La Divina Comedia de Dante Alighieri-Cántico III-El Paraiso

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La Divina Comedia Dante Alighieri EL PARAÍSO

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La Divina Comedia

Dante Alighieri

EL PARAÍSO

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El Paraíso: Canto I

Philipp Veit - El Paraíso La gloria de aquel que todo mueve penetra el universo, y resplandece en una parte más y en otra menos.

En el cielo que más de su luz prende

fui yo, y vi cosas que redecir no sabe ni puede el que de allí desciende;

porque acercándose a su deseo,

nuestro intelecto se ahonda tanto, que tras él la memoria ir no puede.

En verdad cuanto del reino santo pudo mi mente acumular tesoro, será ahora materia de mi canto.

¡O buen Apolo!, al último afán hazme ser de tu valor tal vaso

como exiges para dar el laurel amado.

Hasta aquí una cumbre del Parnaso asaz me fue; mas ahora con ambas

me es preciso entrar en la faltante arena.

Entra en mi pecho e inspira tal aliento como cuando de Marsias arrancaste

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de los miembros la piel.

¡Oh divina virtud! Si me otorgaras tanto que la sombra del beato reino signada en mi cabeza manifieste,

llegar verásme a tu amado leño,

y coronarme entonces de aquellas hojas de las que el tema y tú me harán digno.

Si raras veces, Padre, se las coge para triunfar ya césar o poeta,

culpa y vergüenza es del querer humano,

que parir alegría para la alegre deífica deidad debería la fronda

penea, cuando de sí a alguien asedienta.

A pequeña chispa gran llama secunda: quizá detrás de mí con mejor voz

se invocará para que Cirra responda.

Surge a los mortales por diversas bocas la lucerna del mundo; mas de aquella

que cuatro cercos junta con tres cruces,

con mejor curso y con mejor estrella de ella sale conjunta, y la mundana cera

más a su modo atempera y sella.

Formado había allá la mañana y acá la puesta aquella boca casi, y allá era todo blanco el hemisferio, y acá la otra parte negra,

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cuando a Beatriz a su siniestro lado

vi volverse y mirar al Sol; un águila así no lo miró tan fijo nunca.

Y así como el segundo royo suele

brotar del primero y rebotar asuso, como peregrino que retornar quiere,

así su acto, por los ojos infuso

en mi fantasía, mío se hizo, y clavé los ojos en el Sol allende nuestro uso.

Mucho es permitido allá, que aquí no se permite

a nuestras virtudes, en razón del lugar que es propio de la humana especie.

No lo sufrí mucho, pero no tan poco que no lo viera centellear en torno

como del fuego el hierro sale candente;

y de golpe pareció que un día a otro se uniera, como si Aquel que puede pusiera al cielo de otro Sol adorno.

Beatriz toda en las eternas ruedas

fijos los ojos tenía; y yo en ella mis luces puse, de allá arriba depuestas.

En su figura me metí tan adentro,

como en el mar Glauco al gustar la hierba, que consorte lo hizo de los demás dioses.

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Transhumanar significar per verba no se podría; pero el ejemplo baste a quien vivirlo la gracia otorgue.

Si de mi sólo quedaba aquello que creaste

últimamente, ¡Oh amor que el cielo gobiernas! tú lo sabes, que con tu luz me elevaste.

Cuando la rueda, que tú eternamente

deseado, a ella mi atención sedujo con la armonía que tú temperas y disciernes,

mostróseme entonces tan inflamado el cielo

por la llama del Sol, como lluvia o rio no podrían hinchar algo más un lago.

La novedad del son y la gran lumbre

por sí mismas encendieron en mí tal deseo como nunca antes hube de sentirlo tan agudo;

y entones ella, que me veía como yo me veo,

para aquietarme el ánimo revuelto, antes que yo lo pidiera, abrió la boca

y comenzó: Tú mismo te haces grueso

con el falso imaginar, de modo que no ves lo que verías si mejor lo sacudieras.

No estás en la tierra, como tú crees;

no hay fulgor que huyendo de su sitio, no corra como tú que a ella vuelves.

Si de la primera duda fui desvestido

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por las sonrientes palabritas breves, dentro de otra más nueva fui vestido;

y dije: Antes contento reposé

con gran asombro, mas ahora me admiro como pueda traspasar por estos cuerpos leves.

Entonces ella, tras un pío suspiro,

los ojos dirigió a mí con el semblante de una madre ante el delirio de su hijo,

y comenzó: Las cosas todas ellas

guardan entre sí un orden, que es la forma que a Dios el universo hace semejante.

Aquí las nobles criaturas ven la huella

del eterno valor, que es el fin para el que fue hecha la indicada norma.

Al orden que yo digo se inclinan

todas las criaturas, de diversas formas, más a su principio o menos vecinas;

por donde corren a diversos puertos por el gran mar del ser, y cada una

con el instinto conductor que le fue dado.

Uno arrastra el fuego hacia la Luna; otro el corazón mortal motora;

otra la tierra restringe en sí y aduna;

y no sólo a las criaturas que son sin inteligencia este arco saeta,

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mas a las que tienen intelecto y amor.

La providencia, que todo regula, con su luz mantiene siempre quieto al cielo,

dentro del cual está el que gira con mayor presteza

y entonces a allí, como a lugar preciso, conduce la virtud de aquella cuerda

que, lo que dispara, a feliz blanco endereza.

Verdad es que muchas veces la forma no se ajusta a la intención del arte,

porque a responder la materia es sorda,

así a veces de este curso se aparta la criatura que tiene el poder

de plegarse, aunque así ordenada, a otra parte,

y, tal como verse puede caer fuego de nube, así el ímpetu primero

a tierra baja desviado por falso placer.

No debes pues admirarte, si bien estimo, de tu subida, más que del río que

del alto monte desciende a bajo sitio.

Maravilla sería en ti, si, de impedimento libre, abajo te quedaras quieto,

como si a tierra se adhiriera el fuego vivo.

Entonces retorné la vista al cielo.

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Canto II Primer Cielo

Cielo De La Luna - Cambios Y Mutaciones

¡Eh! Vosotros que en pequeñita barca, deseosos de escuchar, seguís

tras de mi leño que cantando marcha,

volved a rever vuestras orillas: no os adentréis en piélago, porqué, tal vez

perdiéndome, os perderíais.

El agua en que me adentro nunca fue surcada: Minerva inspira, y condúceme Apolo, y nueve Musas me marcan las Osas.

Vosotros pocos, que pronto alzasteis

el cuello al pan de los ángeles, del cual aquí se vive sin nunca estar saciado,

podéis meter bien en la alta mar

vuestro navío, siguiendo mi estela antes que el agua retorne igual.

Aquellos gloriosos que a Colcos fueron

no se admiraron tanto, como lo haréis vosotros, cuando a Jasón de boyero vieron.

La concreada y perpetua sed

del deiforme reino nos llevaba tan veloces cual veis el cielo.

Beatriz a arriba, y yo a ella miraba;

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y quizá en lo que se arma una ballesta y vuela la flecha y de la nuez se dispara,

junto me vi a donde una admirable cosa me forzó a mirarla; sin embargo aquella de quien mi cuita no podía esconderse,

volvióse a mí tan alegre como bella:

Dirige la agradecida mente a Dios, me dijo, que nos reunió con la primera estrella.

Parecíame que una nube nos cubriera

brillante, espesa, sólida y bruñida, como diamante al que el Sol hiriera.

Dentro de sí la eterna margarita nos recibió, como el agua recibe

un rayo de luz y se mantiene unida.

Si yo era cuerpo, y si aquí no se concibe cómo una dimensión de otra padezca,

que así sería si un cuerpo en otro se metiera,

encender más nos debiera el deseo de ver aquella esencia en que se ve

como nuestra natura y Dios se unen.

Allí se verá lo que tenemos por fe, no demostrado, más por sí mismo conocido

como la verdad primera en que el hombre cree.

Yo respondí: Señora, tan devoto como ser más puedo, agradezco a aquel

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que del mortal mundo me ha depuesto.

Mas dime: ¿qué son los signos oscuros de este cuerpo, que allá en la tierra

llevan de Caín fabulando a muchos?

Ella sonrióse un tanto y luego: Si yerra la opinión, me dijo, de los mortales,

cuando la llave del sentido no descierra,

cierto que no más te deberían herir las flechas de la admiración, pues sin el sentido

mira que la razón tiene cortas las alas.

Mas dime lo que tú por ti mismo piensas. Y yo: Lo que aquí arriba se ve diverso

creo que lo hacen los cuerpos raros y densos.

Y ella: Verdad que verás muy hundido en el error el creer tuyo, si bien escuchas

el argumento que te haré adverso.

La esfera octavo os muestra muchas luces, las cuales en el cual y en el cuanto

notar se pueden diversos rostros.

Si lo raro y lo denso pudieran hacer tanto, una sola virtud habría en todos,

más o menos distribuida y graduada.

Diversas virtudes deben ser fruto de principios formales, y ellos, salvo uno,

sería según tu argumento deshechos.

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Aún más, si lo raro sería de aquello oscuro

la razón que pides, o bien en parte estaría de su materia tan ayuno

este planeta, o así como comparte

lo graso y lo magro un cuerpo, así éste en su volumen alternaría páginas.

Si lo primero fuera, sería manifiesto en los eclipses de Sol, por traslucir el rayo como en otro raro inserto.

Ésto no ocurre; más aún queda por ver

lo otro; y si resulta que a éste gane, falseado quedaría tu parecer.

Si puesto que este raro no traspase,

tiene que haber un término, de donde su contrario pasar no lo deje;

y que entonces el otro rayo se refleje

como el color vuelve del vidrio, que detrás de sí plomo encierra.

Ahora dirás que se muestra bruno

allí el rayo más que en las otras partes, por estar allí reflejado desde más profundo.

De esta instancia puede liberarte

la experiencia, si alguna vez lo pruebas, que suele ser la fuente del fluir de vuestro arte.

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Toma tres espejos; dos de ellos remueve de ti un mismo espacio, y el otro, más aleja,

entre los dos primeros pone tus ojos.

Mirándolos, haz que a tus espaldas haya una luz que a los tres encienda y que vuelva a ti por todos redoblada.

Mientras que aun cuando no se enanche

tanto la imagen más lejana, allí verás que el brillo del mismo modo resplandece.

Pues bien, como al caer los tibios rayos quedan de la nieve desnudos los objetos

y del color y del frío primeros;

así librado tú en el intelecto quiero informarlo de luz tan vivaz

que quedará titilando en su aspecto.

Dentro del cielo de la divina paz gira sobre sí un cuerpo en cuya virtud

el ser de todo lo que contiene yace.

El siguiente cielo, que tiene tantos reflejos, aquel ser participa por diversas esencias,

de él distintas y en él inclusas.

Los demás giros por variadas diferencias las distinciones que contienen

disponen a sus fines y a sus simientes.

Estos órganos del mundo así marchan,

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como tú ves ahora, de grado en grado, que de arriba reciben y promueven abajo.

Mírame bien a mí que así como yo voy

por este lugar hacia la verdad que buscas, del mismo modo sin mí tú solo sepas el paso.

El movimiento y la virtud de los santos giros

como del artífice el arte del martillo, de los beatos motores es necesario que vengan;

y el cielo, al que tantas luces hacen bello,

de la mente profunda que lo agita toma la imagen y hácese sello.

Y así como el alma en vuestro polvo por diferentes miembros y conforme

a diversas potencias se resuelve,

así la inteligencia su bondad multiplicada por las estrellas despliega,

girando ella misma en su unidad.

Virtud diversa de diversas modos se liga al precioso cuerpo que aviva

con el cual, como en vosotros la vida, se une.

Por la alegre natura de donde deriva, la virtud mixta por el cuerpo luce, como alegría por la pupila viva.

De ella viene lo que de luz a luz

parece diferente, no de lo denso o raro;

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ella es el formal principio que produce,

conforme a su bondad, lo turbio y lo claro.

Canto III

Aquel Sol que antes de amor me escaldó el pecho, de bella verdad me había descubierto

probando y reprobando, el dulce aspecto;

y yo, por confesarme corregido y cierto yo mismo, tanto cuanto convenía

alcé la testa a proferirlo más en abierto;

pero una visión advino que me retuvo a ella tan estrecho, al mostrarse,

que de mi confesión perdí el recuerdo.

Cual de transparentes vidrios y tersos, o al mirar aguas nítidas y quietas,

no tan profundas que el fondo se pierda,

vienen de nuestro rostro los trazos tan débiles, como perla en blanca frente no llega menos clara a nuestras pupilas;

tal vi yo muchas caras a conversar prontas;

por donde yo caí en el error contrario al que encendió amor entre un varón y una fuente.

Súbito ya cuando me apercibí de ellas,

creyéndolas espejados semblantes,

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por ver de quiénes fueran, volví la vista;

y no vi a ninguna, y me revolví adelante recto a la luz de la dulce guía,

que sonriendo ardía en sus ojos santos.

No te maraville que me sonría, me dijo, de tu pueril pensamiento,

pues en la verdad tu pie aún no se afirma,

mas te revuelves, como sueles, en vacío: sustancias veras son las que miras,

relegadas aquí por faltar a sus votos.

Mas habla con ellas y oye y cree; que la veraz luz que los regala

de sí no deja que los pies aparten.

Y yo a la sombra que más dispuesta parecía a razonar, me acerqué, y comencé

casi como a quien el mucho desear turba:

¡Oh bien creado espíritu, que de los rayos de vida eterna la dulzura sientes,

que, no gustada, nunca se entiende,

de gracia me dejes tan contento de tu nombre y de tu suerte.

Por donde ella pronta y con ojos rientes:

Nuestra caridad no cierra puertas a un justo querer, si bien no como aquella

que quiere semejante a sí toda su corte.

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Yo fui en el mundo virgen profesa: y si tu mente bien me contempla,

no te seré extraña por ser más bella,

mas reconocerás que soy Piccarda, que, puesta aquí con estos otros beatos,

beata soy en la más tarda esfera.

Nuestros afectos que sólo inflamados están del placer del Espíritu Santo,

se alegran en su orden conformados.

Y esta suerte que parece baja tanto, empero nos fue dada, por descuidar

nuestros votos, faltos en algún flanco.

Entonces yo: En vuestro aspecto admirable esplende un no se qué divino

que os trasmuta de vuestro primer diseño:

razón porque no fui en recordaros presto; mas ahora me ayuda lo que tú me dices,

y tanto que figurarte me es ya más latino.

Mas dime: vosotros que sois aquí felices, ¿deseáis encontraros en más alto sitio

para más ver y más haceros de amigos?

Con las otras sombras sonrió primero un poco: a partir de ello mes respondió tan placentera que arder parecía de amor del primer fuego;

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Hermano, nuestra voluntad aquieta la virtud de caridad, que nos hace querer

sólo lo que tenemos, y de otra cosa no nos saeta.

Se deseáramos ser más supernas serían discordes nuestros deseos

del querer de aquel que aquí nos disgrega;

pues verás que no cabe en estos giros, pues estar en caridad es aquí necesse,

y si su naturaleza bien consideras.

Así es formal a este beato esse estar conforme a la divina voluntad por la que se unifican las nuestras;

así que, estar de umbral a umbral

por este reino, a todo el reino place y al rey que a su querer cada uno pone.

Y en su voluntad está nuestra paz:

ella es aquel mar al cual todo fluye, lo que ella crea y lo que natura hace.

Claro me fue entonces que todo donde es paraíso en el cielo, aunque la gracia

del sumo bien de un solo modo allí no llueve.

Pero así como de un manjar se sacia y de otro todavía queda la gula,

que el uno pedimos y del otro damos gracias,

así hice yo con actos y palabras

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por saber de ella cual fue la tela que no tejió de cabo a rabo la aguja.

Perfecta vida y alto mérito pone en el cielo

más alto a una mujer, me dijo, a cuya norma en vuestro mundo allá se viste y vela,

para que hasta morir vele y duerma

con aquel esposo que todo voto acepta que la caridad a su placer conforma.

Del mundo, por seguirla, jovencita

huí, y en su hábito me encerré, y prometí la vida de su secta.

Luego hombres, al mal más que al bien duchos,

fuera me raptaron del dulce claustro: Dios sí sabe cual luego mi vida fue.

Y este otro esplendor que se te muestra

a mi derecha y que se enciende con toda la luz de la esfera nuestra,

lo que yo digo de mí, de ella entiende;

hermana fue, y así le fue quitada de la cabeza la sombra de las sagradas vendas.

Mas luego que al mundo fue devuelta

contra su voluntad y contra buena usanza, no fue del velo del corazón jamás disuelta.

Esta es la luz de la gran Constanza, quien del segundo viento de Suevia

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engendró el tercero y última potencia.

Así me habló, y luego comenzó Ave Maria cantando, y cantando desvaneció como en agua profunda una cosa grave.

Mi vista, que tanto la seguía

cuanto posible fue, después de perderla, volvióse al signo del mayor deseo,

y a Beatriz entera retornóse;

mas ella relumbró sobre mi rostro tanto que en un primer momento no lo sufría;

lo cual me hizo a preguntar mas tardo.

Canto IV

Ante dos viandas, distantes y atrayentes por igual, primero moriría de hambre,

un hombre libre antes que a una hincase el diente;

así se estaría un cordero entre dos hambres de fieros lobos, igualmente temiendo;

así se estaría un perro entre dos gamos:

por lo que, si callaba, no me reprendo, de mis dudas por igual en suspenso, pues era inevitable, ni me enaltezco.

Yo me callaba, mas mi deseo pintado

estaba en mi rostro, y su reclamo de ello, más fuerte era que si en palabras descrito.

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Hizo Beatriz como hizo Daniel,

a Nabucodonosor librando de la ira, que contra justicia lo hizo cruel;

y dijo: Veo bien como te tiran

uno y otro deseo, pues lo que procuras tan atado está que afuera no se espira.

Tú argumentas: Si el buen querer dura,

la violencia ajena ¿por qué razón del mérito merma la mesura?

Más todavía de dudar te da razón

el parecer de que las almas van a las estrellas conforme la sentencia de Platón.

Estas son las razones que tu querer

persigue de igual manera; pero primero trataré de la que más tiene de cruel.

De los Serafines aquel que más se endiosa,

Moisés, Samuel, y aquel Juan, el que tomar quisieras, digo, y aún María,

no tienen en otro cielo sus sitiales que estos espíritus que ahora viste,

ni han de permanecer más o menos años;

mas todos embellecen el primer giro, y diferentemente gozan de dulce vida

por sentir más o menos el eterno espiro.

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Aquí se mostraron, no porque sorteada les fuera a ellos esta esfera, mas para señalar

la celestial que menor tiene subida.

Así hay que hablarle a vuestro ingenio, ya que sólo de lo que siente aprende

lo que después crea entendimiento digno.

Por ello la Escritura condesciende a vuestra facultad, y pies y manos

atribuye a Dios y otra cosa pretende;

y la Santa Iglesia con aspecto humano a Gabriel y a Miguel os representa,

y al otro que a Tobías dejó sano.

Lo que el Timea de las almas argumenta no es de la forma como aquí se ve,

pues tal como lo dice, parece que lo sienta.

Dice que el alma a su estrella retorna, creyendo que le ha sido establecida cuando la natura por forma la dio;

y quizá su sentencia es de otra guisa

que la voz tal vez no lo suena, y así tal vez su intención no fuera ridícula.

Si pretende devolver a estas ruedas

el honor de la influencia y el reproche, tal vez en alguna verdad su arco acierta.

Este principio, mal entendido, desvió

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ya casi a todo el mundo, de modo que a Jove, Mercurio y Marte a invocar fueron.

La otra cuestión que te conmueve

menos veneno tiene, pues su malicia no podría alejarte de mí a otro espacio.

Que parezca injusta nuestra justicia

a los mortales ojos, es argumento de fe y no de herética nequicia.

Mas para que pueda vuestro discernimiento

penetrar bien esta verdad como deseas, te dejaré contento.

Si la violencia es cuando el que padece

en nada asiste a aquel que fuerza, no estarían estas almas excusadas;

porque la voluntad, si no quiere, no se aquieta,

mas hace como la naturaleza del fuego, aunque mil veces una violencia lo tuerce.

Porque si ella se pliega mucho o poco, sigue a la fuerza; y así éstas hicieron,

pudiendo retornar al santo coto.

Si hubiera sido su querer entero, como el de Lorenzo fue sobre las barras y como hizo Mucio con su mano severo,

así se habrían vuelto por la estrada

de donde vinieran, cuando estuvieron sueltas,

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pero una voluntad tan firme es demasiado rara.

Y por estas palabras, si las recibiste como es debido, se destruye el argumenta, que te había molestado ya muchas veces.

Pero ahora se te atraviesa otro caso ante los ojos, del cual por ti mismo

no te saldrías, antes te habrías cansado.

Yo por cierto en la mente te he metido que un alma beato no podría mentir,

porque está siempre junto a la verdad primera;

y luego pudiste oír de Piccarda que Constanza el afecto mantuvo al velo;

por lo que parece que me contradice.

Muchas veces ya, hermano, adviene que, por huir de un peligro, contra lo grato

se hace aquello que hacer no se debe;

como Alcmeón, que, rogado por su padre, mató a la propia madre;

por no faltar a la piedad, fue despiadado.

En este punto quiero que pienses que la fuerza con el querer se mezcla, y obran de modo que excusar no se pueden las ofensas.

La voluntad absoluta no consiente el daño;

mas consiente en tanto cuanto teme, si se retrae, caer en mayor apremio.

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Por eso, cuando Piccarda dijo aquello se refirió a la voluntad absoluta, y yo

a la otra; y así ambas la verdad dijimos.

Tal fue el ondular del santo río nacido de la fuente de donde toda verdad deriva;

así puso en calma el uno y el otro deseo mío.

¡Oh amada del primer amante, oh divina! dije enseguida, cuyo parlar me inunda

y escalda tanto que más y más me aviva,

no es mi devoción tan profunda que baste a devolveros gracia por gracia:

mas aquel que ve y que puede a esto responda.

Bien veo que ya nunca más se sacia nuestro intelecto, si la verdad no lo ilustra

fuera de la cual ninguna verdad se enancha.

Aquiétase en ella, como fiera en su guarida, en cuanto junto la tiene; y unírsele puede:

de lo contrario, todo deseo sería vano.

Nace entonces, a guisa de retoño, al pie de la verdad, la duda; y es natura

que a la cumbre nos lleve de loma en loma.

Esto me invita, esto me asegura con reverencia, señora, a demandaros

de otra verdad que me es oscura.

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Quiero saber si el hombre puede satisfacer los votos faltos con otros bienes,

que a vuestro criterio no sean parvos.

Beatriz me miró con ojos llenos de chispas de amor tan divinas

que, vencida, mi virtud se vio perdida,

y casi me perdí con los ojos bajos.

Canto V

Si yo te inflamo en el calor de amor allende el modo que se ve en la tierra, tanto que de tus ojos venzo el vigor,

no te maravilles; que ello procede de perfecto ver que, como prende,

así en el bien prendido mueve el pie.

Bien veo como ya esplende en tu intelecto la eterna luz,

que, vista, sola y siempre amor enciende;

y si otra cosa a vuestro amor seduce, no es sino de aquella algún vestigio,

mal conocido, que aquí abajo trasluce.

Tú quieres saber si con otro servicio, por voto falto, se puede obtener tanto

que proteja al alma de litigio.

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Así comenzó Beatriz este canto; y como quien su charla en dos no quiebra,

continuó así el proceso santo:

El mayor don que Dios por su largueza hizo creando, y a su bondad

más conforme, y el que más aprecia,

fue la libertad de la voluntad; de la cual las criaturas inteligentes,

todas y sólo ellas, fueron y están dotadas.

