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Introducción
Hace tres años, los dos pastoralistas de 3º de la E.S.O.1 en un colegio jesuita de
Euskadi nos propusimos trabajar un tema nuevo. Se trataba del tema de la utopía, de
hacer que los jóvenes reconociesen y alimentasen sus sueños de un mundo distinto.
Utilizamos, entre otros materiales, la canción “Papa, cuéntame otra vez”, compuesta por
el cantautor español Ismael Serrano, que habla de los sueños que dinamizaron la
generación de los años sesenta. El resultado, sin embargo, no fue el esperado. Si bien
los/as adolescentes disfrutaron de la canción, la verdad es que no alcanzamos los
objetivos propuestos: ni sirvió para que se identificasen con los ideales de la canción, ni
para que expresasen sus propios ideales.
Esta tesina nace de ese relativo fracaso o, mejor dicho, de cómo nos resulta
imposible quedarnos de brazos cruzados ante él. El relativo fracaso nos muestra que hoy
predominan las ideas de que todo lo posible está conseguido y de que “no podemos
imaginarnos un mundo esencialmente diferente al nuestro y que además sea mejor”2. Sin
embargo, esas ideas chocan con nuestra convicción de que el mundo sí necesita mejorar
y, más en concreto, rebelarse contra algunos de los efectos del neoliberalismo3: aumento
de las diferencias entre ricos y pobres, invasión cultural, concentración del poder
económico y mediático en pocas manos4 y masiva explotación de los recursos naturales. 1 Enseñanza Secundaria Obligatoria. El curso se corresponde con el noveno grado estadounidense, es decir, adolescentes de 14-15 años.2 Cita de Francis Fukuyama, en Krishan Kumar, “The End of Socialism? The End of Utopia? The End of History?” en K.Kumar, S.Bann (eds.), Utopias and the Millenium (London: Reaktion Books, 1993), 77.3 Por neoliberalismo entendemos el sistema económico dominante en una etapa de creciente globalización, sistema basado en una concepción del ser humano donde su dimensión individual es anterior a la dimensión social.4 Las empresas transnacionales representan los dos tercios del comercio mundial, y 47 de ellas están entre las 100 instancias económicas más fuertes del planeta. Ver Tony Clarke, “Mechanisms of Corporate Rule”, en Jerry Mander, Edward Goldsmith (eds.), The Case Against the Global Economy (San Francisco: Sierra Club Books, 1996), 298.
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Pero además, la naturaleza teológica de esta tesina parte de otra convicción
adicional: la utopía es un concepto que ha de ser recuperado para la Teología5. Si Dios es
el Dios de la vida, y aceptamos que nos llama a hacer nuestra vida continuamente más
humana, debemos concluir que la utopía puede servir como motor para hacer realidad esa
llamada en el ámbito social. Alimentar esa utopía puede ser por tanto un camino para el
crecimiento en la fe: la calidad de la salvación que esperamos para el mañana depende de
la calidad de nuestros sueños para el mundo de hoy.
Esta reflexión teológica recupera el concepto de utopía para el mundo en general
y trata de concretar un horizonte utópico para nuestros colegios jesuitas en particular.
Pretende iluminar nuestra misión educativa desde una reflexión cristiana sobre la utopía.
Es decir, pretende presentar el ideal de dicha misión desde la clave de su influencia para
la consecución de un ideal de sociedad.
Para ello, nuestra argumentación se divide en cuatro capítulos. El primer capítulo
pretende mostrar la utopía como una realidad básica del ser humano, así como la
necesidad de la utopía también hoy en nuestra misión educativa. El segundo capítulo
ahonda en el ideal de persona que estamos llamados a formar, y lo hace desde un análisis
5 Utopía es un concepto prácticamente desconocido para la teología tradicional. Se ha asociado más a movimientos de tipo carismático y milenarista, pero ha estado generalmente ausente de toda reflexión sistemática. Algunos teólogos recientes, como Juan Luis Ruiz de la Peña, reconocen las aportaciones del pensamiento utópico a la escatología, pero lo consideran un término insuficiente para la reflexión teológica. Ver J.L.Ruiz de la Peña, La Pascua de la Creación (Madrid: BAC, 1996), 17-26. Sin embargo, hay otros teólogos que apuestan por este concepto, tanto en Europa como sobre todo en Latinoamérica. En Europa, Jürgen Moltmann defiende la utopía como el contenido intramundano de la esperanza, y lamenta que el precio de la modernidad sea tener que vivir sin utopías. Ver Johann Baptist Metz, Jürgen Moltmann, Faith and the Future (New York: Maryknoll, 1995), 201. Paul Vahanian ve la utopía como el horizonte máximo de humanidad que apunta en su ultimidad a Cristo. Ver Paul Vahanian, God and Utopia. The Church in a Technological Civilization (New York: Seabury Press, 1977), xix-xx. Los teólogos latinoamericanos han sido aún más explícitos, y en el contexto de la teología de la liberación la utopía ha pasado a ser una categoría frecuentemente utilizada. Basten como ejemplos dos. Ignacio Ellacuría considera la utopía como la categoría complementaria al profetismo. Ver I.Ellacuría S.J., “Utopia and Prophecy in Latin America”, en I.Ellacuría S.J., J.Sobrino S.J. (eds.), Mysterium Liberationis (New York: Maryknoll, 1991), 289-328. Joao Batista Libanio pone la utopía a la altura de otros conceptos más puramente teológicos como esperanza y resurrección. Ver J.B.Libanio S.J., “Hope, Utopia, Resurrection”, en Mysterium Liberationis, 716-727.
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de lo que es una utopía con verdadero potencial de cambio. El tercer capítulo profundiza
en el ideal de sociedad que nos mueve, y lo hace desde la reflexión de la Doctrina Social
de la Iglesia acerca del bien común. Y el último capítulo presenta un horizonte utópico
para nuestra misión educativa, horizonte basado en el diálogo y que es coherente con los
ideales descritos en los capítulos anteriores.
No quiero terminar esta introducción sin un breve espacio de agradecimiento a
todos aquellos que han hecho posible este trabajo. En especial, quiero recordar a Meg
Guider por su sabia dirección, finura humana y hondura creyente; a Joe O´Keefe, por su
disponibilidad y sana visión pragmática; y, más en general, a la comunidad jesuítica de
Weston, especialmente a mis compañeros en Bellarmine House, y a la comunidad de
Weston Jesuit School of Theology, por su apoyo espiritual, humano y material. A todos,
gracias.
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I. Utopía y Misión Educativa de la Compañía
Este primer capítulo pretende cumplir dos objetivos que se corresponden con las
dos secciones principales. Primero, quiere mostrar la utopía y la capacidad utópica como
algo consustancial al ser humano y a la realidad. Y segundo, quiere argumentar que
nuestra misión educativa en colegios, en el contexto de los países desarrollados, sí está
necesitada de esta dimensión utópica. La conclusión presenta algunas formulaciones
recientes del ideal de nuestra misión educativa y sirve de engarce con los siguientes
capítulos.
1. La utopía, consustancial al ser humano
Un paradigma de explicación de la naturaleza es el basado en la Teoría de
campos, tomando como concepto fundamental la energía o los estados energéticos de los
cuerpos6. Este paradigma es adecuado para nosotros por dos razones: primera, porque
acentúa la dimensión de cambio que se experimenta tanto en la realidad como en nosotros
dentro de dicha realidad; y segunda, porque nos permite pensar en la utopía como un
medio para hacer verdad esa capacidad de cambio.
La energía como concepto físico permite entender el dinamismo en la naturaleza.
Energía es la capacidad de la materia para desarrollar un trabajo debido a las fuerzas que
6 Este paradigma se identifica con la Física clásica, que sirve para explicar el comportamiento de la masa y la energía en los fenómenos cotidianos de nuestra vida. Campo es entonces el área que rodea un objeto, área en la cual se ejerce una fuerza gravitacional o electromagnética sobre otros objetos. El otro paradigma de explicación de la naturaleza es la teoría cuántica, que se da al nivel de unidades indivisibles llamadas cuantos. Esta teoría cuántica, a pesar de englobar la Física clásica (es decir, los fenómenos cotidianos podrían explicarse también a partir de esta teoría), no se usa normalmente debido a su complicación matemática. Ver Microsoft Encarta Encyclopaedia 2000, “Field” (Physics) y “Quantum Theory”.
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actúan sobre ella7. Es una capacidad de la misma materia de forma que, sin ella, la
materia dejaría de ser tal. Es además una capacidad para desarrollar un trabajo que
implica movimiento, lo cual supone que la naturaleza y los cuerpos dentro de ella –no
sólo los seres vivos- tienen el dinamismo dentro de sí. Por último, esas fuerzas que están
en el origen de dicha capacidad indican que la naturaleza no está en equilibrio8 o que
incluso está en desequilibrio: la energía es precisamente la magnitud que habla de la
naturaleza como realidad dinámica y con posibilidad de cambio. Por tanto, tomar la
energía como paradigma acentúa la capacidad dinámica y transformadora de la misma
naturaleza.
Esta visión de la naturaleza como energía puede extenderse también al ser
humano, lo cual es sugerente porque permite al hombre situarse ante la realidad de
manera distinta. La realidad no es una substancia que está por debajo de las apariencias,
una esencia que debemos encontrar racionalmente, un orden implícito en las cosas. La
realidad es sobre todo posibilidad, proceso y apertura a lo nuevo del futuro. Vivimos
rodeados de posibilidades, no sólo de realidades: la realidad es un proceso hacia el
“Llegar-a-Ser”9. Esto supone tres cosas. Primera, el ser humano, como parte de la
realidad, también se entiende mejor como proceso que como esencia. Segunda, la razón
por sí sola no puede conocer bien sin ayuda de las capacidades de imaginar, de sentir y de
desear. Y tercera, esas capacidades no son algo ajeno a la realidad; por el contrario, son
un reflejo de lo que la realidad nos ofrece. El deseo de un mundo mejor no me hace
evadirme de la realidad, sino que hace ver ese deseo como una facultad nacida de la
misma naturaleza y, por tanto, más real que el mero conformismo. El inconformismo deja 7 Microsoft Encarta Encyclopaedia 2000, “Energy” y “Light”. 8 Al menos, no en un equilibrio estático, sino como mucho en equilibrios dinámicos donde los sistemas mantienen su estabilidad a partir de la interacción continua entre los diferentes elementos del sistema. 9 Ernst Bloch, The Principle of Hope (Cambridge, MA: MIT Press, 1986), 195-198.
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de ser un mero rasgo temperamental para convertirse en signo de lucidez intelectual y
virtud moral. Luego el ser humano tiene capacidad de cambiar la realidad. Tal como dice
Ernst Bloch:
“La realidad no tiene un tamaño determinado. El mundo no se ha acabado todavía... Aceptar las cosas como son no es una forma empírica válida. No es positiva; por el contrario, es una fórmula que conduce a la vulgaridad, a la cobardía y, por último, a la pobreza”10.
La utopía aparece como un medio para hacer realidad esa capacidad de cambio en
el ámbito social. Utopía son todo tipo de ideales referidos a la vida social o, más en
concreto, los horizontes a los que apunta el dinamismo de la realidad en el ámbito social.
Se manifiestan cuando hay un desfase entre, por un lado, lo que la mente piensa y desea
y, por otro, lo que la vida social ofrece. Esos pensamientos y deseos, en forma de ideales,
revelan no tanto un escape de la realidad sino, al contrario, la lucidez de no ver dicha
realidad como necesaria sino tal como es, es decir, abierta a nuevas alternativas11. Por
eso, la utopía acompaña la historia desde que los primeros núcleos de sociedad
empezaron a emerger hace seis mil años12.
Tomado en este sentido, la Biblia también contiene utopías, aunque el horizonte
siempre aparece en un contexto teológico donde se cultiva la confianza en Dios, cuya 10 Ernst Bloch, “Man as Possibility”, en Walter H. Capps (ed.), The Future of Hope (Philadelphia: Fortress Press, 1970), 53 (la traducción es mía).11 Paul Ricoeur, Lectures on Ideology and Utopia (New York: Columbia University Press, 1986), xxx.12 Esto no quiere decir que no haya definiciones diferentes de utopía. En línea con nuestra argumentación, Bloch considera la utopía como una categoría de realidad y no tiene problema en ver caracteres utópicos desde los inicios de la historia y en los más diversos campos (utopías médicas, sociales, tecnológicas, arquitectónicas, geográficas, artísticas, de noción de la historia y de estilo de vida). Geisler, también con un concepto amplio, define 5 tipos de utopía (literarias, políticas, antropologías filosóficas, filosofías de la historia y escatologías religiosas) y acepta relatos antiguos –La República de Platón o muchos textos proféticos del Antiguo Testamento- como textos utópicos. Ver Norman Geisler, “Utopianism”, en Carl F.H.Henry (ed.), Baker´s Dictionary of Christian Ethics (Grand Rapids, Mi: Baker Bookhouse, 1973), 692. Sin embargo, otros autores limitan más el concepto. Kumar, por ejemplo, cree que la utopía no es sólo una capacidad de cambio social, sino que viene acompañada por dos características: aparece en forma de literatura al servicio del análisis y crítica social; y se apoya en la razón más que en sistemas religiosos de pensamiento guiados desde la fe. Por eso identifica la aparición del utopianismo con la Modernidad y, más en concreto, con la obra Utopía (1516), de Tomás Moro. Ver Krishan Kumar, Utopianism (Bristol, UK: Open University Press, 1991), 35-40.
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actuación será necesaria al final para su culminación. Entre las utopías más relacionadas
con el orden social, Jorge Pixley distingue cuatro tipos13: la propia de una sociedad
agrícola donde habrá “una tierra que mana leche y miel”14; la del rey magnánimo que
“hará justicia a los humildes del pueblo, salvará a los hijos de los pobres, y aplastará al
opresor”15; la de una ley sabia que la gente acepte “en su interior” y quede escrita “sobre
sus corazones”16; y la de una sociedad donde se tiene “todo en común” repartiéndolo
“según la necesidad de cada uno”17. Además, la predicación de Jesús ha dado lugar a
numerosas utopías18, unas más cercanas al orden establecido (el Sacro Imperio Romano
medieval) y otras más rupturistas (Joaquín de Fiore19). En definitiva, la reflexión
teológica no puede ignorar la utopía porque eso supondría ignorar tanto una faceta
esencial del ser humano como la herencia recibida de la Escritura y la Tradición.
La utopía entendida como ideal de sociedad es una dimensión necesaria tanto en
el ámbito personal como en el entorno social. Ante cualquier crítica a su validez y
utilidad, la respuesta más contundente es formular una pregunta: ¿qué sería de nuestra
sociedad sin utopías? Y una respuesta adecuada la da Simecka20:
“Un mundo sin utopías le robaría una dimensión a la historia: la dimensión de los sueños, de la trascendencia, de los viajes más allá de nuestra experiencia
13 Jorge Pixley, “Las Utopías Principales de la Biblia”, en Raúl Vidales (ed.), La Esperanza en el Presente de América Latina (San José, Costa Rica: Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1983), 313-330.14 Ex 3, 8.15 Sal 72, 4. 16 Jer 31, 33.17 Hch 2, 42-47.18 J.B.Libanio S.J., “Hope, Utopia, Resurrection”, en Mysterium Liberationis, 725.19 Joaquín de Fiore, abate del convento cisterciense de Fiore (Calabria, Italia), vivió a finales del siglo XII en una época de fuertes agitaciones heréticas. Sin embargo, él se mantuvo dentro de los límites de la ortodoxia, y fue considerado en su tiempo como el más grande profeta desde tiempos de Cristo. En su gran obra, “El Evangelio Eterno”, presenta una visión de la historia en tres estadios: el del Padre, que se corresponde con la época del Antiguo Testamento; el del Hijo, con la primera venida de Cristo y los siglos posteriores; y el del Espíritu, un nuevo estadio inminente que vendría precedido de grandes catástrofes. Su gran mérito consistió en incorporar la Trinidad a una visión gradativa de la historia y en dar al Reino de Dios una forma de futuro histórico. Ver E.Bloch, The Principle of Hope, 509-515; y también El Libro de las Profecías, disponible [Online]: www.ciudadfutura.com/apocalipsis/profeciasC.htm. 20 Milan Simecka, 174-175 (la traducción es mía).
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cotidiana... La historia del pensamiento humano se vería empobrecida... [Cierto que] una historia sin utopías sería menos trágica. Pero, ¿qué sería del ser humano sin tragedia?... Un mundo sin utopías sería un mundo sin esperanza en la sociedad, un mundo resignado ante el status quo y ante los descafeinados eslogans de la vida política. Quizás las utopías no puedan salvar al ser humano, pero confirman nuestra trágica humanidad, lo a veces antinatural de nuestro destino y la desbordante actividad de nuestro cerebro”.
2. ¿Tiene sentido hablar de utopía en nuestra misión educativa hoy?
Además de lo dicho hasta ahora, nuestra identidad como religiosos parece hacer
evidente que sí tiene sentido hablar de utopía en nuestra misión educativa. Estamos
llamados, tal como nos recuerda Joan Chittister, a ser fuego en las cenizas21. Si nuestros
colegios no son capaces de encender una llama en medio del mundo es que no estamos
siendo fieles a nuestra vocación22. Y esa llama sólo puede tener su detonante en el sueño
de un mundo distinto, de una utopía. Por tanto, sin esa utopía animando la misión, nuestra
misma identidad carece de sentido.
Sin embargo, la realidad hace difícil hablar sin más de utopía en nuestra misión
educativa de los países desarrollados. Por un lado, los colegios parecen alejados de los
centros de decisión en la sociedad. Así, hablar de utopía en nuestra misión sería un
esfuerzo estéril porque no contribuiría a una liberación real de la sociedad. Por otro lado,
nuestros alumnos pertenecen a una clase social media o alta que vive básicamente
21 Joan Chittister, Como Fuego en las Cenizas (Santander: Sal Terrae, 1998).22 En principio, no cuestiono la validez global de nuestro ministerio en la educación preuniversitaria aunque, como ya veremos, pueda haber casos donde un discernimiento adecuado lleve a priorizar otros campos de la misión, dejar algunas instituciones, cambiar su status, etc. Tal como afirma Kolvenbach, “hoy sería una irresponsabilidad abandonar no sólo el campo de la educación, sino también el de los colegios”. Ver Peter Hans Kolvenbach S.J., “Los Desafíos de la Educación Cristiana a la Puerta del Tercer Milenio” (discurso en Arequipa, Perú, el 18 de julio de 1998), en La Propuesta Educativa de la Compañía de Jesús (volumen publicado por el Colegio San José, Perú, con motivo de su centenario), 212.
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satisfecha. Así, hablar de utopía en nuestra misión sería incomprensible en un ambiente
en el que no se experimenta ninguna opresión que haga soñar con algo distinto.
Por tanto, en nuestra misión educativa sólo tiene sentido tener un ideal sobre el
conjunto de la sociedad si se demuestran dos cosas: primero, que la labor educativa de los
colegios no queda al margen de los aspectos políticos y estructurales que pueden acercar
la consecución de la utopía; y segundo, que los destinatarios de nuestra misión, i.e., los
jóvenes, están efectivamente bajo un tipo determinado de opresión que puede hacer soñar
con algo distinto. Demostramos ahora estos dos aspectos, y los aderezamos con algunos
rasgos básicos de nuestro carisma.
2.1. Los colegios como respuesta liberadora para el conjunto de la sociedad
Vamos a ver los límites y posibilidades para la transformación social de la
actividad en los colegios. Si no existiese un camino que conectase colegios y
transformación social, los colegios no podrían contribuir a la consecución del ideal de
sociedad y, por tanto, toda afirmación grandilocuente en ese sentido sería pura retórica.
Vemos por tanto los límites y posibilidades de dicho camino, para lo cual nos apoyamos
en la reflexión de Paulo Freire acerca del concepto de politización23.
La politización, entendida como requisito para hacer de la utopía un ideal
transformador, nos muestra los límites de la actividad en los colegios para la
transformación social. Según Freire, politización es un proceso de regeneración de la
sociedad no sólo a través de la concientización gradual sobre causas y efectos de toda
relación social, sino también a través de los compromisos subsiguientes en el ámbito 23 Paulo Freire (1921-1997), pedagogo brasileño, ofrece una amplia reflexión teórica y práctica sobre una educación que ha de estar en contacto con la realidad social en la que se inserta. Es el máximo representante de la llamada pedagogía de la liberación, y su compromiso teórico-práctico le llevó a estar exiliado durante quince años. Su obra más conocida es Pedagogía del Oprimido (1968).
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político24. Por ello, parece que la educación en colegios está bastante alejada de un
proceso de politización. Por un lado, es difícil hacer que niños y jóvenes entren en un
proceso de concientización ante lo complejo de las relaciones sociales actuales. Por otro,
es aún más difícil –y hasta cierto punto improcedente- pensar en niños y jóvenes
comprometidos en la acción política. Por tanto, es ingenuo asociar sin más nuestra misión
educativa con ideales de transformación social25.
Otro límite se deriva de que es más evidente la influencia de la sociedad en el
colegio que viceversa. Nancy Lesko afirma que los patrones de conducta escolar están
siempre basados en supuestos sobre la naturaleza de la sociedad, de la individualidad y de
la relación de los individuos con la sociedad26. Los jóvenes y también los mayores se
empapan de actitudes y valores dominantes, y los traen consigo al entorno escolar, a la
actividad diaria, a la forma de relacionarse e incluso a la estructura organizativa. Por el
contrario, los efectos del colegio en la sociedad son más difusos y, de existir, se dejan
notar a más largo plazo.
Sin embargo, el mismo Freire reconoce que todo proceso educativo, incluso el de
los colegios, puede poner las semillas de dicha politización y por tanto influenciar al
conjunto de la sociedad27. La educación es política porque cimenta las bases para la
transformación a través de diferentes patrones de conducta, promoviendo –o
desalentando- las capacidades en la gente de movilizarse, de organizarse, de afirmarse
24 Ana María Araujo Freire, Donaldo Macedo (eds.), The Paulo Freire Reader (New York: Continuum, 2000), 175 (el texto original corresponde a la obra de Paulo Freire Literacy: Reading the Word and the World).25 En su análisis histórico de la utopía, Mannheim ve cómo la confianza excesiva en la educación como agente de cambio es propio de una noción de utopía liberal, más basada en el avance gradual que en la ruptura y subversión de los valores. Ver K.Mannheim, 198-205.26 Nancy Lesko, Symbolizing Society: Stories, Rites and Structure in a Catholic High School (New York: Falmer Press, 1988), 15.27 Paulo Freire, Pedagogy of the City (New York: Continuum, 1993), 27.
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como sujetos y, con todo ello, de acceder a un mejor conocimiento de la realidad28. Esas
capacidades requieren estudiantes que partan de su experiencia y que sean conscientes
sobre el tipo de relaciones sociales que subyacen al proceso de aprendizaje29. Así, la
educación que lleva a la politización está abierta a todos, a adultos tanto como a
adolescentes e incluso a niños, cada uno a su nivel.
Además, el contexto posmodernista actual defiende el trabajo atomizado de cara a
la transformación social. No hay una única forma de pensar ni de actuar, ni un único
lugar desde el cual se pueda llevar el cambio a una sociedad. Ni siquiera los movimientos
marxista y feminista pueden aspirar a liberar de las opresiones que subrayan sin tener en
cuenta la interdependencia entre diferentes tipos de opresión, ya sean económicas,
culturales, de género o de raza30. La transformación social es un trabajo en equipo donde
cada campo aporta su contribución y, a la vez, debe ser complementado desde otros
campos. La labor educativa en los colegios, al igual que la labor en otros campos, es
limitada pero necesaria31.
La tradición ignaciana recoge, ya desde los comienzos, la vinculación de los
colegios jesuitas con el conjunto de la sociedad. Como apunta John O´Malley, uno de los
rasgos característicos de los colegios jesuitas que surgieron en el siglo XVI era la
importancia que la educación daba no sólo al desarrollo de la identidad católica -lo cual
parecería lo fundamental en los tiempos de la Contrarreforma-, sino también a la
contribución al bien común de la sociedad en su conjunto32. Desde una visión no
28 Paulo Freire, Letters to Cristina (New York: Routledge, 1996), 136.29 Henri A. Giroux, Border Crossings: Cultural Workers and the Politics of Education (New York: Routledge, 1992), 16.30 H.Giroux, idem, 62.31 Es cierto que hay opresiones más devastadoras y, hasta cierto punto, urgentes, frente a las cuales es más necesaria una respuesta. Esto nos debe abrir a los religiosos a la cuestión de las prioridades. 32 John O’Malley S.J., “How the First Jesuits Became Involved in Education”, en Vincent J.Duminuco S.J. (ed.), The Jesuit Ratio Studiorum: 400th Anniversary Perspectives (New York: Fordham University Press,
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antagónica de lo intelectual y lo moral, se defendía que la adecuada educación de los
jóvenes transformaría el mundo33. Los colegios tenían, tal como escribe Diego Ledesma a
finales del siglo XVI, un objetivo social aparte de otros objetivos tales como el práctico,
el humanístico y el religioso34.
Además, la pedagogía ignaciana es coherente, en teoría, con el proceso de
politización. El paradigma de esta pedagogía se divide en cinco pasos35: parte del
contexto, que sirve para entender el marco general de aprendizaje; se basa en la
experiencia, que enciende el interés en aquél que aprende desde su propia realidad; pasa
por un proceso de reflexión sobre lo experimentado, que sirve para llegar a conclusiones
teóricas; deriva en la acción, que toma las conclusiones teóricas y las lleva a la praxis; y
termina con la evaluación, que mira en retrospectiva y enseña lecciones para el futuro
desde la combinación de teoría y praxis. La relación con la realidad subyace a todo el
esquema y ayuda, si bien no de manera automática, en el proceso de politización.
2.2. Los colegios como respuesta liberadora ante una opresión concreta
2000), 64-68.33 El original latino de la frase, “Institutio puerorum, reformatio mundi”, procede de una carta de Pedro Ribadeneyra, jesuita relevante contemporáneo de Ignacio, al rey Felipe II. Ver J.O´Malley S.J., idem, 66.34 John W. Padberg S.J., “Development of the Ratio Studiorum”, en V.J.Duminuco S.J., idem, 98.35 Pedagogía Ignaciana. Un Planteamiento Práctico, nn.32-70. Este documento fue publicado en 1993 con la intención de incorporar los ideales ignacianos a una pedagogía práctica que sirviese para el conjunto de la misión educativa de la Compañía. A partir de ahora, lo denominaremos Pedagogía Ignaciana.
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Desde el contexto posmodernista36 y la preeminencia que concede a la experiencia
concreta, hemos de mostrar que los colegios están enfrentados a una opresión específica.
La misión educativa no puede alimentarse sólo de la idea abstracta de que hay opresión
en el conjunto de la sociedad. Necesita ver el rostro de esa opresión en el lugar en el que
se trabaja, a través de la experiencia diaria. Necesitamos sentir que aquellos que son
mayormente objeto de nuestra misión, i.e., los jóvenes, están sometidos –y nosotros con
ellos- a una opresión concreta. Así, lo utópico sólo tendrá sentido para los jóvenes si son
conscientes de la opresión que sufren, y para nosotros si la opresión nos habla desde el
rostro de dichos jóvenes. Por tanto, vamos a ver si podemos hablar de opresión en los
jóvenes de hoy del mundo desarrollado, para lo cual nos ayudamos de la reflexión de
Paulo Freire acerca del concepto de opresión.
Para Freire, opresión es toda clase de deshumanización que sufren las personas
debido a los actuales condicionamientos sociales y culturales37. Mary Pipher y William
Pollack han desvelado el proceso de deshumanización de los adolescentes en la sociedad
estadounidense y, por extensión, en la sociedad del resto de los países desarrollados38. Si
bien estos dos autores se fijan en chicas y chicos respectivamente, los dos comparten una
misma idea: nuestra cultura define un código estricto para cada género, códigos que
alimentan ansiedad y desesperanza. Las chicas están abocadas a abandonar su verdadero
yo, sacrificando su desarrollo personal ante la presión de tener que dar una imagen
36 Entendemos por posmodernismo la corriente intellectual que renuncia al optimismo modernista de la absolutización de los ideales y de las verdades. Supone una vuelta al valor concreto de la experiencia y un desencanto con el compromiso político.37 Paulo Freire, Pedagogy of the Oppressed (New York: Continuum, 1970), 25-26.38 Lo hacen en sus respectivos libros Reviving Ophelia. Saving the Selves of Adolescent Girls (New York: Ballantine Books, 1994) y Real Boys. Rescuing Our Sons from the Myths of Boyhood (New York: Owl Books, 1998). No entro en demostrar hasta qué punto estas descripciones de la opresión se extienden al resto de países desarrollados porque el actual proceso de globalización hace esa extensión evidente aunque, dependiendo de los países, lo sea en mayor o menor grado.
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agradable ante los demás. Los chicos por su parte se hacen esclavos de una imagen de
actividad y fortaleza donde todo lo supuestamente femenino (e.g., delicadeza,
sentimientos, vulnerabilidad) es rechazado.
Las características que describe Freire acerca de la opresión ayudan a ver mejor el
paralelismo con la situación de los jóvenes. El primer rasgo es la capacidad de la opresión
de disfrazar su verdadera naturaleza, de forma que sus víctimas no se reconocen como
tales39. En nuestro caso, los adolescentes de hoy no reconocen conscientemente el efecto
pernicioso de la cultura en sus vidas. Este vacío en la conciencia es evidente en los
Estados Unidos. De acuerdo a una encuesta realizada por USA Weekend en 1998, el 93%
de los adolescentes afirmaban sentirse “muy bien” o “bien” consigo mismos. Sin
embargo, el 71% reconocían que se sentían, al menos ocasionalmente, realmente
deprimidos40. Es decir, aunque el sentimiento –que pertenece más al ámbito de lo
consciente- es bueno, hay un alto porcentaje de estados depresivos que muestra cómo
algo no funciona tan bien detrás de dicho ámbito consciente.
