Gonzalez Gil, Manuel - Cristo, Misterio de Dios 02

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MAiNUhL M. GOJNZALHZ GIL HISTORIA SALUTK Serie de monografías de Teología dogmática CRISTO EL MISTERIO DE DIOS Cristología y soteriología

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  • MAiNUhL M. GOJNZALHZ GIL

    HISTORIA SALUTK Serie de monografas de Teologa dogmtica

    C R I S T O EL MISTERIO

    DE DIOS Cristologa y soteriologa

  • BIBLIOTECA DE

    AUTORES CRISTIANOS Declarada de inters nacional

    ESTA COLECCIN SE PUBLICA BAJO LOS AUSPICIOS Y ALTA DIRECCIN DE LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA

    LA COMISIN DE DICHA PONTIFICIA UNIVER-SIDAD ENCARGADA DE LA INMEDIATA RELA-CIN CON LA BAC EST INTEGRADA EN EL AO 1976 POR LOS SEORES SIGUIENTES:

    PRESIDENTE : Emmo. y Rvdmo. Si. Dr. VICENTE ENRIQUE Y TARANCN, Cardenal Arzobispo de Madrid-Alcal y Gran Canciller de

    la Universidad Pontificia VICEPRESIDENTE: limo. Sr. Dr. FERNANDO SEBASTIN

    AGUILAR, Rector Magnfico VOCALES : Dr. ANTONIO ROUCO VRELA, Vicerrector; Dr. GABRIEL PREZ RODRGUEZ, Decano de la Facultad de Teologa; Dr. JULIO MANZANARES MARIJUN, Decano de la Facultad de Derecho Cannico; Dr. ALFONSO ORTEGA CABMONA, Decano de la Facultad de Filosofa y Letras y Vicedecano de la Seccin de Filologa Bblica Trilinge; Dr. MANUEL CAPELO MARTNEZ, Decano de la Facultad de Ciencias Sociales; Dr. SATURNINO ALVAREZ TURIENZO, Vi-cedecano de la Seccin de Filosofa; Dr. CLAUDIO ViL PALA, Vicedecano de la Seccin de Pedagoga; Dr. ENRIQUE FREIJO BALSEBRE, Vicedecano de la Seccin de Psicologa.

    SECRETARIO : Dr. JUAN SNCHEZ SNCHEZ, Catedrtico de Derecho Cannico.

    LA EDITORIAL CATLICA, S. A. APARTADO 466 MADRID MCMLXXVI

    HISTORIA SALUTIS Serie monogrfica de Teologa

    dogmtica

    COMIT DE DIRECCIN JOS ANTONIO DE ALDAMA, S. I.

    CNDIDO POZO, S. I. JESS SOLANO, S. I.

  • C R I S T O , EL M I S T E R I O

    DE DIOS Cristologa tj soteriologa

    II

    POR

    M A N U E L M. G O N Z L E Z GIL PROFESOR EN LA FACULTAD DE TEOLOGA DE LA UNIVERSIDAD SOPHIA (TOKIO)

    B I B L I O T E C A DE A U T O R E S C R I S T I A N O S MADRID MCMLXXVI

  • NDICE GENERAL

    Pdgs.

    TERCERA PARTE : Pasin y muerte 3 Captulo 15: El introito de la pasin 8

    i . La entrada en Jerusaln 9 2. Predicciones de la pasin 14 3. Prediccin e interpretacin 20 4. La ltima cena 23

    Captulo 16: Las causas de la pasin 28 1. Las causas histricas de la pasin 29 2. Los agentes ocultos 35 3. El mandato del Padre 38 4. La obediencia del Hijo 45 5. La cooperacin del Espritu Santo 52 6. Reflexiones y corolarios 54

    Captulo 17: La historia de la pasin 61 1. Las narraciones de los evangelios 63 2. La sujecin al dolor 67 3. Los padecimientos de Jess en su pasin 72 4. Encarnacin y pasin 87

    Captulo 18: Los frutos de la pasin 90 1. El mensaje y los esquemas 91 2. Esquemas retrospectivos 95 3. Esquemas presnticos 98 4. Esquemas futursticos 103 5. Universalidad de la redencin 106

    Captulo 19: La pasin como obra de redencin 112 1. Redencin segn categoras de la antigedad 114 2. Redencin en el Nuevo Testamento 118 3. La metfora de redencin de la literatura patrstica 127 4. La figura del g'el 129

    Captulo 20: La pasin como acto de satisfaccin 132 1. Enunciados del Nuevo Testamento 133 2. Los sufrimientos del Siervo de Yahv (Is 52,13-53,12).... 141 3. Historia de una teora 143 4. Elaboracin del concepto de satisfaccin 146

    Biblioteca de Autores Cristianos, de Xa Editorial Catlica, S. A. Madrid 1976 5- La satisfaccin prestada por Cristo 160 Coa censura ecksiistica . Captulo 21 : La pasin como oblacin sacrifical 167 Depsito legal M 1601-1976

    u L o s s a c r n c i o s del Antiguo Testamento 169 ISBN 84-220-0741-X obra

  • X ndice general

    Pdgs. 2. La afirmacin del sacerdocio de Jesucristo 3. La excelencia del sacerdocio de Cristo. 203 4. Resumen y complementos 208

    Captulo 23: La consumacin de la muerte 1 3

    1. La muerte de Jess y sus circunstancias ' ' 21^ 2. La lanzada 219 3. La sepultura 225 4. El descenso al sheol 227 5. Se ha consumado 230

    Captulo 24: El misterio pascual 1. La muerte hacia la vida "" 2. La muerte de Cristo como victoria 246 3. La glorificacin en la muerte 2SS 4. El Hijo del hombre 2 ^ : 5. Parasceve

    271 CUARTA PARTE: Resurreccin y gloria

    277 Captulo 25 : El testimonio del Nuevo Testamento o

    1. Inventario de los textos 2. Resumen del testimonio neo-testamentario 3. Caracteres del testimonio apostlico ^ 4. Explicaciones complementarias ' * Jj

    Captulo 26: La resurreccin ante la historia y la fe _, 1. La resurreccin y la historia , , 2. Horizonte de credibilidad , 5 2 3. La resurreccin como objeto de fe , g j 4. Reflexin final ^ji

    Captulo 27: La resurreccin como obra del Padre 375 1. La formulacin bblica 376 2. Confirmacin divina de la vida de Jess 380 3. Consumacin de la revelacin 384 4. Culminacin de la accin salvfica 301

    Captulo 28: La resurreccin como exaltacin del Hijo 402 1. La entronizacin del Hijo 404 2. Presencia en la ausencia 409 3. La tensin escatolgica 413 4. La segunda venida 422 5. Perspectiva de eternidad 429

    Captulo 29: La resurreccin y la donacin del nombre supremo. 437 1. Qu significa la donacin del nombre 43 8

    Hijo de Dios 44 ' Cristo 445 Rey 447 Juez 458 Salvador 4^4 Seor 466

    ndice general xi Pdgs.

    Captulo 30: La resurreccin de Jess y la efusin del Espritu Santo 474 1. El Espritu Santo y la resurreccin de Jess 475 2. La promesa del Espritu Santo 477 3. Pascua y Pentecosts 481 4. Por qu antes no haba Espritu 484 5. La trada: Seor-Espritu-Iglesia 489

    Captulo 31: Jesucristo resucitado y la Iglesia 503 1. Jesucristo resucitado en su relacin con la Iglesia 504 2. La Iglesia en su relacin con Jesucristo resucitado 509

    Capitulo 32: La resurreccin y la historia de la salvacin 522 1. La resurreccin en la historia de Jesucristo 525 2. La resurreccin y la historia de Israel 530 3. La resurreccin y la historia de la Iglesia 538 4. La resurreccin y la historia de la humanidad 543 5. El misterio de la historia de la salvacin 551

    LIBRO TERCERO

    EL MISTERIO DE CRISTO EN SNTESIS TEOLGICA Artculo 1: El misterio del amor del Padre 558

    1. La realidad de la auto-donacin del Padre en Cristo 560 2. El modo de la auto-donacin del Padre en Cristo 568 3. Jesucristo, sacramento del Padre 576 4. El designio eterno del Padre de comunicarse en Cristo. . . 578 5. El Padre es caridad 590

    Artculo 2: El misterio de la unidad en Cristo 594 i . El nico Mediador 595 2. El Primognito 604 3. Cristo, centro unificador del universo 619 4. El misterio de Cristo y el misterio del hombre 626

    Artculo 3 : La comunicacin del misterio por obra del Espritu.. 633 1. El Espritu da a conocer el misterio 634 2. El Espritu hace vivir el misterio 637 3. Al Padre por Cristo en el Espritu 639

    Eplogo 642 1. ('Ver a Jess 642 2. Ver al Padre 645

    I NI1ICE BBLICO 6 4 9 NDICE PE TEMAS Y PERSONAS 669

  • CRISTO, EL MISTERIO DE DIOS II

  • TERCERA PARTE

    P A S 1 O N MUERTE

    Cap: tulo 15: E L I N T R O I T O DE LA PASIN. 161 L A S CAUSAS D E LA P A S I N . 17: L A HISTORIA DE LA P A S I N . 18: L o s FRUTOS DE LA P A S I N . ig : L A P A S I N COMO OBRA D E R E D E N C I N . 20: L A PASIN COMO ACTO D E SATISFACCIN. 2 1 : L A PASIN COMO OBLACIN SACRIFICIAL. 22: JESUCRISTO, S U M O S A C E R D O T E . 23 : L A CONSUMACIN D E LA MUERTE. 24: E L MISTERIO PASCUAL.

  • BIBLIOGRAFA MySal III-II 143-265; 337-382; RATZINGEE, p.244-256.PANNENBERG:

    33-347; DUQUOC, p.283-314; SCHELKLE, p.102-115; KASPER, p.132-144; GONZLEZ FAUS, p.123-166.

    CFT: Redencin IV 13-31; II-15.0 A.Salvacin IV 174-186. DBS: Passion VI 1419-1492.DTC: Rdemption 26, 1912-2004.EnCat: Re-denzione X 615-624.HTTL; Passio Christi 5,353-356; Soteriologie 7,80-85.LTK: Soteriologie 9,894-897.RGG: Erlsung II 579-590. Versohnung VI 1367-1379.SMun: V 258-264: Pasin de Cristo. T W N T : iraxc: V 903-939; o-raups: VII 572-584..L. RICHARD, Le mys-tre de la Rdemption (Trn 1959); P. BENOIT, Passion et Rsurrection (Pa, Cerf, 1966); trad. Pasin y Resurreccin del Seor (Ma, Fax, 1971); H. C O N -ZELMANN, AL., Zur Bedeutung des Todes Jesu. Exegetische Beitrdge (G, Mohr, 1968); M. SEILS, Zur Frage nach der Heilsbedeutung des Kreuzestodes Jesu: TUZ 90 (1966) 881-894; P- VIERING (Hrsg.), Das Kreuz Jesu ais Grund des Heiles (G, Mohr, 1967); E. KSEMANN, Die Heilsbedeutung des Todes Jesu nach Paulus en Paulinische Perspektiven (T 1969) p.61-107; HANS KESSLER, Die theologische Bedeutung des Todes Jesu. Eine traditionsgeschichtliche Un-tersuchung (D, Patmos, 1970); CHRISTIAN DUQUOC, Thologie breve de la mort du Christi: LVie 20 (1971) 110-121; B. KLAPPER, Diskussion um Kreuz und Auferstehung (Wuppertal 4 ig7i) ; JRGEN MOLTMANN, Der gekreuzigte Gott. Das Kreuz Christi ais Grund und Kritik christlicher Thologie (Mch, Kaiser, 1972); cf. DIETRICH, WIEDERKEHR, Neue Interpretation des Kreuzes-todes Jesu. Zu J urgen Moltmanns Buch : Der gekreuzigte Gott: FrZtPhTh 20 (i973) 44I-463-

    Es menester que vaya a Jerusaln y padezca... y sea entregado a la muerte (Mt 16,21).