Ahora se te abrirá, si aquí argumentas, el alto valor del voto, si es hecho de tal manera

que Dios consienta cuando tú consientes;

que, al afirmarse entre Dios y el hombre el pacto, víctima se hace de este tesoro,

tal cual lo digo; y se hace con su acto.

Entonces ¿qué puede ofrecerse a cambio? Si piensas bien usar lo que has donado,

de mal robado quieres hacer buena oferta.

Ahora estás del mayor punto cierto; pero como la Santa Iglesia dispensa,

al parecer en contra de la verdad que te he abierto,

hay que sentarse un poco más a la mesa, pues el rígido alimento que has tomado, requiere aún de ayuda para absorberlo.

Abre la mente a lo que te manifiesto

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y aférralo adentro; que no se hace ciencia, sin retención de lo que se ha entendido.

Dos cosas hay necesarias a la esencia de este sacrificio: la una es aquello

de lo que se hace; la otra es el acuerdo.

Este último nunca jamás se cancela por no observado; y a este respecto con precisión arriba se conversa:

pues necesario fue a los Hebreos

ofrecer siempre, aunque cuando alguna ofrenda se permutara, como saberlo debes.

La otra, que por materia se te muestra,

puede bien ser tal, que no sea falta si en otra materia se convierta.

Pero no trasmute la carga de sus espaldas

por su arbitrio alguien, sin la vuelta de la llave blanca y la dorada;

y cree que toda permutación es insensata,

si la cosa dimitida en la suplente, como el cuatro en el seis, no está encerrada.

Cualquier cosa que pese tanto

por su valor que incline la balanza, con otro gasto no podrá satisfacerse.

No tomen los mortales el voto a chanza;

sed fieles, y al hacerlo no yerren,

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como Jefté en su primera dádiva;

a quién mejor le convenía decir “Mal hice”, que cumpliendo, hacer peor; y así estulto

juzgarás también al gran duque de los griegos,

cuando Ifigenia lloró su bello rostro, e hizo llorar por ella a sabios y a locos

que oyeron el cumplimiento de tal culto.

Sed, cristianos, a moveros más formales: no seáis como pluma al viento,

y no creáis que cualquier agua os lave.

Tenéis el viejo y el nuevo testamento, y el pastor de la Iglesia que os guía: que ello a vuestra salvación os baste.

Si mala avidez otra cosa os grita, sed hombres, y no locas ovejas,

¡que el judío, de vosotros, entre vosotros, no se ría!

No hagáis como el cordero que la leche deja de su madre, y simple y lascivo

consigo mismo a su placer, combate!

Así Beatriz a mí, como lo escribo; luego volvióse deseosa toda

a aquella parte donde el mundo es más vivo.

Su callar y su mudar semblante impuso silencio a mi voraz ingenio,

que ya nuevas cuestiones tenía delante;

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y así como flecha, que la meta

alcanza antes que la cuerda muera, así corrimos al segundo reino.

Allí a mi dama vi tan alegre,

que cuando en la luz de aquel cielo se puso, más luciente se inflamó el planeta.

Y si mudóse y sonrió la estrella,

¡qué no me haría yo que por natura trasmutable soy de mil maneras!

Como en pecera tranquila y pura

corren los peces a lo que cae de afuera porque lo creen su pastura;

así más de mil vi esplendores

a nosotros viniendo, y en cada uno se oía: ¡He aquí quien acrecerá nuestros amores!

Y así como todos hacia nosotros venían,

veíanse las sombras llena de alegría en el claro fulgor que surgía de ellas

Piensa, lector, si lo que aquí se inicia

no prosperara, cómo tendrías de más saber angustiada carencia;

y por tí entenderás cuánto de ellos

deseaba oír yo las condiciones, luego que a la vista me fueron manifiestos.

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¡Oh bien nacido, a quien ver los tronos del triunfo eterno la gracia otorga

antes que la militancia se abandone,

por la luz que por todo el cielo espacia estamos encendidos; pero si aún deseas

saber más de nosotros, a tu placer te sacia.

Así por uno de aquellos espíritus píos me fui dicho; y por Beatriz: Di, di,

con certeza, y créeles como a dioses.

Bien veo cómo te anidas en tu propia luz, y que de tus ojos irradia,

porque corusca cuando ríes;

mas no sé quien eres ni porqué ocupas, ¡oh alma digna!, el grado de la esfera que otros rayos a los mortales ocultan.

Esto dije yo directo a la lumbrera

que primero me había hablado; y entonces ella volvióse aún más brillante de lo que antes era.

Así como el Sol él mismo se cela

por exceso de su luz, una vez que el calor ha rasgado el velo de la espesa niebla,

feliz en su alegría de mí se escondió

en su rayo la figura santa; y así encerrada, encerrada me repuso

de la manera como el siguiente canto canta.

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El Paraíso: Canto VI

Segundo Cielo Cielo De Mercurio - Honores Y Racionalizaciones

Luego que Constantino al águila llevó

contra el curso del cielo, y que ella fuera tras el antiguo que tomó a Lavinia,

cien y cien años y más el ave de Dios en el extremo de Europa se mantuvo,

junto a los montes de donde primero vino;

y a la sombra de las sagradas plumas gobernó el mundo allí de mano en mano,

y, así pasando, llego a las mías.

César fui y soy Justiniano, quien, por voluntad del primer amor que siento,

dentro de leyes borré lo de más y lo vano.

Y antes de estar en la obra atento, una natura en Cristo haber, no más, creía, y con tal fe estaba contento;

mas el bendito Agapito, que fue

sumo pastor, a la fe sincera con sus palabras me condujo.

Yo le creí; y lo que en su fe había, ahora claro lo veo, así como tú ves

en toda contradicción falso y verdadero.

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Así que con la Iglesia acomodé mis pasos, a Dios por gracia plugo el inspirarme

el alto oficio, y a él entero me entregué;

y a mi Belisar encomendé las armas, a quien la derecha del cielo fue tan conjunta,

que señal fue que debía aquietarme.

Pues bien, a la cuestión primera apunta mi respuesta; pero su condición

me obliga a continuarla con alguna nota,

para que veas con cuánta razón se obra contra el sacrosanto signo

quien de él se apropia y quien a él se opone.

Mira cuánta virtud lo ha hecho digno de reverencia; a comenzar de la hora

en que Palanto murió por darle el reino.

Tu sabes que puso en Alba su morada por trescientos y más años, hasta el fin cuando tres con tres por él pelearon;

y sabes lo que hizo desde el daño a las Sabinas

hasta el dolor de Lucrecia en siete reyes, venciendo en torno a las vecinas gentes.

Sabes lo que hizo conducido por los egregios

Romanos en contra de Brenno, en contra de Pirro, en contra de otros príncipes y colegios;

de donde Torcuato y Quintio, el que de los rizos

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mal cuidados fue apodado, los Decios y los Fabios obtuvieron fama que de buen grado admiro.

Él abatió el orgullo de los Árabes

que detrás de Aníbal sobrepasaron las alpestres rocas, ¡oh Po!, de las que brotas.

Bajo su sombra, jóvenes triunfaron

Escipión y Pompeyo; y a aquellas colinas bajo las que tú naciste pareció amargo.

Luego, próximo el tiempo cuando todo el cielo quiso

reducir el mundo a su modo sereno, César por voluntad de Roma tomó el signo:

y lo que hizo desde el Var hasta el Rin, lo vió Isère y el Loira y lo vió el Sena

y cada valle de donde el Ródano se llena.

Lo que hizo después que salió de Rávena y cruzó el Rubicón, tuvo tal vuelo,

que no podrían seguirlo ni la pluma ni la lengua.

Hacia España dirigió sus tropas, luego a Durazzo, y a Farsalia hirió

tanto que hasta el ardiente Nilo se sintió el dolor.

Antandro y el Simois, a donde vino, revió, y el lugar donde Héctor reposa;

y el mal fue para Tolomeo, y luego se alejó.

De allí como un rayo cayó sobre Juba; y luego volvióse a vuestro occidente,

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a donde oía a la pompeyana tuba.

Lo que hizo con el siguiente portador, Bruto con Casio en el Infierno lo ladran,

y a Módena y Perusa dejó dolientes;

llora todavía la triste Cleopatra, que, ante él huyendo, del áspid

recibió la muerte súbita y áspera.

Con él corrió aún hasta la roja orilla; con él al mundo puso en tanta paz, que de Jano el templo fue cerrado.

Mas lo que el signo que hablar me hace había hecho antes y habría en el futuro

por el reino mortal que a él subyace,

resulta en apariencia poco y oscuro, si en manos del tercer César se lo mira

con ojo claro y con afecto puro;

porque la viva justicia que me inspira, le concedió, en manos de aquel que digo, la gloria de cumplir la venganza de su ira.

Aquí pues admírate de lo que te repito:

que con Tito corrió luego a cobrar venganza de la venganza del pecado antiguo;

y cuando el diente longobardo mordió

a la Santa Iglesia, bajo sus alas Carlomagno, venciendo, la auxilió.

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Ahora puedes juzgar a aquellos tales

que yo acusé antes y a sus faltas, que son la causa de todos vuestros males.

Uno al público signo los lirios áureos

opone, el otro lo usurpa en pro de su parte, y duro es saber quién es el que más falta.

Obren los gibelinos, obren su arte bajo otro signo; que mal lo sigue

siempre quien de la justicia lo aparta;

y que no lo abata este Carlos nuevo con sus güelfos; mas tema las garras

que arrancaron a más alto león el vello.

Ya muchas veces lloraron los hijos por la culpa del padre, y no se crea

que Dios trasmute las armos por sus lirios!

Esta pequeña estrella se viste de buenos espíritus, que han sido activos

para que honor y fama le suceda:

mas cuando en ello se alzan sus deseos, desviándose, fatal es que los rayos

del vero amor de lo alto sean menos vivos.

Pero en la concordia de nuestros gajes y méritos está en parte nuestra dicha,

que no los vemos ni mayores ni menos.

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Por donde dulcifica la viva justicia nuestro afecto tanto, que ya nunca puede

torcerse hacia ninguna nequicia.

Diversas voces dan dulces cantos; así diversos grados en nuestra vida en estas ruedas dan dulce armonía;

y dentro de la presente margarita luce la luz de Romeo, cuya obra

grande y bella fue mal agradecida.

Mas los Provenzales que en su contra obraron ya no ríen; porque mal camina

quien daño toma del bien obrar ajeno.

Cuatro hijas tuvo, y cada una reina, Raimundo Berenguer, y éso lo hizo

Romeo, persona humilde y peregrina.

Mas luego palabras de envidia lo llevaron a pedir cuentas a este justo,

que le dio siete y cinco por diez,

por lo que partirse tuvo pobre y vetusto: Y si supiera el mundo el corazón que tuvo,

cómo mendrugo a mendrugo mendigó su vida,

aunque mucho lo alaba, aún más lo alabaría.

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Canto VII

¡Ossana, sanctus Deus sabaoth, superillustrans claritate tua

felices ignes horum malacoth!

Entonces, retornando a sí con la melodía, vi cantar a esa sustancia,

sobre la que una doble luz se aduna:

y ella y las otras moviéronse a su danza, y como velocísimas centellas

se velaron en la súbita distancia.

Yo dudaba y decía: ¡Dile, dile, entre mi, dile, decía, a mi dama

que mi sed aplaque con el dulce estilo!;

mas aquella reverencia que se apodera de mi entero por el sólo Bea o el sólo triz,

me prosternaba como si me durmiera.

Poco me soportó la tal Beatriz, y comenzó, radiándome una sonrisa tal, que en el fuego me haría feliz:

Según mi parecer infalible,

cómo una justa venganza justamente se castiga, se te ha metido en la frente:

mas yo te resolveré pronto la mente:

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y tú escucha, porque mis palabras de una gran verdad te harán presente.

Por no sufrir a la virtud que quiere

ponerle un útil freno, el hombre que no nació, condenándose, condenó a toda su prole;

y así la humana especia enferma yació muchos siglos abatida en grande error,

hasta que al Verbo de Dios descender plugo

y a la natura, que de su hacedor se había alejado, unió a sí en persona,

con el solo acto de su eterno amor.

Ahora álzate a lo que ahora se razona. Esta natura a su hacedor unida,

cuando fue creada, fue sincera y buena;

mas por sí misma fue expulsada del paraíso, pues se torció

de la vía de la verdad y de su vida.

La pena pues que la cruz impuso, si por la asumida natura se juzga,

ninguna otra hubo que fuera más justa;

pero ninguna cometió más injuria, respecto de la persona que sufría, con la que estaba unida tal natura.

Así pues de un hecho diversas cosas surgieron:

que a Dios y a los Judíos plugo una muerte;

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por él tembló la tierra y los cielos se abrieron.

Ya más no debe parecerte por demás fuerte cuando se dice que una justa venganza fue luego vengada por una justa corte.

Mas veo yo ahora tu mente encerrada

de pensar en pensar dentro en un nudo. del cual con gran deseo librarse espera.

Te dices: Discierno bien lo que oigo; mas porqué Dios quiso, se me oculta,

para nuestra redención sólo este modo.

Este decreto, hermano, está bien oculto a los ojos de todo aquel a cuyo ingenio la llama del amor no ha hecho adulto.

Pero en verdad, como a este signo mucho se mira y poco se discierne,

diré porqué tal modo fue el más digno.

La divina bondad, que de sí desprecia toda envidia, ardiendo en sí, destella

tanto que derrama las bellezas eternas.

Lo que ella sin intermedio crea no termina nunca, porque no se mueve

su impronta cuando ella sella.

Lo que de ella sin intermedio llueve libre es por completo, porque no subyace

a la virtud de las cosas nuevas.

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Más le es conforme, entonces más le place;

porque el ardor santo, que a toda cosa irradia, en lo más semejante es más vivaz.

De todas estas donaciones disfruta la humana criatura, y, si una falla,

de su nobleza es necesario que caiga.

Sólo el pecado la libertad le quita y la semejanza con el sumo bien, porque de su luz poco se aclara;

y a su dignidad nunca más vuelve,

si no llena, el vacío de la culpa, contra mal placer, con justas penas.

Vuestra naturaleza, cuando pecó toda

en su simiente, de esta dignidad, como del paraíso, quedó remota;

ni recobrarse podría, si tu analizas

bien sutilmente, por alguna vía, sin pasar por alguno de estos dos vados:

o que Dios solo por su cortesía

perdonado hubiese, o que el hombre por sí mismo hubiera redimido su locura.

Clava ahora le ojo dentro del abismo

del eterno consejo, cuanto puedas en mi parlar estrechamente fijo.

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No podía el hombre en sus términos satisfacer jamás, por no poder abatirse

con humildad obedeciendo luego,

cuanto desobedeciendo quiso exaltarse; y esta es la razón por la que el hombre fue de poder satisfacer por sí mismo privado.

Era preciso pues que Dios por sus vías reparara al hombre a su vida entera,

digo por una, o en verdad por ambas vías.

Mas como la obra es tanto más agradable al obrero, cuanto más representa

la bondad del corazón de donde ha salido,

la divina bondad que al mundo impronta, con proceder por todas sus vías, para llevaros arriba, se satisfizo.

Ni entre la última noche y el primer día

tan alto y magnífico proceso, sea por una o por otra, no hubo ni habría;

que más generoso fue Dios al darse a sí mismo,

para capacitar al hombre a levantarse, que si él lo hubiera sólo por sí dimitido;

y todos los otros modos eran mancos

a la justicia, si el Hijo de Dios no se hubiera humillado encarnando.

Ahora pues, para cumplir bien todo tu deseo,

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retrocedo a aclararte algún punto, para que veas las cosas como yo las veo.

Tú dices: Veo el agua, veo el fuego,

el aire y la tierra y todas sus mixturas, que se corrompen y duran poco;

y estas cosas también son criaturas;

porque, si lo que ha sido dicho es verdadero, deberían estar libres de corrupción seguras.

Los ángeles, hermano, y el país sincero donde te encuentras, se pueden decir creados,

como por cierto lo son, en su ser entero;

mas los elementos que has nombrado, y las cosas que con ellos se hacen, de creada virtud son conformados.

Creada fue la materia que tienen; creada fue la virtud informante

de estas estrellas que entorno les van.

El alma de todo bruto y la de las plantas de la complexión potencial la saca

el rayo y el movimiento de las luces santas;

mas vuestra vida sin intermedio espira la suma benignidad, y la enamora

de sí tanto que luego siempre la desea.

Y de aquí puedes argumentar todavía

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de vuestra resurrección, si repiensas cómo la humana carne fue creada entonces

cuando los primeros padres ambos lo fueron.

Canto VIII

Tercer Cielo Cielo De Venus - El Amor Y Los Amantes

Solía creer el mundo en su peligro que la bella Chipriota loco amor

irradiase, girando en su tercer epiciclo;

pues no sólo honor le daban de sacrificio y de votivo grito

la gente antigua en el antiguo error;

mas a Dione adoraban y a Cupido, a ella por madre suya, y a este por hijo,

de quien decían que sedía en el seno de Dido;

y de ella de la cual principio tomo tomaban el nombre de la estrella

que ya de nuca el Sol admira, ya de cejas.

No me di cuenta de haber subido a ella; pero de estar dentro me dio certera fe

mi dama, cuando la vi tornarse más bella.

Y como se ve una chispa en la llama, y como entre voces una voz se discierne, cuando una se queda y otra va y vuelve,

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así vi yo en esa luz otras lumbreras moverse en giro más o menos corriendo, a la medida, creo, de su visión interna.

De fría nube no descendieron vientos,

visibles o no, tan impetuosos, que no parecieran torpes o lentos

a quien hubiera visto estas lumbres divinas

venir a nosotros, dejando el giro comenzado antes en los altos Serafines.

Y entre los que más delante se vieron

sonaba un tal Hosanna que luego de reoírlo nunca decayó mi deseo.

Entonces se nos acercó uno de ellos

y empezó a decir: Todos estamos prestos a tu placer, para que de nosotros goces.

Nosotros giramos con los príncipes celestes

con el giro, y el girar y con la sed, de quienes tú en el mundo ya dijiste:

Vos que entendiendo movéis el tercer cielo;

y estamos tan de amor llenos que, por placerte, no nos será menos dulce un poco detenernos.

Luego que mis ojos se ofrecieron

a mi dama reverentes, y ella de ella los dejó contentos y ciertos,

volviéronse a la luz que ofrecido

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tanto se había, y, ¡Ea!, ¿quién eres? salió mi voz de mucho afecto empapada.

¡Y con cuánta y cuál mayor luz la vi

por la alegría nueva que incrementaba, cuando le hablé, sus previas alegrías!

Así adornada me dijo: El mundo abajo

poco tiempo me tuvo; que si más hubiera estado mucho del mal que será, no hubiera sido.

Mi alegría me guarda velado

pues me irradia entorno y me esconde como animal en su capullo estrechado.

Mucho me amaste, y tuviste bien de donde;

que si allá abajo estuviera, te mostraría, de mi amor mucho más allá de la fronda.

Aquella izquierda orilla que lava

el Ródano, luego de unirse al Sorgues, por su señor a su tiempo me esperaba,

y aquel cuerno de Ausonia que comprende

a Bari, Gaeta, y Crotona, donde el Tronto y el Verde en el mar se vierten.

Fúlgeme ya en la frente la corona

de aquella tierra que el Danubio riega luego que las cuestas germanas abandona.

Y la bella Trinacria, que se cubre de niebla

entre Paquino y Peloro, sobre el golfo

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que recibe del Euro mayor querella,

no por Tifeo mas por el naciente súlfur serían aún esperados sus reyes

mis nacidos de Carlos y de Rodolfo,

si la mala señoría, que siempre aflige a los pueblos sometidos, no hubiese

movido a Palermo a gritar ¡Muera, muera!

Y si mi hermano esto anteviera de la avara pobreza de Cataluña

ya huiría, para que no le ofendiera;

pues en verdad hay que proveer por él, o por otro, de modo que su barca cargada, de más carga no se imponga.

Su índole, que de generosa a parca

descendió, habría menester de tal milicia que no cuidara de llenar arcas.

Sin embargo creo que la gran alegría que tu palabra me infunde, señor mío,

donde todo bien termina y se inicia,

tú la ves como yo la veo, grata me es más; y aún esto me es caro

que la disciernes remirando a Dios.

Feliz me has hecho, y ahora hazme claro, porque, hablando, a dudar me has movido,

cómo salir puede de simiente dulce lo amargo.

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Así le dije, y él a mí: Si puedo

mostrarte una verdad, a lo que tu demandas tendrás el rostro como tienes el dorso.

El bien que a todo el reino que tú transitas

gira y contenta, transforma en virtud su providencia en estos cuerpos grandes.

Y no sólo las naturalezas provistas

están en la mente que de sí es perfecta, más también ellas mismas y su salud:

porque todo lo que este arco saeta

dispuesto cae a un provisto fin, como corre a su blanco la flecha.

Si así no fuese, el cielo que tú caminas

produciría ciertamente sus efectos, que no serían artes, sino ruinas;

lo que es imposible, si los intelectos

que mueven estas estrellas no son mancos, ni manco el primero, que no los hizo perfectos.

¿Quieres que esta verdad más se te aclare?

Y yo: No ya; porque imposible veo que la naturaleza, en lo necesario, se canse.

Por donde él: Ahora dime; ¿sería peor para el hombre en la tierra no ser civil?

Sí, respondí; aquí razón no requiero.

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¿Y puede serlo, si allá no se vive diversamente por diversos oficios?

No, si vuestro maestro bien lo escribe.

Así vino deduciendo hasta aquí; después concluyó: Por tanto han de ser

diversas de vuestros actos las raíces:

porque uno nace Solón y otro Jerjes, otro Melquisedec y otro aquel

que, por el aire volando, perdió al hijo.

La circular naturaleza, que es sello de la cera mortal, hace bien su arte,

mas no distingue uno del otro aposento.

Así ocurre que Esaú se aparta del semen de Jacob; y viene Quirino

de tan vil padre, que se rinde a Marte.

La natura engendrada su camino símil haría siempre al generante, si no venciera el proveer divino.

Ahora lo que detrás te estaba, te está adelante:

pero para que sepas que me ayudas, un corolario quiero que te amante:

Siempre la natura, si fortuna halla

discordante, como toda otra simiente fuera de su patria, da mal resultado.

Y si el mundo de allá bajo parase mientes

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al fundamento que la natura pone, siguiéndolo, habría buena gente.

Mas vosotros torcéis a religión

a quien nacido era para ceñir la espada, y hacéis rey a quien lo era para sermones:

por donde vuestras huellas van fuera de estrada.

Canto IX

Después que tu Carlos, bella Clemencia, me hubo esclarecido, me contó los engaños

que recibir debía su simiente;

me dijo: Calla y deja correr los años; más no puedo decir sino que un llanto justo vendrá detrás de vuestros daños.

Y ya la vida de aquel luminar santo

tornado se había al Sol que la colma, como a aquel bien que a toda cosa es tanto.

¡Ay almas engañadas y hechuras impías,

que de semejante bien torcéis el alma, llevando a vanidad vuestras mentes!

Y entonces otro de aquellos esplendores

vino a mi, y su deseo de placerme demostraba en su brillar defuera.

Los ojos de Beatriz que estaban firmes

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en mi, como antes, con amable asenso a mi deseo certificado dieron.

¡Ven, pon a mi deseo pronta recompensa,

beato espíritu, dije, y dame prueba de que pueda en ti reflejar lo que yo pienso!

Entonces la luz, que aún me era nueva, de su profundo, donde antes cantaba,

siguió como a quien el bien hacer presta:

En aquella parte de la tierra prava itálica, que está entre Rialto

y las fuentes de Brenta y de Piava,

se alza un cerro, que no surge muy alto, de donde otrora descendió una llama

que causó gran desastre en la comarca.

