La Leyenda de Las Aguas Negras
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1
La leyenda de las aguas negras
Fernando Ezquerra Lapetra
2
Novela corta basada en el magnífico conjunto escultórico románico de
Fuente Urbel, Burgos. Sus imágenes hablan de la presencia del
cristianismo celta irlandés en la Castilla del siglo XII. Historia de
clérigos y pastores en medio de un juicio de Dios. El misterio de unas
aguas sagradas.
Short novel based on the magnificent Romanesque sculpture of
Fuente Urbel, Burgos. His images speak of the presence of the Irish Celtic Christianity in the twelfth century Castile. History of clergy and
pastors in the middle of a judgment of God. The mystery of a sacred
waters
A todos los vecinos de Fuente Urbel que han sido, son y serán. En
recuerdo y homenaje de todos los que, un día, tuvieron que
abandonar sus casas y, en especial, a Fernando Arroyo Celis.
A Miguel A. Martín (DEP) y a Jesús Blázquiz, mis amigos y
compañeros del grupo de investigación medieval Ailbe, adscrito a
Círculo Románico, quienes me ayudaron a saber ver este templo
románico con otros ojos.
3
Antes de comenzar, un pequeño divertimento.
Etimología para todos los gustos sobre la palabra URBEL:
Antonio Tovar sugiere partir del étimo *urbeltz 'agua negra' (ur 'agua' + beltz 'negra')
para explicar la etimología de la voz URBEL. El autor compara nuestro hidrónimo con
vocablos como goibel 'cielo oscuro', 'nube': obel (< *o r t z-bel) 'ídem' (133). «Casi
seguro —escribe- debe su nombre a colonos vascos en la repoblación, si nos fijamos en
que entre los pueblos de la región están Pradilla de Hoz de Arreba, dos Villabáscones
en los partidos de Villarcayo y Sedano y un Basconcillos del Tozo en Villadiego» (134).
(Wikipedia)
Origin Celta, Elauer, similar to Allier River, affluent of the Loira in France, although
some vascólogos think that this name comes from eúscaro ur (water) and beltz (black);
but neither the water of this river is black, nor arranges the derivation with the old
form of the name. This is Ulver or Uluer, in a document of the 1,121 year, referring to
the town of Santa Maria Tajadura mentioned by Flórez Father. (www.speedylook.com)
Origen celta, Elauer, similar al riu Allier, afluente del Loira a França, encara que alguns
vascófilos opinen que aquest nom prové de l'eúscaro ur (aigua) i beltz (negre); mes ni
és negra l'aigua d'aquest riu, ni es compagina la derivación amb la forma antiga del
nom. Aquesta és Ulver o Uluer, en un document de l'any 1.121, referent a la vila de
Santa María Tajadura citat pel pare Flórez. (WikiLingua.net)
Tradicionalmente se ha considerado este topónimo como de origen vasco, derivado de
Ur- (agua) y -betz (negra). Pero actualmente está más aceptado entre los expertos el
origen del latín. Como remarcó Luciano Huidobro ya en 1909, las citas más antiguas del
pueblo, datadas en 1121, aparecen escritas como Uluer o Ulver. Esta grafía podría
derivar de Ul- / Ultra- (más allá) y -ver / -verede (ver). Por lo tanto, el nombre de Úrbel
querría decir originariamente "oteadero" o "lugar para mirar a lo lejos". Esta
explicación se corresponde perfectamente con la utilidad de atalaya que podría haber
tenido el cerro del castillo de Úrbel desde la antigüedad. (Wikipedia)
4
1 El miedo
Aquella noche, el miedo pudo más. La suerte de cinco clérigos
artesanos dependía de la decisión de un hombre con fiebre. Debían
separarse para siempre. Tenían que huir. Una vez más, los antiguos
gessa, los tabú del clan1 de los MacNjil, tenían razón. No podían
continuar juntos. Habían esculpido bien. Por fin, se había hecho
piedra la norma que exigía la estricta observancia de una tradición
milenaria que habían aprendido en tierras lejanas.
Sin embargo, todo se había complicado cuando quisieron
esculpir un número indeterminado de gatos. Esta última decisión les
había costado la incomprensión. Alguien los había delatado,
seguramente porque ese alguien pensó que nadie en su sano juicio
podía querer colocar las esculturas de unos gatos como símbolo
cristológico, como animales guardianes de un templo cristiano. Sólo a
ellos, a unos extranjeros.
1 clan: (Del ingl. clan, este del gaélico clann, hijos, descendencia, y este del lat. planta, planta,
brote). 1. m. En Escocia, conjunto de personas unidas por un vínculo familiar.2. m. Grupo predominantemente familiar unido por fuertes vínculos y con tendencia exclusivista. (DRAE)
5
El precio de su última decisión no se hizo esperar. Mientras en
la cercana cantera del templo acababan de esculpir la preciosa cabeza
de un gato, un vecino les comunicó que un grupo de siete clérigos,
acompañados por un número indeterminado de soldados del obispo,
había llegado desde Burgos preguntando por ellos.
Aidan de Murlough, miembro del antiguo y respetado clan de
los MacNjil, conocía lo que significaba la incomprensión de los otros.
Tal vez por eso, esa noche, no temía tanto el fuego de la fiebre que
notaba como el recuerdo del desprecio con el que le había hablado el
arcediano franco, hacía ya unas cuantas mañanas. Él era el jefe del
grupo de clérigos que, por orden del obispo, había acudido a
contemplar las obras de un remoto templo cristiano. Al obispado,
habían llegado rumores de que, en las fuentes del río Urbel, se estaba
construyendo un templo pagano.
Maestro le había dicho en un latín eclesiástico perfecto,
gracias a Dios, el pueblo tendrá algo lejos de sus miradas los
capiteles historiados del ábside, porque son una provocación, un
canto a los cultos paganos. Pero, lo de querer esculpir gatos es la
gota definitiva.
Aidan quiso responderle, justificar su programa, el contenido de
las bellas imágenes que entre todos habían labrado. Le quiso explicar
que los gatos simbolizan a los guardianes de las puertas del otro
mundo, aquel que se denomina inframundo. Sin ellos, el maligno
podía campar a sus anchas. El clérigo llegado desde Burgos no le
dejó. El arcediano continuó con su argumentación.
Nosotros hemos venido aquí para eliminar todo vestigio del
viejo rito hispano y nos encontramos con esto.
¿Qué quieres decir?
Le cortó Aidan, colocándose intencionadamente como su igual y
hablándole de tú a tú.
6
Vuestras imágenes son el símbolo de algunos de los viejos
cultos del cristianismo celta practicado en las grandes islas y en todo
el continente, también en Hispania replicó el sacerdote.
Me alegra encontrarme ante un hombre culto respondió
seco y sin ganas de prolongar el diálogo Aidan.
En París, aprendemos de todo. Pero, no quiero seguir
hablando con un bárbaro. Dentro de tres semanas, se producirá el
juicio de vuestras esculturas y, por descontado, de vuestra fe.
Aquellas palabras habían sido la sentencia pronunciada antes de
hora. Aidan lo intuyó al instante. Tal vez sus imágenes se salvarían,
pero él y los pocos ayudantes que le quedaban serían condenados.
Después de esa breve conversación de Aidan con el arcediano franco,
todos ellos fueron encerrados en su propia cabaña convertida en una
improvisada cárcel.
Por eso, Aidan, esa noche, acababa de tomar la decisión de
ayudar a los suyos. El maestro cantero sabía que sólo les quedaba un
camino si querían salvar tanto sus conocimientos como sus vidas, la
dispersión a través de la huída. Habían llegado como un grupo. No
sólo las duras condiciones de trabajo, los accidentes y el extremo
tiempo de esas fuentes del Urbel se habían encargado de diezmar al
grupo, también la última actuación de los soldados del obispo. De
hecho, ya sólo quedaban cinco.
Aidan sabía que esa era su última noche como fraternidad. Al
amanecer, si no habían logrado escapar y tomar direcciones
contrarias, sus cuatro ayudantes serían expulsados de las hermosas
tierras de las aguas que algunos decían que eran sagradas y negras.
Sabía que serían conducidos hacia Burgos para ser encerrados
en la prisión del obispo. De allí, si no renunciaban de su pasado,
jamás saldrían con vida. También conocía que, hasta la llegada de la
comisión judicial que presidiría el propio obispo, sólo él permanecería
encerrado en esa choza. El clérigo franco lo había acusado como el
7
responsable directo y único del conjunto iconográfico. Tenía clara su
condena. Sería quemado por hereje en la planicie de la iglesia.
Por eso, les había aconsejado a los otros que, cuando los
torturasen, le diesen la razón al francés. De hecho, les hizo prometer
que todos declararían que él era el único responsable de las imágenes
esculpidas en el templo.
Pensando en esas cosas, sonrió. Los clérigos dirigidos por el
arcediano franco tenían razón. Si había un culpable, ese era él, Aidan
de Murlough. Sí, culpable de querer convertir las viejas imágenes que
había aprendido en las tradiciones del clan de su abuelo, los MacNjil,
en el símbolo perfecto del camino del conocimiento que deben tomar
las almas de todos los hombres educados en la vieja tradición, la de
los verdaderos adoradores del buen Dios.
Sin embargo, en ningún momento, Aidan se arrepintió aquella
noche de la decisión que había tomado hacía ya unos cuantos años.
Como todos los nativos de la bahía de Murlough, conocía que en la
nueva tierra de los Scotti2, más allá de la punta rocosa de Torr Head,
se estaban construyendo nuevos templos.
No obstante, él tenía que cumplir un viejo sueño de su abuelo:
dirigirse a la noble tierra de Los hijos de Mil3. Por este motivo,
todavía en aquella noche de fiebre, incomprensión y miedo, Aidan
pudo recordar una conversación.
Aidan, no ignores jamás estas palabras. Ya las conoces. El
gigante Finn MacCool nos marcó con su sendero de piedra el camino
hacia la nueva tierra de los Scotti más allá de la isla de Staffa. Sin
embargo, no olvides jamás que el buen Dios nos ha dejado indicado,
2 Scotia fue originalmente el nombre romano de Irlanda, habitada por el pueblo escoto (en latín
Scoti o Scotii). El uso de este nombre en la Edad Media pasó a designar a la parte de la isla de Gran Bretaña al norte del fiordo de Forth, el Reino de Alba. En la Baja Edad Media, pasó a ser el término latino de lo que en inglés se llama Scotland y en español, Escocia.
3 En la mitología irlandesa, los Milesianos, eran los hijos de Míl Espáine, llegados de Galicia
(España), que fueron los habitantes finales de Irlanda, y se cree que representan a los celtas goidélicos..
8
en el camino de leche de las estrellas, hacía dónde dirigirnos para
encontrar la vieja tierra de los nobles hijos de Mil.
¿Tendré que ir, abuelo?
Tú sabrás encontrar tu destino en tu corazón con la misma
lentitud que los bueyes aran nuestras tierras. Ten fe y paciencia.
Pero, abuelo, ¿y si tú ya no estás?
Eso será lo más seguro. Sin embargo, recuerda que Los hijos
de Mil sobrevivieron al Diluvio Universal. Por lo tanto, nosotros, sus
descendientes, también procedemos del linaje de Noé, el gran
navegante. Además, no olvides que ese camino de leche de las
estrellas siempre ha sido conocido por nosotros como el gran arco iris
que colocó en el cielo el viejo dios Lugh4, nuestro dios de la luz, para
orientarnos en la oscuridad de la noche.
¿Ese será mi camino?
No, Aidan, ese es ya tu camino.
En medio del sudor, del miedo y del frío, el maestro cantero
había podido recordar que las palabras de su abuelo se habían
convertido en una verdadera profecía. El viaje había sido muy duro.
De una dureza tal que sólo los hombres que inician su Peregrinatio
propter Christum5, su camino hacia Cristo, están dispuestos a
soportar. El buen Dios, cuyos antepasados habían conocido bajo el
4 Para los celtas, que vivían en Europa central, Lugh era el dios del Sol. Según la mitología
celta, Lugh no es el dios supremo, sino un dios que cumple todas las funciones o el múltiple artesano y, en nuestros días, Lugh está presente en la fiesta del 1 de agosto llamada “Lugnasad” que se celebra en la ciudad de Lugo, con una fiesta que incluye comida y bodas imitando la tradición celta pues son celebradas en el bosque y con modernas versiones de los antiguos druidas. 5 Una característica de este monacato irlandés o celta es la peregrinación, la cual hay que
distinguirla del pellegrinatio. El pellegrino sería el caminante piadoso que, después de visitar los santos lugares, regresa a su patria. El peregrinus, sin embargo, es otra cosa. La Antigüedad cristiana conocía el ideal ascético del ser sin patria. Se trataba de la renuncia voluntaria a la comodidad de una morada fija rodeado de compatriotas, para caer en la cuenta de que la patria verdadera es la celeste. San Patricio, en su profesión, se denominó a sí mismo «prófugo por amor de Dios». Por eso marcha a un país donde no goza de la protección de los derechos civiles, ni conoce siquiera la lengua de ese territorio. Las fuentes subrayan lo costoso de este tipo de peregrinación: el peregrino no conoce amigos ni tiene relación con las costumbres del lugar.
9
nombre de Dagda6, había sido generoso con ellos y les había
mostrado su camino personal.
En la quietud de las primeras horas de la noche, Aidan notó en
sus sienes el lento circular de su sangre. Le dolía la cabeza. Sentía
que se encontraba desamparado, como si su existencia ya no
importase a ningún hombre. Sólo el buen Dios le esperaba. Era
consciente de que su tristeza no terminaba con el abandono de sus
sueños de la infancia. Todo estaba esculpido en esas imágenes; eso
sí, en un pequeño pueblo casi despoblado. Pero, había cumplido la
promesa que había hecho a su abuelo. Su alma podía marchar
serena, había plasmado en imágenes todos los misterios del auténtico
conocimiento del clan de los MacNjil.
6 Dagda (proto-celta Dagodeiwos; irlandés antiguo dag dia; irlandés Daghdha /dˠəi/;
literalmente, "Dios Bueno") es el dios principal de la mitología celta irlandesa, integrante de los Tuatha Dé Danann. Las historias representan a Dagda como una figura de inmenso poder, armado con una enorme porra mágica. El extremo del arma podía matar a nueve hombres de un golpe, haciendo crujir sus huesos como guijarros bajo los cascos de un caballo, mientras que el mango podía devolver la vida a los muertos. Dagda poseía además un arpa de roble llamada Uaithne con la que podía controlar el orden de las estaciones, así como interpretar otros acordes de efectos igualmente mágicos. Dagda también está asociado a la abundancia, ya que se le atribuye la propiedad de un caldero mágico sin fondo con cuya comida podría saciar a todos los hombres de la Tierra.
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2 El falso occidente
El buen Dios había querido dirigir sus pasos no hacia el occidente, el
lugar en el que sus antepasados creían que resucitaban las almas y
emprendían el camino de regreso al cielo, sino hacia unas tierras
extrañas, pero hermosas. Unas tierras que todos conocían con el
nombre de Fuente Urbel.
Como ocurre siempre
entre los hombres, sin ellos
buscarlo, un encuentro casual
cambió tanto el destino de
Aidan como el de los demás
hombres de su grupo de
canteros. Movido por la
curiosidad, Aidan se dirigió
hacia uno de los acantilados de
la abrupta costa a la que
acababan de llegar. Sentado en
una gran piedra, encontró a un
viejo clérigo. Tenía un libro
abierto entre sus manos y se
cubría sus ojos con una venda.
El maestro cantero se dirigió
hacia él. Al oírlo acercarse, el
anciano sacerdote le saludó en un correcto latín eclesiástico. Aidan
respondió el saludo, mientras se sentaba junto a él. Durante más de
veinte minutos, los dos permanecieron en silencio oyendo el rumor
del mar.
Mal tiempo para abandonar las nobles costas de Scottia, la
vieja Hibernia dijo de repente el clérigo en un perfecto gaélico.
Aidan se quedó sin saber qué decir. El viejo sacerdote prosiguió
como si no pasara nada.
11
También yo partí de la noble Scottia hace ya muchos años
cuando entre nosotros se hizo público que se precisaban jóvenes
sacerdotes para cubrir las necesidades espirituales de las
Extremaduras de los nuevos reinos cristianos hispanos, al ir estos
ganando tierras de forma constante al infiel.
Perdón por mi sorpresa respondió ya calmado Aidan. No
esperaba que la primera persona que encontrase en la tierra de Los
hijos de Mil fuese precisamente un Scotti.
No te preocupes le tranquilizó el viejo sacerdote, de
forma anónima y en diferentes oleadas hemos ido viniendo muchos
de nosotros, canónigos pobres7, para formar parte de los nuevos
cabildos que se constituyen en las catedrales de las ciudades que se
toman a los sarracenos. Además, ya sabes lo que se cuenta.
¿El qué?
No somos los primeros Scotti que hemos regresado a vivir
aquí, la tierra de nuestros antepasados, los hijos de Mil8. De hecho, si
caminases un poco más hacia el este de Hispania, verías cómo los
navarros se visten con ropas negras y cortas hasta las rodillas como
nosotros.
¿A qué se debe esto?
Cuentan que los navarros descienden de nuestro linaje, por lo
que son semejantes a nosotros en sus costumbres y también en su
aspecto. Tienes que saber que es tradición que el mismo Julio César
7 Esta parece ser que fue una práctica habitual. La necesidad de nuevos sacerdotes para las
tierras ganadas al Islam hizo que los diferentes grupos de clérigos o cabildos se constituyeran con canónigos pobres venidos de diferentes territorios. Éste es, por ejemplo, el caso del cabildo de Zaragoza, constituido por canónigos pobres de diversas regiones en 1121, acabó siendo regularizado en 1160. 8 Fuente Urbel del Tozo, antes de la llegada de los romanos, era territorio Turmogo (pueblo
pacífico celta), después amigo de Roma. El Territorio de los Turmogos ocupaban la zona centro-occidental de la actual Provincia de Burgos y parte de la oriental de Palencia. La ocupación del territorio era en alturas de más de 1000 m., con amurallamientos de carácter defensivos y de guarda de ganado, que podrían ser estacionales y poblamientos en llano, dominando la cuenca fluvial (Fuente Urbel) de mayor extensión que las anteriores y también con amurallamiento, y que son los principales núcleos económicos, que perviven en la época romana.
12
envió a tres pueblos, uno de ellos el nuestro, para someterlos, ya que
no le pagaban los tributos. Los nuestros acabaron matando a todos
los varones y se quedaron con sus mujeres con las que tuvieron
hijos.
Jamás había oído nada.
Por eso, los navarros se llaman así, ya que su nombre se
traduce al latín como non verus, es decir, no verdadero. Son una
estirpe no auténtica, de hijos ilegítimos. Eso es lo que afirman
algunas tradiciones.
Seguro que alguien reflejará todas estas historias en un libro
famoso9.
Seguramente. Pero, dejemos de hablar del pasado. ¿Hacia
dónde te diriges con tu grupo?
¿Cómo sabes que dirijo un grupo?
Sólo el bas, el jefe, debe atreverse a adentrarse en lo
desconocido mientras el resto del grupo custodia la preciosa barca
sentenció el viejo.
Hacia el ocaso del sol, a las obras que se están realizando en
la catedral que se está construyendo en honor del santo hermano del
discípulo amado. Siempre, eso sí, si el buen Dios quiere...
Veo que llevas en tus pensamientos al buen dios, aquel que
nuestros antepasados conocían como Dagda. ¿De dónde vienes con
tu grupo?
9 Estas tradiciones sobre la relación de los navarros con los Scotti, efectivamente, se
recogieron en un libro, El Codex Calixtinus o Códice Calixtino, un manuscrito iluminado de mediados del siglo XII. Contiene sermones, himnos, milagros, relatos de la translación del Apóstol, textos litúrgicos y piezas musicales relacionados con el Apóstol Santiago. Su cuarto libro narra el descubrimiento de la tumba por Carlomagno. El quinto constituye una especie de guía para los peregrinos que seguían el Camino de Santiago en su viaje a Santiago de Compostela, con consejos, descripciones de la ruta y de las obras de arte así como de las costumbres locales de las gentes que vivían a lo largo del Camino. Este documento se custodia en la Catedral de Santiago de Compostela. En concreto, estas tradiciones se recogen en el Liber Peregrinationis, el libro V.
13
De la bahía de Murlough le informó Aidan. Pertenezco al
noble clan de los MacNjil.
¿De la bahía de Murlough? Eso está junto a la nueva tierra de
los Scotti. Largo viaje. ¿Por qué invocas a Dios en una forma antigua?
Mi abuelo me enseñó los antiguos nombres del Dios único y
Santa Trinidad.
Si es así, ni tú ni tu grupo os tenéis que dirigir hacia el final,
hacia Santiago, hacia el Campo de las estrellas.
¿Qué quieres decirme, noble anciano?
Allá acuden cada día grupos de canteros, cuadrillas enteras
con sus familias. Tu grupo es especial. Estoy convencido de que tanto
tú como tus seguidores profesáis votos eclesiásticos como yo. ¿Sois
Culdees10?
Sí, así es.
Por lo tanto, maestros artesanos con
algunos votos que acudís a la llamada de la
vieja tierra de los hijos de Mil por mar y en
barca, tal y como llegó el cuerpo del glorioso
Santiago hasta las tierras del Finis Terrae,
de la misma manera como yo hice hace ya
muchos años.
El buen Dios ha conducido nuestra
barca a estas tierras y también te ha puesto
en nuestro camino.
Vuestro trabajo en el templo del
Santo Apóstol Santiago puede esperar.
Vuestro camino no es el mismo que el de las
10 Culdees, en la Edad Media. eran originalmente los miembros de las comunidades
monásticas y eremíticas cristianas, de naturaleza ascética, de Irlanda, Escocia e Inglaterra. El término es utilizado por San Juan Evangelista.
14
demás cuadrillas de canteros laicos. Tienes que conocer que el buen
Dios se está manifestando en un lugar más allá de estas altas
montañas.
¿Cómo lo sabes?
A través de uno de sus ángeles, el buen Dios me habló, hace
ya unos cuantos años, en un sueño provocado por las llamas de
Imbolc11. Como tú ya conoces, esa fiesta que crearon nuestros
antepasados celtas para exaltar la luz y el fuego purificador, justo en
mitad del invierno. Esa fiesta que, ahora, la iglesia de Roma celebra
en dos días, el 1 y 2 de febrero, dedicando el primero a nuestra
Santa Brígida irlandesa y el segundo a la fiesta de la Candelaria, la
fiesta de las velas. Pero, todo esto tú ya lo sabes. Además, Santa
Brígida no es sólo la protectora del fuego y del hogar, de la poesía y
de la curación sino que también es la patrona de los grandes
artesanos como lo eres tú.
Como tú dices, todo eso ya lo sé.
Veo que no me preguntas por qué tengo un libro abierto si
llevo una venda en los ojos.
Sé que, si tú quieres, me lo explicarás.
Para ti, hoy, yo soy el símbolo de la fe en la verdadera
revelación cristiana. Sabía que vendrías.
Pues, aquí estoy.
Sí, aquí, estás. El ángel de la luz me dijo: “Más allá de estas
montañas, existe un lugar, junto a las fuentes de un río cuyo sendero
es de aguas negras, en el que se acabará construyendo un nuevo
templo cristiano. Cada mañana de Pascua, sube a esa loma. Cubre
tus ojos con una venda y abre el evangelio de San Juan. A tu
11 Imbolc es uno de las cuatro principales festivales del calendario celta, asociado con el ritual
de la Fertilidad, También como el día de Santa Brígida o Brigid, y en tiempos más recientes ha sido celebrado como el festival del fuego, uno de los ocho días festivos (cuatro solares y cuatro lunares) o Sabats de las rueda del año. En Escocia, el festival es también conocido como Latha Fhèill Brìghde, en Irlanda como Lá Fhéile Bríde y en Gales como Gwyl Ffraed.
15
encuentro, un año, llegará un Scotti, envíalo.” Hoy, se ha cumplido
mi viejo sueño.
¿Qué tiene de especial ese lugar? preguntó Aidan.
Desde tiempos antiguos, las aguas negras de sus fuentes son
sagradas y han sido utilizadas tanto para forjar indestructibles
metales como para sanar a los hombres y a los animales.
¡Los atributos antiguos de Dagda, del buen Dios! exclamó
excitado Aidan.
El caldero y la vida sentenció el viejo, forjados por el
camino sagrado de las aguas negras y por el fuego.
¿Cómo podremos encontrar ese lugar? preguntó curioso
Aidan.
Siguiendo la ruta de los viejos caminos de los hijos de Mil.
Esas viejas rutas por las que nuestros antepasados celtas movían sus
rebaños de ovejas y vacas y, además, comerciaban. Sí, esos viejos
senderos que acabaron convirtiéndose en calzadas romanas. Por lo
tanto, sigue el camino de piedra que atraviesa estas montañas hacia
los robledales del sur y encontrarás ese sagrado lugar.
Parece un buen lugar para pastorear rebaños a la manera de
la vieja reina Medb.
Allí se deben dirigir tus pasos sentenció el viejo. ¿Lo has
entendido bien? A pesar de los romanos, tanto los antiguos como los
actuales de la iglesia de Roma, todavía quedan en ese lugar nobles
gentes que conocen las sagradas propiedades de esas aguas.
¿Acaso tiene nombre ese lugar? acabó preguntándole Aidan
al viejo sacerdote.
Sí, ese lugar se conoce como Fuente Urbel. No te lo pienses
más. Hacia la catedral de Santiago, pueden dirigirse otros talleres. El
tuyo tiene una misión divina. Debe encontrar las fuentes del Urbel,
donde las aguas negras son sagradas.
Pero... empezó a vacilar Aidan.
16
No hay peros que valgan. No te preocupes. Seréis bien
recibidos por sus gentes. Son clanes rudos, pastores en su mayoría,
pero buenas familias. En definitiva, son una tribu con corazón noble
como el de todos los celtas. Valientes tanto en la paz como en la
guerra. Hospitalarios, alegres y orgullosos de ser los guardianes de
unas de las fuentes sagradas de los hijos de Mil.
¿Nos recibirán bien?
¿Acaso un celta puede recibir mal a sus hermanos12?
sentenció el viejo. No dudes. Hacia esas fuentes debes dirigir a
tus compañeros de peregrinaje. Os he estado esperando durante
mucho tiempo. Mi destino se ha cumplido. Ahora, ahora tú debes
cumplir el tuyo: Caelum non animum mutant qui trans mare current.
Sin decir nada más, el anciano sacerdote se quitó la venda de
los ojos. Después, se levantó de la piedra y, sin volver la vista atrás,
se perdió por un estrecho camino que se adentraba en el corazón de
un frondoso robledal. Mientras lo veía marchar, Aidan pensó que el
viejo sacerdote todavía conservaba con orgullo la noble sabiduría de
los últimos druidas. Después, tomó la decisión de no oponerse a su
suerte; un destino que había sido dictado por un ángel de la luz del
buen Dios. Además, Aidan creyó que la máxima de Horacio con la que
se había despedido el viejo sacerdote era toda una premonición:
Quienes atraviesan los mares cambian de cielo pero no de alma.
12 Pese a los escasos datos disponibles, se puede caracterizar a los celtas Turmogos como
una sociedad de estructura clásica guerrera, similar a sus vecinos celtíberos, con un funcionamiento dual pastoril (principalmente en zonas de serranía, con presencia de ganado caballar, ovino y porcino) y agricultura cerealista (en los valles y zonas más llanas donde se hallan las principales poblaciones y numerosos restos de silos de almacenaje, molinos, hoces,…). El aporte alimenticio se vería completado con caza menor y mayor (acusada presencia de restos de cérvidos). Asimismo, en los principales núcleos poblacionales, parece haberse desarrollado una industria textil de entidad, a juzgar por los numerosos hallazgos de pesas de telar.
17
3 El nuevo camino
Aquel lejano día de su encuentro con el viejo sacerdote, Aidan había
vuelto a comprobar cómo la fe puede dirigir las voluntades de los
hombres por caminos en apariencia intransitables. Al cabo de unos
cuantos días de viaje, el grupo encontró el sendero de piedra y dirigió
sus pasos en busca de unas fuentes en las que el agua era sagrada.
El camino no fue fácil. Además, en más de una ocasión, las
dudas asaltaron al grupo. Sobre todo, cuando se encontraban con
cuadrillas de canteros que se dirigían a emplearse en las grandes
obras que se estaban realizando a lo largo del camino de occidente.
Sin embargo, Aidan fue obstinado. Ese templo que le había
profetizado un viejo sacerdote era una oportunidad única. Las últimas
palabras de su abuelo antes de marchar de casa para formarse en el
monasterio se habían convertido en realidad.
Aidan, recuerda siempre que la existencia del hombre no es
nada sin el fuego de la luz, la vida del agua y la meditación de las
palabras sabias que el buen Dios nos dicta a través de los hombres y
la naturaleza.
18
Aidan lo sabía. Por eso, durante el camino, había ido dando
vueltas a la imagen perfecta que quería dedicar al buen Dios, aquel
que sus antepasados habían conocido bajo el nombre de Dagda.
Esculpiré se repetía constantemente, una figura sedente
que sostenga con unas largas tenazas un objeto apoyado en un
yunque, haciendo que otro personaje golpeé el metal con un martillo
o clava, al tiempo que una enorme ave coma de ello y defeque sobre
un caldero. De esta manera, podré colocar al buen Dios, bajo la
forma antigua de Dagda, en el ábside, el lugar que por derecho
propio le corresponde.
