Khoury Raymond - La Orden Del Temple
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A mis padres
A mis chicas:
Mia, Gracie y
Suellen
Y
A mi amigo
Adam B. Wachtel
(19592005)
Cunto habras disfrutado con esto!
Me alegro de que Victoria y Elizabeth
te compartieran con nosotros.
Te echaremos de menos.
Mucho.
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Qu til nos ha sido este mito de Cristo!
PAPA LEN X, siglo XVI
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RESUMEN
En plena exposicin de los tesoros del Vaticano en el Metropolitan Museum deNueva York, un grupo de hombres a caballo, vestidos como caballeros templarios,
irrumpe a sangre y fuego y se apodera de varias reliquias. Entre los asustados
testigos est Tess Chaykin, una joven arqueloga que enseguida sospecha de los
verdaderos motivos del asalto. Uno de los objetos que se han llevado los asaltantes
contiene la clave para sacar a la luz un secreto que permanece oculto desde que el
ltimo templario dej Tierra Santa, llevando consigo un cargamento de incalculable
poder. El mismo secreto que llen de terror a la Iglesia y que precipit la destruccin
brutal de la Orden del Temple en 1312. Un misterio que cambiar completamentenuestro mundo si sale a la luz. Con la ayuda del curtido agente del FBI Sean Reilly,
Tess se embarca en una carrera contra el tiempo para recuperar la reliquia antes de
que sea demasiado tarde.
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PRLOGO
AAccrree,, rreeiinnoo llaattiinnoo ddee JJeerruussaallnn,, 11229911
Hemos perdido Tierra Santa.
Ese nico pensamiento no dejaba de atormentar a Martin de Carmaux; su brutal
irrevocabilidad resultaba ms aterradora que las hordas de guerreros que entraban
trepando por la brecha abierta en el muro.
Se oblig a desechar la idea, a apartarla de su mente.
Ahora no tena tiempo para lamentarse. Tena trabajo que hacer.
Hombres que matar.
Blandiendo la espada, se precipit a travs de las asfixiantes nubes de humo y polvo,
y arremeti contra las enfurecidas filas enemigas. Estaban en todas partes, sus
cimitarras y sus hachas desgarraban la carne, y sus gritos de guerra se elevaban por
encima del inquietante y rtmico comps de los timbaleros que haba al otro lado delas murallas de la fortaleza.
Con todas sus fuerzas, abati la espada partiendo en dos la cabeza de un hombre, y
volvi a levantar la hoja para embestir al siguiente invasor. Ech un vistazo a su
derecha, y vio que Aimard de Villiers clavaba su espada en el pecho de un atacante
antes de enfrentarse a otro enemigo. Aturdido por los gemidos de dolor y los gritos
de ira que le rodeaban, Martin not que alguien trataba de agarrarle de la mano
izquierda y velozmente dio un fuerte golpe al adversario con la empuadura de su
espada; luego baj la hoja y sinti cmo sta atravesaba msculos y hueso. Percibi a
su derecha algo amenazadoramente cerca y de forma instintiva atac con la espada,
rebanndole el brazo a otro de los invasores para despus abrirle la mejilla y cortarle
la lengua de un tajo.
Sus camaradas y l llevaban horas sin tener un respiro. La embestida islmica no
solamente haba sido incesante, sino adems mucho peor de lo esperado. Flechas y
proyectiles de llameantes puntas haban llovido sin descanso durante das sobre la
ciudad, provocando ms incendios de los que podan atajarse a la vez, mientras los
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hombres del sultn cavaban hoyos debajo de las enormes murallas en los que haban
amontonado broza, que tambin encendan. En muchos puntos, estos hornos
provisionales haban agrietado las murallas, que ahora se derrumbaban bajo una
lluvia de rocas catapultadas. Templarios y hospitalarios haban logrado, a fuerza de
voluntad, repeler el asalto en la Puerta de San Antonio antes de incendiarla yretirarse. Sin embargo, la Torre Maldita, haciendo honor a su nombre, haba
sobrevivido, permitiendo que los violentos sarracenos entraran en la ciudad y
sellaran su destino.
Los gritos roncos de agona se desvanecieron en medio de la conmocin mientras
Martin bajaba su espada y miraba a su alrededor desesperado en busca de algn
signo de esperanza, pero en su mente no haba ninguna duda. Haban perdido Tierra
Santa. Con creciente temor tom conciencia de que todos moriran antes de queacabara la noche. Se enfrentaban con el mayor ejrcito jams visto, y pese a la furia y
la pasin que hervan en sus venas, pese a sus esfuerzos y los de sus hermanos,
estaban condenados al fracaso.
Tambin sus superiores se haban percatado de ello. El alma se le cay a los pies al
or la fatdica corneta que adverta a los caballeros supervivientes del Temple que
abandonaran las defensas de la ciudad. Mirando rpidamente a izquierda y derecha
con turbado frenes, sus ojos encontraron de nuevo los de Aimard de Villiers. Y en
ellos detect la misma agona y la misma humillacin que arda en l. Codo con codo,
se abrieron paso entre la confusa multitud y consiguieron regresar a la relativa
seguridad del recinto templario.
Martin sigui al viejo caballero por entre el tropel de la poblacin aterrada, que se
haba refugiado dentro de los slidos muros de la fortaleza. La escena que les
esperaba en el amplio vestbulo le sorprendi an ms que la carnicera que haba
presenciado fuera. Tumbado sobre una tosca mesa de comedor larga y estrecha
estaba Guillaume de Beaujeu, el Gran Maestre de losCaballeros del Temple. A sulado, de pie, se encontraba Pierre de Sevrey, el senescal, junto con dos monjes. Sus
afligidos rostros no dejaban lugar a dudas. Cuando los dos caballeros llegaron hasta
l, Beaujeu abri los ojos y levant un poco la cabeza, movimiento que le provoc un
involuntario gemido de dolor. Martin lo mir fijamente, estupefacto. La piel del
anciano haba perdido todo color y sus ojos estaban inyectados de sangre. Recorri
su cuerpo con la mirada, tratando de entender lo que vea, y localiz la saeta
emplumada que sobresala por un costado de su caja torcica. El Gran Maestre
sujetaba su extremo con una mano mientras con la otra le haca seas a Aimard, quese aproxim, se arrodill a su lado y le cogi la mano entre las suyas.
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Ha llegado la horalogr decir el anciano con voz dbil y apenada, pero clara.
Vete ya y que Dios te gue.
Martin no oy las palabras. Su atencin estaba en otra parte, centrada en algo que
haba notado en cuanto Beaujeu haba abierto la boca. Era su lengua: estaba negra. Laira y el odio se agolparon en la garganta del joven caballero cuando reconoci los
efectos de la saeta envenenada. Este lder de hombres, la firme figura que haba
dominado todas las facetas de la vida de Martin hasta donde ste poda recordar,
estaba prcticamente muerto.
Se fij en que Beaujeu alzaba la vista hacia Sevrey y asenta casi imperceptiblemente.
El senescal fue hasta el extremo de la mesa y levant una tela de terciopelo que dej
al descubierto un pequeo y labrado cofre. No meda ms de tres palmos de ancho.
Era la primera vez que Martin lo vea. Observ absorto a Aimard, que se puso de pie,
contempl el cofre con solemnidad y despus mir a Beaujeu. El anciano le sostuvo
la mirada antes de volver a cerrar los ojos; su respiracin haba adquirido una
aspereza siniestra. Aimard se acerc a Sevrey y lo abraz, a continuacin cogi el
cofre y, sin siquiera mirar atrs, se dirigi hacia la salida. Al pasar junto a Martin se
limit a decirle: Ven.
Martin vacil y lanz una mirada a Beaujeu y luego al senescal, que asinti en seal
de confirmacin. Entonces se apresur a seguir a Aimard, y pronto cay en la cuentade que no iban al encuentro del enemigo.
Se dirigan al muelle de la fortaleza.
Adnde vamos?inquiri.
Aimard no dej de andar.
El Falcon Temple nos espera. Date prisa.
Martin se detuvo en seco; le daba vueltas la cabeza, estaba confuso. Nos
marchamos?, pens.
Conoca a Aimard de Villiers desde que su propio padre, tambin caballero, muriera
quince aos atrs cuando Martin tena apenas cinco. Desde entonces, Aimard haba
sido su guardin, su mentor. Su hroe. Haban librado muchas batallas juntos, y
Martin crea que seguiran codo con codo y moriran uno al lado del otro cuando
llegara el final. Pero esto no. Esto era una locura. Era una... desercin.
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Aimard tambin se detuvo, pero nicamente para asir a Martin por el hombro y
obligarle a andar.
Date prisale orden.
No!repuso Martin sacudindose la mano de Aimard.
Sinsisti tajante el caballero, mucho mayor que l.
Martin sinti nuseas; su rostro se ensombreci al tratar de encontrar las palabras:
No abandonar a nuestros hermanosbalbuci. Ahora no, nunca!
Aimard exhal un gran suspiro y ech una mirada a la ciudad sitiada. Llameantes
proyectiles dibujaban arcos en el cielo nocturno y lo surcaban veloces desde todos los
rincones. Sujetando todava el cofre, se volvi y dio un amenazante paso hacia
delante de modo que entre sus rostros no quedaron ms que unos centmetros, y
Martin repar en que los ojos de su amigo estaban empaados de lgrimas
reprimidas.
Acaso crees que quiero abandonarlos?susurr; su voz cortaba el aire. Que
quiero dejar al Maestre en su ltimo trance? Parece que no me conozcas.
La mente de Martin arda de confusin.Entonces... por qu?
Nuestro cometido es mucho ms importante que matar unos cuantos perros
rabiosos mscontest Aimard sombro. Es crucial para la supervivencia de
nuestra Orden. Es crucial, si queremos asegurarnos de que todo aquello por lo que
hemos luchado no muera aqu tambin. Tenemos que irnos. Ahora.
Martin abri la boca para protestar, pero la expresin de Aimard era inequvoca. A
regaadientes, inclin la cabeza en seal de aquiescencia y lo sigui.
La nica nave atracada en el puerto era el Falcon Temple; las otras galeras haban
zarpado antes de que el asalto sarraceno cerrara la drsena principal de la ciudad la
semana previa. Con el agua ya por encima de la lnea de flotacin, un grupo de
esclavos, hermanos-sargentos y caballeros cargaba la nave. A Martin le asalt un
montn de preguntas, pero no tena tiempo para formular ninguna. Cuando se
aproximaron al muelle pudo ver al patrn, un viejo marino al que slo conoca como
Hugh y al que el Gran Maestre tena en mucha estima. El hombre, fornido, observabala febril actividad desde la cubierta de su nave. Martin pase la vista por el barco,
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desde la carroza de popa, pasando por su gran mstil, hasta la roda de la que
sobresala el mascarn de proa, una escultura de una fiera ave de presa
extraordinariamente fiel a la realidad.
