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MARXISMO & REVOLUCIÓN MARXISMOYREVOLUCION.ORG 1 LA MIRADA DEL ESPÍRITU, EL ESCLAVO Y EL ÁNGEL. APUNTES PARA UN CONCEPTO DE VIOLENCIA EN AMÉRICA LATINA Por Carlos F. Lincopi Bruch Apuntes preliminares El presente trabajo tiene por objeto presentar elementos que permitan desarrollar una perspectiva conceptual de la historia, la cual irá de la mano de una reflexión sobre la violencia, en momentos, no se sabe si se habla de la historia o la violencia, a menudo parecen un mismo concepto. La razón de ello estriba en que escribimos desde América Latina. Lo que vamos a realizar es contrastar y presentar diversos momentos del pensamiento filosófico representados en la tríada Hegel, Fanon y Benjamin. Para nosotros, desarrollar un concepto de historia significa ubicarse en la oscuridad del tiempo y del espacio. La razón es más o menos sencilla, en definitiva, vivimos en las entrañas de la modernidad. Nuestro cuerpo se encuentra rodeado por las más crudas determinaciones de la violencia. Pensamos la historia, desde la filosofía, desde América Latina, desde un ser para otro. Esclarecer un concepto de historia significa observar la irracionalidad de la modernidad, es decir, aquel aspecto “oculto”, pero “esencial”, del mundo que habitamos. Sostenemos, por tanto, que presentar un concepto de historia significar pensar, en la actualidad, en la modernidad capitalista, la violencia desnuda, cruda, en sí. Advertimos que no es fácil escribir estas líneas, desde nuestro ser mapuche, puesto que habitamos en las tinieblas de la modernidad. Realizar un comentario sobre la historia y la violencia es, para nosotros, algo tan común, tan cotidiano y tan espeluznante. Hablaremos de la violencia, entonces, no solo en un sentido conceptual como nos gusta sino que abordaremos episodios que tienen un fuerte componente autobiográfico, en primera persona a menudo, no por egolatría de quien escribe, sino por sinceridad intelectual (no podríamos abordar el ensayo de otra forma, sería completamente hipócrita). Al comenzar este trabajo, pensábamos en la pertinencia de escoger un “caso” que sirviera como objeto de análisis y no encontrábamos satisfacción en las novelas, obras de teatro, poemas, pues aunque hay representaciones estéticas muy buenas, la violencia tiene algo de irrepresentable. Probablemente sea la única entidad en el mundo irrepresentable conceptualmente, toda palabra, toda obra de arte, no logra dar cuenta de la verdadera y auténtica violencia, la violencia real. Los filósofos siempre hemos sospechado de la “certeza sensible” (aquella que se desarrolla a partir de nuestros sentidos inmediatos) y hemos superado la barrera de los sentidos. Sin embargo, la violencia no puede entenderse más que a partir de la violencia misma y, por tanto, precisamente, a través de esa certeza sensible. Por ejemplo, el espectador de las noticias observa cotidianamente

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1

LA MIRADA DEL ESPÍRITU, EL ESCLAVO Y EL ÁNGEL. APUNTES PARA UN CONCEPTO DE VIOLENCIA

EN AMÉRICA LATINA

Por Carlos F. Lincopi Bruch

Apuntes preliminares

El presente trabajo tiene por objeto presentar elementos que permitan

desarrollar una perspectiva conceptual de la historia, la cual irá de la mano de una

reflexión sobre la violencia, en momentos, no se sabe si se habla de la historia o la

violencia, a menudo parecen un mismo concepto. La razón de ello estriba en que

escribimos desde América Latina. Lo que vamos a realizar es contrastar y presentar

diversos momentos del pensamiento filosófico representados en la tríada Hegel,

Fanon y Benjamin. Para nosotros, desarrollar un concepto de historia significa

ubicarse en la oscuridad del tiempo y del espacio. La razón es más o menos sencilla, en

definitiva, vivimos en las entrañas de la modernidad. Nuestro cuerpo se encuentra

rodeado por las más crudas determinaciones de la violencia. Pensamos la historia,

desde la filosofía, desde América Latina, desde un ser para otro. Esclarecer un

concepto de historia significa observar la irracionalidad de la modernidad, es decir,

aquel aspecto “oculto”, pero “esencial”, del mundo que habitamos. Sostenemos, por

tanto, que presentar un concepto de historia significar pensar, en la actualidad, en la

modernidad capitalista, la violencia desnuda, cruda, en sí.

Advertimos que no es fácil escribir estas líneas, desde nuestro ser mapuche,

puesto que habitamos en las tinieblas de la modernidad. Realizar un comentario sobre

la historia y la violencia es, para nosotros, algo tan común, tan cotidiano y tan

espeluznante. Hablaremos de la violencia, entonces, no solo en un sentido conceptual

–como nos gusta – sino que abordaremos episodios que tienen un fuerte componente

autobiográfico, en primera persona a menudo, no por egolatría de quien escribe, sino

por sinceridad intelectual (no podríamos abordar el ensayo de otra forma, sería

completamente hipócrita). Al comenzar este trabajo, pensábamos en la pertinencia de

escoger un “caso” que sirviera como objeto de análisis y no encontrábamos

satisfacción en las novelas, obras de teatro, poemas, pues aunque hay

representaciones estéticas muy buenas, la violencia tiene algo de irrepresentable.

