Euripides Obras Completas

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EURÍPIDES TRAGEDIAS ALCESTIS • MEDEA LOS HERACLIDAS • HIPÓLITO ANDRÓMACA • HÉCUBA INTRODUCCIÓN GENERAL DE CARLOS GARCÍA GUAL INTRODUCCIONES, TRADUCCIÓN Y NOTAS DE ALBERTO MEDINA GONZÁLEZ Y JUAN ANTONIO LÓPEZ FÉREZ BIBLIOTECA BÁSICA GREDOS © EDITORIAL GREDOS, S. A. Sánchez Pacheco, 85, Madrid, 2000 A. Medina González ha traducido Alcestis. Medea e Hipólito, y J. A. López Férez, Los Heraclidas, Andrómaca y Hécuba. Quedan rigurosamente prohibidas, bajo las sanciones establecidas por la ley, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, así como su distribución

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EURÍPIDES TRAGEDIAS ALCESTIS • MEDEA LOS HERACLIDAS • HIPÓLITO ANDRÓMACA • HÉCUBA INTRODUCCIÓN GENERAL DE CARLOS GARCÍA GUAL INTRODUCCIONES, TRADUCCIÓN Y NOTAS DE ALBERTO MEDINA GONZÁLEZ Y JUAN ANTONIO LÓPEZ FÉREZ BIBLIOTECA BÁSICA GREDOS © EDITORIAL GREDOS, S. A. Sánchez Pacheco, 85, Madrid, 2000 A. Medina González ha traducido Alcestis. Medea e Hipólito, y J. A. López Férez, Los Heraclidas, Andrómaca y Hécuba. Quedan rigurosamente prohibidas, bajo las sanciones establecidas por la ley, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, así como su distribución

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mediante alquiler o préstamo público sin la autorización escrita de los titulares del copyright. Diseño: Brugalla ISBN 84-249-2465-7. Obra completa. ISBN 84-249-2466-5. Tomo 1. Depósito Legal: B. 13520-2000. Impresión y encuadernación: CAYFOSA-QUEBECOR, Industria Gráfica Santa Perpétua de la Mogoda (Barcelona). Impreso en España — Printed in Spain. INTRODUCCIÓN GENERAL Una antigua anécdota griega contaba que Eurípides nació el mismo día de la victoria sobre los persas en Sa- lamina. En la lucha de los atenienses contra los ejércitos invasores del bárbaro Jerjes, Esquilo se distinguió como heroico combatiente, mientras que el joven Sófocles ac- tuó en las danzas y los cantos corales con que se celebró el triunfo. Este dato nos sirve para señalar la distancia generacional entre los tres grandes autores trágicos: Es- quilo había nacido hacia el 524 a. C., Sófocles hacia el 496, y Eurípides en ese año 480. (La inscripción del Mármol de Paros nos da como año de nacimiento otra fe- cha próxima: la del 484; y recuerda que en ese mismo año Esquilo representó sus primeras tragedias). Sea una u otra la fecha, nos interesa prestar atención

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a la distancia de edad entre los tres autores: Esquilo per- tenece todavía a una etapa arcaica, ha vivido la instaura- ción de la democracia en Atenas y ha peleado gloriosa- mente contra los persas, como recordará su epitafio; Sófocles es un coetáneo de Pericles (nacido hacia 490) y de los primeros sofistas. Eurípides, nacido hacia 480, no ha vivido personalmente el gran conflicto ni la solemne victoria de los griegos sobre los persas, y se ha educado en el ambiente ilustrado y en el esplendor de Atenas en la etapa periclea, y, ya en su madurez, presenciará la crisis cívica en la Guerra del Peloponeso (429-404). Eurípides resulta, por otro lado, unos diez años mayor que Sócrates y que Tucídides, nacidos hacia el 470. Pertenece, por tan- to, a la misma generación que el sofista Protágoras (na- INTRODUCCIÓN GENERAL cido en Abdera, hacia 482) y que el historiador Heródoto (nacido en Halicarnaso, en 482), es decir, a la que se ha llamado «la gran generación», la que tuvo la conciencia más clara de los avances de la democracia y la ilustración ateniense. Como veremos, Eurípides parece, sin embargo, más cercano a Sócrates y Tucídides que a Protágoras y Heródoto, por sus críticas al pensamiento tradicional, su desencanto de la política y su mirada un tanto amarga sobre el imperialismo de Atenas. Vivió en la época del mayor esplendor político y eco- nómico de Atenas, asistió a la construcción del Partenón y los más hermosos monumentos de la Acrópolis, y com- partió con sincero patriotismo el orgullo de los ideales democráticos. Pero, a diferencia de Sófocles, que fue es- tratego y tesorero, nunca ocupó cargos de relevancia en la ciudad, y se mantuvo apartado de la política y el bullicio callejero. De su vida tenemos pocos datos fiables. Algunos autores de comedias, como Aristófanes, aludieron en

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burlas al oficio de su madre, como una verdulera de la plaza, pero esos chismorreos son cómicas calumnias. Su familia era de clase acomodada. Su padre, Mnesarco, era originario del demo ático de File, y tenía tierras en Sala- mina. Eurípides se casó dos veces. (De ahí los autores cómicos sacaron otros motivos de burla, suponiendo que de sus problemas conyugales venían sus ideas sobre las mujeres y sus peligros). Tuvo tres hijos: Mnesárquides, Mnesíloco, y Eurípides el Joven. Al parecer frecuentaba los círculos intelectuales de Atenas, y allí escuchó algunas lecciones de Anaxágoras y Protágoras, entre otros sofistas y filósofos. Una anécdota relata que fue precisamente en su casa donde el escéptico Protágoras leyó su Tratado sobre los dioses, un texto es- candaloso para los creyentes más ingenuos. Se decía también que poseía una biblioteca propia, una de las primeras privadas de la ciudad, y que meditaba y compo- nía sus tragedias en una cueva de Salamina, solitario XI frente al mar. Esta imagen del poeta solitario, con sus li- bros propios (por entonces rollos de papiro), frente a un paisaje marino y agreste, es sugestivamente romántica. F. Nietzsche subrayó la afinidad espiritual entre él y Só- crates, como racionalistas y críticos del saber mítico, aunque muy poco sabemos de su relación personal. (Con todo, no caben dudas de que Sócrates resulta más opti- mista que Eurípides en su creencia del poder de la razón frente a las pasiones). Presentó sus primeras obras trágicas en el año 455, cuando Esquilo acababa de morir, Conocemos el nombre de una de esas primeras piezas: las Pelíades. (Por ese ti- tulo sabemos que se trataba de las hijas de Pelias, que, engañadas por la maga Medea, dieron sin quererlo muer- te a su propio padre). En esa primera ocasión obtuvo el tercer premio del certamen, es decir, el último. Por espacio de cincuenta años Eurípides escribió para la escena dionisíaca. Compitió frecuentemente con Sófo- cles, y con otros dramaturgos cuyas obras se nos han perdido. Compuso cerca de cien tragedias, cosechando en su puesta en escena numerosas desilusiones y unos pocos éxitos. Ya viejo, aceptó la invitación del rey de Macedo- nia, Arquelao, para acudir a su corte en Pella. (Como otros tiranos, gustaba de albergar en su corte a artistas de

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prestigio. Allí fueron también el músico Timoteo y el dramaturgo Agatón, por los mismos años). Y fue allí, en la nórdica y semibárbara Macedonia, donde Eurípides murió, en 406, unos meses antes de que concluyera, con la batalla de Egospótamos, la larga Guerra del Pelopone- so. Así se ahorró la noticia triste de la derrota de Atenas. Al conocer su muerte, Sófocles, el fecundo y anciano Sófocles, hizo desfilar a sus actores en el teatro ático de Dioniso vestidos de luto y sin coronas festivas, para ren- dir homenaje a su gran rival. Como Esquilo — que muno en Sicilia—, también Eurípides había perecido lejos de su ciudad, como si con esto quisiera marcar su distancia- x EURIPIDES XII EURIPIDES miento final de ella. Pronto sus compatriotas le echaron de menos y levantaron en su honor un cenotafio junto a los l..argos Muros. Y también sobre su muerte circuló una versión pintoresca, acaso forjada por algún espíritu devo- to Y malintencionado. Se contó que, allí en la boscosa Macedonia, unos perros salvajes y enfurecidos, de la jau- ría de Arquelao, lo hablan atacado y destrozado. Así se le fabricó, con una anécdota tópica, una muerte digna de su carácter irreligioso y crítico, una muerte digna de un blasfemo o un sacrílego, un final ejemplar tan sangriento coTt~0 el de Penteo o el de Acteón. Tras la desaparición de Eurípides, y la muy cercana (en 404) de Sófocles, ya nonagenario, la escena trágica de Ate- nas se quedó falta de grandes autores. Los volubles e in- qu1e~os atenienses lo echaron pronto de menos, y el mejor testimonio de su nostalgia es la comedia de Aristófanes Las rano~. En ella se relata el sorprendente viaje del dios del teatro, Dioniso, al Hades infernal con la intención de resca- a un autor trágico del mundo de los muertos. El dios

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mismo se confiesa gran adn-iiz-ador de Eurípides, y cruza la lag~~ Estigia, entre el croar del coro de las ranas, y pene- tra en el mundo tenebroso de los muertos para traérselo comigo a Atenas. Allí tiene lugar la disputa o agón entre Esqu~ío y Eurípides sobre cuál de los dos ha sido más va- lioso al pueblo de Atenas como educador. (Y éste será el criterio decisivo para dirimir la cuestión, un criterio que revela bien la importancia del autor trágico en la educación de la polis). La balanza se incina a favor de Esquilo, que fue, con sus dramas bélicos y su insistencia en la justicia divina, el educador del pueblo en tiempos heroicos, y será, al fin, a éste a quien se traiga consigo Dioniso. El drama- turg0 más moderno y más crítico y más psicológico, que- da así vencido. Pero, incluso así, la comedia constituye un curi050 homenaje a la memoria de Eurípides por parte de Aristófanes, quien tan a menudo se burló y parodió sus obras más espectaculares. 1 INTRODUCCIÓN GENERAL XIII Por otro lado, no deja de ser un rasgo interesante con- trastar la popularidad y el atractivo que tuvo tras su muerte, y a lo largo de los siglos posteriores, frente a los escasos triunfos que obtuvo en vida. Desde su primera representación, en 455, hasta la última, que fue póstuma, en 404, el trágico concursó en las fiestas dionisíacas en veintitrés ocasiones, y sólo cinco veces, si incluimos esa última representación póstuma, obtuvo el primer premio. (Sófocles lo había obtenido más de veinte veces). En el 404 fue su hijo Eurípides, el Joven, quien se encargó de poner en escena sus últimos dramas (Bacantes, I/igenia en Áulide, Alcmeón en Corinto). En cada día de teatro se re- presentan tres tragedias y un drama satírico, así que el to- tal de sus obras se elevó al menos a noventa y dos, como constata algún catálogo antiguo. En vida, como decíamos, los atenienses le regatearon sus aplausos, pero apenas desaparecido se convirtió en el trágico predilecto, y fue para muchos el más profundo in- térprete de la existencia, un poeta que unía la fuerza de la expresión a la visión más lúcida de una humanidad do- liente en la que los espectadores reconocían sus propias angustias e inquietudes. Esa predilección de los griegos por Eurípides, desde comienzos del siglo iv y en todo el

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período helenístico en general, se refleja en la multitud de citas, alusiones, reposiciones e imitaciones constantes de sus obras. Y ha influido en el hecho de que conservemos más tragedias de él que de ningún otro autor dramáti- co antiguo. Esta simpatía del público helenístico se debe, probablemente, al hecho de que Eurípides se anticipó a las maneras de sentir y pensar de la época postclásica, y fue un precursor de la nueva concepción del mundo y del individuo, angustiado y doliente, cuando los valores co- lectivos de la polis y del saber mítico entraron en una cn- sis decisiva. Su patetismo y su sentido de la acción trági- ca, por otro lado, justifican que Aristóteles lo calificara, en su Poética, como «el más trágico de los trágicos». L INTRODUCCIÓN GENERAL * * * Hemos conservado dieciocho tragedias de Eurípides (frente a las siete de Esquilo y las siete de Sófocles que tenemos). Este mayor número se debe a que se ha suma- do a una selección de finalidad escolar, realizada en épo- ca del emperador Adriano (mediados del siglo u), que comprendía diez dramas, una serie de ocho más conser- vados en dos códices medievales (que denominamos con las siglas L y P). Éstas eran un resto de una edición com-

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pleta de las tragedias de Eurípides, ordenadas con crite- rio alfabético. Los dos códices pues conservan piezas cu- yo titulo empezaba por las letras griegas E, H, e L (Se les añadió, al final, las Bacantes, que también figura en la elección de las diez tragedias, pero el texto final, en esta última pieza de la selección, está bastante dañado por un azar de la transmisión de los manuscritos). De las dieciocho piezas una, el Reso, es de autoría muy discutible, y muy discutida. Tal vez fuera obra de al- gún otro trágico contemporáneo de Eurípides, y, por ca- sualidad, quedó luego agregada a la lista de las suyas. De todas ellas una sólo, el Cíclope, es un drama satírico. Así que tenemos, por un lado, las diez tragedias de la selec- ción: Cíclope, Hécuba, Orestes, Fenicias, Hipólito, Medea, Alcestis, Andrómaca, Troyanas, y Reso. Y de los dos códi- ces vienen Helena, Electra, Heracles, Heraclidas. Suplican- tes (en griego Hikétides), Ifigenia en Áulide, Ifigenia entre los Tau ros, y, ya fuera del orden alfabético, Bacantes. Conocemos, además, una serie numerosa de fragmen- tos de Eurípides, que viene de citas hechas por diversos autores y, sobre todo, de fragmentos encontrados en res- tos papiráceos en Egipto. Citas y breves textos en papiro atestiguan el dato ya reseñado de que Eurípides fue el au- tor dramático más leído en la época helenisticoromana. De entre las piezas fragmentariamente conocidas por pa- L piros merecen destacarse las de Alejandro, Antíope, Cre- tenses, Erecteo, Faetonte, Hipsípila y Téle fo. Es interesante observar el orden cronológico de las piezas conservadas, porque nos ayuda a comprender la evolución del teatro de Eurípides, evolución que refleja no sólo un desarrollo estilístico, sino también su propia evolución espiritual, como pensador y como escritor muy receptivo en su circunstancia histórica. No es díficil, en conjunto, establecer ese orden. Debemos comenzar por la Alcestis, que se puso en escena en 438. (Al respecto de és- ta, sabemos que figuró como cuarta pieza del día, es de- cir, tras otras tres tragedias, en el lugar habitual del dra- ma satírico). Vienen luego Medea, del 431, Hipólito, del 428, Heraclidas, probablemente del 426, Andrómaca y Hé- cuba, cercanas al 425. Es más díficil precisar las fechas exactas de Suplicantes, Heracles e Jón, pero deben de si- tuarse en torno al 420. Troyanas es seguramente del 415.

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Electra e Ifigenia entre los Tau ros vienen a ser de entre 414 y 412. Helena es del 412. Las últimas tragedias de la serie son Fenicias, de entre 412 y 409, Orestes, del 408, y, finalmente, Bacantes e Ifigenia en Áulide, que fueron re- presentadas en el 405, llevadas a escena por su hijo Eurí- pides el Joven. Los estudiosos que admiten Reso como obra de Eurípi- des le asignan una fecha más bien temprana, lo que ayudaría tal vez a explicar sus diferencias frente a las otras piezas, que, como hemos señalado, pertenecen a una época bastante avanzada de su vida. Recordemos que su primera represen- tación fue en 455, y, por tanto, muy poco sabemos de sus primeros veinte años, ya que la Alcestis es del 438, y Me- dea, que viene luego, del 431. Todas las demás obras con- servadas están compuestas en los años de la Guerra del Pe- loponeso. (Es decir, en plena madurez del trágico, ya con más de cincuenta años). Por otro lado, El Cíclope, que, siendo un drama satíri- co, se diferencia en su construcción de las obras auténti- XIV EURIPIDES 1 XV XVI EURÍPIDES camente trágicas, puede seguramente admitirse como una pieza temprana. Sus notas cómicas nos dan una idea de las características peculiares del drama satírico en el período clásico. Este es el único ejemplo que tenemos conservado por entero de ese breve género. (Un género de carácter cómico, cuyos rasgos distintivos eran que, situa- do tras tres tragedias, concluía con su tono cómico la se- rie de obras representadas en un mismo día, y que tenla

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un coro de sátiros). Pero podemos completar nuestra idea comparando El Cíclope con otros dos dramas satíricos que conocemos parcialmente por importantes fragmentos, que son Los rastreadores de Sófocles y Los que arrastran las redes (o Dictiulcos) de Esquilo. En la comparación vemos que Eurípides no descollaba por su vis cómica. El Cíclope escenifica el famoso episodio de la Odisea del en- cuentro entre Polifemo y Ulises, con el motivo central de la borrachera del feroz ogro, al que el astuto héroe vence con ayuda del vino. Junto a Polifemo aparecen aqui los sátiros, semisalvajes, grotescos, bulliciosos. La recreación del episodio es más interesante por su singularidad que por su fuerza dramática o su comicidad. * * * Se suele subrayar en las tragedias de Eurípides la in- fluencia de la sofística o, mejor dicho, de la ilustración ateniense. Hay, en efecto, en sus dramas numerosas re- flexiones y críticas sobre los mitos y creencias tradicio- nales, en un intento de analizar, con ayuda de la razón, las situaciones trágicas. Los personajes se enfrentan en discusiones de principios, acuden a una retórica que nos recuerda las disputas de la asamblea, se rebelan contra la tradición y exigen una explicación justa y una actuación racional. Esa perspectiva racionalista es muy propia de su teatro, en contraste con el de Esquilo o el de Sófocles. El empeño en someter a examen los motivos de la acción y L INTRODUCCIÓN GENERAL XVII el análisis de las pasiones, la crítica de los viejos mitos y de las creencias tradicionales va unida a una cierta des- confianza en la justicia divina, y a una demanda de mo- ralidad superior exigida a los dioses. La mayor hondura en la psicología de los personajes nos presenta sobre la escena unos héroes complejos, más escépticos, más vaci- lantes, y más próximos al hombre corriente, justamente por esas angustias ante la acción y el destino. Una famosa frase antigua decía que «Sófocles presenta a sus perso-

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najes tal como deben ser, Eurípides tal como son en rea- lidad». En sus parlamentos y polémicas sobre la escena percibimos los ecos del desasosiego espiritual y la crisis moral que inquietaba a Eurípides y a muchos de sus con- ciudadanos. Los atenienses, que en un comienzo se escandali- zaban de tales reflejos, acabaron luego por reconocerse en ellos. Es característica de Eurípides esa marcada ten- dencia a la descripción psicológica y a una exposición más realista (aunque el teatro trágico no es, por su esen- cia, ni psicológico ni realista), lo que lleva, en definitiva, a una crítica del universo mítico, tradicional y arcaico, del que surgían los argumentos de la tragedia. Esa crítica del mito, unida a una progresiva humanización de los héroes, es un rasgo del ilustrado dramaturgo, a quien Nietzsche llamó «un decadente», acusándolo de ser el destructor de la sabiduría trágica del repertorio mítico. Todo se discute en sus dramas y abundan en ellos los agones o enfrentamientos dialécticos, que a veces parecen un eco de las antilogías retóricas de los sofistas. (También se dan en los discursos contrapuestos que intercala en su obra histórica su contemporáneo Tucídides). Eurípides es un intelectual — y así lo vio Aristófanes en sus burlas y parodias—, que busca la verdad a través de discusiones y reflexiones. Sus personajes tratan de analizar su situación y deci- dir su acción a partir de ese examen. Así Medea o Fedra, XVIII EURÍPIDES en sus famosos monólogos, escudriñan su angustiosa si- tuación y deciden su acción después de la reflexión. La pasión no aniquila la capacidad de razonar y de enfrentar

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el destino con una voluntad lúcida, pero las pasiones pueden influir en la decisión con más fuerza que la mera razón. Las pasiones arrastran a esos personajes a la catás- trofe y la muerte, sea la de uno mismo o la de sus seres más queridos. La reflexión no garantiza una elección fe- liz, pues el carácter apasionado impone muchas veces un final desastroso. Recordemos el monólogo famoso de Me- dea, en el que ella afirma que su pasión es más fuerte que su razonamiento. Medea sabe qué terribles daños va a cometer, y sin embargo no evita sus crímenes. Es dificil no advertir en esa escena una oposición a la tesis socráti- ca de que el mal procede sólo de la ignorancia. A la idea optimista de Sócrates sobre el triunfo de la razón, la he- roma de Eurípides opone su ejemplo; su lúcido razona- miento no esquiva su dolorosa ruina, no le evita avanzar, impulsada por su afán de venganza, hacia la destrucción de lo que más ama. Es curioso notar que a Eurípides se le han podido apli- car los epítetos opuestos de «racionalista» (A. W. Verrail) e «irracionalista» (E. R. Dodds). En su afán de someterlo to- do a discusión racional podemos percibir un reflejo de la época de la ilustración sofistica, como ya hemos dicho. Como discípulo de Anaxágoras y de Protágoras, como casi coetáneo del escéptico Sócrates, se empeña en la búsqueda de unos valores morales auténticos, desconfiado de la retó- rica política, ambigua y engañosa, y de los prejuicios de la sociedad tradicional. Como si creyera en la razón como el método más humano para buscar una salida a los conflic- tos trágicos, pero advirtiendo luego su insuficiencia real y práctica. Sus personajes reflexionan y buscan, en sus mo- nólogos, una salida para huir de su conflicto, pero ese es- fuerzo no les sirve para escapar a un fatal destino, porque los conflictos trágicos no tienen clara solución. INTRODUCCIÓN GENERAL XIX Obcecados por su misma grandeza trágica, los héroes de Sófocles avanzaban hacia la catástrofe impulsados por su propia contextura heroica, por su noble e inflexible ca- rácter, incapaces de doblegarse y ceder ante la adversi- dad. Los de Eurípides, en cambio, son muy distintos. Se ven abocados a un conflicto insuperable, que tratan de vencer aun a costa de su propia entereza. Son humanos, demasiado humanos, ceden y vacilan, dudan con respecto

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a sus decisiones y las imposiciones divinas, censuran a los mismos dioses, cuyos designios oscuros son dificiles de interpretar. Encontramos en estos dramas ejemplos de la crueldad divina, como en Sófocles. Pero mientras el pia- doso Sófocles veía en esa enigmática presencia del dolor un signo de la insondable decisión divina, los personajes de Eurípides piden cuentas de tales angustias. A un nivel puramente teatral, se halla a veces una so- lución mediante la intervención de un dios, un personaje divino que acude cuando ya todo parece perdido, para dar una conclusión benévola al drama. Es el llamado deus ex machina, que se aparece al final de una obra para ofre- cer una hábil componenda. (Se le llama deus ex machina porque el tal dios aparecía introducido por una máqui- na del teatro, una especie de grúa, que lo traía «volando» desde el Olimpo para concluir la pieza). La frecuencia con que Eurípides usa este recurso es una indicación de cuán a menudo no sabe dar con una solución intrínseca a la desesperada situación final del conflicto dramático. Por eso, otros estudiosos han destacado el «irraciona- lismo» de Eurípides, insistiendo en qué inquieto, com- plejo y desconfiado en la razón se muestra Eurípides en algunas obras; tal como sucede en Bacantes, por ejemplo. Así E. R. Dodds subrayó cómo se esforzaba por reflejar los aspectos íntimos y oscuros del alma humana, cómo avanza hacia una nueva religiosidad personal, cómo insi- núa una apertura al misterio. Se puede advertir en él, en efecto, como ha comentado A. J. Festugiére, una nueva XX EURÍPIDES sensibilidad en la aproximación a lo divino, en un anhelo que tiene su expresión más notable en ciertos cantos co- rales de las Bacantes, que exaltan una comunión casi mís-

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tica con la naturaleza dionisíaca. Lo cierto es que parecen coexistir en él ambos aspectos: críticas aguzadas contra la inmoral conducta de los dioses, crueles, volubles, despia- dados, y a veces inicuos, y recelos frente al mito y la pie- dad tradicional, y, en la línea opuesta, un sentir religioso que se expresa de pronto en versos que parecen reflejar una profunda y emotiva piedad. Al escribir, en su Poética, que Eurípides era «el más trá- gico de los trágicos», Aristóteles se refería al patetismo y la acción espectacular de sus escenas más logradas. En ese afán efectista Eurípides parece mas cercano al viejo Es- quilo que a Sófocles, que se centra más en la construcción del carácter de sus héroes y heroínas. Pero Aristóteles hacía notar también la decadencia que podía percibirse en la composición de algunos de sus dramas, de escasa tensión trágica. No sólo por la derivación del drama hacia lo nove- lesco o el melodrama, bien visible en piezas como Helena o Ifigenia entre los Tauros, sino por la más débil conforma- ción heroica de los protagonistas. Es significativo también el menor papel que tiene el coro en muchas de sus obras, en especial de las más tardías, como en Fenicias o en la Ifi- genia en Áulide. Esos estásimos corales, de gran belleza formal muchas veces, pero de escaso rendimiento dramáti- co, desvinculados de la acción trágica, reflejan la evolución de la tragedia hacia un drama sin coros. Pero, recordemos que Eurípides es un autor de extraordinaria complejidad, y siempre puede sorprendernos. Y así en Bacantes, su últi- ma tragedia, deja al coro un papel muy relevante, y ese es- pléndido coro resulta imprescindible para el desarrollo de la tragedia. Ahí reelabora el viejo Eurípides un argumento dionisíaco muy antiguo, ya tratado por Esquilo, pero con una trama de corte arcaizante, formidable y paradigmática, tan canónica como la trama del Edipo rey de Sófocles. INTRODUCCIÓN GENERAL * * * XXI Entre las novedades aportadas por Eurípides acaso la que más escándalo e irritación suscitó entre sus contem- poráneos —y la que luego más moderno lo hace a los ojos de otros públicos y lectores posteriores — es su interés en dejar un primer plano escénico a mujeres de inolvidable fuerza pasional. Con esos personajes femeninos de enor- me audacia anímica, apasionados y decididos, sorprendió

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a su auditorio y abrió una nueva perspectiva sobre la so- ciedad. Éste es un rasgo que han destacado todos los his- toriadores de la literatura antigua. Citaré, al respecto, unas lineas de Gilbert Murray (en su Historia de la Litera- tura Griega, escrita hace un siglo): «Le llamaban el enemigo de las mujeres, y Aristófa- nes hace que las de Atenas conspiren para vengarse de él (en su comedia Las mujeres en las tesmoforias). Por su- puesto que, en realidad, sucedía todo lo contrario. Ama- ba, estudiaba y pintaba las mujeres que los socráticos ig- noraban y que Pendes aconsejaba conservar en las casas en silencio. Pero el crimen es mucho más llamativo y palpable que la virtud. (Al menos en la escena trágica). Heroínas como Medea, Fedra, Estenebea, Aérope, Cli- temnestra, llenan acaso más la imaginación que las figu- ras angélicas o adorables: como Alcestis, que muere por salvar a su marido; Evadne y Laodamla, que no quieren sobrevivir a los suyos, y toda la lista de doncellas m~rti- res (como Macaria en Los Heraclidas e Ifigenia en Ifi ge- ma en Áulide). Sin embargo, es un hecho significati- vo que, al igual que Ibsen, Eurípides rehúsa idealizar al hombre y, en cambio, idealiza a las mujeres... Y, además, Eurípides no nos permite tomar aversión a sus mujeres peores. Nadie puede defender a Medea (que escapa, victoriosa, sin recibir su castigo); y algunos aman a Fe- dra, aun cuando ha hecho perder la vida a un hombre inocente. EURíPmEs Hay un paso desde esa defensa de las mujeres a otro que excitó no poca furia contra Eurípides: su interés por

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las cuestiones del sexo femenino en todas sus formas. Hay obras basadas en asuntos de adulterio, como el Hi- pólito y la Estenebea, en la cual la heroína obra con Bele- rofonte como la mujer de Putifar con José. Otra, el Crisi- po, condenaba las relaciones entre hombres y jovencitos, que en la época se consideraban sólo como un pecado leve, y que Eurípides permitía únicamente a los Cíclopes. Había otra pieza, el Eolo, que presentaba un problema del viejo e ingenuo dios del viento, con sus doce hijos y doce hijas casados entre sí, viviendo en su isla ventosa y errante. En esta obra, Macario plantea la famosa alega- ción siguiente: ‘¿Qué cosa es vergonzosa, si el corazón del hombre no siente verguenza por ello?’. Pero más importante aún que esos dramas singula- res es la constante afición del poeta a presentar sus expe- rimentos respecto a relaciones entre personajes que él trata de comprender (con nueva visión crítica), espe- cialmente las de las dos clases de personas que la socie- dad consideraba de segundo orden: mujeres y esclavos. No es extraño que el público en general no supiera qué hacer con él. ¿Pues, cómo tenían que considerar a un hombre tan severo con los placeres del mundo, y que, sin embargo, no reflexionaba que muchos de sus héroes eran bastardos? A la sacerdotisa Auge, cuyo voto de vir- ginidad había sido violado y a quien se había dirigido en términos de adecuado horror la virgen guerrera Atenea, la hace contestar blasfemando: Las armas negras de sangre enrojecidas, y la desdicha de los que mueren, no son malas para ti. Con certeza disfrutas con esas cosas. Pero, en cambio, de una niña desamparada, Auge, te asustas y averguen- [zas». Hasta aquí, el texto de G. Murray. Añadamos alguna precisión. No me parece que Eurípides idealice a la mu- jer, lo que sucede es que le concede un primer plano y la deja hablar para exponer sus penas y sus quejas. Lleva a .1 INTRODUCCIÓN GENERAL XXIII la escena trágica a muchas figuras femeninas, que mues- tran una grandeza de ánimo y una lucidez superior con

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frecuencia a los hombres con que se enfrentan. Ellos quedan en un plano moral inferior, ya sea cuando como Admeto han aceptado el sacrificio de AJcestis para salvar su propia vida (y el sincero dolor posterior no puede bo- rrar esa imagen previa de su mezquindad), ya sea cuando, como Jasón, traicionan su matrimonio para medrar con una nueva boda, abandonando a Medea a su desdichado exilio. Tanto Alcestis como Medea dan pruebas de su ánimo heroico. Medea, la bárbara y desdichada maga, que asesina a sus hijos, y lo hace tras proclamar desde la escena los infortunios comunes de las mujeres en la so- ciedad griega, debió de causar una fuerte impresión en el auditorio. Fedra, víctima de la pasión, víctima de una cruel Afrodita, arrastra a la muerte al casto Hipólito, ino- cente del crimen; pero, aun así, es una figura de cierta nobleza. La joven Ifigenia (en Ifigenia en Áulide) acepta el sacrificio por salvar la expedición de los aqueos, con un valor ejemplar, mientras que su padre Agamenón y su tío Menelao, los grandes soberanos, al frente de sus fieros guerreros, parecen a su lado mezquinos y taimados. Por otra parte, Eurípides se atreve a presentar en es- cena las penas de amor, las pasiones de algunas mujeres, que los mitos narraban de modo distante, pero que sobre la escena adquieren acentos conmovedores, por su rea- lismo y su hondura psicológica. Hay varios dramas donde se expresa la fuerza del eros sobre el corazón femenino. La más clara leyenda de amor mitico quedó plasmada en la Andrómeda. (Obra que hemos perdido, de cuyo éxito hay ecos en parodias de Aristófanes y, muy a lo lejos, en Luciano. Contaba las aventuras de la desdichada y bella princesa salvada por el raudo Perseo, y era muy especta- cular). De desdichas amorosas trataba también en su Pro- tesilao, donde Laodamía, la recién desposada del héroe, que fue el primer muerto en la guerra de Troya, se hacia XXII

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XXIV EURíPIDES fabricar una estatua de su amado esposo, y con ella duerme hasta ser descubierta y suicidarse. En Fénix, Ftía, rechazada por el joven Fénix, lo acusa de violación ante su padre, y éste lo deja ciego. En Estenebea tenemos un punto de partida semejante: ella, esposa del rey Preto, acusa a su huésped Belerofontes de acoso sexual, y éste, al final, tiene que matarla. (Como en el Hipólito, donde Fe- dra acusa a Hipólito ante Teseo, se repite el esquema del motivo mítico de Putifar). En Las Cretenses se ponía en escena la pasión erótica de Pasífae, la esposa de Minos, hacia el maravilloso toro blanco enviado por Poseidón, con el que ella se une amorosamente y del que nace el Minotauro. Minos se propone matar a la adúltera, pero el dios acude a salvarla. Otros dramas, perdidos para nosotros, trataban de mujeres seducidas por un dios o un héroe, cuyo destino, a consecuencia de esa relación sexual, se volvía trágico para ellas y sus hijos. Así en la trama de Melanipa, que dio a luz dos mellizos de sus amores con Poseidón. (A su mito dedicó dos obras Eurípides: Melanipa la sabia y Melanipa cautiva). También Álope tuvo un hijo de Poseidón, y sus peripecias y reconocimiento se contaban en la tragedia de su nombre: Álope. En Hipsípila los hijos de ésta y Jasón salvaban a su madre de un grave apuro. En la Dánae se escenificaban los sufrimientos y angustias de la madre de Perseo, seducida por Zeus. En Auge, la protagonista, sa- cerdotisa de Atenea, es violada por Heracles en una fiesta nocturna. Por otro lado, el llamado «motivo de Putifar», es decir, la mujer despechada que-acusa al joven al que no ha logrado seducir, se reiteraba, como ya dijimos, en Fedra, en Estenebea, en la también perdida Peleo, etc. Esas figuras femeninas fueron una novedad en la te- mática trágica, y en la comedia de Aristófanes, Las ranas (vv. 1043 y ss.), el viejo Esquilo se lo echa en cara a Eurí- pides: j INTRODUCCIÓN GENERAL XXV Esquilo.— Por Zeus, yo no introducía en mis dramas

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prostitutas como Fedra o Estenebea, ni puede decir na- die que yo sacara a escena a ninguna mujer enamorada. Eurípides.— No, por Zeus, en ti no había nada de Afrodita. Esquilo.— Ni ojalá nunca lo haya. En cambio sobre ti y sobre los tuyos se imponía a lo alto y lo ancho, y a ti en persona, en efecto, te dominó. Eurípides.— ¿Y qué daño causan, oh infeliz, mis Es- tenebeas a la ciudad? Esquilo.— Que has persuadido a mujeres nobles, es- posas de hombres nobles, a beber la cicuta, deshonradas por tus Belerofontes. Eurípides.— ¿Es que puse en escena una leyenda inexistente? Esquilo.— No en verdad, existía. Pero el poeta debe ocultar lo malo. También en otros aspectos expresa Eurípides una postura muy crítica frente a los valores admitidos. Siem- pre estuvo a favor de la democracia ateniense, y se mos- tró un patriota ferviente al recordar mitos en los que se exaltaba el talante hospitalario de Atenas con los refugia- dos y los suplicantes. Así, por ejemplo, en los Heraclidas, y en Las Suplicantes, y en dramas perdidos como Teseo, Erecteo, o Cres fontes. Supo elogiar la grandeza moral del héroe ático Teseo (por ejemplo, en Heracles) y, por el con- trario, presentó como un taimado y ruin, en más de una ocasión, al rey de Esparta Menelao (como en su Orestes y en Ifigenia en Áulide). Fue siempre un partidario fervoroso de la paz entre los griegos, y, al pasar los años, testigo de los desastres de la Guerra del Peloponeso, una.y otra vez insiste en el te- ma de los sufrimientos crueles que ésta produce. No exal- ta el furor épico de los combates, sino que recuerda los sufrimientos de los vencidos, y recuerda cómo la guerra produce la degradación moral de los vencedores. Es el ca-

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INTRODUCCIÓN GENERAL so de las llamadas «tragedias troyanas», como Hécuba y Las Troyanas. El dramaturgo pone en primer plano a los que sufren, las víctimas dolorosas, como esas pobres mujeres, que son ahora el botín de los vencedores des- pués de haber perdido a sus maridos, muertos, y su ciu- dad, saqueada e incendiada. La guerra exige el sacrificio absurdo de muchachas inocentes, como Ifigenia o como Políxena, ofrecida como víctima sobre la tumba de Aqui- les. Insensatez es el culto heroico que se expresa en tan crueles ritos. El destino final de Casandra, Andrómaca, Hécuba, se escenificaba en Las Troyanas como una terri- ble acusación de barbarie contra los aqueos victonosos. (Y la representación de esta tragedia, en el año 415, des- pués de la terrible matanza de la isla de Melos, donde los atenienses mostraron su aspecto más implacable, pasan- do a cuchillo a los hombres, y esclavizando a las mujeres, no pudo ser más oportuna. Justo por entonces los ate- menses se embarcaban en otra expedición de conquista, con una gran flota, hacia Sicilia, en una aventura de final funesto). Eurípides desconfía del poder político, y de aquellos que lo detentan sin someterse a una conciencia moral, si- no movidos por los imperativos del imperialismo más despiadado. A esa luz examina la actuación de algunos famosos héroes, y nos muestra al taimado Ulises como un oportunista y un pragmático sin escrúpulos, un tipo cal- culador preocupado tan sólo del éxito, en Hécuba y en Las Troyanas (y todavía era peor, traicionero y falso, en Pala- medes, otro drama perdido). Ya Sófocles en Filoctetes ha- bía dado una imagen poco noble, atento sólo a triunfar a toda costa, pero Eurípides recarga las tintas. En otros caudillos famosos destaca la ambición unida a una nota- ble ausencia de principios, como es el caso de Agamenón en la Ifigenia en Áulide. O de Menelao, personaje muy turbio, tanto en esta obra como en el Orestes, donde trai- ciona la lealtad familiar, y desampara a su sobrino, por cobardía o por provecho propio. A sus héroes les falta grandeza, y la generosidad moral que, en otros casos,

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muestran los jovenes dispuestos al sacrificio por la patria, como las ya mencionadas Macaria e Ifigenia o Meneceo en Fenicias. Otras veces la manera de recrear el mito introduce de- talles realistas que desacreditan o enturbian la acción de los héroes. Así, por ejemplo, en su Electra hace que ésta y Orestes maten a su madre Clitemnestra, cuando ella acu- de para ayudar a su hija en un fingido parto. Es decir, es el afecto de Clitemnestra hacia Electra lo que propicia y facilita la implacable venganza de sus hijos. En el Ores- tes, las Furias que persiguen al matricida están en su pro- pia imaginación, y el héroe acosado por las diosas de la venganza aparece como un enfermo, enloquecido y epi- léptico. Pero las críticas al mito alcanzan también a los gran- des dioses. El ilustrado Eurípides les exige un comporta- miento digno de la justicia divina. Y esas críticas, como las de Jenófanes antes, chocan con la conducta mítica de los dioses, que con los héroes comparten el espacio dra- mático. Recordemos una vez más que la tragedia no hace sino recrear escénicamente los mitos. Los dioses se mues- tran crueles y vengativos — como Afrodita en Hipólito y Dioniso en Bacantes — y tienen amoríos furtivos de tristes consecuencias — como Apolo en Ion—. En fin, no están a la altura moral que la nueva conciencia crítica reclama. En algunas tragedias los personajes alzan sus duras. criticas contra ellos o manifiestan su incredulidad. (Y atacan la creencia en la adivinación a menudo). «Que los dioses condesciendan a amores ilícitos, que se encadenen los unos a los otros, eso yo no lo he creído nunca, como no creeré jamás que un dios pueda someter a otro a su dominio. Dios, si hay un dios, en verdad está libre de cualquier defecto, y todo el resto no es más que mentiro- sas fantasías de los poetas», se dice en el Heracles. «Ni los XXVI EURIPIDES XXVII

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XXVIII EURíPIDES dioses, que se llaman sabios, son menos engañosos que los leves sueños. Grande es la confusión que reina en las cosas divinas y humanas. Sólo me duele que, por hacer caso a adivinos, perezca quien no carece de cordura», di- ce Orestes en la Ifigenia entre los Tau ros. Podríamos citar otras sentencias semejantes. La crítica sofística había hecho vacilar la fe en los dioses, y la desconfianza en las creencias religiosas tradi- cionales se deja sentir en estos personajes de Eurípides, tan atrapados en su desdicha, tan angustiados por lo ex- tremado de su peripecia. No pueden sentir la antigua pie- dad en los dioses, han perdido esa confianza en la justicia divina que impulsa a los de Esquilo, se sienten perdidos ante los embates de la Fortuna, la T~che, que con sus vai- venes los zarandea y lleva a la destrucción o a un éxito inesperado. (Que, paradójicamente, puede venir de la mano de una divinidad aparecida de improviso, en un milagro de último momento, en forma de un deus ex ma- china). Euripides se hace eco de las protestas de algunos filó- sofos. Esos dioses tan poco ejemplares desde el punto de vista moral, ¿cómo pueden en verdad ser dioses? Jenófa- nes y Heráclito habían mostrado que, frente a las figuras divinas demasiado humanas de los mitos, la razón recla- maba otra divinidad más abstracta y más justa. Son esos dioses que, según denunciaba Jenófanes, cometen adulte- rios, roban y se engañan unos a otros, las figuras míticas que reaparecen en los dramas. ¿Es que los dioses pueden ser tan inmorales, tan caprichosos, tan crueles, como los humanos? Este ataque de Eurípides a los relatos miticos, hecho desde la escena teatral, cobra una especial reso- nancia. No hay que suponer como opiniones personales de Eurípides todo cuanto dicen los personajes trágicos; pero es evidente que esas dudas, quejas y censuras de sus héroes y heroínas expresan el pensamiento de su autor. En líneas generales se hacen eco de un modo de pensar INTRODUCCIÓN GENERAL

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XXIX que iba extendiéndose entre los contemporáneos ilustra- dos del dramaturgo. Esa visión desencantada y crítica de los dioses míticos va acorde con la presentación de unos héroes muy humanizados, impulsados por pasiones y anhelos muy próximos a los del hombre y la mujer de la calle, bajados de su noble pedestal arcaico. Y lo uno y lo otro, la crítica teológica y la psicología realista, amenazan la solemne prestancia de unos dioses y héroes excesiva- mente humanos. La humanización de los héroes acerca sus figuras al presente de los espectadores. Su alma dolorida y vacilan- te parece un lugar de lucha tan decisivo para su destino azaroso como el ámbito externo donde se dan las luchas sangrientas. Dubitativos, movidos por las pasiones y los recelos, los protagonistas de sus dramas han perdido la arcaica solidez de las figuras encumbradas de la leyenda. Tomemos como ejemplo a Orestes y Electra, tal como aparecen en las tragedias que llevan su nombre. El hijo de Agamenón, que, cumpliendo su lastimosa tarea, ya ha dado muerte a su madre, en el Orestes aparece como un joven enfermizo y vacilante, perseguido por unas Furias aloja- das en su propia imaginación, y ansioso de sobrevivir, sobrevivir a toda costa. Esta Electra, la antigua princesa, que aquí está casada con un modesto campesino, está agriada por el rencor y el odio hacia su madre, la reina que ha logrado una vida más cumplida según sus deseos. El conflicto no se presenta aquí como en Esquilo. No se trata ahora de los dos principios sociales enfrentados. No importa discutir si es más grave el- asesinato de un esposo o el de una madre, sino que lo que el drama resalta es la actitud psicológica de madre e hija, enfrentadas en una amarga discusión, y la de los dos hermanos planeando su despiadada vendetta. Para destacar el lado más humano del crimen, Eurí- pides nos presenta aquí una Clitemnestra muy distinta de la esquilea. No es la reina feroz, ambiciosa y varonil, que

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XXX EURIPIDES ha usurpado el trono con una audacia leonina, sino una madre que siente remordimientos por su pasado y acu- de a mostrar su afecto por sus hijos, justo ese afecto que la lleva a la trampa mortífera preparada por Orestes y Electra. Era una manera nueva de presentar el famoso matricidio, poniendo en primer plano la psicología de los personajes. Es probable que muchos espectadores se sintie- ran inquietos ante esta interpretación, que presentaba a la malvada Clitemnestra tan humanizada y a los vengado- res tan implacables, a la vez que pensarían: «pudo ser así». * * * Es muy comprensible que estas tragedias de Eurípi- des conmovieran y, a la vez, escandalizaran a los especta- dores. Su reinterpretación de los vetustos mitos — intro- duciendo a veces curiosas variantes de detalle — su crítica social y sus avances psicológicos debieron de causar un cierto asombro, y quizás una sensación de incómoda inquietud, en la conciencia de sus conciudadanos. Su tea- tro indagaba en los conflictos perennes de la condición humana, a través de las figuras de los mitos, reactualiza- das. La «purificación del terror y la compasión», esa ka- tharsis sentimental de la que escribió Aristóteles, se reali- zaba aquí acompañada seguramente de esa inquietud. Al hurgar en el interior de las figuras trágicas, las acerca a los hombres y mujeres reales. Planteaba así dramas sobre la condición humana y la injusticia social, y al hacerlo en los moldes trágicos, con intención realista, desafiaba las convenciones tradicionales. Recordemos de nuevo, desde esta perspectiva, la vieja sentencia: «Sófocles presenta a los héroes tal como deben ser; Eurípides tal como son». Pero en su idea acerca de los héroes de guerra, Eurí- pides era bastante pesimista. De un lado, los desastres de

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la Guerra del Peloponeso le habían empujado a escribir obras como Las Troyanas y Hécuba. De otro, tal vez como L INTRODUCCIÓN GENERAL XXXI contrapunto a esa visión desesperada, compuso dramas <de evasión» y melodramas de final feliz, como son Ifige- nia entre los Tauros, Helena e Ion. Estas piezas reelaboran variantes míticas sorprendentes. (Lo hace, por ejemplo, al tomar de Estesícoro la leyenda de que Helena no fue a Troya, sino a Egipto, mientras que los dioses engañaron a Paris entregándole un doble fantasmal de la bella esposa de Menelao, y fue en Egipto donde Helena y el Atrida, que volvía de Troya, tras la destrucción de ésta, se reen- contraron y desde allí juntos regresaron a Esparta). Y tie- nen en común un hábil desarrollo argumental, con nota- bles peripecias, emotivas escenas de reconocimientos o anagnórisis, y un final nada trágico, como decíamos. La acción sucede en parajes lejanos, como son el delta del Nilo y la bárbara región de los Tauros, hay momentos de emotivo suspense, y, a la postre, todo acaba bien. Eurípi- des se muestra como un precursor de la Comedia Nueva, e, incluso, de la novela de aventuras. Con estos melodra- mas se aleja de las angustias de la guerra y, en cierto mo- do, también de la tragedia en su sentido más estricto. De entre las tragedias de Eurípides quizás la más clá- sica, en el sentido de la más ajustada a un esquema canó- nico, según la Poética de Aristóteles, es Bacantes. Fue una de sus últimas obras, y se representó póstumamente, co- mo dijimos. Ya muerto obtuvo el gran dramaturgo el primer premio, con evidentes méritos. Es curioso obser- var que se representó a la vez que la Ifigenia en Áulide, una obra de características muy diferentes. Esta Ifigenia es, en claro contraste, una típica tragedia tardía, con unos coros muy líricos y alejados de la acción, y unos perso- najes de sorprendentes cambios anímicos (rasgo que ya criticó Aristóteles). Bacantes refleja la grandeza de miras y la intensa po- tencia dramática que el viejo Eurípides sabe infundir a un argumento tradicional, un tema dionisíaco ya llevado a escena por Esquilo. Ninguna de sus obras ha sido tan

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INTRODUCCIÓN GENERAL comentada y discutida. Ninguna ha suscitado tantas con- troversias respecto a su mensaje último. Pues esta trage- dia, cuya construcción dramática es todo un paradig- ma clásico, arcaizante y de grandeza esquilea, con un coro que es esencial en la acción y que tiene, a la vez, una magnífica belleza lírica, se funda sobre un mito de impre- sionante patetismo y rara perfección. Como si el viejo Eu- rípides retornara aquí a un drama sacro, donde el dios Dioniso se presenta como el antagonista del héroe. Éste, el protagonista, es el rey Penteo, un teómaco víctima de su propia intolerancia, mártir de la razón y defensor de las leyes de la polis. Por su rigor al frente de la ciudad, el puritano Penteo, primo del dios festivo que retorna a Te- bas, sufrirá la peor muerte, despedazado a manos de su propia madre y de las frenéticas Bacantes. Como Eteocles en Los Siete contra Tebas, Penteo es el rey que defiende con todo su coraje y su tiránico poder su ciudad contra el invasor. Pero el extraño que ahora se enfrenta a él, segui- do del tropel de sus ménades, es el dios Dioniso, hijo de la tebana Sémele, y divinidad terrible contra sus enemigos. Eurípides escenifica un gran mito dionisíaco, y las Ba- cantes es la única tragedia conservada que presenta a Dioniso, el dios del teatro, actuando en escena. Pero Eu- rípides ha dotado de un profundo sentido ese enfrenta- miento de Penteo y Dioniso. En su tremendo choque se enfrentan principios opuestos de la cultura antigua — lo griego y lo bárbaro, lo masculino y lo femenino, la familia y el grupo religioso, la ciudad y el monte, la serenidad ci- vica y el frenesí báquico, es decir, lo apolíneo y lo dioni- síaco, en el sentido de estos términos en Nietzsche —. Penteo, entrampado bajo el poder de Dioniso, es el caza- dor cazado de una terrible cacería de sangriento final.

