John Stack [Dueños del mar 2] Capitan_de_Roma f_8

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    John Stack

    Capitn de RomaDueos del mar - 2

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    A mis hijos Zoe, Andrew y Amy. Os amo.

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    -B

    CAPTULO I

    oga de combate!

    En cuanto son la orden gritada por tico, el Aquilacobr v ida, con la proa provista de

    espoln del trirreme romano surcando limpiamente las crestas de las olas y el timbal del jefe de bogadirigiendo las acciones de doscientos esclavos encadenados, una multitud trabajando como un solohombre. La orden fue repetida en los castillos de popa de las embarcaciones que navegaban alrededordelAquila, y el capitn advirti con satisfaccin que las otrora inexpertas tripulaciones de los barcossituados a los flancos de su galera realizaban la maniobra con celeridad y presteza. Sumaban un total detreinta galeras, todas ellas construidas segn el nuevo modelo llamado catafracta, aunque el Aquilapresentaba sutiles diferencias que la destacaban y ponan de manifiesto su veterana; cicatrices cerradasproducto de escaramuzas ya olvidadas y una tablazn desgastada por un centenar de tempestades.

    Dos cuartas a estribor! orden tico.

    Cayo, el timonel, ajust el rumbo delAquilaalinendola con el centro de la bocana del puerto.

    La ciudad portuaria de Thermae, bajo dominio cartagins, disfrutaba de una privilegiada situacin

    tras las envolventes lenguas de tierra que protegan las aguas interiores y sus muelles albergaban unaflota de galeras enemigas y barcos mercantes cuyo nmero era imposible de determinar. tico sedesplaz hasta el coronamiento del alczar, inclinndose sobre la regala para mirar ms all del corvus, larampa de abordaje que entonces dominaba la cubierta en la proa del Aquila. Escupi una maldicin anteel horrendo artefacto, que estaba fuera de lugar en lo que de otro modo pudiera ser una cubierta proeldespejada; adems, su reciente adicin distorsionaba las lneas de la galera, esbeltas como astiles deflecha.

    Tope... informa! grit tico, mientras sus ojos verdes se desplazaban hacia lo alto, hasta elpuesto de observacin donde, alzada en precario equilibrio a pocos ms de quince metros de altura, seencontraron con la figura de Corino. El miembro ms joven de la tripulacin era paisano suyo, un griegode la ciudad de Locri. Su agudeza visual rivalizaba con la de un halcn, e hizo una pausa antes deresponder para confirmar su estimacin.

    No ms de diez galeras! Un quinquerreme! Apenas veinte barcos mercantes!tico asinti volvindose en busca de Lucio, su segundo de a bordo. La familiar figura del hombre

    cruzaba el castillo de popa dando grandes zancadas, al tiempo que sus ojos inquietos no perdan detallede lo que suceda en la cubierta del Aquila, tomando nota de cada acto de la tripulacin mientras suscuarenta y cinco aos de edad descansaban con gracia sobre su slida constitucin.

    Eh, t, Baro rugi sin detenerse, caza un codo en la escota de estribor.

    El tripulante en cuestin reaccion de inmediato, y dos hombres ms corrieron para ayudarlomientras se le confera a la vela un grado ms de tensin.

    tico asinti hacia Lucio, que enseguida se puso al lado de su capitn.

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    Cmo ves la situacin, Lucio? pregunt, confiando en la experiencia de su segundo, quienposea unos conocimientos que parecan requerir el paso de muchas vidas.

    Es tal como se ha informado. Una escuadra. Actividad mnima replic Lucio, con el ceofruncido y la expresin preocupada.

    Y...? lo anim tico, percibiendo su inquietud.

    Capitn, cundo, en toda tu vida, has recibido un informe tan preciso?

    tico asinti, tomando en consideracin la opinin tcita de Lucio. Desde la victoria romana en

    Mylae, haca ya tres meses de ello, toda actividad enemiga en la costa septentrional de Sicilia se habadisipado tanto en tierra como en mar, y los mercantes romanos navegaban cada semana desde Broliumhasta Roma sin encontrar trabas.

    tico mir a babor y al raudo sol naciente situado una hora por encima del horizonte oriental. Elastro brillaba blanquecino tras el velo de finas nubes, y la superficie del mar rompa la luz matinal en unmilln de esquirlas, destellando una tras otra, obligando a tico a apartar la mirada y a parpadear paratener una mejor visin. Mir a estribor, hacia un horizonte occidental: igualmente vaco, con la lnea decosta desplazndose a lo lejos hasta perderse tras la curva de una lejana lengua de tierra. Era como si loscartagineses no hubiesen hecho sino dejar el norte de Sicilia en manos de los romanos.

    Y bien, capitn? oy a sus espaldas tico.

    Tito Aurelio Varrn, tribuno y comandante en jefe de las treinta galeras de la flota ofensiva,

    atravesaba el castillo de popa en su direccin, dejando a un grupo de cuatro senadores tras l.Nmero de enemigos tal como se ha informado, tribuno contest tico, en un tono de voz que

    destilaba incertidumbre.

    Excelente! replic Varrn, uniendo las manos en una palmada, sin comprender el mensajesubyacente en tales palabras. Entonces, bien..., prepara el barco para la batalla.

    A la orden, tribuno salud tico sin que su rostro traicionase ninguno de sus pensamientosprivados.

    Tito Aurelio Varrn era un hombre joven, que no deba de haber cumplido an los veinte aos, perosu padre era magistrado y un senador importante, y entre los jefes de la flota se rumoreaba que elprecio que haba pagado por el nombramiento de su hijo fue el rescate de un rey.

    tico slo poda maravillarse ante lo rpido que se haba transformado la marina romana. No haca niseis meses que era un contingente provinciano compuesto por una docena de galeras, y los marinos einfantes de marina que serv an en sus filas eran tratados con desdn por las arrogantes legiones de laRepblica. Sin embargo, en ese momento la Classis Romanus, la Armada romana, la componan ms dedoscientas galeras, entre naves romanas y barcos apresados a los cartagineses, y la lite de la sociedadromana apreciaba los servicios prestados por el comandante en jefe de sus efectivos. tico sospechabaque se era tambin el motivo de que Varrn hubiese escogido el Aquilacomo su buque insignia, sinduda con la esperanza de emular el xito de Cayo Duilio, cnsul del Senado romano, que naveg abordo de esa misma embarcacin en la memorable jornada de Mylae.

    tico se volvi a Lucio y repiti la orden del tribuno. En menos de un minuto se arri la entena y seaferr la vela, asegurndola. La entena volvi a izarse hasta la mitad del mstil y se volte noventagrados para sujetarla en paralelo al palo mayor. Las galeras que acompaaban al Aquilaadvirtieron

    enseguida la medida, seal inequvoca de batalla inminente, y la siguieron al punto murmurando la ordena lo largo de la lnea.

    La flota de treinta galeras se concentr a medida que se acercaba la bocana del puerto, unmovimiento inconsciente que afil la delgada formacin en punta de flecha; la maniobra congreg a lasnaves, debilitando la energa de su avance, atenuando la fuerza destructiva que estaba a punto dedesencadenarse contra el desprevenido enemigo destacado en Thermae.

    * * *

    El rtmico golpear de diez mil pisadas atestaba el suelo del valle, acompaado de espordicos

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    tintineos de metal contra metal al balancearse equipamientos y pertrechos con la repetitiva cadencia demarcha de cinco mil legionarios. Se haba asignado la tarea de asegurar Thermae a cuarenta manpulosde la Legin IX. Eran los Lobos de Roma, una legin de hombres a los que cegaba la sed de venganzacontra el enemigo cartagins que, haca apenas unos meses, los haba humillado en Makella. Los punicihaban hecho que la Legin IX se arrodillara bajo la doble presin del hambre y la peste, aislando a susefectivos en territorio hostil. El bloqueo cartagins sobre Sicilia haba roto la comunicacin entre laslegiones y las vas de suministros de Roma; slo gracias a la victoria naval en Mylae se haba logradoromper el cerco y liberar a los soldados.

    Conjurada la amenaza de muerte por inanicin, la Legin IX haba recuperado poco a poco sufuerza, y la afluencia de hombres, la llegada de pertrechos, alimentos y dems suministros acabaron contodo vestigio de agotamiento o vulnerabilidad. No obstante, los legionarios haban mantenido las heridasabiertas, sin dejar de arrancarse las postillas para revelar la carne v iva bajo ellas, sin permitir nunca que eldolor remitiese por completo, con el propsito de mantener fresca en la memoria la magnitud del precioque haban pagado y alimentar sus deseos de revancha. Su herida slo podra cauterizarse con el calorde la batalla y cerrarse con la sangre de su enemigo.

    Septimio Laetonio Capito, centurin de infantera de marina destinado en el Aquila, marchaba con elCuarto manpulo. Se alzaba en la fila de vanguardia, con su casi metro noventa de estatura y sus cienkilos de peso, pero su zancada iba marcada con una ligera cojera, resultado de una herida sufrida enMylae cuando su semimanpulo de sesenta legionarios barri la cubierta principal del buque insigniacartagins, durante aquella lucha enconada y ganada con sufrimiento. Tras la batalla, Septimio se habaencontrado en la primera columna de refresco que lleg a Makella para rescatar a la Legin IX, encumplimiento de la promesa que haba hecho al hombre que marchaba a su lado, Marco Fabio Buteo,centurin del Cuarto manpulo y ex oficial jefe de Septimio hasta que lo transfirieron a la infantera demarina. Marco tena una docena de aos y un centenar ms de batallas a sus espaldas que Septimio,pero su paso igualaba al del hombre ms joven de la legin y los superaba a todos en disciplina y fuerzade voluntad.

    Sucede algo? pregunt Marco, advirtiendo la mirada de Septimio barriendo las colinas a cadalado de la ruta de avance, y confiando ms en la agudeza visual del joven que en la suya propia.

    Nada replic Septimio, en un tono que no logr ocultar su desazn. No hay seales en ningnflanco.

    Maldita caballera! escupi Marco. Le gustaba que Septimio se reservase cualquier comentariode inquietud, consciente de que sus hombres, situados a sus espaldas, podran orlos con facilidad.

    Todava hay tiempo seal Septimio, como hablando para s.

    Marco asinti gruendo una respuesta, y ambos hombres quedaron en silencio.

    Septimio llev su mirada hacia la cabeza de la columna y a la figura a caballo de Lucio PostumoMegelio, legado y comandante en jefe de las Legiones II y IX destacadas en Sicilia. Cabalgaba con laespalda recta y la cabeza erguida, y su mirada bien podra parecer atenta a la ciudad de Thermae,entonces a poco ms de un kilmetro y medio de distancia. No obstante, Septimio saba que sin dudaestaba buscando con disimulo a los jinetes del destacamento de caballera destinado a proteger losflancos de la columna de avance. Salan en labores de reconocimiento cada dos kilmetros de progresopara informar si los flancos estaban despejados durante los siguientes dos kilmetros de marcha. Peroentonces ya se estaban retrasando.

