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La ardilla Mimilla
Texto: Antonio Jesús López Jiménez
Ilustraciones: Beatriz Sesmero López
Para Helena
La ardilla Mimilla estaba triste, siempre había
soñado con nadar, pero no sabía y nadie la quería
enseñar.
—Cuántas ganas tengo de nadar en el lago —se
lamentaba.
—No aprenderás nunca. Eres una ardilla y ninguna
ardilla ha nadado jamás —le decían riéndose los patos.
—Lo tuyo es subirte a los árboles con las demás
ardillas y hacer lo que hacen las ardillas —añadían
burlones los peces.
La ardilla Mimilla volvió a su casa, el gran árbol de la
familia.
— Vamos Mimilla, vente con nosotros a recoger
bellotas. Lo pasaremos muy bien —le animaba su
hermano.
— Deja de soñar. Ya sabes que las ardillas no sabemos
nadar. Servimos para vivir en los árboles —añadía
mamá ardilla.
— Tienes que hacer las cosas que hacen las ardillas y
no lo que hacen otros. Las ardillas nunca podremos
nadar —concluyó papá.
— Pues yo no tengo ganas de subir a los árboles.
Mejor, voy a darme un paseo —replicó. Y la ardilla
Mimilla se fue de paseo.
En el camino se encontró con la rana Rosana.
—¿Qué te pasa Mimilla? —le preguntó.
— Hola rana Rosana. Estoy triste porque no me gusta
hacer sólo lo que hacen todas las ardillas: subir a los
árboles y buscar nueces y bellotas. Lo que de verdad
me gusta es nadar, pero no sé, y todos aseguran que
las ardillas no podemos nadar —le dijo con
desconsuelo.
— No te preocupes, yo puedo ayudarte para que
aprendas a nadar — dijo Rosana.
— ¿De veras? —preguntó Mimilla con asombro.
— Lo intentaremos. Tendrás que fabricarte unas
aletas como las mías, para poder impulsarte bien en el
agua, unas gafas, un respirador y un flotador para
evitar que te hundas.
Entusiasmada, la ardilla Mimilla se puso manos a la
obra y, al cabo de un rato, regresó donde le aguardaba
la rana Rosana.
— Traigo un montón de cosas para fabricar lo que
necesito.
Y, bajo la dirección de la rana, la ardilla Mimilla se
fabricó unas aletas para poder nadar, unas gafas y un
tubo para poder ver y respirar debajo del agua y un
flotador para no hundirse.
— Ha llegado el momento decisivo — dijo la rana
Rosana—. Ahora tienes que lanzarte al agua y mover
las piernas y los brazos con todas tus fuerzas para
mantenerte a flote. Vamos, no tengas miedo —le
animó.
La ardilla Mimilla estaba un poco asustada, pero tenía
tantas ganas de aprender a nadar que venció su miedo
y, decidida, saltó al agua.
Cuando se vio en el agua, la ardilla se asustó y comenzó
a gritar: —¡No sé nadar! ¡Socorro!
— ¡No te preocupes! ¡No pasa nada! Mueve los brazos y
las piernas rítmicamente como te he dicho. Así
empezarás a nadar. ¡Ánimo Mimilla, tú puedes! ¡Uno!,
¡dos! ¡Uno!, ¡dos!
Mimilla empezó a mover los brazos y las piernas
siguiendo las indicaciones de la rana Rosana. ¡Uno!,
¡dos! ¡Uno!, ¡dos!
Los patos que contemplaban atentamente la escena
comentaban admirados: —Esto es lo nunca visto. ¡Una
ardilla nadando! ¡Cómo se llama? —preguntaban.
— Es la ardilla Mimilla —respondía Rosana.
— ¡La ardilla Mimilla ha aprendido a flotar en el agua!
— Comentaban los peces con la boca abierta.
La ardilla Mimilla se dio cuenta de que usando su cola
para impulsarse, podía avanzar más rápido que los
patos, incluso casi que los peces.
— Mirad que rápido nado ahora —gritó triunfalmente.
— ¡Oh! ¡Qué barbaridad! Nada tan rápidamente que si
tuviéramos que alcanzarla no lo conseguiríamos. —
Decían los patos— ¡Y eso que es una ardilla!
— Nunca nadie en este lago había nadado tan rápido
como ella —Decían sorprendidos los peces.
Llamados por la rana Rosana, los papás y el hermano de
Mimilla llegaron a la orilla del lago. Al verlos Mimilla
agitó los brazos y nadó hasta el centro del lago.
— ¡Papá! ¡Mamá! ¡Hermanito! ¡Mirad! ¡He aprendido a
nadar! —gritaba loca de contento.
Sus padres y hermanos estaban asombrados.
— Mimilla tenía razón: las ardillas son capaces de
aprender a nadar —afirmaba con orgullo mamá.
— ¡Y yo que pensaba que eso era imposible! —decía
papá.
— Mimilla ha demostrado que nada es imposible si uno
se esfuerza lo suficiente y lo desea con muchas,
muchas ganas —repuso mamá ardilla secándose una
lágrima de emoción, mientras Mimilla salía del agua.
— Mamá, yo también quiero aprender a nadar —dijo su
hermano— ¿puede enseñarme Mimilla?
Y todos se pusieron a reir felices y contentos.
La ardilla Mimilla quería nadar.
Nadie creía en su capacidad para
hacerlo pero Mimilla nos
demuestra que todo lo que se
intenta con esfuerzo y dedicación
puede lograrse.