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¿Qué mensaje pretende dar aquí el viejo Eurípides? ¿Es un nuevo ataque a la crueldad de cultos religiosos bárba- ros y orgiásticos, o bien es la confesión de la invencible y extraña grandeza religiosa de ese dios que invita a sus adeptos a la fiesta comunal del vino y la danza montaraz, lejos de las normas represivas de la civilización griega? Desde la nórdica Macedonia Eurípides envía su enig- mática despedida, un apasionado testamento espiritual, en este drama a la antigua, con su espléndida construc- ción y su religioso mensaje. Eurípides nos sorprende de nuevo con su dominio de los recursos escénicos, con la be- lleza de los cantos corales, con la intensidad de sus diálo- gos dramáticos, con la vivacidad de su lenguaje. Nietzsche acusó a Eurípides —en su libro juvenil El origen de la tragedia— de ser, en compañía de su compa- dre Sócrates, el causante de la decadencia del arte trági- co, al arruinar con su crítica el saber del mito arcaico. La acusación parece, cuando uno atiende no a alguna pieza suelta, sino al conjunto de los dramas del trágico, suma- mente injusta. Es cierto que los viejos mitos parecen, a veces, cuartearse en sus manos, pero él no es el causante del derrumbe, sino tan sólo el testigo de una evolución que precipita ese final. Eurípides fue el dramaturgo decisivo para el teatro posterior. Tanto en el griego —incluso en la Comedia Nueva— como en el roniano. Séneca se inspiró en él constantemente. Y luego su huella ha resurgido en cual- quier intento de teatro neoclásico, en Racirie, por ejem- pío. Muchos han visto en él, con muy clara razón, no sólo al trágico más moderno, humano y realista, sino al más trágico de los trágicos, como va dijo Aristóteles, un buen conocedor del género. CARLOS GARCÍA GUAL XXXII EURíPIDES XXXIII

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SIIS3ZYJV y 1

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INTRODUCCIÓN La tragedia Alces tis fue representada en el año 438 a. C., bajo el arcontado de Glaucino. Ocupaba el cuarto lugar de la tetralogía formada por Las Creten- ses, Alcmeón en Psófide, Télefo y la misma Alces tis, lugar que solía estar destinado al drama satírico, lo cual, unido a la circunstancia del análisis valorativo del segundo de los Argumentos, ha llevado a los crí- ticos modernos a detectar rasgos satíricos hasta donde no los hay. A pesar de ser la primera obra que se nos ha conservado de Eurípides, es evidente que no estámos ante un logro de juventud, ya que el poeta llevaba ya diecisiete años produciendo para la escena. La leyenda. — La leyenda en la que se inspiró Eurí- pides para componer su obra es eminentemente popu- lar y debe situarse en el mareo de dos temas muy familiares entre los antiguos: el de la esposa amante que ofrece el sacrificio de su vida para salvar la de Su esposo y, unido. a éste, el de la lucha victoriosa del héroe mítica con el genio de la muerte. La saga parece ser de origen tesalio, igual que la de Protesilao y Laodamía, y este hecho es muy significativo, si tene- mos en cuenta que Tesalia fue probablemente la cuna del culto popular de Deméter, en cuyo ámbito estaban encuadrados los mitos que narraban el rapto de Core, 4 TRAGEDIAS hija de Deméter, por Plutón y su posterior regreso a

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la luz del sol, coincidiendo con la germinación de las cosechas. La primera mención de Alcestis y Admeto aparece ya en los poemas homéricos (Ilíada II 711 y sigs. y 763; XXIII 376 y sigs., etc.). En el verso 766 del canto II de la Ilíada se ha pretendido ver ya una alusión al mito de Apolo sirviendo de jornalero en casa de Admeto. En las Eeas o Caldiogos de las Mujeres, que la Antiguedad atribuyó a Hesíodo, ambos temas, el del sacrificio de Alcestis y el de las peripecias de Apolo, debieron de ser tratados con pormenor; aunque los restos que poseemos son escasísimos, éstos, unidos a una serie de fuentes posteriores, permiten hacernos una idea bastante exacta de la leyenda. El punto de arranque es el castigo que recibió Asclepio de Zeus por haber resucitado a un muerto. Por acto semejante el rey del Olimpo lo niató con su rayo. En venganza de ello, Apolo, padre de Asclepio, quitó la vida a los Cíclopes, que eran los encargados de fabricar el fuego de Zeus. A pesar de que el sumo dios quería precipitar a Apolo en las profundidades del Tártaro, la interven- ción mediadora de su madre Leto hizo que sólo fuera castigado a servir como jornalero durante un año en la mansión de un mortal, Admeto, hijo de Feres. El trabajo de Apolo en casa de Admeto consistía en ocu- parse de los rebaños, pero los servicios que en seguida le prestaila serían muy superiores. Admeto estaba ena- morado de Alcestis, pero Pelias, el padre de la joven, exigía como condición para conceder la mano de su hija que le llevasen unos leones y jabalíes que estaban uncidos a un carro. Con la ayuda de Apolo, Admeto realizó la proeza y pudo casarse con Alcestis. El día de su boda se olvidó de hacer sacrificios a Ártemis y, en venganza de ello, fue castigado con la muerte. ALCESTIS 5 Mediante la intercesión de Apolo, las Parcas aceptan que una persona muera en su lugar. Su esposa Alcestis es la única que se brinda a realizar el sublime sacri- ficio. Alcestis muere, pero Core, la esposa de Hades e hija de Demeter, compadeciéndose de la muchacha, la devuelve a la vida. ~sta debió de ser, poco más o

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menos, la versión popular del mito. Con estos materiales miticos, el poeta trágico Fn- nico, que pertenecía a la misma generación que Es- quilo, compuso su drama Alcestis. Por escasísimos tes- timonios indirectos, con la única excepción de un verso original conservado por Hesiqujo, sabemos que Frínico representaba a Tánato, la Muerte, armada de una espada y hacía mención, al parecer, de la lucha entablada por Heracles contra la Muerte, a fin de sal- var a la muchacha. Si esto último es cierto, Frínico habría innovado ya el tema tradicional, haciendo que fuera Heracles y no Core quien devolvía a Alcestis al mundo de los vivos. Dicha innovación fue aceptada por Eurípides, pero no podemos aventurar nada respecto al desarrollo que dio Frínico a la acción, debido a la información casi nula que poseemos sobre el trata- miento del tema por este autor. Valoración general de la obra. — Alcestis es una tragedia que ha sido interpretada de modo muy diver- so. Si a la sensibilidad antigua le chocaba ya su carác- ter, por estar muy alejado de la esencia de lo trágico, no nos puede extrañar que críticos modernos, como Kitto 1, la consideren una especie de tragicomedia, junto con Ifigenia en la Táurica, Jón y Helena. La realidad es que la obra, aparte dc no profundizar ape- nas en las motivaciones que impulsan a los personajes Cf. H. D. F. Kino, Greek Tragedy, 3a cd., reimp., Londres, 1966, págs. 311 y sigs. 6 TRAGEDIAS

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a actuar, plantea una serie de dificultades a los críti- cos meticulosos que buscan una mayor coherencia y hasta una mayor seriedad en algunas escenas (piénsese en el festivo tratamiento de Heracles, por citar el ejemplo más relevante). Como ha notado muy bien Lesky 2, habría que preguntarse en qué lugar del drama habla Alcestis del amor que le impulsa a sacrificarse por su esposo, y si merece ser tomado en serio un hombre que deja que su esposa acepte morir en su lugar, un hombre que, por otra parte, es descrito con luces tan vulgares, con una cobardía que no es que sea impropia de un héroe, sino hasta de un hombre que verdaderamente lo sea y esté realmente enamo- rado de su esposa. Todos estos problemas y otros similares han hecho que los investigadores derramasen ríos de tinta al respecto. No es nuestra intención mediar en esta polé- mica. Nos contentamos con esbozarla y expresar nues- tra opinión, más o menos personaL sobre la cuestión. En relación con el carácter tragicómico de la obra, no debemos perder de vista que la misma ocupaba el lugar reservado tradicionalmente al drama satírico; algún motivo tendría Eurípides para incluirla ahí. Debe tenerse en cuenta, además, que con Eurípides la tra- gedia griega evoluciona en el sentido de que los per- sonajes empiezan a perder o han perdido por completo su temperamento heroico y se convierten en seres de carne y hueso, acechados por las pasiones y por los problemas humanos, en los que la alegría y el dolor se entremezclan constantemente. En una palabra, la tragedia ha perdido ya su carácter venerable y se aproxima ya, a grandes pasos, a los ideales que infor- man la Comedia Media y la Nueva, en la cual el des- 2 A. LESICY, Hisioria de la Literatura Griega. Madrid. 1968. pág. 394. ALCESTIS 7 enlace suele ser un final feliz, como sucede en Alcestis. Si tenemos en consideración todo esto, no debe cau- sarnos extraneza la caracterización antiheroica de los personajes del drama; ni siquiera Alcestis, aunque des- taque sobremanera sobre la cobardía, mezquindad y

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cálculo de Admeto y Feres, puede ser considerada una heroína del temple de la Electra o la Antígona de Sófocles. Apuntemos, por último, que el lector de hoy no hará bien tratando de hallar una coherencia y armonía totales ni en el desarrollo de la obra ni en la delinea- ción psicológica, muy incipiente aún en Alcestis, de los protagonistas del drama. La razón fundamental radica en la enorme distancia que media entre el espectador griego del siglo y y el contemporáneo. Resulta evidente que la brusca transición desde una situación patética al rigor lógico de la fría argumentación, tan frecuente en Eurípides, apenas asombraría al ateniense medio, acostumbrado a las peroratas de los tribunales y al influjo enorme de la Sofística y su gusto por la dia- léctica sutil. ¿Comprendería un ateniense de la época • de Eurípides el psicologismo, rayano a veces en lo • enfermizo, de gran parte de nuestro teatro contem- poráneo? Estructura esquemática de la obra. — PRÓLOGO (1-76). Expuesto por Apolo, con la aparición de la Muerte que dialoga con la divinidad. P.~ROOo (77-140). Primera aparición del Coro en la escena. Episoo¡o lo (141-212). Diálogo de un sirviente con el Coro. EsTAsiMO 1.~ (213-279). El Coro sc lamenta dc la situación en que se encuentran Alcestis y Admeto. EPIsouio 2.o (280-392). Dcspcdida dt Alcestis y Admeto. KoMMOS (393-415). Diálogo lírico entre cl hijo de Alcestis y su madre, con intervención de Admeto y el Coro. 8

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TRAGEDIAS ESTÁSIMO 2.0 (435-475). El Coro canta la abnegación de Alcestis. Episooío 3•o (476-568). Aparición de Heracles que dialoga con el Coro y, posteriormente, con Admeto. EST~SIMO 3•o (569-605). El Coro ensalza la hospitalidad de su senor. E~ssooio 4o (606-860). Enfrentamiento de Admeto con su padre Feres. Diálogo entre el Sirviente y Heracles. KOMMOS (861-961). Lamentos de Admeto con el Coro sobre su desgracia. Anuncio de Admeto de solemnes funerales. EsTAsIMo 4.o (962-1005) Exaltación, por el Coro, del imperio de la Necesidad. E~isooIo 5o (1006-1158). Heracles rescata a Alcestis de la Muerte. Exoro (1159.1162). Versos sentenciosos del Coro. ARGUMENTO (POR DICEARCO)1 Apolo había pedido a las diosas del Destino que Admeto, a punto de morir, pudiese presentar a alguien que quisiera morir voluntariamente en su lugar, con la finalidad de que pudiese vivir un tiempo igual al que había vivido. Alcestis, la esposa de Admeto, se ofreció ella misma, puesto que ninguno de sus padres aceptaba morir por su hijo. Poco después de haber acontecido este hecho, se presenta Heracles y, habiendose ente- rado por un sirviente de lo sucedido a Alcestis, se encamina hacia la tumba y, obligando a la Muerte a alejarse, cubre con un vestido a la mujer y a Admeto le pedía que la acogiese y la protegiese. Pues decía que la había recibido como premio de una competición de lucha. Ante la negativa de aquél a acogerla, le mos- tro que era la mujer por la que se lamentaba. La Hypothesis o Argumento parece haber sido, en sus origenes una explicación de la base mítica sobre la que se~ asienta el drama, como sucede en el caso de este primer argu- mento de Alcestis, atribuido a Dicearco, discípulo de Aristóteles

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Y contemporáneo de Teofrasto. TRAGEDIAS (DE OTRO MODO)2 Alcestis, hija de Pelias, habiendo aceptado morir en lugar de su propio esposo, es salvada por Heracles que se encontraba entonces en Tesalia, obligando a los dioses infernales y arrebatándoles a la mujer. El tema no es tratado por ningún otro de los trágicos. Ocupa en la producción de Eurípides el lugar decimo- séptimo. Se representó bajo el arcontado de Glaucino (483 a. C.)... Sófocles obtuvo el primer premio y el segundo Eurípides con Las Cretenses, Alcm eón en Psófide, Télefo y Alcestis... El desenlace del drama es, más bien, cómico. La escena del drama tiene lugar en Feras, una ciudad de Tesalia. El coro está formado por algunos ancianos del lugar, que se presentan para compartir el dolor de las desgracias de Alcestis. Apolo recita el Prólogo [...] era corego. El drama es, más bien, satírico, pues tiene un desen- lace alegre y placentero, contrario a la esencia de lo trágico. Se rechazan, como impropios de la poesía trá- gica, Orestes y Alces tis, ya que comienzan por una desgracia y concluyen en felicidad y alegría, lo cual es más adecuado a la comedia. 2 La segunda Hypothesis es de un carácter totalmente dife- rente, es del tipo de las atribuidas en nuestros manuscritos a Aristófanes de Bizancio. Consta de una información muy

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exigua sobre el tema, seguida de una parte didascálíca, con datos sobre la fecha de composición, títulos que formaban la tetralogía, lugar obtenido en el certamen, el nombre del corego (aquí corrupto) y apreciaciones más o menos personales sobre el carácter de la obra. PERSONAJES APOLO. LA MUERTE. CoRo. Una SIRVIENTE de Alcestis. ALCESTIS. ADMETO. EUMELO, hijo de Alcestis. HERACLES. PERES. Un SIRVIENTE. lo Saliendo de la casa de Admeto, Apolo recita el Prólogo de un modo retórico. APOLO ~. — 10h moradas de Admeto, en las que so- porté con resignación estar sentado a la mesa de los jornaleros, aun siendo un dios! Zeus, al matar a mí

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hijo Asclepio, clavándole un rayo en el pecho, fue el responsable de ello. Irritado yo por esto, maté a los 5 Cíclopes, constructores del fuego de Zeus ~. Y mi padre me obligó, en represalia, a servir como asalariado en casa de un mortal. Y, viniendo a esta tierra, apacen- taba las vacas a mi huésped y, hasta hoy, ejercía una protección sobre esta casa. Un santo como yo vino a ío topar con un hombre santo, el hijo de Feres, a quien salvé de morir, engañando a las diosas del Destino ~. Ellas me permitieron que Admeto escapase, por el El Prólogo informativo, en este caso recitado por una divi- nidad, es típico de las tragedias de Eurípides y cumple la función de informar sobre la situación previa a la acción. Al parecer, no se trata de una innovación, sino que formaría parte de las manifestaciones más antiguas del verso griego. ~ En la mitología griega los Cíclopes son los forjadores de los rayos que lanza Zeus. En una ocasión incurríeron en la cólera de Apolo, al fulminar Zeus con sus rayos a su hijo Asclepio, por haber resucitado a los muertos. No pudiendo ejercer su venganza sobre Zeus, Apolo dio muerte a los Ciclo- Pes; en castigo de esta acción se vio obligado a servir como jornalero en casa de Admeto. ~ Las Moiras o diosas del Destino son la personificación de la suerte que a cada ser, animado o inanimado, le corres- Ponde en esta vida. 14 TRAGEDIAS momento, de Hades, si entregaba a cambio otro cadá- 15 ver a los de abajo 6~ Ha ido sondeando, uno a uno, a todos los suyos, a su padre y a la anciana madre que lo trajo al mundo, y a nadie encontró, excepto a su

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mujer, que quisiera dejar de contemplar ya la luz del sol, muriendo en su lugar. A ella la lleva ahora en 20 sus brazos por la casa, con el alma rota, pues en este día le ha sido decretado morir y abandonar la vida k Y yo, para evitar que la impureza me alcance8 en la casa, abandono el cobijo queridísimo de estos muros. 25 Estoy viendo que se acerca ya la Muerte, sacerdotisa de los muertos, que está a punto de conducirla a la morada de Hades. Ha llegado con puntualidad, guar- diana de este día en que ella debe morir 8a~ A parece en escena la Muerte. MUERTE. — ¡Ah ah! ¿Por qué tú ante estos muros? 30 ¿Por qué merodeas por aquí, Febo? ¿Pretendes delin- quir de nuevo, recortando y aboliendo los honores de los de abajo ~? ¿No te bastó con impedir el destino 6 Hades, hijo de Crono y Rea, es la divinidad de los infier- nos y de los muertos, de “los de abajo~, como suele decirse en griego. Es uno de los tres soberanos que, juntamente con Zeus y Posidón, se repartieron el mando del Universo, después de derrotar a los Titanes. 7 Expresiones tautológicas de este tipo son muy frecuentes en la poesía griega y sirven para dar una mayor intensidad y solemnidad a la frase. Cf., por ejemplo, 18: morir y dejar de ver la luz del sol. 8 Apolo no quiere contamínarse con la vecindad de un muerto; como Artemis que abandona al moríbundo Hipólito por la misma razón en Hipólito, vv. 1437-9. Sa Metáfora tomada del lenguaje militar, mediante la cual se compara a la Muerte con un atento centinela, al que ninguna víctima le puede pasar desapercibida. 9 La acusación evidencia el uso de un vocabulario estricta- mente judicial. La Muerte presupone que Apolo pretende me- terse en su terreno, ahorrando una víctima que corresponde a las divinidades infernales. Este lenguaje debía de ser muy familiar al público ateniense tan habituado a los procesos, cir- ALCESTIS 15 de Admeto, engañando a las diosas del Destino con embaucador arte? Y ahora, de nuevo, la mano armada 35 del arco, montas la guardia junto a ella, la hija de Pelias, que se ofreció ella misma a morir en lugar de su esposo para salvarlo.

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APOLO 10. — No temas. Poseo la justicia, sin duda, y buenas razones. MUERTE. — ¿Para qué necesitas el arco, si posees la justicia? AYoLo. — Tengo por costumbre llevarlo siempre. 40 MUERTE. — Sí, y también ayudar injustamente a esta casa. APOLO. — Estoy abrumado por las desgracias de un amigo. MUERTE. — ¿Vas a robarme este segundo cadáver? “. APOLO. — El primero no te lo quité por la fuerza. MUERTE. — ¿Y cómo está aún sobre la tierra y no 45 bajo el suelo? APOLO. — Ha hecho un cambio con su esposa, la que tú ahora has venido a buscar. MUERTE. — A ella me la llevaré bajo la profunda tierra, tenlo por seguro. APOLO. — Tómala y vete. No sé si llegaría a persua- dirte. MUERTE. — ¿A matar a quien debe morir? Ése es oficio. APOLO. — No, sino a aplazar la muerte de los que so IStén a punto de morir. ~“1Stancia que ridiculizaría ARIsTÓFANEs en Las Avispas. Cf. una ~na semejante en -Esouíw, Las Euménides, 179-234, en la • Apolo litiga con las Erínis sobre el destino que le corres- •de a Orestes, tras su horrible crimen. ~ Se inicia un cortante diálogo esticomítico (línea a línea), le constituye una de las características más notorias de las Igedias de Eurípides, autor muy influido por la retórica sofís- Sa Y el lenguaje usado en los tribunales de Atenas. ~ El primero había sido Admeto.

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16 TRAGEDIAS MUERTE. — Ahora comprendo tus palabras y tu celo. APOLO. — ¿No hay ninguna posibilidad de que Alces- tis llegue a la vejez? MUERTE. — Ninguna. Piensa que yo también me gozo con mis honras. APOLO. — Aun así, no podrás llevarte más que un alma. 55 MUERTE. — De los que mueren jóvenes obtengo ma- yor ganancia. APOLO. — Aunque muriera vieja, sería enterrada con lujo. MUERTE. — Estableces tal ley, Febo, teniendo en cuenta a los ricos. APOLO. — ¿Cómo has dicho? Mira que no haberme dado cuenta de que eras una ilustrada... MUERTE. — Los que tuvieran posibles comprarían morirse de viejos. 60 ApoLo. — En resumidas cuentas, ¿no quieres hacer- me este favor? MUERTE. — No, ya conoces mi manera de ser. APOLO. — Odiosa para los mortales y, para los dio- ses, abominable. MUERTE. — No puedes poseer todo lo que no debes. APOLO. — Tú has de ceder, tenlo por seguro, por muy 65 cruel que seas; a la casa de [Feres] un hombre tal vendrá, enviado por Euristeo, a buscar un carro de caballos desde los helados lugares de Tracia ~ el cual, recibido como huésped en esta casa de Admeto, por la 12 Alusión a las ideas igualitarias de la Sofística avanzada. basadas en un racionalismo naturalista, en virtud del cual no tiene por qué haber diferencias entre los hombres. ThanatOS es, en griego, un personaje masculino; en castellano, la Muerte se personifica como femenina. 13 Se trata del trabajo impuesto a Heracles por Euristeo, rey de Argos, de conquistar los caballos de Diomedes, rey de Tracia, cuyo clima en invierno era muy riguroso. ALCESTIS 17 fuerza te arrebatará a esta mujer. Y, sin obtener ningún 70 agradecimiento por mi parte, tendrás que acabar ha-

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ciendo eso y serás objeto de mi odio. (Apolo sale de escena.) MUERTE. — Por mucho que hables, no conseguirás nada. Esta mujer descenderá a la morada de Hades. Me dirijo hacia ella, para comenzar el sacrificio con la espada. Sagrado es a los dioses infernales aquel de 75 quien esta espada un cabello corte. (Entra en Palacio.) El Coro, compuesto por quince ancia- nos de Feras, entra en la orquestra. CORO 14~ —¿Por qué este silencio delante de los muros? —¿Por qué está callada la casa de Admeto? —No veo cerca a ninguno de los suyos que pudiera SO decirme si debo llorar a mi reina como muerta, o si, wva aún, ve esta luz la hija de Pelias, Alcestis, cele- brada por mí y por todos como la mejor mujer que ~u esposo haya podido tener. 85 Estrofa 1.”. —¿Oyes tú gemido o golpear de manos por el pala- CZO, o lamento, como si todo hubiera concluido? —Nada oigo, ni en derredor de las puertas criado iguno está. ¡Ojalá te presentases como respiro entre 90 ms olas de la desgracia, oh Apolo sanador! 15 —No estarían en silencio, si hubiera perecido. —Ya es un cadáver. 14 El coro entona la Párodo, dividido en dos grupos. Los ~nes, siguiendo la edición de Oxford, indican las posibles Visiones y reparto de los versos, que no todos los editores diniten del mismo modo. ~ El oscuro adjetivo metakúmios del y. 91 parece hacer “‘-3ón al respiro que se produce entre el embate de dos olas. que significa ~sanador., es el epíteto típico con el que aesigna a Apolo, en cuanto dios de la medicina.

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18 TRAGEDIAS —Es evidente que aún no ha sido llevada fuera de la casa 16 95 —¿Qué te induce a pensar así? Yo no estoy tan confiado. ¿Qué te da ánimo? —¿Cómo iba a haber realizado Admeto un funeral en soledad ( ) a su digna esposa? Antistrofa l.a. —Delante de la puerta no veo el agua clara de las íoo purificaciones que se acostumbra a colocar en el um- bral de los muertos. —Ningún cabello cortado hay a la puerta, arrojado al suelo en señal de duelo por los muertos; tampoco resuena la mano joven de las mujeres 17 los —y sin embargo éste es el día señalado. - —¿A qué día te refieres? —En que ella debe ir bajo tierra. —Me has herido el alma, me has herido la mente. —Cuando los buenos sufren tormento, menester es íío que sufra quien desde siempre goza de buena repu- tación. Estrofa 2.a. —No hay lugar de la tierra adonde pueda enviar íís una nave, ya a Licia, ya a la árida sede de Amón 18, para liberar la vida de la infortunada, pues el destino funes- 120 to, cortado a pico 19, se aproxima, y dc los altares de 16 Para ser expuesta, según el ceremonial fúnebre. 17 Golpeándose el pecho en señal de duelo, se sobreentiende. 18 Se refiere al templo y oráculo de Apolo en Licia (HER45D., 1 282), así como al templo y al oráculo de Zeus Amón, en un oasis de Libia, cerca de Cirenaica. El culto, trasplantado desde Beocia, se había fundido con el del famoso dios egipcio Amón-Ra.

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19 Bella metáfora, por medio de la cual el destino es com- parado con una roca cortada a pico. Ni que decir tiene que ese destino inminente es aquí la muerte. ALCESTIS 19 los dioses en que se sacrifican los rebaños no sé ya a encaminarme. Antistrofa 2.~. —Sólo si esta luz pudiese ver con sus ojos el hijo de Febo, regresaría ella, abandonando las moradas 125 sombrías y las puertas de Hades. Él resucitaba a los domeñados por la muerte, antes de que a él mismo le alcanzase el golpe del fuego fulmíneo lanzado por Zeus. Mas ahora, ¿qué esperanza de vida puedo concebir? 130 —El rey ha realizado todos los ritos. Los altares de todos los diosés están repletos de sacrificios sangran- tes. Ya no hay remedio de los males. 135 Una sirvienta sale de palacio y el Cori- feo se dirige a ella. CORIFEO. — He ~tquí que una sirvienta sale de la casa derramando lágrimas. ¿Qué acontecimiento voy a ofr? Sentir pesar, si algo les ocurre a los señores, es comprensible; mas nos gustaría saber si la reina está 140 aún viva o ya no existe. SIRvIENTE. — Puedes decir que está viva y muerta. CORIFEO. — ¿Y cómo podría una misma persona estar muerta y ver la luz? SIRVIENTE. — Ya está con la cabeza inclinada y el ma derrama. CORIFEO. — ¡Oh desgraciado, qué mujer va a echar falta un hombre como tú! SIRVIENTE. — Antes de que lo sienta en su carne no 145 de saberlo. CORIFEO. — ¿Ya no hay esperanza de salvar su vida? SIRVIENTE. — El día fatal le impone su violencia. CORIFEO. — ¿Cómo no se han hecho los preparativos Invenientes? SIRVIENTE. — Dispuesta está la gala mortuoria con íe ha de enterrarla su esposo.

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20 TRAGEDIAS 150 CORIFEO. — ¡Que ella sepa que ha de morir llena de gloria, mujer la mejor con mucho de las que viven bajo el sol! SIRVIENTE. — ¿ Y cómo no habría de ser la mejor? ¿Quién lo negará? ¿Qué debe ser la mujer que desta- que sobre todas? ¿Cómo podría dar mayor prueba de 155 amor por su esposo que aceptando voluntariamente morir en su lugar? Es evidente que esto lo sabe toda la ciudad, mas te asombrarás al oír lo que hizo en su 1 160 casa. Cuando se dio cuenta de que había llegado el día decisivo, lavó su blanca piel con agua del río ,yE sacando de la habitación de cedro un vestido 20, puso todo su empeño en adornarse como convenía, y situán- dose delante del altar hizo la siguiente súplica: «Seño- ra 21, ya que marcho bajo tierra, postrándome ante ti 165 por última vez, voy a suplicarte que te cuides de mis niños huérfanos, y a uno le unzas esposa que lo ame y a la otra un noble esposo. Y que no mueran sin madurar 22, como ahora sucumbe su madre, sino que, felices en la tierra paterna, vivan por entero una vida 170 agradable.» Todos los altares que acoge la casa de Ad- meto recorrió, ornó con coronas y oró ante ellos, des- pojando de retoños la rama de mirto ~, sin llanto, sin gemido, sin que el funesto futuro cambiase el buen 175 color de su piel. Después, entrando en su habitación nupcial y echándose sobre su lecho, rompió a llorar y dijo: « ¡Oh lecho, en el que yo solté mi doncellez vir- ginal por este hombre, causa de mi muerte, adiós! No ~1 Preferimos con M~RXDIER traducir dómón por habitación, en lugar de arca, como hacen otros traductores como DIA~4o. Cf. comentario de A. M. DAi.a ad loc.) 21 Con esta invocación se alude a Hestia, diosa protectora del hogar familiar.

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22 Bella metáfora tomada del lenguaje campesino. El adje- tivo aórous se aplica a los frutos que están aún sin madurar. 23 Sobre el carácter purificador del mirto y sus usos en las ceremonias fúnebres, cf., también, Electra 334, 512. ALCESTIS 21 te odio, aunque me perdiste a mi sola. Muero, por no iso haber querido traicionaros a ti y a mi esposo. A ti alguna otra mujer te poseerá, dudo que más sensata, pero quizá más afortunada.» Después de postrarse, lo besa y la calcha toda se impregna con la ola que hume- dece sus ojos 24, Una vez que se sació de tanto llanto, 185 arrancándose de la colcha, echa a andar, la cabeza abatida y, saliendo muchas veces de su habitación, volvió a entrar y se arrojó de nuevo sobre el mismo lecho. Sus hijos, agarrados al vestido de su madre, prorrumpían en llantos y ella, tomándolos en brazos, 190 los cubría de besos, ora a uno, ora a otro, como quien ve próxima su muerte. Y todos los criados por la casa sollozaban de compasión por su señora. Y ella daba la mano a cada uno y no había hombre tan vil a quien 195 no concediese la palabra y él, a su vez, no le respon- diera. Tales desgracias hay en la casa de Admeto; si hubiese muerto, habría desaparecido, pero, al escapar a la muerte, tiene un dolor tal que nunca olvidará. CORIFEO. — ¿Llora Admeto, sin duda, ante estas des- gracias, ya que ha de verse privado de tan noble 200 esposa? SIRVIENTE. — Si, llora con su querida esposa en sus brazos y suplica que no le abandone; busca lo impo- &ible, pues ella se consume y desfallece por el mal, sin fuerzas, fardo desdichado de su brazo ~ (...). Sin cm- 205 bargo, aunque no tenga más que un poco de aliento, quiere mirar los rayos del sol, que nunca volverá a Ver, sino ahora por última vez ~. Ahora me voy y anun- Hipérbole metafórica para expresar el llanto incontenible Alcestis. 25 Bella imagen, mediante la cual se indica el lamentable Cstado de abatimiento en que se encuentra Alcestis. La maxoría de los editores ven una laguna en este pasaje. ~ Hemos prescindido del y. 209 por considerarlo un añadido. Hay autores que incluso atetizan el verso anterior.

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22 ‘tRAGEDIAS 210 ciaré tu presencia, pues no todos miran bien a los soberanos, hasta el punto de asistirles benévolos en sus desgracias, pero tú eres un viejo amigo de mis señores. CoRo. Estrofa. —¡Ay, Zeus! ¿Qué salida, cómo y por dónde, habría de los males y qué liberación de la desgracia que cae sobre mis soberanos? 215 —¡Ay, ay! ¿Saldrá alguien? ¿Debo cortar mi cabello y revestirme con la negra túnica de luto? —Manifiesto, amigos, manifiesto es, mas, sin em- bargo, supliquemos a los dioses, pues su poder es in- menso. 220 —¡Oh soberano Sanador, hállale a Admeto un reme- dio de sus males! ¡Proporcionáselo, of réceselo, pues también antes lo encontraste ~‘t, y sé ahora también 225 liberador de la muerte y haz retroceder a Hades fu- nesto! Antistrofa. —¡Ay, ay, hijo de Feres! (...). ¿Qué hiciste para verte privado de tu esposa? —¡Ay, ay! ¿No es el hecho digno dc la espada, mót 230 aún, de que un nudo corredizo, flotando en el cielo, rodee el cuello? —Pues en este día vas a ver morir no a la mujer querida, sino a la más querida. (Admeto sale de palacio sosteniendo a su esposa.) —Mira, mira, e lía misma y su esposo salen de pa-

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lacio. 27 El texto de esta parte coral está evidentemente corrupto y es de muy difícil interpretación. Ninguna de las correcciones ofrecidas parece satisfactoria. Se alude al engaño anterior de Apolo a las diosas del Destino. ALCESTIS 23 —¡Grita, gime, oh tierra de Feras, por la mujer 235 excelente consumida por el mal, que se dirige bajo tierra junto a Hades subterráneo! CORIFEO. — Nunca afirmaré que el matrimonio pro- porciona más alegrías que penas, a juzgar por las 240 pruebas anteriores y viendo este infortunio del rey, que, privado de la mejor esposa, vivirá en el futuro una vida que no es vida. ALcEsTís. Estrofa. ¡Sol y luz del día, celestes torbellinos de una nube 245 errante! ~. ADMETO. Nos ve a ti y a mí, dos infortunados, que no han hecho nada a los dioses para que tú mueras. ALcEsrís. Antistrofa. ¡Tierra y techos de palacio, virginales lechos de mi Yolco! ~. ADMETO. ¡Vence tu abatimiento, desdichada, no me abando- mes! ¡Suplica a los dioses poderosos que tengan coni- uión de ti! ALCEsí-Is. Estrofa. Veo la barca de dos remos en la laguna y al bar- ¿ero de los muertos, Caronte ~, teniendo la mano ~ Algunos han querido ver aquí una alusión a las teorías Sislogónicas de Anaxágoras, Empédocles y Leucipo, pero pen-

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DIOS que es preferible interpretar esta frase como una bella Igen poética, en la que las nubes errantes contrastan con radiante claridad del cielo dominado por el sol. ~ Ciudad de Tesalia, célebre como patria de Jasón y punto partida de la expedición de los Argonautas. ~ Caronte es una divinidad del mundo de los inflemos, 250 24 TRAGEDIAS 255 sobre el varal, que me llama ya. ¿Qué esperas? ¡Apre- súrate, me estás haciendo retrasar! Ya a su lado me insta y me apremia. ADMETO. ¡Ay de mí, amarga es la travesía que me has men- cionado! ¡Oh infeliz de ti, qué desgracias estamos pa- deciendo! ALcEsTIs. Antistrofa. Alguien me lleva, alguien me lleva —¿no lo ves?— 260 hacia la morada de los muertos, mirando bajo sus cejas de azulado reflejo, con alas, Hades 3¡. [...] ¿Que haces? ¡Dé jame! ¡Sobre qué camino, infelicísima de mí, tengo ya el pie! ADMETO. Sobre un camino amargo para los tuyos, sobre todo 265 para mí y para tus hijos, que compartimos este dolor. ALcEsTís. ¡De jadme, dejadme ya! Echadme en el lecho, no me tengo en píe. Hades se aproxima y la noche som-

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270 bría resbala sobre mis ojos. ¡Hijos míos, hijos míos, a las claras está que vuestra madre ya no existe! ¡Que podáis, hijos míos, seguir viendo felices esta luz! ADMETO. ¡Ay de mi! Amarga es esta palabra que oigo, más 275 dura para mí que muerte alguna. ¡Por los dioses, no cuya misión consiste en conducir a las almas en su barca, a través de los pantanos de Aqueronte, pero sin tocar el remo. ya que son las almas las que reman. Se le representa como Ufl anciano feo, con barba, vestido con harapos y con un sombrero redondo. 31 Muchos editores consideran sospechoso este pasaje. basáfl dose en que los datos que nos da el poeta sobre la divinidad corresponden más a Tánato o a Hermes. ALCESTIS 25 ~as el valor de abandonarme, no lo hagas, por tus a los que dejas sin madre! ¡Arriba, valor! Muerta yo ya no podría vivir. En tus manos está nuestra vida y nuestra muerte, pues respetamos el lazo de amor que contigo nos une ALCEsTIs ~‘. — Admeto, ves en qué situación me en- 280 cuentro. Quiero referírte, antes de morir, lo que deseo. te he honrado y he cámbiado mi vida por la tuya, ira que puedas ver esta luz. Muero por ti, aunque ie habría sido posible no hacerlo, y haber encontrado 285 stre los Tesalios el esposo que hubiera querido y ibitar una próspera mansión real. No he querido vivir ~parada de ti con los niños huérfanos, ni he escati- mado mi juventud, guardando los goces con que yo ic deleitaba. Y, sin embargo, el que te engendró y 290 que te trajo al mundo te han traicionado, en un momento de su vida en que habría sido hermoso para los morir, salvar a su hijo y aceptar una muerte gló- osa. Eras su único hijo y ninguna esperanza tenían, muerto tú, de procrear otros hijos. Tú y yo podríamos 295 vivido el resto de nuestros días y no gemirías, verte privado de tu esposa, ni tendrías que cuidar tus hijos huérfanos; mas estas cosas algún dios que fueran así. Bien está. Tú ahora mantén en recuerdo la gratitud que me debes por ello. Una 300

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plica te voy a hacer, mas no equivalente, pues nada y más preciado que la vida, pero justa, como tú ~onocerás, pues tú quieres a estos hijos no menos Le yo, si estás en tu sano juicio. Soporta que ellos De muy difícil interpretación es el sentido preciso de verso. Las distintas opiniones de los críticos no llegan a Convincentes. ~ Siempre ha causado asombro a los comentaristas el IISCo cambio que experímenta Alcestis, de la tremenda angus- anterior, a la fría lógica de su monólogo, penetrada de ¿Onalismo sofistico. 26 TRAGEDIAS 305 sean los amos en la casa y no des una madrastra a estos hijos, volviéndote a casar, la cual, siendo una mujer peor que yo, por envidia, se atreviera a poner la mano encima de estos hijos tuyos y míos. Eso, al menos, no lo hagas, te lo ruego. La madrastra es odiosa 310 para los hijos del matrimonio anterior, en nada más dulce que una víbora. Un niño, sin duda, tiene en su padre una torre poderosa34 [.1, pero tú, hija mía, ~cómo vas a ser una muchacha feliz? ¿Qué clase de mujer vas a encontrar como compañera de tu padre? 315 ¡Que no se lance sobre ti algún vergonzoso rumor y en la flor de la edad destruya tu matrimonio! Tu madre no será tu compañera en el día de tu boda, ni te dará ánimos en tus partos, hija, con su presencia, en los que nada hay más reconfortante que una madre. 320 Yo debo morir, en efecto, y este mal no me llegará mañana ni el tercer día del mes ~, sino que, al instante, se me contará entre las que no existen. ¡Adiós, que