    * * *

    Amlcar Barca cabalgaba con el pecho a apenas un par de centmetros de la cruz del animal, sucuerpo se amoldaba a los hombros de la montura y caballo y jinete se movan en sincrona. El vientocorra a toda velocidad por los odos de Amlcar y el grueso pelo de las crines golpeaba su mejilla, altiempo que sus sentidos se llenaban con un clido olor a cuero y sudor equino. Lade la cabeza y mirpor encima del hombro, parpadeando con rapidez para apartar de sus ojos las lgrimas producidas por elviento. Tras l cabalgaban quinientos de los suyos, todos cartagineses, montando con el mismo mpetu

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    que su jefe, pero incapaces de igualar el paso de la yegua rabe de Amlcar, una montura ligera criada enel desierto, veloz y resistente, un animal con un temperamento orgulloso y feroz que lo destacaba entreotras razas equinas y lo haca superior.

    Amlcar devolvi la mirada al frente, evaluando con ojo experto el terreno que se abra ante l, yluego desplaz su peso ligeramente a la izquierda, una seal para que su montura virase y tomara laligera pendiente que ocultaba a los cartagineses de su enemigo. Los jinetes que le seguan se ajustaron ala trayectoria de su comandante. Una repentina oleada de vergenza se apoder de Amlcar mientrascabalgaba, pero en vez de intentar suprimirla, dej que alimentara su ardor, mantenindola cerca de su

    corazn, all donde moraba su odio por el enemigo. Amlcar haba asumido el mando del flanco derechoen la jornada de Mylae y fue testigo del asombroso revs que sufri la antao invencible flotacartaginesa. Fue l quien imparti la orden de retirada general, una orden tan vergonzosa comonecesaria que lo deshonr a l y a sus hombres. La ira que sinti entonces se atenu en parte cuandocrucific a Anbal Giscn, el insensato almirante de la flota, pero cobraba nuevos bros ante la idea delenemigo romano situado inmediatamente detrs de su campo de visin. Inst a su montura aincrementar la velocidad, mientras el animal se esforzaba en subir hasta la falda de la colina.

    * * *

    Capitn, seales a la flota. Ataque en masa.

    Tribuno? replic perplejo tico, girando sobre sus talones para encararse con el joven.

    Ataque en masa, capitn! repiti Varrn, con expresin animada y ojos inquietos, mientras sumirada barra el interior del puerto.

    Pero, tribuno comenz a decir tico con cautela, intentando adivinar la intencin del joven.Los cartagineses estn en tremenda inferioridad numrica. Si despachamos a un enviado, quiz se rindansin combatir.

    Rendirse? replic Varrn, con una expresin de autntico sobresalto. Por qu bamos adesear que se rindiesen? Dnde est la gloria en eso? Hemos venido aqu para librar una batalla y porlos dioses que la tendremos. Ordena un ataque en masa.

    tico asinti, pero le pareci preciso sealar otro elemento importante, temiendo que al tribuno se le

    hubiese pasado por alto.Dejaremos una escuadrilla en la retaguardia, tribuno? pregunt. Propongo cinco galeras de

    la tercera escuadra.

    Una escuadrilla en la retaguardia? pregunt a su vez Varrn, con un tono preado deimpaciencia. El enemigo est all, capitn dijo, sealando a proa.

    tico hizo ademn de responder, pero Varrn lo interrumpi.

    Ordena un ataque en masa, capitn, ahora! gru con ojos glidos y una expresin que ya noera amistosa.

    tico dud, pues todos sus instintos fruto de la experiencia lo instaban a rebatir la absurda orden. Sequed atnito ante las palabras del tribuno, hasta que de pronto lo comprendi: Varrn buscabahacerse un nombre en combate e iba a forzar una batalla total si fuese necesario. tico evalu susopciones durante un instante ms. No tena ninguna.

    Lucio, seales a la flota! orden.

    Varrn sonri una vez ms y regres al grupo de senadores, hablando animado mientras caminaba,exponiendo las geniales virtudes de su estrategia.

    Esto es una locura dijo Lucio, hablando en voz baja al lado de tico. Podramos tomarThermae sin lucha, y no me gusta entrar en un puerto hostil sin tener a alguien vigilando nuestra popa.

    Eso mismo pienso yo convino tico, llevando su mirada a las galeras cartaginesas.

    Durante quince generaciones la Armada pnica haba sido duea del Mediterrneo, su pericia en elmar y tcticas navales eran insuperables. Elcorvuslos haba sorprendido en Mylae, pero sa fue la nica

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    tctica que los romanos pudieron desplegar. Como Varrn iba a forzar el combate, los legionariosromanos tendran que abordar con fuerza, tendran que llevar la lucha a terreno enemigo. Iba a ser unabatalla dura pero, ms importante que eso, lo que tico saba era que iba a ser un absurdo derroche devidas, un ataque sin sentido e innecesario. Se apart de la caa del timn y camin a proa parainspeccionar a los legionarios reunidos en la cubierta principal delAquila. Antes de acabar el da, su sangreestara en manos romanas.

    * * *

    Formad el frente! Desplegad a los escaramuzadores!

    Marco comenz a transmitir la orden impartida en el frente de la columna a su manpulo, unareaccin inconsciente fruto de ms de quince aos al mando. Los hombres se movieron con disciplinadadecisin al maniobrar en formacin de triplex acies, la orden de batalla triple desplegada con los hastati,tropas pertrechadas con panoplias modestas, en la fila de vanguardia; losprincipes, ms experimentadosy con armadura pesada, en la segunda, y los triarii, los viejos veteranos, en la tercera. Los velites, decorazas livianas y evoluciones en batalla ms independientes, rompieron la formacin para actuar comoescaramuzadores, con sus ligeras jabalinas en la mano mientras se alineaban en el terreno abierto frentea los legionarios desplegados en formacin de combate.

    Septimio se desplaz sin vacilar a la segunda lnea, aunque ya no fuese uno de los prncipes delCuarto manpulo de la Legin IX, como s lo fuera en la batalla de Agrigento. Al hacerlo estudi larepentina orden del legado al mandar desplegarse en formacin de combate. Thermae se encontraba amenos de doscientos metros y pareca mostrar una completa ausencia de actividad. Eso no era enrealidad una sorpresa, pues el avance de la legin romana se habra avistado a dos kilmetros dedistancia y sin duda la poblacin civil habra ya huido al interior de la ciudad. Sin embargo, lo que no erahabitual era que no hubiesen vuelto a presentarse los exploradores de la caballera romana y, puesto quela legin estaba en territorio enemigo, si bien era cierto que para sojuzgar a una ciudad con escasaguarnicin, segn se haba informado, pareca prudente desplegarse en orden de batalla en vez deavanzar sin una adecuada labor de reconocimiento. El legado Megelio es un hombre cauto, pensSeptimio.

    En menos de cinco minutos, los cuarenta manpulos de la Legin IX ya se haban desplegado en

    formacin de combate y volvi a reinar el silencio mientras esperaban pacientes la orden de avance.Septimio pestae para quitarse una gota de sudor del ojo, dominando el impulso de levantar la mano yfrotarse el rostro; la arraigada disciplina de las legiones an corra con fuerza por sus venas. Su mirada semovi de derecha a izquierda en direccin a los escaramuzadores que entonces estaban llegando a losaledaos de la ciudad, donde los postigos cerrados de los bajos edificios encalados no revelaban nada alos soldados en orden de avance. Observ cmo uno de los vlites daba un rodeo para mantenersealejado de un perro encadenado, el agudo ladrido del chucho rompi el silencio antes de que un gaidode dolor cortase el ruido en seco. En el centro de su campo de visin, el camino de entrada a la ciudadestaba ocupado por el destacamento de vlites, con su oficial jefe impartiendo rdenes mediante gestosy todos se preparaban para entrar en la ciudad.

    Septimio baj la mirada, haciendo caso omiso de la orden tcita de vista al frente, en cuanto sintiuna leve vibracin bajo sus pies. Su mente registr y proces la sensacin en menos de lo que dura un

    latido, haciendo explotar en l un recuerdo y la correspondiente sensacin de peligro. Como paraconfirmar su temor, un ruido constante comenz a enseorearse del ambiente a su alrededor, un ruidosemejante a un trueno lejano para los novatos pero inequvoco para un veterano. Su boca comenz averbalizar la voz de alarma, pero una docena de hombres destacados en las filas de retaguardia se habaadelantado a l, y sus voces se solapaban formando una confusa algaraba, aunque, de todos modos, laadvertencia era inconfundible:

    Caballera enemiga a retaguardia!

    * * *

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    El sol bajo brill en los ojos de Amlcar al coronar ste la colina, parpade para superar la cegueratemporal y en un instante su mirada abarc todo el panorama que se abra antes sus ojos. A suizquierda, a poco ms de un kilmetro y medio de distancia y a menos de doscientos metros de laciudad, pareca reinar la confusin entre las legiones romanas, pero el sentido militar de Amlcar leindicaba, incluso desde aquella distancia, que se estaban desplegando en orden de batalla con unaperfecta cohesin. Aun as, su mirada no se entretuvo mucho tiempo en el enemigo, sino que se desvihasta un punto situado justo al otro lado de donde se encontraba, en la otra colina que flanqueaba el

    acceso a Thermae. Ya se encontraba a media ladera, bajando con todos sus hombres avanzando a susespaldas, antes de localizar al segundo frente de ataque, la segunda unidad compuesta por quinientossoldados de caballera que se unira a la suya en el seno del valle.

    Amlcar vir su montura hacia el centro del valle y sus hombres se desplegaron en lnea de cargagalopando a sus flancos. Se irgui sobre la silla, desplazando su peso y bloqueando las piernas alrededordel cuerpo de su montura. Su caballo, yegua veterana de muchas batallas, percibi el cambio y, alzandoligeramente la cabeza, permiti a Amlcar guiarla con las piernas, dejndole as las manos libres de riendas.Llev un brazo atrs y desenvain la espada que tena a la espalda trazando un amplio arco con la hoja,un movimiento fluido que indicaba a sus hombres la inminencia del combate.

    El general cartagins fij su mirada en la formacin romana desplegada a unos novecientos metrosfrente a l. Se haba preparado para ese momento durante los ltimos tres meses, desde el da en que

    vio a Anbal Giscn sufrir y morir en la cruz, en castigo por la arrogancia que llev a la perdicin de loscartagineses en la batalla de Mylae. Entonces haba reunido a sus fuerzas para esconderlas casi deinmediato, ocultndolas del enemigo romano, que navegaba sin oposicin a lo largo de la costanororiental de Sicilia. Haba observado a escondidas cada uno de sus movimientos, esperando primero yconfirmando despus el inminente ataque a Thermae para luego tender su trampa. En ese momento losojos de Amlcar se v idriaron al murmurar una plegaria a Anath, la diosa cartaginesa de la guerra, por unfavor que garantizara que el enemigo se hubiese acercado desprevenido. Tambin, en busca de la buenadisposicin de la diosa, or para que la flota romana hubiese avanzado bajo el mismo velo de arroganciae imprev isin. Cuando se aclar su vista, las filas del enemigo parecan llenar por completo su campo devisin, aunque se encontraban todava a unos setecientos metros de distancia. Un visceral grito deguerra rugi en su interior y l bram su desafo a los romanos, un alarido coreado enseguida por el millarde hombres que lo seguan sin vacilar.

