La Biblioteca de Alejandría e Hipatia. Cosmos. Carl Sagan

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LA BIBLIOTECA DE ALEJANDRÍA E HIPATIA EN COSMOS Car l Sagan " . . .el lugar donde los hombres reunieron por primera vez de modo serio y sistemático el conocimiento del mundo", Cuando nuestros genes no pudieron a lmacenar toda la información necesar ia para la supervivencia, inventamos lentamente los cerebros. Pero luego l legó el momento, hace quizás diez mil años, en el que necesitamos saber más de lo que podía contener adecuadamente un cerebro. De este modo aprendimos a acumular enormes cant idades de información fuera de nuestros cuerpos. Según creemos somos la única especie del planeta que ha inventado una memoria comunal que no está almacenada ni en nuestros genes ni en nuestros cerebros. El almacén de esta memoria se l lama bibl ioteca. Un l ibro se hace a part ir de un árbol. Es un conjunto de partes planas y f lexibles ( l lamadas todavía "hojas") impresas con signos de pigmentación oscura. Basta echar le un vistazo para oír la voz de otra persona que quizás murió hace miles de años. El autor habla a través de los milenios de modo claro y si lenc ioso dentro de nuestra cabeza, directamente a nosotros. La escr i tura es quizás el mayor de los inventos humanos, un invento que une personas, c iudadanos de épocas distantes, que nunca se conocieron entre s í. Los l ibros rompen las ataduras del t iempo, y demuestran que el hombre puede hacer cosas mágicas. Algunos de los pr imeros autores escr ibieron sobre barro. La escr i tura cuneiforme, el antepasado remoto del al fabeto occidental, se inventó en el Or iente próximo hace unos 5.000 años. Su objet ivo era registrar datos: la compra de grano, la venta de terrenos, los t r iunfos del rey, los estatutos de los sacerdotes, las posiciones de las estrel las, las plegar ias a los dioses. Durante miles de años, la escr i tura se grabó con cincel sobre barro y piedra, se rascó sobre cera, corteza o cuero, se

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pintó sobre bambú o papiro o seda; pero siempre una copia a la vez y, a excepción de las inscr ipciones en monumentos, s iempre para un públ ico muy reducido. Luego, en China, entre los sig los segundo y sexto se inventó el papel, la t inta y la impresión con bloques tal lados de madera, lo que permit ía hacer muchas copias de una obra y d istr ibuir la. Para que la idea a rraigara en una Europa remota y atrasada se necesitaron mil años. Luego, de repente, se impr imieron l ibros por todo el mundo. Poco antes de la invención del t ipo móvi l , hacia 1450 no había más de unas cuantas docenas de miles de l ibros en toda Europa, todo s escr i tos a mano; tantos como en China en el año 100 a. de C., y una décima parte de los existentes en la gran Bibl ioteca de Alejandría. Cincuenta años después, hacia 1500, había diez mi l lones de l ibros impresos. La cultura se había hecho accesib le a cual quier persona que pudiese leer. La magia estaba por todas partes. Más recientemente los l ibros se han impreso en ediciones masivas y económicas, sobre todo los l ibros en rúst ica. Por el precio de una cena modesta uno puede meditar sobre la decadencia y l a caída del Imper io romano, sobre el or igen de las especies, la interpretación de los sueños, la naturaleza de las cosas. Los l ibros son como semil las. Pueden estar s ig los aletargados y luego f lorecer en el suelo menos prometedor. Las grandes bibl iotecas del mundo cont ienen mil lones de volúmenes, el equivalente a unos 1014 bits de información en palabras, y quizás a 1015 en imágenes. Esto equivale a diez mil veces más información que la de nuestros genes, y unas diez veces más que la de nuestro cerebro. S i acabo un l ibro por semana sólo leeré unos