La Mecanica Del Corazon - Prueba

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libro de demostracion: la mecanica del corazon

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  • Traduccin deVicen Tuset

  • 1UN ENCUENTRO INESPERADO

    Ttulo original: La Mcanique du Coeur

    Primera edicin: septiembre de 2009

    2007, Flammarion 2007, Mathias Malzieu 2009, de la presente edicin en castellano para todo el mundo: Random House Mondadori, S. A. Travessera de Grcia, 47-49. 08021 Barcelona 2009, Vicen Tuset Mayoral, por la traduccin

    Quedan prohibidos, dentro de los lmites establecidos en la ley y bajo losapercibimientos legalmente previstos, la reproduccin total o parcial deesta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrnico omecnico, el tratamiento informtico, el alquiler o cualquier otra forma decesin de la obra sin la autorizacin previa y por escrito de los titulares delcopyright. Dirjase a CEDRO (Centro Espaol de Derechos Reprogrficos,http://www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algn fragmentode esta obra.

    Printed in Spain Impreso en Espaa

    ISBN: 978-84-397-2195-6Depsito legal: B. 27.417-2009

    Compuesto en Fotocomp/4, S. A.

    Impreso en LimpergrafMogoda, 29. Barber del Valls (Barcelona)

    Encuadernado en Art Book

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  • Para ti Acacita,que has hecho crecer este libro en mi vientre

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  • Primero, no toques las agujas de tu corazn. Segun-do, domina tu clera. Tercero y ms importante, note enamores jams de los jamases. Si no cumplesestas normas, la gran aguja del reloj de tu corazntraspasar tu piel, tus huesos se fracturarn y la me-cnica del corazn se estropear de nuevo.

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  • 1Nieva sobre Edimburgo el 16 de abril de 1874. Un froglido azota la ciudad. Los viejos especulan que podratratarse del da ms fro de la historia. Dirase que el solha desaparecido para siempre. El viento es cortante; loscopos de nieve son ms ligeros que el aire. blanco!blanco! blanco! Explosin sorda. No se ve msque eso. Las casas parecen locomotoras de vapor, suschimeneas desprenden un humo grisceo que hace cre-pitar el cielo de acero.

    Las pequeas callejuelas de Edimburgo se metamorfo-sean. Las fuentes se transforman en jarrones heladosque sujetan ramilletes de hielo. El viejo ro se ha disfra-zado de lago de azcar glaseado y se extiende hasta elmar. Las olas resuenan como cristales rotos. La escarchacae cubriendo de lentejuelas a los gatos. Los rboles pa-recen grandes hadas que visten camisn blanco, estiransus ramas, bostezan a la luna y observan cmo derrapanlos coches de caballos sobre los adoquines. El fro es tanintenso que los pjaros se congelan en pleno vuelo an-tes de caer estrellados contra el suelo. El sonido que

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    Es el da ms fro de la historia. Y hoy es el da de minacimiento.

    Esta historia tiene lugar en un vieja casa asentada sobrela cima de la montaa ms alta de Edimburgo ArthursSeat, colina de origen volcnico engastada en cuarzoazul. Cuenta la leyenda que fue el lugar elegido por elbueno del rey Arturo para contemplar la victoria de sushuestes y para, finalmente, descansar. El techo de la casa,muy afilado, se eleva hasta alcanzar el cielo. La chimenea,en forma de cuchillo de carnicero, apunta hacia las es-trellas y la luna. Es un lugar inhspito, apenas habitadopor rboles.

    El interior de la casa es todo de madera; parece unrefugio esculpido dentro de un enorme abeto. Al entrar,uno tiene la sensacin de hallarse en una cabaa: hayuna gran variedad de vigas rugosas a la vista, pequeasventanas recicladas del cementerio de trenes, una mesabaja armada con un solo tocn. Tambin hay un sinfnde almohadas de lana rellenas de hojas que tejen unaatmsfera de nido. Este es el ambiente acogedor de lavieja casa donde se asisten un gran nmero de nacimien-tos clandestinos.

    Aqu vive la extraa doctora Madeleine, comadronaa la que los habitantes de la ciudad tildan de loca, unamujer de avanza edad que sin embargo todava conser-va su belleza. El fulgor de sus ojos permanece intacto,pero tiene un gesto contrado en la sonrisa.

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  • La doctora Madeleine trae al mundo a los hijos delas prostitutas, de las mujeres desamparadas, demasiadojvenes o demasiado descarriladas para dar a luz en elcircuito clsico. Adems de los partos, a la doctora Ma-deleine le encanta remendar a la gente; es la gran espe-cialista en prtesis mecnicas, ojos de vidrio, piernas demadera. Uno encuentra de todo en su taller.

    Estamos a finales del siglo xix, por lo que no es di-fcil convertirse en sospechosa de brujera. En la ciudadse rumorea que la doctora Madeleine mata a los recinnacidos y los transforma en seres a los que esclaviza.Tambin se comenta que se acuesta con extraas avespara engendrar monstruos.