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la vida os sea agradable! Tú, esposo mio, puedes 325 ufanarte de haber tenido la mejor esposa y vosotros, hijos, de haber nacido de una madre semejante. CoRIFEO. — Tranquilízate. No temo hablar en su nom- bre. Así lo hará, si es que no ha perdido la cabeza. ADMETO. — Será así, será así, no tenias. Del mismo modo que eras mía viva, muerta también serás lía- 330 mada mi única esposa y nunca mujer tesalia alguna me llamará esposo en lugar de ti. No existe mujer de padre tan noble, ni tan hermosa de aspecto. Me 335 basta con los hijos que tengo. A los dioses suplico poder disfrutar de ellos, pues de ti ya no podemos gozar. Tu dolor no lo soportaré un año, sino mientras dure mi vida, esposa mía, odiando a la que me dio el 34 Metáfora de rancio abolengo en la poesía griega, aparece ya en Odisea II 556. 35 Se trata, al parecer, de una frase de carácter proverbial ALCESTIS 27 y detestando a mi padre, pues me querían de pala- ~ y no con obras. Tú, en cambio, entregando lo más 340 querido por mi vida, me has salvado. ¿No he de llorar al perder una esposa cual eres tú? Haré que ter- dimen los banquetes, las conversaciones de los invi- tados, las coronas y los cantos de las Musas que se mpoderaban de mi palacio. Ya nunca desearé pulsar 345 lira, ni elevar mi voz al son de la flauta libia ~, pues me has arrebatado la alegría de vivir. Esculpida or hábil mano de escultores la imagen de tu cuerpo uedará extendida sobre mi lecho ~ Junto a ella me 350 costaré y, rodeándola con mis manos y llamándola ir tu nombre, creeré que en mis brazos está mi que- ~a esposa, aunque esté ausente: frío goce, pienso mas así conseguiré aliviar el peso de mi alma y, iitándome en sueños, me alegrarás, pues a los seres 355 ~ridos, aun de noche, dulce es verlos, sea el tiempo sea. Y si tuviese la lengua y el canto de Orfeo, conmover con mis canciones a la hija de Demé- o a su esposo y poder sacarte del Hades, descen- 360 ~ía allí y ni el perro de Plutón, ni Caronte sobre emo, conductor de almas, podrían retenerme, antes

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volver a llevar tu vida hacia la luz ~. Pero, al me- espérame allí, cuando muera, y prepara la casa, mo si la fueras a compartir conmigo. Recomendaré 365 mis hijos que me depositen sobre la misma caja de ~ La flauta libia estaba tallada en madera de loto, que era árbol típico de Libia, según TEOFRASTO, Historia de las bitas 4, 34. ~ Una idea semejante aparece en el Pro tesilao de EURÍPIDES. morir Protesilao luchando contra los Troyanos, su esposa Odamía mandó que hicieran una estatua de su marído para ~carla en su lecho nupcial. ‘~ Orfeo es un complicado personaje mitológico de origen rio, músico y poeta por excelencia. La hija de Deméter es léfone, divinidad infernal esposa de Hades, conocido también m el sobrenombre de Plutón. 28 TRAGEDIAS cedro que a ti y que extiendan mi costado junto al tuyo. ¡Que nunca, ni aun muerto, esté separado de ti, la única que me ha guardado fidelidad! CORIFEO. — Ten bien seguro que yo, como un amigo 370 con un amigo, compartiré contigo el penoso dolor por ella, pues se lo merece. ALcEsTIs. — Hijos, vosotros mismos habéis escucha- do a vuestro padre que dice que nunca esposará a otra mujer que mande sobre vosotros ni me hará este ultraje. ADMETO. — Lo afirmo ahora y k llevaré a cabo. 375 ALcEsTís. — Bajo esa condición recibe de mi mano• a mis hijos. ADMETO. — Los recibo, regalo querido de una mano

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querida. ALCEsTIS. — Ahora sé tú una madre para ellos en mi lugar. ADMETO. — Es muy necesario que así sea, sobre todo ahora que van a estar privados de ti. ALCEsTIS. — ¡Hijos míos, cuando debía vivir, me voy bajo tierra! 380 ADMETO. — ¡Ay de mi! ¿Qué haré solo sin ti? ALcEsTís. — El tiempo te tranquilizará. El que muc- re ya no es nada. ADMETO. — Llévame contigo, por los dioses, abajo ~. ALcEsTIs. — Basta con que yo muera por ti. ADMETO. — ¡Oh destino, de qué esposa me privas! 385 ALCESTIS. — Mi mirada empieza a recibir el peso d. la sombra. A~.DMET0. — Estoy perdido si me abandonas, mujef~ ALcESTIS. — Puedes decir que ya no soy nada. ADMETO. — Levanta el rostro, no abandones a tUI hijos. 39 El cinismo de Admeto alcanza aquí una altura inusitada’ ALCES ‘lIS 29 ALcESTIS. — Contra mi voluntad os digo adiós, hijos AS~METO. — ¡Miralos, míralos! ALCESTIS. — Ya no existo. ADMETO. — ¿Qué haces? ¿Nos abandonas? ALCESTIS. — ¡Adiós! ADMETO. — ¡Estoy perdido, infeliz de mí! CORIFEO. — Ha partido, ya no existe la esposa de Imeto. 390 EUMELO. Estrofa. ¡Ay de ;n suerte! Ya mamá se ha ido bajo tierra; no existe, padre mío, bajo la luz del sol. Nos ha 395

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andonado dejándonos huérfanos, ¡desdichada! Mira, ~ra sus párpados y sus manos inermes. (Se arroja escúchame, 400 yo, madre, ‘re el cadáver de Alcestis.) ¡dyeme, 2dre mía, te lo ruego! ¡Te llamo, te llamo hijo, que cae sobre tus labios! ADMETO. — Ni nos oye ni nos ve. A mi y nos ha golpeado una grave desgracia. a vosotros 405 EUMELO. Antistrofa. Yo, tan joven como soy, padre mío, debo hacer la ovegación de mi vida solo 40, privado de mi querida idre. ¡Cruel es el destino que he tenido! [...] Y tú, 410 :Tmana, tan pequeña como eres, también lo has com- ‘tido [...] ¡Oh padre, en vano, en vano contrajiste rimonio! Ni siquiera alcanzaste con ella el término la vejez, pues murió antes y, al haber desaparecido madre mía, nuestro hogar se ha destruido. 415 El adjetivo monóstolos se aplica con propiedad a una que realiza sola la navegación, sin escolta. Este uso meta- ~o ha sido plasmado en nuestra traducción. 30 TRAGEDIAS CORIFEO. — Admeto, es necesario que soportes estas desgracias, pues no eres ni el primero ni el último los mortales que ha perdido una excelente esposa. Hazte a la idea de que todos nosotros debemos pagar el tributo de la muerte. 420 ADMETO. — Lo sé y esta desgracia no se ha abalan-

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zado sobre mi desde el cielo de repente. La conocía y hacía tiempo que me torturaba. Mas, ya que debo llevar a cabo la conducción de este cadáver, perma- neced ahí y, mientras esperáis, entonad un peán en respuesta al dios de abajo, el que no admite libacio- 425 nes ~ A todos los tesalios, en quienes mando, les or• deno que participen en el dolor por esta mujer, con el cabello rasurado y la túnica negra. Los que uncís cuadrigas o ponéis el frontal a caballos de silla, con 430 el hierro cortad la crin de sus cuellos 42~ Que por la ciudad no haya sonido de flautas ni de lira, hasta que hayan transcurrido doce lunas. Pues ningún otro cadá- ver más querido enterraré que éste, ni mejor para mí. Me es merecedora de estas honras, puesto que es la única que ha muerto en mi lugar. Los sirvientes, Admeto y sus hijos vuelven a entrar en palacio acompañando el cadáver de Alcestis. CoRo. Estrofa. 436 ¡Hija de Pelías, que habites alegre la casa sin sol en las moradas de Hades! ¡Y que sepa Hades, dios de 41 Difícil es comprender aquí la alusión a un peán, que es un canto de triunfo en honor de Apolo e inadecuado para divi- nidades que, como las infernales, no admiten libaciones, ya que no puede influirse sobre ellas. DIANO opina que la expresión hace una referencia anticipada al triunfo de Alcestis sobre la muerte, pero esta explicación no deja de ser una ingeniosa conjetura. 42 Esta señal de dolOr no es invención del poeta, sino que era usual entre los tesalios, macedonios y persas. ALCESTIS 31 ‘a cabellera, y el anciano que se sienta junto al 440 mo y el timón como conductor de muertos, que a mejor mujer con mucho ha hecho pasar la laguna Aqueronte con su barca de dos remos! Antistrofa. Muchas veces te cantarán a ti los servidores de las as sobre la concha montaraz de siete cuerdas ~, 446

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rificándote con himnos sin lira en Esparta, cuando el giro de las estaciones regresa el mes Carneo, la luna llena permanece toda la noche en el cielo, 450 la brillante y esplendorosa Atenas ~. Tal es el canto e dejaste al morir a los aedos. Estrofa 2.a. ¡Ojalá estuviera en mi poder y pudiera a ti traerte 456 la luz desde las moradas de Hades y las corrientes Cocíto con el remo que golpea el agua infernal! ‘orque tú has sido la única, oh querida, entre las 460 ujeres, que te has atrevido a rescatar a tu esposo Hades, dando tu vida a cambio! ¡Que tenue la tierra ~ma te caiga, mujer! «a~ Si tu esposo tomara. un ~i’o lecho, objeto de enorme odio sería para mí y 465 ira tus hijos. ~3 Traducción literal que hace referencia al hecho de que la estaba hecha de un caparazón de tortuga sobre el que se lendia una piel de buey, como testimonia el Himno a Hermes 32). Los caparazones más famosos procedían del monte Par- mio, en la Argólide (PAUsANIAs, VIII 54, 7). ~ Co~i alyrois hÑmnois, se alude, probablemente, a recita- ~neS épicas sin acompañamiento musical. Las Carnéades se ebraban todos los años en Esparta en honor de Apolo, en mes Carneo (agosto-septiembre) y duraban nueve días. La ~rPn~-ia a Atenas es más difícil de entender, pero, quizá, ~s alude a su propio drama o a los dramas que, en su UlPO, estaban dedicados a la memoria de Alcestis en Atenas. 44& Aquí está testimoniada por primera vez esta expresión, 1 repetida, luego, en los epitafios griegos y latinos, como Iflula: Sit tíbi terra levis.

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32 TRAGEDIAS Antistrofa 2.a. La madre no quiso ocultar su cuerpo bajo tierr por su hijo, ni su anciano padre [...] Y no se atrevi~ 470 ron a salvar al hijo que engendraron, ¡crueles ambo, a pesar de su cabeza cana. Mas tú, en cambio, en flor de la juventud, muriendo en lugar de tu esposc te has ido. ¡Ojalá encontrara yo semejante amor e la unión con una esposa! ¡Suerte rara es eso en 475 vida! De ser así, sin duda, toda la vida la compartí, con ella. Aparece en escena Herach HERAcLES. — Extranjeros, aldeanos ~ de esta tierr de Feras, ¿puedo encontrar a Admeto en palacio? CORIFEO. — El hijo de Feres está en palacio, Hera cíes. Pero dinos si alguna necesidad te trae a ti a 480 tierra de los tesalios y a acercarte a esta ciudad a Feras. HERACLES. — Un trabajo realizo para Euristeo d Tirinto ~. CORIFEO. — ¿Y hacia dónde te encaminas? ¿A andar errante estás uncido? ~‘. HERACLES. — Voy en busca de la cuadriga de medes el Tracio. CORIFEO. — ¿Y cómo vas a conseguirlo? ¿Conoces al extranjero? 485 HERACLES. — No le conozco. Nunca llegué a la tier de los Bistones ~. ~5 Hemos traducido kóm~tai por ~aldeanos», ya que ~ esta palabra los Tesalios aludían a los miembros de una con nidad rural. ~ El trabajo que Heracles tenía que realizar para Eurist4 rey de Tirinto, consistía en traerle los caballos de Diomed rey de Tracia. <7 El continuo peregrinar de Heracles realizando los trabal encomendados por Euristeo es comparado metafóricamente la unión a un yugo, en la idea de que no puede sustraerse ellos. ~ Habitantes de Tracia. ALCESTIS 33

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CORIFEO. — No puedes apoderarte de los caballos lucha. HERACLES. — Ni a uno solo de mis trabajos puedo ~nunciar. CORIFEO. — Si matas, regresarás; si mueres, queda- allí. HERACLES. — No es la primera vez que voy a correr riesgo semejante. CORIFEO. — ¿ Y qué vas a ganar con vencer al amo? 490 HERACLES. — Llevar los potros al señor de Tirinto. CORIFEO. — No es fácil ponerles el freno en las qui- das. HERACLES. — Con tal que no soplen fuego por las inces. CORIFEO. — Pero destrozan hombres con sus ligeras andibulas. HERACLES. — De fieras montaraces es el pasto que 495 ces, no de caballos. CoRIFEo. — Podrás ver sus pesebres manchados de Ingre. HERACLES. — ¿Y de quién se jacta ser hijo el que los nienta? CORIFEO. — De Ares, de la áurea Tracia, un guerrero ~or del escudo ~. HERACLES. — Este trabajo que refieres tiene también sello de mi destino, pues siempre es duro y se enca- 500 una hacia lo escarpado, si es que debo entablar com- con los hijos que Ares engendró, primero con u, después con Cicno, y ahora voy a medirme, ercera vez, con estos caballos y con su amo. Pero sos verá s~unca al hijo de Alcmena temblar ante la O de un enemigo. (Admeto sale de palacio.) CORIFEO. — He aquí en persona al soberano de esta ra, a Admeto, que sale de palacio. Nueva alusión a Diomedes.

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34 TRAGEDIAS ADMETO. — ¡Salud, oh hijo de Zeus y de la sangre de Perseo! ~. 510 HERAcLES. — También yo te la deseo, Admeto, rey de los Tesalios. ADMETO. — Así lo quisiera yo, pues sé que en ti tengo un amigo. HERACLES. — ¿Qué te ha sucedido para llevar la ca- beza rasurada en señal de duelo? ADMETO. — En este día me dispongo a enterrar un cadáver. HERACLES. — ¡Que un dios aparte la desgracia de tus hijos! 515 ADMETO. — Vivos están en casa los hijos que yo en- gendré. HERACLES. — Si se trata de tu padre, ya era tiempo de que partiera. ADMETO. — También vive aquél y la que me engen- dró, Heracles. HERACLES. — ¿No habrá muerto tu esposa, Alcestis? ADMETO. — Sobre ella puedo darte una doble res- puesta. 520 HERACLES. — ¿Dices que ha muerto o que está viva? ADMETO. — Vive y no vive, éste es mi dolor. HERACLES. — No sé más que antes. Dices cosas sin sentido. ADMETO. — ¿No conoces el destino que ella debía afrontar? HERACLES. — Sé que ha consentido morir en tu lugar. 525 ADMETO. — ¿Cómo va a vivir, si consintió en ello? HERACLES. — ¡Vamos! ¡No te adelantes en llorar a tu esposa, déjalo para su momento! ADMETO. — Muerto está el que tiene que morir y ya no vive el que pereció.

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50 Perseo era abuelo de Alcmena, madre de Heracles. ALCESTIS 35 HERACLES. — Ser y no ser se consideran cosas dis- tintas. ADMETO. — Tú lo juzgas de una manera, Heracles, yo de otra. HERACLES. — ¿Por qué lloras? ¿Quién de los allega- 530 dos ha muerto? ADMETO. — Una mujer. De una mujer hemos habla- do hace un momento. HERACLES. — ¿Era extraña, o unida a ti por lazos de parentesco? ADMETO. — Extraña, mas, en otro sentido, ligada a la casa. HERACLES. — ¿Y cómo perdió la vida en tu casa? ADMETO. — Desde que murió su padre, estaba aquí 535 como huérfana. HERACLES. — ¡Ay, ojalá te hubiera encontrado, Ad- meto, exento de dolor! ADMETO. — ¿ Con qué intención tejes estas palabras? HERACLES. — Me encaminaré al hogar de otros hués- ~des. ADMETO. — No lo hagas, señor. Que no venga tan rande desgracia. HERACLES. — Para los que están apenados, molesto 540 que se presente un huésped. ADMETO. — Los muertos están muertos. Entra en la isa. HERACLES. — Vergonzoso es ser invitado en casa de higos que lloran. ADMETO. — Aparte están las habitaciones a las que Lmos a llevarte. HERACLES. — Déjame y te deberé mil gracias. ADMETO. — Tú no puedes ir al hogar de otro hom- 545 (A un esclavo.) Condúcele y ábrele las habitacio- apartadas de la casa y di a los que las tienen a cargo que le sirvan abundante comida. (A otros Vido res mientras Heracles se marcha.) Cerrad bien

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36 TRAGEDIAS por dentro las puertas de los patios. No es conve. 550 niente que los invitados a un banquete oigan sollozos ni que los huéspedes estén apenados. CORIFEO. — ¿Qué haces? ¿Te atreves a recibir a u~ huésped, teniendo delante una desgracia semejante, Admeto? ¿A qué esta locura? ADMETO. — Si de mi casa y de la ciudad hubiera expulsado a un huésped que se presenta, ¿me hubie- sss ras elogiado más? Es evidente que no, puesto que mi desgracia en nada habría menguado y yo habría que- brantado el deber de hospitalidad y a mis males otro mal habría añadido: que mi casa fuera llamada inhós- 560 pita. Yo mismo hallo en éste el mejor huésped, cada vez que me encamino a la sedienta tierra de Argos ~‘. CORIFEO. — ¿Cómo le has ocultado la desgracia pre- sente, si ha llegado un amigo, como tú mismo dices? ADMETO. — No habría querido entrar en casa, si hu- 565 biera sabido alguna de mis desgracias. Sé que a alguno, al hacer esto, le pareceré loco y no aceptará mi acción, pero mi casa no sabe rechazar ni deshonrar a los huéspedes. CORO. Estrofa l.a. ¡Oh morada de mi señor, siempre liberal y abierta 570 a todos los huéspedes! A ti también Apolo Pítico, de buena lira, se dignó habitarte. Y soportó ser pastor en 575 tus dominios, por las sinuosas laderas modulando pab toriles himeneos para tus rebaños. Antistrofa 1.a. Y para disfrutar de tus cantos se unían a los reba 580 ños abigarrados linces y, abandonando el valle d¿

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Otris 52, venía la amarillenta tropa de leones. Y al SOl ~‘ Sobre el epíteto aplicado a Argos, cf. Ilíada IV 171. 52 Monte de Tesalia. ALCESTIS 37 de tu citara, Febo, danzó el manchado cervatillo, dejando atrás, con ligera carrera, los abetos de altas sss copas, alegre con tu dulce canto. Estrofa 2.a. Pues habitas una casa muy rica en rebaños, junto • la laguna Bebía, de hermosas aguas. Las tierras de s~o labor y los suelos de las llanuras poseen como límite, hacia el tenebroso establo de los caballos del sol, el ~ de los Molosos, y sobre la inhóspita costa marina 595 .~el Egeo domina sobre el Pelión ~. Antistrofa 2.a. Y hoy, abriendo de par en par la casa, ha acogido un huésped con párpado húmedo, mientras lloraba cadáver de su querida esposa, muerta en la casa 600 re un instante. Pues la nobleza de espíritu impulsa al respeto de lo que es sagrado M• En los bue- reside toda sabiduría. Le admiro y en mi alma se ~nta la confianza de que el hombre piadoso será 605 - (Admeto sale de palacio acompañado del cortejo nebre.) ADMETO. — Benévola presencia de los hombres de ras, los servidores llevan en alto el cadáver, con XIas las ofrendas, hacia el túmulo y la pira. Vosotros la muerta, como es ritual, despedid, ahora que em- 610 rende su último camino. Entra Feres, seguido de los servidores con las honras fúnebres. Alusión al territorio de Tesalia sobre el que domina ~“‘eto. Esta estrofa es de muy difícil interpretación, sobre en el aspecto sintáctico. Cf., al respecto, DAUS, Alcestis 101-102. En este caso, el deber de hospitalidad, tan arraigado en

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mentalidad griega. 38 TRAGEDIAS CoRIFEO. — Veo a tu padre que avanza con paso anciano y a los acompañantes que llevan en sus manos ofrendas para tu esposa, ornamentos de difuntos. FERES. — Vengo a participar en tus desgracias, hijo. áís Has perdido una noble y prudente esposa, nadie lo pondrá en duda. Pero hay que soportarlo, por duro que sea. Acepta esta ofrenda y que vaya bajo tierra: 620 Su cuerpo debe ser honrado, ya que se ofreció a salvar tu vida, hijo, y no me dejó sin descendencia ni con- sintió que yo muriese, privado de ti, en una vejez penosa. A todas las mujeres ha dado la mayor gloria, atreviéndose a acción tan noble. (Dirigiéndose al cadd- 625 ver.) ¡Oh tú, que has salvado a mi hijo y nos has levan- tado a nosotros ya caídos, adiós! ¡Que seas feliz en las moradas de Hades! Afirmo que matrimonios tales benefician a los mortales; si no, no merece la pena casarse. ADMETO. — No has venido a este entierro invitado 630 por mí, ni considero tu presencia como la de un alle- gado. Ella nunca vestirá tu ofrenda, porque será ente- rrada sin necesitar nada de lo tuyo. Debías haber compartido el dolor, cuando yo estaba a punto de mo- rir. Pero tú que te has escabullido y has consentido, 635 a pesar de ser un anciano, que muera una persona joven, ¿te atreves a llorar este cadáver? ¿Es que no eras realmente el padre de mi cuerpo? ¿No me engen- dró la que dice haberme engendrado y se llama ini madre? ¿Hay que creer que, como si hubiese sido d sangre servib a escondidas fui confiado al pecho de tU 640 esposa? En la prueba has demostrado qué clase

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hombre eres, y no me considero hijo tuyo. En verdl que, por tu cobardía, sobresales por encima de todc tú que, siendo de tal edad y habiendo llegado al lir 645 de la vida, no te atreviste a morir por tu hijo. Su que permitiste que lo hiciera ella, que era una extrl ña, única a la que yo podría considerar con justicil ALCESTIS 39 y madre verdaderos. Bella batalla habrías libra- tú, si hubieses muerto en lugar de tu hijo. Al fin [cabo breve era el tiempo que te quedaba de vida. 650 y yo hubiéramos vivido el resto de nuestros días no hubiera gemido solo ante mis desdichas.] Tú, en aznbio, has goza.do de toda la felicidad que un hom- bre puede gozar. En la flor de tu edad fuiste rey y en mí un hijo como heredero de este palacio, 655 in peligro de morir sin descendencia y de dejar la msa huérfana a la rapiña de otros. No dirás que me as entregado a la muerte porque yo he deshonrado vejez, yo que he sido siempre muy respetuoso con- 660 >; y, a cambio de todo eso, tú y la que me dio el :r me habéis dado esta recompensa. Vamos, no te esnores en tener hijos que alimenten tu vejez y que, na vez muerto, vistan y expongan tu cadáver. Yo no 665 ~ré quien te entierre con esta mano mía, para ti me ~nsidero ya muerto. Y si, gracias a otro salvador, veo rayos del sol, de él yo me digo hijo y querido stentador de su vejez ~. Con palabras vanas los an- desean morir y se quejan de la vejez y de la 670 duración de su vida ~, pero, cuando la muerte erca, nadie quiere morir y la vejez ya no es una para ellos. CORIFEO. — Admeto, ya basta con la desgracia pre- mte. ¡Calla, no atormentes el alma de tu padre! F~it~s. — Hijo mío, ¿a quién te ufanas de maltratar 675 ~n tus injurias? ¿A un lidio o a un frigio comprado ~ Los comentaristas hacen notar lo absurdo del adjetivo ~Otrdphon, referido a Alcestis. Podría tratarse, quizá, del ea desesperado de que acontezca un milagro que le devuelva I~i4a de Alcestis (como así sucederá), en cuyo caso si podría r de la vejez de Alcestis.

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Probable alusión a la fábula de Esopo del viejo leñador muerte, en la cual el anciano, después de llamar con Stencia a la muerte, cuando ella acude a su llamada, la baza. 40 TRAGEDIAS con tu dinero? ~‘. ¿No sabes que soy tesalio, hijo legítimo de tesalio y libre? Te insolentas en demasía 680 y, después de haberme herido lanzando sobre mí pala- bras de jovenzuelo, no te irás así como así. Yo te he engendrado y te he criado para que seas señor de esta casa, pero no es mi deber morir en tu lugar. Yo no he recibido esta ley de mis padres, que los padres deban morir en lugar de sus hijos, ni es costumbre 685 griega. Tú has nacido para ti solo, ya feliz, ya des- graciado. Posees lo que debías obtener de mi. Mandas sobre muchos y te he de dejar tierras muy extensas, pues las recibí de mi padre antes. ¿En qué te he fal- 690 tado? ¿De qué te privo? No mueras tú por mí, que yo tampoco lo hago por ti. Gozas viendo la luz, ¿piensas que tu padre no goza con verla? Muy largo es, esa cuenta me echo, el tiempo que hay que estar bajo tierra, y la vida es corta, mas, aun así, agradable. Tú luchaste a brazo partido, sin pudor, por no morir 695 y vives, habiendo esquivado el destino fijado, después de haber matado a tu esposa. ¿Y me acusas a mí de cobardía, tú, el mayor de los cobardes, derrotado por una mujer que ha muerto por ti, por un muchacho hermoso? Buena artimaña has hallado para no morir 700 jamás, si logras convencer siempre a la mujer que ten- gas de que muera por ti. ¿Y luego echas en cara a los tuyos que no quieran hacerlo, tú que eres un cobarde? Calla, piensa que, si tú amas tu propia vida, todos

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705 la aman. Si nos lanzas esas injurias, tú oirás muchas y verdaderas ~. CORIFEO. — Muchos denuestos se han dicho ahora y antes. Cesa ya, anciano, de lanzar injurias contra tu hijo. 57 En la Atenas del siglo y la mayoría de los esclavos eran lidios o frigios. ~ El cinismo, la frialdad y el rigor lógico de toda la expo- sición de Feres son realmente asombrosos. ALCESTIS 41 ADMETO. — Habla, que yo ya he terminado de hablar. Si te duele oir la verdad, no tienes por qué faltarme. FERES. — Si hubiera muerto por ti, falta mayor ha- 710 bría cometido. ADMETO. — ¿ Es lo mismo que muera un hombre joven que un anciano? FERES. — Debemos vivir una sola vida, no dos. ADMETO. — ¡Pues vive más tiempo que Zeus! ~. FERES. — ¿Maldices a tus padres que nada injusto te han hecho? ADMETO. — Es que me di cuenta de que te gustaba 715 una vida larga. FERES. — ¿ Es que no vas a enterrar tú este cadá- ver en tu lugar? ADMETO. — Prueba evidente de tu cobardía, malvado. FERES. — Por mí no ha muerto. Eso no lo podrás decir. ADMETO. — ¡Ay, si algún día tuvieses necesidad de mí! FERES. — Pretende a muchas, para que mueran más. 720 ADMETO. — Ese reproche es para ti, pues no quisiste morir. FERES. — Querida es la luz de la divinidad, que- rida ~. ADMETO. — Mala es tu voluntad e indigna de un hombre. -- FERES. — No te has burlado de un anciano arras- trando su cadáver. ADMETO. — Morirás con mala fama, cuando mueras. 725 FERES. — La mala fama no me importa, una vez muerto.

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~ Esta maldición está lanzada con mucha ironía, ya que el Pueblo emparentaba Zi$3~ con tF~v. con lo cual quiere decir: iVive más que la vida misma! ~ Referencia a la vida, bajo la metáfora frecuente de la luz, concedida por los dioses. 42 TRAGEDIAS ADMETO. — ¡Ay, ay, qué desvergonzada es la vejez! FERES. — (Dirigiéndose al cuerpo de Alces tis.) esta no es desvergonzada, sino insensata. ADMETO. — Vete y déjame enterrar este cadáver. 730 FERES. — Me voy. Tú que la has matado serás su enterrador y pagarás el da ño a sus parientes. En ver- dad que Acasto no es un hombre, si no castiga en ti la sangre de su hermana. ADMETO. — Idos a paseo tú y la que contigo vive. 735 Envejeced sin hijos, aunque tengáis uno, como os tenéis merecido. No pongáis más el pie bajo este mismo techo. Y si pudiera repudiar por medio de heraldos tu hogar paterno, lo repudiaría. (A los hombres del 740 cortejo fúnebre.) Y nosotros, ya que tenemos que so- portar el mal presente, encaminémonos a poner el cadáver en la pira. CORIFEO. ¡Ay, ay, desgraciada por tu audacia, alma noble y generosa, adiós! ¡Que Hermes subterráneo 61 y Hades 745 te reciban benévolos! Si alguna cosa hay allí para los buenos, que participes de ella y seas del cortejo de la esposa de Hades ~. (El cortejo se encamina hacia la tumba acompañado por el coro.)

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Salen todos. Luego entra un sirviente. SIRVIENTE 62a• — Bien sé que muchos huéspedes y de todos los confines del mundo vienen a la morada 61 Entre las muchas atribuciones de Hermes, una de las más importantes consistía en guiar a las almas de los muertos a las moradas infernales de Hades, de aquí que recibiera el epíteto de «psycopompo~~, conductor de álmas. 62 Perséfone. Nótese la alusión un tanto escéptica a una posible recompensa a la virtud en el más allá. 62a Este monólogo del sirviente —como el de Heracles poco después (vv. 837-66)—, en la escena vacía, es algo inusual en las tragedias, pero que tiene frecuentes paralelos en escenas de la Comedia Nueva. ALCESTIS 43 de Admeto; a todos ellos he servido a la mesa. Pero 750 a uno peor que éste jamás recibí en este hogar. De buenas a primeras, a pesar de ver a mi señor apenado, entró y se atrevió a franquear las puertas. Luego, no ha aceptado con cordura la hospitalidad que se le podía ofrecer, a pesar de estar enterado de la desgra- cia, sino que, si algo no le llevábamos, nos apremiaba 755 para que lo hiciéramos. Coge en sus manos un gran vaso de hiedra y bebe el licor puro de la madre negra ~, hasta que, al empaparle, le calentó la llama del vino. Se corona la cabeza con ramos de mirto, ladrando 760 sonidos discordantes. Así que podían oírse dos músi- cas: él cantaba sin respetar en absoluto las desgra- cias de la casa de Admeto, y nosotros, los criados, llorábamos a la señora y, cubriéndonos el rostro, no se lo mostrábamos al huésped, pues Admeto así lo había ordenado. Ahora yo obsequio en casa a un hués- 765 ped, probablemente a un astuto ladrón y a un bandido, y ella ha salido de la casa sin que yo la haya podido acompañar ni extender mi mano, como señal de la- mento por mi señora, que era una madre para mi y pará todos los sirvientes, pues nos protegía de innu- 770 merables males, suavizando las iras de su esposo. ¿No odio con razón a este huésped, llegado en medio de desgracias? Heracles sale de palacio con una coro- na de mirto en su cabeza y una copa en

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la mano. HERACLES. — Oye, tú, ¿a qué vienen esas miradas graves y preocupadas? El criado no debe poner a los huéspedes mala cara, sino recibirlos con ánimo afable. 775 Tú ves ante ti a un amigo de tu señor y lo recibes COn rostro enfadado y cejijunto, por tomarte en serio un dolor ajeno a la casa. Ven aquí, para que yo te 63 Se refiere a la uva negra. 44 TRAGEDIAS 780 haga más sabio. ¿Conoces tú cual es la naturaleza de las cosas mortales? Creo que no. ¿De dónde ibas a saberlo? Óyeme, pues: todos los mortales deben pagar el tributo de la muerte y no hay ninguno que sepa si 785 vivirá al día siguiente. Oscuro es saber adónde se enca- mina la fortuna y no es posible enseñarla ni apren- derlo por la práctica”. Una vez que has oído esto y lo has aprendido de mí, alégrate, bebe, preocúpate sólo de tu vida de cada día, lo demás déjalo en manos 790 de la fortuna. Honra también a la más agradable de las diosas para los mortales, a Cipris 65, pues es una divinidad benévola. Manda a paseo lo demás y haz caso de mis palabras, si te parece que hablo con sen- satez, y así lo creo. ¿No vas a dejar el dolor en dema- 795 sia y a beber con nosotros, saltando por encima de estas desgracias, con la cabeza a rebosar de coronas? Bien sé yo que de tu estado de ánimo sombrío y que atenaza tu corazón te sacará, llevándote a otro anclaje, el balanceo de la copa”. Siendo mortales debemos 800 tener pensamientos mortales, de modo que para todos los graves y cejijuntos, a tenerme a mi por juez, la

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vida no es realmente vida, sino desgracia. SIRVIENTE. — Eso lo sabemos, pero nuestra situación presente no admite ni fiesta ni risa. 64 La fortuna, el azar, no puede conocerse ni por aprendi- zaje ni por la práctica, en cuanto que es algo incontrolable. Nótese que la fortuna es un componente predominante del tea- tro de Eurípides, por lo cual ha sido considerado, con razón, un precedente de la Comedia Media y Nueva, en la cual lo imprevisible de los golpes de la fortuna lo domina todo. 65 Cipris es Afrodita, la diosa del amor. ~ Estamos en presencia de una complicada metáfora, con interrelación de palabras procedentes del léxico marino, para explicar el efecto que el vino produce en los hombres. PítyloS designa el golpear cadencioso de los remos en el agua; methor- me! indica el cambio de anclaje, de puerto, desde la pena a la alegría; empesón, siguiendo a DALE, lo hemos traducido por ,‘salir de un estado~. ALCESTIS 45 HERACLES. — Una mujer extraña es la que está 805 muerta. Que no haya demasiado duelo, pues los seño- res de esta morada están vivos. SIRVIENTE. — ¿Que están vivos? ¿No conoces tú las desgracias de la casa? HERACLES. — Si tu amo no me ha mentido, si. SIRVIENTE. — Demasiado, demasiado hospitalario es él. HERACLES. — ¿Y no iba a recibir yo un trato hospi- 810 talario por un cadáver ajeno a la casa? SIRVIENTE. — En verdad que era ajeno a la casa, no lo sabes bien. HERACLES. — ¿No me habrá ocultado alguna desgra- cia que haya ocurrido? SIRVIENTE. — Vete tranquilo. A nosotros atañen las desgracias de los señores. HERACLES. — Tus palabras presagian penas no aje- nas a la casa. SIRVIENTE. — De no ser así, no me hubiera irritado 815 al ver como comías en el banquete. HERACLES. — ¿Es que mi huésped se ha burlado cruélmente de mi? SIRVIENTE. — No viniste en un momento oportuno

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para ser recibido en la casa, pues el dolor está con nosotros. Puedes ver nuestro cabello cortado y nues- tras negras vestiduras. HERACLES. — ¿Quién ha muerto? ¿ Ha partido alguno 820 de sus hijos o su anciano padre? SIRVIENTE. — Ha perecido la mujer de Admeto, ex- tranjero. HERACLES. — ¿Qué dices? ¿Y aun así me habéis con- cedido hospitalidad? SIRVIENTE. — Le dio vergilenza alejarte de la casa. HERACLES. — ¡Oh infeliz, qué compañera has per- dido! u 46 TRAGEDIAS 825 SIRVIENTE. — Todos hemos perecido, no ella sola. HERACLES. — Ya lo había presentido, al ver sus ojos derramando lágrimas, su cabeza rasurada y su rostro, pero me convenció, diciendo que llevaba al sepulcro un funeral ajeno. A mi pesar, después de atravesar 830 estas puertas, me puse a beber en la morada de este hombre hospitalario, estando él en una situación tan dolorosa. ¡Y mira que darme yo un banquete con la cabeza coronada! Culpa tuya es no habérmelo indi- cado, sumida como estaba la casa en semejante des- gracia. ¿Dónde la está enterrando? ¿Dónde le encon- traré y por qué camino? 835 SIRVIENTE. — Derecho por el camino que conduce a Larisa. Una tumba bien labrada verás al salir del arrabal. HERACLES. — ¡Oh corazón y mano mía que tanto habéis soportado, muestra ahora qué clase de hijo la tirintia Alcmena, hija de Electrión, le dio a• Zeus!

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840 Tengo que salvar a la mujer que acaba de morir e instalar de nuevo a Alcestis en esta casa y dar a Ad- meto una prueba de mi agradecimiento. Me voy a ir a acechar a la reina de los muertos, de negra túnica, 845 a la Muerte ~. Creo que la encontraré cerca de la tumba, bebiendo la sangre de sus víctimas”. Y si, lanzándome desde mi escondrijo, consigo atraparla y la rodeo con mis brazos, nadie conseguirá arrebatarme sus costados 850 doloridos”, hasta que me entregne a esta mujer. Pero 67 Téngase en cuenta que en griego Muerte (Thanaros) es masculino y, por- ello, es caracterizada en griego como ~~señor de muertos’., aunque en castellano lo - hemos traducido por <reina de los muertos’.. 68 Ya en la Nekya (Odisea XI 23) las sombras de los muer- tos van a beber la sangre de los animales sacrificados por Odíseo. ~ Costados doloridos por la presión de los brazos de Hera- cles. No se olvide, una vez más, que la lucha es entre un ALCESTIS 47 si yo fallo esta presa y no se aproxima a la sangrienta ofrenda, descenderé a las moradas sin sol de los de abajo, de Core y del Soberano ~ y la reclamaré, y tengo confianza en que conduciré arriba a Alcestis, para poder dejarla en los brazos de mi huésped, que me 855 recibió en su casa y no me expulsó, a pesar de estar golpeado por una pesada desgracia; sino que me la ocultó, como noble que es, en consideración a mi. ¿Quién de los tesalios más hospitalario que él? De se- guro que no tendrá que decir que un hombre noble 860 como él se ha portado generosamente con un hombre vil. Heracles se va y aparece Admeto se- guido del corte jo fúnebre. ADMETO. — ¡Ay, umbrales odiosos, vista odiosa de mi casa viuda, ay de mí! ¡Ay, ay! ¿Dónde iré? ¿Dónde me detendré? ¿Qué diré? ¿Qué no diré? ¿Cómo podría morir? Mi madre me engendró para un pesado destino. 865 Envidio a los muertos, siento pasión por ellos, deseo habitar sus moradas. Ya no gozo viendo los rayos del sol, ni poniendo el pie sobre la tierra. Tal es el rehén 870

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que la Muerte me ha arrebatado, para entregó rselo a Hades 71 CoRo. Estrofa. Avanza, avanza, entra en tu oculta casa ~. hombre y una divinidad masculina, Thanatos, no entre el héroe Y una mujer, la Muerte. ~ Core es Perséfone, la hija de Deméter; el Soberano es Hades, señor de los dominios infernales. ~ Thanatos, la Muerte, es una divinidad que consiste en la Personificación del hecho natural de morir, Hades, por el con- trario, es el dios de los infiernos. ~ Keuthos oikón es una perífrasis por oikos y alude a lo oculta que se encuentra la morada infernal de Hades, de la Cual no se puede volver nunca a la luz del sol. 48 TRAGEDIAS ADMETO. — ¡Ay, ay! CoRo. — Tu desgracia es merecedora de lamentos. ADMETO. — ¡O Ji, oh! CoRo. — Estás en el camino del dolor, lo sé bien. ADMETO. — ¡Ay, ay! CoRo. — Pero nada ayudas a la que está abajo. ADMETO. — ¡Ay, ay de mí! 876 CoRo. — ¡No ver ya más el rostro de una esposa querida, qué dolor! ADMETO. — Acabas de recordar lo que tortura mí 880 mente. ¿Qué mayor desgracia para un hombre que perder a su fiel esposa? ¡Ojalá que nunca hubiera ha-

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bitado casado con ella en esta casa! De los mortales envidio a los solteros y sin hijos. Una sola es su vida, 885 sufrir por ella es moderada carga; pero ver las enfer- medades de los hijos y el lecho de la esposa asolado por la muerte no es soportable, sobre todo pudiendo vivir siempre soltero y sin hijos. CoRo. Antistrofa. El destino, el destino que te ha llegado es difícil de afrontar. ADMETO. — ¡Ay, ay! 890 CoRo. — y tú no pones límite alguno a tu dolor. ADMETO. — ¡Oh, oh! CoRo. — Pesado de soportar, mas... ADMETO. — ¡Ay, ay! CoRo. — sopórtalo. No eres tú el primero que ha perdido... ADMETO. — ¡Ay, ay de mí! CoRo. — a su esposa. La desgracia, unas veces de una forma, otras de otra, oprime siempre a los mor- tales. ALCESTIS 49 ADMETO. — ¡Oh pesares sin fin y dolores por los 895 seres queridos bajo tierra! ¿Por qué me impediste ~3 arrojarme al cóncavo hoyo de la tumba y yacer muerto con aquella mujer incomparable? Dos almas fidelísi- 900 mas, en vez de una, tendría Hades consigo, habiendo atravesado juntos la laguna infernal. CORO. Estrofa 2.a. Había un hombre en mi familia que perdió un hijo digno de ser llorado, el único que tenía en la casa, 905 mas soportaba. con entereza la desgracia, aun privado de hijos, cuando se encaminaba ya a la época de los cabellos blancos y había avanzado mucho en el camino 910 de su vida. ADMETO. — ¡Oh figura de mi casa! ~. ¿Cómo fran- quearé tu entrada? ¿Cómo voy a habítarte ahora que mi destino ha cambiado? ¡Ay de mí! Mucha es la dif e-

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rencia ‘~. En aquella ocasión entraba en ella con las 915 teas del Pelión y los cantos de boda, sosteniendo la mano de mi esposa querida. Bulliciosa comitiva nos seguía, deseándonos felicidad a la muerta y a mí por habernos unido, nobles como éramos y de padres no- 920 bles por ambas ramas. Hoy, en cambio, el lamento contesta a los cantos de boda, y negras vestiduras, en lugar de blancas, me acompañan dentro, hacia un 925 túlamo nupcial solitario. ‘3 El cambio del sujeto plural de la exclamación al singu- lar de la pregunta podría explicarse con facilidad, si pensamos que las exclamaciones de dolor se refieren a un pesar singular que engloba todo en un concepto unitario. ~4 Este tipo de perífrasis, en lugar del simple casa, es carac- terístico de Euripides y de la poesía griega en general y sirve Para insistir en la emoción de la persona que habla, Que, en este caso, imagina todos y cada uno de los rasgos de la casa. 5 Entre cuando la franqueó por primera vez, en medio de cantos de boda, con Alcestis y el momento presente. 50 TRAGEDIAS CoRo. Antistrofa 2.a. En tu feliz destino te llegó este dolor, a ti, no curtido en la desgracia, pero has salvado tus días y tu 930 vida. Tu esposa murió, abandonó tu amor. ¿Qué hay de nuevo en esto? A muchos ya les robó la muerte a sus esposas. 935 ADMETO. — Amigos, considero más afortunado el des-