    * * *

    Boga de ataque! orden tico.

    Los chasquidos de ltigo bajo cubierta cobraron fuerza al recibir la orden, y los doscientos esclavosdelAquilase pusieron a trabajar para aumentar la velocidad del trirreme a once nudos; la cadencia deltimbal se intensific, el ritmo acelerado dispar la adrenalina por las venas de tico ante la inminencia de labatalla. El frente de combate cartagins se encontraba a menos de trescientos metros de distancia,nueve trirremes y un quinquerreme desplegados en lnea abierta perpendicular al muelle, con sus proasapuntando directamente al avance romano.

    Capitn... seal Lucio, despacio, situado tras el hombro de tico.Lo veo... replic tico, con la mente trabajando a toda prisa. Las cubiertas enemigas bullan deactividad, pero advirti que no se estaban poniendo en marcha. De hecho, no mostraban ninguna sealde avance.

    La fuerza de los cartagineses resida en embestir a sus enemigos. Para eso necesitaban espaciomartimo y la vanguardia romana avanzando a toda velocidad estaba reduciendo muy deprisa eseespacio. En menos de un minuto sera demasiado tarde y se convertiran en objetivos fciles.

    O la trampa perfecta seal de pronto tico. Gir sobre sus talones para mirar por encima delcoronamiento en direccin a los cabos que revestan el puerto y a toda la flota de galeras romanasencerrada entre ellos. Poseidn nos proteja! susurr.

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    Atalaya! grit tico. Comprueba aprox imaciones ms all de la bocana!

    Corino se volvi de inmediato, dndole la espalda a la inminente batalla, y ote por encima de lasbajas lenguas de tierra. tico, ms de quince metros por debajo, pudo ver con claridad la repentinaexpresin de alarma plasmada en el rostro del viga y el temor llen sus entraas.

    Naves enemigas aprox imndose desde el este! vocifer Corino, sealando la bocana del puertoy la carga de las galeras cartaginesas arribando a boga de combate.

    tico ya corra hacia la cubierta principal, mientras Corino an daba la voz de alarma. El capitn

    buscaba a Lucio entre la muchedumbre de hombres reunidos en torno al palo mayor. Lo distingui deinmediato, con su alta constitucin de toro abrindose paso a empujones entre los legionarios; ltambin buscaba a su oficial jefe.

    Lucio! Sube a la jarcia. Quiero un recuento total de la formacin orden tico, consciente deque el inexperto Corino no era el adecuado para tan delicada tarea.

    Lucio asinti y sali disparado hacia a la jarcia de labor, agarr la cuerda con sus manos callosas ytrep con destreza, subiendo a pulso hasta el mastelero de gavia.

    Druso!

    El centurin en funciones se present al lado de tico de inmediato.

    Haz que tus hombres formen en la cubierta de proa, detrs del corvus. Una vez tengas bajocontrol la cubierta principal del enemigo, quiero que le prendas fuego y te retires. Nada de entretenerse

    bajo cubierta.Druso salud, golpeando con su puo cerrado el peto de su armadura. Dio media vuelta e imparti

    unas escuetas rdenes a sus hombres. Los soldados rompieron filas y volvieron a formar a proa. ticovacil un momento para observarlo. Era un optio de la Legin IV trasladado a la infantera de marinacomo primer oficial de Septimio. En ausencia del centurin, Druso asuma el mando absoluto sobre elcontingente de infantes de marina, cargo que nunca antes haba desempeado en una batalla naval. Eraun hombre tranquilo que sola reservarse su opinin, pero a tico le constaba que impona una disciplinafrrea y segua las rdenes al pie de la letra, sin cuestionar al mando ni al mandato. Sin embargo, carecade experiencia y el capitn comprendi que debera encargarse de dirigir la galera y a los infantes demarina en la lucha que se avecinaba.

    Treinta galeras enemigas! rugi Lucio de pronto, desde el mastelero del palo mayor, y tico

    levant la mirada. Tres quinquerremes en vanguardia! Avanzan en formacin de flecha!Capitn! vocifer Varrn, rompiendo la concentracin de tico. Qu est pasando?

    Una trampa, tribuno respondi tico con brusquedad, sin mirar a Varrn sino la galeracartaginesa que se encontraba a proa delAquila, entonces a menos de noventa metros de distancia, ynavegamos directamente hacia ella.

    Una trampa? repiti el tribuno con una ligera punzada de aprensin en la voz, con toda laconfianza mostrada minutos antes puesta de pronto en entredicho.

    Preparad elcorvus! grit tico, observando a Cayo de soslayo mientras el timonel alineaba laproa delAquila.

    Qu ests haciendo? pregunt Varrn, olvidada ya su orden previa. Debemos retirarnos!

    No! replic el capitn, airado, aunque despus suaviz el tono, pues necesitaba que el tribunocomprendiese. Debemos atacar, tribuno. Estamos demasiado cerca, demasiado comprometidos.Debemos conjurar la amenaza a proa antes de virar, o tendremos que combatir en dos frentes.

    Varrn apart la mirada con el rostro crispado por la incertidumbre y recorri rpidamente con lavista el panorama de izquierda a derecha. tico devolvi su atencin al ataque una vez ms.

    Druso orden a los asteros lanzar las jabalinas cuando faltaban poco ms de once brazas para elabordaje, el ltimo preludio del ataque a la cubierta de proa cartaginesa. El Aquilase estremeci cuandola galera de setenta toneladas toc el rgido casco de la nave pnica; de inmediato se solt elcorvus, consus casi diez metros de longitud cayendo como una maza sobre la cubierta enemiga y sus tres pas denoventa centmetros situadas bajo la pasarela estrellndose sobre la seca tablazn de pino de la proaenemiga, uniendo as a las dos galeras en un abrazo mortal. Slo entonces los legionarios rugieron y sus

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    gritos sedientos de sangre hinchieron sus corazones de ira y valor. En cuestin de segundos, Druso lleval otro lado a la totalidad de sus sesenta hombres y se estableci una lnea de combate en la proa de lagalera cartaginesa; los escudos de los legionarios, scutumde poco ms de un metro de altura, crearonuna barrera impenetrable contra la cual los pnicos no podan resistir. Los romanos iniciaron un avancelento e inexorable, sus espadas encontraban los huecos entre los escudos, cada estocada buscaba yhallaba la carne del enemigo mientras caa un hombre tras otro bajo el hierro romano. El fragor de labatalla corri ntido a lo largo de la cruja delAquilahasta alcanzar la cubierta de popa, gritos de ira y dolormezclados con el choque de las armas. Era se un ruido como no haba otro igual y tico qued atnito

    ante el espectculo que se desarrollaba ante l, la terrible lucha que haba conocido durante media vida,primero como cazador de piratas y entonces como capitn de una galera en la guerra contra lospnicos.

    * * *

    Septimio apretaba los dientes mientras corra, casi tambalendose para no forzar su pierna derecha.El sonido de las rdenes de los oficiales llenaba el aire a su alrededor, sus voces se elevaban por encimadel estruendo de cinco mil hombres corriendo hacia los edificios exteriores de Thermae; sus rdenesponan coto al pnico que corra bajo la superficie de cada uno de los infantes romanos ante la idea dequedar atrapado en campo abierto frente a la caballera enemiga.

    El campo de visin de Septimio estaba ocupado por la muchedumbre de hombres frente a l, perosus sentidos tambin perciban el avance de los cartagineses tras ellos; el trueno que se acercaba hacams denso el aire, y su mente calculaba su proximidad guindose por el sonido: menos de doscientosmetros. No iban a lograrlo; Septimio oy al legado impartir la orden desesperada de intentarlo y resistir lacarga cartaginesa.

    Asteros! Preparados para formar en lneas!

    Septimio corri entre las filas de los soldados bisoos, todos ellos alzando su pila, sus jabalinas, porencima de las cabezas de los legionarios en orden de retirada; la decisin de desplegarlos era una jugadadesesperada destinada a dar tiempo a la legin de ponerse a salvo. Los soldados se amontonaron en loshuecos ex istentes entre los edificios y en la calle principal de la ciudad. El centurin se apart del gento yse dirigi a una isleta de paz abierta junto a la desnuda pared encalada de una casa. Desenvain su

    espada y de inmediato comenz a ordenar a sus hombres en los puntos ms atestados a su derecha eizquierda; su voz reprenda a los soldados que empujaban a quienes tenan enfrente, asegurndose deque el pnico no se extendiese entre los hombres que pugnaban frenticos por llegar a la seguridad de laurbe. Mir hacia atrs, en direccin al enemigo aprox imndose a ellos, cuyos primigenios alaridos casiahogaban las rdenes de los centuriones al mando de los asteros. Los jvenes soldados se irguieronseparando los pies; se preparaban para arrojar sus armas contra el enemigo que se abalanzaba contraellos. Era un espectculo digno de verse y Septimio sinti su orgullo hinchndose ante la fortaleza deaquellos hombres ms jvenes, muchos de los cuales jams se haban enfrentado a una carga decaballera. Calcul la distancia entre los contingentes con mirada experta. A poco menos de treintametros arrojaran sus jabalinas y los asteros tendran que romper la formacin e ir en busca de refugio. Silo alcanzaban o no, dependa del coraje del enemigo.

    Septimio, por instinto, murmur al mandato un instante antes de que se emitiese la orden lanzad!

    para desencadenar la furia sobre el enemigo.Mil doscientas jabalinas fueron arrojadas al mismo tiempo siguiendo una trayectoria, casi plana a tan

    poca distancia, y apenas pendieron en el aire un segundo antes de estrellarse contra las filas enemigas,donde las moharras de hierro de cada una de aquella lanzas de casi dos metros de longitud golpearon demodo indiscriminado la carne expuesta de sus rivales a medida que la diosa Fortuna separaba a losescogidos de los condenados. Se contuvo la fuerza de la carga durante un instante, su impulso vacilcuando hombres y caballos cayeron bajo el peso del hierro romano. El tiempo se ralentiz cuandoSeptimio fij su mirada en las filas de la vanguardia enemiga. Desde el lugar donde se encontraba, podaver la expresin individual de cada hombre y ser testigo del momento crtico en que su valor se alzabadesafiante o se desmoronaba. La sensacin pas y su cuerpo se movi antes de que su mente pudiese

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    registrar el resultado, su instinto de supervivencia era ms veloz que su pensamiento consciente.

    Septimio ya se encontraba en el hueco abierto entre las casas a su espalda, entonces vaco, cuandose orden a los asteros romper filas. Slo entonces repiti en su mente la escena que acababa de ver. Locartagineses no flaquearon en ningn momento. Haban pasado por encima de sus propios muertos yheridos sin preocuparse, y el aire se rasg detrs de Septimio con el terrible fragor de la caballeraenemiga al golpear los flancos desprotegidos de los asteros cuando stos emprendieron desesperados elcamino que les quedaba para llegar al refugio al que muchos de ellos jams accederan.