    En este lugar mi joven madre est dando a luz, y mien-tras se esfuerza en parir, observa a travs del cristal cmolos pjaros y los copos de nieve se estrellan contra laventana silenciosamente. Mi madre es una nia quejuega a tener un beb. Sus pensamientos derivan haciala melancola; sabe que no podr quedarse conmigo.Apenas se atreve a bajar la vista hacia su vientre, que yaest a punto de dar a luz. Cuando mi nacimiento es in-minente, sus ojos se cierran sin crisparse. Su piel plidase confunde con las sbanas y su cuerpo se derrite enla cama.

    Mi madre ha estado llorando desde que subi por lacolina hasta llegar a esta casa. Sus lgrimas heladas sedeslizan hasta tocar el suelo. A medida que avanzaba,se iba formando bajo sus pies una alfombra de lgrimasheladas, lo cual provocaba que resbalara una y otra vez.La cadencia de sus pasos iba en aumento hasta alcanzar

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  • un ritmo demasiado rpido. Sus talones se enredaban,sus tobillos vacilaban hasta que finalmente se cay. Ensu interior, yo emito un ruido como de hucha rota.

    La doctora Madeleine ha sido la primera persona quehe visto al salir del vientre de mi madre. Sus dedos hanatrapado mi crneo redondo, con forma de aceituna, debaln de rugby en miniatura, y luego me he encogido,tranquilo.

    Mi joven madre prefiere apartar la mirada de m. Susprpados se cierran, no quieren obedecer. Abre losojos! Contempla la llegada de este pequeo copo denieve que has creado!, quiero gritar.

    Madeleine dice que parezco un pjaro blanco de patasgrandes. Mi madre responde que prefiere no saber cmoes su beb, que es precisamente por eso que aparta lamirada.

    No quiero ver nada!No quiero saber nada!De repente, algo parece preocupar a la doctora. Mien-

    tras palpa mi minsculo torso, su gesto se tuerce y lasonrisa abandona su rostro.

    Tiene el corazn muy duro, creo que est conge-lado.

    Yo tambin tengo el corazn helado dice mimadre.

    Pero su corazn est congelado de verdad!Entonces me sacude fuertemente y se produce el

    mismo ruido que uno hace cuando revuelve una cajade herramientas.

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  • La doctora Madeleine se afana ante su mesa de tra-bajo. Mi madre espera, sentada en la cama. Est tem-blando y no es por culpa del fro. Parece una muecade porcelana que ha huido de una juguetera.

    Fuera nieva con autntica ferocidad. La hiedra plateadatrepa hasta esconderse bajo los tejados. Las rosas transl-cidas se inclinan hacia las ventanas, sonrojando las aveni-das, los gatos se transforman en grgolas, con las garrasafiladas.

    En el ro, los peces se detienen en seco con unamueca de sorpresa. Todo el mundo est encantado por lamano de un soplador de vidrio que congela la ciudad,expirando un fro que mordisquea las orejas. En escasossegundos, los pocos valientes que salen al exterior seencuentran paralizados, como si un dios cualquiera aca-bara de tomarles una foto. Los transentes, llevados porel impulso de su trote, se deslizan por el hielo a modode baile. Son figuras hermosas, cada una en su estilo, n-geles retorcidos con bufandas suspendidas en el aire, bai-larinas de caja de msica en sus compases finales, per-diendo velocidad al ritmo de su ultimsimo suspiro.

    Por todas partes, paseantes congelados o en procesode estarlo se quedan atrapados. Solo los relojes siguenhaciendo batir el corazn de la ciudad como si nadaocurriera.

    Ya me haban advertido que no subiera a esta casa, a lacolina de Arthurs Seat. Me haban dicho bien clari-to que esta vieja est loca, piensa mi madre. La pobre

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  • muchacha tiene aspecto de muerta de fro. Si la docto-ra logra reparar mi corazn, me parece que el de mimadre le va a dar an ms trabajo Yo, por mi parte,espero desnudo, estirado en el banco que linda con lamesa de trabajo, con el torso oprimido por un grantornillo. Y me temo lo peor.

    Un gato negro y muy viejo con modales de mozo seha encaramado a la mesa de la cocina. La doctora le hahecho un par de gafas. Montura verde a juego con susojos, qu clase. El gato observa la escena con aire has-tiado; solo le falta ojear las pginas de economa de undiario mientras sostiene un puro, menudo patn.

    La doctora Madeleine revuelve la estantera don-de estn los relojes mecnicos; hay una gran variedad demodelos. Unos angulosos y de aspecto severo, otros re-chonchos y simpticos, otros de madera, metlicos, pre-tenciosos hay de todo tipo. La doctora apoya su odoen mi pecho, escucha mi corazn defectuoso y mien-tras, con el otro odo, escucha los tic-tac de los relojesque ha seleccionado. Sus ojos se entornan, no parecesatisfecha. La doctora acta con cuidado, como una deesas viejas lentas que se toman un cuarto de hora paraelegir un tomate en el mercado. De repente, su miradase ilumina. Este!, exclama acariciando con la puntade los dedos los engranajes de un viejo reloj de cuco.