pocos miles de l ibros en toda mi v ida, una décima de un uno por ciento del contenido de las mayores bibl iotecas de nuestra época. El t ruco consiste en saber qué l ibros hay que leer. La información en los l ibros n o está preprogramada en el nacimiento, s ino que cambia constantemente, está enmendada por los acontecimientos, adaptada al mundo. Han pasado ya veint i t rés sig los desde la fundación de la Bibl io teca alejandr ina. Si no hubiese l ibros, ni documentos escr i tos, pensemos qué prodig ioso intervalo de t iempo serían veint i t rés sig los. Con cuatro generaciones por sig lo, veint i t rés sig los ocupan casi un centenar de generaciones de seres humanos. Si la información se pudiese t ransmit ir únicamente de palabra, de boca en boca, qué poco sabr íamos sobre nuestro pasado, qué lento sería nuestro progreso. Todo depender ía de los descubr imientos ant iguos que hubiesen l legado accidentalmente a nuestros oídos, y de lo exacto que fuese el relato. Podría reverenciarse la información del pasado, pero en sucesivas t ransmisiones se ir ía haciendo cada vez más confusa y al f inal se perdería. Los l ibros nos permiten viajar a t ravés del t iempo, explotar la sabidur ía de nuestros antepasados. La bibl ioteca nos conecta con las intuic iones y los conocimientos extraídos penosamente de la naturaleza, de las mayores mentes que hubo jamás, con los mejores maestros, escogidos por todo el planeta y por la total idad de nuestra histor ia, a f in de que nos instruyan sin cansarse, y de que nos inspiren para que hagamos nuestra propia contr ibuc ión al conocimiento colect ivo de la especie humana. Las bib l iotecas públ icas dependen de las contr ibuc iones voluntar ias. Creo que la salud de nuestra civ i l ización, nuestro reconocimiento real de la base que sost iene nuestra cultura y nuestra preocupación por el futuro, se pueden poner a prueba por el apoyo que prestemos a nuestras bibl iotecas. Sobre la Bibl ioteca de Alejandría Fue en Alejandr ía, durante los seisc ientos años que se inic iaron hacia e l 300 a . de C., cuando los seres humanos emprendieron, en un sent ido básico, la aventura

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intelectual que nos ha l levado a las or i l las del espacio. Pero no queda nada del paisaje y de las sensaciones de aquel la g lor iosa ciudad de mármol. La opresión y el miedo a l saber han arrasado casi todos los recuerdos de la ant igua Alejandría. Su población tenía una maravi l losa diversidad. Soldados macedonios y más tarde romanos, sacerdotes egipcios, ar istócratas gr iegos, marineros fenicios, mercaderes judíos, v is i tantes de la India y del Áf r ica subsahar iana — todos el los, excepto la vasta poblac ión de esclavos— v ivían juntos en armonía y respeto mutuo durante la mayor parte del per íodo que marca la grandeza de Alejandr ía. La ciudad fue fundada por Alejandro Magno y construida por su ant igua guardia personal. Alejandro est imuló el respeto por las culturas ext rañas y una búsqueda sin prejuic ios del conocimiento. Según la t radición —y no nos importa mucho que esto fuera o no cier to— se sumergió debajo del mar Rojo en la pr imera c ampana de inmersión del mundo. Animó a sus generales y soldados a que se casaran con mujeres persas e indias. Respetaba los dioses de las demás naciones. Coleccionó formas de vida exót icas, entre el las un elefante dest inado a su maestro Ar istóteles. Su ciudad estaba construida a una escala suntuosa, porque tenía que ser el centro mundial del comerc io, de la cultura y del saber. Estaba adornada con amplias avenidas de t reinta metros de ancho, con una arquitectura y una estatuar ia elegante, con la tumba monumental de Alejandro y con un enorme faro, el Faros, una de las siete maravi l las del mundo ant