De una raíz nacimos yo y ella: Cunizza fui llamada, y aquí refuljo

porque me venció la luz de esta estrella.

Mas alegremente a mi misma indulgo la razón de mi suerte, y no me pesa;

lo que duro quizá pareciera a vuestro vulgo.

De esta espléndida y clara joya de nuestro cielo, que más me es propincua,

gran fama quedó; y antes que muera,

de esta centuria pasarán otras cinco: ¡Mira cómo debe hacerse el hombre excelente,

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para que otra vida confiera la primera!

En ello no piensa la turba presente que el Tagliamento y el Ádige encierran, que ni azotada tampoco se arrepiente;

mas pronto será que Padua de la laguna mudará el agua que a Vincenza baña, por ser a su deber las gentes crudas;

y donde el Sile y el Cagnano se acompañan,

hay quien señorea y va con testa alta, cuando ya por atraparlo montan la trampa.

Llorará Feltro aún la falta

de su impío pastor, que será aberración tal, como ninguna igual jamás hubo en Malta.

Demasiado grade sería la artesa

que contuviera la sangre ferrarense, y cansado quien la pesase de onza en onza,

que derramará este gentil preste

por mostrarse del partido; y tales ofrendas son conformes al vivir de la comarca.

Arriba hay espejos, que vos llamáis Tronos, de donde refulge en nosotros Dios juzgante;

así que tenemos por buenas nuestras palabras.

Aquí se calló; y diome semblante de haberse vuelto a otra cosa, pues en la rueda

se puso en la que había estado antes.

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La otra alegría, que me era ya conocida

como cara persona, se me ofreció a la vista como fino rubí en el que el Sol destella.

El gozar allí arriba fulgor concede

como aquí la risa; mas abajo se oscurece la sombra, a medida que la mente se contrista.

Dios todo lo ve, y tu mirar en él se interna,

dije yo, ¡oh beato espíritu!, de modo que ningún deseo de si a ti puede quedar oculto.

Tu voz pues que divierte siempre al cielo

con el canto de aquellas llamas pías que de seis alas se han hecho túnica,

¿porqué no satisface mis deseos?

Ciertamente no esperaría yo tu pregunta si te viese en mi como tú en mi te metes.

El mayor valle en donde el agua se expande,

comenzaron entonces sus palabras, de aquel mar que la tierra enguirnalda,

entre opuestas riberas, contra el Sol tanto se extiende que es meridiano

allá donde antes era horizonte el Sol.

De aquel valle ribereño fui yo, entre Ebro y Macra, que por breve espacio

separa del Toscano al Genovés.

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Igual ocaso casi e igual orto tiene Bugía y la tierra de donde yo era, que con su sangre ya entibió el puerto.

Folco me llamó aquella gente de quienes

conocido fue mi nombre; y este cielo de mi se impronta, como yo lo fui de él;

que más no ardió la hija de Belo, fastidiando a Siqueo y a Creusa,

que yo, mientras lo consistió el pelo;

ni aquella Rodopea que desilusionada fue por Demofonte, ni Alcides

que a Yole en el pecho tuvo reclusa.

Mas aquí nadie se arrepiente, antes se ríe, no de la culpa, que a la mente no torna,

más del valor que ordenó y proveyó.

Aquí se contempla al arte que adorna con tanto afecto, y disciérnese el bien

por el que el mundo de arriba al de abajo entorna.

Mas para que te lleves todos tus deseos plenos, nacidos en esta esfera,

extenderme un poco más me concierne.

Quieres saber quién está en esta lumbre, que aquí junto a mí de esta forma reverbera

como rayo de Sol en agua pura.

Ahora sabe que allá adentro tan tranquila

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está Raab, y a nuestro orden conjunta, que por ella en superior grado se ilumina.

En este cielo, en el cual la sombra apunta de vuestro mundo, antes que a otra alma

por el triunfo de Cristo fue asunta.

Bien corresponde dejarla por palma en algún cielo de la alta victoria

que fue ganada con una y otra palma:

porque ella favoreció la primera gloria de Josué en Tierra Santa,

que poco toca al Papa la memoria.

Tu ciudad, que de aquel es planta que primero volvió la espalda a su hacedor

y cuya es la envidia tan llorada,

produce y expande la maldita flor que ha desviado a ovejas y a borregos, porque ha hecho un lobo del pastor.

Por ello el Evangelio y los doctores magnos

son desechados, y sólo las Decretales se estudian, que así se ve por los márgenes.

Preocupa ésto a papas y cardenales: no van sus pensamientos a Nazaret,

allí donde Gabriel abrió las alas.

Pero el Vaticano y las otras partes selectas de Roma que han venido a ser cementerio

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de la milicia que siguió a Pedro,

pronto se verán libres del adulterio.

Canto X Cuarto Cielo

Cielo Del Sol - Los Sabios Y La Inteligencia

Mirando en su Hijo con el Amor que uno en el otro eternamente espira,

el primer e inefable Valor,

cuanto por mente y espacio gira con tal orden hizo, que estar no puede

sin gustar de ello quien lo mira.

Alza entonces, lector, a las altas ruedas conmigo la vista, derecho a aquella parte donde un movimiento al otro encuentra;

y comienza allí a admirar la obra de arte de aquel maestro que dentro de sí la ama,

tanto que nunca de ella el ojo aparta.

Mira cómo de allí se derrama el oblicuo cerco que a los planetas porta, para satisfacer al mundo que los llama:

pues si la senda de ellos no fuera tuerta,

mucha virtud del cielo sería en vano, y casi toda potencia de aquí abajo muerta:

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y si del recto giro más o menos lejano se apartase, vendría a ser muy manco

arriba y abajo el orden mundano.

Ahora pues quédate, lector, en tu banco, ocupado pensando lo que aquí se preliba,

si quieres ser asaz feliz antes que exhausto.

Te lo he puesto delante: ya por ti mismo come; que reclama para sí todo mi cuidado

la materia de la que me han hecho escriba.

El ministro mayor de la natura que del valor del cielo el mundo impronta

y el tiempo con su luz mensura,

a la parte que arriba se recuerda unido, giraba por las espiras

por las que más pronto se presenta siempre;

y yo estaba con él; mas del subir no me di cuenta, sino como uno se da cuenta en llegando un pensamiento, de su venida.

Es Beatriz la que así conduce

de bien en mejor tan súbitamente, que su obrar en el tiempo no transcurre.

¡Cuánto debía ser por sí luciente

lo que había dentro del Sol donde yo entréme, no por el color, mas por la luz patente!

Por más que yo al ingenio, al arte y al uso clame,

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aún así no lo diría, ni nadie se lo imaginara; mas creerse puede, y que de verlo se brame.

Y si nuestras fantasías son bajas

ante tanta excelencia, no es maravilla, que al Sol no hubo ojo que mirase.

Tal era aquí la cuarta familia

del alto Padre, que siempre la sacia, mostrándole cómo espira y cómo ahija.

Y comenzó Beatriz: Rinde gracias,

rinde gracias al Sol de los ángeles, que a este sensible te ha elevado por su gracia.

Corazón mortal no hubo nunca jamás tan dispuesto

a enfervorizarse y rendirse a Dios con toda gratitud tan presto,

como ante aquellas palabras me hice yo;

y así todo mi amor en él se puso que a Beatriz eclipsó en el olvido.

No le desagradó, mas sonrióse tanto. que al esplendor de sus ojos rientes

mi mente unida en más cosas dividióse.

Vi yo más fulgores vivos y triunfantes que de nos hicieron centro y de ellos corona,

más dulces en la voz que en el aspecto lucientes;

así tan ceñida de un cerco a la hija de Latona vemos a veces, cuando el aire está preñado,

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que retiene el hilo que su cintura forma.

En la corte del cielo, de la cual regreso, hay muchas joyas preciosas y bellas

tales que hallarlas no se puede fuera del reino;

y el canto de aquellas luces era una de ellas; quien no se arme alas para que allí vuele, que espere recibir del mudo las nuevas.

Luego, así cantando, aquellos ardientes soles comenzaron a girarnos en torno tres veces,

como estrellas vecinas de fijos polos,

los vi como a las damas, que sin dejar el baile, se detienen calladas, en espera y escuchando

hasta comprender cuál es la nueva danza.

Y allí adentro sentí a uno comenzar: Cuando el rayo de la gracia, del que se enciende el veraz amor que luego crece amando,

multiplicado en ti tanto esplende, que te conduce por aquella escala

de la cual sin resubir nadie desciende,

como quien te negase el vino de su redoma a tu sed, en libertad no estaría

si no como agua que en la mar no desemboca.

Quieres saber tú de cual planta florece esta guirnalda que en torno explora

la bella dama que al cielo te conforta.

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Yo fui de los corderos de la santa grey

que Domingo lleva por la senda que al que no desvaría mucho enriquece.

Este que a mi derecha me es más vecino,

fue hermano y maestro mío, y Alberto es de Colonia, y yo Tomás de Aquino.

Si de todos los demás quieres estar cierto,

tras mis palabras vuelve la vista entorno de la diadema bendita.

Aquella otra flámula brota de la risa de Graciano, que al uno y al otro foro

ayudó tanto que al paraíso place.

El otro que luego adorna nuestro coro, aquel Pedro fue, que con la pobrecilla

ofreció a la Santa Iglesia su tesoro.

La quinta luz, que es entre nosotros más bella, espira tal amor, que todo el mundo allá abajo tiene sed de sus nuevas:

dentro se halla la mente donde tan profundo saber fue metido, que si lo cierto es cierto,

a tanto ver no surgió jamás segundo.

Después mira la luz de aquel cirio que abajo, en carne, muy adentro miró de la angélica natura y del ministerio.

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En la otra pequeñita luz sonríe aquel abogado de los cristianos tiempos, de cuyos latines Agustín se enriqueció.

Ahora bien, si dejas que el ojo de la mente

de luz en luz, vaya siguiendo mis alabanzas, debes ya quedar con sed de la octava.

De ver el sumo bien mucho se recrea

el alma santa, que el mundo falaz manifiesta a quien a ella bien escucha;

el cuerpo del que fue separada yace allá en Cielo de Oro; y del martirio

y del exilio a esta paz vino.

Mira además flamear al espíritu ardiente de Isidoro, de Beda y de Ricardo

quien a considerar fue más que hombre.

Este de donde a mi retorna tu mirada, es la luz de un espíritu que en pensares graves a morir le pareció venir tarde;

esa es la luz eterna de Siger,

quien, enseñando en la calle de las Pajas, silogizó envidiadas verdades.

De allí, como reloj que llama

en la hora en que la esposa de Dios surge a cantar maitines al esposo porque lo ama,

cuya una parte a la otra mueve y urge,

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tin tin sonando con tan dulce canto que al buen espíritu de amor agranda;

así vi yo moverse a la gloriosa rueda

y pasar una voz a otra voz en armonía y en dulzura que música así haber no puede

sino allá donde perpetua es la dicha.

Canto XI

¡Oh insensato afán de los mortales, cuán defectuosos son los silogismos

que os llevan a batir tan bajo las alas!

Quien tras de iura, y quien de aforismos marcha, y quien siguiendo el sacerdocio, y quien a reinar por fuerza o sofismas,

y quien a robar, y quien en civil negocio,

y quien en placer de la carne envuelto se fatiga y quien se da al ocio,

cuando, de todas estas cosas libre,

con Beatriz me hallaba allá en el cielo tan gloriosamente acogido.

Luego de cada uno volviera al punto

del giro en el que antes era, se detuvieron, como vela en candelero.

Y oí de adentro de esa lumbrera

que antes me había hablado, sonriendo

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comenzar, haciéndose más pura:

Así como yo de su rayo esplendo. así, contemplando en la luz eterna,

tus pensamientos, donde nacen, aprendo.

Tú dudas, y quieres que se reiteren en tan abierta y tan clara lengua

mis dichos, que a tu sentir se declaren,

donde antes dije: “Mucho enriquece” y allá donde dije: “No surgió segundo”; y aquí es menester que bien se distinga.

La providencia, que gobierna el mundo

con aquel consejo donde todo mirar creado se pierde antes de llegar al fondo,

a fin de que fuera hacia su amado la esposa de quien con altas voces la desposó con su sangre bendita,

segura en sí y en él aún más confiada.

dos príncipes ordenó en su ayuda, que de una y otra forma le fuesen guía.

Uno seráfico fue en el ardor;

el otro por sapiencia fue en la tierra de querúbica luz un resplandor.

De uno hablaré, porque de ambos

se habla apreciando a uno, cualquiera sea, porque a un mismo fin sus obras eran.

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Entre el Tupino y el agua que desciende del cerro que escogió el beato Ubaldo, una fértil ladera del alto monte pende,

donde Perusa siente frío y calor

por Porta Sole; y de atrás le llora bajo pesado yugo Nocera y Gualdo.

De esta cuesta, allá donde abandona

más su rudeza, nació al mundo un sol, como asoma a veces el del Ganges.

Sin embargo quien de ese lugar hable

no diga Asís, que quedaría corto, mas Oriente, si con propiedad quiere.

No era aún muy lejano su orto,

que comenzó a dejar sentir a la tierra de su gran virtud algún consuelo;

pues por tal dama, aun joven, guerra

con su padre tuvo, a la cual, como a la muerte, la puerta del placer nadie descierra;

y delante de su espiritual corte et coram patre se unió con ella;

y luego de día en día la amó con más fuerza.

Ella, privada del primer marido, mil cien años y más, despreciada y oscura

hasta llegar éste vivió sin convite;

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ni le valió oír que la encontró segura con Amiclas, al son de su voz,

aquel que a todo el mundo metió en pavura;

ni le valió ser constante y bravía, tanto que, mientras al pie quedó Maria,

ella con Cristo subió a la cruz.

Mas por no ser demasiado oscuro, a Francisco y Pobreza por los amantes desde ya entiende en mi parlar difuso.

Su concordia y alegres semblantes, amor y maravilla y dulce mirada

fueron razón de pensamientos santos;

tanto que el venerable Bernardo se descalzó primero, y tras tanta paz

corrió, y, corriendo, le pareció ser tardo.

¡Oh ignota riqueza! ¡Oh bien ferace! Descálzase Egidio, y también Silvestre,

tras el esposo, tanto la esposa place.

De allí partió, padre y maestro con su dama y con la familia

que ya ceñía el cordón humilde.

Vileza de corazón no le inclinó la frente, por ser hijo de Pedro Bernardone,

ni por verse despreciable a maravilla;

mas regiamente su dura intención

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manifestó a Inocencio, y de él obtuvo el primer sello de su religión.

Luego que la gente pobrecilla creciera

detrás suyo, cuya admirable vida mejor en la gloria del cielo se cantara,

de segunda corona redimida

fue por Honorio del Eterno Soplo la santa voluntad de este archimandrita.

Y luego que, por sed de martirio, en presencia del Sultán soberbia

predicó a Cristo con quienes le siguieron,

y por hallar a convertirse acerba por demás la gente, por no estar en vano,

volvióse al fruto de la ítala hierba,

en el áspera piedra entre Tíber y Arno de Cristo recibió el último sello,

que sus miembros dos años portaron.

Cuando a aquel que a tanto bien lo había elegido, plugo llevarlo arriba a la merced que ganó por hacerse diminuto,

a sus hermanos, como a herederos justos,

recomendó su dama más querida, y mandó que la amaran fielmente;

y de su regazo el alma preclara

salirse quiso, regresando a su reino,

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y otras andas para su cuerpo no quiso.

Piensa ahora cual fue aquel que digno su colega fue en mantener la barca

de Pedro en alta mar por recta senda:

y este fue nuestro patriarca; pues, quien lo sigue, como él comanda,

discernir puede que buenas mercancías carga.

Mas su rebaño de nueva pitanza se ha hecho tan goloso, que ser no puede

que por varias selvas no se expanda;

y cuando sus pécoras lejanas y vagabundas más van tras tales pastos, más tornan al aprisco de leche faltas.

Bien que existen las que temen el daño

y al pastor se apretujan; mas son tan pocas, que para sus capas basta poco paño.

Pues bien, si mis palabras no son flojas

y si tu audiencia ha estado atenta, si lo que fue dicho en la mente revocas,

que en parte tu esperanza quede contenta, porque verás donde la planta se desgaja,

y verás la corrección que argumenta:

”que al que no desvaría mucho enriquece”.

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Canto XII

Tan pronto como su última palabra

dijera la bendita llama, a rodar comenzó la santa muela;

y en su giro no giró entera

antes que otra rueda la cercara; y moción y canto a moción y canto unióse;

canto que tanto vence a nuestras musas, nuestras sirenas, en esas dulces tubas,

cuanto un primer resplandor a su reflejo.

Como entre tiernas nubes aparecen dos arcos paralelos en color iguales,

cuando Juno a su sierva envía,

y nace del de adentro el de afuera, a guisa de la voz de aquella amante

consumida de amor como del Sol vapores;

y que son presagios para el hombre, por el pacto que Dios con Noé puso,

de que el mundo nunca más inundaría;

así de aquellas sempiternas rosas nos giraron en torno ambas guirnaldas, y así la externa a la interna respondía.

Después que el tripudio y la otra fiesta grande,

tanto el canto como el inflamarse

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luz con luz gozosas y mansas,

simultáneas y unánimes cesaron, como los ojos que del placer movidos

fatalmente juntos se cierran y se abren;

del centro de una de las luces nuevas salió una voz, que como brújula a la estrella

así me hizo volverme a su donde,

y comenzó: El amor que me hace bella me lleva a razonar del otro jefe

por quien del mío tan bien se conversa.

Digno es que, donde está uno, el otro se induzca, de modo que, así como juntos militaron,

así su mutua gloria juntos luzca.

El ejército de Cristo, que tan caro costó rearmarlo, tras la insignia se movía tardo, receloso y raro,

cuando el emperador que siempre reina, proveyó a la milicia, de destino incierto,

por su sola gracia, no por ser digna;

y como se dijo, a su esposa socorrió con dos campeones, a cuyo decir y hacer

el pueblo desviado congregóse.

En aquella parte donde surge a abrir el dulce Céfiro las nuevas frondas

de las que Europa se reviste,

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no muy lejos del batir de ondas tras la cuales, fatigado el Sol

suele que de los hombres se esconda,

se asienta la afortunada Calahorra; bajo la protección del gran escudo

del león que subyuga y es subyugado.

Allí nació el amoroso amante de la fe cristiana, el santo atleta

benigno a los suyos y con los enemigos duro;

y así que fue creada y fue repleta tanto su mente de virtud viva,

que ya en la madre, la hizo profeta.

Luego que los esponsales se cumplieron en la sagrada pila entre él y la fe donde de mutua salud se dotaron,

la mujer que dio por él asentimiento,

vio en el sueño el admirable fruto que salir debía de él y de sus herederos.

Y para que se viera lo que era,

movióse el espíritu a nombrarlo con el posesivo de quien entero era:

Domingo fue llamado: y de él hablo

como del agrícola que Cristo eligió para ayuda de su huerto.

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Bien se mostró enviado y familiar de Cristo; porque el primer amor que en él fue manifiesto,

fue del primer consejo que dio Cristo.

Muchas veces fue, velando en silencio, hallado en tierra por su niñera,

como si dijera: “He venido para esto”.

¡Oh padre suyo verdaderamente Félix! ¡Oh madre suya verdaderamente Juana,

si como corresponde se lo interpreta!

No por el mundo, por el que muchos se afanan tras el Ostiense y tras Tadeo,

mas por amor del verdadero maná

en poco tiempo gran doctor se hizo; tal que se puso a cultivar la viña

que pronto se aja si el viñador es indigno.

Y a la sede que otrora fue benigna con los pobres justos, no por ella,

mas por el que allí se asienta, y la mancilla,

no dispensar o dos o tres por seis, no la fortuna del primer beneficio vacante,

no décimas, quae sunt pauperum Dei,

solicitó; antes contra el mundo errante licencia de combatir por la simiente

de la que se hagan veinticuatro plantas.

Luego con doctrina y voluntad aunadas

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con el oficio apostólico movióse, como torrente que de alta fuente mana;

y castigó a los heréticos retoños su ímpetu, con más viveza allí

donde la resistencia más fuerte era.

De él nacieron luego varios ríos, con los que el huerto católico se riega,

de modo que sus arbolillos son más vivos.

Si tal fue una de las ruedas del carro con que se defendió la Santa Iglesia

y venció en el campo su civil contienda,

bien debería serte muy evidente la excelencia de la otra, con la cual Tomás

antes de mi venida fue tan cortés.

Más la órbita que fue la parte suma de su circunferencia, está abandonada

tanto que donde hubo tártaro hay mufa.

Su familia, que caminó derecha los pies tras sus huellas, está tan mudada

que en el de atrás pone el de adelante;

y pronto se verá cual es la cosecha de mal cultivo, cuando la cizaña

se queje de que el granero le niegan.

Bien digo, que quien buscase hoja a hoja en nuestro volumen, aún página hallara

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donde leería: Yo soy el que solía:

pero no será de Casal ni de Acquasparta, de donde vienen tales a la escritura,

que une la huye, otro la coarta.

Yo soy el alma de Buenaventura de Bagnoregio, que en los grandes oficios

siempre pospuse la siniestra cura.

Iluminato y Agustín están aquí, que fueron los primeros descalzos pobrecillos

que en el cordón de Dios fueron amigos.

Hugo de San Víctor está aquí con ellos, y Pedro Mangiadore y Pedro Hispano,

quien abajo luce en doce libelos.

Natán profeta, y el metropolitano Crisóstomo, y Anselmo, y aquel Donato

que al primer arte dignóse echar la mano.

Rábano está aquí, y luce a mi lado el calabrés abad Giovacchino de espíritu profético dotado.

A envidiar tan gran paladín

me movió la inflamada cortesía de fray Tomás y el discreto latino:

y conmigo moví esta compañía.

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Canto XIII

Imagine quien de bien entender arde lo que entonces vi (y guarde la imagen,

mientras hablo, como firme roca),

quince estrellas que en diversas playas el cielo ilustren con tan vivo azul, que vence del aire toda gordura;

imagine aquel carro al cual el seno basta de nuestro cielo noche y día,

que al mudar el tiempo no se oculta;

imagine la boca de aquel cuerno, que comienza en la punta de la vara

que la primera rueda ronda,

se hubieran hecho de sí dos signos en el cielo, como hizo la hija de Minos

al sentir de la muerte el hielo;

y el uno en el otro estar sus rayos y que ambos giraran de manera

que uno fuera a derecha y el otro volviera,

y tendrá una sombra de la verdadera constelación y de la doble danza

que circundaba el punto donde yo era;

porque tan lejano está de nuestra usanza, como lejos del correr del Chiana

se mueve el cielo que a los otros gana.

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Allí se cantó no a Baco, no al Peán, mas a tres personas en divina natura y en persona una ella y la humana.

Cumplió la danza y el girar su mesura;

y atuviéronse a nos aquellas santas luces, felices de pasar de una a otra cura.

Rompió el silencia de los acordes númenes

luego la luz por quien la sublime vida del pobrecillo de Dios narrada fuera,

y dijo: Cuando una paja está trillada,

y su semilla ya guardada, a batir la otra dulce amor me invita.

Tú crees que en el pecho, cuya costilla

sacóse para formar la bella cara cuyo paladar a todo el mundo cuesta,

y en aquel que, abierto por la lanza,

y luego y antes tanto satisfizo, que de toda culpa vence a la balanza,

cuanto a la natura humana es lícito lograr, cumplida luz le fue infundida por aquel valor que a uno y otro hizo;

y aun así te admira lo que antes dije, cuando narré que segundo no hubo del bien que la quinta luz encierra.

