio y muchas protestas de parte de Dion, a las que se agregaron otras de los Pitagóricos de Italia, instando también para que viniese, y ocupando aquella alma nueva, descaminada con la opulencia y el poder, la contuviese con los más poderosos discursos. Platón, avergonzándose, como dice él mismo, de que pareciese que sólo en palabras valía algo, no siendo para emprender obra alguna, y esperando que corregido un hombre solo, como un miembro principal, en él podría sanarse toda la Sicilia doliente, accedió a la venida. Mas los enemigos de Dion, temiendo ya la mudanza de Dionisio, le persuadieron que restituyera del destierro a Filisto, hombre ejercitado en la elocuencia, e instruido en las artes de la tiranía, a fin de tener en él un contrarresto contra Platón y la filosofía. Porque Filisto desde los primeros momentos de establecerse la tiranía se puso decididamente de su parte y defendió la ciudadela, habiendo sido largo tiempo comandante de su guardia. Corría, además, la voz de que tenía cierto trato con la madre de Dionisio el Mayor, no sin conocimiento de éste; pero después que ocurrió que Leptines, de una mujer que tomó para sí estando casada con otro, tuvo dos hijas, y dio la una en mujer a Filisto sin participarlo en ninguna manera a Dionisio, irritado éste, hizo poner en custodia y aprisionar a la mujer de Leptines, y desterró de la Sicilia a Filisto, el cual se acogió a unos

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huéspedes suyos orillas del Adriático, y allí, disfrutando de ocio, parece que fue donde compuso la mayor parte de su historia. Porque no volvió en vida de Dionisio el Mayor sino que ahora, después de su muerte, lo restituyó, como decimos, la envidia de estos otros contra Dion, por ser de su partido y un firme apoyo de la tiranía.

XII.—Vuelto Filisto, al punto se asoció a la tiranía, habiendo al mismo tiempo denuncias y acusaciones de otros contra Dion ante el tirano sobre que había tratado con Teodotes y Heráclides para destruir la tiranía. Y, a lo que parece, él esperaba poder despojar a ésta por medio de Platón, cuando llegase, de lo que tenía de demasiado despótica y desmandada, haciendo de Dionisio un imperante benigno y legítimo; mas si se resistía y no se ablandaba, tenía resuelto destruir su autoridad y restituir a los Siracusanos su gobierno, no porque le agradase la democracia, sino porque la prefería a la tiranía para los que no acertaban a establecer una aristocracia justa y saludable.

XIII.—Este era el estado de los negocios cuando llegó Platón a Sicilia; en el primer recibimiento se le hicieron los mayores honores y obsequios, pues al apearse de la galera estaba preparada una de las carrozas reales adornada magníficamente, y el tirano hizo un pomposo sacrificio, como si la ciudad hubiera tenido algún próspero suceso. Por otra parte, la moderación en los convites, el arreglo del palacio y la mansedumbre del mismo tirano en cuantos negocios ocurrían hicieron concebir a los ciudadanos las mas lisonjeras esperanzas de una mudanza. Había una especie de manía en todos por la doctrina y la filosofía, y aun dura la voz de que el palacio estaba lleno de polvo de tantos como eran los que trazaban líneas geométricas. Al cabo de pocos días se celebraba en palacio un sacrificio solemne y patrio, y haciendo el heraldo, según costumbre, la plegaria de que se conservase inalterable la tiranía por largo tiempo, se refiere que Dionisio, que se hallaba presente, le increpó diciendo: «¿No cesarás de maldecirme?» Disgustó sobremanera este suceso a Filisto, por creer que el poder de Platón sería con el tiempo y la costumbre invencible si ahora con una ligera conferencia así había

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cambiado y mudado el ánimo de aquel joven.XIV.—De aquí en adelante se censuró ya a Dion, no por

uno u otro solamente y en voz baja, sino por todos y en público, pues decían: «Está visto el objeto que tiene en embaucar y en cierta manera encantar a Dionisio con la doctrina de Platón, para que, abdicando y renunciando éste voluntariamente la autoridad, recaiga en él mismo, y pase después a los hijos de Aristómaca, que son sus sobrinos...» Algunos, fingiéndose disgustados, decían: «No ha mucho que los Atenienses llegaron aquí con poderosa fuerza de mar y tierra, y se gastaron y destruyeron antes de tomar a Siracusa, y ahora disuelven la tiranía de Dionisio por medio de un sofista, persuadiéndole que, retirándose de los diez mil estipendiarios, y dejando sus trescientas naves, los diez mil caballos y un número de infantes muchas veces mayor, se entretenga en buscar en la Academia el tan celebrado último bien, y se haga feliz por medio de la geometría abandonando la felicidad del imperio, de la opulencia y del regalo a Dion y a sus sobrinos.» Habiéndose seguido a esto desde luego sospechas, y después enojo y división manifiesta, se le entregó reservadamente a Dionisio una carta escrita por Dion a los magistrados de Cartago, en que les decía que cuando hubieran de tratar de paz con Dionisio no fueran a verle sin hallarse él presente, para que por él se arreglara todo a su satisfacción. Esta carta la leyó Dionisio a Filisto, y habiendo conferenciado con él, según dice Timeo, se dirigió con una fingida reconciliación a Dion, con quien al efecto usó de afectadas excusas; y diciéndole que todo estaba ya acabado, lo llevó solo por debajo del alcázar hacia el mar, donde le mostró la carta, haciéndole reconvenciones sobre que, ayudado de los Cartagineses, trataba de rebelarse contra él. Quiso Dion defenderse, pero no le dejó, sino que como estaba le hizo embarcar en un barquichuelo, dando orden a los marineros de que lo condujeran a Italia, y allí lo echaran en tierra.

XV.—Hecho esto, luego que se publicó y divulgó entre todos, ocupó el llanto la casa del tirano a causa de las mujeres, y toda la ciudad de Siracusa se puso en movimiento esperando novedades y repentinas mudanzas del tumulto excitado contra

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Dion y la desconfianza de los demás para con el tirano; lo que, advertido por Dionisio, como también entrase en recelos, procuró consolar a los amigos de Dion y a las mujeres, queriendo hacerles entender que aquello no era destierro, sino una peregrinación para quitar el motivo de hacer quizá, impelido de la ira, alguna cosa peor contra la firmeza de aquél, estando presente. Puso dos naves a disposición de la familia de Dion, dándoles orden de que cargaran en ellas cuanto quisieran de su hacienda y sus esclavos y se lo llevaran al Peloponeso. Era grande la riqueza de Dion, y casi tiránicos su pompa y aparato para el servicio cotidiano; todo lo que recogieron y condujeron sus amigos. Enviáronle además de esto otras muchas cosas las mujeres y otros de sus allegados y deudos, de manera que en caudales y riqueza hacía un papel muy brillante entre los Griegos, y en la opulencia del desterrado se echaba bien de ver el poder de la tiranía.

XVI.—Hizo al punto Dionisio que Platón se trasladara a la ciudadela, preparándole así una honrosa prisión bajo la forma de un benigno hospedaje, para que no marchara con Dion a dar testimonio de la injusticia que a éste había hecho. Mas con el tiempo y la continuación de estar juntos, acostumbrado, como fiera que es tocada y manejada del hombre, a sufrir su trato y su doctrina, llegó a tomarle un amor tiránico, queriendo ser él solo amado de Platón y admirado sobre todos los demás, y manifestando que estaba pronto a hacer mudanza en los negocios y en la tiranía misma siempre que no tuviera en más que su amistad la de Dion. Era, pues, para Platón una verdadera desgracia esta pasión de Dionisio, furioso de celos, como los amantes desatendidos, y que, como ellos, en breves instantes se irritaba, se aplacaba e interponía ruegos, deseando con ansia oír sus discursos y participar del estudio de la filosofía, pero avergonzándose de este deseo ante los que trataban de separarle de él, como si aquello fuera dejarse corromper. Ocurrió en esto una guerra, y despidió a Platón, conviniendo en que restituiría a Dion para el verano. Y en esto le faltó, pero le envió las rentas que producían sus posesiones, rogando a Platón que, en cuanto al tiempo, le admitiera la excusa de la guerra, pues luego que se hiciera la

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paz restituiría a Dion; mas que le encargara que entre tanto estuviera tranquilo, sin promover novedad ninguna ni desacreditarle entre los Griegos.

XVII.—Procuró Platón que así lo hiciese, y llamando la atención de Dion hacia la filosofía, lo mantenía en su escuela en la Academia. En la ciudad habitaba en casa de un tal Calipo, conocido suyo, y para recreo adquirió un campo, del que después, al restituirse a Sicilia, hizo donación a Espeusipo. Era éste uno de los amigos con quien más trataba y conversaba en Atenas, queriendo Platón templar y amenizar las costumbres de Dion con un trato sazonado y chistoso, y que oportunamente se prestaba también a los estudios serios, porque éste era el carácter de Espeusipo, por el que le celebró como gracioso y festivo Timón en sus versos jocosos. Dando en este tiempo Platón un coro de mancebos, Dion fue el que ejercitó el coro y quien hizo todo el gasto, fomentando Platón para con los Atenienses esta ambición y munificencia, que más bien procuraba amor a Dion que gloria a él mismo. Recorría Dion las demás ciudades, y en ellas conversaba y andaba en concurrencias y fiestas con los varones más virtuosos y más versados en los negocios, sin mostrar modales orgullosos, tiránicos o afeminados, sino modestia, virtud y fortaleza; pasaba el tiempo en conferencias sazonadas sobre las letras y la filosofía, con lo que se ganó la estimación de todos, y honores públicos y decretos de parte de las ciudades. Los Lacedemonios lo hicieron Espartano, despreciando el enojo de Dionisio, sin embargo de que entonces los estaba auxiliando eficazmente contra los Tebanos. Dícese que en una ocasión convidó a Dion Pteodoro de Megara a que pasara a su casa; era Pteodoro, según parece, un hombre poderoso y rico; viendo, pues, Dion a su puerta mucha gente y turba de negociantes, y que a él mismo había dificultad en hablarle y verle, como observase que sus amigos lo llevaban mal y se incomodaban: «¿Por qué vituperáis a éste? —les dijo—; nosotros hacíamos otro tanto en Siracusa.»

XVIII.—Al cabo de algún tiempo concibió celos Dionisio, y temiendo del aprecio y amor que Dion se había adquirido entre los Griegos, dejó de enviarle sus rentas,

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poniendo la hacienda de éste al cuidado de sus propios administradores. Queriendo además desvanecer con los filósofos la mala opinión que por Platón tenía, reunió muchos de los que pasaban por hombres instruidos, y aspirando a la gloria de aventajarse a todos en la disputa, se veía en la precisión de usar mal de las especies que a éste había oído. Volvió otra vez a desearle, y se reprendía a sí mismo de no haber sabido aprovecharse de su presencia, ni haberle oído por todo el tiempo que le convenía; y como tirano, arrebatado en sus deseos y pronto para la ejecución de todo proyecto, puso al punto por obra el de hacer venir a Platón, y no dejó piedra por mover hasta alcanzar de Arquitas y los otros Pitagóricos que, constituyéndose fiadores de sus promesas, llamaran a Platón, pues por medio de éste habían contraído al principio amistad y hospitalidad con Dionisio. Enviáronle, pues, éstos a Arquedemo, y Dionisio mandó barcos y amigos que rogaran a Platón. Escribió, además, con entereza y claridad que ninguna benigna condición obtendría Dion si Platón no se prestaba a pasar a Sicilia; pero si se prestaba, todas. Llegáronle asimismo a Dion repetidas instancias de su hermana y su mujer para que rogase a Platón condescendiera con Dionisio, y no le dieran ningún pretexto. De este modo dice Platón que se resolvió a pasar por tercera vez el mar de Sicilia,

Para otra vez probar la cruel Caribdis92.

XIX.—Yendo, pues, fue grande el gozo que causó a Dionisio y grande la esperanza de que llenó a la Sicilia, que también había hecho plegarias, y deseaba con ansia que Platón viniera a contraponerse a Filisto, y la filosofía a la tiranía. Era asimismo extraordinario el placer con que lo recibieron las mujeres, y singular la confianza que inspiró a Dionisio, como ningún otro, siéndole permitido presentarse ante él sin haber pedido permiso. Como éste le hiciese repetidas veces dádivas y él las rehusase otras tantas, Aristipo de Cirene, que se hallaba allí a la sazón, dijo que Dionisio era magnánimo con seguridad,

92 Es un verso de Homero en el libro XII de la Odisea.

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porque a ellos que necesitaban de muchas cosas les daba poco, y mucho a Platón, que no recibía nada. Después de los primeros obsequios, habiendo empezado Platón a hablar de Dion, al principio se desentendía Dionisio; después ya tuvieron lugar las quejas y la enemistad, ocultas por entonces a los de afuera; porque Dionisio las disimulaba, y con otros agasajos y honores procuraba apartar a Platón de su amor a Dion, bien que a aquél no se le ocultaron desde luego su mala fe y sus engaños, sino que aguantaba y disimulaba. Hallábanse entre sí en esta disposición, creyendo que los demás no lo entendían; pero sucedió que Helicón de Cicico, uno de los amigos de Platón, predijo un eclipse de sol; y habiendo sucedido como lo anunció, admirado el tirano, le dio de regalo un talento de plata; y Aristipo, chanceándose con los otros filósofos, les dijo que él también tenía que anunciar un suceso extraño. Como le rogasen que lo expresara: «Anuncio —les dijo— que de aquí a breve tiempo Platón y Dionisio serán enemigos.» Ello es que Dionisio vendió luego la hacienda de Dion, y se guardó el dinero, y a Platón, que tenía su habitación en el jardín de la casa, lo trasladó al cuartel de las tropas extranjeras, que muy de antemano lo aborrecían y buscaban medio de perderle a causa de que persuadía a Dionisio que abdicara la tiranía y viviera sin guardias.