Sin interrumpir el paso, Aimard pregunt a voz en grito al patrn:
Ya se han cargado el agua y las provisiones?
S, seor.
Entonces olvdate del resto y leva anclas de inmediato.
En cuestin de minutos izaron la pasarela de embarque, se soltaron amarras y los
marineros separaron el Falcon Temple del muelle desde el esquife de la nave. El
contramaestre no tard mucho en dar la orden para que los esclavos de la galerahundieran sus remos en las oscuras aguas. Martin observ a los marineros hacinados
en cubierta izar el esquife y asegurarlo. Al comps rtmico del grave sonido de un
gong y los gruidos de ms de ciento cincuenta remeros encadenados, la nave
empez a desplazarse y se alej de las enormes murallas del recinto templario.
Mientras se alejaba del puerto, una lluvia de flechas cay sobre ella y el mar
circundante estall en inmensas y ardientes explosiones de espuma blanca
producidas por los disparos de las ballestas y catapultas del sultn, dirigidos a la
galera que escapaba. Pronto estuvieron fuera de su alcance y Martin se levant y
contempl el paisaje cada vez ms lejano. Los infieles ocupaban los muros de la
ciudad, aullando e insultando a la nave como animales enjaulados. Detrs de ellos
ruga el infierno; los chillidos y los gritos de hombres, mujeres y nios se mezclaban
con el incesante y estrepitoso redoble de los tambores de guerra.
Poco a poco, la nave gan velocidad ayudada por un viento que soplaba de tierra; los
remos se levantaban y caan como alas revolviendo las oscuras aguas. En el distante
horizonte, el cielo se haba vuelto negro y amenazador.
Todo haba terminado.
Con las manos an temblorosas y el alma destrozada, Martin de Carmaux se volvi
lentamente y con disgusto, dej atrs la tierra que le haba visto nacer y mir al
frente, hacia la tormenta que les esperaba.
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Captulo 1
Al principio, nadie repar en los cuatro jinetes que emergan de la oscuridad de
Central Park.
Antes bien, cuatro manzanas al sur, todas las miradas estaban posadas en el continuo
desfile de limusinas, iluminadas por flashes y focos de televisin, de las que
descendan celebridades elegantemente vestidas y mortales de menor relevancia
delante de la acera del Museo de Arte Metropolitano, el Met.
Era uno de esos grandes acontecimientos que ninguna otra ciudad hubiera podido
organizar tan bien como Nueva York, menos an cuando el recinto anfitrin era el
Met. Espectacularmente iluminado y con haces de luz que atravesaban el oscuro cielo
de abril, el enorme edificio era como un irresistible reclamo en el corazn de laciudad, que atraa a sus invitados hacia las austeras columnas de su fachada
neoclsica, sobre la que ondeaba un cartel con la leyenda:
TESOROS DEL VATICANO
Haban hablado de posponer el evento e incluso de cancelarlo, pues recientesinformes de los servicios de inteligencia haban inducido al Gobierno a decretar de
nuevo el nivel naranja de alerta antiterrorista nacional. En todo el pas, las
autoridades estatales y locales haban intensificado las medidas de seguridad, y
aunque en Nueva York se mantena el nivel naranja desde el 11-S, se tomaron
precauciones adicionales. Se apostaron tropas de la Guardia Nacional en las lneas de
metro y en los puentes, y los agentes de polica hacan turnos de doce horas.
Se crea que, debido a su temtica, la exposicin era particularmente arriesgada. Pesea ello haba prevalecido la firme determinacin de algunos polticos, y la junta del
museo haba votado que se siguiera adelante con lo planeado. La exposicin se
llevara a cabo segn lo previsto, un testimonio ms del inquebrantable espritu de la
ciudad.
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De espaldas al museo, una joven reportera con una cuidada melena y dientes de un
blanco resplandeciente trataba por tercera vez de hablar sin equivocarse frente a la
cmara. Despus de haber intentado, sin xito, adoptar una postura estudiada de
erudicin, en esta ocasin se concentr y lo logr.
No recuerdo cundo fue la ltima vez que el Met congreg a tanta gente. Desde
luego no haba vuelto a suceder desde la exposicin sobre los mayas, y de eso hace
ya unos cuantos aosanunci mientras un hombre gordinfln de mediana edad
bajaba de una limusina con una estilizada mujer enfundada en un vestido de noche
azul, de una talla demasiado pequea y ms adecuado para una adolescente que
para ella. Y ah estn el alcalde y su encantadora mujer explic la reportera,
nuestra propia familia real que, naturalmente y como de costumbre, llega tarde.
Centrndose en el acontecimiento que tena que cubrir y adoptando un tono serioaadi: Esta noche ser la primera vez que muchos de los objetos expuestos
puedan ser vistos por el pblico. Han permanecido guardados bajo llave en los
stanos del Vaticano durante cientos de aos y...
Justo entonces, una repentina ola de silbidos y aplausos de la multitud la distrajo.
Dej de hablar, apart la vista de la cmara y mir hacia el creciente alboroto.
Y en ese momento vio a los jinetes.
Los caballos eran unos ejemplares soberbios: imponentes tordos y zainos con
ondulantes colas negras y crines. Pero eran sus jinetes los que haban agitado a la
multitud.
Los cuatro hombres, que montaban formando una lnea, iban vestidos con
armaduras medievales idnticas. Llevaban yelmos cerrados, cotas de malla,
espalderas negras y calzas que se prolongaban en las perneras de hierro. Pareca que
acababan de salir del tnel del tiempo, y para exagerar su efecto, enormes espadas
envainadas colgaban de sus cinturas. Pero lo ms sorprendente de todo eran laslargas capas blancas bordadas con cruces de color rojo sangre que llevaban encima
de las armaduras.
Ahora los caballos trotaban suavemente.
La multitud fue presa de la emocin mientras los caballeros avanzaban con lentitud,
con la vista al frente y ajenos al alboroto que los rodeaba.
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Vaya! Qu tenemos aqu? Da la impresin de que el Met y el Vaticano han hecho
un despliegue de medios. No les parece magnfico?dijo con entusiasmo la
reportera como si se tratara de un espectculo. Escuchen a la multitud!
Los caballos llegaron hasta el bordillo frente al museo, y entonces hicieron algocurioso.
En lugar de detenerse all, cruzaron la acera hasta el pie de la escalinata.
En ese momento, los cuatro jinetes espolearon a sus caballos con suavidad, y stos,
perfectamente alineados y sin omitir ninguna grada, continuaron el lento y
ceremonioso avance por la cascada de escaleras hasta el enlosado prtico de la
entrada del museo.
Captulo 2
Mam, de verdad que tengo que irsuplic Kim.
Tess Chaykin mir a su hija con el entrecejo fruncido. Las tres (Tess, su madre,
Eileen, y Kim) acababan de llegar al museo y Tess pretenda ver la exposicin antes
de que tuvieran lugar los discursos y dems ineludibles formalidades. Pero ahora eso
tendra que esperar. Kim estaba haciendo lo que, inevitablemente, haca cualquier
nia de nueve aos en ocasiones semejantes: esperar al momento menos oportuno
para anunciar que necesitaba ir al lavabo con urgencia.
Kim, por favor.
El vestbulo estaba atestado de gente, y acompaar a su hija al lavabo no era lo que a
Tess le apeteca ms en este momento.
La madre de Tess, que no se esforzaba mucho por ocultar la ligera satisfaccin que
esto le produca, intervino:
Ya la llevo yo. T haz lo que tengas que hacer.Y a continuacin, con una
cmplice sonrisa, aadi: Y mira que disfruto reviviendo tu infancia.
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Tess le dedic una mueca, luego mir a su hija y sonri sacudiendo la cabeza. Su
pequeo rostro y sus brillantes ojos verdes siempre lograban cautivarla en cualquier
situacin.
Os ver en el vestbulo principal.Agit un dedo delante de Kim y aadi: Note separes de Nana. No quiero que te pierdas en medio de este circo.
Kim solt un gruido y puso los ojos en blanco. Tess las vio desaparecer entre la
muchedumbre antes de volverse y disponerse a entrar.
El enorme vestbulo del museo, el Great Hall, ya estaba repleto de hombres canosos ymujeres increblemente elegantes. Imperaban los trajes de etiqueta y los vestidos de
noche y, al mirar a su alrededor, Tess se sinti cohibida. Le preocupaba tanto
destacar por su elegancia discreta como que la consideraran parte de la gente in que
la rodeaba, una gente que no le interesaba lo ms mnimo.
De lo que Tess no se daba cuenta era de que lo que la gente perciba en ella no tena
nada que ver con su sobria elegancia (iba enfundada en un sencillo vestido de cctel
negro que flotaba unos cuantos centmetros por encima de sus rodillas) ni con la
incomodidad que senta cuando asista a eventos como ste, de acentuada frivolidad.
La gente se fijaba en ella, y punto. Siempre lo haba hecho. Lo que no era nada
extrao. La causa solan ser los seductores rizos que enmarcaban sus clidos ojos
verdes, que irradiaban inteligencia, y el esbelto cuerpo de treinta y seis aos que se
mova con pasos relajados y fluidos; el hecho de que ella fuera totalmente
inconsciente de su atractivo resultaba determinante. Lstima que siempre se hubiese
equivocado al enamorarse de tipos impresentables. Incluso haba acabado casndose
con el menos indicado de ese asqueroso tipo de individuos, error que haba
enmendado no haca mucho.
Avanz por la sala principal; el zumbido de las conversaciones reverberaba en las
paredes, un sordo runruneo que haca imposible entender lo que se deca. Al parecer,
la acstica no haba sido un aspecto prioritario en el diseo del museo. Llegaron
hasta ella compases de msica de cmara y localiz un cuarteto de cuerda femenino
escondido en una esquina que, aunque inaudible, rasgaba enrgicamente sus
instrumentos. Asinti con timidez a los sonrientes rostros de la multitud y pas de
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largo el sempiterno arreglo de flores frescas de Lila Wallace1 y el rincn donde estaba
la sublime escultura de Andrea della Robbia, una Virgen y el Nio de terracota azul
y blanca vidriada, que miraban con solemnidad desde el trono. Esta noche, sin
embargo, tenan compaa, pues sta era slo una de las muchas representaciones de
Jesucristo y la Virgen Mara que ahora adornaban el museo.
