Las vocales
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LAS VOCALESPRESUMIDAS
Presentación y adaptación del texto:
http://elbauldeilusiones.blogspot.com.es/
Texto original: Pedro Lamart (http://pedrolamart.blogcindario.com/2007/02/00036-las-vocales-presumidas.html)
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Cuando yo era pequeño, escribía en mi cuaderno de caligrafía. Letra a letra y renglón a renglón.
En una de estas ocasiones acabé una línea con las vocales y, cuando me disponía a escribir la segunda, sucedió algo que me dejó asombrado: las letras comenzaron a
moverse y, una a una, fueron saltando del cuaderno a la mesa y correteaban sobre ella como una panda de niños sobre verde césped.
La primera en saltar era gordita y tenía un gracioso rabillo que arrastraba por
la superficie de la mesa: era la “a”.
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La segunda caminaba encorvada, como si su enorme cabeza pesara tanto,
que su delicada espalda no pudiera con ella
fue la “e”.
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Saltó la tercera.
Elegante, delgada y con una cabecita que, sin tenerla pegada al cuerpo,
la seguía a todas partes: se llamaba “i”.
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La cuarta era redondita,
rechoncha y con rabito.
Rodaba sobre sí y saltaba como un aro: era la “o”.
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Por fin saltó la última,
con sus bracitos bailando,
caminaba a saltitos sobre su rabo curvado:
fue la “u”.
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Corrían y gritaban entre piruetas, saltos y bailes; felices y libres. Con traviesa algarabía se reían y burlaban unas de otras y todas eran tan diferentes, que formaban un grupo muy pintoresco.
Mirad, amigas, -decía la “a”- mirad ésta que se las da de letra de “postín”, ¡mirad la ”i”! ¿Habéis visto letra más finita y despistada, que ni la cabeza la tiene asentada?. Todas rieron la gracia, menos la “i”, que enfadada le respondió a la “a”:
-Ríe, ríe cuanto quieras, que si de presumir se trata, muy entradita en carnes estás para ir a la “moda lineal”. Eres gordita y el rabito arrastras.
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-Pues mira, no me quejo, -replicó la “a”- que a carnes hay quien me gana.
-¡Oye, tú; conmigo no te metas! -exclamó la “o” al verse señalada- que yo de gorda no tengo nada y de sucia menos. Me lavo por la mañana y cuando me acuesto. Lo que pasa es que la envidia no te deja ver, que soy hermosa y no gorda... ¡como la cabeza de la “e”!
Conforme la discusión avanzaba, más confuso se hacía el griterío y mientras unas hacían muecas, otras aplaudían y, todas, participaban de aquel “juego” no tan divertido.
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-¡Ya salió mi cabeza!... -protestó la “e”- ¡sí!, la tengo gorda, ¿y qué?, por algo soy la que más y mejor piensa. Yo así quiero ser, ya que sería muy extraño que siendo de otra forma... me llamaran “e”.
Parecían duendecillos fantásticos, a los que siempre tendría conmigo: me bastaría con escribir un nuevo renglón en mi cuaderno...
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-Razón tienes, amiga “e”, -oí decir a la “i”- ¿acaso me llamarían “i” si tuviese los brazos de la “u”, en vez de esta cabecita descolgada, aunque alguna vez me la olvide sobre la almohada?.
-Tú, algo pensarás, -habló la “u” con tono cansado- pero entiendes poco. ¡qué presumida y coqueta eres! Lo importante no es tu delgadez, mi panza, o... la cabeza de la “e”; lo que importa es lo que somos y el servicio que hacemos, y ninguna sin consonante valemos.
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De repente, cuando la “i” se disponía a replicar, fastidiada por tan dura reprimenda;
una ráfaga de viento hizo volar las letras de mi mesa y, por más que busqué, no las volví a ver.
Pero aquel hecho fantástico, sueño o realidad, me hizo comprender que cada cual es como es. Con virtudes y defectos. Y que si la naturaleza nos hizo tan distintos e irrepetibles, somos todos, al menos, dignos de respeto.