XX.—Estando Platón en tan gran peligro, Arquitas, que lo llegó a entender, envió al punto una embajada y una galera de treinta remos, reclamándole de Dionisio, y haciendo a éste presente que no había pasado Platón a Siracusa sino en virtud de haberlos tomado a ellos por fiadores de su seguridad. Procuraba Dionisio excusar su enemistad contra Platón con banquetes y con otros obsequios que le hacía cuando estaba para despedirle, llegando hasta prorrumpir en esta expresión: «¿Podremos temer, ¡oh Platón!, que nos hagas graves y terribles recriminaciones con tus discípulos?»; a lo que, sonriéndose, «No permita Dios —le respondió— que en la Academia estemos tan faltos de asuntos que tratar que nos quede tiempo para hacer memoria de ti.» Y con esto se dice que aquél le despidió; pero en verdad que no guarda gran consonancia con esta relación lo que el mismo Platón nos ha

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dejado escrito.XXI.—Servían estas cosas a Dion de sumo disgusto; y

al cabo de poco se consideró en la precisión de hacerle la guerra, luego que llegó a entender lo ocurrido con su mujer; sobre lo que Platón había escrito con alguna obscuridad a Dionisio, y fue en esta forma. Después del destierro de Dion, Dionisio, al dejar marchar a Platón, le hizo el encargo de informarse reservadamente de si habría algún inconveniente en casar a su mujer con otro, porque corría la voz, verdadera o fingida por los enemigos de Dion, de que el matrimonio de éste no había sido a su gusto, ni vivía en grande armonía con su mujer. Por tanto, luego que Platón llegó a Atenas y trató con Dion de todos los negocios, escribió al tirano una carta en que hablaba con claridad de todo, pero poniendo esta especie para él solo: que había hablado con Dion de aquel asunto, y no le quedaba duda de que se daría por muy ofendido si Dionisio lo llevase al cabo. Como por entonces hubiese grandes esperanzas de un acomodamiento, ninguna novedad hizo con la hermana, y la dejó permanecer en palacio con el hijo de Dion; pero cuando del todo se descompusieron, y Platón fue otra vez despedido con enfado, entonces casó a Arete, contra su voluntad, con Timócrates, uno de sus amigos, no imitando en esto la condescendencia de su padre. Porque según parece se declaró enemigo de éste Polixeno, que estaba unido en matrimonio con su hermana Testes, y habiendo huido Polixeno por miedo y retirádose de la Sicilia, envió a llamar a la hermana y le dio quejas de que sabiendo la huida de su marido no se la participó; pero ésta, sin sobresaltarse ni concebir el menor temor: «¿Tan mala casada te parezco, ¡oh Dionisio! —le dijo—, y tan desavenida con mi marido, que, si hubiera tenido noticia de su huida, no me había de haber ido con él para participar de su suerte? Pero no la tuve, pues por mejor hubiera tenido llamarme mujer de Polixeno fugitivo que hermana de un tirano.» Habiéndole hablado Testes con esta entereza, se dice que se admiró el tirano, y admiraron asimismo los Siracusanos su virtud; en términos que, después de disuelta la tiranía, siempre le tributaron distinciones y honores regios, y después de su muerte acompañaron su entierro todos los ciudadanos.

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Paréceme que ésta no es una digresión inútil.XXII.—Dion desde entonces convierte ya su ánimo a la

guerra, no entrando en ella Platón por respeto a la hospitalidad de Dionisio y por su vejez; pero inflamando a Dion Espeusipo y otros de sus amigos, y exhortándole a dar la libertad a la Sicilia, que le tendía las manos y le recibiría con los brazos abiertos; porque, según parece, mientras Platón residió en Siracusa, Espeusipo y los demás filósofos tuvieron más trato con aquellos habitantes, y se enteraron mejor de su modo de pensar; pues aunque al principio por temor se recataban y guardaban, recelando que aquello pudiera ser tentativa del tirano, al fin ya tuvieron confianza; y entonces era uno mismo el lenguaje de todos, pidiendo e instando que viniera Dion, aunque no tuviera naves, ni infantería, ni caballería, embarcándose sólo en una nave de comercio, para prestar su persona y su nombre a los Sicilianos contra Dionisio. Enterado de todo esto por Espeusipo, se confirmó en su propósito, aunque para ocultarlo reclutó tropas estipendiarías reservadamente y por medio de interpuestas personas. Auxiliáronle en él muchos hombres de estado y muchos filósofos, con Eudemo de Chipre, a quien después que ya había muerto dedicó Aristóteles su diálogo del alma, y Timónides de Leucade. Habían traído asimismo a su partido a Miltas Tesaliano, varón dado a la adivinación, y uno de los concurrentes a la Academia. De los que habían sido desterrados por el tirano, que no bajaban de mil, sólo veinticinco se alistaron en el ejército, separándose de la expedición por miedo los demás. Era el punto de reunión la isla de Zacinto, adonde acudieron los soldados, que no llegaron a ochocientos, pero todos hombres acreditados en muchos y grandes combates y, por tanto, muy ejercitados y aguerridos; así, en pericia y valor eran muy aventajados, y los más propios para inflamar y llenar de ardimiento al gran número de hombres decididos que esperaba Dion tener en la Sicilia.

XXIII.—Con todo, cuando éstos oyeron por la primera vez que aquel ejército se formaba contra Dionisio y Ja Sicilia, se quedaron aturdidos, y decayeron de ánimo, pareciéndoles que sólo cegado y enfurecido con la ira, o desesperado de

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poder reunir mayores medios, se arrojaba Dion a un hecho temerario, y a sus jefes y reclutadores los reconvinieron con enfado por no haberles anunciado desde luego la guerra a que eran destinados. Mas después que Dion les hizo ver lo deleznable y podrido de la tiranía, y los enteró de que más bien que como soldados los llevaba como caudillos de los muchos Siracusanos y Sicilianos que hacía tiempo se hallaban dispuestos a abrazar su partido, y después que en seguida de Dion les habló Alcimenes, que, siendo entre los Aqueos el primero en gloria y linaje, había concurrido a la expedición, se tranquilizaron y volvieron a su primera confianza. Era esto en medio del verano, reinando los vientos etesias en el mar, y la Luna se hallaba en el plenilunio. Dispuso, pues, Dion un magnífico sacrificio a Apolo, acompañándole en gran pompa los soldados al templo con las armas empavesadas, y después del sacrificio, teniendo mesas preparadas, les dio en el circo de los Zacintios un espléndido banquete, en el que, maravillándose de la vajilla de oro y plata y de las mesas preciosas, muy superior todo a la opulencia de un particular, reflexionaron que un hombre ya de cierta edad y dueño de tanta riqueza no se arrojaría a empresas de tamaña entidad sin una esperanza cierta y sin contar con amigos que desde allá le ofrecieran grandes y cuantiosos auxilios.

XXIV.—Después de las libaciones y de las solemnes plegarias se eclipsó la Luna, lo que ninguna maravilla causó a Dion, que sabía calcular los períodos de los eclipses y cuándo la sombra llega a obscurecer la Luna, interponiéndose la Tierra entre ésta y el Sol; pero siendo conveniente dar aliento a los soldados que se habían sobresaltado, púsose en medio de ellos el adivino Miltas, diciéndoles que tuvieran buen ánimo y formaran las mejores esperanzas, porque aquel portento lo que significaba era el obscurecimiento de cosas que entonces brillaban, y que no habiendo cosa más brillante que la tiranía de Dionisio, apagarían su esplendor en el momento que llegaran a la Sicilia. Esto fue lo que Miltas anunció en público a todos; pero en cuanto a las abejas que se vieron formar enjambre en la popa de una de las naves de Dion, dijo reservadamente a los amigos que esto le hacía temer no fuera

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que, siendo desde luego brillantes sus sucesos, al cabo de haber florecido por un breve tiempo, se marchitasen. Dícese asimismo que a Dionisio le fueron enviadas muchas señales prodigiosas de parte de los dioses; porque un águila arrebató la lanza de uno de los soldados estipendiarios, y levantándola y llevándola a grande altura, la dejó caer al abismo. El mar que bate en la ciudadela ofreció un día agua dulce y potable, cosa que se hizo notoria a todos habiéndola gustado. Naciéronle unos lechoncillos que tenían todos sus miembros cabales, faltándoles sólo las orejas. Revelaban los adivinos que esto era indicio de rebelión y desobediencia, significando que los ciudadanos no se someterían ya a su tiranía, que la dulzura del agua del mar indicaba para los Siracusanos la mudanza de sus negocios de mal en bien, y, finalmente, que el águila es ministro de Júpiter, la lanza insignia de autoridad y poder, y con lo ocurrido denunciaba desaparecimiento y ruina a la tiranía el mayor de los dioses. Así nos lo dejó escrito Teopompo.

XXV.— Embarcáronse los soldados de Dion en dos transportes, yendo en pos de ellos un tercer barco de pequeño porte y dos falúas de treinta remos. Llevaba, además de las armas que tenían los soldados, doscientos escudos, muchas ballestas y lanzas y gran provisión de víveres, para que nada les faltase en la navegación, mayormente habiendo de hacerla en alta mar a velas desplegadas, por temor de la tierra y por saber que Filisto se hallaba surto en Yapigia con su escuadra para observarle. Tuvieron un viento bonancible y blando por doce días, y al decimotercio se hallaba frente al Paquino, promontorio de Sicilia. Propuso, desde luego, el piloto a Dion que desembarcaran cuanto antes, pues si se apartaban de tierra y voluntariamente se alejaban del promontorio, habían de tener que andar muchos días y muchas noches errantes por el mar, esperando en el fin del verano que se levantara el viento ábrego; pero Dion, temiendo el desembarco cerca de los enemigos, y prefiriendo el acometer por lo más retirado, mandó pasar adelante del Paquino. En seguida se movió un viento cierzo, que con encrespadas olas retiró las naves de la Sicilia, y al mismo tiempo truenos y relámpagos, al aparecer del Arcturo,

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movieron en el aire gran tempestad con copiosa lluvia, con lo cual perdieron el tino los marineros, y yendo perdidos por el mar, se hallaron de repente con que las naves habían sido impelidas del viento a Cercina de África, por aquella parte por donde se presenta más inaccesible y brava la playa de la isla. Estando, pues, a pique de estrellarse en aquellos escollos, hicieron fuerza de remo para apartarse, lo que con dificultad consiguieron, hasta que la tempestad se aplacó, y tropezando por fortuna con un barco, supieron que se hallaban en el sitio llamado las Cabezas de la gran Sirte. Desmayaron con esta desagradable noticia, y más reinando entonces una gran calma; pero de pronto se levantó un viento húmedo de tierra de la parte de Mediodía cuando menos lo esperaban; tanto, que aun experimentándola, no creían aquella mudanza. Arrecióse, pues, poco a poco, y tomó cuerpo el viento, con lo que, desplegando todas las velas y dando gracias a los dioses, se engolfaron con rumbo a Sicilia, huyendo del África, y con rápido curso al quinto día arribaron a Minoe, pueblo pequeño de Sicilia perteneciente a la dominación de Cartago. Hallábase allí a la sazón el comandante cartaginés Sinalo, huésped y amigo de Dion; mas como no tuviese noticia de su venida ni de que le perteneciese aquella escuadra, trató de impedir el desembarco de los soldados; pero éstos salieron al encuentro armados, y aunque a nadie mataron, porque Dion se lo previno así por su amistad con el comandante, persiguieron a los fugitivos, y se apoderaron del distrito. Mas luego que los caudillos se vieron y saludaron, Dion restituyó la ciudad a Sinalo sin haber hecho en ella el menor daño, y éste, dando alojamiento a los soldados, proveyó a Dion de las cosas de que tenía necesidad.

XXVI.—Lo que principalmente los alentó fue lo ocurrido con la casual ausencia de Dionisio, el cual hacía muy poco que con ochenta naves había marchado a Italia. Así, aunque Dion exhortaba a los soldados a que se repusieran allí por algunos días, hallándose mal parados de resulta de haber estado tan largo tiempo en el mar, ellos no lo permitieron, apresurándose a aprovechar la ocasión, por lo que clamaban que Dion los llevase a Siracusa. Descargando, pues, allí todo el sobrante de armas y demás efectos, y encargando a Sinalo que

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se lo remitiese cuando hubiese oportunidad, marchó para Siracusa. Apenas se había puesto en camino se le pasaron doscientos caballos de los Agrigentinos que habitan el Ecnomo, y después de éstos, los Geloos. Corrió prontamente la voz por Siracusa, y Timócrates, el que estaba casado con la mujer de Dion, hermana de Dionisio, puesto al frente de los amigos que habían quedado en la ciudad, envió al punto a Dionisio un mensajero con cartas en que le avisaba la llegada de Dion; en tanto atendía a los alborotos y movimientos de la ciudad, en la que todos estaban ya en agitación, aunque por miedo y por no acabar de creerlo no so decidían; pero al mensajero le ocurrió un caso muy particular y extraño, y fue que, habiendo hecho su navegación a Italia, al pasar por los términos de Regio para ir a Caulonia, donde se hallaba Dionisio, se encontró con un amigo suyo que se retiraba con los restos de un sacrificio que acababa de hacer, y recibiendo de éste una porción de la carne, continuó con celeridad su viaje. Habiendo andando parte de la noche, le obligó el cansancio a reposar un poco, y así como estaba se echó a dormir en una selva al lado del camino. Al olor de la carne vino un lobo, y para llevársela, estando atada a la alforja, dio a correr llevándose también ésta, en la que estaban las cartas. Cuando el mensajero despertó y lo advirtió, dio muchas vueltas e hizo muchas diligencias en busca de la alforja, y como hubiese sido en vano, resolvió no ir sin las cartas a la presencia del tirano, sino más bien huir de él cuanto antes.