El maestro cantero siempre había creído que eran compatibles
las viejas leyendas que le contaba su abuelo, el bardo del noble clan
de los MacNjil, con la verdad sagrada de la Biblia. Además, su abuelo
le había explicado que siempre había coincidencias entre las leyendas
de los pueblos vecinos, como les sucedía a ellos con las de los
hombres del norte13 que, constantemente, les asaltaban por el mar.
Los hombres no hacen más que cambiar los nombres de los
personajes, pero sus ideas fundacionales son siempre las mismas. No
obstante, su abuelo había sido un gran cristiano que siempre se había
encargado de recordarle la esencia de su fe.
A lo largo de la historia, los hombres han utilizado diferentes
nombres y han narrado divergentes historias para explicar una única
verdad: existe el buen Dios; un Dios que trabaja cada día en su
creación y un Dios que tiene el poder de matar, pero también de
restituir la vida al hombre.
13 De hecho, esta imagen, Pedro Luis Huerta la vincula al relato de una saga nórdica, en
concreto, el de Thidrek, donde un héroe llamado Wieland forja una espada; pero, al no estar contento con el resultado, la pulveriza. La mezcla con harina y se la da de comer a tres aves a las que había mantenido en ayunas durante tres días. Pero, este análisis no propone esta misma línea de interpretación para el resto de las imágenes. De hecho, se presenta como el análisis de un solo capitel. Sin embargo, en este calco de personajes de las diferentes leyendas, tampoco se debe olvidar al herrero anfitrión del héroe de las sagas irlandesas, Cu Chulainn, relato anterior a la leyenda escandinava. La interpretación de todo este conjunto iconográfico como un colectivo de imágenes que vienen a poner de manifiesto la presencia del arte célico cristiano en Castilla, en el siglo XII, se debe al trabajo del grupo de investigación Ailbe, adscrito a Círculo Románico.
19
Por esta razón, cuando colocó la escultura de Dagda supo que,
con el pasar de los años, muchos hombres ni sabrían interpretar lo
que significaba el caldero ni mucho menos todavía entender que el
martillo, la clava, representaba un ancestral atributo del buen Dios de
la vida y de la muerte.
Pero, él no era el único del grupo preocupado por el tema de la
transmisión del conocimiento. Eunan, un tipo algo rudo en sus
modales pero siempre honesto, el encargado en el grupo de
transportar atados a la cintura los pocos libros que poseían, le había
comentado un día sus preocupaciones.
Si quieres colocar la antigua imagen de Dagda como
homenaje silencioso de agradecimiento a los hijos de Mil, no debes
olvidarte de esculpir también el símbolo de nuestro camino, la barca.
El buen Dios, a través de su palabra encarnada, nos hizo peregrinos
en esta tierra tal y como se nos recuerda en el capítulo 11 de la Carta
a los Hebreos.
Dices verdad le había contestado Aidan. Nosotros hemos
venido a hablar, a través de las imágenes que esculpimos en las
piedras, del buen Dios desde tierras lejanas, pero podemos plasmar
nuestro camino en esta idea de la barca14. Una barca en la que se
vean reflejados hombres que viajan, pero que no pescan con redes.
Nosotros no somos los pescadores de Galilea; sólo somos unos
hombres que imitamos el ejemplo de nuestro glorioso padre Abrahán
saliendo de nuestra tierra para dar testimonio de nuestra fe siguiendo
el curso de los astros.
14 La cristiandad celta irlandesa se caracterizaba por una tendencia a un estricto ascetismo y
por la importancia de los monasterios en la base de la organización eclesiástica y social-tribal. Sus monjes practicarían la “peregrinación por Cristo” (peregrinatio propter Christum) como práctica penitencial y ascética, abandonando temporal o permanentemente la propia patria y viajando por tierra y/o por mar. Lógicamente, una consecuencia directa habría de ser la acción misionera en las zonas por las que pasaban o donde se asentaban. Pero baste ahora recordar, por el relieve que tuvieron en la difusión del Evangelio y en la edificación de la civilización cristiana en Europa, que los monjes irlandeses realizaban sus largos viajes de peregrinación propter Christum, a causa de Cristo.
20
Ya hacía algunos años de la aparición del grupo de extraños
canteros por las fuentes del río Urbel. Nadie de esos lugares había
preguntado nada. Sus prácticas y forma de vida no dejaban ningún
lugar para la duda. A pesar de su diferente ropa y de sus extrañas
costumbres, su fe no tenía resquicios. Eran verdaderos y buenos
cristianos.
Los pocos pobladores de aquel magnífico paraje lo tuvieron
claro desde el primer momento. Necesitaban buenos canteros y estos
hombres lo eran. Los lugareños sabían que jamás podrían contar con
la sabiduría de todos aquellos que habían aprendido el oficio a la
sombra del gran monasterio de Silos. Sin embargo, el buen Dios, una
fría mañana de primavera les había traído un grupo de hombres que,
a pesar de casi no hablar, trabajaban espléndidamente la piedra.
Eran extranjeros. El mar, las montañas, el sendero de piedra y la
fama de sus aguas sagradas los habían conducido hasta ellos.
Trabajaban bien. No importaba nada más. Ellos querían construir una
iglesia. Ellos les ayudarían, como así hicieron.
Durante esos años, nadie se quejó de nadie. No eran amigos,
pero tampoco unos extraños. Esos hombres, que les había traído el
mar, usaban pocas palabras. Las gentes buenas de Fuente Urbel
21
también se formaban de generación en generación en el silencio, su
profunda fe y el trabajo. Todos sabían que estaban compartiendo
momentos memorables. Pasarían a la eternidad de la vida a través de
ese magnífico templo que estaban levantando. Aquellas bóvedas de
piedra y aquellas esculturas tendrían el valor de detener todos los
impulsos del tiempo.
22
4 La confesión
La vida cambió para Aidan el día que uno de sus jóvenes compañeros
murió por no haber querido delatarlo. Se lo había hecho jurar a
todos, pero Kalen no lo cumplió. No abrió la boca. No quiso
condenarlo. No obstante, lo peor de todo fue que tuvo que estar
presente en su interrogatorio. El arcediano franco lo obligó. Hasta ese
momento, los hombres más experimentados como Fiacre o Ciaran
habían cumplido lo pactado. Lo habían señalado como el único
culpable del programa iconográfico. Ellos sabían que la preservación
del pensamiento de sus antepasados estaba por encima de cualquier
vida. Por eso, no vacilaron y confesaron.
Pero el caso de ese joven había sido distinto. Lo que, en un
principio, parecía una nueva farsa, resultó una pesadilla. Los soldados
del obispo lo habían dispuesto una vez más. Todos los clérigos lo
tenían claro, sería una mañana más. Tenían ganas de que acabase
pronto. Si todo iba como tenían previsto, sería uno de los últimos
interrogatorios.
Nombre preguntó el clérigo que hacía las funciones de
secretario de las sesiones.
Kalen
Cargo en la cuadrilla
Aprendiz
Tenían un formulario ya resuelto. Sabían que con sólo tres
preguntas se acababan las sesiones y podían volver a hacer lo que
hacían, esperar a que los días pasasen. Todos los clérigos tenían
ganas de regresar a Burgos. Se estaba transformando en una
próspera ciudad y la vida allí era más agradable. También existían
mejores manjares.
El responsable de esta herejía es…
Lo habían dejado muy fácil. Después del interrogatorio primero
sobre Fiacre, habían visto que todos estaban dispuestos a facilitarles
23
las cosas. Por eso, cada interrogatorio, previsto en principio para que
durase como mínimo un día, se había concentrado en tan solo tres
preguntas. Los acusados respondían de forma mecánica. En primer
lugar, indicaban su nombre; en segundo, su cargo y acababan con la
misma palabra, Aidan, como respuesta de la tercera y última de las
preguntas. Pero, esa mañana no había sido así.
Se produjo un tenso silencio. Aquel muchacho no respondía.
Todos los clérigos se miraban. Estaban confundidos. Era como si, de
repente, aquel joven hubiese caído en el mayor de los olvidos. El
clérigo volvió a la carga.
El responsable de esta herejía es…
De nuevo, llegó el momento del silencio. El rostro del joven no
expresaba ninguna duda. Aidan empezó a ponerse nervioso. No pudo
soportar lo que estaba sucediendo. Tomó la palabra.
Kalen, por favor, no lo hagas. Di la verdad. Sólo tienes que
decir un nombre. Lo conoces perfectamente. Es el mío.
El muchacho calló. Parecía como si sus palabras se hubiesen
escurrido en la profundidad de su garganta. Su rostro no reflejaba ni
angustia ni miedo. Todo lo contrario. Los ojos del muchacho eran la
expresión máxima de la serenidad.
Entonces, el arcediano franco golpeó sobre la mesa que presidía
ese tribunal acusatorio. Temblaron los papeles y los tinteros, así
como el resto de los clérigos.
Muchacho, déjate de tonterías. Ya lo sabes, estamos en
tierras de la Santa Iglesia. No lo dudes jamás. Aquí, su poder es
absoluto. Pero, no tengas miedo, la Santa Iglesia se preocupa y cuida
muy bien a todos sus miembros. Sólo tienes que darnos un nombre.
No respondió. Se quedó sin decir nada. Su cuerpo estaba rígido
como si sus pensamientos no tuviesen ninguna perspectiva sobre lo
que le podría acabar pasando. Pero, no era así. Kalen tenía todo muy
claro. Había tomado una decisión. Por eso, sus ojos miraron con
24
calma tanto a los clérigos como a los soldados que lo custodiaban. El
clérigo franco perdió los nervios.
Quieras o no quieras, la Santa Iglesia ha decidido por ti. Estás
bajo su protección. Ella te cuidará hasta el día de tu muerte. A
cambio, a cambio, sólo te pide que le seas fiel, que digas sólo un
nombre. Un nombre nada más. A los miembros de la Santa Iglesia no
nos gustan las lágrimas humanas. No queremos hacerte sufrir. No te
queremos torturar para que nos digas el nombre que todos los demás
miembros de tu grupo ya nos han dado. No seas estúpido. Di, de una
vez por todas, ese nombre y te dejaremos marchar como hemos
hecho con los otros.
Kalen no contestó. Se comportaba como si no le importasen las
amenazas y estuviese dispuesto a soportar todo el dolor del mundo.
El arcediano volvió a las andadas. Lo intentó convencer. En el fondo,
le daba pena tener que someter a tortura a un joven tan hermoso.
Muchacho, recuerda que, si eres fiel a la Santa Iglesia, ella te
cuidará y nunca jamás en tu vida tendrás que preocuparte por lo que
comerás y vestirás. Ella sabrá, en todo momento, tus necesidades y
te las satisfará. Sé fiel y no seas un estúpido. Si dices el nombre, te
prometo que, mañana mismo, dos soldados del obispo te
acompañarán hasta Burgos y que entrarás a formar parte del servicio
privado de su ilustrísima.
Cuando el arcediano pronunció estas últimas palabras, el joven
sintió cómo la rabia se apoderaba de él. Con un rápido y seco gesto,
desenfundó el puñal de uno de los dos soldados que estaban
colocados a su lado. Avanzó un poco e hizo la intención de levantarlo
como si quisiera tirárselo al clérigo. Se produjo una gran tensión. Los
soldados desenvainaron sus espadas y lo rodearon.
Quietos les ordenó. No lo hagas. No ejerzas jamás
ninguna forma de violencia contra ningún miembro de la Santa
Iglesia. Roma no te lo perdonará nunca. Sólo te pedimos que seas fiel
25
a la Santa iglesia, tu verdadera madre. Si lo haces, te olvidarás para
siempre de tus necesidades materiales. Te lo prometo.
Sólo el espíritu respondió Kalen, se perpetúa de
generación en generación. Sólo el espíritu. Maestro Aidan, ahora,
como me llevas enseñando desde hace algunos años, se debe iniciar
mi camino de la purificación; un camino de la purificación que, como
tú me has inculcado, consiste en recordar algo sencillo. Un nuevo
ciclo de vida es posible después de la muerte y...
El maestro cantero supo entonces lo que tenía pensado hacer
su joven aprendiz. Intentó levantarse del taburete en el que se
encontraba. No pudo. Los dos soldados que lo custodiaban se lo
impidieron. Lo retuvieron por sus hombros. Aidan sabía que tenía que
hablar. Aquel muchacho estaba dispuesto a hacer una barbaridad. Lo
había intuido. Era capaz de condenar su alma para siempre.
Kalen, por favor, no lo hagas, piensa en la paz de Dios. Tú
debes convertirte en el que detenga el choque de estas dos maneras
de entender la fe, la romana y la nuestra, la de nuestros
antepasados.
26
Maestro, eso queda muy bien en nuestras esculturas. El joven
que detiene a los dos caballeros que representan las dos maneras de
entender la fe, la de Roma y la nuestra, la que ellos denominan
cristiano celta. Pero, eso queda muy bien en imágenes y nada más.
De repente, como si sintiera que había perdido la última
libertad que le quedaba, cambió la dirección de la mano. Con un
movimiento rápido y preciso, como se hace al matar a los corderos,
acabó cortándose el cuello. Su cuerpo cayó al suelo. Algunos soldados
quisieron acercarse para intentar ayudarlo, el arcediano se lo impidió.
¡No lo toquéis! gritó, acaba de condenar su alma para
siempre.
El clérigo se levantó de su silla y se acercó hasta el muchacho.
Estaba intentando respirar, pero no podía. El arcediano le acarició el
pelo. Kalen le dirigió su última mirada.
Joven y hermoso muchacho le dijo mientras no paraba de
toquetear su rostro, la idea de una resurrección es extraña al
pensamiento humano. Pero, es nuestra única salvación y la acabas de
perder. La vida es un regalo del gran Dios y jamás se acabará. Ella
cambia, varía, se transforma, pero se va haciendo constantemente a
sí misma.
Ni lo dejarás morir tranquilo gritó Aidan. Hasta en sus
últimos momentos de vida, le tienes que aleccionar.
¡Calla y escucha! Tú tienes la culpa de esta muerte y de todo
lo que está ocurriendo. Ya lo sabías. La Santa Iglesia se encarga de
vigilar la correcta interpretación de la verdad. Pero, claro, tú no
podías pensar como el resto de los hombres. Lo queráis o no lo
querías, todos vosotros también habéis empezado el camino de la
Santa Iglesia. Sólo lo podréis abandonar cuando muráis.
El maestro cantero quiso librarse de los soldados. No le
dejaron. Uno de ellos le acabó dando un golpe en la cabeza con la
empuñadura de su espada. Aidan se desmayó. El arcediano se acercó
27
hacia el cuerpo desmayado del escultor. Le cogió de su melena y con
la otra mano le pegó una fuerte bofetada en la cara.
¿Qué haces con estos pelos cortados a la manera de los
antiguos druidas? ¿Por qué conservas esa que llaman la tonsura de
San Juan? Soy galo y, por lo tanto, sé de los celtas como tú. Tú no la
has escogido, ha sido ella, la Santa Iglesia, la que te ha escogido a ti.
De nuevo, volvió a tirar de la cabellera de Aidan y lo abofeteó.
El cantero no respondió. El clérigo gritó fuera de sí.
No lo olvides jamás. En tu interior, vuelves a tener la
oportunidad de llegar al conocimiento verdadero y, allí, encontrarte
con el único Dios. Pero, creo que eso ya lo conoces muy bien.
Después, lo soltó y la cabeza de Aidan acabó chocando
violentamente contra el suelo. El clérigo no se inmutó.
Ahora, queridos hermanos y soldados, dejémonos de charlas.
Enterrad a ese desgraciado joven y encerrad al otro con los demás.
Después, comamos todos un poco y descansemos tranquilos. Aquí
nadie nos tocará ni uno solo de nuestros pelos.
Todos se miraron. Nadie hablaba. Nadie había sido capaz de
anticipar la fuerza interior que había arrastrado al joven aprendiz a
crecerse, en definitiva, a mostrarse como un consumado adorador del
buen Dios. Algo dentro de él le llevó a tomar esa última decisión. Si
los clérigos querían una prueba de su fidelidad al modelo de fe en el
que había estado educado, allí la tenían, su propio cuerpo. Su
cadáver se había convertido en la evidencia definitiva de una manera
de expresar la fe que se había forjado en el misterio de las piedras y
en el secreto de las voces de la sensibilidad de sus antepasados.
28
5 Pensamientos
Aidan pasó los siguientes días pensando. Hablaba poco. Sólo
recordaba. Era como si con la evocación quisiera retornar a Kalen a la
vida. Por eso, aquella tarde se acordó de cómo, al poco tiempo de
llegar a las fuentes del río Urbel, Fiacre, el mejor escultor del grupo,
había decidido que debían labrar alargadas figuras en los capiteles.
Además, también había sido Fiacre el que le había solicitado que
ideara un programa iconográfico lógico.
Bas le dijo, aunque quieras realizar un homenaje a la
vieja tierra de los hijos de Mil, debes pensar que nosotros pasaremos,
pero no así las piedras.
Ya lo sé. El orden de las imágenes lo llevo grabado en mi
memoria desde que abandonamos la bahía.
No lo dudo. Sin embargo, debe de ser un programa que
contenga elementos que estas gentes y, sobre todo, que sus clérigos
puedan entender.
¿Por qué dices esto?
29
Porque sabes muy bien respondió triste Fiacre, que
podemos jugarnos la cabeza.
El orden de las esculturas se compone de un núcleo y de
imágenes complementarias. En el núcleo de las imágenes está la
clave, ya que se compone de un recorrido: si queréis llegar a ser
santos, como aspiramos nosotros, para contemplar a nuestro buen
Dios, deberéis seguir el camino de la imitación de Cristo, tal y como
lo hicieron dos de nuestros grandes santos.
De esta forma tan sencilla, Aidan quiso tranquilizar a Fiacre de
la manera que él mejor sabía, a través de la explicación de su
pensamiento con precisas palabras.
Bonitos principios, pero ¿cuáles serán sus imágenes? Por
ejemplo, apreciado Aidan, ¿cómo piensas esculpirnos a nosotros y a
nuestra idea de ser santos?
De una manera fácil de comprender. Nosotros somos un
grupo, por eso, pienso esculpirnos en el contexto de nuestra fiesta de
la noche de todas las ánimas, el Samhain15, la noche que la iglesia de
Roma ha convertido en la fiesta de Todos los Santos.
¿Nos quieres colocar gozando ya de la eternidad del tiempo?
¿Acaso no estamos realizando nuestra propia peregrinación
hacia Cristo con este fin? Nuestra única patria es el Cielo.
15 Samhain es la festividad de origen celta más importante del periodo pagano que dominó
Europa hasta su conversión al cristianismo, en la que la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre servía como celebración del final de la temporada de cosechas en la cultura celta y era considerada como el «Año Nuevo Celta», que comenzaba con la estación oscura. Es tanto una fiesta de transición (el paso de un año a otro) como de apertura al otro mundo. Su etimología es gaélica y significa 'fin del verano'. El calendario celta dividía el año en dos partes, la mitad oscura comenzando en el mes de Samonios (lunación octubre-noviembre), y la mitad clara, comenzando en el mes de Giamonios (lunación abril-mayo). Se consideraba que el año comenzaba con la mitad oscura, así Samonios se convertía en el año nuevo celta. Todos los meses comenzaban con la luna llena y la celebración del año nuevo tomaba lugar durante las «tres noches de Samonios», la luna llena más cercana entre el equinoccio de otoño y el solsticio de invierno. Las lunas llenas marcaban el punto medio de cada mitad del año durante las cuales se celebraban festivales..
30
Lo que tú digas aceptó Fiacre. ¿Y la representación de
nuestro buen Dios a la manera de los antiguos Scotti de la bahía de
Murlough cómo la has pensado?
Estamos en una tierra donde el agua, por ser sagrada, forja
poderosos metales y sana a los hombres y a los animales, el caldero
y la clava no pueden faltar.
Me parece bien. Pero, ¿cómo hablarás de la imitación de
Cristo?
Con un símbolo de la naturaleza de estas tierras, con el Lilium
Candidum, con la representación de cuatro tulipas de lirios orientadas
hacia abajo y con seis pétalos cada una.
Me parece una gran intuición representar a Cristo como lirio
tal y como indican tanto San Jerónimo como San Bernardo. Además
confirmó Fiacre, la tulipa de un lirio tiene la forma de una copa,
de un cáliz.
31
Por eso, el otro capitel llevará también el símbolo cristológico
del cáliz. No olvides que del cáliz eucarístico, de la sangre derramada
de Cristo, es de lo que hablaron proféticamente nuestros antepasados
a través del símbolo del caldero de Dagda. Ahora, es nuestro Grial, el
que San José de Arimatea trajo a nuestras islas, en Britania. Por eso,
para el último capitel tengo pensada una síntesis del cáliz con nuestro
antiguo mito celta del hombre pájaro del mundo invisible; ese Cielo
en el que, ahora, creemos que se encuentran todos nuestros santos
en espera de la segunda venida de Cristo.
¿Cómo conseguirás esto? preguntó admirado Fiacre.
Jugando con el nombre de los dos grandes santos cuya vida
imitamos: San Columba y San Columbano. Escupiremos dos palomas,
columba en latín, como tú muy bien conoces, con cara de hombre
que sostengan un caldero, quiero decir, un cáliz.
¡San Columba y San Columbano como los guardianes de lo
maravilloso del universo, de Cristo! Así como nuestros antepasados
intuyeron la existencia de un buen Dios, al que llamaron Dagda, que
poseía el poder de la vida y de la muerte en un caldero, así nosotros,
32
verdaderos cristianos, conocemos que la vida eterna se hace presente
en un cáliz cada vez que el sacerdote lo consagra.
No te emociones tanto le aconsejó Aidan, que los
sentimientos no conducen al verdadero conocimiento de los misterios
del buen Dios.
¡Oh, viejo Dagda! susurró Fiacre.
Mejor que no lo nombres así le aconsejó Aidan, y que
utilices la fórmula que a todos los habitantes de Scottia nos aconsejó
nuestro glorioso San Patricio: Hoy me alzo con poderosa fuerza e
invoco a la Trinidad con trinitaria fe profesando la unidad del creador
de todo lo creado.
La alegoría del trébol de San Patricio.
Dijo en voz alta y clara Fiacre, mientras, sin despedirse, lo
dejaba solo. Aidan no se sorprendió. Conocía muy bien el carácter del
mejor escultor del monasterio de la bahía de Murlough. Por eso, lo
había escogido. Además, él también guardaba en su memoria la vieja
historia que explicaba cómo San Patricio había convencido a los
mejores de los antiguos druidas de la posibilidad de la existencia de
un buen Dios con tres caras o con tres cabezas diciéndoles que ese
mismo Dios les había regalado una sagrada planta, el trébol, para
que, cada vez que la viesen, pudiesen creer con la luz del
entendimiento.
En sus recuerdos, Aidan se acababa de ver a sí mismo
dirigiéndose hacia su pequeña cabaña de adobe y caña mientras
Fiacre se alejaba hacia el templo. Ahora lo conocía perfectamente. El
gran Fiacre había sido capaz de esculpir en las piedras de Fuente
Urbel la milenaria fe del antiguo y noble clan de los MacNjil. Medio
dormido, el maestro cantero era consciente de que no existe otra
espiral más perfecta que la memoria del tiempo. Esa mágica realidad
que los hombres se pasan de generación en generación en sus
fabulaciones. Estaba preparado. Debía actuar.
33
6 La fiebre
Al día siguiente, tuvo un nuevo susto. Alguien había querido imitar el
camino de Kalen. Los clérigos se lo habían impedido. Al enterarse de
lo ocurrido, Aidan no lo dudó. De hecho, al contemplar el estado en el
que devolvieron a Ailbe, el único aprendiz del grupo que quedaba,
tomó la decisión. Sus compañeros debían huir. Sólo él era el culpable.
Por esa razón, sólo él debía pasar el amargo precio del odio y de la
incomprensión.
El joven Ailbe había entrado llorando a lágrima viva, ocultando
su mano derecha. Había querido imitar a Kalen. Quiso robar un
cuchillo a uno de los soldados. Esta vez, estaban preparados. No se
dejaron sorprender. Después, actuaron sobre el muchacho. Cuando
los soldados tiraron de malos modos al joven al interior de la choza
en el que estaban prisioneros, Ciaran, un hombre alto y corpulento, el
enfermero del grupo, se percató del problema a la primera. Se acercó
al joven.
¿Qué te han hecho? Muéstrame los dedos dislocados de tu
mano.
En un primer momento, Ailbe no contestó. De hecho, se negó a
hacerlo, encorvándose sobre su propio cuerpo. Ciaran no pudo más.
Se acerco hasta él y, sujetándole el brazo, puso al descubierto, y a la
vista de todos, la mano deformada del joven aprendiz.
Has tenido suerte le dijo. Por ahora, sólo te han dislocado
los dedos.
El que lo ha hecho sabía muy bien lo que se traía entre
manos indicó Eunan, siempre sabio en sus apreciaciones.
Sí, sólo querían asustarte y meternos miedo en el cuerpo a
nosotros sentenció Fiacre, el maestro escultor. Además, el que lo
ha realizado conoce que nosotros podemos arreglarte estas
dislocaciones, para algo somos canteros.
34
Estoy con vosotros intervino Aidan que había permanecido
callado hasta ese momento. Pero es necesario que intervengamos
ya y que no hagamos sufrir más al joven Ailbe. Después, tiene que
contarnos lo ocurrido. El joven aprendiz no respondió.
¿No habrás querido imitar a Kalen? le preguntó Eunan.
El muchacho calló como si con ese silencio quisiera que se
produjese la ocultación de lo que había hecho. Todos entendieron la
ausencia de sus palabras como una repuesta. Se miraron entre ellos.
Estaban preocupados.
Bueno, sea lo que sea que has hecho, joven Ailbe le
comunicó Ciaran rompiendo el silencio que se había producido,
quiero que sepas que no tengo a mano ninguna hierba u hongo
tranquilizante. Lo tendré que hacer como a los animales. Volveré a
colocar todos los huesos de tus dedos, uno a uno y dedo tras dedo,
en su sitio. No te hagas el valiente. Si sientes que te desmayas,
déjate ir; así, no sufrirás.
Mientras Ciaran le estaba acabando de dirigir estás últimas
palabras, Eunan Fiacre y el propio Aidan estiraron al joven en el
suelo. Ciaran se le sentó sobre el estómago; Fiacre sobre sus piernas.
Aidan le sostuvo la cabeza y Eunan le inmovilizó el tronco y todo su
brazo izquierdo en cuestión de segundos. El joven Ailbe casi no podía
respirar. Ciaran actuó rápido, iniciando su trabajo con el dedo
meñique. Cuando cogió el dedo anular, Ciaran ya sabía que el joven
aprendiz se había desmayado. Ya sin tantas prisas y con más
cuidado, acabó la tarea colocando en su sitio los huesos del resto de
los dedos de la mano.
Al acabar Ciaran, todos dejaron de coger o de hacer fuerza
sobre el cuerpo del muchacho. Sentados junto a su cuerpo, los cuatro
hombres se miraron en silencio. Aidan inició una vez más la oración
de La coraza de San patricio. Cuando los cuatro acabaron de recitarla
en voz alta y en su lengua materna, Aidan creyó que era el momento
oportuno de exponer su plan.
35
La valentía del joven Ailbe me ha recordado la fuerza del
joven rey David indico Ciaran.
Por eso lo esculpimos le indicó Eunan.
Por eso y para poner de relieve que el joven rey pastor
significaba el nuevo plan de Dios que permite borrar el antiguo
pecado de nuestros primeros padres, de Adán y Eva explicó
orgulloso Ciaran.
Teníamos que hacer referencia al ciclo del génesis y dejar
algunas resonancias de la filosofía teológica neoplatónica que, como
buenos Culdees, todos nosotros profesamos argumentó Eunan.
¿Y la figura emblemática? preguntó Ciaran.
Ya la conoces tú muy bien. Lleva aparejos de pastor, un
zurrón. No sólo eso, aparejos de pastor y corona. Todo el mundo lo
interpretará correctamente. A pesar de que pasen los siglos, todos
dirán cuando lo vean: es el rey profeta David, el iniciador del linaje
real del Mesías explicó Fiacre.
Callad de una vez les interrumpió de malos modos Aidan.
Precisamente, de planes quería hablaros. Y también todos vosotros
tenéis que ser valientes como el joven rey pastor, uno de nuestros
ejemplos bíblicos a seguir como acertadamente habéis comentado.
Esta próxima madrugada, cuando Ailbe esté ya algo mejor, debéis
huir de Fuente Urbel.
36
No... empezó a hablar de nuevo Fiacre. Todos tenemos el
don de la elocuencia. Todos somos sucesores del gran Oghma, de
Ogmios16.
¿Ahora quieres hablarnos del gran Dios civilizador, el Dios de
la elocuencia y de los discursos persuasivos? le preguntó Ciaran.
Y tanto que sí, afirmó Fiacre. Su fuerza no era física sino
que estaba en las cadenas, su símbolo, que unían su lengua con las
orejas de quienes le escuchaban. De hecho, ya sabéis que se explica
que a los hombres los atrapaba y encadenaba por las orejas.
Por favor, callad vuestras historias de una vez por todas.
Dejadme hablar les ordenó Aidan. Al amanecer, debéis escapar
juntos aprovechando que yo me pondré enfermo.