    Aunque los evangelios no son diarios biogrficos, con todo, en la descripcin de la vida pblica insinan una trayectoria que, por su verosimilitud, corresponde sin duda a la realidad histrica. El entusiasmo primero de las turbas se entibia, al mismo tiempo que se exacerba la oposicin de la clase dirigente, escribas y fariseos; se prev un choque inevitable con las auto-ridades judas, acompaado por el abandono de parte del pue-blo. Segn datos, en los que el cuarto evangelio coincide con los sinpticos, esta situacin, que los exegetas llaman la crisis galilaica l, se alcanza poco antes de la confesin de Pedro (Mt 16,13-20; M e 8,27-30; Le 9,18-21; cf. Jn 6,60-71). Dada la actitud mansa y humilde de Jess, enemigo de toda violen-cia (cf. M t 11,29; !2,17-21; Le 9,54-55), se puede ya temer que el conflicto acarrear su ruina. Pero l camina decidida-mente hacia su destino.

    Lucas es el evangelista que ms ha puesto de relieve esta marcha de Jess hacia Jerusaln y hacia el desenlace trgico, haciendo de ella una especie de teologmeno o axioma teol-gico en aquella narracin del viaje, que ocupa casi la mitad de su evangelio (Le 9,51 a 19,28) 2. Jess se dirige a la Ciudad Santa como a la meta de su vida, porque all tendr lugar su salida de este m u n d o 8 (Le 9,31), que es tambin su eleva-cin en la cruz y su ascensin a los cielos b (Le 9,51; Act 1,2. 11.22; cf. 1 T i m 3,16; Jn 3,14; 8,28; 12,32.34).

    Lucas haba combinado en una escena al comienzo del mi-nisterio pblico episodios distanciados entre s cronolgica-mente (Le 4,16-30). La razn para agruparlos pudo ser su mtodo de eliminacin, para poner punto final a lo relacio-nado con Nazaret; pero, adems del nexo geogrfico, parece traslucirse otro ideolgico: Lucas preludia, como en una ober-tura, temas que va a desarrollar a lo largo del evangelio.

    Nos presenta all a Jess predicando en Nazaret, donde, a a e^oSos.

    b vAnuyis, vEArip,98r.

    1 FRANZ MUSSNER, Gab es eine 'galildische Krise'?, en Orientierung an

    Jess p.238-252. 2 Este viaje comienza en Le 9,51; se menciona en 13,22; 17,11; 18,31;

    termina con la entrada triunfal en Jerusaln, en 19,28; cf. G. GILL, Obser-vations on the Lucan Travel Narrative and Some Related Passages: HarThR 63 (1970) 199-221.

  • e Pasin y muerte vista de sus conciudadanos, haba crecido en robustez, sabi-dura y amabilidad (cf. Le 2,40). Primero, Jess seala el cumplimiento de la profeca de Isaas en el hecho mismo de su predicacin; sus compatriotas le escuchan embelesados (cf. v. 16-22). Luego, con una transicin por medio de un simple y les dijo (v.23), se pasa a la situacin, histricamen-te posterior, de la crisis galilaica: Jess se lamenta de la in-credulidad de sus oyentes, porque no aceptan sencilla y ple-namente su mensaje; ante esta invectiva severa y urgente, el pueblo se irrita hasta el punto de querer deshacerse de este profeta molesto, precipitndolo desde la altura de la colina donde la ciudad est edificada; pero l pas por en medio de ellos sin que pudiesen retenerle (v.24-30). Sospechamos en este relato un esbozo anticipado de la persecucin violenta contra Jess y de su triunfo en la resurreccin, con apertura a la misin universal 3.

    Aunque menos temticamente que Lucas, los otros evan-gelistas, en las narraciones de la vida pblica, sugieren esta marcha hacia la catstrofe al darnos noticia de varios intentos de dar muerte a Jess, no llevados a efecto porque an no haba llegado su hora, como dice Juan (Jn 8,20; cf. M e 3,6; 8,28; 12,32.34; M t 12,14; Le 13,31; Jn 5,18; 7,30.32; 8,20.27.40.59).

    En una palabra, la predicacin y los milagros de Jess, es decir, toda su actividad de profeta y taumaturgo, iba a desem-bocar en la pasin. Pero esa misma pasin era su vuelta al Padre y la glorificacin suya y del Padre (cf. Jn 12,28.32; 13 .1 ; 17.1)-

    Jess no poda menos de darse cuenta del sesgo que las cosas iban tomando y, consiguientemente, no poda menos de vislumbrar un desenlace funesto, el propio de un profeta: No hay profeta que sea honrado en su patria (Mt 13,57; Me 6,4; Le 4,24; Jn 4,44).

    Aos despus, el mrtir Esteban lanzar una acusacin se-mejante contra sus perseguidores: Ha habido acaso un pro-feta al que no hayan perseguido vuestros padres ? Ellos ma-taron a los que predecan la venida del Justo (Mesas), y vos-otros habis traicionado y asesinado a ese Justo (Act 7,52).

    Desenlace funesto, pero necesario: era menester que pa-deciese mucho c (Mt 16,21; M e 8,31; Le 9,22; 17,25; 24,7.26; Jn 3,14; 12,34; Act 17,3). Y esto mismo significa que Dios le reconoce como verdadero profeta, puesto que le entrega a la

    0 Ss, sSsi.

    3 Cf. B. HIIX, The Rejection of Jess at Nazareth (Luke 4,16-30):

    NovT 13 (1971) 161-180.

    Pasin y muerte 7

    suerte de un profeta. La conciencia misma de ser el profeta absoluto y definitivo, porque como tal se ha presentado en todo su ministerio, hace presentir a Jess un fracaso que, para-djicamente, es su gloria; porque, si la malignidad del mundo, cegado y pervertido por el pecado, no puede soportarle, esto mismo demuestra que l no ha servido al mundo, sino a Dios, y que Dios aprueba su conducta y su persona.

    Jerusaln es la ciudad asesina de los profetas (Mt 23,37; Le 13,34). Jess, el mayor de todos ellos, no espera para s otra suerte; aun conociendo el peligro, se encamina hacia aquella ciudadela del judaismo: porque no est bien que un profeta muera fuera de Jerusaln (Le 13,33; cf- II[>47-49)-

  • C A P T U L O 15

    EL INTROITO DE LA PASIN 1. La entrada en Jerusaln: A. La entrada triunfal. B. La purificacin

    del templo. C. Las ltimas controversias. D. La peticin de los gen-tiles. E. Peroracin pattica.

    2. Predicciones de la pasin: A. Predicciones explcitas. B. Predicciones indirectas. C. Historicidad de estas predicciones.

    3. Prediccin e interpretacin: A. Interpretacin implcita. B. Interpre-tacin explcita.

    4. La ltima cena: A. El lavatorio de los pies. B. La institucin de la Eucarista.

    BIBLIOGRAFA

    HERMANN PATSCH, Der Einzug Jesu in Jerusalem: ZTK 18 (1971) 1-25; R. H. HIERS, Purification of the Temple: Preparation for the Kingdom of God: JBL 90 (1971) 82-90; G. SCHNEIDER, Die Davidssohnfrage (Mk 12,35-37) : Bibl 53 (1972) 65-90; ANDR FEUILLET, Les trois grandes prophties de la Passion et de la Rsurrection des vangiles synoptiques: RevTho 67 (1967) 533-560; 68 (1968) 41-74; G. STRECKER, Die Leidens-und Auferstehungsvoraussagen im Markusevangelium (Mk 8,31; 9,31; 10,32-34): ZTK 64 (1967) 16-39; ANDR FEUILLET, Le logion sur la rangn: RevScPhTh 51 (1967) 365-402; J. L. CHORDAT, Jsus devant sa mort dans l'vangile de Narc (Pa, Gerf, 1970); AUGUSTIN GEORGE, Comment ]sus a-t-il percu sa propre mort?: LVie 20 ( !97i) 34-59; J. GUILLET, Jsus devant sa vie et sa mort (Pa, Aubier, 1971); H. SCHRMANN, Wie hat Jess seinen Tod bestanden und verstanden? Eine Methodenkritische Besinnung, en Orientierung an Jess p.325-363; GEORGE RICHTER, Die Fusswaschung im Johannesevangelium. Geschichte ihrer Deu-tung (Rgb, Pustet, 1967); H. SCHRMANN, Palabras y acciones de Jess en la ltima Cena (B) : Conc 40 (1968) 629-640; JOACHIM JEREMAS, Die Abendmahlsworte Jesu (G 3ic)6o); trad. fr. La Dernire Cene. Les Paroles de Jsus: LDiv (1972); R. FENEBERG, Passafeier und Abendmahl (Mch 1971); K. KERTELGE, Die urchristliche Abendmahlsberlieferung und der historische Jess: T r T Z 81 (1972) 193-202.

    Caminaba delante de todos, subiendo a Jerusaln (Le 19,28).

    L a v ida p b l i c a se ab r a c o n u n p r t i c o g r a n d i o s o : la p r e -d icac in de l P r e c u r s o r y la teofana de l b a u t i s m o . D e m o d o seme jan t e , la p a s i n se i n a u g u r a c o n u n i n t r o i t o doblen s o l e m n e _ el de la e n t r a d a t r i un fa l e n J e r u s a l n * ntimq_ y cord ia l el d e la. l t i m a cena . E s t e d o b l e i n t r o i t o c l ausu ra u n a e t a p a c o m o s u colofn inev i t ab le , p o r q u e el c a m i n o d e J e ss l l evaba a la pas in .

    1. L a e n t r a d a e n J e r u s a l n

    L a e n t r a d a t r i un fa l e n J e ru sa l n , c o n los ac tos y d i s c u r s o s q u e la a c o m p a a n , e n c u a d r a e n el m a r c o d e la i n t e r p r e t a c i n so te r io -esca to lg ica d e su v ida .

    A . La entrada triunfal.A di fe renc ia d e aque l l a fiesta d e los T a b e r n c u l o s , e n q u e J e s s s u b i a la C i u d a d S a n t a c o m o d e i n c g n i t o ( Jn 7 ,2 .10) , es ta p a s c u a la a p r o v e c h a p a r a p r e s e n t a r s e c o n la a u t o r i d a d d e p rofe ta def in i t ivo q u e p a r a s r e iv ind ica .

    Es la nica pascua mencionada explci tamente por los si-npt icos, a u n q u e Marcos seala en otra ocasin indirecta-mente el t i empo pascual (Me 6,39: la hierba tierna nace en la pr imavera , en la que cae la fecha de pascua; por Juan sa-bemos que el milagro all na r rado se hizo en la p rox imidad de la pascua: J n 6,4). Juan ha hecho referencia a t res festivi-dades pascuales, aunque slo de la pr imera y l t ima se d ice que Jess acudiese a ella (Jn 2,13.23; 6,4; y n , S 5 ; 12,1; 13,1; 18,28; 19,14; no es probable que pueda identificarse con la pascua aquella fiesta de 5,1). Como d e cos tumbre , nos ce-imos al alcance cristo-soteriolgico del mister io .

    L o s c u a t r o evange l i s t as , con la u s u a l d i v e r s i d a d d e nfas is y d e de ta l les , n a r r a n el h e c h o d n d o l e u n t i n t e ca rac t e r s t i co y p a r a d j i c o d e magni f icenc ia y senci l lez , d e m a j e s t a d y m o -des t ia ( M t 2 1 , 1 - 1 1 ; M e 11 ,1 -11 ; L e 19 ,28-38; J n 12 ,12-19) .

    J e suc r i s t o m i s m o h a t o m a d o la in ic ia t iva: l env a a d o s d i s c pu los c o n la o r d e n d e q u e le t r a i g a n u n b o r r i q u i l l o , p o r q u e el S e o r lo necesi ta. L o s d i sc pu los f o r m a n el p r i m e r g r u p o q u e ovac iona a s u M a e s t r o . P e r o p r o n t o se les u n e u n a m u l -t i t u d m u y n u m e r o s a .

  • 10 l'.lll c.13. El introito de la pasin

    El sentido de la escena es marcadamente mesinico y pro-ltico: se aclama el advenimiento del reino de nuestro padre David, se lanzan vtores al Hijo de David y las turbas le llaman a voces Jess de Nazaret en Galilea, el profeta.