XXVII.—No supo, pues, Dionisio sino tarde y por otros medios la guerra de Sicilia. A Dion se le unieron en la marcha los Camarineos, y le acudían en gran número, excitados con su venida, los que habitaban en los campos de Siracusa. Los Leontinos y Campanos, que con Timócrates guardaban el fuerte de Epipolas, habiéndoles llegado una voz falsa esparcida por Dion de que ante todas cosas se dirigía a sus ciudades, se marcharon, abandonando a Timócrates para socorrer a los suyos. Luego que Dion, que se hallaba acampado en Macras, tuvo noticia de estos sucesos, movió cuando todavía era de noche sus soldados, y llegó al río Anapo, que no dista de la ciudad más que diez estadios. Deteniendo allí su marcha,

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sacrificó junto al río, y adoró al sol saliente. Predijéronle al mismo tiempo los adivinos la victoria de parte de los dioses, y como los que se hallaban presentes viesen coronado a Dion durante el sacrificio, por un movimiento simultáneo se coronaron todos, no bajando de cinco mil los que se le habían agregado en el camino. Armados malamente con lo que pudo haberse a la mano, suplían con su buena voluntad la falta de armamento; de manera que al marchar Dion dieron a correr, excitándose y alentándose unos a otros con alegría y regocijo a la libertad.

XXVIII.—De los ciudadanos que se hallaban en Siracusa, los más nobles y principales, vestidos de gala, corrieron a las puertas; pero la muchedumbre dio contra los amigos del tirano, e hizo pedazos a los llamados emisarios, hombres malvados y abominables, que, mezclándose entre los demás Siracusanos y fingiendo negocios, observaban cuanto pasaba y denunciaban al tirano el modo de pensar y de explicarse cada uno. Estos, pues, fueron los primeros que llevaron su merecido, destrozados por los que con ellos se tropezaron. Timócrates, no habiendo podido incorporarse con los que custodiaban la ciudadela, montó a caballo y se salió de la ciudad, llenándolo todo con su huida de turbación y miedo, y exagerando las fuerzas de Dion, para que no pareciese que abandonaba la ciudad con ligero motivo. En esto ya Dion se acercaba y se dejaba ver, yendo el primero vistosamente armado, y a su lado de una parte su hermano Megacles, y de la otra Calipo el Ateniense, con coronas sobre la cabeza. De los estipendiarios, ciento seguían a Dion, formando su guardia, y a los demás, bellamente adornados, los conducían los caudillos, saliendo a verlos los Siracusanos, y recibiéndolos como una pompa sagrada y divina de la libertad y de la democracia, que al cabo de cuarenta y ocho años tornaba a la ciudad.

XXIX.—Luego que Dion entró por la puerta Menitide, sosegado el alboroto, hizo publicar, a son de trompetas, que Dion y Megacles, habiendo venido a destruir la tiranía, libertaban de la servidumbre del tirano a los de Siracusa y a los demás Sicilianos; y como quisiese hablar a los ciudadanos por sí mismo, subió por la Acradina, teniendo puestas los

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Siracusanos a uno y otro lado de la calle víctimas, mesas y tazas, y por doquiera que pasaba arrojaban sobre él flores y frutas, dirigiéndole plegarias como a un Dios. Había debajo de la ciudadela y de la Pentapila un reloj de sol, dispuesto por Dionisio, elevado y en parte que se descubría desde lejos. Subió a él, y arengó al pueblo, exhortando a los ciudadanos a recobrar la libertad. Estos, con muestras de gratitud y aprecio, los nombraron a ambos generales con absoluto poder, y a su voluntad y ruego eligieron otros veinte magistrados que los acompañaran en el mando, de los cuales la mitad eran de los que habían vuelto con Dion del destierro. Parecióles a los adivinos otra vez que el haber tomado Dion bajo sus pies para arengar aquello en que tenía puesta su vanidad Dionisio y había sido por él consagrado, era una señal muy plausible; pero por cuanto era un reloj en el que estaba subido cuando se le nombró general, temían no fuera que su suerte tuviese una repentina mudanza. En seguida, tomando las Epipolas, puso a los ciudadanos presos en libertad, y formó trincheras delante de la ciudadela. Al día séptimo llegó a ésta Dionisio, y a Dion le trajeron en unos carros las prevenciones que había dejado confiadas a Sinalo. Distribuyólas entre los ciudadanos, y de los demás, cada uno se aliñó y preparó lo mejor que pudo, procurando mostrarse valientes soldados.

XXX. — Dionisio envió desde luego, privadamente, mensajeros a Dion para descubrir terreno; pero diciéndoles éste que hablaran en común a los Siracusanos, como hombres libres que eran, se hicieron por los mensajeros proposiciones muy humanas de parte del tirano, prometiéndoles moderar los tributos y no ser compelidos a otras guerras que las que con él decretasen; de lo que los Siracusanos se burlaron. Mas Dion respondió a los mensajeros que excusara Dionisio conferencias con aquéllos mientras no se desistiese de la autoridad, pero que desistiéndose le ayudaría en cuanto pudiera necesitar, y en cualquiera otra cosa justa que pudiese, acordándose del deudo que entre los dos había. Aplaudióselo Dionisio, y otra vez le envió mensajeros proponiendo que pasaran a la ciudadela algunos de los Siracusanos, y que, cediendo éstos en unas cosas y él mismo en otras, tratarían de lo que pudiese ser útil a la

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ciudad. Fuéronle, pues, enviados aquellos ciudadanos que merecieron la confianza de Dion, y comenzó a hablarse mucho entre los Siracusanos de que Dionisio iba a abdicar la tiranía, más por su propia voluntad que por condescender con Dion; siendo todo esto dolo y ficción del tirano, y un lazo que a los Siracusanos armaba; porque a los que pasaron a hablarle los puso en un encierro, e hinchiendo de vino muy por la mañana a los soldados que tenía a sueldo, los envió a carrera contra la muralla de circunvalación de los Siracusanos. Hecha así esta incursión imprevista por los bárbaros, con empeño de tomar a fuerza de arrojo y precipitación la muralla, a su primera acometida ninguno de los Siracusanos tuvo resolución para aguardar y defenderse, a excepción únicamente de los estipendiarios de Dion, los cuales apenas sintieron el alboroto acudieron a dar auxilio; pero ni aun éstos podían pensar en el modo de darle, no oyendo nada por la gritería y dispersión de los Siracusanos, que huían por entre ellos y se los llevaban de paso, hasta que Dion, pues que nadie atendía a lo que decía, se propuso mostrarles con obras lo que debía hacerse, cargando el primero a los bárbaros, con lo que se trabó alrededor de él un repentino y reñido combate, ya que, siendo conocido no menos de los enemigos que de los propios, todos aquéllos corrieron a acometerle a un tiempo. Hallábase ya Dion por razón de su edad más pesado de lo que para estos combates convenía; pero resistiendo y acuchillando con vigor y aliento a los que le cargaban, fue herido de lanza en una mano, y la coraza apenas bastaba ya a resistir a los dardos y a los golpes dados de cerca, pues pasaban el escudo, llegando a ser herido de muchos dardos y lanzas, hasta que, quebrantados aquélla y éste, cayó Dion, y fue preciso que los soldados le arrebataran y salvaran. Nombróles entonces por caudillo a Timónides; y recorriendo la ciudad a caballo, contuvo a los Siracusanos en su fuga; y haciendo tomar las armas a los estipendiarios que custodiaban la Acradina, los condujo contra los bárbaros; a unos hombres descansados y en su primer fervor, contra los que se hallaban fatigados y desistían ya de la empresa; porque habiendo esperado apoderarse al primer ímpetu y acometida de toda la ciudad, como después se hubiesen encontrado, contra lo que se

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habían prometido, con hombres belicosos y valientes, se replegaron a la ciudadela. En la retirada fueron todavía más acosados por los Griegos, por lo que huyeron y se encerraron dentro de las murallas, no habiendo muerto mas que a setenta y cuatro hombres de las tropas de Dion, y perdido ellos muchos más de los suyos.

XXXI.—Alcanzada, pues, esta brillante victoria, los Siracusanos coronaron y dieron por prez a cada uno de los estipendiarios cien minas, y éstos coronaron a Dion con corona de oro. Bajaron en esto heraldos de parte de Dionisio, trayendo a Dion cartas de las mujeres relacionadas con él. Había entre las cartas una con este sobrescrito:«A mi padre, de Hiparino»; porque éste era el nombre del hijo de Dion, aunque Timeo dice que, del de su madre, Arete, se llamaba Areteo; pero en estas cosas mas crédito debe darse, según entiendo, a Timónides, amigo y compañero de armas de Dion. Leyéronse o los Siracusanos las demás cartas, reducidas a quejas y ruegos de las que las enviaban; y aunque no querían permitir que se abriese en público la que se tenía por del hijo, porfió Dion y la abrió como los otras. Era, sin embargo, de Dionisio, quien, por lo que hace a la escritura, hablaba con Dion; pero en cuanto a los negocios, con los Siracusanos, teniendo la apariencia del ruego y de una prudente demanda, pero dirigiéndose a poner en mal a Dion. Porque contenía recuerdos de lo mucho que con tanto celo había hecho en favor de la tiranía; amenazas contra las personas que le eran más caras, la hermana, el hijo y la mujer; protestas incidentes, mezcladas con lamentos, y, además, que fue lo que sobre todo le alteró, la propuesta de que no destruyese, sino que tomase para sí la tiranía; ni diese la libertad a unos hombres que le aborrecían y le guardaban enemiga, sino que se quedase mandando para dar a sus deudos seguridad.

XXXII.—Leída esta carta, no les ocurrió a los Siracusanos admirar la imparcialidad y grandeza de ánimo de Dion, que por lo honesto y lo justo no atendía a tan inmediatos parentescos, sino que, tomando de aquí principio y ocasión para sospechas y recelos, como si estuvieran en una absoluta precisión de contemporizar con el tirano, pusieron la vista en

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otros caudillos; y, sobre todo, habiendo sabido que llegaba Heráclides, se encendió más en ellos este deseo. Era Heráclides uno de los desterrados, buen militar, conocido por el mando que había tenido bajo los tiranos, pero no de ánimo constante, sino movible en todo y poco seguro para la comunidad de mando y de gloria. Indispuesto en el Peloponeso con Dion, había determinado venir por sí con escuadra propia contra el tirano, y llegado a Siracusa con siete galeras y tres barcos, encontró cercado otra vez al tirano, y a los Siracusanos inflamados e inquietos. Captóse, pues, al punto el favor de la muchedumbre, porque su carácter tenía cierto atractivo, siendo de los que se pliegan y de los que seducen a gentes que gustan de que se les adule; así trajo y puso fácilmente de su parte a aquellos que repugnaban la gravedad de Dion como modesta y desagradable por el orgullo y engreimiento que les había dado la victoria; queriendo ser lisonjeados como libres aun antes de serlo.

XXXIII.—En primer lugar, corriendo por movimiento propio a la junta pública, eligieron a Heráclides general de la armada, y cuando, presentándose Dion, se quejó de que el mando dado a éste era una revocación del que antes le habían conferido, pues que no era ya absoluta autoridad si otro tenía el mando de la armada, con violencia anularon los Siracusanos el nombramiento de Heráclides. Hecho esto así, le llamó Dion a su casa, y, habiéndole dado algunas quejas sobre que no era justo ni conveniente que quisiera competir con él por la gloria en unos momentos en que con poco esfuerzo podía perderse todo, convocó a nueva junta, en la que nombró a Heráclides general de la armada, y persuadió a los ciudadanos que se le dieran guardias del mismo modo que a él. En las palabras y en la apariencia se mostraba aquél obsequioso con Dion, reconociendo la obligación en que le estaba; seguíale sumiso, y ejecutaba sus órdenes; pero, seduciendo y acalorando bajo mano a la muchedumbre y a los amigos de novedades, cercó a Dion de disgustos y sinsabores, constituyéndole en la situación más difícil, porque si disponía que Dionisio saliera de la ciudadela en fuerza de una capitulación, se le calumniaría de que le tenía consideración y le salvaba, y si, no queriendo

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molestar al pueblo, andaba remiso en el sitio, se creería que alargaba la guerra para mandar por más tiempo y mantener en el terror a los ciudadanos.

XXXIV.—Había en Siracusa un cierto Sosis, que tenía nombre entre los Siracusanos por su maldad y su insolencia, estando creído que el colmo de la libertad se cifraba en llevar hasta el último punto la osadía. Tratando, pues, de perder a Dion, lo primero que hizo fue levantarse en la junta pública y reconvenir agriamente a los Siracusanos de que no advirtiesen que, por librarse de una tiranía necia y soñolienta, se habían entregado a un déspota vigilante y sobrio; mostrándose después más abiertamente enemigo declarado de Dion, por entonces se retiró de la plaza, pero al día siguiente se le vio correr por la ciudad desnudo, bañadas la cabeza y la cara en sangre, como si huyera de algunos que le perseguían. Presentóse en esta disposición en la plaza, diciendo que los soldados estipendiarios de Dion le habían acometido, y mostró la cabeza lastimada; con lo que tuvo a muchos que tomaron parte en sus quejas y que levantaron el grito contra Dion, clamando que su proceder era violento y tiránico si con asesinatos y peligros quitaba a los ciudadanos el poder manifestar libremente su opinión. Con todo, reunida la junta pública, aunque en confusión y desorden, se presentó Dion a hacer su defensa, y manifestó que Sosis era hermano de uno de los soldados de Dionisio, y que a su instigación había querido conmover y alborotar la ciudad, no quedándole ya a Dionisio otro camino de salvarse que el de introducir la desconfianza y discordia entre los ciudadanos. Al mismo tiempo, habiendo registrado los cirujanos la herida de Sosis, encontraron que era puramente superficial, y no hecha con impresión extraña que le hiciera penetrar, porque las heridas de espada tienen mayor profundidad por en medio, y la de Sosis era ligera por igual, teniendo muchos principios, como era natural en quien por el dolor aflojaba, y luego volvía a querer continuar. Llegaron también a este tiempo a la junta algunos ciudadanos de crédito trayendo una navaja, y exponiendo que yendo por la calle se habían encontrado con Sosis bañado en sangre, y que decía a gritos que iba huyendo de los soldados de Dion, por quienes

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acababa de ser herido. Añadían que habiendo ido en busca de los agresores, no habían encontrado más que aquella navaja puesta en el hueco de una piedra, de la que habían visto venir corriendo a Sosis.