¿Cómo sabes que te pondrás enfermo? ¿Acaso tienes el don
de la profecía? le preguntó escéptico Eunan.
16
Ogmios era el dios galo de la elocuencia y de la escritura, de su nombre deriva oghámico, ya que se supone que fue él quien inventó el alfabeto oghámico a base de muescas y rayas grabadas sobre piedra o madera. Representado como un anciano calvo y maltrecho por la edad, vestido con piel de león y lleva maza, arco y carcaj. Arrastra multitudes de hombres atados por las orejas con una cadena de oro en cuyo extremo pasa por la lengua agujereada del dios. Ogmios es la elocuencia segura de su poder, el dios que, a través de la magia, atrae a sus fieles. Es también símbolo del poder de la palabra ritual que une el mundo de los hombres con el mundo de los dioses. En su nombre se profieren las bendiciones a favor de los amigos y las maldiciones contra los enemigos. En Irlanda, tenía su equivalente en Ogma el inventor de signos mágicos cuya fuerza es tan grande que puede paralizar al adversario. Asociado a los dioses romanos Hércules y Hermes en la tradición céltica oriental.
37
Dejadme primero que os explique todo le cortó seco y de
forma desagradable Aidan. Después, hacedme las preguntas que
queráis. Una vez que me ponga enfermo, llamad a los dos vecinos de
Fuente Urbel que custodian nuestra choza. Son buena gente. Gente
pacífica que nos aprecia. Cuando ellos me encuentren con fiebre,
explicadles que tenéis que ir a buscar unas plantas medicinales y, sin
ejercer violencia sobre ellos en ningún momento, abandonad
tranquilamente la estancia por la puerta. Estoy convencido de que no
alzarán su mano contra vosotros y de que os dejaran partir.
En ese momento, Aidan se levantó del suelo y se dirigió hacia el
cercano fuego. Con la ayuda de una escoba de brezo, fue haciendo
una pequeña montaña de ceniza. Se volvió hacia ellos y se puso a
comerla. Cuando acabó de tragar la primera medida de ceniza que
había tomado con la ayuda de su mano derecha, se volvió hacia sus
tres compañeros que lo observaban atónitos y les dio una orden.
Una vez que abandonéis Fuente Urbel, escondeos por algunos
meses en algún viejo robledal cercano. Estáis acostumbrados a vivir
de ellos. Cuando el joven Ailbe recobre todas sus fuerzas, debéis
separaos y, mediante un sorteo, cada uno de vosotros tendrá que
tomar un camino diferente. Es la última orden de vuestro bas. No
olvidéis que me debéis obediencia eclesiástica hasta el final de
vuestras vidas. Sólo así os salvaréis; sólo así cada uno de vosotros
acabará su propia peregrinación.
Al finalizar estas últimas palabras, Aidan les dio la espalda y
continuó comienzo ceniza hasta que la fiebre visitó tanto su cabeza
como sus entrañas.
Sabía que los verdaderos adoradores del buen Dios escriben su
propio destino desde el mismo día que deciden realizar la
peregrinación de sus vidas. Por eso, era consciente de que, algún día,
llegaría por fin el silencio a su vida y tendría que cruzar
definitivamente la nada. Las viejas leyendas morirían con su último
suspiro.
38
Por este motivo, Aidan conocía que, seguramente, nadie
recordaría la forma de sus palabras. Era muy consciente de que, allá,
en el borde de la nada, estaría a solas con su conciencia y con la
silenciosa voz del Dios de la elocuencia.
Su memoria era polvo y piedras. Miró hacia sus compañeros. El
camino había sido hermoso y su compañía había resultado un
encuentro lleno de abrazos y de nostalgias. Este era el último paisaje
que le quedaba a su alma. Tenía que hacerlo. Sabía que la vida
pasaba en un instante, a pesar de que los hombres se empeñaban en
celebrarla cada día como si, con ese acto, pudiesen detener la verdad
del tiempo. Estaba decidido. Nadie se lo impediría. En esos
momentos, recordó unas palabras que le había enseñado su abuelo.
Si siempre la esperanza es un veneno amargo en el
pensamiento de un hombre, todavía sabe más amarga en la boca del
que ha perdido su libertad porque ha sido arrancado a la fuerza de su
casa. Si abandonas nuestro clan, que sea de manera voluntaria.
En esos momentos, Aidan fue consciente de que él ya no era él.
En las fuentes del río Urbel, acababa de dejar para siempre al hombre
alegre y confiado que siempre había sido. La muerte de su joven
aprendiz y la actuación de Ailbe habían significado, para él, el
abandono de todos los principios de la felicidad. Estaba atontado y
triste. Una extraña confusión coronaba su cabeza. En el fondo, en
esos momentos, todo le daba igual. El maestro cantero sintió miedo
de sus propios pensamientos.
39
7 El héroe
Al cabo de un par de horas, la seca y dura tos volvió a hacer su
aparición. La ceniza se había encargado de irritar su garganta. Sentía
calor, mientras le parecía escuchar cierto rumor de agua. Empezó a
temblar, a sudar y a recordar. Cuando llegaron a Fuente Urbel, tenía
muy claro que debía hablar del combate que todo hombre santo tiene
que realizar contra el maligno. Sabía que la Biblia lo dejaba bien claro
a través de la figura del general arcángel, de San Miguel.
Los habitantes de Fuente
Urbel conocían su historia. Por
algo, como buenos pastores,
celebraban sus fiestas el 29 de
septiembre en honor del santo
ángel que venció al dragón en el
libro del Apocalipsis. Sin embargo,
Aidan sabía que sus antepasados
del clan de los MacNjil también
habían anticipado esa batalla final
contra el maligno en la figura de un
héroe, el joven Cuchulain.
En medio del sudor, de la
fiebre y del miedo, los recuerdos
de Aidan se alargaban como las
sombras que proyecta el fuego.
Aidan recordó la sorpresa que
causó al joven Ailbe la visión del
boceto del capitel con el que quería
homenajear al hijo del antiguo dios
Lugh, a Cuchulain.
Bas le preguntó indeciso, ¿qué expresa la lucha de ese
héroe contra tan monstruoso perro?
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Pertenece al relato de una de las antiguas leyendas que
todavía recuerdan las gentes del clan de los MacNjil en las frías
noches de invierno alrededor del fuego.
Este caballero no es el glorioso San Miguel ni tampoco el
valeroso San Jorge apreció Ailbe.
Tienes razón. No es San Miguel porque no tiene alas; no es
San Jorge porque su lucha no es contra un dragón. Este capitel
recoge el momento en el que un joven se enfrenta accidentalmente al
monstruoso perro del héroe Culann17. El momento del nacimiento de
la leyenda del héroe que vence con su honestidad y con su valor y
fuerza. Un héroe que no teme a lo desconocido.
17 Cú Chulainn, también conocido como "el Aquiles irlandés" (debido a que le profetizaron ser
el protagonista de grandes hazañas, recogidas en el libro "La batalla de los bueyes de Cualinge", que le harían famoso, y que moriría joven), es el héroe mitológico irlandés más famoso del ciclo del Ulster (Irlanda del Norte), así como dentro del folclore de Escocia y de la Isla de Man. Hijo del dios Lugh y Dectera, hermana del rey del Ulster, su nombre originario era Setanta, pero tomó el nombre por el que es más conocido de Cú Chulainn ("el perro de Culann", en irlandés) cuando de niño, al ir a visitar a su padre adoptivo a casa del herrero Culann, mató a la perra que la guardaba. En ese momento se comprometió a hacer de perro guardián del herrero hasta que la cría de la difunta llegara a la edad adulta y pudiera hacer su trabajo.
41
¿Me puedes explicar algo más? le sugirió Ailbe.
Te presento a Cuchulain, el más grande y más famoso Héroe
de las sagas irlandesas, incansablemente evocado por druidas y
bardos. El fiero guerrero que combatió siete días con sus noches
contra las olas del mar. Incluso los dioses le entregaron la lanza
llamada Gae bulga para que pudiera defenderles mejor empezó a
cantar Aidan a la manera de un bardo.
Estás imitando a tu abuelo afirmó Ailbe.
En este capitel se refleja el momento en que,
accidentalmente, se enfrenta con el monstruoso perro del héroe
Culann. Se trata de un animal con poderes sobrenaturales, capaz de
enfrentarse a cien guerreros a la vez. Para asombro de todos,
Cuchulain mata con facilidad al animal. Sin embargo, para no
contrariar a su anfitrión, se ofrece ser su perro guardián hasta que
Culann logre tener otro perro con los mismos poderes. A partir de
entonces, el joven héroe será llamado CU (perro) Chulain (de Culann)
le acabó explicando Aidan.
Este héroe refleja muy bien el pensamiento de la voluntad
que tienen que tener todos aquellos que quieran realizar su
peregrinación hacia Cristo sentenció el joven Ailbe. ¿Por eso lo
colocas?
No sólo por eso, sino también como homenaje a mi abuelo, el
viejo Macartan del noble clan de los MacNjil, el mejor bardo de
nuestras antiguas historias que jamás he conocido.
Es honesto recordar y admirar a nuestros ancestros.
Sí, joven Ailbe, ellos se han encargado de construir en
palabras el paraíso perdido de cada niño, su infancia.
Aidan, aquella lejana mañana, tuvo muy claro que el joven
Ailbe iría corriendo a buscar a Eunan para que le dejase el libro en el
que estaban guardadas las antiguas leyendas irlandesas. Aidan sabía
muy bien que ese joven querría imitar a su nuevo héroe, Cuchulain,
el perro de Culann.
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Tanto recuerdo, el miedo y la fuerte irritación de la garganta
provocada por la ingestión de ceniza, hicieron que Aidan tuviese la
necesidad urgente de beber agua. Desde hacía días, la fiebre rompía
su alma en forma de recuerdos y alucinaciones. De repente, sintió
que una mano le sujetaba la cabeza. Después, notó cómo alguien le
estaba ayudando a beber. Al sentir la humedad y la frescura del
agua, abrió sus labios pero también sus ojos. Al hacerlo, el agua
empezó a refrescar su malherida garganta y su pensamiento le dijo
que se encontraba ante el juicio particular de su alma. El rostro que
contemplaba sólo podía pertenecer a un ángel.
Todavía no estás muerto.
Aidan oyó cómo le decía una agradable voz de mujer. Intentó
hablar, pero no pudo. Como si conociese sus pensamientos y supiera
sus intenciones, la mujer que le estaba dando de beber se puso a
hablarle.
Tranquilízate o la fiebre no abandonará jamás tu cuerpo. No
te preocupes más. Tus compañeros han marchado y están bien.
Ahora, ya se deben encontrar lejos o, al menos, bien escondidos.
Pero,... los francos quiso decir algo Aidan.
Esos, esos también han marchado. Los clérigos francos han
huido cuando los dos vecinos encargados de vuestra custodia les han
ido a informar de que los cinco extranjeros bárbaros se habían
suicidado quemando, con ellos en su interior, la cabaña en la que se
encontraban como prisioneros.
Eso no puede ser verdad dijo con dificultad Aidan.
Ya te he dicho que han escapado. La quema de la cabaña es
cierta. La hemos hecho como parte de un engaño para que los
clérigos y soldados se lo acabasen creyendo. Ha funcionado. La
verdad sólo la conocemos los vecinos de Fuente Urbel. ¿Por qué no
hablasteis con nosotros? ¿Por qué pensasteis que no os ayudaríamos?
¿Por qué has puesto en peligro tu vida?
Tuve un plan...
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¡Menudo plan!, arriesgando tu propia vida. Los dos vecinos de
Fuente Urbel fueron más sabios y hábiles que vosotros. Se inventaron
la historia que os ha permitido escapar a todos. Cuando tus
compañeros empezaron a narrarles su historia, algo acerca de unas
plantas, en definitiva, tu plan, ellos intuyeron que sólo se trataba de
un intento desesperado por huir que no acabaría bien. Entonces, ellos
decidieron ayudarlos. Montaron la historia del suicidio con la cabaña
quemada y, luego, avisaron a los viejos pastores para que los
acompañasen hacia un viejo robledal. Por tu estado, a ti te trajeron a
esta cueva de pastores, húmeda y fresca, que todos conocemos como
la cueva de San Blas.
Pero, los dos vecinos, quiero decir, todos pusisteis vuestras
vidas en peligro por nosotros.
Las gentes de Fuente Urbel no somos desagradecidas. Es
cierto. Todos acabamos colaborando. Vosotros habéis construido para
todos los habitantes de hoy y de mañana una hermosa iglesia con
unas espléndidas imágenes. Nos habéis regalado una iglesia hecha
con amor que dará que hablar con el paso de los siglos. De ello,
estamos convencidos.
¿Y los clérigos francos?
No te preocupes por ellos. Ya te he dicho que ya no están.
¿Cómo acabó su historia?
Ya te lo he dicho. Los dos vecinos se encargaron de hacerles
marchar del pueblo. No sólo les contaron que os habíais suicidado,
sino también que lo habíais hecho abrazando cada uno de vosotros a
varios gatos negros. Les dijeron que vuestros cuerpos estaban
estirados junto a los cuerpos decapitados de trece gatos negros.
Vaya historia…
Eso no es todo. Para evitar la condenación de todas las almas
que habitan en Fuente Urbel, los vecinos comunicaron a los clérigos
francos que, en el incendio, se habían quemado tanto vuestros
cuerpos como los de los trece gatos negros dentro de vuestra choza.
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Afirmaron que nadie os podría reconocer. Además, también les
hicieron creer que con el fuego se habían quemado todas vuestras
pertenencias, entre ellas, vuestros libros paganos. También les
informaron que, ante tal catástrofe, ellos, más tarde, habían optado
por arrojar vuestras cenizas y las de los gatos al río.
¿Se lo creyeron?
¡Y tanto! Los clérigos francos, al comprobar que vuestra
choza ya no existía porque estaba totalmente calcinada, creyeron a
los dos vecinos y marcharon despavoridos hacia Burgos, no sin antes
decirnos que volverían para hacernos destruir el templo pagano.
Al oír estas últimas palabras, Aidan abrió los ojos con
desesperación. La hermosa mujer lo tranquilizó.
No te preocupes. No volverán. Ya han podido explicar al
obispo que han cumplido el encargo que les dio, vuestra destrucción.
Pero, ¿y vosotros?
Nadie volverá en años por aquí, a Fuente Urbel. Nos
consideran analfabetos. Piensan que, para nosotros, las imágenes
que habéis esculpido no significan nada. De hecho, algo de razón
tienen. No obstante, estamos acostumbrados a vivir sin la ayuda de
los poderosos y, por cierto, no nos va tan mal.
Intuyo que eres una mujer con instrucción.
Por suerte para mí, algo he estudiado. Pero tú, ahora, duerme
un rato. Tanto tu cuerpo como tu espíritu lo necesitan.
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Aidan supo que su templo se había salvado gracias a la
sabiduría iletrada de las gentes de las fuentes del río Urbel. También
él, ahora, estaba convencido de que nadie regresaría para destruir
ese templo homenaje a los hijos de Mil. A los poderosos sólo les
interesa el mundo de las apariencias, de las riquezas, de los miedos,
de la violencia y de las supersticiones y todas estas sólo se
encontraban junto a los templos importantes del poderoso camino de
occidente. Además, con el paso de los años, nadie entendería
aquellas imágenes.
Mientras escuchaba el murmullo del agua sagrada de las
fuentes del río Urbel, cerró sus ojos dispuesto a aceptar el justo
veredicto del caldero de Dagda. Estaba decidido. Acataría la voluntad
de la Divina Sabiduría. Tenía profunda fe en un Dios que, a imagen y
semejanza de una hoja de trébol, expresa siempre su unidad como
trinidad. Se sintió bien. Había encontrado el destino final de su viaje.
Sus compañeros harían lo mismo. Sabía que cada uno de ellos se
había dirigido hacia tierras diferentes. El crepitar de las llamas de la
hoguera, con la que esas gentes estaban tratando de sanar su cuerpo
enfermo, le devolvió una agradable sensación. Sabía que su alma
estaba tranquila.
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8 El viaje
Aquella mujer le salvó la vida. Sin embargo, por unos días, no
pudieron regresar a Fuente Urbel. Cuando se le había acabado la
fiebre, habían decidido subir hacia las montañas. Las tierras de los
pasiegos estaban en esa dirección, esperándoles desde su perfección
natural. Según iban caminando en silencio, Aidan recordaba su
infancia.
Siguiendo las enseñanzas de su abuelo, su padre le había
educado a saber distinguir las huellas de Dios en todas las formas y
manifestaciones de la naturaleza. Además, también le había
preparado para realizar sus futuras obras en la piedra como una
alabanza a la técnica divina. Su padre siempre le decía que debía
procurar vivir en armonía con su cuerpo y en equilibrio con su alma.
Sin embargo, cuanto más ascendía aquellas tierras, sus ojos no se
acordaban de nada. Sólo recordaba los ácidos misterios del dolor que
le habían clavado en su alma los sucesos que había vivido el día en el
que le anunciaron que tanto su padre como su abuelo acababan de
morir en una batalla defendiendo la noble tierra del clan de los
MacNjil.
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Entraron en las primeras estribaciones de las montañas. Se
habían alejado de las sendas principales. Se apartaron de los pueblos
y empezaron a transitar por una estrecha pero limpia y cuidada
vereda que, en su inicio, corría paralela al camino de las estrellas.
Sería al mediodía de la séptima jornada por esas tierras,
cuando llegaron a una explanada. La vereda se había transformado
en un perfecto círculo limpio de árboles y naturaleza. En el punto
central de todos sus posibles diámetros, se levantaba una pequeña
construcción de piedra de forma circular y con el tejado de paja de
centeno trenzada con brezo. Con un sencillo gesto, la mujer detuvo
su caminar. Después, mirando al cantero, sentenció.
¡Por fin en casa!
¿Qué quieres decir?
Ya nadie puede ponernos la mano encima. Esta es la vía sacra
de mi gente. Es un camino que está al margen de cualquier ley de los
hombres. Es el camino de los pastores que realizan la trashumancia.
Aidan no tuvo ganas de decir nada. Sólo sintió un deseo. No
podía callar por más tiempo.
¿Cómo te llamas? ¿Dónde has aprendido a hablar tan bien en
latín eclesiástico?
Maestro, son muchas preguntas. Sólo tienes que saber que,
aquí, estaremos a salvo. Después, cuando haya pasado el invierno,
podremos regresar a Fuente Urbel. Recuerda que, si eres fiel a la
naturaleza, ella te cuidará y nunca jamás en tu vida tendrás que
preocuparte por lo que comerás y vestirás. En todo momento, ella
sabrá lo que necesitas y te cuidará. Sé fiel a la madre naturaleza y no
seas un estúpido como lo fueron tus aprendices. ¡Quién sabe la vida
que, ahora, llevarán el resto de tus compañeros!
La mujer sacó del saco que abrazaba un poco de carne seca,
algunos frutos secos y un pellejo de vino. Se sentó en la hierba. Se
puso a comer. Aidan la imitó.
Me llamo Blanca.
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Un bonito nombre. ¿Qué hacías en Fuente Urbel?
¿Por qué lo preguntas?
Me da la impresión de que no eres una mujer sin instrucción.
Blanca lo miró con los ojos de una persona cansada de vivir. En
el fondo, no tenía ganas de explicar su vida a ese extranjero. Lo
había salvado de las garras de la Santa Iglesia por un impulso. Ella
no había sido feliz mientras había vivido siendo una más de las
monjas de aquel monasterio.
Sólo tienes que saber una cosa. Mi círculo está cerrado. La
palabra de Dios a través de la Iglesia romana ha dejado de hablarme.
Ahora, soy una mujer sin destino.
¿Qué quieres decirme?
Me escapé del monasterio en el que vivía acogida como oblata
pobre. No aguantaba más servir a las señoras monjas.
¿Por qué?
Le preguntó Aidan mientras dejaba de comer. Había intuido que
los ojos de aquella mujer sólo estaban abiertos para vivir en el dolor.
Ya te lo acabo de decir. Hace
un par de años, sentí que había
colocado mi último esfuerzo en la vida
religiosa. Yo no había nacido para
servir a unas mujeres que tenían todo,
sino a las gentes de mi pueblo.
También yo he tenido más de
una vez esa misma sensación y, por
eso, no he abandonado jamás el
camino que empecé.
Tú tenías un destino como
clérigo artesano y lo has encontrado.
No te entiendo. ¿A qué te refieres?
Como maestro escultor acogido a tus monasterios, te
esperaba la realización del conjunto de imágenes de Fuente Urbel. Y
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tengo que decirte que lo has conseguido. Has hecho un verdadero
tratado de fe en esas piedras.
Pero, Roma no lo entiende así. Ya sé que soy y formo parte
de ese viejo camino de los maestros canteros que se declaran
adoradores del buen Dios. Siempre me he sentido orgulloso del hacha
que sostengo y alzo mientras trabajo. Esas esculturas son nuestra
vida.
Las habéis colocado bien. Sin embargo, ¿cuántas personas las
entenderán cuando caminen los siglos?
El maestro cantero no se esperaba esa pregunta. Se atragantó
con un trozo de la carne salada que se había llevado a la boca. Tuvo
que estornudar.
No te me mueras de una forma tan estúpida, sólo era una
simple pregunta le dijo Blanca.
Pero, no era cualquier pregunta. Es la clave de todo nuestro
trabajo. Desde que abandonamos nuestro monasterio en el que
recibimos nuestro aprendizaje, hemos recorrido muchas millas tanto
por mar como por tierra. Después de todo nuestro esfuerzo, sólo
faltaría que nadie entendiese el mensaje que hemos dejado escrito en
las piedras de Fuente Urbel. ¿De qué habrían servido nuestras vidas?
De nada respondió Blanca sin inmutarse. Pero, desde que
abandonasteis vuestras islas, todos vosotros erais conscientes de que
esa era la verdadera partida que jugabais con los dados de vuestro
destino sagrado. Sólo esa, ninguna más.
En esos momentos, Aidan recordó que el Tighearn, el maestro
del grupo, no puede quejarse jamás. La mente le hizo una mala
pasada. Le llevó a recordar que, durante todos estos años, había
contado con la ayuda siempre fiel de la mejor cuadrilla de canteros
que se había preparado jamás para abandonar las islas de los Scotti.
Blanca intuyó su pensamiento.
¿Piensas en tu gente?
50
A pesar de sus apariencias, son personas buenas. Claro está
que son hombres con expresiones duras en sus expresiones, gestos y
palabras: Pero, al fin y al cabo, son artesanos nacidos en islas que
perdieron casi la totalidad de sus árboles.
Te veo abatido. Realmente, ¿en qué piensas? le preguntó
Blanca.
En una sola cosa. Nuestro tiempo ha pasado demasiado
deprisa.
Pero, no te pongas triste. Lo habéis conseguido.
Si por conseguir se entiende que nos hemos encargado de
labrar las piedras de Fuente Urbel para dejar memoria y constancia
del triunfo definitivo de la verdadera fe, entonces, entonces, tienes
razón. Sin embargo…
Sin embargo, ¿qué? le cortó Blanca.
Tengo que tener memoria de todos ellos: de Fiacre, de
Euman y los otros artesanos, pero también de Kalen y de Ailbe, mis
aprendices. De hecho, nada serían mis obras sin las expertas manos
de todos estos duros hombres que pagarán, como yo mismo, el
precio de no salir jamás en ningún libro de historia.
¿Aspiras a la eternidad del recuerdo?
El maestro cantero no se esperaba esa pregunta. Se quedó
clavado. Sostuvo por unos instantes con sus dos manos el pellejo de
vino del que se disponía a beber. No se atrevió a responderle.
¿Tanto te duele el alma? volvió a preguntarle Blanca.
Ni te lo imaginas. Durante años, la Santa Iglesia nos ha
estado esperando a todos detrás de cada portada que hemos
ayudado a esculpir. Sin embargo, yo, Aidan del clan de los MacNjil, ya
no puedo más. Definitivamente, esta ha sido la última de mis obras.
Debo salvar no sólo mi alma, también mi vida.
¿Te has rendido?
51
No Blanca, no. Mi alma me lo pide. Una vez más, tengo que
marchar. Es mi hora. No tengo la voluntad necesaria para seguir
luchando contra las fuerzas de la Santa Iglesia de Roma.
¿Te han abandonado tus fuerzas?
Mis manos ya no son capaces de encontrar la verdad de las
piedras. Mi misión se ha concluido. He enseñado todo lo que sé al
grupo.
Estás muy pesimista. Es mejor que nos tumbemos un rato y
durmamos.
Como tú digas, Blanca.
Aidan dejó todo lo que llevaba en sus manos sobre la fresca
hierba y se puso a dormir. No era de noche; pero, se sentía
terriblemente cansado. En su corazón, no le quedaba ninguna
perspectiva de retorno a la aldea que le había visto nacer. Sabía que
nada puede superar a la quietud mágica de la tarde. Tenía toda la
calma del mundo delante de sus ojos. No quería hablar más con esa
mujer. De hecho, mientras él le había explicado cómo se sentía, ella
no le había contado nada de nada acerca de su vida. Por no conocer,
no conocía ni sus orígenes.
En esos momentos, el maestro cantero quiso alcanzar el secreto
de las costumbres que, de generación en generación, se esconden en
el tiempo y se transmiten los hombres. Sin embargo, se sentía muy
cansado. Cerró los ojos sin importarle si Blanca hacía lo mismo.
Quería dormir. Y eso hizo.
52
9 Cambios en la vida
En un primer momento, Aidan pensó que estaba teniendo uno de
esos malditos sueños que le dejaban hundido y humillado cuando se
despertaba. Creía que lo que estaba experimentando era fruto de su
imaginación dormida. Sin embargo, la presión creciente de la sangre
le hizo abrir los ojos. No, no era un sueño. Blanca había metido su
mano por debajo de su camisa y estaba acariciando todo su bajo
vientre. El maestro cantero reaccionó sentándose sobre el suelo.
¿Qué haces?
Ya lo sabes. No hace falta que lo preguntes.
Soy un clérigo.
No, Aidan, desde que abandonamos Fuente Urbel, tú ya sólo
eres un hombre.
Siempre seré un clérigo, hasta el día de mi muerte.
Clara no respondió. Se puso de rodillas. Se sacó su vestido. El
cantero se quedó sin palabras.
¿Nunca habías visto tan de cerca el cuerpo desnudo de una
mujer?
En un primer momento, no respondió. Sus ojos subían y
bajaban buscando contemplar la excelencia de sus pechos y la
delicadeza de su vello púbico. Blanca no le dejó reaccionar. Lo acabó
desnudando. Lo abrazó para que sintiera el hermoso tacto de su
53
cálida y húmeda piel. Después, le cogió sus dos manos y se las llevó
hacia su culo.
También yo, todavía, soy virgen. Estaba esperando a mi
hombre. Por fin, lo he encontrado. No te dejaré escapar. Tú serás mi
marido hasta el día de mi muerte.
Se puso a besarlo por el cuello, mientras que con sus manos
acariciaba sus pequeños pezones. Aidan notaba que se había
quedado sin palabras. De hecho, no las necesitaba. Creía que, entre
sus manos, tenía la perfección del universo. La suavidad del tacto del
poderoso culo de Blanca le estaba hablando con unas nuevas voces
que él jamás había oído. Le habían dicho que la piel del cuerpo de
una mujer era la extensión del alma del maligno. Sin embargo, según
acariciaba ese culo, él sólo sentía en esa piel la expresión de la gloria
de Dios. Se dejó ir. Respondió a la invitación de Blanca. Se puso a
acariciar sus pechos. Después, los besó y mordisqueó.
El cantero estaba fuera de sí. Jamás lo había hecho. Pero, todo
le salía de forma natural. El cuerpo de Blanca era la pura invitación a
comprobar la intensidad del fuego de su piel. De repente, ella lo hizo
estirarse en el suelo. Se subió sobre él. Con la ayuda de sus dos
manos, hizo que la penetrase. Aidan sintió que su piel estaba más
caliente que una piedra al ser golpeada por el cincel impulsado por la
maza. Se sentía bien. Jamás en la vida había experimentado esa
sensación. Era como si la piel del hermoso cuerpo de Blanca quisiera
bebérsele toda su sangre. Ella empezó a jadear mientras le mordía en
su oreja derecha.
Aidan, nos estamos casando para siempre. Sigue. No pares.
Soy tu mujer hasta la eternidad del tiempo.
Al oír esas palabras, el cantero sintió la necesidad de
contestarle. Pero, de nuevo, se había abrazado a su poderoso culo.
Ella no dejaba de moverse haciendo que subiese y bajase con unos
movimientos armónicos que, en esos momentos, le recordaron a la
culminación de la existencia humana.
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Blanca, soy tu marido para siempre.
No pudo decir nada más. Blanca se puso a realizar unos
movimientos tan rítmicos y acompasados que hicieron que Aidan
perdiese la conciencia de su vida y del paso del tiempo. Jamás había
experimentado nada parecido. El cantero desconocía la intensidad del
fuego que abrasa las pieles. Quiso que ese momento no se acabase
jamás. Volvió a agarrar el poderoso culo de Blanca. Se incorporó y
empezó a mordisquear los pezones de sus pequeños pero perfectos
pechos. Blanca también empezó a sentir que esa era la única
eternidad que puede experimentar un hombre en la vida. Sus dos
cuerpos abrazados acabaron siendo la perfecta expresión del silencio
de Dios. Después, se separaron. Se pusieron juntos a contemplar el
cielo, uno al lado del otro. Aidan la abrazó.