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tino de mi esposa, aunque parezca de otro modo, pues ya nunca la alcanzará ningún dolor; a sus muchos pesares puso fin con gloria. Yo, en cambio, que no debería vivir, habiendo escapado a mi destino de muer- 940 te, arrastraré una vida lamentable. Acabo de darme cuenta de ello. ¿Cómo podré soportar entrar en esta casa? ¿A quién saludaré al entrar y quién contestará a mi saludo, de modo que mi entrada en la casa sea agradable? ¿Adónde dirigiré mis pasos? La soledad 945 interior me echará fuera, cuando vea vacíos el lecho de mi esposa y las sillas en que se sentaba y por las habitaciones el suelo polvoriento y a mis hijos que, abrazados a mis rodillas, lloran a su madre, y a los criados que gimen por su señora, que se les ha ido 950 de la casa. Esto es lo que sucederá en mi hogar. Fuera me atormentarán las bodas de los tesalios y las reunio- nes a las que asistan mujeres, pues no podré sopor- tar ver a las compañeras de mi esposa. Y cualquier 955 enemigo mío dirá: «He aquí a quien vive con ver- guenza, aquel que no se atrevió a morir, sino que, por cobardía, entregó a cambio a su esposa y escapó a Hades. ¿Creerá que es un hombre? Odia a sus padres, cuando él mismo no quiso morir..» Tal fama se aña- 960 dirá a mis males. ¿Qué ganaré con vivir, amigos, abrumado por la mala fama y la desgracia? ji ALCESTIS 51 CoRO. Estrofa ~ 76 Yo, por medio de las Musas, llegué a las alturas celestes ~, y, después de aferrarme a innumerables doc- trinas, nada hallé más poderoso que la Necesidad ~. 965 Contra ella no hay remedio alguno en las tablillas tracias en las que se encuentra incisa la palabra de Orfeo ~, ni en cuantos remedios dio Febo, cortándolos 970 de las raíces, a los Asclepiadas, para los mortales de muchas enfermedades ~. Antistrofa 1.a. Es la única diosa que no tiene altares ni imágenes a que acudir, es sorda a los sacrificios. ¡Ojalá que no 975 caigas sobre mí, venerable 81, con más peso que en mi

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vida pasada! Pues lo que Zeus decide con un gesto, con tu ayuda lo lleva a cabo. Incluso dominas con tu 980 76 Se inicia un coro pesimista sobre el poder inexorable de la Necesidad. Como hace notar el escoliasta, es el propio Eurípides quien habla por medio del Coro. Se trata, probable- mente, de una alusión al esfuerzo baldío de sus estudios con Protágoras, Anaxágoras, Arquelao, Sócrates, etc. ~7 Se hace referencia aquí a los estudios de astronomía y a las especulaciones físicas del siglo y. ~ Ananke corresponde aquí a la Moira de Homero, en su formulación filosófica, y representa las leyes eternas e inmu- tables de la naturaleza. ~ La tradición asigna el nombre de Orfeo a una mezcla heterogénea de escritos filosóficos o que tratan de la curación de las enfermedades del cuerpo y del alma. Según el físico Hera- cides Póntico (s. iv a. C.), citado por el escoliasta, existía una Colección de estas tablillas en el santuario de Dioniso que había en Tracia. ~ Los Asclepiadas son los descendientes de Asclepio, el dios de la medicina. ~1 La Necesidad (Ananke) es llamada con el epíteto que se aplica a las diosas, es decir, Potnia, soberana, señora. L 52

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TRAGEDIAS fuerza al hierro de los cálibes 82~ A tu resolución tajante imposible es oponer reverencia alguna ~. Estrofa 2.a. A ti también te cogió la diosa en las inevitables 985 cadenas de sus manos. ¡Valor! Con gemidos nunca harás regresar de abajo a los que han perecido arriba. 990 Hasta los hijos de los dioses perecen y se diluyen en la sombra. Querida fue cuando estaba entre nosotros, 994 querida será también estando muerta. Unciste a tu lecho a la más noble de las esposas. Antistrofa 2.». Que la tumba de tu esposa no sea considerada como un montón de tierra de cadáveres desaparecí. dos, sino honrada como si de dioses se tratara, vene- íooo ración de los caminantes. Y alguno, desviándose de su ruta, dirá: «He aquí la que una vez murió por su es- poso y hoy es divinidad bienhechora, ¡salud, venera- toes ble señora! ¡Que nos seas propicia!» De este modo le hablarán. CORIFEO. — Pero he aquí, según parece, al hijo de Alcmena, oh Admeto, que camina hacia tu casa. HERACLES. — A un amigo hay que hablarle a las claras, Admeto, y no mantener los reproches bajo las íoío entrañas, acallándolos. Lo que yo pretendía, asistiendo de cerca a tu desgracia, era probarte que soy un amigo, pero tú no me revelaste que estaba expuesto el cadáver de tu esposa, sino que me acogiste en tu casa, como si estuvieras ocupado en un dolor ajeno. 82 Los cálibes eran un pueblo de Armenia, muy próximo al Ponto Euxino, famosos por su destreza en trabajar el fuego. 83 Es la conclusión lógica de lo dicho anteriormente. La resolución de la Necesidad no se puede torcer ni con súplicas ni con sacrificio alguno, ni con el respeto religioso aidós, en este caso. Como quiera~ que sea, es dificilisimo, por no decir imposible, verter el sentido de esta frase a nuestra lengua. ji ALCESTIS 53 Y yo me coroné la cabeza y ofrecía libaciones a los íoís

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dioses en esta morada tuya sumida en la desgracia. Yo te lo reprocho, te reprocho que haya ocurrido esto, si bien no deseo apenarte en tus males. Voy a decirte por qué he venido aquí, volviendo sobre mis pasos. 1020 Toma a esta mujer que ves aquí y guárdamela, hasta que regrese aquí trayendo los caballos tracios, después de haber matado al rey de los Bistones. Pero si me aconteciese lo que no deseo 2 ¡pueda yo regre- sar de nuevo! —, te la doy para que viva en tu casa. Con mucho esfuerzo ha llegado a mis manos. La razón 1025 es que he hallado por el camino a algunos que organi- zaban un certamen público, esfuerzo apropiado para atletas; de allí vengo trayendo a esta mujer como pre- mio de mi victoria. Los vencedores en pruebas de poca monta podían llevarse caballos; para los vencedores 1030 en pruebas más importantes, como el pugilato y la lucha, había cabezas de rebaño. Una mujer venía a continuación. Hubiera sido vergonzoso que, encontrán- dome allí, hubiera dejado escapar esta ganancia glo- riosa. Mas, como te dije, tú debes cuidarte de esta mujer. No es fruto de robo, sino que aquí llegó, des- 1035 pués de haberla conseguido con esfuerzo. Con el tiem- po quizá tú también me lo agradecerás. ADMETO. — Ni por deshonrarte ni por ponerte en una situación vergonzosa te oculté la suerte de mi desgraciada esposa, sino que este dolor se habría aña- dido a mi dolor, si te hubiese dirigido a la morada de 1040 algún otro huésped. Bastante tenía yo con llorar mi desgracia. En cuanto a esta mujer, te suplico, si es posible, señor, que se la des a guardar a algún otro tesalio que no haya sufrido lo que yo. Muchos hués- pedes tienes en~tre los de Feras. ¡No me recuerdes mis 1045 desgracias! No podría, al verla en mi casa, contener mis lágrimas. No añadas otra enfermedad a un enfer- L

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54 TRAGEDIAS mo; bastante estoy apesadumbrado por la desgracia. Y además ¿en qué lugar de mi morada iba a alojarse íoso una mujer joven? Pues es joven, a juzgar por su ves- tido y su adorno. ¿Acaso va a vivir bajo el mismo techo que los hombres? ¿Cómo permanecerá pura, yendo y viniendo entre jóvenes? No es fácil contener al que está en la flor de la edad, Heracles. Yo trato íoss de velar por tus intereses. ¿Quieres que la aloje en la habitación de la muerta? ¿Y cómo la hago entrar en el lecho de aquélla? Temo un doble reproche: el de la gente de aquí, no sea que alguno me eche en cara que, traicionando a mi bienhechora, caigo en el io6o lecho de otra joven, y el de la muerta: ella es digna de todo mi respeto, debo tenerlo en cuenta siempre. Y tú, oh mujer, quienquiera que seas, sabe que tienes el mismo aspecto que Alcestis y te asemejas a ella en 1065 el cuerpo. Aparta, por los dioses, a esta mujer de mi vista. No triunfes sobre uno que está derrotado. Viéndola creo estar viendo a mi esposa. Me turba el corazón y fuentes manan de mis ojos. ¡Oh desgra- ciado de mí, sólo ahora empiezo a saborear mi amargo dolor! 1070 CORIFEO. — Yo no sabría decir qué bien podría de- rivarse de este acontecimiento, pero, sea cual sea, hay que aceptar el don de la divinidad. HERACLES. — ¡Si tuviera tanto poder como para lle- var a tu esposa hacia la luz desde la moradas subte- rráneas y ofrecerte a ti este favor! íois ADMETO. — Bien sé que lo habrías querido. Pero ¿a qué viene este deseo? Los muertos no pueden regresar a la luz. HERACLES. — No te excedas, soporta lo que te ha deparado el destino. ADMETO. — Es más fácil aconsejar que soportar, cuando se sufre. ALCESTIS 55 HERACLES. — ¿Qué vas a adelantar con estar gimien-

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do siempre? ADMETO. — Yo mismo me doy cuenta, pero es como 1080 wi deseo que me arrastra. HERACLES. — Amar a quien está muerto invita al llanto. AIPMETO. — Me ha destruido, más no puedo decir. HERACLES. — Has perdido una excelente mujer, ¿quién lo negará? ADMETO. — Hasta el extremo de que este hombre que ves ya no gozará de la vida. HERACLES. — El tiempo suavizará tu mal, ahora aún íoss está en sazon. ADMETO. — El tiempo, sí, si es tiempo la muerte. HERACLES. — Una mujer te calmará, y los deseos de un nuevo matrimonio. ADMETO. — ¡Calla! ¿Qué dices? Nunca lo hubiera creído. HERACLES. — ¿Cómo? ¿No te casarás? ¿Mantendrás viudo tu lecho? ADMETO. — No habrá mujer que vaya a dormir a ío~o mi lado. HERACLES. — ¿Esperas causar algún provecho a la muerta? ADMETO. — Donde quiera que esté, mi deber es hon- rarla. HERACLES. — Te aplaudo, te aplaudo, pero te obli- gas a una locura. ADMETO. — Nunca me llamarás novio. HERACLES. — Te alabo por el amor fiel hacia tu 1095 esposa. ADMETO. — ¡Muera yo si la traiciono, aunque ella esté muerta! HERACLES. — Pues bien, recibe a ésta en tu noble morada.

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56 TRAGEDIAS ADMETO. — ¡No! ¡Te lo ruego por Zeus que te en- gendró! HERACLES. — Mira que te equivocas, si no lo haces. ííoo ADMETO. — Si lo hago, sentiré en mi corazón la mor- dedura del pesar. HERACLES. — Obedéceme, quizá obtengas un benefi- cio del favor. ADMETO. — ¡Ay de. mí! ¡Ojalá que nunca la hubie- ras ganado en el certamen! HERACLES. — Habiendo vencido yo, tú también com- partes mi victoria. ADMETO. — Bien dicho, pero que se vaya esta mujer. 1105 HERACLES. — Se irá, si es necesario, pero mira pri- mero si debe irse. ADMETO. — Debe, si es que con ello no vas a irri- tarte conmigo. HERACLES. — Tengo una razón para insistir tanto. ADMETO. — Salte con la tuya, pero lo que estás ha- ciendo no es de mi agrado. HERACLES — Llegará la ocasión en que me elogies. Limítate a obedecer. 1110 ADMETO. — (A los siervos.) Lleváosla dentro, si es preciso aceptarla en esta casa. HERACLES. — Yo no confiaría esta mujer a servi- dores. ADMETO. — Introdúcela tú mismo en la casa, si quieres. HERACLES. — Yo deseo confiaría a tus manos. ADMETO. — Yo no deseo tocarla. Es libre de entrar en la casa. 1115 HERACLES. — Sólo tengo confianza en tu mano de- recha. ADMETO. — Señor, me obligas a hacer esto sin yo quererlo. HERACLES. — Atrévete a extender la mano y tocar a

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la extranjera. ALCEStIS 57 ADMETO. — Bien, la extiendo. HERACLES. — Como si fueses a degollar la cabeza de la Gorgona ~. ¿La tienes? ADMETO. — Sí, la. tengo. HERACLES. — Guárdala, pues, y un día dirás que el 1120 hijo de Zeus fue un noble huésped. (Se acerca a la mujer y le quita el velo.) Dirige tu mirada hacia ella, si en ella ves algo digno de tu esposa y, feliz, deja a un lado tu dolor. ADMETO. — ¡Oh dioses! ¿Qué decir? Prodigio inespe- rado es éste. ¿Esta que estoy viendo es realmente mi esposa? ¿O es una alegría engañosa enviada por la 1125 divinidad la que me saca de mí? HERACLES. — No, no te engañas, sino que estás vien- do a tu propia esposa. ADMETO. — Mira, no vaya a ser esto una aparición infernal. HERACLES. — El huésped que has tenido no es un evocador de almas. AnMETo. — ¿Estoy viendo a mi esposa, a la que de- posité en la tumba? HERACLES. — Tenlo por seguro, pero no me extraña í 130 tu desconfianza ante lo que sucede. ADMETO. — ¿ Puedo tocarla, hablarle como a una es- posa viva? HERACLES. — Háblale. Ya tienes todo lo que de- seabas. ADMETO. — ¡Oh rostro y cuerpo de mi queridísima esposa, te tengo cuando ya no lo esperaba, cuando creía que no te había de ver nunca más! 84 La expresión <como si fueras a degollar a la Gorgona< alude a la cabeza de la Gorgona degollada por Perseo y que Convertía en piedra a quien la miraba. Similar reacción va a experimentar Adineto, cuando vea que la extranjera que le confía Heracles es su propia esposa.

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58 TRAGEDIAS 1135 HERACLES. — Es tuyo. ¡Ojalá que no te venga la en- vidia de los dioses! ADMETO. — ¡Oh hijo bien nacido del poderosísim4 Zeus, que seas feliz, y que el padre que te engendn te conserve! ¡Tú eres el único que has enderezadi mi casa! ¿Cómo has conseguido traerla desde abaj~ hasta esta luz? 1140 HERACLES. — Entablando combate con el dios qu la tenía en su poder. ADMETO. — ¿Dónde dices que trabaste ese comt con la muerte? HERACLES. — Junto a la tumba misma, afei con mis brazos desde el escondrijo. ADMETO. — ¿Por qué esta mujer está ahí quieta, su voz? HERACLES. — La ley divina no permite que oigas su 1145 palabras, antes de que se haya purificado de su con- sagración a los dioses infernales y haya llegado la ter- cera aurora. Ahora acompáñala dentro y en el futuro continúa mostrando a tus huéspedes la piedad de un uso justo ~. ¡Adiós! Me apresuro a cumplir el trabajo asig- nado para el rey, hijo de Esténelo ~. ADMETO. — Permanece con nosotros y comparte nUeS- tra casa. HERACLES. — En otra ocasión será, ahora debo apre- surarme. ADMETO. — ¡ Que te acompañe la fortuna y regrese de nuevo a nuestra casa! (Volviéndose hacia el mientras Heracles inicia la marcha.) Ordeno a los clii 1155 dadanos y a las cuatro provincias ~ que preparen corOd 85 La hospitalidad es la única prenda que ha exhibid<

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Adnieto a lo largo de toda la tragedia. 86 Padre de Euristeo. ~ Tesalia estaba dividida en cuatro provincias: Beba, Peri Yolco y GlaIIra. ALCESTIS 59 a celebrar estos momentos tan felices y que los •es humeen con la carne de vacas propiciatorias, s hemos cambiado a una vida mejor que la ante- No negaré que soy feliz. (Entra en palacio.) CoRo. Muchas son las formas de lo divino y muchas cosas 1í60 speradamente concluyen los dioses. Lo esperado no cumplió y de lo inesperado un dios halló salida. se ha resuelto esta tragedia ~. U Estas palabras finales del Coro se repiten en Andrómaca, llena, Las Bacantes y en Medea, si bien en forma algo diversa. ~bablemente fueron escritas originariamente para Alces fis.

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INTRODUCCIÓN Medea se representó bajo el arcontado de Pitodoro, primer año de la Olimpíada ochenta y siete, es ~ir, el año 431 a. C. El trágico Euforión obtuvo el mier premio en este certamen y Sófocles el segundo. ~¡rípides tuvo que conformarse con el último puesto, ia muestra más de la escasa aceptación de que gozó teatro entre sus contemporáneos. El drama formaba Irte de la tetralogía Medea, Filoctetes, Dictis y el urna satírico Los Recolectores, que ya se había per- do, a juzgar por la información del <Argumento., la época alejandrina. La leyenda. — El armazón mítico de la tragedia z es el resultado de una variada tradición legen- ., no siempre concordante en algunos detalles, ~rada en la famosa expedición de los Argonautas, rada en época helenística por el poeta Apolonio de Las y cuya finalidad consistía en la conquista del ~cix.o de oro. En los poemas homéricos, especial- ¡ [te en la Odisea, hallamos ya mención de Esón, e de Jasón, y de Pelias, tío del mismo, que tanta Portancia jugaron en la leyenda. También, y dentro la saga de la maga Circe, se nos habla del reino ~~etes, que era hermano de la hechicera. Es indu- ~, por tanto, que, en la época de composición de

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64 TRAGEDIAS los poemas homéricos y probablemente antes, los asil tentes á las recitaciones de los aedos conocían a perfección las peripecias de los Argonautas a borc de la nave Argo y su búsqueda del vellocino de 01 en la Cólquide. El nombre de Medea, no obstante, aparece documentado hasta la Teogonía de Hesíodo (956 y sigs.). Medea era hija de Eetes y de Idia, que, a su vez, era hija del Océano. Jasón era hijo de Esón y, después de haber culminado con éxito las duras pruebas impuestas por su tío y usurpador del trono paterno Pelias, se llevó a Medea a su patria de Yolco, se casó con ella y tuvo un hijo. La leyenda de los Argonautas aparece reflejada también en las composiciones de los poetas líricos, y en la IV Pítica de Píndaro encontramos la primera exposición detallada de la expedición, desde la apari. ción de Jasón a su tío y usurpador Pelias hasta el regreso victorioso de los expedicionarios a la isla de Lemnos, acompañados ya por Medea. Los detalles pro. cisos referidos en el Epinicio pindárico evidencian que la leyenda estaba ya en un estado de madurez total. El mito de Jasón no se concluía, no obstante, con el regreso a su país natal, en posesión del vellocino de oro. La muerte de su tío Pelias habria obligado a Jasón a abandonar Yolco y huir hacia otros lugares en compañía de su esposa Medea y de su hijo Mér- mero. Cárcino nos ha dejado en sus Naupáctica el testimonio de que en la isla de Corcira, en la que se había refugiado, su hijo había sido despedazado por una leona. Pero la tradición relacionaba los acOnteci- mientos posteriores al abandono de Yolco especial- mente con la ciudad de Corinto. Según las Cori ntíaca del poeta Eumelo, Eetes había recibido de su padre

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el Sol la ciudad de ~fira (luego Corinto), a donde irla Medea a recoger la herencia paterna, acompañada por Jasón, que reinaría compartiendo el trono con ella. MEDEA 65 juzgar por los datos de que disponemos, parece que leyenda primitiva era completamente independiente p la muerte de Pelias a manos de sus hijas por insti- Ición de Medea, para vengar, de este modo, a Jasón al padre de éste, Esón, a quien Pelias había asesi- ido para arrebatarle el trono de Yolco. Posterior- mente, ambas tradiciones serían puestas en relación, • la estancia de Jasón y de Medea en la ciudad de orixito se considerana originada por este asesinato, consecuencia del cual los esposos se habían visto ligados a exiliarse desde Yolco a Corinto. Además, poetas de ciclos épicos, como Creófilo en La goma de Ecalia, nos procura información sobre la muerte de Creonte, rey de Corinto, envenenado por Medea, y la posterior huida de ésta a Atenas, con otra acile de datos sobre la suerte de sus hijos. Teniendo en cuenta lo que acabamos de exponer, resulta evidente que la tradición situaba la venganza de Medea en la ciudad de Corinto. Cuando Pausanias recorrió Grecia, se enseñaba aún en Corinto la fuente a la que Glauce se arrojó, intentando liberarse de los efectos del terrible veneno, así como la tumba de los hijos de Medea, Mérmero y Feres, apedreados por los corintios como castigo por haber llevado a Glauce los funestos dones. En lo que toca a Medea, Creófilo afirmaba que se había refugiado en Atenas, y, según Pausanias, vivió en casa de Egeo y, después, por haber conspirado contra Teseo, se vio obligada a huir con su hijo Medo, fruto de sus amores con Egeo. Es claro que en el siglo y la leyenda estaba per- fectamente fijada y que el único punto de divergencia lo constituían las distintas versiones sobre la muerte de los hijos de Medea. Según unos, murieron a manos de los parientes de Creonte, según otros, asesinados Por los corintios, y algunos, por último, atribuían su flhuerte a la despechada Medea.

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66 TRAGEDIAS A pesar de que Esquilo y Sófocles se ocuparon, e varias tragedias, de diversos aspectos del mito de lc Argonautas, sólo el poeta Neofrón, al decir del mento», parece haber tratado el tema con anterio dad a Eurípides. Aunque alguna fuente sitúa a Neofró en el siglo iv, parece seguro que este poeta debió de vivir a mediados del siglo y. Los fragmentos que con. servamos de su obra nos permiten deducir que Eur pides se inspiró casi por completo en la tragedia d su predecesor. Estobeo nos ha legado quince verso importantísimos que constituían un fragmento del ni nólogo de Medea, en el cual describía la vacilación la heroína entre colmar su sed de venganza, o padecerse de sus amados hijos. La semejanza con célebre .monólogo euripideo (1021 y sigs.) ha llama la atención de los críticos, que han expresado opinic nes diversas sobre tan sorprendente hecho, en la cuales nosotros no podemos entrar. Valoración de la obra. — Sin la menor duda, Medei supera con mucho a Alcestis, por su estructura, fuerz¡ dramática y análisis profundo de los motivos que ini pulsan a obrar a los protagonistas. Probablemente forma con Hipólito la cima del drama euripideo. Coir” observa muy finamente Lesky 1, en ninguna otra cre ción del .teatro griego se han presentado con tantl nitidez las fuerzas oscuras e irracionales que puedel brotar del complejo corazón humano. Esta agonía con tinua entre sentimientos contrapuestos, entre razón irracionalidad, adquiere una formulación definitiva bellísima en tres monólogos, en los que Medea expreSa sus atormentados pensamientos (364; 1021; 1236). E

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deseo de venganza por la traición sufrida, el aY por sus hijos, la catástrofe que su acción ocasiona Cf. LESKY, Historia. pág. 398. MEDEA 67 psi palacio, se debaten, como dice Lesky, en el campo le batalla del alma de la infeliz Medea. Conviene des- Lcar, una vez más, cómo Eurípides ha centrado todo ~l problema sobre seres humanos de carne y hueso, >n sus pasiones violentas. Como ha notado muy bien Eéridier 2, un trágico como Esquilo habría hecho hin- apié, de acuerdo con la concepción tradicional griega, e exigía lavar con sangre los delitos de sangre, en problema religioso y hubiese llegado a la conclusión orno en la Orestía) de que las tribulaciones de Medea >n la secuela lógica de los actos impíos que cometió atando a sus hermanos para huir en pos de Jasón. n Medea de Eurípides no hay nada semejante. No interesa al poeta ni detenerse en problemas de corte ológico, como a Esquilo, ni tampoco ahondar en el [or humano como demostración de los peligros que acechar al hombre que, traspasando su límite, ace la ilusión de acercarse a la grandeza divina, ) nos lo hubiera presentado Sófocles. Eurípides ropuso escudriñar los recovecos de un alma feme- atormentada por el sufrimiento y la pasión, que Iza los sensatos dictados de la razón; con esta :a intención, legó a nuestra civilización una obra aestra de la escena que ejercería un influjo secular el patrimonio literario y musical (piénsese en dea de Cherubini) de toda Europa. Estructura esquemática de la obra. — ~LOGO (1-95). Monólogo de la nodriza y aparición en escena del pedagogo con la noticia del destierro de Medea. ROllo (96-213). Después de la entrada del Coro en escena, Sigue la párodo, propiamente dicha, entre el Coro, la nodriza y Medea. 2 ~ M6RIDIER, Euripide..., pág. 117.

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68 TRAGEDIAS E~isooxo 1.0 (214-409). Lamentación de Medea sobre la condi de la mujer y diálogo con Creonte. EsT~.sn.so 1.~ (410-445). El Coro filosof a sobre la violación los juramentos y lamenta la situación de Medea. Episooio 2.0 (446-626). Diálogo entre Medea y Jasón. ESTÁsIMo 2.0 (627-662). El Coro exalta el poderío de Cipris, d del amor. EPISODIO 3~o <663-823). Encuentro y diálogo entre Medea y Egu Medea, a continuación, expone su terrible proyecto. ESTA.SIMO 3o (824-865). El Coro hace un encendido elogio Atenas. Epxsooío 4•o (866-975). Nuevo diálogo entre Medea y Jasón. Esi~4sn~&o 4o (976-1001). El Coro llora la suerte de los niños de Medea. Epísonto 5o (1002-1250). Diálogo entre Medea y el pedagogo, le refiere la desgracia de palacio. A continuación, el ni sajero describe con detalle lo ocurrido. EsTAsIMo 5•o (1251-1292). El Coro presagia la catástrofe que avecina sobre los niños. Exooo (1293-1419). La primera escena es entre Jasón y el Cor La segunda, entre Jasón y Medea. ARGUMENTO

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Lbiendo venido Jasón a Corinto en compañía de a, se promete en matrimonio con Glauce, hija rey de Corinto. A punto de ser desterrada Corinto por Creonte, Medea suplica permanecer un más y obtiene su pe•tición. Para compensar este >r envía a Glauce, por medio de sus hijos, como lentes, un vestido y una corona de oro; nada más ~r uso de ellos, Glauce muere. Creonte muere tam- al estrechar a su hija entre sus brazos. Medea, de haber matado a sus propios hijos, montada ni carro de dragones alados, que recibió del Sol, hacia Atenas y allí se casa con Egeo, hijo de ~. Ferecides y Simónides dicen que Medea reju- a Jasón, haciéndolo cocer. Sobre su padre ~, el autor de los Regresos dice lo siguiente: Uflttó, volvió a Eson un amable muchacho en la flor de la dole la vejez con sus sabios recursos, [edad, indo muchas drogas en calderas de oro. Squilo, en Las nodrizas de Dioniso, cuenta que Iveneció también a las nodrizas de Dioniso hacién- 18 cocer con sus esposos. Estáfilo dice que Medea Perecer a Jasón del siguiente modo: ella misma ivitó a acostarse bajo la popa de la nave Argo, 70 TRAGEDIAS que estaba a punto de despedazarse por el paso tiempo; al caer la popa sobre Jasón, perdió la vió¡ El drama parece haber sido tomado de Neofrón, nu diante una adaptación, como dice Dicearco en su Vi4

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de Grecia y Aristót -‘~ - en sus Memorias. Le reprc chan no haber conservado fiel el carácter de Medea sino hacerle caer en llanto, cuando tramaba su pla, contra Jasón y su esposa. Se elogia, sin embargo, e comienzo por su carácter patético y su desarrol «y ni en los valles. - - >~, y lo que viene a continuaci. Timáquidas lo ha comprendido y piensa que trata de una inversión del orden lógico, como Hom «Habiéndose puesto vestidos perfumados y hal lavado». ARGUMENTO DEL GRAMATICO ARISTÓFANES DRIZA. ~ONTE. vos de Medea. IAGOGO. ÓN. w de mujeres. Ho. DEA. I4SAJERO. PERSONAJES Medea, sintiendo odio hacia Jasón, por haber: casado con la hija de Creonte, mató a Glauce, Creonte y a sus propios hijos. Luego se separó Jasón y se fue a vivir con Egeo. El argumento no sido tratado por ningún otro de los trágicos. El drama se desarrolla en Corinto. El coro es: compuesto de mujeres de la ciudad. Recita el Prólc la nodriza de Medea. La representación tuvo lugar bajo el arcontado C Pitodoro, el primer año de la Olimpiada ochenta siete. Euforión obtuvo el primer puesto, Sófocles el S segundo, Eurípides el tercero con Medea, Filoct cte Dictis y el drama satírico Los Recolectores, que se ha conservado.

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NODRIZA. — ¡Ojalá la nave Argo no hubiera volado robre las sombrías Simplégades hacia la tierra de Cól- ide’, ni en los valles del Pelión hubiera caído el cortado por el hacha 2, ni hubiera provisto de ~mos las manos de los valerosos hombres que fueron 5 buscar para Pelias el vellocino de oro! Mi señora no hubiera zarpado hacia las torres de la tierra de Yolco, herida en su corazón por el amor a Jasón, ni, habiendo persuadido a las hijas de Pelias a matar su padre ~, habitaría esta tierra corintia con su es- io poso y sus hijos, tratando de agradar a los ciudadanos de la tierra a la que llegó. como fugitiva y viviendo 1. En este prólogo informativo de la Nodriza se narran los principales acontecimientos de la famosa expedición de los Argonautas en la nave Argo, en busca del vellocino de oro a la Cólquide, región situada en el Ponto Euxino, al sur del Cáucaso, cual se accedía por entre dos rompientes rocosQs muy peli- grosos, las Simplégades. El comienzo contiene ya una bella metáfora, en la que las velas del navío son comparadas con las alas de un pájaro. 2 El Pelión es un monte de Tesalia famoso por sus bosques

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de pinos. Obsérvese la imagen que se conoce por el nombre de hysteron~proreron, que consiste en anticipar linguistícamente Una acción que lógicamente ha tenido que acontecer después, Pero que es considerada más importante desde el punto de Vista psicológico. Es evidente que el pino tuvo que caer a tierra Bates de que el navío surcase la mar. ~ Para vengar la muerte del padre de Jasón a manos de Pelias, Medea convenció a sus hijas de que descuartizaran a su Padre y lo pusieran a cocer, asegurándoles que de este modo recobrana la juventud, pero Pelias no volvió a recobrar la vida. 74 TRAGEDIAS en completa armonía con Jasón: la mejor salvaguarda 15 radica en que una mujer no discrepe de su marido. Ahora, por el contrario, todo le es hostil y se duele de lo más querido, pues Jasón, habiendo traicionado a sus hijos y a mi señora, yace en lecho real, después de haber tomado como esposa a la hija de Creonte, 20 que reina sobre esta tierra. Y Medea, la desdichada, objeto de ultraje, llama a gritos a los juramentos 4, invoca a la diestra dada, la mayor prueba de fidelidad, y pone a los dioses por testigo del pago que recibe de Jasón. Ella yace sin comer, abandonando su cuerpo 25 a los dolores, consumiéndose día tras día entre lágrí.. mas, desde que se ha dado cuenta del ultraje que ha recibido de su esposo, sin levantar la vista ni volver el rostro del suelo y, cual piedra u ola marina, oye 30 los consuelos de sus amigos ~. Y si alguna vez vuelve su blanquisimo cuello, ella misma llora en sí misma a su padre querido, a su tierra y a su casa, a los que traicionó para seguir a un hombre que ahora la tiene en menosprecio. La infortunada aprende, bajo su des- 35 gracia, el valor de no estar lejos de la tierra patria.

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Ella odia a sus hijos y no se alegra al verlos, y temo que vaya a tramar algo inesperado, [pues su alma es violenta y no soportará el ultraje. Yo la conozco 40 bien y me horroriza pensar que vaya a clavarse un afilado puñal a través del hígado, entrando en silencio en la habitación donde está extendido su lecho, o que vaya a matar al rey y a su esposa y después se le venga encima una desgracia mayor], pues ella es de 45 temer. No será fácil a quien haya incurrido en su odio que se lleve la corona de la victoria. Alusión a los juramentos dados por Jasón a Medea res- pecto a su fidelidad, en los momentos de peligro de su viaje a la Cólquide. 5 Con esta comparación, se resalta lo inflexible del tempera- mento de Medea. MEDEA 75 Pero he aquí a los hijos que vienen de ejercitarse en la carrera, sin preocuparse en absoluto de las des- gracias de su madre, pues a una mente joven no le gusta sufrí. PEDAGOGO. — Antigua esclava de mi señora 6, ¿por so qué estás junto a las puertas tan solitaria, lamentando contigo misma desgracias? ¿Cómo consiente Medea en estar sola sin ti? NODRIZA. — Anciano compañero de los hijos de Ja- gén. para los buenos esclavos es una calamidad que rueden mal las cosas de sus amos, y hace mella en ss sus corazones. Yo he llegado a un grado tal de sufri- miento, que el deseo me ha impulsado a venir aquí a confiar a la tierra y al cielo las desgracias de mi señora. PEDAGOGO. — ¿No cesa aún la desgraciada en sus gemidos? NODRIZA. — Envidio tu ingenuidad. El dolor está en 60 su principio y aún no ha llegado a su mitad. PEDAGOGO. — ¡Insensata!, si es lícito dirigirse así a los señores. ¡Cuán lejos está de conocer sus nuevas desgracias! ~. NODRIZA. — ¿Qué sucede, anciano? No rehuses ha- blar. PEDAGOGO. — Nada. Bien arrepentido estoy de lo que

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acabo de decir. NODRIZA. — No, por tu mentón ~, no ocultes nada a 65 tu compañera de esclavitud, pues yo guardaré silencio si es necesario. 6 En el texto original griego dice literalmente: antigua pose- Sión de 1a casa de mi sdiora. ~ Hemos seguido al editor italiano VALGIGLIO en la traduc- Ción de la frase introducida por hós con valor exclamativo, CD lugar de causal. ‘ Gesto habitual de súplica que se dirige a los ancianos. 76 TRAGEDIAS PEDAGOGO. — He oído a alguien, haciendo que no prestaba atención, y acercándome a los jugadores de: dados allí donde los más ancianos están sentados aíre. 70 dedor de la augusta fuente de Pirene-9, que Creonte, soberano de esta tierra, iba a expulsar de este suelo a estos niños con su madre. Mas ignoro si este rumor es verdadero. Desearía que no lo fuese. NODRIZA. — ¿Y Jasón va a permitir que sus hijos 75 sufran esto, aunque no se lleve bien con su madre? PEDAGOGO. — Las antiguas alianzas ceden el paso a las nuevas y aquél ya no es amigo de esta casa. NODRIZA. — Estamos perdidos, si un nuevo mal afia.~ dimos al antiguo, antes de haber apurado este pre. sen te 10 80 PEDAGOGO. — Tú, al menos —pues no es momentY de que lo sepa la señora~—, tranquilízate y guarda si. lencio. NODRIZA. — Hijos, ¿oís cómo se porta vuestro padre

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con vosotros? Que no perezca, pues es mi señor, pero! no hay duda de que es un malvado con los suyos. 85 PEDAGOGO. — ¿Y quién no de los mortales? Acabas de comprender que todo el mundo se ama más a sI~ mismo que a su prójimo”, [unos con razón y por interés], si te fijas en que su padre no los ama ~ causa de su lecho 12 9 La fuente de Pirene, famosa por la dulzura de sus aguaS, fue donada por Asopo (dios del no homónimo) a Sísifo, rey, de Corinto, por haberle revelado el rapto que habla llevado 5, cabo Zeus de su hija Egina. ¡0 En este verso hay una bella metáfora basada en el 115< de un verbo que se emplea específicamente en la vida mali nera. En nuestra traducción no ha podido ser reflejada con nlC nitud, si tenemos en cuenta que el verbo exantleó vaciar de agua la sentina de la nave’ y, de aquí, ‘apurar. 11 El verso 86 se convirtió en proverbial. 12 Se refiere al lecho de su nueva esposa. MEDEA 77 NODRIZA. — Entrad, todo irá bien, dentro de la casa, ~s. Y tú, tenlos lo más apartados que puedas y no 90 ~s acerques a su irritada madre, pues ya la he visto mirarlos con ojos fieros de toro, como tramando algo. ~ cesará en su cólera, lo sé bien, antes de desenca- nana sobre alguien. ¡Que, al menos, cause mal a 95 us enemigos y no a sus amigos! MEDEA. — (Desde dentro.) ¡Ay, desgraciada de mí e feliz por mis sufrimientos! ¡Ay de mí, ay de mi! dmo podría morir? NODRIZA. —Cemo os decía, niños queridos, vuestra ioo sadre excita su corazón y su cólera D~ Apresuraos a ntrar en casa y no os acerquéis a su vista ni os aproxi- PI¿iS a ella, guardaos del carácter salvaje y de la íturaleza terrible de su alma despiadada. ¡Vamos, los liTad cuanto antes! (Los nifios y el pedagogo entran la casa.) Es evidente que esta nube de lamentos empieza a levantarse pronto estallará con más ‘r ~ ¿Qué podrá llegar a hacer un alma orgullosa, no de dominar y mordida por la desgracia? MEDEA. — (Desde dentro.) ¡Ay, sufro, desdichada, su-

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infortunios que merecen grandes lamentos! ¡Ay, s malditos de una odiosa madre, así perezcáis con lestro padre y toda la casa se destruya! NODRIZA. — ¡Ay de mí, ay desgraciada de mí! ¿Qué íos Irte tienen tus hijos en los errores de su padre? 15 ~ Estamos ante una hendíadis típica de las lenguas clásicas, 1 lugar de la expresión más engarzada la cólera de su corazón. ~ Algunos comentaristas consideran este pasaje un tanto .1.1ro y de difícil interpretación, si bien creemos que no hay “‘es dificultades para captar el juego de bellas metáforas que Paran la pasión de Medea con el progresivo desencadenarse ‘fla tempestad. Sobre la frase néphos andpsei .la nube esta- con resplandor., cf. Fenicias 250 néphos phtégei, con un flificado similar. ~ Interrogante de rancio abolengo en toda l~ literatura ¡a, documentado ya en Homero y posteriormente en autores TAO Solón, Teognis, etc. 78 TRAGEDIAS ¿Por qué los odias? ¡Ay de mí, hijos, cómo me angus- tía la idea de que vayáis a sufrir algo! Terribles son 120 las decisiones de los soberanos; acostumbrados a obe- decer poco y a mandar mucho, difícilmente cambian los impulsos de su carácter. Mejor es acostumbrarse a vivir en la igualdad; en lo que a mí toca, ¡ojalá enve- 125 jezca, no entre grandezas, sino en lugar seguro! Mode- ración es la palabra más hermosa de pronunciar, y ser. virse de ella proporciona a los mortales los mayores beneficios. El exceso, por el contrario, ningún prove- cho procura a los mortales y devuelve, a cambio, las 130 mayores desgracias, cuando una divinidad se irrita contra una casa.

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CoRo. He oído la voz, he oído el grito de la desdichada mujer de Cólquide. Aún no está tranquila. Pero habla, 135 anciana: sobre mi umbral he oído un grito dentro de palacio. No me alegro, mujer, con los dolores de la casa, pues he llegado a tomarle cariño. NODRIZA. — La casa ya no existe. Ha desaparecido 140 ya por completo, pues a él lo posee un lecho real ~, y ella, mi señora, consume su vida en su habitación nupcial, sin que las palabras de ningún ser querido lleven alivio a su espíritu. MEDEA. — (Desde dentro.) ¡Ay, que la llama celeste 145 atraviese mi cabeza! ¿Qué ganancia obtengo con seguir viviendo? ¡Ay, ay! ¡Ojalá me libere con la muerte, aban- donando una existencia odiosa! CoRo. Estrofa l.~. 150 ¿Has oído, oh Zeus, tierra y luz, qué canto de dolor entona la infeliz esposa? ¿Qué deseo del terrible lecho ‘~ 16 La expresión lecho real alude a la circunstancia de qUC Jasón, traicionando su fidelidad a Medea, se acaba de casar con Glauce, hija de Creonte, rey de Corinto. 17 El terrible lecho es el de muerte, es decir, Hades. MEDEA 79 te tiene cogida, oh insensata? El fin de la muerte ven- drá pronto. ¡No hagas esta súplica! Si tu marido honra un nuevo lecho, responsabilidad suya es, no te íss irrites. Zeus te hará justicia en esto. No te consumas en exceso llorando a tu esposo. MEDEA. — (Desde dentro.) ¡Gran Zeus y Temis au- 160 gusta! 18~ ¿Veis lo que sufro, encadenada con grandes juramentos a un esposo maldito? ¡Ojalá que a él y a su esposa pueda yo verlos un día desgarrados en sus palacios, por las injusticias que son los primeros en 165 atreve rse a hacerme! ¡Oh padre, oh ciudad de los que me alejé, después de matar vergonzosamente a mi her- mano! NODRIZA. — ¿Ois lo que dice y con qué gritos invoca a Temis, guardiana de las súplicas, y a Zeus, que es 170 considerado por lc~s mortales custodio de los juramen- tos? No será posible que mí señora calme su cólera con poco.