    Jerusaln es la ciudad mesinica por excelencia, donde ha de asentarse para siempre el trono de David y adonde acudirn todos los pueblos a adorar a Yahv (Sal 2,6; 110,2; Is 2,2-4; 60,1-14, etc.). Si Jess ha vinculado a su persona el estableci-miento del reino de Dios,:no puede menos de proclamarlo en aquel centro de las esperanzas mesinicas y de las promesas divinas. Razn tena Lucas para presentar toda la vida de Jess como un viaje a Jerusaln.

    Por desgracia, Jerusaln es la que mata a los profetas y ape-drea a los que le han sido enviados (Mt 23,37; Le 13,34). Ser arrastrado a la muerte en Jerusaln ser un indicio ms de que Jess es verdaderamente profeta enviado por Dios: No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusaln (Le 13,33).

    La entrada solemne reviste as en su contexto un sentido proftico-mesinico inconfundible. All va a llevarse a cabo el juicio del mundo, aquella crisis discriminativa que se vena prolongando durante toda la predicacin de Jess; pero tambin podr Jess mostrar la seguridad de que desde all el prncipe de este mundo ser expulsado radicalmente (Jn 12,31-32).

    No pasemos por alto aquella paradoja de grandeza y man-sedumbre, de gloria divina embozada para no infundir temor. Es la nota distintiva del Dios escondido, del reino que no viene con aparatosidad (Le 17,20), porque no es un reino de este mundo (Jn 18,36).

    B. ha purificacin del templo.Jess, sea aquel mismo da o al siguiente, se dirige al templo y arroja de l a los vendedores (Mt 21,12-13; M e 11,15-17; Le 19,45-46; Jn 2,14-17). Le impulsa a este acto el celo de la casa de Dios; combinando dos textos de los profetas, dice: Mi casa (la de Dios) es casa de oracin (Is 56,7), pero vosotros la habis convertido en cueva de salteadores (Jer 7,11). Al obrar as, Jesucristo se arroga autoridad inusitada: procede como quien tiene p o d e r a sobre lo ms sagrado: sobre la casa de Dios. En otras ocasiones haba osado atribuirse derecho para quebrantar el descanso del sbado, el da consagrado a Dios; aqu dispone sobre el templo, consagrado tambin a Yahv.

    Y, lo que es an ms grave, se atreve a predecir su ruina.

    a 6OV/CTCC.

    La entrada triunfal 11 Audacia semejante slo la haban mostrado los antiguos pro-fetas. Podra l presentar sus credenciales? Este ser el punto de la primera controversia de aquellos das. Pero el hecho de que sta se suscitase demuestra que Jesucristo realmente se haba equiparado a los grandes profetas del pasado, si no es que se haba puesto por encima de ellos.

    Juan coloca este incidente al principio de la vida pblica, con ocasin de la primera pascua (Jn 2,13). No es, con todo, probable que desde el comienzo Jess hubiese procedido de una forma tan provocativa, antes an de haber dado a cono-cer su mensaje. Parece que la anticipacin obedece no a la cronologa, sino a una sistematizacin ideolgica.

    Mateo y Marcos no relatan la prediccin de la destruccin del templo, como hace Juan (Jn 2,18-22); pero la suponen: a ella apelan los falsos testigos ante el sanedrn (Me 14,57-58; Mt 26,60-61), y a ella aluden las burlas contra el Crucificado (Me 15,29; Mt 27,39-40). Lucas no la menciona.

    En todo el contexto de la predicacin de Jess sobre la inminencia del advenimiento del reino de Dios, el anuncio de la destruccin del templo toma un acento escatolgico in-discutible. Si Jerusaln supiese lo que para ella significa esta visita de Jess! Pero vuestra casa va a quedar desierta. Os asegurocontina Jessque no me volveris a ver hasta el da en que digis: Bendito el que viene en nombre del Seor! (Le 13,34-35; M t 23,37-39), c o n referencia apenas velada a la parusa del Hijo del hombre.

    G. Las ltimas controversias.Si se permite una frase vul-gar, Jesucristo, yendo ahora a Jerusaln, se haba metido en la boca del lobo. Jerusaln era la ciudadela del judaismo oficial: del legalismo farisaico y del establishment saduceo. A ambos haba ofendido la actitud de Jess. El ha relativizado la ley y el culto, subordinando la primera al amor del prjimo y de-clarando la prxima abolicin del ltimo. Ms an, relativiza los valores humanos, sin negarles una justa autonoma.

    Qu har el amo de la via (Yahv) ? Destruir a los la-bradores (perversos) y dar su via a otros, que le den los frutos a su tiempo (Me 12,9; M t 21,40-41; Le 20,15-16). Amars al Seor.. . Amars a tu prjimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se compendian la ley y los pro-fetas (Mt 22,37-40; M e 12,29-31). -Dad al Csar lo que es del Csar, y a Dios lo que es de Dios (Mt 22,21 par.).

    Pero an queda por contestar el interrogante fundamental: Con qu autoridad haces esto ?, y quin te ha dado derecho para hacer tales cosas? (Mt 21,23; M e 11,28; Le 20,2). Ms

  • 12 Pili c.15. El introito de la pasin

    que una pregunta, era una emboscada: no se investiga con el deseo de or de un profeta la verdad para aceptarla, sino con la alevosa de hacer caer en la trampa a un enemigo molesto y odiado. Jess pone el dedo en la llaga: vuestra insinceridad, demostrada en vuestra actitud respecto del Bautista, no me-rece respuesta (Mt 21,24-27 par.). Pero l mismo va a suge-rirla, porque no rehuye la cuestin en esta coyuntura crucial: Qu os parece del Mesas?, de quin es hijo?.. . Pues, cmo David, con inspiracin divina, le llama Seor? (Mt 22, 41-46 par.).

    Otra discusin le dio pie para proclamar la omnipotencia amorosa de Dios, para quien nadie muere, porque no es Dios de muertos, sino de los que viven, a quienes da la vida arre-batndolos de las garras de la muerte (Mt 22,23-33 par.). Con esta confianza inquebrantable en el poder y amor de su Padre camina el mismo Jess hacia su muerte.

    Porque, aunque hijo y seor de David, el Mesas ser re-chazado por los lderes de su pueblo como intil e inservible para la construccin del reino de Dios; pero Dios le colocar como piedra angular con admiracin de los que contemplen esta obra de Yahv (Mt 21,42 par.; Sal 118,22-23).

    D . La peticin de los gentiles.El sentido mesinico-esca-tolgico de la entrada triunfal se complementa con la idea de su extensin universal.

    Los sinpticos acumulan en estos pasajes las predicciones del traspaso del reino a otro pueblo que d sus frutos (Mt 21, 41.43 par.): los invitados no eran dignos de tomar parte en el banquete de bodas del hijo del rey, quien ordena a sus criados que hagan venir a todos los que encuentren en las encrucija-das de los caminos (Mt 22,2-9), mientras que la ciudad queda desierta y arrasada (Mt 23,38; Le 19,44).

    Juan, por su parte, pone de relieve este alcance universal del mesianismo de Cristo enlazndolo ms directamente con su muerte . Dos escenas, una de odio y otra de bondad, forman el dptico.

    La primera se desarrolla en el consejo de los prncipes de los sacerdotes y los fariseos. Caifas, el sumo sacerdote de aquel ao fatdico, declara solemnemente: -Es preferible que muera un solo hombre por el pueblo a que perezca toda la nacin. Fue una profeca involuntaria, explica Juan: Dios quiso hablar por boca del pontfice de aquel ao. Y la profeca significaba que Jess haba de morir no slo por el pueblo de Israel, sino por todas las naciones del mundo, para reunir

    La entrada triunfal 13 en uno a todos los hijos de Dios (an) dispersos (Jn 11, 47-52).

    La segunda tiene por escenario el templo, despus de la entrada triunfal. La profeca de Caifas empieza a realizarse. Unos gentiles h (proslitos, sin duda), de los que haban subido para adorar (participando en el culto) en la fiesta, desean ver a Jess. N o se nos dice si de hecho hablaron con l. Pero, al recibir su peticin, Jess exclama: Ha llegado la hora de la glorificacin del Hijo del hombre . . . Si el grano de trigo.. . muere, produce mucho fruto... Y yo, levantado de la tierra (al ser crucificado), atraer a todos los hombres hacia m (Jn 12,20-33). Su muerte en la cruz es necesaria para que ilumine a todos los pueblos y difunda su Espritu sobre todos los hombres. El Seor es el fin de la historia humana, el punto de convergencia de los deseos de la historia y de la civilizacin, el centro del gnero humano, gozo y plenitud de todos los corazones (GS 45). Pero lo es por razn de su cruz, de su misterio pascual.

    E. Peroracin pattica.Jess va a dar fin a todos los discursos (cf. M t 26,1).

    Uno de los ltimos se dirige a la multitud. Es una exhorta-cin pattica a desenredarse de la estrechez y de la perversidad farisaica para convertirse de corazn a Dios: Cuntas veces quise recoger a tus hijos como la gallina recoge sus polluelos bajo sus alas, y no quisiste! (Mt 23,37). Si (al menos) en este da conocieses la visita de la paz (que se te ofrece), pero se oculta a tus ojos! (Le 19,42). Por poco tiempo todava est entre vosotros la luz. Caminad en tanto que tenis luz, para que no os sorprenda la oscuridad... Mientras tenis luz, creed en la luz, para llegar a ser hijos de la luz. Pero Jess se es-condi de su vista. (Porque), aunque haba hecho tan grandes seales (milagrosas) delante de ellos, no creyeron en l (Jn 12, 35-37)-

    El otro discurso tiene por oyentes a los discpulos: pre-nuncia el fin de la economa veterotestamentaria y abre la perspectiva a la consumacin escatolgica. Se le denomina, con justicia, discurso escatolgico.

    En Marcos ocupa un captulo (Me 13). En Mateo abarca dos (Mt 24 y 25). Lucas ha distribuido en varios pasajes el material reunido aqu por Mateo (Le 12,41-48; 17,26-30.34-36; 19,11-27; 21,5-33)-

    En otro lugar se tocaron algunos problemas relativos a su contenido. No insistimos ms en su exegesis.

    b AAr|V5.

  • H P.1II c.15. El introito de la pasin

    Estos ltimos discursos de Jess refuerzan el acento esca-tolgico de la entrada en Jerusaln. Ha llegado el momento culminante. Y ste lo determina la muerte de Jess, hacia la que l avanza consciente y voluntariamente. Porque Jess haba previsto el desenlace y, segn el testimonio de los evan-gelios, lo haba prenunciado con insistencia y haba declarado su significado: era la hora, su hora, como repite Juan (Jn 2,4; 7,30; 8,20; 12,23.27; 13,1; 17,1). Aunque para ello tengamos que volver sobre nuestros pasos, es necesario recor-dar aquellas predicciones.

    2. P red icc iones d e la pas in

    Ponemos por delante los textos evanglicos, cuyo valor documental estudiaremos a continuacin.

    A. Predicciones explcitas.Los evangelios sinpticos re-latan tres predicciones explcitas de la pasin, colocadas siem-pre en el mismo contexto literario: indicio de la antigedad de esta tradicin.

    La primera prediccin fue con ocasin de la confesin de Pedro junto a Cesrea.

    Nos encontramos en la vertiente de la crisis galilaica. Jess no puede ya andar libre y tranquilamente por Judea (Jn 7,1), y en la misma Galilea le va faltando la seguridad desde que los fariseos han empezado a intrigar contra su vida (cf. Me 3,6) y el tetrarca Herodes muestra una preocupacin inquie-tante respecto de l (cf. Mt 14,1-2.13; Le 13,31). Jess rehuye las aglomeraciones populares y se dedica intensamente a la instruccin del crculo reducido de los ntimos.