    * * *

    Amlcar rugi triunfante cuando su rostro fue salpicado por sangre romana, y el legionario bajo sufilo se desplom de espaldas con los brazos extendidos; su pecho estaba abierto de un tajo, con sudesafiante resistencia, cuando todos a su alrededor huan, truncada por una hoja fenicia. Amlcar llev elarco de su espada por encima de la cabeza mientras su caballo prosegua con gran estruendo; el impulsode la carga combinada hizo bajar su hoja con salvaje celeridad sobre el casco de otro soldado batindoseen retirada; la slida hoja de forja cort limpiamente el fino metal del yelmo, derribando al soldado alinstante.

    Alrededor de Amlcar, la lnea cartaginesa envolva a los romanos que se batan en retirada. Una

    matanza que apenas hall resistencia llevada a cabo mientras los desprotegidos asteros corran en buscade refugio, muchos de ellos arrojando sus armas en un ftil intento de aligerar su huida; a las filas devanguardia les quedaba demasiado trecho por correr. Pagaron con sus vidas los preciosos segundosbrindados a sus camaradas. Amlcar detuvo su montura con violencia a escasos metros de uno de losedificios aledaos a la ciudad, mientras a su derecha e izquierda otros cartagineses continuabandespedazando a los desafortunados legionarios que no haban conseguido huir. Se pas el antebrazo porla boca, saboreando la sangre de su enemigo al limpiar su mancha, con sus afinados sentidos registrandocada instante de su primer combate cuerpo a cuerpo con los romanos.

    Un grito de jbilo brot entre los cartagineses cuando el ltimo de los romanos cay o huy; loshombres hicieron girar sus monturas en apretados crculos mientras alzaban triunfantes sus espadas enalto. Amlcar estudi la escena a su alrededor. Mir las bajas que haba tenido, a poco menos decincuenta metros de la retaguardia, cuya masa yaca en una lnea marcada por la cada de las jabalinas

    romanas, una prdida compensada con creces por la cantidad de cadveres romanos diseminados sobreel terreno pisoteado por los caballos y su caballera, despachados con gran facilidad gracias a unaemboscada tendida apenas una hora antes. Chillidos y gritos de alarma se impusieron a los v tores, yAmlcar vir en redondo a tiempo de ver una lluvia de jabalinas romanas surgiendo desde los confines dela ciudad; las descargas cerradas pero sin objetivos claros cayeron sin causar grandes daos entre sussoldados.

    Retirada! rugi, y sus hombres obedecieron al instante, saliendo al galope del alcance de suenemigo oculto.

    Oficial! grit Amlcar mientras haca girar su montura a casi cincuenta metros de la ciudad.

    Un oficial de alto rango del Cuerpo de Caballera se situ de inmediato a su lado.

    Reorganiza la lnea orden. Haz que tus hombres ataquen a cualquier romano que se

    presente, pero que no intenten abrir una brecha en la ciudad.El oficial salud y galop enseguida lnea abajo al tiempo que gritaba rdenes y los hombres

    retrocedan volviendo a crear un frente de batalla que impresion de veras a los romanos en Thermae.Amlcar observ al oficial durante un minuto, su mirada recorri la lnea ampliada y los rostros de sushombres, todava con expresin frentica tras el ataque desencadenado haca slo unos instantes. Ibana necesitar de una mano firme para mantenerlos en orden; los caballos piafaban, nerviosos, traicionandola agresividad contenida de sus jinetes. Si se les daba rienda suelta, cargaran hasta llegar al mismsimocentro de la ciudad, y su sed de sangre los cegara frente al peligro de una infantera hostil encerrada enlas calles, donde su mayor velocidad y capacidad de maniobra no serviran de nada. Observ mientras ladisciplina se reafirmaba por s sola y despus volvi de nuevo su atencin a la urbe. Poda ver, entre los

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    edificios y en la va de acceso, una multitud vestida con ropa roja y pertrechada de acero bruido, eranlos romanos atravesando a la carrera su campo de visin mientras los oficiales luchaban por recuperar elcontrol de sus desbaratadas formaciones. Amlcar sonri, aunque sus ojos permanecieron helados. Nomenos de cuatrocientos romanos yacan muertos ante l y, a pesar de todo, la herida en su orgullo anestaba en carne viva, su corazn demandaba una venganza mayor. Espole su montura y galop haciael extremo meridional de la ciudad y el flanco que lo llevara con mayor presteza al borde de las aguasinteriores del puerto. Mientras cabalgaba mir una vez ms a su espalda, por encima del hombro, lacaballera que haba perpetrado semejante carnicera. Su combate fue librado y ganado. Entonces

    Amlcar desencadenara su siguiente oleada, el ataque que acabara con los romanos y restaurase suhonor.

    * * *

    Por los dioses... susurr tico, cuando una horda de soldados cartagineses surgi de pronto delas portillas de la galera cartaginesa, entonces sujeta alAquila. Haba docenas de ellos, muchos ms que ladotacin habitual en una galera pnica; una multitud abalanzndose contra la delgada lnea formada porlos hombres de Druso. Se lanzaron hacia delante como un solo hombre, y el peso de su carga apenaspudo ser contenido por los disciplinados legionarios, que se vean obligados a pasar a la defensiva frente aun enemigo que los triplicaba en nmero.

    Una aclamacin brot de la galera cartaginesa situada en el lado de babor del Aquila, y tico girsobre sus talones a tiempo de ver al Minerva, un barco de lnea romano, caer vctima de un asalto similar,con sus legionarios retirndose a lo largo del corvusy el enemigo siguindolos hasta llegar a la cubierta dela galera romana. tico se volvi hacia popa, en direccin a las aguas exteriores al puerto. Las galerascartaginesas estaban formando una lnea de batalla a lo largo de la anchura del fondeadero, pero ticoadvirti que estaba ralentizando el avance y eso le hizo dudar; su mente se aceleraba para comprenderla lgica del enemigo, por qu no estaban atacando ya. Apart la pregunta de su mente y se volvi unavez ms.

    Lucio! grit tico; su voz se sobrepuso a gritos de guerra pnicos que llegaban desde elMinerva, a menos de veintisiete metros de distancia. Todos a proa! Enva un mensajero a Druso y dileque se repliegue. Nosotros cubriremos su retirada!

    A la orden, capitn! replic Lucio, y se march de inmediato.Mientras tico ordenaba a su tripulacin en la cubierta de proa, la primera descarga de flechas vol a

    travs del estrecho espacio abierto entre ambas galeras y golpe la cubierta principal del Aquila. Unestremecimiento baj por la espina dorsal del capitn cuando una flecha pas silbando a su lado, peroaun as permaneci firme en el centro de su nave. Murmur su habitual plegaria a la diosa Fortuna,consciente de que slo si ella lo protega vera un nuevo da. Si no, el Hades, seor de los muertos, se lollevara al otro lado del Aquern antes del ocaso. Sinti sus nervios templndose al terminar la oracin; elpnico inicial que todo soldado senta al comienzo del combate cuerpo a cuerpo amain en su interior y,como haba sucedido antes en incontables ocasiones, puso su vida en manos del destino con alma deguerrero.

    tico mir ms all del combate librado ante l, a los edificios que haba alrededor de los muelles de

    Thermae, y sus pensamientos derivaron hacia Septimio. Si haban puesto un cebo a la flota para llevarla auna celada, probablemente la legin habra sufrido el mismo destino. Se volvi a la ciudad situada al otrolado del interior del puerto y, mientras sus ojos vagaban sobre las construcciones encaladas, vio salirvolando una flecha incendiaria, a cuya dorada punta anaranjada segua una cola de humo negra quedestacaba contra el cielo azul cobalto. tico pudo or con claridad, incluso por encima del fragor de labatalla librada a su alrededor, el visceral grito de guerra surgido de las entraas de la poblacin y, porinstinto, recit la plegaria una vez ms, pero esta vez por su amigo.

    * * *

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    El espeluznante grito de guerra pnico rasg el aire en calma, e hizo que Septimio volviese la cabezahacia el extremo occidental de la ciudad, origen del alarido. Todav a no era posible ver a quienes gritaban,ocultos por las angostas callejuelas atestadas entonces de legionarios. Observ a una solitaria flechaincendiaria volando muy por encima de su cabeza; su propsito qued claro de inmediato, en cuantooy los rugidos procedentes del extremo oriental de Thermae y del enemigo situado en el flancocontrario. Septimio se apresur a formar a los hombres a su alrededor, aun cuando la voz del oficial seperda entre la confusa discordia de rdenes impartidas por centuriones y optio esforzndose porimponer orden al caos.

    La Legin IX haba irrumpido desorganizada en Thermae, sus ordenadas formaciones creadas en elcampo abierto al borde de la urbe se destruyeron en cuanto sus hombres huyeron de la caballeracartaginesa. Septimio busc en torno a s el estandarte del Cuarto manpulo y los hombres a las rdenesde Marco, pero la presencia de la ensea no resultaba evidente en ninguna parte dentro de su campo devisin, un catico escenario donde los hombres se empujaban y luchaban por llegar a sus propiasunidades.

    Al oeste se intensificaron los gritos de guerra y Septimio llev su escudo en esa direccin; loshombres a su alrededor siguieron su ejemplo, muchos de ellos aceptando sin ms el mando del centurinms alto que podan ver. Septimio busc frentico una unidad de asteros, pues eso le dictaba que debahacer tanto su experiencia como sus conocimientos tcticos, pero no haba ninguna completa ycomprendi que, incluso si existiese alguna unidad disponible, no habra suficiente espacio para que susmiembros se desplegasen y arrojasen sus jabalinas en medio de aquella aglomeracin de hombres.Comprendi tambin, con repentina lucidez, la sagacidad de la trampa cartaginesa. Una legin romananaca y se criaba en campo abierto, donde sus ordenadas formaciones eran impenetrables. En el angostoconfinamiento de una ciudad, sin espacio para maniobrar, se perda la disciplinada estructura queconverta a la legin en un cuerpo casi imbatible.

    El clarn de una corneta romana reverber a travs de las calles y Septimio gir sobre sus talonespara averiguar de dnde proceda. Una orden corri calle abajo:

    Retirada ordenada a los muelles! gritaba un centurin, y Septimio repiti la orden a quienesestaban al alcance de su voz. Los soldados comenzaron a rebasarlo empujndolo hacia atrs al dirigirse alcentro de la ciudad y tomaban el camino a los muelles, mientras algunos otros permanecan quietos,confusos y perdidos sin sus unidades. Septimio se mantuvo firme, con los ojos fijos en la calle abiertafrente a l, incapaz de ver ms all del abrupto giro a la derecha situado apenas a treinta metros de su

    posicin. Cierta cantidad de prncipes, el endurecido ncleo de la legin, repar en la posicin de Septimioy formaron a su espalda creando una cua humana que divida la corriente de hombres como el tajamarde una galera.