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Abre ahora los ojos a lo que te respondo, y verás que tu creencia y mis dichos

son veros como el centro a lo redondo.

Lo que no muere y lo que puede morir sólo es resplandor de aquella idea

que engendra, amando, nuestro Sire;

porque esa viva luz que así brota de su lucerna, que no se aparta

de él ni del amor que es tres en ellos,

por su bondad su radiar aduna, cuasi espejándose, en nueve subsistencias,

perdurando eternamente una.

De allí desciende a las últimas potencias abajo de acto en acto, tanto se haciendo,

que más no hace sino breves contingencias;

y por estas contingencias decir entiendo las cosas engendradas, que produce,

moviendo, con simiente y sin simiente, el cielo.

La cera de ellas y el que las conduce no obran de igual modo; por lo que abajo más o menos trasluce luego el ideal sello;

por donde ocurre que un mismo árbol

según la especie, da mejor o peor fruto; y vosotros nacéis con diferente ingenio.

Si estuviese a punto la cera dispuesta

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y ejerciese el cielo su virtud suprema, la luz del sello se vería perfecta;

mas la natura la da siempre manca,

pues obra como el artista que el hábito tiene del arte mas le tiembla la mano.

Pero si el cálido amor la visión clara de la prima virtud dispone y signa.

toda perfección aquí abajo se alcanza.

Así ya fue hecha la tierra digna de toda perfección animada; así quedó la Virgen preñada;

tanto que encomio tu opinión: que la humana natura no fue

ni será tal como en esas dos personas.

Ahora, si adelante más no siguiera ”Entonces ¿cómo fue este sin igual?”

comenzarían tus palabras.

Mas para que bien se vea lo que no aparece, piensa quien era, y la razón que lo movió, cuando le fue dicho “Pide”, a demandar.

No he hablado de modo, que tú no puedas

darte cuenta que fue rey, y señal pidió a fin de que rey suficiente fuera;

no por saber cuentos sean

los motores de aquí arriba, o si necesse

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con contingente nunca necesse se hiciera;

no, si est dare primum motum esse, o si del medio cerco hacer se puede

un triángulo tal que recto no tuviese.

Por donde si lo que dije y esto notas, real prudencia es aquel ver sin par

a donde el rayo de mi intención anota;

y si al “surge” mandas los ojos claros, verás que sólo se refiere a reyes

que son muchos, y los buenos raros.

Con esta distinción toma mis dichos, que así pueden estar con lo que crees del primer padre y de nuestro Amado.

Y que esto te sea plomo en los pies,

para que lento vayas y como exhausto tras el si y el no que tú no veas;

que se halla entre tontos bien abajo quien sin distinción afirma o niega sea en el sí como en contrario paso;

porque sucede que más se dobla

la opinión corriente a falsa parte, y además el afecto al intelecto enlaza.

Mira que en vano del río al mar parte,

porque no vuelve tal como salido, quien pesca por la verdad y no tiene el arte:

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de lo que son en el mundo claras pruebas

Parménides, Meliso y Briso y muchos, que salieron sin saber a donde;

así hizo Sabelio y Arrio y los estultos

que fueron espadas a la Escritura torciendo los sentidos rectos.

Tampoco sea la gente por demás tan segura

para juzgar, como quien aprecia la cosecha del campo antes que madure;

que yo he visto primero todo el invierno estar la zarza rígida y feroz en sus púas,

mas luego cubrir de rosas su cima;

y barco he visto ya veloz y recto recorrer del mar todo el camino,

y perecer al fin entrando a puerto.

No crea doña Berta y maese Martín por ver a uno robar, a otro rezando,

verlos dentro del juicio divino;

porque aquel puede surgir y el otro caer.

Canto XIV

Del centro al cerco, y del cerco al centro muévese al agua en redondo vaso,

si agitada es ya por fuera, ya por dentro.

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En mi mente fue súbito acaso

esto que digo, cuando se hubo callado el alma gloriosa de Tomás,

por la semejanza que surgió entonces

entre sus palabras y las de Beatriz, a quien comenzar, tras él, plugo:

A éste le está faltando, y no lo diz ni con la voz ni pensando todavía,

de otra verdad llegar a la raíz.

Decidle si la luz con que se adorna vuestra sustancia, quedará con vos eternamente así como está ahora:

y si así queda, decidle cómo, luego que visible seáis hecho de nuevo,

podrá ser que no hiera a la mirada.

Como, de mayor dicha tintos y llevados, a cada vuelta los que van de ronda, alzan la voz y alegres gesticulan,

así, a la demanda devota y pronta,

los santos cercos mostraron nuevo gozo en su danza y en su admirable nota.

Quien se lamenta porque aquí se muera

para vivir allá arriba, no ha visto allí el refrigerio de la lluvia eterna.

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Aquel uno y dos y tres que siempre vive y reina siempre en tres y dos y uno,

no circunscrito y que todo circunscribe,

tres veces era cantado por cada uno de aquellos espíritus con tal melodía,

la cual de todo mérito sería premio justo.

Y oí yo en la luz más divina del menor cerco una voz modesta, tal vez cual la del ángel a María,

responder: Cuan larga sea la fiesta

del paraíso, tanto nuestro amor radiará así en torno con tal prenda.

Su claridad persigue al ardor;

el ardor a la visión, y es esta tanta cuanto de gracia se añade a su valor.

Cuando la carne gloriosa y santa

revestida sea, nuestra persona más feliz será por ser toda entera;

porque crecerá lo que nos dona de la gratuita luz el bien sumo,

luz que verlo a él nos proporciona;

así pues que crezca la visión se debe, que crezca el ardor que arde de ella, que crezca el rayo que de él proviene.

Mas así como el carbón que da llama,

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en su vivo ardor la doblega, de modo que su apariencia defiende,

así este fulgor que nos circunda

será vencido cuando se alce la carne que de tierra estuvo siempre cubierta,

ni podrá tanta luz fatigarnos,

pues los órganos del cuerpo tendrán fuerza para todo lo que pueda deleitarnos.

Los contemplé tan rápidos y prontos

al uno y otro coro decir “Amen” que bien mostraron desear los cuerpos muertos;

tal vez no por ellos sólo, más por las madres,

los padres y los otros que les fueron caros antes que fueran sempiternas llamas.

Y he aquí que en torno, de claridad pareja, vi nacer una viva luz sobre la que ya había,

como hace el horizonte cuando aclara.

Y así como a las primeras horas de la tarde asoman en el cielo nuevas signaturas, tales que a la vista parecen y no veras,

parecióme allí nuevas subsistencias

empezar a ver, haciendo un giro por fuera de las otros dos circunferencias.

¡Oh vero chispear del Santo Espíritu!

¡Se alzó tan súbito y candente

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ante mis ojos que, vencidos, no lo sufrieron!

Mas Beatriz tan bella y riente se me mostró, que entre aquellas vistas

he de dejarla porque no acompaña la mente.

De nuevo pues mis ojos la virtud recuperaron; y vime trasladado

solo con mi dama a más alta lozanía.

Bien percibí que era más alto llevado, por el flameante reír de la estrella,

que más enrojecida estaba que de usado.

Con toda mi alma y con aquella chispa que es una en todos, a Dios hice holocausto;

cual convenía a la nueva gracia.

Y no se había aún en mi pecho agotado el ardor del sacrificio, cuando supe

que mi holocausto había sido acepto y grato,

pues con tanto brillo y tan encarnado vi un esplendor dentro de dos rayos

y dije yo: ¡Oh Helios que así los ornas!

Como diversa de menores y mayores luces albea tanto entre los polos del mundo

la Galaxia, que hace dudar a los sabios,

así constelados formaban en el profundo Marte aquellos rayos el venerable signo

al unir cuadrantes en un círculo.

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Aquí vence mi memoria al ingenio:

porque aquella cruz resplandecía Cristo, de manera que no puedo hallar ejemplo digno;

mas quien su cruz toma y sigue a Cristo,

también me excusará de lo que callo, viendo en ese albor centellear a Cristo.

De brazo en brazo, de arriba a abajo, se mueven luces, destellando fuerte al conjugarse juntas y al apartarse:

así se ven aquí rectas y tuertas,

raudas y tardas, renovando aspectos, las motillas del polvo, largas y cortas,

moverse por el rayo de luz que irisa en la sombra que en su resguardo

se procura el hombre con ingenio y arte.

Y como giga y arpa, en tensión templada de muchas cuerdas, hacen dulce canto

hasta para quien no sabe de notas,

así de las luces que allí aparecieron cruzaba por la cruz una melodía

que me arrobaba aunque el himno no entendía.

Bien comprendí que eran de alta alabanza pues hasta mi llegaba “Resurge” y “Vence”

como a quien sin entender escucha.

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Tanto allí me enamoraba que hasta entonces no hubo nada

que me ligara con tan dulces trabas.

Tal vez parezca que mi parla mucho osa posponiendo el placer de los ojos bellos

en los que mirando mi deseo posa;

mas quien advierta que los vivos sellos de toda belleza cuanto más altos más bellos,

y que yo allí no me era vuelto a ellos,

excusarme podrán de lo que me acuso para excusarme, y me verán decir lo cierto;

que el placer santo aquí no se excluye,

porque se torna, en subiendo, más sincero.

Canto XV Quinto Cielo

Cielo De Marte - Los Héroes Y Los Mártires

Benigna voluntad en la que siempre se resuelve el amor que rectamente inspira,

como codicia lo hace en la inicua,

silencio impuso a la dulce lira, y aquietó las santas cuerdas,

que la diestra del cielo afloja y tira.

¿Cómo a justos ruegos fueran sordos aquellos seres que, por darme el gusto

de preguntar, a callar fueron concordes?

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Bien está que sin término se duela

quien, por amor de cosa que no dura, eternamente de aquel amor se hurta.

Cuando por el sereno quieto y puro

discurre ya ya súbito fuego haciendo parpadear los ojos ciertos,

y parece la estrella mudar de puesto,

mas en verdad de la parte donde se enciende nada se pierde, y todo dura poco;

así del brazo que a diestra se extiende al pie de aquella cruz corrió un astro de la constelación que allí esplende.

Pero la gema no se apartó de la banda sino que por la lista transitó radiante

como foco de luz tras alabastro.

Como piadosa fue de Anquises la sombra, siendo digna de fe nuestra mayor musa,

cuando en los Elíseos reconoció a su hijo,

”O sanguis meus, o superinfusa gratia Dei, sicut tibi cui

bis unquam coeli ianua reclusa?”

así la luz; y así en ella atento estuve; después volví a mi dama el rostro

y de un lado y otro caí en asombro;

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pues en sus ojos una sonrisa ardía tal, que yo pensé haber llegado al fondo

de mi dada gracia y del paraíso mío.

Entonces, al oír y al ver jocundo, aquel espíritu a su empezar agregó cosas,

que no entendí, tanto habló profundo;

no se encubría por voluntad propia, mas por necesidad, que su concepto al designio de un mortal desborda.

Y cuando el arco del ardiente afecto

se desahogó tal que su palabra descendió hasta el designio del intelecto nuestro,

lo primero que entender pude fue

Bendito seas Tú uno y trino, que en mi simiente tan cortés has sido.

Y enseguida: Grato y largo ayuno, gastado en leer el gran volumen

del que nunca cambia blanco ni bruno,

satisfecho has, hijo, dentro de esta luz de donde te hablo, gracias a aquel que al alto vuelo te vistió plumas.

Tú crees que tu pensamiento se filtra a mí del que es primero, como irradia

del uno, si se sabe, cinco y seis,

empero no me preguntes cómo es

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ni porqué te parezco más dichoso, más que ningún otro en esta tribu gaya.

Crees bien; porque los menores y los grandes

de esta vida miran en el espejo en donde, antes que pienses, el pensamiento nace.

Mas porque el sagrado amor en el que veo

con visión perpetua y me asaeta de dulce deseo, mejor se cumpla,

de oír tu voz segura, audaz y alegre

¡resuene la voluntad, resuene el deseo, al que ya decretada está mi respuesta!.

Me volví a Beatriz, y me oía ella

antes de que hablara, y dióme el ceño que expandió las alas de mi deseo.

Luego empecé: El afecto y el sentido,

cuando se os mostró la igualdad primera, de un mismo peso para vos se hicieron;

porque el Sol que os ilumina arde con un calor y una luz tan iguales

que toda semejanza es poca.

Mas querer y argumentar en los mortales, por la rozón que a vos es manifiesta, diversas plumas tienen en las alas;

por donde yo que soy mortal, me veo en esta

desigualdad, y entonces no agradezco

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sino con el corazón esta paterna fiesta.

Bien te suplico a ti, vivo topacio que esta preciosa dicha engarzas, que me hagas de tu nombre sacio.

¡Oh fronda mía en la que me agradara sólo con esperarte, raíz tuya he sido;

así comenzó a responderme.

Luego me dijo: Aquel de quien se dice tu apellido y que más de cien años

el monte en la prima cornisa ha girado,

fue hijo mío y bisabuelo tuyo; mucho necesita que la larga fatiga

abrevies con tus labores.

Florencia dentro de la valla antigua, donde ella aún toca a tercia y nona,

en paz estaba, sobria y digna.

No había collares, ni coronas, ni casacas recamadas, ni cinturones

ostentosos más que las personas.

No daba aún, al nacer, pavura la hija al padre; porque el tiempo y la dote

no excedía aquí y allá la mesura.

No había casas solariegas vacías; no había aún llegado Sardanápolo

a mostrar lo que en la alcoba se podía.

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No estaba vencido aún Montemalo

por el vuestro Uccellatojo, que como vencido al subir fue, así lo será bajando.

Yo vi a Bellincion Berti andar ceñido de cuero y hueso, y vi volver del espejo

su dama con el rostro sin colorido;

y vi aquel de Nerli y el de Vecchio contentos solo de pieles cubiertos, y a la rueca y al huso sus mujeres.

¡Oh afortunadas! Cada una estaba cierta

del lugar de su sepulcro, y todavía ninguna era por Francia en el lecho abandonada.

Una velaba cuidando de la cuna,

y, arrullando, balbuceaba rumores que ya a padre y madre alegraran;

otra, el hilo en la rueca rondaba,

parloteando con su familia de Troyanos, de Fiésole y de Roma.

Sería entonces gran maravilla

una Cianghella, un Lapo Saltarello, como hoy sería Cincinnato y Corniglia.

Y así con calma, y así de bello

viviendo ciudadanos, en tan fiel ciudadanía, y bajo tan dulce techo,

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María me dio, clamada a gritos; y en vuestro antiguo Baptisterio

a la vez fui cristiano y Cacciaguida.

Moronto fue mi hermano y Eliseo; mi mujer vino a mi del valle de Pado,

y así fue formado tu apellido.

Luego al emperador seguí Conrado; y él me ciñó en su milicia,

tanto por bien obrar fui de su agrado.

Lo seguí al encuentro de la nequicia de aquella ley cuyo pueblo usurpa,

por culpa del pastor, vuestra justicia.

Allí fui por aquella torpe turba desconectado del mundo falaz,

cuyo amor a muchas almas conturba;

y vine del martirio a esta paz.

Canto XVI

¡Oh nuestra poca nobleza de sangre, si de ti gloríase la gente

aquí abajo donde el afecto decae,

no me será nunca admirable cosa; pues donde el apetito no se tuerce,

digo en el cielo, de ello pude gloriarme.

Verdad que eres manto que pronto encoge;

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pues, si no te acrecen día a día, con su guadaña el tiempo te carcome.

Con el “Vos” que primero en Roma se ofrecía

y que en familia menos persevera, recomenzaron las palabras mías;

y Beatriz, algo apartada,

riendo, parecía como aquella que tosía a la primer falta como se narra de Ginebra.

Yo comencé: Vos mi padre sois;

vos de hablar me dais confianza entera; vos me alzáis tal que yo soy más que yo.

Por tantos ríos se colma de alegría

mi mente, que de sí se deleita de no quebrarse por tener tanta.

Decidme pues, amada mía primicia,

quiénes fueron tus antiguos, y cómo los años fueron los que signaron vuestra puericia;

habladme del aprisco de san Juan

cuántos entonces eran, y quiénes de ellos dignos fueron de los más altos escaños.

Como se aviva al soplar el viento

un ascua en llamas, así vi a aquella luz resplandecer a mis requiebros;

y como más se hiciera a mis ojos bella,

así con voz más dulce y suave,

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mas no con esta lengua moderna,

me dijo: Desde el día en que se dijo “Ave” al parto en que mi madre, ahora santa, se alivió de mí, de quien grávida estaba,

a su León quinientas cincuenta más treinta veces vino este fuego

a reinflamarse a sus plantas.

Mis antiguos y yo nacimos en el sitio donde se hallaba el último distrito

fin de carrera de vuestro anual juego:

baste de mis mayores saber esto; quiénes fueron y de donde vinieron,

callar antes que hablar es más cuerdo.

Todos los que allí entonces eran de portar armas entre Marte y el Bautista, eran un quinto de los que hoy están vivos;

más la ciudadanía, que ahora es mestiza

de Campi, de Certaldo y de Fegghine, se veía pura hasta el último artista.

¡Oh cuánto mejor fuera tener vecinas a estas gentes que digo, y que Galuzzo

y Trespiano fueran vuestros lindes,

que tener adentro y aguantar el tufo del villano de Aguglion, de aquel de Signa,

que para el cohecho tiene el ojo agudo!

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Si la gente que al mundo más envicia no hubiera sido de César madrastra,

mas como madre con su hijo benigna,

un cierto florentino, que trueca y trafica, se habría vuelto a Simifonti,

donde su abuelo cumplía la ronda;

sería Montemurlo aún de los Condes; los Cerchi estarían en el curato de Ancona

y quizá en Valdigrieve los Bondelmonti.

Siempre la confusión de las personas principio fue del mal de la ciudad,

como al cuerpo la vianda que se añade;

y el ciego toro más pronto cae que el cordero ciego; y muchas veces corta

mejor y más una que cinco espadas.

Si consideras a Luni y a Urbisaglia cómo se fueron, y cómo le siguen

detrás Chiusi y Sinigaglia,

oír cómo las estirpes se deshacen no te parecerá cosa nueva ni grave,

desde que acaban hasta las ciudades.

Vuestras cosas todas tienen su muerte, como vosotros; mas ocúltase en alguna que dura mucho, y las vidas son cortas.

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Y como el rodar del cielo de la luna cubre y descubre sin tregua las riberas,

así hace de Florencia la Fortuna;

porque no ha de parecer pasmosa cosa lo que diré de los nobles Florentinos

cuya fama en el pasado se halla oculta.

Yo vi los Ughi, y vi los Catellini, Filippi, Greci, Ormani y Alberichi,

aún en su ocaso, ilustres ciudadanos;

y vi tan grandes como antiguos, con aquel de la Sanella, el del Arca,

los Soldanieri y los Ardinghi y los Bostichi.

Sobre la puerta que al presente carga nueva felonía de tal peso

que pronto será desgracia de la barca,

estaban los Ravignani, de donde vino el conde Guido, y los que han tomado

después del noble Bellicione el apellido.

El de la Pressa sabía ya cómo regir se debe, y tenía Galigaio

en su casa de oro la guarnición y el pomo.

Ya era grande la franja del Comadreja, Sachetti, Giuochi, Fifanti y Barucci y Gallo y los corridos por la medida.

La cepa de do nacieron los Calfucci

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era ya grande, y ya eran llevados a las curules Sizii y Arriguci.

¡Oh cuán grandes vi a quienes la soberbia

ha destruido! y las bolas de oro en sus hazañas florecían Florencia.

Así hacían los padres de aquellos

que, siempre que vaca vuestra iglesia, engordan estando en consistorio.

La arrogante estirpe que como dragón se lanza tras el que huye, y ante el que muestra dientes

u ofrece bolsa, como cordero se aplaca,

venía subiendo, pero de humilde casta; por lo que no agradó a Ubertino Donato

que luego su suegro los hiciera sus parientes.

Ya había Caponsacco en el Mercado descendido de Fiésole, y ya era

buen ciudadano Giuda e Infangato.

Diré cosa increíble y verdadera: al pequeño cerco se entraba por la puerta

que se nombraba por los de Pera.

Todo el que la bella enseña porta del gran barón, cuyo nombre y precio

la fiesta de santo Tomás conforta,

de él hubieron milicia y privilegio; bien que con el pueblo se aduna

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hoy quien la dorada faja porta.

Entonces brillaban Gualterotti e Importuni; y aún sería el Borgo más quieto

si de vecinos nuevos fueran ayunos.

La casa de donde nació vuestro llanto por el justo desdén que os ha muerto y puesto fin a vuestra vida dichosa,

era honrada, ella y sus consortes:

¡Oh Buondelmonte, cuán mal huiste sus nupcias para consuelo de otros!

¡Muchos fueran alegres, que hoy son tristes,

si Dios te hubiera entregado al Ema la vez primera que a la ciudad viniste!

Mas fue necesario ante aquella rota piedra

que guarda el puente, que Florencia lo victimase en su paz postrema.

Con estas gentes, y otros con ella,

vi yo a Florencia en tan real reposo, que razón porqué llorar no tenía:

con estas gentes vi glorioso

y justo a su pueblo, tanto que el lirio no estaba aún tuerto en el asta,

ni por discordias, rojo.

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Canto XVII

Como el que vino a Climene a cerciorarse

de aquello que de sí había oído, razón que hace cautos de los hijos a los padres,

tal estaba yo, y tal era sabido por Beatriz y por la lámpara

que antes por mí había mudado sitio.

Por lo que mi dama: Manda afuera la llama de tu deseo, dijo, y que salga

bien signada de la interna estampa;

no que nuestro saber se acreciente con tu parla, más para que te atrevas

a decir tu sed, a que la calmen.

¡Oh cara planta mía que así te alzas, que como ven las terrenas mentes

que en un triángulo no caben dos obtusos,

así ves las cosas contingentes antes que ocurran, mirando el punto

donde los tiempos todos son presentes;

mientras tuve a Virgilio junto subiendo el monte que a las almas cura

y descendiendo al difunto mundo,

dichas me fueron de mi vida futura palabras graves, que yo me siento

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como tetrágono a golpes de ventura;

pues mi voluntad estaría contenta de entender cuál fortuna me espera; que saeta prevista viene más lenta.

Así repuse yo a la luz la misma

que antes me había hablado; y como Beatriz quiso, así mi ansia fue cumplida.

Sin embrollos como en los que la gente necia

se enredaba antes que fuera muerto el Ángel de Dios que los pecados quita,

mas con palabras claras y en latín

correcto respondió aquel amor paterno, oculto y patente en su propia dicha:

La contingencia que más allá del cuaderno

de la materia vuestra no se extiende, está toda trazada en el aspecto eterno;

necesidad por ello no adquiere,

sino a la manera de la mirada que refleja a una nave que por el curso desciende.

De allí, como viene a la oreja

dulce armonía de órgano, me viene a la vista el tiempo que se te apareja.

Como partió Hipólito de Atenas

por la impiadosa y pérfida madrastra, así tendrás que salir de Florencia.

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Esto se quiere y esto ya se procura,

y pronto será hecho por quien en ello piensa allá donde todo el día Cristo se comercia.

La culpa seguirá a la vencida parte

como suele decir la fama; mas la venganza será testimonio del que la dispensa.

Tú dejarás todas las cosas que amas

más entrañablemente; y este es el dardo que el arco del exilio primero saeta.

Tú probarás cuán amargo

es el pan ajeno, y cuán dura es la calle de subir y bajar por ajena escala.

Y lo que más te gravará la espalda,

será la compañía estúpida y malvada en la que caerás en este valle;

pues ingrata toda, loca toda e impía

se pondrá en tu contra; mas, poco luego, ella, no tú, tendrá la frente roja.