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CoRo. Antistrofa l.~. ¿Cómo podría venir ante nuestra vista y aceptar el sonido de nuestras palabras, por si ‘pudiese renun- 175 ciar a la cólera que abruma su corazón y al propósito de su mente? ¡Que mí celo al menos no falte a mis amigos! Entra y tráela aquí fuera de la casa. 1-láblale iso de nuestra amistad. Apresúrate, antes de que cause algún mal a los de dentro, pues su dolor se desenca- dena con más violencia. ‘~ Todos los manuscritos dan aquí la lección Oh gran Temis Y venerable Artemis, pero debido a la contradicción con el Verso 169, en el que la Nodriza nos dice que su señora invoca a Zeus y Temis, hemos aceptado la corrección de WEIL, que Siguen MÉRIDIER y otros. La diosa Temis es la representación de la justicia divina; realmente es un atributo personificado de Zeus, supremo garante de la justicia entre los dioses y los hombres. 80 TRAGEDIAS 185 NODRIZA. — Lo haré, aunque temo no convencer a mí señora; sin embargo, me echaré esta pena sobre mis espaldas para agradarte, a pesar de que lanza a sus criadas fieras miradas de leona que acaba de parir, cada vez que alguno se acerca a dirigirle la palabra. 190 Uno no se equivocaría, si llamara ciegos y necios a los hombres que nos han precedido, pues inventaron him- nos para las fiestas, los banquetes y los festines, que 195 alegran la vida de quien los escucha, pero ninguno inventó el medio de calmar los dolores odiosos a los

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mortales con la música y los cantos de muchos acor- des; de ellos vienen las muertes y los terribles infor- tunios que abaten las casas. Sin embargo, sería prove- 200 choso que los hombres los sanaran con cantos. ¿A qué viene alzar la voz en vano en los banquetes opíparos? La abundancia del festín basta para llevar alegría a los mortales. CoRo. Epodo. 205 He oído el clamor gemebundo de los lamentos y los gritos penosos y penetrantes que lanza contra su mal- vado esposo, traidor a su lecho. Ella invoca, como tes- timonio de la injusticia padecida, a Temis ~ hija de 210 Zeus, cus todia de los juramentos, que la condujo a la costa opuesta de Grecia, a través del mar nocturno, hasta la salina llave 21 del mar infinito. 19 En la Teogonía de Hesíodo, Temis es hija de Urano y Gea (y. 135) y la segunda esposa de Zeus (y. 901). Posteriormente Dice o Justicia, hija de Zeus y Temis (y. 902) fue identificada con Temis, de donde se originó el hecho de que Temis fuera considerada hija de Zeus en lugar de su esposa. 20 Se han propuesto muchas explicaciones del epíteto ‘obs- curo’ aplicado al mar; quizá hace referencia a la visión del mar por la noche, como piensa el escoliasta, pero probablemente hace alusión a la oscuridad de las profundidades marinas. 21 Alusión al estrecho del Bósforo tracio, mejor que a los Dardanelos. MEDEA 81 MEDEA. — (Aparece en escena y se dirige al Coro.) ijeres corintias, he salido de mi casa para evitar 215 tros reproches, pues yo conozco a muchos hom- soberbios de natural —a unos los he visto con propios ojos, y otros son ajenos a la casa— que, por su tranquilidad, han adquirido mala fama de mdi- -ferencia. Es evidente que la justicia no reside en los ojos de los mortales, cuando, antes de haber sondeado con 220 - el temperamento de un hombre, odian sólo con la vista, sin haber recibido ultraje alguno. El ex- tranjero debe adaptarse a la ciudad, y no alabo al ciudadano de talante altanero que es molesto para

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sus conciudadanos por su insensibilidad. En cuanto 225 a mí, este acontecimiento inesperado que se me ha venido encima me ha partido el alma. Todo ha aca- bado para mí y, habiendo perdido la alegría de vivir, deseo la muerte, amigas, pues el que lo era todo para~ mi, no lo sabéis bien, mi esposo, ha resultado ser el más malvado de los hombres. De todo lo que tiene vida y pensamiento, nosotras, 230 las mujeres, somos el ser más desgraciado. Empeza- mos por tener que comprar un esposo con dispendio de riquezas y tomar un amo de nuestro cuerpo, y éste es el peor de los males. Y la prueba decisiva reside 235 en tomar a uno malo, o a uno bueno. A las mujeres no les da buena fama la separación del marido y tam- poco les es posible repudiarlo U• Y cuando una se en- Cuentra en medio de costumbres y leyes nuevas, hay que ser adivina, aunque no lo haya aprendido en casa, para saber cuál es el mejor modo de comportarse con 240 ~ Ejemplo de la situación de inferioridad en que se encon- traba la mujer en Atenas, si bien Eurípides evidencia aquí un flotorio anacronismo, ya que en el siglo y la mujer podía davorciarse del marido con el patrocinio del arconte, aunque esto la desacreditaba. 82 TRAGEDIAS su compañero de lecho. Y si nuestro esfuerzo se ve coronado por el ‘~xito y nuestro esposo convive con nosotras sin aplicarnos el yugo por la fuerza, nuestra vida es envidiable, pero si no, mejor es morir. Un hombre, cuando le resulta molesto vivir con los suyos, 245 sale fuera de casa y calma el disgusto de su corazón

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[yendo a ver a algún amigo o compañero de edad].’ Nosotras, en cambio, tenemos necesariamente que mi- rar a un solo ser. Dicen que vivimos en la casa una vida exenta de peligros, mientras ellos luchan con la 250 lanza. ¡Necios! Preferiría tres veces estar a pie firme con un escudo, que dar a luz una sola vez. Pero el mismo razonamiento no es válido para ti y para mí. Tú tienes aquí una ciudad, una casa pater- na, una vida cómoda y la compañía de tus amigos. 255 Yo, en cambio, sola y sin patria, recibo los ultrajes de un hombre que me ha arrebatado como botín de una tierra extranjera, sin madre, sin hermano, sin pariente en que pueda encontrar otro abrigo a mi desgracia ~. Pues bien, sólo quiero obtener de ti lo 260 siguiente: si yo descubro alguna salida, algún medio para hacer pagar a mi esposo el castigo que merece,’ [a quien le ha concedido su hija y a quien ha tomado por esposa], cállate. Una mujer suele -estar llena dc temor y es cobarde para contemplar la lucha y el lije 265 rro, pero cuando ve lesionados los derechos de su lecho, no hay otra mente más asesina. CORIFEO. — Así lo haré. Tú tienes derecho a castigar a tu esposo, Medea. No me causa extrañeza que te duelas de tu infortunio. Pero estoy viendo a Creonte, 270 señor de esta tierra, que se acerca, mensajero de’. nuevas decisiones. 23 Típica metáfora eu’ripidea basada en la comparación COD el lenguaje marinero. MEDEA 83 CREONTE. — A ti, la de mirada sombría y enfurecida contra tu esposo, Medea, te ordeno que salgas deste- rrada de esta tierra, en compañía de tus dos hijos y que no te demores. Ya que yo soy el árbitro de esta orden, no regresaré a casa antes de haberte expulsado 275 fuera de los límites de esta tierra. MEDEA. — ¡Ay, estoy completamente perdida, des- graciada de mi! Mis enemigos despliegan todas las velas y no hay desembarco accesible para escapar a esta desgracia ~. Mas, a pesar de mi situación desfa- 280

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vorable, voy a hacerte una pregunta. ¿ Por qué me expulsas de esta tierra, Creonte? C1t~OnTE. — Temo que tú, no hay por qué alegar pretextos, causes a mi hija un mal irreparable. Muchos notivos . contribuyen a mi temor: eres de naturaleza 285 y experta en muchas artes maléficas, y sufres verte privada del lecho conyugal. Oigo decir que mmenazas, así me lo refieren, con hacer algo contra padre que ha concedido en matrimonio a su hija, el esposo y la esposa. Antes de que esto suceda, ~omaré mis precauciones. Preferible es para mí atraer- 290 me ahora tu odio, mujer, que llorar luego amargamente mii blandura. MEDEA. — ¡Ay, ay! No es ahora la primera vez, sino ie ya me ha ocurrido con frecuencia, Creonte, que te ha dañado mi fama y procurado grandes males ~. [unca hombre alguno, dotado de buen juicio por na- luraleza, debe hacer instruir a sus hijos por encima 295 ~e lo normal, pues, aparte de ser tachados de holga- mnería, se ganarán la envidia hostil de sus conciu- adanos. Y si enseñas a los ignorantes nuevos cono- mtos, pasarás por un inútil, no por un sabio. por el contrario, eres considerado superior a los 300 Cf. la nota anterior. ‘~ Medea tenía merecida fama de sabia y de maga. 84 TRAGEDIAS que pasan por poseer conocimientos variados, parece- rás a la ciudad persona molesta ~. Yo misma participo de esta suerte, ya que, al ser sabia, soy odiosa para 305 unos 1... (304>] y para otros hostil. Y la verdad es

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que no soy sabia en exceso. Como quiera que sea, tú tienes miedo de que yo te proporcione algún daño. No tiembles ante mí, Creonte, no estoy en condiciones de cometer un error contra los soberanos. Y además, 310 ¿en qué me has ofendido tú? Diste a tu hija a quien te placía. A mi esposo es a quien odio, pero tú, así lo creo, has obrado con sensatez. No siento envidia ahora de que todo te salga bien. Celebrad la boda, que os acompañe la felicidad, pero permitidme habi- 315 tar esta tierra. Mantendré en silencio la injusticia reci- bida, pues he sido vencida por quienes son más pode- rosos. CREONTE. — Dices cosas dulces de oír, pero temo que dentro de tu mente maquines contra mí algún mal y ahora confío en ti menos que antes, pues de una mujer de ánimo irritado, lo mismo que de un hombre, 320 es más fácil guardarse que de un sabio silencioso. ¡Vete lo más rápido que puedas y no hables más! Así se ha decidido y ningún artificio te valdrá para que- darte entre nosotros, ya que eres enemiga nuestra. MEDEA. — (Abrazándose a sus rodillas en señal de súplica.) ¡No, te lo suplico por tus rodillas y por tu hija recién casada! 325 CREONTE. — Gastas palabras. No lograrás convencer- me nunca. En todo este pasaje hallamos claras alusiones al peligro que corre el filósofo en su actuación ante el vulgo, argumento que era tratado también en su tragedia Antiope. En el fondo se debate el problema de la utilidad o inutilidad del sabio para la comunidad, lo cual prueba lo cercano que estaba ya el divor- cio de la unión sabio-comunidad. Esto lo sabia pei-fectamente Eurípides, llamado, con razón, el filósofo de la escena. MEDEA 85 MEDEA. — ¿Vas a echarme sin tener en considera- ción mis súplicas? CREONTE. — No te quiero a ti más que a mi casa. MEDEA. — ¡Oh patria, cómo me embarga tu recuerdo! CREONTE. — Fuera de mis hijos, nadie hay más que- rido para mí. MEDEA. — ¡Ay, ay, qué gran mal son los amores 330 para los mortales!

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CREONTE. — Depende, creo, de cómo se presenten las circunstancias. MEDEA. — ¡Zeus, ojalá no te pase desapercibido el culpable de estas desgracias! CREONTE. — ¡Vete, insensata, y librame de este su- frimiento! MEDEA. — Yo soy la que sufro sin tener necesidad de ello. CREONTE. — (Haciendo un gesto a los hombres de su 335 escolta.) Rápido, si no quieres ser expulsada a la fuer- za por mis servidores. MEDEA. — Eso no, Creonte, te lo ruego. CREONTE. — Vas a ocasionarnos molestias, según pa- rece, mujer. MEDEA. — Me marcharé. No es eso lo que suplico conseguir de ti. CREONTE. — ¿Por qué opones resistencia y no te ale- jas de esta tierra? MEDEA. — Déjame permanecer un solo día y pensar 340 de qué modo me encaminaré al destierro y encontrar recursos para mis niños, ya que su padre no se digna ocuparse de sus hijos. ¡Compadécete de ellos! Tú también eres padre y es natural que tengas benevo- 345 lencia. Por mí no siento preocupación ni por mi des- tierro, pero lloro por aquéllos y por su infortunio. CREONTE. — La naturaleza de mi voluntad no es la de un tirano y la piedad muchas veces me ha sido perjudicial. Ahora veo que me equivoco, mujer, y, sin 350 86 TRAGEDIAS embargo, obtendrás lo que deseas. Pero te prevengo que, si mañana la antorcha del dios 27 te ve a ti y a tus hijos dentro de los confines de esta tierra, mori.

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355 rás. Lo que te acabo de decir no es falso. Y ahora, si debes quedarte, quédate un día, pues no podrás llevar a cabo ninguna de las acciones que me aterran. Creonte abandona la escena. CORIFEO. — ¡Desgraciada mujer! ¡Ay, ay, triste por tus pesares! ¿A dónde te dirigirás? ¿A qué hospitalidad 360 vas a recurrir? ¿En qué casa o tierra hallarás la sal- vación de tus desgracias? ¡Cómo te ha sumergido la divinidad en un oleaje infranqueable de males! ~. MEDEA. — La desgracia me asedia por todas partes. 365 ¿Quién lo negará? Pero esto no se quedará así, no lo creáis todavía. A los recién casados aún les acechan dificultades, y a los suegros no pequeñas pruebas. ¿Crees que yo habría adulado a este hombre, si no 370 fuera por provecho personal o maquinación? Ni si- quiera le hubiera dirigido la palabra ni tocado con mis manos. Pero él ha llegado a tal punto de insen- satez que, habiendo podido arruinar mis proyectos expulsándome de esta tierra, ha consentido que yo 375 permaneciera un día, en el que mataré a tres de mis enemigos, al padre, a la hija y a mi esposo. Tengo muchos caminos de muerte para ellos, pero no sé, amigas, de cuál echaré mano primero. Pren- deré fuego a la morada nupcial o les atravesaré el 380 hígado con una afilada espada, penetrando en silencio en la habitación en que está extendido su lecho. Un solo inconveniente me detiene: si soy cogida en el mo- mento de atravesar el umbral y dar, el golpe, mi muerte será el hazmerreír de mis enemigos. Lo mejor es el Se refiere al Sol. ~ Otra nueva metáfora marinera. MEDEA 87 camino directo, en el que soy muy hábil por natura- 385 leza: matarlos con mis venenos. Bien. Ya están muertos. ¿Qué ciudad me acogerá? ¿Qué huésped, ofreciéndome su tierra como asilo y su casa como garantía, protegará mi persona? Nin- guno. Pero puesto que aún puedo permanecer breve tiempo, si se me muestra un refugio seguro, con astu- 390

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cia y en silencio me encaminaré al crimen, pero si una desgracia sin remedio me expulsa de la ciudad, yo misma con la espada en la mano, aunque vaya a morir, los mataré y recurrire a la audacia más ex- tremada. No, por la soberana a la que yo venero 395 por encima de todas y a la que he elegido como cómplice, por Hécate ~,. que habita en las profundida- des de mi hogar, ninguno de ellos se reirá de causar dolor a mi corazón. Yo haré que sus bodas sean amargas y dolorosas, amarga su alianza y el exilio 400 que me aleja de mi tierra. Mas, ea, no ahorres nin- guno de tus conocimientos,- Medea, en tus planes y artimañas. Avanza hacia tu acción terrible, ahora debes dar prueba de tu valor. Ves el trato que recibes. No debes pagar el tributo del escarnio en la boda de Jasón 405 con una descendiente de Sísifo ~, tú, hija de un noble padre y progenie del Sol 3>. Tú eres hábil y, además, las mujeres somos por naturaleza incapaces de hacer el bien, pero las más hábiles artífices de todas las 409 desgracias. Hécate es una divinidad infernal de la magia. En el idilio II de TEt~CRIT0 es relacionada con Circe y Medea. ~ La expresión descendiente de Sisil o apunta a los corintios Y en particular a la hija de Creonte, que descendía de Sísifo. ~> Medea es progenie del Sol, y de aquí el frecuente epíteto el Sol, padre de mi padre, dado que, según la mitología, es flieta de Helio. 88 TRAGEDIAS CoRo.

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Estrofa 1.a. Las corrientes de los ríos sagrados remontan a sus fuentes ~ y la justicia y todo está alterado. Entre los hombres imperan las decisiones engañosas y la fe en los dioses ya no es firme. Pero lo que se dice sobre la condición de la mujer cambiará hasta conseguir buena fama, y el prestigio está a punto de alcanzar 420 al linaje femenino; una fama injuriosa no pesará ya sobre las mujeres. Antistrofa l.a. Y las musas de los antiguos aedos cesarán de cele- brar mi infidelidad ~ En nuestra mente Febo, maes- 425 tro de los cantos, no infundió el don del canto divino de la lira; en otro caso, hubiera entonado, en res- puesta, un himno contra el linaje de los hombres. 430 Pero el largo fluir del tiempo tiene que decir mucho sobre nuestro destino y el de los hombres. Estrofa 2.a. Tú navegaste desde la morada paterna con el cora- zón enloquecido, franqueando las dobles rocas del 435 ~ y habitas en una tierra extranjera, privada de tu lecho y de tu esposo, infortunada, y con ignominia serás desterrada de esta tierra. 32 Frase proverbial empleada también por Esquilo y que expresa, según Hesiquio, una subversión de las leyes naturales. El adjetivo ‘sagrado’ aplicado a los ríos muestra una supervi- vencia de un animismo primitivo que creía que en cada río 5~ ocultaba una divinidad a la que se debía rendir culto. 33 Seguramente, el poeta está pensando en Homero, Hesíodo, Simónides, Arquiloco, Hiponacte, que emitieron juicios muy desfavorables sobre las mujeres, pero los críticos se inclinan a pensar que Eurípides alude a las mujeres de su época. ~ Nueva alusión a las rocas Simplégades; cf. n. 1. MEDEA 89 Antistrofa 2.a. Se ha esfumado el encanto de los juramentos ~. El pudor ya no tiene su asiento en la gran Hélade y 440 ha volado hasta el cielo ~. Y tú, infeliz, no tienes una

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casa paterna como fondeadero de tus desgracias 31, sino que otra reina más poderosa que tu lecho domina 445 en la casa. Aptirece en escena Jasón. JASÓN. — No he visto hoy por primera vez, sino tam- bién en otras muchas ocasiones, cuán irremediable mal es la acerba cólera. Pues, aunque tenias la posibilidad de habitar esta tierra y esta casa, soportando fácil- mente las decisiones de los poderosos, por tus pala- 450 bras insensatas serás desterrada de este país. A mí no me importa, puedes continuar diciendo que Jasón es el peor de los hombres, pero, después de las ame- nazas que has lanzado contra los soberanos, considera una ganancia total el ser castigada con el destierro. Yo me esforzaba, una y otra vez, por calmar la 455 cólera de los irritados soberanos y quería que per- manecieras aquí, pero tú no desistías en tu locura, injuriando siempre a los reyes y, por ello, serás expul- sada del país. Sin embargo, a pesar de lo que ha ocu- rrido, sin renegar de mis íntimos, vengo aquí a ocu- 460 parme de tu suerte, a fin de que no seas expulsada con tus hijos sin recursos y no carezcas de nada: el destierro arrastra consigo muchos males; a pesar del Odio que me tienes, no podría nunca quererte mal. Hemos traducido chdrís por ‘encanto’ con PAGE. Otros autores lo traducen por ‘respeto’, ‘santidad’. ~‘ El escoliasta señala el posible recuerdo de HEsíoDo, Tra- be;os 157 y sigs. ~ Otra metáfora marinera para insistir en la idea del refu- gio que procura una casa paterna, similar al que ofrece un Puerto. MÉRmIali traduce de un modo muy plástico ou jeter >‘Qflcre bm de tes peines.

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90 TRAGEDIAS 465 MEDEA. — ¡Oh colmo de maldades!, no encuentro en mi lengua mayor insulto para tu cobardía. ¿ Vienes ante nosotros, vienes como nuestro peor enemigo [para los dioses, para mí y para todo el género huma- 470 no?]. No, ni arrojo ni audacia es mirar de frente a los amigos después de haberles hecho un mal, sino el mayor de los vicios que el hombre puede albergar: la desverguenza. Pero has hecho bien en venir. Yo aliviaré mi alma con mis injurias y tú, al oírme, pade- cerás. 475 Comenzaré a hablar desde el principio. Yo te salvé, como saben cuantos griegos se embarcaron contigo en la nave Argo, cuando fuiste enviado para uncir al yugo a los toros que respiraban fuego y a sembrar el campo 480 mortal; y a la serpiente que guardaba el vellocino de oro, cubriéndolo con los- múltiples repliegues de sus anillos, siempre insomne, la maté e hice surgir para ti una luz salvadora ~. Y yo, después de traicionar a mi padre y a mi casa, vine [en tu compañía] a Yolco, 485 en la Peliótide ~, con más ardor que prudencia. Y maté a Pelias con la muerte más dolorosa de todas, a manos de sus hijas, y aparté de ti todo temor. Y a cambio de estos favores, ¡oh el más malvado de los hombres!, Este pasaje alude a acontecimientos de la expedición de los Argonautas, concretamente a la condición que puso Eetes, rey de la Cólquide, a Jasón para entregarle el vellocino de oro: poner el yugo a dos toros que despedían fuego por los ollares, y trabajar una tierra sembrando en ella los dientes del dragón de Ares, de Tebas, que Atenea había dado a Eetes. A pesar de que Jasón superó estas pruebas con la ayuda de las artes má- gicas de Medea, el rey Eetes no quiso mantener su promesa de entregarle el vellocino, que estaba custodiado por una serpiente. Una vez que Medea consiguió adormecer a la serpiente con sus sortilegios, Jasón se apoderó del vellocino y huyó en la nave Argo, a pesar de que Eetes intentase incendiarla. 39 La comarca de Yolco se llama Peliótide, por estar situada en la falda del monte Pelión. MEDEA

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91 nos has traicionado y has tomado un nuevo lecho, a pesar de tener hijos. Si no los hubieras tenido, se 490 te habría perdonado enamorarte de ese lecho. Se ha desvanecido la confianza en los juramentos y no puedo saber si crees que los dioses de antes ya no reinan, o si piensas que ahora hay leyes nuevas entre los hombres, porque eres consciente, qué duda cabe, de 495 que no has respetado los juramentos que me hiciste. ¡Ay, mano derecha que tantas veces tomabas y rodillas mías, cuán en vano hemos recibido las cari- cias de un hon~bre malvado, qué decepción en nuestras esperanzas! Ea, me voy a dirigir a ti como a un amigo. ¿Creyendo que voy a recibir de ti algún beneficio? soo No, antes bien mis preguntas te harán aparecer más infame. ¿Adónde voy a dirigirme ahora? ¿A la morada paterna, a la que traicioné, y a mi patria, por seguir- te? ¿A la casa de las desgraciadas hijas de Pelias? ¡Bien me iban a recibir en su casa, después de haber sos matado a su padre! Así están las cosas: para los •seres queridos de mi casa soy odiosa; y a los que no debería haber hecho daño, por causarte complacencia los tengo como enemigos. Claro que, en compensación, me has hecho feliz a los ojos de la mayoría de las sio griegas. En ti tengo un esposo admirable y fiel, ¡des- dichada de mí!, si soy desterrada y expulsada de esta tierra, privada de amigos, completamente sola con mis hijos. ¡ Bonito reproche para el recién casado el que sís sus hijos anden errantes como mendigos y también la que le ha salvado! ~. ¡Oh Zeus! ¿Por qué concediste medios claros a los hombres para distinguir el oro falso y, en cambio, no imprimiste en el cuerpo ninguna huella natural con la que distinguir al hombre malvado? 4I. ‘ Obsérvese la amarga ironía de todo el pasaje. 41 En relación con esta comparación, cf. TEOGNIs, 119 y sigs.

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92 TRAGEDIAS 520 CoRIFEo. — ¡Terrible es la cólera y difícil de sanar, cuando suscita disordia entre seres queridos! JAsÓN. — Debo, según parece, tener el don natural de la palabra y, como buen timonel de navío, plegar las 525 velas, para escapar, mujer, a tu insensata locuacidad. En lo que a mi se refiere, puesto que exaltas en dema- sía tus favores, considero que Cipris ~ fue, en la tra- vesía, mi única salvadora entre los dioses y los hora- sao bres. Tu espíritu es sutil, qué duda cabe, pero te es odioso declarar que Eros te obligó, con sus dardos inevitables, a salvar mi persona. Pero en este punto no seré demasiado preciso; comoquiera que haya sido tu ayuda, me parece bien. Es innegable, no obstante, sas que, por mi salvación, has recibido más de lo que has entregado. Me explicaré: en primer lugar, habitas tie- rra griega y no extranjera, y conoces la justicia y sabes utilizar las leyes sin dar gusto a la fuerza. Todos los 540 griegos saben que eres sabia y te has ganado buena fama; en cambio, si vivieses en los confines de la tierra, no se hablaría de ti. No desearía yo poseer oro en mi palacio ni entonar un canto más hermoso que el de Orfeo, si no me hubiese tocado en suerte un destino famoso. 545 Basta ya con lo que te he dicho acerca de mis des- velos; es evidente que tú iniciaste esta disputa de palabras. En cuanto a los reproches que me diriges por mi boda con la hija del rey, te demostraré, en primer lugar, que he sido sabio, luego, sensato y, sso finalmente, un gran amigo para ti y para mis hijos. (Ante el gesto indignado de Medea.) Tranquilízate. Cuando yo llegué aquí desde la tierra de Yolco, arras- trando tras de mí innumerables situaciones sin salida, ¿qué hallazgo más feliz habría podido encontrar que

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Jasón niega el mérito a Medea y se lo atribuye a Cipris o Afrodita, la diosa del amor. MEDEA 93 casarme con la hija del rey, siendo como era un des- terrado? No he aceptado la boda por los motivos que sss te atormentan ni por odio a tu lecho, herido por el deseo de un nuevo matrimonio, ni por ánimo de enta- blar competición en la procreación de hijos. Me basta on los que tengo y no tengo nada que reprocharte, sino que, y esto es lo principal, lo hice con la inten- ción de llevar una vida feliz y sin carecer de nada, 560 sabiendo que al pobre todos le huyen, incluso sus amigos ~ y, además, para poder dar a mis hijos una educación digna de mi casa y, al procurar hermanos a los hijos nacidos de ti, colocarlos en situación de igualdad y conseguir mi felicidad con la unión de mi linaje, pues, ¿qué necesidad tienes tú de hijos? Yo sos kterés en que los hijos que han de venir sirvan ae ayuda a los que viven. ¿He errado en mi proyecto? No lo podrías decir, si no te atormentaran los celos de tu lecho. Pero las mujeres llegáis al extremo de que, mientras va bien vuestro matrimonio, creéis que 570 lo tenéis todo, pero, en el caso de que una desgracia lo alcance, lo más provechoso y lo más bello lo con- sideráis como lo más hostil. Los hombres deberían engendrar hijos de alguna otra manera y no tendría que existir la raza femenina: así no habría mal alguno 575 para los hombres «. 6 En relación con esta idea que refleja el tremendo egoísmo “ Jasón, cf. EURÍPIDES, fr. 667: los amigos huyen al hombre ugraciado, así como Electra 1131: Nadie desea adquirir ami- >3 pobres. ~ fiste es uno de los pasajes más significativos que gran- Jearon a Eurípides la fama de misoginia. El número de ver- 05 del parlamento de Jasón es idéntico al de los recitados ~ Medea; paralelismo semejante lo encontramos también en Electra, Heraclidas, Fenicias. Esta circunstancia hace el influjo de la costumbre, vigente en los tribunales de que los oradores empleasen, tanto en la acusa- D como en la defensa, el mismo tiempo en sus exposiciones, ~C era medido por una clepsidra o reloj de agua.

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94 TRAGEDIAS CORIFEO. — Jasón, bien has adornado tus palabrM pero me parece, aunque voy a hablar contra tu puntc de vista, que has traicionado a tu esposa y no obrado con justicia. MEDEA. — (Como hablando consigo misma.) Es evi- dente que en muchas cosas disiento de la mayoría de 580 los mortales. Para mí, quien es injusto y, al misn» tiempo, de talante habilidoso en el hablar merece el. mayor castigo ~, pues, ufanándose de adornar la injus. ticia con su lengua, se atreve a cometer cualquier acción, pero no es excesivamente sabio. (Dirigiéndose a Jasón.) Así también tú ahora no quieras aparecer. 585 ante mí como honorable y hábil orador, pues una sola palabra te echará por tierra ~. Hubiera sido necesario, si realmente no fueras un malvado, que hubieras con- traído este matrimonio ~lespués de haberme persua- dido, pero no a escondidas de los tuyos. JASÓN. — ¡Pues sí que hubieras ayudado a mi plan s~o si te hubiera hablado de mi boda, tú que ni siquiera ahora consientes en refrenar la violenta cólera de tu corazón! MEDEA. — No era esto lo que te retenía, sino la idea de que un matrimonio con una extranjera te habría de conducir a una vejez sin gloria. JASdN. — Sabe bien esto ahora: no por causa de una mujer me he unido al lecho real que ahora poseo, 595 sino, como ya te dije antes, por querer salvarte a ti y por engendrar hijos reales que fuesen hermanos do nuestros hijos, protección para la casa. MEDEA. — No deseo una vida feliz, pero dolorosa, ni una prosperidad que desgarre mi corazón.

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45 Claro ataque de Eurípides contra la Sofística que hace de la oratoria el centro de la educación del hombre. 46 El escoliasta ve aquí una metáfora tomada del léxico de la lucha. MEDEA 95 JAsÓN. — ¿Sabes cómo cambiar tu súplica y mos- óoo arte más sensata? ¡Que el bien nunca te parezca >loroso, ni en la buena fortuna creas que eres des- ,rtunada! MEDEA. — Ultrájame, ya que tú tienes un refugio, entras que yo, abandonada, seré desterrada de esta erra. JASÓN. — Tú misma lo has elegido, no acuses a na- 605 más. MEDEA. — ¿Qué delito he cometido? ¿Acaso me he sado y te he traicionado? JASÓN. — Has lanzado contra la familia real maldi- ~nes impías. MEDEA. — También voy a ser una maldición para casa. JAsÓN. — No pienso discutir más contigo sobre este 610 ‘unto, pero, si quieres recibir alguna ayuda de mis ezas para los niños y tu propio destierro, dilo, les estoy dispuesto a darte con mano pródiga y a viar contraseñas ~ a mis huéspedes, que te acogerán en. Si no aceptas estas ofertas, estás loca, mujer. cesas en tu cólera, obtendrás un mayor beneficio. 615 MEDEA. — No me valdré de tus huéspedes ni quiero tr nada. Quédate con tus regalos, pues los dones un malvado no causan provecho. JASÓN. — Sin embargo, pongo a los dioses por tes- de que deseo ayudarte en todo a ti y a tus hijos. 620 S a ti no te agradan los bienes, sino que, en tu ~ancia, rechazas a tus amigos; no conseguirás sino más. MEDEA. — Vete. Es natural que se apodere de ti el Seo de la nueva esposa, estando tanto tiempo su Estas contraseñas (symbola) eran unas tablillas que par- los huéspedes para sellar su amistad y poder reconocerse

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el futuro, al quedarse cada uno con una parte. 96 TRAGEDIAS 625 casa fuera del alcance de tu vista. Continúa tu lur de miel; quizá, así me lo predice la divinidad, tu bo ha de ser tal que algún día renegarás de ella. CoRo. Estrofa l.a. Los amores demasiado viclentos no conceden a 1 630 hombres ni buena fama ni virtud. Pero si Cipris presenta con medida, ninguna otra divinidad es ti agradable. ¡Nunca, soberana, lances sobre mi, desa tu áureo arco, el dardo inevitable ungido con el des Antistrofa 1 a 636 ¡Que la castidad me ame, don bellísimo de los dic ses! ¡Que nunca la terrible Cipris arroje sobre mí ir~ discutidoras ni disputas insaciables, golpeando mi di~ ~o mo con el deseo de un lecho ajeno, sino que, reti renciando las uniones sitj guerra, distribuya con espd ritu agudo los matrimonios de las mujeres! Estrofa 2.a. ¡Oh patria, oh moradas, que nunca me halle priva 645 de vosotras, arrastrando una vida erizada de dii lo tad, el más deplorable de los pesares! ¡A la muerte, a la muerte sea sometida, antes 650 alcanzar este día! Entre las penas ninguna sobrepa a la de estar privados de la tierra patria. Antistrofa 2.a. Lo he visto con mis propios ojos, no tengo qí

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655 recurrir a hablar por haberlo oído de otros: de t: 1 se ha compadecido ni la ciudad ni amigo alguno; pesar de sufrir los sufrimientos más terribles. ¡Muei 660 el ingrato que no sea capaz de honrar a sus amigo abriéndole la llave de su corazón puro! ¡Nunca 5~T mi amigo! Aparece en escena Egeo, rey de Ateni con indumentaria de caminante. MEDEA 97 EGEO. — Medea, te saludo. Nadie conoce un preám- ulo más hermoso que éste para dirigirse a sus amigos. MEDEA. — También yo te saludo, hijo del sabio Pan- 665 ~n ~. ¿De dónde yienes al suelo de esta tierra? EGEO. — Acabo de abandonar el antiguo santuario Febo. MEDEA. — ¿Por qué fuiste al profético ombligo del lo? ~EO. — Buscando el medio de obtener simiente de MEDEA. — ¡Por los dioses! ¿Has vivido sin hijos 670 sta hoy? EGEO. — Sin hijos, por voluntad de alguna divini- d ~. MEDEA. — ¿Tienes esposa o no conoces el lecho nyugal? EGEO. — Estoy sujeto al yugo del matrimonio. MEDEA. — ¿Qué te ha dicho Febo sobre los hijos? EGEO. — Palabras demasiado sabias para ser com- 675 rendidas por un hombre. MEDEA. — ¿Me está permitido conocer el vaticinio dios? EGEO. — Seguro que sí, pues precisa de una mente ibia. MEDEA. — ¿Qué te ha vaticinado? Dilo, si es lícito irlo. EGEO. — Que no desate el pie que sale del odre... MEDEA. — ¿ Antes de haber hecho qué cosa o haber 680 gado a qué país?

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~ Pandión es un nombre que designa a dos antiguos reyes .4 Ática. Aquí se hace referencia al hijo de Cécrope, octavo Y del Atica y padre del rey Egeo. • Se trata indudablemente del famoso santuario de Febo ib en Delfos. ~ Nótese la finura del contraste psicológico que se deriva la diversa situación de ambos personajes, uno sin hijos y Otro, Medea, tramando contra ellos su venganza. 98 TRAGEDIAS EGEO. — Antes de regresar al hogar paterno. MEDEA. — ¿ Qué necesidad te ha impulsado a nave. gar hasta este país? EGEO. — Hay un cierto Piteo, rey de la tierra de Trecén ~. MEDEA. — Hijo, se dice, del piadosisimo Pélope. 685 EGEO. — A él quiero comunicarle el oráculo de la divinidad. MEDEA. — Es un hombre sabio y experto en tales cuestiones. EGEO. — Y para mi el más querido de todos los aliados. MEDEA. — ¡Que tengas suerte y consigas lo que deseas! EGEO. — (Observando el gesto de Medea.) ¿Por qué tienes esa mirada y ese aspecto tan decaído? 690 MEDEA. — Egeo, mi esposo es el más malvado de todos los hombres. EGEO. — ¿Qué dices? Explicame. con claridad tus dolores. MEDEA. — Jasón me ultraja, sin haberle causado yo mal alguno.

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EGEO. — ¿Qué ha hecho? Dímelo con más claridad. MEDEA. — Por encima de mí tiene otra mujer como señora de la casa. 695 EGEO. — ¡No puede haberse atrevido a cometer ac- ción tan vergonzosa! MEDEA. — Sábelo bien. Deshonrados estamos los que antes éramos amados. EGEO. — ¿Por amor a otra mujer o por odio a tu lecho? 51 Ciudad situada en la costa del golfo Saróníco fundada por Piteo, que era hijo de Pélope y hermano de Tiestes y de Atreo. A él se dirige Egeo, con la finalidad de conocer el sen- tido del extraño oráculo. MEDEA 99 MEDEA. — Sí, se trata de un gran amor: ha traicio- nado a sus seres queridos. EGEO. — No quiero saber nada de él, si es un mal- vado como dices. MEDEA. — Su amor consiste en obtener la alianza 700 con los soberanos. EGEO. — ¿Quién se la da? Háblame hasta el final. MEDEA. — Creonte, rey de esta tierra corintia. EGEO. — Comprensible era tu aflicción, mujer. MEDEA. — Estoy perdida y, además, he sido deste- rrada del país. EGEO. — ¿Por quién? Me anuncias una nueva des- 705 gracia. MEDEA. — Creonte me destierra de la tierra corintia. EGEO. — ¿Y lo permite Jasón? No lo apruebo. MEDEA. — De palabra no, pero está dispuesto a aceptarlo. (Arrojándose a los pies de Egeo.) ¡Por tu mentón y por tus rodillas, aquí me tienes ante ti, su- 710 plicante! ¡Compadécete, compadécete de mí desdicha- da! ¡No consientas que sea desterrada y abandonada! ¡Acógeme en tu país y al calor del hogar de tu casa! ¡Que tu deseo de tener hijos se cumpla por voluntad de los dioses y tú mismo mueras feliz! No sabes el 715 hallazgo que has hallado aquí. Acabaré con tu esterili- dad y haré que puedas engendrar hijos; tales son los remedios que conozco.

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EGEO- — Por muchas razones deseo concederte este favor, mujer; primero por los dioses, luego por los 720 hijos cuyo nacimiento prometes, ya que soy completa- mente incapaz de conseguirlos ~. Mira lo que me pro- 52 La mayoría de los traductores, siguiendo al comentarista, traducen et verso 722 por ~pues a esa finalidad tiende todo mi 5er~, pero esta traducción tropieza con la dificultad de que este valor de phralldos sólo estaría atestiguado aquí, por eso hemos Preferido asignar a phror2dos su significación normal de «ser incapaz de, ser inepto para«, como hacen otros autores. 100 TRAGEDIAS pongo: cuando vengas tú a mi tierra, me esforzaré en 725 ser hospitalario contigo, como es justo. Sólo voy a indicarte una cosa, mujer: yo no tengo la intención de llevarte fuera de esta tierra, mas si por ti misma te presentas en mi casa, permanecerás inviolable y a nadie te entregaré. Aparta ahora tú el pie de esta 730 tierra, pues quiero estar entre mis huéspedes sin reproche alguno ~ MEDEA. — Así será. Pero si tuviera alguna garantía de tus promesas, estaría completamente satisfecha de tu comportamiento. EGEO. — ¿Es que no tienes confianza? ¿Qué dificul- tad ves? MEDEA. — Tengo confianza, pero la casa de Pelias y 733 Creonte es enemiga mía. Si te unces a mí con jura- mentos, no podrás entregarme a ellos cuando quieran arrancarme de tu país. Pero si sólo te comprometes de palabra y sin jurar por los dioses, podrías conver- tirte en su amigo y ceder, sin duda, a las peticiones 740 de sus heraldos. Mi fuerza es débil; ellos, en cambio,

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poseen prosperidad y una casa regia. EGEO. — Has hablado con mucha previsión, mujer. Por tanto, si te parece bien a ti, yo no me niego a hacer eso. Para mi, esto es lo más seguro: mostrar a tus enemigos que tengo un pretexto y, al mismo 745 tiempo, tu posición será más sólida. Dime el nombre de los dioses por los que debo jurar. MEDEA. — Jura por el suelo de la Tierra y por el Sol ~‘, padre de mi padre, y por todo el linaje de los dioses. Advertencia diplomática que hace Egeo de que no quiere enemistarse con su huésped Jasón, lo cual no impide que, en su momento, pueda ofrecer su hospitalidad a Medea. 54 Jurar por la Tierra y por el Sol era una fórmula tradi- cional ya desde los juramentos homéricos. MEDEA 101 EGEO. — ¿ Hacer o no hacer qué cosa? Dio. MEDEA. — Qut~ nunca me expulsarás de tu tierra y 750 que, si alguno de mis enemigos desea llevarme, no se lo permitirás voluntariamente, mientras tú estés vivo. EGEO. — Juro por la Tierra y por la brillante luz del Sol y por todos los dioses permanecer fiel a lo que me propones. MEDEA. — Basta. ¿Qué castigo sufrirás, si no per- maneces fiel a este juramento? EGEO. — El que sobreviene a los mortales impíos. 755 MEDEA. — Márchate contento, pues todo está bien. Yo llegaré cuanto antes a tu ciudad, después de haber realizado lo que pretendo y conseguido lo que deseo. CORIFEO. — (A Egeo, mientras parte con su séquito.) ¡Que el hijo de Maya ~, el dios conductor, te encamine 760 a tu casa y que puedas conseguir lo que deseas con tanto ardor, ya que como un hombre noble, Egeo, te has mostrado ante mí! MEDEA. — ¡Oh Zeus! ¡O :Justicia, hija de Zeus y luz del Sol! ¡Bella es la victoria, amigas, que obten- 765 dremos sobre nuestros enemigos! Ya estamos en ca- mino de conseguirla. Ahora tengo la esperanza de que mis enemigos pagarán su castigo, pues ese hombre, en el momento en que más fatigados estábamos, se

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ha presentado como puerto de mis proyectos; de él 770 amarraremos los cables de popa, una vez llegados a la ciudad y a la acrópolis de Palas. Voy a exponerte todos mis planes. Escucha mis palabras, que no te Van a procurar placer. Enviando a uno de mis cria- dos, suplicaré a Jasón que venga ante mi vista. Cuando 775 haya venido, le diré dulces palabras: que estoy de acuerdo con él, que apruebo la boda regia que ha realizado, a pesar de traicionarnos, que su decisión es El hijo de Maya es Hermes, aqui en su faceta de compa- cero de viaje de los vivos y no de los muertos. 102 TRAGEDIAs 780 beneficiosa y bien pensada. Pero también le suplicas que se queden aquí mis hijos, no para abandonarí~ en tierra hostil y que sirvan de ultraje a mis enemigoi sino para poder matar con engaños a la hija del re~ 785 Pues pienso enviarlos con regalos en sus manos [par que se los lleven a la esposa y no los expulse de esta tierra]: un fino peplo y una corona de oro laminad~ Y si ella toma estos adornos y los pone sobre su cuer- po, morirá de mala manera, y todo el que toque a 1 muchacha: con tales venenos voy a ungir los regaloi 790 Ahora, sin embargo, cambio mis palabras y rompo e sollozos ante la acción que he de llevar a cabo a ca tínuación, pues pienso matar a mis hijos; nadie n los podrá arrebatar y, después de haber hundido 795 la casa de Jasón, me iré de esta tierra, huyendo crimen de mis amadísimos hijos y soportando la de una acción tan impía. No puedo soportar, amigas, ser el hazmerreír de mis enemigos.

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¡Adelante! ¿Qué ganancia tengo con vivir? No posi sao ni patria, ni casa, ni refugio de mis males. Me eqr voqué el día en que abandoné la morada paterna fiándome de las palabras de un griego que, con h ayuda de los dioses, nos pagará justa compensacióa~ pues nunca más verá vivos a los hijos nacidos de mL 805 ni engendrará un hijo de su esposa recién uncid pues es necesario que ella muera con muerte terribí por mis venenos. Que nadie me considere poca cosi débil e inactiva, sino de carácter muy distinto, dur. para mis enemigos y, para mis amigos, benévola; 810 la vida de temperamentos semejantes es la más gio riosa. CORIFEO. — Puesto que has compartido tu plan co~ nosotras, con el deseo de serte útil y por defendo las leyes de los hombres, te prohíbo que hagas est MEDEA 103 MEDEA. — No es posible. Pero que tú hables así es iculpable, ya que no has sido tratada con tanta 815 rueldad como lo he sido yo. CORIFEO. — ¿Te atreverías a matar a tu simiente, ujer? MEDEA. — Así quedará desgarrado con más fuerza esposo. CORIFEO. — Pero tú serás la mujer más desgraciada. MEDEA. — Déjalo. Inútiles son todas las palabras que uzamos. (Dirigiéndose a la nodriza.) Vamos, már- 820 Le y trae aquí a Jasón, pues para todas las misio— de confianza me voy a servir de ti. No digas nada mis proyectos, si quieres bien a tu señora y eres CoRo. Estrofa 1 .~. Los hijos de Erecteo ~ desde antiguo fueron prós-. ~ros e hijos de dioses felices, de una tierra santa y 825 devastada, nutridos de la sabiduría mds ilustre, Iminando siempre con soltura por el resplandeciente 830 er, en donde, una vez, dicen que las santas Piérides, nueve Musas, engendraron a la rubia Armonía ~. Antistrofa 1 .~.