Yo vengo de una raza de pastores que perdió su libertad
cuando la Iglesia de Roma les hizo abandonar sus viejos ritos y
costumbres.
Aquellas palabras de Blanca trajeron al maestro cantero de
nuevo a la realidad.
Durante mucho tiempo, a partir de la primavera, mis
antepasados cuidaron sus rebaños en estas tierras. De hecho, en esta
cabaña nací yo y, aquí, quiero que nazcan mis hijos.
Aidan quiso contestarle. Pero, ella no le dejó. De nuevo, se
puso a acariciarle el interior de sus muslos. No sólo eso. Empezó a
besarle en su vientre. Ante las nuevas sensaciones, el cantero, una
vez más, perdió el control de su sangre. Como si, en esos momentos,
no tuviese otro dios que su propia existencia, se abalanzó sobre ella.
La abrazó.
Me muero por tu culo poderoso.
Le susurró mientras le mordía su oreja derecha. Después, sus
manos se lanzaron a apresarlo con la intensidad del que ni quiere ser
olvidado ni convertirse en pasto de las llamas de la nada.
Tu cuerpo será nuestra memoria.
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Los dos acabaron besándose por toda su piel como si, con esos
besos, quisieran beberse la sangre de la que se alimentaban sus
vidas. Lejos, muy lejos, quedaban todos los recuerdos. Ellos habían
conseguido que sus cuerpos se convirtieran en la memoria verdadera
que les había conducido al olvido de sus anteriores vidas.
Aidan le dio la vuelta. Mientras contemplaba su perfección con
sus asombrados ojos, tenía que amarla, al menos una vez, pudiendo
acariciar y besar a la vez su poderoso culo. Cuando Blanca le permitió
hacerlo, él sintió que sus sensaciones se perdían en las fuentes del
tiempo. Ella sabía lo que le estaba ocurriendo. Por eso, se puso a
moverlo muy lentamente. En esos momentos, Aidan creyó que había
regresado al instante en el que el hombre nace, a la explosión
primera de toda vida.
Poco a poco le pidió Blanca susurrando.
El cantero obedeció. Había experimentado que, en el sosiego,
no sólo se le acumulaba la sangre sino que también todas sus
sensaciones se volvían más intensas. Durante el tiempo en el que sus
cuerpos aguantaron, acabaron amándose con todas sus fuerzas.
Después, volvieron a estirarse juntos en el suelo mientras se
abrazaban.
Acabo de volver de la nada sentenció Aidan.
Te has puesto muy reflexivo le contestó Blanca.
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Ya no es necesario que continuemos con nuestra huida. Por
fin, he encontrado mi hogar. Mi única casa eres tú.
Los dos se besaron. Por unos instantes, sintieron que ya no
conocían el miedo. En medio de la protección de un solitario robledal,
habían alcanzado el verdadero sentido de sus vidas. Lo tenían claro.
No se separarían jamás. Algo tan hondo como lo que acababan de
vivir sólo podía ser la gran señal de la revelación de la propia
existencia del buen Dios. No, ellos no seguirían la fe a través de las
normas de la Santa Iglesia de Roma. Su auténtica fe se había
instalado, para no abandonarlos jamás, en la cálida humedad de la
piel de sus cuerpos.
57
10 El regreso
Durante algunas semanas, Aidan y Blanca vivieron la experiencia de
no necesitar a nadie más para sentirse felices. De hecho, ellos no
fueron conscientes de que la maquinaria de la ley de la Santa Iglesia
no para jamás. El arcediano franco no había dejado de estar
esperando noticias suyas para atraparlos hasta que murió pisado por
su propio caballo, mientras cazaba.
Aquella mañana de mediados de septiembre, había amanecido
como siempre. Ellos vivían con poco. Aidan había aprendido a cazar y
pescaba en el cercano río. Blanca recogía los frutos del bosque. Eran
muy felices. Esperaban su primer hijo. Estaban desayunando en el
interior de la choza circular, una cabaña de pastor. Tenían el fuego
encendido y comían algunos frutos.
Es mi hora anunció Aidan. Tendré que acercarme a alguna
población para ganarme la vida como albañil. Necesitamos tener unas
cuantas monedas. Con ellas, podremos comprar las cosas que
necesitemos para sobrevivir aquí durante este invierno.
Haz lo que tengas que hacer. Pero, ten mucho cuidado.
Últimamente, te veo muy pensativo.
No te preocupes. Soy muy feliz. Sólo pensaba en mis cosas.
¿En tus cosas?
No volveré a esculpir para que nadie me reconozca. Sin
embargo, tengo miedo de que el mensaje que dejamos en las
imágenes de Fuente Urbel se haya perdido ya para siempre.
Es una posibilidad le respondió Blanca de forma pragmática.
El cantero la miró. No se esperaba esta respuesta.
No me mires así. De hecho, nadie conoce el miedo de tan
cerca como nosotros. No olvides que hemos tenido que escondernos
para poder sobrevivir. Si a nosotros nos pasa esto, ¿qué no les puede
estar pasando a tus esculturas?
¿Por qué me dices esto?
58
Aidan, en estos momentos, ¿quién se estará preguntado si,
todavía, estamos vivos? Y tú preocupándote por si alguien se
acordará de lo que significan esas bellas imágenes. Además…
Además, ¿qué?
Seguro que a ese templo ya le han puesto una puerta para
que nadie pueda entrar a ver la herejía que hay esculpida en su
interior. Mira en qué nos hemos
convertido.
Blanca, ¿qué quieres decirme?
Mientras esperamos nuestro
primer hijo, vivimos en el interior de un
bosque como si fuésemos cazadores
furtivos que deben escapar de la
autoridad del rey. Esta no es una buena
vida para el hijo que esperamos.
No te entiendo.
Es muy fácil de entender.
Mientras hemos vivido la intensidad de
nuestro amor, el lugar no importaba.
Ahora, las cosas han cambiado. Nuestro
hijo se merece una oportunidad. No
podemos criarlo como si se tratase de
una fiera salvaje.
¿Dónde quieres que vayamos?
Debemos regresar a Fuente
Urbel.
Aidan no se esperaba esa respuesta. Se levantó de la mesa y se
puso a caminar nervioso por el interior de la cabaña.
¿A Fuente Urbel?
Sí, nadie nos esperará ya allí. Todos creerán o que hemos
huido muy lejos o que estamos ya muertos.
¿Y la Santa Iglesia?
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Aquellos clérigos se morían de ganas por regresar a Burgos,
por vivir junto al obispo. Nadie nos espera. Estoy convencida.
Blanca también se levantó y se acercó al fuego. Puso unos
cuantos troncos más. Las llamas se avivaron. Entonces colocó sobre
ellas un caldero en el que había preparado una serie de hierbas y un
conejo que el cantero había cazado el día anterior.
Hoy, comeremos bien observó Aidan.
Como todos los días, cuando se puede comer contestó ella.
Los dos se pusieron a reír. Acababan de tomar una decisión.
Regresaban a Fuente Urbel. Allá, tendrían y educarían a sus hijos. Se
esconderían entre los pastores. Tal vez, no pudiesen acercarse a los
lugares del saber y del poder político; pero, estaban convencidos de
que sus hijos crecerían felices.
En el fondo, tengo miedo de descubrir que, con el paso del
tiempo, no existan hombres que sean capaces de encontrar, de
descifrar y de interpretar nuestras esculturas advirtió Aidan.
Ya vuelves a las andadas. No tiene que importarte tanto el
olvido de tu obra. Recuerda que tú siempre pasarás en la memoria de
tus hijos y en la sangre de los hijos de tus hijos. Esa es la ley sagrada
que el buen Dios quiso que tuviésemos clara. No tengas miedo. Si
quieres, puedes salvar todo tu proyecto.
¿Cómo?
Cuando lleguemos a Fuente Urbel, hazte con unos buenos
pergaminos. Copia en ellos todas tus esculturas.
¿Me estás pidiendo que cree un libro de bocetos sobre una
obra ya esculpida?
¡Aidan!, cuando te pones así…
¿Qué quieres decirme?
Tranquilízate.
Blanca calló. Sabía que si quería que su marido fuese feliz tenía
que ayudarle de alguna manera en su lucha contra el miedo al olvido.
Había venido de tierras muy lejanas y la nostalgia de los acantilados
60
de su infancia jamás había abandonado sus ojos. Sabía que la
soledad puede arrastrar al hombre al mayor de los olvidos. Pero, no
quería que Aidan se sintiera un muerto.
Tú, eres el padre de mi hijo le argumentó. Por lo tanto,
debes alzarte sobre cualquier impedimento y luchar con todas tus
fuerzas.
Ya sabes que estoy dispuesto a todo lo que sea por él y por ti.
Entonces, no dejes que la soledad de este bosque alimente de
olvido a tu hijo antes de nacer.
¿Qué quieres decirme?
Si vivimos solos aquí los tres, ¿quién, aparte de nosotros,
conocerá su existencia? Ninguno viene al mundo para no ser
reconocido por nadie. Nuestro hijo tiene el derecho al reconocimiento
público de su vida.
No te preocupes. Te he entendido. No hace falta que me
argumentes más. A primeros de la semana que viene, regresamos a
Fuente Urbel. ¿Quién te educó con estas palabras?
Ya lo sabes, una monja que decidió que yo sería su hija.
También, por su recuerdo y por todo lo que me enseñó y regaló, debo
luchar por nuestro hijo.
Blanca no dijo nada más. Justo en ese preciso momento, oyó
cómo el agua hirviendo saltaba sobre las llamas.
Ayúdame a apartar el caldero del fuego. Nos quedaremos sin
caldo.
Aidan la ayudó. Al hacerlo, sintió cómo la ternura crecía dentro
de su cuerpo. Era muy feliz con esa mujer. Además, sería padre. No
tenía necesidad de más dudas. No podía dejar que sus miedos se
acabasen convirtiendo en un impulso violento que le impidiese ser
feliz. No era momento de volver a vivir en la soledad que provoca
aceptar que has fracasado en todo por lo que habías luchado.
El cantero se apartó del fuego y salió de la cabaña. La decisión
estaba tomada. Regresaban. Lo tenía claro. Su familia era mucho
61
más importante que cualquiera de las imágenes que había dejado
esculpida. Debía abandonar la sensación de amargura que sentía en
su alma. Cualquier fuego, cualquier movimiento de tierras podría
hacer desaparecer esas imágenes. Sin embargo, nadie, nadie le
podría robar jamás la sensación de ser un hombre feliz.
Se adentró en el interior del bosque. Sabía que tenía que
intentar cazar un pequeño cierzo. Salarían su carne. Era consciente
de que tendrían que caminar transportando unos cuantos víveres
hasta poder volver a ver las aguas sagradas de las fuentes del río
Urbel. Sus habitantes les dejarían vivir en paz en medio de ellos. Eran
buena gente. El cantero pensó que su mujer tenía razón. No había
fuerza de la memoria mayor que la herencia de la sangre. Y él, el
escultor del clan de los MacNjil, había sido capaz de crear una imagen
más perfecta y mejor que cualquiera de sus esculturas, el cuerpo de
su propio hijo.
Al interiorizar lo que pensaba, Aidan sonrió. Después, sin darse
cuenta, se puso a silbar. En esos momentos, vio cómo un joven
cierzo pasaba delante de él por entre las ramas bajas de un enorme
roble. Dejó de silbar. Volvió a sonreír. Tenía que cazarlo. Era una
señal del buen Dios. Tenía que luchar por la supervivencia de su
familia. Se adentró en el bosque.
62
11 De nuevo, en casa
Cuando los vieron aparecer, no se lo podían creer. Las gentes habían
hablado. Se habían difundido diferentes versiones, Unos decían que
se habían escapado para regresar a las islas de las que el maestro
cantero era originario. Otros, que los habían apresado y estaban en la
cárcel episcopal de Burgos. Incluso, se llegó a afirmar que habían
muerto y las versiones también eran divergentes. Habían sido
devorados por lobos, los habían asesinado unos ladrones de caminos
al encontrar que no llevaban nada, se habían ahogado al intentar
cruzar el río Ebro.
Nadie les puso mala cara. Sólo les exigieron una condición.
Tenían que oír la voz del concejo. Se convocaría el domingo, después
de misa. Y, así, fue. Los cincuenta y dos vecinos se reunieron
después de escuchar la misa que celebró un sacerdote que acabó
abandonando rápidamente el pueblo. Habían tenido suerte. Ese
domingo, aunque no era el 29 de septiembre, había caído entre
semana, celebraban la fiesta del glorioso Arcángel San Miguel.
Cuando terminase la misa, se celebraría el concejo. Se harían los
pactos de invierno entre pastores y comerían y bailarían hasta que
acabase el día.
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El concejo se reunió en el llano de los prados ubicados ante la
puerta del templo, al abrigo y sombra de los árboles. Primero, se
recordaron los acuerdos tomados en el último año. Todos los que
tuviesen ganados, así como los pastores que sólo contasen con
alguna res, podían entrar a los montes comunales respetando una
única ley. Por la noche, todas las cabezas tenían que estar de nuevo
en el pueblo. No podían dormir al raso. Después, se acordaron los
pactos de invierno para proteger las hierbas de otoño que les
corresponderían a los ganados de cada vecino.
Luego, fue su turno. Nicolás, el vecino que hacía las funciones
de alcalde, tomó la palabra.
Antes de nada, Blanca y compañía, tenéis que comprender
que, durante estos días, no hayamos hablado mucho con vosotros.
Nadie esperaba vuestro regreso. Los unos os creíamos en el
extranjero; los otros pensábamos que estabais muertos.
No te preocupes le respondió Blanca para tranquilizarlo.
Si deseáis vivir entre nosotros, este concejo sólo os pide una
cosa.
¿Cuál? preguntó Aidan poniéndose a la defensiva.
Tranquilo. No hace falta que te pongas así le respondió
ahora Sebastián, el sacristán del pueblo.
Sólo queremos que nos prometáis que el maestro cantero
dejará de ejercer su oficio. De hecho, lo tiene prohibido.
¿Sólo es eso? preguntó Aidan.
Sí, solo eso.
Entonces, no os preocupéis, lo aceptaré a cambio de una sola
condición.
Tú dirás volvió a hablar el sacristán.
Que nadie informe de nuestra presencia aquí al obispo de
Burgos y a sus clérigos. Hemos vuelto para vivir en paz y para criar a
nuestros hijos.
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Trato hecho. Te doy mi palabra en nombre de todos los
vecinos de Fuente Urbel.
Al decir estas palabras, Nicolás se levantó de la piedra sobre la
que estaba sentado y caminó hasta donde se encontraba el maestro
cantero.
Aidan, ¿por qué puedo llamarte así, no? Ten mi mano en
nombre de este concejo y en representación de todos los vecinos.
Nadie os traicionará. Pero vosotros también tenéis que cumplir lo
pactado.
Así se hará le respondió el cantero mientras le devolvía el
apretón de manos.
Al producirse la encajada de manos de los dos hombres, como
si todo el mundo se sintiese bien y aliviado, los vecinos empezaron a
aplaudir. Nicolás alzó su mano derecha. Todos dejaron de dar
palmas.
¿A qué te dedicarás para alimentar a tu familia? ¿Qué oficio
harás?
Si os parece bien a todos, no haré uno solo sino dos.
Explícate mejor le pidió Sebastián, el sacristán.
Si a Bernardo no le parece mal, le puedo ayudar haciendo con
él de albañil. Al fin y al cabo, algo sé sobre piedras.
Al decir estas palabras, todos los vecinos empezaron a reír.
Sólo Sebastián había puesto mala cara. Aidan se percató y volvió a
hablar.
Tranquilo, sacristán, ahora te explico el segundo oficio. Si
también os parece bien, todos los domingos, puedo enseñar a los
niños del pueblo a operar con los números y a leer y escribir en latín.
Además, supongo que todos vosotros habéis comprobado que he
mejorado mucho hablando como vosotros lo hacéis estos seis meses
que he vivido en soledad con Blanca.
En eso, tienes razón respondió Nicolás.
Y, tú, Blanca, ¿a qué te dedicarás?
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La que había hecho esta pregunta era Sancha, la mujer del
sacristán. Todas las miradas se dirigieron hacia ella. Ella alzó su
mirada. Guardó unos instantes de silencio y, después, habló.
Sancha, seré una madre más entre vosotras. Me dedicaré a
vivir como una más, como cuando éramos niñas. Siempre hemos sido
amigas.
¿Y no podremos aprovecharnos para nada de todo lo que
aprendiste en el monasterio? le volvió a preguntar Sancha.
Mujer intervino Sebastián, déjate de meternos en líos. En
este pueblo, el único clérigo que quedaré seré yo y ya sabes que ni sé
ni aprenderé más que cuatro frases en latín para responder
correctamente en la misa.
No os preocupéis se puso a hablar Aidan, nuestro pasado,
pasado es. Ni nos hará mal a nosotros ni tampoco a vosotros.
El cantero, quiero decir, el albañil tiene razón. El pacto es el
pacto. Las manos están entregadas y confirmadas ante la puerta de
nuestra iglesia. Quien rompa el pacto, que sea castigado por las
fuerzas ocultas del maligno.
¡Que así sea! gritó Sebastián, el sacristán.
¡Qué así sea!
Respondieron todas las gargantas de los vecinos como si fuesen
una sola voz. Nicolás, el alcalde, sonrió.
Ahora, toca compartir nuestra comida, beber y bailar hasta
que nos caigamos muertos de cansancio.
O por el vino gritó un vecino.
O por el vino.
Respondieron unos cuantos hombres de Fuente Urbel. En un
momento, se montó la fiesta en la explanada. Aidan condujo a Blanca
bajo la sombra de una encina.
Siéntate, que empiezas a estar cansada le dijo con
ternura. Voy a buscar algo de comida.
No tardes.
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Ya sabes que no lo haré. ¿Dónde puedo estar mejor que junto
a mi mujer y la futura madre de mis hijos?
Blanca vio cómo el maestro cantero se dirigía a buscar un poco
de comida. Se sintió una mujer extremadamente feliz. Por fin, era
consciente de que el buen Dios le había perdonado y que la protegía.
No quería recordar nada de su pasada vida en el monasterio. Sólo su
recuerdo, le agriaba la voz. Acababa de comprender que tenía que
eliminar todos aquellos recuerdos que le hablaban de la soledad de
una niña y adolescente que, en mitad de la noche, era forzada a rezar
a un Dios terrible que la podía castigar por cualquier cosa y a servir a
unas mujeres que la esclavizaban y gobernaban a su antojo.
Mirando cómo regresaba Aidan cargado de comida y de
sonrisas, entendió que tenía que hacer huir de su memoria los años
en que sus ojos no habían conocido otra cosa que la tristeza. Había
tratado con mujeres tristes y solitarias que escondían su vida en el
silencio. Ella no sería una más de ellas. Sentía en su interior las
patadas del hijo que esperaba. Mirando al hombre que tanto amaba,
acababa de comprender que la vida no era humo, sino brasas. Para
ella, tenía todo el sentido del mundo. No le importaba ni pensar en la
eternidad de su alma. Lo tenía muy claro. Ella era feliz cada vez que
Aidan la abrazaba y le regalaba sus besos más lentos. En esos
momentos, sentía cómo su sangre se espesaba, una y otra vez, en el
interior de su cuerpo.
Aidan llegó junto a ella. Le repartió algo de comida. Se sentaron
en la hierba. Empezaron a comer en silencio. A sus pies, corría el
agua de una vieja canalización. No necesitaban palabras. Sus ojos
habían aprendido a hablarse. Sus miradas conocían palabras
invisibles que no querían compartir con nadie.
67
12 Rutinas
Se habían instalado en una pequeña casa. Para empezar, no
necesitaban nada más. Aidan había empezado a trabajar de albañil.
No sólo ayudaba a construir algún nuevo edificio, también se
dedicaba a reparar las viejas construcciones. Le pagaban algunas
monedas. Además, los vecinos le daban alimentos por tomarse la
molestia de enseñar a sus hijos cada domingo por la mañana. Los
había convencido. Aprender cuatro operaciones y leer las letras no les
haría ningún mal.
Precisamente, fue así como acabó adoptando como hijo a
Pedro, un muchacho de catorce años que se había quedado huérfano
de madre a los once y sobrevivía cuidando rebaños. Su padre lo había
abandonado. Al quedarse solo con el chico, no supo hacerse cargo de
la situación y desapareció. Al principio, las gentes de Fuente Urbel lo
habían acogido bien. Se lo repartían entre las casas. Pero, era una
boca más para alimentar.
El chico tuvo que espabilarse. Se ofreció como zagal a un
rabadán que lo aceptó. Así, podía ir de rebaño en rebaño según sus
necesidades. Sin embargo, a principios de octubre, todo cambió para
él. Se puso enfermo de fiebres. Tuvieron que traerlo al pueblo. En
primera instancia, lo acogió en su casa el sacristán. No tenían hijos.
Pero, a las dos semanas, las cosas cambiaron. Un domingo por la
mañana, Sebastián se presentó en casa del maestro cantero y de
Blanca.
Ya sé que estáis esperando un hijo, pero tengo un muchacho
acogido en casa que necesita una familia. A vosotros no os
molestará.
El sacristán no les dio tiempo ni a poner la más mínima excusa.
Se fue dejando a Pedro junto a la puerta. Estaba empezando a llover.
Al verlo allí quieto, mojándose, a Blanca, quizá por lo avanzado de su
maternidad, se le rompió el alma.
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Aidan, hazlo pasar. Todavía se pondrá más enfermo.
El cantero hizo caso a su mujer. Lo hizo pasar. Le preparó un
montón de paja seca junto al fuego. Lo desnudó. Le puso una vieja
camisa suya.
Está seca.
Le dijo al muchacho. Después, lo hizo estirarse. Lo tapó con
varias pieles de oveja. El muchacho durmió doce horas seguidas. En
todo ese tiempo, el cantero jamás lo dejó solo. Nunca marchó de su
lado. Cada vez que veía que bajaba la temperatura de la estancia que
servía tanto para cocina como para comedor e incluso para corral de
las dos cabras que poseían, colocaban un par de troncos secos en el
fuego.
El muchacho pasó así varias semanas. De hecho, hasta
mediados de noviembre no recobró la sonrisa y empezó a hablar con
aquel matrimonio que lo había acogido y cuidado.
Tengo que marchar. Mi rabadán estará muy preocupado por
mí.
No te preocupes, ya hemos hablado con él. Este invierno,
hasta que recuperes todas tus fuerzas, te quedarás con nosotros. Te
buscaremos un trabajo en el pueblo, aunque no hay muchos le
explicó Blanca.
Pero…
No hay peros que valgan le cortó Aidan. A cambió de
comida y de cobijo, colaborarás en los trabajos de la casa.
Tendré un niño y necesitaré que me ayudes.
No necesitaron más palabras. Pedro se dio cuenta de inmediato
que la vida le acababa de regalar una segunda oportunidad. Volvía a
formar parte de una familia. Se acababa el tiempo de los silencios
tristes, de las noches durmiendo acompañado sólo por la compañía
de unas cuantas ovejas y cabras. Ya no volvería a sentir la quietud
amarga del amanecer. No sentiría el miedo a las primeras luces del
día del que vive solo. No tendría la tentación de salir huyendo de la
69
vida. Lo tuvo claro. Los compensaría con creces por todo lo que
estaban haciendo por él. Se sentía afortunado. Mientras durase el
invierno, no le faltaría un fuego para sentirse feliz contemplando el
azul de sus llamas.
El muchacho empezó a sufrir menos por la dura experiencia que
siempre resulta ser la ausencia definitiva de una madre. De hecho,
algún atardecer, cuando el fuego del hogar iluminaba la estancia,
había empezado a pensar que no había tenido otros padres que Aidan
y Blanca. Pero, a pesar de todo, sabía que tenía que luchar contra la
desposesión de su memoria. Por este motivo, decidió que, como
pudiese, guardaría unos cuantos recuerdos de su primera familia.
Empezó a esperanzarse y a alegrarse porque la vida, en unas
semanas, le concedería la experiencia de tener un hermano.
El domingo anterior al nacimiento de Lambra, porque fue una
niña, Aidan lo había invitado a acompañarlo a la iglesia para que
viese cómo enseñaba a los niños del pueblo cuatro operaciones y a
leer. Pedro aceptó. Mientras el cantero practicaba con los niños
cuatro operaciones básicas, se fijó en que el muchacho no paraba de
mirar las esculturas. Dejó que pasase la clase. Cuando todos los
alumnos abandonaron la nave de la iglesia, fue el momento para las
reflexiones.
Te he visto más atento a las esculturas que a lo que les
explicaba a los niños.
Las cuatro cosas que necesito saber para contar ovejas y
cabras ya las sé. De letras, las pocas que he podido aprender para
saber escribir mi nombre.
Pero, te he visto que mirabas las esculturas. ¿Las entiendes?
No, pero me gustan.
Entonces, Aidan se quedó callado. Se puso triste. No había
hecho falta que pasara ni una sola generación de hombres para que
el mensaje se perdiera. Sintió como un instinto. Necesitaba pasar el
significado de esas imágenes. Lo tuvo claro. Dios le había hecho el
70
regalo de Pedro. Le explicaría al muchacho lo que significaba cada
una de las esculturas.
O sea, que te gustan pero no las entiendes. Esto sí que es
curioso.
Sí, eso es. Me gustan sus formas y su manera de estar
hechas, pero no sé lo que quieren decir le respondió Pedro.
Intentaré ayudarte un poco. ¿Cuál es la que más te ha
llamado la atención?
Esa de las cabecitas que están cubiertas por sábanas.
¿Por qué?
Porque creo que es la única de la que he entendido algo.
¿Estás seguro? le preguntó Aidan.
Para mí que son fantasmas.
El cantero aplaudió con sus dos manos y sonrío. No todo el
mensaje se había perdido. Con esa imagen habían querido
representar la antigua fiesta de Sahmain.
Es un homenaje a los antiguos pobladores de esta tierra, a los
abuelos de tus abuelos.
Nunca los he conocido respondió el muchacho.
Ya lo sé le contestó sonriendo Aidan. Ellos celebraban el
nacimiento del año el día de Todos los santos.
¿Para noviembre celebraban el año nuevo?
¡Claro! Habían recogido las cosechas y los rebaños habían
vuelto a casa y, además, empezaba la estación oscura.
Eso ya lo entiendo, que soy pastor. Quieres decir que los días
se hacen más cortos y las noches más largas.
Eso mismo. Además, la celebración del año nuevo se alargaba
durante las llamadas tres noches de Samonios.
¿Una fiesta de tres días?
Sí, Pedro, una fiesta de tres días realizada en la luna llena
más cercana que se da entre el equinoccio de otoño y el solsticio de
invierno. De hecho…
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El cantero dejó de hablar. Dudó. No sabía si se lo tenía que
explicar al muchacho. Tantos datos le acabarían confundiendo.
Acaba, que entiendo de lunas, que soy pastor.
No se trata de la luna, sino de este templo.
Si me lo explicas, igual soy capaz de entenderlo.
Salgamos fuera, tal vez con un dibujo pueda explicártelo
mejor.
Los dos abandonaron el interior del templo Aidan estaba
contento. Había tomado una decisión. Había trazado un plan. El
mensaje no quedaría oculto; pero, tampoco lo conocería mucha
gente. Tendría que pasarse de generación en generación a través de
las fiestas que se celebrasen en las fuentes del río Urbel.
Llegaron fuera. El cantero buscó un palo y se dirigió hacia una
parte de la planicie de la iglesia. Se acercó a un espacio donde había
tierra húmeda. Se puso a dibujar.
¿Sabes lo que es esto?
No respondió Pedro.
Es el plano de la iglesia.
¡Ah!, sí, ahora me doy cuenta.
Aidan continuó dibujando dos pequeños
círculos junto a la parte ovalada que
representaba el ábside de la iglesia con sus
respectivas ventanas.
Y estos dos círculos, ¿sabes qué
representan?
Colocados así, sólo he visto, a veces,
al sol y a la luna.
Muy bien, de eso se trata. Los dos
círculos representan los dos astros que nos
iluminan.
Pero, no entiendo lo que quieres explicarme.
72
Es muy sencillo. Para edificar este templo, con la ayuda de
una vara sagrada, se orientó su colocación a la luna llena de Samhain
y al sol que marca el día que la Iglesia de Roma celebra como la de
Todos los santos.
Esa sí que la conozco. Además, al día siguiente, se celebra la
fiesta de los difuntos. Es cuando les llevamos flores al cementerio le
respondió Pedro.
Allí, está la clave. Por eso, la disposición de sus ventanas es
tan especial.
¿Tanto misterio esconde una iglesia?
El cantero no se esperaba esta sencilla pregunta. En un
principio, no supo qué decirle. Acabó borrando con la ayuda de su pie
el dibujo que había realizado. Lo tomó del hombro. Sonrió.
Sí, tanto misterio. La construcción de un templo no es otra
cosa que un juego de creación entre la razón de los hombres y la
inteligencia divina. No hay ningún espacio que no sea símbolo.
No lo entiendo.
El ábside, la cabecera de la iglesia, es semicircular y está
orientada hacia el este, hacia la salida del sol porque representa el
cielo en el que vive Dios. Debes saber que nuestro Dios dijo de sí
mismo: Ego sum lux mundi. En esta zona, como tú bien sabes, sólo
pueden entrar los clérigos.