    El estruendo del enemigo aproximndose impregn el aire de los alrededores, sus voces semezclaban entonces con el sonido de sus pasos a la carrera y aquella batahola resonando contra losmuros de la ciudad confundi a Septimio, que tuvo que mover la cabeza a derecha e izquierda paracalcular la distancia y direccin de la siguiente matanza.

    Formacin en lnea! rugi, y los soldados se desplegaron ocupando los casi siete metros deanchura de la calle para formar una muralla de escudos.

    Septimio se apresur a ocupar su puesto detrs de la lnea de vanguardia, recorri con la mirada alos hombres dispuestos a su alrededor; sus insignias, correspondientes a una docena de manpulos

    diferentes, indicaban que eran desconocidos entre s, pero sus uniformes hacan de ellos un solo hombre.La muralla de sonidos frente a ellos creci en intensidad y el oficial concentr su atencin en la esquinaque tena enfrente.

    Tranquilos, muchachos! gru Septimio. Tranquilos!

    Con gesto elocuente, los hombres desplegados frente a l encogieron los hombros tras susescudos, preparndose para el embate del enemigo que se abalanzaba ya contra ellos.

    Aqu vienen!

    Septimio vigil con expresin decidida a los primeros punicien doblar la esquina. La cadencia demarcha disminuy lo que dura un latido de corazn ante la vista de la muralla de escudos, pero susgestos enfurecidos no variaron en ningn momento y continuaron corriendo sin pausa.

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    Mantened la formacin! grit Septimio.

    Los legionarios rugieron un alarido de guerra como respuesta, acatando la orden. Mantener laformacin. Ni un paso atrs hasta haber contenido al rival.

    Los cartagineses golpearon la lnea de vanguardia como un solo hombre, pero su impulso fueprimero absorbido y despus repelido por individuos templados en la forja de las legiones romanas. Loslegionarios cargaron hacia delante contra la presin del enemigo, abriendo huecos entre sus escudos porlos que introducir sus espadas, losgladius, con su hojas de hierro buscando un golpe mortal en la ingle oel vientre del enemigo. Los puniciaporreaban los escudos de lona y madera, golpeaban sus bordes demetal, su fuerza bruta se alimentaba del odio al agresor romano. Cay un legionario, despus otro, suspuestos se ocuparon de inmediato a medida que Septimio sealaba reemplazos en la brecha.

    Retirada ordenada! grit Septimio.

    La lnea era slida y resistente, pero el empuje del enemigo no dejaba de crecer. La batalla libradaalrededor del centurin aturda sus sentidos, el sonido de hierro contra hierro, madera y carne, lasobrecogedora incoherencia de los gritos de guerra mezclados con chillidos de dolor y agona, el olor dela sangre y vientres destripados cuando los hombres caan bajo la hoja del carnicero.

    * * *

    Esperad! gru tico a sus hombres en cubierta. Tranquilos, muchachos!La tripulacin delAquilaestaba abierta en abanico a cada lado delcorvus, con arqueros desplegados

    en la regala de proa, formando un embudo por donde los legionarios pudiesen retirarse en orden. ticodispuso de un segundo para mirar a su alrededor y distingui a Varrn situado cerca de la retaguardia dela formacin. Se encontraba entre los hombres de su guardia personal, un destacamento a las rdenesde un veterano de las legiones llamado Vtulo. All, situados frente a ellos, haban desenvainado susespadas muchos de los viejos senadores, antiguos jefes militares por derecho propio cuyos actos diriga,incluso entonces, en los ltimos aos de su v ida, el hbito adquirido en el tiempo que haban pasado enlas legiones.

    tico desenvain su espada con un mov imiento fluido, la hoja de metal sise contra la vaina y subrazo control de inmediato el familiar peso del arma. Quienes integraban las filas de la retaguardia de

    Druso haban llegado al corvusy ya retrocedan a lo largo de la pasarela. En menos de un minuto la filade vanguardia, con Druso en ella, regresaba cruzando la rampa de abordaje; la formacin sufra elempuje constante de la presin de los guerreros cartagineses contra la proa, los gritos de guerra delenemigo crecan en intensidad cuando buscaron el modo de abordar la galera romana.

    La tripulacin delAquilaentr en combate en cuanto el ltimo legionario cruz la rampa. tico dio unpaso al frente cuando un guerrero pnico carg contra l empuando un hacha de abordaje. Elcartagins volte su hacha muy alto y tico encogi el cuerpo adoptando una posicin defensiva;despus se estir cuan alto era, aline su pecho con el luchador enemigo, descarg una rpida estocadaascendente y la hoja se hundi con profundidad en los riones desprotegidos de su enemigo; el hombrecay con un grito de dolor. tico continu combatiendo sin control, pues su instinto le gritaba que eranecesario atacar a los enemigos antes de que pudiesen formar una slida cabeza de puente en lacubierta de proa del Aquila y su corazn sentenciaba a cualquier hombre que osase poner un pie en su

    galera.Varrn rugi a pesar de estar muerto de miedo, y su voz se perdi en el fragor de la batalla. Los seis

    legionarios de su guardia formaban justo por delante de l, con los escudos entrelazados en un intentode conjurar la amenaza de que la horda cartaginesa se llevara por delante el corvus. Vtulo estabadestacado frente a Varrn, con la espada en el hueco abierto entre su escudo y el del hombre que tenaa su derecha. El tribuno se qued clavado en su sitio, con su propia espada an envainada, furiosoporque se le hubiese llevado a primera lnea de combate al ser obligado a avanzar por unos senadoresque haban respondido sin vacilar a la orden del capitn en cuanto requiri a toda la tripulacin a proa,dejndolo sin ms opciones que seguirlos o arriesgarse a la acusacin de cobarda. En esos momentos sumente estaba inundada de ansiedad, rogando por llegar a sobrevivir, mientras se esforzaba por asimilar el

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    sbito revs de su sino. Una hora antes haba observado con creciente jbilo cmo la flota habaarribado al puerto de Thermae sin oposicin. Pero la rueda de la diosa Fortuna haba dado un giro y lacmoda victoria que prevea se haba transformado ante sus ojos en una sangrienta carnicera.

    tico sinti ceder frente a s la presin del ataque cartagins; al or a sus espaldas las disciplinadasrdenes de los legionarios, su lnea se restableca y ese sbito cambio hizo que vacilasen incluso los msaterradores asaltantes cartagineses. Los romanos se organizaron en un frentico minuto y empezaron arepeler a los invasores, haciendo que el enemigo pagase por cada palmo ocupado sobre la cubierta delAquila.

    Incendiad su cubierta! grit tico a los arqueros, y stos dispararon sus flechas incendiarias atravs de la estrecha separacin unida por el corvus, apuntando a las jarcias y cubierta de la galerapnica. Las llamas no duraran vivas lo suficiente para consumir la galera, pero sin duda quedarainutilizada mientras la tripulacin se esforzaba por controlar el incendio.

    Izad elcorvus! Ciad a toda! rugi tico, mientras el resto del trozo cartagins, entonces enretirada, luchaba por abrirse paso a travs de la rampa de abordaje; muchos de sus componentescayeron a las revueltas aguas entre las naves cuando la pasarela se sacudi con violencia. Los doscientosremos delAquilase hundieron en las tranquilas aguas del puerto, y Cayo, con una increble habilidad, hizoretroceder alAquilapara alejarla de la galera cartaginesa situada a proa.

    Galera enemiga en derrota de ariete!

    tico gir sobre sus talones al or ese frentico grito, procedente del mastelero de gavia, y susentraas se retorcan de miedo al ver una de las galeras cartaginesas lanzndose contra ellos a boga deariete. Slo unos pocos barcos enemigos se haban adelantado a la lnea desplegada fuera de la bocanadel puerto, una cantidad insuficiente para dominar a las naves romanas en rpida retirada. De nuevotico qued perplejo ante las tcticas del enemigo.

    Cayo! grit. Maniobras de evasin... Ahora!

    El timonel lanz su peso sobre la caa del aparejo y elAquilase escor con violencia, mientras Cayose esforzaba por hacer v irar en redondo la desprotegida popa de la galera y poder salir as del alcance delterrible espoln de la nave cartaginesa.

    Capitn!

    tico mir a su alrededor y vio a Druso caminando hacia l, atravesando la cubierta principal agrandes zancadas, con su escudo colgando inerte a un costado, el tachn mellado y manchado desangre, y su rostro surcado por la inmundicia de la batalla.

    Un toque de clarn dijo con una expresin de inquietud poco habitual en l, y viene deThermae.

    Y qu pasa con eso? pregunt tico, recordando el sonido de trompas que oyera justodespus de ver aquella flecha incendiaria volar sobre la ciudad.

    Era una seal para batirse en plena retirada, capitn.

    tico se detuvo un instante al asimilar la gravedad de la preocupacin de Druso. Plena retirada. Paralos cinco mil hombres de la Legin IX. Adnde podran retirarse?

    * * *

    Septimio mir por encima del hombro al doblar otra esquina ms, y sonri con frialdad ante elpanorama desplegado a su espalda. Una slida lnea de asteros romanos, con sus jabalinas alzadas ylistas. De nuevo se volvi hacia la formacin e intuy ms que v io las jabalinas, las pila, volando porencima de su cabeza para caer sobre las filas de retaguardia del ataque enemigo. Los cartaginesesvacilaron ante la inesperada matanza, refrenando su ferocidad al descubrir al final de la calle las apretadasfilas de la reorganizada y reformada Legin IX. Durante un momento, la indecisin recorri sus lneasantes de que las filas romanas env iasen una segunda descarga de jabalinas, y todas esas lanzas conpunta de hierro acertaron en un blanco dentro de los estrechos mrgenes de la calle. Las filas posterioresde la formacin cartaginesa huyeron para ponerse a cubierto en la calle anterior, y la vanguardia an

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    dud un instante ms antes de que el impulso de la retirada emprendida tras ellos hiciera que diesenmedia vuelta y echasen a correr.

    La lnea romana se abri para permitir replegarse a Septimio y sus hombres, y el centurin estudilos movimientos tras la lnea. Muchos haban escapado despus del asalto inicial, pero el oficial saba queno durara mucho el aplazamiento de las hostilidades. Los cartagineses atacaran y, aunque entonces elcenturin estaba rodeado por cientos de soldados romanos, y no por unas docenas de ellos, lasposibilidades en contra de los suyos an eran abrumadoras.

    Una rociada de agua de mar salpic el rostro de Septimio al doblar la esquina en la ltima callecamino a los muelles, el aire estaba espeso de humo y cargado con el inconfundible estruendo de unabatalla naval. Abarc el panorama completo del puerto con un solo barrido, su corazn se encogi antelo que vea. Los muelles estaban abarrotados de soldados, con sus destacamentos an mezclados unoscon otros, pero entonces el oficial poda identificar algo parecido al orden entre la tropa, la slida lneadefensiva por la que acababa de atravesar era buena prueba de que la disciplina se haba vuelto aimponer en la Legin IX. Septimio distingui el estandarte del legado en el centro de la muchedumbre, elpunto de encuentro de los jefes de la legin, y se abri paso hacia la reunin de oficiales. Divis a Marcomientras iba acercndose, el entrecano centurin ladraba rdenes a un optio que, tras realizar un brevesaludo, sali a la carrera.