El segundo rasgo que Freire menciona es que los opresores y su estilo de vida
provocan un sentimiento ambiguo, de desprecio y atracción al mismo tiempo41. En
nuestro caso, el sentimiento de atracción supera al de desprecio por tres razones. Primero,
el desprecio necesita de alguien a quien despreciar. Mientras los pobres en los países en
vías de desarrollo pueden identificar las minorías ricas de sus países como los
responsables de su miseria, los adolescentes de los países desarrollados carecen de rostros
concretos a los que hacer responsables de sus angustias. Segundo, los adolescentes están
todavía en proceso de desarrollo de su capacidad crítica. Y tercero, los medios de
39 Paulo Freire, Pedagogy of the Oppressed, 26.40 “11th Annual Special Teen Report”, publicado en USA Weekend (1-3 de mayo, 1998), 18.41 Paulo Freire, Pedagogy of the Oppressed, 44.
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comunicación tienen un gran poder subliminal para modelar las consciencias. No es
extraño que los adolescentes se conviertan a menudo en los mejores defensores del
sistema que los oprime: así, muchas chicas castigan a sus congéneres por no alcanzar
aquellos estándares a los que ellas mismas no pueden llegar, y muchos chicos hacen lo
mismo con aquellos que se atreven a romper con el código de masculinidad42.
La tercera característica es la baja autoestima en los oprimidos, así como su miedo
a la libertad43. No alcanzar los estándares trae insatisfacción, y más cuando dichos
estándares son más irreales ahora que nunca. Por ejemplo, aunque las mujeres en realidad
han aumentado su media de peso, la belleza femenina se retrata cada vez como más
delgada44. La única libertad que tienen los adolescentes es la de entrar en la lucha por
alcanzar esos estándares, lucha que termina en fracaso en la mayoría de los casos. Nada
que provenga de la interioridad merece la pena si no está de acuerdo con los respectivos
códigos.
Un cuarto rasgo implícito en Freire es que hay opresores, i.e., personas
responsables de la situación. Pipher y Pollack, sin embargo, parece que responsabilizan a
la cultura de forma general. Con todo, esta diferencia es más aparente que real. La
insistencia de Freire en los opresores como punto de partida se puede entender desde la
realidad brasileña de pobreza masiva frente a una minoría rica y poderosa, situación que
le permitía señalar a algunos de los principales responsables. Sin embargo, Freire evita
afirmar que la superación de la actual situación opresiva venga a través de la lucha y
derrota de los opresores, sino a través de un cambio en el sistema propiciado por los
mismos oprimidos. Pipher y Pollack toman como punto de partida al sistema mismo,
42 Mary Pipher, idem, 68; William Pollack, idem, 58.43 Paulo Freire, Pedagogy of the Oppressed, 45-46.44 Mary Pipher, idem, 184.
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quizás por la dificultad de asignar responsabilidades concretas. Así, hasta los delitos
sexuales tienen una lectura que no es sólo personal sino también estructural y cultural45.
Esto ayuda a ver que todos somos en cierta medida responsables, si bien también sería
bueno determinar quiénes son responsables en mayor grado.
Ante esta situación de opresión, el carisma ignaciano ofrece un talante que invita
a la acción liberadora y que, para ello, necesita de la formulación de ideales utópicos.
Este talante es el magis ignaciano, entendido como la búsqueda del más. El magis no es
simplemente una característica más de la espiritualidad ignaciana, sino la que subyace a
todas ellas46. Lleva a no estar nunca contento con el status quo, con lo conocido, lo
probado, lo ya existente, especialmente cuando la situación es de opresión. Mueve más al
cambio aun con riesgos que a la prudencia de lo seguro. El Padre Arrupe afirma que no
podemos aspirar a no tener errores en nuestra misión educativa, pero sí debemos aspirar a
transmitir sin excusa “el espíritu de apertura a los nuevos retos, la prontitud al cambio, la
disponibilidad –poniéndolo en términos bíblicos- a entrar en un proceso de conversión”47.
3. Conclusión
La utopía es consustancial al ser humano y también a nuestra misión educativa.
Las personas necesitamos imaginar un ideal que dé sentido a nuestra vida en su
dimensión social. Asimismo, nuestra identidad como religiosos hace indispensable la
utopía en la misión educativa, lo cual tiene sentido tanto por la naturaleza de los colegios
45 Mary Pipher, idem, 230.46 Congregación General (CG) 34, decreto 26, número 26.47 Pedro Arrupe S.J., “Men for Others”, en Carl E.Meirose S.J. (ed.), Foundations (Washington D.C.: The Jesuit Secondary Education Association, 1994), 33 (la traducción es mía).
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como por la situación de opresión que viven hoy los jóvenes, todo ello reforzado desde la
naturaleza de nuestro carisma.
La utopía está presente en las expresiones del ideal que mueve nuestra misión
educativa. Tres de esas expresiones, diferentes entre sí, provienen del Padre Arrupe, del
Padre Kolvenbach y de la Comisión Nacional de Educación de España, la CONEDSI. A
pesar de su diferente formulación, las tres tienen en común que conectan el ideal de
formación de nuestros alumnos con la extensión hacia el ideal de un mundo más justo. El
Padre Arrupe habla en 1980 de la formación de:
“Hombres Nuevos, transformados por el mensaje de Cristo, cuya muerte y resurrección deben testimoniar con su propia vida. Quienes salgan de nuestros colegios deben haber adquirido, en la medida proporcionada a su edad y a su madurez, un modo de vivir que sea por sí mismo proclamación de la caridad de Cristo, de la fe que nace de Él y a Él lleva, y de la justicia que Él proclamó.”48
Por su parte, el Padre Kolvenbach se refiere en 1986 al ideal de una persona:
“armónicamente formada, que es intelectualmente competente, abierta al crecimiento, persona religiosa, movida por el amor y comprometida a realizar la justicia en un servicio generoso al Pueblo de Dios.”49
Por último, la CONEDSI afirma en 1996 que es básico:
“lograr hombres que se miden por su verdadera libertad interior para servir..., conscientes de sí mismos y del mundo que les rodea y comprometidos en la tarea de su transformación hacia una sociedad fraterna y justa.”50
48 Pedro Arrupe S.J., “Nuestros Colegios, Hoy y Mañana” (Alocución en Roma el 13 de setiembre de 1980), 10. Citado en Características de la Educación de la Compañía de Jesús 165. Este documento salió a la luz en 1986 tras un largo proceso de elaboración. Pretende ser una actualización de los principios de nuestra misión educativa para toda la Compañía, un documento inspirador y adecuada actualización de la Ratio Studiorum. Nosotros lo citaremos de forma abreviada como Características. La Ratio Studiorum, por su parte, es el documento que, en el siglo XVI, trató de aglutinar los usos y costumbres educativas para toda la Compañía, y cuya versión más conocida es la publicada en 1599. Nos referiremos a ella como la Ratio. 49 P.H.Kolvenbach S.J., Discurso en Winnipeg, Canadá, el 14 de mayo de 1986. Citado en Características 166.50 Carácter Propio de los Centros Educativos de la Compañía de Jesús 1.5. Es el documento sacado en 1996 por la CONEDSI, la Coordinadora Nacional de Educación en España, para actualizar el documento Características y contextualizarlo en la realidad de las provincias del Estado español. Nos referimos a él como Carácter Propio.
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Estas tres formulaciones muestran dos perspectivas distintas. Por un lado, el
colegio pretende formar un tipo ideal de persona que dé paso a un tipo ideal de sociedad.
Es decir, la utopía puede verse desde el tipo ideal de persona que estamos llamados a
formar. Por otro lado, el colegio tiene un ideal de sociedad detrás del ideal de persona que
se pretende formar. Es decir, la utopía puede verse también –de hecho, es la forma más
habitual de verla- desde el cuadro general de la sociedad en su conjunto.
Los dos siguientes capítulos abordan estas dos perspectivas del tipo ideal de
persona y el tipo ideal de sociedad que están detrás de la misión educativa de nuestros
colegios. En estos dos capítulos no partimos de nuestro carisma sino que, considerados
como parte de la Iglesia, nos acogemos a una visión teológica y cristiana, en diálogo
además con otras disciplinas. Les sigue un cuarto capítulo que propone una forma de
pensar nuestra misión educativa en línea con todo lo anterior.
18
II. Sujetos para una Utopía Transformadora
Este capítulo pretende reflejar el ideal de persona que deriva de una utopía con
potencial de cambio. Para ello, se hace una reflexión teológica sobre ese ideal de persona
y se presenta en forma de Decálogo. Sin embargo, ese ideal no se desprende de cualquier
tipo de utopía, sino de una utopía con potencial de cambio. Toda utopía no tiene este
potencial, puesto que algunas se quedan en meros escapismos o fantasías. Por eso, sólo a
través del análisis de las características de ese tipo de utopía realmente transformadora es
como vamos a deducir el ideal de persona al que nuestra misión educativa debe apuntar.
La primera sección utiliza el símil de la diferencia de potencial –en continuidad
con el de la energía utilizada en el anterior capítulo- para describir cómo debe ser una
utopía con potencial de cambio. Por su parte, la segunda sección presenta, desde los
diferenciales de potencial que se han de mantener en toda utopía que quiera ser realmente
transformadora, el Decálogo que define el ideal de persona implícito en esa utopía.
1. Utopía transformadora como diferencia de potencial
De lo dicho en la primera sección del anterior capítulo sería ingenuo concluir que
toda utopía produce un cambio social. La realidad muestra que a menudo hay
circunstancias que hacen imposible ese cambio, y que otras veces la utopía sí escapa de la
realidad. Incluso las utopías bíblicas reflejan horizontes que no siempre provocaban
cambios significativos. Necesitamos, por tanto, ver cuáles son los rasgos que sí hacen que
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la utopía despliegue su potencial transformador. Para ello, volvemos al concepto de
energía desde la perspectiva de la diferencia de potencial.
En el anterior capítulo, se veía la energía como una magnitud en forma de
capacidad. Todos los cuerpos tienen un estado energético potencial dado por esa
capacidad intrínseca de realizar un trabajo. Una mesa tiene capacidad de generar
movimiento. Un líquido tiene capacidad de transmitir o de recibir calor. Una nube
tormentosa tiene capacidad para participar en la aparición de un rayo. Un material
radioactivo tiene capacidad para alterar la estructura atómica de lo que le rodea51.
Sin embargo, la capacidad por sí sola no genera un cambio. La mesa genera
movimiento si se deja caer. El líquido transmite o recibe calor si su entorno está a
diferente temperatura. La nube provoca el rayo si contacta con otras nubes. El material
radioactivo emite radiación si no se aisla completamente. Nos hace falta, por tanto, que
haya unas condiciones adecuadas para la conexión entre cuerpos con diferentes estados
energéticos, conexión que puede ser natural o inducida. Esa conexión y consiguiente
variación del estado energético de los cuerpos se llama diferencia de potencial. Esta
diferencia de potencial es la que hace útil la energía que poseen los cuerpos.
Si la utopía no quiere perder su potencial transformador ha de generar y mantener
la diferencia de potencial entre la realidad de la que parte y el ideal al que apunta. Es
decir, debe mantener su capacidad de poner en contacto conceptos aparentemente
opuestos. Por eso, vamos a analizar el potencial transformador de las utopías a partir de
unos criterios que determinan la capacidad de dichas utopías de poner en contacto esos
51 La mesa, el líquido, la nube y el material radioactivo señalan los cuatro rostros originarios de la energía: el gravitacional (depende de la masa de los cuerpos), el térmico (de su temperatura), el eléctromagnético (del estado de los electrones) y el nuclear (del estado de los núcleos atómicos).
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conceptos aparentemente opuestos. Este análisis es consistente con la naturaleza de la
energía y de la diferencia de potencial:
- Por un lado, la diferencia de potencial la podemos ver desde distintas
perspectivas dependiendo del campo energético en el que nos movemos: en
una diferencia de alturas (campo gravitacional), temperaturas (campo térmico),
voltajes (campo electromagnético) o cargas radioactivas (campo nuclear). De
igual manera, nuestros criterios presentan diferentes características –desde
perspectivas tan diversas como la Sociología, la Psicología o la Teología- que
son la llave para unir esos conceptos aparentemente opuestos. Es decir, cumplir
esas características mantiene abiertas las distintas posibilidades de diferencia
de potencial, y así conserva y aumenta su potencial transformador. Estas
distintas posibilidades son todas válidas y además enriquecen el conjunto.
- Por otro lado, hay una relación entre los distintos campos de forma que
la energía se puede transformar de unos campos a otros: el rozamiento de caída
de los cuerpos puede producir calor (los meteoritos al entrar en la atmósfera),
la caída de líquidos electricidad (el agua en un embalse), la electricidad calor
(lámparas incandescentes), etc. De igual manera, nuestros criterios no van por
separado sino que, de hecho, están relacionados entre sí, y no se pueden
entender de forma aislada. Son más bien diferentes perspectivas sobre una
misma realidad.
Esos criterios vienen dados en clave personal, es decir, desde los sujetos llamados
a vivir desde esa utopía. Esto nos permite desplegar esos criterios como orientaciones
21
morales que guían al ser humano, entendido en su naturaleza social, hacia su plenitud.
Por tanto, los criterios nos hablarán de un ideal de persona.
2. El Decálogo de la vida
Vamos a presentar el ideal de persona en forma de Decálogo por su similitud en
varios aspectos con el Decálogo del Antiguo Testamento52. Primero, nuestro Decálogo
también consta de diez criterios con fórmulas breves y fáciles de retener en la memoria.
Segundo, todos los criterios son necesarios para desarrollar el potencial transformador: al
igual que no era voluntad de Dios cumplir unos mandamientos descuidando otros, no se
logra un cambio social centrándonos sólo en algunos criterios. Tercero, aunque se apoya
en las ciencias sociales, no puede prescindir de una lectura teológica que se hará más
evidente en los últimos criterios. Cuarto, evita deliberadamente referirse a contextos
concretos y así refuerza su validez en cualquier circunstancia53. Y quinto, los criterios no
tienen un sentido jurídico, sino que son instrucciones que, desde nuestras propias vidas,
sirven para llevar a la plenitud la vida social54. Es decir, tienen carga ética: no hablamos
de un cambio sin más, sino de un cambio en positivo, con contenidos que conduzcan
hacia un mundo mejor. Por eso es un Decálogo de la vida, porque habla de un potencial
transformador que se debe transparentar en nuestras vidas para así generar más vida.
Cada punto del Decálogo define una diferencia de potencial a mantener y una
cualidad personal desde la que hacerlo. Lo representamos de forma gráfica:
52 Ex 20, 2-17 y Dt 5, 6-21.53 Moshe Weinfeld, “What Makes the Ten Commandments Different?” en Bible Review 7 (1991), 37-38.54 Si bien es cierto que la formulación del Antiguo Testamento es muy precisa y no invita a interpretaciones, no es sin embargo un texto legalista: los mandamientos aparecen más como instrucciones morales que como preceptos legales. Luego es un texto muy abierto para su época. Ver M.Weinfeld, idem, 38.
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Diferencia de potencial
Polo 1 Cualidad en el sujeto que une ambos polos
Polo 2
1 Falso Acción Verdadero2 Irrealizable Paciencia activa Realizable3 Profundidad del ideal Inclusividad Accesibilidad al ideal4 Denuncia Memoria Subversiva Anuncio5 Estructuras Capacidad crítica Valores6 Carisma Liderazgo Institución7 Fantasía Imaginación Craso realismo8 Negación incondicional
de los instintosLibertad Afirmación incondicional
de los instintos9 Voluntad Esperanza Gracia10 Historia Fe en el Dios de la historia
y de la Resurrección Metahistoria
2.1. Entre lo falso y lo verdadero: acción
El ideal utópico se refiere en principio al futuro, a lo que todavía ni es ni está: a lo
falso, en definitiva55. Sin embargo, se logra crear un diferencial de potencial cuando esa
falsedad se hace verdadera en el presente el que se ve afectado por el ideal. Lo que
objetiva la consecución de ese diferencial de potencial es la acción.
La pura literalidad de las palabras presenta el ideal como algo lejano, una
negación de la realidad presente. Utopía, palabra acuñada por Tomás Moro (político
inglés de principios del siglo XVI), procede del griego y significa literalmente “no-lugar”
(ouk-topos), lo cual se asocia con lo falso: una válvula de escape sin reflejo en la realidad,
un futuro sin conexión con el presente56. Esa asociación se ha visto además reforzada por
la tendencia de toda utopía a presentar el cuadro de lo deseable en otro tiempo o espacio:
55 Tomamos esta doble expresión de verdadero-falso de Theodor W. Adorno, que la utiliza en un debate con E.Bloch. Ver E.Bloch, The Utopian Function of Art and Literature (Selected Essays) (Cambridge, MA: The MIT Press, 1988), 12.56 En su obra más famosa, Utopía es una isla perdida en un lugar remoto donde se vive en un modelo de sociedad ideal.
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en el pasado (el Jardín del Edén bíblico o la Época Dorada), en el futuro (la sociedad
marxista o el Novum Ultimum de Bloch) o en lugares remotos (la isla Utopía).
Sin embargo, ni las palabras ni la realidad son cotos de significado cerrados. La
personalidad de Moro, un hombre metido de lleno en la realidad de su tiempo y que
murió ejecutado debido a sus principios éticos y religiosos, invita a entender la utopía no
en el sentido de “no-lugar” sino en el de “buen-lugar” (eu-topos)57. Lo falso de una
imagen futura cede su puesto a lo verdadero de un presente dinamizado por esa imagen.
Así, el “lugar” pasa del futuro al presente: quien se queda en la literalidad del ideal y se
desanima ante él no está sólo negando ese ideal como lugar futuro, sino sobre todo está
negando su propio lugar en el presente, su propia capacidad de dinamizar la realidad.
Luego la utopía tiene potencial transformador cuando intenta “moverse de la utopía a la
eutopía: del no-lugar al buen-lugar”58.
La objetivación de este criterio es la puesta en acción. El ideal utópico se hace
verdad en los efectos que produce en el presente. La pregunta primera no es si esa utopía
es correcta o posible, sino si afecta a nuestra vida en el aquí y ahora o, tal como dice
Mannheim, si impele a la acción para superar el desfase entre la mente y la realidad59.
Puede ser un ideal racionalmente “inviable” que, sin embargo, se hace viable en el
cambio de actitud que produce en nosotros cuando nos mueve a actuar. La utopía nos
hace explorar lo posible y vivir el presente de una manera distinta. Por eso, como dice
Sally McFague, el Reino de Dios no es un lugar futuro sino, ante todo, una manera de
57 Esteban Krotz, “Utopía y Anti-utopía al Final del Milenio”, en Christus 705 (1998), 9.58 La cita es de Daniel Sargent. Aparece en K.Kumar, Utopianism, 77. (La traducción es mía)59 Karl Mannheim, Ideology and Utopia (New York: Harcourt, Brace and Co., 1936), 173.
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estar en el mundo60. En ese sentido, la utopía conecta lo falso y lo verdadero sobre todo
desde la acción vivida en el presente.
Esta capacidad -hacerse verdad en el presente desde lo falso del futuro- es tan
connatural a la utopía, que se define como anti-utopía a aquel ideal futuro que no sólo no
fomenta la acción sino que, además, la paraliza. Obras como Un mundo feliz, de Aldous
Huxley (1932), o 1984, de George Orwell (1949) dibujan un retrato dantesco de un futuro
totalitario. En estos casos, toda alternativa de futuro se presenta como amenaza, sobre
todo por parte de aquellos que quieren mantener el sistema actual. Cualquier alternativa
es algo tan caótico que, aun estando mal, la gente es reacia a cualquier cambio 61. Luego
las anti-utopías no sólo no tienen potencial transformador, sino que su potencial es
eminentemente conservador.
2.2. Entre lo irrealizable y lo realizable: paciencia activa
La mirada que lanzamos sobre el presente en el criterio anterior tiene, sin
embargo, su origen en el cuadro que se nos pinta sobre el futuro. La realizabilidad o
irrealizabilidad del ideal influye en que la acción perdure en el tiempo. La síntesis en la
que la utopía se debe posicionar se trasluce en la actitud de paciencia activa.
Una utopía que se posiciona unilateralmente a favor de lo irrealizable provoca
desánimo si no permite experimentar algunos logros parciales en las acciones que se
llevan a cabo. Bloch, por ejemplo, tiende a ver la realidad sólo desde la perspectiva de lo
60 Sally McFague, Metaphorical Theology: Models of God in Religious Language (Philadelphia: Fortress Press, 1982), 98. La cita aparece en Kathleen R. Fisher, “The Imagination, Justice and Peace”, en Studies in Formative Spirituality 6 (1985), 30.61 Esto no quiere decir que esas obras no tuviesen poder para movilizar a la acción en su tiempo, especialmente contra los totalitarismos fascista y comunista en los que se encuadran. De hecho, ninguno de los dos escritores puede ser tachado de inmovilista: Huxley tiene bastantes escritos sobre crítica social, y Orwell participó en la Guerra Civil española por el bando republicano.
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no conseguido, lo cual es insuficiente porque parece que sacrifica todo el presente en
beneficio del futuro. Él mismo, a pesar de autodefinirse ateo, utiliza el lenguaje teísta
para afirmar que la esencia de Dios estaría sólo “delante de nosotros en vez de encima de
nosotros”62. Sin embargo, es sólo cuestion de tiempo que un ideal totalmente irrealizable
provoque agotamiento. Por tanto, con una utopía así entendida la acción tiende a
extinguirse.
Sin embargo, tal como nos demuestra la práctica y nos sugiere la teoría, tampoco
se puede reducir unilateralmente la utopía a la categoría de sueño realizable. La práctica
muestra cómo los modelos utópicos aplicados rara vez han tenido éxito o, a lo más, han
perdurado durante un corto espacio de tiempo: la aplicación del socialismo utópico a
principios del siglo XIX no arraigó (el proyecto Nueva Armonía, promovido por Owen en
Illinois, no duró ni tres años, y las falanges que Fourier diseñó no cuajaron ni en Francia
ni en Estados Unidos), y el comunismo como gran alternativa ha colapsado
definitivamente después de setenta años, aunque muchos creen que el colapso llegó
bastante antes. Algunas iniciativas como las Reducciones del Paraguay (misiones jesuitas
con indígenas americanos que recuperaban para la sociedad los modos tradicionales
nativos de vida en comunidad) o los cuáqueros en Norteamérica (un grupo de inspiración
cristiana que practica el ascetismo, viviendo en comunidades sin propiedad privada) han
aguantado mejor el paso del tiempo pero, por diversas razones, afrontaron o están
afrontado su declive y caída. En definitiva, la práctica muestra que es ilusorio pensar que
una utopía se vaya a convertir de hecho en realidad.
La teoría también problematiza la reducción de la utopía a sueño realizable
porque una utopía realizable se convierte en innecesaria: si el ideal se puede conseguir, lo
62 E.Bloch, The Principle of Hope, 67. (La traducción es mía)
26
importante no es tanto permanecer en el ideal como poner los medios para que se pueda
hacer realidad. Así, se sustituye el ideal de la utopía por el de una planificación seria y
rigurosa. Dos intelectuales como Mannheim y Marcuse así lo atestiguan. En 1930,
Mannheim afirma que el desfase entre realidad y aspiraciones de los distintos grupos
sociales es cada vez menor y que, por tanto, las utopías son cada vez menos necesarias
porque el mundo “no está ya más en proceso de hacerse”63. Cuarenta años más tarde,
Marcuse declara oficialmente el fin de la utopía puesto que el mundo tiene capacidad
material e intelectual suficiente para llegar a una sociedad auténticamente libre64. Los
horizontes sociales se confunden con objetivos concretos, y lo que debía ser objeto de
ilusión y posibilidad pasa a serlo de obligación y racionalidad. Así se pervierte la
naturaleza de la utopía y entonces se hace superflua. Por tanto, una utopía que se ofrece
como un objetivo político alcanzable está ofreciendo la mejor vía para su suicidio.
Sin embargo, incluso suponiendo que ese ideal político se alcanzase totalmente,
desde la teoría también surgiría otro problema: qué hacer una vez conseguido dicho ideal.
En ese caso, no quedaría más que el perpetuo aburrimiento y la muerte de la creatividad.
Por tanto, la utopía no puede ser un estado que una vez conseguido haga la política
innecesaria. Debe ser, al igual que el arco iris, una visión completa, coherente, que
permite que caminemos hacia ella, pero nunca que la atrapemos. Si no fuese así, no sólo
significaría el suicidio de las utopías sino también el nuestro porque, ¿qué nos quedaría
por hacer en un mundo en el que todo está conseguido?
63 K.Mannheim, idem, 230. (La traducción es mía) Es curioso como él mismo se asusta ante las consecuencias de su afirmación y, después de unas cuantas páginas, afirma la necesidad de que las utopías se mantengan vivas (ver también pp.230-236).64 Herbert Marcuse, Psychoanalysis, Politics and Utopia (Five Lectures) (Boston: Beacon Press, 1970), 62-69.
27
Esta necesidad de combinar lo realizable y lo irrealizable del ideal se trasluce en
la actitud de paciencia activa. Quizás la expresión que puede lograr la combinación de lo
realizable e irrealizable es la de realismo utópico: un realismo que, si bien necesita ver
logros que hacen caminar hacia la utopía, entiende ésta como un marco más grande que
cualquier logro concreto. La utopía es entonces una expresión trascendente a la vez que
inmanente65, un ya pero todavía no que nos acerca a la imagen teológica del Reino de
Dios66. Por eso, la utopía puede ser considerada una escatología historizada, de cuya
experiencia la paciencia activa es un reflejo.
2.3. Entre la profundidad del ideal y la accesibilidad al mismo: inclusividad
Si el anterior criterio se refiere al ideal para el conjunto de la sociedad en general,
este criterio se fija en las diferencias que un mismo ideal puede producir en diferentes
estratos de la sociedad. El potencial transformador se logra cuando se combinan
profundidad y accesibilidad. Esta síntesis sólo se logra haciendo de la inclusividad un
ideal en sí mismo.
Profundidad y accesibilidad por separado carecen de fuerza transformadora para
el conjunto de la sociedad. Por un lado, el ideal de altas expectativas tiende por sí solo a
convertirse en un absoluto, haciéndose opresivo para todos aquellos que no pueden
alcanzarlo67. Así, termina resultando ser el ideal de la minoría, sea la de los ricos, la de
los dotados física e intelectualmente o, incluso, la de aquellos capaces de renunciar a
ciertos principios en su conciencia moral (en aquellos ideales que dan rienda suelta a los
65 Milan Simecka, “A World With Utopias or Without Them?” en Peter Alexander, Roger Gill (eds.), Utopias (London: Duckworth, 1984), 172.66 Quizás utopía y Reino de Dios sean las dos caras de la misma moneda: la imagen de un todavía no que necesita de un ya en la historia (el Reino) frente a la imagen de un ya en la historia que necesita de un todavía no (la utopía).67 William F. Lynch S.J., Images of Hope (Baltimore: Helicon, 1965), 55, 101.
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placeres sensuales). Por otro lado, la accesibilidad por sí sola tiende a rebajar los
estándares, produce desmotivación y termina en anomia social.
La síntesis entre profundidad y accesibilidad sólo se puede lograr desde la
inclusividad como ideal. Inclusividad significa tratar de integrar el mayor número posible
de personas en el funcionamiento social para que, desde ahí, puedan descubrir su
dignidad como personas. Si bien la medición es difícil y ambigua, este ideal toma un
rostro humano porque el baremo para medir su consecución no son cifras ni estadísticas,
sino personas. Además, la realidad muestra como es un ideal ambicioso, exigente y
cuestionador de la tendencia de todo ideal a absolutizarse y a hacerse opresivo.
2.4. Entre la denuncia y el anuncio: memoria subversiva
Dentro de una utopía con potencial transformador, el pasado también tiene su
papel. Las calidades de la denuncia (que mira al presente y al pasado) y del anuncio (mira
más al futuro) están íntimamente ligadas. La memoria subversiva es la que consigue
dicha síntesis.
Denuncia y anuncio por separado tienden a corromperse68. Una denuncia sin un
futuro al que apuntar despersonaliza tanto a los oyentes como al denunciante. Los oyentes
escuchan sólo lo que está mal, nunca lo bueno ni las posibilidades abiertas en la realidad,
lo cual provoca desesperanza. El denunciante termina enredándose en la crítica por la
crítica y pasa a preocuparse principalmente de mantener su status como criticador del
sistema. Por su parte, un anuncio separado de la denuncia tiende a convertirse en
68 Uno de los primeros que subrayó esta necesidad de la doble dimensión de denuncia y anuncio es Paulo Freire. Ver P.Freire, “Extractos de una Carta a Rogerio de Almeida Cunha”, en Perspectivas de Diálogo (Montevideo, Diciembre 1970), 45-46. Gustavo Gutiérrez tomó esta idea de Freire. Ver G.Gutiérrez, A Theology of Liberation (Maryknoll: Orbis, 1999), 136. Por último, Enrique Dussel se refiere a esta misma idea como un doble momento negativo y positivo. Ver E.Dussel, Ética de la Liberación en la Edad de la Globalización y de la Exclusión (Madrid: Trotta, 2000), 454.
29
idealismo ajeno a la realidad y carente de fuerza profética. Por tanto, futuro sin pasado y
pasado sin futuro –o utopía sin historia e historia sin utopía- pierden su fuerza
dinamizadora con respecto del presente.
Moro presenta en su libro la complementariedad y oposición de ambos aspectos,
con la primera parte dedicada a la denuncia de la sociedad inglesa contemporánea y la
segunda a la presentación-anuncio de la sociedad ideal utópica69. Por un lado, son
visiones complementarias que se necesitan mutuamente puesto que no pueden entenderse
la una sin la otra. Su visión crítica de la sociedad inglesa –en la primera parte- está
alimentada por el anuncio de una sociedad donde lo importante no son los beneficios de
una clase social (los ganaderos) o el supuesto orden social, sino el bienestar de la gente.
Y la estructura social utópica –en la segunda parte- sólo se entiende desde las
limitaciones de la sociedad inglesa y la veta de deseos que dichas limitaciones abren. Por
otro lado, son visiones opuestas, lo cual aparece implícitamente sugerido a través de las
similitudes geográficas y políticas entre ambas sociedades, salvo por el detalle de que
Utopía es una isla de los mares del Sur70. Es decir, se representa a Utopía como una
Inglaterra puesta del revés.
