“Hominidad” de Daeli Luna

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El gran traidor

© 2020 Revista Página Salmón

© 2020 Rodrigo Ruiz Spitalier

Ilustración de portada

© “Hominidad” de Daeli Luna

Instagram: @daeliluna

Primera edición: diciembre de 2020

Impreso y hecho en México

Queda prohibido reproducir esta obra con fines comerciales.

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ÍNDICE

Hominidad …………………………………………………………… 7

El espacio de una nota …………………………………………… 13

El esclavo y los emperadores …………………………………… 31

De noche, sin gente ………………………………………………… 39

Nueva natura …………………………………………………………. 49

Incidente en el congreso …………………………………………. 71

El gran traidor ……………………………………………………….. 73

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HOMINIDAD

Una mañana, Andrés Contreras se dio cuenta de que no podía

más con la humanidad y decidió convertirse en chimpancé.

Esto ocurrió entre las 6:30 y las 6:45 del día de su

cumpleaños. Se había despertado en la madrugada tras unas

pocas horas de sueño agitado. Al verse incapaz de volver a

dormir se había sentado con resignación y cansancio en la silla

junto a su ventana y empezado a divagar. Por alguna razón, se

sintió obligado a analizar su vida, una cosa llevó a la otra y tras

un par de horas de pesimista reflexión se dio cuenta de que no

había más vueltas que darle: había llegado el momento de

cambiar de especie.

La idea no era totalmente nueva: había surgido un par

de años atrás, en una reunión navideña. Su amigo Rolando le

había contado la historia de un hombre que se había

“convertido” en oso, se había ido a vivir con los osos, había

adoptado las costumbres de los osos y finalmente había sido

aceptado por los osos.

—¿Y qué pasó? —había preguntado Andrés.

—Llegó la época de apareamiento, en la que los machos

se pelean por las hembras, y otro oso le arrancó la cabeza de

un zarpazo—.

—Bueno, tal vez debió haberse convertido en algo más

inofensivo, o más parecido… como un chimpancé, por

ejemplo—. Desde aquel momento la idea se había quedado

archivada hasta el día fatídico en que decidió aplicarla.

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Aquél día Andrés organizó una modesta comida de

cumpleaños a la que invitó a sus pocos amigos. Durante buena

parte de la reunión actuó con normalidad, pero cuando ésta

llegaba a su fin, en un momento que juzgó apropiado, pidió

silencio, se levantó de la silla y procedió a comunicar, con el

mayor tacto posible, su resolución de descender un peldaño

en la escala evolutiva. Al principio sus invitados creyeron que

era una broma. Se carcajearon, siguiéndole la corriente. Sólo

Rolando, que al punto recordó esa conversación navideña, se

sintió alarmado ante la idea de que Andrés pudiera estar

diciendo la verdad.

Ante la incredulidad de los demás, Andrés no insistió

en esa ocasión, pero en los días subsecuentes lo vieron

prepararse para su transformación y concluyeron que

efectivamente pensaba volverse chimpancé. La primera

reacción fue de escándalo y preocupación: pensaron que se

había vuelto loco y se reunieron a su alrededor en reiteradas

ocasiones e intentaron en todos los tonos hacerlo “entrar en

razón”, cosa que Andrés sobrellevó con paciencia y firmeza.

Rolando, que se sentía un poco culpable por la situación, fue

más práctico y quiso convencerlo de ver a un psiquiatra.

Andrés acabó cediendo a esto último, más que nada porque lo

vio como una oportunidad para zanjar la cuestión, y asistió a

algunas sesiones con un médico recomendado.

Al cabo de unas semanas, Rolando pidió hablar con el

psiquiatra para averiguar qué había concluido. Éste le dijo que,

según había podido observar, Andrés estaba cambiando de

identidad como respuesta a una decepción con el mundo

moderno y a sus pocos deseos de seguir haciéndole frente a

las complicaciones de su vida; sin embargo, añadió, no

presentaba rasgos que pudieran llamarse psicóticos y no

entraba exactamente en un esquema depresivo, por lo que no

había obligación legal de tratarlo clínicamente en contra de su

voluntad.

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Rolando comprendió que los problemas de su amigo no

eran de índole medicinal. Invitó a Andrés a un café y lo

interrogó con seriedad respecto a sus razones.

—Yo volteo a ver lo que me rodea —dijo Andrés— y nada

tiene sentido. Nada. Vivimos en el vaivén de una locura

autodestructiva. Guerra, injusticia, destrucción… el mundo

humano es la demencia. No me quiero suicidar, quiero seguir

vivo, pero no así.

De alguna manera, las palabras de Andrés, aunque

simples, fueron bastante convincentes. Tras mucho meditarlo,

Rolando acabó persuadido de que la decisión que había

tomado Andrés era la correcta y que un cambio de especie

sería lo mejor para él. Los otros amigos lo odiaron por eso al

principio, pero con el tiempo, y al observar la actitud

pragmática de Andrés, ellos también empezaron a verlo desde

ese punto de vista.

Entre tanto, Andrés llevaba a cabo un intenso proceso

de preparación. Empezó por deshacerse de sus posesiones:

vendió casi todo lo que tenía excepto (por razones prácticas)

su cama, un overol, el refrigerador y los aparatos de televisión;

en cambio, adquirió todos los libros y documentales que pudo

encontrar sobre los chimpancés y dedicó sus días a estudiar

exhaustivamente a las criaturas. También compró un

intrincado juego de pasamanos que armó en la sala de su casa

y en el que pasó varias horas al día trepando, saltando y

balanceándose. Además, empezó a comprar comida especial

para acostumbrarse a la dieta de los simios. Así vivió por varios

meses.

