La muerte tambien viste de rosa palido
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L MUERTE T MBIÉN VISTE DE ROS PÁLIDO
Sa rario astellanos
Siempre se
nos
hace creer
que la mu
erte
es de
color negro. Durante muchos años
lo
creí fervientemente. Me convencía
la solemnidad
del
color negro en los funerales.
Aquella
intenninable procesión de dolidos y no
dolidos
cubiertos de noche y le
nt
es
oscuros. Un caminar en fila dictatorial en
donde
el
que
da la orden del paso aseguir
va cubierto de madera torneada y i bien le lleva manijas de
bronce
pintadas de
dorado
para simular un status.
Lo demás
negro puro
negro. Llanto
llanto
ymás llanto.
Una
serie
de
que
lo
siento
mi
más
sentido
pésame
cuénteme
cómo
fue
seguidos
de los
infaltables
chistes
de Pepito
yel
trago clandestino. Así somos los guatemaltecos. Aún
así
el
negro
es
riguroso. Siempre
estuve convencida de
que
la muerte era de
color
negro hasta que en aquella mañana de
enero
descubrí uno de sus
matices.
Aquella
mujer mi hennana se encontraba tendida
en la
cama del hospital. Hacía
tres días
que el
médico nos
hirió
con su
diagnóstico cáncer señoras doña
A ina
tiene cáncer
y
no
creo
que
dure
veinticuatro
horas.
Nos lo
dijo con la
misma
indiferencia
de un
mesero cuando infonna que
algo
del
menú
se agotó. Considero
insistió
el
médico
que
si
hay cosas pendientes que
arreglar de
la señora se
apresuren
pues
de lo contrario
los interesados llevan mucho tiempo. Mi
madre
mis hennanos y
yo
lo
vimos
con odio.
Pensamos en
voz
alta que
para
qué
sirven los médicos. Mi
hennano
dijo serio pero
muy sarcástico
para avisarte
que tu ser querido
se muere.
Estoy
segura que
en ese
momento hubiésemos
querido
asesinarlo y
arrancarle uno de los
órganos
de
su cuerpo
y ransplantárselos a mi hennana agónica.
Claro
no
lo hicimos. Por
el contrario
nos
cansamos.
Un pensamiento tan
violento
como el
que
recientemente
habíamos tenido
agota a cualquiera.
Imagínese
la
masacre
que pasó por nuestra
mente
aunada al
dolor de
la próxima pérdida.
Nuestra charla era en torno a que después de las
veinticuatro horas reglamentarias aquella belleza de nuestra hennana que contaba
con
apenas cuarentidós
años
se
iba
de las
manos
. El mundo se nos vino encima ymi
madre
aquella hermosa mujer
sintió ese pedazo
de
vida
que se le ibasin tener
derecho
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a pedir más tiempo para ella la única opción era
el
llanto yel dolor que
nunca
la
abandonaría. Luego
que
pasó ese terrible
momento
nos
convertimos en una especie
de buitres
vigilando el momento en
que
aquella maravillosa mujer postrada
diera
su
último
respiro. Nosotros
no
sabíamos
cómo
afrontar
la muerte. Para
todo
se
es
inexperto
hasta
que llega el momento de enfrentarse a lo que lo convertirá a uno en un experto
en la materia.
Recuerdo
muy
bien la
última mañana
de
mi hemlana agónica.
Yo fui
la eterna com
pañera de
mi
madre durante los
veintidós días que
duró
el estado final
de
mi herma
na. Ese fue un verdadero vía crucis. Alucinábamos. Esa es
la palabra
clave. Aún
sabiendo
que
el
médico sentenció
a
Alina
a
veinticuatro
horas
de
vida
hacíamos
cuentas
que hipotecando las
fincas
mi
madre
con el dinero
adquirido
lograríamos enviarla a
un
lugar en
Baja California
-<:reo yo que
ese era
el lugar que se
mencionaba- donde
habían
curado
por
un
tiempo
el
cáncer
de
Steve McQueen.
Mi
hernlana
Manuela era
la que más
insistía en
iniciar los
trámites de
su
traslado pues ya
había hablado
con el
banco que manejaba las
cuentas
de las
fincas de
mi madre
. Cuando
lo
conversamos
con
el
médico nos respondió algo molesto pues era
que desconfiábamos de
su
diag
nóstico.
Mi
hermana mayor
cobarde
al
fin
se
inventó un viaje
aVenezuela pues su
esposo acababa de
dej
ar la Embajada y ranquilamente nos
infonnó
que debían
asistir
auna de
las
despedidas que les
haría
el cuerpo diplomático de aquel país
pues había
quedado
pendiente
y era casi imposible faltar. Los
otros
no le creímos. Otra
de
las
opciones
que
propuso
Manuela es que
existía la
posibilidad de
que la congeláramos
después
de
muerta y
esperar
a que
se
descubriera la
cura
del cáncer. Ilusos todos
nosotros
.
Allora que
lo
recuerdo las
lágrimas
brotan
de
mis
ojos
como torrentes
interminables pues descubro
cuán
ingenuo se es ante la muerte
inminente.
Aquel
último
día
llegamos a
las siete
de
la maI1ana
aAli como
le
llamábamos cariI1o
samente. Mi madre yyo entramos asu habitación con
una
cruz
invisible
encima
pero
siempre sonriente. Al
ingresar nos causó una gran
sorpresa
ver a la moribunda ma
quillada
como si fuese
a iraalguna reunión
de
mañana. Su piel
se
miraba
reluciente.
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Sus grandes ojos
atigrados nos miraron
con la
mirada de
alguien
que aún
guarda
esperanzas. Quiero
decir que
jamás tuvimos la valentía
de
decirle
que se
estaba mu
riendo. Observábamos las
sondas
en cuyo interior corría
un
líquido
café.