Esa frase la entiendo. Yo soy la luz del mundo. Me lo explicó
un día un cura.
Por eso, también tienes que saber que la nave, en la que
siempre se ponen todos los que no son clérigos, representa a la
Tierra, al universo, al mundo en el que viven los hombres.
¡Esto es la hostia!
Vigila tus palabras siempre le sugirió Aidan, mientras hacía
una pequeña pausa. Si pudieses tirar la puerta de un templo
románico al suelo, verías que se produce la planta con la que se
levantan y edifican todos los templos románicos. La parte superior,
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también semicircular, en la que muchas veces se colocan tímpanos
con bellas imágenes, simboliza el cielo. El resto de la puerta, donde
van las columnas en forma de árboles y que, si te fijas bien, adopta
una forma cuadrada como la nave del tempo, pasa a significar la
Tierra. Pero, por ahora, ya vale, que seguro que tu madre ya nos
estará esperando para comer.
Otro día, ¿me explicarás más cosas?
Sí, te las explicaré. No tengas prisa por aprender, pero
tampoco seas un vago. De hecho, lo que se aprende lentamente y
por propia experiencia siempre se queda en la memoria.
Aidan empezó a caminar. Estaba contento. Había encontrado la
manera natural de transmitir los conocimientos del clan de los
MacNjil. No se perderían. Pasarían de generación en generación. Ese
muchacho sería la salvación. Ahora, el silencio amargo de sus
antepasados no resonaría más en las frías mañanas del invierno.
Había encontrado al mensajero de su memoria, al dueño de su
destino. De la misma manera que la soledad necesita del olvido, así
él había dado con un muchacho que almacenaría todos sus recuerdos.
Esperaba un hijo, pero ya tenía una memoria viva que no permitiría
que se olvidasen los recuerdos de su infancia. En esas fuentes negras
donde el agua era sagrada, había encontrado el lugar donde
descansaría para siempre la perfección inmortal del alma. Allí,
permanecería la belleza simbólica más antigua de la que se tenía
memoria en las diferentes tribus. Pero, también, en esa tierra, había
tenido la suerte de hallar a la persona adecuada para hacerlo.
Según caminaban, su alegría era mayor. Aidan era consciente
de que Pedro no dejaría escapar ninguno de sus recuerdos. El
muchacho quería ser agradecido con los que, ahora, consideraba sus
auténticos padres. Si le pedían que guardase la memoria de sus
antepasados, así lo haría. De hecho, era la única manera que Pedro
poseía para poder tener también su propio pasado.
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13 La espera
Estaba lloviendo. Al caer, la lluvia permitía escuchar los latidos de esa
tierra sagrada. Se filtraba. Se acabaría convirtiendo en el agua negra
con la que los hombres curaban a sus animales y forjaban sus armas
y herramientas. Por fin, había llegado. Desde hacía un par de horas,
Blanca había empezado a tener contracciones cada vez más rápidas.
Finalmente, parecía que la cosa iba en serio.
Las tres mujeres que asistían el parto, le habían preparado un
caldo de gallina al que habían añadido vino a la hora de dárselo.
Cuando llegase el momento, querían que tuviese las fuerzas
necesarias. Además, la habían bañado con agua caliente para que
estuviese más tranquila.
Sin embargo, en la casa, no se oía nada. Aidan y Pedro estaban
solos, junto al fuego. El cantero no había querido que ningún hombre
del pueblo los acompañase. Cuando todo acabase, ya los llamaría y lo
celebrarían.
No sale ni una sola palabra de la habitación rompió la
espera.
A veces, el silencio es más elocuente que muchas palabras.
Eso ya lo entiendo. Además, está el ejemplo del dios Ogmios,
tal y como me explicaste.
¿Qué quieres decir?
¿No me explicaste que Ogmios representaba para los
antiguos el don divino de la palabra?
Así es, pero no sé dónde quieres ir a parar.
Pues que ese dios muchas palabras no diría.
¿Por qué? preguntó extrañado Aidan.
¿Cómo quieres que hablase si de su lengua salía una cadena
de la que se iban enganchando sus seguidores? ¿Cómo podía hablar
si el metal de la cadena se lo impediría? ¿Cómo articulaba la boca?
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Al oír este razonamiento, Aidan se puso a reír. Nunca lo había
pensado, pero era verdad. ¿Cómo podía hablar Ogmios si la cadena
que salía de su boca y se enganchaba en su lengua tendría que
impedírselo?
¿Por qué sonríes, padre?
Porque has pensado muy
bien. Tienes razón, sí señor. ¿Cómo
va a poder hablar si arrastra
multitudes de hombres atados por
las orejas con una cadena de oro
cuyos extremos pasa por su lengua
agujereada? Esta es tu pregunta,
¿no?
Sí. No me lo explico.
Es el gran símbolo de la
elocuencia y de la escritura. Piensa
que es una manera anterior de
hablar de Cristo sin saberlo.
El muchacho puso una cara
rara. No estaba entendiendo la
comparación que le hacía su padre.
Era como si aquellas palabras
estuviesen resecas y no tuviesen
un claro significado.
Tranquilo, ahora te explico.
Ogmios representó para nuestros
antepasados el dios que les enseñó
la escritura y a hablar bien. Él era
el símbolo de la palabra ritual que
unía el mundo de los hombres con
el de los dioses. De hecho, en su nombre, todos los clanes proferían
las bendiciones a favor de los amigos y las maldiciones en contra de
76
los enemigos. Es el inventor de los signos mágicos que son capaces
de paralizar al maligno y a los enemigos.
¿Qué tiene que ver todo esto con Cristo?
¿Recuerdas el inicio del evangelio de San Juan, del águila de
Patmos?
Creo que sí: En el principio existía la Palabra y la Palabra
estaba con Dios, y la Palabra era Dios.
Al decir esta cita, a Pedro se le iluminó la cara. Lo había
entendido.
Padre, veo que los hombres han intentado hablar del poder
divino de la palabra desde los tiempos más antiguos. Nuestro Dios es
también el Dios de la palabra. Por eso, Ogmios está representado en
nuestra iglesia junto a un águila.
Pedro, no lo olvides. Siempre lo ha sido. Como dice el libro
del Génesis, nuestro Dios creó con el poder de su palabra, que no es
otra que su propio Hijo, nuestro señor Jesucristo, tal y como tú te has
encargado de recordarnos a través del evangelio de San Juan.
Ahora, entiendo muchas cosas. Por eso, la palabra ritual
pronunciada por el sacerdote convierte al agua y al vino en la carne y
la sangre de Cristo.
¡Buf! exteriorizó Aidan mientras se levantaba para darle un
fuerte abrazo , has aprendido mucho. Lo has entendido muy bien.
Después, se acercó a la jarra de vino. Llenó dos vasos de
madera y le pasó el primero al muchacho. Pedro no se lo esperaba.
No alargó el brazo para coger el vaso con su mano.
No seas tonto. Es para ti. Ya puedes beber conmigo. Con tus
razonamientos, me acabas de convencer, todavía más, de lo que ya
sabía. Eres ya un hombre. Atrás quedó el muchacho.
Los dos acabaron bebiendo. Levantaron sus vasos en señal de
brindis al vacío más terrible, el de la espiritualidad común a todos los
hombres. Después, bebieron. Lo hicieron en silencio como si, con ese
gesto, quisieran detener para siempre el paso del tiempo. Los dos
77
estaban bien. No necesitaban nada más. El silencio parecía querer
arrancar todos los surcos del dolor del alma del muchacho. Por fin, lo
tenía claro. Tenía un padre de verdad que se sentía orgulloso de él.
La vida le era generosa. No era necesaria la tradición de la sangre
para poder amar a un hombre como padre.
Entonces dijo Pedro dejando el vaso en el suelo, ¿los
adivinos, los hechiceros y las brujas invocan el antiguo poder de
Ogmios cuando realizan bendiciones en favor de la gente y
maldiciones como castigo?
Vistas así las cosas, diría que sí.
Pedro calló. Miró directamente a los ojos de Aidan. Era como si
quisiera preguntarle algo y no se atreviera. El cantero esperó, sabía
que volvería a preguntarle. De hecho, no tomó la palabra para evitar
hacerle pasar un mal rato.
¿Los hechiceros, adivinadores y brujas forman parte de
nuestros antepasados? preguntó Pedro, por fin, después de beber
un nuevo sorbo.
Así es. No lo olvides jamás. Además, no todos ellos son
malos. Ya sabes que todo depende del lado en el que quieran utilizar
su poderosa magia.
Esto lo entiendo. Sin embargo, también me has explicado que
fue el encargado de paralizar al maligno y a sus enemigos con signos
mágicos…
¿Y…?
Preguntó el cantero sin saber muy bien lo que quería explicarle
el muchacho. De hecho, se puso nervioso y volvió a llenar los dos
vasos de vino.
¿Es, por eso, que ponéis las marcas de cantero en las piedras,
quiero decir, en los sillares de los templos que edificáis? ¿Ellas
simbolizan vuestros signos mágicos que os regaló el dios Ogmios?
¿Las colocáis para librar a las iglesias del poder el maligno y de la
fuerza de vuestros enemigos?
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El maestro cantero lo miró. Pero, no pudo responder. Se abrió
la puerta de la habitación en la que Blanca estaba dando a luz. Salió
una de las dos ayudantas de la partera.
Aidan, esto ya va en serio. Tu hijo ya viene. De momento,
todo va bien. Avivad el fuego y calentad más agua. La necesitaremos.
Los dos hombres se abrazaron. Estaban contentos. Todo iba
bien. En cuestión de minutos, su familia crecería. Se sintieron felices
como, seguramente, ningún otro ser humano lo era en esos
momentos. Esperaban escuchar los latidos de una nueva vida. Se
miraron como si, con ese gesto, quisieran destruir todos los rincones
de la memoria en los que fermentan el miedo y el olvido. Ellos serían
los maestros que enseñarían a esa nueva criatura los secretos de la
vida y la memoria sagrada de sus ancestros. De repente, Pedro volvió
a hablar.
Lo he entendido. No hace falta que busquemos los caminos
de las palabras. Siempre han estado y continuarán estando con
nosotros. Las palabras nos hacen hombres, en definitiva, hijos de
Dios.
Al oírlo hablar así, Aidan no cabía de satisfacción en su cuerpo.
Cuando se acercase el momento de su muerte, no marcharía triste.
Dios le había puesto en su camino a un muchacho que había
entendido todos los símbolos del camino de la vieja tradición. El clan
de los MacNjil podría estar tranquilo. En unas hermosas tierras del
mágico interior de la Hispania de sus antepasados, junto a los
bosques sagrados de Los hijos de Mil, había sido capaz de vencer el
sabor de la muerte. Aunque él desapareciese, en la memoria de
Pedro, se quedaban para siempre las palabras que eran rituales y
mágicas, los últimos signos que podían más que los ríos profundos
del miedo y de la muerte.
De repente, oyeron llorar a un niño. Los dos se abrazaron. Los
dos sintieron la quietud del momento. Era la voz de la continuidad de
su sangre. Era la manifestación más sencilla de que el espíritu de
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Dios no abandonará jamás a los hombres. Los dos tomaron sus vasos
de madera. Bebieron.
El cantero se dio cuenta. Por fin tenía en casa las dos
memorias, la de la sangre y la del aprendizaje de los misterios. Sintió
sus labios resecos. Volvió a beber un poco más de vino. No tenía ya
otro destino. Ya no era un animal sin recuerdos ni nombre. Sabía
cómo encontrar el alma inmortal de las antiguas leyendas. Ahora, su
corazón se sentía indestructible. Era padre. Sin embargo, en ese
mismo momento, recordó algunas de las pocas palabras de su madre
que conservaba como recuerdo.
Cuando alguien tiene un hijo, su vida cambia para siempre.
Y era verdad. Él lo acababa de experimentar. Ya nada era como
antes. No todo le daba igual. A partir de ese momento, fue consciente
de que tendría que luchar en su interior por la vida de los suyos como
si fuese un guerrero que derramase su sangre al sol. Ya no era
desposesión y miedo al tiempo lo que sentía. Había llegado al sitio
definitivo en el que tendría que quedarse para siempre aunque, para
ello, tuviese que pagar un alto precio, los paisajes de su infancia.
Jamás regresaría. Esa era la verdad cifrada en el destino del llanto
que acababa de escuchar.
Aidan, tienes una hija. Blanca quiere que se llame Lambra.
le dijo una de las mujeres que había asistido al parto mientras le
entregaba a la niña.
Así se llama, Lambra.
Las lágrimas corrían por la cara del maestro escultor como si
estuviesen buscando el camino en el que se detiene por unos
instantes el tiempo. Era feliz. Nadie podría robarle jamás la
experiencia de ser padre. Tomó a la niña en brazos. La meció.
Empezó a cantarle una antigua canción.
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14 Noticias
El nacimiento de Lambra había traído un motivo especial de alegría.
Eran una familia. El invierno y la primavera fueron inolvidables en la
casa. Los cuatro se sabían unidos, sus ojos no estaban solos en la
vida. De hecho, sus cuerpos podían permanecer alejados de la
tristeza. Sus recuerdos no se desmoronarían como una estatua de
sal. Ellos los compartirían.
Nadie les condenaría al olvido. Mientras uno de ellos viviese, lo
harían los cuatro. No se cansaban de reunirse alrededor del fuego.
Unas veces, hablaban; las otras, se miraban. No había prisa. El
tiempo no importaba. No tenían la necesidad de vivir bajo los
recuerdos y la nostalgia. Todos estaban unidos.
Sin embargo, una tarde de la primera semana de mayo, todo
cambió. Pedro regresó a casa antes de lo previsto. Se abrió la puerta
y dejó pasar a las dos cabras que tenían para consumo propio de la
leche.
Después de la repentina muerte del pastor encargado de
hacerlo, el muchacho había sido el escogido por el concejo para sacar
a pastorear cada día el ganado doméstico de todo el pueblo con la
finalidad de que los animales se alimentasen de lo que pudieran en
los bosques cercanos al río. De su buena alimentación, dependía la
cantidad de leche y queso fresco que podrían consumir todas las
familias en los fríos días del invierno. En la primavera, era distinto.
Entró asustado. Dentro, estaban sus padres y su hermana Lambra.
No le esperaban tan pronto. De hecho, no les dio tiempo ni a que le
preguntaran qué pasaba.
El obispo de Burgos ha enviado una comisión de clérigos por
todos los pueblos del río Urbel para buscar indicios de herejes.
Aidan se levantó del taburete que ocupaba junto al fuego.
Blanca abrazó a Lambra y empezó a besarla en la frente.
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Dicen continuó informando, que les han llegado noticias
de que, en estas tierras, de nuevo se refugian herejes que llegan con
la excusa de hacer el camino de Santiago.
¡Vaya tontería se han inventado! contestó Aidan.
De hecho, Sebastián también dice lo mismo que tú.
¿Qué te ha comentado el bueno del sacristán? le preguntó
Blanca mientras empezaba a acariciar los pelirrojos cabellos de su
hija.
Me ha dicho que eso es una mentira y que, como otras veces,
vienen para meter miedo y quedarse con el dinero y las propiedades
de los que declaren herejes. Además…
Además, ¿qué? le preguntó nervioso el cantero.
Sebastián opina que sólo quieren meter miedo a la gente para
que los unos acusen a los otros y que todos acaben ofreciendo
propiedades o dinero a cambio de las misas celebradas por la
salvación de sus almas.
Blanca se levantó y se puso a caminar por la estancia mientras
acunaba a su hija. Su mirada se llenó de miedos. El pasado había
regresado y, precisamente, ellos dos tenían todos los números de
acabar pasándolo mal. Habían roto sus votos eclesiásticos. Vivían en
pecado. No se habían casado y tenían una hija.
Se las saben todas aseguró sin dejar de pasear a Lambra.
Todos acudirán corriendo a apuntar más misas para la salvación de
sus almas y acabarán acusando a quien les digan para salvar sus
vidas y conservar sus haciendas. De esta manera, todos demostrarán
que son buenos cristianos romanos.
Es un buen negocio para el obispo sentenció Aidan.
Eso mismo dice Sebastián. También está seguro de que
acabarán viniendo a Fuente Urbel. Él ha sido el que ha venido
corriendo a avisarme a los linares, donde me encontraba con el
ganado, en el mismo momento en que lo ha sabido. También ha sido
el bueno del sacristán el que me ha ordenado que devolviese a los
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animales a cada casa. Me ha dicho que tenía que venir a contaros lo
que pasaba.
Es un buen hombre sentenció Blanca sin dejar de acunar
entre sus manos a su hija.
Me ha dicho que os diga que, más tarde, pasará por casa
para hablar con vosotros.
¿Te ha dicho en cuántos días llegará esa comisión de clérigos?
le preguntó Aidan.
No, eso no me lo ha dicho.
No nos escaparemos de ser condenados afirmó Blanca.
Movidos por una voluntad compartida, todos callaron. Se
sentaron alrededor del fuego en los taburetes que cada uno tenía
asignado.
Como siempre, volvieron a mirar el azul intenso de las llamas.
Pero, esta vez, era diferente. Blanca pensaba en su interior que los
mercaderes de almas volvían a las andadas. Una vez más, montarían
sus puestos de mentiras y acabarían arruinando, encarcelando y
matando a más de un inocente. La historia se volvía a repetir. Era
como si el recuerdo de días pasados hubiese estado apostado para
regresar con la vergüenza y el miedo.
Estaban callados, sin decir nada. La puerta se abrió. Sus
corazones se llenaron de inquietud. Era Sebastián y no venía solo, le
acompañaba Alfonso, el jurado encargado de la justicia en el pueblo.
Buenas tardes indicó Sebastián.
Por decir alguna cosa. No os esperábamos tan pronto
señaló Blanca.
Sí, por decir alguna cosa. Además, mejor cuanto antes
respondió Alfonso.
No nos asustéis. Coged esos dos taburetes y sentaos junto al
fuego. Os preparo un trozo de pan con algo de queso y un vaso de
vino anunció Aidan.
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No les dio tiempo a que rechazasen su ofrecimiento. Se levantó
del asiento que ocupaba junto al caldero del fuego y preparo todo, tal
y como había indicado. Después, esperó a que los dos hombres
comiesen algo y bebiesen. Se produjo un breve silencio. Volvió a
llenarles sus vasos de vino.
¿Cuándo estarán aquí? era Blanca la que había hecho la
pregunta.
Creemos que en un par de días contestó Sebastián.
¿Qué queréis que hagamos? ¿Habéis venido a casa para
aconsejarnos que mañana marchemos para evitar meter a nadie del
pueblo en problemas? ¿Nos dais la oportunidad de escapar? les
preguntó Aidan.
No, no, tranquilos informó Alfonso. Queremos que sepáis
que el concejo y los vecinos del pueblo nos hemos reunido sin que
vosotros lo supieras para tomar una decisión. Hemos tardado poco.
Por eso, estamos ya en vuestra casa.
¿Os habéis reunido sin nosotros? gritó Pedro fuera de sí
mientras se ponía de pie de un salto.
Tranquilízate y déjales hablar le sugirió Blanca mientras lo
miraba con ternura. Por favor Pedro, cálmate y siéntate. Déjales
hablar. Tenemos que oír lo que tienen que decirnos.
Tu madre tiene razón, tranquilízate. Los vecinos nos quieren.
Se han reunido por nosotros. Alfonso, acaba, por favor intervino
Aidan.
Seré breve, pues lo hemos sometido a la votación de todos
los vecinos y no sólo han participado en ella los miembros del
concejo. Hemos decidido que, cuando llegue la comisión de clérigos,
os esconderemos en el lugar que menos se lo esperan, en la torre de
la iglesia.
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Entre todos intervino Sebastián, nos encargaremos de
vuestro cuidado y alimentación mientras dure esta investigación.
Creemos que serán pocos días. Somos un pueblo de pastores y así se
lo haremos creer.
Gracias por vuestro ofrecimiento; pero, si queréis, mañana,
por la mañana, a primera hora, abandonamos el pueblo. No
queremos que nadie resulte herido o se convierta en un preso por
nosotros les indicó Aidan.
Todos sabíamos que nos diríais esto y que haríais este
ofrecimiento le confirmó Sebastián. Por eso, no ha habido ningún
problema con la votación. Todos, a una, hemos decidido que vosotros
sois uno más de nosotros y que os salvaremos.
Muchas gracias, muchas gracias respondió Blanca.
No se merecen era Alfonso el que ahora hablaba.
Sabemos que vosotros también haríais lo mismo por nosotros. Pero,
ahora, preparad unas cuantas cosas para así, mañana por la mañana,
estar dispuestos para instalaros en la torre. Mientras dure la
comisión, esta casa será habitada por Bartolomé, el herbolario. Está
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en perfectas condiciones. Si la encontrasen cerrada, los clérigos de la
comisión podrían sospechar y empezar a hacernos demasiadas
preguntas.
De acuerdo, así lo haremos afirmó el cantero.
Y mientras dure esto, Pedro, tú vendrás a vivir conmigo. Te
presentaré como un sobrino huérfano. Ya sabes que, en mi casa,
dispones de una habitación le informó Sebastián. Tres caben
mejor en la torre y, además, como el zagal que pastorea por el
pueblo, tú podrás servirnos de espía a todos. No se hable más. Hasta
mañana por la mañana.
El sacristán se levantó. Alfonso lo imitó. Abandonaron la
estancia. Blanca observó a su marido. Le dio mucha pena. De nuevo,
había visto la tristeza reflejada en sus ojos. Se notaba claramente.
Era como el alimento del miedo. Ella también había sentido cómo su
aliento se volvía amargo en la lengua. Tenía dudas. Por eso, se quedó
helada cuando escuchó la pregunta que les hizo Pedro.
¿No será un engaño para que no escapemos y, así,
entregarnos mañana a los clérigos?
Todos se miraron. Sus corazones caminaban muy lentamente.
Ninguno de los dos tuvo las fuerzas o el valor de contestar al
muchacho. A veces, las palabras tienen eso, se llenan de presagios y
anuncian desgracias. Los dos callaron.
Sabían lo que pasaba cuando la Santa Iglesia enviaba a sus
tribunales en busca de herejes. Todas las calles del pueblo acabarían
convirtiéndose en un páramo estepario. Desaparecerían las risas, los
gestos y hasta las más insignificantes conversaciones. Nadie querría
hablar con sus vecinos. Todos desconfiarían de todos. El recelo denso
y profundo se instalaría en sus ojos. Se mirarían los unos a los otros,
pero sin conocerse. Ya no habría tiempo para la melancolía. Nadie
danzaría. Las canciones y los juegos desaparecerían y, en su lugar, el
silencio se pasearía como el único amo y señor de las pocas calles del
lugar. Regresarían los antiguos recelos entre familias. El día a día se
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haría más lento y más cruel. Los diálogos no nacerían y, cuando lo
hiciesen, se acabarían en breves instantes como si se tratasen de
antiguas piedras destruidas por un inesperado temblor de tierra.
Nadie se saludaría en público. Así, si algún vecino era apresado, a
ellos no los podrían llevar a declarar porque habían visto cómo le
deseaban buenos días en medio de la plaza. Una vez más, la cobardía
regresaría a habitar en las entrañas de unos hombres que, muchas
veces, no entendían las palabras pronunciadas por los que les
interrogaban.
Aidan y Blanca conocían muy bien todo eso. Por eso, Blanca
dejó por unos momentos a Lambra en el interior de su canasto. Tenía
miedo. No quería volver a pasar por las descalificaciones personales y
los insultos. Todavía recordaba los golpes en sus pechos y las palizas
en sus piernas cuando la habían apresado la primera vez que se
había escapado del monasterio. Sin embargo, ella fue más fuerte que
el destino de los misterios sagrados que proclamaban las monjas de
su convento. La segunda vez, le salió bien. Ahora, no quería perder lo
que había conseguido. Era feliz, muy feliz, como sólo entiende el
corazón de una mujer que acaba de ser madre.
En esos momentos, en el paisaje de su memoria, sólo cabía un
encendido deseo. Quería disfrutar de la vida junto a su marido y a
sus hijos. Nada más. Era muy sencillo. Para ella, se habían acabado
los interminables días de la nostalgia, del miedo por conseguir la
salvación de su alma como único camino de su felicidad. Sin
embargo, las voces de su pasado habían regresado. Sintió un fuerte
escalofrío recorriéndole toda su espalda. Entonces, lo entendió. Se
hizo una promesa a sí misma. Tenían que permanecer juntos y ser
fuertes. En presencia de sus hijos, los dos se abrazaron.
87
15 Miedos
A los dos días, tal y como había pronosticado Sebastián, aparecieron
los primeros soldados del obispo. En un primer momento, fueron
cuatro. Llegaron con las primeras luces del día. Uno de ellos,
haciendo sonar un cuerno y pasando calle por calle, convocó a todos
los habitantes del pueblo en la explanada de la iglesia a las doce del
mediodía. Los otros tres se dedicaron a asustar a los niños, a romper
pequeños objetos y a meterse con las mujeres que encontraron.
A la media hora, llegó el resto del grupo. En total, eran algo
más de una docena de soldados y ocho clérigos. Los soldados iban
todos a caballo; los clérigos, en tres carretas. La cosa parecía ir muy
en serio. Pidieron ver al alcalde. Le solicitaron alojamiento para una
noche y abundante comida y vino para todos mientras estuvieran en
el pueblo. Todos los vecinos colaboraron y trajeron cosas. A los
clérigos, les cedieron la casa del alcalde. A los soldados, los metieron
en tres o cuatro establos.
Llegó la hora. Los soldados pasaron casa por casa para
asegurarse de que no quedaba ningún vecino sin acudir a la cita, ni
siquiera los niños. Algunos soldados habían preparado una especie de
tribunal aprovechando como refugio la puerta de la iglesia. Los
clérigos se habían repartido los puestos. Habían hecho sentarse en el
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suelo a los vecinos. Los soldados los rodeaban formando un círculo.
Algunos de ellos no habían desmontado. De hecho, utilizaban el
movimiento de sus caballos para atemorizar todavía más a las
gentes. El clérigo que mandaba la comisión se levantó del taburete
que ocupaba y tomó la palabra.
Habitantes de…
Se produjo un silencio incómodo. Todo el mundo esperaba que
continuase hablando. Sebastián no pudo callar e hizo un comentario
en voz baja a su mujer.
Lo está haciendo de manera intencionada. Calla para que, así,
tengamos más miedo.
El clérigo los miraba. No decía nada. Movía su boca, pero no
hablaba. Era como si su lengua no fuese capaz de pronunciar lo que
le ordenaba su cabeza. Por fin, volvió a hablar.
Habitantes de…
De nuevo, volvió a encallarse. Era como si su boca se llenase de
espinas que le herían por dentro con más fuerza cada vez que
intentaba hablar.
¿Cómo se llama este miserable lugar? He olvidado el nombre
de este pueblo abandonado de la mano de Dios.
Gritó el clérigo fuera de sí mientras se acercaba al primer
muchacho que tenía más a mano.
Tú, levántate.
El chico se levantó. Su cara era la expresión del miedo. En
todas las casas, les habían aleccionado bien. No debían hablar bajo
ningún concepto, pasara lo que pasara. Los clérigos no podían saber
nada. Sólo el alcalde y el sacristán estaban autorizados para hablar.
El muchacho obedeció. Estaba levantado, pero calló.
¿Cómo se llama esta aldea maldita donde las aguas son
negras?
Le preguntó el clérigo con una voz muy tensionada para
provocarle miedo. El joven no respondió.
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¿Te he preguntado que cómo se llama este maldito lugar?
Volvió a insistir el clérigo. De nuevo, como si su boca estuviese
cerrada por resina, el muchacho no dijo ni una sola palabra.
Por última vez, ¿dónde estamos?
El clérigo no obtuvo respuesta. Entonces, perdió los nervios y le
dio una bofetada. Después, otra y otra más, hasta acabar dándole
golpes en la cabeza con el puño cerrado. El muchacho no decía nada.
Simplemente hacía lo que le habían ordenado sus mayores, resistía
con todas sus fuerzas a las provocaciones del clérigo. Entonces, el
sacerdote lo cogió de los pelos y lo hizo poner de rodillas.
Tú, mejor dicho, todos vosotros no sabéis con quién os la
estáis jugando. ¡Sargento!
Acabó llamando al soldado que mandaba el grupo de la gente
armada del obispo. Haciendo pasar su caballo por entre medio de las
gentes que estaban sentadas y muertas de miedo en la explanada de
la iglesia, el guerrero se acercó hasta el lugar en el que estaba el
clérigo. Los vecinos estaban nerviosos. De nuevo, habían notado el
sabor del miedo en el interior de sus bocas.
Baja del caballo.
El sargento obedeció y se puso junto al clérigo. El sacerdote tiró
del pelo del muchacho hasta que su cabeza tomó la dirección que él
quería. De esa manera, estaba ofreciendo su cuello.
¡Córtale la cabeza!
Ante esa orden, el soldado no supo cómo reaccionar. Se quedó
inmóvil.
¡Te he ordenado que le cortes la cabeza!
Volvió a gritar el clérigo con el rostro visiblemente enrojecido y
con el cuello hinchado por el gran esfuerzo que había hecho al gritar.
Esta vez, el soldado obedeció. Sacó su espada y la alzó a dos manos.
Entonces, todo el pueblo se levantó y gritó como un solo hombre.
¡No!
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Los soldados del obispo rodearon a todos los vecinos y a golpes
les hicieron que se volviesen a sentar.