La memoria es la capacidad que, convertida en memoria subversiva, une denuncia
y anuncio. Frente a la visión pasiva que Bloch tiene de la memoria71, Arendt sostiene que
la memoria hace que el pasado no se pierda en el olvido72. Con ella, la mente se hace más 69 Todas las referencias que hacemos de esta obra provienen de: Robert M. Adams (traductor y editor), Sir Thomas More. Utopia. A Revised Translation, Backgrounds, Criticism (New York: W.W.Norton & Co, 1992). Las referencias abreviadas las pondremos a nombre de Thomas More en vez de Robert Adams, por resultar el primero el autor directo al que nos referimos.70 De hecho, la isla tiene la dimensión aproximada de Inglaterra (Thomas More, Utopía, 31); el mismo número de provincias-ciudades, 54 (Th.More, idem, 32); y una capital a orillas de un río y relativamente cerca del mar, como Londres (Th.More, idem, 34). La única diferencia, que marca la oposición, es que es una isla en los mares del sur (Th.More, idem, 30). 71 Para Bloch, memoria es lo opuesto a la esperanza, entendida ésta como un acto cognitivo que apunta hacia delante, que crea y que aporta novedad (E.Bloch, The Principle of Hope, 12). 72 Hannah Arendt, The Life of the Mind. Willing (vol.II) (New York: Harcourt Brace Jovanovich, 1977), 12.
30
fuerte que la realidad porque puede mantener vivo el recuerdo de lo que pasó y de lo que
está pasando frente al despiadado paso del tiempo. Así, la memoria es más que un mero
recuerdo, requiere imaginación para readueñarse del pasado y volver a darle forma. Metz
va más lejos puesto que no vale readueñarse del pasado de cualquier manera, sino
poniendo la memoria del sufrimiento en el centro: la memoria de todos aquellos para los
que el pasado y el presente ha sido y está siendo una fuente de injusticias73. Esta memoria
se convierte en memoria subversiva que nos lleva tanto del pasado al futuro como del
futuro al pasado. Por un lado, la memoria subversiva, desde la convicción que estamos
llamados a algo distinto del sufrimiento, nos enseña los espacios de realidad que deben
ser cambiados. No sólo recupera el pasado sino que crea futuro, y un futuro distinto. Por
otro lado, ese futuro creado nos invita a mirar el pasado con ojos más lúcidos y más
sensibles ante el sufrimiento. Así, retroalimenta nuestra capacidad para generar memoria
subversiva y no aceptar como normal ningún sufrimiento. Por tanto, toda utopía tiene
potencial transformador a partir de la combinación de denuncia y anuncio que facilita la
memoria subversiva.
73 Johann Baptist Metz, Jürgen Moltmann, Faith and the Future (Maryknoll: Orbis, 1995), 8-11.
31
2.5. Entre las estructuras y los valores74: capacidad crítica
Otra conexión que la utopía debe procurar si quiere mantener su potencial
transformador es entre estructuras y valores. Sin embargo, en este caso se requiere algo
más que una mera conexión. No basta con conectar estructuras y valores desde una
relación causa-efecto en un solo sentido (estructuras como causa de los valores o
viceversa), sino que hay que ponerlos en mutua correlación. La conexión sólo la puede
llevar a cabo la capacidad crítica.
La utopía pierde capacidad transformadora cuando pone una dimensión como
causa exclusiva de la otra. Por un lado, considerar el ideal de cambio de estructuras como
motor exclusivo para el cambio de los valores75 tiende a considerar el cambio como algo
realizable desde la esfera política, lo cual trae los peligros comentados en el segundo
criterio. Además, es un ideal con peligro de inmovilismo y elitismo, porque aparece una
nueva clase dirigente encargada de diseñar y gestionar dichas estructuras las cuales al
final producen otras opresiones distintas a las que querían evitar. Por eso, estos cambios
de estructuras por sí mismos no tienden a una verdadera transformación sino simplemente
a cambiar la identidad de oprimidos y opresores. Por otro lado, considerar el ideal de
cambio de los valores como motor exclusivo para el cambio de estructuras tiende a no
transformar nada. Este extremo tiende a primar tanto el elemento interior que se olvida de
74 Por estructura entendemos toda institución social, y por valor aquellos estándares considerados deseables por los que se considera que se puede luchar en el ámbito social.75 La definición de utopía en sentido restringido suele referirse específicamente a ella como un ideal de sociedad centrado en el cambio de estructuras. Así, Krotz opina que la utopía hace el análisis social desde una perspectiva política, donde no se describe a la persona ideal ni el mundo cultural más que como dependiendo de unas estructuras sociopolíticas concretas (ver E.Krotz, idem, 10). Moro participa de esta opinión: el éxito de la comunidad utópica está “en las instituciones que han erigido” porque, de hecho, los ciudadanos de la isla no son distintos de los ingleses. Lo que los hace distintos son unas instituciones que cubren las necesidades básicas de todos, así como la desaparición de la propiedad privada y del dinero (ver Th.More, idem, 84, 29, 51, 28, 83, respectivamente). Otras utopías de corte psicológico como Walden Dos, de B.F. Skinner, defienden modelos behavioristas que, en el fondo, obedecen al mismo principio de pensar que las actitudes se pueden construir a partir de un plan predeterminado (ver R.Adams, idem, 249-258).
32
nuestra naturaleza corporal y social. Pueden caer en este extremo, aparte de
espiritualismos de distinto tipo, ciertas visiones que destacan únicamente el papel de la
educación como motor para el cambio76.
Sin embargo, entre estructuras y valores hay una correlación mutua. Por un lado,
las estructuras fomentan valores de uno u otro signo. El mercado como institución central
en la sociedad, por ejemplo, favorece el desarrollo de actitudes basadas en el propio
interés y en la competitividad, no sólo en la esfera económica sino en la vida en general77.
Por otro lado, los valores posibilitan la aparición o desarrollo de ciertas estructuras. El
valor del individuo (que en su exceso se convierte en individualismo) en nuestra sociedad
occidental ha permitido el desarrollo de instituciones democráticas, pero probablemente
también ha contribuido a la erosión de la estructura familiar. Por lo tanto, tal como dice la
Congregación General 34 de la Compañía de Jesús previniendo contra el énfasis
unilateral que en las últimas décadas se ha hecho en el cambio de estructuras, “el cambio
social no sólo consiste en la transformación de las estructuras políticas y económicas,
puesto que estas estructuras están a su vez apoyadas en actitudes y valores
socioculturales”78.
La capacidad crítica posibilita esa síntesis de estructuras y valores dentro del ideal
utópico. Esta capacidad parte de la convicción de que cualquier decisión produce
76 Mannheim ve la tendencia a centrarlo todo en la educación como una tendencia típicamente liberal y burguesa (K. Mannheim, idem, 198-200). Freire también observa cómo principios pedagógicos supuestamente revolucionarios pueden quedarse en agua de borrajas si no vienen acompañados por una acción concreta en las estructuras. Ver A.M.Araujo Freire, D.Macedo (eds.), 175 (el texto está sacado de la obra original de P.Freire, Literacy: Reading the Word and the World).77 Incluso el mismo estudio de la carrera de Económicas inhibe la cooperación. Ver Robert H.Frank; Thomas Gilovich; Dennis T.Regan, “Does Studying Economics Inhibit Cooperation?” en Charles Wilber (ed.), Economics, Ethics and Public Policy (Lanham: Rowman&Littlefield, 1998), 51-64. 78 Congregación General 34, decreto 3, número 10. De ahora en adelante, lo abreviaremos así: CG 34, d.3, n.10. Esta Congregación es la reunión de representantes jesuitas de todo el mundo en la cual se tratan temas de fondo que afectan a la identidad y misión de la Compañía de Jesús. La CG 34 se celebró en 1995 y sirvió para reafirmar el compromiso por la justicia (que había sido formulado en la CG 32, celebrada en 1975), y para extender dicho compromiso hacia el mundo de la cultura y del diálogo interreligioso.
33
víctimas, y de que estamos llamados a involucrarnos en un continuo proceso de
liberación. Además, el talante crítico une una dimensión moral con otra más propiamente
intelectual: por un lado, requiere un pensar interdisciplinar, erudición en las ciencias
sociales y lucidez intelectual; por otro, requiere humildad y honestidad con lo real
sabiendo que la realidad supera nuestra capacidad, pero también la incluye. Estas dos
dimensiones llaman a una conversión continua79, tanto intelectual como moral.
2.6. Entre el carisma y la institución: liderazgo
Los polos en desequilibrio guardan cierta semejanza con los del anterior criterio,
aunque ahí nos referíamos al ideal desde la capacidad de emitir un diagnóstico de la
realidad, mientras que aquí nos referimos a su capacidad de transmitirse, tanto en el
espacio como en el tiempo. El potencial transformador de la utopía se multiplica cuando
a la agudeza del carisma le corresponde la estabilidad de la institución. El elemento clave
para hacer esa síntesis es el liderazgo.
La visión carismática es habitualmente la catalizadora de la utopía. Tal como
afirma Mannheim, la visión utópica se genera primeramente en uno o unos pocos
individuos que aciertan a intuir el deseo dominante en la sociedad, a expresarlo y a
aportar cauces de acción para llevarlo a la práctica80. Weber llama carisma a esa visión,
“una cierta cualidad de un individuo que le distingue del resto de las personas y hace
suponerle dotado con unas cualidades sobrenaturales, sobrehumanas o, al menos,
excepcionales”81.
79 CG 34, d.3, n.17.80 K.Mannheim, idem, 187.81 Citado en Samuel N. Eisenstadt (ed.), Max Weber. On Charisma and Institution Building (Selected Papers) (Chicago: University of Chicago Press, 1968), xviii.
34
Sin embargo, el potencial transformador puede abortarse de dos maneras. Por un
lado, si el carisma no conecta con la institución pasa a convertirse en una comunidad
cerrada tipo secta que, con un gran rigorismo interno, persigue el ideal utópico a costa de
renunciar a desarrollar dicho ideal en el conjunto de la sociedad. Weber niega
implícitamente que en este caso pueda hablarse de utopía, puesto que la conexión con las
instituciones es esencial82. Por otro lado, el carisma puede conectar con la institución y
verse absorbido por ésta. En este caso desaparece el carisma y la posibilidad de servir de
levadura para la masa social. Esto suele darse cuando la utopía supera el ámbito de los
promotores iniciales, bien sea por una extensión en el espacio o por superar la primera
generación en el tiempo.
Por lo tanto, la síntesis se da a través de un liderazgo que combine carisma e
institución. Tal como afirma Eisenstadt, en la cristalización de todo proyecto “un papel
crucial es desempeñado por aquellas personas que dan señales de una especial capacidad
para establecer orientaciones globales, proponer nuevas normas y articular nuevos
objetivos”83. Este proyecto se hace más consistente si se potencia la diversidad de
carismas, de forma que el liderazgo no se restringe a unos pocos y de una determinada
manera de ser sino que, en su ideal, hace a todos poseedores de una dimensión
carismática para el bien social84. El liderazgo entonces es un liderazgo distribuido, un rol
integrador más que de privilegio, y se convierte en un rasgo del que todo sujeto debe
participar, al menos sobre su propia vida. Desde este liderazgo, se desarrollan
82 S.Eisenstadt, idem, xxi. 83 S.Eisenstadt, idem, xxxix. (La traducción es mía)84 Esta idea de la diversidad de carismas es originaria de San Pablo (1 Cor 12,4-11) y la recupera Leonardo Boff, que defiende el carisma como elemento estructurador de una institución que, por otra parte, es siempre necesaria para dar estabilidad e identidad. Ver L.Boff, Church, Charism and Power (New York: Crossroad, 1992), 48-56; 157-159.
35
instituciones carismáticas que perduran más allá de sus promotores iniciales. Estas
instituciones internalizan el carisma el cual, a su vez, penetra la institución.
La combinación de carisma e institución como base del ideal utópico nos abre a
una nueva imagen del Espíritu, que deja de estar asociado exclusivamente al carisma.
Esta exclusividad procede de la visión idealizada de los primeros tiempos de la Iglesia
como una época de débil institucionalización, fuerte dinamismo y gran vinculación al
Espíritu. Algunos movimientos carismáticos medievales, como el de Joaquín de Fiore85,
acentuaron esa relación Espíritu-carisma. Sin embargo, si el Espíritu es el que da el
dinamismo para que toda la sociedad camine hacia el Reino, parece que ese dinamismo
es a largo plazo más sólido con una adecuada combinación de carisma e institución. Ello
nos invita a repensar la teología trinitaria para hacerla más significativa hoy en nuestro
mundo.
2.7. Entre la fantasía y el craso realismo: imaginación
Los dos siguientes criterios se enfocan desde la perspectiva psicológica. En este
criterio, la utopía debe combinar el poder evocador de la fantasía con la capacidad de los
hechos de hablar por sí mismos. Esta síntesis, que da a la utopía su poder transformador,
se consigue desde la imaginación.
Tanto la fantasía como el craso realismo se separan de la realidad y, por tanto,
disminuyen el poder transformador de la utopía. La experiencia de la fantasía86 construye
un mundo propio en el que todo se distorsiona (incluso el propio yo), un mundo que
85 Joaquín criticó fuertemente la corrupción del poder clerical, e incluso habló de la irrupción del Anticristo en el Papado. Además, su época del Espíritu (ver nota relativa a Joaquín de Fiore en el capítulo anterior, y las mismas referencias bibliográficas) consiste en una sociedad de amigos, donde las instituciones no serán necesarias.86 Richard T. Knowles, “Fantasy and Imagination”, en Studies in Formative Spirituality 6 (1985), 53-59.
36
además se tiende a imponer sobre los demás. Así, cuando la persona tiene que volver de
nuevo a la realidad se experimentan dificultades. Liberarse de esa fantasía no es fácil,
puesto que no es sólo cuestión de darse cuenta de ello y hacerlo consciente. Está tan
metido en nuestra personalidad que requiere un largo proceso, generalmente ayudado por
ciertas experiencias o bien de crisis o bien de cambios drásticos exigidos por la misma
realidad (e.g., muerte de los padres de un adolescente y consiguiente obligación de
empezar a trabajar para ganarse la vida)87. Algunas utopías, tales como los fascismos,
tienden a dejarse absorber por esta dimensión, la cual tiende a aislar dicha utopía de la
realidad, fomentando la aparición de círculos cerrados y evitando el diálogo con otras
maneras de pensar.
El craso realismo, pese a su apariencia, también se separa de la realidad. Reduce
los hechos a puros sucesos, y los trata de objetivar para que hablen por sí mismos. Se
busca el ideal de objetividad que se eleva a categoría moral, lo cual provoca
indirectamente un desapego por la realidad. Se identifica con la capacidad de la razón
desprovista de pasión. Así, esta forma de razonar aisla del verdadero conocimiento de la
realidad88 y hace que sólo exista el pasado y el presente pero nunca el futuro, que todavía
no ha acontecido89. Por eso, el craso realismo ni siquiera da una oportunidad a la utopía.
87 Estas características no quieren decir que la fantasía no sea necesaria. Por el contrario, es necesaria por tres razones. Primero, ayuda a liberarnos del miedo en ciertos momentos de crisis. Segundo, construye nuestra propia personalidad la cual nos da una identidad ante los demás y ante el entorno. La personalidad en el fondo no es más que una fantasía, una definición que hacemos de nosotros mismos a partir de nuestra propia autopercepción. En la medida en que permitimos que el contacto con los demás varíe esa definición, nos adaptamos mejor a la realidad y salimos del terreno de la fantasía. Y tercero, la fantasía sirve como fuente de imágenes, significados y horizontes para la imaginación. 88 K.Fisher, idem, 31.89 Por eso Arendt, que tiene una visión estrecha de la capacidad humana del pensamiento, asocia dicha capacidad únicamente con el pasado, mientras que sólo desde la capacidad de la voluntad se puede hablar del futuro. Ver H.Arendt, The Life of the Mind. Willing (vol.II), 37.
37
La experiencia psicológica de la imaginación hace la síntesis de la fantasía con el
craso realismo90. Nos envuelve a todos los niveles, incluidos los de las emociones y de la
voluntad. Nos libera del miedo tal como la fantasía pero, al igual que otras experiencias
como el amor o la esperanza, lo hace de frente a lo que la realidad nos presenta. Ello
provoca que, aunque se nutra de contenidos procedentes de la fantasía, sus efectos sean
más sólidos y duraderos. Dichos efectos son varios. Primero, la imaginación incluye no
sólo la voluntad para superar las resistencias que puedan surgir sino también la apertura a
posibles cambios en el proyecto utópico. Segundo, la imaginación conecta el pasado y el
futuro. Nos ayuda a readueñarnos del pasado y a construir las imágenes de futuro que
modelen nuestro presente, porque no podemos trabajar hoy por un mañana que antes no
hayamos imaginado. Y tercero, nos abre a la compasión, puesto que la empatía requiere
una apertura imaginativa al mundo del otro. Por tanto, la imaginación abre un espacio
entre sueño y realidad que, tal como dice Bloch, “no es dañino si el sujeto cree en su
sueño, si está atento a la realidad y ésta le sirve de contraste con sus castillos en el aire, y
si trabaja concienzudamente para la realización de ese sueño”91.
2.8. Entre la incondicionalidad en la negación y la afirmación de los instintos:
libertad
También desde la perspectiva psicológica, el mundo de los instintos ofrece un
nuevo ángulo de visión. Una utopía carece de poder transformador cuando hace de los
instintos el centro de su propuesta, bien sea para afirmarlos o para rechazarlos. La síntesis
se logra desde el concepto de libertad.
90 R.Knowles, idem, 59-63.91 E.Bloch, The Principle of Hope, 10. (La traducción es mía)
38
Hacer de los instintos una realidad predeterminante en el ser humano reduce su
capacidad de transformación de la realidad, tal como se ve desde la ortodoxia
psicoanalítica. El psicoanálisis niega que los deseos existan como una apropiación libre
de las tendencias, sino que están puramente condicionados por el principio egoísta del
placer. Por eso, desaparece la esperanza y todo deseo se convierte en predecible. Por un
lado, desaparece la esperanza porque nos dominan los deseos espontáneos, donde la
espera no tiene sentido, ni tampoco el cultivo de la imaginación o de los sueños derivados
de aquello que se espera. La esperanza entonces se abalanza sobre el presente y ahoga el
futuro. Por otro lado, todo deseo es predecible porque se determina científicamente el
origen de los ideales, que se forman ya sea bajo la dominación de la imagen del padre
(Freud) o del complejo de inferioridad (Adler)92. Es decir, no entra el ámbito de la
libertad ni el futuro existe como novedad, sino como una mera continuación del
presente93. Por tanto, una utopía donde la antropología subyacente somete al ser humano
a la tiranía de los instintos no parece que pueda transformar de fondo la realidad.
Sin embargo, esa utopía carente de poder transformador puede presentarse bajo
diferentes caras. Por un lado, algunas utopías rechazan esos instintos e intentan
aplacarlos, creando estructuras para “salvar” a los individuos y a la sociedad. Se termina
entonces en regímenes totalitarios donde la negación de la libertad es evidente94. Por otro
lado, otras utopías afirman totalmente dichos instintos, con un ideal de sociedad donde
92 H.Marcuse, idem, 1-13.93 Marcuse se sitúa dentro de este modelo para proponer un nuevo tipo de modelo social donde los instintos no sean reprimidos sino potenciados, desde una noción distinta de progreso, no cuantitativo sino cualitativo. La consecuencia sería potenciar otros valores como la vida, la libertad y el carpe diem. Frente a los que tienen miedo de que eso se convirtiese en un descontrol moral, él argumenta que, en el fondo, las ideas de utopía que dan lumbre a todos los excesos están basadas en el mismo espíritu reprimido que sostiene el sistema represor (ver H.Marcuse, idem, 38-41).94 En estos casos no es unánime la consideración de las estructuras políticas como algo bueno. Muchos las seguirán viendo como instrumento de dominación, si bien totalmente necesarias para evitar males mayores.
39
nada se debe reprimir. Si bien podría parecer que este extremo defiende la libertad y la
novedad, lo cierto es que es tan predecible como el anterior puesto que, aunque ahora no
hay estructuras políticas encargadas de controlar todo, la certeza del absoluto poder de los
instintos no reconoce en los seres humanos más posibilidad de novedad que en los
animales.
Una utopía con potencial transformador sólo se puede dar desde la convicción de
que el ser humano es contextualmente libre: está condicionado por sus instintos, pero no
predeterminado por ellos. Esta utopía entonces no pone en el centro los instintos, sino
nuestra apropiación de ellos. No es una utopía que sólo mira hacia atrás, a las ataduras
que nos condicionan, sino hacia delante, a los proyectos y oportunidades que se
presentan. Esta doble mirada hacia atrás y hacia delante marca los dos momentos de la
libertad contextual. El primer momento es el de apropiación de lo que nos condiciona,
tanto a nivel personal (nuestros instintos primarios) como social (tendencias derivadas de
dichos instintos y de la cultura, tales como las relaciones de poder, sociología de
grupos...). Desde aquí, vemos que la espontaneidad no es libre, es simplemente una
acción inmediata que ignora el efecto de los instintos personales y las tendencias sociales
en nosotros95. Esta conscientización es necesaria para el dominio de dichos instintos y
tendencias, dominio que no significa represión, sino conocer lo que pienso y siento -o lo
que sucede en la realidad-. De este dominio, se pasa al segundo momento: la decisión de
aceptar o no ese condicionamiento que procede del primer momento96. Se imagina el
95 Este aspecto reflexivo es fundamental en la libertad. Si no, se cae en lo que Arendt denomina la “banalidad del mal”, un triste estado donde ni siquiera hay conciencia del mal que resulta de las acciones propias y ajenas. Arendt esculpió ese concepto tras ver a Eichmann en el juicio de Jerusalén, la imagen de un hombre corriente, no especialmente inteligente ni malévolo, simplemente estúpido e inconsciente ante las consecuencias de sus actos. Ver H.Arendt, The Life of the Mind. Thinking (vol.I) (New York: Harcourt Brace Jovanovich, 1977), 3.96 Esta es la línea de pensamiento que Gendlin desarrolla en el ámbito de lo personal. Presenta una técnica que tiene como objetivo precisamente buscar la formulación de lo que me está sucediendo por dentro.
40
objeto del deseo y, a partir de la capacidad de verlo como mejor que lo actualmente
existente, se decide qué se hace97. Por tanto, la libertad contextual tiene un momento de
mirada hacia atrás que puede ser identificado con una libertad de, pero tiene un segundo
momento que proyecta a una libertad para. La utopía que no incluye estos dos momentos
carece de potencial transformador.
2.9. Entre la voluntad y la gracia: esperanza
Este criterio hace referencia a la expresión teológica de nuestra actitud ante la
utopía. Dicha utopía tiene potencial transformador cuando logra combinar la voluntad
personal y colectiva hacia dicho ideal con el total desasimiento del mismo a través de la
gracia. Esa síntesis se logra desde la virtud de la esperanza.
Voluntad y gracia por separado no encienden la chispa del cambio. Una utopía
que alude únicamente a la voluntad de los receptores, aparte de poner la utopía en la
esfera de la obligación, carece de capacidad de contraste. Dichos receptores reciben un
ideal con el cual los únicos interlocutores son ellos mismos, como individuos o como
grupo. Desaparece la posibilidad de que la realidad, un “otro” aparte de dichos
receptores, cuestione sus certezas individuales o colectivas. Siendo verdad que la
voluntad es la catalizadora de la acción -y por tanto puede comenzar espontáneamente un
proceso de cambio-98, sin embargo ese centramiento en lo propio ahoga la capacidad de
sorpresa. Por su parte, una utopía que alude únicamente a la gracia se olvida de los
receptores y anula su subjetividad. Así, es imposible que dichos receptores se involucren
Pretende crear una distancia temporal entre el yo y los propios instintos, pensamientos y sentimientos, de forma que se pueda pasar al segundo momento de la libertad. Ver Eugene T. Gendlin, Focusing-oriented Phsycotherapy. A Manual of the Experiential Method (New York: Guilford Press, 1996).97 E.Bloch, The Principle of Hope, 46.98 H.Arendt, The Life of the Mind. Willing (vol.II), 7.
41
en un ideal que prescinde de ellos. Por tanto, un ideal mantenido desde la gracia no
encuentra sujetos en este mundo dispuestos a hacerlo realidad.
La esperanza conecta la voluntad y la gracia, y se convierte en la actitud teológica
que alimenta el potencial transformador de la utopía. La esperanza nos llama a la acción,
a ser sujetos en la consecución de aquello que esperamos, dinamizando nuestra voluntad.
Pero también nos llama a vernos necesitados de los demás y, en última instancia, de Dios.
Así, la esperanza combina gracia y voluntad puesto que se tiene esperanza para otros,
pero también gracias a otros: es decir, la esperanza se da pero también se recibe. La
esperanza se nutre en el compartir y en el hacer al otro parte de mi vida no sólo cuando es
el otro quien necesita ayuda, sino también cuando la necesito yo. La gente cuya esperanza
es más fuerte es aquella que vitalmente siente una red de ayuda más sólida que los demás,
tanto para dar como para recibir99. La expresión de dicha esperanza se radicaliza en la
relación con Dios. En el dar, nuestra esperanza para Dios es radical en el sentido de que
Dios es totalmente limitado e impotente y necesita de nuestra acción en este mundo para
hacer llegar su Reino100. Y en el recibir, nuestra esperanza gracias a Dios es igualmente
radical cuando, desde la apariencia de que nada puede cambiar en la vida social, Dios nos
rescata y nos permite seguir “esperando contra toda esperanza”101. Por tanto, la esperanza
como virtud teológica nos lleva a un dar y a un recibir absolutos que hacen de detonante
para un potencial transformador pleno.
2.10. Entre la historia y la metahistoria: fe en el Dios de la historia y de la
Resurrección99 W.Lynch S.J., idem, 31; 53-62.100 John Elias, Paulo Freire: Pedagogue of Liberation (Malabar, FL: Krieger Publishing Company, 1994), 139.101 Rom 4,18.
42
Este criterio se refiere a la utopía y su relación con la historia. Una utopía con
potencial transformador debe tener la capacidad de no caer en los extremos del
historicismo ni de la abstracción de la historia. Debido al sentido mayormente
intrahistórico del término “utopía”, el principal peligro que aquí analizamos es el de una
utopía que caiga en el historicismo102. Desde ese punto de partida, la síntesis se logra con
la imagen teológica por excelencia, Dios, y en concreto con la imagen del Dios de la
historia y de la Resurrección.
En la práctica, el término “utopía” tiende a utilizarse en términos puramente
históricos. Así, la utopía no es un ideal cualquiera, sino un ideal adaptado al momento y
lugar en el que surge. Cada momento y cada lugar no sólo tienen su historia, sino también
la posibilidad de anticipar un horizonte concreto y no otros103. Muchas utopías anticipan
en su tiempo lo que el siguiente peldaño de la historia va a deparar: La Ciudad de Dios de
Agustín apunta hacia la todavía entonces incipiente economía feudal; Utopia de Moro al
libre comercio; y El Nuevo Cristianismo de Saint-Simon (1825) al nuevo capitalismo
industrial. Una utopía feminista, por ejemplo, hubiese sido impensable hace dos mil años,
como lo sería hoy aceptar la esclavitud que Moro acepta en su sociedad utópica104.
Además, los diferentes lugares también influyen: mientras que Moro sitúa su utopía en un
modelo parlamentario como el inglés, La Ciudad del Sol de Campanella (1623) seguía un
siglo después todavía el modelo absolutista predominante en el continente105. 102 El peligro de abstracción de la Historia se relaciona más con términos más puramente teológicos como “escatología”. Ver Juan Luis Ruiz de la Peña, idem, 24-26.103 Bloch distingue aquí entre Frente, entendido como el horizonte visible concreto al que la esperanza apunta en un momento y lugar determinado, y el Ultimum, el último horizonte donde se cierra el proceso porque se llega a la plena autenticidad e identidad (E.Bloch, The Principle of Hope, 129-130; 201-202).104 Th.More, idem, 42, 43, 57, 59.105 E.Bloch, The Utopian Function of Art and Literature, 4-5; y The Principle of Hope, 479. La Ciudad del Sol es una teocracia donde el último poder está en manos de Dios, representado en la ciudad por un sumo sacerdote llamado Hoh, el cual está a su vez asistido por tres príncipes llamados Poder, Sabiduría y Amor, encargados respectivamente de los asuntos de guerra y paz, de las ciencias, y de la perpetuación de la raza. Es una sociedad jerárquica cuya disposición por estratos ascendentes queda reflejada incluso en la
43
Esta historicidad de la utopía ha llevado a estudiosos del pensamiento utópico a
dividirlo en etapas en estrecha relación con las ciencias sociales e históricas. Mannheim
divide la historia de la utopía en cuatro etapas, cada una con un deseo dominante, una
especie de inconsciente social mayoritario, que origina un tipo concreto de mentalidad
utópica106. Hansot, por su parte, habla de dos modos de pensamiento utópico: el estático,
propio de la utopía clásica y centrado en la conversión individual; y el moderno, que
incorpora la noción de progreso, apunta a la reconstrucción social y se preocupa por la
posibilidad del cambio107.
Sin embargo, aun con su aparente limitación a lo puramente histórico, la utopía
moderna y su idea de progreso han tenido un fuerte contacto con el milenialismo
religioso108, a pesar de las diferencias entre el pensamiento utópico y el milenialismo109.