No sabía
mos que era. Ella nos dijo
incrédulas.
Su
rostro
lucía
un
maquillaje
en
tonalidades
fucsia su color favorito
además que
por
el
color
de
su tez
le acentuaba muy bien. Se
veía
reluciente a pesar de que
la
muerte contaba los
minutos sentada
fuera de
su
habitación
.
Vimos
a la
par de su mesa
-no
puedo decir de noche- de su cama de
enferma su kit de
maquillaje.
Christian
Dior
Sobresalía la
CD
dellogo.
Qué
bella
estás le
dijimos.
Realmente se miraba bella como lo había sido siempre. Solo
su
cuerpo delataba la
verdad.
Quise
estar muy
linda para cuando ustedes llegaran nos
dijo. Pues
lo
lograste
hennana
le
respondí.
Qué
hennoso
color
fucsia. Pero en
mi
mente
sabía
que
no
duraría mucho. Pasada una hora aquel color fue cambiando de
tonalidad
fue palideciendo
hacia
un color
rosa que
aún
lucía
maravilloso.
e pre
guntamos si deseaba ver
a
su pequeña hija la única.
Nos
respondió que no. Que
mejor
esperaría hasta llegar a
casa.
Mi
corazón
se
empequeñeció
tanto que por
pri
mera vez sentí el
dolor
de estar
en
la realidad yno
en
la
ficción
de las novelas
que
tanto
he
amado
leer No me atreví aver el rostro de mi
madre pues en
mi interior ya tenía
el
retrato
muy bien delineado de la Dolorosa
que
se había adueñado del suyo. No
llorábamos
pero había un
nudo ingrato en
nuestro
pecho.
El
color
rosa de
su maqui
llaje persistía
aún
se veía
bella.
Una
hora después perdió
el
habla. Nos
preguntaba
con señas qué era lo que le
estaba sucediendo.
No
sabíamos qué
decir. Creo
que
mi
madre yyo nos comunicábamos
por
telepatía. e
respondimos
que probablemente era
el
sedante
que le habían aplicado
al suero que
tenía
en su
mano.
Ella
sólo afinnaba
con su
cabeza
que
estaba
bien.
El
color rosa
de su
maquillaje
estaba
intacto
a
pesar
de
que su cuerpo
era
una serie de grandes ampollas llenas de
líquido.
Unos
minutos
después llegó
Manuela.
Aún recuerdo el gran amor con que miró
a
la moribunda.
Por
sus
mielosos e
inmensos ojos se convirtieron en
la puritísima
imagen
de
dolor
cuando vio aquel
cuerpo acabado. Poco
tiempo después la
Manue
-como
usualmente
llamamos a
Manuela-
nos dijo que
tenía que retirarse por un momento
pues
debía
atender
un
negocio pero que volvería pronto.
El
maquillaje
insistía en su color
palo
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rosa.
Mi madre
yyo
salimos
un momento de
la habitación
para poder
llorar. Después
regresamos.
Cuando la
vimos
ya mi
hennana
estaba estática.
Hacía
unos
ruidos ex-
traños con su respiración. Recordé los estertores de
Artemio
Cruz
que era
el único
referente que
yo
tenía
del
inicio
del
abandono.
Le
dije
a
mi
madre que
A1i
no
duraría
ni una
hora.
Y
ú
como lo sabes
si
nunca has estado cerca
de
un ser agónico.
Yo
lo sé
sencillamente le
respondí.
No
quise mencionar
cuál
era
mi
referente
pues le
hubiese
molestado. Estando
en
esa discusión le
dimos
la espalda por segundos a la casi
muer-
ta. Nuestras
miradas
se entrecruzaron atonnentadas por
el
miedo de no saber lo
que
viene y obre
todo
de no saber
si
se tendrán las
fuerzas
para
soportarlo
. Cuando
voltea-
mos ella había expirado.
El
rosaseguía en su rostro.
Mi madre
no lo creía. La movía.
Le hablaba
.
Y
en
este momento
escuché
el grito más ahogado que puede existir en
la
tierra. Como
pudo
exclamó:
¿por
qué no fui
yo que
ya viví lo suficiente? Aella le
faltaba ver crecer a
su
hija.
La
tomé entre mis
brazos. Nuestras
lágrimas
se
unieron
ycomo
pude
la saqué
de
la
habitación.
Avisamos a las
enfenneras
ynos pidieron
que
esperáramos un momento pues la iban a preparar.
Al
poco rato volvió
Manue y
le
dimos la noticia. Su dolor
sólo
le permitió decir: se fue yno medio
ti
e
mpo
adecirle
cuánto la
amaba
luego lloró
desconsoladamente prendida ami madre. Ve
inte minu-
tos después nos dijeron
que
ya podíamos
entrar
para estar COIl ella
ant
es de
que
se la
llevaran
a
la
morgue.
Entramos
caminando con
los
pies que
no
s
pesaban quintales
.
Le habían
puesto algodones en la nariz
un lienzo que
atravesaba
su
cabeza
ypresio-
naba su boca
color
rosa.
Ya en la funeraria cuando nos la presentaron en la capilla envuelta en
naftalina
y
madera abrimos
aquella
caja.
Su
rostro
lucía
tonalidades rosa
sólo que
en
un
rosa
un
poco más
pálido. Preguntamos
al personal
encargado
de prepararla si alguien
la
había maquillado ydijeron
que
no que su maquillaje era tan perfecto
que
no quisie-
ron
echarlo a perder. Desde entonces aprendí
que
la muerte tiene otros matices.
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