Finalmente, anunció que había llegado el momento de

la transformación. Con una pequeña escolta, viajó hacia la

reserva de vida silvestre más importante del país, y una vez allí

pidió inmediatamente entrevistarse con el director. El

planteamiento de la situación no fue bien recibido

inicialmente. Los encargados presentes primero pensaron que

se trataba de una broma de mal gusto y, cuando por fin los

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convencieron de la seriedad del asunto, reaccionaron

furiosamente y con escándalo, haciendo caer sobre Andrés las

peores acusaciones. Tras varias horas de airada discusión,

prolongadas sólo por la inamovible insistencia de Andrés, el

director llegó a una solución conciliadora: si Andrés podía

comportarse realmente y ser aceptado por los chimpancés,

podía quedarse como uno de ellos, bajo constante vigilancia,

por supuesto. Andrés, satisfecho, no quiso esperar más y pidió

ser sometido a la prueba en ese mismo momento.

El director, los encargados, los amigos de Andrés y

Andrés se dirigieron al área de chimpancés y, mientras los

demás observaban desde la pared de vidrio, Andrés tomó una

bocanada de aire y cruzó la puerta al exterior, cerrándola tras

de sí. Caminó algunos pasos en el área verde que se extendía

ante él y se detuvo de pronto, adquiriendo un aire de gran

solemnidad. Procedió a quitarse la ropa y una vez desnudo

volvió a quedarse inmóvil un momento. Lo que sucedió a

continuación fue algo que los testigos nunca supieron explicar

con palabras. En cuestión de segundos, Andrés, o el que hasta

entonces había sido Andrés, sufrió una auténtica

transformación, no física sino esencial: mientras se encogía y

se encorvaba sobre sí mismo, todo en él perdió el aire humano

que tenía y fue reemplazado por un aura animal; sus

movimientos y su postura eran puramente simiescas y la

mirada, que de inmediato dirigió a sus ansiosos espectadores,

había perdido todo matiz humano para volverse la mirada

impávida y muda de un animal. No eran las características de

un humano imitando a un simio: eran las de un simio

auténtico. Al ver esto, al mirar a la criatura a los ojos, los que

lo habían acompañado supieron que la metamorfosis había

tenido lugar.

Acto seguido, Andrés empezó a avanzar, con su

adquirida agilidad de primate, hacia donde estaban los

especímenes. Al principio, los chimpancés se apartaron de él

y no le hicieron caso, pero después de unos minutos

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empezaron a reconocer sus gestos y lo observaron con

curiosidad. Finalmente, se presentó el líder de la manada y

Andrés, que seguramente lo había reconocido como tal, se

aproximó y se presentó ante él a la manera propia de la

especie, poniendo en práctica todos sus conocimientos. El jefe

reaccionó brevemente de una manera que debió ser positiva,

porque de inmediato los demás miembros de la manada se

acercaron a Andrés y empezaron a interactuar con él. En este

punto el director de la reserva dijo que ya había visto lo

suficiente: Andrés había pasado la prueba.

Andrés vivió plácidamente entre los chimpancés.

Nunca dejó, por supuesto, de ser una excepción entre ellos,

por más que lo hubieran aceptado. Periódicamente tenía que

dejar que los trabajadores de la reserva lo rasuraran y raparan.

La forma humana de su pie nunca dejó de representar ciertas

dificultades, a las que ya se había habituado desde su

entrenamiento previo. También se tenía que esconder de las

hembras.

De vez en cuando, alguno de sus amigos iba a visitarlo.

Cuando lo encontraban, se sorprendían de lo humano que se

veía, porque en sus cabezas ya tenía la nariz chata y el cuerpo

cubierto de pelo. Pasaban el día con él y se sentían inclinados

a contarle sus problemas, pese a que todo el tiempo lo único

que hacía era escarbarles el pelo a sus interlocutores. Como

humano, Andrés nunca había sido un gran conversador; ahora

que era un animal por lo menos resultaba interesante tenerlo

como compañía.

Una vez Rolando, después de haber ido a ver una

representación de Hamlet, soñó con un chimpancé que

estudiaba con detenimiento un cráneo humano. La siguiente

vez que fue a visitar a Andrés se lo contó.

—Me parece, Andrés, que ese chimpancé eras tú. Acaso

haciéndote tu propia versión de la pregunta—. Después de

decir esto estuvo en silencio por un momento y dijo: –Andrés,

yo he pensado mucho en tu cambio de vida, y entiendo por

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qué lo hiciste. Pero, honestamente, no podría seguir tu

camino: extrañaría demasiadas cosas, hay muchas creaciones

a las que estoy apegado. No podría dejar de ir al teatro, por

ejemplo, o de escuchar música—. Después volteó a ver

atentamente a su amigo y, sin esperar respuesta, dijo:

—Honestamente, Andrés, ¿tú no extrañas nada?

En ese momento, por primera y única vez, para

sorpresa de Rolando, Andrés se destransformó. Irguió la

cabeza, lo volteó a ver con una mirada renovadamente humana

y contestó:

—Sí, las camas.

Después volvió a ser chimpancé.