Tal como afirma Harrison, los milenialistas moderados110 se identificaron poco a poco
disposición de la ciudad, construida sobre una colina y con el templo en el punto más alto. Ver Tomás Campanella, “La Ciudad del Sol”, en Charles M.Andrews (ed.), Famous Utopias (New York: Tudor, 1937), 275-281. 106 Las cuatro mentalidades son la chiliástica, liberal, conservadora y socialista. Los rasgos de ellas se suelen entremezclar, aunque la historia ha ido teniendo a cada una de ellas como dominante de forma sucesiva (K.Mannheim, idem, 190-222).107 J.C.Davis, “The History of Utopia. The Chronology of Nowhere”, en Peter Alexander y Roger Gill (eds.), Utopias, 2.108 El milenialismo religioso era una corriente que creía que al fin del mundo seguiría el comienzo de una nueva vida durante un tiempo también en esta tierra. A pesar de ser condenada como herejía en Efeso, esta tendencia continuó durante siglos. Ver J.F.C.Harrison, “Millenium and Utopia”, en Peter Alexander y Roger Gill (eds.), Utopias, 61-62.109 Según afirma Kumar, el utopianismo dibuja sobre todo el futuro, mientras que el milenialismo mira el presente como futuridad. El utopianismo presenta la imagen de la nueva sociedad y lo que pasa en ella, y espera que eso alimente el deseo en nosotros de vivir en esa sociedad ideal. El milenialismo no se centra tanto en el contenido de la sociedad ideal ni en fomentar el deseo de ella. Lo que intenta fomentar es un dinamismo hacia delante. Se dibuja el futuro no como futuro, sino como actitud para vivir el presente. Lo central no es ni el deseo de esa sociedad ideal, ni estar en esa sociedad. Es más bien el movimiento hacia esa sociedad. Luego quizás el utopianismo trabajaría más la noción de deseo a partir del cuadro final, mientras que el milenialismo lo haría más en la noción de esperanza y consiguiente acción hacia esa meta esperada. Ver Krishan Kumar, “Apocalypse, Millenium and Utopia Today”, en Malcolm Bull (ed.), Apocalypse Theory and the Ends of the World (Cambridge, Ma: Blackwell, 1995), 201-204; 212-214.110 Había dos facciones, una más moderada y otra más radical, que se diferenciaban más en el estilo que en el contenido. Mientras unos tendían a pensar que el Reino de Dios vendría gradualmente por medio de mediaciones humanas, los otros creían en un advenimiento más repentino y catastrófico (J.F.C.Harrison, 63-65).
44
con la idea de progreso, asumiendo que el reino de Cristo vendría poco a poco a través de
los reinos de este mundo111. Tuveson, por su parte, sostiene que el progreso puede ser
considerado como un milenialismo secular que va emergiendo desde el siglo XVI. En el
análisis de los comentarios apocalípticos hechos en Inglaterra desde el siglo XVI al siglo
XIX, él observa cómo la visión de la historia va siendo cada vez más positiva 112. Así, la
utopía moderna y su fe en el progreso no suponen la sustitución de la fe por la razón, sino
más bien el fortalecimiento de la fe en la historia. Por tanto, la convivencia que durante
tres siglos mantuvieron lo histórico, el progreso y la utopía –por un lado- y la dimensión
más metahistórica de la religión –por otro- demuestran que estos campos no son
necesariamente opuestos.
En esta línea, Moro ve la religión como aspecto fundamental en su sociedad
utópica. Los principios de la religión son básicos para alcanzar la plena felicidad, y la
educación debe quedar primariamente encomendada a los sacerdotes para que puedan
ayudar a los jóvenes a desarrollar el respeto hacia lo divino, único camino hacia la
virtud113. Tal como sostiene Chambers, la sociedad que Moro describe no se podría
entender si no es desde la creencia en la inmortalidad del alma y en la comunión de los
santos114.
Con todo, los dos últimos siglos han historizado demasiado la utopía, de forma
que han ayudado a la anulación de su potencial transformador. Murray opina que este
proceso se inicia en el siglo XIX, cuando la fe en la historia se desgajó del pensamiento
religioso e hizo rechazar el dogma cristiano de la resurrección115. Este rechazo, en el
111 J.F.C.Harrison, idem, 66.112 Ernest Lee Tuveson, Millenium and Utopia. A Study in the Background of the Idea of Progress (New York: Harper&Row, 1964), 45-201.113 Th.More, idem, 50, 78, 80.114 R.W.Chambers, “The Meaning of Utopia”, en R.Adams, idem, 144.115 J.B.Libanio, idem, 717.
45
fondo, sirvió para anular toda esperanza de una utopía que trajese una verdadera
transformación. Si la utopía es una posibilidad contenida por sí misma dentro de la
historia, dicha utopía en realidad no trae ninguna novedad, sino simplemente una mejor
percepción y aprovechamiento de las posibilidades contenidas dentro de dicha historia116.
Ante este rechazo de la resurrección, el ideal futuro se ha convertido en muchos casos en
la idea de un presente exprimido a tope.
En este contexto, Dios –el Dios de la historia y de la Resurrección- se convierte
en la imagen teológica que hace sobrevivir la utopía como ideal transformador. Este
Dios, que es siempre más de lo que podamos predecir, asegura el componente de novedad
en el futuro. Y, a la vez, dota a cada momento de un valor absoluto porque Dios mismo
está con nosotros en cada instante de la historia. Por eso, este primer símbolo teológico
del cristianismo –el Dios de la historia y de la Resurrección- es la síntesis que permite la
diferencia de potencial entre la historia y la metahistoria, síntesis necesaria para encender
la chispa del cambio social.
A diferencia con el Decálogo del Antiguo Testamento, en este Decálogo de la
vida Dios aparece al final más que al principio. Desde la fe israelita, el Decálogo se
expresa como palabras directamente procedentes de Dios117, un mensaje de arriba hacia
abajo. Dios, por tanto, aparece como centro del primer mandamiento, “No habrá para ti
otros dioses delante de mí”118, porque es el cimiento que sostiene todo el Decálogo.
Desde nuestro análisis, con el concepto profano de utopía y en un mundo secularizado, el
mensaje va de abajo hacia arriba. Por eso, Dios aparece como centro del último criterio:
116 J.L.Ruiz de la Peña, idem, 21-22.117 Ex 20, 1.118 Ex 20, 3.
46
pasa así de ser cimiento a constituirse en la piedra angular que cierra la bóveda y culmina
el Decálogo.
Sin embargo, en ambos casos Dios se convierte en el epicentro desde el cual
entender todo el Decálogo. Los mandamientos del Código israelita se presentan como
expresión de la voluntad de Dios. De forma similar, los criterios del Decálogo de la vida
nos muestran cómo entender a Dios y cómo vivir la vida según lo que Dios desea para
nosotros: una vida comprometida en la transformación hacia una sociedad ideal. Por ello,
el profetismo -capacidad de ir construyendo posibilidades reales en la historia y medio
para la consecución de la utopía desde la fe119- queda identificado con esas cualidades:
acción, paciencia activa, inclusividad, memoria subversiva, capacidad crítica, liderazgo,
imaginación, libertad, esperanza y fe en el Dios de la historia y de la Resurrección.
3. Conclusión
Este capítulo ha pretendido primero profundizar en el concepto de utopía para ver
qué características hacen que la utopía sí pueda participar, mediante la generación de
cambio social, en la salvación del ser humano. En términos físicos, el objetivo no ha sido
quedarnos en el concepto de energía sino pasar al de diferencia de potencial puesto que,
así como el concepto de energía nos deja con la conciencia de que podemos transformar
el mundo, es el concepto de diferencia de potencial el que nos abre efectivamente a
transformarlo. La utopía genera cambio social, por tanto, cuando conecta extremos
aparentemente opuestos y así provoca movimiento. Los diez diferenciales de potencial
que la utopía debe abrir si quiere ser motor del cambio social conectan: lo falso y lo
119 Ignacio Ellacuría, “Utopia and Prophecy in Latin America”, en Mysterium Liberationis, 289-328.
47
verdadero; lo irrealizable y lo realizable; la profundidad del ideal y la accesibilidad al
mismo; la denuncia y el anuncio; las estructuras y los valores; el carisma y la institución;
la fantasía y el craso realismo; la afirmación y negación incondicional de los instintos; la
voluntad y la gracia; y la historia y la metahistoria. Por tanto, los diferenciales de
potencial son criterios de transformación de la realidad: cuando la utopía los promueve,
se da el cambio social.
Desde esa pretensión, el segundo y principal objetivo ha sido mostrar la cara
personal de dicha utopía a través de los sujetos que pueden moverse en su consecución.
Es, en definitiva, el ideal de persona al que nuestra formación está llamada. Este ideal se
muestra en una persona que lleve una vida: orientada a la acción; guiada desde la
paciencia activa; apuntando a la inclusividad; sacudida por la memoria subversiva;
abierta a la capacidad crítica; reafirmada en el liderazgo (al menos sobre la propia vida);
espoleada por la imaginación; dinamizada por la libertad; enriquecida por la esperanza; y
alimentada por la fe en el Dios de la historia y la Resurrección. Los diferenciales de
potencial pasan a convertirse en criterios de evaluación de nuestras vidas, tanto a nivel
personal como social. Así, se convierten en la luz de nuestro horizonte, el nuevo
Decálogo desde el que estamos llamados a vivir en el mundo.
Lo anterior nos hace intuir que no hablamos de cualquier cambio, sino de cambios
que llevan a hacer un mundo más acorde con el Reino. En otras palabras, los
diferenciales de potencial descritos no sólo hablan del cambio, sino de un cambio en
positivo. La utopía fascista desarrollada en Alemania desde enero de 1933 hasta abril de
1945, por ejemplo, no entraría dentro de lo que hemos llamado cambio social. Tal como
Hitler describe en su libro Mein Kampf, el ideal debía romper con la democracia -
48
estableciendo una dictadura fuertemente carismática-, debía movilizar a las masas -
apelando a la fantasía más que a la razón-, y debía basarse en la supremacía de la raza
aria -llevando la accesibilidad de todos a un segundo plano-120. Esa utopía provocó un
cambio, pero no el cambio social del que hemos hablado. Por tanto, nuestro cambio
social está cargado de un contenido claro: el de hacer un mundo más humano a la vez que
más divino.
Esta reflexión teológica nos ha mostrado la utopía de nuestra misión educativa
desde la perspectiva del ideal de persona que queremos formar. Nos queda la otra forma
de ver la utopía que también se incluye en nuestra misión educativa, i.e., la perspectiva de
la sociedad en su conjunto. Ese ideal, de acuerdo con la imagen de la Doctrina Social de
la Iglesia, lo analizamos en el siguiente capítulo. Estas dos perspectivas se convierten, tal
como decíamos al final del anterior capítulo, en el horizonte de nuestra misión educativa
desde la visión utópica.
120 Adolf Hitler, Mein Kampf (Boston: Houghton Mifflin Co., 1937), 443, 581-583 y 284-286, respectivamente.
49
III. La Utopía de la Doctrina Social de la Iglesia: el Bien Común
Este capítulo pretende dos cosas. Por un lado, el principal objetivo es explicitar
nuestra utopía desde la perspectiva de la sociedad en su conjunto, el modelo de sociedad
que estamos llamados a perseguir. Para ello, nos ayudamos de la reflexión sobre el
principio social del bien común (BC) que tanto Jacques Maritain como principalmente la
Doctrina Social de la Iglesia (DSI) han desarrollado en las últimas décadas121. Este
principio del BC puede identificarse con la utopía porque, tal como afirma Santo Tomás,
es “el fin al que la sociedad apunta, el cual redunda en último término en los miembros de
dicha sociedad”122. Nuestra misión educativa, al ser parte de la misión global de la Iglesia,
puede tomar esta reflexión sobre el BC como esa “sociedad fraterna y justa” de la que
habla la CONEDSI al referirse a nuestra misión educativa123.
Por otro lado, este capítulo quiere también presentar nuestra utopía en diálogo con
otra utopía, desde la convicción que el pluralismo actual nos llama a buscar la verdad con
otros, no sólo como estrategia sino como parte de la misma verdad. Hoy ningún punto de
vista se acepta como totalmente objetivo. Reconocemos la verdad absoluta que procede
de Cristo, pero lo hacemos sabiendo que nuestra captación y expresión de la misma es
limitada. Por eso, el diálogo nos acerca a la verdad y nos previene contra la tiranía de los
121 Evidentemente, este salto a la reflexión ética desarrollada por Maritain y por la DSI no ignora sin más la figura de Jesús de Nazaret. A pesar de que el Evangelio no se refiere explícitamente a un ideal de sociedad, ni desde luego se hace muchas de las preguntas que hoy nos ocupan, sí que ofrece criterios y directrices éticas que la DSI utiliza para su reflexión sobre la vida social, económica y política. Así, la DSI tiene en la Escritura, y especialmente en la vida y obra de Jesús, una de sus fuentes principales de inspiración. Ver Thomas Massaro S.J. Living Justice: Catholic Social Teaching in Action (Franklin, WI: Sheed&Ward, 2000), 84-89. 122 Charles E. Curran, “The CG and Official CST”, en Oliver F.Williams (ed.), The Common Good and US Capitalism (Lanham: University Press of America, 1987), 112.123 Carácter Propio 1.5.
50
absolutos y de la razón totalizadora124. Así, la propuesta de la DSI es una expresión de la
verdad que necesita ser complementada con otras.
El interlocutor del diálogo es el modelo de desarrollo propuesto por Amartya Sen
y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), modelo conocido
como Desarrollo Humano (DH)125. Este modelo también puede considerarse un modelo
utópico puesto que, mostrando su proposición de desarrollo social, está mostrando
también el ideal al que apunta. Desde una inspiración laica y diferente perspectiva, este
programa ofrece bastantes similitudes y también algunas diferencias con la reflexión
acerca del BC. Esto permite ver lo específico de la fe cristiana en su visión utópica actual,
así como enriquecer la perspectiva de la DSI con otra perspectiva.
La primera sección presenta la evolución histórica de los conceptos de BC y
desarrollo y justifica su progresiva aproximación mutua. La segunda sección indica los
tres temas desde los cuales establecer el diálogo-comparación entre ambas propuestas
utópicas, diálogo-comparación que se lleva a cabo en las tres siguientes secciones.
Finalmente, la conclusión sintetiza los rasgos de la visión utópica de la DSI a través de
las similitudes y diferencias con DH.
124 Giroux habla de la necesidad de combinar la pasión modernista de los ideales con la lucidez posmodernista de no absolutizar dichos ideales. Una acción comprometida desde el diálogo crítico parece entonces la mejor opción. Ver Henri A.Giroux, idem, 39-88. 125 Amartya Sen es Premio Nobel de Economía y uno de los miembros del Consejo del PNUD. Pese a que ha desarrollado su modelo de desarrollo en publicaciones propias, el PNUD –UNDP en inglés- sigue básicamente su influencia, si bien en algunos puntos puede percibirse alguna diferencia de acentos. A partir de ahora, DH será una referencia genérica que incluirá tanto a Sen como al PNUD.
51
1. Evolución histórica de los conceptos de BC y desarrollo
BC y desarrollo, a pesar de tener en común la preocupación por el bienestar de la
gente en el ámbito social, pertenecen a campos de conocimiento distintos. Mientras
desarrollo es un concepto usado en el campo de las ciencias sociales, BC ha sido
utilizado en la reflexión filosófica y teológica. Y mientras desarrollo tiende a analizar la
realidad desde diferentes y limitadas perspectivas, BC tiende a tomar la realidad como un
todo.
Sin embargo, la historia muestra cómo ha habido un mutuo acercamiento entre
estos dos conceptos de hace unas décadas a la actualidad. El BC era hasta el Concilio
Vaticano II un concepto basado en una noción estática de Ley Natural, la cual presentaba
el ideal social como una realidad inmutable desligada de las circunstancias históricas. El
razonamiento teológico era autosuficiente para definir dicho ideal. A partir del Concilio,
el BC aparece no sólo como un objetivo a alcanzar, deducido desde la razón, sino
también como un proceso histórico, un principio social que debe ser aplicado desde la
ambigüedad de nuestro mundo. Por eso, su relación con ciencias sociales como la
Economía, Sociología o Psicología pasa a un primer plano. El BC se define entonces
como “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y
a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”126.
El desarrollo, en los inicios de su estudio teórico, tendía a definirse de manera
unilateral y autosuficiente desde la lógica de la ciencia social de la que se partía127. Desde
126 Gaudium et Spes 26.127 Este párrafo, exceptuando la referencia a DH, es una sinopsis del primer capítulo de A.H. Somjee, Development Theory: Critiques and Explorations (London: MacMillan, 1991), 1-42. A.H.Somjee, de origen indio, ha desarrollado su trabajo de investigación sobre el desarrollo también en Estados Unidos y Canadá.
52
la Economía, se identificaba desarrollo con crecimiento económico, tendencia que
todavía sigue viva en algunos países128. Otros enfoques se hacían desde las Ciencias
Políticas y la Sociología. Todos tenían en común que defendían un modelo único de
desarrollo para todos los países, independientemente de sus circunstancias. Sin embargo,
una corriente nacida en Weber –el cual subrayó la influencia de las tradiciones religiosas
en el auge del capitalismo- llevó a estudiar las relaciones entre diferentes ciencias
sociales para llegar a una mejor comprensión del desarrollo. Esta corriente ha conocido
un auge que culmina en una vision holística de dicho desarrollo, el cual no es reducible a
un solo factor o lógica. Tal como afirma Schumpeter, “el proceso social es un todo
indivisible”129. Así, no hay un solo modelo de desarrollo sino varios, aplicables según las
diferentes circunstancias, contextos y personas. Somjee habla de etnodesarrollo como la
categoría por la cual el desarrollo es adaptado a la gente y no viceversa130. DH es la
version más reciente de esta forma de ver el desarrollo y, probablemente, también la más
completa. Tanto Sen como el PNUD hablan de desarrollo humano indicando la
centralidad de la vida de la gente en este proceso. DH, definido como “el proceso de
ensanchamiento de las posibilidades de decisión de la gente”, da prioridad a la libertad de
las personas desde un concepto amplio de dicha libertad131.
Por tanto, BC y DH son la culminación de un proceso de acercamiento, que no
significa identificación. En ambos casos, ha habido una apertura de miras hacia un
análisis donde la vida concreta de la gente se convierte en fuente de conocimiento132.
128 Las políticas económicas de ciertos países del Sudeste Asiático así lo confirman en la práctica. Tasas de desarrollo superiores al 7% se ven acompañadas por una nula mejora de las condiciones de trabajo.129 A.H. Somjee, idem, 27.130 A.H. Somjee, idem, 167.131 PNUD, Human Development Report 1995 (New York: Oxford University Press, 1995), 117.132 El Banco Mundial, a pesar de ser un organismo separado del PNUD y de seguir una trayectoria ideological diferente, ha desarrollado una nueva metodología de análisis de la realidad por la cual la definición de pobreza se genera a partir de métodos participativos en los cuales se da voz a los mismos
53
Ello, sin embargo, no esconde sus diferentes orígenes, lo cual alumbra un diálogo
llamado a la complementariedad.
2. Los términos del diálogo-comparación
Cualquier relación entre dos realidades necesita que se establezcan unas
características comunes en las cuales basar dicha relación. A veces es sencillo. Plátanos y
manzanas, por ejemplo, se pueden relacionar de muchas maneras: peso, forma, color,
aporte vitamínico, etc. En otros casos es más difícil establecer esos puntos comunes,
aunque a menudo es sólo cuestion de aguzar el ingenio. Así, realidades como una caída
de agua y las corrientes de aire de un valle se podrían relacionar desde la energía eléctrica
que proveerían si se dispusiese de los medios adecuados para la transformación de la
energía hidráulica y eólica, respectivamente, en dicha energía eléctrica. En cualquier
caso, encontrar puntos comunes es esencial para establecer una relación.
Al provenir de diferentes campos de reflexión, los términos del diálogo-
comparación entre el BC y DH no vienen dados de manera automática. Por eso, es
importante pararse a decidir qué terminos empleamos.
Nosotros escogemos esos términos más desde la reflexión acerca del BC que
desde la de DH por dos razones. Por un lado, el BC, desde un enfoque teológico y
filosófico, está más habituado que DH a trabajar con cuestiones de fondo. Por otro, las
críticas cuestionando la validez del BC como principio social han obligado a sus
defensores a buscar argumentos con los que defender dicha validez. Esta búsqueda
pobres. Ver Deepa Narayan et al., Can anyone hear us? (New York: Oxford University Press, 2000), 15-17.
54
intelectual ha orientado hacia las cuestiones básicas ante las que el BC tiene que salir
airoso si quiere seguir teniendo relevancia133.
¿Cómo ver cuáles son esas cuestiones básicas? A partir de las críticas que se han
recibido, que proceden de tres fuentes principales: el marxismo, el liberalismo y el
posmodernismo134. Para ver mejor esas cuestiones, presentamos brevemente las versiones
más extremas de cada una de esas tres fuentes. La tradición marxista extrema negaría la
existencia tanto del BC como del bien de los individuos concretos135. Por un lado, no hay
BC para el conjunto de la sociedad. La evolución social se basa en la lucha de clases,
donde diferentes grupos pugnan por diferentes intereses. El BC, por el contrario, propone
un modelo diferente: un concepto de la sociedad como un cuerpo armónico, concepto
promovido por una burguesía que busca mantener el status quo. Por otro lado, el
marxismo tampoco reconocería la existencia de bienes individuales diferenciados. El
fundamento de la idea de bien está en las relaciones económicas, y estas relaciones
afectan por igual a clases sociales enteras. El bien de un trabajador individual es
básicamente el mismo que el de los demás trabajadores puesto que todos están
igualmente afectados por el mismo tipo de relaciones económicas. Por tanto, el concepto
de BC sería sólo aplicable a cada clase social, principalmente trabajadores y patronos.
El liberalismo sostendría que “bien” y “común” son términos incompatibles136. Se
parte de una vision individualista de la persona. Algo es “bueno” sólo si el individuo lo 133 Nuestra experiencia vital nos hace ver esto. Cuando nuestra vida está en peligro es cuando nos damos cuenta de lo que es verdaderamente importante en nuestra vida. Al luchar por su supervivencia frente a las críticas, el BC ha destapado cuáles son los temas que stán realmente en juego cuando defendemos o rechazamos el BC. 134 El objetivo no es extendernos en los detalles de cada crítica. Más bien los presentamos como una vía para definir las cuestiones centrales. 135 Enrique Dussel, Ética de la Liberación en la edad de la Globalización y de la Exclusión (Madrid: Trotta, 2000), 444-446.136 Algunos libertarianistas (filósofos sociales aliados con la doctrina política liberal), como Michael Novak, aceptan el concepto de BC, pero con un claro sesgo hacia el individuo. Ver Michael Novak, “Free Persons and the CG”, en O.F. Williams (ed.), idem, 222-243.
55
ha elegido libremente. Cualquier bien “común” supone algún tipo de imposición, con lo
cual deja de ser bueno para los individuos. No existe la comunidad como principio sino
sólo como acuerdo entre individuos que sacrifican parte de su libertad como mal menor
debido al hecho de que necesitamos vivir en sociedad. Por tanto, sólo podría haber bienes
individuales, pero no un BC.
El posmodernismo rechazaría el BC de una manera aún más radical. Los seres
humanos no tienen ningún punto de referencia fiable, ni lenguaje, ni valores, ni
racionalidad137. Más allá del liberalismo, el mismo individuo se diluye. El “yo” es una
invención del pensamiento europeo. Además, el bien tampoco existe, ni siquiera en la
forma de libertad individual. No hay ningún fundamento para un conocimiento fiable.
El BC sólo puede tener validez si responde a este triple frente de críticas. Así, la
respuesta dada por sus defensores define una triple tensión que el BC debe mantener.
Esta triple tensión se expresa en oposición dialéctica:
- El BC debe afirmar al individuo y a la sociedad al mismo tiempo. El
marxismo defiende una noción colectivista del bien, sacrificando al individuo,
mientras que el liberalismo hace lo opuesto. El posmodernismo rechaza
cualquer noción de bien.
- El BC debe afirmar al mismo tiempo lo permanente y lo cambiante, la
continuidad y la discontinuidad, lo estático y lo dinámico138. Tanto el
marxismo como el liberalismo se apoyan fuertemente en la historia y en la
noción de cambio: el primero desde la visión dialéctica de la historia, y el
segundo a través de la libertad como la base del progreso social. La cuestión 137 Ronald H. Preston, “The Common Good”, Epworth Review 24 (1997), 14.138 Entendemos esos dos conceptos –estático y dinámico- en un sentido amplio. Lo estático hace referencia a principios inmutables que son inherentes al concepto, en todo momento y lugar. Lo dinámico se refiere a esos aspectos menos esenciales y que están abiertos al cambio.
56
es encontrar una fuente de permanencia para contrapesar la contingencia
histórica.
- El BC debe afirmar al mismo tiempo la armonía y el conflicto en
sociedad. El marxismo se basa en la lucha de clases y el liberalismo en el
propio interés como manantial de la vida social. El problema aquí es
fundamentar la idea de que esas diferencias y conflictos no corroan la unidad
y armonía necesarias para vivir en sociedad.
Pese a la inexactitud y simplismo que todo gráfico conlleva, podemos representar
en una tabla la posición de estas posturas en su versión extrema (lo cual deja al
posmodernismo fuera de la tabla) frente a esos polos en tensión:
Polo 1 Tensión dialéctica Polo 2Individuo
(Lib.)Sociedad
(Marx.)Estaticidad Dinamismo
(Lib., Marx.)Armonía Conflicto
(Lib., Marx.)
Vamos a relacionar el BC y DH basados en cómo responden cada uno de ellos a
estas tres cuestiones o, en términos gráficos, en cómo se sitúan dentro de ese espacio de
tensión dialéctica. Estos son, por tanto, los tres términos de la comparación-diálogo, que
nos ayudarán a ver mejor las similitudes y diferencias entre ambos. Esta estrategia nos
devuelve al primer capítulo en dos aspectos. Primero, esta separación es artificial puesto
que los diferentes aspectos se relacionan unos con otros. Ningún aspecto por separado
tiene completo sentido y, por eso, deben leerse en paralelo más que seriadamente. Y
segundo, de la solución equilibrada de cada una de esas oposiciones dialécticas –es decir,
de su capacidad para generar y mantener una diferencia de potencial- depende que
57
estemos ante un modelo de utopía que sea capaz de generar cambio social. Luego a la vez
que comparamos el BC y DH, también evaluamos el potencial transformador de dichas
propuestas utópicas.
3. Oposición entre individuo y sociedad
La DSI siempre ha intentado afirmar los dos extremos al mismo tiempo, para lo
cual uno de sus soportes es la antropología de Santo Tomás en la versión moderna de
Maritain. Todo ser humano puede ser considerado como persona o como individuo.
Personalidad e individualidad son dos principios de la misma realidad, el primero
enraizado en el alma, el segundo en el cuerpo139. Cada uno de nosotros, considerados
como persona, es único, aunque por naturaleza tendamos a la comunión. Así, construimos
nuestra personalidad a través de la relación con otros140, relación que es bidireccional. Por
un lado, necesitamos de los demás para satisfacer no sólo nuestras necesidades materiales
sino también nuestras necesidades más sofisticadas de amor y afecto. Por otro lado,
estamos también llamados a satisfacer libremente esas necesidades en los demás a través
de nuestro amor y preocupación por ellos. Por tanto, nuestra personalidad sólo puede
encontrar su plenitud en sociedad.
Esta antropología conlleva una doble relación entre las personas y el BC. Por una
parte, la relación va de las personas a la sociedad. Las personas se suman al destino de la
sociedad entera mediante el libre compromiso y participación en ella. Por otra parte, la
relación va de la sociedad a las personas. La sociedad debe proveer a las personas de las
139 Jacques Maritain, The Person and the Common Good (Notre Dame, IN: University of Notre Dame Press, 1966), 36.140 J.Maritain, idem, 47.
58
condiciones para hacer posible ese compromiso y participación libres. La sociedad ayuda
a las personas a alcanzar su plenitud a través del reconocimiento y protección de los
derechos económicos (mediante la redistribución y mediante ciertas garantías tanto para
el trabajo como para el capital) y de los derechos civiles y políticos (libertad de
participación), además de la promoción de todo tipo de virtudes sociales y personales
necesarias para la comunión en una vida buena141.
La descripción de DH hecha por Sen llega a parecidas conclusiones, igualmente
resumibles en la doble relación descrita arriba de personas-sociedad y sociedad-personas.
Por un lado, la libertad personal en la contribución que se hace al conjunto de la sociedad
es la clave del desarrollo. Por otro, se necesita “una pluralidad de instituciones,
incluyendo sistemas democráticos, mecanismos legales, estructuras de mercado,
dotaciones para educación y salud, y una red de medios y otros sistemas de
comunicación” para hacer real esa libertad142.
DH defiende la democracia basada en cuatro soportes principales: elecciones
libres, independencia de los medios de comunicación, separación de poderes y la
promoción de la sociedad civil143. Cuanto más desarrollados están esos soportes, mejor
alcanza la democracia la efectiva inclusión de todos en el juego social, especialmente de
aquellos que han sido tradicionalmente marginados144. De la misma manera, la DSI
ensalza el ideal democrático en tanto asegura la participación de los ciudadanos145. Por
tanto, ambos modelos se preocupan por la participación de los individuos en todos los
141 J.Maritain, idem, 51-52.142 Amartya Sen, Development as Freedom (New York: Anchor, 1999), 53.143 PNUD, HD Report 2000 (New York: Oxford University Press, 2000), 56.144 PNUD, HD Report 2000, 64.145 Centesimus Annus 46-47.
59
campos del funcionamiento social, participación que necesita de las instituciones para
hacerse efectiva.
En cuanto a la forma de expresar el nexo entre las personas y la sociedad, tanto la
DSI como el Informe de DH de 2000 utilizan el lenguaje de derechos y obligaciones.
Ambos parten de la necesidad de formular los derechos como una forma de hacer más
evidentes los deberes sociales que nos competen a todos. Juan Pablo II habla del BC
como el punto donde derechos y obligaciones convergen y se refuerzan mutuamente146.
La DSI define los derechos como las “mínimas condiciones para vivir en comunidad”147.
Hay una vinculación fuerte entre el cumplimiento de esos derechos y nuestra
responsabilidad como miembros de esa sociedad. Nuestra responsabilidad no está
limitada a nuestros círculos más próximos, sino a toda la sociedad. Esta actitud es
resultado de la virtud de la solidaridad, que extiende nuestro compromiso a toda la
humanidad. Esta virtud indica una determinación firme y perseverante de comprometerse
en la consecución del BC148, determinación no únicamente orientada desde la justicia sino
también desde el amor. El Informe de DH expresa esta idea de solidaridad a través del
concepto de obligaciones imperfectas, i.e., esas obligaciones que no se asignan
específicamente a nadie pero que debieran ser cumplidas149. El cumplimiento –o
incumplimiento- de dichas obligaciones refleja el grado de solidaridad existente en la
sociedad. Quien asume la responsabilidad de cumplir con esas obligaciones, sea
personalmente o como colectivo, está mostrando su convicción de que hay algo “común”
en la sociedad más allá del propio interés de los individuos. Indicando que el
incumplimiento de las obligaciones imperfectas muestra el fracaso de la sociedad como 146 Juan Pablo II, Mensaje del Día Mundial de la Paz 1999, 2.147 Justicia Económica para Todos 79.148 Sollicitudo Rei Socialis 38.149 PNUD, HD Report 2000, 26.