Probablemente sea la única entidad en el mundo irrepresentable conceptualmente,

toda palabra, toda obra de arte, no logra dar cuenta de la verdadera y auténtica

violencia, la violencia real. Los filósofos siempre hemos sospechado de la “certeza

sensible” (aquella que se desarrolla a partir de nuestros sentidos inmediatos) y hemos

superado la barrera de los sentidos. Sin embargo, la violencia no puede entenderse

más que a partir de la violencia misma y, por tanto, precisamente, a través de esa

certeza sensible. Por ejemplo, el espectador de las noticias observa cotidianamente

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hechos de violencia, es parte de un hábito, es su costumbre, la violencia fenoménica a

la cual accede vía “televisor” no le afecta, de hecho, le divierte. Por detrás de la

apariencia fenoménica, presentada y representada por el noticiero, encontramos la

esencia, la violencia real que solo es sentida y comprendida, realmente, por aquellos

que sufren la violencia y, la comprenden precisamente en el momento –en ese instante

de peligro en el cual todo puede acabar – bajo la oleada de misiles que caen sobre el

techo o en cualquier otro acontecimiento en el cual la violencia se presenta como

portadora de cierta soberanía sobre “cuerpo y alma” de las personas que habitan un

territorio, una nación, una clase, un grupo. Por esta razón, probablemente el texto de

Frantz Fanon Los condenados de la tierra sea tan impactante. El libro es redactado por

un militante revolucionario que ha observado la violencia desnuda, es un texto, un

documento, una obra maestra, escrita –siguiendo la terminología de Walter

Benjamin– en ese instante de peligro en el cual todo puede acabar. Fanon deja una

huella de su vida, precisamente, en su escritura. Ensayaremos, pues, con las

dificultades propias del ente abordado, un concepto de historia – lo cual implica, al

parecer, un concepto de violencia –.

La mirada del espíritu. Hegel y el Nuevo Mundo

G.W.F. Hegel en sus Lecciones sobre filosofía de la historia universal desarrolla

una argumentación orientada a fundamentar un concepto de historia universal. En

estas lecciones, Hegel aborda brevemente sus consideraciones acerca de América a la

cual llama “Nuevo Mundo”. Para Hegel, considerar la historia desde una perspectiva

universal, no quiere decir pensar lo universal abstractamente, sino concreta y

presente.1 Para él, pensar la historia universal significa abordar el “espíritu,

eternamente en sí, y para quien no existe ningún pasado”2. Este elemento contrasta

radicalmente con la concepción de Benjamin que desarrollaremos más adelante, en el

sentido de que para Walter Benjamin el pasado juega un rol central, sostiene: “…el

pasado lleva consigo un secreto índice, por el cual es remitido a la redención.”3 Este

punto lo vamos a desarrollar detenidamente más adelante. Por ahora, podemos

visibilizar en Hegel la primacía de un orden temporal: el tiempo presente.4 De hecho,

este punto es abordado con mayor claridad en la Fenomenología del espíritu, en la cual

Hegel sostiene que, el espíritu solo puede nacer en el encuentro – violento – entre

autoconciencias, pues la satisfacción del deseo de una autoconciencia solo puede

1 Hegel, G. (2012). Lecciones sobre la historia universal. Madrid: Alianza, p.160

2 Ibíd., p.160

3 Benjamin, W. (2014). La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia. Santiago de Chile: LOM, p.40

4 En Benjamin también existe una consideración muy importante acerca del tiempo-ahora, el presente

actual, por el cual puede entrar el mesías, como veremos, en las concepciones sobre la historia tiende a haber puntos de encuentro entre ambos pensadores.

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lograrse en otra autoconciencia.5 Es en ese encuentro donde “está presente ya para

nosotros el concepto de espíritu”6, y orienta el punto en el cual la conciencia “se aparta

del más acá sensible y de la noche vacía del más allá suprasensible, para marchar hacia

el día espiritual del presente”. En este sentido, el concepto de “espíritu” en Hegel

denota cierta temporalidad cargada de presente, de actualidad. Ese encuentro del yo

con el otro, en la cual pareciera ser que inicia la historia de la humanidad, no es

pacífico, más bien, todo lo contrario. Ese encuentro de entidades autoconscientes es

absolutamente violento, es el inicio de la guerra, de la violencia radical por la sujeción

del otro, el deseo de reconocimiento – en el otro – provoca una “lucha a vida o

muerte”.7 En este punto no hay comunidad, no hay desarrollo del espíritu en su

verdad, no hay unidad del “yo en el nosotros” y del “nosotros en el yo” es el Bellum

omnium contra omnes.

En Lecciones sobre la filosofía de la historia universal Hegel desarrolla las

relaciones entre el espíritu y la naturaleza, así como las condiciones de posibilidad

para el surgimiento del primero. Aprehender estos elementos será vital para entender

su visión sobre América – y sobre América del Sur en particular –. Veamos.