    Marco! grit Septimio, y su llamada hizo que el hombre mayor girase sobre sus talones.

    Septimio, cachorrico, por dnde has estado haraganeando? pregunt con una expresin en el

    rostro que revelaba su alivio.Septimio sonri y golpe con el puo el peto del centurin.

    Nos entretuvo una muralla de cartagineses! replic.

    Marco asinti, pero su semblante se volvi grave.

    Estamos atrapados, Septimio, aislados por completo.

    El joven asinti. Ya se haba dado cuenta de eso.

    Cul es el plan? pregunt.

    Megelio quiere evacuar a los asteros por mar y despus ordenar la rotura del cerco para irse conel resto de la tropa al este, hacia Brolium.

    Septimio asinti, su cerebro recordaba la reunin mantenida un par de das antes. La costa hacia eleste estaba definida por una pequea cordillera de montaas, sin lugar para la caballera. Volvi la cabeza,sus ojos fueron a la batalla naval librada en aguas del puerto. Era catica, un desbarajuste de galerastrabadas, muchas de ellas en llamas. Mientras la mirada de Septimio barra el interior del puerto, sucorazn se anim a la vista del Aquila; el trirreme costeaba paralelo a tierra apartndose de una galeracartaginesa en llamas. El castillo de popa estaba abarrotado y no pudo distinguir a tico, pero pudo vercon claridad a Lucio, su famosa estatura alzada junto a la regala para recibir el mensaje enviado por ellegado de la Legin IX a cualquier galera que navegase.

    * * *

    La mirada de tico se desliz sobre la muchedumbre ataviada con ropas rojas que atestaba losmuelles. La Legin IX estaba copada por fuerzas cartaginesas ocultas, pero incluso tico, que apenastena conocimientos de tcticas en t ierra, saba que la fuerza de las legiones resida en luchar en campoabierto y no en una ratonera como esa ciudad costera. Lucio se acerc a l desde la regala.

    Hay un mensaje del legado a la flota comenz a decir. Pide que evacuemos a los asteros pormar.

    tico asinti antes de repasar con la vista todo el puerto. Su mente calculaba la cantidad dehombres que le tocara llevar y cuntas galeras romanas seran an capaces de responder a la peticin.

    Ponla al pairo! orden a Cayo. Lucio, enva seales a todas las galeras a la vista para quedespejen sus cubiertas y comience la evacuacin.

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    No!

    Todas las cabezas en el alczar giraron en direccin a la regala. All estaba Varrn, solo, con el rostrocrispado por una mirada asesina.

    Nos retiramos... Antes de que sea demasiado tarde! dijo, tambalendose ligeramente alacercarse a tico.

    Pero, tribuno... comenz a decir uno de los senadores saliendo al paso de Varrn, pero el jovenlo apart de un empujn.

    No! Nos han derrotado. No podemos arriesgarnos a que nos ataquen de nuevo, a ser... la vozde Varrn se fue apagando, su semblante revel el miedo en su corazn y sus ojos recorrieron la slidamuralla de galeras cartaginesas desplegadas a lo ancho del puerto.

    tico dio la espalda al tribuno, consciente de que cada segundo era vital.

    Cambia tres cuartas a estribor. Preparados para atracar! grit.

    No! rugi Varrn. Lo prohbo. Debemos escapar mientras podamos!

    Tribuno dijo un senador sujetando con una mano el codo de Varrn, nuestro deber esayudar a la Legin IX.

    No repiti Varrn, zafndose del agarre del senador con un encogimiento de hombros, yabrindose paso a empujones hasta colocarse detrs de tico y Cayo.

    Mantn el rumbo, Cayo orden tico, haciendo caso omiso de Varrn. Preparados paradesarmar remos!

    El tribuno se estir y sujet a tico por un brazo, hacindole girar hasta colocar su cara a pocoscentmetros de la del capitn.

    Maldito seas! bram Varrn con una mirada llena de ira y frustracin. Te ordeno que hagasvirar en redondo a esta galera y nos saques de aqu!

    tico retrocedi con los puos apretados y un sentimiento de furor bullendo por sus venas. Varrnhaba lanzado sin vacilar a su galera contra las fauces abiertas de una batalla, pero la realidad de un rpidoenfrentamiento hizo aicos sus sueos engalanados de gloria; ya se haban perdido demasiadas vidas acausa de su ignorancia. Y pareca adems dispuesto a sacrificar las vidas de todos los romanosdestacados en Thermae slo para salvar la suya.

    Me has odo, capitn? grit Varrn. Te ordeno...Las palabras de Varrn se interrumpieron cuando tico le propin una bofetada en la mejilla. El

    tribuno se tambale, su mano subi disparada hasta la cara mientras intentaba mantenerse en pie; eldolor de su labio superior partido lo dej estupefacto. tico extendi la mano para sujetar a Varrn, peroal hacerlo descubri a Vtulo avanzando por detrs del tribuno. El legionario se dispona a desenvainar laespada, y el capitn hizo ademn de reaccionar al advertirlo, pero entonces vio una espadaextendindose a su derecha cuando Lucio se adelant para defender a su capitn. Los ojos de Vtulofueron de tico al segundo de a bordo y detuvo su avance, con la mano sujetando ya el puo de suarma pero con la hoja an guardada en la vaina. Retrocedi un paso, volviendo la mirada de nuevohacia tico expresando con sus ojos una advertencia apenas velada.

    Lucio dijo el capitn, extendiendo una mano para bajar el filo de su primer oficial, lleva al

    tribuno bajo cubierta, a la cabina principal. Ocpate de que, por su propia seguridad, permanezcaencerrado en ella hasta que hayamos abandonado Thermae.

    Lucio asinti sin decir una palabra y envain su espada antes de coger a Varrn por el brazo. Elatnito tribuno se dej conducir por el segundo de a bordo sin ofrecer resistencia.

    tico se calm un instante al recordar que haba cuatro senadores en el castillo de popa, todos ellostestigos de su insubordinacin y la falta cometida al golpear a un oficial superior; falta, era muyconsciente de ello, penada con la ejecucin inmediata. Sus ojos se encontraron con los del senador quese haba interpuesto en el camino de Varrn. El senador sostuvo la mirada de tico durante un instante,y luego hizo un asentimiento casi imperceptible. Tomada su decisin, tico le dio la espalda para mirar porencima de la regala. Los otros tres senadores observaron su gesto con atencin y lo imitaron sin vacilar,comprendiendo y apoyando su resolucin. Todos haban peleado con bravura cuando los punicilos

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    haban abordado y se haban situado en la lnea de combate sin dudarlo. Todos ellos eran antiguosguerreros que, como hiciesen en incontables ocasiones durante su juventud, haban dejado a un lado sumiedo para lanzarse a la refriega. Sintieron vergenza ajena por el comportamiento de Varrn, por elmanifiesto temor que abochornaba a su rango, y por eso le volvan entonces la espalda. Ellos no habansido testigos de nada.

    tico suspir en su interior por el indulto y, una vez ms, concentr su atencin en los muelles. Mirsu mano y vio que estaba temblando, una combinacin de ira y pura adrenalina producto del riesgoinsensato que acababa de asumir. Pens un instante en Varrn y en la turbacin del joven al ser

    golpeado. tico haba visto eso mismo muchas veces antes, el impacto de la violencia fsica sobre quienesno estaban habituados a ella. Ese sentimiento no durara mucho y, el capitn no albergaba dudas de ello,aunque los senadores negaran haber visto como lo golpeaban, Varrn no olvidara la afrenta.

    * * *

    Todos los prncipes y triarios a establecer una lnea de defensa. Los asteros que se concentrenformados en los muelles!

    En cuanto la orden fue repetida a lo largo de las filas de la Legin IX, Septimio comenz a abrirsepaso de regreso a la lnea defensiva. Un brazo interrumpi su avance.

    Adnde crees que vas? pregunt Marco.A la vanguardia replic Septimio de modo instintivo, sin comprender el alcance de la pregunta.

    A la mierda es a donde te vas a ir! replic Marco. Esta no es tu lucha.

    Pero... comenz a decir Septimio, y Marco lo interrumpi de nuevo.

    Eres un centurin de infantera de marina, Septimio. Tu deber es para con tu galera y tushombres.

    Septimio hizo un ademn para protestar, pero Marco no le hizo caso y grit por encima del hombro:

    Signfero del Cuarto manpulo!

    En cuestin de segundos, el portaestandarte del Cuarto manpulo estuvo a su lado.

    Septimio comenz a decir Marco, necesito que me hagas un favor.

    Otro ms? sonri el oficial, comprendiendo lo que iba a pedirle el centurin.

    Lleva a mis asteros del Cuarto a bordo delAquilay ocpate de ponerlos a salvo.

    Septimio asinti asumiendo una responsabilidad ya conocida para l, la misma que tomara haca msde dos aos al servicio de la Legin IX.

    A la orden, centurin contest Septimio, saludando a su amigo y antiguo mentor.

    Marco golpe el peto de la armadura de Septimio con el puo, dos veces y con expresin amistosa.Se volvi sin aadir palabra y se dirigi a grandes zancadas hacia la lnea defensiva. Los hombres msveteranos de su manpulo ya se estaban concentrando alrededor del optio. Septimio lo observ alejarsehasta que se perdi entre la aglomeracin de soldados reunidos a lo largo de los muelles. Slo entoncesrelaj el gesto de su saludo.

    Septimio gir sobre sus talones para ver al signfero en posicin de firmes; los asteros del Cuartomanpulo iban encontrando el camino hasta su estandarte a medida que las formaciones se organizabana lo largo de los embarcaderos. Septimio advirti que no quedaban ms de veinte asteros, menos de lamitad del nmero original; sus camaradas haban cado durante la carga inicial y el posterior combate enlas calles.

    Hombres del Cuarto manpulo, seguidme! grit Septimio, mientras avanzaba hacia el borde delagua con sus ojos barriendo el interior del puerto en busca del Aquila, cuando las galeras romanasempezaron a converger en los embarcaderos.

    * * *

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    All! dijo tico, sealando el estandarte del Cuarto manpulo. Lo ves, Cayo?

    A la orden, mi capitn contest el timonel, y ajust el rumbo del Aquila. La galera enfil elembarcadero frente al estandarte del antiguo manpulo de Septimio, donde tico confiaba en encontrar asu amigo.

    Boga larga! grit el capitn, reduciendo la velocidad de la galera a slo dos nudos, mientrasCayo situaba el casco perpendicular al embarcadero.