XXXV. —Como fuese ya con esto peligrosa la situación de Sosis, y aun se agregase la declaración de los de su casa, quienes atestiguaron que era todavía de noche cuando salió de ella solo con la navaja, los que culpaban a Dion se retiraron, y el pueblo, habiendo condenado a muerte a Sosis, mudó de modo de pensar en cuanto a Dion. Mas no por esto le eran menos sospechosos los soldados de éste, mayormente después que se habían dado diferentes combates navales contra el tirano; por que Filisto había venido de Yapigia con muchas galeras en auxilio de Dionisio, y como aquellos forasteros fuesen soldados de infantería, creían los Siracusanos que no podrían serles de provecho para aquella clase de guerra, sino que más bien los tendrían sumisos a sus órdenes, siendo ellos gente de mar y que sobrepujaban en esta especie de fuerza. Pero la suerte hizo que aun se les acrecentó a aquellos soldados el orgullo con la buena suerte que tuvieron en el mar, donde, venciendo a Filisto, le trataron cruel y bárbaramente; aunque Eforo dice que, tomada su nave, se quitó él a sí mismo la vida; pero Timónides, que desde el principio se encontró en todos estos sucesos con Dion, escribiendo al filósofo Espeusipo, dice que Filisto quedó cautivo de resulta de haber encallado en tierra su galera, y que, habiéndole quitado los Siracusanos la coraza y mostrándole desnudo, le hicieron diferentes insultos, siendo ya viejo; que después le cortaron la cabeza, y entregaron su cadáver a los muchachos, diciéndoles que lo arrastraran por la Acradina y lo arrojaran a las canteras. Timeo, para hacer que este insulto aparezca mayor, refiere que los muchachos ataron el cadáver de Filisto con una cuerda de la pierna coja, y lo arrastraron por la ciudad, haciendo grande escarnio todos los Siracusanos al ver arrastrado por una pierna a aquel que había dicho a Dionisio que no debía salir huyendo de la tiranía en un veloz caballo, sino sólo tirado por una pierna; aunque Eforo refiere esta expresión como dicha a Dionisio por otro, y no por el mismo Filisto.

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XXXVI.—Mas Timeo, aprovechando una ocasión justa, como lo era la de la adhesión y celo de Filisto por la tiranía, sacia su deseo de hablar mal de él. En esto quizá pueden merecer indulgencia los que han sido agraviados, aun para llegar al extremo de ensañarse con un cadáver que carece de sentido; pero en los que después escriben los sucesos, no habiendo sido ofendidos en vida por él, y aprovechándose de sus escritos, su misma gloria parece que exige que no le echen en cara con afrenta y vilipendio sus desgracias, de las que nada hay que pueda asegurar aun al hombre más recto y justo de parte de la fortuna. Tampoco Eforo obra cuerdamente en alabar a Filisto; pues, sin embargo de mostrarse tan hábil en cubrir con motivos decentes las acciones injustas y las costumbres estragadas, y en encontrar al intento las más seductoras expresiones, por más esfuerzos que hace no puede evitar que de su relación misma resulte contra sí haber sido el hombre más adicto a la tiranía y el que más solicitó y más admiró el lujo, el poder, la riqueza y los enlaces de los tiranos. En fin, en cuanto a Filisto, el que no alabe sus acciones, ni tampoco le eche en cara su suerte, ese será el que mejor desempeñe el oficio de historiador.

XXXVII.—Después de la muerte de Filisto envió Dionisio a Dion quien le propusiera que le haría entrega de la ciudadela, de las armas y de sus tropas con el sueldo completo de éstas para cinco meses, bien que pidiendo que bajo la fe de un tratado se le permitiera retirarse a Italia y, habitando allí, disfrutar en los términos de Siracusa la posesión llamada Giatis, que era un campo dilatado y fértil, que desde la orilla del mar entraba tierra adentro. No admitió Dion el mensaje, sino que le envió a decir que suplicara sobre el objeto de éste a los Siracusanos, los cuales, esperando tomar vivo a Dionisio, despidieron a sus embajadores; pero él lo que hizo fue entregar la ciudadela a su hijo mayor, Apolócrates, y aguardando un viento favorable, teniendo ya puestas en las naves las personas que más apreciaba y lo más escogido de su riqueza, se hizo a la vela, sin que de ello tuviese noticia el general de la armada, Heráclides. Este, como se viese maltratado y perseguido de los ciudadanos, se valió de Hipón, que era uno de los demagogos,

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para que propusiera al pueblo un nuevo repartimiento de tierras, como que la igualdad era principio de libertad, y la pobreza, de esclavitud para los miserables. Púsose a su lado Heráclides, y conmoviendo al pueblo contra Dion, que se oponía, persuadió a los Siracusanos a que, además del repartimiento, decretaran privar a los soldados forasteros de su sueldo, y nombrar otros generales, siéndoles ya molesto Dion. Los Siracusanos, pues, intentando levantarse repentinamente como de una larga enfermedad de la tiranía, y manejarse intempestivamente como los pueblos que tenían el hábito de la libertad, se hicieron a sí mismos gran daño, y aborrecieron a Dion porque, como un buen médico, quería mantener la ciudad en un arreglo esmerado y sobrio.

XXXVIII. — Habiéndose congregado en junta para elección de los nuevos magistrados, estándose entonces en medio del estío, por quince días seguidos sucedieron truenos extraordinarios y señales del cielo infaustas, que por superstición apartaron al pueblo de nombrar otros generales. Mas luego que a los demagogos les pareció que ya la serenidad era permanente, quisieron llevar a efecto la junta; pero la casualidad hizo que un buey de carretero, aunque hecho a ver gentes, se inquietase y enfureciese contra el conductor, y huyendo a carrera del yugo, se dirigió al teatro, donde inmediatamente alborotó y dispersó a la muchedumbre, que dio a correr desordenadamente; el buey continuó en su fuga saltando y trastornando cuanto encontraba en aquella parte de la ciudad que después ocuparon los enemigos. A pesar de todo esto, y no haciendo cuenta ninguna de ello, nombraron los Siracusanos veinticinco magistrados, de los que era uno Heráclides, y hablando reservadamente a los soldados extranjeros, trataron de seducirlos y separarlos de Dion para traerlos a su partido, prometiéndoles que serían con ellos iguales en derechos. Mas aquellos soldados desecharon sus proposiciones y, conservándose fieles y adictos a Dion, se pusieron armados a su lado, para defenderle y protegerle, y así lo sacaron de la ciudad, sin hacer la menor ofensa a nadie, y sólo reconviniendo agriamente a los que encontraban por su ingratitud y perversidad; pero los Siracusanos, despreciándolos

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por su corto número y porque no habían sido los primeros en la agresión, llevados de que eran muchos más, los acometieron, en la inteligencia de que los vencerían fácilmente dentro de la ciudad y acabarían con todos.

XXXIX.—Constituído con esto Dion en el apuro y en la desgraciada situación de haber de pelear con sus conciudadanos, o perecer con sus soldados, dirigía a los Siracusanos los más encarecidos ruegos, tendiendo a ellos las manos y mostrándoles el alcázar lleno de enemigos, que se asomaban por las murallas y eran espectadores de cuanto pasaba; pero, no habiendo modo de templar el ímpetu de aquella muchedumbre y dominando en la ciudad, como en un mar proceloso, el viento de los demagogos, dio orden a sus soldados, no de trabar pelea, sino sólo de volver cara con resolución y gritería blandiendo las armas; con esto ya no aguardó ninguno de los Siracusanos, sino que dieron a huir por las calles sin que nadie les persiguiese, porque Dion hizo retroceder a los soldados y los condujo a los términos de los Leontinos. Fueron con esto los magistrados de los Siracusanos la risa y escarnio de las mujeres, y queriendo reparar la afrenta, armaron otra vez a los ciudadanos y marcharon en persecución de Dion. Alcanzáronle al pasar un río, y se acercaron con su caballería en actitud de combatir; pero cuando vieron que ya no sufría con mansedumbre y bondad paternal sus demasías, sino que con denuedo volvía y ordenaba sus soldados, entregándose a una fuga más vergonzosa que la primera, se retiraron a la ciudad, con muerte de algunos ciudadanos.

XL.—Recibieron a Dion los Leontinos con las mayores muestras de honor y aprecio, y a los soldados les ofrecieron pagarles su haber, y los hicieron ciudadanos. Dispusieron luego enviar a los Siracusanos embajadores con proposición de que tuvieran la consideración debida a aquellos soldados forasteros; pero ellos mandaron otra embajada para acusar a Dion. Reuniéronse con los Leontinos los aliados y, habiendo conferenciado entre sí, declararon que no tenían razón los Siracusanos; pero éstos no hicieron cuenta de lo resuelto por los aliados, engreídos y soberbios con que habían sacudido toda obediencia, y antes les estaban sujetos y les temían sus

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propios magistrados.XLI.—Llegaron en esto a la ciudad algunas galeras

enviadas por Dionisio, en las que venía Nipsio de Nápoles, que conducía víveres y caudales a los sitiados, y habiéndose dado un combate naval, quedaron vencedores los Siracusanos, y tomaron cuatro de las naves de aquel convoy. Insolentes con la victoria, y empleando el tiempo, por la anarquía en que vivían, en francachelas y convites desordenados, de tal manera se olvidaron de lo que importaba, que, teniéndose ya por dueños de la ciudadela, perdieron la ciudad. Porque Nipsio, viendo que en todo el pueblo no había quien tuviera juicio, sino que la muchedumbre estaba entregada a músicas y embriagueces desde el día hasta alta noche, y que los caudillos se regocijaban también con aquellas fiestas y no se cuidaban mucho de hacer su deber con unos hombres beodos, aprovechando hábilmente la ocasión, acometió a la muralla y, apoderándose de ella y destruyéndola, dio suelta a los bárbaros, diciéndoles que hicieran de los ciudadanos que les vinieran a las manos lo que quisieran o pudieran. Advirtieron bien pronto los Siracusanos el mal que les había sobrevenido; pero tarde y con dificultad acudieron asombrados y pasmados a su remedio; porque era un horroroso saqueo el que experimentaba la ciudad, siendo muertos los hombres, derruidas las murallas y conducidas las mujeres y los niños a la ciudadela entre los mayores lamentos, pues los caudillos se habían acobardado del todo, y para nada podían servirse de los ciudadanos contra unos enemigos que por todas partes estaban ya mezclados y confundidos con ellos.

XLIL —Siendo éste el estado de las cosas, y amenazando ya el peligro a la Acradina, todos ponían la vista en el único que podía levantar sus esperanzas; pero nadie lo proponía, avergonzados de la ingratitud e indiscreción con que respecto de Dion se habían portado. Mas siendo ya urgente la necesidad, salió una voz de entre los aliados y la milicia de caballería de que se llamara a Dion y se trajera a los Peloponenses del país de los Leontinos. No bien se había adoptado esta resolución y dádose esta voz, cuando fueron comunes entre los Siracusanos las aclamaciones, el gozo y las lágrimas, rogando a los dioses por que Dion pareciese,

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deseando verle y recordando su valor y denuedo en los peligros, y cómo no sólo era imperturbable él mismo, sino que también a ellos les daba espíritu y los conducía impávidos a los enemigos. Enviáronle, pues, al punto de los aliados a Arcónides y Telesides y otros cinco de la caballería, entre ellos Helénico. Marcharon éstos a desempeñar su comisión corriendo a rienda suelta, y llegaron a la ciudad de los Leontinos casi al fin del día. Apeáronse, y lo primero que hicieron fue ir a echarse llorosos a los pies de Dion, a quien refirieron los infortunios de los Siracusanos. Habían ya acudido algunos de los Leontinos, y los más de los Peloponenses se agolparon a Dion, pensando, por la prisa y por los ruegos de aquellos hombres, que había ocurrido alguna grande novedad. Congregados al punto en junta pública, a la que prontamente concurrieron, y entrando Arcónides y Helánico con los que los acompañaban, expusieron brevemente el cúmulo de males que les habían sobrevenido, y rogaban a los soldados de Dion fueran en socorro de los Siracusanos, olvidándose de los agravios recibidos, pues ya los habían pagado, sufriendo mucho más de aquello que los ofendidos podían desear.