60
un todo, el Informe de DH subraya la importancia de la solidaridad, aunque sea de
manera indirecta. Por tanto, el enfoque desde los derechos y obligaciones sirve para ver el
nexo existente entre las personas y la sociedad.
Sin embargo, y debido a las diferentes perspectivas de las que parten, hay ciertas
diferencias de matiz. DH, quizás movida por la necesidad de ver los derechos en el
contexto de su aplicación, tiende a referirse a dichos derechos como reivindicaciones que
se deben traducir en estructuras sociales que efectivamente protejan a la gente frente a
abusos y privaciones150. La DSI tiende a expresar los derechos en su valor ontológico, i.e.,
como indivisibles e inalienables, y expresa los valores que se necesitan para satisfacer
esos derechos. Por tanto, el Informe de DH tiende más a aceptar la progresividad en el
cumplimiento de los derechos, sobre todo en aquellos cosas donde las condiciones de un
país no permiten cumplir dichos derechos con suficiencia en un momento determinado151.
Es, en definitiva, más posibilista que el lenguaje de la DSI.
Merece la pena analizar la antropología que subyace en DH, especialmente en
Sen. Sen no defiende principios de liberalismo puro. Para él, la libertad de iniciativa
económica debe ser complementada con otras libertades civiles, políticas o culturales152.
Sen reconoce las fuertes interdependencias en la sociedad. La libertad está en función de
numerosas circunstancias personales, sociales y ambientales, por lo que es un derecho a
ser construido personal y políticamente153. Esta vision escapa de un concepto de libertad
defensivo e individualista, donde lo fundamental sea no verse molestado por los demás, e
incluye la participación y compromiso hacia la sociedad como contenido de esa libertad.
150 PNUD, HD Report 2000, 16.151 PNUD, HD Report 2000, 24. Ese tema lo presentamos en la siguiente sección.152 A.Sen, idem, 38.153 A.Sen, idem, 284.
61
Sin embargo, cabría preguntarse cuál es la noción de sociedad con la que Sen se
identifica. Es evidente que él reconoce la sociedad como un ente por sí mismo, con
interdependencias que le hacen aparecer como mucho más que una mera suma de
individuos. Sin embargo, él reconoce esas interdependencias primariamente como un
hecho, un grupo de circunstancias moralmente neutras. Por el contrario, la DSI trata
dichas interdependencias como una categoría moral154. El BC sostiene que, a la luz de
estas diferencias, no es suficiente con decir –como hace DH- que el bienestar social y el
bienestar individual están fuertemente relacionados. Por supuesto que lo están, tal como
Sen y los Informes de DH demuestran155. Pero la libertad como único nexo entre esos dos
tipos de bienestar se queda corta, por muy amplio que sea dicho concepto de libertad. La
DSI va más lejos diciendo que hay un compromiso hacia la sociedad que ha de ser
reconocido y promovido. Este compromiso es lo que hemos llamado solidaridad, el cual
aparecía también implícitamente en el Informe de DH de 2000 al hablar de las
obligaciones imperfectas156. Así, el desarrollo debe ser perseguido desde los dos
principios de solidaridad y libertad, sin sacrificar ninguno de ellos157.
La vision de sociedad de Sen se aproxima bastante a la de Locke, y deriva en una
vision pragmática del Estado. Locke defendía que la sociedad existe antes que el Estado,
de forma que éste es secundario en tanto que encomendado por la sociedad misma158. Por
el contrario, la DSI presenta una vision más positiva del Estado, basada en la naturaleza
154 Sollicitudo Rei Socialis 38.155 Presentan numerosos ejemplos de la interacción entre libertades: por ejemplo, libertades políticas favorecen la satisfacción de necesidades económicas (A.Sen, idem, 147), y una mayor justicia social en cuestiones de género implica una disminución de crímenes violentos (A.Sen, idem, 200).156 El Informe de DH de 2000, tal como hemos dicho, reconoce implícitamente la importancia de la solidaridad. Se menciona explícitamente en el título del primer capítulo, junto a la libertad. Sin embargo, esta mención no se extiende al resto del capítulo, donde solidaridad no vuelve a aparecer ni una sola vez (ver PNUD, HD Report 2000, 1-13).157 Sollicitudo Rei Socialis 33.158 Charles Taylor, Philosophical Arguments (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1995), 218-219.
62
social del ser humano159. Por tanto, aunque tanto la DSI como DH aceptan el Estado y
apoyan el principio de subsidiariedad –es decir, que las instancias superiores de una
sociedad no hagan nada que no puedan resolver por sí mismas otras instancias inferiores-
la DSI es más propensa a aceptar la acción estatal.
Lo anterior nos lleva a preguntarnos si Sen aceptaría una mera ética formal sin
contenidos materiales160. Vemos que hay un contenido material en su ética, si bien no es
totalmente consistente. Por un lado, admite que podemos ponernos de acuerdo en la
identificación de injusticias que requerirían intervención161. Esto supone implícitamente
nuestra vinculación al resto de personas de una sociedad, así como la aceptación de que
hay ciertas situaciones que son objetivamente injustas y por tanto que debemos tratar de
evitar. Por otro lado, sin embargo, Sen es reticente a admitir cualquier imposición a las
personas en nombre de la sociedad en general. Además, evita hablar de un tipo concreto
de buena vida a ser promovida en sociedad. Sen más bien sugiere que debemos promover
la libertad para que la gente pueda llegar al modo de vida que “cada uno razona que es
válido para él”162. Por tanto, parece que el contenido material de la ética se evapora
cuando nos referimos a las personas concretas. En este punto, Sen se aferra firmemente a
su tendencia liberal.
El párrafo anterior nos lleva a rescatar la crítica que Enrique Dussel le ha hecho a
otro pensador de corte liberal, John Rawls. Para Dussel, la situación actual en el mundo
demanda un contenido material para nuestra ética que es prioritario a todo lo demás, i.e.,
159 Centesimus Annus 44.160 Esta cuestión aparece en las siguientes secciones. Tiene sentido hacerse aquí la pregunta porque nos estamos refiriendo a cuál es el alcance de lo “común” dentro de DH, lo cual tiene que ver con el equilibrio entre individuo y sociedad. Lo material de la ética se refiere a contenidos concretos (Dussel habla de la vida humana como contenido central, ver E.Dussel, idem, 91) más que a contenidos puramente procedimentales, propios de las éticas formales. 161 A.Sen, idem,287.162 A.Sen, idem, 73.
63
las necesidades básicas de los pobres, que hoy son mayoría en el mundo. Según Dussel,
Rawls no logra evadirse de sus principios liberales y termina conformándose con una
teoría del BC que es raquítica163. Sin otros valores ni modelos concretos de buena vida
que puedan ser promovidos aparte de la libertad, la defensa que Sen puede hacer de un
contenido material de la ética que nos comprometa personal y socialmente es débil164. Y
esta debilidad supone también una debilidad en el concepto del BC.
La DSI, por el contrario, defiende una noción más sólida del BC, donde el bien
del individuo y el bien de la sociedad caminan de la mano165. La DSI pone los principios
liberales en equilibrio con el bien de la sociedad. En este sentido, es un enfoque más
consistente que el de Sen. Cualquier injusticia no es sólo una privación de libertad para el
que la sufre, sino que también afecta la libertad personal de todos los miembros de esa
sociedad. El contenido material de la ética se extiende a las personas individuales. El
Informe de DH de 2000, alejándose de Sen, incluye este contenido material a la hora de
hablar de los derechos. Así, apoya el cambio de orientación desde un centramiento en
derechos civiles y políticos a un enfoque más abierto a todos los derechos, especialmente
derechos económicos, sociales y culturales166.
Resumiendo, ambos modelos reconocen la necesidad de un equilibrio entre el
individuo y la sociedad, lo cual lleva a una preocupación profunda acerca de la libertad y
de las instituciones que hacen posible esa libertad. La DSI prioriza la solidaridad junto a
la libertad, lo cual lleva probablemente a una noción de BC donde lo “común” tiene más
163 E.Dussel, idem, 120-122.164 La demanda de libertad como un “proyecto social” –un proyecto que unifica al conjunto de la sociedad- es insuficiente porque esa libertad se demanda de tal manera que unas libertades entran en conflicto con otras. El problema se convierte entonces en cómo tratar el conflicto en sociedad. Este tema es parte de la Quinta sección. 165 Juan Pablo II, Mensaje del Día Mundial de la Paz 1998, 1.166 PNUD, HD Report 2000, 13.
64
peso específico. El Informe de DH de 2000 no menciona esa solidaridad expresamente
pero la fundamenta a través del concepto de obligaciones imperfectas. Sin embargo, DH
está más apoyado en una perspectiva liberal que lleva a ver el rol de las instituciones de
forma pragmática y tiende a poner por delante las demandas individuales en perjuicio de
las demandas de la sociedad en su conjunto.
4. Oposición entre lo permanente y lo cambiante
Este segundo aspecto se refiere a la necesidad de combinar principios básicos
inmutables con circunstancias históricas cambiantes. Parece que, mientras el BC tiende a
quedarse en el terreno de los principios, DH se centra más en las circunstancias
históricas. Esta sección muestra cómo los dos cuidan ambos aspectos.
El BC no se reduce a una serie de principios fijos. La definición mencionada en la
primera sección –de la Gaudium et Spes- habla del BC como “el conjunto de condiciones
de la vida social”. No todas esas condiciones son siempre idénticas. En el mismo
documento, se menciona la necesidad de que el BC sea “concebido dinámicamente”167.
Por su misma naturaleza, el BC está sujeto al cambio de acuerdo a las circunstancias
históricas cambiantes, a pesar de su carácter normativo.
Maritain presenta un marco teológico adecuado para justificar esta combinación
de los caracteres dinámico y estático en el BC. Basado en Santo Tomás, distingue entre
un BC trascendente y otro temporal168. El BC trascendente no puede ser completado en
167 Gaudium et Spes 74.168 Esta idea se puede ver también en Agustín. Él separa el BC en nuestra sociedad civil del BC en la ciudad de Dios. Cuanto mejor es la gente, mejor es el BC que puede ser alcanzado en la historia, lo cual abre la puerta a diferentes éticas según las circunstancias. Ver Agustín, Concerning the City of God against the Pagans (New York: Penguin Books, 1972), 890.
65
este mundo porque sólo personas perfectas, i.e., las tres personas de la Trinidad, lo
pueden alcanzar169. Por tanto, absolutizar el BC trascendente en este mundo conduce
inevitablemente a la tiranía170. Por otro lado, el BC temporal se da en este mundo, pero
tiene un carácter permanente debido a su relación con el BC trascendente. Sin embargo,
es a la vez dinámico puesto que cambios en la historia llevan a cambios en las
personas171. Y estos cambios personales llevan a cambios en el BC temporal172.
DH también presenta esta combinación de permanencia y dinamismo. La libertad
es el principio básico inmutable del desarrollo173. Además, Sen señala que diferentes
personas de diferentes culturas comparten muchos valores comunes y están de acuerdo en
muchos compromisos comunes. Hay varios puntos en los cuales toda sociedad puede
coincidir. Con todo, no es possible tener una única teoría del desarrollo. En su lugar, Sen
presenta un marco teórico que incluye los temas que luego han de ser combinados en
cada circunstancia de diferente manera.
Sin embargo, estos dos equilibrios teóricos entre permanencia y dinamismo no
pueden evitar la impression de que el BC está más relacionado con principios inmutables
y DH con aplicaciones concretas. El lenguaje de los derechos puede servir de puente en
este aspecto, aunque dicho lenguaje por sí mismo tiende a cierta rigidez que le hace
aparecer como más cercano a planteamientos de la DSI que de DH. Este lenguaje ha sido
inicialmente usado en la DSI: el desarrollo es un “derecho” de todos que trae también 169 J.Maritain, idem, 57.170 J.Maritain, idem, 50.171 Creemos que Maritain no llegaría a identificarse con la idea proveniente de los llamados teólogos del proceso, por la cual incluso la realidad última, aun siendo necesaria, está sometida al cambio. Es decir, Maritain parece tomar el BC trascendente como algo permanente también en sus contenidos, aunque nosotros no podamos llegar a captarlos totalmente ni a experimentarlos debido a nuestra limitación. Ver Richard Rice, “Process Theism and the Open View of God: the Crucial Difference”, en John B.Cobb Jr., Searching for an Adequate God. A Dialogue Between Process and Free Will Theists (Grand Rapids: William Eerdmans, 2000), 177-179. 172 J.Maritain, idem, 84.173 A.Sen, idem, 244.
66
obligaciones relacionadas con dicho derecho174. Además, Juan Pablo II se refiere a las
cuestiones de justicia social principalmente desde categorías de derechos humanos175.
Con todo, DH también usa este lenguaje: el Informe de DH de 2000 tiene como tema
central la relación entre desarrollo y derechos. Este Informe percibe el desarrollo como
un proceso inseparable de la dirección de dicho proceso. Esa dirección y los límites que
no pueden ser sobrepasados en el proceso se formulan en términos de derechos
humanos176.
DH, en un enfoque muy útil para la DSI en su consideración de los derechos, usa
el lenguaje de los derechos de una manera que combina su aspecto más normativo y
estático con el más dinámico. Evita tomar los derechos humanos como puramente
instrumentales o desprovistos de todo valor pre-legal. Tal como indica Sen, la vision
puramente legal no alcanza a reconocer nuestra experiencia de que la legalidad se basa en
la convicción de que hay ciertos derechos que son comunes para todos los seres
humanos177. El Derecho Internacional se adhiere a esta visión de forma implícita al tomar
como fuente de derecho no sólo el consenso de los Estados sino también la adherencia a
ciertos derechos humanos básicos178. Así, un ciudadano puede denunciar a su propio país
ante los tribunales internacionales. Esta situación ayuda a hacer explícito el aspecto
normativo de los derechos a través del soporte moral necesario que debe acompañar a
todo cuerpo legal. Por tanto, los derechos humanos tienen valor intrínseco para DH.
174 Populorum Progressio 17.175 Bryan Hehir, “John Paul II: Continuity and Change in the Social Teaching of the Church”, en Charles E.Curran; Richard A.McCormick (eds.), Readings in Moral Theology 5 (New York: Liturgical Press 1986), 260.176 PNUD, HD Report 2000, 23.177 A.Sen, idem, 229.178 David Held et al., Global transformations (Stanford, Ca: Stanford University Press, 1999), 62-68.
67
Sin embargo, el valor intrínseco y permanente de los derechos humanos es
necesario pero no suficiente para asegurar una correcta aplicación de dichos derechos.
Los derechos no pueden ser entendidos aparte del lugar donde han de ser aplicados179.
Esto se refiere a tres aspectos. Primero, otras tradiciones religiosas y culturales no
occidentales pueden interpretar los derechos en clave más comunitaria que individual y
buscar su aplicación primeramente desde esa perspectiva. Segundo, los derechos están
interrelacionados, de forma que una visión literal y compartimentada de los derechos
puede resultar equívoca. Por ejemplo, defender el derecho económico a la igualdad de
salario ante el mismo trabajo independientemente del país en el que nos encontremos
puede ignorar la verdadera naturaleza del derecho, que viene en contexto con otros
derechos. El derecho no es recibir una cantidad determinada de dinero, puesto que el
dinero no es más que un instrumento, sino más bien el poder plenificarse con libertad en
la sociedad en la que se vive. Para este objetivo, el derecho debiera ser formulado como
el derecho económico a un salario digno. Además, debemos tener en cuenta cómo ese
salario sirve para desarrollar la vida desde una de las instituciones básicas de la sociedad,
i.e., la familia. Por eso, igualdad de salarios no es una correcta formulación. Es mejor
hablar de salario familiar digno. Finalmente, un tercer aspecto se refiere a la posibilidad
práctica de alcanzar ciertos derechos en una sociedad concreta. Por ejemplo, en ciertas
sociedades es imposible garantizar el derecho de una vivienda digna para todos. Esto no
quiere decir, en cualquier caso, que desaparezca o cambie el derecho fundamental de
vivienda para todos. Lo que significa es que vivienda para todos, como derecho, va a ser
aplicado de forma diferente en esa sociedad, probablemente no estableciendo
179 PNUD, HD Report 2000, 74.
68
obligaciones perfectas para la sociedad de cara a cumplir con ese derecho180. En cualquier
caso, el derecho fundamental debe ser complementado con el derecho a tener acceso a
una política que vaya solucionando el problema de acuerdo a las posibilidades de dicha
sociedad181.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha entendido estas distinciones
en sus demandas de derechos de los trabajadores en el ámbito mundial. En vez de una
visión estrecha que trate de igualar las condiciones en todo el mundo, han promovido
unos estándares generales que incluyen principios tales como la libertad de asociación,
prohibición de mano de obra infantil o forzada, y la no discriminación por causa de raza,
sexo o religión182.
Esta combinación de universalidad y particularidad en la consideración de los
derechos se extiende tanto al BC como a DH en la inclusión de las circunstancias
históricas cambiantes. Ambos reconocen la necesidad de incluir nuevos aspectos tales
como las crecientes interdependencias mundiales, las cuales llevan a hablar de un BC
universal183 y de un orden global184. Sin embargo, el enfoque adoptado por la DSI y por
DH para afrontar estas nuevas situaciones y necesidades es diferente. Juan Pablo II
afirma que es necesario promover una conciencia acerca de los valores morales
universales185. DH habla sobre vacíos en la vida social, política y económica186. Ninguno
180 Puede ser una obligación imperfecta no sólo para los miembros de esa sociedad, sino también para los de otras sociedades. En concreto, derechos desatendidos en países en vías de desarrollo pueden convertirse en obligaciones imperfectas para los ciudadanos de países desarrollados o, en general, para todo aquel que tiene posibilidad de ayudar. 181 Esa es la diferencia entre derechos en abstracto y derechos concretos. Ver PNUD, HD Report 2000, 77.182 Dominique Peccoud, “The Impact of Globalization on Labour and Workers’ Lives”, en Julio de Santa Ana (ed.), Sustainability and Globalization (Ginebra: World Council of Churches, 1998), 119.183 Pacem in Terris 98.184 PNUD, HD Report 2000, 82. La importancia de los temas relacionados con la globalización se ha ido incrementando en los Informes Anuales que se vienen publicando desde 1990.185 Juan Pablo II, Mensaje del Día Mundial de la Paz 2000, 18.186 PNUD, HD Report 2000, 82-85.
69
de los dos enfoques por sí mismo es suficiente. Las ciencias sociales aportan lucidez a la
reflexión filosófica, pero esta reflexión nos ilumina contra los peligros derivados de una
visión utilitarista de dicho desarrollo. Esta visión utilitarista es el gran peligro hoy porque
el desarrollo puede convertirse, tal como indica Edward Goldsmith, en el nuevo rostro del
colonialismo187. Debemos repensar la cooperación internacional en términos de una nueva
cultura de la solidaridad.
Esta diferencia de enfoque se hace evidente en la cuestión ecológica. La DSI la
trata no sólo como un problema práctico, sino también como un tema de justicia para las
generaciones futuras, así como de compromiso con la Creación que Dios ha puesto en
nuestras manos188. Por su parte, DH no ha dado una atención adecuada al tema del
sostenimiento medioambiental, reconociendo que no ha encontrado un sistema adecuado
para incluirlo como una magnitud dentro del Indice de Desarrollo Humano con el cual se
hace un ranking de todos los países de acuerdo a su grado de desarrollo189. Más
importante que esto, sin embargo, es el enfoque pragmático que puede llevar demasiado
fácilmente a adoptar decisiones basadas en el interés nacional, tal como muestra la
retirada de los Estados Unidos del Acuerdo de Kyoto.
Resumiendo, ambos enfoques mantienen la tensión entre la rigidez de los
principios y la flexibilidad de su aplicación. Sin embargo, el BC tiende a moverse en el
terreno de los principios mientras que DH se centra en la aplicación. Los dos son
complementarios. DH ayuda a concretar el dinamismo que el BC lleva implícito. El BC
ayuda a orientar y dar solidez a DH en la mayor facilidad con la que éste puede caer en el
utilitarianismo.
187 Edward Goldsmith, “Development as Colonialism”, en J.Mander, E.Goldsmith (eds.), idem, 253-266.188 Centesimus Annus 37.189 PNUD, HD Report 1995, 121. Tampoco Sen trata mucho sobre este tema.
70
5. Oposición entre armonía y conflicto
Ni la DSI ni DH desarrollan una teoría del conflicto como tal. La DSI ha sido
acusada a menudo de subrayar demasiado la unidad y armonía en su concepción de
sociedad190. Maritain ofrece un marco teológico desde el cual entender la existencia del
conflicto en la sociedad. Sólo en la perfección de las personas (en la Trinidad), el bien
individual se convierte en el BC191. Sin embargo, dentro de la historia no existen las
personas perfectas, de manera que nuestros bienes individuales son diferentes del BC y
de los bienes individuales de otras personas. Por eso, la historia está destinada a tratar con
intereses en conflicto, lo cual no significa que se rompa la armonía subyacente. De hecho,
incluso los teólogos que más acentúan la importancia del conflicto señalan la unidad
anterior a dicho conflicto: Dumas lo llama un conflicto fraternal, conflicto que no rompe
los vínculos entre los miembros de la sociedad192.
Desde la perspectiva de las ciencias sociales, DH no necesita de ningún marco
teórico especial para incluir el conflicto en su modelo. Con todo, también se reconoce que
el desarrollo tiene un soporte más profundo en la unidad que en la división. DH subraya
cómo el desarrollo se persigue de forma más consistente a través de objetivos comunes.
En este sentido, Sen muestra cómo las diferentes dimensiones del desarrollo se refuerzan
mutuamente193. Esto indica que el desarrollo se logra mejor a través de la mutua
correlación de diferentes factores que desde el conflicto.
190 David Hollenbach S.J., Claims in conflict. Retrieving and Renewing the Catholic Human Rights Tradition (New York: Paulist Press, 1979), 142.191 J.Maritain, idem, 89.192 André Dumas, Political Theology and the Life of the Church (Philadelphia: Westminster Press, 1978), 129-130.193 A.Sen, idem, 40.
71
Sin embargo, debemos ver cómo la DSI y DH tratan el tema del conflicto, lo cual
hacen de maneras diferentes aunque también complementarias. DH trata el conflicto de
dos maneras: ampliando el concepto de pobreza y tomando como central la categoría de
participación. La pobreza tiene un sentido económico, pero no sólo referida a unos bajos
ingresos en el presente. También se refiere a la ausencia de cobertura social contra
potenciales amenazas de pérdida de los ingresos en un momento dado194. En este sentido,
un débil Estado del Bienestar produce no sólo pobreza directa en aquéllos que no reciben
ayuda, sino también en todos aquellos que están débilmente protegidos ante las posibles
contingencias de un futuro incierto.
Por otro lado, la pobreza es más que una categoría económica: es la privación de
la posibilidad de ejercitar capacidades básicas195. Significa que oportunidades y
decisiones básicas -tales como la de vivir una vida larga, sana y creativa desde la libertad,
la autoestima y el afecto por parte de los otros- son denegadas. Esta definición insiste en
los aspectos políticos y culturales que deben ser afrontados para solucionar el tema de la
pobreza. En cuanto a la política, la solución a la pobreza viene a través de la participación
y la libertad política que afecta a los pobres de tres maneras: primero, a través de la
participación, los pobres pueden directamente resistirse a los abusos provenientes de los
empresarios y políticos; segundo, los que detentan el poder están incentivados para
responder a las privaciones de la gente, especialmente de aquellos que pueden hacer uso
de su libertad política para protestar, criticar y oponerse; y tercero, la posibilidad del
debate público permite conceptualizar mejor las necesidades económicas de la sociedad,
en un proceso que puede llevar a la formación de valores y prioridades196.
194 PNUD, HD Report 2000, 23.195 A.Sen, idem, 87. También en PNUD, HD Report 1997, 15.196 PNUD, HD Report 2000, 20.
72
En cuanto a la cultura, algunas costumbres también pueden ayudar a promover o
frenar la pobreza, tales como la discriminación por razón de género o etnia197. Sin
embargo, DH suele olvidarse de que nuestra cultura occidental también puede promover
la pobreza, puesto que sólo se refiere a los efectos negativos que vienen de culturas no
occidentales. Esos efectos son reales, pero no son los únicos. Si definimos la pobreza
como “la realidad de y el miedo ante condiciones de vida por debajo de lo normal”198,
vemos que ese miedo puede estar apoyado también en nuestra cultura individualista. Esta
cultura deja a cada persona más dependiente de sí misma, de forma que el miedo aumenta
porque, en tiempos de dificultad, carece de la protección de una red de personas que
puedan ayudarla, no sólo materialmente sino también afectivamente. Además, la
autoestima basada en las capacidades y logros personales está en riesgo permanente ante
el espíritu hipercompetitivo que la cultura de mercado promueve. Comparaciones de
cualquier tipo intensifican el sentimiento de pobreza relativa.
El riesgo que supone este concepto tan amplio de pobreza ha sido mencionado en
la tercera sección. Este enfoque es necesario pero, ante la actual desigualdad en el
mundo, debe ser contrapesado con la urgencia de la pobreza material de la mayoría de la
humanidad. Es evidente que DH incluye la pobreza material como un obstáculo a la
libertad. Habla de la erradicación de la pobreza como un reto no sólo para el desarrollo
sino también y principalmente como un reto a los derechos humanos: un nivel de vida
digno y una adecuada nutrición no son sólo objetivos del desarrollo sino derechos
humanos inherentes a la libertad y dignidad humanas199. Sin embargo, la centralidad de la
197 A.Sen, idem, 193-201.198 James Mittelman, The Globalization Syndrome (Princeton, NJ: Princeton University Press, 2000), 74.199 PNUD, HD Report 2000, 73.
73
libertad ignora la preocupación personal y social por los pobres. Otras prioridades hacen
que el énfasis en los pobres sea puesto a la par que otras metas.
La DSI intenta complementar estas dos limitaciones de DH (i.e., la falta de
reconocimiento de los efectos de nuestra cultura en la pobreza, y el riesgo de dejar de
lado la urgencia de la pobreza material) añadiendo a la participación la categoría de la
opción por los pobres. La cuestión que surge inicialmente es si afirmar el interés de una
parte de la sociedad –los pobres- es consistente con el BC. Siguiendo a Maritain, la
respuesta es que sí. Él afirma que cualquier persona está sirviendo al BC cuando
mantiene los valores de la justicia y la caridad fraterna contra las presiones sociales200. De
la misma manera, cuando la protección de los intereses de una parte enaltece valores
fundamentales, el BC queda protegido y fortalecido.
La DSI entiende el principio de la opción por los pobres en este contexto, y así lo
relaciona directamente con el BC. Tal como dicen los obispos norteamericanos, “el
primer objetivo de este compromiso especial hacia los pobres… es capacitar a todas las
personas para compartir el BC y contribuir a su desarrollo”201. Debajo de la potenciación
de los pobres como personas y como sujetos de la sociedad, subyace la potenciación de
todo el conjunto de la sociedad. Un colectivo que hace el esfuerzo de integrar a todos sus
miembros se convierte en un grupo cohesionado. Por tanto, el grupo se aproxima a la
consecución del BC a través de su inclusividad.
Una de las principales críticas a esta opción por los pobres surge de la noción
fundamentalmente económica que se tiene de la pobreza. Una de las razones de este
sesgo es la influencia de las teorías de la dependencia en el pensamiento de los teólogos
200 J.Maritain, idem, 64.201 Justicia Económica para Todos 88.
74
latinoamericanos202. Esta limitación ha sido superada con la contribución de DH y otras
teorías de desarrollo. Juan Pablo II afirma que la abundancia de bienes materiales no es
suficiente para hacer desaparecer la pobreza y asegurar el desarrollo203. Con todo, la DSI
mantiene que ese sentido de urgencia sigue siendo necesario para luchar contra la
pobreza en todas sus formas.
El punto básico es ver la relación entre la opción por los pobres y la participación.
¿Son dichas categorías incompatibles? Los obispos norteamericanos muestran que no.
Buscar la participación de todos significa optar por los pobres puesto que la pobreza se
expresa actualmente a través de la exclusión y marginalización. Además, el principio de
la participación ofrece ventajas para el diálogo social respecto del principio de la opción
por los pobres. Primero, los partidarios de los principios capitalistas ven la libre iniciativa
como un principio que termina siendo inclusivo en el largo plazo. Esto implica que, al
menos teóricamente, valoran la participación como tal. Esta coincidencia en la
formulación del principio puede ser un punto de partida para el diálogo. Segundo, el
principio de participación no se refiere tanto a una actitud o disposición interna de optar
por los pobres cuanto a una situación que puede ser evaluada más fácilmente. Por el
contrario, la opción por los pobres, como principio moral, es de alguna manera tangencial
a todo razonamiento desde las ciencias sociales. Y tercero, la participación abre la
posibilidad de la crítica del sistema actual, donde la efectiva participación de todos no
existe.
Ese tercer punto indica el potencial crítico del concepto de participación. Es una
llamada a una democracia amplia, no meramente institucional sino entendida en su
202 A.H. Somjee, idem, 52.203 Centesimus Annus 36.
75
sentido etimológico original de “poder del pueblo”. El principio básico de la democracia
debiera ser que toda persona tiene derecho a participar –directa o indirectamente- en
aquellas decisiones que le afectan. Este principio que parece tan evidente, abre la
posibilidad de la crítica. Especialmente en estos tiempos de globalización, debemos estar
atentos al equilibrio entre quienes toman las decisiones y quienes son afectados por ellas.
Así, la Organización Mundial del Comercio (OMC), por ejemplo, consiste en un grupo de
tecnócratas no elegidos públicamente, cuyas decisiones afectan a millones de personas204.