Un primer elemento, dice relación con el suelo, la tierra. Para Hegel el espíritu al

ingresar al plano de la existencia, tiene el suelo como base esencial y necesaria. En ese

momento, el espíritu ingresa a la infinitud y, con ello, a la esfera de la naturaleza.8

Hegel sostiene que existe un nivel de correlación entre el nivel espiritual y el natural.

Este último, la existencia natural, contiene dos aspectos importantes: 1) voluntad

natural del pueblo, y; 2) la naturaleza exterior particular.9 Abordar el elemento

natural significa, entre otras cosas, abordar el contexto geográfico de una nación,

decíamos, el suelo. El humano, desde la argumentación hegeliana, en la medida que no

es libre, es un ser sensible. Entendemos aquí la “sensibilidad” del ser, como aquella

primera figura que da vida a la experiencia de la conciencia, el estadio más primitivo

del espíritu –algo así como un “pre-espíritu” – cuya determinación es, precisamente, lo

sensible. Esa sensibilidad se encuentra con su contenido geográfico, el mundo que

rodea a la conciencia, como una conciencia meramente de lo otro, del mundo objetual,

mas aún no hay conciencia de sí en tal mundo –por eso es un ser “sensible” antes que

“libre” o autoconsciente –. Es el mundo tal y como se la presenta a la conciencia en su

sensibilidad –en sus sentidos –, es la primera determinación sobre la cual la

conciencia va a desarrollar su experiencia, por eso, sostenemos, que Hegel plantea:

“No nos proponemos conocer el suelo como un local externo, sino el tipo natural de la

5 Hegel, G. (2015). Fenomenología del espíritu. México: Fondo de Cultura Económica, p.112

6 Ibíd., p.113

7 Ibíd., p.116

8 Hegel, G. (2012). Lecciones sobre la historia universal. Madrid: Alianza, pp.161-162

9 Ibíd., p.162

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localidad, que corresponde exactamente al tipo y al carácter del pueblo, hijo de tal

suelo.”10 Hegel aclara que esto es una primera determinación y que “no debiésemos

admitir una relación de dependencia, de tal modo que el carácter de los pueblos fuese

formado por las condiciones naturales del suelo”. El estadio de ser sensible sería algo

así como un niño que alberga en sí las condiciones de posibilidad para forjarse en

hombre, y por tanto, en un ser libre.11 Finalmente, tenemos que el suelo, en tanto

mundo que rodea a la conciencia, es una determinación del ser sensible. Quizás, hay

entidades en el mundo “condenadas a la tierra”, al “suelo”, quizás hay “gente de la

tierra” (mapuche). No deja de ser notable el elemento que visualiza Hegel en este

estadio en el cual comienza a forjarse el espíritu de un pueblo, de una nación, aquel

lugar en el cual, sencillamente, se nace.

El segundo elemento a considerar, por Hegel, es el clima. Aunque sostiene que

no es un elemento “determinante”, considera que ni las zonas cálidas ni las zonas frías

son “suelo abonado para la libertad de los hombres”.12 El argumento es más o menos

así, existen zonas sobre las cuales la libertad del hombre puede desarrollarse más

fácilmente que en otras, aunque en la zonas cálidas y frías, en la cual la naturaleza es

demasiado poderosa, si bien no es imposible que la conciencia supere su estadio

puramente sensible en aras a adquirir su libertad, es al menos, difícil.13 La naturaleza,

en ningún caso, debe considerarse como una entidad tal que es más fuerte que el

espíritu.14 Hegel subraya, siguiendo a Aristóteles, que es preciso satisfacer la premura

de la necesidad, para luego elevarse a los fines más elevados, precisamente, a la

libertad, a la cultura más elevada.15 Es curioso que Walter Benjamin en su tesis IV

sobre el concepto de historia, iniciara con un pasaje de Hegel: “…Afanaos primeramente

por la comida y la vestimenta, y el Reino de Dios os llegará de suyo…”16, también Marx

pensaba algo similar cuando sostenía que: “…El hombre necesitado, cargado de

preocupaciones, no aprecia el espectáculo más hermoso…”17. Las consideraciones de

Hegel, pues, no son algo extraño en la historia de la filosofía, nosotros también

consideramos la satisfacción de la apetencia natural como un elemento central para el

desenvolvimiento de los pueblos para llegar a un “nivel cultural más elevado”.

Volvamos a Hegel. Siguiendo su orientación argumentativa, será la zona templada la

que “ha de ofrecer el teatro para el drama de la historia universal” y dentro de esa

10

Ibíd., p.162 11

Ibíd., p.162 12

Ibíd., p.163 13

Ibíd., p.163 14

Ibíd., p.163 15

Ibíd., pp.163-164 16

Benjamin, W. (2014). La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia. Santiago de Chile: LOM, p.40 17

Marx, C. (2012). Manuscritos económico-filosóficos. En E. Fromm, Marx y su concepto del hombre (págs. 103-175). México: Fondo de Cultura Económica, p.142

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zona, la mejor es la parte septentrional, es decir, el Norte.18 Nos permitiremos citar a