iguo. Pero la maravi l la mayor de Alejandr ía era su bib l ioteca y su correspondiente museo (en sent ido l i teral, una inst i tución dedicada a las especia l idades de las Nueve Musas). De esta bibl ioteca legendar ia lo máximo que sobrevive hoy en día es un sótano húmedo y olv idado del Serapeo, el anexo de la b ib l io teca, pr imit ivamente un templo que fue reconsagrado al conocimiento. Unos pocos estantes enmohecidos pueden ser sus únicos restos f ís icos. Sin embargo, este lugar fue en su época el cerebro y la g lor ia de la mayor ciudad del planeta, el pr imer autént ico inst i tuto de invest igación de la histor ia del mundo. Los eruditos de la bibl ioteca estudiaban el Cosmos entero. Cosmos es una palabra gr iega que signif ica el orden del universo. Es en cier to modo lo opuesto a Caos. Presupone el carácter profundamente interrelacionado de todas las cosas. Inspira admiración ante la intr incada y sut i l construcción del universo. Había en la bibl ioteca una comunidad de eruditos que exploraban la f ís ica, la l i teratura, la medicina, la astronomía, la geograf ía, la f i losof ía, las matemát icas, la biolog ía y la ingenier ía. La ciencia y la erudición habían l legado a su edad adulta. El genio f lor ecía en aquel las salas. La Bib l ioteca de Alejandr ía es el lugar donde los hombres reunieron por pr imera vez de modo ser io y sistemát ico e l conocimiento del mundo. Además de Eratóstenes, hubo el astrónomo Hiparco, que ordenó el mapa de las constelaciones y est imó el br i l lo de las estrel las; Eucl ides, que sistemat izó de modo br i l lante la geometr ía y que en cier ta ocasión d i jo a su rey, que luchaba con un dif íc i l problema matemát ico: "no hay un camino real hacia la geometría"; Dionisio de Tracia, el hombre q ue def inió las partes del discurso y que hizo en el estudio del lenguaje lo que Eucl ides h izo en la geometr ía; Heróf i lo, el f is iólogo que estableció, de modo seguro, que es el cerebro y no el corazón la sede de la intel igencia; Herón de Alejandr ía, invento r de cajas de engranajes y de aparatos de vapor, y autor de Autómata, la pr imera obra sobre robots; Apolonio de Pérgamo. el matemát ico que demostró las formas de las secciones cónicas (1) —el ipse, parábola e hipérbola— , las curvas que como sabemos actualme nte siguen en sus órbitas los planetas, los cometas y las estrel las; Arquímedes, el mayor genio mecánico hasta Leonardo de Vinci; y el astrónomo y geógrafo Tolomeo, que

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compiló gran parte de lo que es hoy la seudociencia de la astrología: su universo centrado en la Tierra estuvo en boga durante 1500 años, lo que nos recuerda que la capacidad inte lectual no const i tuye una garantía contra los yerros descomunales. Y entre estos grandes hombres hubo una gran mujer, Hipat ia, matemát ica y astrónoma, la últ ima lum brera de la bibl ioteca, cuyo mart ir io estuvo l igado a la destrucción de la b ib l ioteca siete sig los después de su fundación, histor ia a la cual vo lveremos. Los reyes gr iegos de Egipto que sucedieron a Alejandro tenían ideas muy ser ias sobre el saber. Apoyaron durante sig los la invest igación y mantuvieron la b ibl ioteca para que ofreciera un ambiente adecuado de t rabajo a las mejores mentes de la época. La bibl ioteca constaba de diez grandes salas de invest igación, cada una dedicada a un tema dist into, había fuentes y columnatas jardines botánicos, un zoo, salas de d isección, un observator io, y una gran sala comedor donde se l levaban a cabo con toda l ibertad las discusiones cr ít icas de las ideas. El núcleo de la bibl ioteca era su colección de l ibros. Los or ganizadores escudr iñaron todas las culturas y lenguajes del mundo. Enviaban agentes al exter ior para comprar