Casi todos los objetos se exhiban en vitrinas, y bastaba con un simple vistazo para
saber que muchos de stos eran de un valor incalculable. Incluso para alguien carente
de fe como Tess, resultaban impresionantes, hasta conmovedores, y cuando pas por
delante de la imponente escalinata en direccin a la sala de exposicin, su pulso se
aceler por el creciente entusiasmo de lo que la aguardaba.
Haba ornamentados elementos de culto de alabastro procedentes de Borgoa con
vividas escenas de la vida de san Martn, y una veintena de crucifijos, la mayora de
oro macizo y con laboriosas incrustaciones de piedras preciosas; uno de ellos, una
cruz del siglo XII, estaba compuesta por ms de cien figuras esculpidas en colmillos
de morsa. Haba elaboradas estatuillas de mrmol y relicarios de madera labrada;
incluso desprovistos de sus reliquias originales, estos receptculos eran soberbios
ejemplos del meticuloso trabajo de los artesanos medievales. Un magnfico facistol de
bronce en forma de guila brillaba con luz propia junto a un imponente cirio pascual
espaol pintado, de casi dos metros de altura, que haban trado de las dependencias
privadas del Papa.
Mientras observaba las diversas piezas, Tess no pudo evitar sentir insistentes
punzadas de decepcin por su vida profesional. Los objetos que tena ante s eran de
una calidad a la que jams se haba atrevido a aspirar durante sus aos de
expediciones. Lo cierto era que haban sido aos buenos, aos desafiantes, hasta
cierto punto gratificantes. Le haban dado la oportunidad de viajar por el mundo y
conocer culturas diferentes y fascinantes. Algunas de las curiosidades que haba
desenterrado estaban expuestas en unos cuantos museos repartidos por el planeta,pero nada de lo hallado era suficientemente valioso para, por ejemplo, adornar el ala
Sackler de Arte Egipcio o el ala Rockefeller de Arte Primitivo. Tal vez... tal vez, si
hubiese seguido algn tiempo ms. Desech la idea. Saba que esa vida ya se haba
terminado, al menos en un futuro prximo. Tendra que conformarse con disfrutar
1 Lila Acheson Wallace es la millonaria fundadora de la revista Reader's Digest y a cuenta del fondoque deposit, las flores del vestbulo se cambian cada tres das. (N. de la T.)
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de estas maravillosas instantneas del pasado desde la remota y pasiva perspectiva
de un observador agradecido.
Lo cierto es que era una visin maravillosa. Albergar la exposicin haba sido una
jugada verdaderamente maestra del Met, porque casi ninguno de los objetosenviados desde Roma haba sido expuesto con anterioridad.
Tampoco era todo oro brillante y joyas relucientes.
En la vitrina que tena ahora delante haba un objeto aparentemente mundano. Era
una especie de artefacto mecnico de cobre, ms o menos del tamao de una vieja
mquina de escribir y semejante a una caja. Tena teclas en su cara superior, as como
discos interconectados y palancas que salan de los laterales. Daba la impresin de
estar fuera de lugar entre tanta opulencia.
Tess se apart el pelo de la cara y se inclin hacia delante para examinarlo ms de
cerca. Se dispona a consultar su catlogo cuando percibi un reflejo borroso junto al
suyo en el cristal de la vitrina; haba alguien detrs de ella.
No s si sigues buscando el Santo Grial, pero si es as lamento decepcionarte,
porque no est aqule dijo una voz grave; y aunque llevaba aos sin orla, la
reconoci incluso antes de volverse.
Clive.Al volver la cabeza observ a su antiguo colega, Cmo ests? Te veo
fantstico.
Aquello no era del todo cierto: Clive Edmondson haba entrado en la cincuentena
haca pocos aos, y sin embargo pareca un verdadero anciano.
Gracias. Y t qu tal andas?
Estoy bienasegur ella. Cmo te va el saqueo de tumbas?
Edmondson le mostr las palmas de las manos.
No gano para manicuras. Aparte de eso, como siempre. Exactamente igual que
siempre.Solt una risita. Tengo entendido que has entrado en el Manoukian.
S.
Y?
Oh, genial!exclam Tess. Eso tampoco era cierto. Entrar en el prestigiosoInstituto Manoukian haba sido una gran oportunidad para ella, pero el trabajo
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distaba mucho de ser genial. Claro que esa clase de cosas uno las guardaba para s,
sobre todo con lo tremendamente chismoso y traicionero que poda llegar a ser el
mundo de la arqueologa. Recurriendo a un comentario impersonal, agreg:
Aunque la verdad es que echo mucho de menos estar con vosotros en las
excavaciones.
La sonrisa que esboz Edmondson le dio a entender a Tess que no la crea.
No te pierdes gran cosa. An no hemos salido en los titulares.
No me refera a eso... Es slo que...Se volvi y pase la vista por el montn de
vitrinas que haba a su alrededor. Habra sido magnfico hallar cualquiera de estos
objetos. Cualquiera.Tess lo mir, repentinamente melanclica. Por qu nunca
encontramos nada tan bueno?
Eh! Yo no he perdido la esperanza. T eres la que cambi los camellos por las
oficinascoment l con sarcasmo. Por no hablar de las moscas, la arena, el calor
y la comida, si es que puede llamarse as...
Dios mo! La comida!se ri Tess. Pensndolo bien, no estoy tan segura de
echarla de menos.
Sabes que puedes volver cuando quieras.
Ella dio un respingo. Era algo en lo que pensaba a menudo.
Me temo que no. Al menos no por ahora.
Edmondson logr esbozar una forzada sonrisa.
Tendremos siempre una pala con tu nombre, ya lo sabesle dijo. No haba mucha
esperanza en lo que acababa de decir. Un incmodo silencio rein entre ellos. Oye
aadi
, han abierto un bar en la Sala Egipcia que tiene aspecto de prepararccteles decentes. Te invito a una copa.
Ve t; me reunir contigo dentro de un ratose excus ella. Estoy esperando a
Kim y a mi madre.
Estn aqu?
S.
Edmondson alz las manos.
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Guau! Tres generaciones Chaykin; eso s que promete.
Ests advertido.
Tomo notarepuso l mientras se perda en medio de la gente. Te veo luego.
No te escapes.
Fuera, en el prtico, el ambiente estaba animado. El cmara se abri paso a
empellones para obtener una mejor imagen mientras los aplausos y los vtores de
alegra de la alborotada multitud ahogaban los esfuerzos de la reportera por
comentar lo que ocurra. El ruido incluso aument cuando la gente vio que unhombre bajo y fornido, con el uniforme marrn de los guardias de seguridad,
abandonaba su posicin y corra hacia los jinetes que se aproximaban.
Mirando de reojo, el cmara intuy que algo no iba exactamente segn lo previsto.
Las decididas zancadas del guardia y su lenguaje corporal indicaban, sin duda, que
haba diferencia de opiniones.
Al llegar hasta los caballos, el guardia de seguridad levant las manos para que se
detuvieran, y les impidi continuar avanzando. Los caballeros frenaron sus caballos,que bufaron y cocearon, obviamente molestos por tener que detenerse.
Dio la impresin de que tena lugar una discusin. Una discusin unilateral, observ
el cmara, ya que, al menos visiblemente, los jinetes ni se inmutaban ante las rdenes
perentorias del guardia.
Y entonces, al fin, uno de ellos hizo algo.
Despacio, dotando al momento de toda teatralidad, el corpulento caballero queestaba ms prximo al guardia de seguridad desenvain la espada y la levant sobre
su cabeza, provocando otro sinfn de resplandores de flashes y ms aplausos.
La sostuvo en lo alto con las dos manos y la mirada todava al frente. Sin parpadear.
Pese a que tena un ojo pegado al visor, el cmara perciba imgenes perifricas con
el otro ojo y de pronto comprendi que suceda algo ms. Apresuradamente, utiliz
el zoom para enfocar la cara del guardia de seguridad. Qu haba en su rostro?
Desconcierto? Consternacin?
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Entonces lo supo.
Miedo.
Ahora la multitud estaba frentica, aplauda y vitoreaba descontrolada. De forma
instintiva, el cmara ampli un poco la toma para que la imagen captara tambin al
jinete.
Justo en ese momento, el caballero abati su espada con un movimiento rpido y
certero (la hoja brillaba terriblemente bajo la centelleante luz artificial), y le dio al
guardia justo debajo de la oreja, un golpe lo suficientemente fuerte y veloz para
atravesar carne, cartlago y hueso.
El pblico, a coro, solt un fuerte grito que se convirti en agudos chillidos de horror
que atravesaron la noche. Pero la que grit con ms fuerza fue la reportera, que se
agarr del brazo del cmara, lo que hizo que a ste se le moviera la imagen. l, no
obstante, no dud en darle un codazo a la chica para seguir grabando.
La cabeza del guardia cay hacia delante y empez a rebotar por la escalinata del
museo, dejando a su paso un reguero rojo; la escena era macabra. Y despus de lo
que pareci una eternidad, su cuerpo decapitado se desplom y cay como un
mueco de trapo, mientras brotaba de l un pequeo y sanguinolento giser.
Entre gritos, los ms jvenes del pblico tropezaban en su aterradora desesperacin
por huir de aquel lugar, mientras que otros, ms alejados y ajenos a lo que suceda
realmente, pero conscientes de que algo impresionante estaba teniendo lugar,
empujaban para avanzar. En cuestin de segundos se produjo una confusin de
cuerpos atemorizados, y en el aire retumbaron exclamaciones y chillidos de dolor y
miedo.
Los otros tres caballos daban ahora coces y caracoleaban en el prtico. Entonces uno
de los caballeros exclam:
Adelante, adelante!
El verdugo espole a su caballo para que avanzara y carg contra las puertas del
museo abiertas de par en par. Los dems jinetes se precipitaron detrs de l a muy
poca distancia.
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Captulo 3
En el Great Hall, Tess oy gritos procedentes del exterior y enseguida se dio cuenta
de que suceda algo malo, algo horrible. Se volvi a tiempo para ver cmo el primer
caballo irrumpa en el museo, haciendo aicos los cristales y astillando el suelo demadera mientras en el vestbulo se desataba el caos. La reunin tranquila, civilizada e
impecable se desintegr y se convirti en una jaura de hombres y mujeres que
gritaban y se apartaban a empellones del camino de los furiosos caballos.
Tres de los jinetes avanzaron sin contemplaciones entre la muchedumbre, hendieron
sus espadas en las vitrinas, pisotearon los cristales rotos y la madera astillada, y
daaron y destrozaron los objetos exhibidos.