    Sus discpulos tienen que convencerse de que Jess es el Cristo o Mesas, pero tienen tambin que comprender que el suyo es diametralmente opuesto al mesianismo popular de triunfalismo nacionalista y poltico: l es el Mesas, que, para entrar en el ejercicio de su gloria y poder, es menester que padezca muchas cosas de parte de su pueblo. Fe en su me-sianidad y aceptacin del misterio de la cruz: ste es el tema central de la enseanza de Jess a sus discpulos en esa coyun-tura; y as, despus de aprobar la confesin en su mesianidad trascendental hecha por Pedro, Jess se pone despacio a expli-car el camino del sufrimiento que su mesianidad implica (Mt 16,21-23; M e 8,31-33; Le 9,22).

    La segunda prediccin sigue, con un breve intervalo, a la transfiguracin, en la que se manifest su gloria futura. Ya du-rante aquellos momentos, en medio del esplendor de la apa-

    Predicciones de la pasin 15

    ricin, el dilogo con Moiss y Elias haba tenido como tema, segn Lucas, la salida de Jess de este mundo (Le 9,31). Ahora se prepara a partir para Jerusaln y anuncia paladina-mente sus sufrimientos y la muerte que all le esperan (Mt 17, 22-23; M e 9,31; Le 9,44).

    Finalmente, cuando, pasando por Jeric, se acerca al fin de su jornada camino de aquella pascua que coincidir con su muerte, por tercera vez anuncia en trminos claros su pasin (Mt 20,17-19; M e 10,33-34; Le 18,31-34).

    B. Predicciones indirectas.Fuera de estas tres prediccio-nes, muy definidas en su contenido y enmarcadas en un con-texto histrico bien determinado, hay otras insinuaciones menos precisas de la pasin futura, cuyas circunstancias concretas son ms difciles de fijar.

    Con ocasin de la discusin sobre el ayuno, Jess pronuncia una frase enigmtica: Vendrn das en que el esposo les ser arrebatado (a sus discpulos), y entonces ayunarn (Mt 9,15; Me 2,19-20; Le 5,34-35)-

    Esta clusula no se invent en una poca posterior: no es imaginable que la Iglesia primitiva, con la fe en la resurrec-cin del Seor, la esperanza de su pronta venida y la expe-riencia de los dones del Espritu Santo, se considerase en es-tado de viudez (cf. Act 2,39-40; 3,25-26; 4,11-12; 5,31, etc.); ni se puede buscar el origen de ese aforismo en el intento de explicar como conforme a la enseanza de Jess una antigua prctica de ayunos, de la cual no tenemos noticias seguras. Ms bien, por el contrario, la misma imprecisin y vaguedad en la prediccin es una garanta de su autenticidad como pa-labra del mismo Jess.

    Otro ejemplo es el dicho sobre el cliz que Jess ha de beber. El cliz ah no puede significar ms que un destino doloroso, que Jess tiene que afrontar como etapa previa para su glori-ficacin (Mt 20,22; M e 10,38).

    Es otro anuncio velado de la pasin; y por esto, como la anterior, deber juzgarse que es una palabra autnticamente suya. En Getseman Jess acepta de manos de su Padre este cliz amargo (Mt 26,39; Me 14,36; Le 22,42; Jn 18,11).

    Ms vaga todava es otra alusin a su futura consumacin. Los fariseos le avisan de las intenciones siniestras de Herodes. Se trata de una verdadera intriga del tetrarca contra la vida

    ele Jess, o slo de un rumor falso esparcido con el propsito de inducirle a salir de Galilea? N o nos interesa saberlo. De todos modos, Herodes es astuto como una zorra. Pero Jess

  • 10 P.1I1 c.l}. El introito de la pasin uegui trabajando hoy y maana; y contina: Al tercer da me consumo; porque ste es el destino de un profeta; pero esto tendr lugar no en el territorio de Herodes, sino en Jeru-saln. Por eso aade: Al da siguiente tendr que marcharme, porque no est bien que un profeta muera fuera de Jerusa-ln (Le 13,31-33)-

    En esta frase no se alude a la resurreccin al tercer da, sino a la consumacin por la muerte.

    Cuando la hora de la pasin se echaba ya encima, las pre-dicciones se multiplican. Seis das antes de la pascua en la que iba a morir, Jess acepta la uncin de Mara en Betania como si fuese su embalsamiento (Mt 26,6-13; M e 14,3-9; Jn 12,1-8). En uno de los discursos pronunciados en aquella ltima semana de su vida, a continuacin de su entrada tr iun-fal en Jerusaln, Jess describe en forma alegrica la historia de las infidelidades del pueblo judo, que pronto van a colmarse con la crucifixin del mismo Cristo: los colonos de la via pro-piedad de Yahv, despus de haber maltratado y asesinado a los profetas hasta Juan, el ltimo de todos, se deciden a dar muerte al Hijo nico, enviado al fin por Dios (Mt 21,33-46; Me 12, 1-12; Le 20,9-19). Con otro smil, al recibir aquellos mismos das la visita de un grupo de gentiles, Jess se compara al grano de trigo, que es menester caiga en el surco y muera para pro-ducir fruto abundante (Jn 12,20-24).

    Son difciles de situar cronolgicamente las predicciones de la pasin del cuarto evangelio. Una aparece ya en la primera subida pblica de Jess a Jerusaln, con el anuncio de la des-truccin y la reconstruccin en tres das del templo, refirin-dose a s mismo (Jn 2,19-22); pero probablemente se trata aqu de una anticipacin literaria. En el coloquio con Nico-demo, que sigue a aquella escena, habla Jesucristo de su elevacin a semejanza de la serpiente de bronce erigida por Moiss en el desierto (Jn 3,14).

    El mismo verbo: ser elevado, se repite en otras dos ocasio-nes. En una dice: Cuando hayis levantado en alto al Hijo del hombre, entonces conoceris que yo soy (Jn 8,28). Y des-pus de Ja entrada triunfal: Cuando yo haya sido alzado de la tierra, atraer hacia m a todos (o: todas las cosas, segn una variante del texto); el evangelista glosa: Deca esto indi-cando con qu clase de muerte iba a morir (Jn 12,32-33).

    Otras alusiones a su pasin futura y al sentido con que la sufra se encuentran en el sermn sobre el pan de vida: el pan que yo dar es mi carne (sacrificada) por la vida del mun-do (Jn 6,51); y en la alegora del buen pastor, que da la vida

    Predicciones de la pasin 17

    por sus ovejas, como l har en obediencia a su Padre (Jn 10, n-18) .

    La lnea cronolgica divisoria entre los anuncios velados y las predicciones abiertas no aparece tan clara como en los sinpticos. Hay, sin embargo, una situacin muy semejante a la de Cesrea de Filipo, aunque la localizacin sea distinta: una crisis de fe en el auditorio da pie a una pregunta de Cris-to y a una confesin de Pedro equiparables a las que los si-npticos nos relatan. Aqu dice Pedro: Seor, a quin ha-bremos de ir? T tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos credo y sabemos que t eres el Santo de Dios, es decir: el Mesas; y Jesucristo aprovecha la ocasin para anun-ciar veladamente que uno de ellos ser traidor, como en los sinpticos la aprovechaba para predecir su pasin (Jn 6,68-71; cf. Me 8,27-31).

    C. Historicidad de estas predicciones.Abordemos ahora la cuestin de la autenticidad o historicidad de estas prediccio-nes: las pronunci Jess tal como las leemos en los evangelios, o son una construccin literaria de los evangelistas? Con otras palabras: son verdaderas profecas de Jess, o solamente profecas ex eventm de los evangelistas, historia disfrazada de profeca?

    Como en otras ocasiones, es menester distinguir aqu en-tre el ncleo y el revestimiento literario. No habra dificultad en conceder que detalles del contorno se introdujeron des-pus de contemplada la realidad histrica. En la parbola de los colonos de la via, por ejemplo, sera un pormenor aadi-do a vista de los hechos el de que al hijo le echaron fuera de la via, porque Jesucristo fue crucificado fuera de la ciu-dad (Mt 21,39; Le 20,15; y con pequea variacin: Me 12,8; cf. Me 15,20 par.; Jn 19,30; Act 13,12). Por otra parte, en absoluto, no habra tampoco dificultad en atribuir a la profe-ca original algunos de estos detalles; porque un profeta se permite fingirlos si los juzga verosmiles ex communiter con-tingentibus y aptos para visualizar el contenido de su pre-diccin: no pretende describir los acontecimientos futuros con la precisin de un historiador, sino poner de relieve el sentido de la historia, cuyo porvenir pinta segn modelos conocidos del pasado, que tal vez, sin que el profeta pretendiese afirmar-lo, coincidirn con el suceso futuro.

    En todo caso, si quiere uno ceirse a lo que una crtica pu-ramente histrica pueda probar como mnimo autntico en estas predicciones de Jess, ser imposible demostrar que to-dos esos pormenores formaron parte de la profeca tal como l la pronunci.

  • 18 P.IH c.li. El introito de la pasin

    Aunque no sea posible reconstruir las palabras mismas de cada una de estas predicciones, no es legtimo dudar de que Jess predijo su pasin. Hemos citado arriba predicciones me-nos detalladas que, por su misma vaguedad, no parecen haber sufrido ninguna ampliacin ex eventu. Adems, los prenun-cios de un desenlace fatal son numerosos y estn ligados con diversos episodios de su vida, de modo que parece imposible suprimirlos todos y atribuirlos a meras construcciones litera-rias posteriores. Ms an, bastar con admitir que Jesucristo no viva, como se dice, en las nubes para reconocer que no pudo menos de advertir la tempestad que se cerna sobre su cabeza y prever el final trgico de su ministerio. No saba que sta haba sido la suerte de Juan Bautista? (cf. M t 17,12; 21,32). No se haba dado cuenta de las asechanzas tendidas contra l para convencerle de blasfemo, destructor de la ley y del culto, y de este modo arrastrarle a su ruina? (cf. M e 3, 2.6; 11,27-28; 12,13-15). No haba exigido a sus seguidores que tomasen sobre sus hombros la cruz? (Mt 10,38; Le 14,27); o sera en esto el discpulo superior a su Maestro, contra lo que l mismo haba enseado? (Mt 10,24-25; Le 6,40).

    Con esto hemos pasado, casi insensiblemente, de la cues-tin histrica al problema psicolgico: cmo y cundo co-menz a perfilarse ante la mirada de Jess la silueta de la cruz? Para responder a esta pregunta no debemos refugiarnos en su ciencia divina, ni nos parece necesario apelar a su cien-cia de visin, segn lo expuesto en otro lugar; puede darse otra explicacin.

    Podra pensarse que desde el momento de la encarnacin, por ciencia infusa, tuvo presente la cruz? Hay un texto que parecera demostrarlo: Cristo, al entrar en el mundo dijo: No te han agradado las vctimas y los sacrificios; pero me has dado un cuerpo; no te complacieron los holocaustos y las expiaciones; y entonces dije: Aqu vengo, para cumplir, oh Dios!, tu voluntad, como est escrito en el rtulo del libro (Heb 10,5-7). Sin embargo, este texto no es convincente: la entrada en el mundo podra referirse al nacimiento, pero pue-de tambin interpretarse del comienzo del ministerio pblico; no se dice que la voluntad de Dios exija la muerte de Cristo como vctima, porque pudiera bastar con la obediencia a la ley y la fidelidad a la alianza, que son ms excelentes que los sacrificios (cf. 1 Sam 15,22; Os 6,6; Mt 9,13; 12,7); y, en fin, el texto podra significar el destino de Jess, sin pretender afirmar su conciencia humana de ese destino.

    Distingamos entre la presencia de la cruz en el plan de Dios y su presencia en el alma humana de Jess. Evi dente-

    Predicciones de la pasin 19

    mente, en el plan divino la cruz est plantada desde el princi-pio de la vida de Jess, ms an, desde toda la eternidad (cf. 1 Cor 2,7-8; A p 13,8). Pero qu decir respecto a la con-ciencia de Jess, a su psicologa humana?