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Y cuentan que Cipris, alcanzando las bellas corrien- 835 ~s del Cefiso 58, difunde sobre su tierra las auras duZ- ~S y suaves de los vientos y que siempre, ceñidos sus 840 ~ Los atenienses eran considerados los hijos de Erecteo, ~ de Pandión. ~ En la traducción dé esta frase sigo la explicación sintác- ~. de PAGa y VALGIGLIO entre otros, que hace de Moúsas to de phyte(¿sai, y no Harmonían. Téngase en cuenta que Musas son hijas de Mnemósine y que Armonía se refiere II a la armonía de todas las artes y del saber en general. ~ Cefiso, dios del río del mismo nombre, es considerado Iflibién un progenitor de los atenienses, emparentado con el tfldario rey Erecteo. 104 TRAGEDIAS cabellos con una corona perfumada de rosas, envía a 845 los Amores como compañeros de la Sabiduría, colabo. radores de toda virtud ~. Estrofa 2.&. ¿Cómo la ciudad de los ríos sagrados ~, la tierra acogedora de los enemigos, te va a recibir a ti, la aso asesina de sus propios hijos, la impura entre las im- puras? Piensa en el golpe que vas a dar a tus hijos, piensa en el crimen que afrontas. No, por tus rodillas, 855 te lo suplicamos con todas nuestras fuerzas, no mates. a tus hijos. Antistrofa 2.~. ¿Dónde hallará tu mente y tu mano valor para

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llevar al corazón de tus hijos tan horrible aud~~j~~6I 860 ¿Cómo, al dirigir tus ojos sobre ellos, soportarás sin lágrimas su destino de muerte? No podrás ante ellos, arrodillados como suplicantes, manchar tu máno de 865 sangre con ánimo impávido. (Aparece en escena Jasón, acompañado de la nodriza.) JAsÓN. — Acudo a tu llamada, pues, aunque me eres hostil, no quedarás defraudada en esto, sino que oiré una vez más qué es lo que deseas de mí, mujer. MEDEA. — Jasón, te suplico que perdones mis ante- 870 riores palabras. Debes soportar mis arrebatos de có- lera, pues muchas veces nos hemos dado pruebas recí- procas de cariño. Yo he reflexionado conmigo misma y me he dirigido los siguientes reproches: ¡insensata!, ¿a qué esta locura y- hostilidad contra los que han 59 El amor (los Amores> es considez-ado como el guía que conduce a la Sabiduría. Se ha visto aqul una alusión fugaz a la teoría platónica del Amor, tema central de su diálogo El Banquete. ¿O Cefiso e luso. 61 El pasaje es muy difícil debido a que el texto está muy corrupto. MEDEA 105 meditado bien? ¿Por qué ser enemiga de los sobera- 875 nos de esta tierra y de mi esposo, que hace lo más útil para nosotros, tomando por esposa a una princesa y pretendiendo engendrar hermanos para mis hijos? ¿No voy a renunciár a mi cólera? ¿Qué es lo que me sucede, si los dioses disponen todo tan bien? ¿Es que aso no tengo hijos? ¿Ignoro que estamos condenados al destierro y sin amigos? Al meditar esto, me di cuenta de la gran imprudencia que cometía y de la inutilidad de mi cólera. Ahora te elogio y me parece que has actuado con sensatez, proporcionándonos esta alianza, 883 mientras que yo he sido insensata, pues debería haber participado en tus planes y haberte prestado ayuda en su realización, haber asistido a tu boda y sentir alegría en ocuparme de tu esposa. Pero somos lo que somos, no diré una calamidad, sencillamente mujeres. 890 No deberias habei-te puesto a mi altura en los repro.-

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ches, ni oponer niñerías a mis niñerías. Me doy por vencida y reconozco que entonces fui insensata, pero ahora he tomado una decisión mejor. (Dirige su voz hacia la casa y llama a sus hijos.) ¡Hijos, hijos, aquí, abandonad la casa! (Los niños aparecen acompañados del pedagogo.) ¡Salid, saludad a vuestro padre y din- 895 gidle la palabra en mi presencia, y con vuestra madre abandonad el odio de antes contra los seres queridos! Entre nosotros hay paz y el rencor ha desaparecido. Tomad su mano derecha. (Hablando para sí.) ¡Ay, hijos, cómo vienen a mi mente desgracias ocultas! Hijos 900 míos, ¿viviréis mucho tiempo para tender así vuestros brazos queridos? ¡Desgraciada de mí, cuán pronta estoy al llanto y llena de temor! (Alto.) Ahora que ter— minó la disputa con vuestro padre, mis tiernos ojos 905 se llenan de lágrimas. CoRIFEo. — También de mis ojos brota abundante llanto y ojalá que un mal mayor no sobrepase al pre- sente. 106 TRAGEDIAs JASóN. — Alabo tu postura de ahora, mujer, y no te reprocho la anterior, pues es natural que el sexo femenino monte en cólera contra el esposo que con- Qio trae secretamente otro matrimonio. Pero tu corazón se ha vuelto hacia lo más ventajoso y has compren- dido —con el tiempo, bien es verdad— la decisión mejor. Así actúa una mujer sensata. (A sus hijos.) Y a 915 vosotros, hijos míos, con sumo cuidado, vuestro padre os ha procurado la salvación con ayuda de los dioses. Y creo que un día estaréis entre los primeros de esta tierra corintia con vuestros hermanos. Creced, pues,

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que el resto lo llevará a cabo vuestro padre y quien 920 de los dioses os sea propicio. ¡Que pueda veros bien criados y, en la flor de vuestra juventud, superiores a mis enemigos! (A Medea que gime.) Y tú, ¿por qué cubres tus pupilas de abundantes lágrimas y vuelves tu blanca mejilla? ¿ Por qué no recibes mis palabras alegre? 925 MEDEA. — No es nada. Estoy pensando en mis hijos. JASÓN. — ¡Ánimo! Yo me ocuparé de ellos. MEDEA. — Así lo haré. No deseo desconfiar de tus palabras, pero la mujer es débil por naturaleza y pro- pensa a las lágrimas. JASóN. — ¿Qué es lo que te impulsa a gemir tanto por estos hijos? 930 MEDEA. — Yo los he dado a luz y, cuando tú les de- seabas la vida, me invadió la compasión ante la duda de que eso suceda. Pero volvamos a la cuestión por la cual tú has venido a hablar conmigo. Unas cosas ya están dichas, pero voy a exponerte las que quedan. Puesto que parece bien al rey que me aleje de esta 935 tierra —y sé bien que esto es lo más provechoso para mí, que mi vida aquí no sea un estorbo ni para ti ni para los soberanos, pues les parezco funesta para la casa—, me iré desterrada de esta tierra, pero a los MEDEA 107 niños, a fin de que sean educados por tu mano, pide 940 a Creonte que no los destierre. JAs~N. — No sé si podré persuadirlo, pero debo intentarlo. MEDEA. — Al menos exhorta a tu esposa a que supli- que a su padre que no destierre a los niños. JASÓN. — Lo haré con el mayor interés y creo que la persuadiré fácilmente. MEDEA. — Sí, si es una mujer como las demás. Mas 945 yo colaboraré contigo en esta empresa. Le enviaré regalos que sobrepasan en belleza con mucho a los que ahora existen entre nosotros, estoy segura de ello, [un sutil peplo y una corona de oro], que los nuios 950 le llevarán. (Dirigiendo su voz a la casa.) ¡Vamos, que cuanto antes uno de los criados traiga aquí los ador- nos! (A Jasón.) Ella será feliz no una vez, sino mil veces, por haber hallado en ti al mejor hombre que

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pudiera compartir su lecho y por poseer unos adornos que, una vez, el Sol, padre de mi padre, concedió a sus 955 descendientes. Tomad estos regalos de boda, hijos, en vuestras manos, entregádselos como presente a la princesa, esposa feliz. No son dones despreciables los que va a recibir~. JAsÓN. — ¿Por qué, insensata, te quieres desprender de ellos? ¿Crees que el palacio real escasea en peplos? 960 ¿Crees que en oro? Consérvalos, no los regales. Si mi esposa me estima en algo, me preferirá a las riquezas, bien lo sé. MEDEA. — No me digas eso. Dicen que los regalos convencen incluso a los dioses ~, y el oro tiene más 965 poder entre los mortales que mil palabras. El destino 62 Adviértase la cruel ironía en las palabras de Medea. 63 Proverbio muy popular entre los griegos, que aparece también en PLATÓN, República III 390 e, y Alcibíades II 149 e. 108 TRAGEDIAS está de su parte, un dios acrecienta ahora su fortuna es joven y reina. Daria mi vida a cambio para salvar a mis hijos del destierro, no sólo oro. 970 Vamos, hijos, entrad en la rica mansión, suplicad a la nueva esposa de vuestro padre y mi señora, pedidle que no os envíe al destierro, ofreciéndole los regalos, pues lo más importante de todo es que ella reciba estos dones en sus manos. Id lo más rápido 975 posible y traed a vuestra madre la buena noticia de que ha salido bien lo que ella desea conseguir.

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• CORO. Estrofa 1.’. Ninguna esperanza me queda ya de que los niños sigan viviendo, ninguna, pues se encaminan ya hacia la muerte. Recibirá la esposa, recibirá la infortunada. 980 la calamidad de áureas bandas 64• Y en derredor de su rubia cabellera se pondrá a Hades ~, como ador- no, ella con sus propias manos. Antistrofa l.~. El encanto y el inmortal brillo le inducirán a po- 985 nerse el peplo y ceñirse la corona de oro. En los infiernos se adornará con el ajuar nupcial. En tal lazo y destino de muerte caerá la desdichada. No logrará esca par a la fatalidad. Estrofa 2.A. Y tú, oh desgraciado, malvado esposo emparentadu 992 con la casa real, sin saberlo llevas la destrucción a la vida de tus hijos y a tu esposa una muerte vergonzosa. 995 ¡Desdichado, cuánto te desvías de tu destino! ~. 64 Alusión a la diadema de oro que ha de causarle la muerte. ~ Es decir, la diadema de la muerte. ~ El poeta quiere indicar, con esta frase, que Jasón se en- gaña respecto a la suerte que caerá sobre él por su malvada acción. Otros opinan que hace referencia a su situación pre- sente de príncipe feliz. MEDEA 109 Antistrofa 2.~. También lloro tu dolor, desdichada madre de hijos, porque vas a matar a tus criaturas por un lecho nup- cial que tu esposo ha traicionado sin razón, para 1000 compartir la vida cón otra esposa. (El pedagogo regre- sa con los niños.) PEDAGOGO. — Señora, he aquí a tus hijos liberados del destierro; la joven reina ha recibido con gusto los regalos en sus manos. En aquella casa hay paz para tus hijos. ¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan con- íoo.i fundida cuando la fortuna te sonríe? [¿Por qué vuel- ves hacia atrás tu mejilla y no recibes alegre mis

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palabras?] MEDEA. — ¡Ay, ay! PEDAGOGO. — Tus lamentos no armonizan con mis noticias. MEDEA. — ¡Ay, ay, una vez más! PEDAGOGO. — ¿Te he anunciado sin saberlo una mala noticia? ¿He errado en mi suposición de que te traía íoso una nueva feliz? MEDEA. — La noticia es tal como es. No te repro- cho nada. PEDAGOGO. — ¿A qué vienen esos ajos bajos y ese torrente de lágrimas? MEDEA. — Una gran necesidad me obliga a ello, an- ciano, pues lo que va a suceder lo han tramado los dioses y mi locura. PEDAGOGO. — ¡Ánimo! También tú regresarás un día 1015 con la ayuda de tus hijos. MEDEA. — Antes haré regresar hacia abajo yo a otros 67, ¡desdichada de mí! 67 Es decir, a las moradas infernales. Estamos ante uñ juego de palabras basado en el doble significado del verbo kdternu •regresar3 y <descender>. 110 TRAGEDIAS PEDAGOGO. — No eres la única que ha sido separada de sus hijos. Un mortal debe soportar los azares adver- sos como si no le pesaran. MEDEA. — Así lo haré. Entra tú dentro de la ca.sa 1020 y procura a los niños lo que necesiten para cada día. (El pedagogo abandona la escena.) ¡Oh hijos, hijos! Ya tenéis una ciudad y una casa,

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en la que, después de abandonarme en mi desdicha, viviréis siempre, privados de Vuestra madre. Yo me 1025 voy, desterrada hacia otra tierra, antes de haber gozado de vosotros y de haberos visto felices, antes de habe- ros dado una esposa, de haber adornado vuestro lecho nupcial y haber mantenido en alto las antorchas”. ¡Oh desgraciada de mí por mi orgullo! En vano, hijos, os 1030 he criado, en vano afronté fatigas y me consumí en esfuerzos, soportando los terribles dolores del parto. Y pensar que había depositado en vosotros muchas esperanzas, ¡infeliz de mí!, de que me alimentaríais en mi vejez y de que, una vez muerta, me enterraríais 1035 piadosamente con vuestras propias manos, acción de- seada por los mortales. Y ahora ha muerto ese dulce pensamiento. Privada de vosotros, arrastraré una vida triste y dolorosa. Vosotros no veréis más a vuestra madre con vuestros queridos ojos, pues - estáis a punto de cambiar a otra forma de vida . io~o ¡Ay, ay!, ¿por qué me miráis con vuestros ojos, hijos? ¿Por qué sonreis, como si fuese vuestra última sonrisa? ¡Ay, ay! ¿Qué voy a hacer? Mi corazón des- fallece, cuando veo la brillante mirada de mis hijos. No podría hacerlo. Adiós a mis anteriores planes. 1045 Sacaré a mis hijos de esta tierra. ¿ Por qué, por afligir 68 Según la costumbre griega, la madre de la esposa acom- pañaba al cortejo nupcial con una antorcha encendida, y la madre del esposo recibía al cortejo también con una antorcha ardiendo. • Eufemismo por muerte. MEDEA 111 a su padre con la desgracia de ellos, debo procurarme a mi misma un mal doble? ¡No y no! ¿Adiós a ~i1S planes! Pero, ¿qué es lo que me pasa? ¿Es que deseo ser el hazmerreír, dejando sin castigar a mis enemigos? ioso Tengo que atreverme. ¡ Qué cobardía la mía, entregar mi alma a blandos proyectos! Entrad en casa, hijos. A quien la ley divina impida asistir a mi sacrificio, que actúe como quiera. Mi mano no vacilará. 1055 ¡Ay, ay! ¡No, corazón mío, no realices este crimen! ¡Déjalos, desdichada! ¡Ahorra el sacrificio de tus hijos!

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Aunque no vivan conmigo, me servirán de alegría. ¡No, por los vengadores subterráneos del Hades! Nunca sucederá que yo entregue a mis hijos a 105 1060 enemigos para recibir un ultraje. [Es de todo punto necesario que mueran y, puesto que lo es, los matare yo que les he dado el ser.] Está completamente decl- dido y no se puede evitar. Ahora, con la corona sobre 1065 su cabeza y vestida con el. peplo, la joven reina se está muriendo, estoy segura. Y bien, puesto que me dirijo por el camino más penoso y a ellos los voy a en- viar por uno más penoso aún, deseo despedirme de n115 hijos. (Los nulos vuelven a aparecer en escena.) Dad- 1070 me, hijos míos, dadme vuestra mano derecha, para que vuestra madre la cubra de besos. ¡Oh mano queridí- sima, boca queridísima, rasgos y noble rostro de jilis hijos! ¡Que seáis felices, pero allí! ~ Vuestro padre os ha privado de la felicidad de aquí. ¡Oh dulce abrazo, oh suave piel y aliento dulcísimo de mis hijos! Idos, 1075 idos. (Los aleja de si e indica que los lleven dentro de casa.) ¡ No tengo fuerzas para dirigir sobre vosotros ini mirada, me vencen mis desgracias! Si, conozco los Crímenes que voy a realizar, pero mi pasión es más En el re¡no de los muertos. 112 TRAGEDIAS ioeo poderosa que mis reflexiones y ella es la mayor cau- sante de males .-ara los mortales. CORIFEO. — Ya en muchas ocasiones me he aden- trado en el camino de los razonamientos sutiles y me he enfrentado con disputas mayores de las que debe bBs abordar el género femenino. Y es que nosotras tam-

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bién poseemos una Musa que nos acompaña en busca de la sabiduría, pero no todas, pues en el linaje de las mujeres, entre muchas quizá hallarías sólo una pequeña parte que no sea ajena al don de las Musas. 1090 Y afirmo que aquellos de los mortales que no cono- cen en absoluto la procreación de hijos superan en felicidad a los que los han engendrado. Los que no 1095 poseen hijos, por desconocer si ellos proporcionan ale- gría o tristeza a los mortales, al no haber llegado a tenerlos se libran de muchos pesares. Pero aquellos que tien¿?n en su casa un dulce plan- ííoo tel de hijos, los veo todo el tiempo atormentados por su cuidado, pensando primero de qué modo los edu- carán mejor y de dónde les dejarán a ellos un modo de vida y, además de esto, si se están esforzando por hijos malos o por buenos, lo cual es una cosa incierta. líos Y ahora voy a decir el peor de todos los males para los mortales: supongamos que ya han encontrado suficientes recursos, que han llegado a la flor de la juventud y que han resultado ser buenos; si, a pesar 1110 de ello, el destino así lo impone, la muerte los enca- mina hacía Hades llevándose sus cuerpos. ¿Qué utili- dad proporciona a los mortales que los dioses, por el ííís ansía de tener hijos, añadan a los que ya poseen este dolor, el más cruel de todos? MEDEA. — Amigas, desde hace tiempo estoy espe- rando el desenlace y espío lo que en palacio estará sucediendo. Pero he aquí que veo avanzar a uno de los 1120 sirvientes de Jasón. Su jadeo anhelante indica que viene a anunciamos una nueva desgracia. MEDEA 113 MENSAJERO. — ¡Oh tú que has cometido una acción terrible y fuera de la ley, Medea, huye, huye por el medio que sea, por mar o por tierra! MEDEA. — ¿ Pero qué ocurre para que tenga que em- prender esta huida? MENSAJERO. — Han muerto la joven princesa y 1125 Creonte, su padre, por causa de tus filtros. MEDEA. — Me has anunciado una noticia bellísima; en adelante te tendré entre mis bienhechores y amigos. MENSAJERO. — ¿Qué dices? ¿Estás cuerda y no de- mente, mujer? Tú que has ultrajado el hogar de los 1130

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príncipes, ¿te alegras y no tiemblas al oir esta noticia? MEDEA. — Podría perfectamente responder a tus pa- labras, pero no te excites, amigo, y habla. ¿Cómo han muerto 2 Pues dos veces me causarías alegría si hu- 1135 bieran muerto del modo más terrible. MENSAJERO. — Cuando la doble descendencia de tus hijos llegó con su padre y franquearon el umbral de la morada nupcial, nosotros, los esclavos, nos alegra- mos, pues estábamos agobiados por tus males. Al punto, de oído en oído se repetía como un susurro que tú y tu esposo habíais cesado en vuestra disputa í 140 anterior. Uno besa la mano, otro el rubio cabello de tus hijos y yo mismo, lleno de gozo, acompañé a los niños hasta la habitación de las mujeres 7I• La señora que honrábamos ahora en tu lugar, antes de haber í 145 visto a la pareja de tus hijos lanzó a Jasón una mirada apasionada, pero luego ocultó sus ojos y volvió hacia atrás su blanca mejilla, molesta ante la entrada de tus hijos. Y tu esposo intentaba aplacar el furor y la uso cólera de la joven, diciéndole: «¿No vas a ser acoge- dora con mis seres queridos? ¿Cesarás en tu furor 71 La enorme alegría que siente el sirviente le lleva a olvi- dar la prohibición de entrar en la habitación reservada a las mujeres. 114 TRAGEDIAS y volverás hacia nosotros la cabeza, considerando ami- gos a los que antes lo eran de tu esposo? ¿No vas a 1155 aceptar los regalos y pedie a tu padre que, en consi- deración a mi, libere a mis hijos del destierro?» Y ella, cuando vio el regalo, no se resistió, sino que

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concedió todo a su esposo y, antes de que se hubieran alejado mucho de lá casa el padre y los hijos, toman- 1160 do los abigarrados peplos se los puso y, colocándose la corona de oro sobre sus bucles, adorna su cabello delante de un brillante espejo, sonriendo ante la apa- rición de la imagen sin vida de su cuerpo. Y después, levantándose de su trono, pasea por la habitación, caminando graciosamente con su blanquisimo pie, 1165 rebosante de alegría por los regalos, y una y otra vez dirige hacia atrás su mirada curiosa sobre sus talones, poniéndose de puntillas ~. Pero entonces tuvo lugar un espectáculo horrible de ver: cambiando el color, retrocede inclinada, con todos sus miembros temblo- 1170 rosos, y apenas sí le da tiempo a reclinarse en su trono para no caer a tierra. Y una criada anciana, creyendo que se trataba de un acceso de furor de Pan o de algún dios ~ dio un alarido de conjuro, antes de ver que, a través de su boca, corría blanca espuma 1175 y que las pupilas de sus ojos daban -vueltas y que la sangre abandonaba su cuerpo; al alarido de con- juro le siguió entonces un gran lamento. Al punto, una se precipita a la casa de su padre, otra a la de su nuevo esposo, para comunicarle la desgracia de su 1180 esposa, y todo el palacio resuena por las apretadas carreras. 72 Eurípides refleja a la perfección los gestos y los adema- nes de la coquetería femenina. 73 Los antiguos atribuían los inesperados ataques dc cual- quier enfermedad a accesos de turbación originados por alguna divinidad mas o menos orgiástica, como sucede en el caso del dios Pan. MEDEA 115 Ya, con paso ligero, un corredor rápido habría recorrido los seis pletros del estadio y alcanzado su final ~, cuando ella se recobró de su estado de mudez y volvió a abrir sus ojos cerrados, después de lanzar un grito terrible. Una doble plaga se había lanzado íías contra ella: la corona de oro que rodeaba su cabeza lanzaba un prodigioso torrente de fuego devastador, y los sutiles peplos, regalo de tus hijos, devoraban la blanca carne de la desdichada. Intenta huir, levan- íí~o

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tándose del trono abrasada, sacudiendo su cabello y su cabeza a un lado y a otro, queriendo arrojar la corona, pero las uniones del oro estaban firmemente engarzadas y el fuego, cuanto más sacudía sus cabe- líos, en lugar de extinguirse redoblaba su fulgor. Y ella cae por fin al suelo, vencida por la desgracia, total- 1195 mente irreconocible, excepto para su padre. No se distinguía la expresión de sus ojos ni su bello rostro, la sangre caía desde lo alto de su cabeza confundida con el fuego, y las carnes s~e desprendían de sus hue 1200 sos, como lágrimas de pino ~, bajo los invisibles dien- tes del veneno. ¡Terrible espectáculo! Todas teníamos miedo de tocar el cadáver, pues su desgracia nos ser- vía de maestro. Mas su infortunado padre, sin conocer su calami- dad, entrando de improviso en la casa, se arroja sobre 1203 el cadáver. Al punto estalla en gemidos y, rodeándola con sus brazos, la besa mientras dice: <¡Oh hija des- dichada!, ¿qué dios te ha perdido de una forma tan ignominiosa? ¿Quién ha dejado huérfano de ti a un ~‘ La distanc¡á de un estadio griego es de seis pletros, unos 185 metros. ‘~ Atrevida y hermosisima metáfora que compara la carne que se va desgarrando por el fuego y el calor producido por el veneno a las gotas de resma que, por influjo del intenso calor del verano, caen en forma líquida, como si de lágrimas se tratase. 116 TRAGEDIAs 1210 anciano, a una tumba? ~. ¡Ay de mi! ¡Deseo acompa..

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ñarte en la muerte, hija! » Y cuando cesó en sus lamen.. tos y sollozos, aunque intentaba levantar su anciano cuerpo, quedó adherido, como yedra a ramas de laurel, a los sutiles peplos, y una lucha terrible se desarro. 1215 lIaba, pues él quería levantar su rodilla, pero ella lo retenía. Y si tiraba con fuerza, arrancaba sus ancianas carnes de los huesos. Por fin renunció, y el desgraciado í~o entregó su vida, pues no pudo derrotar al mal. La hija y el anciano padre yacen muertos uno al lado del otro, desgracia que merece lágrimas. (A Medea.) Rehúso decir palabra alguna de aquello que te concierne, pues tú misma sabrás el medio de huir del castigo. No es la primera vez que considero la condición humana una sombra y valientemente 1225 podría d¿cir que, de los mortales, los que pasan por sabios e indagadores de conocimientos, ésos son los que se ganan el mayor castigo. Pues ninguno de los mortales es feliz y, cuando la prosperidad se derrama, 1230 uno podrá ser más afortunado que otro, pero no feliz. CORIFEO. — La divinidad parece que en este día ha acumulado con justicia, muchas desgracias sobre Jasón. [¡Oh desdichada hija de Creonte, cómo lloramos tus 1235 desgracias, tú que te encaminas hacia las moradas de Hades por tu boda con Jasón!] MEDEA. — Amigas, mi acción está decidida: matar cuanto antes a mis hijos y alejarme de esta tierra; no deseo, por vacilación, entregarlos a otra mano mas i~o hostil que los mate. Es de todo punto necesario que mueran y, puesto que es preciso, los mataré yo que los he engendrado. Así que, ¡ármate, corazón mío! ¿Por qué vacilamos en realizar un crimen terrible pero necesario? ¡Vamos, desdichada mano mía, toma la 76 El escoliasta comeftta que se solfa llamar a los ancianos .tumba~, por estar ya en el umbral de la muerte. MEDEA 117 espada! ¡Tómala! ¡Salta la barrera que abrirá paso 1245 a una vida dolorosa! ¡No te eches atrás! ¡No pienses que se trata de tus hijos queridísimos, que tú los has dado a luz! ¡Olvidate por un br~ve instante de que son tus hijos y luego... llora! Porque, aunque los mate,

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ten en cuenta que eran carne de tu carne; seré una 1250 mujer desdichada. Entra en la casa. CoRo. Estrofa 1.’. ¡Oh Tierra y resplandeciente rayo del Sol! ¡Contem- plad, ved a esta mujer funesta, antes de que arroje sobre sus hijos su mano asesina, matadora de su pro- pía carne! De tu áurea estirpe han germinado ~, y 1.255 causa terror que l~ sangre de un dios sea vertida por hombres. ¡Detenía, oh luz nacida de Zeus, arroja de la casa a la desdichada y asesina Erinis enviada por 1260 los dioses vengadores! ~. Antistrofa l.~. En vano se ha destruido el esfuerzo por engendrar tus hijos; en vano engendraste un linaje querido. ¡Oh tú que abandonaste la azulada roca de las Sim pié- gades y el paso inhóspito! ¡Desdichada! ¿Por qué cae 1265 sobre ti la pesada cólera de tu alma y se transforma en crimen hostil? ~. Duras son para los mortales las manchas de sangre familiar derramadas sobre la tierra, 77 Recuérdese que los hijos de Medea son bisnietos del Sol. 78 Las Erinis o Furias son las divinidades vengadoras de los delitos de sangre. 79 Este pasaje coral es muy difícil de interpretar y sospe- choso de estar corrupto. En relación con la última frase, de oscuro sentido dysmen~s phdnos ameibetai, es muy sugestiva la hipótesis de Von Axnn¡, que acepta Mfliunxaa y que sobre- entiende antf tis prdsthen phil fas. Y así M~RIDIER traduce: «Pourquoi la haine meurtriére prend-elle la place de I’amour?..

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118 TRAGEDIAS 1270 y dolores proporcionados a su culpa hacen caer los dioses sobre las casas de los asesinos. NIÑOS. — (Desde dentro.) ¡Ay, ay de mí! CORIFEO. Estrofa 2.’. ¿Lo oyes, oyes el grito de los niños? ¡Oh desven- turada, oh infeliz mujer! NIÑOS. — (Desde dentro.) —¡Ay de mí! ¿Qué hacer? ¿Adónde huir de las manos de mi madre? —No lo sé, hermano queridísimo. Estamos per- didos. 2175 CORIFEO. — ¿Debo entrar en la casa? Creo que hay que salvar a los niños de la muerte. NIÑOS. — <Desde dentro.) —Sí, por los dioses, ‘salvadnos. Es el momento. —¡Cuán cerca estamos ya del filo de la espada! CORIFEO. — ¡Desdichada! ¡Es que eres como una 1280 roca o un hierro, para haberte atrevido a matar con tu mano asesina el fruto de los hijos que engendraste! Coao. Antistrofa 2.’. De una sola> de una sola de las mujeres de antes tengo noticía que dirigiera su mano contra sus pro pos hijos: ¡no, enloquecida por los dioses, cuando la esposa 1285 de Zeus la expulsó de su casa, para que anduviera errante ~. Y ella, la desdichada, se lanzó al mar por el impío crimen de sus hijos, precipitándose desde la costa marina, y murió arrastrando a los’ dos hijos en 10 Cuenta la mitología que habiendo persuadido Ino a su esposo a acoger y educar a Dioniso en su casa, ambos se vol- vieron locos por causa de la enfurecida Hera, esposa de Zeus, ya que Dioniso era el fruto del amor adúltero de Zeus con Sémele. Presa de esta locura, mató mo a su hijo Melicertes y se arrojó con su cadáver al mar. MEDEA 119

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su muerte. ¿Podría haber sucedido algo más terrible? 1290 ¡Oh lecho de las mujeres, rico en sufrimientos, cuán- tos males habéis causado ya a los mortales! Jasón entra apresuradamente en escena. JASóN — Mujeres que estáis cerca de esta morada, ¿está aún en palacio la que ha realizado estas atrOci- 1295 dades, Medea, o se ha dado a la fuga? Pues ella debe ocultarse bajo la tierra o elevar su cuerpo hacia la profundidad del ~ter como si tuviese alas, si no quiere pagar su castigo a la casa real. ¿Tiene el convenci- miento de que, después de haber asesinado a los sobe- •ranos de esta~ tierra, podrá huir impunemente de esta 1300 casa? Pero ella no me importa tanto como mis hijos. Aquellos que recibieron el mal le causarán el mal a ella; yo he venido a salvar la vida de mis hijos, no sea que los parientes les causen algún daño, en ven- 1305 ganza del impío crimen de su madre. CORIFEO. — ¡Oh desdichado, no sabes a qué punto de tus desgracias has llegado, Jasón! Si lo supieras, no habrías pronunciado estas palabras. JASÓN. — ¿Qué sucede? ¿Es que quiere también ma- tarme a mí? CORIFEO. — Tus hijos han muerto a manos de su madre. JASÓN. — ¡Ay de mí! ¿Qué dices? ¡Cómo me has 1310 golpeado de muerte, mujer! CORIFEO. — Convencete de que tus hijos ya no exis- ten. JASÓN. — ¿Dónde los ha matado? ¿Dentro o fuera de la casa? CORIFEO. — Si abres las puertas, verás el crimen de tus hijos. JAsóN — (Llamando a gritos a los criados de la casa.) Soltad los cerrojos lo más pronto posible,. cria- dos, quitad las barras, para que pueda ver la doble 11315

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120 TRAGEDIAS desgracia, a ellos que están muertos y a ella que reCj. birá mi castigo. MEDEA. — (Aparece Medea en lo alto de la casa sobre un carro tirado por dragones alados con los cadáveres de sus hijos.) ¿Por qué mueves y fuerzas estas puer- tas, tratando de buscar a los cadáveres y a mí, la 1320 autora del crimen? Cesa en tu esfuerzo. Si necesitas algo de mí, si pretendes algo, dilo, pero nunca me tocarás con tu mano. Tal carro nos ha dado el Sol, padre de mi padre, para protección contra mano ene- miga. JASÓN. — ¡Oh ser odioso, oh, con mucho, la más 1325 abominable para los dioses, para mí y para toda la raza de los hombres! ¡Tú que sobre tus propios hijos te atreviste a lanzar la espada, a pesar de haberlos engendrado, y, al dejarme sin ellos, me destruiste! ¡ Y, a pesar de haberlo hecho, puedes mirar el sol y la tierra, cuando te has atrevido a una acción tan impía! ¡Deseo que mueras! Ahora, he recuperado la 1330 cordura que entonces no tuve, cuando, desde tu casa y desde tu país extranjero, te traía a una casa griega, enorme desgracia, traidora a tu padre y a la tierra que te crió. Los dioses han arrojado sobre mí tu genio vengador, pues ya habías matado a tu hermano en tu 1335 hogar cuando embarcaste en la nave Argo, de bella proa 8¡ Así comenzaste tus crímenes. Habiéndote casa- do después conmigo y dado hijos, por celos de un lecho y una esposa los mataste. No existe mujer griega 1340 que se hubiera atrevido a esto, y, sin embargo, antes que con ellas preferí casarme contigo —unión odiosa y funesta para mi—, leona, no mujer, de natural más salvaje que la tirrénica Escila 82~ Pero no conseguiría 81 Según otra tradición, su hermano Apsirto había embar- cado con ella, pero, perseguida por su padre, lo habría matado y arrojado sus despojos a las olas, ante los ojos de Ectes. 82 Monstruo marino emboscado en el estrecho de Mesina. MEDEA 121

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morderte con mis infinitos reproches; tal es el atre- 1345 vimiento que posees por naturaleza. ¡Vete en mala hora, infame y asesina de Jus hijos! A mí sólo me queda lamentar mi destino, no podré disfrutar de mi nuevo matrimonio y a los hijos’ que engendré y crié no podré hablarles vivos, los he perdido para siempre. 1350 MEDEA. — Podría extenderme mucho respondiendo a tus palabras, si el padre Zeus no supiera los bene- ficios que recibiste de mí y el pago que tú me diste. Tú no debías, después de haber deshonrado mi lecho, llevar una vida agradable, riéndote de mí; ni la prin- 1355 cesa, ni tampoco el que te procuró el matrimonio, Creonte, debían haberme expulsado impunemente de esta tierra. Y ahora, si te place, llámame leona y Escila que habita el suelo tirrénico. A tu corazón, como debía, 1360 he devuelto el golpe. JASÓN. — También tú sufres y eres partícipe de mis males. MEDEA. — Sábelo bien: el dolor me libera, si no te sirve de alegría. JASÓN. — ¡Oh hijos, qué madre malvada os cayó en suerte! MEDEA. — ¡ Oh niños, cómo habéis perecido por la locura de vuestro padre! JASÓN. — Pero no los destruyó mi mano derecha. 1365 MEDEA. — Sino tu ultraje y tu reciente boda. JAsÓN. — ¿Te pareció bien matarlos por célos de mi lecho? MEDEA. — ¿Crees que es un dolor pequeño para una mujer? JASÓN. — Si. ella es sensata, sí, pero para ti es la mayor desgracia. Se trata de una mujer, cuya parte inferior la forman seis perros feroces que devoran todo lo que se pone a su alcance. h

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122 TRAGEDIAS 1370 MEDEA. — (Señalando a los cadáveres.) Ellos ya no viven. Esto te mo:derá. JASÓN. — Ellos viven, ay de mí, como genios venga. dores de tu cabeza. MEDEA. — Los dioses saben quién comenzó la des- gracia. JASÓN — Conocen, sin duda, tu alma abominable. MEDEA. — Odia. Detesto tus amargas palabras. 1375 JASÓN. — Y yo las tuyas, pero la separación es fácil. MEDEA. — ¿Cómo? ¿Qué debo hacer? Lo deseo con todas mis fuerzas. JASÓN. — Déjame enterrar a estos muertos y llo- rarlos. MEDEA. — Eso no, pues yo deseo enterrarlos con mi propia mano, llevándolos al santuario de Hera, diosa 1380 Acrea ~, para que ninguno, de mis enemigos los ultraje saqueando sus tumbas. Y en esta tierra de Corinto instituiremos, de ahora en adelante, una solemne fiesta y ritos expiatorios de este impío crimen. Yo me voy 1385 a la tierra de Erecteo a vivir en compaijía de Egeo, hijo de Pandión. Tú, como es natural, morirás de mala manera, golpeado en tu cabeza por un despojo de la Argo ‘~, viendo así el amargo final de tu boda conmigo. 1390 JASÓN. — ¡Ojalá te destruya la Erinis~ de tus hijos y la Justicía vengadora! MEDEA. — ¿Qué dios o divinidad te va a escuchar, perjuro y engañador de tus huéspedes? ~5. 83 Parece que se hace referencia a un templo de Hera, situado en la acrópolis de Corinto; de aquí su epíteto Acrea, <de la colina<. ~ Aunque existen varias explicaciones del escoliasta, lo más probable es que se aluda a la popa de la nave que estaba como regalo votivo en el templo de Hera, la cual, al caerse, le golpeó y le quitó la vida. ~ Con el adjetivo xeinapdrou <engañador de huéspedesw, se alude a los deberes de protección violados por Jasón con

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la extranjera Medea. MEDEA 123 JAsÓN. — ¡Ay, ay, infame, infanticida! MEDEA. — Entra en casa y entierra a tu esposa. JASÓN. — Entro, privado de mis dos hijos. MEDEA. — Aún no es nada tu llanto; aguarda a la 1395 vejez. JASÓN. — ¡Oh hijos queridísimos! MEDEA. — Para su madre, para ti no. JAsÓN. — ¿Y por ello los mataste? MEDEA. — Para causarte dolor. JASÓN. — ¡Ay de mí! Quiero, infeliz de mí, besar los 1400 labios queridos de mis hijos. MEDEA. — Ahora los llamas, ahora quieres acariciar- los, cuando antes los rechazabas. JASÓN. — Concédeme, por los dioses, tocar la blanca piel de mis hijos. MEDEA — No es posible. Lanzas palabras al viento. JAsÓN. — ¡Zeus! ¿Oyes cómo he sido rechazado? 1405 ¿Qué ultrajes he padecido por culpa de esta odiosa e infanticida leona? Pero cuanto me es permitido y puedo, los lloro e invoco a los dioses y les pongo 1410 como testigos de que tú, después de haber asesinado a mis hijos, me impides tocarlos con las manos y enterrar sus cadáveres. ¡Nunca debería haberlos en- gendrado para verlos morir bajo tu mano! (Abandona la escena.) CORIFEO. — Zeus en el Olimpo es el dispensador de 1415 muchos acontecimientos y muchas cosas, inespe rada- mente, concluyen los dioses. Lo esperado no se llevó a cabo y de lo inesperado un dios halló el camino. Así se ha resuelto esta tragedia.

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LOS HERACLIDAS y INTRODUCCIÓN La tragediá que nos ocupa corresponde a las lla- madas político-patrióticas, al lado de Heracles y Las Suplicantes. Sabemos que Esquilo había escrito unos Heraclidas, pero no sabemos nada del argumento. Si

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prestamos crédito a los testimonios que nos han lle- gado, podemos decir que Eurípides ofreció ciertas novedades en el tratamiento del tema: el sacrificio de Macana; el milagroso rejuvenecimiento de Yolao; la captura, muerte y entierro de Euristeo. El tema no volvió a tratarse en Grecia. A través del mito, la obra intenta resaltar la generosidad con que los atenienses trataron a los hijos de Heracles y el pago injusto que recibieron a cambio. Es una denuncia de la invasión espartana contra el Ática. Eurípides se plantea en esta obra, y también en Las Suplicantes, el fundamento de la piedad ateniense, subrayando que, para el hombre ateniense, no hay otro camino que el del cumplimiento exacto de las leyes divinas, dada su creencia en un mundo gober- nado por los dioses. Los Heraclidas se caracteriza, formalmente, por una gran sencillez en las partes líricas, que son más escasas que en el resto de las tragedias de Eurípides. Es la tragedia euripidea con menor número de versos (1055), pero este hecho por sí solo no autoriza a pen- LOS HERACLIDAS sar que la obra fuera una elaboración abreviada con vistas a una representación posterior, como han creído algunos filólogos, entre ellos Wilamowitz. En cuanto a su fecha, la opinión - más general es que se representó en la primavera del 430, porque, en el verano de ese mismo año, los espartanos inva- dieron la Tetrápolis sin que se produjeran los terri- bles males que Euristeo profetiza al final de la tra- gedia. Pero no falta quien retrase la fecha hasta el 426 1

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Estructura esquemática de la obra. — PRóLOGO (1-72). Yolao habla de la huida de los Heraclidas, capi- taneados por él y por la vieja Alcmena, y cuenta su llegada a Atenas. Viene Copreo, heraldo de Euristeo, que trata de llevárselos a Argos. P~Útono (73-119). Estructura comática, en la que el Coro altema con Yolao en la estrofa y con Yolao y el heraldo en la antistrofa. Insiste en la situación de los Heraclidas. El Corifeo pide al heraldo que hable con el rey Demofonte. Epísonto 1.0 (120-352). Demofonte pregunta quién es el heraldo y qué busca. Interviene el Corifeo y tiene lugar el dis- curso del heraldo (134-178), en el que expone sus inten- ciones y la amenaza de guerra en caso de que no le dejaran llevarse a los fugitivos. Tras la intervención del Corifeo, Yolao habla a su vez (181-231): los Heraclidas no pertenecen ya a Argos, y Atenas no teme las amenazas argivas. Además, el parentesco une a los Heraclidas y a Demofonte, el cual toma partido por los suplicantes. Sigue una esticomitia entre el heraldo y Demofonte con inter- venciones aisladas del Corifeo. 1 M. FERNÁNDEZ-GALIANO, «Estado actual de los problemas de cronología euripidea», Actas III Congreso Espa#iol de Estudios Cldsicos, 1, Madrid, 1968, pág. 341. En un sistema anapéstico (288-296) el Coro exhorta a tomar medidas frente al ejército de los argivos. Yolao da las gracias a Demofonte y pide a los hijos de Heracles que guarden agradecimiento eterno a Atenas. Demofonte se prepara para la lucha, y Yol~o sigue en actitud de suplicante. EsTÁsIMO 1.0 (353-380). En una estrofa, antistrofa y epodo, el Coro recrimina a Euristeo su insensatez. Episooío 2.~ (381-607). Yolao se sorprende de la vuelta de Demo- fonte, quien advierte que, para vencer al enemigo, hay que sacrificar, en honor de Deméter, una doncella, hija de padre noble. Siguen dos versos del Corifeo (425-426). Yolao no sabe qué hacer en su desesperación, y se ofrece para morir personalmente. El Corifeo interviene (461-463). Demofonte afirma que de nada serviría la muerte del anciano. Entonces aparece Macaria (474), hija de Heracles,

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que se ofrece a morir en defensa de los suyos y de la ciudad de Atenas, antes de verse deshonrada o esclava. El Corifeo elogia su actitud. Conversación entre Yolao y Macaria, con la intervención de Demofonte. EsT¡síMo 2.0 (608-629). El Coro habla, en la estrofa y antistrofa, de las vicisitudes propias del ser humano y de la gloria que acompañará a Macana. E~ísooío 3.o (630-747). Viene un servidor que refiere a Yolao y Alcmena la llegada de Hilo, hijo de Heracles, y su participación en la lucha al lado de los atenienses. Yolao decide armarse y acudir a la batalla. El Coro, en un sis- tema anapéstico, pone de relieve la arrogancia de Yolao. Un servidor ayuda al anciano en su marcha y le lleva las armas. ESTÁSIMO 3.o (748-783). El Coro afirma que Zeus es su aliado. Invoca también a Atenea contra el ejército argivo. Consta de dos estrofas y sus antistrofas. Epísonto 4o (784-891). Un servidor le cuenta a Alcmena la vic- toria: Euristeo no había aceptado un combate singular con Hilo; el milagroso rejuvenecimiento de Yolao por intervención de Heracles y Hebe; la captura de Euristeo. Interviene el Corifeo (867-868). Alcmena da gracias a Zeus. El servidor presenta a Euristeo ante la anciana. 128 TRAGEDIAS 129 130 TRAGEDIAS ESTASIMO 4•o (892-927). El Coro se ocupa, respectivamente, en dos estrofas y dos antistrofas, de la dicha de los amigos; de la honra de ]os dioses; de la boda de Heracles, y, por último, del triunfo de Atenas sobre Euristeo. ~xono (928-1055). Un servidor ha conducido a Euristeo ante

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Alcmena, la cual amenaza de muerte a su cruel enemigo. Sigue una esticomitia en la que el servidor hace saber a Alcmena que la muerte de Euristeo no les gustaría a los jefes de Atenas. Interviene el Corifeo (981-982). Euristeo replica que no tiene miedo. El Corifeo pide a Alcmena que perdone a su enemigo. La anciana contesta que lo matará y que, después, entregará el cadáver a la ciudad. Euristeo hace una serie de vaticinios sobre Atenas y los Heraclidas. El éxodo propiamente dicho es muy breve (1053-1055). El Coro se despide. ARGUMENTO2 Yolao era hijo de Ificles y sobrino de Heracles. En su juventud participó con éste en sus campañas; en su vejez permaneció, como defensor fiel, junto a sus descendientes. Siendo expulsados los hijos de He- racles de todas las tierras por obra de Euristeo, llegó con ellos a Atenas y allí, refugiándose en los dioses, recibió la seguridad de parte de Demofonte, soberano de la ciudad. Queriendo Copreo, heraldo de Euristeo, llevarse a rastras a los suplicantes, Yolao se lo impidió. Copreo se retiró tras amenazarle con que se prepa- rara para una guerra. Pero Demofonte no se preocu- paba por eso. Como tuvieran lugar unos oráculos que le daban la victoria si sacrificaba en honor de Deméter a la muchacha más noble, quedó sumido en la duda con el vaticinió, pues no consideraba justo matar a su propia hija ni a la de ningún ciudadano a causa de los suplicantes. Sabedora de la profecía, una de las hijas de Heracles, Macar, arrostró voluntariamente la muerte. Entonces la honraron por haber muerto con nobleza y, sabiendo que los enemigos se habían Presentado, se lanzaron al combate... 2 w~ ScHMbo- O. STAHLIN, Geschichte der griechischen Litera- tur, 1, 3, 2.«. ed., Munich, 1961, págs. 417-428.