XLIII.—Cuando éstos hubieron dado fin a su discurso, quedó en el más profundo silencio todo el teatro. Levantóse Dion, y como al empezar a hablar las muchas lágrimas que corrían de sus ojos le cortasen la voz, los soldados le exhortaban a que tomase aliento mostrándose con él afligidos. Recobrándose, pues, Dion un poco de su grave pesar: «Peloponenses y aliados —dijo— ,os he reunido aquí para que deliberéis sobre vosotros mismos; por lo que a mí hace, no me es dado deliberar perdiéndose Siracusa, pues si no puedo salvarla, voy, a lo menos, a enterrarme entre el fuego y las ruinas de la patria. Si queréis todavía dar auxilio a hombres tan desacordados y desventurados como nosotros, mantened en pie a la ciudad de los Siracusanos, que es vuestra obra; pero si, irritados con éstos, la. abandonáis, del valor y amor que antes de ahora me habéis manifestado recibiréis de los dioses digno premio, teniendo presente en vuestra memoria que Dion ni a vosotros os desamparó cuando fuisteis agraviados, ni ahora en la adversidad desampara a los ciudadanos.» Aun no había

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concluido, cuando los soldados, levantando gritería, corrieron a él diciendo que los llevara en socorro de Siracusa cuanto antes, y los embajadores de los Siracusanos les dieron las gracias estrechándolos entre sus brazos, haciendo plegarias a los dioses para que sobre Dion y sobre los soldados derramaran los mayores bienes. Sosegado el tumulto, les dio orden Dion de que fueran a prevenirse y, comiendo los ranchos, vinieran armados a aquel mismo lugar, teniendo resuelto marchar en socorro de Siracusa aquella misma noche.

XLIV.—En Siracusa, los generales de Dionisio durante el día hicieron inmensos males en la ciudad; pero venida la noche se retiraron a la ciudadela, habiendo perdido unos cuantos de los suyos; entonces, haciéndose animosos los demagogos de los Siracusanos, y esperando que los enemigos se pararían en lo ejecutado, excitaban otra vez a los ciudadanos a que no hicieran cuenta de Dion, y si venía con sus soldados, no recibirlos, ni darles esta prueba de que se les reconocía como aventajados en valor, sino salvar ellos por sí mismos la ciudad y la libertad. Enviaron, pues, de nuevo mensajeros a Dion los generales, disuadiéndole de venir, y los de caballería con los principales ciudadanos, diciéndole que acelerase el paso; y por lo mismo caminaba con reposo y sosiego. Llegada la noche, los enemigos de Dion ocuparon las puertas con ánimo de cerrárselas; pero Nipsio, dando otra vez salida de la ciudadela a las tropas asalariadas, que mostraban todavía mayor ardor y fueron entonces en mayor número, destruyó desde luego todo el muro y asoló y saqueó la ciudad. Dábase ya muerte, no sólo a los hombres, sino a las mujeres y a los niños; era muy poco lo que se robaba, y mucho lo que se destrozaba y hacía pedazos. Porque, dándose ya los de Dionisio por perdidos y aborreciendo de muerte a los Siracusanos, querían sepultar, digámoslo así, la tiranía entre las ruinas de la ciudad, y, anticipándose a la venida de Dion, recurrían a la destrucción y perdición más pronta, que es la del fuego, dándole con tizones y hachas a lo que tenían cerca, y lanzando con los arcos a lo que les caía lejos saetas encendidas. Huían los Siracusanos, y de ellos unos eran cogidos y asesinados en las calles, y los que se recogían a las casas eran echados de

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ellas por el fuego, siendo ya muchas las que ardían y caían encima de los que las abandonaban.

XLV.—Esta calamidad fue la que principalmente franqueó las puertas de la ciudad a Dion, estando ya de acuerdo todos; porque la casualidad hacía que aun hubiese acortado el paso cuando oyó que los enemigos se habían encerrado en la ciudadela; pero entrado ya el día, los de caballería fueron los primeros que le dieron noticia de la segunda invasión, y después se presentaron algunos de los que antes se habían opuesto, rogándole que acelerara la llegada. Como el mal se agravase, Heráclides envió a su hermano, y después a Teodotes su tío, pidiéndole que los socorriese, pues nadie había que hiciese frente a los enemigos, él se hallaba herido y la ciudad casi podía contarse por destruida y abrasada. Hallábase Dion cuando le llegaron estas nuevas a distancia todavía de setenta estadios de la ciudad; pero manifestando a sus soldados el peligro e instándoles, ya no marcharon despacio, sino que los condujo a carrera a la ciudad, sucediéndose los mensajeros unos a otros para darle prisa. Habiendo, pues, sido increíble la presteza y diligencia de los soldados, entró por las puertas, dirigiéndose a la parte de la ciudad llamada el Hecatompedo, y a las tropas ligeras les dio orden de marchar inmediatamente contra los enemigos, para que al verlas cobraran ánimo los Siracusanos. La infantería de línea la ordenó él mismo, y con ella los ciudadanos que acudían y se prestaban a agregarse a la milicia, formando divisiones y dándoles caudillos para que se presentara más terrible, cargando a un mismo tiempo por todas partes.

XLVI.—Dispuestas así las cosas y hechas plegarias a los Dioses, se le vio marchar con sus tropas por la ciudad contra los enemigos; con lo que fueron grandes en los Siracusanos la algazara, el gozo y las aclamaciones, mezcladas con votos y exhortaciones, llamando a Dion salvador y numen tutelar, y a sus soldados, hermanos y ciudadanos. No había en aquella sazón ninguno tan amante de sí mismo y de la vida que no se mostrara más cuidadoso por Dion solo que por todos los demás, viéndole marchar el primero al peligro por entre la sangre, el fuego y los montones de cadáveres tendidos en las

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plazas. No dejaban también de infundir terror los enemigos, que, enfurecidos y soberbios, estaban formados junto al muro, al cual no se podía llegar sin gran dificultad y trabajo. Mas el peligro que más fatigaba a los soldados era el del fuego, que hacía muy embarazosa su marcha, ya porque los circundaba de luz la llama que devoraban las casas, ya porque tenían que dirigir sus pasos por entre escombros todavía ardientes, y ya porque iban tropezando sin poder sentar con seguridad los pies a causa de los grandes y continuos hundimientos, caminando, además, entre polvo mezclado de humo, con el cuidado de no desordenarse y perder la formación. Cuando ya llegaron a los enemigos, la pelea era de pocos contra pocos, por la estrechez y desigualdad del sitio; pero con la gritería y excitación de los Siracusanos, que daban ánimo a los soldados, hubieron de ceder los de Nipsio, que en su mayor parte se salvaron refugiándose a la ciudadela, que estaba inmediata; pero a los que quedaron fuera y se esparcieron por la ciudad los persiguieron los soldados de Dion y les dieron muerte. El tiempo no dio entonces oportunidad para disfrutar de la victoria, ni para hacer las demostraciones de gozo y gratitud que tan grande suceso pedía, por tener que acudir a sus casas los Siracusanos, quienes con dificultad pudieron apagar el fuego en toda aquella noche.

XLVII.— Luego que se hizo de día no se detuvo ninguno de los demagogos, sino que, dándose por perdidos, huyeron; Heráclides y Teodotes se resolvieron a presentarse por sí mismos y entregarse en manos de Dion, confesando sus yerros y rogándole que lo hiciera mejor con ellos que ellos lo habían hecho con él; pues era propio de Dion, que tanto sobresalía en las demás virtudes, aventajarse también en saber domar la ira respecto de unos ingratos que ahora reconocían haber sido vencidos por él en aquella misma virtud por la que se le habían mostrado contrarios. Hechas estas súplicas por Heráclides y Teodotes, instaban a Dion sus amigos que no usara de benignidad con unos hombres malos y perversos, sino que abandonara a Heráclides al encono de los soldados y arrancara del gobierno el vicio de captar popularidad, enfermedad furiosa, no menos perjudicial que la tiranía. Dion,

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para aplacarlos, les dijo que los demás generales en lo que principalmente se ejercitaban era en las armas y en la guerra, y él había gastado mucho tiempo en la Academia para estudiar cómo se domina la ira, la envidia y toda codicia; de lo que no era muestra el usar de afabilidad y dulzura con los amigos y con los hombres de bien, sino, habiendo sido agraviado, el acreditarse de compasivo y benigno con los ofensores, y que quería hacer ver que no tanto era superior a Heráclides en poder y en valor como en bondad y justicia, pues la superioridad verdadera en éstas había de ponerse. Porque en la victoria y ventajas de la guerra, cuando no las dispute ningún hombre, entra a la parte la fortuna; ¿y acaso porque a Heráclides le hiciera desleal y malo la envidia había de estragar Dion su virtud con la ira? Porque el que sea mas justo el vengarse y tomar satisfacción que el ser el primero en ofender es determinación de la ley, cuando por naturaleza ambas cosas provienen de la misma debilidad; y si bien el borrar la maldad del hombre no es cosa muy hacedera, no es tampoco tan ardua y desesperada que no pueda hacérsele cambiar, vencida por los favores del que muchas veces se empeña en hacer bien.

XLVIII.—En consecuencia de estos discursos, dejó Dion ir libre a Heráclides, y, volviendo su cuidado a la circunvalación, dio orden de que cada uno de los Siracusanos, cortando una estaca de valladar, la trajera y pusiera junto al muro, y, empleando por la noche a sus soldados, mientras los Siracusanos descansaban, sin que nadie lo entendiese dejó cercada la ciudadela; de manera que al día siguiente sorprendió a los ciudadanos, no menos que a los enemigos, con la presteza de tamaña obra. Dio luego sepultura a los Siracusanos que habían muerto, y habiendo rescatado los cautivos, que no bajaban de dos mil, convocó a junta pública. Presentóse en ella Heráclides, haciendo la proposición de que se nombrara a Dion generalísimo de tierra y de mar; y habiendo sido admitida por los buenos ciudadanos, que querían se sancionase, la muchedumbre marinera y artesana concitó una sedición, manifestándose disgustada de que Heráclides quedara despojado del mando del mar, por parecerle que, si bien en lo demás Heráclides no estaba adornado de grandes cualidades, a

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lo menos era infinitamente más popular que Dion y más manejable para la plebe. Condescendió en esto Dion, y restituyó a Heráclides el mando de la armada; pero habiéndose opuesto a los que insistían sobre el repartimiento de terrenos y de las casas, anulando lo que acerca de esto se había antes establecido, indispuso y enajenó los ánimos, de donde tomó otra vez ocasión Heráclides, y, acantonado en Mesena, sedujo a los soldados y marineros que con él se hallaban y los irritó contra Dion, haciéndoles entender que aspiraba a la tiranía, y al mismo tiempo concluyó ocultamente un convenio con Dionisio por medio de Faraces de Esparta. Llegáronlo a descubrir los principales ciudadanos de Siracusa, y se movió una sedición en el ejército, de la que resultó tal escasez y hambre en Siracusa, que el mismo Dion quedó sin saber qué hacer, e incurrió en la reprensión de sus amigos, que le hacían cargo de haber fomentado contra sí a un hombre como Heráclides, intratable y pervertido por la envidia y por la maldad.

XLIX.—Hallándose Faraces acampado junto a Nápoles en el campo de Agrigento, condujo Dion a los Siracusanos, con intento de pelear con él en otra oportunidad; pero como Heráclides y la marinería gritasen que Dion no quería terminar la guerra por medio de una batalla, sino dilatarla para mantenerse en el mando, se vio en la precisión de trabar combate, y fue vencido. La derrota no fue grande, sino más bien una dispersión y desorden entre los soldados mismos que se alborotaron, por lo que Dion, resuelto a volver a dar batalla, los redujo al orden, persuadiéndoles e inspirándoles confianza; pero a la entrada de la noche se le dio aviso de que Heráclides, zarpando con su escuadra, navegaba sobre Siracusa, con la determinación de apoderarse de la ciudad y de negarles la entrada a él y a su ejército. Tomando, pues, consigo en el momento a los más esforzados y resueltos, caminaron a caballo toda aquella noche, y a la hora tercera del día siguiente estaban ya a las puertas, habiendo andado setecientos estadios. Como Heráclides se hubiese atrasado con sus naves, por más prisa que quiso darse, se mantuvo en el mar, y andando errante sin objeto cierto, se encontró con Gesilo de Esparta, quien le dijo que venía de Lacedemonia a ser caudillo de los Sicilianos,

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como antes Gilipo. Recibióle, pues, con gran complacencia y, pensando en oponerle como un antídoto a Dion, lo presentó a los aliados, y enviando un heraldo a Siracusa, propuso a los Siracusanos que admitieran aquel general Espartano. Respondióle Dion que los Siracusanos tenían bastantes generales, y si los negocios requerían absolutamente un Espartano, en él lo tenían, pues era Espartano por adopción. Con esto Gesilo cedió en la pretensión del mando, y, pasando a verse con Dion, reconcilió con él a Heráclides, que dio muchas palabras e hizo los mayores juramentos, accediendo a éstos el mismo Gesilo, que, por su parte, juró ser vengador de Dion y tomar satisfacción de Heráclides si se portase mal.

L.—De resultas de este suceso desarmaron los Siracusanos la escuadra, porque, no teniendo en qué emplearla, no les servía mas que de gasto con la gente de mar y de motivo de indisposición entre los generales. Sitiaron el alcázar, acabando el muro con que le circunvalaban; y como, no socorriendo nadie a los sitiados,les faltasen los víveres, y los soldados extranjeros se les hubiesen insubordinado, perdió el hijo de Dionisio toda esperanza, y, entrando en conciertos con Dion, le entregó el alcázar con las armas y todos los pertrechos de guerra, recogió la madre y las hermanas, y, cargando cinco galeras, marchó a unirse con su padre, dejándole partir Dion con toda seguridad, y no quedando Siracusano alguno que no saliera a gozar de aquel espectáculo; tanto, que los que se hallaban ausentes se quejaban de no haber visto aquel día en que el Sol empezaba a alumbrar a Siracusa libre. Y si aun ahora entre los grandes ejemplos que se refieren de la mudanza de fortuna es el mayor y más notable este del destierro de Dionisio, ¿cuál debió ser entonces el gozo de aquellos ciudadanos y qué debieron pensar los que con tan pocos medios destruyeron la más poderosa tiranía que jamás se había visto?