    Aplicando aqu las ideas expuestas en otro captuloy con las reservas all expresadas, nos atrevemos a proponer como preferible la explicacin de que Jess, en su conciencia huma-na, no tuvo la imagen de la cruz ante sus ojos desde el comien-zo; porque, si se supone una previsin clara de todos los por-menores de su vida adelantndose a los sucesos, se corre el pe-ligro de falsificar la realidad de su psicologa humana y negar la historicidad de su vida, convirtindola en la contemplacin inmoble de una idea eterna, sin la emocin de una vida que se va viviendo por momentos; tememos que as se acabara por vaciar de sentido la encarnacin y desvirtuar la accin re-dentora.

    Para explicar con plausibilidad psicolgica, al mismo tiem-po que histrica, las predicciones de la pasin, habr que con-jugar y combinar los siguientes datos, que se deducen de la vida pblica. Primero, la conciencia de su misin de profeta definitivo, abocado como los profetas del pasado, y con ms razn que ellos, a la persecucin e incluso a la muerte violenta. Segundo, la experiencia de su ministerio, que le demuestra la creciente indiferencia del pueblo y el odio creciente de sus ad-versarios. Tercero, la meditacin de la Sagrada Escritura, don-de va descubriendo cada vez con ms claridad los caminos de Dios en la historia de la salvacin, humanamente inconcebi-bles; especialmente la meditacin de las profecas relativas al Mesas y, entre stas, la imagen del justo que padece en expia-cin por el pueblo y, sobre todo, la figura del Siervo de Yahv descrito por Isaas. Cuarto, el coloquio continuo con su Padre en la oracin ntima y filial, en el cual recibe en su alma, a medida que el Padre se las va otorgando, iluminaciones prof-ticas gradualmente ms concretas sobre su suerte futura.

    En la conciencia humana de Jess fue perfilndose paulati-namente, con rasgos cada vez ms recortados, su propio des-tino. Y al paso que lo va descubriendo, renueva con mayor y mayor intensidad su entrega completa al Padre. Ya en las ten-taciones del desierto tuvo percepcin de su misin e hizo, co-rrespondientemente, su opcin: adorar y servir a slo Dios. Con. el avanzar de su actividad proftica, las perspectivas se van definiendo ms y se van aceptando con ms determinacin y sumisin a la voluntad del Padre: Al estar para cumplirse el t iempo de su elevacin (que implica la pasin), mostr una

  • 20 p.nj c.15. El introito de la pasin voluntad firme de ir a Jerusaln (Le 9,51); y cuando suban camino de Jerusaln, Jess iba delante, con admiracin y es-tupor de los que le acompaaban (Me 10,32). Por fin, llega a la oblacin definitiva y al rendimiento total: Padre, si es posible, pase de m este cliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya (Mt 26,39 par.).

    En pocas palabras: un examen exegtico de los textos per-tinentes, si bien no demuestra que en Jesucristo hubiese desde el principio una previsin detallada de la suerte que le espe-raba, tampoco permite suponer en l una imprevisin ciega, y ms bien inclina a pensar que hubo en l un presentimiento progresivo que, desde un momento determinado, el de la crisis galilaica, se acentu y aclar en su conciencia, y se expres en predicciones cada vez ms taxativas e insistentes de su pasin. En los captulos en que la describe, a partir de la ltima cena, Juan recalca esta presciencia de Jess en lo relativo a su muer-te prxima: El da antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Je-ss que era llegada su hora de pasar de este mundo al Padre. . . , sabiendo.. . que haba salido de Dios y que a Dios iba a vol-ver; sabiendo todo lo que iba a sobrevenirle (Jn 13,1.3; 18,4).

    3. Prediccin e interpretacin La pasin del Mesas necesitaba de interpretacin. Los

    apstoles la dieron a la luz de la resurreccin: Cristo Jess, que muri y, aado inmediatamente, resucit (Rom 8,34). Sin la resurreccin, la historia de la pasin apenas hubiera mereci-do relatarse, y la predicacin de la cruz no hubiera podido considerarse como una actividad salvfica del poder de Dios (cf. 1 Cor 1,18). Pero la resurreccin, como hemos dicho en otro lugar, les hizo reflexionar sobre la Escritura y la palabra que Jess haba dicho (cf. Jn 2,22).

    Que los apstoles interpretaron la pasin de su Maestro a travs de las Sagradas Escrituras, lo ponen de manifiesto las frecuentes citas, explcitas o implcitas y alusivas, insertadas en los relatos y en los sermones o pasajes donde de ella se ha-bla. Para citar un ejemplo: Pablo en Tesalnica y luego en Berea, segn su costumbre, explicaba las Escrituras mos-trando por ellas cmo el Mesas tena que sufrir y resucitar; y sus oyentes examinaban atentamente las Escrituras para ver si realmente era as como Pablo afirmaba (Act 17,2-3.11). El pensamiento est condensado en la antigua frmula de fe: Cristo muri por nuestros pecados segn las Escrituras (1 Cor 15,3). Esta interpretacin de los apstoles nos saldr al paso a cada momento en nuestro estudio.

    Prediccin e interpretacin 21

    Aqu vamos a fijar la atencin sobre la interpretacin del mismo Jesucristo, porque no es imaginable que, presintindo-la y prenuncindola, no tratase de dar un sentido a su pasin.

    A. Interpretacin implcita.Encontramos ya una inter-pretacin implcita en las dos series de afirmaciones que Jesu-cristo repite en su predicacin.

    Por una parte, es evidente que l consider siempre como finalidad principal de su ministerio y de su vida la salvacin de los hombres, de los pecadores. El es el profeta que proclama el ao jubilar del perdn (Le 4,17-21), el mdico que acude al enfermo para curarle (Me 2,17), el pastor que busca la oveja descarriada (Le 15,1-7), la luz de los ciegos y la vida de los muertos (Jn 8,12; 9,39; 11,25-26), el Hijo del hombre, que per-dona los pecados (Me 2,5-12), el Hijo en su propia casa que da libertad a los esclavos (Jn 8,31-36). Su amistad con los publ-canos y pecadores, que es uno de los rasgos indudables de su actividad proftica, demuestra palmariamente que l tiene con-ciencia de que su misin es la de salvar.

    Por otra parte, no puede negarse que l previo y predijo, como acabamos de explicar, la persecucin y la muerte; ms an, que las consideraba no slo como una necesidad inevita-ble, sino tambin como un deber, incluido en el de anunciar el reino de Dios a los hombres de aquella generacin incrdu-la y perversa (cf. Mt 17,17). A sus discpulos ha impuesto la obligacin de renunciar a todo, aun a la propia vida, por el evangelio del reino (Me 8,35). Siendo l su predicador defini-tivo, no puede eximirse de esta obligacin. El discpulo segui-r en ello a su maestro, porque l va delante (cf. M t 10,24-25). Para la implantacin del reino ser necesaria la muerte del Maestro.

    Este doble dato, ya por s solo, nos inclina a pensar que Je-sucristo conceba aquellas dos tareas no como puramente pa-ralelas, sino como unificadas en un nico destino: el de pre-dicar y sufrir para salvar. La idea, por lo dems, no era total-mente nueva en la mentalidad judaica de aquella poca.

    Aunque la opinin vulgar tendiese a ver en toda desgracia un castigo por algn pecado, entendiendo el dolor como pu-nitivo (cf. Jn 9,2), era tambin admitido el sentido pedaggi-co y experimental de la calamidad como ocasin para el ejer-cicio de la virtud, y espritus ms refinados haban descubier-to el valor expiatorio del sufrimiento en reparacin tanto por los pecados propios como por los de la comunidad (2 Mac 7,i8.37-38).

  • 22 Pili c.15. El introito de la pasin

    En esta lnea se mueve el pensamiento de Jesucristo, con-densado en aquel dicho con alusin al cuarto canto del Siervo: El Hijo del hombre no ha venido para hacerse servir, sino para servir y dar la vida en redencin por la multitud (Mt 20,28; M e 10,45; cf. Is 53,4-12).

    B. Interpretacin explcita.Hubiera sido ciertamente ex-trao que Jess, previendo y prediciendo como previo y pre-dijo su pasin, no hubiese interpretado en alguna forma su sentido, mxime encontrando modelos en el A T . Entre ellos, el ms notable y explcito es, como acabamos de indicar, el del Siervo de Yahv en el cuarto de los cantos relativos a l (Is 52, JS-SS12)- Es ste, junto con el salmo 22, el texto ms frecuen-temente citado en conexin con la pasin l.

    Indiscutiblemente, el pasaje se aplic a Jesucristo desde poca muy primitiva; a l parece aludir el himno cristolgico de la epstola a los Filipenses (Flp 2,6-11). Lo que se ha pues-to en duda es que esta aplicacin se la hubiese hecho el mismo Jesucristo. Nos parece, sin embargo, que es ms plausible admitirlo.

    Es verdad que, en este caso, como en otros muchos, no es posible cerciorarse con absoluto rigor histrico-crtico de las mismsimas palabras de Jess. Con todo, la consideracin insinuada renglones ms arriba nos induce a tener stas por autnticas, si no en su enunciado presente, al menos en el concepto expresado; no es creble que Jess hablase a sus discpulos del fracaso inminente de su misin proftica sin darle un sentido y sin animarles con la esperanza que l mis-mo abrigaba de su resultado positivo final. La palabra salida de Dios no vuelve a El sin producir su efecto.

    Jesucristo, que sabe ser l el profeta definitivo del reino de Dios, est persuadido de que, a pesar de la incredulidad de sus compatriotas coetneos, el reino de Dios no puede menos de imponerse con aquella extensin universal de las bendiciones divinas prometidas por Dios para todas las naciones. Ahora su muerte se presenta como ineludible. N o parece que pueda ex-plicarse ms que o como mera etapa en el camino hacia el es-

    1 Se ha advertido, por ejemplo, que la descripcin de la crucifixin est

    llena de alusiones al salmo 22. Cf. J. R. SCHEIFLER, El Salmo 22 y la cru-cifixin del Seor: EstB 24 (1965) 5-83.

    Suelen citarse como alusiones a Is 53; Mt 8,17; 26,24.63.67; 27,12.14. 38; Me 9,12.31; 1:0,45; 14,60-61; 15,4-5; Le 22,37; 23,33-34; 24,27.46; jn 1,29; 12,38; Act 3,13.26; 8,32-33; 10,43; Rom 4,25; 5,19; 10,16; 15,21; j Cor 3,9; 5,7; 15,3; Flp 2,6-8; Heb 9,28; 1 Pe 1,11; 2,22-25; 1 Jn 3,5; Ap 5,6.12; 13,8; 14,5.

    La ltima cena 23

    tablecimiento del reino, o como medio eficaz para implantarlo. Esta segunda interpretacin de la muerte del justoindividuo o colectividad, la cuestin aqu no importase daba en el cuar-to canto del Siervo. Aunque Jess no se hubiese atribuido ex-presamente el ttulo de Siervo ni se hubiese identificado es-tricta y taxativamente con l, qu dificultad puede haber en suponer que haya parangonado su suerte a la de ste, o que la haya declarado con los trminos empleados en aquel texto?

    El caso es que, en el espacio de un par de generaciones, la Iglesia apostlica estructur una teologa de la cruz calcada en gran parte sobre los poemas del Siervo, y que esta teologa se ha impuesto. Este esfuerzo intelectual, coronado con un xito tan extraordinario, no ser fcil de explicar si se empea uno en sostener que la comunidad primitiva cre por s misma aquella teologa sin que Jess hubiese dado el primer impulso inicindola.

    N o podremos quizs cerciorarnos de cules fueron las mismsimas palabras de Jess, pero s podemos estar seguros de su mismsimo pensamiento y de su intencin ms profun-da. El haba entendido siempre su vida como servicio a la im-plantacin definitiva del reino de Dios; su muerte no pudo mirarla al margen de su misin. Pero si su muerte tiene, lo mismo que toda su predicacin, un sentido escatolgico, su muerte, al igual que su predicacin, incluye un valor soteriol-gico. En conclusin, habremos de decir que, lo mismo que hay que reconocer en las palabras y actitudes de Jess una cristo-logia indirecta, como ya expusimos, tambin hay que recono-cer en ellas, como un mnimo, una soteriologa implcita; por-que Jesucristo, como en otro lugar decamos, ms que definir-se, se revela con el claroscuro de su misterio.