De su bestialidad su proceder

será prueba; de modo que será bueno haber formado partido de ti mismo.

Tu primer refugio y tu primer posada será la cortesía del gran Lombardo

quien sobre la escala tiene el ave santa;

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que en ti pondrá tan benigna mirada, que entre hacer y pedir, entre ambos,

lo primero será, lo que, en otros, es más tardo.

Con él verás al que signado fue, al nacer, tan fuerte por esta estrella,

que sus obras serán notables.

Todavía en él las gentes no reparan por su corta edad, pues sólo nueve años estas ruedas en torno suyo han girado;

mas antes que el Gascón al gran Enrique engañe,

saldrán destellos de su virtud pues no se cuidará de dineros ni de afanes.

Sus magnificencias conocidas

serán entonces tales, que sus enemigos no podrán tener la lengua muda.

En él espera y en sus beneficios; por él será mudada mucha gente,

cambiando condición ricos y mendigos;

y tendrás escrito en la mente su recuerdo, y no lo dirás...; y dijo cosas

increíbles al que estuviera presente.

Luego agregó: Hijo, estas son las glosas de lo que te dijeron; aquí las insidias

que por pocos giros quedarán celadas.

No quiero que a tus vecinos envidies,

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porque en el futuro de tu vida llegarás a ver la sanción de sus perfidias.

Luego que, callando, se mostró expedita

el alma santa en meter la trama en la tela que yo le propuse urdida,

comencé, como el que ansía, dudando, consejo de persona

que ve y quiere derecho y que ama:

Bien veo, padre mío, cómo se apremia el tiempo hacia mí, para un golpe darme

tal, que más grave es para quien más confía,

por donde es bueno que de provisión me arme para que, si se me priva de lugar tan caro,

no pierda a los demás por causa de mi Carmen.

Allá abajo por el mundo sin fin amargo, y por el monte a cuyo bella cumbre los ojos de mi dama me llevaron,

y luego por el cielo, de lumbre en lumbre,

he aprendido lo que si redigo tendrá para muchos sabor amargo;

y si de la verdad fuera tímido amigo,

temo perder vivir entre aquellos que a este tiempo llamarán antiguo.

La luz en que reía mi tesoro

que allí hallé, volvióse más corusca,

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como rayo de Sol en espejo de oro;

entonces dijo: Sólo una conciencia fusca por propia o por vergüenza ajena sentirá que tu palabra es brusca.

Remueve, sin embargo, toda mentira,

toda tu visión haz manifiesta; y dejan que rasquen donde está la roña.

Que si tu voz fuera molesta

al primer gusto, vivo alimento dejará luego, cuando será digesta.

Este tu grito será como viento,

que a las más altas cimas más sacude; lo que no da de honor poco argumento.

Te han sido mostrados en estas coronas,

en el monte y en el valle doloroso sólo las almas que son por fama notas,

para que el ánimo del que oye, no se apoque

ni pierda firme fe por ejemplo que venga de ignorada raíz o baja,

ni por otro argumento que no valga.

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Canto XVIII Sexto Cielo

Cielo De Júpiter - Los Jueces Y La Justicia

Ya se gozaba solo de su verbo aquel espejo beato, y yo gustaba

del mío, atemperando con lo dulce lo acerbo;

y aquella dama que a Dios me conducía dijo: Cambia de idea: piensa que estoy

cerca de aquel que todo entuerto desgrava.

Me volví al amoroso sonido de mi consuelo; y cual vi entonces

en los ojos santos amor, aquí lo depongo;

no en verdad que de mi palabra desconfíe, mas por la mente que redecir no puede lo que tan alto queda, si otro no la guía.

Sólo puedo en aquel punto redecir

que, remirándola, mi afecto libre quedó de todo otro deseo,

de modo que el placer eterno, que directo

radiaba en Beatriz, del bello rostro me contentaba con el segundo aspecto.

Venciéndome con la luz de la sonrisa,

ella me dijo: Vuélvete y escucha; que no sólo en mis ojos está el paraíso.

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Como aquí se observa a veces en el rostro el afecto, que si es grande

en él toda el alma queda presa,

así en el llamear del fulgor santo, al que me volví, conocí su voluntad de conversarme aún algún tanto.

Y comenzó: en esta quinta orla del árbol que de la cima vive

y fruta siempre y no pierde hojas,

hay espíritus beatos, que abajo, antes de venir al cielo, fueron de gran renombre, tanto que toda musa de ellos sería opima.

Pero mira los brazos de la cruz:

que aquel que yo nombre, lucirá allí como el veloz fuego en la nube.

Vi por la cruz un fulgor vivo cuando Josué fue nombrado;

y distinguir no pude el nombrar del brillo.

Al nombre del gran Macabeo vi a un otro moverse rotando,

y la alegría era cordel de peonza.

Así por Carlomagno y por Orlando a los dos siguió mi atenta mirada,

como sigue el ojo al halcón volando.

Luego atrajeron Guillermo y Rinoardo,

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y el duque Godofredo mi mirada hacia aquella cruz, y Roberto Guiscardo.

De allí, entre las luces ágil y mixta,

me mostró el alma que me había hablado cuán entre cantores del cielo era artista.

Me volví a mi derecho lado

para saber de Beatriz cuál deber, por palabra o por seña, me tenía asignado;

y vi sus luces tan serenas,

tan jocundas, que su apariencia vencía a la habitual y a otras.

Y como, al sentir más holganza

bien obrando, el hombre día a día comprueba que su virtud avanza,

así me di cuenta que de mi giro redondo

junto al cielo había crecido el arco, viendo más hermoso aquel milagro.

Y como el transmutarse en poco espacio

de tiempo en blanca dama, cuando su rostro depone de la vergüenza la carga,

tal fue en mis ojos, cuando vuelto me hube

al candor de la templada estrella sexta, que dentro de sí me había aceptado.

Yo vi en aquella jovial lumbrera chispas del amor que allí había,

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signar ante mis ojos nuestras letras.

Y como avecillas que se alzan de ribera como felicitándose de su pastura,

forman ya redonda, ya larga hilera,

así en aquella luz las santas criaturas volando cantaban, haciendo

una D o una I o una L en sus figuras.

Primero, cantando, al compás iban; luego, formando alguno de estos signos, un poco guardando silencio se tenían.

¡Oh divina Pegásea que a los ingenios haces gloriosos y los rindes longevos,

y ellos contigo las ciudades y los reinos,

ilústrame de ti, para que yo describa sus figuras cual las he visto:

venga tu poder a estos versos breves!

Mostraron pues en cinco vueltas siete vocales y consonantes: y yo anoté

las partes tal como me parecieron dichas.

DILIGITE IUSTITIAM, fue el primer verbo y nombre de todo lo presentado;

QUI IUDICATIS TERRAM, fue el final.

Luego en la eme del vocablo quinto quedaron formadas; de modo que Jove parecía plata con listas de oro teñido.

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Y vi descender otras luces a donde

estaba la cumbre de la eme, y allí quedarse cantando, creo, al bien que a él las mueve.

Como al golpear un leño ardiente

brotan innumerables chispas, de las que los tontos augurarse suelen,

surgir vi de allí más de mil luces, y subir, unas mucho otras poco,

conforme a como el Sol que las enciende quiere;

y aquietada cada una en su sitio, la cabeza y el cuello de un águila vi representar a aquel destacado fuego.

Quien allí así lo pinta, no necesita de guía;

porque él es quien guía, y de él proviene aquella virtud que es forma de los nidos.

La otra fila beata, que contenta

formaba antes un lirio sobre la eme, con breve curso coronó la prenda.

¡Oh dulce estrella, cuáles y cuántas gemas

me demuestran que nuestra justicia efecto es del cielo que tú engemas!

Por lo que ruego a la mente que inicia

tus acciones y virtud, que repare de donde sale el humo que a tu rayo envicia;

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para que en adelante otra vez se irrite contra el comprar y el vender dentro del templo

que edificado fue con milagros y martirios.

¡Oh milicia del cielo que contemplo, rogad por los que están en la tierra

extraviados todos por el mal ejemplo!

Antes solíase con la espada hacer la guerra; mas ahora se hace robando aquí o allá

el pan que el piadoso Padre a ninguno niega.

Mas tú que sólo para cancelar escribes, piensa que Pedro y Pablo, que murieron

por la viña que malograste, aún están vivos.

Bien puedes decir: Tengo fijo deseo tan grande de aquel que vivir quiso solo y que por un baile fue llevado a martirio,

que no conozco al pescador ni a Polo.

Canto XIX

Abiertas las alas ante mis ojos lucía la bella imagen, que en dulce frui

formaban las alegres almas compañía.

Veíase cada cual como rubí que el rayo del Sol inflamara tan ardido,

que mis ojos su imagen irisara.

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Y lo que reportar debo ahora, no estuvo en voz de nadie, ni en tinta escrito,

ni entró jamás en alguna fantasía;

porque vi yo y aún oí hablar al pico y resonar en la voz “yo” y “mío” ,

cuando en el concepto era “nos” y “nuestro”.

Y comenzó: Por ser justo y pío estoy aquí exaltado en la gloria que vencer no se deja del deseo;

y en la tierra dejé tal memoria que allí las malvadas gentes

la encomian, pero no siguen la historia.

Así como un solo calor de muchas brasas proviene, así de muchos amores

salía un solo son de aquella imagen

y así luego yo: ¡Oh perpetuas flores de la eterna alegría, porque un solo

perfume me dan todos vuestros olores,

resuélvanme, expirando, el gran ayuno que largamente me ha tenido en hambre,

no hallándole en tierra pasto alguno.

Bien sé que, si en el cielo de otro reino la divina justicia hace su espejo,

el vuestro no lo prende entre celajes.

Sabed cuán atento me aparejo

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a escuchar; sabed cuál es la duda que en mi es ayuno tan viejo.

Como el halcón al que quitan la capucha mueve la testa y con las alas se aplaude, su deseo mostrando y alzándose bello,

así vi hacer a aquella enseña, que de alabanzas

a la divina gracia compuesta estaba, con cantos que sólo aquí arriba se entienden.

Comenzó pues: Aquel que llevó el compás

hasta el extremo del mundo, y en él adentro distinguió tantas cosas ocultas y claras,

no pudo su valor dejar impreso

en todo el universo, y que su verbo no quedara en infinito exceso.

Y tan cierto es que el primer soberbio

que fue la suma de toda criatura, por no esperar la luz, cayó acerbo;

y aquí se ve que toda menor natura es corto receptáculo de aquel bien

que es sin fin y con sí a sí mismo se mesura.

Por tanto vuestra visión, que por necesidad es un rayo de la mente de la que todas las cosas están llenas,

no puede por natura ser potente

tanto, que el principio mucho no discierna

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allá abajo de aquello que le llega.

Más de la justicia sempiterna la visión que recibe vuestro mundo

como el ojo en el mar, adentro de ella se interna;

porque, bien que en la orilla vea el fondo, en el piélago lo pierde; y sin embargo está allí, mas lo cela por ser profundo.

No existe luz que no venga del sereno

que no se turba nunca; bien que tiniebla, haya, o sombra de la carne, o su veneno.

Asaz te he ahora abierto lo secreto que tiene escondido la justicia viva,

de la que fundas cuestión tan frecuente;

porque dices: Un hombre nace a la orilla del Indo, y allí no hay quien hable

de Cristo, ni quien lo lea, ni lo escriba;

y todos sus quereres y actos buenos son, cuanto la razón humana puede, sin pecado en vida o en sermones.

Muere no bautizado y sin fe;

¿Dónde está la justicia que condena? ¿Dónde hay culpa si en él no cree?

Mas ¿quién eres tú que sientas cátedra

para juzgar desde lejos a mil millas con la vista de un palmo corta?

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Cierto es que quien conmigo sutiliza,

si la Escritura sobre vosotros no fuese, a dudar se pondría a maravilla.

¡Oh animales terrenos! ¡Oh mentes crasas!

La voluntad primera, que de si es buena, de ella, que es sumo bien, nunca se mueve.

Solo es justo lo que a ella se conforma:

ningún bien creado a sí la atrae, mas ella, radiando, lo ocasiona.

Como la cigüeña sobre el nido

sobrevuela luego de pacer sus hijos y como el que ha comido la mira,

así se puso, y así alcé la vista; la bendita imagen, cuyas alas

mecía alentadas por consejos tantos.

Girando cantaba y decía: Cuales son mis notas a ti, que no entiendes, tal es el juicio eterno a vos mortales.

Después se aquietaron los fulgentes fuegos del Espíritu Santo en el emblema presentes

que hizo a los Romanos del mundo reverendos,

y comenzó: A este reino no sube nadie que no crea en Cristo,

ya antes o después de clavado en el leño.

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Mas mira: muchos gritan ¡Cristo. Cristo!, que estarán en el juicio mucho menos cerca de él, que un otro que no conoce a Cristo;

y a tales Cristianos condenará el Etíope,

cuando se dividan los dos colegios, eternamente uno rico y el otro inope.

¿Qué podrán decir los Persas a vuestros reyes,

cuando vean aquel libro abierto en donde se escriben todos sus desprecios?

Allí se verá, entre las obras de Alberto,

una que pronto moverá a la pluma, por la que el reino de Praga quedará desierto.

Allí se verá el dolor que sobre el Sena

induce, falseando la moneda, el que ha de morir por dentellada de cerda.

Allí se verá la soberbia que asaeta,

que al Escocés y al Inglés enloquece, tanto que no se sufren en sus metas.

Veráse la lujuria y la vida muelle

de aquel de España y del de Bohemia, que no conoció el valor ni quiso.

Veráse al Cojo de Jerusalén

signada con una I su bondad, mas su contrario con una eme.

Veráse la avaricia y la vileza

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de aquel que guarda la isla del fuego, donde Anquises puso fin a su edad larga;

y para dar a entender cuánto es mezquino su escritura se hará con encogidas letras,

que mucho anotarán en parvo sitio.

Y aparecerán de ambos las obras inmundas del tío y del hermano, que tan egregia

nación y dos coronas han dejado en ruinas.

Y aquel de Portugal y el de Noruega allí se conocerán, y aquel de Rascia que mal ha visto el cuño de Venecia.

¡Oh bendita Hungría si no se deja

mal llevar, y bendita Navarra si se armase del monte que la encierra!

Y creer deben todos que ya, en arras

de esto, Nicosia y Framagusta por su bestia se lamenta y grita,

aunque del flanco de los otros no se aparta.

Canto XX

Cuando aquel que el mundo entero alumbra de nuestro hemisferio desciende,

y el día en todas partes se consuma,

el cielo que sólo de él primero se enciende,

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súbitamente se rehace patente con muchas luces, en las que una esplende.

Y este obrar del cielo vino a mi mente,

cuando la enseña del mundo y sus regentes en el bendito pico quedó en silencio;

entonces todas aquellas luces vivas,

mucho más luciendo, comenzaron cantos lábiles de mi memoria y fugaces.

¡Oh dulce amor que de alegría te amantas,

cuán ardiente te veías entre esas flautas que sólo expiran pensamientos santos!

Luego que las amadas y lúcidas joyas,

de las que vi yo engemada la sexta lumbre pusieron silencio al angélico retumbe,

oír me pareció un murmurar de río

que claro desciende de piedra en piedra, revelando la opulencia de la cumbre.

Y como el sonido en el cuello de la cítara

toma su forma, y en las bocas de la zampoña el viento que penetra,

así, del esperar removida la demora, aquel murmurar del águila ascendió por el cuello, como si hueco fuera.

Allí voz se hizo y aquí y allá brotó por el pico en forma de palabras,

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como esperaba el corazón, donde las dejé escritas.

La parte de mí que ve, y que soporta el Sol en las águilas mortales, comenzó, ahora quiero que fijamente mires,

porque de los fuegos de los que hice mi figura,

los que en el ojo de mi testa brillan, son los supremos de todos en su altura.

Aquel que luce en medio por pupila,

fue el cantor del Espíritu Santo, que el arca trasladó de villa en villa:

ahora conoce el mérito de su canto,

en cuanto producto fue de su consejo, por la remuneración correspondiente.

De los cinco que forman cerco de mi ceja,

aquel que más del pico cerca accede, consoló a la viudilla por su hijo:

ahora conoce cuán caro cuesta

no seguir a Cristo, por la experiencia de esta vida dulce y de la opuesta.

Y el que sigue en la circunferencia

de la ceja, por el arco de arriba, muerte difirió por justa penitencia:

ahora conoce que el juicio eterno

no se trasmuda, cuando justo ruego posterga allá abajo lo que es hodierno.

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El otro que sigue, con las leyes y conmigo, con la buena intención que da mal fruto,

por ceder al pastor se hizo griego:

ahora conoce como el mal producto de su buen obrar no le es nocivo,

aunque por ello destruido sea el mundo.

Y aquel que vez en la cola del arco, Guillermo fue, al que aquella tierra llora

que gime por Carlos y Federico vivos:

ahora conoce cómo se enamora el cielo del rey justo, y en el semblante

de su fulgor lo hace ver todavía.

¡Quién creería abajo en el mundo errante, que el troyano Ripeo en esta curva fuera la quinta de las luces santas?

Ahora conoce asaz lo que el mundo

no puede ver de la divina gracia, bien que su mirada no discierna el fondo.

Como la alondra que en el aire se espacia

primero canta, y luego calla contenta de la última dulzura que la sacia,

tal me pareció la imagen de la huella

del eterno placer, a cuyo deseo cualquiera cosa cual es deviene.

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Y aunque yo fuera en el dudar mío como el vidrio que el color adopta, más tiempo a esperar no soporté

pues de mi boca: ¿Qué son estas cosas?

me salió con la fuerza de su peso; por lo que de coruscar vi gran fiesta.

Enseguida, con el ojo más ardiente,

el bendito signo respondió, por no dejarme de asombro en suspenso:

Veo que crees en estas cosas

porque yo las digo, mas no ves el cómo; y aun así creídas, quedan ocultas.

Haces como el que la cosa por el nombre

aprende bien, mas su quiddidad no puede ver si otro no la propone.

Regnum coelorum violencia padece de ardiente amor y viva esperanza,

que vence a la voluntad divina;

no como el hombre que de otro prevalece, mas la vence porque quiere ser vencida, y, vencida, con su benevolencia vence.

La primera vida de la ceja y la quinta

te maravilla, porque ves con ellas la región de los ángeles teñida.

De su cuerpo no salieron, como crees,

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gentiles, mas cristianos, en firme fe una al pie del padecer futuro, otra del pasado:

porque una del infierno, donde nadie se convierte

jamás a bien querer, volvió a los huesos; lo que fue de viva esperanza merced:

de viva esperanza, que dio poder

a las plegarias a Dios para resucitarla, para que su voluntad pudiera ser cambiada.

El alma gloriosa de la que se habla,

vuelta a la carne, en la que estuvo poco, creyó en aquel que podía ayudarla;

y creyendo se encendió en tal fuego

de verdadero amor, que en vez de segunda muerte, fue digna de venir a esta alegría.

La otra, por gracia que tan profunda

fuente destila, de la cual nunca criatura llevó el ojo hasta el primer venero,

todo su amor allá abajo puso en derechura;

para que, de gracia en gracia, Dios le abriera el ojo a nuestra redención futura:

por donde creyó en ella, y no sufrió entonces el hedor del paganismo; y reprendió a las gentes perversas.

Aquellas tres damas le sirvieron de bautismo

a las que viste en la derecha rueda,

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previo al bautizar más de un milenio.

¡Oh predestinación, cuán remota yace tu raíz de las miradas

cuya primera causa no ven toda!

Y vos, mortales, guardaos quietos para juzgar; que nosotros, que a Dios vemos,

no conocemos aún a los electos todos;

y entonces dulce es nuestra visión disminuida, porque nuestro bien se afina

en que lo que Dios quiere, queremos.

Así de aquella imagen divina para aclarar mi corta vista,

me fue dada suave medicina.

Y como al buen cantor el buen citarista acompaña con el vibrar de la cuerda y así el canto más placer conquista,

así, mientras hablaba, así recuerdo,

que vi a las dos luces benditas, como a batir los párpados concuerdan,

con las palabras mover las llamitas.

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Canto XXI

Séptimo Cielo Cielo De Saturnon - Contemplación Y Cristalización

Fijos de nuevo mis ojos en el rostro

de mi dama estaban, y el ánimo con ellos, y abandonado había todo intento otro.

Y ella no reía, más: Si yo riera,

comenzó, tú te harías cual fue Semele en cenizas hecha;

porque mi belleza, que por la escala del eterno palacio más se enciende,

como has visto, cuanto más asciende,

si no se templara , tanto esplende, que tu mortal poder sería, a su fulgor,

fronda que desbarata el trueno.

Hemos subido al séptimo esplendor que bajo el pecho del León ardiente

radia ahora mezclado a su valor,

Detrás de tus ojos fija la mente, y hazlos espejos de la figura

que habrá de verse en tal espejo.

Quien supiera cuál era la pastura de mi mirada en el beato aspecto

cuando me trasmudé a nueva cura,

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conocería cuán me era grato obedecer a mi celeste escolta,

contrapesando con el uno el otro lado.

Dentro del cristal cuyo nombre porta, rondando el mundo, de su caro guía

bajo el cual muerta yace toda malicia,

del color del oro donde luce el rayo vi yo una escala erecta arriba tanto, que mi luz no la seguía.

Por las gradas descender vi

esplendores tantos, que todo foco pensé que hay en el cielo, difuso aquí sería.

Y como, por natural costumbre,

juntas las cornejas, al comenzar el día, por entibiarse agitan las plumas frías;

y luego se van unas sin retorno,

y otras regresan a donde salieron, y otras revoloteando quedan;

tal me pareció que aquí ocurría

con aquel chispear que descendiendo iba hasta detenerse en una grada cierta.

Y aquel que cerca de nosotros se detuvo,

tan brillante se puso, que pensando me decía: Bien veo el amor que emblemas.

Pero aquella de la que espero el cómo y el cuándo

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de hablar y de callar, se queda; por lo que yo contra el deseo, hago bien si no demando.

Mas ella, que mi silencio veía

en la mirada de aquel que todo ve, me dijo: Suelta tu deseo ardiente.

Y yo comencé: Mis méritos

de tu respuesta no me hacen digno; mas, por aquella que pedir me concede,

beata vida que te guardas escondida dentro de tu alegría, déjame saber

la razón de que tan cerca has venido;

y dime porqué se calla en esta rueda la dulce sinfonía del paraíso,

que abajo en otras tan devota suena.

Tú tienes el oído tan mortal como la vista, respondió, por eso aquí no se canta

por lo mismo que Beatriz no ha reído.

Abajo, por los grados de la escala santa, descendí tanto, sólo por brindarte fiesta,

con el decir y la luz que me amanta:

ni mayor amor me movió a ser más presta, que más y tanto amor aquí arriba hierve,

como el mismo llamear te manifiesta.

Sino la alta caridad, que nos hace siervas prontas al consejo que el mundo gobierna,

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distribuye aquí como tú observas.

Bien veo, dije yo, sacra lucerna, como libre amor en esta corte

basta para seguir la providencia eterna;

mas lo que a discernir difícil me parece porqué tú predestinada fuiste sola a este oficio entre tus compañeras.

No llegué antes a la última palabra

que en ella misma hizo la luz centro, girando sobre sí como veloz muela;

luego respondió el amor que había adentro:

Divina luz sobre mí se apunta, penetrando en la que me encuentro,

cuya virtud, con mi visión conjunta,

me eleva sobre mí tanto, que veo la suma esencia de la cual emana.

De allí viene la alegría con la que flameo;

porque a mi visión, cuanto es clara, la claridad de la llama emparejo.