bibl iotecas. Los buques de comercio que arr ibaban a Alejandr ía eran registrados por la pol ic ía, y no en busca de contrabando, s ino de l ibros. Los ro l los eran conf iscados, copiados y devueltos luego a sus propietar ios. Es dif íc i l de est imar el número preciso de l ibros, pero parece probable que la bibl ioteca contuviera medio mil lón de volúmenes, cada uno de el los un rol lo de papiro escr i to a mano. ¿Qué dest ino tuvieron todos estos l ibros? La civ i l izac ión clásica que los creó acabó desintegrándose y la bibl ioteca fue destruida del iberadamente. Sólo sobrevivió una pequeña f racción de sus obras junto con unos pocos y patét icos f ragmentos dispersos. Y qué t entadores son estos restos y f ragmentos. Sabemos por ejemplo que en los estantes de la bib l ioteca había una obra del astrónomo Ar istarco de Samos quien sostenía que la Tierra es uno de los planetas, que orbita el Sol como el los, y que las estrel las están a una enorme distancia de nosotros. Cada una de estas conclusiones es totalmente correcta, pero tuvimos que esperar casi dos mil años para redescubr ir las. Si mult ipl icamos por cien mil nuest ra sensación de pr ivac ión por la pérdida de esta obra de Ar istarco empezaremos a apreciar la grandeza de los logros de la civ i l izac ión clásica y la t ragedia de su destrucción. Hemos superado en mucho la ciencia que el mundo ant iguo conocía, pero hay lagunas ir reparables en nuestros conocimientos histór icos. Imaginemos l os mister ios que podríamos resolver sobre nuestro pasado si dispusiéramos de una tar jeta de lector para la Bibl ioteca de Alejandr ía. Sabemos que había una histor ia del mundo en t res volúmenes, perdida actualmente, de un sacerdote babi lonio l lamado Beroso. El pr imer volumen se ocupaba del intervalo desde la Creación hasta el Di luvio un per íodo a l cual atr ibuyó una duración de 432.000 años, es decir c ien veces más que la cronología del Ant iguo Testamento. Me pregunto cuál era su contenido. Sólo en un punto de la h istor ia pasada hubo la promesa de una c ivi l izac ión cient íf ica br i l lante. Era benef ic iar ia del Despertar jónico, y tenía su ciudadela en la Bib l ioteca de Alejandr ía, donde hace 2.000 años las mejores mentes de la ant igüedad establecieron las bases del estudio sistemát ico de la matemát ica, la f ís ica, la bio log ía, la astronomía, la l i teratura, la geograf ía y la medic ina. Todavía estamos construyendo sobre estas bases. La Bibl ioteca fue construida y sostenida por los Tolomeos, los reyes gr iegos que heredaron la porción egipcia del imper io

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de Alejandro Magno. Desde la época de su creación en e l s ig lo tercero a. de C. hasta su destrucción siete sig los más tarde, fue el cerebro y el corazón del mundo ant iguo. Alejandr ía era la capital edit or ial del p laneta. Como es lógico no había entonces prensas de impr imir . Los l ibros eran caros, cada uno se copiaba a mano. La Bib l ioteca era depositar ia de las copias más exactas del mundo. El ar te de la edición cr ít ica se inventó a l l í . El Ant iguo Testame nto ha l legado hasta nosotros pr incipalmente a t ravés de las t raducciones gr iegas hechas en la Bibl ioteca de Alejandr ía. Los Tolomeos dedicaron gran parte de su enorme r iqueza a la adquisic ión de todos los l ibros gr iegos, y de obras de Áf r ica, Persia, la I ndia, Israel y otras partes del mundo. Tolomeo II I Evergetes quiso que Atenas le dejara prestados los manuscr i tos or ig inales o las copias of ic ia les de Estado de las grandes t ragedias ant iguas de Sófocles, Esqui lo y Euríp ides. Estos l ibros eran para los atenienses una especie de patr imonio cultura l; algo parecido a las copias manuscr i tas or ig inales y a los pr imeros