    El reloj que ha elegido mide alrededor de cuatrocentmetros por ocho; es un reloj de madera, exceptoel mecanismo, la esfera y las agujas. El acabado es rsti-co, slido, dice la doctora. El cuco, diminuto como lafalange de mi dedo meique, es de color rojo y de ojosnegros. Su pico, siempre abierto, le da apariencia de avedisecada.

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  • Este reloj te ayudar a tener un buen corazn!Y adems combinar muy bien con tu cabeza de paja-rillo dice Madeleine dirigindose a m.

    No me gusta demasiado todo este asunto de los p-jaros. Pero soy consciente de que la doctora intenta sal-varme la vida, as que no voy a ponerme exquisito.

    La doctora Madeleine se pone un delantal blanco;esta vez no hay duda de que va a empezar a cocinar. Mesiento como un pollito asado al que se hubieran olvi-dado de matar. Registra un recipiente lleno de herra-mientas, elige unas gafas de soldador y se cubre la caracon un pauelo. Ya no la veo sonrer. Se inclina sobrem y me hace respirar ter. Mis prpados se cierran, li-geros como persianas que caen en un atardecer de ve-rano. Ya no tengo ganas de gritar. La miro mientras elsueo me vence lentamente. Madeleine es una mujerde formas redondeadas; sus ojos, los pmulos arrugadoscomo manzanas, el pecho, en el que uno se perdera enun largo abrazo. Es tan clido su aspecto y tan acogedorque podra fingir que tengo hambre con tal de podermordisquearle los pechos.

    Madeleine corta la piel de mi torso con unas grandestijeras dentadas. El contacto con sus sierras minsculasme hace un poco de cosquillas. Desliza el pequeo re-loj bajo mi piel y se dispone a conectar sus engranajescon las arterias del corazn. Es una operacin delicada,no hay que estropear nada. La doctora utiliza su firmehilo de acero, muy fino, para coserme con una docenade nudos minsculos. El corazn late de vez en cuando,pero la cantidad de sangre que llega a las arterias es poca.Qu blanco es, dice ella en voz baja.

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  • Es la hora de la verdad. La doctora Madeleine ajustael reloj a las doce en punto pero no ocurre nada. Elmecanismo no parece lo bastante potente para iniciarlas pulsaciones cardacas. Mi corazn lleva demasiadorato sin latir. La cabeza me da vueltas; me siento comoen un sueo extenuante. La doctora toca ligeramentelos engranajes para provocar una reaccin y que as,de una vez por todas, comience el movimiento. Tic-tac, hace el reloj. Bo-bum, responde el corazn, y lasarterias se colorean de rojo. Poco a poco, el tic-tac seacelera, el bo-bum tambin. Tic-tac. Bo-bum. Tic-tac.Bo-bum. Mi corazn late a una velocidad casi normal.La doctora Madeleine aparta suavemente sus dedos delengranaje. El reloj se ralentiza. Y ella agita de nuevo lamquina para reactivar el mecanismo; pero en cuantoaparta los dedos, el ritmo del corazn se debilita. Dira-se que Madeleine acaricia una bomba preguntndosecundo explotar.

    Tic-tac. Bo-bum. Tic-tac. Bo-bum.

    Las primeras seales luminosas del amanecer rebotancontra la nieve y vienen a hilvanarse entre las cortinas.La doctora Madeleine est agotada. Yo me he dormido;aunque tal vez est muerto ya que mi corazn ha esta-do parado demasiado tiempo.

    De repente, el canto del cuco en mi pecho resuenatan fuerte que me hace toser. Con los ojos muy abier-tos descubro a Madeleine con los brazos en alto, comosi acabara de marcar un penalti en la final de la copa deftbol mundial.

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  • Enseguida se dispone a recoserme el pecho con airesde gran modista; se disimula muy bien que soy un tulli-do, ms bien parece que mi piel envejeci, se arrug alo Charles Bronson. La esfera del reloj, de mi nuevocorazn, queda protegida por una tirita enorme.

    Y para seguir con vida, cada maana tendr quedarle cuerda a mi corazn. A falta de lo cual, podradormirme para siempre.

    Mi madre dice que parezco un gran copo de nievecon agujas que lo atraviesan, a lo que Madeleine res-ponde que ese es un buen mtodo para encontrarmeen caso de extravo en una tormenta de nieve.

    Ya es medioda. La doctora acompaa amablemente ami madre hasta la puerta. Mi joven madre avanza muydespacio, le tiembla la comisura de sus labios. Se alejacon su paso de vieja dama melanclica y cuerpo de ado-lescente.

    Al mezclarse con la bruma, mi madre se convierteen un fantasma de porcelana. Desde aquel da extraoy maravilloso, no la he vuelto a ver.

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