Hegel para mejor comprensión del argumento: “…mientras en el Norte la tierra se

desarrolla a lo ancho, en cambio, hacia el Sur, se escinde y deshace en varias puntas

afiladas, como son América, Asia y África…así, en el aspecto botánico y zoológico, la zona

septentrional es la más importante…”.19 Para Hegel, el lugar de la historia universal, no

es otro que su Europa. Mientras que en el Sur, en nuestra América: “…La violencia de

los elementos es demasiado grande, para que el hombre pueda vencerlos en la lucha y

adquirir poderío bastante para afirmar su libertad espiritual frente al poder de la

naturaleza.”20

El tercer elemento refiere a las relaciones entre mar y tierra, las cuales pueden

entenderse de la siguiente forma: 1) altiplanicies sin agua; 2) valles surcados por ríos,

y; 3) litorales.21 En las altiplanicies, básicamente, no existen condiciones para forjar un

espíritu comunitario, no hay “relaciones jurídicas” y es el terreno propio del robo22,

del delito; los pueblos que viven en estas condiciones se encuentran en una guerra

exterior constante, no observan su interioridad, su comunidad, su espíritu, el estadio

del pueblo que habita el altiplano, en la mirada de Hegel, es un pueblo sumergido a un

caos continuo de violencia radical. El caso del valle es diferente, pues: “El suelo es fértil,

por el acarreo de tierras; el terreno debe su fertilidad a las corrientes que lo han

formado. Aquí surgen los centros de cultura, que son independientes, pero no una

independencia sin límites del primer elemento, sino con una diferenciación, que no se

lanza al exterior, sino que se convierte en cultura interior”23. El tercer elemento es el

litoral, el lugar de contacto, propiamente, de tierra y mar. El mar alienta, según Hegel

las siguientes características en los pueblos: mirada hacia lo infinito, ánimo de

trascendencia, a la valentía, a la conquista, la ganancia, el perder el miedo a perder la

muerte y, por tanto, alienta en el individuo una conciencia de mayor libertad. El mar

invita a perder el miedo a la muerte, como en la dialéctica de señorío y servidumbre, y

engendra un espíritu peculiar. Es en el litoral, el lugar en el cual se forjarán los Estado

más elevados.24

Hasta este momento, el Norte es lo más elevado espiritualmente, mientras que

el Sur, parece más cercano a un estadio primitivo, a un estadio “natural” de “ser

sensible”. La violencia es ejercida por el entorno natural, geográfico y climático, pero

así mismo, la naturaleza violencia del entorno, se expresa en cierto carácter del

18

Hegel, G. (2012). Lecciones sobre la historia universal. Madrid: Alianza, p.164 19

Ibíd., p.164 20

Ibíd., p.164 21

Ibíd., p.165 22

Ibíd., p.166 23

Ibíd., p.167 24

Ibíd., pp.168-169

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pueblo, es violento, no tiene forjado un espíritu (según Hegel), tampoco regulación

jurídica, parece ser, hasta aquí, que el Sur posee en sí la concentración de múltiples

determinaciones que dan vida a una violencia radical, en estado “puro”.

Luego de abordar los elementos generales, Hegel recién comenzará a

desarrollar su “punto de vista” sobre el Nuevo Mundo, es decir, sobre nuestra

América. A diferencia de Europa, como el lugar en el cual la humanidad es más libre25,

América del Sur es, un lugar en el cual se desarrolla una impotencia física y espiritual

de los pueblos.26 El Nuevo Mundo no se diferencia con respecto al Viejo Mundo en

consideraciones superficiales o exteriores. La violencia del argumento de Hegel radica

en que, la diferencia, es una división esencial.27 El Nuevo Mundo “no es nuevo

relativamente sino absolutamente”.28 En nuestro Sur, a los ojos de Hegel, habitan unos

cuerpos sin espíritu, carentes de cultura. De hecho, la poca cultura que había, era una

cultura “natural” –primitiva– condenada a perecer al entrar en contacto con el

verdadero espíritu –el europeo–.29 El indígena es una entidad en el mundo que perece

frente al “soplo del espíritu”30. Estos pasajes de Hegel ocultan una violencia radical:

“…estos pueblos de débil cultura perecen cuando entran en contacto con pueblos de

cultura superior y más intensa.” El indígena, según Hegel, es por su propia naturaleza,

sumiso, humilde y servil, tanto con respecto al criollo, pero con aún más fuerza, con

respecto al europeo.31 Pero Hegel, debe continuar llevando su argumento al extremo:

“la inferioridad de estos individuos se manifiesta en todo, incluso en la estatura.”32 Lo

curioso de esto, es que afirmaciones similares podemos encontrar en Friedrich Engels,

en sus consideraciones sobre Argelia– más allá de todos sus sueños socialistas –

sostenía que sus habitantes son: “…una raza tímida que ha conservado, no obstante, su

crueldad y su carácter vindicativo, en tanto que su moral es muy baja”.33 La moral

europea, el orden ético-político (jurídico), se presenta como predestinación espiritual

de los pueblos del mundo, como el orden moral, suficientemente elevado que toda la

población mundial debe adoptar.