fol ios de Shakespeare en Inglaterra. No estaban muy dispuestos a dejar sal ir de sus manos ni por un momento aquel los manuscr i tos. Sólo aceptaron dejar en préstamo las obras cuando Tolomeo hubo garant izado su devolución con un enorme depósito de dinero. Pero Tolomeo valoraba estos rol los más que el oro o la plata. Renunció alegremente al depósito y encerró del mejor modo que pudo los or ig inales en l a Bibl ioteca. Los ir r i tados atenienses tuvieron que contentarse con las copias que Tolomeo, un poco avergonzado, no mucho, les regaló. En raras ocasiones un Estado ha apoyado con tanta avidez la búsqueda del conocimiento. Los Tolomeos no se l imitaron a r ecoger el conocimiento conocido, s ino que animaron y f inanciaron la invest igación cient íf ica y de este modo generaron nuevos conocimientos. Los resultados fueron asombrosos: Eratóstenes calculó con precisión el tamaño de la Tierra, la cartograf ió, y af irmó que se podía l legar a la India navegando hacia el oeste desde España. Hiparco ant ic ipó que las estrel las nacen, se desplazan lentamente en el t ranscurso de los sig los y al f inal perecen; fue el pr imero en catalogar las posiciones y magnitudes de las estre l las y en detectar estos cambios. Eucl ides creó un texto de geometr ía del cual los hombres aprendieron durante veint i t rés sig los, una obra que ayudar ía a despertar el interés de la ciencia en Kepler, Newton y Einstein. Galeno escr ibió obras básicas sobre e l ar te de curar y la anatomía que dominaron la medic ina hasta el Renacimiento. Hubo también, como hemos dicho, muchos más. Alejandr ia era la mayor ciudad que el mundo occidental había visto jamás. Gente de todas las naciones l legaban al l í para viv ir , com erciar , aprender. En un día cualquiera sus puer tos estaban at iborrados de mercaderes, estudiosos y tur istas. Era una ciudad donde gr iegos, egipcios, árabes, s ir ios, hebreos, persas, nubios, fenicios, i tal ianos, galos e íberos intercambiaban mercancías e id eas. Fue probablemente al l í donde la palabra cosmopoli ta consiguió tener un sent ido autént ico: c iudadano, no de una sola nación, s ino del Cosmos (2). Ser un ciudadano del Cosmos.. . Es evidente que al l í estaban las semil las del mundo moderno. ¿Qué impidió que arraigaran y f lorecieran? ¿A qué se debe que Occidente se adormeciera durante mil años de t inieblas hasta que Colón y Copérnico y sus contemporáneos redescubr ieron la obra hecha en Ale jandría? No puedo daros una respuesta senci l la. Pero lo que sí sé es que no hay not ic ia en toda la histor ia de la Bibl ioteca de que alguno de los i lustres cient íf icos y estudiosos l legara nunca a desaf iar

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ser iamente los supuestos pol ít icos, económicos y rel ig iosos de su sociedad. Se puso en duda la permanencia de las estr el las, no la just ic ia de la esc lavitud. La ciencia y la cultura en general estaban reservadas para unos cuantos pr ivi leg iados. La vasta poblac ión de la ciudad no tenía la menor idea de los grandes descubr imientos que tenían lugar dentro de la Bib l ioteca. L os nuevos descubr imientos no fueron expl icados ni popular izados. La invest igación les benef ic ió poco. Los descubr imientos en mecánica y en la tecnología del vapor se apl icaron pr incipalmente a perfeccionar las armas, a est imular la superst ic ión, a divert ir a los reyes. Los cient íf icos nunca captaron el potencial de las máquinas para l iberar a la gente (3) . Los grandes logros intelectuales de la ant igüedad tuvieron pocas apl icaciones práct icas inmediatas. La ciencia no fascinó nunca la imaginación de la mult i tud. No hubo contrapeso al estancamiento, al pesimismo, a la entrega más abyecta al mist ic ismo. Cuando al f inal de todo, la chusma