LI.—Como Dion, luego que dio la vela Apolocra tes, se encaminase al alcázar, no pudieron aguantar más las mujeres que en él habían quedado, ni esperaron a que entrase, sino que corrieron a la puerta, Aristómaca llevando de la mano al hijo de Dion, y Arete yendo en pos de ésta, llorando e incierta de cómo

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había de saludar al marido, habiendo estado enlazada con otro. Abrazó Dion primero a la hermana y después al hijo; y entonces Aristómaca, presentando a Arete: «Hemos sido desdichadas —le dijo—, ¡oh Dion¡, durante tu destierro; con tu venida y tu victoria nos has librado de opresión y angustia a todos nosotros, a excepción de ésta, a quien yo, miserable, he visto ser por fuerza, vivo tú, casada con otro. Ahora, pues, que la fortuna nos ha puesto en tu poder, di cómo tomas la necesidad en que esta infeliz se ha visto, y si te ha de abrazar como tío o como marido.» Dicho esto por Aristómaca, no pudiendo Dion contener las lágrimas, abrazó con el mayor cariño a su esposa y, entregándole el niño, le dijo que marcharan a su propia casa, a la que él también se fue a habitar, habiendo hecho entrega de la ciudadela a los Siracusanos.

LII.—Habiéndole salido tan felizmente los negocios, la primera cosa en que se propuso gozar de su prosperidad fue en hacer favores a sus amigos y donativos a los aliados, y más especialmente en hacer participantes de su humanidad y munificencia a los más allegados que tenía en la ciudad, y a los soldados que le habían servido, excediendo su magnanimidad a sus facultades; pues por lo que hace a sí mismo se trataba sencilla y frugalmente como cualquiera particular, siendo de maravillar que, teniendo puesta la vista en su brillante fortuna no sólo la Sicilia y Cartago sino toda la Grecia, y no reputando todos por tan grande a ningún general de los de aquella edad, ni hallando con quien compararlo en valor y en buena suerte, usara de tanta moderación en el vestido, en la servidumbre y en la mesa, como si se mantuviera en la Academia al lado de Platón y no viviera con extranjeros y soldados, para quienes los continuos festines y recreos son un desquite de los trabajos y peligros. Y si Platón le había escrito que a él solo sobre la tierra miraban todos, él, a lo que parece, no miraba mas que a un pequeño recinto de una sola ciudad, esto es, a la Academia, sabiendo que aquellos espectadores y jueces, no tanto admirarían ninguna acción brillante ni ninguna empresa atrevida como estarían en observación de si hacía un uso prudente y modesto de su fortuna, y si se mostraba templado en la prosperidad y en la opulencia. Por lo que hace a la severidad

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en el trato y a la gravedad para con el pueblo, tenía propuesto de no rebajar o quitar nada, a pesar de que el estado de las cosas pedía cierta condescendencia y de que, como hemos dicho, Platón le había reprendido escribiéndole que la terquedad y dureza son propias de la soledad, sino que él, naturalmente, debía de ser despegado, y parece que se proponía mejorar en costumbres a los Siracusanos, demasiado muelles y delicados.

LIII.—Era preciso que estuviese siempre receloso de la enemistad de Heráclides, el cual, en primer lugar, llamado al consejo, no quiso concurrir, diciendo que, por ser un particular, adonde debía asistir era a la junta pública con los demás ciudadanos. Además de esto, acusaba a Dion de no haber demolido la ciudadela; de que, queriendo el pueblo deshacer el sepulcro de Dionisio el Mayor y arrojar su cadáver, no se le permitió, y, finalmente, que llamaba consejeros y compañeros para el mando de la ciudad de Corinto, desdeñando sus propios ciudadanos. De hecho había llamado a los de Corinto, por creer que con más facilidad establecería con su venida el gobierno que meditaba. Considerando a la democracia pura, no como un gobierno, sino como el mercado de todos los gobiernos, según expresión de Platón, pensaba desterrarla de Siracusa y establecer y plantear, al modo de los Lacedemonios y Cretenses, un gobierno mixto de democracia y monarquía, en que la aristocracia tuviera la principal dirección; porque veía que también en los Corintios dominaba la oligarquía y eran pocos los negocios públicos que se administraban en la junta popular. Atendiendo, pues, a que Heráclides principalmente se le había de oponer para estos arreglos, siendo por otra parte turbulento, mudable y dispuesto a sediciones, a los que en otro tiempo había estorbado quitarlo de en medio, en esta ocasión se lo permitió, y así, introduciéndose en su casa, en ella le dieron muerte, la que los Siracusanos manifestaron sentir mucho. Pero Dion, disponiendo que se le hiciera un magnífico entierro, acompañando la pompa con todo el ejército, y arengándoles después, logró que se la perdonasen, por creer que no podrían dejar de ser continuas las disensiones si a un tiempo gobernaban Heráclides y Dion.

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Vidas Paralelas

LIV.—Tenía Dion un amigo en Atenas llamado Calipo, del que decía Platón que, no por gustar de la doctrina, sino por la iniciación y por ciertas amistades vulgares, se le había hecho conocido y familiar; pero él, por otro lado, no carecía de instrucción en la milicia, en la que además se había adquirido un nombre, tanto, que había sido el primero que con Dion había entrado en Siracusa coronado, y en los combates era ilustre y distinguido. Habiendo perecido en la guerra los principales y mejores amigos de Dion, y, por otra parte, quitado de en medio a Heráclides, vio que el pueblo de Siracusa había quedado sin caudillo, y que los soldados de Dion principalmente le atendían y respetaban, con lo que Calipo, el más malvado de los hombres, vino a concebir la esperanza de que la Sicilia había de ser el premio de la muerte de su huésped; aun hay quien dice que había recibido veinte talentos de los enemigos por precio de esta maldad. Corrompió, pues, y sedujo a algunos de los aliados contra Dion, valiéndose para ello de este principio sumamente perverso y astuto: denunciando continuamente algunos rumores contra Dion, o que verdaderamente se habían esparcido o levantados por él, adquirió tal autoridad y poder, por el crédito que había sabido conciliarse, que con reserva o a las claras hablaba a los que quería contra Dion, permitiéndolo éste para que no se le ocultase ninguno de los descontentos o que se hiciesen sospechosos. Con esto vino a suceder que en breve Calipo pudo dar con los malos y mal dispuestos y asociárselos, y si alguno desechaba la proposición y daba cuenta a Dion de la tentativa con él hecha, no le cogía a éste de nuevo ni se inquietaba, suponiendo que Calipo no hacía mas que lo que él le había mandado.

LV.—En el tiempo en que ya se trataba este género de asechanza, tuvo Dion una visión grande y prodigiosa: hallándose una tarde solo sentado en la galería de su casa, pensando en sus cosas, de repente oyó un ruido, y volviendo la vista a uno de los corredores a tiempo que aun duraba la luz del día, vio a una mujer gigantesca, que en el traje y en el rostro en nada se diferenciaba de las Furias, estar con una escoba barriendo la casa. Pasmado, pues, y lleno de miedo, hizo llamar

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Plutarco

a sus amigos y les refirió la visión que se le había aparecido, rogándoles que se quedasen y estuviesen con él allí la noche, hallándose del todo sobrecogido y temeroso de que volviera a presentársele aquel espectro estando solo; no volvió, sin embargo, a suceder. Al cabo de pocos días su hijo, que apenas era mancebo, por cierto disgusto y enfado, nacido de pequeña y pueril causa, se tiró de cabeza desde lo alto del tejado, y se mató.

LVI.—Mientras estaba Dion cercado de tales disgustos, Calipo adelantaba más y más sus asechanzas, y había hecho correr entre los Siracusanos la voz de que Dion, hallándose sin hijos, estaba en ánimo de llamar a Apolócrates el de Dionisio y declararle su sucesor, como sobrino que era de su mujer y nieto de su hermana. Ya habían llegado a tener sospechas Dion y las mujeres de lo que pasaba, y además eran frecuentes las denuncias que se les hacían de todas partes; pero pesaroso Dion de lo ocurrido con Heráclides y de aquella muerte, como si en su vida y en sus acciones le hubiese quedado cierta mancha impresa que no le dejaba obrar, en todo encontraba dificultades y andaba dando largas, habiéndose dejado decir muchas veces que estaba pronto a morir y a presentarse al que quisiera traspasarle, más bien que haber de precaverse de amigos y enemigos. Viendo, pues, Calipo que las mujeres estaban instruidas menudamente de toda la conjuración, y concibiendo temor, se presentó a ellas negándolo, y con lágrimas les dijo que les daría las seguridades que quisiesen; pero ellas no se contentaban con nada menos que con que prestase el grande juramento. Era en esta forma: bajando el que le prestaba al santuario de Ceres y Proserpina, con ciertas ceremonias se circundaba de la púrpura de la Diosa, y tomando una tea encendida, hacía el juramento. Cumpliendo con todas estas cosas Calipo, y jurando, de tal modo se burló de las Diosas, que aguardó los días consagrados a la fiesta de la Diosa por quien juraba, y en uno de estos días cereales ejecutó la muerte de Dion, pareciéndole que no era bastante impío con la Diosa y con su festividad si en otro tiempo él mataba a su iniciado93.

93 Alude a los misterios de Eleusis, en los que, al iniciarse

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Vidas Paralelas

LVII.—Siendo ya muchos los que estaban en la conjuración, y hallándose Dion con sus amigos sentado en una habitación que tenía muchas camas, unos cercaron la casa y otros tomaron las puertas y ventanas; pero los de Zacinto, que eran los que habían de echarle mano, entraron sin llevar puñales en la cinta; al mismo tiempo, los de la parte afuera trajeron a sí las puertas y las tenían sujetas; los otros, habiéndose echado sobre Dion, trataban de sujetarlo y sofocarlo; pero viendo que nada les aprovechaba, pedían un puñal. Nadie se atrevió a abrir las puertas, sin embargo de ser muchos los que estaban dentro, y es que cada uno echaba cuenta de salvarse a sí mismo si abandonaba a Dion, y así ninguno fue a su socorro. Como fuese demasiado despacio, Licón Siracusano alargó a uno de los Zacintios un sable por una de las ventanas, y con él como a una víctima degollaron a Dion, a quien tenían ya sujeto y atemorizado de antemano. Inmediatamente después, a la hermana y a la mujer, que estaba encinta, las hicieron llevar a la cárcel, donde sucedió que la infeliz mujer dio a luz un hijo varón, y aun lograron que se le permitiera criarlo, habiéndolo recabado de los guardias a tiempo que ya Calipo empezaba a experimentar alguna turbación en sus negocios.

LVIII.—Porque al principio, habiendo quitado del medio a Dion, logró hacerse ilustre y apoderarse de Siracusa, lo que participó a la misma ciudad de Atenas, a la que después de los dioses debía reverenciar y temer, habiéndose arrojado así a la maldad. Pero parece que es cierto lo que se dice, que aquella ciudad, si los hombres buenos se dan a la virtud, los produce excelentes, y si los malos siguen la senda del vicio, son los más perversos, así como su terreno da la miel más sabrosa y la cicuta más mortífera. Pero no por largo tiempo estuvo Calipo siendo una acusación de la fortuna y de los dioses, de que miraban con indiferencia a un hombre que había adquirido por medio de tal impiedad tan grande mando y tanto esplendor, porque muy presto pagó la pena merecida; habiendo intentado,

Dion, debió de ser Calipo el que le recibió, y es sabido el gran delito que esto producía.

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Plutarco

en efecto, tomar a Catana, al punto perdió a Siracusa, de manera que se refiere haber dicho él mismo que había perdido una ciudad por tomar una raedera. Invadiendo después a Mesana, perdió a la mayor parte de los soldados, entre ellos los que habían dado muerte a Dion, y no queriendo recibirle ninguna ciudad de la Sicilia, sino antes aborreciéndole y desechándole todos, se acogió por último a Regio. Allí, pasándolo miserablemente, y no pudiendo asistir a las tropas asalariadas, fue muerto por Leptines y Poliperconte, que usaron casualmente del mismo sable con el que dicen haberlo sido Dion, conociéndolo en el tamaño, porque era corto como todos los de Esparta, y muy pulido y gracioso en su hechura; de este modo pagó Calipo su merecido. Por lo que hace a Aristómaca y Arete, luego que fueron sueltas de la cárcel vinieron a poder de Icetes de Siracusa, que había sido uno de los amigos de Dion, el que al principio dio muestras de ser fiel a la amistad y tratarlas con decoro; pero seducido, por último, de los enemigos de Dion, les previno una embarcación como para enviarlas al Peloponeso, y mandó que en la travesía las diesen muerte y las arrojasen al mar; y no falta quien diga que vivas las sumergieron, y al hijo con ellas. Pero también éste tuvo la pena que merecieron sus crímenes, porque él mismo fue muerto habiendo caído cautivo en poder de Timoleón, y a dos hijas suyas los Siracusanos las sacrificaron a Dion, de las cuales cosas en la vida de Timoleón se escribe circunstanciadamente.

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V.

GUILLERMO FRAILE.

HISTORIA DE LA FILOSOFÍA I.

GRECIA Y ROMA.

PLATÓN. OBRAS.