    Calad remos!Las palas de doscientos remos se hundieron en el agua, creando una resistencia al avance que casi

    detuvo alAquila. Se dio la orden de alzar remos en cuanto el ariete toc el amarradero con suavidad y searri el corvus. Otras seis galeras seguan sus mov imientos a derecha e izquierda, con las espaldasprotegidas por una lnea de tres galeras romanas en constante v igilancia del resto de navos cartaginesesque entonces pululaban por el puerto; la confluencia de barcos romanos provistos de sus letales corvilosmantena a raya, de momento.

    tico baj a la cubierta principal, sin que sus ojos abandonasen en ningn momento la cabeza delcorvus, intentando distinguir la conocida estampa de su amigo entre la muchedumbre de soldadosagotados por la batalla. Lo descubri casi de inmediato y se interpuso directamente en su camino. Encuanto se acerc, Septimio alz una mano y el centurin sonri al reconocerlo. Estrecharon sus manos

    al estilo de los legionarios, sujetndose por los antebrazos. El capitn le dio una palmada en los hombrossin que la sonrisa abandonase nunca su rostro. No haba visto a su amigo desde la jornada de Mylae.

    Bienvenido a casa dijo tico, mientras los legionarios los empujaban pasando alrededor de ellosy la cubierta principal iba quedando cada vez ms abarrotada.

    Septimio asinti y su mirada repar en cada detalle de la galera en la que haba servido durante msde un ao, y tambin en el cabeceo de la cubierta bajo sus pies, una sensacin muy extraa despus detantos meses en tierra. Asinti.

    Me alegro de volver contest.

    La sonrisa desapareci de su rostro al mirar por encima del hombro de tico en direccin a lamatanza perpetrada en aguas del puerto.

    Qu posibilidades tenemos? pregunt.

    Pues ya veremos replic tico. Cul es el plan del legado?Pretende romper el cerco por el este con prncipes y triarios.

    tico asinti. Mir por encima del hombro y cont las galeras romanas a la vista. Suficientes parallevar a los asteros, pero nada ms. El destino del resto de la Legin IX quedaba al capricho de la diosaFortuna.

    ElAquilano tard en zarpar, con ms de ochenta legionarios procedentes de la Legin IX. Lasdems galeras romanas, siguiendo una maniobra inconsciente, formaron a los flancos del Aquilaal virarhacia el interior del puerto, volviendo a crear con sus proas una formacin en flecha. Haba cerca deveinte galeras en total, y Cayo ajust el rumbo del centro de la lnea hacia las aguas exteriores al puerto,rumbo con el que se esperaba romper la formacin enemiga y permitir la huida de la mayora de galerasromanas. tico advirti a los flancos de la flota cmo las galeras cartaginesas fuera de la lnea regresabanavanzando a boga de ataque con la esperanza de apresar alguna nave aislada en las alas de la formacin.Se sujet sin pensar al pasamanos de la regala y su agarre se tens hasta blanquear sus nudillos; sumente calculaba la velocidad y rumbo de cada galera, amiga y enemiga. No todas iban a conseguirlo.

    * * *

    Amlcar fren su caballo al llegar al borde del mar, y su mirada se pase por el interior del puerto.Durante un breve instante su rostro adopt una expresin de perplejidad. Despus se transform pocoa poco en una de frustracin y luego en una de ira desencajada. No haba ms de cuarenta galeras

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    cartaginesas en el puerto, un nmero no muy superior al de las romanas; la batalla era casi unenfrentamiento equilibrado en vez del arrollador golpe planeado por el general cartagins. Dnde, ennombre de Anath, se encontraba el resto de la flota? Al abandonar Panormo, el principal puertocartagins en la costa norte de Sicilia, haca apenas dos semanas, haba dejado reunida una flotacompuesta por un centenar de galeras, cada una de ellas provista de dotacin completa y preparadapara hacerse a la mar, con rdenes de tender una emboscada en Thermae.

    Slo vea una parte de esa escuadra, y lo peor de todo era que la mayor parte de ella segua susrdenes originales y permaneca formando una lnea de combate para sellar el puerto sin llegar a lanzarse

    al ataque. Esa tctica se haba ideado para una fuerza de cien galeras, que sin duda obligara a la armadaromana atrapada a rendirse sin presentar batalla, pero con las flotas ms equilibradas en nmero, paraAmlcar era evidente que los romanos pretendan abrirse paso golpeando la lnea.

    Sin embargo, el general cartagins advirti que algunos de los capitanes haban tenido la inteligenciay audacia suficientes para no seguir sus rdenes iniciales a la luz del evidente cambio en la situacintctica, pero se trataba de acciones individuales y descoordinadas, y sus esfuerzos resultabaninsuficientes para causar la aplastante derrota que Amlcar deseaba infligir a los romanos. Atacaban a losflancos escogiendo a galeras enemigas desguarnecidas, pero la mayor parte de la flota romana proseguaimpertrrita su avance, abalanzndose sobre la entonces poco profunda lnea cartaginesa.

    La montura de Amlcar se sacudi asustada y, por primera vez, el general se dio cuenta de queestaba berreando a pleno pulmn, con su ira desbordndose en un vehemente desafo al enemigo, que

    iba a escapar de la aniquilacin, y a las desconocidas fuerzas que haban arruinado su plan.

    * * *

    Son un crujido sobrecogedor cuando un espoln cartagins, empujado por un casco de ochentatoneladas, se estrell contra la desprotegida tablazn de una galera romana integrada en los flancos de laformacin en flecha, y el tremendo golpe fue acompaado por una demonaca ovacin de los punici. Elimpulso de la embestida llev a la nave tocada hacia el tajamar de la galera pnica, y la atestada cubiertadel barco romano se escor con violencia arrojando a las agitadas aguas del puerto a muchos de loslegionarios evacuados; sus armaduras los arrastraron al instante bajo las olas. tico maldijo al verlo, perode inmediato volvi la vista a las aguas abiertas al frente, observando a la lnea cartaginesa preparada

    para recibir el impacto de la tentativa romana por romper el cerco.Cambio de orientacin, por la proa! rugi Corino desde el mastelero de gavia, y tico busc la

    galera cartaginesa que haba virado interceptando su rumbo.

    Una cuarta a estribor! orden el capitn, y Cayo respondi con una presteza que atestiguaba elvnculo intuitivo entre capitn y timonel.

    Galera pnica en rumbo de intercepcin! grit Corino, y tico asinti con la cabeza de modocasi imperceptible. El rumbo de la galera cartaginesa ya resultaba evidente para todos los situados en elcastillo de popa.

    Preparados para virar todo a babor! orden tico.

    Lucio corri a la entrada de la pasarela que bajaba a la cubierta de los esclavos, remitiendo alinstante las rdenes del capitn al jefe de boga. Despus permaneci destacado en esa posicin,volviendo la cabeza por encima del hombro para mirar a tico con toda su atencin concentradaentonces en el capitn; su confianza en el joven era absoluta.

    Septimio, preprate para desplegar un muro de escudos en el costado de estribor!

    El centurin dispuso a sus hombres al borde de la regala de ese costado con los escudos dispuestospara entrelazarse y formar una barrera defensiva frente a la inminente lluv ia de proyectiles.

    tico se desplaz hasta situarse junto a Cayo en cuanto el timonel aline el casco del Aquila; elajustado equilibrio de esa quilla de cuarenta y cinco metros reaccionaba al ms mnimo toque. Mir unmomento el trabajo de Cayo, lo observ urdiendo la quimera que dara a entender a la galeracartaginesa que la nave romana se comprometa a desencadenar un ataque frontal.

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    ElAquila, avanzando a once nudos, recorri rpidamente el ltimo medio cable sin que el golpe detimbal que controlaba su velocidad variase cuando Lucio orden al centenar de esclavos del costado deestribor que se preparasen para desarmar remos. Recibieron la orden sin romper el comps, sus cuerposse tensaron coordinados anticipndose a la orden, pues ya haca tiempo que el corbacho habacondicionado sus mentes para que siguiesen las rdenes ciegamente y sin dudar.

    Los cartagineses, ya a menos de veinte metros de distancia, expresaron a gritos su ardor guerrero,y sus filas se amontonaron preparadas para recibir y repeler a los legionarios romanos en la cubierta deproa. tico sinti a Cayo tensndose a la expectativa y rugi la orden sin haber formulado un

    pensamiento consciente.Desarmad!

    Los oficiales de la tripulacin se movieron casi simultneamente, Cayo cerrando al Aquilatodo ababor mientras Lucio imparta la orden bajo cubierta, al tiempo que Septimio desplegaba su tropa en laregala de estribor. Tres golpes ms y los esclavos alzaron remos para, mano sobre mano, retirarlos hastaque slo las palas quedasen expuestas fuera del casco.

    Cayo se apoy sobre la caa del timn al enderezar el curso del Aquila, volviendo a conferirle unrumbo paralelo a la galera cartaginesa pasando a menos de dos brazas de su casco. Gritos de alarma yfuror proferidos en lengua pnica llenaron el aire cuando el tajamar del Aquilagolpe los remosextendidos de la galera enemiga; sus espadillas de madera de pino de cinco metros de longitud separtieron contra el implacable casco de setenta toneladas, los aullidos de los esclavos a cargo de los

    remos ahogaron todo ruido salvo los crujidos de la madera partindose. Muchos de los cartaginesesreaccionaron al instante frente a ese revs de la fortuna, sus instintos de toda una vida de batallasdictaron la respuesta de env iar a la galera romana una andanada de flechas en trayectoria plana, pero lasdescargas no tuvieron ningn efecto ante el muro formado con los escudos de los legionarios.

    Volved a calar los remos! grit tico en cuanto el Aquilase alej del casco de la galeracartaginesa.

    Los remos de estribor se armaron de nuevo y la velocidad de combate del Aquila, siete nudos, lasac enseguida del alcance eficaz de las flechas, y la tripulacin del entonces inutilizado barco pnicoqued lanzando maldiciones a travs de la creciente distancia que los separaba. tico no prest atencina tales berridos y concentr su atencin en la formacin a popa de su nave, observando cmo seagrupaba para ensanchar la brecha creada por elAquilahasta salir en fila.

    * * *

    Una ovacin espontnea brot entre muchos de los jvenes asteros a bordo de la cubierta delAquilacuando la galera super la bocana del puerto y se intern en mar abierto. Fue una ovacin que nocorearon los experimentados tripulantes de la galera, entre ellos tico y Septimio; los dos oficialesestaban juntos en el alczar. tico observaba a una desesperada galera romana, la Opis, todavacombatiendo en medio del infierno en que se haba convertido la zona exterior del puerto. La habanseparado de la formacin y los cartagineses se cernan como una manada de hienas sobre ella, a la quepretendan hacer pagar por la huida de tantas otras galeras romanas; los gritos de los romanos fueronsofocndose hasta que el ltimo hombre cay bajo las espadas pnicas. Septimio miraba a los muelles,

    ms all de la batalla naval, y pensaba en la Legin IX, la que, sobre todo durante los tres ltimos meses,haba sido su familia y hogar. La ruptura del cerco sera desesperante de por s, una existencia al filo de lanavaja entre la retirada y la derrota de los casi tres mil hombres que quedaban; Septimio no poda creerque apenas un tercio de ellos volvera a ver Brolium.