Mas aquel alma que en el cielo más se aclara, aquel serafín que en Dios más tiene el ojo fijo,

no daría satisfacción a tu demanda;

porque se adentra tanto en el abismo del eterno estatuto lo que inquieres,

que de toda creada vista queda escindido.

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Y al mundo mortal, cuando vuelvas,

esto reporta, que no presuma de acercarse más a tanta enseña.

La mente, que aquí luce, en tierra humea;

por donde considera como podría allá abajo lo que no puede aunque la asuma el cielo.

Tal me prescribieron sus palabras,

que yo dejé las preguntas, y me reduje a demandarle humildemente quien era.

Entre dos riberas de Italia se alzan peñascos,

y no muy distantes de tu patria, tanto que los truenos suenan más abajo,

y forman una giba que llaman Catria,

a cuyos pies hay consagrada una eremita, que suele dedicarse sólo a latría.

Así recomenzó por vez tercera; y luego, continuando, dijo: Allí

al servicio de Dios me hice tan firme,

que sólo con viandas de licor de olivo levemente pasaba calor y hielo,

contento del pensar contemplativo.

Rendir solía aquel claustro a estos cielos fértilmente; y ahora lo han hecho tan vano

que urge que al mundo se revele.

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En aquel lugar estuve yo, Pedro Damián, y Pedro Pecador fui en la casa

de Nuestra Señora, en la orillas adrianas.

Poca vida mortal me había quedado, cuando fui llamado y arrastrado al capelo,

que sólo de mal en peor se pasa.

Vino Cefas y vino el gran vaso del Espíritu Santo, magros y descalzos, tomando el pan de cualquier albergue.

Ahora aquí y allá quieren quien los calce los modernos pastores y quien los lleve,

¡tan importantes! y quien de atrás los ensalce.

Cubren con mantos sus palafrenes, de modo que dos bestias van bajo una piel:

¡Oh paciencia que sostienes tanto!

A esta voz vi más llamitas de grada en grada bajar girando,

y a cada giro más bellas eran.

En torno a esta vinieron y quedaron, y echaron un grito de son tan alto,

que no podría aquí abajo nada asemejarse:

ni lo entendí yo; me venció el tono tanto.

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Canto XXII

Octavo Cielo De Las Estrellas Fijas Residencia De Los Ángeles

De estupor lleno, a mi guía me volví, como párvulo que corre siempre allí a donde más confía;

y ella, como madre que socorre

enseguida al hijo pálido de anhelos con la voz, que su bien dispone,

me dijo: No sabes que estás en el cielo? ¿y no sabes que el cielo es todo santo

y todo lo que aquí se hace viene de buen celo?

Cuánto te habría trasmudado el canto y mi sonrisa, puedes considerarlo ahora, ya que el grito te ha conmovido tanto;

en el cual, si entendido hubieras su ruego,

te sería notoria ya la venganza, que verás antes de la muerte.

La espada de aquí arriba ni presto corta

ni tarde, como parece a quien con deseo o con temor la aguarda.

Mas a otro vuélvete ahora;

que más ilustres espíritus verás, si como te digo vuelves la vista.

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Como a ella plugo, los ojos retorné

y vi cien esferillas que juntas más bellas se hacían entre sus mutuos rayos.

Yo estaba como el que en sí retiene la punta del deseo, y no se atreve

a preguntar, que de abusarse teme.

Y la mayor y la más luciente de aquellas margaritas adelante vino,

para dejar de sí contento mi deseo.

Luego dentro de ella oí: Si tu vieses como yo la caridad que entre nosotros arde,

tus conceptos habrías expresado.

Pero para que tú, esperando, no te tardes al alto fin, te daré la respuesta

a lo que piensas, que en ti tanto guardas.

Aquel monte al que Casino se acuesta, fue antes frecuentado en su cima

por gente tramposa y mal dispuesta;

yo soy quien sobre él llevé primero el nombre de aquel, que en la tierra expuso

la verdad que tanto nos sublima;

y tanta gracia en mí reflujo, que sustraje a las villas aledañas

del impío culto que al mundo sedujo.

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Estos otros fuegos, todos contemplantes hombres fueron, inflamados de aquel calor

que brota las flores y los frutos santos.

Aquí está Macario, aquí Romualdo, aquí mis hermanos que en el claustro

aquietaron sus pies y el corazón fiel guardaron.

Y yo a él: El afecto que demostráis hablándome, y la buena apariencia

que veo y noto en todo el ardor vuestro,

ha dilatado tanto mi confianza, como a la rosa mueve el Sol cuando abierta

tanto deviene cuanto tiene de potencia.

Por eso te ruego, y tú, padre, acepta si tanta gracia recibir pueda, que yo

te vea en figura descubierta.

Entonces él: Hermano, tu elevado deseo se cumplirá arriba en la última esfera,

donde se cumplen todos los otros y el mío:

allí es perfecta, madura y entera toda aspiración; en ella sola

toda parte está donde siempre era,

porque no está en un lugar, ni en polo ancla; y nuestra escala hasta ella avanza, y por ello tu vista se pierde en ella.

Hacia allá arriba la vio el patriarca

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Jacob extender la superior parte, cuando se le mostró de ángeles tan cargada.

Mas, por subirla, nadie hay hoy que aparte

de la tierra los pies, y mi regla ha venido a ser sólo de papel consumo.

Los muros que solían ser abadía

son hoy espeluncas, y las cogullas sacos son llenos de perversa harina.

Mas grave usura tanto no usurpa

contra el placer divino, cuanto aquel fruto que torna tan loco el corazón de los monjes:

que tanto cuanto la Iglesia guarda, todo es de la gente que por Dios demanda;

ni de parientes ni de ningún otro más bruto.

La carne de los mortales es tan blanda, que allá abajo no basta buen comienzo del nacer de la encina al tener bellota.

Pedro comenzó sin oro y sin argento,

y yo con oración y con ayuno, y Francisco humildemente su convento.

Y si observas el principio de cada uno, luego miras allá a donde ha venido,

verás que lo blanco se ha hecho bruno.

Verdaderamente el Jordán retrocediendo más fue, y el mar huir, cuando Dios quiso,

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admirable de ver, que aquí el remedio.

Así me dijo, y de allí volvió a su colegio, y al colegio se estrechó;

luego, en torbellino, arriba se acogió entero.

La dulce dama me impulsó tras ellos con solo un gesto a subir la escala, tanto su virtud venció a mi natura;

ni nunca aquí abajo donde se sube y se baja naturalmente, hubo tan veloz movimiento,

que igualarse pudiera al de mi ala.

Si nunca vuelva, lector, a aquel devoto triunfo por el cual tan frecuente lloro

mis pecados y el pecho me castigo,

no habrías tú puesto en el fuego y sacado un dedo, que cuando vi yo el signo

que sigue a Tauro y de él fui adentro.

¡Oh gloriosas estrellas1 ¡Oh luz preñada de gran virtud!, de la cual reconozco

todo, lo que sea, de mi ingenio,

con vos nacía y con vos se escondía aquel que es padre de toda mortal vida, cuando el toscano aire sentí yo primero;

y luego, cuando me fue gracia acordada de entrar en la alta rueda que os gira, vuestra región para mí fue la sorteada.

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A vos devotamente ahora suspira

mi alma, por adquirir virtud para el duro paso que así la tira.

Tú estás tan cerca de la última salud,

comenzó Beatriz, que has de tener las luces claras y agudas.

Empero, antes que más te adentres en ella,

remira abajo, y observa cuánto mundo te hice ya dejar bajo tus pies;

así que tu corazón, cuanto pueda, jocundo

se presente a la triunfante turba que alegre viene por este éter rotundo.

Con la vista retorné por todas cuantas

las siete esferas, y vi a este globo tal, que sonreí de su apariencia villana;

y aquel consejo por mejor apruebo

que lo tiene en menos; y quien en otra cosa piensa llamarse puede verdaderamente probo.

Vi a la hija de Latona encendida

sin aquella sombra que me dio razón de pensar que fuera rara y densa.

El esplendor de tu hijo, ¡oh Hiperión!,

aquí sostuve, y vi cómo se mueven cerca y en torno suyo, Maya y Dione.

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Luego aparecióseme el templado Jove entre el padre y el hijo; y así me fue claro

el variar que hacen de su donde.

Y todos los siete se mostraron cuánto son grandes, y cuánto son veloces,

y cuánto entre sí son distantes.

El parterre que nos hace tan soberbios, girando yo entre los eternos Gemelos,

entero vi de los montes a las bocas.

Luego volví los ojos a los ojos bellos.

Canto XXIII

Como el ave, entre amadas frondas, posada en el nido de sus dulces hijos

en la noche que oculta las cosas,

por ver las rostros deseados y por hallar comida de que hartarlos, cuando graves labores le son gratos,

previene el tiempo en su suelta rama, y con ardiente afecto al Sol aguarda,

fijo al alba mirando a que nazca;

así mi dama erguida estaba y atenta, del cielo mirando al área donde el Sol menos prisa gana;

de modo que, viéndola en suspenso y alerta,

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híceme como quien deseando otra cosa querría, y esperando se calma.

Mas poco fue entre uno y otro cuando,

entre mi atender, digo, y mi ver el cielo venir más y más aclarando.

Y Beatriz señaló: He aquí la hueste del triunfo de Cristo y todo el fruto

que se coge del girar de estas esferas.

Me pareció que su rostro ardía entero, y los ojos tan plenos de alegría tenía, que obligado quedéme sin palabras.

Como en los plenilunios serenos Trivia ríe entre eternas ninfas

que tiñen el cielo en todos sus senos,

vi yo sobre miles de lucernas un sol que a todas encendía,

como el nuestro a las estrellas;

y por la viva luz trasparecía la luciente sustancia tan clara

en mi rostro, que no la sostenía.

¡Oh Beatriz, dulce y cara guía! Y me dijo: Lo que te supera

es virtud de la cual no hay reparo.

Aquí está la sabiduría y la potencia que abre el camino entre cielo y tierra,

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camino que ya sostuvo tan larga espera.

Como fuego que de nube se descarga de tanto dilatarse que no cabe,

y contra su natura a la tierra cae,

así mi mente entre aquellas viandas engrandecida, salió de sí misma y en qué se transformó no supe.

Abre los ojos y mira cuál soy yo: has visto cosas que te han hecho

fuerte a sostener mi sonrisa.

Estaba yo como quien resiente la visión olvidada y se ingenia en vano por traerla a la mente,

cuando oí esta promesa, digna

de tal gratitud, pues no muere nunca del libro que el pretérito consigna.

Si ahora sonasen todas las lenguas

que Polimnia y sus hermanas hicieron con su leche dulcísimo más pingües,

por ayudarme, a un milésimo de lo cierto no llegarían, cantando la sonrisa santa

y cuánto el santo rostro hacía mero.

Y así, describiendo el paraíso, ha de ir saltando el sacro poema,

como hombre que halla trunco el camino;

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mas quien pensase el ponderoso tema y el hombro mortal que lo trasporta,

no reprochará que bajo el peso tiemble.

No es travesía para pequeña barca cuya va hendiendo la audaz proa,

ni de marinero que a sí mismo absuelva.

¿Por qué mi rostro así te enamora, que no te vuelves al jardín bello que a los rayos de Cristo aflora?

Allí está la rosa en la que el divino verbo

carne se hizo; allí están los lirios a cuyo aroma se descubre el buen camino.

Así Beatriz; y yo, que a sus consejos

estaba pronto por entero, una vez más me rendí a la batalla de las tiernas pestañas.

Como al rayo del Sol, que puro pasa por rasgada nube, un prado florido

vieron, cubierto de sombra, mis ojos;

vi yo así mayor turba de esplendores fulgurados de lo alto por ardientes rayos,

sin percibir la fuente de sus fulgores.

¡Oh benigna virtud que así los estampas, arriba te fuiste, por dejar espacio

a los ojos que allí no te eran potentes!

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El nombre de la bella flor que siempre invoco mañana y tarde, atrajo a mi alma toda a que el mayor fuego mirara;

y no bien ambas mis luces me pintaron

el cual y el cuanto de la viva estrella que allá arriba vence, como venció aquí abajo,

por entre el cielo descendió una llamarada,

formando un círculo a guisa de corona, y la ciñó y giró en torno de ella.

La melodía que más dulce suena

aquí abajo, y más a sí el alma tira, sería como nube que hendida truena,

comparada con el sonar de aquella lira,

que coronaba el zafiro bello del cual el cielo más claro se enzafira.

Yo soy el amor angélico que giro

la alta alegría que brota del vientre que fue albergue de nuestro suspiro,

y giraré, ¡oh dueña del cielo!, mientras

seguirás a tu hijo, y hagas brillar más la suprema esfera porque allí vivas.

Así la circulada melodía ponía su sello, y las demás luces todas resonaban el nombre de María.

El real manto de todos los volúmenes

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del mundo, que más hierve y más se aviva del hálito de Dios y de sus atributos,

sobre nosotros tenía la entera orilla

tan distante, que su apariencia, allí donde yo estaba, aún no aparecía;

porque no eran mis ojos tan potentes

para seguir la coronada llama que se elevó detrás de su simiente.

Y como infante que a la mama

tiende los brazos, luego de tomar la leche, por el alma que hacia afuera se inflama;

cada uno de estos candores se alzó

con su llama, de modo que el gran afecto que tenían por María me fue patente.

Allí permanecieron en mi presencia,

”Regina celi” cantando tan dulcemente que nunca de mí se alejó el deleite.

¡Oh cuánta es la abundancia que se acopia en aquellas riquísimas arcas, que fueran de sembrar aquí abajo buen sembradío!

Aquí se vive y goza del tesoro

que se ganó llorando en el exilio de Babilonia, donde se dejó el oro.

Aquí triunfa, bajo el alto hijo

de Dios y de María, su victoria,

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y con el antiguo y el nuevo concilio,

el que tiene las llaves de tal gloria.

Canto XXIV

¡Oh electa compañía de la gran cena del bendito Cordero, el cual os alimenta

tanto que vuestra voluntad siempre está plena,

si por gracia de Dios éste preliba de lo que cae de vuestra mesa,

antes que el tiempo muerte le prescriba,

atended a la ternura inmensa, y dadle un poco del rocío; vos bebéis siempre de la fuente de la que mana lo que él piensa.

Así Beatriz; y aquellas ánimas alegres

se cambiaron en esferas sobre fijos polos, llameando fuerte, a guisa de cometas.

Y como las ruedas que el reloj acuerdan

giran de modo que la primera al que repara quieta parece, mientras que la otra vuela;

así aquellas rondas, diferente

mente danzando, de su riqueza veloces y lentas me daban prueba.

De una de ellas que noté de más belleza

brotar vi un tan feliz fuego, que claridad mayor ningún otro diera;

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y tres veces en torno de Beatriz

volvióse con una canto tan divino, que mi fantasía no me lo redice.

Pero salta la pluma y no lo escribo,

que nuestra imaginación en tales pliegues no sólo el habla, excede de color vivo.

¡Oh santa hermana mía, que así me ruegas

devota, por tu ardiente afecto que de aquella bella esfera me desligue!

Luego, aquietado, el fuego bendito

a mi dama dirigió su aliento que parloteó como lo he dicho.

Y ella: ¡Oh luz eterna del gran varón a quien nuestro Señor dejó las llaves

que llevó abajo, de este gozo admirable,

tienta a este los puntos leves y graves, como te plazca, en torno de la fe,

por la que tú sobre el mar marchaste!

Si bien él ama y bien espera y cree, no se te oculta, porque la vista tienes allí

donde toda cosa representada se ve;

mas porque este reino ha hecho civiles por la verdadera fe, para gloriarla,

a hablar de ella es bueno que el arribe.

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Así como el bachiller se arma y no habla, hasta que el maestro la cuestión propone,

para aprobarla, no por terminarla,

así me armaba yo de toda razón, mientras ella hablaba, para estar dispuesto

a tal cuestor, y a tal profesión.

Di, buen cristiano, hazte patente: ¿qué es la fe? Entonces alcé la frente

a la luz de donde aquello brotaba;

volvíme luego a Beatriz, y ella pronta señal me dio para que expandiera

el agua afuera de mi interna fuente.

La gracia que me da que me confiese, comencé, al alto primopilo,

haga que mis conceptos bien exprese.

Y seguí: Como al respecto el veraz estilo de tu caro hermano escribió,

que contigo a Roma puso en el buen hilo,

fe es sustancia de las cosas esperadas, y argumento de las que no aparecen;

y esta es la que me parece su quiddidad.

Entonces oí: Derechamente sientes, si bien entiendes porqué la puso

entre las sustancias, y luego entre los argumentos.

Y yo a seguir: Las profundas cosas

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que me alargan aquí su presencia, a los ojos de allá abajo están tan escondidas,

que su existencia está en la sola creencia,

sobre la que se funda la alta espera; y por eso de sustancia toma inteligencia.

Y de esta creencia es necesario silogizar, sin buscar otra salida; porque valor de argumento tiene.

Entonces oí: Si todo lo que se conquista

allá para la doctrina, fuera así entendido, no tendría espacio el ingenio del sofista.

Así salió de aquel amor ardiente;

y agregó: Asaz bien apreciada de la moneda la liga fue y el peso;

mas dime si la tienes en tu bolsa.

Y yo: Sí, la tengo, tan lúcida y redonda, que de su cuño no hay duda ninguna.

Luego salió de la luz profunda

que le esplendía: Este cara gema, sobre la que toda virtud se funda,

¿de dónde te viene?. Y yo: La larga lluvia

del Espíritu Santo, que se difunde en los viejos y en los nuevos cueros,

es silogismo que lo concluye

tan agudamente, que en su contra

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toda demostración parece obtusa.

Oí después: La antigua y la nueva proposición que así para ti concluye,

¿porqué la piensas divina elocuencia?

Y yo: La prueba que mi visión despeja son las obras siguientes, pues la natura

no calienta nunca hierro ni bate yunque.

Me respondieron: Di ¿quién te asegura que existieron las obras? Aquello mismo que quiere probarse, no otro, te lo jura.

Si el mundo volvióse al cristianismo, dije yo, sin milagros, es que él es uno

tal, que los demás un céntimo no valen;

porque tú entraste pobre y ayuno en el campo, a sembrar la planta buena,

que fue ya viña, y ahora se ha hecho espino.

Después de esto, la alta corte santa resonó por las esferas un: A Dios loamos, con la melodía que allá arriba se canta.

Y aquel varón que así de ramo en ramo,

examinando, ya llevado me había, que a la última fronda llegamos,

recomenzó: La Gracia que ronda

con tu mente, te abrió la boca tanto como abrir se debía,

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así que yo apruebo lo que salió afuera;

mas ahora hace falta expresar lo que crees, y de dónde se originó tu creencia.

¡Oh padre santo, y espíritu que ves

lo que creíste tanto que venciste hacia el sepulcro a más jóvenes pies!,

comencé yo, quieres que manifieste

ahora la forma del solícito creer mío, y también la causa de ello pediste.

Y yo respondo: Creo en un Dios

solo y eterno, que todo el cielo mueve, no movido, con amor y con deseo.

Y a tal creer no tengo las solas pruebas

físicas o metafísicas, más me las da también la verdad que aquí nos llueve

por Moisés, por los profetas y los salmos,

por el Evangelio y lo que tú escribiste cuando el ardiente Espíritu te hizo grande.

Y creo en tres personas eternas, y ellas

creo ser una esencia tan una y tan trina, que a la vez admitieran son y es.

De la profunda condición divina

que ahora toco, la mente me ha sellado muchas veces la evangélica doctrina.

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Este es el principio, y tal la chispa que luego se dilata en vivaz llama,

y como estrella del cielo en mi brilla.

Como el amo escuchando lo que le agrada abraza al siervo, gratificado

por la nueva, cuando el otro calla;

así, bendiciéndome cantando, tres veces me ciñó, así que me hube callado,

la apostólica luz, a cuyo comando

yo había hablado;¡tanto mi respuesta plugo!

Canto XXV

Si fuera alguna vez que el poema sacro al que tanto ha echado mano cielo y tierra,

que me ha hecho por más años magro,

triunfe de la crueldad que fuera me aparta del bello redil donde dormí cordero,

enemigo de los lobos que le dan guerra;

con otro voz ahora, con otro vellón retornaré poeta, y sobre la fuente

de mi bautismo tomaré la corona de laureles;

porque en la fe, que hace familiares de Dios a las almas, allí entré yo, y luego

Pedro por ella así me rodeó la frente.

Entonces se movió una luz hacia nosotros

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de aquella esfera de donde salió la primicia que de sus vicarios dejó Cristo;

y mi dama, llena de alegría

me dijo: Mira, mira; aquí el varón por quien allá abajo Galicia se visita.

Así como cuando la paloma se posa

junto a su compaña, y una a otra su afecto demuestran, girando y murmurando;

así vi yo a uno de los otros grandes

príncipes gloriosos ser recibido, el alimento que los nutre allá arriba alabando.

Mas luego del gratular concluido,

coram me cada uno púsose en silencio, tan fulgurantes que a mi rostro vencían.

Riendo entonces Beatriz dijo:

Ínclita vida, por quien la largueza de nuestra basílica quedó escrita,

haz resonar la esperanza en esta altura:

tú lo sabes, que tantas veces la has figurado, cuantas Jesús a los tres mostró más gentileza.

Alza la testa y haz que te asegures;

que lo que aquí viene del mortal mundo, es preciso que bajo nuestros rayos madure.

Este consuelo del fuego segundo

me vino; por donde alcé a los montes los ojos,

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que antes se abatieran por el mucho peso.

Porque por gracia quiere que te enfrentes nuestro emperador, antes de la muerte, en el aula más secreta con sus condes,

de modo que, visto el buen ver de esta corte, la esperanza, que allá abajo tanto enamora,

en ti y en otros de ella confortes,

di lo que ella es, y como decora tu mente, y de donde a ti viene.

Así siguió entonces la segunda lumbre.

Y aquella pía que guió las plumas de mis alas para tan alto vuelo, de la respuesta así la previno:

La Iglesia militante no tiene mejor hijo con mayor esperanza, como está escrito en el Sol que irradia a nuestro rebaño;

porque se la ha concedido que de Egipto

venga a Jerusalén para ver, antes que su combatir le sea prescrito.

Los otros dos puntos, que no para saber son demandados, mas para que informe

cuanto esta virtud te place,

a él los dejo; que no le serán rudos ni para jactancia; y que él a ello responda,

y que la gracia de Dios se lo consienta.

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Como discípulo que a doctor secunda, pronto y ganoso en lo que es experto,

para que su bondad se manifieste,

Esperanza, dije yo, es un aguardar certero de la gloria futura, que produce

la gracia divina y los méritos previos.

De muchas estrellas me viene esta lumbre; mas quien la destiló en mi corazón primero

fue el supremo cantor del conductor supremo.

Esperen en ti, en su salmodia divina dice, los que saben tu nombre:

¿y quién no lo sabe que no tenga la fe mía?

Tú me instilaste con el instilar de tu epístola luego; de modo que estoy lleno

y en otros tu lluvia lluevo de nuevo.

Mientras hablaba, adentro del vivo seno de aquel incendio tremolaba un esplendor

como relámpago súbito y frecuente.

Entonces respiró: El amor por el que ardo todavía de la virtud que me siguió

hasta la palma y hasta salir del campo,

quiere que vuelva a ti que te deleitas con ella; y tengo por grato que me digas

lo que la esperanza te promete.

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Y yo: Las nuevas escrituras y las antiguas ponen la meta, y me la indican,

de las almas que de Dios se han hecho amigas.

Dice Isaías que cada una vestida será en su tierra de doble veste;

y su tierra es esta dulce vida.