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Guillermo Fraile

2. Obras.—Poseemos actualmente todos los escritos de Platón mencionados por los antiguos. Aristófanes de Bizancio (h.250-180) hizo la primera distribución en cinco trilogías. Dercílides (s. II-I a. J. C.) y Trasilo de Mendes († 36 p. J. C.) los dividieron en nueve tetralogías, en las que figuran mezcladas obras auténticas y espurias94.

a) Autenticidad.—En el siglo pasado la crítica fue excesivamente severa, y en no pocos casos arbitraria. Interpretando el contenido doctrinal conforme a esquemas trazados más o menos a priori, y rechazando todo cuanto no se ajustaba a sus ideas preconcebidas, los críticos pusieron en tela de juicio la autenticidad de la mayor parte de los Diálogos. Apenas quedó alguno libre de objeciones. Ast redujo a catorce el número de los auténticos95. Schaarsmidt, a nueve96. Windelband, Ueberweg, Socher y Huit pusieron en duda el Parménides, el Sofista y el Político97. Pero ninguno fue tan radical como Krohn, que redujo a la República la obra auténtica de Platón98.

94 Ueberweg, p. 199.95 Ast, F., Platons Leben und Schriften (Leipzig 1816).96 Schaarsmidt, C. Die Sammlung der platonische Schriften, zur Scheidung der echten und der unechten (Bonn 1886).97 Windelband, G., Platon.

Ueberweg, Fr. Untersuchungen über die Echiheit und Zeitfolge platonischer Schriften... (Viena 1861).

Socher, G., Ueber Platon's Schriften (Munich 1820). Huit, Ch., La vie et l'oeuvre de Platón (París 1873).98 Krohn, A., Der platonische Staat (Halle 1876); Die platonische Frage (Halle 1878).

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Historia de la filosofía I

La crítica moderna es más moderada, admitiendo la autenticidad de la mayor parte de las obras atribuidas a Platón. Como norma general se aceptan todos los Diálogos admitidos por los antiguos, exceptuando tan sólo los que por su estilo o por su contenido doctrinal aparecen claramente rechazables. Los criterios adoptados, unos son externos, como la tradición y el testimonio de los autores antiguos, y otros internos, o sea el contenido doctrinal, la coherencia de unos Diálogos respecto de otros, la disposición artística, el lenguaje, estilo y vocabulario.Solamente quedan excluidos como espurios los siguientes: Axíoco, Sobre lo justo (ð. äéêáßïõ), Sobre la virtud (ð. Üñåôçò), Demódocos, Sísifo, Eryxias, Alción y las Definiciones (’´Ùñïé). Se consideran muy dudosos: Alcibíades II, Hiparco, Los Rivales (Üíôåñáòôáß), Los Amantes (Ýñáòôáß), Teages, Minos (aunque su doctrina es netamente platónica), Clitofón (menos dudosa), Epínomis (breve apéndice a las Leyes, atribuido a Filipo de Opunte, y que quizás hay que retrasar un poco más, pues se nota la influencia de Posidonio en su demonología astral). De las trece Cartas que se conservan se consideran auténticas la VII y la VIII, y probables las II, III, VI y XIII.

b) Cronología.—Más difícil todavía es la cuestión de precisar la cronología, cuya importancia es muy grande para apreciar el desarrollo del pensamiento platónico. En el siglo pasado, hasta Lewis Campbell (1867), prevaleció el método doctrinal. El orden cronológico de los Diálogos se establecía haciéndolo depender de esquemas trazados a priori, en que una idea central debería haberse ido desarrollando conforme a etapas previstas. El resultado fue que a cada diálogo se le asignaron las fechas más diversas, conforme al criterio adoptado por cada autor99. Actualmente se ha llegado a

99 W. G. Tennemann expuso en forma sistemática el pensamiento platónico, acomodándolo a su propio concepto de la Filosofía. Introdujo el supuesto período megárico, en el cual ponía la composición del Teeteto (System der platonische

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Guillermo Fraile

conclusiones bastante unánimes en cuanto a la distribución general en varios grupos netamente destacados, aunque subsistan todavía imprecisiones acerca del orden concreto en que deben sucederse cada uno de los diálogos en particular100.Los criterios adoptados han sido unos externos, como son: a) los testimonios de los autores antiguos, que son muy escasos, y de los cuales sólo hay uno cierto, respecto de las Leyes, que todos consideran como la obra de la vejez de Platón101; b) las alusiones de los mismos diálogos a personas o hechos

Philosophie, Leipzig 1792-1795).G. Stallbaum (1831), H. Ritter (1824-1854), G. F.

Hermann (1839) y Zeller admiten también el período megárico, que carece de todo fundamento.

F. Sciileiermacher señala un orden pedagógico, dividido en tres períodos: 1.°, elemental, directo (Pedro, Protágoras, Parménides); 2.°, indirecto, por medio de la discusión (Teeteto, Sofista, Político, Banquete, Filebo); 3.º, constructivo, por medio de la exposición objetiva (República, Timeo, Leyes) (Platon's Werke, Berlín 1804, 1856-1862).

G. F. Hermann distingue tres períodos: 1.°, socrático; 2.0, megárico (Cratilo, Teeteto, Sofista, Político, Parménides); 3.0, constructivo, o de madurez (Fedro, Filebo, Timeo, Critias, Leyes) (Geschichte und System der platonischen Philosophie, Heildelberg 1839).

V. Cousin señalaba tres fases: 1.a, mística, o poética; 2.a, dialéctica, o racional; 3.a, mixta, en que se mezclan el sentimiento y la razón (Oeuvres completes de Platón, París 1821-1840).

G. Grote considera que cada diálogo constituye una composición independiente, sin ninguna intención sistemática (Plato and the other companions of Sokrates, Londres 2-1867).

G. Teichmüller adoptó un criterio interno, distribuyendo los Diálogos en dos periodos, caracterizados por el empleo de la forma narrativa y la dramática.100 L. Stefanini, adoptando un criterio combinado a base de elementos internos y externos y uniendo el análisis estilométrico de Lutoslawski al empleo de la forma dramática y

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históricos de fecha conocida, las cuales son muy pocas e inciertas, agravadas por la libertad que Platón se permite de situar sus personajes fuera de su cronología real (como sucede con Parménides); c) la dependencia de Platón respecto de las obras de otros autores contemporáneos (v.gr., Aristófanes, que figura en el Banquete; Isócrates, cuyo panfleto contra Sócrates data de 393); d) las polémicas mantenidas con ellos (v.gr., las alusiones del Sofista a los megáricos).Más positivos en resultados han sido los criterios internos, tales como: a) el análisis del contenido doctrinal de cada diálogo, que permite apreciar el desarrollo del pensamiento platónico sobre temas concretos (v.gr., el mayor o menor predominio de temas socráticos, que distingue a los diálogos tempranos de los de madurez; la mayor riqueza ideológica de los diálogos de fecha más avanzada); b) las referencias de unos diálogos a otros, que son muy escasas, pues solamente se pueden señalar como ciertas las de República en el Timeo y en las Leyes, la del Teeteto al Sofista, la del Sofista al Político, y la del Timeo al Critias; c) las variantes en la disposición artística de cada diálogo; d) las diferencias de empleo de la forma narrativa y la forma dramática (Teichmüller), que dan margen para una distribución general bastante aproximada; e) las diferencias de estilo y vocabulario, que distingue los diálogos tempranos de los de la época más avanzada; f) el cuidado de evitar el hiato (Blass); g) el predominio de determinadas enclíticas, como por ejemplo þòðåñ, ôß ìÝí, ÜëëÜ, ìÝí, üíôùò en los primeros diálogos, y êáß ìÝí, êáèÜðåñ, üí y en los más tardíos.Este método, iniciado por L. Campbell, en su edición del Sofista y del Político (Oxford 1867), ganó en seguida el favor

la narrativa (Teichmüller), ha llegado a resultados muy aceptables en el orden de la composición de los Diálogos. Aunque quedan algunas dificultades, v.gr., en la fecha de la Apología, del Menón y del Gorgias, adoptaremos en general la cronología señalada por Stefanini (Platone [Padua 1949]; Grande Antología filosófica [Marzorati, Milano 1954] t.1 p.222ss).101 D. Laercio, III 37.

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de los críticos, y fue aplicado con excelentes resultados por Blass102, Dittenberger103, Peipers104, Siebeck105, Von Amim106, y sobre todo por Lutoslawski107, el cual estudió minuciosamente quinientas particularidades de estilo (estilemas) en los distintos diálogos, dando un fundamento científico a la estilometría, deduciendo la existencia de cuatro grupos netamente destacados.Recientemente ha sido renovada la doble cuestión de la autenticidad y cronología de la obra platónica por J. Zürcher en forma mucho más radical, estableciendo la tesis de que la redacción del Corpus academicum no es obra personal de Platón, sino de Polemón, tercer sucesor suyo en la Academia. A Platón solamente corresponderían algunos esbozos de los diálogos menos importantes (Apología, Critón, los dos Hippias, Hiparco y algún otro); pero la redacción de las obras del Corpus academicum, tal como actualmente lo poseemos, habría sido realizada entre los años 300-270108.

102 14 Blass, Platón 1874.103 Dittenberger, W., Sprachliche Kriterien für die Chronologie der platonische Dialoge: Hermes 15 (1881) 321-345.104 Peipers, D., Ontologia platónica (Leipzig 1883).105 Siebeck, G., Unters. zur Philosophie der Griechen (Freiburg 1882).106 Arnim, H. von, De Platonis dialogis quaestiones chronologicae (1896).107 W. Lutoslawski, The origin and Growth of Plato's Logic (Lóndres 5i90S); Id., Sur une nouvelle méthode pour determiner la chronologie des dialogues de Platón (París 1896).El método estilométrico de Lutoslawski ha sido aceptado por la generalidad de los críticos: P. Natorp, Th. Gomperz, H. Raeder, U. von WilamowitzMoellendorf, A. Dies, A. E. Taylor, L. Robín, L. Stefanini, j. Chevalier (La notion de Nécessaire chez Aristote et ses prédéceseurs [1915], apéndice I: Chronologie de Platón, p.191-222).108 Zürcher, G., Das Corpus Academicum (Schóningh, Paderborn 1954).

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El motivo que habría impulsado a Polemón a hacer esta magna refundición de la obra de su antecesor, hacia quien profesaba la mayor veneración, habría sido que el fondo científico del platonismo había quedado retrasado en relación a los avances de la filosofía hacia el año 300. Tanto el Perípato (por obra de Teofrasto) como la Stoa y el Kepos tenían un vigor que contrastaba con la penuria de la Academia. Polemón se propuso poner el platonismo «al día», para lo cual no vaciló en tomar a manos llenas lo que le pareció más conveniente de los peripatéticos, estoicos, epicúreos y científicos de su tiempo, a fin de incorporarlo a los Diálogos y subsanar de este modo las deficiencias de su maestro. En esta labor, que duró por lo menos veinte años, Polemón tuvo gran cuidado de conservar el estilo y la escenografía histórica, dejando en la penumbra o encubriendo bajo el nombre de personajes contemporáneos de Platón otros personajes y acontecimientos posteriores.En virtud de esto, la obra personal de Platón queda reducida al mínimo y, en cambio, adquieren categoría de auténticos los Diálogos hasta ahora rechazados como espúreos.Los argumentos de Zürcher son variados: lenguaje y estilo; 2.°, estado de la ciencia hacia 300 y comparación con la del tiempo de Platón; 3.0, comparación y dependencia entre estoicismo, epicureismo y platonismo; 4.º, comparación de la problemática del Corpus academicum y del Corpus peripateticum entre 310-290; 5.0, episodios y alusiones, que sólo pueden explicarse situándolos hacia el 300.En su última obra ha desplegado Zürcher mucho menos aparato de erudición que en la dedicada a Aristóteles. Quizá por confiar excesivamente en las conclusiones establecidas en ésta, las afirmaciones más sorprendentes se suceden apoyadas en pruebas debilísimas o arbitrarias. La tesis general no llega ni siquiera a la verosimilitud109.

109 Para que mejor puedan apreciarse las coincidencias y las discrepancias en la cronología de los Diálogos platónicos, damos una referencia de las opiniones de los autores más destacados:

W. Lutoslawski (The origin and growth of Plato's Logic,

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3. Orden probable de los «Diálogos».— Primerperíodo socrático.—Diálogos en forma dramática. (Desde 399, muerte de Sócrates, hasta 388, primer viaje a Sicilia.)Diálogos aporemáticos. Se discuten los problemas, pero casi en ninguno se llega a una solución. Platón no es puramente socrático, ni siquiera en estos primeros diálogos110. Desde el primer momento rebasa el ámbito intelectual en que se movió Sócrates, aun cuando trate los mismos problemas. Pero en todos estos diálogos resalta el propósito apologético de

Londres 1905): I. Período socrático: 1.°, Apología; 2.º, Eutifrón; 3.º, Critón; 4.º, Cármides; 5.°, Laques; 6.°, Protágoras; 7.º, Menón; 8.°, Eutidemo; 9.º, Gorgias.—II. Período platónico: 10.°, Cratilo; 11.°, Banquete; 12.°, Fedón; 13.°, República I. III. Platónico medio: 14.°, República II-X; 15.°, Fedro; 16.°, Teeteto; 17.°, Parménides.—IV. Ultimo período: 18.°, Sofista; 19.°, Político; 20.º, Filebo; 21.º, Timeo; 22.°, Critias; 23.°, Leyes.

U. Wilamowitz (Platón, Berlín 1929): I. Antes de 399: Ion; 2.a, Hippias II; 3.º, Protágoras.—II. De 399-388: 4.º, Apología; 5.º, Critón; 6.°, Laques; 7.º, Lysis; 8.°, Cdrmides; 9.º, Eutifrón; 10.°, República I; ii.°, Gorgias.—III. Madurez (388-361): 12.°, Menexeno; 13.°, Menón; 14.°, Cratilo; 15.°, Eutidemo; 16.°, Fedón; 17.°, Banquete; 18.°. República II-X; 19.°, Fedro; 20.°, Parménides; 21.°, Teeteto.—IV. Vejez (360-347): 22.°, Sofista; 23.°, Político; 24.º, Timeo; 25.°, Critias; 26.°, Filebo; 27. °, Leyes.