Otro punto a considerar por Hegel son las diferencias entre Norteamérica y

América del Sur. La primera, superior a la segunda. Existen diferencias políticas y

religiosas, en sumo, diferencias teológico-políticas que marcan el carácter superior del

orden espiritual del primero sobre el segundo, veamos. En Norteamérica, predomina

25

Ibíd., p.199 26

Ibíd., p.171 27

Ibíd., p.170 28

Ibíd., p.170 29

Ibíd., p.171 30

Ibíd., p.171 31

Ibíd., p.171 32

Ibíd., p.172 33

Marx, K., & Engels, F. (2009). Acerca del colonialismo. Buenos Aires: Terramar, p.77

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el poder civil y la libertad, pero sobretodo, tiene la característica de ser una república

protestante en la cual predomina la libertad religiosa. La religión protestante fomenta

la confianza mutua entre los ciudadanos, condición básica para un buen comercio, la

religiosidad es un ámbito que rige toda la vida, además el europeo que llega a

Norteamérica no es un “conquistador”, sino un tierno trabajador esforzado e

industrioso, claro, esto, según Hegel, según las locas y fantasiosas quimeras de Hegel.34

En cambio, y en esto tiene razón, América del Sur es – lamentablemente – católica. En

el Sur, el poder no es ni civil ni sustentado en la “libertad”, es ante todo, un poder

militar (la historia reciente de América Latina demuestra que en esto Hegel tiene

razón). Además, entre católicos no puede existir confianza, sino la desconfianza, el

orden es absolutamente jerárquico, por eso, entre católicos “domina el poder violento

y la sumisión voluntaria”. Veamos un caso. En algún momento de nuestra vida,

escuchamos una tétrica historia ocurrida en El Salvador, en plena guerra civil. La

historia es más o menos así, la guerrilla salvadoreña del FMLN tenía tantos adeptos y

popularidad entre la población que el ejército burgués – el que detenta el imperio de

la fuerza – guardaba cierta desconfianza hacia el conjunto del pueblo –primacía de la

desconfianza–. En un lugar de alta popularidad del FMLN, el ejército, pensando que en

cualquier lugar podría haber un guerrillero, tomó la decisión de aniquilar al conjunto

de la población de una pequeña localidad, mataron a todo el pueblo, el principio de esa

violencia radical, absoluta, era la desconfianza (cualquiera podía ser un guerrillero).

De hecho, solo una mujer sobrevivió, fue ella quien posteriormente contó la historia al

mundo. Escribir una historia a contrapelo, a lo Benjamin, en Nuestra América, es

escribir la historia de la violencia.

Realicemos un balance. América Latina, el Sur, concentra múltiples

determinaciones, que la vuelven intrínsecamente violenta. De una parte, su geografía

natural, poco apta para culturas elevadas, de otra, su determinación teológico-política,

argumento que compartimos con Hegel, pues es cierto que el orden jerárquico católico

es un orden donde prevalece la violencia hacia el interior de la comunidad. En el caso

protestante, la espada no se utiliza entre cristianos, la violencia interna existe, pero es

menor en relación al Estado católico, la violencia protestante, es sobre todo hacia

afuera de la comunidad, hacia los extremos no-cristianos. La filosofía de Hegel es

racista, sin dudas, pero contiene elementos verdaderos que nos ayudarán a

determinar un concepto de “violencia” en América Latina.

Un punto más, Hegel realiza un anuncio no menos interesante, pese a que no

pretende hacerse cargo de su profecía: “América es el país del porvenir. En tiempos

futuros se mostrará su importancia histórica, acaso en la lucha entre América del Norte

34

Hegel, G. (2012). Lecciones sobre la historia universal. Madrid: Alianza, pp.173-174

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y América del Sur…”35 El día 9 de noviembre del 2016 triunfa en las elecciones Donald

Trump, quien anuncia construir una muralla entre USA y México, en realidad, la

muralla divide a América del Norte de América del Sur y a ésta de aquella. Hasta aquí

la mirada del espíritu.

La mirada del esclavo. El caso de Frantz Fanon

Hacer filosofía es siempre observar el mundo desde un punto de vista, la

mirada del espíritu hegeliana, es una verdad europea, es la forma en la cual el Norte

observa el Sur. Aclaremos una cosa, el argumento de Hegel no es falso, es europeo.

Llegado a este punto nos interesa dar cuenta de la mirada del esclavo (Frantz Fanon).

En el caso de Frantz Fanon, en Los condenados de la tierra, se realiza un relato y

una argumentación en el instante de peligro, en el cual la comunidad argelina observa

la disolución de sus formas políticas y con ello, la disolución de toda historia pasada,

de todo ancestro. Decimos que Fanon da cuenta de la mirada del esclavo, pero no es

aquí el esclavo hegeliano, sumiso, que se vuelve hombre por amor a la vida y que

renuncia a la lucha. Es el esclavo, colonizado, en la modernidad capitalista, que ha

tomado la decisión de luchar a muerte contra el colono. Esta decisión – de luchar –

diferencia radicalmente al esclavo combatiente –insumiso- del esclavo hegeliano –

sumiso-, y con ello se genera la posibilidad de otro “tránsito del espíritu”, se alberga

en el combate otra modernidad posible – la cual no se ha desarrollado, pero que

sobrevive periféricamente–. Hay, una esperanza, otro desenvolvimiento del espíritu,

precisamente porque es otro espíritu, el espíritu de los oprimidos y en consecuencia,

anuncia la posibilidad de un orden estético, ético y político, diferenciado del espíritu

europeo.