Tess fue empujada a un lado cuando un gran nmero de invitados intentdesesperadamente salir a la calle por las puertas. Ella recorri con la mirada el
vestbulo. Dnde estarn mam y Kim? Mir a su alrededor, pero no las vio en
ninguna parte. Al fondo, a su derecha, los caballos caracoleaban y destruan ms
vitrinas a su paso. Los invitados salan despedidos contra ellas y contra las paredes, y
sus gemidos de dolor y sus gritos reverberaban en la espaciosa sala. Tess vislumbr
entre ellos a Clive Edmondson, que recibi un fuerte golpe cuando, de pronto, uno
de los caballos se encabrit.
Los caballos relinchaban, tenan los ollares inflados y les caa espuma por los bordes
de los bocados. Sus jinetes alargaban los brazos y se llevaban relucientes objetos de
las vitrinas rotas, que metan en sacos enganchados a las monturas. En las puertas, la
multitud que intentaba salir impeda que entrara la polica, impotente ante la
avalancha de la aterrada muchedumbre.
Uno de los caballos se volvi y golpe con la grupa una estatua de la Virgen Mara,
que se tambale y se hizo pedazos al caer al suelo. Los cascos del caballo la
pisotearon, aplastando las manos en actitud de rezo de la Madonna. Arrancado de sumarco por los invitados que huan, un bello tapiz result pisoteado por la gente y por
los animales; miles de primorosas puntadas desgarradas en segundos. Una vitrina se
vino abajo, la mitra blanca y dorada que contena cay al suelo a travs del cristal
roto y en la frentica confusin fue pasto de las pisadas de la multitud. La sotana que
haca juego con ella vol como una alfombra mgica hasta que tambin fue
pisoteada.
Apartndose rpidamente del camino de los caballos, Tess mir hacia el pasillo y vioal cuarto jinete y, ms all, al fondo, todava a ms gente que hua hacia otras partes
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del museo. Busc de nuevo a su madre y a su hija. Dnde pueden estar? Estarn
bien? Aguz la vista para distinguir sus caras entre la confusa multitud, pero segua
sin haber ni rastro de ellas.
Al or que gritaban una orden, Tess se volvi y se fij en que los agentes de policahaban conseguido, finalmente, abrirse paso entre la muchedumbre. Con las armas
desenfundadas y vociferando por encima de la confusin reinante, se disponan a
cercar a uno de los tres jinetes, pero ste extrajo del interior de su capa un arma
pequea de aspecto letal. De manera instintiva, Tess se tir al suelo y se cubri la
cabeza, no sin antes presenciar cmo el hombre, barriendo el frente con el arma,
disparaba varias rfagas por todo el vestbulo. Una docena de personas se desplom,
incluidos todos los policas, y los cristales rotos de las vitrinas hechas aicos
quedaron salpicados de sangre.
Acurrucada en el suelo, con el corazn que pareca querer salirsele del pecho e
intentando permanecer lo ms quieta posible, aunque algo en su interior la impela a
correr, Tess vio que dos de los otros jinetes blandan tambin armas automticas
como la que acababa de utilizar su compaero. Las balas rebotaron en las paredes del
museo y aumentaron el ruido y el pnico. De pronto, uno de los caballos se encabrit,
las manos del jinete se agitaron y se le dispar el arma; la rfaga de balas fue a parar
a una pared y al techo y destroz las ornamentadas molduras de yeso, que cayeron
como una lluvia sobre las cabezas de los invitados, que gritaban agazapados.
Tess tuvo la valenta de asomarse por detrs de la vitrina y su mente evalu deprisa
las posibles salidas. Vio que detrs de tres filas de vitrinas a su derecha haba una
puerta que conduca a otra galera e intent acercarse a ella.
Acababa de llegar a la segunda fila de vitrinas cuando vio que el cuarto caballero se
diriga directo hacia ella. Tess se agach y lanz una mirada; el jinete se abra paso
con el caballo entre las vitrinas, an intactas, visiblemente despreocupado y ajeno al
alboroto que protagonizaban sus tres compaeros.
Casi poda notar los bufidos del caballo y el aire que sala de sus ollares cuando, de
repente, el caballero tir de las riendas y se detuvo a menos de dos metros de ella.
Tess se acurruc an ms, pegndose a la vitrina para salvar su vida y pidindole a
su acelerado corazn que se calmara. Levant la mirada y vio al caballero reflejado
en las vitrinas que haba a su alrededor, imponente con su cota de malla y su capa
blanca, y con la mirada fija en una vitrina en particular.
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Era la que Tess haba estado mirando antes de ponerse a hablar con Clive
Edmondson.
Atemorizada y en silencio, observ cmo el caballero desenvainaba la espada, la
levantaba y la henda con estrpito en la vitrina, hacindola pedazos y enviando alsuelo cerca de ella fragmentos de cristal. Luego volvi a envainar, alarg los brazos
desde su silla de montar y extrajo la extraa caja, el artefacto de teclas, discos y
palancas, y lo sostuvo en lo alto durante unos instantes.
Tess casi no poda respirar y, sin embargo, contra todos los instintos racionales de
supervivencia de los que se crea poseedora, necesitaba desesperadamente ver qu
ocurra. Incapaz de contenerse, espi por detrs de la vitrina, apenas asomando un
ojo.
El hombre, con aparente reverencia, mir fijamente el artefacto unos instantes antes
de pronunciar, casi para sus adentros, unas cuantas palabras:
Veritas vos libera...
Tess estaba observando fascinada este ritual tan sumamente ntimo cuando otra
rfaga de tiros los sac, a ella y al caballero, de su arrobamiento.
l hizo dar la vuelta a su caballo y durante unos segundos, pese a quedar ocultos tras
la visera del casco, sus ojos se encontraron con los de Tess, que se qued sin aliento
mientras permaneca all agachada, completamente helada, inmvil. Entonces el
caballo fue hacia ella, derecho a ella..., pero pas de largo. Tess oy que el hombre
gritaba a los otros tres jinetes:
Vmonos!
Se levant y vio que el corpulento jinete que haba iniciado el tiroteo arrinconaba a
un pequeo grupo de personas junto a la escalinata principal. Reconoci al arzobispode Nueva York, as como al alcalde y a su mujer. El caballero gua asinti con la
cabeza, y el hombre corpulento forz el paso de su caballo entre el grupo de
aturdidos invitados, cogi a la mujer, que forcejeaba, y la subi a su montura.
Empu el arma contra su sien y ella se call, su boca abierta en un grito ahogado.
Impotente, enfadada y asustada, Tess contempl a los cuatro jinetes avanzar hacia la
puerta. El jinete guaella haba reparado en que era el nico que no llevaba arma
de fuego era asimismo el nico que no llevaba un saco abultado atado a la perilla
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de su silla. Y mientras los jinetes se alejaban por las galeras del museo, Tess se puso
de pie y corri en busca de su madre y su pequea.
Los caballeros salieron apresuradamente por las puertas del museo hacia el fulgor de
las luces de las cmaras. A pesar de los sollozos de la gente atemorizada y los
lamentos de los heridos, de repente estaba todo mucho ms tranquilo. No obstante,
alrededor de los caballeros se oan gritos, voces de hombres, en su mayora policas,
que decan: No disparen! Rehn! No disparen!.
Los cuatro jinetes bajaron por las gradas y subieron por la avenida con el caballero
que llevaba a la rehn cerrando la marcha para proteger al grupo. Sus movimientos
eran enrgicos pero no apresurados; no les inmutaron las sirenas de la polica, que se
aproximaban desgarrando la noche, y en cuestin de segundos haban desaparecido
en la impenetrable oscuridad de Central Park.
Captulo 4
Delante de la escalinata del museo, Sean Reilly observaba atento desde fuera del
permetro de la cinta amarilla y negra que delimitaba la escena del crimen. Se pas
una mano por su corto pelo castao mientras miraba la figura silueteada en el lugar
en el que haba yacido el cuerpo decapitado. Luego sigui el rastro de las
salpicaduras de sangre y dirigi la mirada hasta una marca del tamao de una pelota
de baloncesto que indicaba la posicin de la cabeza.
Nick Aparo se acerc a su colega y pase la mirada por la zona. Con la cara redonda,
calvo y diez aos mayor que Reilly, de treinta y ocho, era de estatura mediana,
constitucin media y aspecto ordinario. Hablando con l uno poda llegar a olvidarse
de su fsico, una til cualidad para un agente que Aparo haba explotado con gran
xito desde que Reilly lo conoca. Al igual que ste, Aparo llevaba un holgado anorak
azul marino encima de su traje gris oscuro, en cuya parte posterior luca las siglas FBI
con grandes letras blancas. En este momento, una mueca de aversin torca su boca.
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No creo que el mdico forense tenga muchos problemas para resolver esta muerte
coment.
Reilly asinti. No poda apartar la vista de las marcas que sealaban el lugar de la
cabeza decapitada; el charco de sangre haba adquirido un tono oscuro. Por qumorir a balazos o apualado no pareca tan terrible como que a uno le cortaran la
cabeza?, se pregunt. Pens en que en algunos pases la decapitacin era un
procedimiento habitual. Pases de los que haban salido muchos de los terroristas
cuyas intenciones haban tenido a Estados Unidos en vilo y le haban obligado a
elevar los niveles de alerta; terroristas cuya bsqueda consuma todos los das de
Reilly y no pocas de sus noches.
Se volvi hacia Aparo:
Qu ha dicho la mujer del alcalde?Reilly saba que la haban abandonado sin
miramientos en medio del parque, junto con los caballos.
Est impresionadarespondi Aparo. Tiene ms heridas en su ego que en su
culo.
Por suerte se acercan las elecciones: sera una pena que las contusiones no sirvieran
de nada.Reilly mir a su alrededor; su mente segua intentando asimilar el
impacto de lo que haba sucedido justo donde se encontraba. Se sabe algo ya delos controles de carreteras?
Se haban colocado barreras en un radio de diez manzanas, y en todos los puentes y
tneles que entraban y salan de Manhattan.
No. Estos tipos saban lo que hacan. No han cogido ningn taxi.
Reilly asinti. Profesionales. Bien organizados.
Genial!
Como si los aficionados no pudieran hoy en da causar el mismo dao. Lo nico que
se necesitaba era un par de clases de vuelo o un camin cargado de nitrato de amonio
junto con una disposicin suicida y psictica, nada de lo cual era precisamente
escaso.