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YOLAO. HERALDO, Copreo. CORO. DEMOPONTE. MACARIA. Un SERVIDOR. ALcMENA. Un MENSAJERO. EURISTEO. PERSONAJES YOLAO. — Desde antaño estoy convencido de esto: o hombre es, por nacimiento, justo con sus vecinos, mas otro, al tener su ánimo consagrado al lucro, es iútil para la ciudad, difícil de tratar, sólo excelente ara sí mismo. Lo sé por haberlo aprendido no de alabra. Efectivamente, yo, por respeto al pudor y al s arentesco, aunque me era posible vivir tranquila- miente en Argos 1, fui el único que participé con Hera- ~les en la mayor parte de sus trabajos, cuando estaba entre nosotros. Pero ahora, una vez que vive en el ~ielo, protejo a sus hijos teniéndolos aquí bajo mis io alas, aunque yo mismo preciso de protección. Pues, apenas su padre se marchó de la tierra, al momento Euristeo quería matarnos, pero huimos. La ciudad se pierde, pero la vida se ha salvado. Huimos errantes is cruzando los limites de una ciudad tras otra. Además de las otras desgracias, Euristeo creyó oportuno come- ter contra nosotros la siguiente insolencia. Enviando

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heraldos a cualquier tierra donde se informara de que estábamos asentados, nos reclama y nos hace expulsar 20 del país, aludiendo, ante todo, al honor de la ciudad de Argos: que consideren que no es pequeña la ene- mistad de sus amigos y que él es afortunado a un tiempo. Ellos,- contemplando la debilidad de mi per- 1 Argos y Micenas aparecen prácticamente identificadas en esta tragedia. Pero es preciso distinguir: Micenas es la ciudad Y Argos el distrito. En el año 467 a. C., Micenas fue destruida Por Argos. En la época en que se escribió esta obra, no pasaba de ser un lugar insignificante. LOS HERACLIDAS sona y la de éstos, pequeños y privados de su pac¡j 25 nos expulsan del país por respeto a los más poderos< Yo comparto el destierro con estos niños desterradc y cuando ellos lo pasan mal, comparto el dolor, pc que temo traicionarlos, no sea que algún mortal d así: «Mirad: cuando el padre ya no existe para 30 hijos, Yolao ito los defendió, a pesar de ser su riente» a~ Expulsados de cualquier territorio de Hélade, cuando llegamos a Maratón y al territorio comparte su suerte 2, nos sentamos como si en los altares de los dioses, para que nos ayuden. Pue as las llanuras de esta tierra es fama que las habitan lo. dos hijos3 de Teseo, por haberles tocado en suerte a- ellos, que proceden del linaje de Pandión ~, parientes próximos de los aquí presentes. A causa de eso hemos llegado a las fronteras de la famosa Atenas, a este mojón. La huida está capitaneada por dos ancianos. 40 Yo, que abrumado velo por estos niños, y ella, Alcmena, quien, a su vez, dentro de este templo ha protegido

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bajo sus brazos a la descendencia femenina de su hijo y la mantiene a salvo. Pues nos da verguenza que unas doncellas jóvenes se acerquen a la multitud y se colo- 45 quen ante los altares. Hilo5 y sus hermanos, cuya edad es mayor, buscan en qué parte del país estableceremos un baluarte, en caso de ser rechazados a la fuerza de esta tierra. ¡Oh hijos, hijos! Cogeos de mis ropas. la Yolao era hijo de Ificles, que era, a su vez, hijo de Anñtrión y hermanastro de Heracles. Yolao era, por tanto, sobrino de Heracles. 2 Comprendía los municipios de Maratón, Énoe, Probalinto y Tricórito. Había sido fundada por Juto, nieto de Deucaliófl y yerno de Erecteo. ~ Demofonte y Acamante. 4 Padre de Egeo y abuelo de Teseo. La madre de Teseo era Etra, prima hermana de Alcmena. Por ello, Teseo y Hera- cles eran hijos de primos hermanos. 5 Hijo de Heracles y Deyanira. Li veo al mensajero de Euristeo caminando hacia so ~sotros, que no deja de perseguirnos, errantes, pri- idos de todo país. ¡Oh objeto de odio! ¡Así te mue- is tú y el hombre, que te ha enviado! ¡Cuántas veces ~ al noble padre de éstos le has anunciado males psde esa misma boca! HERALDO 6~ — Piensas quizá que es hermoso el sitio ss ~ que te has sentado y que has llegado a una ciudad ada, porque desvarías. Pues no hay quien vaya a eferir tu poder inútil a cambio del de Euristeo. iVete de ahí! ¿Por qué te tomas esas fatigas? Es pre- ciso que tú te levantes para dirigirte a Argos, donde 60 te aguarda la pena de lapidación. YoLAo. — No por cierto, pues me defenderá el altar del dios, y la tierra libre que estoy pisando. HERALDO. — ¿Quieres añadirle trabajo a esta mano mía? YOLAO. — Ni a mí ni a éstos nos llevarás y no trates de cogernos a la fuerza. HERALDO. — Lo vas a ver tú. No eres un buen adi- 65 vino al respecto. YOLAO. — Jamás podrá suceder eso mientras yo viva. HERALDO. — Levanta. Yo a éstos, aunque tú no quie- ras, me los llevaré por considerarlos de quien precisa-

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mente son, de Euristeo. YOLAO. — ¡Oh vosotros que habitáis Atenas desde hace largo tiempo! ¡Defendednos! A pesar de que Somos suplicantes de Zeus, protector del ágora, se nos 70 hace violencia y pisotean nuestras diademas ~. ¡Ultraje para la ciudad y deshonra hacia los dioses! 6 Los manuscritos ofrecen siempre su nombre, Copreo. Pro- bablemente se trata de un añadido de los eruditos helenísticos. Entre los atributos de Zeus se contaba el de agoraios «Protector de la plaza públicaa, «de las asambleas”. En este caso los Heraclidas iban adornados con diademas y cintas, Símbolo de los suplicantes. 134 TRAGEDIAS 135 LOS HERACLIDAS CORO. — ¡Eh! ¡Eh! ¿Qué grito ha surgido cerca d~ altar? ¿Qué tipo de desgracia indicará en seguida? CORO. Estrofa. 75 —Mirad al débil anciano tendido en el suelo. ¡Oh infeliz! —¿A manos de quién has tenido tan desdichada caída en tierra? YOLAO. — Éste, oh extranjeros, deshonrando a vues- tros dioses, trata de arrastrarme a la fuerza fuera de la entrada del altar de Zeus. 80 CoRo. — Y tú, oh anciano, ¿desde qué país has ve- nido al pueblo que habita en común las cuatro ciu-

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dades? ¿Acaso desde la otra orilla, tras dejar la costa de Eubea, arribáis con el remo marino? 85 YOLAO. — No llevo, oh extranjeros, una vida isleña, sino que hemos llegado a tu tierra desde Micenas. CoRo. — ¿Qué nombre te aplicaba el pueblo de Mi- cenas, anciano? YOLAO. — Conocéis, sin duda, al asistente de Hera- cles, a Yolao. Pues no es ésta una persona que nece- site pregonero. 90 CoRo. — Lo conozco por haberlo oído nombrar hace tiempo ya. Mas, ¿de quién son los niños, de pocos años, que cuidas con tus manos? Explícamelo. YOLAO. — Éstos son los hijos de Heracles, oh extran- jeros, llegados como suplicantes vuestros y de la ciudad. CORO. Antistrofa. 95 ¿Por qué motivo? Dime. ¿Acaso os interesa obtener la atención de la ciudad? YOLAO. — Para no ser entregados ni ir a Argos, raza vez que seamos separados de tus dioses a la fuerza. HERALDO. — Pero eso no agradará a tus dueños, que, loo con cierto dominio sobre ti, te encuentran aquí. CORO. — Es natural, extranjero, respetar a los supli- cantes de los dioses, y que tú no abandones la sede de las divinidades a causa de una’ mano violenta. Pues la venerable justicia no consentirá tal abuso. HERALDO. — Expulsa, pues, del país a éstos, los de ios Euristeo, y en nada recurriré con mí brazo a la vio- le ncia. CORO. — Impío es para una ciudad despedir un grupo suplicante de extranjeros. HERALDO. — Pero es hermoso, de seguro, tener el pie 110 a salvo de dificultades, por haber tomado una decisión más conveniente. CORIFEO. — Pues bien, será preciso que tú te atrevas a explicarle eso al rey de esta tierra, pero que no apar- tes de los dioses a los extranjeros arrastrándolos con violencia, por respeto a una tierra libre. HERALDO. — ¿Quién es el señor de esta tierra y de la ciudad? CoIUFEo. — Demofonte el de Teseo, hijo de un padre 115

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noble. HERALDO. — Entonces ante ése, precisamente, podría realizarse la discusión de este argumento. Si no, lo demás se ha dicho en vano. CORIFEO. — Helo aquí que llega de prisa y, también, su hermano Acamante, prestando oído a tus palabras. DEMOFONTE. — Puesto que, aunque eres mayor, te 120 has adelantado a gente más joven en venir a socorrer este altar de Zeus, dime qué circunstancia reúne a esta multitud. CORIFEO. — Como suplicantes están sentados aquí los hijos de Heracles, después de coronar el altar, como ves, señor, y también Yolao, el fiel asistente de 125 su padre. 136 TRAGEDIAS 137 LOS HERACLIDAS DEMOFONTE. — ¿ Qué necesidad de gritos tenía e~ suceso? CORIFEO. — Ése de ahí, al tratar de llevárselos a fuerza de este altar, originó el griterío e hizo caer rodillas al anciano, hasta el punto de suscitar lágrimas por compasión. 130 DEMOFONTE. — En Verdad, tiene de griego el y y la disposición de sus ropas, pero las obras son pias de una mano bárbara. Tu misión es contarme, no tardar, de qué tierra has dejado las fronteras paz venir aquí. 135 HERALDO. — Soy argivo, pues quieres saberlo. Paz qué y de parte de quién he venido, quiero contártel<

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Me envía aquí Euristeo, señor de Micenas, para lleva] me a éstos. He venido, oh extranjero, con muchos mo tivos al mismo tiempo, tanto para obrar como para 140 hablar. Siendo yo en persona argivo, trato de llevarn~ a estos argivos fugitivos de mi tierra, condenados morir por las leyes de allí. Pues por habitar una cii dad es justo que ejecutemos las sentencias soberana sobre nosotros mismos. A pesar de que ellos han 11< 145 gado a los hogares de otros muchos, insistimos O esas mismas razones y nadie se ha atrevido a ganars daños personales. Mas han venido aquí por haber rept’¡ rado en alguna locura al pensar en ti, o por corre desde su situación irremediable el riesgo de si va 150 suceder o no tal desvarío. Pues no esperan, sin dudl si eres cuerdo al menos, que tú solo de entre ta países griegos a los que han acudido, vayas a darte de sus insensatas desgracias. ¡Ea! Compara, efecto: ¿qué provecho tendrás si admites a éstos en íss país, y cuál si nos permites llevárnoslos? De nuesl parte te es posible recibir lo siguiente: el pode] tan importante de Argos y toda la fuerza de Eurist~ para apoyar a esta ciudad. Pero si te ablandas ~C atender las palabras y lamentos de éstos, el asus a derivar en un combate de lanza. Pues no pienses 160 e dejaremos este pleito sin contar con el hierro ~. ~é dirás, entonces? ¿De qué llanuras te habíamos rado? ¿Por defender a qué tipo de aliados, y en msa de qué habrán caído lo’s muertos que entie- 165 Realmente adquirirás mala fama ante los ciuda- inos, si metes el pie en una sentina por causa de un ejo, de una tumba, de quien nada es, por decirlo Li, y de estos niños. Dirás —en el caso mejor— que is a encontrar en ellos tan sólo una esperanza. mbién eso está muy dudoso en la situación pre- 170 ~nte. Pues contra los argivos de mala manera podrían Lchar éstos, armados, al llegar a la edad militar, si que eso te eleva algo el espíritu. Y mucho es el mpo .de en medio, en el cual podríais ser aniquila- jos. Mas hazme caso. Sin darme nada, sino permi- 175 íendo que me lleve lo mio, gánate a Micenas, y que ío te pase lo que soléis hacer: que, siendo posible ~legir por amigos a los mejores, prefieras a los que ion peores.

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CORIFEO. — ¿ Quién podría decidir un juicio o reco- locer una razón, antes de comprender claramente el 180 relato de ambas partes? YOLAO. — Señor —esto es posible en tu tierra—, me rresponde hablar y oír por turno, y nadie me recha- irá de antemano, como en otros lugares. Nosotros y ~te no tenemos nada en común. Pues, una vez que no 185 ~nemos participación en Argos, por haberse decidido n un decreto, sino que estamos desterrados de nues- a patria, ¿cómo podría ser justo que nos condujera ~mo si fuéramos de Micenas, a pesar de que estamos Propiamente «de los Cálibes» (Chálibes). Los naturales de te pueblo situado en el Mar Negro pasaban por ser los prí- eros en haber tratado de un modo especial el hierro, consi- liendo una mezcla especialmente dura que algunos traducen Ir «acero». 138 TRAGEDIAS 139 LOS HERACLIDAS en esta situación nosotros, a quienes ellos expulsar~ 190 de su país? Somos extranjeros, en efecto. ¿O es quien está desterrado de Argos es justo que esté dei terrado de la frontera de los helenos?. No de Atena¡ por lo menos. Pues a los hijos de Heracles no lo expulsarán de su tierra por miedo a los argivos. Pue no es, en absoluto, Traquis ~, ni una ciudad aquea, di 195 donde tú, no con justicia, sino por hinchar a Argo con palabras como las que ahora dices, expulsaste, éstos cuando estaban sentados como suplicantes junt<

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a los altares. Pues si va a ocurrir eso y escogen ti razones, ya no considero yo libre a esta Atenas. ~ 200 sé de la voluntad y la naturaleza de ellos. Estar~ dispuestos a morir, pues entre los hombres nobles aprecia la vergiienza antes que la vida. En cuanto a la ciudad, basta. Pues también es odioso elogiar dema.~ siado, y sé que me he molestado personalmente 205 chas veces ya, por ser elogiado en exceso. Quiero ex~ plicarte qué necesario es que salves a éstos, ya que estás al frente del país. Piteo es hijo de Pélope, y Piteo, Etra, y de ésta nació tu padre Teseo. Me remofr 210 taré, por ti, ahora al origen de estos niños. Heraclei era hijo de Zeus y de Alcmena, y ésta era hija de un~ hija de Pélope. Tu padre y el que 1o fue de éstOS. serian hijos de primos hermanos. Por el linaje est~I relacionado de esa manera con ellos, Demofonte. Per 215 te digo lo que tú debes pagar a los niños aparte 371 del parentesco. Afirmo, en efecto, que, siendo escil dero del padre de éstos, llegué a ser compañero ~ viaje de Teseo en pos del ceñidor que a muchos calil la muerte ‘~. A tu p~dre lo sacó de los rincones bie Ciudad de Tesalia, donde los Heraclidas habían pedid< protección anteriormente. 10 Ceñidor de Hipólita, reina de las Amazonas. El novel trabajo de Hércules consistió en apoderarse de dicho cint1I1~ó que le había sido entregado a Hipólita por su padre Ares, COU los de Hades 11• La Hélade entera lo testimo- ¡jará. Por todo eso te piden éstos que les devuelvas 220 ~i favor: que no se les entregue y que no se les ~xpulse del país tras ser arrancados de tus dioses a la ¡erza. Pues es vergonzoso para ti y, además, cobarde ¡ate la ciudad el hecho de 12 que a unos suplicantes, ni-antes, de tu familia, ¡ay de mí! ... —mira hacia 225 dios, mira— de mala manera, se les arrastre a la ¡erza. Mas te suplico y te corono con mis manos, y... ¡por tu barbilla! 13, de ninguna manera deshonres a os hijos de Heracles después de haberlos acogido en us brazos. Muéstrate familiar de éstos, hazte su padre, 230 ¡ hermano, su amo. Cualquier cosa es mejor que caer ajo los argivos. CORIFEO. — Al oírlos, los he compadecido por su :ía, señor. Ahora, precisamente, he visto el buen

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vencido por el azar. Pues éstos tienen mala for- sin merecerlo, como hijos de padre noble. 235 >EMOFONTE. — Tres caminos de tu desgracia me ~an, Yolao, a no rechazar a tus extranjeros. Lo importante, Zeus, a cuyo altar estás acogido con conjunto de niños. El parentesco y la obligación 240 revia por parte nuestra de hacer bien a éstos en gradecimiento a su padre. Y el honor, por el que hay ue preocuparse ante todo. Pues si dejo que este altar ~a saqueado a la fuerza por un extranjero, parecerá 245 ie no habito una tierra libre y que he entregado ‘bolo regio. Según algunos, Teseo recibió a Antiope como ~xnio por haber participado en aquella expedición. ~ Cuando en su duodécimo trabajo Hércules bajó al infier- para llevarse consigo a Cerbero, el monstruoso perro de ~S cabezas, encontró en las puertas de la terrible mansión Teseo y Pirítoo, encadenados allí como castigo por haber letendido raptar a Perséfone, reina del Hades. Hércules salvó Teseo y lo sacó del infierno. ¡2 Pasaje corrupto. 13 Palabras y gesto propios del suplicante. 140 TRAGEDIAS 141 LOS HERACLIDAS traidoramente los suplicantes a los argivos por lación. Y eso casi merecería la horca. Debiste haber venido con mejor fortuna; sin embargo, tampoco ahora temas que alguien te vaya a arrebatar a la fuerza 250 de este altar en compañía de los niños. Y tú (al He.

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raído) vete a Argos y explícale a Euristeo estas cosas y, además, que, si, aparte de eso, acusa de algo a estos extranjeros, ha de obtener justicia. Pero a éstos jamás te los llevarás. HERALDO. — ¿No, si es justo y venzo con mi argu- mento? DEMOFONTE. — ¿Y cómo va a ser justo llevarse al suplicante por la fuerza? 255 HERALDO. — ¿No es verdad que resultará una ver- guenza para mí y, en cambio, no será un perjuicio para ti? DEMOFONTE. — Para mí sí, en caso de que te con- sienta que arrastres a éstos. HERALDO. — Tú échalos de tus fronteras, y, luego, desde allí nos los llevaremos. DEMOFONTE. — Eres torpe de nacimiento, si albergas proyectos que corrijan los de la divinidad. HERALDO. — Los malvados han de huir, según parece, hacia aquí. 260 DEMOFONTE. — La sede de los dioses es una defensa común para todos. HERALDO. — A los de Micenas no les parecerá así, seguramente. DEMOFONTE. — ¿No es verdad que yo soy señor de los de aquí? HERALDO. — Sí, si no dañas a aquéllos en nada, caso de que seas prudente. DEMOFONTE. — Sufrid daño, con tal que yo, al me- nos, no ultraje a los dioses. 265 HERALDO. — No quiero que tú Sostengas una guerra DEMOFONTE. — También yo soy de tal opinión. Pero ío me despreocuparé de éstos. HERALDO. — Me los llevaré, en verdad, tomando a quienes son míos. DEMOFONTE. — Entonces no te vas a ir fácilmente scia Argos. HERALDO. — Haciendo la prueba lo sabré al punto. DEMOFONTE. — Pues si los tocas, llorarás y no a largo 270 plazo. HERALDO. — No te atrevas, por los dioses, a golpear un heraldo. DEMOFONTE. — Sí, si el heraldo no aprende a ser prudente.

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CORIFEO. — Vete. (Al Heraldo.) Y tú, señor, no le pongas las manos encima. HERALDO. — Me marcho. Pues débil es el combate de una sola mano. Pero vendré aquí con numeroso 275 batallón, todo armado de ‘bronce, de Ares argivo 14• Innumerables guerreros con escudo me esperan y tam- bién mi señor Euristeo que conduce el ejército en persona. Aguardando con impaciencia noticias de aquí espera en la mismísima frontera de Alcátoo 15~ Cuando 280 sepa tu insolencia aparecerá centelleante contra ti, tus ciudadanos, esta tierra y sus cultivos. Pues en vano poseeríamos en Argos tan numerosa juventud en edad militar, si no nos vengáramos de ti. DEMOFONTE. — Así te mueras. No temo yo a tu Argos. No ibas a llevarte a éstos de aquí por la fuerza, ha- 285 Ciéndome sentir verguenza. Pues no tengo yo a esta ciudad por vasalla de la de los argivos, sino por libre. CoRo. — Es hora de tomar medidas, antes que el ejército de los argivos se acer que a la frontera. Muy 290 14 Ares, dios de la guerra, tomado aquí por la guerra misma. contra los argivos. 15 Alcátoo, hijo de Pélope e Hipodamía, era rey de Mégara. 142 TRAGEDIAS 143 LOS HERACLIDAS irascible es el Ares 16 de los de Micenas, y con est más todavía que antes. Pues todos los heraldos tienen la costumbre de exagerar dos veces más de lo ocr.. rrido. ¿Cuántas veces piensas tú que le dirá a su rey 295 que lo pasó horrible y estuvo a punto de dejar la piel? YOLAO. — No existe para los hijos mejor honor que

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haber nacido de un padre noble y bueno y tomar una esposa hija de padres nobles. No elogiaré a quien~ 300 vencido por el deseo, tiene en común con los malvas dos dejar un deshonor a sus hijos a causa de su pl cer. Pues a la desventura la aparta mejor el bw linaje que el oscuro. En efecto, habiendo caído nos. otros en la última de las desgracias, hemos encontrado 305 estos amigos y parientes, los únicos en tanta tierra helena habitada que se han hecho cargo de los presentes. Dadíes la mano derecha, hijos, dádsela. También vosotros a los niños y acercaos. ¡Oh hijos! Hemos llegado a una prueba de amigo& 310 Si un día alumbra para vosotros el regreso a la pa y poseéis el palacio y los honores de vuestro padr~ consideradlos siempre salvadores y amigos y, acoil dándoos de esto, jamás alcéis una lanza enemiga cow 315 tra su país, sino considerad su ciudad la más arnig de todas. Para vosotros son dignos de ser honrado aquellos que nos han librado de tener por enemigo una tierra tan grande y al pueblo pelasgo, al yernO como mendigos errantes. Pero, sin embargo, no no 320 entregaron ni expulsaron del país. Yo, tanto vivo cofll muerto, cuando muera, con gran elogio te ensalzar oh amigo, cerca de Teseo y lo alegraré diciéndole qo acogiste bien y protegiste a los hijos de Heracles; qU4 325 como bien nacido, conservas por la Hélade la fa’~’ de tu padre, y que, nacido de padres nobles, en na< 16 Es decir, el instinto belicoso. p has vuelto, por ventura, peor que tu padre, junto on otros pocos. Pues entre muchos apenas se puede ocontrar a uno que no sea inferior a su padre. CORIFEO. — Desde siempre esta tierra decidió ayudar 330 la gente apurada a quien asiste el derecho. Por ello soportado ya infinitos trabajos en defensa de los nigos; y también ahora veo aquí cercana la con- mda. DEMOFONTE. — Bien has hablado y presumo, anciano, luego éstos se portarán de tal modo. Se recordará avor. Y yo haré una reunión de ciudadanos y los 335 •é para recibir con numerosa tropa el ejército is de Micenas. Primero mandaré espías hacia él,

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que no me sorprenda en su ataque. Pues en s presto está todo hombre para acudir a la alar- Tras reunir a los adivinos haré un sacrificio. Y tú 340 archa a palacio con los niños, dejando el altar de ~us. Pues hay personas que se encarguen de tu cui- •, aunque yo esté ausente. Ea, ve a palacio, anciano. YOLAO. — No podría yo dejar el altar. Sentémonos aguardando aquí suplicantes para que tenga buen 345 o la ciudad. Cuando se libre gloriosamente de esta itienda, iremos a tu palacio. Tenemos por aliados ~es no peores que los de los argivos, señor. Pues Ltrona de ellos es Hera, esposa de Zeus, y de nos- 350 ros, Atenea. Afirmo que también cuenta eso para el ien éxito: conseguir el favor de unos dioses mejores. íe Palas no soportará ser vencida. CORO. Estrofa. Si tú te jactas mucho, otros no se preocupan más r ti, ¡oh extranjero que viniste de Argos! No asus- 355 14s mi corazón con tus orgullosas palabras. Jamás Irra así en Atenas la de grandes y hermosas danzas. 144 TRAGEDIAS 145 LOS HERACLIDAS 360 Y tú eres insensato, como el rey de Argos, hijo d~ Esténelo 17 Antistrofa. Tú que, habiendo llegado a otra ciudad en nada

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inferior a Argos, a unos suplicantes de los dioses~ 365 errantes y que imploran a mi país, aun siendo tú un extranjero, tratas de arrastrarlos violentamente, sin ceder ante el rey, sin decir otro motivo. ¿Dónde podría 370 estar eso bien, entre gente sensata al menos? Epodo. La paz me gusta. Pero tú, oh rey malévolo, digo que si llegas a mí ciudad, no obtendrás así lo que 375 piensas. Pues no eres el único que tienes lanza y escudo todo de bronce. Ea, amante de las guerras: que no me perturbarás con tu lanza a la ciudad bien dotada 380 de gracias. Contente, entonces. YOLAO. — ¡Oh hijo! ¿Por qué acudes ante mí con preocupación en tus ojos? ¿Traes alguna novedad sobre los enemigos? ¿Están a punto de venir? ¿Estáz presentes o de qué te has informado? Pues en absoluto van a resultarte engañosas las palabras del heraldo. 385 En efecto, el estratego es afortunado en lo que depende de los dioses 18, bien lo sé, y no tiene, por cierto, humildes propósitos respecto a Atenas. Pero Zeus ci buen reparador de las audacias de los demasiado S0 berbios. DEMOFONTE. — Ha llegado el ejército argivo y SU 390 señor Euristeo. Yo mismo lo he visto. Pues es necesfr 17 Realmente el Coro habla sólo al heraldo, pero en el juC~ verbal subyace una deliberada confusión entre el heraldo Y persona a quien representa: el rey de Argos, es decir, EuriSt hijo de Esténelo, quien lo era, por su parte, de Perseo y Andr meda. 18 El texto ofrece dificultades. Una buena enmienda es de TYRw¡rn: t¿¿ prósthen On «en lo anterior”. u rio que un hombre que afirma que sabe conducir per- fectamente un ejército no observe a los enemigos me- mensajeros. Ahora bien, todavía no ha lanzado - ejército hacia esta llanura del país, sino que, sen- ido en una altura rocosa, observa —esto te lo digo 395 ya como opinión— por dónde introducirá su ejército sin lucha ‘9 y lo asentará con seguridad en esta tierra. Y. sin embargo, también lo mio está ya dispuesto de rma conveniente. La ciudad en armas; las victimas

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en pie, preparadas para los dioses a quienes sea 400 reciso degollarías; la ciudad por mano de los adivinos ace sacrificios: trofeos sobre los enemigos y medios de salvación para la ciudad; tras reunir en un solo unto todos los cantores de oráculos, los he compro- ado, y también las antiguas respuestas de los orácu- ~s, tanto las profanas como las ocultas, medios de 405 ralvación para este país. Muchas son las diferencias de 15 profecías restantes, mas de entre todas destaca una mola e idéntica opinión. Mandan que yo deguelle en honor de Core ~, hija de Deméter, una doncella que hija de padre de buen origen. Yo tengo, como ves, 410 afán muy grande hacia vosotros, pero no voy a ma- a mi hija ni obligaré a ningún otro de mis ciuda- nos a pesar suyo. Pues, ¿quién, de propia voluntad, zona tan mal que entregue de sus manos a sus hijos luy queridos? Ya, ahora, pueden verse amargas re- 415 niones, diciendo unos que era justo defender a los bxtranjeros suplicantes, pero acusándome otros de lo- CUra. Si, además, hago eso, se suscitaría una guerra Itestina. Pues bien, mira tú eso y descubre a la vez 420 ~mo os salvaréis vosotros y este suelo y no seré yo 19 Es una conjetura. El pasaje está corrupto al parecer. ~ Apelativo de Perséfone. Equivale a «la muchacha«. En ca histórica el sacrificio no se practicaba entre los griegos. r¶pides lo utiliza con frecuencia, referido a tiempos preté- los. 146 TRAGEDIAS 147 LOS HERACLIDAS

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objeto de calumnia ante los ciudadanos. Porque m tengo yo una tiranía como sobre bárbaros; sino que si hago cosas justas, cosas justas me pasarán. 425 CORIFEO. — ¿ Pero es que, aun estando decidida, u~ dios no le permite ayudar a los extranjeros a esta cii¡~ dad que lo solicita? YOLAO. — ¡Oh Dios! Nos parecemos a navegantes que, tras escapar de la salvaje furia de la tempestad~ se acercan a tierra hasta poderla tocar con la mano, 430 y, luego, desde tierra firme son empujados de nueva al mar por los vientos. Así, también nosotros Somos rechazados de este país cuando estábamos ya en la costa creyéndonos a salvo. ¡Ay de mi! ¿ Por qué, en, tonces, me has deleitado, oh cruel esperanza, cuando 435 no ibas a terminar el favor? Pues perdonable, por cierto, es también su negativa, si no quiere matar a los hijos de los ciudadanos. También estoy satisfecho con lo de aquí. Si a los dioses les parece bien que a mí me ocurra eso, el agradecimiento hacia ti no des~ aparece. ¡Oh hijos! No sé qué hacer con vosotroL 440 ¿Adónde nos volveremos? ¿Cuál de los dioses está sin corona? 21• ¿A la frontera de qué país no hemos ib. gado? Vamos a perecer, oh hijos. Vamos a ser entrb. gados ya. Y por mí nada importa, si es que he d@ morir, salvo que cause algún deleite a mis enemigos al morir. Por vosotros lloro y os compadezco, hijos, 445 y a Alcmena, la anciana madre de vuestro padre. ¡Oh desdichada por tu larga vida, e infeliz también yo, que he padecido mucho en vano! Era preciso, era prb. ciso, desde luego, que nosotros, al caer en las manoS 450 del enemigo, hubiéramos dejado la vida de modo ver¶ gonzoso y desgraciado. Pero, ¿sabes en lo que has da 21 Los suplicantes dejaban las coronas, con que se adorlil ban, encima del altar de los dioses a quienes impetraban, hastl que sus peticiones eran atendidas. Lyudarme? Aún no se me ha escapado por completo la esperanza puesta en la salvación de éstos. Entréga- me a mí a los argivos en lugar de ellos, señor. No corras peligro, y sálvame a los niños. No debemos 455 apreciar mi vida. ¡Que concluya! Euristeo querrá ante

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todo, una vez que me aprese, aplicar su insolencia contra el aliado de Heracles. Pues es un hombre brutal. Para los sabios es cosa deseable trabar enemistad con un sabio, pero no con un espíritu embrutecido. Así 460 podría conseguir uno mucho respeto y justicia. CORIFEO. — ¡Oh anciano! Que no acuse yo, entonces, a esta ciudad. Pues quizá podría sobrevenimos el re- proche, mentiroso pero, no obstante, dañoso; de que hemos traicionado a los extranjeros. DEMOFONTE.—NObIe es lo que has dicho, pero ineficaz. Ese jefe no conduce hacia aquí su ejército para recla- 465 marte a ti. Pues, ¿qué más le da a Euristeo que muera (ni anciano? Sino que quidre matar a éstos. Que para los enemigos es cosa terrible que crezcan como hijos buena casta, jóvenes y con el recuerdo del ultraje ntra su padre. Todo lo cual es preciso que lo obser- 470 e él. Mas si sabes alguna decisión más oportuna, ‘repárala, que yo estoy perplejo, tras oír los oráculos, lleno de temor. MACARíA. — Extranjeros, no atribuyáis ninguna osa- ilía a mi salida. Esto es lo primero que os pido. Pues 475 ara una mujer lo más hermoso es, junto al silencio, ser prudente y permanecer tranquila dentro de casa. ~J haber escuchado tus gemidos he salido, Yolao, no orque se me haya encargado hacer de embajadora íe mi estirpe. Pero, realmente, soy, de alguna manera, 480 Idecuada; me preocupo, la que más, por mis herma- DOs y quiero informarme sobre ellos y sobre mí misma or si alguna pena, añadida a las desgracias de antes, ‘IlUerde tu corazón. 148 TRAGEDIAS 149

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LOS HERACLIDAS YOLAO. — ¡Oh hija! Con justicia te puedo elogiar, 485 no desde hace poco, más que a ninguno de los hijos d~ Heracles. Nuestra casa, a pesar de que nos había dado la impresión de marchar bien, ha derivado otra ves hacia lo que no tiene remedio. En efecto, afirma ésta 490 que los cantores de oráculos dan señales para que de. gúellen en honor de Core, la hija de Deméter, no un toro ni una ternera, sino una doncella que sea de buen linaje, si es que se pretende que subsistamos nos. otros, y es preciso que exista esta ciudad. Ahora bien, estamos perplejos con esto. Pues éste afirma que ni va a degollar a sus propios hijos ni a los de ningún otro, y a mí me dice, no a las claras, pero lo dice da 495 algún modo, que, si no encontramos alguna salida de esto, busquemos algún otro país, y que él quiere salvar esta tierra. MACARíA. — ¿Dependemo’s tan sólo de ese argumen. to para ser salvados? YOLAO. — De ése, pues en lo demás hemos tenido buena suerte. 500 MAcAIuA. — Entonces no temas ya la hostil lanza argiva. Porque yo misma, antes que se me ordene, anciano, estoy dispuesta a morir y a presentarme para mi degollación. Pues, ¿ qué diremos si la ciudad cree oportuno correr un gran peligro a causa de nosotros, 505 y, en cambio, nosotros, imponiéndoles trabajos a otroS cuando es posible quedar a salvo, vamos a huir de Ji muerte? No, por cierto, puesto que seria motivo do irrisión no sólo gemir sentados como suplicantes dO los dioses, sino también mostramos cobardes a pesal de haber nacido de aquel padre del que hemos nacido 510 ¿Dónde son apropiadas esas actitudes entre gentes ~ valía? Es más hermoso, pienso yo, que caer en manol de los enemigos, cuando esta ciudad sea apresad —cosa que jamás ocurra— y, luego, después de pasa por ultrajes terribles, aun siendo hija de un padi poble, ver de todas formas a Hades. ¿Acaso tengo que sís ndar errante expulsada de este país? No me avergon- aré, entonces, si uno dice: « ¿ Por qué habéis venido LquI con ramos de suplicante, vosotros que tenéis ape-

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p a la vida? Salid del país. Pues nosotros no ayuda- cmos encima a unos cobardes». Pero, ni siquiera, si 520 iuedaran muertos éstos y a salvo yo, tengo esperanza pasarlo bien. Que, ciertamente, por eso han traicio- iado ya muchos a sus amigos. Pues, ¿quién querrá, ea tener por esposa a una muchacha abandonada, sea 525 ener hijos de mí? ¿No es verdad que es mejor morir ¡e obtener ese destino sin merecerlo? Eso le con- rendría más a cualquier otra que no fuera notable orno yo. Conducidme adonde este cuerpo deba morir, ionedle guirnaldas y comenzad el sacrificio, si os pa- ece. Venced a los enemigos. Que hay aquí una vida 530 ¡e se ofrece voluntaria y no mal de su grado. Pro- ¡amo que muero en defensa de mis hermanos y de ni misma. Pues, por cierto, al no tener apego a mi ida, acabo de confirmar el descubrimiento más her- foso: dejar la vida con buena fama. CORIFEO. — ¡Ay, ay! ¿Qué diré al oír las magnfficas 535 ras de la doncella que quiere morir en lugar de lermanos? ¿ Quién podría decir unas palabras más ~s que ésas? ¿Qué hombre podría hacerlo todavía? YOLAO. — ¡Oh hija! No eres tú de otro origen, sino sso ¡e has nacido como semilla del espíritu divino del ¡¡¡oso Heracles. No me averguenzo de tus palabras, Das siento dolor por tu suerte. Pero explicaré cómo Podría ser bastante justo. Es preciso llamar aquí a Ddas las hermanas de ésta, y, luego, la que disponga s~s suerte, muera por su linaje. Pero no es justo que fueras sin sorteo. MI.cARIA. — No querría yo morir por tocarme en alerte. Pues no merecería el agradecimiento. No lo LS, anciano. Pues bien, si aceptáis y queréis utili- 550 150 TRAGEDIAS 151

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LOS HERACLIDAS zarme, ofrezco animosamente mi vida a éstos, volw tana yo y no obligada. YOLAO. — ¡Ay! Esa frase tuya es más noble que 1 sss de antes. Y aquélla era muy noble. Pero superas ca esta audacia tu audacia y con unas palabras noble, tus palabras. Sin embargo, ni te aconsejo ni te prohibo que mueras, hija. Pero al morir beneficias a tus hez. manos. MACARíA. — Con prudencia me aconsejas. No participar en la mancha de mi sangre, pues he da 560 morir libremente. Sígueme, anciano, pues quiero ¡¡¡01 nr en tus manos. Quédate a mi lado y cubre mi cuerpo con el peplo. Puesto que voy a ir hacia el espanto de mi degollación, si es que he nacido del padre dcl que me jacto. YOLAO. — No podría yo asistir a tu muerte. 565 MACARIA. — Pues pídele a éste que no exhale yo vida en manos de hombres, sino de mujeres. DEMOFONTE. — Así será, oh infeliz entre las donco. lías, pues, también para mi, que no seas honrada d manera digna, sería vergonzoso por muchas razones; 570 tanto por tu buen ánimo como por la justicia. Te I¡< visto ante mis ojos como la más valiente de todas Ji mujeres. ¡Ea! Si tienes algún deseo, dirigete a éstos al viejo con tus últimos saludos y ponte en marcha MACARíA. — ¡Oh! Pásalo bien, anciano, pásalo hiel 575 y edúcame a estos niños de la siguiente manera: listo para todo, como tú; en nada más, pues tendrán has tante. Trata de salvarlos, consérvate lleno de celt para que no mueran. Somos hijos tuyos. Hemos si criados por tus manos. Ves que también yo ofrezc< 580 mi juventud propia del matrimonio, dispuesta a moni en vez de ellos. Y vosotros, compañía de mis herma nos que me asistís, que seáis felices y que gocéis dd todo aquello por lo que será degollada mi vida. Honra al anciano, a la anciana que está dentro del tempí’ tcmena, madiie de mi padre, y a estos extranjeros. 585 si un día la liberación de vuestros trabajos y el

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~greso os los descubren los dioses, acordaos de cómo preciso enterrar a vuestra salvadora. De la manera Is hermosa es lo justo. Pues no me ofrecí yo por sq0 psotros en grado insuñciente, sino que moni por mi ¡aje. Esto será mi tesoro, en lugar de hijos y de don- lez, si es que debajo de tierra hay algo. Sin em- rgo, ¡ojalá no haya nada!, pues si los mortales ~ muramos vamos a tener también allí preocupa- ies, no sé adónde se volverá uno. Que el morir considerado como el mayor remedio de los males. 595 YOLAO. — ¡ Ea! ¡ Oh tú que destacas muchísimo en- e todas las mujeres por tu buen ánimo! Sábete que rás la más honrada con mucho por nosotros, tanto ~a como muerta. ¡Váyate bien! Pues me impone 600 espeto decir palabras de mal aguero a la diosa a ¡¡¡en está consagrado tu cuerpo, a la hija de Deméter. hijos! Me muero. Mis miembros se desmayan de sia. Cogedme y apoyadme en un asiento, cubrién- ime ahí con este peplo, hijos. Que no me alegro con 605 que está ocurriendo, ni. con que no sea posible ivir si no se cumple el oráculo. Efectivamente es ¡¡a calamidad mayor, pero también esto es una des- acia. CoRo. Estrofa. Afirmo que sin la intervención de los dioses fin- ~n hombre consigue ser feliz ni desgraciado. Ni tam- 610 >CO una misma casa se encuentra siempre en la asperidad. Un destino diferente sigue a otro. A uno ¿e viene de lo alto lo deja abatido,, y a un vagabundo hace dichoso. No es 11 cito huir de lo fijado por la 615 Ierte. Nadie lo rechazará con su saber, sino que quien desee siempre se esforzará en vano. 152 TRAGEDIAS 153

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LOS HERACLIDAS Antistrofa. Pero tú, sin postrarte ante ello, soporta lo que de~ 620 paran los dioses y no te aflijas por demás en tu cor~ zón con la tristeza. Pues famosa muerte consigue it desdichada en defensa de sus hermanos y de su pats, Buena fama, no sin gloria, por parte de los hombres 625 la envolverá. La virtud camina a través de los sufri. mien tos. Dignas de su padre, dignas de su buen linaj. resultan estas acciones. Si honras las muertes de los valerosos, yo comparto contigo esta veneración. 630 SERVIDOR. — ¡Oh hijos! Salud. ¿Dónde está el an- ciano Yolao? ¿Se ha marchado de este asiento la madre de vuestro padre? YOLAO. — Estamos presentes. Esto queda, al menos~ de mi presencia. SERVIDOR. — ¿Por qué estás echado y tienes la mi- rada baja? YOLAO. -~- Me ha sobrevenido una tribulación fami- liar, por la que me he quedado abatido. 635 SERVIDOR. — Levántate tú mismo, entonces, y ende. reza la cabeza. YOLAO. — Somos ancianos y de ningún modo esta- mos fuertes. SERVIDOR. — He venido, en verdad, trayéndote una gran alegría. YOLAO. — ¿Quién eres tú? ¿Dónde he tropezado contigo que no me acuerdo? SERVIDOR. — Un sirviente de Hilo. ¿No me reconO ces al yerme? 640 YOLAO. — ¡ Oh queridísimo! ¿ Has venido entonces como liberador de nuestra desgracia? SERVIDOR. — Precisamente, y, además, tienes buena suerte en lo de ahora. YOLAO. — ¡Oh madre de un hijo noble, a A; me refiero, sal! Escucha estas queridisimas palabras pues, sufriendo desde ha tiempo por los que ya llegas

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onsumías tu alma con la ansiedad de este regreso. 645 ALCMENA. — ¿Qué pasa? Todo este edificio se ha líe- do de griterío, Yolao. ¿Es que algún heraldo, pro- dente de Argos, te fuerza con su presencia? Débil mi fuerza, al menos, pero sólo una cosa es preciso sepas, extranjero: que no es posible que te lleves 650 íás a éstos mientras yo viva. Entonces, si, dejaría no se me considerase ya madre de Heracles. Si a éstos con tu mano, lucharás contra dos viejos, de manera gloriosa. YOLAO. — Ánimo, anciana, no temas. No ha llegado heraldo desde Argos con palabras enemigas. 655 ALCMENA. — Pues, ¿por qué diste un grito mensa- ~ro de temor? YOLAO. — Por ti, para que te acercaras delante de ste templo. ALCMENA. — Yo no sabía eso. ¿Quién es, entonces, te? YOLAO. — Anuncia que ha llegado el hijo de tu hijo. ALcMENA. — Goza tú también con esta noticia. Mas, 660 or qué ha puesto su pie en esta tierra? ¿ Dónde está uora? ¿Qué circunstancia le impide mostrarse aquí 3ntigo para alegrar mi corazón? SERVIDOR. — Asienta y dispone el ejército que ha aldo al venir. ALCMENA. — Esos pormenores ya no nos importan. 665 YOLAO. — Si importa. Y es asunto mio preguntarlo. SERVIDOR. — ¿Qué quieres saber, pues, de lo ocu- YOLAO. — ¿Con cuántos aliados está presente? SERVIDOR. — Con muchos. Pero no puedo explicarte el número. YOLAO. — Saben eso, supongo, los jefes de los ate- 670 ~nses. SERVIDOR. — Lo saben. Y ya está dispuesta el ala tuierda. 154 TRAGEDIAS 155

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LOS HERACLIDAS YOLAO. — ¿Está ya armado el ejército como para Ji acción? SERVIDOR. — Sí, e, incluso, ya han sido llevadas Isa víctimas lejos de las filas. YOLAO. — ¿A qué distancia está el ejército argivo? 675 SERVIDOR. — A una distancia tal como para que s vea claramente su estratego. YOLAO. — ¿Qué hace? ¿Acaso ordena las filas de loa enemigos? SERVIDOR. — Lo sospechábamos, pues no lo oíanios. Pero me voy a ir. No quisiera que mis señores, faltos. de mi apoyo personal, chocaran contra los enemigos. 680 YOLAO. — Y yo también contigo, pues pensamos lo mismo: asistir a los amigos, según parece, y ayudarles. SERVIDOR. — De ningún modo seria propio de ti tomar una decisión insensata. YOLAO. — Tampoco no participar con mis amigos en la• esforzada batalla. SERvIDoR. — No es posible causar heridas con la vista, si no actúa la mano. 685 YOLAO. — ¿Y qué? ¿No tendría yo vigor detrás da un escudo? SERVIDOR. — Tendrías vigor, pero tú mismo caeríal? sobre él. YOLAO. — Ninguno de los enemigos soportará mi.~ rarme. SERVIDOR. — No existe, oh amigo, ese vigor tuyo que era realidad antaño. YOLAO. — Pues bien, voy a luchar con gentes fl< inferiores en número. 690 SERVIDOR. — Pequeño contrapeso añades a tus arlil gos. YOLAO. — No me contengas cuando estoy dispuest( a actuar. SERVIDOR. — De actuar, tú no eres capaz; de querE

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hacerlo, quizá. YOLAO. — En la idea de que no me quedaré, puedes decirme lo demás. SERVIDOR. — ¿ Cómo aparecerás sin armas ante ho- ís? ~. YOLAO. — Hay en este edificio, dentro, armas COgi- 695 das en guerra. Las utilizaré y las devolveré, si vivo. muero, no me las reclamará el dios. ¡Ea! Entra, oge de los clavos un equipo de hoplita y tráemelo c~ más pronto posible. Pues resulta vergonzoso este 700 istema de defender la casa: que unos luchen y otros e queden por cobardía. CoRo. — El tiempo todavía no humilla tu arrogan- ~ia, sino que está vigorosa como de joven, pero tu uerpo está ya gastado. ¿Por qué te esfuerzas en vano n lo que te perjudicará y beneficiará poco a nuestra 705 ~udad? Es necesaria la edad para variar de opinión dejar lo imposible. No hay manera de que adquie- la juventud de nuevo. ALCMENA. — ¿Qué pasa? ¿Por no estar en razón te mes a dejarme sola con mis hijos, anciano? ~. 710 YOLAO. — De hombres, en efecto, es el combate. Para en cambio, es necesario ocuparte de ésos. ALCMENA. — ¿Y qué? Si tú mueres, ¿cómo me sal- ~e yo? YOLAO. — Se preocuparán los hijos de tu hijo que Lueden. ALCMENA. — ¿Y si —cosa que no ocurra— tienen un lercance? YOLAO. — Estos extranjeros no te traicionarán, no 715 emas. ALCMENA. — En verdad, es la única confianza; no ngo ninguna otra. Armados de lanza y escudo. ~ Laguna de dos sílabas. Suplimos según HARTUNG. 156 TRAGEDIAS 157

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LOS HERACLIDAS YOLAO. — También Zeus, yo lo sé, se preocupa de tus fatigas. ALCMENA. — ¡Ay! Zeus no será censurado por nil. Él sabe si es justo respecto a mi. 720 SERVIDOR. — Ya estás viendo aquí una armadura completa. Recubre en seguida tu cuerpo con ella, qu~ la lucha está cerca y Ares odia ante todo a los que tardan. Pero, si te asusta el peso de las armas, marcha. 725 ahora inerme y ármate con este equipo en las filas. Yo te las llevaré entretanto. YOLAO. — Bien has dicho. Lleva las armas mante. niéndolas a mi alcance, ponme en la mano la lanza y levanta mi codo izquierdo, guiando mis pasos. SERVIDOR. — ¿ Es que, realmente, es preciso conducir~ cual niño a un hoplita? 730 YOLAO. — Hay que marchar con seguridad para eW tar augurios ~. SERVIDOR. — Ojalá fueras capaz de realizar todo aquello de lo que estás ansioso. YOLAO. — Date prisa. Pues para mi será algo terribl* si llego tarde a la batalla. SERVIDOR. — Tú, realmente, te demoras, y yo doy la iinpresión de no hacer nada. YOLAO. — ¿No ves cómo se apresuran mis mielfl bros? 735 SE¡~víDoR. — Veo que tú te lo crees, más bien te des prisa. YOLAO. — Tú lo dirás, cuando me observes allí... SERVIDOR. — ¿ Qué harás? Quisiera verte feliz, menos. YOLAO. — . . hiriendo a través de su escudo a al¡ enemigo.