Para Fanon, el proceso de liberación es violento, se haya determinado por una

violencia radical.36 Esa violencia, absoluta, radical, vuelve al esclavo, al sujeto

colonizado que es puramente para otro – el colono –, en hombre, es decir, en y para sí,

autoconciencia en su independencia y libertad, solamente a través del proceso de

lucha de liberación, la cual es absolutamente violenta.37 En Fanon, el mundo

colonizado “es un mundo cortado en dos”38, el argumento, no dista mucha de aquella

afirmación hegeliana que observábamos más arriba sobre la división esencial entre

Nuevo y Viejo Mundo. Fanon, da cuenta del mismo hecho que visualiza Hegel, pero

desde otro punto de vista, desde el “otro lado de la moneda”. En Fanon, se observa que

el mundo colonizado deposita cierta valoración moral (¿o inmoral?) sobre el sujeto

colonizado, por ello: “…El indígena es declarado impermeable a la ética; ausencia de los 35

Ibíd., p.177 36

Fanon, F. (2009). Los condenados de la tierra. México: Fondo de Cultura Económica, p.30 37

Ibíd., p.31 38

Ibíd., p.32

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valores, pero también negación de los valores. En este sentido, es el mal absoluto…capaz

de desfigurar todo lo que se refiere a la estética o la moral, depositario de fuerzas

maléficas, instrumento inconsciente e irrecuperable de fuerzas ciegas…”39, la iglesia de

Dios (léase del “sumo bien”), en el mundo colonizado, no orienta al colonizado hacia

Dios (el “sumo bien”), sino al camino del blanco, del amo, del opresor.40 Este punto es

fundamental, la iglesia, la religión, es depositaria de un orden moral (ético-estético-

político), pero un orden moral diseñado para el blanco-europeo, es portadora de una

idea de bien, pero una idea de bien para el blanco. El esclavo colonizado, arrojado en

la lucha contra el amo, procura diseñar otro mundo moral, otro orden estético, ético y

político, diferenciado y antagónico al orden blanco, ambos tienen una idea de bien,

pero diferenciadas, antagónicas entre sí, se repelen y aniquilan. El “otro” es siempre el

portador del mal (del sumo mal o del mal radical). Por lo mismo: “…El colono no deja

de ser nunca el enemigo, el antagonista, precisamente el hombre que hay que

eliminar”.41 Vencer al otro es vencer al Anticristo. Me gustaría compartir una anécdota.

El apellido que he portado tiene una carga mapuche, es mapuche como tal, y me

habían enseñado a portarlo con orgullo. Toda mi infancia y adolescencia estuvo

cargada de episodios de violencia colonial por esa razón. Una vez, me cambiaron de

colegio, a un lugar que era para niños ricos. Al llegar al lugar, me presenté como

“mapuche”, como “pueblo guerrero”, portador de más de quinientos años de

resistencia. Lo primero que me dijeron los otros niños fue: “un niño mapuche no

puede estar aquí, tú no perteneces a este lugar, este es un lugar para hijos de

empresarios”, eso aconteció en el primer recreo, fue el momento diplomático. Los

otros niños tenían razón, yo no debía estar ahí. El segundo recreo fue el momento de

la violencia. Un grupo de niños blancos se acerca con la intensión de agredirme.

Evidentemente no lo lograron, los derroté, como blancos. No era una inocente pelea

de niños, era más bien, la pelea de un niño indígena contra un grupo de niños blancos.

El combate denotaba cierta carga histórica. La represión se hizo sentir

inmediatamente en la escuela bajo la figura normativa de “estudiante condicional”,

carga que me acompañó hasta los últimos días en el colegio. El responsable era yo. El

castigo lo recibía yo. Mi pecado era simplemente ser mapuche. ¿Y los otros niños?

Nada. Los agresores, en la medida que eran blancos, siempre tenían la razón. El

problema era yo. Era yo el que no debía estar ahí generando una ruptura en un

espacio de blancos. Como sea, el acontecimiento nunca lo olvidé. El mal, el pecado, el

delito, lo portamos nosotros, inclusive aún siendo inocentes niños. Para mí era

correcto librar combates frente al lema de los otros niños “maten al mapuche”, la cual

para un ojo adiestrado en la política, sabe que es una declaración de guerra. Por eso

decíamos más arriba que nosotros, mapuche, habitamos en la oscuridad de la

39

Ibíd., p.36 40

Ibíd., p.36 41

Ibíd., p.44

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modernidad. Pero es momento de continuar con el ensayo. Fanon, sostiene en este

sentido que, lo primero que debe aprenderse un indígena es a “ponerse en su lugar”,

no “pasarse de los límites”.42 Esa había sido mi error. Entrar al mundo de los blancos y

burgueses, me salí del “lugar que me correspondía” y el castigo se hizo ver.

Existen muchos elementos de indudable riqueza en Fanon, no obstante, nos

gustaría apuntar solo un elemento más, para Fanon: “…el colonialismo no es una

máquina de pensar, no un cuerpo dotado de razón. Es la violencia en estado de

naturaleza y no puede inclinarse sino ante una violencia mayor.”43 El colonialismo es

espíritu irracional, propio de la modernidad capitalista, no es el “soplo”, es la violencia

cruda y radical, que no puede ser derrotada sino por otra violencia, aún más radical,

aún más cruda, esto es, a través de una declaración de un verdadero y auténtico

“estado de excepción”. Con esto, terminamos la mirada del esclavo, y observamos a

partir del ángel.