Examin en silencio la desoladora escena. Al hacerlo, sinti que le inundaban la
indignacin y la frustracin ms absolutas. La arbitrariedad de estos mortferos actos
de locura y su exasperante propensin a sorprender a todo el mundo con la guardia
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baja nunca dejaban de asombrarle. Aun as, en esta particular escena del crimen
haba algo raro, incluso confuso. Sinti una extraa indiferencia. En cierta manera,
despus de los escenarios siniestros y potencialmente catastrficos para los que l y
sus colegas haban tratado de encontrar una explicacin en los ltimos aos, esto
resultaba demasiado grotesco de entender. Le daba la impresin de que un ridculonmero circense apartaba su atencin del acontecimiento principal. Algo que, no
obstante, en cierto modo agradeca, aunque le inquietara y le molestara sobremanera.
Como agente especial a cargo de la Unidad contra el Terrorismo Nacional de Nueva
York, al recibir la llamada haba supuesto que el asalto quedara dentro de su
jurisdiccin. No es que le importara la descomunal tarea que supona coordinar a
docenas de agentes y policas, as como a analistas, tcnicos de laboratorio,
psiclogos, fotgrafos y un sinfn de personas ms. Era lo que siempre haba queridohacer.
Siempre haba intuido que l poda cambiar las cosas.
No, que poda darlas a conocer. Y lo hara.
El sentimiento se haba cristalizado durante los aos que haba estado en la Escuela
de Derecho de Notre Dame. Reilly tena la sensacin de que haba muchas cosas en
este mundo que no iban bienla muerte de su padre cuando l tena slo diez aos
haba sido una dolorosa prueba de ello y quera ayudar a mejorarlo, si no para l
mismo, al menos s para otras personas. El sentimiento se hizo ineludible un da en
que para preparar un trabajo sobre crmenes raciales asisti en Terre Haute a una
reunin de los defensores de la supremaca de la raza blanca. Aquel acontecimiento
afect profundamente a Reilly. Le pareci que haba visto al diablo y sinti la
apremiante necesidad de entenderlo mejor para poder ayudar a luchar contra l.
Su primer plan no funcion exactamente como l haba previsto. En un juvenil
estallido de idealismo, decidi convertirse en piloto de la Marina. La idea de ayudar
al mundo a deshacerse del demonio desde la cabina de un Tomcat plateado le
pareca perfecta. Tuvo la suerte de encajar en el tipo de perfil que la Marina buscaba,
pero tenan otra cosa en mente para l. Les sobraban aspirantes a combatientes de
lite y lo que necesitaban eran abogados. Los reclutadores hicieron cuanto pudieron
para convencerle de que entrara en el cuerpo de abogados de la Marina, y Reilly
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baraj esa posibilidad durante algn tiempo, aunque al fin decidi no entrar y volvi
a centrarse en aprobar el examen de habilitacin estatal de Indiana.
Fue un encuentro casual en una librera de viejo lo que cambi de nuevo su rumbo,
esta vez de forma definitiva. All conoci a un agente del FBI jubilado que estuvoencantado de hablarle del Bureau y animarle a presentar una solicitud, cosa que hizo
en cuanto pas el examen. A su madre no le gustaba demasiado la idea de que su
hijo se hubiese pasado siete aos en la universidad para acabar siendo un poli
condecorado, pero Reilly saba que tena que hacerlo.
An era un novato que apenas llevaba un ao en la oficina de Chicago, recopilando
informacin sobre el trabajo realizado por las brigadas antirrobo y antidrogas,
cuando el 26 de febrero de 1993 todo cambi. Fue el da en que explosion una
bomba en el aparcamiento del World Trade Center, que mat a seis personas e hiri a
ms de mil. En realidad, los conspiradores haban tenido la intencin de que una de
las torres se desplomase sobre la otra y, al mismo tiempo, liberar una nube de gas
ciangeno. Pero las limitaciones financieras les impidieron lograr su objetivo;
simplemente, se quedaron sin dinero. No tenan suficientes cargas de gas para la
bomba, que, adems de ser demasiado pequea para llevar a cabo su atroz propsito,
haba sido colocada errneamente junto a una columna sin importancia estructural.
Pese a que fue un fracaso, el atentado no dej de suponer una seria advertencia.Pona de manifiesto que un pequeo grupo de terroristas inexpertos, de poca monta
y con muy pocos fondos o recursos, poda ocasionar mucho dao. Los servicios de
inteligencia se apresuraron a redistribuir sus medios y hacer frente a esta nueva
amenaza.
De modo que menos de un ao despus de haber entrado en el Bureau, Reilly fue
destinado a la delegacin de Nueva York. Desde haca muchos aos esa oficina tena
fama de ser la peor de todas por el alto costo de la vida, los problemas de trfico y la
necesidad de vivir lejos de la ciudad si uno quera un hogar algo ms espacioso que
un armario de limpieza. Pero, dado que en Nueva York haba ms accin que en
ninguna otra parte del pas, era un destino con el que soaba la mayora de los
agentes especiales nuevos e ingenuos. Y as era el agente Reilly cuando lo enviaron a
la ciudad.
Pero ahora ya no era nuevo ni ingenuo.
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Reilly mir a su alrededor y supo que el caos circundante monopolizara su vida
durante el futuro inmediato. Tom nota mental para llamar al padre Bragg por la
maana y decirle que no podra jugar al softball, cosa que lamentaba; odiabadecepcionar a los nios, y si haba algo que intentaba que no quedara relegado a un
segundo plano por motivos profesionales eran esos domingos enel parque.
Probablemente estara en el parque este domingo, pero por otras razones menos
agradables.
Quieres echar un vistazo dentro?inquiri Aparo.
S.
Reilly se encogi de hombros y mir por ltima vez la surrealista escena que tena
delante.
Captulo 5
Mientras Aparo y l intentaban no pisar los restos de objetos esparcidos por el suelo,
Reilly contempl la devastacin que reinaba en el museo.
Haba piezas de inestimable valor diseminadas por doquier y sin arreglo posible.
Aqu no haba cinta amarilla y negra. El edificio entero era una escena del crimen. El
suelo del vestbulo era un feo bodegn de destruccin: trozos de mrmol, fragmentos
de cristal, manchas de sangre, todo muy til para los CSI (Equipo de Anlisis de la
Escena del Crimen). Cualquiera de esas cosas poda proporcionar una pista; claro
que tambin caba la posibilidad de que ninguna de ellas proporcionase ni un
maldito dato.
Mientras miraba al grupo de unos doce CSI vestidos de blanco abrindose paso entre
los objetos destrozados y acompaados en esta ocasin por agentes del ERT (Equipo
de Recoleccin de Evidencias del FBI), Reilly repas mentalmente lo que saban.
Cuatro jinetes. Cinco muertos: tres policas, un guardia de seguridad y un civil; otros
cuatro policas y ms de una docena de civiles heridos de bala, dos de ellos en estado
crtico; veinticuatro personas con cortes producidos por los cristales; cuarenta y ocho
con golpes y magulladuras, y suficientes casos de shock emocional para mantener a
los equipos de terapeutas ocupados durante meses.
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En el otro extremo del vestbulo, el director adjunto en funciones, Tom Jansson,
hablaba con el delgado capitn de detectives del distrito diecinueve. Discutan acerca
de la jurisdiccin, un punto de controversia. La conexin con el Vaticano y la clara
posibilidad de que hubiese terroristas involucrados en lo que haba sucedido
significaba que el mando de la investigacin pasaba de forma automtica del NYPD(Departamento de Polica de Nueva York) al FBI. El consuelo era que aos antes
ambas organizaciones haban llegado a un acuerdo. Cada vez que se llevara a cabo
un arresto, el NYPD se atribuira pblicamente el mrito de la captura, con
independencia de quin lo hubiera hecho posible en realidad, y el FBI obtendra slo
una parte del reconocimiento cuando el caso llegase a los tribunales, por haber
ayudado ostensiblemente a conseguir una condena. Aun as, los egos a menudo
interferan en una cooperacin sensata y se, al parecer, era el caso de esta noche.
Aparo llam a un hombre que Reilly no reconoci y que le fue presentado como el
detective Steve Buchinski.
Steve estar encantado de ayudarnos mientras esos dos compiten para ver quin la
tiene ms grandedijo Aparo, mirando hacia donde estaban discutiendo sus
superiores.
Decidme qu necesitispidi Buchinski, Tengo tantas ganas como vosotros de
coger a los hijos de puta que han hecho esto.
Era un buen comienzo, pens Reilly, agradecido, mientras sonrea al polica de
facciones duras.
Que toda la atencin est en la calle; eso es lo que necesitamos ahora mismo
repuso. Vosotros tenis efectivos e infraestructura.
Nos estamos quedando sin agentes; pedir refuerzos a la polica de Central Park;
no creo que haya ningn problemaasegur Buchinski.
El distrito contiguo al decimonoveno era Central Park; las patrullas a caballo
formaban parte de su trabajo cotidiano. Reilly se pregunt si eso podra tener
relacin con el caso y tom nota para comprobarlo ms tarde.
Ira bien que destinramos tambin refuerzos para las entrevistas que haya que
hacercoment Reilly al polica.
S, porque hay un montn de testigosaadi Aparo mientras sealaba hacia la
escalinata principal.
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La mayora de las oficinas del piso de arriba se haban habilitado provisionalmente
para interrogar a los testigos.
Reilly mir hacia arriba y vio a la agente Amelia Gaines bajar la escalera procedente
de la galera. Jansson haba puesto a la impresionante y ambiciosa pelirroja al frentede las entrevistas a los testigos. Algo perfectamente lgico, ya que a todo el mundo le
encantaba hablar con Amelia Gaines. Detrs de ella iba una rubia acompaada de
una pequea rplica de s misma. Su hija, supuso Reilly. La nia pareca medio
dormida.
Reilly mir de nuevo el rostro de la rubia. Normalmente, todas las mujeres
palidecan por completo al lado de la seductora presencia de Amelia.
Pero sta no.
Incluso en su estado actual, haba algo en ella simplemente irresistible. Sus ojos se
encontraron unos instantes antes de que ella mirase hacia el revoltijo que haba
debajo de sus pies. Fuera quien fuese, estaba muy conmocionada.
Reilly la observ mientras se diriga nerviosa a la puerta y sorteaba los restos de
objetos esparcidos por el suelo. La segua otra mujer, mayor que ella pero con un
cierto parecido. Juntas abandonaron el museo.
Reilly se volvi y se concentr otra vez.
Los primeros interrogatorios son siempre una prdida de tiempo, pero hay que
pasar por ellos y hablar con todo el mundo. No podemos permitirnos lo contrario.