Si no queréis que pase, que el muchacho diga, de una vez por
todas, cómo se llama este lugar.
Díselo gritó Sebastián, el sacristán.
El muchacho, estando en la posición incómoda en la que
estaba, esta vez, obedeció.
Se llama Fuente Urbel.
El clérigo le soltó el pelo; pero, volvió a abofetearle.
¿Tanto trabajo te ha costado decir el nombre?
Después, tomó aire y empezó a caminar por entre medio de los
habitantes.
Si para conocer el nombre del lugar hemos tardado tanto, ya
veo que este santo proceso será más largo de lo que esperaba.
Aunque, no os preocupéis, nosotros ya hemos traído una lista de los
tres sospechosos de herejía más importantes que tenéis en este
pueblo.
Al oír estas palabras, la planicie se convirtió en un murmullo.
Todos los vecinos se pusieron a hablar entre ellos. Estaban muy
asustados. Entre ellos, existía un traidor. Alguien había dado el
nombre de tres acusados y todos conocían quiénes eran esos
acusados. Rápidamente, algunas madres se ofrecieron para cuidar de
la pequeña Lambra. Se quedaría huérfana y sin hermano. El clérigo
hizo que el soldado volviese a hacer sonar el cuerno una sola pero
prolongada vez. Se produjo el silencio.
Tranquilizaros, ya os lo he dicho. Nosotros hemos venido
aquí a una sola cosa, a ayudaros. No me miréis así. Esta es la única
verdad. Nosotros queremos libraros de todos los herejes que hay en
vuestra aldea. Los demás sois tenidos como buenos cristianos
romanos. Nuestro amado obispo me ha dicho que os diga que, si
cada año cumplís con el encargo de diez misas por vecino y pagáis no
una décima sino hasta tres, con dos especiales, él personalmente se
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encargará de que vuestras almas, cuando muráis, sean conducidas
directamente al cielo. ¿Lo habéis entendido?
El clérigo calló. Estaba en medio de la explanada, rodeado por
las gentes de Fuente Urbel. Pero, no estaba solo. Desde que se había
puesto a caminar entre ellos, el sargento lo había seguido montado
en su caballo. El soldado lo tenía claro. Nadie tocaría ni un solo pelo a
uno de los clérigos más queridos en esos momentos por el obispo de
Burgos y también por sus soldados. Lo sabía hacer mejor que nadie.
Este clérigo no paraba de conseguir para el obispado más rentas cada
día; no sólo en forma de monedas, también en forma de ricas
propiedades. Eso sólo significaba una sola cosa. Los soldados del
obispo de Burgos eran los mejor pagados de toda Castilla.
Había olvidado el nombre de este lugar, pero no el contenido
de mi misión. ¿Sois buenos cristianos romanos?
¡Sí!
Contestaron todos a una los hombres y mujeres de Fuente
Urbel. El miedo les había desatado la lengua. Estaban dispuestos a
decir todo lo que ese clérigo quisiera escuchar.
Entonces, entonces volvió a gritar el clérigo, eso quiere
decir que estáis dispuestos a asistir al juicio de Dios de los tres
herejes que tenéis viviendo entre vosotros.
Se produjo el silencio más tenso. Todos estaban nerviosos.
Ninguno se atrevía a hablar. Era como si el tiempo no quisiera pasar
y hubiese llenado sus segundos de piedras para ir más lento.
¿Os pensabais que no estábamos bien informados en el
palacio episcopal de Burgos de que, entre vosotros, viven tres
herejes?
Nadie hablaba. Parecía como si todas las mentes se hubiesen
parado a la vez y ninguno fuese capaz de hablar.
Lo sabemos; sí, lo sabemos. Estamos bien informados.
Además, con nosotros viene un joven clérigo artesano que nos ha
confirmado la lista. Tomad ejemplo de él. Confesó. La Santa Iglesia lo
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perdonó. Cumplió su penitencia. Y, ahora, no sólo es uno de nuestros
miembros más activos en las santas comisiones contra los herejes del
obispado sino que hasta es el secretario personal de nuestro amado
prelado. Él en persona nos ha querido acompañar hasta aquí. Tiene
información de primera mano. Ha hablado con muchos de vosotros.
Conoce muy bien a los tres herejes. Seguramente, cuando lo veáis,
alguno de vosotros lo reconoceréis. Vivió entre vosotros hasta hace
unos cuantos meses. Formaba parte de la cuadrilla de canteros que
vinieron desde las grandes islas.
El clérigo hizo un gesto de mano. El soldado del cuerno
interpretó ese gesto como una orden. Hizo sonar el cuerno por tres
veces. Al momento, tres caballos entraron a galope en la explanada.
Dos soldados y un clérigo joven. Desmontaron. El clérigo joven se
acercó y se colocó al lado del sacerdote.
Aquí lo tenéis. Hasta hace poco, lo conocíais como Ailbe. A
partir de ahora, tenéis que llamarlo Pablo. Ha cambiado su nombre
por el de nuestro gran santo converso que pasó de ser perseguidor
de Cristo a uno de sus máximos defensores. Por cierto, yo me llamo
Diego de Miñón y, a parir de este momento, seré el juez eclesiástico
de Fuente Urbel.
Cuando Diego acabó de hablar, todos se miraron. Conocían y se
acordaban de aquel joven muchacho. Era uno de los aprendices de la
cuadrilla de Aidan. No se esperaban esto. Todos temían las
barbaridades que puede acabar haciendo alguien que cambia de
bando en una guerra. No pudieron hablar más. Los había traicionado.
Como os ha indicado mi amado hermano Diego, ahora me
llamo Pablo de Burgos y soy el secretario personal de su ilustrísima.
Por eso, me ha enviado aquí. Conoce la existencia de esos tres
grandes herejes. Ahora, vayamos todos a comer. A las dos nos
volveremos a reunir todos juntos para celebrar un gran y único juicio
de Dios.
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Los hombres y mujeres de Fuente Urbel no se lo acababan de
creer. Eso sólo podía significar una cosa. Alguien los había delatado.
Mientras algunos soldados estaban dando órdenes por la mañana en
las calles del pueblo, lo más probable era que otro grupo de
guerreros se había dirigido hacia la torre y, con traición, los habían
hecho prisioneros. Tenían un delator entre ellos. Las gentes lo
tuvieron claro. Sus vecinos y amigos estaban presos en una de las
tres carretas. Por eso, la carreta de mayor tamaño siempre había
estado custodiada por dos soldados fuertemente armados.
El bueno de Sebastián no salía de su asombro. Todos habían
jurado fidelidad a Aidan y a su familia; pero, no había sido así. Al ver
al joven clérigo y escuchar sus palabras, su alma se le había roto en
mil pedazos. Lo conocía bien. Era uno de los aprendices del maestro.
En esos momentos, las sensaciones del sacristán fueron amargas. Le
quemaban en el corazón con la intensidad de la tristeza que se
produce en el alma de un hombre cuando descubre que un amigo le
ha traicionado.
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16 El juicio
A las dos en punto, todo el mundo estaba reunido en la explanada del
cementerio. Nadie hablaba, ni siquiera lo hacían los soldados. Los
clérigos habían ido ocupando sus lugares reservados. Diego y Pablo
presidían el tribunal. Ante una señal de Diego, todos se pusieron de
pie. Entonces, dos clérigos empezaron a cantar de memoria los
primeros versículos del Salmo 50.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
De pie, la gente de Fuente Urbel se moría de miedo. Sabían lo
que estaba ocurriendo. Había empezado el juicio de Dios. Pasados
unos instantes, todos los demás clérigos al unísono contestaron
también de memoria cantando la segunda estrofa del salmo.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
Los clérigos se acabaron sentando. Nadie tenía ganas de hablar.
Además, conocían los mecanismos de estos procesos judiciales. Si a
alguien se le ocurría hablar cuando no debía, podía acabar costándole
la pena de muerte.
Ahora, podéis sentaros ordenó Diego. Supongo que, más
de uno de vosotros, ya conoce cómo continúa este salmo penitencial:
En la sentencia tendrás razón. Y eso es lo que pasará aquí. Dios nos
iluminará a los miembros de este santo tribunal. Y acabaremos
teniendo una verdad divina en nuestra sentencia. Hermano Pablo de
Burgos, llame a los acusados y formule sus cargos.
Al oír estas palabras, las gentes de Fuente Urbel se miraron.
Ahora, sería cuando los conducirían ante el tribunal. Más de uno
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pensó que ya los habrían torturado para hacerles hablar y que
estarían machacados por los golpes.
Su cara será todo un poema le dijo Sancha a su marido, al
sacristán. Seguro que los han torturado.
No les dio tiempo a decir nada más. El soldado volvió a tocar el
cuerno. En la planicie, se produjo el silencio más absoluto. Los
vecinos vieron cómo los dos soldados encargados de la custodia se
dirigían hacia la parte posterior de la carreta y levantaban su toldo.
Los vecinos no veían muy bien desde donde estaban; pero la mayor
parte de ellos pudo distinguir que dentro había tres siluetas. Sin
embargo, parecía que no se movían. Todos los vecinos se temieron lo
peor. Ya los habían ajusticiado antes de presentarlos ante el tribunal.
He oído que, en algunos lugares, la Santa Iglesia ha llegado a
realizar el juicio de Dios sobre cadáveres le dijo Sebastián a su
mujer.
¡Pobres! Sólo espero que no hayan sufrido mucho.
Entonces, el bueno del Sacristán no pudo más. Se levantó. Miró
al tribunal y se decidió a hablar.
Como miembro del clero, pues tengo uno de sus órdenes, el
de ostiario, el de portero del templo, solicito a los ilustrísimos
miembros de este santo tribunal que, para evitar un mal momento a
las mujeres y a los niños, no sean traídos hasta aquí los cadáveres de
los tres herejes. El juicio de Dios puede realizarse sin su presencia.
Tú no eres nadie aquí le respondió Diego dando un fuerte
golpe en la mesa. ¡Cállate de una vez por todas! Deja que el juicio
de Dios proceda. Si eres hombre de iglesia, cosa que no muestras
con dignidad, pues no luces la tonsura reglamentaria, sabrás que esta
clase de procesos tienen unos procedimientos mecánicos que se han
de cumplir como parte de la voluntad de Dios. Hermano Pablo de
Burgos, procede de una vez por todas.
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Sebastián volvió a sentarse. Su mujer le cogió del brazo Se
abrazaron. El sacristán vio cómo el alcalde y algunos vecinos le
miraban y con sus ojos le pedían calma.
Este santo tribunal empezó a gritar el nuevo Pablo, llama
a los acusados: Dagda, Chulainn y Ogmios.
Las gentes de Fuente Urbel se miraron. No conocían a nadie del
pueblo que se llamara por esos nombres.
¿Quiénes son? decía el uno.
¿Alguien sabe quiénes son? preguntaba la otra.
De hecho, conocían muy bien el nombre de los cuatro vecinos
que faltaban y que, todavía, tenían que estar ocultos. Estaban
convencidos de que Aidan, Blanca y Lambra permanecían todavía en
la torre. A esas horas, Pedro estaba escondido en la cueva de San
Blas con el ganado de todo el pueblo, para evitar que los soldados se
lo llevasen. Pero, además, Lambra era un bebé acabado de bautizar y
que, todavía, no había hecho daño a nadie.
¿Quiénes son esos tres vecinos a los que acusan con nombres
tan raros? acabó preguntando en forma de susurro Alfonso, el
justicia del concejo.
Nadie le respondió. Nadie conocía a nadie por esos nombres.
Además, si los convocaban ante un juicio de Dios era evidente que
existían. No sólo eso. Todos ellos estaban viendo cómo un grupo de
soldados había ido a buscarlos y los traían a peso. Los llevaban
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sentados en unas sillas de madera y cubriendo todo su cuerpo con el
manto negro penitencial de los herejes.
Colocadlos mirando al tribunal y destapad al primero de ellos.
Aunque sea un juicio colectivo, a cada uno se le procesará de manera
individual por las faltas cometidas.
Les ordenó Diego a los soldados con una voz impostada. Los
soldados obedecieron. Destaparon al primero. En un primer
momento, todos los vecinos se miraron con cara de asombro.
Ninguno se atrevió a decir nada. Después, una mujer vieja se atrevió
a gritar.
Pero si es un muñeco que le está dando de comer a un
pajarraco que se caga en un caldero.
Todos cambiaron de actitud. Se pusieron a reír abiertamente.
Los clérigos se miraron. No daban fe a lo que estaba sucediendo.
¿No lo reconocéis? gritó ahora el clérigo que era más
viejo. Es uno de los vuestros.
¿Qué dices? le preguntó un muchacho.
Lo tenéis representado en el interior de vuestro templo y es
un dios hereje.
¡Ah!, bueno, se trata de eso, de dioses herejes.
Gritó el bueno de Sebastián provocando que todos los allí
presentes se pusieran a reír sin poder controlar las risas. Todo
cambió cuando algunos oyeron las voces que daba Diego y todos
escucharon el fuerte sonido del cuerno de guerra.
¡Soldado!, avisa que saquen los arcos y disparen.
A los vecinos casi no les dio tiempo a ver cómo algunos
soldados sacaban un arco y un carcaj de debajo de su manta de
montar y se disponían a disparar sobre la población desarmada. Al
instante, dejaron de reír. Algunos, que se habían levantado para
hacer burla y hablar entre ellos, volvieron a sentarse sobre la hierba.
98
¡Pablo!, prosigue de una vez. Soldados levantad y mostrad a
los tres. Seguro que, de esta manera, sí que los reconocerán
ordenó gritando Diego.
Y fue cierto. Ahora, Nicolás, el alcalde, fue el primero que habló
con voz baja para no ser oído.
Se tratan de las imágenes de la iglesia. Callad todos. Que
hagan su farsa. Así, marcharán y nos dejarán en paz. No conocen que
Aidan y Blanca viven entre nosotros y que, además, han formado su
propia familia.
No le dio tiempo a decir nada más. El nuevo apóstol Pablo se
había puesto a hablar con una voz alta y clara.
El primero de los acusados es Dagda, el dios que quiere tener
el mismo poder sobre la vida y la muerte de los hombres a través de
su caldero mágico que Dios nuestro Señor. El segundo es un héroe,
Chulainn, hijo del dios Lugh. Un guerrero que se sacrificó a sí mismo
de la misma manera que lo hizo nuestro Señor Jesucristo en la cruz.
El tercero representa al gran dios Ogmios, la palabra. Decir su
nombre es como pronunciar la palabra de Dios.
Movido por un impulso incontrolable, Sebastián se puso en pie.
Empezó a hablar de manera pausada.
Esos tres dioses representan el símbolo de la sagrada
Eucaristía: el sacrificio, su cáliz y la palabra que transforma el vino
que contiene en la sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
Diego dio un salto. La mesa sobre la que hasta entonces había
sujetado sus brazos se movió y tembló. Estaba fuera de sí. Se puso
pálido. No acertaba a hablar.
¿Tú también eres un hereje? ¿Quieres discutir acerca de la
sagrada teología cristiana con nosotros?
¡No! le respondió calmado Sebastián, sólo he dicho lo que
se me ha pasado por la cabeza. Los tres forman un símbolo fácil de
ver y de entender.
99
Lo que nos faltaba gritó Pablo, que estos pueblerinos
entiendan el secreto mensaje de estas piedras paganas.
¡Soldado, mátalo, clávale una flecha! ordenó Diego al
soldado que se encontraba a su lado.
Le hizo caso. Lanzó la flecha. Por suerte, al ver lo que estaba a
punto de pasar, su mujer le tiró de la camisa. Ese rápido gesto, salvó
la vida del sacristán. La flecha le dio de refilón en el hombro. Unos
centímetros más abajo y le habría traspasado el corazón.
Todos los vecinos se pusieron a correr en todas direcciones.
Sebastián sujetó con su mano derecha la flecha y también empezó a
huir acompañado de su mujer.
¡Soldados, no disparéis! Y, vosotros, huid, huid, no os
necesitamos para nada. Nosotros solos acabaremos este juicio de
Dios les gritó Diego.
Los clérigos volvieron a tomar sus posiciones. La tropa del
obispo de Burgos se colocó a su lado con la intención de protegerles.
Se produjo un breve silencio. Entonces, sucedió.
Oigo llorar a un bebé y en la plaza no había ninguno indicó
el clérigo mayor.
Es verdad confirmó otro con mucha dificultad al hablar, ya
que era tartamudo.
Luego nos encargaremos de este misterio. Acabemos este
juicio de Dios de una vez por todas en el lugar que tiene que hacerse
ordenó Diego.
Los clérigos hicieron toda la farsa del juicio de Dios. Tomó la
palabra el fiscal. Le respondió el abogado defensor y el juez dictó
sentencia. Fue clara. Sus representaciones serían eliminadas. No
quedaría ninguna de sus imágenes.
Sin embargo, en esos momentos, lo que ninguno de ellos sabía
era que, en la torre de la iglesia, una madre temblaba muerta de
miedo por el destino de su hija. Mientras, su marido rezaba en su
interior, sin atreverse a pronunciar ni la más mínima palabra. Sólo
100
pensaba en lo que sucedería si alguien reconocía su voz. El maestro
cantero sintió cómo su conciencia le torturaba. Sin embargo, poco a
poco, según rezaba, se fue tranquilizando. Tenía muy claro que no
había cometido ningún error al tomar la decisión de ingerir la ceniza
para ponerse enfermo y tener fiebre. De hecho, ese gesto había
hecho cambiar la suerte de su destino para siempre. Se calmó. Se dio
cuenta de que no había ninguna necesidad de huir.
Se acercó a su mujer y sonrió a su hija. Lambra había dejado
de llorar. Los miraba como si ella también hubiese entendido lo que
sucedía. Aidan acarició las manos de su mujer. Con ese gesto, quería
que supiera cuánto las quería a las dos.
A través de sus cuerpos y de sus sangres, por fin, había
agarrado definitivamente su alma a la vida. No quería saber nada
más de la acidez de la falsa religión. Seguramente, esos hombres
estarían actuando de buen corazón. Pero, se habían quedado en los
bordes exteriores del gran misterio de lo sagrado. Dios era bueno. No
podía ser de otra manera. Lo tenía claro. Según el evangelio de San
Juan, al creyente no se le juzgará. Y el no creyente, por el hecho de
haber hecho un acto libre en su conciencia, ya había sido juzgado.
Estaba sereno. Al maestro escultor le habían enseñado que los que
llegan a la luz, los que creen en Cristo en cualquiera de las
manifestaciones de la fe, eluden definitivamente todo juicio o
proceso.
Por estos motivos, resguardado en el interior de la torre del
templo en el que había dejado esculpido el pensamiento sagrado de
sus antepasados, tenía su conciencia tranquila. Aidan estaba
convencido. Su fe era cierta. No tenía miedo. La bondad de la
providencia del buen Dios, en el que desde hacía tantos siglos habían
creído las gentes del clan de los MacNjil, los acabaría salvando.
Sonrió. Se abrazó a su mujer y a su hija. El mundo estaba bien
hecho.
101
17 En mitad de la nada
Al acabar el juicio, Diego tuvo la necesidad de conocer, de primera
mano, las figuras a las que habían condenado. Le había impresionado
la manera como habían sido presentados los poderes de esos
antiguos dioses. De hecho, era verdad, compartían muchos de los
atributos que los grandes maestros en teología y los Santos Padres le
daban al mismo Dios. Estaba intrigado. Era como si aquellos linajes
ancestrales hubiesen intuido el mensaje de Dios antes de que se
hubiese producido su revelación por medio de los profetas. Por este
motivo, decidió que tenía que hacer que Pablo le acompañase al
interior de la iglesia.
Hermano Pablo, vamos dentro, quiero ver esas imágenes.
No hizo falta que se lo repitiese dos veces. Se levantó del
taburete que ocupaba. Abrieron la puerta. Entraron. La penumbra de
los sillares les dio la impresión de que todas las imágenes dormían.
Sin embargo, Diego, había percibido en la distancia el poder oculto de
esas piedras. Se sintió observado por cientos de ojos invisibles. Notó
en ellas el reflejo del peso de la tradición y el alma de algunas
conciencias.
102
¿Qué diría nuestro santo Padre, el Papa, si viese todas las
esculturas de este templo? le preguntó de repente Pablo.
Cosas como estas, no le preocupan.
Pablo no supo responder a esa afirmación. No se la esperaba.
Tampoco sabía que su hermano clérigo estaba sintiendo una extraña
sensación. No le podía explicar que se sentía turbado y muy agitado.
No era miedo lo que estaba notando circular por el interior nervioso
de su corazón. Experimentaba que su sangre se resecaba ella misma
en la comisura de sus labios. Era algo más profundo lo que vivía;
pero, no era una experiencia de fe. De hecho, no sabía explicarlo. Se
quedó quieto, como si alguien le acabase de quitar los palos de
regaliz de su infancia. Por fin, reaccionó.
No te quedes tan callado. Creo que no me has entendido
volvió a hablarle Diego. El Papa sabe que la verdadera religión es
la nuestra. Por eso te he dicho que cosas como estas ya no le
preocupan. Son agua pasada.
Pero, estas piedras hablan.
Si eliminamos a todos los que conocen su significado, cuando
otras personas las contemplen dentro de un par de años, ¿qué daño
les harán?
¿Qué quieres decir?
El problema se produce ahora, cuando alguien les puede
explicar su significado.
Explícate mejor, por favor.
Ahora sí que son imágenes peligrosas.
Porque se entienden, ¿no? intervino Pablo.
Exactamente. Estas esculturas pueden llevarles a creer que la
Santa Iglesia de Roma no tiene la primacía de la fe. Cuando los
símbolos se vacían de significado, ya no asustan, no dan más miedo.
Diego continuó caminando. Se quedó mirando las esculturas. A
través de ellas, era como recorrer el mundo de la fe sin haber salido
de casa. Miró hacia la cabecera del templo. Contempló sus sombras.
103
En esos momentos, sintió cómo su alma presentía que algo iba a
suceder. Sin embargo, jamás hubiese pensado que se tratase del
peso de una conciencia humana.
Si no hubiese recorrido toda esta distancia empezó a hablar
Pablo, estas imágenes me continuarían guiando en la salvación de
mi alma.
¿Qué quieres decir con estas palabras?
Si no hubiese venido a estas tierras de Hispania y me hubiese
quedado en mi monasterio, cada día continuaría oyendo hablar de
estos dioses y de sus atributos. Y no pasaría nada. Los mezclaría con
las enseñanzas de la Sagrada Biblia sin ningún pudor y no sentiría
que mi alma estaba en pecado. Ahora, no ocurre lo mismo. Desde
que me abristeis los ojos a la verdadera fe, cada día, sólo hago una
cosa.
Tú dirás.
Dar gracias a Dios por haber encontrado el verdadero camino.
¿Qué piensas de los hombres que no han tenido esta
oportunidad? le preguntó Diego.
Me dan pena. Sé que son buenas personas. Pero, son tercos.
No quieren renunciar a la fe de sus antepasados. De hecho, todos los
que me acompañaron murieron sin haber renunciado a su antigua fe.
¿Estás seguro?
Lo estoy. Por eso, cada noche, rezó por ellos. En las tierras de
Scottia, creemos en la existencia de un lugar intermedio entre el
Cielo y la Tierra en el que esperan las almas de todos aquellos que se
han equivocado. Mis antiguos hermanos no abrazaron al maligno,
simplemente, se equivocaron al no querer reconocer que la salvación
sólo se encuentra en nuestra Santa Iglesia.
Diego se había sentado en el escalón que separaba el ábside de
la nave. Se sentía bien. Esa conversación le estaba recordando sus
viejos sueños de juventud, cuando había decidido hacerse clérigo
para defender la causa de la verdadera Iglesia de Roma.
104
Y tu maestro, ¿cómo era? le preguntó.
Un buen hombre. Creo que si pudiese volver a hablar con él
algún día, entendería todo lo que hice por defender a la Santa Iglesia.
No sólo me perdonaría que arrastrase a nuestros hermanos a la
confesión final, sino que hasta me comprendería. Tal vez, él también
haya muerto. Sin embargo, lo más seguro es que se encuentre
escondido en alguna pequeña aldea. Sin embargo, esté donde esté,
sé que no podrá renunciar jamás a dos cosas.
Veo que lo apreciabas le indicó Diego. Perdona, te he
interrumpido.
No, tranquilo. Al ver estas imágenes, comprendo que Aidan
jamás podrá renunciar ni a esculpir ni a intentar plasmar el antiguo
pensamiento de sus ancestros, su manera de entender, expresar y
vivir la fe. Era un buen hombre y un auténtico creyente.
Nosotros también somos hombres buenos y auténticos
creyentes. No lo olvides jamás. Lo que hacemos lo hacemos por
nuestra madre, la Santa Iglesia.
Tranquilo, Diego, no me quejo. He aprendido. Y ya has visto
cómo no he temblado en el juicio de Dios al decir los nombres con los
que mis antepasados hablaban de los atributos de Dios. Además, no
te preocupes. No me temblarán las manos cuando con mi cincel y mi
mazo tenga que romper todas estas imágenes en nombre de la única
y verdadera fe, la que guarda como un auténtico tesoro la Santa
Iglesia de Roma.
Jamás lo he dudado, Pablo. Personalmente, también te tengo
por un buen hombre y por un mejor cristiano. En el fondo, me dan
pena los hombres que se obstinan en no darse cuenta de que la
Iglesia de Roma es la única depositaria de la verdadera fe. Te tengo
que confesar una cosa…
Diego dejó de hablar. Se incorporó. Entró en el ábside. Se
arrodilló. Se santiguó. Guardó silencio por unos segundos. Volvió a
105
levantarse. Se acercó a la pared norte del ábside. Tocó sus piedras
sillares. Suspiró.
Hermano reanudó Diego su pensamiento, lo paso muy
mal cuando tengo que someter a la violencia a hombres, mujeres y
niños para salvar sus almas. Pero, sé que tengo que hacerlo.
Además, soy consciente de que ni el mismo Dios quiere que lo
hagamos. De hecho, la obstinación de todos estos condenados a no
arrepentirse no deja de ser más que otra forma más que escoge el
maligno para hablar en la Tierra. Por eso, hay que erradicarlo.
No te tortures la conciencia. Nuestro Señor Jesucristo, antes
de marchar, dejó todo atado y bien atado en la figura de San Pedro.
Por eso, ahora, los Papas son los verdaderos depositarios de la única
y verdadera fe. Si hay que hacerlo, se hace.
Hermano Pablo, en pocos meses, te has convertido en uno de
los mejores mensajeros de la voz universal de la Iglesia de Roma.
Me harás ponerme rojo y pecar de vanidad.
No seas tonto. Tú tienes un don, Dios te lo ha regalado.
Todos te acabarán…
Diego no pudo acabar la frase. Sintieron un ruido que provenía
del tejado. Los dos se miraron.
No tengas miedo le dijo Diego. Estamos en el interior de
un templo cristiano.
Sí, pero sus imágenes no lo son.
Me olvidaba de esto.
No esculpimos ninguna imagen de Cristo nuestro Señor, ni de
la Virgen María, ni tampoco ningún santo y, mucho menos, un ángel.
Sólo tenemos a hombres pecadores, a Adán y Eva, nuestros primeros
padres, los que pecaron por todos nosotros ya en el origen, y al rey
David, el adúltero.
¿Este templo no tiene ninguna imagen basada en el Nuevo
Testamento?
106
¡No!, así es. Sus imágenes, basadas en el Antiguo
Testamento18 y en la representación de los atributos de sus dioses
antiguos, son un canto a la antigua y noble iglesia cristiana celta.
Entonces, ya no tengo ninguna duda. Todas estas imágenes
deben ser eliminadas. ¿Cómo podemos levantar un templo cristiano
sin una sola representación de Cristo? Aquí, tenemos la justificación
de su herejía. Tranquilo, hermano, lo hemos hecho bien. El juicio de
Dios debía realizarse. Somos los servidores de la Santa Iglesia de
Roma, la que reconoce la verdad de la revelación de Dios en la
gloriosa encarnación de su Hijo, Cristo. Y, de Nuestro Señor, sólo se
habla en el Nuevo Testamento.
Por suerte para nosotros, Dios nos ha iluminado afirmó
Pablo.
¿Ya no quieres saber nada de tu pasado?
Sólo soy un fiel servidor de la Santa Madre Iglesia.
Ya te he dicho antes que Dios te ha escogido porque ha visto
en ti a un buen hombre. Dios no tendrá ningún reparo en que,
cuando mueras, en tu alma broten las alas de la eterna espiritualidad.
Vamos, salgamos, que seguro que el resto de nuestros hermanos
están preocupados.
Los dos hombres volvieron a atravesar la nave de la iglesia. Se
sentían en la intimidad incómoda de Dios. Sabían que Él estaba allí,
pero eran conscientes de que aquellas imágenes no le gustaban.
18 No hay que olvidar el carácter judaico de la Iglesia celta. En la Iglesia celta, el Antiguo
Testamento continuaba gozando de la misma importancia que el Nuevo. Cuando se consagraba una iglesia, se dejaba en ella tanto los Evangelios como un ejemplar de la ley mosaica. En la iglesia celta, las leyes sobre el matrimonio seguían estrictamente los principios del Antiguo Testamento. No sólo eso, se observaba el sábado judaico. La Pascua judaica se celebraba oficialmente. La matanza de animales para comerlos se efectuaba de acuerdo con los requisitos judaicos. Y misales y otros documentos de la Iglesia celta, que se conservan, aparecen llenos de extractos de libros apócrifos judaicos y de otros textos que, desde hacía tiempo, estaban prohibidos rigurosamente por Roma. De hecho, tan marcada era la orientación judaica de la Iglesia celta que, según consta en los anales, fue acusada explícitamente de judaísmo, a la vez que a sus seguidores se les tachaba de judíos.