    4. L a l t i m a cena

    En la ltima cena se acumulan las predicciones de los acon-tecimientos que se echan encima: traicin de uno de los Doce y huida de los dems al ser herido el pastor; todo suceder como est escrito (Me 14,18-21.27). Al mismo t iempo se in-terpreta la pasin con dos acciones, una simblica y otra sa-cramental, que merecen un breve comentario.

    A. El lavatorio de los pies.Juan, prologando la pasin, y en particular la ltima cena, escribe aquella frase cargada de emocin y significado teolgico: La vspera de la fiesta de la Pascua, Jess, sabiendo que haba llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban

  • 24 P.III el 5. El introito de la pasin

    en el mundo, los am hasta el fin o hasta el extremo (Jn 13,1.3). La pasin se interpreta aqu como la vuelta de Jess al Padre y como su acto supremo de amor a los hombres. La idea de la vuelta al Padre se desarrolla despus a lo largo del sermn de la cena (especialmente Jn 13,33; 14.28; 16,5-7.16-17.28); la del amor a los suyos, adems de enunciarse repetidamente (Jn 13, 34; 15,9.12-13.15), se desenvuelve en una accin que Juan enlaza inmediatamente con las palabras,arriba citadas: es el lavatorio de los pies (Jn 13,4-15).

    N o es ste un mero acto de humildad, aunque este aspecto est incluido en aquel gesto. Ms exactamente es una accin simblica de Jess para explicar el sentido de su muerte. Pe-dro no lo capt, como no haba captado el del primer anuncio de la pasin (Me 8,31-33; M t 16,22-23). Entonces Pedro re-ga a Jess: Jams ha de sucederte tal cosa; ahora, con la misma falta de inteligencia, se opone a la conducta de su Maes-tro: Jams me lavars t los pies. All Jess le haba repulsado enrgicamente: Retrate, Satans; aqu, con no menos severi-dad, le amenaza: Si no me dejas que te lave los pies, no ten-drs parte conmigo, no sers ms mi amigo y discpulo. All Jess censur los criterios de Pedro: Tus pensamientos no son los de Dios; aqu le amonesta de su ignorancia: Lo que estoy para hacer no lo entiendes al presente, pero ms tarde lo comprenders. Lo que l est a punto de hacer es tan impor-tante y trascendental, que resistirse o estorbrselo sera aliarse con Satans y romper con Jess para siempre.

    Porque aquella accin de servicio humilde simboliza su servicio hasta la muerte, su sacrificio total por la salvacin de los hombres: El Hijo del hombre no ha venido para hacerse servir, sino para servir y dar su vida en redencin por todos. Ni Pedro ni nosotros podemos prescindir de este servicio que Jess nos hace con su muerte redentora. Al contraro, recono-ciendo con humildad que somos pecadores, esperamos y le pe-dimos que nos lave del todo con su sangre. Rechazar o despre-ciar este servicio de Jess sera hacer mentiroso a Dios y al mismo Jess, diciendo que nos engaan al insistir en que ne-cesitamos redencin y al asegurarnos de que quieren salvarnos (cf. 1 Jn 1,7-10); y sera desvirtuar la cruz de Cristo vaciando de contenido el acto con que nos redime (cf. 1 Cor 1,17).

    Si no te lavo, no tendrs parte conmigo, dice Jess a Pe-dro. Pedro, al igual que todos los otros discpulos y que todos nosotros, necesita ser lavado por Cristo, no slo para quitar de s toda mancha, sino, sobre todo, para ser partcipe de Cristo, de su vi

  • J ( l I'.III c.15. El introito de la pasin

    ion su nuevo pueblo, que es la Iglesia sin mcula ni arruga, santa e inmaculada (Ef 5,27).

    Las palabras de Cristo que acompaan a su accin enun-cian claramente la eficacia universal de su redencin y ponen de relieve su dimensin social o, con trmino tcnico, ecle-sial. La redencin no es individualstica; salva, s, al indivi-duo, pero como miembro del Pueblo de Dios, de la Iglesia.

    Por eso en la Iglesia se renueva el gesto de Jess al partir el pan y bendecir el cliz del Seor, proclamando su muerte hasta que venga (1 Cor 11,26); porque la redencin mira a la salvacin del hombre en toda su dimensin, individual, social e histrica; en una palabra, eclesial.

    En el cuarto evangelio, el discurso de despedida (c.13 a 16) parece un comentario a la institucin de la Eucarista, cuyo relato se ha omitido. En l se proclama el nuevo mandamiento, que supone la nueva alianza y obliga al nuevo Pueblo de Dios: el mandato, cuyo cumplimiento ha de ser seal de pertenencia a Cristo y distintivo del nuevo pueblo elegido, y, como conse-cuencia de necesidad intrnseca, fuerza de atraccin hacia el mismo Cristo (Jn 13,34-35; 17,21; cf. 12,19).

    En virtud de ese mandato, la Iglesia se transforma en por-tadora de la redencin al mundo, slo deseando una cosa: continuar, bajo la gula del Espritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido (GS 3); es decir: la Iglesia tiene conciencia de que su misin es amar a los hombres, como Cristo nos am: hasta el fin.

    La obra de Jess sin su pasin hubiera quedado incomple-ta: se hubiera reducido a predicar una doctrina o una teora de salvacin y a ensearnos de palabra el modo de redimirnos y de redimir al mundo elaborando nuestro bienestar humano, moral y social. Para que nuestra redencin se efectuase por obra suya era necesario que el Hijo del hombre padeciese la misma muerte. Pero, si l no nos la hubiese interpretado, hu-biramos visto en ella nicamente un ejemplo sublime de fide-lidad a la propia vocacin y de obediencia a la voluntad de Dios y una manifestacin esplndida de amor hacia nosotros. Para que comprendisemos que ese acto de obediencia y de amor era el que, por su misma eficacia, efectuaba nuestra re-dencin, fue menester que l nos lo predijese e interpretase. Prediccin e interpretacin se complementan.

    La inteligencia de este misterio, en el que la knosis del Hijo de Dios llega al punto lmite, no fue fcil a los discpulos.

    La ltima cena 27

    Marcos recalca la incomprensin de los apstoles ante sus pre-nuncios (Me 9,9.32); para que alcanzasen la inteligencia del misterio fueron necesarias la resurreccin de Jess y la ilustra-cin del Espritu Santo recibido en Pentecosts. Pablo dir que Jesucristo crucificado es escndalo para los judos y locura para los griegos, pero para nosotros los creyentes es sabidura y poder de Dios (1 Cor 1,23-25). La cruz de Cristo slo puede comprenderla el creyente guiado por el Espritu, porque la cruz es la obra del amor de Dios al mundo y del amor de Jess a los suyos, y este amor slo lo penetra el Espritu, que es el amor del Padre y del Hijo (cf. Jn 3,16-17; 1 Cor 2,6-16).

    En su inteligencia nos han introducido las profecas de su pasin y los misterios de la entrada en Jerusaln y de aquella l-tima cena en la noche en que iba a ser entregado (1 Cor 11,23).

  • CAPTULO I 6

    LAS CAUSAS DE LA PASIN

    i. Las causas histricas de la pasin: A. Judas. B. Las autoridades judas. C. El pueblo. D. Pilato.

    2. Los agentes ocultos: A. Satans. B. Nosotros. 3. El mandato del Padre: A. Las Escrituras. B. El mandato. C. La entrega.

    D. La misin. 4. La obediencia del Hijo: A. La libertad de Cristo. B. La oracin del

    huerto. C. Obediencia y caridad. D. Por nosotros. 5. La cooperacin del Espritu Santo. 6. Reflexiones y corolarios: A. Contexto histrico y sentido teolgico.

    B. La consumacin de la knosis. C. La ley de la cruz. D. La gloria de Dios. E. La seal de la cruz.

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    El Hijo del hombre va a ser entregado para que lo crucifiquen (Mt 26,2).

    Concluamos el captulo anterior con una cita que nos sugiere el tema del presente sobre las causas de la pasin. Una observacin lexicolgica sobre la expresin usada en aquel texto nos ayudar a constatarlas. All se dice en forma pasiva: En la noche en que iba a ser entregado (1 Cor 11,23). Pues bien: en el N T se emplea el mismo verbo para sealar los agen-tes o causantes de la muerte del Seor, aunque el gnero de su causalidad sea muy diverso.

    En griego, el verbo dar, y ms ordinariamente el com-puesto transferir, transmitir, entregar a. Los textos se citarn a lo largo del capitulo.

    En efecto, se dice que los hombres entregan a Jess, que el Padre entrega a su Hijo, y que Jesucristo se entrega a s mismo. La primera clase de entrega se refiere a las causas his-tricas y comprende una serie de sujetos, con la trama de mo-tivos y acciones dentro de la historia, que acarrean la muerte a Jess. Detrs de ellas se esconden agentes ocultos, que, aun-que no se diga que entregan a Jess, son quienes han trabajado entre bastidores o han participado, en la solidaridad corpora-tiva de la comunidad humana, para eliminarlo. La tercera podra denominarse causalidad providencial, en cuanto que es la integracin de la pasin de Cristo en el plan divino de la historia de la salvacin; Jess la considera como el mandato del Padre. La cuarta, correspondiente a la anterior, es una que llamaramos causalidad obediencial y subordinada, porque con-siste en la obediencia del Hijo, sumiso hasta la muerte a la voluntad del Padre. Aadamos la cooperacin del Espritu Santo como causa ambiental. Cerraremos el captulo con algu-nas reflexiones y corolarios.

    1. Las causas histricas de la pasin

    Es evidente que, histricamente, los causantes de la muerte de Jess fueron los hombres: los soldados que ejecutaron la sentencia, el juez que la pronunci, los acusadores que le ins-tigaron a darla y los colaboradores que, de una u otra forma, les ayudaron. Los tormentos, en particular el de la cruz, eran

    11 5i8von, TrccpotSiSvcci.

  • no P.UI c.16. Las causas de la pasin

    .suficientes para producir la muerte; y la intencin de los que se los aplican a Jess es patente. Es, pues, innegable que stos fueron los causantes y responsables histricos de la muerte de Cristo.

    Hablamos nicamente de responsabilidad histrica, porque la moral y subjetiva slo Dios la conoce y juzga.

    A. Judas.En primer lugar, el verbo entregar se aplica con una frecuencia notablems de treinta vecesa la accin de Judas. En este caso se suele traducir con el verbo traicionar, porque fue una entrega con alevosa; el apelativo de traidor se ha transformado casi en un sobrenombre de Judas b (Mt 10,4 26,25.48; 27,3; Me 14,44; Jn 18,2.5; Le 6,16).

    Judas es uno de los Doce, de los elegidos para seguir de cerca a Jess y hacer vida con l; uno de los ntimos, que ha visto a dos pasos sus milagros y ha odo sus enseanzas, aun las reservadas al crculo privilegiado de aquellos a quienes se dan a conocer los misterios del reino. Ms an, en aquella misin de los Doce a los pueblos de Galilea, Judas haba reci-bido, como los dems, el poder de anunciar el Evangelio, de predicar la conversin y la remisin de pecados, de sanar enfer-mos y de exorcizar endemoniados (cf. M t 10,1-4; ^ u ; M e 3, 13-19; 4,10-11). Pero ms tarde Satans entr en su corazn y le inspir el propsito de entregar a Jess (Le 22,3; Jn 13,2).

    No es de suponer que Judas hubiese abrigado esos intentos siniestros desde el momento de su eleccin al apostolado, ni que Jess le hubiese elegido con la previsin de que, al cabo de un par de aos, Judas iba a traicionarle: sera inexplicable en la psicologa humana de Jess, incluso hubiera sido cruel admitir en el seno de la amistad a uno que se sabe con certeza va a ser infiel a ella. No convirtamos toda la historia de la pa-sin en la representacin de un drama en conformidad con un guin aprendido de memoria, porque esto sera destruir la historicidad de los acontecimientos. Al contrario, digamos que Jess haba sido sincero en su eleccin y que sincero ha-ba sido Judas en su respuesta al llamamiento de Jess; y sin-cera fue la amistad de Jess hasta el ltimo momento: Ami-go!, a qu has venido?, por qu me traicionas con un beso ? (Mt 26,50; Le 22,48). Porque Judas es el amigo que se apro-vecha de sus conocimientos confidenciales para guiar a los enemigos al retiro donde Jess est orando, y consuma la trai-cin abusando de un signo de amistad (Jn 18,2; Mt 26,48-50 par.).