La mirada del ángel. Walter Benjamin y la ruptura mesiánica

Para Walter Benjamin, de lo que se trata es de observar en la historia aquellos

hechos que no han sido observados, para él, la tarea del “historiador marxista” es la de

escribir la historia a contrapelo.44 Con esto, me gustaría compartir un mal recuerdo.

Un día me llama mi padre y me comenta que quince (¡quince!) hermanos – de origen

mapuche –habían muerto al cruzar por mar hacia una isla. ¿Acontecimiento violento?

No lo sé. Simplemente sé, que nadie supo del evento. Eran quince personas, no

obstante, no apareció nada en la televisión o en internet, fue un “acontecimiento

fantasma”, en definitiva, a nadie le importó, esto fue en Puerto Saavedra que,

precisamente lleva su nombre en honor a Cornelio Saavedra, general chileno a cargo

de la conquista de nuestro pueblo-nación, nuestro máximo genocida. Quizás esto sea

un breve fragmento a contrapelo.

Walter Benjamin es la mirada del ángel. Precisamente porque en su tesis IX

sobre la historia sostiene que: “Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él

está representado un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que

mira atónitamente. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, abierta su boca, las alas

tendidas. El ángel de la historia ha de tener ese aspecto. Tiene el rostro vuelto hacia el

pasado. En lo que a nosotros nos aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una

sola catástrofe, que incesantemente apila ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies.

Bien quisiera demorarse, despertar a los muertos y volver a juntar lo destrozado. Pero

una tempestad sopla desde el Paraíso, que se ha enredado en sus alas y es tan fuerte que

42

Ibíd., p.45 43

Ibíd., p.54 44

Benjamin, W. (2014). La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia. Santiago de Chile: LOM, p.43

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el ángel ya no puede plegarlas. Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el

futuro, al que vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el

cielo. Esta tempestad es lo que llamamos progreso”.45 La historia se presente aquí, como

una sucesión de acontecimientos catastróficos, es la pura violencia, desmedida, brutal.

El “progreso” es pura y simple violencia. El ángel es arrastrado por la tempestad, por

el “soplo del espíritu”, es un escenario trágico. Esa tragedia representa precisamente

el concepto de “ley de la historia”, lineal, progresiva, ascendente. Para Benjamin, la

historia se presenta como un continuum de violencia sobre los explotados y

oprimidos. Es precisamente esa violencia como continuum la que genera un nexo, un

secreto, entre las generaciones pasadas y la nuestra. El pasado hacer valer una

pretensión mesiánica sobre el presente, por ello, lo explotados guardan una débil

fuerza mesiánica, resultado de una tradición de abusos y humillaciones. El presente

guarda un vinculo con el recuerdo, con el pasado que hace valer su pretensión sobre

un tiempo-ahora, el cual es pura y simplemente esperanza, esto se debe a que cada

momento guarda en sí la posibilidad de abrir la puerta por la cual puede ingresar el

Mesías,46 el redentor, e inaugurar un nuevo orden. La débil fuerza mesiánica despierta

en el tiempo-ahora, se vuelve fuerte, se transforma en clase combatiente e inaugura la

era mesiánica auténtica, una ruptura con el orden temporal, el soplo del espíritu ya no

puede hacer valer su fuerza, el Mesías inaugura otro orden temporal, el “estado de

excepción”, el cual suspende los privilegios de los vencedores de siempre, quiebra,

rompe, destruye el “soplo del espíritu”. El ingreso del Mesías en el orden temporal, es

el inicio de un tiempo divino, el Kairós cristiano en el cual se rompen todas las reglas,

todas las leyes, todas las disposiciones constitucionales. Es la violencia desnuda de

quienes han sido violentados durante milenios, es el estallido de una rabia acumulada

(¿qué otra cosa puede ser la débil fuerza mesiánica?), es un milagro, una ruptura con

todas las “disposiciones de la naturaleza”. ¿Qué importa el orden geográfico? ¿Qué

importa el orden climático? El Mesías todo lo puede. Es el redentor y vencedor del

Anticristo. Es la fuerza de la clase combatiente que hace suyo el anhelo de Marx (esa

vieja utopía llamada comunismo, sueño de las viejas generaciones en una forma

secularizada). Es el inicio de la era mesiánica en la cual ya no hay clases sociales, ni

colonizados, ni explotados, ni oprimidos.47 Es la liberación. El esclavo, se constituye

espiritualmente en la era mesiánica, en el tiempo mesiánico, construye y forja con sus

manos un orden ético-político (jurídico) que es para sí. Es una violencia absoluta,

radical, que redime a la humanidad. Es el momento en el cual podremos tener un

verdadero concepto de la historia –pues veremos todos los momentos que la

constituyen – y tendremos un concepto acabado de la violencia. Hasta aquí la mirada

del ángel.