La deuda externa tiene en su origen una carencia democrática que cuestiona la obligación
de devolución, especialmente cuando esos pagos afectan la vida de gente que no participó
ni en la decisión de endeudarse ni en los beneficios derivados de dicha deuda, pero que
ahora se ven obligados a sufrir las consecuencias de los pagos. Este principio
democrático no significa poder de veto, lo cual paralizaría toda decisión. Sin embargo, sí
supone que todos los afectados negativamente por las decisiones deben ser oídos y, si
procede, compensados205.
Por tanto, insistir en el principio de participación puede estar en la línea de la
opción por los pobres, y quizás en el ámbito de las ciencias sociales sea la categoría más
adecuada. Sin embargo, esto no significa que la categoría de la opción por los pobres no
sea importante. Por un lado, esta opción subraya la necesidad del compromiso moral
personal en combatir la pobreza, compromiso que debe ser asumido libre y
responsablemente. Por otro lado, la opción por los pobres ofrece la ventaja de ponernos
delante hacia dónde deben ir dirigidos nuestros esfuerzos puesto que la experiencia dice
que, si no ponemos a los pobres como primer objetivo, dichos pobres terminan siendo
204 J.Mander, E.Goldsmith (eds.), idem, 101.205 PNUD, HD Report 2000, 69.
76
arrinconados. La supuesta imparcialidad metodológica termina haciéndose parcial. Por
tanto, ambos principios –participación y opción por los pobres- son necesarios y
complementarios.
Por otra parte, el desarrollo de una verdadera democracia –o de un ideal de
sociedad donde los conflictos no erosionen la unidad social- a través de esos dos
principios no viene dado de manera automática, sino que se necesitan virtudes para
fortalecer el ideal democrático. Tanto la DSI como DH reconocen que la perfecta
democracia no se consigue con un mero marco legislativo que defina exactamente los
derechos y deberes de los ciudadanos. Ese marco es necesario pero no suficiente. Tal
como señalan los obispos norteamericanos, el objetivo de los derechos es fortalecer los
vínculos entre las personas, promoviendo la colaboración y el sentido de comunidad206. Y
tal como señala Sen, la libertad incluye la responsabilidad y la justicia207. Por tanto, las
virtudes acompañan el logro de la democracia.
Sin embargo, la centralidad de esas virtudes es diferente en ambos casos. DH
confía más en la razón como medio para convencer de las bondades del ideal democrático
y así poder llegar a él. Sen reconoce la posibilidad de conflictos entre libertades, pero
piensa que pueden ser solucionadas a través de la participación efectiva de todos en las
decisiones democráticas. En el fondo, confía en que los análisis empíricos que presenta
son irrefutables y, por tanto, le pueden convencer a cualquiera de cómo las diferentes
libertades se refuerzan mutuamente. Según él, la racionalidad de las ciencias sociales nos
puede llevar a fomentar la verdadera democracia, porque queda demostrado que una
decisión democrática es la que mejor incrementa las libertades de todos. En esta visión
206 Justicia Económica para Todos 295-325.207 A.Sen, idem, 284-285.
77
las virtudes serían importantes, pero lo fundamental es el conocimiento racional
relacionado con la libertad.
Sin embargo, esta es una visión demasiado optimista que tiende a pensar en las
personas como seres puramente racionales y a minusvalorar los conflictos. Temas
culturales o personales pueden hacerle a uno obrar contra lo que es racionalmente
evidente. Por ejemplo, yo puedo mantener actitudes machistas aun sabiendo que la
potenciación de la mujer tiene efectos sociales y personales positivos. Además, aunque
los análisis empíricos de Sen no hablan de conflictos entre libertades, esos conflictos sí
existen en la realidad. Por ejemplo, la libertad de movimiento de las empresas
transnacionales de unos países a otros atenta contra la libertad de las autoridades
nacionales de fijar salarios mínimos o de imponer ecotasas. Por tanto, no es tan sencillo
como afirmar que mayor conocimiento conduce a menores conflictos. Aunque yo sepa
racionalmente que es bueno defender las libertades para potenciar el desarrollo y el BC,
no es muy probable que lo haga si mi compromiso hacia la sociedad es simplemente un
compromiso pragmático. El pragmatismo es un vínculo demasiado débil con la sociedad,
aunque construyamos ese pragmatismo desde la autoridad intelectual de las ciencias
sociales. Necesitamos virtudes que complementen la libertad, aunque no tengamos
análisis empíricos que justifiquen su necesidad.
Esto supone que, tal como hace la DSI, hay que complementar el análisis racional
con otro moral, y la libertad con otras virtudes. ¿Cuáles son esas virtudes? Tal como
sugiere James Keenan, no hay una guía optima de virtudes para todo tiempo y
circunstancia208. Las virtudes son dinámicas, y necesitan ser continuamente reformuladas,
208 James Keenan, “Virtue Ethics”, en Bernard Hoose (ed.), Christian Ethics (London: Cassell, 1998), 90-91.
78
incluso usando nuevos términos. Hoy en día, la solidaridad es una virtud básica porque la
creciente complejidad e interdependencias en el mundo no permiten imponer reglas en
todas las relaciones posibles, reglas que irían en contra de la libertad. La solidaridad es el
vínculo moral que necesitamos, y debiera ser complementado y corregido por otras
virtudes tales como la responsabilidad (a la luz de la desigualdad actual), templanza (a la
luz de las limitaciones medioambientales) y tolerancia (a la luz del pluralismo).
Algunos consideran centrales otras virtudes. Francis Fukuyama, por ejemplo, dice
que la confianza es la virtud sobre la que pivotan el desarrollo y la prosperidad209. La
confianza, en los demás y en el sistema, es una virtud personal que se retroalimenta con
un clima social adecuado. Con todo, y reconociendo su importancia, la confianza parece
quedarse corta ante las exigencias de nuestro mundo. La confianza se identifica
demasiado con la ética del mercado y tiende a centrarse en el cerrado ámbito de las
relaciones de reciprocidad específica, i.e., yo confío en ti porque tú confías en mí. Por
tanto, la amenaza de que la confianza derive en un mero interés propio planea demasiado
cerca como para convertir esta virtud en el centro del ideal de sociedad.
En cualquier caso, a más desarrolladas que estén esas virtudes en la sociedad, más
grande puede ser la libertad para alcanzar una democracia efectiva. Si no hubiese
virtudes, la libertad sería un desastre y la democracia se convertiría en la tiranía de las
masas. El BC se basa entonces en buenas costumbres y en buenas personas, tal como
afirmaba Cicerón210. El lenguaje de las virtudes es importante en una sociedad porque no
ignora el conflicto sino que busca formas constructivas de afrontarlo. En este sentido, el
enfoque de la DSI –un enfoque moral- no puede ser sustituido por el enfoque de DH.
209 Francis Fukuyama, Trust (New York: The Free Press, 1995), 26-27.210 Cicerón, De Re Publica De Legibus (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1966), 245.
79
La DSI insiste en la importancia de educar la libertad en el contexto de esas
virtudes211. La sociedad debe ser un contexto educativo global, educación no entendida
sólo ni primariamente en un sentido intelectual212. La educación, un fin en sí mismo, se
desarrolla como un fin no sólo para promover libertades sino también para fortalecer la
solidaridad y otras virtudes. En los colegios y escuelas, la educación debiera promover
actitudes cooperativas en vez de competitivas. También debiera promover una
coeducación real. Por ultimo, debiera adaptarse a los lugares donde se imparte: no tiene
sentido que en Ladakh (Cachemira, India), los alumnos tengan que resolver problemas
relativos al ángulo de incidencia de la Torre inclinada de Pisa. Eso aísla a los estudiantes
de su cultura y su entorno213.
Sin embargo, la educación no termina en las instituciones educativas. La madurez
humana no se alcanza nunca completamente, sino que se va construyendo en la vida a
través de la experiencia, de la razón y, sobre todo, de las relaciones humanas. Por eso, la
madurez para el desarrollo y el BC se consigue a través de relaciones sociales que deben
ser promovidas en tres etapas. Primero, la familia es la primera estructura de
socialización214. Segundo, las organizaciones sociales de cualquier tipo, no formalmente
políticas, nos educan para desarrollar una vida mejor, personal y socialmente. Robert
Putnam ha llamado capital social a este bien que posee la sociedad, puesto que las
interacciones sociales dan valor a una sociedad215. Y tercero, los procesos participativos
211 Centesimus Annus 36.212 Educación tiene aquí un sentido más positivo que el sentido instrumental que le da Sen, para quien parece que está unicamente destinada a incrementar la producción. Ver Amartya Sen, idem, 293.213 J.Mander, E.Goldsmith (eds.), idem, 37.214 Centesimus Annus 39.215 Robert Putnam, Bowling Alone (New York: Simon&Schuster, 2000), 19.
80
en partidos políticos y el rol moral que desempeñan los políticos también elevan la
“temperatura moral” de una sociedad216.
Resumiendo, ambos enfoques acentúan una unidad básica que subyace a todo
conflicto. Una forma en la cual los dos enfoques tratan el conflicto es la consideración de
los pobres. DH usa la categoría de participación basado en un concepto amplio de
pobreza. La DSI añade a esa categoría la opción por los pobres, que muestra más
claramente un elemento moral. Además, la DSI pone en el centro el tema de las virtudes
para resolver cualquier conflicto. Aunque no explícitamente, la DSI niega el mito de que
la persona ha alcanzado su completa madurez para ejercitar su libertad. Todos
necesitamos una formación continua. La sociedad entonces es un gran entorno educativo
donde la promoción de las virtudes es fundamental no tanto para evitar los conflictos
cuanto para desarrollar una forma constructiva de trabajarlos.
6. Conclusión
Hemos relacionado el BC y DH desde las cuestiones básicas que hacen peligrar la
validez del BC como principio social. Este método ha llevado la relación hacia el terreno
de las cuestiones filosóficas que subyacen a ambos discursos. Desde ahí, vemos que hay
tres diferentes areas de relación: una de identificación, otra de complementariedad, y otra
donde la DSI va más lejos que DH.
Ambos parten de una visión donde el ser humano es esencialmente social.
Encuentran su apoyo en la vida de la gente más que en discursos teóricos cerrados. Estos
aspectos comunes muestran que, en el ámbito de las aplicaciones prácticas, ambos
216 PNUD, HD Report 2000, 65.
81
desarrollan conclusiones similares: la necesidad de un desarrollo en libertad, y de tener
una amplia gama de instituciones que aseguren el logro efectivo de esa libertad. Por
tanto, ambos enfoques tienen un area de identificación básica.
Sin embargo, es inútil intentar establecer una simple relación de identidad entre
ellos puesto que proceden de diferentes ámbitos de conocimiento. DH mira la realidad
desde la perspectiva de las ciencias sociales, mientras que el BC lo hace desde la
Filosofía y Teología. Las ciencias sociales perciben la realidad desde perspectivas
parciales, mientras el BC lo hace tomando la realidad como un todo. Aunque DH se
apoya firmemente en una visión holística de la realidad, sus perspectivas parciales son
muy necesarias. Por tanto, el BC y DH se relacionan también de forma complementaria:
ninguna puede aspirar a absorber la otra. Esto es evidente en el tratamiento que cada una
hace de los principios y aplicaciones: aunque tanto el BC como DH trabajan con ambos,
la DSI insiste más en los primeros y DH más en las segundas. Si trata de entrar en el
terreno de los principios, DH debe recibir la ayuda de la DSI, que tiende a expresar mejor
esos principios intrínsecos. Sin este horizonte en los principios, se tiende a un
pragmatismo que deriva en la búsqueda del propio interés, e.g., en cuestiones ecológicas.
La DSI, por su parte, necesita las contribuciones teóricas de las ciencias sociales para
formular los principios de manera significativa y para proponer sabiamente aplicaciones
concretas.
Aun así, no todo lo soluciona la complementariedad. Hay tres puntos en los cuales
la DSI va más lejos y hace contribuciones específicas a DH. Primero, la DSI pone el
principio de solidaridad a la misma altura que el principio de libertad. No es suficiente
con nombrar la libertad como la base para el desarrollo y el BC, porque dicha libertad
82
resulta un vínculo insuficiente hacia la sociedad. La solidaridad debe impregnar toda la
red de interdependencias económicas, políticas y sociales217. Segundo, este
reconocimiento de la solidaridad lleva a la importancia esencial –y no sólo funcional- de
otras virtudes (responsabilidad, templanza y tolerancia) para tratar el conflicto en
sociedad. La educación, entendida en un sentido amplio, también se convierte en
instrumento imprescindible para revestir la libertad de solidaridad y las otras virtudes.
Tercero, la DSI añade la categoría de la opción por los pobres a la de la participación para
trabajar el conflicto. No son incompatibles, de forma que DH ayuda a la DSI a dar
contenido al principio de participación social. Además, este principio de participación
tiene un potencial crítico notable. Sin embargo, la opción por los pobres es una categoría
moral que prioriza ese aspecto crítico ante la masiva miseria presente en nuestro mundo y
que, al señalar la necesidad de hacer esta opción verdad en nuestra vida, da un sentido de
compromiso personal hacia ella.
De todo esto, quedan claras dos cosas. Primero, el BC es un reflejo del ideal del
sociedad desde la visión de la DSI. Es decir, es la utopía de la DSI, a pesar de que el
término “utopía” no se utilice, quizás por el temor a mundanizar excesivamente el
horizonte de nuestra salvación. Y segundo, la utopía de la DSI no presenta soluciones
fáciles ni unívocas, sino alternativas que deben mantener el equilibrio entre el individuo y
la sociedad, entre lo dinámico y lo permanente, y entre el conflicto y la armonía. Este
rechazo de los ideales simplistas lleva, como veíamos en el anterior capítulo, al
mantenimiento de diferencias de potencial. Estas diferencias muestran que esta utopía sí
puede generar un cambio y de que, como hemos visto en este capítulo, el diálogo con
217 Juan Pablo II, Mensaje del Día Mundial de la Paz 2000, 17.
83
otras disciplinas y perspectivas es esencial para dar contenido concreto a la utopía de que
“que todos los hijos de los hombres puedan llevar una vida digna de hijos de Dios”218.
Este capítulo y el anterior han llenado de contenido los ideales utópicos de la
persona que queremos formar y de la sociedad a la que apuntamos. Ahora no nos queda
sino volver los ojos a nuestra misión educativa, y plantear una propuesta ideal para
nuestros colegios, i.e., un no-lugar para el lugar de nuestros centros educativos. Eso es lo
que hacemos en el siguiente capítulo.
218 Populorum Progressio 82.
84
IV. Comunidad Educativa desde el Diálogo Crítico
Hasta ahora, hemos visto cómo nuestros colegios necesitan alimentarse de la utopía
entendida como ideal social (primer capítulo) y, desde una perspectiva teológica y cristiana
en diálogo con otras perspectivas, hemos analizado una propuesta de esa utopía tanto desde
el punto de vista de los sujetos que queremos formar (segundo capítulo) como de la
sociedad en su conjunto (tercer capítulo)219. Este capítulo presenta un modelo desde el que
pensar nuestra misión educativa acorde con esa utopía. Ese modelo se constituye en
nuestra “utopía dentro de la utopía”, el horizonte que desde nuestros colegios apunta hacia
la consecución de un ideal de sociedad de inspiración cristiana en general y jesuítica en
particular220.
Todo el capítulo está más centrado en los colegios de los países desarrollados.
Primero establecemos la comunidad educativa como el ámbito adecuado desde el que
pensar dicha misión. Le sigue la presentación del concepto de comunidad de solidaridad
como horizonte hacia el que debe apuntar dicha comunidad educativa, horizonte que es
también un horizonte utópico. El tercer apartado se centra en la categoría del diálogo como
eje desde el que hacer bascular nuestro camino hacia la utopía, y se sintetiza en la matriz
dialógica. Una última sección propone una forma de iniciar el proceso hacia ese ideal
utópico en nuestra misión educativa.
219 Ver las distintas formulaciones del ideal de nuestra misión educativa en el último punto del capítulo 1.220 Tal como afirma Bernard Lonergan, la idea que tenemos de un colegio está en función de la idea que tenemos de la sociedad. Y referido a los ideales, diríamos que el ideal de colegio que nos mueve en el fondo está en función del ideal de sociedad. Ver Robert M.Doran, Frederick E.Crowe (eds.), Collected Works of Bernard Lonergan. Topics in Education (Toronto: University of Toronto Press, 1993), 24.
85
1. Comunidad educativa como ámbito para la misión
Comunidad educativa son todos aquellos individuos y grupos que, de una u otra
manera, quedan afectados por la actividad del colegio. Esta comunidad es el campo de
influencia del colegio, entendida esa influencia desde el plano personal.
El concepto de comunidad educativa se ha ampliado a lo largo del tiempo por dos
razones. Por un lado, las circunstancias de nuestros colegios han cambiado. Frente a la
tradicional noción de comunidad educativa presente en la Ratio, limitada a profesores
jesuitas y alumnos (laicos o jesuitas en formación), hoy nos valemos mayoritariamente de
laicos para la labor docente. Además, la colaboración con las familias pasa a un primer
plano. Y por otro lado, existe una mayor sensibilidad democrática, de forma que toda
persona debe ser tenida en cuenta en las decisiones que le afectan, ya sea directa o
indirectamente.
Nuestros documentos recientes muestran no sólo la mencionada ampliación del
concepto de comunidad educativa, sino también la mayor atención a dicho concepto dentro
de la misión. Arrupe incluye dentro de la comunidad educativa no sólo a jesuitas y
alumnos –tal como hacía la Ratio-, sino también a los colaboradores seglares, familias y
antiguos alumnos221. Características, por su parte, incluye también a los bienhechores222.
Por otra parte, la comunidad educativa ocupa cada vez un espacio mayor en nuestros
documentos. Características le dedica uno de sus diez capítulos, mientras la CONEDSI
221 Pedro Arrupe S.J., “Nuestros Colegios Hoy y Mañana”, nn.15-24, en La Propuesta Educativa de la Compañía de Jesús (Colegio San José, Perú), 156-161.222 Características 136.
86
pone la comunidad educativa a la misma altura en importancia que la educación de los
alumnos223.
Nosotros damos dos pasos más. Primero, tomamos la comunidad educativa como el
ámbito central desde el que plantear nuestro ideal para la misión. A pesar de que la
educación de los alumnos es la misión que la sociedad encomienda a nuestros colegios, y
la que se debe cumplir con prioridad, dicha misión se entiende mejor desde una visión
holística. Las ciencias sociales muestran cómo el colegio no es sólo un lugar donde se
adquieren conocimientos, sino un sistema cultural que dota de valores y significados la
vida de todas las personas dentro de su marco de influencia224. Como tal sistema, ha de
verse como un todo, una “esfera de sentido” que convive con otras esferas de sentido
dentro de la sociedad225. Por eso, la comunidad educativa como marco refleja la realidad
sistémica desde la que pensar nuestra misión. Tal como afirma John Dewey, una de las
principales razones del fracaso de un sistema educativo es el no concebirlo primariamente
como una forma de vida comunitaria226.
El segundo paso consiste en incluir la sociedad en general y a los pobres en
particular –lo llamaremos “Sociedad-Pobres”- como un actor más dentro de la comunidad
educativa. Se pretende englobar a todos los que en el entorno puedan quedar afectados por
nuestras decisiones, tales como la gente del barrio en el que el colegio está ubicado, otros
colegios religiosos o seglares de la zona, incluso miembros de la Iglesia en general. Nos
223 Frente a un pequeño capítulo inicial acerca de la identidad básica de nuestros centros, las dos grandes partes son, respectivamente, “El Alumno y su Educación” y “El Centro como Comunidad Educativa”.224 Nancy Lesko, idem, 30.225 Jerome Bruner insiste en toda institución social como subsistema que nos ayuda a construir sentido en nuestra vida. Así, el colegio es un marco de construcción de sentido porque crea una cultura de la que se impregnan sus distintos integrantes. Ver Jerome Bruner, Acts of Meaning (Cambridge, Ma: Harvard University Press, 1990), 4-13.226 Reginald D.Archambault, John Dewey on Education: Selected Writings (New York: Modern Library, 1964), 431 (la referencia procede del texto original My Pedagogical Creed).
87
hacemos eco especialmente de los pobres puesto que la experiencia dice que, si no los
tenemos directamente presentes, al final terminamos por olvidarlos. Esta inclusión de la
“Sociedad-Pobres” como un actor más no significa que nuestros documentos no los hayan
tenido en cuenta hasta ahora. Los han contemplado en tanto que insisten en la “apertura”
del colegio hacia la sociedad y especialmente hacia los pobres, pero no han terminado de
incluirlos como un actor más de la comunidad educativa227.
Por tanto, la comunidad educativa debe incluir a todos aquellos afectados directa o
indirectamente por el colegio228. Diferenciamos tres tipos distintos de actores. El primero
se refiere a los actores que están en el centro de lo que la sociedad demanda de nuestros
colegios: jesuitas, profesores229 y alumnos. Son gente dedicada a tiempo completo a la
actividad específica que el colegio debe desarrollar y a los receptores de esa actividad. El
segundo grupo –padres, personal no docente y voluntarios- se refiere a gente que también
participa de forma importante en la misión, pero no están a tiempo completo o se ocupan
en tareas cuyo contenido explícito no se dirige directamente a lo que la sociedad demanda
del colegio. Los padres son los principales encargados de la educación de sus hijos, y
reciben la colaboración del colegio. El personal no docente contribuye con su trabajo y su
ejemplo, cuando no con sus palabras230. Los voluntarios (entrenadores, animadores,
227 Ver Carácter Propio 7, y también Pedro Arrupe, “Nuestros Colegios, Hoy y Mañana”, n.25, en La Propuesta Educativa, 162. 228 La teoría del management introdujo hace algunos años en las empresas el concepto de responsabilidad social, donde la responsabilidad se extiende a todo aquél que es afectado por la actividad de dicha compañía. Sin embargo, es criticable la tendencia que esa teoría tiene hacia el paternalismo y hacia el rechazo de uno de los principios básicos de la verdadera democracia, i.e., que toda persona debería participar en la toma de decisión acerca de algo que le afecte. Por eso, se defiende no sólo la necesidad de la compañía de sentirse responsable ante los afectados, sino también de darles voz y voto en sus decisiones. 229 Entendemos bajo esta denominación de “Profesores” a aquél personal laico en labores docentes, ya sea en contacto directo con los alumnos o a tiempo compartido con labores directivas.230 Este grupo es especialmente importante para calibrar el ambiente en el colegio. Normalmente estas personas (encargados de limpieza, cocineros, cuidadores del patio...) carecen del poder coercivo que los profesores tienen ante los alumnos. Es en estos casos de relaciones humanas donde en principio no priman las relaciones de poder donde se ve la cohesión comunitaria en el colegio.
88
monitores) aportan sus capacidades, dedicación y gratuidad. El tercer grupo se refiere a
todos aquellos indirectamente afectados: la sociedad en general y los pobres en particular.
2. Comunidad educativa como comunidad de solidaridad
Una vez definido el ámbito, hemos de ver hacia qué horizonte apunta dicho ámbito.
Para ello, nos sirve como inspiración el concepto de comunidades de solidaridad (CS),
concepto acuñado en la última Congregación General donde, si bien no aparece a menudo
ni recibe un contenido claro, sí que resulta un término sugerente.
La Congregación habla de las CS como espacios desde los que se aspira no sólo a
la transformación de las estructuras, sino también de los valores y, más en general, de las
personas231. Por eso, estas CS no tienen por qué ser de carácter estrictamente político, sino
que también incluyen movimientos de base y ONGs. Su objetivo es trabajar por un
desarrollo humano pleno que se manifieste tanto ad intra –creando un ámbito que permita
dicho desarrollo a sus miembros- como ad extra -siendo una pequeña contribución a
“construir un orden mundial basado en genuina solidaridad”232. En definitiva, en un mundo
tan complejo y sobredimensionado, las CS aparecen como semillas de construcción del
Reino a un nivel accesible para las personas. Son, en otras palabras, la utopía de la que
hemos hablado en los anteriores capítulos, pero a pequeña escala.
Sin embargo, ¿invita el lenguaje de la Congregación a ver las CS como horizonte
utópico? La respuesta es que sí, aunque a veces el lenguaje sea ambiguo. Por un lado, es
cierto que hay momentos en que parece asumirse las CS como un objetivo alcanzable. En
231 CG 34, d.3, n.10.232 CG 34, d.3, n.7.
89
estos casos, se habla de la necesidad de “crear” CS233. Pero por otro lado, también utiliza
un vocabulario que pone las CS como un horizonte al que apuntar. Así, en otros casos
habla de “desarrollar” CS234. El tono inspiracional que se emplea y la carencia de detalles
concretos en cuanto a su implementación invitan más a verlo en esta línea de horizonte
utópico que en la de objetivo alcanzable.
Las CS nutren su vitalidad desde la fe cristiana, pero no se descarta ni la existencia
de CS sin una fe explícita, ni nuestra colaboración con no cristianos para desarrollar CS.
Las CS aparecen en el contexto de un Dios que vive en medio de nosotros y que nos
muestra en la persona de Cristo su amor preferencial por los pobres235. Sin embargo, los
documentos parecen sugerir que hay también CS incluso cuando no hay una fe explícita,
principalmente si se trabaja por la justicia y por la dignidad de las personas236. Así,
respecto a nuestra relación con creyentes de otras religiones, “colaboramos con ellos en la
denuncia profética de las estructuras de injusticia y en la creación de un mundo en justicia,
paz y armonía”237. Y, más en general, estamos llamados a colaborar en CS con todos
aquellos que trabajen a favor de los derechos humanos, tanto individuales como de los
pueblos238.
La posibilidad de desarrollo de CS se convierte en criterio de discernimiento para
toda nuestra labor apostólica. Nuestra misión es más fructífera cuando contribuye mejor al
desarrollo de CS239. Este criterio no se limita únicamente a misiones relacionadas con el
233 CG 34, d.3, n.19 y d.3, n.22.234 CG 34, d.3, n.10.235 CG 34, d.2, n.9 y d.3, n.10.236 CG 34, d.2, n.13 y d.3, n.6.237 CG 34, d.5, n.9.6.238 CG 34, d.3, n.6.239 CG 34, d.3, n.22.
90
sector social, sino que vale para cualquier campo apostólico. Por eso, las CS deben ser
promovidas “en cada uno de nuestros diversos campos apostólicos”240.
Esto hace que la comunidad educativa sea la CS desarrollada en el ámbito de la
misión educativa. La comunidad educativa debe pasar de ser considerada como algo dado a
ser vista como una meta, un objetivo a alcanzar. Nuestra misión consiste en construir día a
día una mejor comunidad educativa, al estilo de una CS.
Si hablábamos de las CS como semillas de construcción del Reino en el conjunto
de la sociedad, la comunidad educativa tiene un gran potencial debido a su diversidad, que
se puede ver desde tres perspectivas distintas. Desde la perspectiva intergeneracional, el
colegio puede involucrar no sólo una comunicación intergeneracional entre padres e hijos,
sino también con un número creciente de abuelos que están al cuidado de los niños. Desde
la perspectiva social, y especialmente en países donde la educación jesuita está concertada
y es por tanto accesible para un porcentaje importante de la población, niños y niñas de
diferente clase social pueden interactuar. Y desde la perspectiva religiosa e ideológica
(tanto en las familias como en los profesores), la comunidad educativa puede desarrollarse
desde lo que nos une como CS, es decir, la lucha por la justicia y la dignidad de todos. Esta
diversidad hace de la comunidad educativa una sociedad en miniatura y, por tanto, un
espacio que, apuntando al horizonte de ser CS, ejemplariza el funcionamiento ideal en el
conjunto de la sociedad241.
240 CG 34, d.3, n.19.241 John Dewey afirma que el colegio debiera ser un ensayo de sociedad, un reflejo simplificado de la misma. Ver Reginald D.Archambault, idem, 310 (la referencia es del texto original The School and Society).
91
3. El diálogo como la clave de entendimiento de la misión educativa
Nos queda ver cómo pensamos ese horizonte de una comunidad educativa como
CS. Nosotros lo pensamos desde el diálogo, entendido como la realidad en la que se dan
flujos de significado entre personas242. Si bien la primera impresión de cara a nuestra
misión puede ser de relativismo, el diálogo como valor no está exento de contenidos, tal
como veremos en el primer apartado de esta sección. En esta línea, Juan Pablo II afirma
que el diálogo “es una actividad con sus principios, exigencias y dignidad propias”243.
Además, el diálogo se convierte en la respuesta a un pluralismo que se puede vivir
como oportunidad pero también como amenaza. Para nuestros colegios, se convierte en
respuesta al mundo que nos rodea. La lucha contra el terrorismo y el conflicto de Oriente
Medio pueden leerse como un choque entre civilizaciones en el ambito mundial. En
Europa, este choque no tiene un carácter bélico, pero sí es fuente de conflictos debido a la
creciente entrada de inmigrantes244. Además, en Europa la necesidad de diálogo se vive
también a nivel político. La Convención Europea (uno de los organismos políticos de la
Unión Europea), se ha planteado para este año sentar las bases de una Europa para el siglo
XXI. En un planteamiento de máximos, su cometido es elaborar un documento que podría
alcanzar la condición de Tratado Constitucional para los países miembros. También
Europa es sede de otros conflictos más localizados geográficamente, como los de Kosovo,
242 Ese es el sentido que le da David Bohm al origen etimológico del término: dia (entre) y logos (palabra). Para él, palabra se refiere no sólo a algo literal, sino también a su significado, de forma que cuando ese significado pasa de unas personas a otras, podemos hablar de diálogo. Ver Peter Senge, The Fifth Discipline (New York: Currency Doubleday, 1990), 240.243 Juan Pablo II, Redemptoris Missio 56.244 Así, aparte de brotes xenófobos, surgen cuestiones acerca del respeto de las costumbres de cada cultura. Recientemente en España se ha desatado una polémica por la negativa de un centro educativo a aceptar a una estudiante musulmana que vestía el chador (pañuelo que las mujeres deben utilizar para cubrir su cabeza). Estos debates son ya habituales en Francia.
92
Irlanda del Norte o Euskadi, donde desarrollar la cultura de diálogo frente a la cultura de la
violencia aparece como reto principal.