107
Este templo acabará siendo una ruina por voluntad de Dios,
afirmó Diego.
No te preocupes, hermano. Si no, la Santa iglesia lo cerrará
para siempre, para que nadie pueda contemplar estas imágenes.
Los dos sonrieron. Se supieron instrumentos de Dios en las
manos santas de la Iglesia. En sus corazones, no había lugar ni para
la tristeza ni para la angustia. Allá, en lo alto, se quedaban aquellas
imágenes, fijas en unas tinieblas solitarias, que jamás podrían ser
entendidas por nadie. Les quedaban pocas horas. Después, las
destrozarían a golpe de cincel y de maza.
Ellos dos eran conscientes de que formaban parte del más bello
y maravilloso sueño de los hombres, la realidad de la Santa Iglesia de
Roma. Nunca antes, ninguna religión había creído ser la verdadera
intermediaria de las relaciones íntimas entre Dios y los hombres. Su
presencia en esas tierras lo dejaba todo muy claro. Ellos eran los
encargados de alzar el silencio sagrado. Ninguna imagen hablaría ya
más de las puras invenciones de las leyendas antiguas. El viento no
recogería más el sonido de las voces de los antepasados. Ellos
estaban preparados. Cristo lo había prometido, vendría por segunda
vez.
Ahora, sabían lo que tenían que hacer. Ya no deberían esperar
a la manifestación de los secretos más íntimos de las piedras. Las
destruirían. No podían permitir que esas esculturas despreciasen
tanto los sagrados mensajes escondidos en los libros del Nuevo
Testamento. Ellos eran cristianos, cristianos romanos. Sabían que,
cuando su pensamiento juzgaba, no estaban solos. Intuyeron la
presencia de los ángeles de la luz. Por eso, al abrir la puerta, notaron
cómo su corazón se robustecía. Empezaron a abrazar a sus hermanos
clérigos. Dios estaba en medio de ellos, preparado para destruir para
siempre los antiguos caminos que mostraban aquellas esculturas,
aquellas imágenes mezcla de locos sueños y de agitados espíritus.
108
18 Voces de mujer
Al escuchar los gritos de la explanada de la iglesia, Aidan y Blanca
habían intuido que algo malo ocurría. Lambra se puso a llorar.
Entonces, tuvieron miedo. Si la oían, podían subir a la torre y, si los
encontraban, todo habría acabado. Abandonaron la edificación alta
del templo sin ser vistos. Rodearon las calles del pueblo y se
dirigieron a casa de Sebastián. Cuando entraron, poco podían
imaginar que el bueno del sacristán había resultado herido.
¿Qué hacéis aquí? preguntó Sancha.
Hemos oído muchos gritos.
Pues, ya lo veis. Lo han herido.
Ten, Aidan, coge a la niña. Sancha, yo te ayudo.
Espera, que Aidan se lleve a la niña. Entra a nuestro cuarto.
Si tenéis frío, métete en nuestra cama con tu hija. Así, estaréis
calientes.
Dejaos de hablar tanto y curadme de una vez por todas la
condenada herida, que me duele protestó Sebastián.
El cantero y su hija abandonaron la cocina. Aidan sabía que no
tenía que molestar en esos momentos. Después, ya hablarían.
Bébete una jarra de vino empezó a dar órdenes Sancha. Y
tú, Águeda, ayuda a Blanca. Preparad dos o tres cuchillos en el fuego
para hacerle el cauterio y calentad también mucha agua.
Las dos mujeres se pusieron a hacer lo que les había ordenado.
Águeda era la vecina y la mejor amiga de Sancha. De hecho, las tres
se conocían desde niñas. Nunca habían dejado de estar juntas. Por
eso, cuando había visto que Sebastián recibía un flechazo, no se lo
había pensado ni dos veces. Sabía hacia dónde tenía que dirigirse.
¿Ya has bebido?
Toda la jarra, mujer.
Entonces, estírate encima de la mesa.
109
Sebastián obedeció. Al hacerlo, notó cómo se mareaba. Había
perdido bastante sangre. Además, tenía la impresión de que la flecha
no había salido limpia. Notaba algo en el borde de su hombro, como
si, en su interior, se le hubiese quedado algo incrustado.
Sancha se puso a limpiarle la zona del hombro. Al pasar el trozo
de lino sobre la herida abierta, lo notó. Allí había algo. Tenía que
sacarlo cuanto antes. No podía dejar que se le fuese más para
adentro.
¡El cuchillo! ordenó.
Blanca se lo trajo a la primera. Se lo entregó y se quedó a su
lado.
Cógele de los dos hombros. Tiene algo clavado.
Ya lo decía yo contestó Sebastián.
Tú calla y no te muevas, que esto te hará daño le comentó
Blanca.
Sancha le metió el cuchillo. Sebastián gritó y se desmayó.
El muy hombre… Mejor, así.
Movió el cuchillo con destreza por entre la piel y los músculos,
tendones y nervios del hombro de Sebastián.
Creo que lo he sacado bien. Es un trozo de astilla de la flecha.
Es bastante grande; pero, ya está. Ahora, Águeda, pásame los otros
dos cuchillos. Le practicaremos el cauterio.
Sancha lo hizo con mucha habilidad. Taponó por efecto del calor
la herida. Dejó de sangrar. Limpió el trozo del hombro.
Ya está. Ahora, pásame ese recipiente de barro que está a la
fresca de la ventana.
¿Qué contiene? preguntó Blanca.
Aguas negras, aguas sagradas tomadas de la fuente del río la
mañana de San Juan.
La magia de la luz y el agua recordó Blanca.
Sancha limpió todo el cuerpo de Sebastián con esas aguas
sagradas. Después mojándose los dedos de su mano derecha,
110
extendió los dedos índice, corazón y meñique, mientras replegaba el
anular hacia el pulgar y los llevaba hacia la palma de la mano.
Practicó tres cruces, una en su frente, otra en su corazón y la tercera
en su vientre.
Este no dará tormento por un par de horas informó
Sancha. Vamos a sentarnos. Comamos algo y hablemos. Seguro
que Aidan y la niña se han dormido. Las aguas negras harán su
magia. Es cuestión de fe.
Se sentaron junto al fuego. Empezaron a compartir un pan con
un buen trozo de queso bien curado y una jarra de vino. Durante
unos minutos comieron y bebieron, mirando el fuego.
De nuevo las tres juntas, como cuando éramos niñas habló
Águeda.
Sí, como cuando éramos niñas y nos íbamos a bañar al río,
recordó Sancha.
Siempre, en verano, disfrutábamos de nuestra máxima
felicidad, hasta...
Blanca no pudo terminar la frase. Se puso a llorar.
Llora, es bueno sentenció Águeda.
111
También para nosotras dos fue muy duro que esas monjas se
te llevasen le confirmó Sancha.
Lo tuviste que pasar mal entre ellas sugirió Águeda.
¿Por qué lo dices? le preguntó Blanca, dejando de llorar.
Si la vida te hubiese ido bien, no habrías regresado al pueblo.
No seas animal le dijo Sancha. Ella es una buena mujer.
Nunca lo he puesto en duda le contestó Águeda. Pero, es
verdad. Uno intenta regresar a sus orígenes sólo por dos razones: o
porque la vida le va mal, o porque quiere morir allí.
Mira que eres animal volvió a repetir Sancha.
No, es verdad. Águeda tiene razón reconoció Blanca. Sólo
existen esos dos motivos para regresar. Y, sí, tienes razón. La vida
me trató mal entre las monjas. Era una niña pobre que me llevaron
para servir a monjas ricas. Durante los primeros años, todo fue bien.
Encontré a una monja que me trató como una madre y me educó. Me
hizo aprender a leer, a cantar, a tocar música y a muchas otras
cosas. Sin mujeres como ella, niñas como yo, jamás tendríamos la
oportunidad de aprender como lo hacen los niños en los monasterios
de canónigos y monjes.
Blanca calló. De nuevo, aparecieron las lágrimas. Primero, en
forma de casi invisibles gotas de agua; después, acabó llorando de
forma abierta. Pero, continuó hablando.
Me la mataron. La vida me había dejado sin padres. Y los
suyos me la mataron. Se enteraron de que un joven la pretendía.
Quisieron saber sus razones. Calló. No dijo nada. Su hermano mayor
se enfrentó en un duelo con el joven y lo mató. Mi señora Leonor se
acabó dejando morir de pena, de melancolía. Dejó de comer hasta
que se murió.
¡Qué historia más triste! A ti, ¿qué te ocurrió?se interesó
Águeda.
Me culparon. Primero, de no haber dicho nada del tema del
joven. Después, de esconder su comida y no obligarla a comer.
112
Es decir, te condenaron sentenció Sancha.
Sí le contestó Blanca. Además, ya sabéis que no hay
peor juez para una mujer que otra mujer. A partir de entonces, mi
vida en el monasterio se convirtió en un tormento. Me hacían hacer
de todo. Me levantaba a rezar de madrugada en sustitución de las
monjas ricas que continuaban durmiendo en sus camas, les barría y
limpiaba sus habitaciones, les cocinaba y cosía…, a cambio de una
mala comida y un montón de paja.
Eso tiene la condición de ser pobre sentenció Águeda. La
discriminación no conoce de sexos cuando hay monedas de por
medio. Los ricos y las ricas se comportan igual y los pobres… los
pobres… es mejor ignorarlo.
Tienes razón le respondió Blanca. Allí, en el monasterio,
aprendí que la maldad no distingue ni entre edades ni entre sexos.
De niña, tal vez porque tuve la suerte de vivir con dos grandes
mujeres, mi madre y mi abuela, y con vosotras dos, creía que las
mujeres éramos mejores que los hombres. O, al menos, más dulces y
más amables. Allí, aprendí que el odio se enquista en un corazón sin
importarle si está dentro del cuerpo de un hombre o de una mujer.
Hablas muy bien le comentó Sancha. Aprendiste mucho
con aquella monja de la historia triste. Tienes razón, tanto un hombre
como una mujer pueden tener podrido el corazón.
Pero volviste. Aquí, has vuelto a encontrarte con todas
nosotras le dijo Águeda.
Y con una familia por la que daré mi vida. Ella es ahora mi
nueva conciencia.
Blanca, no te pongas a hablar así, que somos tus amigas de
la infancia le recordó Sancha.
Es que ahora soy muy feliz.
También nosotras de que tú lo seas señaló Águeda.
¿Lo quieres mucho? le preguntó Sancha.
¿A quién?
113
¡Burra!, a quién quieres que sea, al cantero, que no te
enteras de nada volvió a decirle Sancha.
¿Es bueno en la cama? le preguntó Águeda.
Las tres callaron. Se miraron y se pusieron a reír. No podían
dejar de hacerlo.
¡Como un toro!
No me digas que tiene el rabo como un toro señaló Águeda.
¡Qué la medida no importa, sino si es juguetón el rabo!
contestó Sancha.
Lo dirás por el sacristán, que sabe más de tu conejo vivo que
de latines para contestar la misa replicó Águeda.
Las tres mujeres volvieron a reír. Sentían que la vida, una vez
más, era generosa con ellas. Tenían la impresión de que el tiempo
había regresado. Las había conducido a su infancia, cuando sus
emociones formaban parte de una sola voz. Era como si los años
transcurridos, como si todo lo posterior a aquellos recuerdos de niñas
sólo hubiese servido para recordarles que las amistades de la infancia
son eternas.
Volvieron a comer un poco. No hacían falta más palabras. Se
encontraban bien así. Sabían lo que eran, tres mujeres de pueblo a
las que les habían crecido antes sus almas que sus cuerpos. Estaban
tranquilas. Sabían que no tendrían que volver a cavar en el dolor.
Conocían el valor de sus recuerdos. Ya no tenían miedo de mirar
hacia delante. Se habían vuelto a encontrar. Eso era lo único
necesario.
Sancha volvió a llenar los vasos de vino. Entre ellas, no hacía
falta mentir. Habían compartido sueños. Se imaginaron grandes
damas, esposas de valientes guerreros. Sus amores circularían en
canciones, en boca de trovadores y juglares. Vivirían en estancias
nobles. Poseerían hombres y criadas que las servirían. Las tres
tendrían buena suerte. Se convidarían a sus respectivas torres y
castillos.
114
En esos momentos, se creyeron unidas para siempre. Pensaron
que compartían lazos entre sí que no los rompería ni el paso del
tiempo. Y había sido cierto. Ahora, en esa pequeña cocina de la casa
en la que Sancha había nacido, a pesar de los años que habían vivido
apartadas, las tres volvían a compartir los mismos cielos de su
infancia.
115
19 La búsqueda
Una vez que acabaron el juicio de Dios, los clérigos tenían hambre.
Pero, tuvieron que esperar a que Diego y Pablo saliesen del templo.
Los recibieron con abrazos. Cuando ellos regresaron a la explanada,
todo estaba preparado. En primera instancia, decidieron cantar un
tedeum para dar las gracias a Dios por el desarrollo del juicio. Lo
hicieron fuera, en el llano del templo. Dios los había iluminado. A
partir de ese momento, la iglesia permanecería cerrada hasta que la
comisión de expertos entrase para destruir las imágenes heréticas.
Después, se pusieron a comer de lo que les habían preparado algunos
vecinos.
Los soldados del obispo cuidaban bien a estos clérigos. De
hecho, eran envidiados por todas las milicias. Se sabía que ningún
soldado de Castilla cobraba tan buena soldada ni comía tan bien
como ellos. Esos hombres de Dios siempre se les portaban bien.
Ordenaban que se preparase siempre suficiente comida tanto para
ellos como para los soldados que tenían que defenderlos.
Los canónigos burgaleses no eran tontos. Eran conscientes de
que, si cuidaban bien a los soldados, estos les corresponderían y los
pondrían a salvo de cualquier ataque sin importarles caer heridos.
Incluso, estarían dispuestos a dar su vida por ellos, pues también
cuidaban muy bien a sus viudas a y sus huérfanos. A pesar de todo
esto, las clases eran las clases. Los soldados comían en un lado de la
planicie de la iglesia y los clérigos en el otro.
¡Sargento! gritó Diego.
El guerrero se levantó, atravesó la explanada y se acercó hasta
la portada en la que comían los canónigos. De hecho, lo hacían en el
mismo lugar en el que se acababa de desarrollar el juicio de Dios.
¿Qué deseas?
Después de comer, toma dos o tres soldados y acércate a
casa de ese justicia loco, llamado Alfonso, e intenta sacarle
116
información acerca del llanto del infante que hemos oído. Si hace
falta, déjale las marcas de Dios en su cara.
Puedo ir ya, ahora mismo respondió el sargento.
No corras tanto. Come un poco más y bebe, que así tendrás
más vigor y fuerzas para cumplir con el cometido que te encarga tu
Santa Iglesia.
El sargento asintió con la cabeza y se retiró. Volvió de nuevo al
lugar en el que comía con sus soldados. Diego vio cómo se disponía a
dar cuenta de un buen trozo de pan con cebolla.
La comisión tiene que ser precisa. Entraremos solos, quiero
decir, escoltados por nuestros soldados avisó Diego.
No te preocupes, así lo haremos contestó el clérigo más
viejo.
Para las siete de la mañana, todo tiene que estar acabado.
Por lo tanto, Pablo, dentro de un rato, debes disponerte a preparar
los andamios necesarios para realizar esta noche nuestra santa
misión. Recuerda que tienes que hacerlo tanto con los clérigos más
jóvenes como con los soldados que hemos acordado señaló Diego.
No te preocupes respondió Pablo. Tenemos todo previsto.
Haremos dos andamios interiores y uno exterior. Pues, mientras dos
de los dioses paganos se encuentran en el interior del templo, el
tercero se esculpió en el exterior.
Parece ser que lo tienes todo previsto comentó uno de los
clérigos jóvenes.
No sólo eso. Además, ya os he dicho que seré yo mismo en
persona el que los elimine. Para eso traje mi cincel y mi maza. Con
este acto, quiero purificar mi alma de los años de aprendizaje que
pase junto a los adoradores del maligno explicó Pablo.
No se hable más. Mañana, desayunaremos mejor, con la
conciencia lavada y limpia. Todos, a los trabajos encomendados
indicó Diego.
117
Los clérigos se levantaron de la mesa. Cada uno se fue hacia el
lugar en el que le esperaban sus obligaciones. Conocían muy bien lo
que tenían que hacer. Entonces, Diego se volvió.
¡Sargento!, que cada soldado cumpla con sus órdenes. Tú ya
sabes lo que tienes que hacer.
El soldado no necesitó más palabras. Llamó a tres de sus
compañeros y empezaron a caminar por la primera calle del pueblo.
Encontraron a un vecino. Le preguntaron por la casa de Alfonso, el
justicia. No hizo falta insistir mucho. El hombre se asustó mucho ante
tanto soldado bien armado. Se la indicó. Estaba cerca. Llegaron en
unos cuantos minutos.
El sargento no se tomó la molestia de llamar a la puerta. La
abrió con un solo golpe. El justicia y su mujer estaban junto al fuego
de la estancia baja.
¿No sabéis llamar como un buen cristiano? les preguntó
Alfonso.
Déjate de ironías y saca un par de buenas jarras de vino, que
tenemos que hablar le contestó el sargento.
¿Y si no quiero?
¿Eres estúpido? ¿Qué no ves cómo miran mis hombres a tu
mujer? Todavía está de buen ver. Tiene lo mismo que las otras y
hace ya algunos días que estos no han comido conejo vivo.
Los soldados rieron y se acercaron hasta rodear a Manuela, la
mujer de Alfonso. El miembro del concejo se puso muy nervioso.
No la toquéis les dijo con una ronca voz que temblaba
visiblemente. Te daré lo que me pides.
Alfonso se acercó hasta el hueco de la escalera y regresó no
con dos sino con cuatro jarras. No quería que le sucediese nada a su
mujer.
Así me gusta. Lo has entendido muy bien. Una jarra para
cada uno indicó uno de los soldados.
118
Se las repartieron. Se las bebieron de un solo trago. El soldado
que había hablado eructó antes de volver a abrir su boca.
Trae otras cuatro más, todavía tenemos sed.
Obedeció. Regreso con otras cuatro jarras y acabó sentándose
junto a su mujer. Si querían hacerle algo a Manuela, antes tendrían
que pasar por encima de su cadáver. Al ver lo que hacía, el sargento
tiró contra el suelo la segunda jarra de vino que ya se había bebido
de un solo trago.
Tranquilo, hombre, que no le pasará nada a tu mujer. Tú ya
has cumplido con lo acordado le recordó el sargento.
Me siento aquí porque quiero, para eso estoy en mi casa le
respondió Alfonso.
Déjate de tonterías y vayamos al grano. Don Diego me ha
dicho que te haga una pregunta muy sencilla. Si la contestas bien,
me ha autorizado a informarte que hablará bien de ti a nuestro
amado obispo para que te ofrezca un puesto de justicia en la ciudad.
Tú dirás. Soy todo oídos.
En la explanada, no había ningún bebé. ¿De quién es el bebé
que hace un rato hemos oído llorar? Y, sobre todo, ¿dónde estaba
escondido?
¿Qué bebé? ¿Este?
Alfonso se puso a imitar perfectamente el llanto de un niño
recién nacido. Nadie, en su sano juicio, podía negar que ese sonido
no fuera el mismo que todos habían escuchado en la explanada de la
iglesia. De repente, callo.
Sargento, ¿no decís nada? ¿Todavía dudáis de que, allí, no
había ningún bebé? El llanto lo imité yo para rebajar la tensión del
momento. Le acababais de clavar una flecha al bueno de Sebastián,
el sacristán. ¿No os lo acabáis de creer?
Alfonso volvió a imitar por segunda vez el llanto de un bebé a la
perfección. Todos los soldados sonrieron.
119
Mi sargento se atrevió a hablar uno de los soldados, es
igual al que todos hemos oído en la explanada. Además, tu oído no
puede fallarte. Tú siempre nos dices que tienes un buen oído para la
música.
¡Sí, sí!, tienes razón, es el llanto que escuchamos. Como tú
muy bien dices, es verdad que tengo buen oído para la música.
El sargento no quiso que los demás descubriesen que estaba ya
algo sordo. Si el obispo se enteraba, le obligaría a quedarse en
palacio y a no salir a guerrear. Su ilustrísima haría servir un fácil
argumento: “Sordo, no podrás oír con claridad las órdenes emitidas
por los cuernos de guerra”. Sin escuchar bien las órdenes, no podría
hacer pelear bien a sus soldados en la batalla.
Tenéis razón. Ya hemos descubierto el misterio. Es este
hombre el que lo hizo. Si quiere, que lo juzgue don Diego. Nosotros
nos vamos. Sólo tenemos que informar y punto.
Así es sargento. Aunque, ya que hemos aclarado las cosas en
menos tiempo de lo previsto, podríamos divertirnos un rato
comentó un soldado.
¿Qué quieres decir?
¿Nos das tu permiso para jugar con la mujer de este
pueblerino?
El sargento no respondió. Abandonó la estancia sin decir nada.
Los soldados entendieron lo que les quería decir a la primera, sin
necesidad de palabras. Sin que se lo esperase, Alfonso fue sujetado
por uno de los soldados mientras el otro le golpeaba fuertemente con
la empuñadura de su espada en la cabeza. Cayó desmayado al suelo.
El tercero ya se había hecho con Manuela. Le rompió el vestido de un
solo tirón.
Tenemos premio. ¡Vaya tetas y vaya conejo! exclamó fuera
de sí mientras la arrastraba hasta tumbarla encima de la mesa.
Manuela no pudo ni empezar a gritar. Uno de los soldados le
metió en la boca un trozo de su vestido y la sujetó por los brazos. El
120
otro aguantó sus piernas. El tercero la violó. Uno tras otro los
soldados la violaron varias veces. A Manuela no le quedaba ni una
sola lágrima.
Cansados, los soldados se vistieron de manera precipitada,
abandonando incluso alguna de sus armas. Cerraron de un golpe la
puerta de la casa. Salieron a la calle riéndose.
No sé si fue ese hombre o no el que imitó el llanto de un crío
explicó el primero de los soldados.
Es igual. Todos sabemos que el sargento está medio sordo
anunció el segundo.
Me da lo mismo. Me lo he pasado de fábula con esa zorra.
¡Qué tetas y qué conejo tiene la condenada! indicó el tercero.
Y te dejas el culo…
Ninguno de los otros dos soldados volvió a hablar. Se iban con
una sonrisa en sus labios. No tenían ganas de comentar la jugada, ya
lo harían en sus noches de vino y lluvia. Sin embargo, no se habían
dado cuenta de que un par de muchachos curiosos lo habían visto
todo por la ventana de la casa y que, en esos momentos, se estaban
dirigiendo a casa del alcalde para informarle de lo que habían visto.
En el interior de la casa, Alfonso se acababa de despertar. Le
dolía mucho la cabeza. No se encontraba bien. Sus ojos se fueron
acostumbrando. Se quedó inmóvil. Quiso gritar; pero, no pudo. Su
mirada acababa de encontrar el cuerpo de su mujer. Se acabó de
incorporar del suelo. Se dirigió hacia la mesa. Comprobó que su
mujer estaba desmayada y desnuda. La empezó a abrazar. Vio que
los soldados le habían hecho heridas que sangraban por sus brazos,
por sus pechos mordisqueados, por su bajo vientre… Se puso a llorar
como un niño cuando no tiene consolación posible. Sentía que no
tenía aliento, que la misma vida le abandonaba.
Sus ojos se fijaron en uno de los trozos del vestido de su mujer.
Los tomó. Con mucho cuidado, fue limpiado su cuerpo. El lino se iba
empapando de la sangre de las heridas de Manuela. Después, hizo un
121
ovillo. Al impregnarse, el color rojo de la sangre había acabado
produciendo una fuerte impresión cromática sobre algunas fibras
vegetales del vestido. El blanco del lino adoptó tonos entre rojos,
morados y violáceos.
Alfonso no pudo soportar tanta vergüenza. Pensó que todos lo
acabarían sabiendo. Todos se enterarían. En esos momentos tan
íntimos, su memoria se estaba alimentando de una tristeza muy
amarga. Entonces, lo decidió. Se vengaría de la manera con la que
más daño podría hacer a esos clérigos y soldados. Su mujer y él se
convertirían en fantasmas.
Se desnudó. Se quitó la única prenda de vestir que llevaba en
esos momentos, una larga camisa. Con lágrimas en sus ojos, miró a
su mujer. Le acarició la cara. La besó en los labios. A continuación,
con su propia camisa, desnudo como estaba, le tapó la cabeza. La
acabó asfixiando. Notó que el cuerpo de su mujer se quedaba rígido.
Abandonó la mesa. Después, se acercó al hogar. De un baúl,
sacó una cuerda de ahorcar. La custodiaba como justicia del pueblo.
Llevó uno de los taburetes junto a la viga central del techo. Pasó la
cuerda. Se subió al taburete. Introdujo su cabeza. Desplazó el
mueble con sus pies.
Sólo los perros se dieron cuenta de lo que acababa de suceder
en casa de Alfonso. Aunque era de día, empezaron a ladrar
anunciando lo obvio. La muerte se había vuelto a alimentar no de los
sueños de un matrimonio que se quería sino de su desesperación y
mala suerte. Al oír el amargo ladrar de los perros a esas horas,
algunos vecinos intuyeron lo que había pasado. La muerte volvía a
pasearse por el interior de sus casas. Se pusieron a rezar.
122
20 La noche de los odios
Después de que los muchachos le informasen, el alcalde se había
dirigido a casa de Alfonso. Tuvo que sujetarse a la puerta para no
caer al suelo. El espectáculo era brutal. Mientras vio a Manuela
desnuda y sin vida encima de la mesa, el bueno del concejal estaba
colgado en medio de la estancia. Uno de los muchachos que
acompañaron al alcalde se atrevió a hablar.
Cuando los soldados se han ido, los dos estaban vivos.
Eso ya da igual. Esos soldados no sólo violaron a Manuela
sino que, también los han matado a los dos. Marchad de aquí y
avisad a Felipe, el pregonero, que convoque a concejo extraordinario.
Ahora, yo aviso a los vecinos de la calle y hacemos con sus cuerpos lo
que tenemos que hacer.
Al oír la señal de reunión, todos los habitantes volvieron a
dirigirse a la planicie de la iglesia. Esta vez, lo tenían claro. Era el
cuerno que utilizaba Felipe. Según iban llegando, se iban enterando
de la noticia. Alfonso y Manuela estaban muertos. A ella, unos
soldados del obispo la habían violado.
A pocos metros del lugar tradicional de reunión de las gentes de
Fuente Urbel, los clérigos y soldados guiados por Pablo estaban
levantando el tercer y último andamio, el exterior. Se extrañaron al
ver venir a las gentes del pueblo. No obstante, no dejaron de
continuar con su trabajo. La voz de Dios era más importante que la
de cualquier hombre, hubiese pasado lo que hubiese pasado. Ellos,
esa noche, tenían que cumplir la sentencia del tribunal de la Santa
Iglesia. Eliminarían cualquier indicio de la representación de todos los
dioses paganos de esa iglesia. No podía quedar en pie ni una sola de
sus esculturas. Era evidente que siempre se podía dar la orden de
cierre definitivo de las puertas de ese templo. Pero, las gentes
siempre las acabarían abriendo.
123
Tenemos que acabar este andamio y empezar a subir ya. Hay
que eliminar la escultura exterior. Me parece que la cosa se está
poniendo fea. ¿Sabe alguien si ha pasado algo? acabó preguntando
Pablo.
Nadie le respondió, aunque todos, tanto los clérigos como los
soldados, se encontraban repartidos haciendo su trabajo.
Que unos cuantos soldados aseguren la puerta del templo. En
caso de que la cosa se ponga mal, todos entraremos dentro. Nos
defenderemos en el interior. Hay que acabar esto, ya.
Pablo estaba tan absorto en dar instrucciones que no vio cómo
algunos vecinos se presentaban a la explanada trayendo los dos
cuerpos de Alfonso y Manuela en una carreta tirada por dos bueyes.
Todos callaron. La carreta llegó y se detuvo en medio del llano.
Entonces sucedió. El dolor pudo más que la desesperación y
que el propio miedo.
¡Asesinos! gritó una mujer.
No sólo son violadores y asesinos. Además, los herejes son
ellos.
Todo el pueblo se volvió a mirar. Las gentes habían reconocido
esa voz. Era Aidan el que hablaba. A su lado, caminaba Blanca
trayendo a su hija Lambra en los brazos. Los clérigos y, en especial,
Pablo se quedaron quietos, sin hablar, sin saber qué decir. Los
soldados se paralizaron ante la visión de un hombre que llevaba la
parte anterior de su cabeza afeitada y dejaba caer en su parte
posterior una larga cabellera que le llegaba por debajo de sus
hombros.
Gentes de Fuente Urbel empezó el maestro cantero un
brillante discurso, no podemos dejar que, además de violar y matar
a los nuestros, también quieran romper y hacer desaparecer a los
dioses de nuestros ancestros. Esas imágenes que esculpimos en
nuestra iglesia nos indican el camino de la única fe. Tenéis que
conocer algunas cosas. Han condenado a estos tres dioses antiguos
124
porque saben que, antes del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo,
eran los encargados de representar nuestros principios más sagrados,
aquellos que nos hacían vivir siempre unidos como clanes o tribus.