45

Ibíd., p.44 46

Ibíd., p.53 47

Löwy, M. (2012). Walter Benjamin: aviso de incendio. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, p.154

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Apuntes finales. Violencia e historia, un concepto desde América Latina

En este punto, nos interesa finalmente, realizar un balance y dar una

perspectiva sobre lo que sería algo así como un “concepto de violencia” y un “concepto

de historia”. En América Latina, violencia e historia, coinciden, forjan una identidad.

En primer lugar, es preciso recalcar que en América Latina el “soplo del

espíritu” no condujo hacia un “espíritu más elevado”. El soplo del espíritu hegeliano en

nuestro Sur ha generado relaciones de dependencia muy fuertes. La producción

material de la vida no es para sí, sino que existe como un ser para otro que es Europa y

su hermano menor, Norteamérica. Esto, desde la llegada del “espíritu” ha provocado

una producción pensada hacia afuera, no para la comunidad, no para forjar nuestro

“espíritu”. Esa situación, ese estado existencial que es para otro, provoca un estadio

constante de apetencia animal, de necesidad. El estómago latinoamericano se

encuentra, en muchos sentidos, vacío. Con ello, no es posible un orden ético-político

(jurídico) que funcione. El delito, el narcotráfico, en general, es una buena forma de

satisfacer la apetencia. En América Latina, el deseo y la necesidad, se convierten en

violencia radical. Este es el primer elemento.

En segundo lugar, encontramos las determinaciones teológico-políticas que

dan vida a las repúblicas latinoamericanas. El “Estado” en América Latina es católico, o

peor aún, católico en momentos de contrarreforma. El orden jurídico se haya

determinado por las jerarquías propias del catolicismo romano, por la desconfianza

en el otro y entre ciudadanos. Dios no vive en el individuo como en el caso

protestante, en este tipo de sociedades, la figura del mediador (la Iglesia, el Estado) es

central para controlar la moralidad, pues no hay confianza en los fieles y súbditos del

Estado. La desconfianza en el cumplimiento del orden moral genera las condiciones

apropiadas para forjar un Estado sustentado en un poder militar que se ejerce hacia el

interior de la comunidad (no es la guerra hacia fuera, es la stasis, la guerra civil lo que

predomina). La primacía de la desconfianza, el catolicismo, se traduce, en América

Latina, en violencia radical. Este es el segundo elemento.

En tercer lugar, encontramos el combate político revolucionario (Fanon y

Benjamin). Es este el ámbito en el cual se forja el espíritu latinoamericano, en el cual

se conquista la libertad. El combate revolucionario, en el cual el esclavo, el conjunto de

los explotados y oprimidos, los hambrientos de Latinoamérica, adquieren su espíritu y

forjan su comunidad. La comunidad latinoamericana, en el sentido de un yo que es en

el nosotros y de un nosotros que es en el yo, se constituye precisamente en la

confrontación con el “soplo del espíritu europeo”, con el “progreso”, con la

modernidad capitalista. Este proceso de liberación es violento. La construcción de un

nuevo orden ético, estético y político en América Latina, por sus propias condiciones,

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se traduce, en violencia radical. La liberación latinoamericana abre – o abrirá – un

verdadero y auténtico “estado de excepción”, de ruptura mesiánica, de violencia

radical contra las determinaciones “naturales”, de ausencia de disposiciones

constitucionales y de guerra civil generalizada. La razón de ello estriba en el hecho de

que el sujeto latinoamericano, como esclavo, como ser para otro, como colonizado,

sobrevive en el mundo, genera estrategias para hacer “vivible” lo “invivible”, para

seguir el concepto de ethos elaborado por Bolívar Echeverría. Pero ese ethos, esa

estrategia para soportar la catástrofe, concentra y acumula en sí, una débil fuerza

mesiánica, una violencia radical, en potencia.

Finalmente, nos gustaría señalar que hemos escrito el presente ensayo desde la

oscuridad de la modernidad capitalista como sosteníamos al principio. Pensar un

concepto de “historia” para América Latina significa pensar el concepto de “violencia”,

pues como hemos dicho, ambos forjan una identidad. La violencia es radical en

América Latina, en el sentido de que, la violencia es la raíz de América Latina sobre la

cual se forja su historia y sobre la cual forjará su espíritu. Para prevenir, los enemigos

de Nuestra América, construyen murallas. Ellos se observan a sí mismos como

viviendo el final de sus días, como ad portas del inicio de la era mesiánica anunciada

por el filósofo judío.

BIBLIOGRAFÍA

Benjamin, W. (2014). La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia. Santiago

de Chile: LOM.

Fanon, F. (2009). Los condenados de la tierra. México: Fondo de Cultura Económica.

Hegel, G. (2012). Lecciones sobre la historia universal. Madrid: Alianza.

Hegel, G. (2015). Fenomenología del espíritu . México: Fondo de Cultura Económica .

Löwy, M. (2012). Walter Benjamin: aviso de incendio. Buenos Aires: Fondo de Cultura

Económica.

Marx, C. (2012). Manuscritos económico-filosóficos . En E. Fromm, Marx y su concepto

del hombre (págs. 103-175). México: Fondo de Cultura Económica.

Marx, K., & Engels, F. (2009). Acerca del colonialismo. Buenos Aires: Terramar.