P. Friedlander (Platón, Berlín 1928-1930): I. Juventud: i.°, Protágoras; 2.º, Laques; 3.º, República I; 4.º, Cármides; 5.º, Eutifrón; 6.°, Lysis; 7.º, Hippias I; 8.°, Hiparco; g.°, Ion; 10.°, Hippias II; 11.°, Teages; 12.º, Apología; 13.°, Critias; 14.º, Eutidemo; 15.°, Cratilo; 16.°, Menexeno; 17.°, Alcibíades I; 18.°, Gorgias; 19.°, Menón.—II. Época media: 20.º, Banquete; 21.°, Fedón; 22.°, República II-X.—III. Época tardía: 23.°, Teeteto; 24.º, Parménides; 25.°, Fedro; 26.°, Sofista; 27.°, Político; 28.°, Filebo; 29.°, Timeo; 30.º, Critias; 31.°, Leyes.

J. Geffcken (Antiplatonika, Heidelberg 1931): I. Juventud: i.°, Apología; 2.º, Critias; 3.º, Protágoras; 4.º, Laques;

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rehabilitar la figura de su maestro.1.° Apología de Sócrates (h.396).—Escrita al regresar Platón de su viaje a Egipto. Reproduce la defensa de Sócrates ante sus jueces. No se ajusta rigurosamente a las acusaciones presentadas ante el tribunal, pero tiene, ciertamente, valor histórico, pues en la fecha de su composición vivían todos o la mayor parte de los que habían presenciado el proceso.2.° Critón.—Sobre los deberes cívicos (antes de 395). Sócrates, modelo de ciudadano, renuncia a salvar su vida para

Cármides; 6.°, Eutifrón.— II. Madurez: Gorgias, Menexeno, Menón, Eutidemo, Cratilo.—III. República, Fedro, Parménides, Teeteto, Leyes.

K. Hildebrandt (Platón, Berlín 1933): I. Juventud: i.°, Protágoras; 2.º, Apología; 3.º, Critias; 4.º, Laques; 5.º, Cármides; 6.°, Eutifrón.—■ II. Madurez: Gorgias, Menexeno, Menón, Eutidemo, Cratilo.—III. Vejez: República, Fedro, Parménides, Teeteto, Leyes.

Ueberwf.gPraechter (Grundriss d. G. d. Phil. p.i.a p.189): I. Juventud: i.°, Apología; 2.a, Critón; 3.º, Ion; 4.º, Protágoras; 5.º, Laques; 6.a, República I; 7.º, Lysis; 8.°, Cármides; 9.º, Eutifrón.—II. Transición: 10.°, Gorgias; n.°, Menón; 12.°, Eutidemo; 13.°, Hippias II; 14.º, Cratilo; 15.", Hippias I; 16.°, Menexeno.—III. Madurez: 17.°, Banquete; 18.°, Fedón; 19.º, República II-X; 20.º, Fedro.—IV. Vejez: 21.º, Teeteto; 22.°, Parménides; 23.°, Sofista; 24.º, Político; 25.°, Filebo; 26.º, Timeo; 27.º, Critias; 28.°, Leyes; 29.°, Epínomis.

Rivaud (Hist. de la Phil., París 1948): I período: i.°, Hippias II; 2.º, Hippias I; 3.º, Ion; 4.º, Critón; 5.º, Alcibíades I; 6.°, Cármides; 7.º, Laques; 8.°, Lysis; 9.º, Eutifrón; 10.a, Protágoras; 11.a, Apología.—II período: 12.°, Menexeno; 13.°, Menón; 14.º, Eutidemo; 15.°, Crati/o; 16.°, Banquete; 17.°, Fedón; 18.°, República.—III período: 19.°, Fedro; 20.º, Parménides; 21.°, Teeteto; 22.°, Sofista; 23.°, Político; 24.a, Filebo.—IV período: 25.°, Timeo; 26.º, Critias; 27.º, Leyes.

J. Zürcher (Das Corpus Academicum, Paderborn 1954): i.°, Apoíogía; 2.º, Critón; 3.º, Menexeno; 4.º, Cármides; 5.º, Lysis; 6.a, Eutifrón; 7.º, Laques; 8.°, Hippias I y II; 9.º, Jon; 10.°,

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permanecer fiel a las leyes de Atenas, a las que da un sentido religioso, como expresión de la voluntad de Dios (55e).3.° Laques.—Sobre el valor militar. No llega a ninguna conclusión en su intento de definir el valor. La cuestión tratada (oplomaquia, armadura pesada) parece más bien un pretexto para demostrar prácticamente el método dialéctico que debe seguirse en una discusión.4.° Hippias menor (II).—Sobre la mentira y la verdad. Insuficiencia del racionalismo moral de Sócrates. No llega a ninguna conclusión.5.° Gorgias (después de 393-392, fecha de la acusación de Polícrates).—Contraposición entre la retórica y la verdadera sabiduría, entre el derecho de la justicia y el de la fuerza. Hace resaltar la sobriedad de la dialéctica contra los excesos de la retórica. (Vale más sufrir la injusticia que cometerla.) Contraste entre el placer y la virtud. Hedonismo inmoral de Polos y Calicles. Utilitarismo socrático. Aparece el mito sobre la inmortalidad del alma. Tiene una finalidad práctica y moral, presentando la Retórica como un arte de mentira, funesto para

Eutidemo; 11.°, Protágoras; 12.°, Gorgias; 13.°, Menón; 14.º, Teeteto; 15.°, Banquete; 16.°, Fedón; 17.°, Fedro; 18.°, Cratilo; 19.°, Parménides; 20.a, Sofista; 21.°, Político; 22.a, Filebo; 23.°, Alcibíades I; 24.º, Alcibíades II; 25.°, Axíoco; 26.°, Eryxias; 27.°, Sísifo; 28.°, Demódoco; 29.°, Hiparco; 30.º, Minos; 31.°, Sobre ía justicia. Sobre la virtud; 32.º, Clitofón; 33.°, Losriua/es; 34.º, Teages; 35.a, República; 36.º,Leyes; 37.°, Timeo; 38.°, TimeoLocro; 39.º, Epínomis; 40.º, Critias.

L. Stefanini (Platone, Padova 1949): I. De 399-387: 1.°, Apología; 2.º, Critón; 3.º, Laques; 4.º, Hippias menor; 5.º, Gorgias; 6.a, Alcibíades I; 7.º, Menón; S.°, Ion; 9.º, Hippias mayor; 10.a, Cratilo; 11.a, Eutifrón.— II. De 387-374: 12.°, Protágoras; 13.°, Lysis; 14.º, Eutidemo; 15.°, Cármides; 16.°, Clitofón; 17.°, Banquete; 18.°, Fedón; 19.°, República.—III. De 374-366: 20.º, Fedro; 21.°, Menexeno; 22.a, Teeteto; 23.°, Parménides.—IV. De 366-361: 24.°, Sofista; 25.°, Político; 26.°, Filebo; 27.°, Timeo; 28.°, Critias; 29.°, Leyes.110 L. Stefanini, Platone I p.19.39.

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los individuos y el Estado.6.° Alcibíades (I).—Sobre la justicia. «Conocerse a sí mismo es el fin del hombre, que consiste en conocerse a sí mismo en cuanto alma.» «El hombre es el alma» (1300-1313). La virtud es necesaria, tanto para el individuo como para la ciudad.7.º Menón.—Sobre si la virtud puede ser enseñada. Conclusión negativa, contraria a la tesis de Sócrates, Insuficiencia de la razón discursiva, que debe apoyarse en la experiencia y completarse con la intuición. «La dialettica non basta al sapere; il sapere non basta a la virtù; qui è tutto in Menone»111. Aparecen los primeros elementos pitagóricos, la preexistencia de las almas y la reminiscencia. Por esto quizá habría que retrasar un poco la composición de este diálogo, lo mismo que la del Gorgias. «Marca la crisis, el momento en que Platón se da perfecta cuenta de que sus problemas trascienden los límites en que pensó y vivió Sócrates»112.8.° Ion.—Sobre la poesía.9.º Hippias mayor (I).—Sobre la belleza. Esboza una primera aurora de las Ideas.10.° Cratilo.—Sobre la propiedad de las palabras. Contra el heraclitismo, Insuficiencia de las palabras y de las etimologías para hallar la verdad y la esencia de las cosas. Aparece la teoría de las Ideas.11.° Eutifrón— Sobre la piedad. Presenta a Sócrates, condenado por asebeía, como modelo de piedad. Ridiculiza la hipocresía de Éutifrón, que se preocupa más de evitar el pecado que la injusticia.12.° República (I) (Trasímaco) (h.390).—Sobre la Justicia.Segundo período.—Transición. Desde la fundación de la Academia (387) hasta el segundo viaje a Sicilia (366-365).Rebasa por completo los límites de la enseñanza socrática y pone de manifiesto su insuficiencia. Platón, ya con escuela propia, necesita distinguirse no sólo de los socráticos, sino también del mismo Sócrates. Sócrates sigue figurando como primer personaje, pero su carácter histórico se va desdibujando

111 L. Stefanini, Platone I p.97.103.105.112 A. Tovar, Vida de Sócrates p.24.

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cada vez más. El pensamiento de Platón se va haciendo cada vez más abstracto. El estilo se fija y se depura. La experiencia de Siracusa se refleja en un leve matiz de pesimismo. El ataque se centra contra los sofistas, cuyos temas favoritos trata.a) Diálogos de forma narrativa (387-374).13.° Protágoras.—Trata de la virtud en general, y en especial si puede ser enseñada. Contra los sofistas. Se propone señalar la diferencia entre el socratismo y la sofística.14.° Lisis (posterior a 394).—Sobre la amistad. Contra los sofistas.15.° Eutidemo.—Contra las falacias dialécticas de los sofistas. (¿Contra Antístenes?)16.° Cármides.—Posterior a 403, pues Platón nunca hace figurar a personajes vivos113. Sobre la templanza (sophrosyne). Sócrates fue un buen educador, y no un corruptor de la juventud. Se aleja de la enseñanza socrática impugnando el γνωσθι σεαυτόν y la reducción de la virtud a ciencia. Intenta definir científicamente la templanza, pero llega a una conclusión negativa.17.° Clitofón.—Expone la doctrina socrática sobre la virtud, considerándola insuficiente para la felicidad.18.° Banquete (poco posterior a 385).—Sobre el amor y la belleza. Alude a la destrucción de Mantinea y al «diecismo». Figura como personaje Aristófanes, que muere en 386. Desarrolla la teoría de las Ideas.19.° Fedón (h.380).—Sobre la inmortalidad del alma. Fuertemente impregnado de pitagorismo: preexistencia de las almas, escatología, matematismo. Mayor desarrollo de la teoría de las Ideas que en el Banquete.20.° República.—Primera entrega de los libros II, III, IV hasta 427c. Libros V, VI, VII, VIII, IX, X, concluidos antes del segundo viaje a Siracusa (antes de 367). Todo el República parece concluido hacia 374.b) Diálogos en forma mixta.—Transición a la forma dramática (374-366).

113 Cármides muere en la batalla de Muniquia (403) (Jenofonte, Hellen. II4.19V

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21.° Menexeno (después de 387-6, paz de Antálcidas. Quizá entre 386-2).—Parodia burlesca de la oración fúnebre. Ridiculiza la hueca retórica de los oradores patrioteros.22.° Fedro (h.374).—Sobre el amor y la belleza. (Bello compendio de toda la filosofía platónica.)23.° Teeteto (h.368).—Escrito poco después de la muerte de Teeteto, herido mortalmente en la batalla del istmo de Corinto (369). Sobre el conocimiento científico. Contra el heraclitismo epistemológico.24.° Parménides (h.369).—Autocrítica de la teoría de las Ideas. Impugnación del ser único de los eléatas. Redactado en estilo seco y conciso (quizá compuesto en Sicilia hacia 366?).Tercer período.—Entre el segundo viaje a Sicilia (366) y el tercero (361). Retorno a la forma dramática.25.° Sofista (h.365).—Sobre el ser y la teoría de las Ideas. Continuación del Teeteto. Trata de resolver los problemas que dejó planteados en el Parménides.26.° Político (antes de 361).—Sobre las condiciones del gobernante. Con el Sofista debería formar trilogía otro diálogo titulado el Filósofo, que Platón no llegó a escribir.Cuarto período.—Vejez. Después del tercer viaje a Sicilia (361) hasta su muerte (347). Forma dramática. Predomina el pitagorismo, sobre todo en el problema cosmológico (Timeo). Sócrates pasa definitivamente a segundo término, representando, en frase de Gomperz, el papel de «presidente honorario».27.° Filebo (h.360).—Sobre el placer y el bien.28.° Timeo (h.360-359).—Sobre Cosmología.29.° Critias (inacabado).—Contraposición del Estado agrario al imperialismo marítimo. Mito de la Atlántida. Al Critias debería haber seguido el Hermógenes, que Platón no llegó a escribir.30.° Carta VII (después de la muerte de Dion, 353).31.° Leyes (D. L., III 37).—Incompleto. Algunos lo creen póstumo. Rectifica el idealismo de la República.

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BIBLIOGRAFÍA

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Cornelio Nepote. Vidas. Editorial Gredos, MADRID 1985.

Platón. Obras completas. Editorial Aguilar, MADRID 1977.

Plutarco. Vidas paralelas. Tomo X y último. Colección Universal 86. Editorial Calpe, MADRID 1921.

Guillermo Fraile. Historia de la Filosofía I. Grecia y Roma. Biblioteca de Autores Cristianos, MADRID 1997.

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