se presentó para quemar la Bibl ioteca no había nadie capaz de detener la. Sobre Hipatia y la Bibl ioteca de Alejandría El úl t imo cient íf ico que trabajó en la Bibl ioteca fue una matemát ica, astrónoma, f ís ica y jefe de la escuela neoplatónica de f i losof ía: un extraordinar io conjunto de logros para cualquier individuo de cualquier época. Su nombre era Hipat ia. Nació en el año 370 en Alejandría. Hipat ia, en una época en la que las mujeres disponían de pocas opciones y eran t ratadas como objetos en propiedad, se movió l ibremente y sin afectación por los dominios t radic ionalmente mascul inos. Todas las histor ias dicen que era una gran bel leza. Tuvo muchos pretendientes pero rechazó todas las proposiciones matr imoniales. La Alejandría de la época de Hipat ia —bajo dominio romano desde hacía ya t iempo— era una ciudad que suf r ía graves tensiones. La esclavitud había agotado la vi tal idad de la civ i l izac ión clás ica. La creciente Ig lesia cr ist iana estaba consol idando su poder e intentando ext i rpar la inf luencia y la cultura paganas. Hipat ia estaba sobre el epicentro de estas poderosas fuerzas sociales. Cir i lo, el arzobispo de Aleja ndría, la despreciaba por la estrecha amistad que el la mantenía con el gobernador romano y porque era un símbolo de cultura y de ciencia, que la pr imit iva Ig lesia ident i f icaba en gran parte con el paganismo. A pesar del grave r iesgo personal que el lo supon ía, cont inuó enseñando y publ icando, hasta que en el año 415, cuando iba a t rabajar, cayó en manos de una turba fanát ica de fel igreses de Cir i lo. La arrancaron del carruaje, rompieron sus vest idos y, armados con conchas marinas, la desol laron ar rancándole la carne de los huesos. Sus restos fueron quemados, sus obras destruidas, su nombre olvidado. Cir i lo fue proclamado santo. La g lor ia de la Bibl ioteca de Alejandr ía es un recuerdo lejano. Sus últ imos restos fueron destruidos poco después de la muerte de H ipat ia. Era como si toda la civi l izac ión hubiese sufr ido una operac ión cerebral inf l ig ida por propia mano, de modo que quedaron ext inguidos ir revocablemente la mayor ía de sus memorias, descubr imientos, ideas y pasiones. La pérdida fue incalculable. En a lgu nos casos sólo conocemos los atormentadores t ítulos de las obras que quedaron destruidas. En la mayor ía de los casos no conocemos ni los t ítulos n i los autores. Sabemos que de las 123 obras teatrales de Sófocles existentes en la Bibl ioteca sólo sobrevivieron s iete. Una de las siete es Edipo rey. Cif ras similares son vál idas para las obras de Esqui lo y de Eur ípides. Es un poco como si las únicas obras supervivientes de un hombre l lamado Wil l iam Shakespeare fueran Cor iolano y Un cuento de invierno, pero supié ramos que había escr i to algunas obras más, desconocidas por nosotros pero al parecer apreciadas en su época, obras t i tuladas Hamlet , Macbeth, Jul io César, El rey Lear, Romeo y Jul ieta.

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No tas 1 . L lamadas as í porque pueden ob tenerse cor tando u n cono en d i fe ren tes ángu los . D iec iocho s ig los mas ta rde Johannes Kep le r u t i l i za r ía los esc r i tos de Apo lon io sobre las secc iones cónicas para comprender por p r imera vez e l movim ien to de los p lane tas . 2 . La pa labra cosmopol i ta fue inven tada por D iógenes , e l f i lóso fo rac iona l i s ta y c r í t i co de P la tón . 3 . Con la ún ica excepc ión de Arqu ímedes , qu ien duran te su es tanc ia en la B ib l io teca a le jandr ina inven tó e l to rn i l l o de agua, que se usa todavía hoy en Eg ip to para regar los campos de cu l t i vo . Pero tamb ién é l co ns idero es tos apara tos mecán icos como a lgo muy por deba jo de la d ign idad de la c ienc ia .