Probablemente con mayor razn en este caso, porque todo el maldito suceso est
grabado.Buchinski seal varias cmaras de vdeo. Eran parte del sistema de
seguridad del museo. Por no hablar de todo lo que han grabado los periodistas que
estaban fuera.Reilly saba por experiencia que la alta seguridad estaba muy bien para los crmenes
sofisticados, pero nadie haba contado con unos ladrones de pacotilla a lomos de
caballos.
Estupendoasinti. Voy por palomitas.
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Captulo 6
Sentado ante una gran mesa de caoba, el cardenal Mauro Brugnone recorri con la
mirada la sala de techo alto cercana al corazn del Vaticano y examin a sus
hermanos cardenales. Aunque Brugnone era el nico cardenal obispo presente y suministerio era superior al de los dems, evitaba deliberadamente presidir la mesa. Le
gustaba que hubiese un ambiente de democracia, aunque supiese que todos se
someteran a l. Era consciente de ello y lo aceptaba, no con orgullo, sino desde el
pragmatismo. Las asambleas carentes de lder eran siempre infructuosas.
Sin embargo, esta desafortunada situacin no requera un lder ni una asamblea.
Brugnone debera ocuparse l solo de ella, algo que haba tenido claro nada ms ver
las imgenes que se haban emitido en todo el mundo.
Al fin, clav los ojos en el cardenal Pasquale Rienzi. Pese a que era el ms joven de
todos ellos y nicamente cardenal dicono, Rienzi era el confidente ms cercano de
Brugnone. Igual que el resto de participantes en la reunin, estaba absorto en la
lectura del informe que tena delante. A continuacin, plido y serio como de
costumbre, alz la vista y tosi suavemente para atraer la atencin de Brugnone.
Cmo ha podido pasar una cosa aspregunt uno de los all presentes en el
corazn de la ciudad de Nueva York, en el Museo de Arte Metropolitano...?
Sacudi la cabeza con incredulidad.
Este hombre vive en otro mundo, pens Brugnone. En Nueva York todo era
posible. Acaso no lo haba demostrado la destruccin del World Trade Center?
Por lo menos el arzobispo no est heridodeclar otro cardenal con tono sombro.
Al parecer, los ladrones han huido. Todava no saben quin est detrs de esta...
abominacin?pregunt otra voz.
Ese pas est lleno de criminales. De lunticos que se inspiran en sus amorales
programas de televisin y sus sdicos video-juegosobserv otro cardenal. Hace
aos que sus crceles estn abarrotadas.
Pero por qu se vistieron as? Capas blancas con cruces rojas... De qu iban
disfrazados? De templarios?inquiri el cardenal que haba hablado en primer
lugar.
Eso es, se dijo Brugnone.
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Eso era lo que haba hecho sonar sus alarmas. Por qu los perpetradores iban
vestidos de Caballeros del Temple? Sera simplemente porque en el momento de
buscar un disfraz se haban tenido que conformar con lo primero que encontraron, o
el atavo de los cuatro jinetes tena un significado ms profundo y quiz ms
inquietante?
Qu es un rotor codificador multidisco?
Brugnone levant la vista con brusquedad. La pregunta proceda del cardenal de
ms edad que haba all.
Un rotor codificador multidisco?pregunt Brugnone a su vez.
El anciano aguz la vista para leer el documento que les haba sido entregado.
Objeto 129ley en voz alta. Siglo diecisis. Rotor codificador multidisco.
Nmero de referencia: VNS 1098. Nunca haba odo hablar de esto. Qu es?
Brugnone fingi analizar el documento que tena en las manos, una copia de un e-
mail que contena una lista provisional de los artculos robados durante el asalto. Se
estremeci de nuevo; era el mismo estremecimiento que haba sentido la primera vez
que lo haba localizado en la lista, pero mantuvo su rostro impasible. Sin levantar la
cabeza, lanz una mirada al resto de los presentes. Ninguno haba reaccionado.
Cmo iban a hacerlo? Estaban lejos de saberlo.
Apartando el papel, se reclin en la silla.
Sea como seaespet con rotundidad, lo tienen esos ladrones.Mirando a
Rienzi, inclin levemente la cabeza. Tal vez podras encargarte de mantenernos
informados. Ponte en contacto con la polica y diles que queremos estar al tanto de su
investigacin.
Con el FBIle corrigi Rienzi, no con la polica.
Brugnone arque las cejas.
El Gobierno estadounidense se ha tornado esto muy en serioafirm Rienzi.
No me extraaespet el cardenal de ms edad desde el otro lado de la mesa.
A Brugnone le alegr que el anciano se hubiese olvidado momentneamente de la
mquina.
Ni a mprosigui Rienzi. Me han asegurado que harn cuanto puedan.
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Brugnone asinti y a continuacin le hizo una seal a Rienzi para que siguiera
adelante con la reunin, un gesto que le vena a decir: Zanja el tema.
La gente siempre se haba sometido a Mauro Brugnone. l supona que
probablemente fuese por su aspecto, de gran fuerza fsica. Saba que, sin suvestimenta, se pareca a cualquier fornido granjero calabrs de hombros anchos, en lo
que se habra convertido de no ser por la vocacin religiosa que haba sentido haca
medio siglo. Su ruda apariencia y los similares modales que haba cultivado con el
paso de los aos al principio haban convencido a los dems de que era un simple
siervo de Dios. Y lo era, pero debido a la influencia que ejerca sobre la Iglesia,
muchos acabaron suponiendo otra cosa: que era un manipulador y un maquinador.
No era verdad, pero nunca se haba molestado en convencerlos de lo contrario. En
algunas ocasiones alimentar las conjeturas era til, aunque, en cierto modo, sa fueseuna forma de manipulacin.
Diez minutos despus, Rienzi hizo lo que Brugnone le haba ordenado.
Mientras los dems cardenales salan en fila de la sala, Brugnone la abandon por
otra puerta y anduvo por un pasillo hasta la caja de una escalera que lo condujo alexterior del edificio y a un apartado patio. Avanz por un resguardado sendero
enladrillado, cruz el patio del Belvedere, pas de largo la clebre estatua de Apolo y
se dirigi a los edificios que albergaban parte de la enorme biblioteca del Vaticano, el
Archivio Segreto Vaticano.
En realidad, el archivo no era del todo secreto. En 1998 gran parte del mismo se abri
de manera oficial a especialistas e investigadores, quienes, al menos en teora, podan
acceder a su contenido, celosamente guardado. Entre los notables documentos que se
saba que se almacenaban en sus ms de sesenta mil metros de estanteras estaba el
proceso judicial manuscrito de Galileo y la peticin del rey Enrique VIII para anular
su matrimonio.
No obstante, al pblico nunca se le haba permitido entrar a la zona donde Brugnone
se diriga ahora.
Sin tomarse la molestia de saludar al personal o a los especialistas que trabajaban en
las polvorientas salas, se adentr en silencio en el espacioso y oscuro almacn. Bajpor una estrecha escalera de caracol y lleg a una pequea antesala donde un
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miembro de la Guardia Suiza estaba de pie junto a una puerta de roble
maravillosamente tallada. Bast un breve gesto de asentimiento del anciano cardenal
para que el guardia marcara la combinacin en un teclado y le abriera la puerta. El
cerrojo se descorri de golpe y su eco ascendi por las gradas de piedra. Sin decir
nada ms, Brugnone se introdujo en la cripta abovedada, cuya puerta chirri a susespaldas al cerrarse.
Tras asegurarse de que estaba solo en la cavernosa cmara y mientras sus ojos se
acostumbraban a la tenue luz, se abri paso hasta la seccin de archivos. En la
silenciosa cripta daba la impresin de que se oa un zumbido; era una curiosa
sensacin que a Brugnone, al principio, le haba desconcertado hasta que se enter de
que, aunque era casi imperceptible, haba realmente un zumbido que emanaba del
sofisticadsimo sistema de climatizacin que mantena la temperatura y la humedadconstantes. Se sinti raro con ese aire controlado y seco mientras consultaba un
fichero. La verdad es que no le gustaba estar ah abajo, pero esta visita era ineludible.
Pas rpidamente las fichas con dedos temblorosos. Lo que Brugnone buscaba no
estaba incluido en ninguno de los diversos ndices e inventarios conocidos de las
colecciones del archivo, ni siquiera en el Schedario Garampi, el monumental fichero
de casi un milln de fichas que contena prcticamente todo lo que haba en el
archivo hasta el siglo XVIII. Pero Brugnone saba dnde buscar; su mentor se haba
ocupado de enserselo poco antes de morir.
Localiz la ficha, la sac de su cajn y, con una profunda corazonada, recorri los
montones de libros y manuscritos. Haba gran cantidad de deteriorados lazos rojos
atados alrededor de documentos oficialesconsiderados como el origen del trmino
cinta roja, que caan silenciosamente de cada estante. Sus dedos se quedaron
inmviles cuando al fin, encontr lo que buscaba.
Tremendamente turbado, baj un volumen grande y muy antiguo encuadernado en
cuero y lo deposit encima de una sencilla mesa de pino.
Brugnone se sent y hoje las gruesas pginas de ricas ilustraciones, que crujieron en
medio del silencio. Incluso en este entorno controlado, las pginas haban acusado el
paso del tiempo. El pergamino estaba desgastado y la humedad haba corrodo la
tinta y formado diminutas grietas que sustituan ahora a algunos de los elegantes
trazos del artista.
Brugnone not que su pulso se aceleraba. Saba que estaba cerca. Al volver la pgina
apareci ante l la informacin que buscaba y sinti que se le haca un nudo en lagarganta.
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Observ la ilustracin. Describa el complejo funcionamiento de los discos
interconectados y las palancas. Ech un vistazo a su copia del e-mail y asinti.
Brugnone not que empezaban a dolerle los ojos. Se los frot y luego volvi a clavar
la vista en el dibujo. Estaba furioso. Qu delincuentes habran podido hacer esto?,pens. Saba que el artefacto no deba haber salido nunca del Vaticano; estaba
enfadado consigo mismo. Rara vez perda el tiempo dndole vueltas a lo que era
obvio, y que ahora lo hiciera demostraba lo preocupado que estaba. No,
preocupacin no era la palabra adecuada. Esta noticia le haba afectado sobremanera.
A cualquiera le afectara, a cualquiera que conociese la importancia de ese antiguo
artefacto. Por suerte, incluso ah, en el Vaticano, eran muy pocos los que estaban al
corriente del legendario objetivo de esta mquina en particular.
Nosotros nos lo hemos buscado; esto nos pasa por esforzarnos tanto en que no
llamase la atencin, pens.