    Izad la vela! Desarmad remos! orden tico al fin, dando la espalda a Thermae. La orden serepiti en las diecisiete galeras romanas que navegaban a la estela del Aquila, los restos de una flotadespedazada. Las ltimas trazas de adrenalina presente en la sangre de tico comenzaron a disiparse, yde pronto sinti fro y cansancio, un cansancio que llegaba a sus huesos. Tres meses antes la ClassisRomanusbarri del mar a su enemigo, una gran victoria que les hizo creer a todos, tico incluido, que lanueva flota romana haba acabado y destruido de un solo golpe los trescientos aos de superioridadmartima cartaginesa. Esa era una creencia nacida del exceso de confianza de los tontos, y tico sinti

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    subiendo por su garganta el amargo sabor de la vergenza por haber sido un estpido. No habandestruido a la bestia de los mares, apenas la haban herido, y la bestia alzaba de nuevo la cabezabuscando venganza, una respuesta que haba hecho que las aguas de Thermae corrieran rojas desangre romana.

  • 8/22/2019 John Stack [Dueos del mar 2] Capitan_de_Roma f_8

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    N

    CA PTULO I I

    o poda respirar; el ftido aire era demasiado denso, demasiado lleno de olor a miedo yexcrementos humanos. Su mente rebosaba de los ruidos de la desesperacin, de hombres

    muriendo despacio en la profunda negrura. Intent levantarse, salir, pero el techo baj acercndose a l,empujndolo hacia abajo hasta que pens que la presin le partira la espalda. Comenz a sentir algoarrastrndose por su piel; la sensacin asalt primero a las extremidades, obligndolo a recoger brazos ypiernas hasta encogerse adoptando una posicin fetal, las mugrientas criaturas recorran cadacentmetro de su epidermis, las senta subir por su espalda y cruzarle el pecho, y sus ruiditos secosahogaron la existencia de todos los dems en su atormentado cerebro. Alcanzaron su cuello y estir lacabeza hacia lo alto con la vana esperanza de escapar de ellas, de su avance inexorable. La primera deaquellas criaturas le toc el rostro, corriendo a travs de su mejilla hasta escabullirse entre el pelo. Lasiguieron docenas, despus centenares, un ruido parecido a chasquidos sonaba atronador en sus odos;su rostro era un hervidero de bichos.

    Escipin se incorpor de un brinco y emiti un grito de desesperacin surgido de lo ms profundode su alma. Su esposa se despert al instante, su mano se estir para tocar a su esposo y liberarlo de lastrabas de su pesadilla, del horripilante sueo que lo visitaba todas las noches sin excepcin. El hombre sesent erguido sobre la cama tomando grandes bocanadas de aire, como si pretendiese limpiar suspulmones, con los ojos abiertos de par en par, concentrados, mirando de hito en hito a la suave luz de lacandela que entonces estaba constantemente encendida durante las horas de oscuridad.

    Cneo... comenz a decir Fabiola, con voz suave, buscando al hombre perdido en aquel lugartan terrible que slo se lo describi en una ocasin, un sitio que le haba robado para siempre parte de suvalor.

    Escipin apart la mano de Fabiola con un encogimiento de hombros, sac los pies por el borde dela cama y descans los codos sobre sus rodillas mientras se frotaba la cara para borrar los ltimosvestigios de la pesadilla.

    Vuelve a dormirte, Fabiola dijo, consciente de que l ya no podra volver a conciliar el sueo esanoche. Se levant y atraves la habitacin caminando desnudo hasta apartar de un tirn los tapices deseda que los separaban del fresco aire nocturno de la terraza. Situado en la zona inferior de la faldatrasera del romano monte Capitolino, la vista desde el balcn abarcaba las llanuras de Tber, baadasentonces por el suave resplandor de la luna en cuarto creciente. Era un panorama hermoso y tranquilo,pero Escipin no disfrutaba de l, pues el recuerdo nocturno de su ruina mantena vivas su ira y suvergenza.

    Escipin no tena idea de cunto tiempo haba estado prisionero en las entraas de la galeracartaginesa tras su captura en Lipara; unas semanas, un mes o una eternidad, el tiempo haba perdidosu significado en la negrura de aquel espacio, aunque un pensamiento hubiese permanecido alrededor de

    su corazn... Venganza; unavindictacontra los hombres que le haban arrebatado su merecido destino.Sus sombros recuerdos fueron interrumpidos y sufri un ligero sobresalto cuando el cuerpo desnudo deFabiola, todava impregnado de la calidez del lecho, se apret contra su espalda. Los brazos de la mujerse cerraron alrededor de su pecho. l saba que ella nunca dorma despus de sus pesadillas, pero,mientras el hombre prefera estar a solas en momentos como se, aquella noche, la noche antes de quediese el primer paso en su camino de venganza, acept la presencia de la mujer sin dudarlo. Dio mediavuelta y la mir a la cara, la tenue luz haca ms hermosas sus delicadas facciones. La mir a los ojos conmucha intensidad y pudo ver en ellos inteligencia, pero tambin la fra crueldad que ocultaba a todosexcepto a su marido. Una sonrisa rept por la cara de la mujer y l asinti ligeramente, pues susexpectativas crecan ante la idea de las horas que tena por delante y el plan hecho posible gracias a losincrebles instintos de su esposa.

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    Pronto... susurr ella.

    El hombre volvi a asentir. Para l la palabra se haba convertido en un mantra, un talismn para elmomento en que los hombres que lo haban contrariado pagasen por su crimen.

    Pronto... replic, tomando a su esposa de la mano y llevndola de vuelta hacia las ondulantescortinas de seda.

    * * *

    La fresca agua azul verdosa del puerto de Brolium apart todo pensamiento de la mente de ticomientras se sumerga nadando por debajo de la quilla del Aquila; su casco recin calafateado estabailuminado por el brillante sol de media maana refractado a travs de las olas que se mecan suavementepor encima de l. La presin en sus pulmones se intensific al quedarse suspendido debajo del agua, subreve exhalacin de aire hizo que su cuerpo protestase frente a la limitacin de su sustento. tico no hizocaso de la sensacin de quemazn en el pecho, pues su preciso conocimiento de los lmites de sucuerpo, probados tantas veces, le permita despejar su mente y ocuparse de la inspeccin del casco dela galera. Haban golpeado con fuerza al barco cartagins y tres de las placas de la tablazn de la amurade babor tenan profundos cortes all donde las galeras haban impactado. El capitn evalu los daoscon ojo experto buscando las reveladoras burbujas de aire que indicaran cierta debilidad, pero el casco

    era slido. Un reflejo, recordatorio de su necesidad de respirar, interrumpi las reflexiones de tico, ygolpe el casco dos veces con el puo antes de salir a la superficie con un golpe de taln.

    El capitn rompi la superficie del agua justo al lado del cabo de fondeo de proa y se estir paraaferrarse al capn respirando profundas bocanadas de aire matutino; los dos minutos bajo el aguaresultaron refrescantes despus de una noche de sueo irregular. Examin las diecisiete galerasagrupadas en torno alAquilaen el extremo oriental de los concurridos muelles; el alejamiento del bullicioy del flujo de las actividades portuarias habituales eran un exilio autoimpuesto con el propsito de mitigarla vergenza por la derrota.

    La flota haba arribado a Brolium al romper el alba, y su inesperada aparicin llev a multitudes decuriosos a las drsenas, donde las galeras desembarcaron de inmediato a los soldados de la Legin IXantes de retirarse para atracar en aguas ms profundas. Los militares marcharon avanzando a discrecinhasta su acuartelamiento, situado ms all de la ciudad. Varrn, su guardia personal y los cuatro

    senadores tambin haban desembarcado; el tribuno se dirigi directamente a la residencia del capitn depuerto, construida sobre la colina que dominaba la ciudad. tico record cmo haba seguido conatencin a Varrn cuando ste abandon la nave, esperando que el tribuno se acercase y se enfrentasea l por su insubordinacin, pero el oficial haba salido de la portilla para dirigirse directamente a la pasarelade desembarco sin mirar atrs ni una sola vez.

    Una nube solitaria ocult el sol, pas acompaando una ligera brisa marina que erizaba las crestas delas olas y refresc los hombros de tico fuera del agua, animndolo a dar una brazada ms hacia la escalade gato largada desde la cubierta principal. Trep los travesaos y cruz la cubierta con los hombrosencogidos bajo la tnica que haba dejado sobre la borda. Septimio estaba en el castillo de popa y elcapitn asinti a modo de saludo mientras se acercaba al oficial.

    Ejercicio de instruccin? pregunt tico al reparar en la espada de entrenamiento, una rplica

    hecha de madera lastrada que Septimio empuaba relajado, dejndola caer a un costado.Por supuesto replic el centurin, mientras sus ojos recorran las lneas de infantes de marina

    extendidas sobre la cubierta principal, lo que sea con tal de impedir que le den demasiadas vueltas a losucedido en estas ltimas horas!

    tico asinti, sonriendo para s. Ese era el tipo de orden que poda esperarse por parte de Septimio:volver cuanto antes y a toda costa a la rutina.

    No hay seales del regreso del tribuno? inquiri tico, mirando ms all del centurin, hacia lasaguas vacas extendidas entre elAquilay los muelles situados a un cable de distancia.

    Todava no respondi Septimio, conocedor de la inquietud de su amigo por la inevitableconfrontacin que an habra de producirse.

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    tico pareci no or la respuesta, y Septimio decidi no abundar en el tema, consciente de lasituacin despus de haber odo ciertos comentarios en boca de tico. Le dio una palmada en el hombroa su amigo, al rebasarlo para abandonar el castillo de popa alzando su espada mientras probaba su pesoal caminar, con su concentracin fija en los infantes de marina. Septimio ralentiz un poco el paso aladvertir los huecos abiertos en sus filas, huecos correspondientes a los muertos y heridos, e hizo ungesto consciente para deshacerse de su preocupacin, decidido, como siempre, a que sus hombres loconociesen slo como un oficial disciplinado.

    * * *

    Escipin emergi poco a poco del agua cristalina y apart con la mano derecha el agua que le corrapor el rostro al tumbarse una vez ms en el bao tibio; su respiracin era profunda y controlada. El baocircular estaba dispuesto en el centro de la cuadrangular cmara deltepidarium, permitiendo a Escipin lavista de las tres puertas de la sala. Dos de ellas llevaban a la primera y tercera dependencia del complejodel balneario anexo a la casa, la tercera, la que ocupaba su atencin, se abra a las habitaciones de losesclavos. Lanz un vistazo disimulado hacia la tercera puerta, atento a cualquier sonido que anunciase lallegada del encargado del bao.

    Se abri la puerta y entr un hombre de mediana edad. Iba doblado por la cintura, como encogidobajo un peso invisible, y la cabeza segua la lnea de su espalda, con el rostro humillado segn elconsabido estilo de los esclavos. Escipin se cuid de no revelar su inters por la presencia del hombre,consciente de que no sera normal cual