Empezamos iluminando el concepto de diálogo y su aplicación a nuestros colegios
a través de la reflexión de Paulo Freire. De ahí, vemos las raíces del diálogo en nuestro
carisma ignaciano. Un tercer apartado presenta un primer boceto de nuestra misión a través
de la matriz dialógica. Le siguen una serie de aspectos que corrigen y profundizan ese
boceto y lo llevan a una versión más completa y definitiva. El quinto y último apartado
muestra la versión final de la matriz dialógica como norte utópico de nuestra misión
educativa.
3.1. Diálogo según Paulo Freire
Según Freire, diálogo es “el encuentro entre personas, mediado por el mundo, para
dar nombre al mundo”245. Desde esta definición, en contexto con el resto de su
pensamiento, podemos deducir los seis rasgos fundamentales del diálogo:
1. El núcleo está en las personas que dialogan
2. Se da una tensión entre identidad y diferencia
3. Promueve un auténtico cambio
4. Su calidad es siempre mejorable a través de un proceso de crítica
5. Las palabras, siendo medio indispensable, no son su fundamento
6. Es la manera de entender la relación con Dios
Primero, el núcleo del diálogo no está tanto en la acción que se realiza cuanto en las
personas implicadas. Diálogo no es sólo una acción, sino dos personas en acción. Por eso,
todo diálogo nos hace ver la realidad desde la perspectiva de los rostros que la habitan. La
capacidad de entrar en diálogo crece a medida que desarrollamos nuestra capacidad de
245 Paulo Freire, Pedagogy of the Oppressed, 69.
93
desnudar nuestra percepción de armaduras ideológicas cuando es un rostro el que se nos
pone delante246. Desde el diálogo, la primera interpretación del mundo no se queda en las
ideologías ni en las acciones, sino en las personas. Por eso, el diálogo implica la capacidad
de ser compasivo y misericordioso y de dejar a nuestro corazón afectarse por el dolor
presente en la realidad.
Segundo, el diálogo implica, en el encuentro entre dos personas distintas, una
tensión entre identidad y diferencia. Así, el diálogo rechaza los dos extremos, y los pone en
combinación desde la dialéctica más pura de la realidad, la de dos rostros el uno frente al
otro. Por un lado, rechaza el extremo que se rinde ante la autopercepción de que las dos
personas están en oposición la una con la otra. El diálogo lleva a darse cuenta de que el
crecimiento de una de las personas no implica el decrecimiento de la otra. Y, por otro lado,
no trata de igualar a las personas, sino que cada una tiene su identidad y aparece en el
diálogo desde lo que es, siente y piensa247. Por tanto, el diálogo debe verse como una
tensión nunca resuelta totalmente248.
Tercero, el diálogo promueve un auténtico cambio. Esa irresolución abre a la
persona a ver la propia realidad y la realidad en general con nuevos ojos, puesto que el
entorno habla a través de los rostros que lo habitan. Y de esa nueva percepción brota un
nuevo racimo de posibilidades para la realidad presente. La única palabra que Freire repite
246 Esto no significa que las ideologías, entendidas como una construcción que sirve para interpretar la realidad, sean negativas. Las ideologías sirven para aportar sentido y orden a nuestra vida. En este sentido, incluso la definición que hacemos de nosotros mismos, i.e., de nuestra personalidad, es una ideología. Sirve para definirnos ante la realidad de una manera concreta. El problema viene cuando esa definición se hace tan rígida que nos impide adaptarnos a la realidad cambiante.247 A.M.Araujo Freire, D.Macedo (eds.), idem, 248 (el texto pertenece a la obra original de Freire Pedagogy of Hope: Reliving Pedagogy of the Oppressed). 248 Nuestro lenguaje religioso también se expresa a menudo en términos dialécticos. Así, hablamos de la necesidad de mantener el carisma dentro de la institución; de la necesidad de coherencia entre visión y método; o del reto que supone superar las paradojas entre la justicia humana y la justicia de Dios, entre la conversión personal y el cambio social, etc. Ver Pedro Arrupe S.J., “Men for Others,” en Foundations, 34-37.
94
en su definición de diálogo es “mundo”. Sin embargo, esa palabra no significa lo mismo
las dos veces que se utiliza. En la primera –“mediado por el mundo”- se refiere al mundo y
al estado de cosas tal como nos vienen dados, mientras que en la segunda –“para dar
nombre al mundo”- se refiere al mundo tal como aparece después del diálogo, un mundo
abierto donde se percibe lo que antes no se percibía –se aprende-, y donde lo que antes era
imposible puede transformarse en posible249.
Cuarto, el diálogo está “mediado por el mundo”. Las ambigüedades y
condicionamientos históricos de los dialogantes entran en juego, lo cual no debe desanimar
el diálogo sino impulsar la mejora de su calidad a través de un proceso de conscientización.
Por tanto, todo diálogo necesita un proceso de crítica acerca de las condiciones que limitan,
aun de forma parcial, dicho diálogo: el lenguaje usado, el lugar escogido, la forma de tratar
el tema, el género y raza de los participantes, la amenaza implícita o explícita que un
participante impone en los demás, gente excluida del diálogo, etc. Esto implica ver el
diálogo también como tarea, no como algo espontáneo que surge y se mantiene sin ningún
esfuerzo intencional250.
Quinto, el diálogo utiliza las palabras más como un medio que como un fin en sí
mismas. El uso de un lenguaje común facilita la comunicación de forma que a menudo
relacionamos diálogo con palabras, como si la cantidad de palabras determinase la calidad
del diálogo. Sin embargo, Freire no menciona las palabras en su definición. Las palabras
no son el catalizador del diálogo por dos razones. Primero, los catalizadores del diálogo
son valores tales como el amor, la humildad y la fe en la gente251. Y segundo, hay muchas
formas de expresión, aparte de las palabras, que pueden ser instrumentos de diálogo: 249 Parker Palmer sostiene que aprender es una forma de afrontar la transformación. Ver P.Palmer, To Know as We Are Known (San Francisco: Harper&Row, 1983), 40. 250 A.M.Araujo Freire, D.Macedo (eds.), idem, 9.251 Paulo Freire, Pedagogy of the Oppressed, 70-73.
95
gestos, acciones, música, etc. Es cierto que, cuando el diálogo empieza, depende en gran
medida del uso de las palabras. Sin embargo, este uso hay que verlo críticamente puesto
que ese predominio beneficia primordialmente a aquellos con mejor dominio del lenguaje
y con mayor capacidad dialéctica.
Y sexto, el diálogo es una forma clave de entender también la relación con Dios. La
vida humana es un proceso en el cual se da un “diálogo continuo entre la persona y otras
personas, entre la persona y el mundo, y entre la persona y el Creador”252. En ese diálogo,
Dios nos potencia para hacernos sujetos de nuestra vida y de la realidad que nos rodea.
Además, Dios se convierte en el último garante de que el diálogo no se corrompa. Sin un
Dios que apunte a un Reino nunca alcanzable del todo, el diálogo termina perdiendo la
tensión de la que hablábamos antes y se desvirtúa, convirtiéndose en algo menos que
diálogo253.
Por tanto, el diálogo es mucho más que un recurso pedagógico. Es una manera de
entender al ser humano y, desde una perspectiva teológica, de entendernos a nosotros como
hijos de Dios. Además, realza la dimensión de cambio de la realidad, y la necesidad de
hacernos sujetos de dicha realidad a través de una visión crítica de la misma. El diálogo es
el concepto sobre el que bascula todo el pensamiento de Freire254 y es, en definitiva, el
cimiento relacional de una utopía realmente transformadora.
3.2. La tradición jesuítica acerca del diálogo
252 Paulo Freire, Education for Critical Consciousness (New York: Continuum, 2000), 18.253 Esto mismo pasaba con la utopía (ver el punto 10 del Decálogo de la Vida), y pasa con otros valores como la justicia. En palabras de Reinhold Niebuhr, “cualquier justicia que es sólo justicia, termina degenerando en algo menos que justicia. La justicia debe ser rescatada por algo que es más que justicia”. Citado en Robert J. Starratt, “Sowing Seeds of Faith and Justice”, en Foundations, 121.254 John L.Elias, Paulo Freire: Pedagogue of Liberation (Malabar, FL: Krieger, 1994), 140.
96
Una vez visto qué entendemos por diálogo y su estrecha relación con la utopía,
vemos ahora la importancia del diálogo en nuestro carisma. Hacemos un repaso de
nuestros principales documentos -especialmente de los más antiguos- no con fines
apologéticos, sino tratando de aportar una nueva luz sobre los mismos.
La experiencia de Ignacio tiene en el diálogo un elemento clave. Su relación con
Dios pasa por un proceso de purificación en el que el diálogo le va potenciando. Dios le
trata “de la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño, enseñándole”255, e
Ignacio va ganando libertad interior para tomar decisiones sobre su propia vida. Esta
libertad no le lleva a preocuparse tanto por su propio crecimiento sino por la creciente
relación con Dios. Incluso en la iluminación que recibe a orillas del río Cardoner, él se
centra más en verla como una ayuda de Dios que en los contenidos de dicha iluminación, a
pesar de reconocer su importancia256.
Los Ejercicios Espirituales, en parte el resultado escrito de su proceso de
conversión, se centran en la relación entre Dios y la criatura como una relación de diálogo.
Mejorar el diálogo supone ir quitando todo lo que interfiere en esa relación, ya sea externo
o interno. En cuanto a lo externo, la persona que guía los Ejercicios es más un facilitador
que un director: él/ella debe permanecer en segunda línea, preguntando, motivando o
previniendo sólo cuando es necesario257. Respecto a lo interno, los Ejercicios son un
proceso que permite irse liberando de afectos desordenados en nuestra vida258. Esta
liberación, en cualquier caso, no es producto único de la voluntad. Necesitamos la gracia y
255 Autobiografía (en adelante, Autob.) 27.256 Autob. 30. Esta iluminación tuvo lugar en una cueva a orillas del río Cardoner, en Manresa (Cataluña), y él la recuerda de forma especial incluso en los últimos años de su vida en los que escribió, con ayuda de su secretario, su propia autobiografía.257 Ejercicios Espirituales (en adelante, EE.EE.) 2, 6-17.258 EE.EE. 21.
97
la iluminación de Dios para hacernos conscientes de esos afectos e ir ganando libertad para
combatirlos. Por tanto, los Ejercicios son un medio para purificar el diálogo con Dios.
El que guía los Ejercicios debe reflejar en sí mismo/a la condición de Dios como el
“perfecto dialogante” a través de su adaptabilidad, generosidad y confiabilidad. Debe
adaptarse a la “edad, educación y talento”259 del ejercitante así como a su momento
particular260. Debe también ser generoso y no entrar en el diálogo buscando su propio
placer o beneficio. Su provecho espiritual debe venir exclusivamente del bien que ve
germinar en la otra persona. Finalmente, el director debe emanar confianza, estando “más
dispuesto a interpretar positivamente la afirmación del otro que a condenarla”261.
Sin embargo, esta visión optimista acerca del diálogo no puede obviar las
dificultades que surgen de otros documentos. La Constituciones son en muchos casos
ejemplo de un diálogo muy limitado donde parece primar la obediencia ciega262. Algunos
rasgos de la parte IV –referida a los colegios y escuelas- refuerzan esas ideas. Se presenta
una noción jerárquica de lo que un colegio (entendido como exclusivo para la formación de
los jesuitas) debiera ser. Así, todo está regulado y la posibilidad de discernir la concreta
aplicación de las reglas queda en manos de superiores y responsables263. Además, el rector
cuida del colegio de una forma paternalista, protegiendo a todos “contra las dificultades
internas o externas”264. El rector debiera ser “un hombre abierto a aprender”, aunque ese
259 EE.EE. 18.260 EE.EE. 6-17.261 EE.EE. 22.262 Se habla en varios lugares de cómo el jesuita debe presentar su demanda y los motivos de la misma a los superiores, pero debe aceptar sin más la decisión adoptada por ellos. Ver Constituciones (en adelante, Const.), 292, 542, 618. David Knowles es especialmente crítico, y considera que el criterio fundamental es el bien del cuerpo de la Compañía, prescindiendo totalmente del bien de los individuos. Ver D.Knowles, From Pachomius to Ignatius: a Study in the Constitutional History of the Religious Orders (Oxford: Clarendon, 1966), 65-66.263 El conjunto de reglas y principios está en Const., 339-391. Un ejemplo concreto de dejar que una persona al mando tome una decisión está en el n.363.264 Const. 424.
98
aprendizaje se limita a lo que viene de instancias superiores265. Es decir, las Constituciones
son un texto muy limitado en su apertura al diálogo.
Con todo, hay elementos que atenúan lo anterior, tanto referidos a detalles
concretos como al proceso de redacción. En cuanto a detalles concretos, las llamadas a la
obediencia no impiden en ningún caso que la persona pueda expresar sus pensamientos y
sentimientos266. Además, en la parte IV se dice que el rector tiene que saber “combinar,
dependiendo del momento, la severidad con la delicadeza”267. Debido a su mayor
diversidad interna, en las escuelas -i.e., instituciones no exclusivamente para jesuitas- se
subraya la necesidad de ser flexibles “de acuerdo a las circunstancias de lugares y
personas”268. Respecto al proceso de redacción, el diálogo aparece como una realidad
implícita puesto que las Constituciones no fueron el trabajo de una persona. Tal como
sostiene Jose Carlos Coupeau, este documento es más un producto jesuítico que puramente
ignaciano269. Las Constituciones son el resultado de varias cosas: del ambiente en el que
los primeros jesuitas se consolidaron como grupo, un ambiente con fuerte tono dialogante
y deliberativo270; de la numerosa correspondencia de los primeros años de la Compañía; y
de la relación de Ignacio con Polanco, su secretario personal. Esta elaboración compartida
también tiene su reflejo en la parte IV, que se basa en la experiencia de los primeros
colegios y escuelas: Ignacio usa varios planes de estudio (como el del colegio de Messina,
el primer colegio destinado primariamente para estudiantes no jesuitas) como guía para su
265 Const. 423.266 Const. 292, 543, 627.267 Const. 423.268 Const. 395.269 Jose Carlos Coupeau, “Beginning, Middle and End: A Rhetorical Study of the Constitutions of the Society of Jesus as a Classic of Spirituality” (Tesis Doctoral presentada en Weston Jesuit School of Theology, Cambridge, MA, 2001), 380-385.270 Estos primeros jesuitas eran diez compañeros entre los que estaban el propio Ignacio y Francisco Javier, entre otros.
99
trabajo. Por tanto, las Constituciones son un documento propio de su época, con muy poco
espacio para un diálogo abierto, aunque sí que muestra ciertos elementos de apertura.
El análisis de la Ratio conduce a conclusiones similares. Por un lado, no es un
documento que dé prioridad al diálogo. De las 30 partes de que consta, 29 de sus títulos
empiezan con las palabras “Reglas” o “Normas”. Los profesores deben hablar poco con los
discípulos y, en cualquier caso, sólo sobre temas referidos a los estudios271. Además, la
orientación futura de los estudiantes jesuitas no tiene en cuenta el criterio de los propios
estudiantes, sino que depende únicamente del de los superiores272.
Sin embargo, también aquí hay rasgos que hacen entrever la importancia del
diálogo. Estos rasgos se encuentran en el proceso de redacción, en el mismo documento y
en su aplicación. Primero, el proceso de redacción tiene en el diálogo un apoyo
fundamental. En la introducción, Domenici describe brevemente todo el proceso de
consultas y de sucesivas idas y venidas de los documentos, un modelo de confianza en la
gente y en su experiencia273. En este sentido, la Ratio, un documento supuestamente
institucional, está más cerca de lo que parece del carisma de los Ejercicios. Segundo, a
pesar de sus limitaciones, el documento es más humano que otros documentos
contemporáneos. Habla de la importancia de tener siempre un buen número de confesores,
de limitar los castigos, de dar una atención personalizada a los estudiantes y, dentro de
ciertos límites, de promover el cultivo de los propios intereses dentro del estudio274.
Además, la Ratio no se restringe a una doctrina filosófica o teológica determinada, con lo
271 Ratio 364.272 Ratio 21-23; 30-31.273 Introducción de la Ratio. Ver Eusebio Gil Coria (ed.), La Pedagogía de los Jesuitas, Ayer y Hoy (Madrid: Universidad de Comillas, 1999), 59-61.274 Ratio 48, 281, 367 y 451, respectivamente.
100
que mantiene su apertura en temas doctrinales275. Y tercero, el hecho de que el documento
es aplicado de manera flexible en diferentes lugares y circunstancias indica que los jesuitas
vieron en él no tanto un documento rígido cuanto un texto carismático. El texto no
extinguió la llama del diálogo como un instrumento para la misión. Esto explica el éxito de
los colegios jesuitas en la época, con un texto que ayudó a mantener el carisma mucho más
tiempo de lo que se hubiese podido esperar bajo unas condiciones normales276.
Nuestras más recientes Congregaciones Generales han traído de forma más
explícita el tema del diálogo referido a la generalidad de nuestra misión. Ya la CG 32,
celebrada en 1975, tuvo en cuenta esta perspectiva al hablar del discernimiento apostólico:
el diálogo ayuda a vivir constructivamente tanto la autoridad en los superiores como la
obediencia en el resto de compañeros277. Sin embargo, ha sido la CG 34 la que ha puesto el
diálogo en el centro. El diálogo refleja “un nuevo modo de ser Iglesia”278, por el cual nos
ponemos “en contacto con la acción de Dios en las vidas de otros hombres y mujeres, y nos
hace penetrar más profundamente en el significado de esa acción divina”279. El único punto
de partida válido es “un intento sincero, basado en el respeto y la amistad, de trabajar desde
dentro de la experiencia compartida”280. Ello implica no renunciar a nuestra identidad,
puesto que el mejor compromiso con la gente con la que vivimos es ofrecer nuestra
275 Tras largos debates, primó la opinion de Salmerón, el cual era contrario a encorsetar el documento dentro de una doctrina concreta. Ver Gabriel Codina S.J. “Our Way of Proceeding in Education: the Ratio Studiorum”. Disponible [Online]: http://www.marquette.edu/umi/ratio2.htlm.276 Lo cual no significa que no hubiese problemas, sino más bien que la Ratio contribuyó a dar más vida al carisma dentro de la institución. 277 CG 32, d.11, n.18, n.31. Se podría incluso ir más lejos diciendo que sin diálogo no hay obediencia, sino sólo sumisión. La obediencia requiere que la persona que obedece se haga cargo de las circunstancias y preste su asentimiento no tanto al mandato del superior cuanto a la llamada que percibe en la realidad. Para este asentimiento es necesario sentirse parte activa del cuerpo apostólico llamado a la misión. Por eso, el diálogo –en tanto explicación, comprensión y aceptación de las circunstancias- es parte esencial de la obediencia.278 Pablo VI, Ecclesiam Suam 63. Citado en CG 34, d.5, n.7.279 CG 34, d.4, n.17.280 CG 34, d.4, n.23.
101
experiencia así como profundizar en nuestras raíces jesuíticas281. Así, la cultura del diálogo
debiera convertirse en un rasgo distintivo de la Compañía282. Se pasa de ser “hombres para
los demás”, como decía Arrupe283, a ser “hombres con los demás”284.
Los documentos más recientes sobre educación acentúan la importancia del diálogo
en el contexto de la comunidad educativa. Los colegios debieran ser “ámbitos de diálogo,
en los que se recogen las inquietudes y planteamientos de nuestra cultura, se ofrecen con
honestidad y rigor las respuestas de la fe, y se ayuda a las personas a madurar” 285. Incluso
el Proyecto Educativo de cada colegio debe ser realizado de forma compartida desde los
diferentes estamentos de la comunidad educativa286.
3.3. Boceto de la matriz dialógica
Presentamos el primer boceto gráfico del horizonte utópico de nuestra misión
educativa. En esta matriz, todo actor debe estar abierto a un diálogo con los otros actores.
La fila horizontal superior representa a los actores en su papel de emisores, i.e.,
contribuyen a que sus interlocutores aprendan. La columna vertical izquierda los representa
como receptores, i.e., reciben y aprenden del diálogo. Por tanto, cada cuadrícula representa
una parte del diálogo que debe ser desarrollado, con un actor en el rol de emisor, y otro en
el rol de receptor287. Un diálogo completo entre dos actores diferentes es la combinación de
dos cuadrículas simétricas (desde un eje de simetría que es la diagonal que va de arriba a la
281 CG 34, d.4, n.22 y d.5, n.9.2.282 CG 34, d.5, n.3.283 Ver P.Arrupe S.J., “Men for Others”.284 CG 34, d.13, n.4.285 Carácter Propio 3.5.286 Carácter Propio 6.3.1.287 Puesto que, según Freire, en el diálogo todos los participantes cumplen la doble función de enseñar y aprender. Ver A.M.Araujo Freire, D.Macedo (eds.), idem, 219 (el texto corresponde a Learning to Question: A Pedagogy of Liberation).
102
izquierda hacia abajo a la derecha), e.g., jesuita-alumno (jesuita como emisor y alumno
como receptor) y alumno-jesuita (alumno como emisor y jesuita como receptor). También
se incluye el diálogo interno dentro de cada grupo, i.e., jesuitas entre sí, alumnos entre sí,
etc. Así, el boceto quedaría de la siguiente manera:
Matriz dialógica
Jesuitas Profesores Alumnos Padres Pers.no docente
Voluntarios Sociedad-pobres
Jesuitas
Profesores
Alumnos
Padres
Pers.no docenteVoluntarios
Sociedad-pobres
La matriz dialógica tiene en principio varias ventajas. Primero, es una misión
compartida más que una misión transmitida. No se trata simplemente de mejorar los
medios de transmisión de un mensaje ya determinado de antemano, sino de vernos todos
como sujetos y objetos de la misión. Somos sujetos de la misión en el sentido de que
somos responsables del desarrollo de los diálogos y de cumplir con nuestro papel de
emisores en dichos diálogos. Pero también somos objetos de la misión porque los diálogos
y el trabajo compartido son instrumento para nuestra propia conversión. Es decir, que
todos somos a la vez misioneros y “misionados”288.
Segundo, la misión aparece visible como una estructura. Estructura no es sin más
un andamiaje al que nos adaptamos externamente para que la organización funcione.
288 Tomamos el término “misionero” no en el sentido restringido de anunciar el Evangelio a los no creyentes, sino en el más general de estar abiertos a la tarea que se deriva de una llamada.
103
Estructura se refiere a las interrelaciones básicas en un sistema, a lo que en el fondo hace
que una organización funcione o no, que son los comportamientos y actitudes asumidas en
el sistema y desarrolladas por los individuos289. La matriz, por tanto, no pretende dar un
esquema organizativo para ser aplicado como un organigrama, sino ir a lo que subyace a
todo esquema, a esa estructura generalmente no explicitada, pero que influye en la
organización.
Tercero, y en relación con lo anterior, la misión se asienta sobre una estructura de
personas más que de actividades, lo cual ayuda a definir mejor los problemas. Tal como
dice Peter Senge, dichos problemas suelen aparecer debido a dificultades de comunicación,
explícitas o implícitas, entre personas290. Otro tipo de argumentaciones suelen ser simples
tapaderas de esas dificultades.
Cuarto, el aprendizaje no es simplemente una labor a realizar con los alumnos, sino
un valor inserto en la estructura. En un mundo tan cambiante como el nuestro, lo
fundamental no es tanto aprender cosas que el tiempo va a hacer obsoletas con rapidez sino
“aprender a aprender”, para así poder adaptarnos al entorno y cambiar con él. La matriz
representa un sistema en el cual se aprende de la realidad y de los que nos rodean. Por
tanto, el aprendizaje no se limita a la actividad docente destinada a ello, y el cambio
provocado por dicho aprendizaje se asume como parte de la estructura.
Quinto, el lenguaje es accesible a todos. Hablar de diálogo nos ayuda a
incorporarnos al proyecto desde un concepto comprensible y sobre el que se puede
profundizar con la participación de todos, independientemente de sus creencias religiosas.
289 P.Senge, idem, 40.290 P.Senge, idem, 63-65.
104
Y sexto, los diálogos expresan en sí mismos la densidad de la misión, no son meras
tácticas. Es cierto que, en la situación actual, el diálogo es una buena táctica –la única
posible en muchos casos-, con una realidad jesuítica de edades en aumento y de recursos
humanos en descenso. Además, las perspectivas de futuro son aún más oscuras. Sin
embargo, quedarnos en el diálogo como táctica supone seguir un mero criterio de
supervivencia, carente de autoridad moral y de espíritu profético. El diálogo como táctica
pone un límite en su alcance: se usa en tanto que es necesario. En nuestro caso, eso
significaría resignarnos a mantener un diálogo consistente sólo con aquel número necesario
de personas que permita al colegio seguir funcionando de manera más o menos adecuada.
Pero evitaríamos el diálogo precisamente con aquellos con los que el diálogo nos es más
difícil, que es precisamente lo que nuestra sociedad necesita. Por tanto, el diálogo se
convierte en profético sólo cuando se convierte, más que en una mera táctica, en un valor
buscado por sí mismo.
3.4. Hacia la versión definitiva de la matriz dialógica
Sin embargo, un gráfico sólo es útil si incluye visiblemente aquello que quiere
significar, aunque sea de forma simbólica. Y a ese boceto le falta por incluir siete aspectos
que es necesario tener en cuenta: el contenido de los diálogos, la interconexión de los
mismos, la dimensión trascendente de la matriz, la necesidad de ver las zonas oscuras de
todo diálogo, la centralidad del contacto con los pobres, la tangibilidad de la matriz, y el
rol de liderazgo que como jesuitas debemos asumir.
105
3.4.1. Contenido de los diálogos
No vale cualquier tipo de diálogo, sino el diálogo centrado en la misión. Todo
diálogo es bueno, ya sea entre amigos, el cual implica respeto y amor, o entre compañeros
de trabajo, el cual implica al menos aceptación y escucha. Sin embargo, si bien esos
diálogos ayudan a la misión porque crean un buen ambiente de trabajo, no están
directamente vinculados a ella. Aquí nos referimos a un diálogo que, aparte de estar abierto
a la persona con la que se dialoga, está abierto –a través de dicha persona- al conjunto de la
comunidad y de la sociedad a través de la labor concreta y diferencial que tiene un colegio,
que es formar a sus alumnos.
Por eso, el diálogo que interesa es el que incide en el crecimiento humano y
académico de los alumnos. Es el diálogo que ayuda a los alumnos a reflexionar sobre lo
que todo contenido experiencial y académico les enseña acerca del mundo. Por eso, no
vemos el diálogo sólo como un esfuerzo de comprensión humana interpersonal –pese a que
éste es necesario-, sino como un esfuerzo de que comprensión del mundo en el que se
vive291. Esta es la labor central que está detrás de los diálogos: la formación para que los
alumnos comprendan el mundo.
En la matriz, representaremos esta centralidad de los alumnos con el color verde,
que debe estar presente en todos los diálogos.
291 Se intenta prevenir el hacer de la interpersonalidad la clave del buen funcionamiento como comunidad educativa. No tengo que tener una relación íntima con todos los miembros de la comunidad a la que pertenezco. El talante de diálogo necesario en la comunidad va más allá de la intimidad interpersonal, y nos orienta hacia unos valores comunes que compartimos pese a que no podamos tener trato directo. Si no, nuestra vida empieza a bascular alrededor de nuestras necesidades afectivas y así se cierra en sí misma. Ver P.Palmer, The Courage to Teach (San Francisco: Jossey-Bass, 1998), 90-91.
106
3.4.2. Interconexión de los diálogos
Antes mencionábamos cómo la matriz ayuda a ver la estructura que subyace a la
organización. Sin embargo, una intuición básica es que toda la matriz forma una única
estructura, mientras que la división en cuadrículas parece compartimentar los diálogos,
como si fuesen independientes unos de otros, de forma que unos podrían ir muy bien y
otros muy mal. La realidad hace ver que tal separación no existe: si A mejora su relación
con B, puede que C y D, que se llevaban bien con A pero menos bien con B, vean su
relación con A dañada. La complejidad y dinamismo en las relaciones hacen más real una
interdependencia entre los distintos diálogos: la mejora en un diálogo debe venir
acompañada de mejoras en otros porque, si no, la mejora global se va a diluir. Si los
voluntarios empiezan a mejorar notablemente la calidad de su diálogo con los alumnos,
pero su diálogo con los profesores sigue siendo tan deficiente como era en un principio, al
final pueden producirse desconfianzas y celos que anulen, a nivel de organización global,
la mejora inicial. Por tanto, la matriz ha de imaginarse como un conjunto de depósitos
intercomunicados, de forma que llenar uno debiera expandir su efecto sobre los demás292.
Representamos estas interconexiones en la matriz sustituyendo las líneas continuas
por líneas punteadas.
3.4.3. Dimensión trascendente de la matriz
El punto anterior nos hace ver la matriz como una realidad con múltiples
interrelaciones internas lo cual, a fin de cuentas, puede ser captado por cualquier
pensamiento lúcido. Sin embargo, hay una unidad subyacente que, tal como afirma Parker 292 Peter Senge insiste en la importancia del pensamiento sistémico para implantar procesos continuos de mejora más que mejoras concretas y aisladas. Ve cómo estas mejoras concretas en un ámbito de la organización suelen encontrarse enseguida con que afloran cuellos de botella imprevistos, pero provocados precisamente por la mejora conseguida inicialmente. Ver P.Senge, idem, 95-104.
107
Palmer, tiene un trasfondo espiritual al que se llega mediante la experiencia de oración.
Esta experiencia consiste en entrar en la “vasta comunidad de vida en la que están
íntimamente entrelazados el yo y el otro, lo humano y lo no humano, lo visible y lo
invisible”293. Esta experiencia nos pone en relación íntima con la realidad desde el
descubrimiento de la mutua relación entre esa realidad y nosotros. Por eso, la comunidad
educativa es algo más que diálogos interconectados: es una unidad anterior a toda división
que podamos hacer, donde paradójicamente los individuos no pierden su propia identidad.
Esta dimensión no se representa propiamente dentro de la matriz, sino debajo de
ella: es como su soporte, una tercera dimensión que aporta profundidad a dicha matriz.