Repentinamente exhausto, Brugnone irgui la espalda. Antes de levantarse para
devolver el libro a su sitio, meti al azar entre sus pginas la ficha que haba extrado
del fichero. No convena que nadie ms tropezara con esto.
Suspir, notando todos y cada uno de sus setenta aos. Saba que la amenaza no
proceda de un acadmico curioso o de algn despiadado y decidido coleccionista.
Quienquiera que estuviese detrs de lo ocurrido saba muy bien lo que persegua; y
era necesario detenerlo antes de que su adquisicin, obtenida con malas artes,
pudiese llegar a desvelar sus secretos.
Captulo 7A seis mil quinientos kilmetros de distancia, otro hombre tena unas intenciones
totalmente distintas.
Despus de cerrar la puerta con llave al entrar, cogi la compleja mquina del lugar
donde la haba dejado, el primer peldao. Entonces la baj despacio y con cuidado
hasta el stano; no pesaba demasiado, pero lo ltimo que quera era que se le cayese.
Ahora no.
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No despus de que el destino la hubiese puesto en su camino, y desde luego no
despus de lo mucho que le haba costado hacerse con ella.
La habitacin subterrnea, pese a estar iluminada por el resplandor titilante de
docenas de velas, era demasiado espaciosa para que la luz amarilla llegase a todoslos rincones. Era de lo ms lbrega, fra y hmeda. Pero l ya no lo notaba. Llevaba
tanto tiempo all que se haba acostumbrado, no se senta nada incmodo. Era lo ms
parecido a un hogar.
Un hogar, pens.
Qu recuerdo tan lejano!
De una vida pasada.
Puso la mquina encima de una mesa de madera combada y anduvo hasta una
esquina del stano, donde busc algo entre una pila de cajas y viejas carpetas de
cartn. Llev a la mesa la caja que necesitaba, la abri y extrajo con cuidado una
carpeta, de la que sac varias hojas gruesas que orden junto a la mquina. A
continuacin se sent y, saboreando el momento, mir los papeles, luego el artefacto
lleno de discos y de nuevo los papeles.
Entonces exclam:
Por fin!
Habl en voz baja pero ronca; era la falta de costumbre. Cogi un lpiz y centr su
atencin en el primer documento. Ley la primera lnea de borrosa escritura y
despus puls las teclas de la parte superior de la mquina para dar comienzo a la
siguiente y crucial etapa de su odisea personal.
Una odisea cuyo resultado saba que conmocionara al mundo.
Captulo 8
Tras sucumbir finalmente al sueo apenas cinco horas antes, Tess se haba vuelto a
despertar, ansiosa por empezar a trabajar en algo que la haba obsesionado nada ms
verlo en el Met, antes de hablar con Clive Edmondson y de que se desencadenara la
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tragedia. Y se pondra a trabajar, pero para eso su madre y Kim tenan que estar
fuera de casa.
Eileen, la madre de Tess, se haba ido a vivir con ellas a la casa de dos plantas que su
hija tena en una calle tranquila y arbolada de Mamaroneck, una poblacinneoyorquina, poco despus de que, tres aos antes, falleciese su marido, un
arquelogo llamado Oliver Chaykin. Pese a que haba sido la propia Tess la que lo
haba sugerido, la propuesta no la haba convencido demasiado. Pero la casa
dispona de tres dormitorios y era bastante espaciosa, lo que facilitaba las cosas. Lo
cierto era que todo haba ido bien, aunque, como ella misma reconoca en ocasiones,
y no sin sentirse culpable, era ella la que ms se haba beneficiado con la convivencia.
Eileen, por ejemplo, cuidaba de su nieta cuando Tess quera salir por la noche, la
acompaaba a la escuela cuando su hija se lo peda y, como ahora, se la llevaba acomprar un donut para evitar que pensase en los acontecimientos de la noche
anterior, algo que seguramente le sentara de maravilla.
Nos vamosanunci Eileen. Seguro que no necesitas nada?
Tess fue hasta la entrada para despedirlas.
Vosotras guardadme un par de donuts.
Justo entonces son el telfono. Tess no pareca tener ninguna prisa por cogerlo.Eileen la mir.
Lo coges o no?
Dejar que salte el contestador automtico.Tess se encogi de hombros.
Ms tarde o ms temprano tendrs que hablar con l.
Tess puso cara de disgusto.
S, ya lo s; pero, tratndose de Doug, cuanto ms tarde sea, mejor.
Intua la razn de los mensajes que su ex marido le haba dejado en el contestador.
Doug Meritt era presentador del informativo de una cadena de televisin en Los
ngeles y su trabajo lo absorba por completo. Probablemente, habra relacionado el
asalto al Met con Tess, porque lo frecuentaba mucho, y seguro que haba pensado
que ella tena buenos contactos. Contactos que a l le serviran para obtener pistas de
lo que se haba convertido en la mayor noticia del ao.
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Pero lo ltimo que Tess necesitaba en ese momento era que l supiese que no
solamente ella haba estado all, sino que tambin Kim haba estado; porque no
dudara en usar esa informacin en su contra a la primera oportunidad.
Kim.
Tess volvi a pensar en lo que su hija haba vivido la noche anterior, aunque fuese
desde la relativa seguridad de los lavabos del museo, y en cmo habra que
enfocarlo. Si la reaccin tardaba en aflorar, porque lo ms probable es que hubiese
algn tipo de reaccin, ella ganara tiempo para pensar mejor en cmo abordarla;
claro que no era algo que le apeteciese especialmente. Se odiaba a s misma por haber
arrastrado a Kim all, pero echarse la culpa no serva de nada.
Mir a su hija y dio las gracias de nuevo por que estuviese ah, frente a ella, sana ysalva. Al sentirse observada, Kim hizo una mueca de disgusto.
Mam, vas a parar ya o qu?
De qu?
De mirarme como si tuviese monos en la cara protest Kim. Estoy bien, vale?
No me pasa nada, eres t la que est todo el da viendo pelis.
Tess asinti.
De acuerdo. Te ver luego.
Las mir mientras se alejaban en coche y luego fue hasta la cocina, donde el
contestador automtico parpadeaba, indicando que tena cuatro mensajes. Tess
enarc las cejas. Este desgraciado es un caradura!, pens. Haca seis meses que
Doug se haba vuelto a casar. Su nueva mujer, mejorada gracias al bistur, tena
veintipocos aos y era junior executive de la cadena donde trabajaba Doug. Tess era
consciente de que su cambio de estado la llevara a pedir una revisin del rgimen devisitas. No es que l echara de menos, quisiese a Kim o incluso que sta le
preocupase especialmente, era slo una cuestin de ego, y de malicia. Era un imbcil
y un rencoroso, y Tess saba que tendra que seguir lidiando con sus ocasionales
estallidos de instinto paterno hasta que su recin adquirida y joven esposa se
quedase embarazada. Entonces, con un poco de suerte, ya no sera tan mezquino y
las dejara en paz.
Se sirvi una taza de caf y se dirigi a su estudio.
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Encendi el ordenador porttil, cogi el telfono y consigui averiguar que Clive
Edmondson estaba en el Hospital Presbiteriano de Nueva York de la calle Sesenta y
ocho Este. Llam y le dijeron que su estado no era crtico, pero que tena que
permanecer all unos cuantos das ms.
Pobre Clive. Anot el horario de visitas.
Abri el catlogo de la desventurada exposicin y lo hoje hasta que dio con la
descripcin del artefacto que se haba llevado el cuarto jinete.
Se llamaba rotor codificador multidisco.
Segn la descripcin, era un aparato criptogrfico datado del siglo XVI. Quiz fuese
antiguo y curioso, pero no reuna los requisitos para ser considerado un tesoro del
Vaticano.
El ordenador ya haba concluido su rutina habitual de encendido; Tess se conect a
una base de datos y tecle criptografa y criptologa. Los enlaces le
proporcionaron pginas web, en su mayora tcnicas, sobre criptografa moderna,
cdigos generados mediante programas informticos y transmisiones electrnicas
codificadas. Ech un vistazo a los resultados de la bsqueda y, finalmente, encontr
un documento que hablaba de la historia de la criptografa.
Naveg por l y hall una pgina que mostraba algunos codificadores antiguos. El
primero era un codificador Wheatstone del siglo XIX. Consista en dos anillos
concntricos, uno exterior con las veintisis letras del alfabeto ingls ms un hueco en
blanco, y otro interior que contena slo el alfabeto. Dos manecillas como las de un
reloj servan para sustituir las letras del anillo exterior por otras en clave del anillo
interior. La persona que reciba el mensaje codificado necesitaba tener un aparato
idntico y conocer el funcionamiento de las dos manecillas. Varios aos despus de
que se hubiese generalizado el uso del Wheatstone, los franceses inventaron un
criptgrafo cilndrico que tena veinte discos con letras en los bordes exteriores, todos
ellos dispuestos alrededor de un eje central, que complicaba an ms cualquier
intento de descifrar un mensaje en clave.
Baj por la pantalla con el cursor, y sus ojos se fijaron en un artefacto vagamente
parecido al que haba visto en el museo.
Ley la leyenda que haba debajo y se qued helada.
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Apareca descrito como el Conversor, uno de los primeros rotores codificadores
que hubo y que fue usado por el Ejrcito estadounidense en la dcada de 1940.
Durante unos instantes permaneci absorta; no poda apartar la vista de las palabras.
Uno de los primeros rotores? En los aos cuarenta?Intrigada, ley el artculo. Los
rotores codificadores eran un invento del siglo XX. Reclinndose en la silla, Tess se
pas la mano por la frente, volvi con el cursor al principio de la pantalla para ver la
ilustracin y reley la descripcin. No era en absoluto la misma, pero se pareca
bastante. Y era mucho ms moderna que el disco de cifras sencillo.
Si el Gobierno de Estados Unidos crea que su artefacto era el originario, no era de
extraar entonces que el Vaticano estuviese ansioso por mostrar uno de sus aparatos;
uno que, al parecer, preceda al del Ejrcito en unos cuatrocientos aos.
No obstante, esto inquietaba a Tess.
De todas las relucientes joyas que podra haberse llevado, el cuarto jinete se haba
apoderado nicamente de ese misterioso aparato. Por qu? Sin duda, la gente
coleccionaba cosas extrasimas, pero esto era exagerado. Se pregunt si el hombre
habra cometido un error. No, desech la idea; le haba dado la impresin de que
estaba muy seguro de su eleccin.
No solamente eso, es que no se haba llevado nada ms. Aquello era lo nico que
haba querido.