Recordad que, a través de la historia, nuestras gentes han tenido
claras tres cosas. La primera: siempre que la damos, cumplimos
nuestra palabra. La segunda: no abandonamos jamás a ninguno de
los nuestros, ni en la vida ni en la muerte. La tercera: luchamos
contra cualquier clase de injusticia sin importarnos perder la vida en
el intento. Desde hace siglos, antes de que llegasen los primeros
misioneros cristianos y nos trajesen la manifestación definitiva de la
auténtica y verdadera religión, los abuelos de nuestros abuelos ya
creían en la resurrección, en la existencia de otra vida más allá del
inframundo cuyas puertas mágicas y misteriosas se esconden debajo
de las aguas negras de nuestro río sagrado.
Acompañado de dos soldados, Pablo, se había acercado sin que
ni Aidan ni las gentes de fuente Urbel se diesen cuenta.
El que así os habla es un hereje gritó con una voz
desesperada.
No le dio tiempo a decir nada más. Un muchacho se agachó,
cogió una piedra de la explanada y se la lanzó con tan buena puntería
que lo alcanzo sobre el ojo derecho. Al momento, toda la cara de
Pablo estaba llena de sangre. No pudo quejarse. No pudo replicar.
Una segunda piedra le alcanzó en la pierna.
Entonces, los dos soldados que lo acompañaban empezaron a
cubrirlo con sus escudos. Detrás de ellos, se oyó la voz de Diego.
Al interior del templo, tenemos que refugiarnos en él.
En un abrir y cerrar de ojos, todos los clérigos y los soldados
entraron al templo y cerraron sus puertas. Los vecinos esperaban la
reacción de Aidan; pero, esta vez, no fue él quien hablo.
Gentes de las fuentes sagradas del río Urbel empezó a decir
Blanca, me conocéis desde niña. Soy una más de vosotros, aunque
la vida me sacó de vuestro lado durante un tiempo. Pero, sabéis que
125
regresé de corazón para, de nuevo, ser una más de vosotros. No
podemos dejar que se encierren allí dentro. Si no hacemos nada,
aprovecharán para destruir las imágenes sagradas que hay esculpidas
en el interior del templo. Dentro, también tienen colocados otros
andamios. Somos más que ellos y somos la fuerza de un pueblo.
Armémonos con lo que podamos y ataquémoslos. No se lo esperan.
Rápidamente, los hombres salieron corriendo. Al poco tiempo,
algunos volvieron con herramientas de labranza, otros con hachas,
picos y palos. Un tercer grupo regresó pertrechado con las armas que
utilizaron cuando tuvieron que ir a servir de peones para el rey de
Castilla.
No tenemos ningún ariete para derribar la puerta señaló el
alcalde.
No hace falta. Traed toda la leña y paja que podáis ordenó
Aidan. Le pegaremos fuego a la puerta. A las piedras no les pasará
nada. Ellos pasarán un mal rato y la iglesia se habrá convertido para
ellos en una ratonera. Después, disponed un par de carretas, forradas
de madera y cubiertas con pieles de ovejas, cabras, bueyes y vacas.
Por cierto, mojadlas tanto como podáis. Las utilizaremos de parapeto,
para hacer una defensa en el interior de la puerta. Desde allí,
lanzaremos todo el fuego que podamos sobre los andamios. Se
prenderán y caerán. Al techo no le pasará nada. Las piedras
aguantarán. No se creará tanto calor para que el tejado se venga
abajo. Cuando se rindan, los haremos prisioneros y apagaremos lo
que quede del fuego. Así, salvaremos nuestra iglesia.
Todos se pusieron manos a la obra. En cuestión de minutos, la
puerta del templo estaba ardiendo. Los vecinos esperaron a que la
madera estuviese lo suficientemente quemada para acabarla de tirar
ayudados con unas largan lanzas hechas con palos de roble. Después,
arrojaron agua sobre los restos de la puerta e hicieron pasar las
carretas. Construyeron el parapeto como había indicado el maestro
escultor y lanzaron todo el fuego posible sobre los dos andamios.
126
Enseguida, los dos armazones empezaron a arder. El humo en el
interior de la iglesia era insoportable. Los soldados se dirigieron hacia
la salida. No pudieron abandonar la iglesia. El alcalde había mejorado
la idea de Aidan y había hecho uncir a las carretas a todos los bueyes
y vacas disponibles del pueblo con la idea de hacer un tapón que los
soldados no pudiesen atravesar. Los animales estaban muy
nerviosos. Aunque no veían el fuego, olían el humo.
Os apartaremos a todos estos animales y os dejaremos salir,
si arrojáis todas vuestras armas y salís de uno en uno.
Diego, espantado y muerto de miedo al ver cómo iban
creciendo las llamas en el interior del templo, aceptó la proposición
del alcalde.
Arrojad todas vuestras armas
y disponeos a salir de uno en uno.
Por su parte, los vecinos
también cumplieron con lo que el
alcalde había prometido. Cumplieron
lo pactado. No obstante, según salían,
desarmados y de uno en uno, cada
soldado era apresado por varios
vecinos. Inmediatamente, los ataban
de pies y de manos. Más tarde, fue la
hora de los clérigos.
Cuando los tuvieron a todos
bajo custodia en la planicie, la
inmensa mayoría de vecinos entraron
para apagar los restos encendidos de
los andamios. Lo hicieron con mucho
cuidado, pues algunos troncos ya
habían empezado a desprenderse.
Aunque la nave del templo olía a
127
humo, la piedra no había sufrido nada, tal y como les había indicado
el maestro cantero.
Algunos deben quedarse dentro, vigilando para que no se
reanimen las llamas indicó Aidan.
Después, salió fuera. Todos los soldados y clérigos estaban
atónitos.
Esto no acabará así le gritó Diego al verlo.
Y tanto que no le contestó Aidan.
Después, con un movimiento seco de mano, convocó a los
hombres del pueblo. Las mujeres se encargaron de custodiar a los
presos.
Debemos encerrarlos en el corral de Fermín. Allí los
custodiaremos bien, sin miedo a que se escapen. Mañana, por la
mañana, tendremos que pactar con ellos una salida a esta situación.
Hay que ser cautos y ceder un poco. Si queremos que nos vuelvan a
dejar en paz, tendremos que pasar por alto las muertes y la violación
de nuestros queridos amigos. Sin embargo, tenemos que quedarnos
con pruebas en nuestro poder. Siempre se las podemos presentar al
rey.
Aidan, tiene razón. Haremos todo lo que nos ha indicado. Los
llevaremos al corral de Fermín y los vigilaremos entre todos. Mañana,
hablamos con ellos. Todo quedará resuelto sentenció Nicolás, el
alcalde.
Los vecinos se pusieron manos a la obra. Cada uno sabía lo que
tenía que hacer y lo haría. Sus corazones latían como uno solo. Sus
sangres marchaban a alimentarse de las voces de sus antepasados.
Todos estaban convencidos de que sus ancestros estarían orgullosos
de ellos por cómo habían actuado. Nadie se había salido del camino.
Nadie había abandonado. Entre todos, habían conseguido que las
antiguas leyendas volviesen a circular por las aguas negras de su río.
Las primeras sombras de la noche empezaron a proyectarse sobre el
Alto de las cruces.
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Antes de que anochezca, nos falta de hacer una cosa señaló
Nicolás. Queda el andamio de la pared.
Muy bien visto replicó Aidan, falta hacer caer el tercer
andamio.
No hizo falta que el maestro cantero dijera nada más. Un grupo
de hombres se acercó a él y utilizando cuerdas lo derribó. Se notaba
que no era la primera vez que lo hacían. Al ver caer el último
armazón, Nicolás respiró tranquilo. Tenían la situación controlada.
Conocía que venían de una raza de pastores. Formaban parte de un
linaje que siempre había luchado unido contra todas las dificultades
que les habían puesto los diferentes caminos de la vida. Se sentía
orgulloso de pertenecer a las gentes que bañaban sus cuerpos en las
aguas negras. Además, tenían la suerte de que con ellas, no sólo
sanaban a sus animales, también construían buenas herramientas y
armas. De hecho, hacía un momento, lo habían vuelto a demostrar.
Miró hacia el cielo. Con su mirada, buscó la estrella polar. Estaba
convencido de que, detrás de esa blanca e intensa luz, se encontraba
la eterna mirada del creador. Se puso a caminar.
129
21 La conversación
Aidan y Blanca regresaron a su casa. Cenaron en silencio. Pedro
pasaría la noche en la cueva de San Blas cuidando los animales
domésticos del pueblo. Estaban tranquilos. Todo el mundo lo decía.
Cada hora que pasaba, se notaba que entre ellos crecía la
profundidad más absoluta, la de la confianza. Jamás se peleaban.
Precisamente, por esos días, los vecinos habían empezado a
comentar entre ellos que había sido una suerte del destino que los
dos se encontrasen. Nadie como ellos dos entendía la vida como
celebración y fiesta. Estaban orgullosos de que formasen parte de su
pueblo. Les ayudaban a vivir. Con su inteligencia, les habían ayudado
a desvelar y alejar de sus pensamientos los secretos de las absurdas
preocupaciones. También les habían enseñado a vivir al día, pues los
habían convencido de que aquellos tiempos se lo permitían. No les
faltaba ni comida ni animales con los que alimentarse. No debían
querer nada más. Dios estaba con ellos. No podían permitirse el lujo
de ser egoísta.
El cantero dejó el plato encima de la mesa. Cogió a Lambra,
que estaba despierta en un pequeño cesto de mimbre, y se puso a
hacerle carantoñas. De forma repetitiva, la besó en la frente varias
veces. A continuación, le acarició su hermoso pelo rojo. La volvió a
dejar.
Me voy hasta el corral de Fermín. Ahora, les tocará a otros
regresar a sus casas para cenar un poco. Pasaré la noche allí.
Ya me lo imaginaba. Tranquilo. Tenéis que estar todos los
hombres del pueblo. Hay que evitar que todo esto salga mal.
El cantero se levantó. Se acercó hasta donde estaba su mujer y
le dio un beso en los labios.
Te quiero mucho.
Yo también te quiero mucho.
130
Abandonó la casa. Salió a la calle. La noche se presentaba
serena. El cielo estaba poblado de estrellas. En el aire, empezaban a
crearse las imágenes de los sueños. Cruzó el pueblo. Se dirigió hasta
los pies del Alto de las cruces. Allí, se encontraba el corral. Entró.
Todo estaba en calma. Los soldados y los clérigos habían sido atados
a las vigas maestras que sujetaban el techo de toda la edificación.
Los tenían con los brazos pasados por detrás de la espalda y la
cuerda rematada en lo alto. Era evidente que alguno de los
habitantes de Fuente Urbel sabía muy bien cómo atar animales.
Al verlo entrar, los vecinos le saludaron. Lo tenían como a su
héroe. Estaban orgullosos de lo que habían hecho. Los prisioneros no
dijeron nada. Estaban avergonzados. Se habían dejado ganar por una
partida de pueblerinos analfabetos. En mitad de sus entrañas, el odio
les crecía con toda su rabia.
¡Buenas noches, Aidan! le acabó saludando Nicolás. ¿Ya
tienes pensado lo que haremos por la mañana?
Casi todo. Pero, ahora, me gustaría hablar con uno de los
clérigos.
Con tu aprendiz, ¿no?
Sí, con ese…
El maestro cantero no acabó las palabras. Le costaban
pronunciarlas. Jamás se hubiese imaginado que Ailbe lo acabaría
traicionando de esa manera. No a él en persona, sino a la vieja
tradición de los adoradores. Llegó hasta donde estaba. Se sentó a su
lado. El joven Ailbe, Pablo, o como quisiera llamarse, lo miró. No le
dijo nada.
Oíche mhaith le dijo Aidan.
¿Todavía no sabes decir buenas noches como lo hacemos
todos los buenos cristianos? le respondió el joven.
¿No quieres que hablemos en nuestra lengua?
131
Lo que tengas que decirme, en la lengua de estas gentes,
para que todo el mundo se entere de lo que hablamos. ¿O es que
quieres proponerme un trato?
Aidan calló. Su joven aprendiz lo había adivinado a la primera.
Precisamente, le quería proponer una salida a su situación actual.
Quería que se quedara con ellos, a vivir según las normas sociales de
la antigua tradición.
No pienso traicionar a mis hermanos canónigos de Burgos. Ni
lo pienses por un segundo le dijo el joven.
¿Son tus hermanos? ¿Qué te han enseñado?
La verdadera fe, la de la Santa Iglesia de Roma.
¿Y tus auténticos hermanos?
¿Te refieres a los artesanos? le preguntó con desprecio.
El maestro cantero calló. Esperaba una respuesta para saber
cuál había sido la suerte de sus compañeros, aquellos hombres que lo
acompañaron en la Peregrinatio propter Christum, esa peregrinación
por la salvación de su alma que habían emprendido juntos, hacía ya
unos cuantos años.
Fiacre permanece preso en la cárcel episcopal de Burgos. Los
otros murieron. Mejor dicho, ayudé a que renunciasen a su fe
herética antes de morir, ya convertidos en auténticos cristianos.
Al oír esta confesión, Aidan no pudo detener los límites en los
que guardaba oculto su odio. Se abalanzó sobre el joven y empezó a
estrangularlo muy lentamente. El alcalde se dio cuenta de lo que
estaba sucediendo. Se acercó y, con la ayuda de dos vecinos, logró
que lo dejase.
Tranquilo, Aidan.
Pero, este animal ha matado a mis hermanos gritó,
aguantándose las ganas de llorar y exteriorizando en su mirada toda
la rabia que sentía en el interior de su corazón.
Están mejor que tú y que yo, ya participan de la gloria de
Dios volvió a decirle orgulloso Ailbe.
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¡Qué sabrás tú de la gloria de Dios!
¡Más que tú!
Al oír estas últimas palabras, Aidan se puso de pie. Quería que
todos oyesen claramente lo que tenía que decir.
¿También tú has comprado tu participación en la gloria de
Dios? ¿Lo has hecho con monedas o con propiedades? No, me
olvidaba. Lo has hecho traicionando, encarcelando y matando a
personas que te consideraban su hermano pequeño. Este es el precio
de la fidelidad que exige la Santa Iglesia de Roma.
No te pongas patético le contestó Ailbe, gritando e
intentando levantarse. No hagas el ridículo entre estas gentes. Ya
te he dicho que lo que hice lo hice en nombre de la que tú con
desprecio dices Santa Iglesia romana.
Así es.
Estás muy equivocado. Mi alma gozará de la eternidad para
siempre. ¿Puedes asegurarles a estos hombres que tu alma y las
almas de los vecinos de esta aldea contemplarán cara a cara la
presencia de Dios en la eternidad? Sois todos unos malditos y
fanáticos herejes.
¡Tú eres el que estás equivocado! ¡Qué equivocado estás! le
contestó Aidan bajando la voz. Te comportas como un sabio
hablando de la inmortalidad cuando, en tu interior, sólo habita el
odio. Habrá, habrá un día en el que vendrá sobre ti el silencio y tu
alma cruzará la nada. Entonces y sólo entonces, lo entenderás todo.
¿Qué quieres decirme?
Si en verdad eres un hombre de Dios, piensa que un día
reflexionarás y te encontrarás ante tu propio destino. Y, entonces…
Entonces, entonces ¿qué? le gritó Ailbe sin dejar que el
maestro cantero acabase su frase.
Entonces, tendrás que tomar una decisión, como hizo Judas
Iscariote después de darse cuenta de la absurda traición que había
133
cometido sobre su maestro. ¿Supongo que recuerdas el precio que
tuvo que pagar?
No me hagas reír. No me quieras hundir en el barro. Ya ves,
he aprendido bien. De hecho, hemos conseguido que todos estos
hombres nos escuchen. Aunque, estoy convencido de que muchos de
ellos no se enteran ni de la mitad de lo que hablamos.
No los menosprecies. Más allá de toda inteligencia engreída,
se encuentra la memoria sagrada de los clanes y de las tribus. En
recuerdo de lo que yo un día pensé que era una verdadera amistad,
quería hablar contigo con la idea de darte una oportunidad. No la has
aceptado. Mañana, recibirás el mismo trato que los demás.
Aidan se incorporó y empezó a caminar mirando a todos los
soldados y clérigos que estaban presos. En sus caras, encontró
reflejada la memoria del miedo. Todos ellos sabían que, ahora, eran
los proscritos.
Es hora de dormir todos un rato. Pero, no se apagará ni una
sola luz. Si alguno de vosotros intenta escapar que sepa que lo
mataremos aquí mismo, sin pensárnoslo dos veces. Quiero que sepáis
que ya hemos decidido vuestro destino. Por la mañana, lo sabréis. De
vuestras decisiones personales, dependerá que marchéis de aquí.
134
Al acabar de hablar, se fue a un rincón del corral, junto al grupo
del alcalde. Le ofrecieron un trozo de carne seca, algo de pan y un
poco de vino. Comió y bebió. De nuevo, miró a los prisioneros.
Mientras veía cómo algunos de ellos se movían con la intención de
aliviar sus piernas, cansadas de presentar la misma posición desde
hacía ya un par de horas, el maestro cantero pensó que esa no era
una noche cualquiera. Como un auténtico clan, acababan de tomar
una decisión. No era extraño encontrase en esos momentos ahí. El
destino milenario de sus ancestros los había conducido al encuentro
de las verdaderas razones por las que tenían que defender su
auténtica fe de una iglesia que se llamaba santa a sí misma.
Aidan miró con admiración y respeto al grupo de hombres con
los que estaba compartiendo vino y silencios. Sonrió. Más allá de esa
costumbre, se encontraba la sustancia antigua que, de generación en
generación, les obligaba a buscar las múltiples formas que adopta la
búsqueda de la inmortalidad en la mirada ensangrentada de los
hombres. Se sentía feliz. Había encontrado un lugar en el que ya no
tendría que ocultar su memoria. Tenía una familia y formaba parte de
un nuevo clan que había sido capaz de encontrar reflejada la imagen
de Dios en las aguas negras de un río.
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22 El pacto
En el corral de Fermín, los hombres del pueblo se fueron turnando
para dormir un rato. Estaban juntos tantos los despiertos como los
dormidos. Si alguno de los que les tocaba vigilar notaba algo raro,
sólo tenía que despertar a los que dormían. Sin las mujeres y los
muchachos, el número de fuerzas había quedado más igualado. El
obispo se había tomado muchas molestias enviando a tanto clérigo y
soldado a una pequeña aldea que, en cualquier momento, podía
convertirse en un despoblado.
Amaneció. Uno de los pastores del pueblo se puso a tocar una
melodía con su flauta de caña. El dulce sonido hizo que tanto los
guardianes como los prisioneros respetasen esa melodía y
permaneciesen en silencio. Las notas cruzaban el corral flotando
entre los montones de paja y de heno. Parecía como si las miradas de
esos hombres hubiesen encontrado en esa tonada el antídoto de la
desesperación. Todos escuchaban sin decir nada.
Cuando el pastor acabó de interpretar la canción, Aidan se
levantó. Miró directamente a los prisioneros.
Os proponemos un pacto.
¿Con qué autoridad? le preguntó orgulloso Ailbe, el llamado
Pablo.
Con la de nuestro linaje, el de los Urbel.
Aquí no existen los clanes o linajes le volvió a replicar.
¡Pablo!, calla de una vez por todas. Deja que nos explique lo
que nos proponen afirmó entonces el sargento.
Por la manera de entrar en la conversación, el cantero se dio
cuenta de que el viejo soldado era un hábil negociador.
Os dejamos libres con la condición de que, por estas tierras,
no regrese jamás un solo miembro del obispado de Burgos, ni
clérigos ni soldados.
Eso es inaceptable gritó entonces Diego.
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¿Por qué? preguntó entonces Nicolás, el alcalde.
Pertenecéis al rebaño del señor obispo…
La carcajada de Aidan hizo que Diego dejase la frase sin acabar.
Todos miraron sorprendidos al cantero. No sabían de lo que se estaba
riendo.
Tranquilo, lo tenemos todo pensado. Tu querido obispo no se
quedará sin su cuarta y sus décimas.
¿Era eso? preguntó Nicolás.
¿Qué otra cosa quieres que sea? Lo que les importa son las
monedas con las que salvaremos nuestras almas. La Santa Iglesia de
Roma es la única intermediaria válida que existe entre nuestras
almas y Dios; es decir, es la encargada de cobrar los peajes en el
camino que conduce hacia el cielo.
Al oír esta argumentación del cantero, los vecinos se pusieron a
reír. Habían entendido todo.
¡Basta! ¿Quiénes os creéis que sois para hacer mofa de
nuestra madre la Santa Iglesia? intervino muy acalorado el clérigo
Pablo.
Por favor, hermano se añadió a la conversación el más viejo
de los clérigos, deja que esas buenas personas nos digan cómo se
lo harán para hacer llegar hasta Burgos las rentas que nos
corresponden sin que nosotros tengamos que subir a buscarlas.
Este sí que es un cura práctico afirmó Nicolás.
Todos los vecinos rieron. Pero, en esta ocasión, no sólo lo
hicieron ellos, también se unieron los soldados. De hecho, entre ellos,
ese viejo sacerdote tenía fama de huraño y tacaño. Además, se decía
que había guardado escondidas muchas monedas debajo de una
baldosa del dormitorio que compartía con los canónigos, en la gran
basílica.
No os preocupéis volvió a razonar Aidan. Para la fiesta de
la Exaltación de la cruz, a mediados del mes de septiembre, una
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partida de hombres os llevará todo hasta la misma sede del palacio
episcopal.
¿Y si nos negamos y no aceptamos vuestras condiciones?
preguntó nervioso Diego.
Lo pasaréis mal. Os acusaremos.
¿De qué? saltó rápidamente y muy herido Pablo.
De herejes, violadores y asesinos.
No me hagas reír. ¿Ante quién nos acusaréis? preguntó el
sargento.
Ante el mismo rey.
Todos los hombres callaron. Nadie se había fijado. Pero,
mientras hablaban, las mujeres del pueblo y los muchachos habían
abierto la puerta del corral de Fermín y estaban escuchando. Blanca
había sido la que había realizado esta solemne declaración. Al
saberse observada, empezó a caminar hasta colocarse junto a su
marido y el alcalde.
Tenéis que saber empezó a razonar que tenemos pruebas
que os incriminan.
¿Qué pruebas? volvió a preguntar el sargento.
Te las revelaré con mucho gusto porque alguna de ellas te
incrimina directamente a ti y a tus soldados.
Soy todo oídos afirmó en tonó irónico el soldado.
Tenemos dos puñales con la epigrafía milites episcopi, varios
fragmentos de un vestido de mujer impregnado en sangre, una serie
de muñecos y alguna prueba más que no os descubriré.
¿Y? ¿De qué sirve todo esto? volvió a preguntar ahora
Pablo.
Con las primeras pruebas, os acusaremos a todos los
soldados de violación y asesinatos.
Todos callaron. Estaba claro que la violación y las posteriores
muertes de Manuela y Alfonso habían llegado hasta los oídos tanto de
los clérigos como de los soldados de Burgos.
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No tenéis nada contra los clérigos afirmo engreído Pablo.
Te equivocas Aidan era el que ahora respondía muy poco a
poco y marchando cada una de las palabras. Con esos muñecos, os
acabaremos acusando de herejes.
Nadie os creerá acabó gritando Diego.
¿Qué os apostáis? le respondió con una pregunta Blanca.
Como dice mi auténtico hermano en la fe, nadie, nadie os
harán ni caso recalcó Pablo.
Déjate de decir tonterías y de jugártela le aconsejó el
alcalde. En estos momentos, una pequeña comisión de vecinos se
está dirigiendo hacia la corte del rey con el conjunto de todas las
pruebas. ¿Estáis seguros de que nadie nos creerá? ¿Qué relaciones
mantiene ahora el obispo con el rey?
Entonces, sí es así, ¿para qué nos queréis? El pacto no puede
realizarse explicó Diego.
No corras tanto le volvió a explicar Aidan. Los vecinos
esperaran por tres días a que alguien del pueblo baje a comunicarles
que se ha producido. De esta manera y no lo olvidéis jamás, las
gentes de Fuente Urbel custodiarán de por vida todas las pruebas,
por si volvéis a caer en la tentación de aniquilarnos y destruir nuestro
templo. De hecho, cuando lleguen a la ciudad, esas pruebas serán
autentificadas por un notario real.
¿Qué tenemos que hacer para que se inicie el cumplimiento
del pacto? preguntó Diego.
Firmar en el documento que hemos elaborado.
No se hable más. Desatadnos. Firmamos y nos vamos
indicó Diego.
Los vecinos miraron al alcalde y a Aidan. Los dos sonreían. Con
un ligero movimiento de sus cabezas, les autorizaron a que soltaran a
los prisioneros. Al hacerlo, uno de los soldados quiso coger a un
vecino del cuello.
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¡Ni lo toques! le ordenó el sargento. El pacto es legal.
Firmemos y marchemos de esta aldea perdida.
¡No! De esta aldea maldita en la que se adora al maligno
afirmó Pablo.
Id con Dios les dijo Nicolás. Pero, antes, según vayáis
saliendo, firmar el documento que está sobre esa mesa. No os paséis
de listos. Os vigilan las mujeres y ya sabéis cómo se las gastan en
este pueblo.
Los clérigos y soldados firmaron tal y como habían prometido.
Salieron del corral de Fermín. Entonces, los vecinos se abrazaron los
unos con los otros. Estaban contentos. Habían ganado a la poderosa
maquinaria del obispo.
Aidan y el alcalde chocaron sus manos y acabaron dándose un
fuerte abrazo. Los vecinos se pusieron a aplaudir.
¡Escuchadme! gritó el alcalde. Yo continuaré siendo el que
presida debajo de los dos robles centenarios el concejo de nuestro
pueblo; pero, el verdadero jefe espiritual del linaje de los Urbel se
llama Aidan, el maestro cantero.
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Aidan sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Miró hacia
atrás. Se encontró con la mirada de Blanca. Sus ojos eran la
expresión más pura de la luz. Ya no quedaba ni el más pequeño
rastro de las sombras que los habían cubierto tan sólo hacía unos
cuantos años, cuando había tomado la decisión de escaparse del
convento. Eran una familia y formaban parte de un auténtico clan.
Ahora, era el tiempo propicio de guardar la memoria.
¡Los soldados y los clérigos se van! gritó un muchacho.
Es cierto, están tomando el camino del puente comentó
nervioso otro.
He oído decir a un soldado que entre todos ellos han
acordado no decir nada de lo que ha sucedido aquí informó una
mujer.
¡Toca fiesta! Improvisemos un buen almuerzo entre todos en
la planicie de la iglesia. Comamos, bebamos y a cantar y bailar toda
la tarde. Hemos vencido indicó Nicolás, el alcalde.
Al maestro cantero no le dio tiempo ni de ponerse a pensar en
lo que había pasado. Salieron fuera.
¿Cómo se encuentra Aidan de Urbel? Se le saluda.
Era el bueno de Sebastián, el sacristán. Traía el brazo sujetado
por telas. Al verlo, todos empezaron a aplaudir. Los hombres se
pusieron a cantar sus viejas canciones de pastor. Al escucharlas,
Aidan se sintió formando parte de un ancestral milagro. De nuevo,
siguiendo la espiral del tiempo que se pierde en la noche de los
primeros hombres, se había producido la sagrada manifestación de la
fe más antigua, la que guardan en sus leyendas las voces ancestrales
de todos los pueblos.
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Fernando Ezquerra Lapetra, natural de Biota (Zaragoza) y vecino de
Tona (Barcelona) profesor, ensayista, conferenciante y experto en
Humanidades.
Es autor de diversas publicaciones de contenido medieval, en las que
trata especialmente las lecturas de los programas iconográficos de los
templos románicos en función de la filosofía neoplatónica, con
particular referencia a Juan Escoto Eriúgena y a Joaquín de Fiore. El
análisis de contenidos literales de los símbolos y la evolución de los
mismos a lo largo de la historia es otra de las manifestaciones de sus
conocimientos.
Es miembro activo del Grupo de Investigación medieval AILBE
adscrito a CÍRCULO ROMÁNICO. Ha publicado numerosos artículos
de investigación relacionados con el arte románico y es coautor de la
publicación La propuesta gaélica del Taller de La Losa.
También es autor de la novela histórica Los traductores del Arba. Una
novela ambientada en la mitad del siglo XII, en el año 1157, en la
Valdonsella aragonesa. Una abadía en construcción, Biota. La
presencia del Maligno. Brutales asesinatos sin resolver. Se enfrentan
dos maneras de entender la fe y el infierno. Los obispos de Zaragoza
y Pamplona, ayudados por el conde de Barcelona, se oponen al rey
Sancho de Navarra por el control del territorio. En medio, hombres
sabios de diferentes partes de Europa enviados por el abad de Cluny,
Pedro el Venerable, con la finalidad de traducir todo el conocimiento
científico del mundo árabe. En este ambiente irrespirable, Robert de
Ketton, traductor del Corán, estudiante en Chartres y en París
además de seguidor del irlandés Eriúgena, deja de ser la autoridad
eclesiástica. Se ha enfrentado a su obispo. Novela de personajes,
salvajes misterios y piedras románicas.