    6 TTapccSiSo?, 6 irpoSTns.

    Las causas histricas 31

    La amargura inmensa que la traicin de Judas produjo a Jess se rezuma en las palabras con que la anuncia en la ltima cena: Jess se conmovi internamente y dijo: En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros, de los Doce, me va a entregar: uno que est comiendo conmigo a la misma mesa y del mismo plato (Jn 13,21.26; M t 26,21.23 par.). Y ms in-tensamente an se desahoga su dolor en las palabras de la oracin pronunciada al fin de aquella cena: Padre santo.. . , yo los he guardado en tu nombre a los que me diste, y ninguno de ellos se ha perdido; pero tiene que aadir con tristeza: a excepcin del hijo de perdicin; y se acoge, como a una excusa, a que as haba de cumplirse la profeca (Jn 17,12; cf. 13,18).

    Qu circunstancias provocaron este cambio de actitud en Judas? La insinuacin ms significativa es la del cuarto evangelio. En el captulo sexto se ha llegado a la crisis galilaica; su ocasin es la enseanza y la conducta de Cristo, que no res-ponde a las aspiraciones y esperanzas populares. Desde aquel momento, muchos de sus discpulos se volvieron atrs y deja-ron ya de acompaarle. Jess se dirige a los Doce: Tambin vosotros queris abandonarme?; y, a pesar de la confesin entusiasta de Pedro, insiste: No os eleg yo a vosotros doce?; sin embargo, uno de vosotros es un demonio (Jn 6,66-71). Judas se dej arrastrar por la misma desilusin que haba causado la defeccin de otros muchos discpulos.

    Es verdad que Juan alude a la avaricia de Judas (Jn 12,6), pero no dice que ste fuese el motivo de la traicin; cmo podra Judas pensar que haca un negocio lucrativo al entre-gar a su Maestro por el precio de venta de un esclavo? (Mt 26,14-16 par.; cf. Ex 21,32). El motivo habr que buscarlo ms bien en la decepcin general provocada por el mesianis-mo manso y humilde, casi diramos derrotista, de Jesucristo. Lo trgico es que sucumbiese tambin tino de los Doce, y que llegase a la bajeza de entregar traidoramente a su Maestro.

    El caso es que, entre los causantes histricos de la pasin del Seor, se cont uno de los Doce. Los otros no contribuyeron, ciertamente, de un modo positivo a la entrega de Jess; pero tampoco hicieron el menor esfuerzo por estorbarla: abandona-ron y dejaron solo al Maestro; y aun Pedro, que tantas protes-tas de fidelidad haba hecho, tras un ridculo alarde de valenta en el huerto, le neg tres veces aquella misma noche (Mt 26, 33-3S-5I.S6.69-75 par.; Jn 13,37-38; 16,32).

    B. Las autoridades judas.En segundo lugar, entregan a Jess las autoridades judas, los lderes del pueblo: miembros

  • '.Vi I'.III r.76. Las causas de la pasin

    del sanedrn, sacerdotes, escribas de la ley y fariseos. Ellos condenan en su tribunal a Jess como reo de muerte y le entre-gan a los gentiles, al procurador Poncio Pilato (Mt 20,19 par.; 27,2; M e 15,1; Jn 18,30.35). Ellos presentan las acusaciones contra Jess, y echan mano de todos los ardides polticos y religiosos posibles para arrancar a Pilato la sentencia.

    Fue una entrega premeditada. Juan nos refiere aquella re-unin en que se decidi acabar con Jess, despus del apostro-fe de Caifas, pontfice en aquel ao fatdico: La muerte de un solo hombre por todo el pueblo es preferible a la destruc-cin de todo el pueblo... Y desde aquel da decidieron ma-tarle (Jn 11,47-53). Ls sinpticos nos informan tambin de esta deliberacin de los sacerdotes, escribas y ancianos, lo mismo que de sus maquinaciones para apoderarse de Jess con dolo, porque teman un alboroto del pueblo en favor del que muchos admiraban como profeta (Mt 26,3-5; Me 14,1-2; Le 22,1-2).

    El motivo de esta actitud hostil de las autoridades judas Mateo y Marcos lo llaman envidia (Mt 27,18; M e 15,10); Juan lo apellida odio), y como ocasin de este odio del mundo seala la in-mundanidad de Jess: l no ha condescendido con el mundo, sino que ha sido siempre fiel a su Padre; en cam-bio, los judosen el sentido peyorativo joaneono han reconocido al Padre, que haba enviado a Jesucristo, y han acabado por odiar al Padre y a su enviado (Jn 15,18.21-25).

    Era, ante todo, el conflicto entre dos concepciones diame-tralmente opuestas sobre la religin y la moral: el conflicto entre la absolutizacin saducea y farisaica de la letra en lo que respecta tanto al culto como a la moralel templo y la ley y su relativizacin, que Jess proclama y practica, en fuerza de la prevalencia del espritu, junto con la absolutizacin del principio de la caridad. Basta con recordar el sermn de la montaa y el proceder de Jess con los publcanos y pecadores.

    En el fondo, era el conflicto entre dos modos de pensar sobre Dios mismo: por una parte, una idea de Dios recortada segn las tradiciones humanas de las escuelas rabnicas o sacerdo-tales, donde slo encaja la severidad con el pecador y la bene-volencia con el que paga los diezmos y observa el descanso del sbado; por otra, la de un Dios que se complace ms en el publicarlo arrepentido que en el fariseo seguro de su justicia segn la ley (cf. Le 18,9-14).

    A esto se aade la autoridad que Cristo reivindica para s. Dinos con qu autoridad haces esto y quin te ha dado derecho para ello, le preguntan los pontfices y los escribas y los an-

    Las causas histricas 33

    canos cuando le ven enseando en el templo despus de haber expulsado de all a los traficantes (Mt 21,23-27 par.). En otra ocasin, sus oyentes, escandalizados, le haban gritado: No te queremos apedrear por la obra buena que has hecho, sino por-que, siendo hombre, te igualas a Dios (Jn 10,33; 5.8)- El es-cndalo lleg a lo sumo cuando, ante el sanedrn, Jess se decla-ra abiertamente Hijo de Dios (Mt 26,63-64 par.).

    Pudo tambin influir un motivo poltico: a las autorida-des judas convena mantener la situacin establecida, aquel modus vivendi cmodo, aunque no glorioso; por eso llegaron a responder a Pilato, a pesar de la aversin que sentan hacia un poder gentil intruso: Nosotros no tenemos ms sobera-no que al Csar (Jn 19,12.15). Adems, el prestigio de Jess socavaba la autoridad que ellos haban estado monopolizan-do: No lograremos nada; todo el mundo se va tras l (Jn 12,19). Haba que tomar posicin: o la de humillarse ante l reconocindole como maestro venido de parte de Dios y profeta, a imitacin de Nicodemo, fariseo tambin (Jn 3,1-2), o la de oponerse radicalmente a l hasta hacerle desaparecer. Ellos, que no tuvieron humildad para ir a reci-bir el bautismo de Juan, tampoco la tuvieron para someterse a Jess (cf. Me 11,29-33 par.). Y as le entregaron al gober-nador Pilato (Mt 27,2).

    Dejamos a los exegetas que discutan si la reunin del sanedrn, nica o doble, fue una sesin judicial o un interro-gatorio fiscal para sustanciar los captulos de acusacin ante el gobernador romano (Me 14,53-64; Mt 26,57-66; Le 22, 54-55.66-71; Jn 18,13-14.19-24).

    C. El pueblo.La responsabilidad del pueblo judo fue, ciertamente, ms leve. N o se puede negar que ellos tambin fueron culpables: Vosotros lo crucificasteis, dice Pedro a la multitud el da de Pentecosts; y pocos das ms tarde repite: Vosotros lo entregasteis y negasteis delante de Pilato, a pesar de que ste se esforzaba en ponerlo en libertad; pero vosotros negasteis al Santo y Justo (Act 2,36; 3,13-14). Este es el nico pasaje en que se dice que el pueblo entreg a Cristo, y ah mismo se repite, en cambio, que le neg. Tal vez se quiere indicar as la responsabilidad menor del que no toma la ini-ciativa, como los jefes de la nacin, sino que se deja arrastrar y es cobarde para oponerse a la injusticia: pecado de debilidad ms que de malicia. Los prncipes de los sacerdotes y los an-cianos fueron quienes excitaron a la turba para que pidiesen la amnista de Barrabs y la condenacin de Jess (Mt 27,20; Me 15,11).

    /lT misterio de Dios 2 2

  • ;i4 /'./// c.lG. Las causas de la pasin

    l'or supuesto que esa turba de que aqu se habla no pudo ser ms que un nmero bastante reducido de gente fcil de persuadir y agitar: las turbas, la muchedumbre, todo el pueblo (Me 15,8-11; Le 23,18; Mt 27,20-25), son modos de decir hiperblicos y generalizadores.

    Pero cmo aquella muchedumbre numerossima, en gran parte, sin duda, de galileos venidos para la fiesta, que pocos das antes le haban recibido con jbilo (Mt 21,8-11 par.), se cruzan ahora de brazos y le desamparan, si no es que se suman a los que clamorean pidiendo su muerte? La nica explicacin es la de la crisis galilaica llegada ahora a su punto lgido: Jesucristo ha decepcionado las esperanzas populares de un mesianismo terreno y triunfalista.

    El reino que l predicaba, en vez de aportar el bienestar material que todos anhelaban, exiga la abnegacin, la re-nuncia al egosmo, el amor universal y el servicio al prji-mo, aun al enemigo, y para eso haba que creer en l y seguirle a l. Esta doctrina era dura, quin poda aceptar-la? (cf. Jn 6,60). Y ahora l no se defiende, no usa su poder. Esto nada tiene de mesinico en los ojos del pueblo. En una palabra: la incomprensin del mesianismo de Jess, tan dis-tinto del que ellos haban imaginado y esperado, por lo me-nos a la hora de su entrada triunfal, fue lo que llev al pue-blo a abandonar y negar a Jess.

    Su pecado ser excusable: S que obrasteis as por igno-rancia, dijo Pedro a la multi tud aglomerada en el prtico de Salomn, hacindose eco de la plegaria de Jess en la cruz (Act 3,17; cf. L e 23,34). Lo triste fue que aquel pueblo, al que, por eleccin divina, pertenecan la dignidad de la adopcin filial, la presencia benfica de Dios, la alianza, la ley, el culto, las promesas, aquel pueblo, en cuyo seno naci el mismo Cristo (Rom 9,4-5), no reconociese a Jess como Mesas, sino que lo rechazase y contribuyese a su muerte, negndolo ante Poncio Pilato.

    D . Pilato.Poncio Pilato: l fue, en conclusin, quien dio la sentencia contra Jess y lo entreg para que fuese cru-cificado, conforme a la demanda del pueblo (Mt 27,26; Me 15, 15; Le 23,25; Jn 19,16). El nada entiende del mesianismo judo ni del reino de Dios, ni le interesa lo ms mnimo una doctrina religiosa que se dice venida del cielo (cf. Jn 18,33-38); a l toca solamente mantener el orden pblico y reprimir todo movi-miento nacionalista de independencia contra Roma. Pero fue dbil: en lugar de hacer valer la justicia, trat de escabullirse con un juego de poltica poco limpia. Fracasaron sus estrata-

    Los agentes ocultos 35

    gemas y cay prisionero de la intriga de los jefes del pueblo: Si pones en libertad a este hombre, no eres amigo del Csar, puesto que proteges a uno que se proclama rey, y todo el que se proclama rey se opone al Csar (Jn 19,12). Sobradamente conoca Pilato la astucia de aquellos pontfices y el influjo que podan ejercer en la corte imperial.