Pens en Amelia Gaines, la mujer que tena ms aspecto de haber salido de un
anuncio de champ que de ser agente del FBI. Tess supona que los investigadores
queran hechos y no especulaciones, pero aun as, despus de meditarlo unos
segundos, fue hasta su habitacin, busc el bolso que haba llevado la noche anterior
y extrajo de l la tarjeta que Gaines le haba dado.
Volvi al estudio, dej la tarjeta sobre la mesa y record el momento en que el cuarto
jinete haba cogido el codificador. La manera en que lo haba levantado, lo haba
sostenido en el aire y haba susurrado algo.
Su actitud haba sido casi... reverencial.
Qu era lo que haba dicho? En el Met, Tess haba estado demasiado aturdida para
darle importancia a eso, pero, de repente, no poda pensar en otra cosa. Se concentr
en aquellos instantes, alejando de su conciencia todo lo dems, y revivi la escena. Elhombre haba cogido la mquina y haba dicho... qu? Piensa, maldita sea!Tal
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como le haba explicado a Amelia Gaines, estaba bastante segura de que la primera
palabra era Veritas..., pero qu ms? Veritas? Veritas algo...
Veritas vos? En cierto modo, las palabras le resultaban familiares. Trat de recordar,
pero fue intil. Las palabras del jinete haban sido interrumpidas por los tiros quedisparaban a sus espaldas.
Tess decidi trabajar con lo que tena. Se volvi al ordenador y de su barra de
herramientas de enlaces seleccion el motor de bsqueda ms potente que haba.
Escribi veritas vos, puls intro y obtuvo veintids mil resultados. No haba por
qu alarmarse: con el primer resultado tuvo suficiente.
Ah estaba. Hacindole seales.
Veritas vos liberabit.
La verdad os liberar.
Mir fijamente la pantalla. La verdad os liberar.
Genial!, pens.
Su magistral labor de detective haba desvelado una de las frases ms trilladas de
nuestra poca.
Captulo 9
Gus Waldron sali de la estacin de la calle Veintitrs Oeste y se dirigi al sur.
Odiaba esa parte de la ciudad. La clase media no le gustaba mucho, ms bien todo locontrario. En su barrio, el hecho de ser un gigante lo haba mantenido a salvo. All, su
estatura slo le serva para sobresalir entre los extravagantes y ridculos enanos que
corran por las aceras con sus vestidos de diseo y sus cortes de pelo de doscientos
dlares.
Encorv la espalda en un intento de parecer menos alto. Pero era tan grande que eso
no le ayud mucho, como tampoco le ayudaba el abrigo negro largo y deforme que
se haba puesto. No poda hacer nada al respecto: necesitaba el abrigo para ocultar loque llevaba.
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Gir por la calle Veintids en direccin oeste. Su destino era un edificio situado a una
manzana del Empire Diner, que estaba en medio de una callejuela con galeras de
arte.
Al pasar por delante de ellas repar en que la mayora no tena ms que uno o doscuadros en sus escaparates, en que algunos de stos ni siquiera estaban enmarcados,
y por lo visto ninguno tena una etiqueta con el precio.
Cmo puedes saber si esta mierda es o no es buena si no te dicen su jodido
precio?, pens.
Su destino estaba ahora a dos locales de distancia. De puertas afuera, el local de
Lucien Boussard pareca una tienda de antigedades elegante y lujosa. De hecho, era
eso y mucho ms. Las falsificaciones y las piezas de dudosa procedencia semezclaban con los pocos objetos autnticos e impecables que haba. Sin embargo,
ninguno de sus vecinos intua nada, ya que Lucien posea el estilo, el acento y los
modales para no despertar sospechas.
Con mucha cautela y aguzando la vista por si detectaba cualquier cosa o persona que
se saliese de lo ordinario, Gus pas de largo la galera, cont veinticinco pasos, y
luego se detuvo y retrocedi. Fingi querer cruzar la calle, pero no vio nada que le
llamase la atencin y volvi para entrar en la galera; sus movimientos eran rpidos y
giles para un hombre de su tamao. Por qu no iban a serlo? En sus treinta
combates jams lo haban golpeado lo bastante fuerte para hacerle caer, excepto
cuando haba tenido que dejarse ganar.
En el interior de la galera, mantuvo una mano dentro del bolsillo para sujetar una
Beretta 92FS por la culata. No era su pistola predilecta, pero con la 45ACP haba
fallado unos cuantos tiros, y despus de la gran noche, llevar la Cobray no era lo ms
inteligente. Ech un vistazo a su alrededor. No haba turistas ni tampoco ningn otro
cliente. Slo el propietario de la galera.
Gus no senta simpata por muchas personas, pero aunque no hubiera sido as,
Lucien Boussard no le habra cado bien, pues era un lameculos y un mierdecilla.
Tena el rostro pequeo, los hombros estrechos, y llevaba el pelo largo recogido en
una cola de caballo.
Un jodido marica francs!
Cuando Gus entr, Lucien alz la vista; estaba sentado detrs de una pequea mesade largas patas, trabajando, y fingi una entusiasta sonrisa, un intento vano de
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ocultar el hecho de que, instantneamente, haba empezado a sudar y a crisparse. Eso
era quiz lo nico que a Gus le gustaba de Lucien. Que siempre estaba nervioso,
como si creyese que l poda decidir hacerle dao en cualquier momento. Algo en lo
que el jodido enano grasiento tena razn.
Gus!
Pronunci Gueusse; cada maldita vez que Gus oa eso odiaba todava ms a
Lucien.
Se volvi y corri el pestillo de la puerta antes de acercarse a la mesa.
Hay alguien ah detrs?gru.
Lucien se apresur a sacudir la cabeza.
Mais non, mais non, voyons, aqu no hay nadie salvo yo mismo.Tambin tena la
irritante costumbre de repetir muchas ve ces sus expresiones francesas de mierda. A
lo mejor lo hacan todos los franceses. No te esperaba, no me habas dicho...
Cierra tu jodida boca de una vezespet Gus. Tengo algo para ti.Forz una
sonrisa. Algo especial.
Del interior del abrigo, Gus extrajo una bolsa de papel y la puso sobre la mesa. Lanzuna mirada hacia la puerta para asegurarse de que estaban fuera del campo de visin
de cualquier transente y sac algo de la bolsa. Estaba envuelto en papel de
peridico. Mientras lo desenvolva mir con fijeza a Lucien.
Cuando al fin sac el objeto, el francs se qued boquiabierto y abri los ojos
desmesuradamente. Era un crucifijo de oro con piedras preciosas incrustadas, una
asombrosa filigrana de unos cincuenta centmetros de largo, o tal vez menos.
Gus lo coloc encima del peridico abierto y Lucien contuvo el aliento.Mon dieu, mon dieu!El francs, atnito, alz la vista para mirar al otro; de pronto,
el sudor le caa por su estrecha frente, Jess, Gus!
Pues s, era Jess.
Mir otra vez el crucifijo; Gus hizo lo mismo y vio que el peridico mostraba una
fotografa a toda pgina del museo.
Esto es del...
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S.Gus sonri con presuncin. No est mal, eh? Es una buena pieza.
Lucien frunci la boca.
Non mais, il est compltement tar, ce mec. Vamos, Gus, yo esto no me atrevo a
tocarlo.
Gus no necesitaba que Lucien lo tocase, slo que lo vendiera. Y tampoco poda
esperar a que pujasen por el crucifijo. Durante los ltimos seis meses haba tenido
una racha nefasta en las apuestas a las carreras de caballos. Anteriormente ya haba
estado endeudado, pero nunca como ahora; nunca le haba debido dinero a gente
como la que esta vez llevaba la cuenta de sus deudas. Desde haca bastantes aos,
desde el da en que fue ms alto y ms gordo que su viejo y le dio una paliza al
monstruo borracho, la gente le tena miedo. Pero en este momento, y por primera vezdesde los catorce aos, saba lo que era estar atemorizado. Sus acreedores no
actuaban como el resto de personas a las que haba conocido. Lo mataran en un abrir
y cerrar de ojos.
Pero por ironas de la vida, las carreras tambin le haban proporcionado una salida,
ya que gracias a ellas haba conocido al tipo que lo meti en el robo del museo. Y ah
estaba ahora, aunque haba recibido claras instrucciones de no intentar vender
ningn objeto al menos hasta al cabo de medio ao.
Una mierda! Necesitaba el dinero y lo necesitaba ya.
Mira, olvdate de su procedencia, vale?orden Gus a Lucien, T ocpate slo
de buscar un comprador y negociar un precio.
Daba la impresin de que el francs iba a sufrir un infarto.
Non mais... oye, Gueusse, esto es imposible. Absolutamente imposible. Todava es
demasiado peligroso, sera una locura...Gus le agarr por el cuello y arrastr la parte superior de su cuerpo sobre la mesa,
que se tambale inestable. Acerc su cara a menos de dos centmetros de la de
Lucien.
A m como si fuera una bomba atmicasusurr. Hay gente que colecciona esta
mierda y t sabes dnde encontrarla.
Es demasiado pronto.
Lucien habl con un hilo de voz por la presin que estaba sufriendo en la garganta.
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Gus lo solt y el francs se dej caer en la silla.
No me hables como si fuese un idiotagrit. Siempre ser demasiado pronto
para esta mierda, nunca ser el momento adecuado. As que por qu no ahora?
Adems, sabes que hay personas que lo compraran precisamente por ser lo que es yvenir de donde viene. Jodidos miserables que pagarn una pequea fortuna y
tendrn un orgasmo cada vez que piensen que lo tienen guardado en su caja fuerte.
Lo nico que tienes que hacer es encontrar a uno de esos tipos, y rpido. Y ni se te
ocurra estafarme con el precio. Te quedars el diez por ciento; el diez por ciento de
una cantidad inestimable no est nada mal, no crees?
Lucien trag saliva, se frot la nuca y luego sac su pauelo de seda pardusco para
enjugarse la cara. Nervioso, recorri la habitacin con los ojos; era evidente que se
traa algo entre manos. Levant la vista, mir fijamente a Gus y dijo:
El veinte.
Gus lo miraba estupefacto.
Luciensiempre pronunciaba lu-shien para hacerle rabiar, no me provoques.
Hablo en serio. Por una cosa como sta, quiero el veinte por ciento. Au moins.
Correr un gran riesgo.
Gus alarg de nuevo los brazos, pero en esta ocasin Lucien fue demasiado rpido;
empuj la silla hacia atrs y su cuello qued fuera del alcance de su agresor. Entonces
Gus sac tranquilamente la Beretta, se aproxim a Lucien y le apunt a su
entrepierna.
No s qu narices has dicho, amigo, pero la verdad es que no estoy de humor para
negociar. Te hago una oferta generosa y lo nico que se te