Y tu hermano de mucho más clara forma, allí donde de las estolas blancas habla,

esta revelación nos manifiesta.

Y antes, casi al fin de estas palabras, Sperent in te arriba se escuchaba;

a lo que todas las rondas respondieron.

Luego entre ellas una luz esclarecía tanto que si el Cáncer tuviera un tal cristal el invierno tendría un mes de un solo día.

Y como se alza y va y entra en baile una virgen alegre, sólo para honrar

a la esposa nueva, y no por desconcierto,

así vi yo al insigne esplendor venir a los dos que al ritmo danzaban

como a su ardiente amor correspondía.

Agregóse allí al canto y a la ronda; y mi dama en ellos fija la mirada como esposa inmóvil y silenciosa.

Este es aquel que reposó sobre el pecho

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de nuestro pelícano, y este fue de lo alto de la cruz al grande oficio electo.

Así mi dama; mas no por ello sin embargo

movió la vista de seguir atenta después de decir estas palabras.

Como el que contempla y se ingenia de ver cómo eclipsa el Sol un poco,

que por verlo, no vidente queda,

así quedé yo ante aquel último fuego, mientras se decía: ¿Por qué te ciegas

por ver cosa que aquí no cabe?

En la tierra es tierra mi cuerpo, y estará tanto con los otros, hasta que nuestro número

con el eterno propósito se iguale.

Con las dos estolas en el claustro beato sólo están las dos luces que subieron; y esto informarás al mundo vuestro.

A esta voz el inflamado girar

se aquietó y con él el dulce concierto que se hacía al son del triple respiro,

a la manera como, por evitar fatiga o peligro,

los remos, que antes el agua azotaban, se detienen todos al sonar de un silbo.

¡Ah cuánto quedó mi mente turbada

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cuando volviéndome por ver a Beatriz no pude verla, bien que estuviera

cerca de ella, y en el mundo feliz!

Canto XXVI

Mientras dudaba yo por la visión perdida,

de la fúlgida llama que la apagara salió un aliento que mi atención atrajo,

diciendo: En tanto recuperas

la visión que mirándome has perdido, bueno es que conversando te compense.

Comienza pues; y di a donde apunta

tu alma, y haz de cuenta que en ti la vista está confusa, pero no difunta;

porque la dama que por esta divina

región te conduce, en la mirada tiene el poder que la mano tuvo de Ananías.

Yo dije: A su placer, temprano o tarde,

venga remedio a los ojos que fueron puertas cuando ella entró con el fuego del que siempre ardo.

El bien que hace feliz a esta corte,

Alfa y Omega es de cuanta escritura me dicta Amor, ya leve, ya fuertemente.

Aquella misma voz que de pavura

me había librado del súbito deslumbre,

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de razonar más me dio la cura,

y dijo: De verdad en más angosta criba has de aclararte: has de decirme quién dirigió a tal blanco tu arco.

Y yo: Por filosóficos argumentos

y por la autoridad que aquí desciende tal amor es necesario que en mi se selle;

que el bien, en cuanto bien, de conocido,

enciende amor, y tanto más cuanto más bondad en sí comprende.

Por tanto a la esencia que tiene tanta ventaja

que todo bien que fuera de ella existe nada es sino un destello de su rayo,

importa que a ella se mueva, más que a otra, amando, la mente de todo el que discierne

la verdad en que se funda esta prueba.

Tal verdad a mi intelecto declara aquel que me demuestra el primer amor

de todas las substancias sempiternas.

Decláralo la voz del veraz autor, que dijo a Moisés, de sí hablando:

Yo te haré ver todo valor.

Decláraslo tú también, comenzando el alto anuncio que grita el arcano

de aquí en el mundo, mejor que ningún otro bando.

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Y oí: Por intelecto humano

y por autoridad a él conforme de tus amores reserva a Dios el soberano.

Mas dime aún si sientes otras cuerdas

que a él te tiren, de modo que me suenes con cuántos dientes este amor te muerde.

No se me ocultó la santa intención

del águila de Cristo, mas bien comprendí a dónde quería llevar mi confesión.

Entonces comencé: todos los mordiscos que pueden forzar al corazón que a Dios

se vuelva, a mi caridad concurren;

porque el ser del mundo y el ser mío, la muerte que Él sostuvo para que yo viva,

y lo que todo fiel como yo espera,

con el dicho conocimiento vivo, arrancado me han del mar del amor torcido,

y del derecho me han puesto en la orilla.

El follaje del que se enrama todo el huerto del hortelano eterno, amo yo tanto

cuanto en ellos de bien Dios ha puesto.

En cuanto callé, un dulcísimo canto resonó en el cielo, y mi dama

con los demás decía: ¡Santo, santo, santo!

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Y como por luz penetrante se desueña

por causa del espíritu visivo que atiende al fulgor que va de una a otra membrana,

y el despertado lo que ve aborrece,

tan necia es la súbita vigilia hasta que la estimativa no lo auxilia;

así de mi ojos toda minucia

ahuyentó Beatriz con el rayo de los suyos, que fulgía a más de mil millas:

por donde luego mejor que antes veía;

y casi estupefacto pregunté quién era la cuarta luz que entre nosotros había.

Y mi dama: Dentro de aquel rayo

contempla a su hacedor el alma primera que la primera virtud haya creado nunca.

Como el árbol que la cima inclina al paso del viento y luego se yerge

por la propia virtud que la sublima,

así fui yo, en tanto ella decía, aturdido, y luego recompuse seguro

un deseo de hablar que en mi pecho ardía.

Y comencé: ¡Oh único fruto que ya maduro creado fuiste! ¡Oh padre antiguo

de quien toda esposa es hija y nuera,

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devoto cuanto puedo te suplico que me hables; tú conoces mi deseo, y por más pronto oírte, no lo digo.

A veces un animal en una manta se agita,

y su intento claramente manifiesta el movimiento que se nota en la envoltura;

de igual forma el alma primeva

me dejaba ver en la luz que la cubría cuánto complacerme quería.

Entonces alentó: Sin que lo hubieras dicho

tu voluntad mejor discierno que tú aquello de lo que estés más cierto;

porque la veo en el veraz espejo

que de sí reflejo hace de otras cosas, y de sí ninguna de ellas hace reflejo.

Quieres tú saber cuánto ha que Dios me puso

en el excelso jardín, donde Beatriz por tan larga escala te dispuso,

y cuánto fue amado por mis ojos,

y la verdadera razón del gran desdén, y el idioma que usé y que yo hice.

Pues bien, hijo mío, no fue el probar del árbol

la razón en sí de tanto exilio, mas solamente el traspasar el signo.

Por tanto de donde tu dama movió a Virgilio,

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cuatro mil trescientos y dos vueltas de Sol hube de desear este concilio;

y vi su arribo a todas las luces

de su camino novecientos treinta veces, estando yo en la tierra.

La lengua que yo hablaba estaba muerta

ya antes que a la obra inconsumable fuera la gente de Nemrod atenta;

porque jamás producto racional alguno,

por causa del deseo humano, que se renueva de acuerdo al cielo, fue nunca duradero.

Obra natural es que el hombre hable;

mas que sea de uno u otro modo, la naturaleza deja que lo hagáis, como os contenta.

Antes que descendiera a la infernal pena,

I se llamaba en la tierra el sumo bien del que viene la alegría que me circunda;

y El se llamó luego: y así conviene,

porque el uso de los mortales es como hoja en rama, que una se va y otra viene.

En el monte que más se alza de la onda, estuve yo, con vida pura y deshonesta,

de la primera hora a aquella que es segunda,

cuando el Sol muda cuadrante, a la hora sexta.

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Canto XXVII Noveno Cielo O Cielo Cristalino

Al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo, comenzó, ¡Gloria!, todo el paraíso,

tanto que me embriagaba el dulce canto.

Lo que yo veía era como una sonrisa del universo; porque mi ebriedad entraba por el oído y por la vista.

¡Oh gloria! ¡Oh inefable alegría!

¡Oh vida íntegra de amor y de paz! ¡Oh sin envidia segura riqueza!

Ante mis ojos las cuatro hachas

ardían, y aquella que primero vino comenzó a ponerse más vivaz,

y tal en su apariencia devino, que se diría Jove, si él y Marte fueran aves y trocaran plumas.

La providencia que aquí comparte

carga y oficio, en el beato coro impuesto había silencio en todas partes,

cuando oí: Si me cambio de color,

no te maravilles, porque, diciéndolo yo, verás cambiar de color a todos estos.

Aquel que en tierra usurpa el puesto mío,

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mi puesto, mi puesto, vacante en la presencia del Hijo de Dios,

ha hecho de mi cementerio una cloaca

de sangre y pestilencia; de modo que el perverso que de aquí arriba cayó, allá abajo se deleita.

Del color que por el Sol opuesto

de tarde píntase la nube y de mañana, vi entonces todo el cielo cubierto.

Y como honesta mujer que de sí segura

se guarda, y ante las faltas ajenas, de no más oírlas, tímida queda,

así Beatriz cambió semblante;

y tal eclipse creo que hubo en cielo cuando padeció la suprema potencia.

Luego siguieron sus palabras con voz tan de sí trastocada,

que ya no mudó más su semblante:

No fue la esposa de Cristo alimentada con mi sangre, ni de Lino ni de Cleto, para que en comprar oro fuera usada;

sino para adquirir este vivir alegre,

y Sixto y Pío y Calixto y Urbano esparcieron su sangre tras mucho llanto.

No fue nuestra intención que a la derecha

de nuestro sucesor parte estuviera

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y a la izquierda parte del pueblo cristiano;

ni que las llaves que concedidas me fueron pasaran a ser emblemas en la bandera

que contra bautizados combatiera;

ni que yo fuera la imagen del sello de los privilegios veniales y mendaces.

que tanto me irritan y me afrentan.

En ropas de pastor lobos rapaces se ven de aquí arriba en cada prado:

¡Oh justicia de Dios, porqué aún yaces?

De nuestro sangre Cahórs y Gascuña se preparan a beber; ¡oh buen principio! ¿a qué vil fin ha de ser que sucumbas?

Mas la alta Providencia que con Escipión defendió en Roma la gloria del mundo,

auxiliará pronto, como imagino.

Y tú, hijito, que por mortal peso retornarás abajo todavía, abre la boca, y no escondas lo que yo no escondo.

Así como de helados vapores llueve

abajo el aire nuestro, cuando el cuerno de la cabra del cielo con el Sol se toca;

así vi yo hacia arriba el éter adornarse,

y copos volar de vapores triunfantes que aquí se habían demorado con nosotros.

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Mi mirada seguía sus semblantes

y los siguió hasta que el espacio, por lo mucho, me pidió de traspasar más adelante.

Entonces la dama, que me vio absorto

a la altura atento, me dijo: Abate el rostro, y advierte cuánto has girado.

De la hora que había antes mirado,

me vi que había recorrido todo el arco que del medio al fin forma el primer clima:

de modo que yo veía más allá de Cádiz el paso loco de Ulises, y hacia acá cerca de la orilla

donde se hizo Europa dulce carga.

Y aún más me sería descubierto el sitio de este globito; pero el Sol me precedía

bajo mis pies un signo y más proseguido.

La mente enamorada, que galanteaba a mi dama siempre, de retornar

a ella los ojos más que nunca ardía,

y si la natura o el arte fueran pastura de ganar la vista, por cautivar la mente. ya en carne humana ya en la pintura,

todas juntas, nada serían

ante el placer divino que en mí fulgía, cuando volvíme a su rostro riente.

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Y la virtud que su mirada me concedió, del bello nido de Leda me apartó, y al velocísimo cielo me impulsó.

Cuyas vivísimas partes tan excelsas y uniformes son, que no puedo decir qué lugar para mí escogió Beatriz.

Mas quien mi deseo veía,

comenzó, riendo tan alegre, que Dios en su rostro gozar parecía:

La naturaleza del mundo, que quieta

en medio está y todo el resto en torno mueve, aquí comienza como en su meta.

Y este cielo no tienen otro donde

que la mente divina, en la que se inflama el amor que lo impulsa y la virtud que le llueve.

Luz y amor de un círculo que lo comprende

así como él a los otros; y aquel cinto que lo ciñe sólo él lo entiende,

No es su movimiento de otro distinto; mas los otros son medidos por este,

como el diez por el medio y el quinto.

Y cómo el tiempo posea en tal tiesto sus raíces y en los otros las frondas,

nunca te podrá ser manifiesto.

¡Oh ambición que a los hombres afonda

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abajo tanto, que ninguno tiene el poder de sustraer los ojos fuera de tus ondas!

Bien florece en los hombres el querer;

mas la lluvia continua convierte en podredumbre las ciruelas veras.

Fe e inocencia se encuentran

sólo en los niños; pues ambas huyen antes que el vello las mejillas cubra.

Tal hay que aún balbuciendo ayuna, y luego devora, con la lengua suelta, cualquier vianda bajo cualquier luna.

Y tal, balbuciendo, ama y escucha

a su madre, que, con el habla entera, luego, desearía verla sepulta.

Así se hace la piel blanca negra

en el rostro primero de la bella hija del quien la mañana trae y deja la puesta.

Tú, para que no te inventes maravillas,

piensa que la tierra no tiene quien gobierne, y entonces se desvía toda la familia.

Mas antes que Enero salga del invierno,

por la descuidada centésima del día, radiarían tanto estos cercos supernos,

que la fortuna, que tanto se espera,

las popas pondrá a donde están las proas,

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y las naves marcharán derechas;

y a las flores seguirá el fruto verdadero.

Canto XXVIII

Luego que contra la presente vida de los míseros mortales, abrióme la verdad

la dama que mi mente emparaísa,

como quien en espejo de un candelero la llama ve detrás suyo alumbrada,

antes de verla o pensarla,

y se vuelve, para ver si el vidrio le habla cierto, y ve que concuerda

con la imagen, como canto con su metro;

así mi memoria recuerda que tal hice, mirando en los ojos bellos,

de los que Amor hizo, para pillarme, la cuerda.

Y así que vuelto me hube, y heridos fueron mis ojos por lo que en aquel volumen luce,

al fijar los ojos atentos a su giro,

vi allí una luz que radiaba desde un punto, tan intensa, que al rostro que la enfocaba

forzaba a cerrarse su poder agudo:

y una estrella que aquí parece tan poca, sería una luna, colocada a él junto,

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como estrella junto a estrella se coloca.

Tal vez tanto cuanto se ve vecino el halo que ciñe la luz que lo dibuja,

cuando el vapor que lleva es más denso,

así distante en torno al punto un cerco de fuego giraba tan vertiginoso, que habría vencido

el movimiento que más veloz al mundo ciñe:

y este era de otro circunscrito, y este del tercio, y luego el tercio del cuarto,

del quinto el cuarto, y luego del sexto el quinto.

Encima sigue el séptimo tan disperso en anchura que el correo de Juno

a contenerlo por entero sería estrecho.

Así el octavo y el noveno; y cada uno más lento se movía, conforme era su número más distante del uno:

y tenía la llama más sincera

el que menos distaba de la chispa pura, creo, puesto que más a él se acerca.

Mi dama que me veía ocupado

tan en suspenso, dijo: De aquel punto depende el cielo y toda la natura.

Mira aquel círculo que más le está junto;

y sabe que su moverse es así de raudo por el inflamado amor que lo insta.

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Y yo a ella: Si estuviera el mundo dispuesto

con el orden que veo en estas ruedas, saciado estaría con lo que me has propuesto;

pero en el mundo sensible se pueden

ver las vueltas tanto más divinas cuanto más están remotas del centro.

Por donde si mi deseo debe alcanzar fin

en este admirable y angélico templo, que sólo amor y luz tiene por linde,

necesito escuchar cómo el ejemplo

y el ejemplar no van del mismo modo; que yo por mi en vano en esto atiendo.

Si tus dichos no son para tal nudo

suficientes, no es maravilla; ¡tanto, para que no lo intentes, es duro!

Así mi dama; luego dijo: Toma

lo que te diré, si quieres saciarte, y en torno a ello te agudiza.

Los círculos corpóreos amplios son o estrechos

según que en más o en menos la virtud se difunde por sus partes todas.

Mayor bondad promete dar mayor salud;

mayor salud en mayor cuerpo cabe, si perfectas por igual tiene sus partes.

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Por tanto este que enteramente arrastra consigo al otro universo, corresponde

al círculo que más ama y que más sabe;

para que, si tú a la virtud conformas tu medida, no a la apariencia

de las substancias que ves redondas,

verás una admirable secuencia de mayor a más y de menor a menos,

en cada cielo, de su inteligencia.

Como espléndido queda y sereno el hemisferio del aire, cuando sopla

Bóreas de su más suave mejilla,

por quien se purga y disuelve la escoria que antes turbaba, de modo que el cielo ría

por la belleza de sus áreas todas;

así yo luego que me proveyó mi dama de su responder claro,

como estrella en el cielo la verdad se vio.

Y luego que sus palabras terminaron, a la manera como centella el hierro

cuando hierve, así los aros centellaron.

A este incendio cada chispa lo imitaba; que eran tantas, que más millares cifraban

que los escaques cuando se duplican.

Oía yo cantar hosanna de coro en coro

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al punto fijo que los tiene en su puesto, y los tendrá siempre, donde siempre fueron.

Y aquella que veía las dudas

de mi mente, dijo: Los círculos primeros te mostraron Serafines y Querubes.

A sus enlaces tan veloces siguen

a fin de asemejarse al punto cuanto pueden; y pueden cuanto a mirar son más sublimes.

Aquellos otros amores que les van en torno

se llaman Tronos del divino rostro, son los que terminan el primer ternario.

Y has de saber que todos gozan deleite,

cuanto su mirada se aprofunda en la verdad donde se aquieta todo intelecto.

Aquí se puede ver como se funda

el ser beato en el acto de ver, no en el de amar, que luego secunda;

y la medida del ver es lo que se merece, que alumbra la gracia y el buen querer:

así de grado en grado se procede.

El otro ternario, que así germina en esta primavera sempiterna

que el nocturno Aries no despoja,

perpetuamente hosanna invierna con tres melodías, que suenan en tres

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órdenes de alegría en que se enterna.

En esa alegría están las otras diosas: primero Dominaciones, y luego Virtudes;

el tercer orden de las Potestades es.

Luego en los dos penúltimos júbilos Principados y Arcángeles giran;

el último es todo de los Angélicos festejos.

Todos estos órdenes hacia arriba miran, y al inferior superan, de modo que hacia Dios

todos están siendo tirados y todos tiran.

Y con tanto deseo Dionisio a contemplar estos órdenes se puso,

que los nombró y distinguió como yo dije.

Mas luego Gregorio se alejó de él; pero, tan pronto como abrió los ojos

en este cielo, rióse de sí mismo.

Y si expresó tan gran secreto verdadero un mortal en la tierra, no te admires;

que quien lo vio aquí arriba se lo descubrió

con otras cosas muy veraces de estos giros.

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Canto XXIX

Cuando ambos hijos de Latona

a cobijo del Carnero y de la Libra, juntos forman con el horizonte una zona,

cuanto dura el punto que el cenit iguala, hasta que el uno y el otro de aquella cinta

cambiando de hemisferio, se liberan,

otro tanto, con el rostro de sonrisa tinto, calló Beatriz, fijamente observando

el punto que me había vencido.

Luego empezó: Digo y no demando, lo que tú quieres oír, porque lo he visto

allá donde se afirma todo donde y todo cuando.

No para lograrse bienes adquiridos que no es posible, mas para que su esplendor

pudiese, resplandeciendo, decir Subsisto,

en su eternidad fuera del tiempo, fuera de todo comprender, como le plugo, se abrió en nuevos amores el amor eterno.

Ni cuasi entorpecido, antes holgaba; ya que ni antes ni después procedía

el discurrir de Dios sobres esta aguas.

Forma y materia, conjuntas y puras, salieron al ser que no tenía falla

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como de un arco tricorde tres saetas.

Y como en vidrio, en ámbar o en cristal un rayo brilla de forma que del venir

al llegar ser no hay intervalo,

así el triforme efecto de su sire irradió en el ser a la vez entero

sin distinción de primacías.

Concreada fue la solidez y el orden de la sustancia; fueron cima del mundo, aquellas que hechas son de acto puro;

sólo potencia tiene la más baja parte;

y en el medio se estrechan potencia y acto con tal liga, que ya nunca se desligan.

Jerónimo os escribió trazos largos sobre los ángeles creados siglos

antes que el otro mundo fuese formado;

mas esta verdad está escrita en muchos lados por los escribas del Espíritu Santo

y tú lo advertirás si miras con cuidado:

y aún la razón lo percibe algún cuanto, pues no aceptaría que tales motores sin su perfección estuvieran tanto.

Ahora sabes dónde y cuándo estos amores

fueron creados y cómo; de modo que extintos en tu deseo están ya tres ardores.

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Ni llegaríase, contando, a veinte

tan pronto, cómo de los ángeles una parte turbó la materia de vuestros elementos:

la otra quedó aquí, y comenzó este arte

que tu disciernes, con deleite tanto que de circuir no se sale nunca.

Principio del caer fue el maldito

soberbio aquel, que viste por todo la carga del mundo oprimido.

Aquellos que ves aquí que fueron modestos

a reconocer a la bondad que los había hecho a tanto entender prestos;

porque la visión de ellos fue exaltada

con gracia iluminante y por sus méritos de modo que tienen firme y plena voluntad.

Y no quiero de dudes, más que estés cierto,

que recibir la gracia es meritorio conforme a cómo el afecto le es abierto.

En adelante en torno a este consistorio

puedes contemplar mucho, si mis palabras son recogidas sin ayuda ninguna.

Mas porque en la tierra en vuestras escuelas

se lee que la angélica natura es tal, que entiende, recuerda y quiere,

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diré aún, para que veas pura la verdad que abajo se confunde

equivocándose con esa tal lectura.

Estas substancias, después de ser jocundas ante la cara de Dios, no apartaron la vista

de ella, de la que nada se esconde;

pues no tienen la vista interceptada por otro objeto, y entonces no necesitan de la memoria por concepto dividido.

Así pues allá abajo, sin dormir, se sueña, creyendo y no creyendo decir lo cierto;

mas en el uno hay más culpa y más vergüenza.

Vosotros no marcháis por un solo sendero filosofando; ¡tanto os transporta

el amor y el desvelo de apariencia!

Y ello aquí arriba aún se soporta con menos desdén, que cuando se relega

la divina escritura o se la tuerce.

No pensáis cuánta sangre cuesta sembrarla en el mundo, y cuánto place quien humildemente a ella se acerca.

Por aparentar cada uno se ingenia y hace

sus inventos; y las escrituras descuida quien predica, y el Evangelio se calla.

Uno dice que la Luna retrocedió

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en la pasión de Cristo y se interpuso: para que la luz del Sol no viniera:

otro miente que la luz se escondió

por sí misma; pero tanto los Hispanos, los Indios y los Judíos, tal eclipse vieron.

No hay en Florencia tantos Lapos y Bindos

cuantas de tales fábulas por año en púlpito se gritan allá y aquí;

de modo que las ovejillas, que no saben,

vuelven del pasto pastadas de viento, y no los excusa que no perciban el daño.

No dijo Cristo a su primer convento:

Id y predicad al mundo patrañas; mas les dio veraz fundamento;

que resonó tanto en sus bocas

que en su lucha por arder la fe, del Evangelio hicieron escudo y lanza.

Ahora van con argucias y bufonadas a predicar, y aunque bien la gente ría,

ínflase la capucha, y no se busca otra cosa.

Mas en la punta del capuz un tal pájaro anida, que si el público lo viera, cuenta se daría

del valor del perdón que les promete;

por lo que tanta necedad creció en la tierra pues, sin la prueba de testimonio alguno,

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tras cada promesa todos van corriendo.