    Cedi contra su conciencia, y slo pudo, en venganza co-barde, resarcirse de su derrota hiriendo los sentimientos de sus vencedores con el rtulo que hizo poner sobre la cruz: Jess el Nazareno, el Rey de los judos (Jn 19,19-22). Pero, al fin y al cabo, l fue quien dio la sentencia. Al darla, abusa de su poder para amnistiar o crucificar (cf. Jn 19,10), sin preocuparse de la justicia y la verdad (cf. Jn 18,38), como si stas hubiesen de estar siempre de parte del poder poltico.

    De la intervencin de Herodes en la pasin solamente habla Lucas (23,6-12): Pilato enva Jess a Herodes como a jurisdiccin competente en el caso, pero Herodes se lo de-vuelve reconociendo la competencia de Pilato. En ambos ca-sos se usa el mismo verbo (v.7.11.15). Comprense los otros dos pasajes en el N T donde se usa este verbo con idn-tico sentido (Act 25,21; Flm 12).

    As, a la muerte de Jess contribuyeron judos y gentiles, amigos, enemigos e indiferentes. Verdaderamente, Pilato y Herodes con las naciones (paganas) y los pueblos de Israel se conjuraron contra Jess, tu santo servidor y tu ungido (Act 4,27).

    2. L o s agen tes ocul tos

    A. Satans.Detrs de las causas histricas de la pasin y empujndolas a obrar, descubren los evangelistas una causa invisible, aunque de ella no se diga directamente que entrega a Jess. El diablo haba ya instilado en el corazn de Judas el propsito de entregarle; y al recibir Judas el bocado de manos de Jess entr en l Satans para que saliese de prisa e hiciese pronto lo que haba de hacer (Jn 13,2.26-30). Haba llegado la hora de los enemigos de Jess, agentes visibles del poder de las tinieblas (Le 22,53). As, pues, ms all que las causas histricas se nos dice que hubo una causa diablica de la pasin.

    Esta interpretacin de los evangelistas es legtima, pero traspasa el nivel de la mera historia para colocar la de la pasin

    c vocTTnTreiv,

  • 36 P.lll c.16. Las causas de la pasin

    dentro de la historia de la salvacin. Apuntar la causa diablica sirve para excusar en parte a los causantes intrahistricos; pero, sobre todo, sirve para afirmar la trascendencia salvfica de la muerte de Jess.

    Es la hora de Jess y la hora del poder satnico, el mo-mento de la lucha definitiva entre la luz venida del cielo y las tinieblas del mal, el duelo dramtico entre la vida y la muerte, cuyo aguijn es el pecado; y el Autor de la vida muriendo triunfa en la vida, como canta la liturgia. Porque, por encima de las causas histricas y de la misma causa diablica de la pasin, trabaja la causa providencial, que transforma la muerte de Jess en fuente de vida para el mismo Jess y para todos nosotros.

    B. Nosotros.Un hecho significativo es que los que ms positivamente entregan a Jess y ms directamente contri-buyen a su muerte, todos pretenden excusarse y descargar la responsabilidad sobre otro. Judas, que lo ha vendido, quiere rescindir el contrato y as escapar al reproche de haber entre-gado una sangre inocente (Mt 27,3-5). Los jefes del pueblo fuerzan a Pilato a que tome sobre s toda la responsabilidad, porque ellos no tienen el derecho de ejecutar una condena de muerte, al menos la de muerte de cruz (Jn 18,31). Pilato, cuando vencido por la gritera del pueblo entrega a Jess para que sea crucificado, se lava las manos delante de la multi tud en seal de que l se considera inocente y de que la culpa pesa sobre los acusadores (Mt 27,24).

    Sobre quin recae, entonces, esta responsabilidad?; sobre los judos, sus lderes, o tal vez el pueblo entero?, o sobre los romanos y, en concreto, sobre Pilato?, o hay que echarla toda sobre el influjo satnico y el poder de las tinieblas?

    Como es sabido, en pocas pasadas, una tendencia anti-judaica trat de recargar las tintas e incluso pretendi fun-dar su antijudasmo en los mismos evangelios. Pero, en este respecto, no deja de ser curioso que en los smbolos de fe no se nombra a los judos ni a Caifas o Herodes, sino slo a Pilato: Bajo el poder de Poncio Pilato, o mejor: en tiem-pos de Poncio Pilato, como fecha meramente histrica. El concilio Vaticano II ha expuesto la actitud que se debe to-mar en esta cuestin: la muerte de Jess no puede imputarse ni indistintamente a todos los judos de la poca de Cristo ni menos an a los de hoy; ms bien hay que considerar que l muri por los pecados de todos los hombres para salvarlos a todos (NAe 4).

    Los agentes ocultos 37

    Hay que superar esa discusin, no sea que incurramos en la reconvencin de Jesucristo contra los escribas y fariseos hi-pcritas: Vosotros decs: si hubiramos vivido en los tiempos de nuestros antepasados, no hubiramos tomado parte en el asesinato de los profetas...; pero vosotros mismos vais a colmar la medida de vuestros antepasados (Mt 23,29-32). Desde un punto de vista teolgico, ms importante que la determinacin de las responsabilidades histricas es la confesin de nuestra participacin en el pecado de los que hace dos mil aos cru-cificaron al Seor de la gloria; porque ese pecado no es ms que el compendio y la cristalizacin de todos los pecados de los hombres. El pecado original, que a todos nos ha contami-nado, se manifest verdaderamente como pecado al crucificar al Hijo de Dios.

    Todos hemos pecado, todos hemos participado en el pe-cado del mundo (cf. Rom 3,23; 5,12; Jn 1,29). Los hombres habamos dicho, como los ciudadanos de aquella parbola: No queremos que ste reine sobre nosotros (Le 18,14). El pecado del hombre ir tomando diversos matices y adoptando varios nombres segn las pocas y las culturas: se llamar idolatra o atesmo, materialismo, indiferentismo o secularis-mo; pero la tendencia fundamental es idntica: no se quiere aceptar el reinado de Dios y de su Ungido.

    El hombre se absolutiza a s mismo: absolutiza su indivi-dualidad intramundana, su conveniencia econmica, su poder poltico, y hasta falsifica su religin, acomodndola a su capricho y robando su autoridad a la palabra de Dios (cf. Mt 15,3.6).

    La pretensin del hombre es ser igual a Dios arrogndose el poder de decidir sobre el bien y el mal (cf. Gen 3,5) y resis-tiendo a toda intervencin divina en nuestro mundo, aun cuan-do Dios se inclina para otorgarnos la libertad verdadera. El hombre rechaza al Hijo de Dios porque no quiere reconocer al Padre en esa dimensin divina de su paternidad, con la que El desea libertarnos y abrazarnos como a hijos. El hombre pone a Jesucristo en la cruz porque se dijo Hijo de Dios y, como tal, nos brinda con el amor paterno de su Padre (cf. Jn 16,4; 19,7). Este fue y es el pecado del mundo, en el que todos hemos participado.

    Ahora bien, Jesucristo, muriendo vctima del pecado del mundo, lo borr (Jn 1,29) y nos trajo la verdad y la gracia, la adopcin de hijos, la libertad, la salvacin y la vida. Por-que en l obra el Padre para reconciliar consigo al mundo (cf. 2 Cor 5,19).

  • 38 P.1I1 c.16. Las causas de la pasin

    3. E l m a n d a t o del P a d r e

    A pesar de repetidas premoniciones, no haba logrado Jesu-cristo que sus discpulos aceptasen la posibilidad de la muerte violenta de su Maestro; se sublevaban contra esa idea o senci-llamente no comprendan tal lenguaje (Me 8,31-33; 9,32; Le 9, 45; 18,34). Sentan la misma dificultad que aquel grupo de jerosolimitanos: Hemos aprendido de la Escritura que el Me-sas permanece eternamente: cmo dices t que el Hijo del hombre tiene que ser alzado (en una cruz)? (Jn 12,34). La resurreccin les hizo creer que Dios haba glorificado y cons-tituido Seor y Mesas a aquel Jess crucificado (Act 2,36).

    Pero con esto solo no se haba resuelto del todo la apora: si Dios haba destinado a Jess para ser Mesas, ms an, si ya durante su vida lo haba aprobado como tal (cf. Act 2,22), por qu le ha dejado padecer y morir y ha permitido el triunfo, aunque sea momentneo, de sus enemigos? Porque es verdad que los hombres se apoderaron de Jess y lo crucificaron; pero no hubieran tenido potestad ninguna sobre l si no se les hubiese dado desde arriba, si Dios no les hubiese permitido obrar (cf. Jn 19,11).

    A. Las Escrituras.Esta es la primera respuesta obvia, aunque todava no dilucide el problema: por encima de las causas histricas, hay una causa de nivel ms alto: Dios dirige la historia de la salvacin segn un plan y de una forma que no alcanzamos a comprender. Pedro declara en el sermn de Pentecosts: A este Jess le clavasteis en un madero por manos de los impos (paganos, romanos), segn el designio prefijado y la presciencia de Dios (Act 2,23). Esta presciencia y prede-finicin divinas d necesitan explicacin, que luego ensayaremos; continuemos ahora la reflexin de los apstoles.

    Si la muerte del Mesas haba sido prevista y deliberada-mente determinada por Dios, se podra descubrir su anuncio en el A T ; porque era normal que Dios, previa, aunque vela-damente, manifestase sus designios.

    Lucas dice que Jesucristo resucitado abri las inteligen-cias de los apstoles para que comprendiesen el sentido de Las Esenturas, porque en la ley de Moiss y en (los libros de) los profetas y en los salmos estaba escrito que el Me-sas haba de padecer (Le 24,44-46); tambin a los disc-pulos de Emas les explic cmo, en conformidad con todas la Escritura, comenzando por Moiss y siguiendo por los

    d Trpyucocri5, cbpicruvT] fiovA.fi.

    El mandato del Taire profetas, era necesario que el Cristo padeciese y r en su gloria (Le 24,26-27). No es menester m. estas frases de Lucas como una reproduccin exacta de cut cursos pronunciados por Jess despus de su resurreccin; lo que se indica es que la resurreccin misma del Seor abri los corazones a los apstoles para entender el designio de Dios, esbozado ya en el AT.

    Los evangelios recuerdan que Jess, antes de su muerte, haba hecho referencias a las predicciones de las Escrituras (Mt 26,24.54; M e 9,12; 14,21.49; Le 18,31; 22,22 con termi-nologa propia: lo prefijado e ) . Esto influy en que la narracin misma se salpique de citas de las profecas que se van cum-pliendo (v.gr., M t 27,9-10; Jn 19,24.28-29.36-37), se intercale la nota de que todo sucedi para que se realizasen las pro-fecas (Mt 26,56), e incluso todo el relato se calque sobre textos veterotestamentarios que se consideran como prenun-cios de la pasin.

    Pero, ms que profecas aisladas, era toda la teologa del sufrimiento expuesta a lo largo del A T la que sugera una expli-cacin de la muerte de Jess.

    Como en el captulo anterior indicamos, en el AT se in-terpreta el dolor humano de varias maneras. La ms sencilla y plausible es la de verlo como consecuencia de una accin desordenada y como castigo de un pecado, especialmente del de infidelidad contra Dios y su alianza; as explican los libros histricos muchas de las desgracias sobrevenidas al pueblo elegido, y as interpretan los profetas las grandes calamida-des, prenunciadas o ya ocurridas a la nacin entera.

    Pero esto no daba razn de las aflicciones padecidas por hombres de conducta intachable; en estos casos poda pen-sarse en una finalidad pedaggica del sufrimiento, enviado por Dios para ensear al hombre su propia insuficiencia e incitarle a poner toda su confianza en Dios; o tal vez se tratara de una prueba, en la que el hombre debera mostrar su constancia en el servicio de Dios.

    Sin embargo, esto no bastaba todava para explicar casos extremos, como el de los padecimientos de los profetas y la muerte de los mrtires, porque los grandes personajes de la historia israelita haban tenido que soportar enormes sufri-mientos, sea de part