Aparece como un plano paralelo por debajo, donde las divisiones de la matriz dialógica se
han diluido, aunque la identidad de los actores sigue presente. Así se muestra la naturaleza
espiritual de todo auténtico diálogo y la unidad subyacente a la matriz, que hace de la
comunidad educativa una única realidad por encima de todas las diferencias. En lenguaje
ignaciano, podemos denominar a este plano inferior como la dimensión contemplativa de
la misión.
3.4.4. Diálogo crítico
Tal como recuerda el padre Kolvenbach, el diálogo debe incluir la honestidad de
“explorar la realidad con el corazón y la mente abiertos... [y de] alertar al educando ante la
trampa que puede ocultarse en sus mismos presupuestos y prejuicios, así como en las
tupidas redes de los valores al uso que pueden ocultarnos la verdad”294. La matriz dialógica
tiene muchas zonas oscuras que nos exigen ser críticos ante nosotros mismos y ante nuestra
293 P.Palmer, To Know as We Are Known, 11 (la traducción es mía). 294 Pedagogía Ignaciana 132 (corresponde al discurso de P.H.Kolvenbach S.J. a los participantes del grupo de trabajo sobre este documento, y está en el Apéndice 2).
108
sociedad. Cada cuadrícula tiene sus propias zonas oscuras, características inconscientes o
no explícitas que limitan la calidad del diálogo.
Esas zonas oscuras sólo pueden ser desveladas por el mismo diálogo. No es una
reflexión individualista la que puede definir las zonas oscuras. Es a través del diálogo y de
la praxis derivada de tal diálogo como debemos desvelarlas, desde las circunstancias de
cada caso.
De todas maneras, una reflexión inicial sí puede servir de punto de partida para
definir dichas zonas oscuras. A modo de ejemplo, desarrollamos brevemente algunas de las
zonas oscuras en el diálogo entre jesuitas y profesores. En cuanto a la relación jesuitas-
profesores (jesuitas como emisores y profesores como receptores), un obstáculo es la
posible docilidad de los profesores debido a varias razones: al principio, debido al poder
que el jesuita tiene como patrón de decidir la no renovación del contrato; cuando el
contrato se convierte en indefinido, debido a la estabilidad del trabajo que puede provocar
conformismo y desentendimiento hacia una misión que se considera cosa exclusiva de los
jesuitas; en cualquier momento, debido a un exceso de confianza en la capacidad y
sabiduría de los jesuitas. Otras veces, el obstáculo al diálogo viene de la desconfianza,
justo lo opuesto a la docilidad. Puede ser causada por nuestra movilidad de una escuela a
otra, normalmente a posiciones de alta responsabilidad. El jesuita puede ser visto como un
extraño o como una persona que ocupa el puesto por ser “el hijo del dueño”, sin haber
acreditado los méritos suficientes. Otro obstáculo puede venir del tipo de lenguaje
utilizado. Por un lado, el lenguaje de nuestros documentos, que sirve para referirnos a la
misión educativa, no es fácilmente entendible por los profesores. Por otro, se nos considera
implícitamente a los jesuitas los “entendidos” en el lenguaje sobre Dios y la experiencia
109
religiosa. Esta preeminencia resta validez de forma inconsciente al lenguaje que los
profesores y otros laicos utilizan para referir su experiencia de Dios.
En cuanto a la relación profesores-jesuitas (profesores como emisores y jesuitas
como receptores), aparte de algunos obstáculos mencionados arriba, los jesuitas tenemos
dificultad en aprender de gente que tradicionalmente se ha considerado que trabajaba para
nosotros, y los profesores se muestran reticentes a adoptar un rol de enseñante en una
relación donde los jesuitas estamos en una posición de poder implícito. Además, la
estructura de nuestros colegios ha favorecido tradicionalmente un estándar de dominación
masculino, de raza blanca y alta clase social, con lo que a los jesuitas nos cuesta aprender
de profesores que no responden a ese estándar. Por tanto, en la praxis de diálogo entre
jesuitas y profesores todos estos aspectos debieran ser tenidos en cuenta no para que las
dificultades desaparezcan, lo cual es imposible, sino para ser conscientes de su acción
distorsionadora295. Así estaremos ante una debilidad lúcida, que es mejor que una inocencia
engañada.
Lo mismo sucedería con el resto de diálogos, aunque conviene destacar cómo las
zonas oscuras de los diálogos con la Sociedad-pobres son mayores que en el resto de los
casos. Esto es así por varias razones. Primero, si un diálogo es la comunicación entre dos
rostros, es difícil comunicarse con la sociedad, que no tiene un rostro concreto, o con los
pobres que, en su exclusión, carecen de rostro. Segundo, este diálogo implica unas
convicciones morales profundas y la capacidad de abrir los ojos a una perspectiva más
amplia que la de las preocupaciones cotidianas del colegio. Tercero, los padres buscan
295 Esta idea nos hace ver que diálogo no significa ausencia de poder. En la matriz hay relaciones de poder que son inevitables y, si se reconocen como tales, muy positivas. Hay dos razones por las que no ayuda ver como iguales, por ejemplo, a un jesuita frente a un profesor, ni a un profesor frente a un alumno: porque de hecho no son iguales, y porque una de las principales labores de un colegio es educar en cómo asumir constructivamente dichas relaciones de poder para que luego se puedan ejercer positivamente en el conjunto de la sociedad.
110
primariamente asegurar la preparación técnica y académica de sus hijos para poder
defenderse en este mundo competitivo. Así el colegio, en la necesidad de atraer niños/as,
se ve bajo presión para satisfacer esas demandas296. Y cuarto, los efectos de este diálogo,
aunque teóricamente claros, no son ni inmediatos ni evidentes. Por tanto, este diálogo con
la sociedad y los pobres es el más difícil, y esta dificultad implica que la zona oscura en
este caso es aún más grande que en los demás.
Todas estas zonas oscuras las representamos en la matriz con una parte más oscura
dentro de cada diálogo. En los diálogos en los que entra en juego la Sociedad-pobres, esa
zona oscura es proporcionalmente mayor.
3.4.5. Diálogo con la Sociedad-pobres como diálogo fundante
Nuestra postura crítica requiere otro paso adicional: reconocer el diálogo con la
Sociedad-pobres como la referencia para todo otro diálogo dentro de la comunidad
educativa. Este diálogo confronta nuestra tendencia a vernos envueltos en la red del propio
interés. Cuando la comunidad educativa se cierra en sí misma, las relaciones pierden
gratuidad y sentido de realidad. Tendríamos entonces colegios con gente agradable e
incluso muy cooperativa, pero no con gente real297. La apertura a la Sociedad-pobres debe
ser el lubricante de todo diálogo en la comunidad educativa. La sociedad entera y, más
particularmente, los pobres son el motor que mantiene el diálogo vivo porque exigen de
nosotros una respuesta sin compensación298. Tal como afirma Starratt, la experiencia de
296 Esa presión por la supervivencia nos hace entrar de lleno en los valores de mercado que, a menudo, chocan con los valores propios de nuestra misión. Ver Gerald Grace, “Leadership in Catholic Schools”, en Terence McLaughlin, Joseph O´Keefe S.J., Bernardette O´Keefe (eds.), The Contemporary Catholic Schools: Context, Identity and Diversity (London: Falmer Press, 1996), 83-85.297 Tal es la impresión que Nancy Lesko tiene del colegio privado de secundaria en el que realizó su estudio. Ver Nancy Lesko, idem, 42.298 ¿No sería entonces más fácil hacer una opción directa por la educación de los pobres, abandonando la clase media-alta a la que mayoritariamente estamos dedicados? Los enfoques unilaterales tienden a perder
111
gratuidad ayuda a todos –y especialmente a los alumnos- a “entrar en la experiencia básica
de compartir la vida con otros, ayudándoles a descubrir la alegría de compartir las
posesiones y los talentos con los demás”299. Esa experiencia de gratuidad es clave porque
hace de la comunidad educativa un horizonte utópico para todo el mundo y especialmente
para los más pobres, que son los que más razón tienen para soñar en una utopía. Sin esta
dimension, la comunidad educativa pierde su dinamismo y fuerza profética y, al final,
tiende a autocorromperse.
En la matriz, representamos este aspecto con el color azul, que debe estar presente
en todos los diálogos, no sólo en aquellos diálogos donde la Sociedad-pobres está
directamente implicada. Además, ese color azul también aparece en el plano paralelo
inferior, que quiere representar la unidad trascendente que subyace en la matriz. Así se
quiere mostrar la naturaleza espiritual sobre todo de la apertura a los pobres y a todo tipo
de pobreza, sea externa o interna a la comunidad educativa. Esa apertura se convierte
entonces en una presencia fundante que da sentido a dicha comunidad.
3.4.6. Tangibilidad de la matriz
Normalmente, los diálogos no se evalúan en sí, sino mediados por las actividades
en las que dichos diálogos se dan. Nos damos cuenta de que un diálogo no funciona
cuando vemos las dificultades que hemos tenido al llevar a cabo nuestra labor docente, una
Campaña contra el Hambre, etc. Luego lo que la matriz dialógica representa se hace visible
efectividad a largo plazo. El argumento unilateral de “educar a las élites para así provocar el cambio social” es un argumento inútil si no viene acompañado de opciones concretas y experienciales hacia la realidad de los pobres del mundo. Estas opciones pueden implicar el compromiso de un tanto por ciento de alumnos becados y de profesores procedentes de determinadas minorías, o currículos que incluyan experiencias de voluntariado, etc. El argumento opuesto, “educar exclusivamente a los pobres”, disminuye a largo plazo la influencia que se puede ejercer sobre las estructuras para el cambio social. Es necesario, por tanto, mantener la tensión. 299 Robert J. Starratt, “Sowing Seeds of Faith and Justice”, en Foundations, 115.
112
a partir de todas las actividades que se realizan, en cada una de las cuales hay multitud de
diálogos cruzados. Por ejemplo, una Campaña contra el Hambre implica unos diálogos
múltiples debido a la necesidad de preparar actividades con los alumnos, de implicar a
profesores, a voluntarios, de ponerse de acuerdo con el personal de limpieza para habilitar
ciertos espacios, etc. Por tanto, normalmente la visibilidad de la matriz viene dada a través
de las actividades que se realizan.
Representamos este aspecto de la visibilidad no dentro de la matriz, sino por
encima de ella. Es la misma matriz, pero lo visible aquí es una amalgama de colores. Cada
color representa una actividad o un proyecto distinto: una Campaña, una actividad
paraescolar deportiva, la Escuela de Padres, la actividad docente, etc. El mismo color
disperso por toda la matriz indica los múltiples diálogos que intervienen en cada actividad.
En otras palabras, cada diálogo contiene dentro de sí muchos colores que representan
actividades distintas en las cuales ese diálogo se da. Esta matriz superpuesta es igual que la
matriz dialógica, pero desde la perspectiva de las actividades que se realizan. En lenguaje
ignaciano, sería la dimensión activa de la misión.
113
3.4.7. Rol de los jesuitas
Los jesuitas debemos ser inspiradores y los primeros servidores de los objetivos de
la institución300. Esos objetivos se centran en conectar las dimensiones activa y
contemplativa a través del desarrollo de la matriz dialógica, que es la llave para desarrollar
ambos aspectos. Nuestra misión como jesuitas es, por tanto, potenciar todos los diálogos y,
desde ahí, cuidar que el talante espiritual y el compromiso concreto -i.e., contemplación y
acción- se mantengan vivos.
Lo anterior se concreta en tres campos. Primero, el testimonio de nuestra vida nos
debe hacer testigos privilegiados del Evangelio a través de la subversión de los valores
sociales establecidos y de la jerarquía de los diálogos, dando prioridad al diálogo con los
pobres como la fuerza motora de la comunidad educativa. Este testimonio viene a través de
nuestro modo de vida sencillo y fraterno, y de nuestro talante personal a la hora de afrontar
los diálogos en los que tomamos parte. Segundo, debemos cuidar la formación en nuestro
carisma de los miembros de la comunidad educativa, que así pueden entrar en un proceso
ignaciano de conscientización sobre sus propias vidas y de ir ganando en libertad interior.
Esta formación debe potenciar su forma de acercarse a Dios y el lenguaje que ellos
emplean. Y tercero, los jesuitas debemos cuidar que haya medios para que todo el resto de
diálogos se desarrollen de la mejor manera posible.
Una cuarta tarea para nosotros está relacionada no tanto con uno u otro colegio
concreto, cuanto con la misión general de la Compañía de Jesús. Un jesuita –y la
Compañía en general- debe estar siempre disponible a ir allí donde la necesidad sea más
urgente y más universal, y donde se espere un mayor fruto. Así, el jesuita debe desarrollar
300 Carácter Propio 8.2. Lo que sigue no quiere decir que este rol de liderazgo no pueda ser compartido con otros laicos; lo que quiere decir es que los jesuitas no pueden evadirse del mismo.
114
el sentido de finalidad de su misión desde fuera del colegio. Esta libertad es una de las
bases proféticas de nuestra vocación y también de nuestro testimonio como jesuitas en el
colegio. Debemos estar atentos a los signos de los tiempos que podrían exigirnos, personal
o corporativamente, hacer cambios estructurales o incluso abandonar el colegio301. Con
todo, estas decisiones deben partir de un discernimiento cuidadoso y participado por todos
los afectados por la decisión.
Representamos este aspecto con un marco para toda la matriz. Este marco supone la
labor de liderazgo necesaria para posibilitar el reforzamiento global de la matriz. Las líneas
anchas en negro simbolizan la necesidad de un discernimiento para superar los puntos
oscuros en esta labor de liderazgo y en nuestra propia libertad interior como jesuitas ante el
colegio.
Resumimos en un cuadro la manera de representar en la matriz dialógica cada uno
de estos aspectos:
Aspecto Representación en la matriz1. Contenido de los diálogos Color verde 2. Interconexión de los diálogos
Líneas punteadas separando las cuadrículas
3. Dimensión trascendente de la matriz
Plano paralelo a la matriz que sirve de soporte, y que diluye las divisiones en dicha matriz
4. Diálogo crítico Zona gris en cada cuadrícula5. Diálogo con la Sociedad-pobres como diálogo fundante
Color azul, tanto en las cuadrículas de la matriz como en el plano inferior
6. Tangibilidad de la matriz Plano paralelo a la matriz por encima, que refleja su visibilidad a través de las actividades en las que los diálogos se dan
7. Rol de los jesuitas Borde de la matriz más grueso y con franjas negras y blanca
301 En este sentido, hay muchas opciones posibles. La Provincia de Chile, por ejemplo, ha ayudado a levantar colegios ignacianos –gestionados completamente por laicos, aunque con la colaboración de algunos jesuitas- en vez de los tradicionales colegios jesuitas.
115
3.5. Representación final de la matriz dialógica
No nos queda sino mostrar la representación final de la matriz dialógica, como
nuevo norte utópico para nuestra misión educativa. La representación toma la forma
tridimensional de tres planos superpuestos, donde propiamente la matriz dialógica queda
en medio, la dimensión activa a partir de esos diálogos queda por encima, y la dimensión
contemplativa queda por debajo. Esta superposición queda enmarcada en el contexto de la
utopía que ha sido descrita en los dos capítulos anteriores: la utopía desde el punto de vista
de los sujetos (representada en el Decálogo de la vida), así como desde el punto de vista de
la sociedad en su conjunto (a través de la noción del bien común de la DSI). El cuadro
general, no detallado, quedaría de la siguiente manera:
116
Decálogo de la Vida
Bien Común
Dimensión Activade la Matriz Dialógica
Matriz Dialógicapropiamente dicha
Dimensión Contemplativade la Matriz Dialógica
117
Este cuadro general nos presenta los tres niveles de la matriz dialógica, aunque sin
detalle. Ahora representamos los tres planos superpuestos por este orden: los diálogos
desde la dimensión de la acción, la matriz dialógica propiamente dicha, y los diálogos
desde la dimensión contemplativa.
Matriz dialógica
Jesuitas Profesores Alumnos Padres Pers.no docente
Voluntarios Sociedad-pobres
Jesuitas
Profesores
Alumnos
Padres
Pers.no docenteVoluntarios
Sociedad-pobres
Matriz dialógica
Jesuitas Profesores Alumnos Padres Pers.no docente
Voluntarios Sociedad-pobres
Jesuitas
Profesores
Alumnos
Padres
Pers.no docenteVoluntarios
Sociedad-pobres
118
Matriz dialógica
Jesuitas Profesores Alumnos Padres Pers.no docente
Voluntarios Sociedad-pobres
Jesuitas
Profesores
Alumnos
Padres
Pers.no docenteVoluntarios
Sociedad-pobres
De todas maneras, es bueno no perder de vista la centralidad de la matriz dialógica
propiamente dicha, es decir, de la matriz intermedia. Ese es el nivel desde el que nosotros
estamos ahora tomando la perspectiva, y desde el que creemos que tanto la dimensión
activa como la contemplativa pueden ser reforzadas y desarrolladas de forma equilibrada.
4. Iniciando el proceso
La matriz dialógica propiamente dicha muestra gráficamente un norte utópico que
pretende un cambio en nuestro talante. Tal como sostiene Peter Senge, los cambios que se
pretenden no sólo afectan a la organización, sino sobre todo a las personas en su manera de
pensar y de interactuar302. Eso no se consigue de hoy para mañana, simplemente
cambiando actividades o creando nuevas estructuras. Es un proceso que requiere tiempo.
Sin embargo, ¿cómo empezar? Lo primero es evidentemente compartir esta visión
con el equipo directivo del colegio, de forma que este equipo lo asuma como la visión
302 P.Senge, idem, xiv.
119
deseable para el conjunto de la organización. Una vez hecho este paso, se requiere extender
esta visión al resto de la organización. Esto se puede hacer de muchas maneras, pero aquí
presentamos una de ellas que, dependiendo de las circunstancias, puede que sea más o
menos adecuada. Esta manera tiene forma de encuentro, en una o varias sesiones. Lo ideal
sería que alguien de dentro de la organización tuviese el carisma personal y espiritual
suficiente para liderar este encuentro303. De todas maneras, si esa persona no existe, lo
mejor es dejar la reunión en manos de alguien de fuera de la organización.
Antes de describir los pasos, hemos de concretar los objetivos, los participantes y el
talante del encuentro. Los objetivos son tres: explicitar ante la comunidad educativa el
nuevo paradigma de la misión; definir las contribuciones a aportar y recibir por cada grupo
de actores; y restaurar la confianza en las personas y en la misión. Los participantes
debieran ser en teoría todos los actores implicados, lo cual se hace difícil sobre todo en el
caso de los alumnos y de la Sociedad-pobres. En cuanto a los alumnos, se podría incluir a
los representantes de los alumnos de los últimos cursos. Respecto a la Sociedad-pobres, se
pueden traer representantes de ciertas asociaciones o instituciones sociales de la zona, de
otros colegios y de la Iglesia local. Para evitar un encuentro masivo, se pueden hacer varios
encuentros dividiendo el número total de participantes. El encuentro ha de plantearse en un
talante de fe y oración, a pesar de que la motivación en este sentido pueda hacerse con
lenguaje más o menos abierto dependiendo de las circunstancias.
La propuesta consta de varios pasos. Primero, tras un rato inicial de motivación,
cada persona explicita su propio ideal con respecto al colegio, de la forma que quiera
303 ¿Jesuita o no jesuita? No es fácil contestar esta pregunta. En principio, no deberíamos asumir que los laicos han de ser los soportes espirituales del carisma en los colegios. No quiere decir que no lo sean, pero no se les debería exigir. Esa es nuestra función, aunque no tenga que ser exclusiva de nosotros. Por tanto, si se ve a un laico capacitado para asumirlo, se le puede ofrecer la posibilidad de llevarlo, pero sin forzar, puesto que quizás forzar demasiado puede responder a un deseo inconsciente de liberarnos de nuestra responsabilidad.
120
(dibujando, escribiendo...), desde una pregunta inspiradora: ¿cuál es el ideal del colegio
para mí? Es importante superar la tentación de “quedar bien”. Se trata del ideal según lo ve
cada uno a través de su perspectiva y de su realidad, ideal que probablemente entremezcle
aspiraciones personales con aspiraciones de la comunidad educativa. Explicitarlo nos lleva
a descubrir nuestro modelo mental, el que guía nuestros actos. Esos ideales se comentan en
grupos pequeños mezclados y cada persona así tiene acceso a otras formas de pensar. El
objetivo central aquí es la empatía con otros ideales distintos al nuestro, darnos cuenta de
que otras personas tienen los ideales que tienen debido a sus circunstancias, entre las
cuales también está su papel dentro de la organización.
El segundo paso es la exposición del modelo de la matriz dialógica. Esta exposición
básicamente responde al contenido de este capítulo, y puede hacerse de manera interactiva
y audiovisual, con medios informáticos. Es importante que se den cuenta de que lo hecho
en el paso anterior responde a la filosofía de este ideal. A la exposición le sigue un debate
sobre las fuerzas de este ideal, y también sobre sus debilidades, a partir de lo que la gente
ha soñado y ha compartido en la anterior etapa. Se intenta adaptar o al menos tener en
cuenta las cosas que se dicen304.
El tercer paso consiste en juntarse por grupos de actores y hablar sobre los
diálogos. Se trata de hablar sobre lo que idealmente se podría contribuir y recibir como
grupo en cada uno de los diálogos en los que se toma parte. Además, se podrían indicar
otras cosas que nos parecen importantes en otros diálogos, tanto para emisores como para
receptores. Es básico motivar a las personas para que dejen de lado limitaciones o
304 Puede que se diga algo tan sencillo como que, para desarrollar este talante, hace falta tiempo y más recursos humanos. El simple hecho de constatar eso es importante porque, en caso de ser imposible solucionar dicha limitación, por lo menos la gente es consciente de la necesidad del diálogo y de la dificultad que supone, y puede estar abierta a buscar nuevas formas de posibilitar dicho diálogo.
121
incompatibilidades personales, y que identifiquen cada grupo de actores con gente que, a
su juicio, ejemplifique el rol que dicho grupo debiera tener en la comunidad educativa.
El cuarto paso es hacer entre todos una priorización de esos contenidos. Se juntan
todas las aportaciones y así se da un contenido a cada cuadrícula, manteniendo la
anonimidad de las aportaciones. Una vez que se tienen todas esas aportaciones, se puede
hacer una votación para ver cuáles de ellas el conjunto de todos los actores priorizan en
cada caso. Así, al final se va a tener lo que el conjunto de la comunidad educativa pide a
cada actor, tanto en su calidad de emisor como de receptor. Le sigue una puesta en común
de lo que nos sorprende, lo que nos motiva, lo que nos da miedo, etc.
El quinto paso consiste en que cada grupo de actores se abra a un proceso creativo
de cómo acometer esos requisitos. Esto se puede iniciar con técnicas de brainstorming o de
otro tipo. Así, el nuevo talante puede expresarse de forma más concreta desde la iniciativa
de los propios actores, ya sea en forma de nuevas actividades, utilización de nuevos
medios, conscientización de aspectos a cuidar en la vida diaria, etc.
Este encuentro es sólo un punto de partida. El ideal que está detrás sólo va a ser
suscrito desde la adhesión personal a él cuando la gente se vea mejor que antes, no vea su
posición amenazada, y así perciba que ese ideal merece la pena. Pero esto es un proceso
donde la comunidad educativa se convierte en una comunidad que aprende y, en este
compromiso con su propio aprendizaje, se compromete con la utopía que defiende dicho
aprendizaje.
5. Conclusión
122
En este capítulo hemos mostrado el horizonte utópico desde el cual pensar toda
nuestra misión educativa, de acuerdo al ideal de persona y de sociedad a los que se quiere
llegar. Primero hemos puesto el ámbito de la misión en la comunidad educativa. Después
hemos presentado las CS como el concepto inspirador que marca hacia dónde apunta
nuestro horizonte en dicha comunidad educativa. Seguidamente hemos tomado el diálogo
como categoría central para caminar hacia ese horizonte. De ahí nos ha surgido la matriz
dialógica como representación de ese horizonte, una representación que mantiene vivos
dentro de la misión los talantes contemplativo y activo. Finalmente, hemos presentado una
propuesta para iniciar un proceso de construcción sobre la base de la matriz. Este proceso
es posible porque el análisis que hemos hecho no es fruto de deseos sin conexión con la
realidad. Por el contrario, ese análisis se apoya en ciencias sociales como la pedagogía y la
teoría de la organización.
El sueño, por tanto, se puede expresar en pocas palabras: la misión educativa de
nuestros colegios es una misión compartida donde toda persona tiene algo que aportar y
donde la comunidad educativa es una comunidad que aprende, abierta al cambio y que
recibe su fuerza profética de los pobres. Paulo Freire lo expresa con otras palabras: el
sueño es “hacer fraguar un colegio-aventura, un colegio que camina, que no está paralizado
por los riesgos, que rechaza el inmovilismo. Es un colegio que piensa, que participa, que
crea, que habla, que ama, que intuye, que afirma apasionadamente la vida. No es un
colegio que se rinde”305.
En el compromiso con esta utopía basada en el diálogo, el colegio se compromete
con la verdad. Ahora bien, la verdad no se entiende como una apropiación de la realidad,
305 P.Freire, Teachers as Cultural Workers. Letters to Those Who Dare Teach (Boulder, Co: Westview Press, 1998), 45 (la traducción es mía).
123
como un poner en juego nuestra capacidad lógica. La verdad es que la realidad nos habla,
nos interpela, nos convierte. La verdad es una relación viva entre nosotros, los otros y el
mundo. La verdad es ver que nuestro vínculo primario con la realidad lo da el amor. La
verdad, en definitiva, es vivir el no-lugar al que aspiramos como lo auténtico, aquello a lo
que nuestra comunidad educativa debe tender, aun dentro de una cultura donde los valores
del mercado tienen cada vez más fuerza.
124
Epílogo: una luz en el horizonte
Los adolescentes de nuestros colegios andan cortos de ideales transformadores
para el conjunto de la sociedad. Pero, en el fondo, la responsabilidad no es suya. La
sociedad en general anda corta de utopías. Y, más en particular, los demás miembros de
la comunidad educativa también andamos cortos de utopías. Nuestra misión educativa
necesita reforzar y explicitar los ideales que la mueven y animan. Y eso es lo que esta
tesina ha pretendido.
Ha pretendido primero (capítulo I) mostrar que nuestra misión sí necesita el
aliento de un ideal de sociedad; que ese aliento hace participar a nuestra misión en la
consecución de dicho ideal, puesto que la vida del colegio sí afecta el conjunto de la vida
social; que ese aliento es necesario especialmente debido a la opresión implícita que
sufren los jóvenes de hoy en los países desarrollados, ante un mundo ajeno a sus
necesidades de maduración realmente humana; que nuestra tradición ignaciana insiste en
la necesidad de dicho aliento a través del magis y del compromiso histórico de nuestras
instituciones educativas con el bien común de la sociedad; y que ese aliento, por último,
se formula como la formación de un tipo ideal de persona para construir un tipo ideal de
sociedad.
Ha pretendido después (capítulos II y III) profundizar teológicamente en cuáles
son esos ideales de persona y sociedad desde fuentes no sólo teológicas, eclesiales o
jesuíticas, sino también filosóficas, sociológicas, económicas o psicológicas; profundizar
en qué rasgos hacen que una utopía traiga una verdadera transformación social;
profundizar en las coordenadas morales, expresadas en forma de Decálogo, de la persona
125
que queremos formar, una persona llamada a vivir, en un mundo complejo como el
nuestro, desde un talante utópico transformador; y profundizar en el ideal de la sociedad
en su conjunto, ideal al que aspiramos desde nuestra misión, basándonos en el principio
del bien común tal como lo trata la Doctrina Social de la Iglesia.
Y ha pretendido, por último (capítulo IV), presentar un marco utópico para
nuestros colegios, consistente con todo lo anterior; presentar la comunidad educativa
como el ámbito desde el que pensar nuestra misión, y las comunidades de solidaridad
como el concepto inspirador que sirva de horizonte para dicho ámbito; y presentar el
diálogo como valor integrador de nuestra misión, representando el horizonte de la misión
a través de la matriz dialógica.
Lo que no ha pretendido es plantear estrategias sobre cómo hacer un poco más
verdad esos ideales. Las utopías en general no plantean las estrategias de cómo llegar a
ellas. Lo cual no quiere decir que dichas estrategias no estén en germen. Tomás Moro,
por ejemplo, no presenta estrategias sobre cómo pasar de la realidad de su sociedad
inglesa contemporánea a la realidad ideal de la isla Utopía, pero sí que aspira a encender
la llama que lleve a buscar dichas estrategias. La pequeña propuesta con la que hemos
terminado el último capítulo pretende ser una pequeña chispa para eso, aunque somos
conscientes de su insuficiencia y de la necesidad de adaptarla a cada circunstancia, puesto
que toda estrategia debe partir de un análisis creativo de la realidad concreta.
Por tanto, lo que esta tesina ha pretendido ha sido sembrar el horizonte de luz, una
luz desde nuestra vocación cristiana y jesuítica que dé sentido a nuestra misión. Y, sin
querer ahondar en estrategias concretas, sí que ha pretendido indirectamente iluminar el
terreno en dirección hacia ese horizonte, alimentar el deseo de avanzar hacia él y así
126
impulsar el diseño de estrategias para hacer realidad ese avance. Cumplir este objetivo
indirecto es la mejor garantía de que, si bien esta tesina carece del estilo narrativo
normalmente asociado a las utopías, sí que posee un talante utópico y es por tanto germen
para la transformación real de la sociedad.
127
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Concilio Vaticano II Pacem in Terris
Concilio Vaticano II Populorum Progressio
Pablo VI Ecclesiam Suam
Obispos de Estados Unidos Justicia Económica para Todos (Economic Justice for All)
Juan Pablo II Redemptoris Missio
Juan Pablo II Sollicitudo Rei Socialis
Juan Pablo II Centesimus Annus
Juan Pablo II Mensaje del Día Mundial de la Paz 1998.
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EE.EE. Ejercicios Espirituales
Const. Constituciones
Ratio Ratio Studiorum
CG 32 Congregación General 32 (1975)
Características Características de la Educación de la Compañía de Jesús (1986)
Pedagogía Ignaciana Pedagogía Ignaciana: un Planteamiento Práctico (1993)
CG 34 Congregación General 34 (1995)
Carácter Propio Carácter Propio de los Centros de la Compañía de Jesús (1996)
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