De aquí engorda el puerco de san Antonio y aún otros que son aún más puercos,

y que pagan con moneda sin cuño.

Mas porque la digresión ha sido demasiada, tornemos la mirada a la correcta senda, de forma de abreviar tiempo y camino.

Esta natura tanto asciende por las gradas

en número, que nunca hubo palabra ni concepto mortal que a tanto vaya;

y se atiendes a lo que se revela

por Daniel, verás que en sus millares determinado número se cela.

La luz primera, que la ilumina entera, de tantos modos en ella es aceptada,

cuantos son los esplendores que acompaña:

por donde, como al acto que concibe sigue el efecto, al amor de la dulzura

sigue en ella fervor diverso y templanza.

Considera entonces la excelsitud y la largueza del eterno valor, puesto que tantos

espejos se ha hecho en que se espeja,

uno en si permaneciendo como antes.

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Canto XXX Cielo Empíreo - La Rosa Eterna

Visión De Todo El Paraíso

Tal vez a seis mil millas de nos lejana hierve la sexta hora, y este mundo

inclina ya su sombra casi al lecho plano,

cuando el medio cielo, tan profundo, comienza a cambiarse tanto, que alguna estrella

allá su aparecer pierde en el fondo;

y en cuanto viene la clarísima sierva del Sol avanzando, entonces en el cielo una a una se apagan hasta la más bella.

No de otro modo el triunfo que festeja

siempre en torno del punto que me venció, como incluido en aquello que lo incluye,

de poco a poco de mi vista se extinguió;

por lo cual volví mis ojos a Beatriz pues ya nada veía y me obligaba el amor.

Si cuanto hasta aquí de ella se dijo encerrado fuera todo en una loa,

no podría ella cumplir su cometido.

La belleza que vi nos trasciende no sólo allá, y tanto que ciertamente creo que sólo su Hacedor la goza por entero.

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En este paso más vencido me concedo que lo fuera un autor de comedia

o de tragedia en el clímax de su tema;

pues, como el Sol a una flaca vista, así el recuerdo de la dulce sonrisa

agotaba mi mente por mí mismo ya vacía.

Desde el primer día que vi su rostro en esta vida, hasta llegar a esta vista,

de continuar mi canto no me vi privado,

pero ahora es necesario que desista de ir ya más tras su belleza, poetizando, como al cabo de sus fuerzas todo artista.

Así la dejo en manos de mayor bando

que el de mi tuba, que conduce la ardua su materia terminando,

y con acto y voz de expedito guía recomenzó: Hemos salido fuera

del mayor cuerpo al cielo que es luz pura:

luz intelectual, plena de amor; amor de verdadero bien, lleno de dicha;

dicha que trasciende toda dulzura.

Aquí verás a ambas milicias del paraíso, y a una con el mismo aspecto

en que la verás en la última justicia.

Como súbito relámpago que dispersa

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los espíritus visivos, tal que priva al ojo de ver más fuertes objetos,

así me circundó una luz viva, y dejóme cegado con tal velo su fulgor, que nada aparecía.

Siempre el amor que aquieta este cielo

con este saludo al que llega acoge a fin de disponer a su llama la candela.

Tan pronto hubieron llegado a mí estas breves palabras, comprendí

que había ascendido por encima de mis fuerzas;

y me reencendí en una visión nueva tal que de ninguna luz más pura que fuera no pudieran mis ojos defenderse de ella.

Y vi una luz viniendo como un río fúlgido de fulgor, entre dos riberas salpicadas de admirable primavera.

De la corriente brotaban centellas vivas, que de todas partes llovían en las flores,

como rubíes que el oro circunscribe;

luego, como embriagadas de olores sumergíanse en el admirable torbellino,

y la una se metía y la otra se salía afuera.

El gran deseo que ahora te inflama y urge, que te expliquen lo que estás viendo,

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tanto me place cuanto mayor insurge;

pero es preciso que de esta agua bebas antes de que tanta sed en ti se sacie. Así me dijo el sol de los ojos míos.

Y agregó todavía: El río y los topacios

que entran y salen y el sonreír de la hierba como sombra de las veras son prefacios;

no que estas mismas cosas en sí sean acerbas;

mas por defecto de tu parte porque tu visión no es aún tan soberbia.

No hay infante que tan súbito vuelva

su rostro a la leche, si despierta más tarde de lo que acostumbra,

como yo por mejorar los espejos

de mis ojos, inclinándome a la onda que se abre para que allí se prospere.

Y no bien de ella bebieron las cejas

de mis párpados, me pareció que la corriente en su dimensión se hacía redonda.

Luego, como gente enmascarada

que se ve distinta que antes si desviste la ajena figura que la esconde,

así se cambiaron en mayor fiesta

las flores y las centellas, en cuanto vi a ambas las cortes del cielo manifiestas.

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¡Oh esplendor de Dios por quien vi

el alto triunfo del veraz reino, dame la virtud de contarlo como lo vi!

Luz hay allá arriba que hace visible

al creador a toda criatura que de sólo verlo funda su paz.

Y se extiende en circular figura,

de tal tamaño que su circunferencia sería del Sol demasiado amplia cintura;

de rayos consiste toda su apariencia

que se reflejan en la cumbre del primer móvil, que obtiene de allí su vivir y su potencia.

Y como colina que en el agua sus laderas

espeja, como para verse bella, cuando de verdura y flores rebosa

así, sobre la luz y flotando en torno,

vi espejarse en mil graderías las almas todas que de nuestro mundo han hecho allí arriba su retorno.

Y si el ínfimo grado recoge

tan gran luz, ¡cuál será de esta rosa la magnitud de sus extremas frondas!

Mi visión en lo amplio y en la altura

no se perdía, mas de todas las cosas prendía el cuánto y el cuál de aquella alegría.

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Cerca y lejos, allí, ni pone ni quita; que donde Dios sin intermedios gobierna,

la ley natural no tiene cabida.

En el dorado centro de la rosa sempiterna, que se dilata y se escala y resuma

olor de loas al Sol de la eterna primavera,

como quien calla y hablar quiere, Beatriz me atrajo y dijo: ¡Mira

cuán grande es el convento de las estolas blancas!

¡Mira nuestra ciudad cuánto se extiende! ¡Mira nuestros escaños tan repletos,

que poca gente más se espera!

En esa gran sede en la que los ojos tienes por la corona que ya está allí puesta, antes que tú en estas nupcias cenes,

se sentará el alma, que ya fue augusta

del gran Enrique, que a enderezar Italia vendrá antes que ella esté dispuesta.

La ciega codicia que os enferma,

os ha hecho como el niño que muere de hambre y rechaza a la nodriza;

y hará que prefecto sea en el foro divino

un tal que en abierto y en cubierto no andará con él por un mismo camino.

Mas poco será luego por Dios soportado

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en el santo oficio: pues será arrojado allá donde Simón Mago está por sus méritos

y hará que el de Anagni caiga aún más hondo.

Canto XXXI

En forma, pues, de cándida rosa se mostraba la milicia santa,

que en su sangre Cristo la hizo esposa;

mas la otra, que volando ve y canta la gloria de aquel que la enamora

y la bondad que la hizo tanta,

como la escuadra de abejas a las flores llega y una y otra vez retorna

a donde su labor gana en sabores,

descendía en la gran flor que se adorna de hojas tantas, y de allí de nuevo salía hacia donde su amor siempre se aloja.

Entero sus rostros eran de llama viva, y las alas de oro, y el resto tan blanco,

que ninguna nieve hasta ese blanco arriba.

Descendiendo por la flor, de banco en banco trasmitían la paz y el ardor

que adquirían ventilando el flanco.

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Situados entre lo alto y la flor de tanta multitud volante

no impedían la visión y el esplendor;

pues la luz divina irrumpe según las dignidades en todo el universo,

de modo que obstarle nada puede.

De este seguro y gozoso reino, frecuentado de gente antigua y nueva,

el ojo y el amor apuntan en un solo blanco.

¡Oh trina luz que como única estrella centellando en los ojos así los calmas, mira aquí abajo la borrasca nuestra!

Si los bárbaros, viniendo de tales playas

donde día a día Hélice las cubre, quien junto al hijo amado siempre gira,

al ver Roma y sus arduas obras,

ante el Letrán atónitos quedaron, superior a todas las mortales cosas;

yo, que a lo divino de lo humano,

a la eternidad del tiempo había venido, y de Florencia a un pueblo justo y sano,

¿de qué estupor no debía estar colmado?

Ciertamente atónito y gozoso me placía no oír y quedar mudo.

Y como el peregrino se recrea

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el templo de su voto contemplando y espera al volver decir cómo era;

arriba por la luz viva paseando, rondaba mis ojos por los grados,

ya arriba, ya abajo, ya circulando.

Veía rostros a la caridad invitando, de ajena luz decorados y de la propia sonrisa,

y de actos de toda honestidad ornados.

La forma general del paraíso ya mi entera mirada había abarcado, sin quedarse aún en parte alguna fijo;

y volvíame con renovado deseo a preguntar a mi dama cosas

que a mi mente tenían suspendida.

Una buscaba y otro respondía: creía estar viendo a Beatriz, y vi un anciano

vestido como las demás gloriosas gentes.

Regaban sus ojos y sus mejillas benigna alegría, en actitud pía

como a un tierno padre conviene.

Y ¿dónde ella está? al punto dije. Y él: A completar tu deseo

sacóme Beatriz del sitio mío;

y si arriba miras al tercer giro del sumo grado, la reverás

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en el trono que sus méritos ganaron.

Sin responder alcé la vista y la vi en corona formada,

reflejando en ella los eternos rayos.

De la región que más alto truena el mortal ojo tanto no distara

en lo más profundo del mar siendo,

cuanto allí de Beatriz la vista mía; mas nada me perdía, porque su efigie a mi no descendía por mixta senda.

¡Oh señora en quien vive mi esperanza

y que por mi salud sufriste en el infierno tus pisadas dejando,

de tantas cosas que yo he visto,

de tu poder y de tu bondad reconozco la virtud y la gracia.

Tú me trajiste de siervo a libertad

por todas esas vías, por todas las maneras que para obrar tienes potestad.

Que tu magnificencia me custodie,

para que mi alma, que has hecho sana, placiéndote a ti del cuerpo se desate.

Así oré; y ella, tan lejana

como se veía, sonrió y miróme; luego retornó a la fontana eterna.

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Y el santo anciano: Para que colmes

perfectamente, dijo, tu camino, a lo que ruego y amor santo mandóme,

vuela los ojos por este jardín;

porque al verlo se avivará más tu mirada para trepar por el divino rayo.

Y la reina del cielo, de la que yo ardo todo de amor, nos dará toda gracia,

porque yo soy su fiel Bernardo.

Como quien tal vez de Croacia viene a ver la Verónica nuestra,

y por la antigua hambre no se sacia,

mas en su mente dice, mientras contempla: Señor mío Jesucristo, Dios veraz, ¿así era entonces tu semblanza?:

así estaba yo mirando la vivaz

caridad de aquel que en este mundo, contemplando, gustó de aquella paz.

Hijo de la gracia, este vivir gozoso,

comenzó él, no conocerás mientras los ojos fijes sólo aquí abajo en el fondo;

mas mira los círculos hasta el más remoto,

donde verás sentada a la reina de la cual este reino es súbdito y devoto.

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Yo alcé la vista; y como de mañana la región oriental del horizonte

supera a aquella donde el Sol declina,

así, como del valle andando al monte con los ojos, vi una parte en el extremo que vencía en luz a todo el otro frente.

Y como aquí donde se espera el timón que mal guió Faetón, más se inflama,

y en cambio acá y allá la luz se va perdiendo,

así aquella pacífica oriflama en el centro se avivaba, y en el resto en parejo tenor la llama moderaba.

Y en aquel centro, con las alas abiertas,

vi más de mil ángeles festejantes, cada uno distinto en fulgor y en arte.

Vi que a sus juegos y a sus cantos reía una belleza, que era alegría

en los ojos de todos los demás santos;

y si yo tuviera para el relato tanta riqueza cuanto imaginación, aún no osaría relatar en lo más mínimo su delicia.

Bernardo, cuando mis ojos vio

en su ardiente amor estar fijos y atentos, los suyos con tanto afecto a ella volvió,

que a los mías, de remirar, más ardientes los dejó.

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Canto XXXII

Atento a su placer, aquel contemplativo

asumió libre oficio de doctor, y comenzó con estas palabras santas:

María restañó y ungió la llaga,

que abrió y punzó aquella que a sus pies yace tan bella.

En el orden que forman las tercias sedes,

está sentada Raquel debajo de ella con Beatriz, como lo estás viendo.

Sara y Rebeca, Judit y aquella

que bisabuela fue del cantor que en el dolor de su falta Miserere mei cantó,

las puedes ver así de grada en grada descender, a las que voy nombrando por la rosa bajando de hoja en hoja.

Y del séptimo grado abajo, así como

hasta él, siguen las Hebreas dirimiendo de la flor todas las ondas;

porque, conforme al mirar que mira a la fe de Cristo, ellas son un muro

que divide a las escalas sacras.

De esta parte donde el capullo es maduro en todas sus hojas, están sentados

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los que en Cristo creyeron venturo;

de la otra parte, entre espacios vacíos del hemicírculo, están

quienes los ojos pusieron en Cristo venido.

Y de igual forma como el glorioso escaño de la señora del cielo y los otros escaños

de abajo tantas divisiones forman,

así correspondiendo está el gran Juan, que siempre santo el desierto y el martirio

padeció, y luego el infierno dos años;

y siguiendo debajo de él forman divisiones Francisco, Benito y Agustín,

y otros hasta abajo de giro en giro.

Ahora mira el alto proveer divino, que a ambos aspectos de la fe

igualmente en este jardín satisfizo;

y sabe que del grado hacia abajo que hiende como media senda de ambas discreciones,

por ningún mérito propio se sienta,

mas por el de otro, bajo ciertas condiciones; pues todos estos espíritus son liberados

antes que pudieran tener verdaderas elecciones.

Bien lo puedes percibir por los rostros y también por las pueriles voces,

si bien los miras y los oyes.

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Ahora dudas y dudando callas;

mas yo resolveré el fuerte ligamento en el que te atan los sutiles pensamientos.

Dentro de la amplitud de este reino casual punto no puede tener sitio,

como tampoco tristeza, sed o hambre;

pues por eterna ley ha sido establecido lo que ves, de modo que en justicia todo se ajusta como anillo al dedo.

Sin embargo esta festinada gente

en la verdadera vida no está sine causa y adentro los hay más o menos excelentes.

El rey por quien este reino descansa

en tanto amor y deleite, que ninguna voluntad por más arde,

las mentes todas en su alegre aspecto

creando, a su placer de gracia las dota diversamente; y aquí baste el efecto.

Lo cual expresa y claramente se nota en la Escritura santa en los gemelos a quienes en la madre agitó la ira.

Por tanto, conforme al color de los cabellos

de tal gracia, la luz altísima es preciso que dignamente los corone.

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Así pues, sin mérito en sus costumbres, puestos son en grados diferentes,

solo difiriendo por la prima lumbre.

Bastaba en los recién creados siglos junto con la inocencia, para salvarse,

la sola fe de los padres;

luego, la edad primera transcurrida, a los varones en las inocentes plumas hubo

que circuncidarlos para adquirir virtud;

mas luego que el tiempo de la gracia vino, sin el bautismo perfecto de Cristo su inocencia allá abajo se retiene.

Contempla ahora la faz que a Cristo

más se asemeja, porque sólo su claridad podrá disponerte para ver a Dios.

Yo vi encima de él tanta alegría

llover, llevada por las mentes santas creadas a trasvolar por tal altura,

de cuantas cosas había visto antes,

con tanta admiración no quedé en suspenso, ni me mostró de Dios tal semejante.

Y aquel amor que allí primero bajó cantando Ave María, gratia plena,

ante ella sus alas extendió.

Respondió a la divina cantinela

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de todas partes la beata corte, de modo que cada faz se vio más serena.

¡Oh padre santo que por mi soportas

estar aquí abajo, dejando la dulce sede que ocupas por designio eterno,

¿quién es aquel ángel que con tanto gozo

sus ojos mira nuestra reina, tan enamorado que de fuego parece?

Así recurrí una vez más a la doctrina

de aquel que embellecía de María, como del Sol la estrella matutina.

Y él a mi: Decoro y alegría

cuanta haber puede en ángel o en alma, toda en él está; y así queremos que sea,

porque él es quien llevó la palma

hasta María, cuando el Hijo de Dios cargar quiso el peso de nuestra carne.

Mas ven ahora con los ojos así como voy hablando, y observa los patricios grandes

de este imperio muy justo y pío.

Esos dos allá arriba sentados muy felices por estar muy cerca de la Augusta,

son de esta rosa casi dos raíces.

Aquel que a la izquierda yace junto es el padre por cuyo audaz gusto

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la humana raza tan amargo gusta:

a la diestra mira aquel padre vetusto de la Santa Iglesia, a quien Cristo las llaves

recomendó de este pimpollo venusto.

Y aquel que vio todos los tiempos graves, antes de morir, de la bella esposa

ganada con la lanza y con los clavos,

siéntase a su lado; y junto al otro posa aquel jefe bajo quién vivió de maná

la gente ingrata, mutable y obcecada.

Frente a Pedro observa a Ana sentada, mirando tan contenta a su hija,

que no mueve ojo por cantar hosanna:

y contra el mayor padre de familia sentada está Lucía, que impulsó a tu dama,

cuando bajabas para perderte, la vista.

Mas porque huye el tiempo que te adormece, aquí haremos punto, como buen sastre que según tiene de paño hace el traje;

y elevemos los ojos al primer amor,

para que, mirándolo, penetres cuanto puedas en su fulgor.

Mas en verdad, no sea que retrocedas moviendo las alas, creyendo avanzar,

orando gracia has de impetrar,

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gracia de aquella que puede ayudarte;

y tu me seguirás con afecto para que tu corazón de mis palabras no se aparte.

Y comenzó esta oración santa.

Canto XXXIII

Visión Del Punto Absoluto De Todo El Ser

Virgen Madre, hija de tu hijo, humilde y alta más que otra criatura,

término fijo del consejo eterno,

tú eres quien la humana natura ennobleció tanto, que su hacedor no desdeñó hacerse su hechura.

En tu vientre se reencendió el amor,

a cuyo calor en la eterna paz ha germinado así esta flor.

Para nosotros eres aquí meridiana faz de caridad, y abajo, entre los mortales,

eres de la esperanza fuente vivaz.

Señora, eres tan grande y tanto vales, que quien quiere gracia y a ti no se acoge,

su deseo quiere que sin alas vuele.

Tu benignidad no sólo socorre a quien demanda, mas muchas veces

liberal al demandar precede.

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En ti misericordia, en ti piedad,

en ti magnificencia, en ti se aduna cuanto en la criatura hay de bondad.

Ahora, este, que de la ínfima laguna

del universo hasta aquí ha visto las vidas espirituales una a una,

te suplica, por gracia, de virtud

tanta, que pueda con los ojos alzarse más alto hasta la última salud.

Y yo, que nunca por mi propio ver me inflamé

como hago por el suyo, todas mis preces te ofrezco, y ruego que no sean escasas,

porque de toda nube lo desligues de su mortalidad con tus ruegos,

para que el sumo placer se le despliegue.

Aún más te ruego, reina, que puedes lo que quieres, que conserves sanos,

luego de tanto ver, sus afectos.

Venza tu guardia las mociones humanas: ¡Mira a Beatriz con cuantos beatos

a favor de mis ruegos juntan las manos!

Aquellos ojos de Dios amados y venerados, fijos en el orador, demostraron

cuánto los ruegos devotos le son gratos;

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de allí a la eterna luz se alzaron, de lo cual no debe creerse que pueda

una criatura dirigir un mirar tan claro.

Y yo que al final de todas mis deseos me acercaba, como era natural,

calmé el ardor en mí de mi deseo.

Bernardo me indicaba y sonreía para que mirase arriba; mas yo estaba

ya por mí mismo como él quería;

porque mi vista, venida sincera, más y más se metía por el rayo

de la alta luz que en sí misma es verdadera.

De aquí en adelante mi mirar fue mayor que nuestra charla, que a la visión cede,

y cede la memoria a grandeza tanta.

Como quien soñando mira, que tras el sueño la emoción impresa queda, y lo otro la mente no retiene,

así estaba yo, que casi a su término llegada

mi visión, todavía me destila en el corazón el dulzor que nació de ella.

Así al Sol la nieve se desliga; así al viento en las hojas leves se pierde la sentencia de Sibila.

¡Oh suprema luz, que te elevas tanto

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de los mortales conceptos! A mi mente presta de nuevo un poco de lo que parecías,

y haz mi lengua tan potente,

que al menos una chispa de tu gloria pueda dejar a la futura gente;

pues, por volver un tanto a mi memoria y por resonar un poco en estos versos,

más se comprenderá de tu victoria.

Creo yo, por lo intenso que sufrí del vivo rayo, que me habría perdido, si mis ojos de él hubiéranse partido.

Y recuerdo, que por ello más audaz me hice a soportar tanto, que uní

mi mirada al valor infinito.

¡Oh abundante gracia por la que presumí fijar la vista en la luz eterna,

tanto que la fuerza de la visión consumí!

En su profundo vi que se interna, ligado con amor en un volumen,

todo lo que por el universo se desencuaderna;

sustancia y accidente y sus costumbres cuasi confundidos entre sí, de modo tal que lo que digo modesta es vislumbre.

La forma universal de este nudo creo que vi, que al recordarlo,

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diciendo esto, siento mayor gozo.

Un punto sólo me causa más letargo que veinticinco siglos idos de la empresa

que movió a Neptuno a admirar la sombra de Argos.

Así mi mente enteramente suspendida, fija miraba, inmóvil y atenta,

y siempre de admirar encendida.

Y en aquella luz tal uno se renueva, que apartarse de ella hacia otro aspecto es imposible que nunca se consienta;

pues el bien, que del querer es objeto,

entero en ella se encierra; y fuera de ella es defectivo lo que allí es perfecto.

En adelante será más corta mi conversa,

sólo de lo que recuerdo, que la de un infante que en el pezón baña todavía la lengua.

No era que más de un simple semblante hubiera en aquella luz que yo miraba, pues es siempre así como era antes;

sino porque la visión se avaloraba en mi mirada, una sola apariencia, mudando yo, por mi se trastocaba.

En la profunda y clara subsistencia

del alto lumbre me aparecieron tres giros de tres colores y de un continente;

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y uno de otro como iris de iris

parecía reflejo, y el tercero parecía fuego, que aquí y allá igualmente se espire.

¡Oh! ¡Cuán poco es el decir y cuán flaco

mi concepto! y esto, y lo que vi, es tanto, que no basta con decir “poco”.

¡Oh luz eterna que sola en ti sedes, sola te entiendes, y por ti entendida y tú te entiendes, amas y sonríes!

Aquel circular, que así concebido

parecía en ti como luz refleja, contemplado por mis ojos en torno,

dentro de sí, de su color mismo,

me parecía ver pintada nuestra efigie; porque mi rostro en él estaba metido todo.

Como el geómetra que se afana y aflige

por medir el cerco, y no encuentra, pensando, el principio que precisa,

así estaba yo en aquella visión nueva; ver quería cómo la imagen al círculo

correspondía y cómo allí se encontraba;

mas no bastaban las propias alas: si no que mi mente fue herida

de un fulgor que cumplió su anhelo.

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A la alta fantasía aquí faltaron fuerzas; mas ya movía mi deseo y mi velle,

como rueda a su vez movida,

el amor que mueve el Sol y las demás estrellas.

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