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24 Era signo de mal augurio tropezar, sobre todo al comn zar el día. SERVIDOR. — Si es que llegamos algún día. Pues ése es mi miedo. YOLAO. — ¡Ay! Ojalá, oh brazo, fueras para mí un 740 aliado de tal estilo cual te recuerdo en tu juventud, cuando en compañía de Heracles devastabas Esparta. ¡Cómo lograría yo la derrota de Euristeo! Pues, en verdad, es cobarde incluso para resistir la lanza. Tam- 745 bién depende de la dicha, sin razón, la fama del valor. Pues creemos que el afortunado lo dispone bien todo. CORO. Estrofa 1.. ¡Tierra y luna de toda la noche y rayos muy bri- llantes del dios ‘~ que dais luz a los mortales! Así me 750 *raigáis la noticia: gritadía en el cielo, tanto junto al trono soberano como en la mansión de la glauca Ate- nea. Por haber acogido yo a unos suplicantes, un pelí- 755 ‘gro ha amenazado a mi tierra patria y a mi casa; voy a cortarlo con mi reluciente espada. Antistrofa 1 .<. Terrible es que una ciudad como Micenas, rica y 760 muy alabada por el valor de su lanza, guarde rencor ‘a mi país. Pero cobarde es, oh ciudad, que entre- emos unos extranjeros suplicantes por mandato ~ 765 ~e Argos. Zeus es mi aliado: no temo. Zeus está agra- tiecido conmigo con razón. (Las divinidades) ~ jamás Serán consideradas por mí, al menos, como inferiores ~‘ los mortales. Estrofa 2.’. ¡Ea! ¡Oh señora! ~. —En efecto tuyo es el suelo de 770 fluestra tierra y la ciudad de la que tú eres madre, Helio, <el Sol<. 26 Pasaje corrupto. ~ No lo incluyen los editores por razones métricas. ~ Atenea, patrona de Atenas. 158

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TRAGEDIAS 159 LOS HERACLIDAS dueña y guardiana—. ¡Desvía por otro lado a quien, 775 sin razón, conduce hacia aquí el ejército de Argos que blande la lanza! Pues, por mi virtud, no merezco ser expulsado de palacio. Antistrofa 2.’. Porque en tu honor se cumple sin cesar un culto de muchos sacrificios, y no se olvida el día último de 780 los meses, ni los cantos de los jóvenes ni las canciones de los coros. Sobre la colina ventosa ~ resuenan gritos femeninos entre el repiqueteo, de toda una noche’, marcado por los pies de las doncellas. SERVIDOR. — Señora, traigo noticias: para ti, muy 785 breves de oír; para mi, aquí a tu lado, muy hermosas. Hemos vencido a los enemigos y se han erigido trofeos que contienen la armadura completa de tus enemigos. ALCMENA. — ¡Oh queridísimo! Este día ha contñ 790 buido a liberarte gracias a esos mensajes. Pero de solo un sufrimiento todavía no me liberas. Pues miedo tengo por si no viven aquellos a quienes yo quiero. SERVIDOR. — Viven, famosos en grado sumo entre el ejército. ALCMENA. — El anciano Yolao, ¿no es aquel de allí? SERVIDOR. — Sí, por cierto. Lo ha pasado muy bien gracias a los dioses. 795 ALCMENA. — ¿Qué ocurre? ¿Acaso ha entablado algúl combate valiente? SERVIDOR. — Se ha convertido de viejo en jOV< otra vez.

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ALCMENA. — ¡Hechos admirables me cuentas! Mmi deseo que me des noticia primero del feliz combatE de los míos. 2~ La colina es la Acrópolis. ~ Podría entenderse también <gritos femeninos por boca las doncellas<. Se trata de la Pannychis, fiesta que duraba t( la noche que precedía al día de las Grandes Panateneas. SERVIDOR. — Mi explicación por si sola te indicará todo eso. En efecto, una vez que nos enfrentamos mu- 800 tuamente, al desplegar el ejército de hoplitas cara a cara, Hilo, echando pie a tierra desde su cuadriga, se detuvo alzado en medio del terreno que separaba a los ejércitos, y, luego, dijo: «Oh estratego que has venido de Argos: ¿por qué no dejamos en paz a esta tierra? 805 Tampoco harás ningún daño a Micenas si la privas de un hombre. ¡Ea! Emprende batalla, tú solo, conmigo solo. O coge y llévate, si me matas, a los hijos de Heracles; o, si mueres, déjame conservar las honras y 810 el palacio de mi padre». El ejército lo elogió: bien dicha estaba la propuesta tanto por librarles de fati- gas como por su valor. Pero aquél, ni por verguenza ante los que habían oído las palabras, ni ante su pro- pia cobardía, aun siendo él un estratego, se atrevió 815 a acercarse a la poderosa lanza, sino que fue muy cobarde. ¡Y, a pesar de ser de tal laya, había venido a esclavizar a los hijos de Heracles! Pues bien, Hilo se retiró de nuevo a su fila. Y los adivinos, una vez que se enteraron de que la reconciliación no se cumplía 820 mediante combate singular, hacían sacrificios y no se demoraban, sino que vertieron al punto sangre propicia de una garganta humana. Unos subían a los carros, Otros se cubrían costado contra costado al amparo de los escudos. El soberano de los atenienses dio una 825 Orden a su ejército como debe hacerlo uno de buen linaje: « ¡Oh conciudadanos! Es necesario defender ahora la tierra que nos alimenta y nos dio a luz». El otro, por su parte, pidió a sus aliados que no consin- ran que Argos y Micenas pasaran vergúenza. Una vez 830 que se dio un toque agudo con la trompeta tirrena31 y 31 Era famosa la trompeta tirrena, recta y larga a un tiempo. ~be que la llevaran los piratas tirrenos a Europa, o que fuera

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invento de los lidios, pueblo de Asia Menor, del que proce- ~an los tirrenos. 160 TRAGEDIAS 161 LOS HERACLIDAS que emprendieron mutuamente la batalla, ¿cuánto es- truendo de los escudos presumes tú que resonaba? ¿Cuánto gemido y lamento a un tiempo? Al principio, 835 pues, el ataque del ejército argivo embistió nuestras filas. Luego, se retiraron. A continuación, trabado un pie con otro, situado un hombre junto a otro, ganaban firmeza en la batalla. Muchos caían y se dejaban oír dos exhortaciones 32: «¡Oh Atenas! ». «¡Ah los que sein’. 840 bráis la campiña de los argivos! ¿No vais a defender de la verguenza a vuestra ciudad?». A duras penas, intentándolo todo, no sin fatigas, pusimos en fuga al ejército argivo. Y, entonces, el anciano Yolao, viendo que Hilo se ponía en marcha, tendiendo la mano dero. 845 cha le suplicó que lo subiera al carro de caballos, y, cogiendo con las manos las riendas, persiguió a los potros de Euristeo. Ya, lo que sigue a esto, puedo decirlo yo por haberlo oído de otros, pero hasta áqui por haberlo visto yo mismo. En efecto, en Palene »~ 850 mientras cruzaba por la venerada colina de la divina Palas, al ver el carro de Euristeo, pidió a Hebe ~ y a Zeus tornarse joven por un solo día y hacerles pagar su castigo a los enemigos. Ahora te es posible oír un prodigio. Efectivamente, deteniéndose dos astros enci- 855 ma del yugo de los caballos, ocultaron el carro con una nube oscura. Los más enterados nombran a tU hijo, al menos, y a Hebe. Yolao, saliendo de la soilI

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bría tiniebla, mostró el perfil vigoroso de unos brazos 860 juveniles. El ilustre Yolao capturó el carro de cuatl caballos de Euristeo junto a las rocas de Escirón ~ 32 Pasaje probablemente corrupto. 33 El demo de Palene, donde había un templo de la diol Atenea, estaba al norte del monte Himeto, situado al este ~ Atenas en dirección a Maratón. 34 Diosa de la juventud. Hija de Zeus y de Hera. Estaba casada con Heracles en el Olimpo. 35 Bandido muerto por Teseo. Estas rocas estaban eP límite entre Atenas y Megara. APOL.OEORO nos dice que y, atándole las manos con ligaduras, llegó con las pri- micias más hermosas del botín: el jefe militar antes feliz. Con la desgracia de ahora a todos los mortales se les da un pregón claro de entender: no envidiar a 865 quien aparenta ser feliz, hasta que uno lo vea muerto. Oue efímeras son las vicisitudes de la fortuna ~. CORIFEO. — ¡Oh Zeus que das la victoria! Ahora me es posible ver un día libre de terrible miedo. ALCMENA. — ¡Oh Zeus! ¡Por fin has considerado mis desgracias! Sin embargo, te tengo agradecimiento por 870 lo que ha pasado. Yo, que no creía antes que mi hijo estuviera entre los dioses, ahora lo sé con certeza. ¡Oh hijos! Ahora ya, ahora, libres de trabajos, libres estaréis de Euristeo, que va a perecer de mala manera, veréis la ciudad de nuestro padre. Pisaréis vuestros 875 es de tierra ~ y haréis sacrificios a los dioses pater- lAos; pues, rechazados de ellos como extranjeros, lle- vabais una desdichada vida errante. Pero, ¿qué astucia ocultaba Yolao para perdonar a Euristeo hasta el 880 punto de no matarlo? Dilo. Pues según nosotros no es astucia esto: tras coger a los enemigos no hacerles pagar su castigo. SERvIDOR. — Por honrarte a ti, para que lo vieras on tus ojos poderoso y sometido a tu mano. A él, no 885 4ertamente por su gusto, sino por la fuerza, lo some- ~37a al yugo de la necesidad. Pues no quería venir ivo a tu presencia ni darte reparación. ¡Ea! Oh an- :iana, salud y acuérdate, por mi, de lo que has dicho i principio, cuando comencé mi relato: libérame. En 890

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‘<tó aquí a Euristeo, y que, después, llevó su cadáver a rnena (Biblioteca II 8, 1). ~ Tópico constante de la literatura griega es el de no con- arar feliz a nadie hasta que muera, temiendo que en cual- ~ner momento pueda haber un cambio súbito de la fortuna. ~ Alusión al reparto del Peloponeso entre los Heraclidas. ~‘ Se comprende, Yolao. Hay un brusco cambio de sujeto. 162 TRAGEDIAS 163 LOS HERACLIDAS tales ocasiones es preciso que la gente noble tenga u~ boca que no miente ~. CORO. Estrofa l.a. Para mí es agradable un coro, si la gracia aguda del 895 loto ~ II...] ~. ¡Venga encantadora Afrodita! Pero tam- bién es algo grato ver la dicha de unos amigos, por cierto, que antes no tenían tal fama. Pues muchos 900 partos tiene la Moira ~ que da cumplimiento, y Eón ‘~, hijo de Crono ~ Antistrofa 1.». Mantienes un camino justo, oh ciudad —necesario es que no se les prive jamás de ello—: honrar a los dioses. El que diga que no, marcha cerca de la locura, 905 cuando se demuestran estas pruebas. Pues, realmente, un dios transmite la señal, al destruir siempre el orgullo de los injustos. Estrofa 2.». 910Está pisando en el cielo tu hijo, oh anciana. Re-

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huye él la fama de que bajó a la casa de Hades, devo- 915 rado su cuerpo por terrible llama de fuego U• Com- 38 Aicmena había prometido la libertad a uno de sus esclavos (y. 785), en agradecimiento a sus servicios. Ahora el esclavo le recuerda la promesa y la obligación de mantener su palabra. Cuando un esclavo recibía la libertad quedaba ligado a la fami- lia por una serie de lazos religiosos. 39 La caña de loto servía para hacer flautas. Tal planta se encontraba especialmente en Libia, y es normal que reciba el nombre de “loto libio» o «flauta libia>,. ~ El texto está corrupto. 41 El destino, la suerte. 42 Aitn es propiamente la vida, la duración de una persona. 43 No se trata aquí de Kronos padre de Zeus, Posidón Y Hades, sino de Khrónos, personificación del tiempo visto en su valor absoluto. 44 Alusión a la muerte de Heracles en el monte Eta, situado parte el amable lecho de Hebe en el palacio de oro “~. ¡Oh Himeneo ~, honraste a dos hijos de Zeus! ~. Antistrofa 2.’. Las más de las cosas coinciden con otras muchas. Pues ya bien decían que Atenea era auxiliar del padre 920 de éstos, y ahora la ciudad y el pueblo de aquella diosa los salvó. Detuvo las insolencias de un hombre cuyo ánimo estaba violentamente por encima de la 925 justicia. Jamás tenga yo tal orgullo ni un alma msa- dable. SERvIDoR. — Señora, lo ves, pero, con todo, se dirá: hemos venido trayéndote aquí a Euristeo, inesperado 930 espectáculo, y no lo es menos haber conseguido esto. Pues jamás esperaba él que había de llegar a tus ma- nos, cuando salía de Micenas con un ejército muy aguerrido, meditando con orgullo mucho mayor que la justicia, para destruir Atenas. Mas una divinidad decidió lo contrario y cambió la suerte. Pues bien, 935 Hilo y el valiente Yolao han erigido por el hermoso triunfo la imagen de Zeus que da la victoria. A mí me encargan traer a éste ante ti, porque desean delei- tar tu corazón. Pues es muy dulce ver que un enemigo 940 es desgraciado en lugar de feliz. a unos veinte kilómetros de Traquis, en una pira construida

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siguiendo sus órdenes, en medio de los atroces dolores que le causaba la túnica que le había regalado su esposa Deyanira. ~5 En el verso 851 se mencionaba a Hebe. En efecto, cuando Heracles subió al cielo, Hera, esposa de Zeus, que le había perseguido ferozmente hasta entonces, furiosa por tratarse de un hijo ilegitimo de su marido, se reconcilió con su esposo y con el héroe, ofreciéndole a su hija Hebe en matrimonio. Al tiempo, Heracles adquirió rango de dios, es decir, tuvo lugar Su apoteosis. ~ Dios del matrimonio. Homónimo del canto nupcial. Hime- neo era hijo de Dioniso y Afrodita (o de Apolo y Calíope). ‘~ Heracles era hijo de Zeus y Alcmena. Hebe, como hemos dicho, también era hija de Zeus. 164 TRAGEDIAS 165 LOS HERACLIDAS ALcMENA. — ¡Oh ser odioso! ¿Has llegado? Te ha cogido la justicia por fin. Pues bien, en primer lugar vuélveme tu cabeza hacia aquí y soporta mirar de frente a tus enemigos. Pues ahora estás dominado y 945 no dominas ya. ¿ Eres tú aquel —pues quiero saberlo.-... que creíste oportuno, oh malvado, hacer tantas ofensas a mi hijo que está ahora donde está? Pues, ¿en qué no te atreviste tú a ultrajarlo? Tú que le hiciste bajar 950 vivo al Hades y que lo despachabas diciéndole que matara hidras y leones. Callo otros males como los que maquinaste, pues largo se me haría el relato. Y no te bastó atreverte sólo a esas cosas, sino que desde toda la Hélade nos echabas a mí y a sus hijos, 955 postrados como suplicantes de las divinidades, unos,

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viejos, otros, niños todavía. Pero encontraste hombres y una ciudad libre, que no te temieron. Tú debes mo. nr de mala manera y sacarás todo tu provecho; pues 960 sería preciso que murieras, no una Sola vez, tú que has causado muchos sufrimientos. SERVIDOR ~. — No te es posible matar a éste. ALcMENA. — Entonces, ¿en vano lo hemos cogido prisionero? ¿Qué ley, pues, impide que él muera? SERVIDOR. — No les parece bien a los jefes de este país. 965 ALCMENA. — Y eso, ¿por qué? ¿No es hermoso para ellos matar a sus enemigos? SERVIDOR. — No, al menos a quien cogen vivo en una batalla. ALcMENA. — ¿Aceptó Hilo también esa resolución? SERVIDOR. — ¿ Era necesario, pienso yo, que él hu- biera desobedecido a esta tierra? 4~ Seguimos, en el reparto de personajes, a A. GARZYA, Euri- pides, Heraclidae, Leipzig, 1972. Otros editores lo disponen de diversas maneras. ALcMENA. — Era necesario que éste no viviera ni viera más luz. SERVIDOR. — Éste sufrió injusticia en primer lugar 970 al no morir. ALCMENA. — ¿No es verdad que está todavía en buen momento para pagar su castigo? SERVIDOR. — No hay quien pueda darle muerte. ALCMENA. — Yo sí. Y, en verdad, afirmo que tam- bién yo soy alguien. SERvIDoR. — Recibirás, sin duda, un gran reproche, si haces eso. ALCMENA. — Quiero a esta ciudad —no hay nada que 975 oponer—. Pero a ése, una vez que ha llegado a mis manos, no hay mortal que me lo quite. Quien lo desee me llamará osada, con respecto a eso, y más orgullosa de lo que debe ser una mujer. Pero el hecho habrá 980 sido realizado por mi. CORIFEO. — Terrible y perdonable querella contra este hombre te domina, oh mujer. Lo comprendo per- fectamente.

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EuRISTEo. — Mujer, sábete bien que no te adularé ni diré con respecto a mi vida ninguna cosa por la que tenga que ser acusado de cobardía alguna. Yo em- 985 prendí esta querella no por mi gusto. Sabía que era primo hermano tuyo y del mismo linaje que tu hijo Heracles ~‘. Pero tanto si yo quería como si no —pues ella era una diosa—, Hera me hizo contraer esta en- 990 fermedad ~. Y una vez que emprendí mi hostilidad Euristeo, rey de Tirinto y Micenas, era primo hermano de Alcmena por dos lados. Sus padres respcctivos, Esténelo y Electrión, eran hijos de Perseo. Sus madres eran ambas hijas de Pélope. ~ El odio hacia Heracles. Hera, mediante un juramento engañoso que le hiciera prestar a Zeus, consiguió que Heracles quedara bajo las órdenes de Euristeo, que le mandó hacer los famosos doce trabajos. 166 TRAGEDIAS 167 LOS HERACLIDAS contra él y comprendí que había de librar este com- bate, me convertí en artífice de muchas penalidades y muchas engendraba yo entrevistándome con la noche 995 sin cesar, con el fin de no cohabitar en lo sucesivo con el miedo cuando yo hubiera rechazado y dado muerte a mis enemigos, sabiendo que tu hijo no era un número más, sino un hombre de verdad. Pues, aun siendo él un enemigo, oirá cosas favorables por ser iooo un hombre cabal. Una vez que él murió, ¿no era nece.

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sano, entonces, que yo, odiado por éstos y testigo del odio que les viene de su padre, removiera cual- quier piedra tratando de matarlos, expulsándolos y tramando intrigas? Si yo hacía eso, lo mio se volvía íoos seguro. Si hubieras tenido mi suerte, ¿no habrías per- seguido con males a los retoños mal nacidos de un león enemigo, sino que les habrías permitido sensata- mente que habitaran en Argos? A nadie podrías con- vencer. Pues bien, ahora, una vez que no me mataron ioio cuando yo lo deseaba, según las leyes de los griegos, si muero, no dejo yo sin mancha a quien me mate. La ciudad me perdonó prudentemente, honrando al dios mucho más que a su odio contra mí. En relación a lo que has dicho, has oído la respuesta. A partir 1015 de ahora, es preciso llamarme vengador y noble. Pues bien, hasta tal punto dispones de mi situación. No deseo morir, pero no me afligiría nada si dejara la vida. CORIFEO. — Quiero darte un pequeño consejo, Mc- mena: perdona a este hombre, pues lo decide la ciudad. 1020 ALCMENA. — ¿Y qué pasa si él muere y yo obedezco a la ciudad? CoRIFEo. — Sería lo mejor. ¿Cómo podrá ocurrir eso? ALCMENA. — Yo te lo explicaré fácilmente. En efecto, tras matar a éste, entregaré luego su cadáver a los amigos que vengan en su busca. Respecto al cuerpo ~o desobedeceré, pues, al país; pero él me pagará su 1025 castigo con la muerte. EulusTEo. — Mátame, no te suplico. A esta ciudad, puesto que me perdonó y le dio vergúenza matarme, la obsequiaré con un oráculo de Loxias ~, que causará con el tiempo beneficios mayores de lo que parece. En efecto, cuando muera enterradme donde decide el 1030 destino: delante de la divina virgen de Palene ~ Yaceré para siempre en el país como un meteco ~ benévolo para ti~~ y salvador de la ciudad, pero muy enemigo de los descendientes de éstos ~, cuando vengan aquí 1035 con un gran ejército traicionando este favor. A tales huéspedes habéis defendido. ¿Cómo vine aquí, si esta- ba informado de esto, y no pregunté el oráculo del dios? Pensé que Hera tenía mucha más fuerza que los vaticinios y que no me traicionaría. Mas no permitas 1040

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que derramen en mi tumba ni libaciones ni sangre. Pues yo íes daré un mal regreso en pago a estas cosas. Un doble provecho tendréis de mí: os benefi- ciaré a vosotros y perjudicaré a éstos cuando me haya muerto. ALCMENA. — ¿Qué esperáis, entonces, para matar a 1045 este hombre, después de oír eso, si es preciso conse- guir la salvación para la ciudad y para nuestros des- cendientes? Indica él un camino muy seguro. Es un hombre enemigo, pero causará beneficios cuando se muera. Lleváoslo, esclavos. Luego, es preciso que, íoso SOa Equivale a ~oblicuo~, «oscuro~’, a causa de sus oráculos. 51 Referencia al templo de Atenea en Palene, mencionado en y. 849. 52 Forastero establecido en un país, al que pagaba impues- tos por lo general. ~ Unos piensan en el Corifeo. Otros, en el pueblo de Atenas. 54 Es decir, los sucesores de los Heraclidas. Se refiere a la invasión que sufrió Atenas por obra de los Peloponesios al comienzo de la terrible guerra que sostuvieron ambos pueblos. 168 TRAGEDIA5 169 170 TRAGEDIAS cuando lo hayáis matado, lo entreguéis a los perros. En efecto, no esperes echarme otra vez de la tierra patria, quedando con vida. CoRo. — Tengo la misma opinión. Marchad, senjg. íoss dores. Pues lo que de nosotros depende, quedard sin

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mancha en bien de mis reyes. HIPÓLITO INTRODUCCIÓN Según nos informa el argumento, la tragedia Hipó. lito se representó durante el arcontado de Epaminón, el año cuarto de la Olimpíada ochenta y siete, es decir, el 428 a. C. Pendes acababa de morir, víctima de la peste, unos meses antes. La obra mereció los honores del primer premio, miel de la que el poeta gustó en muy escasas ocasiones, al parecer sólo en cuatro. La leyenda de Hipólito. — Con la leyenda relativa a

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Hipólito y Fedra nos hallamos ante un caso bastante extraño, debido a la circunstancia de que apenas tene- mos a nuestra disposición testimonios ‘del tema en la literatura griega anterior al siglo y. En la Odisea (XI, 321-326) se hace una alusión episódica a Fedra, en el Catálogo de mujeres ilustres que Odiseo describe en su bajada a los infiernos. La mayoría de los críticos Concuerdan, sin embargo, en considerar estos versos como una interpolación tardía, probablemente del si- glo vi. En Los Cantos de Naupac fo, atribuidos al poeta Carcino, se narraba que el héroe Hipólito había sido resucitado por Asclepio, pero lo más verosímil es que se trate de una referencia episódica encuadrada en la leyenda de Asclepio, que poseía un santuario en la Ciudad de Naupacto. Los fragmentos que conservamos de los poetas líricos la ignoran por completo y ~“ 174 TRAGEDI AS representación por medio de las artes plásticas también muy exigua, al menos hasta el siglo y. A pesar de la escasez de los testimonios, poseemos un dato innegable y es que la leyenda tuvo su origen en la ciudad de Trozen o Trecén, sin que existiese relación alguna, en sus comienzos, ni con Atenas ni Con Teseo. Toda Trozén estaba repleta de recuerdos de Hipólito y de los cultos que se instauraron en su honor. En templos y recintos sagrados el héroe recibía honores regulares y sacrificios anuales. El mismo dra. ma nos indica que las doncellas de Trozén debían de consagrarle, antes de contraer matrimonio, un bucle de sus cabellos (1425-6). Pero la ciudad conservaba el recuerdo de Hipólito indisolublemente ligado a la

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figura de Fedra y su encuentro con el héroe, funesto para ella. Su tumba estaba muy cercana a la de Hipó- lito. En lo que se refiere a cómo el héroe terminó su vida, existían dos tradiciones divergentes: una popu- lar, que refería todas las peripecias de su muerte terrible con el carro y su posterior enterramiento; y otra culta, que se conservaba en el santuario en el que Hipólito era estimado un dios y no un mortal, que ignoraba por completo la existencia de su tumba en Trozén y no admitía su muerte ignominiosa derri- bado bajo las ruedas del carro. Apuntemos, por último, que el mito del cazador joven y casto era muy conocido en las literaturas orien- tales. No hay más que pensar en la leyenda de Putifar. El problema de los dos «Hipólitos». — La tradición es unánime en admitir la existencia de la representa- ción teatral de dos Hipólitos. El primero de ellos se conoce con el subtítulo de «velado”. De la primera composición sólo se conservan unos cincuenta versos, pero de ellos y de una serie de fuentes indirectas podemos estar seguros del desagradable impacto que HIPÓLITO 175 ~ó causar la primera versión entre el público ate- niense, hasta el extremo de que Aristófanes llegó a aplicar a Fedra (Ranas 1043) el calificativo de prosti- tuta. Parece fuera de duda que, en la representación originaria, Fedra no era capaz de mantener en silencio su pasión y la declaraba abiertamente a Hipólito. Im- pulsada por su amoroso desenfreno, Fedra recurría a Hécate, divinidad de la hechicería, y a toda suerte de filtros amorosos para conseguir que el arisco joven la correspondiera. En sus diálogos con el Coro, con Teseo y con Hipólito, la audacia y la desverguenza de la atormentada Fedra debían de ser increíbles. En la escena de la declaración amorosa, Hipólito, avergon- zado, se cubría el rostro con un velo y de ahí el sub- título con que la primera versión era conocida. Proba- blemente la reina acusaba en presencia de Teseo al muchacho, que perecía víctima de la maldición lan- zada contra él por su padre. Si bien no tenemos mu- chas elementos para restituir con detalle el primer

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Hipólito, lo que si es indudable es que el público ateniense saldría escandalizado de una versión tan atrevida, al ver, sobre todo, semejantes argumentos en labios de una mujer, expresados sin el menor pudor. Después de la desafortunada puesta en escena del primer Hipólito, Sófocles presentó al público una tra- gedia titulada Fedra, en la que, con toda verosimilitud, se caracterizaba a Fedra de un modo más comedido. De los veinticinco versos conservados puede intuirse que el nuevo tratamiento del tema ofrecía una imagen de la heroína que justificaba su pasión como conse- cuencia del poder irresistible de Eros, considerado Como una fuerza cósmica a la que ningún ser puede sustraerse. A pesar del tremendo fracaso sufrido y aprove- Chando la experiencia que debió procurarle el equili- brado drama de Sófocles, Eurípides presentó ante el 176 TRAGEDIAS público ateniense, probablemente con ansias de des.. quite, una segunda versión de Hipólito, en la cual la reina, aunque sufría el asalto de la misma pasión ii~- cestuosa, luchando consigo misma hasta el heroísmo, se quitaba la vida para no perder su castidad siendo infiel a su esposo. Valoración general de la obra. — Como ya apunta- mos a propósito de Medea, con su segundo Hipólito alcanzó Eurípides la cumbre de su creación artística, desvelándonos, con rasgos seguros, la terrible pasión de una mujer enamorada y la firmeza casi enfermiza de un muchacho perfecto. El éxito rotundo que obtuvo este drama entre los atenienses se debió, con toda

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probabifidad, a la circunstancia de que Eurípides com- puso una obra que, representando quizá la quintaesen- cia de su teatro, encajaba a la perfección en los esque- mas mentales y estéticos del espectador griego de la época. Aquí no hallamos, como en Alces tis y otras tragedias, la menor concesión al melodrama, y Fedra e Hipólito son los dos seres humanos de comporta- miento más heroico probablemente del teatro de Eurí- pides. El problema fundamental que se debate en esta tragedia es el conocido y tradicional de la hybris o insolencia del hombre ante el poder omnipotente de la divinidad. Fedra e Hipólito, cada uno en un aspecto diferente, carecen de moderación y deshonran, por si fuera poco, a una divinidad, a Afrodita y a A.rtemis. Por ello han de sufrir y pagar sus respectivas culpas. El esquema de la obra encaja en los moldes de la tragedia griega más ortodoxa, si, como se ha venido pensando tradicionalmente, y no sin razón, Esquilo y Sófocles representan el drama griego en toda su pure- za. Ahora bien, el modo de tratar el conflicto y otros muchos aspectos son genuinamente euripideos. Típica de Eusípides es la profundización en los caracteres de HIPÓLITO 177 los protagonistas, con sus gestos nobles y heroicos mezclados con ciertos ribetes de la mezquindad que al ser humano es congénita. No perdamos de vista que ya no estamos en presencia de héroes firmes como el granito, sino de hombres y mujeres, firmes como rocas, en algunas ocasiones, lábiles como la arenisca, en otras. También es estrictamente eunpidea la crítica acerba del ideal heroico tradicional y el papel decisivo~ jugado por personajes sencillos, tomados de la vida real, como sucede con la figura de la nodriza, tímido precedente de Celestina bienintencionada, fiel a su se- ñora, aunque se equivoque, y deseosa de calmar la enfermedad de amor que le aqueja. Unas palabras sólo, a modo de conclusión, sobre la función que cumplen las dos diosas, Afrodita y Árte- mis, en esta tragedia. Es claro que Eurípides, siendo un hombre ilustrado e imbuido del espíritu sofístico, no creía en absoluto en ninguna de las divinidades tradicionales. ¿A qué entonces, podríamos preguntar-

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nos, insertarías en un drama en el que las pasiones humanas lo llenan todo? ¿Intentó el poeta ganarse el aplauso del público concediendo una importancia ficti- cia a ambas diosas? ¿Pretendió, por el contrario, llevar a cabo una crítica despiadada de la arbitrariedad divi- na, que mueve a los hombres como a marionetas? Los interrogantes son arduos de contestar. Probablemente, como piensa Lesky 1: «Afrodita y Artemis son símbolos tomados de la creencia popular que llevan rápida y directamente a la comprensión de las fuerzas básicas que mueven el drama. El público ático las comprendió y el creyente acaso las tomara por reales. Posiblemente contribuyeron al triunfo de la obra conservada, y pue- de suponerse que no estaban contenidas en la primera versión». Cf. LEsKY, op. czt., pág. 401. TRAGEDIAS Estructura esquemática de la obra. — PRóLOGO (1-120). Monólogo de Afrodita. Entrada de Hipólito acompañado de los cazadores y diálogo entre Hipólito y su anciano siervo. PÁnooo (121-169). Entonada por un Coro de Mujeres de Troa& E~isooio 1.0 (176-524). Se inicia con un Kommos y un breve canto coral y se continúa con el diálogo entre Fedra y su no- driza. EST~SIMO 1.0 (525-564). El Coro canta el gran poder que Eros ejerce sobre todos los seres dotados ue vida. Epxsooio 2.0 (565-731). Diálogo tenso entre Fedra e Hipólito.

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EsTAsIMo 2.0 (732-775). El Coro expresa el deseo de evadirse de los lugares en que acontecerán los desdichados aconteci- mientos. Evocación del abandono de Fedra de su casa paterna en pos de un destino funesto. E~ssooio 3o (776-1101). Muerte de Fedra revelada por el mensa- jero. Regreso de Teseo y descubrimiento de la terrible acusación de Fedra contra Hipólito. Llegada del joven. Acusación de su padre Teseo e inútil defensa de Hipólito. EsT(sxMo 3.o (1102-1150). El Coro lamenta el destino que se abate sobre el puro muchacho. Epísooío 4o (1153-1267). Un compañero de Hipólito se presenta en escena y narra de un modo patético la muerte del héroe. E5T~(SXMO 4o (1268-1282). Nueva exaltación del Coro del poderlo de Cipris y de Eros. Éxmo (1282-1466). Presentación de Artemis en escena. Aparición de Hipólito malherido en brazos de sus compañeros. Reconciliación final entre el padre y el hijo, que se lamen- tan de su mutua desgracia. ARGUMENTO 1 Teseo era hijo de Etra y de Posidón y rey de Atenas. Se casó con una de las Amazonas, Hipólita, y de ella engendró a Hipólito, que sobresalía por su belleza y por su virtud. Cuando su compañera aban- donó la vida, se volvió a casar con una mujer cretense, con Fedra, hija de Minos, rey de Creta, y de Pasífae. Teseo, después de haber asesinado a Palante, uno de sus parientes, fue en exilio a Trozén con su esposa, en don- de Hipólito era educado junto a Piteo. Cuando Fedra contempló al muchacho, cayó presa del deseo, no por- que fuese intemperante, sino por cumplir el plan de Afrodita, que, habiendo decidido destruir a Hipólito por su virtud, impulsó a Fedra a enamorarse de él y alcan- zó así lo que se proponía. A pesar de que Fedra ocul- taba su mal, con el tiempo se vio obligada a revelár- selo a la nodriza, la cual había prometido ayudarla; ella, contra la voluntad de Fedra, se lo hizo saber al muchacho. Habiéndose enterado Fedra de que él se

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había enfurecido, se lo echó en cara a la nodriza y se colgó. Apareciendo Teseo en ese preciso momento y apresurándose a liberar a su esposa colgada, encontró unida a ella una tablilla, que acusaba a Hipólito de su muerte por haberla seducido. Dando crédito a lo 178 180 TRAGEDIAS que estaba escrito, ordenó a Hipólito marchar al exilio y él mismo dirigió a Posidón maldiciones que, oyén.. dolas el dios, causaron la muerte a Hipólito. Artemis, revelando a Teseo cada uno de los hechos que hablan acontecido, no lanzó reproches sobre Fedra, sino que consoló a Teseo, que se había visto privado de su hijo y de su esposa, y anunció que en el propio país serían establecidas honras a Hipólito. II La escena del drama es en Atenas. La representa- ción tuvo lugar bajo el arcontado de Epaminón, el año cuarto de la Olimpíada ochenta y siete. Eurípides obtuvo el primer puesto, lofón el segundo e lón el tercero. Se trata del segundo Hipólito, llamado tam- bién Hipólito coronado. Es evidente que fue escrito después, pues lo que había de inconveniente y mere- cedor de censura ha sido corregido en este drama. La tragedia está entre las más importantes. PERSONAJES

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AFRODITA. HIPÓLITO. CORO de cazadores. SIRvIENTE. CoRo de mujeres de Trozén. NODRIZA. FEDRA. TESEO. MENSAJERO. ARTEMIS. AFRODITA 1~~ Soy una diosa poderosa y no exenta de fama, tanto entre los mortales como en el cielo, y mi nombre es Cipris. De cuantos habitan entre el Ponto y los confines del Atlas2 y ven la luz del sol tengo en consideración a los que reverencian mi poder 5 y derribo a cuantos se ensoberbecen contra mi. En la raza de los dioses también sucede esto: se alegran con las honras de los hombres. Voy a mostrar muy pronto la verdad de estas palabras. El hijo de Teseo io y de la Amazona, alumno del santo Piteo ~, es el único

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de los ciudadanos de esta tierra de Trozén que dice que soy la más insignificante de las divinidades, re- chaza el lecho y no acepta el matrimonio. En cambio, ss honra a la hermana de Febo, a Artemis, hija de Zeus, 1 La tragedia se abre con un Prólogo expositivo recitado por la diosa Afrodita como es norma en las tragedias de Euri- pides, si bien este posee una estructura muy compleja, pues tras el monólogo de Afrodita (1-57) siguen dos escenas, la t.a (58-87) con la entrada de Hipólito seguido de los cazadores y la 2.& (89-120), diálogo entre Hipólito y su anciano criado, ambas extrañas al Prólogo en sí, pero formando parte de él, en cuanto preceden a la Párodo, primera aparición del Coro en escena. 2 El Ponto Euxino y las columnas de Hércules, junto al monte Atlas, eran considerados en la Antiguedad los límites del mundo entonces conocido. ~ Piteo era hijo de Pélope e Hipodaniía, rey de Trozen y abuelo, por lo tanto, de Teseo. Segun la tradición, se habia encargado de la educación de Hipólito, hijo de Teseo y ‘de la Amazona, cuyo nombre no atestigua Eurípides, pero que, según los mitógrafos, pudiera ser Melanipa, Antiope o Hipolita. 184 TRAGEDIAS teniéndola por la más grande de las divinidades ~. F el verdoso bosque, siempre en compañía de la c celIa, con rápidos perros extermina los animales vajes de la tierra, habiendo encontrado una compañía 20 que excede a los mortales ~. Yo no estoy celosa po~ ello. ¿Por qué iba a estarlo? En cambio, por las faltas que ha cometido contra mí, castigaré a Hipólito hoy mismo; la mayor parte de mi plan lo tengo muy ade- lantado desde hace tiempo, no tengo que esforzarn~

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mucho. En una ocasión en que iba desde la venerable 25. mansión de Piteo a la tierra de Pandión a participar en la iniciación de los misterios 6, al verle la noble esposa de su padre, Fedra, sintió su corazón arreba- tado por un amor terrible, de acuerdo con mis pla- nes. Y antes de que ella regresara a esta tierra de 30 Trozén, junto a la roca misma de Palas, visible desde esta tierra, fundó un templo de Cipris, encendida de amor por el extranjero. Y, al erigirlo, le ponía el nom- bre de la diosa en recuerdo de Hipólito ~. Y cuando 35 Teseo abandonó la tierra de Cécrope, huyendo de la mancha de sangre de los Palántidas 8, hizo una travesía Ártemis es la diosa virgen, símbolo de la castidad y patro- na de la caza, constituye a lo largo de toda la obra el contra- punto de Afrodita. Ambas divinidades están representadas a escala humana por Hipólito y Fedra. En el fondo de la tragedia hay una contraposición entre dos formas de plantearse la vida totalmente irreductibles, y de ahí el conflicto y la tragedia. ~ Esta compañia es la diosa Afrodita, naturalmente. 6 La tierra de Pandión es el Ática y los misterios son los famosos de Eleusis, santuario cercano a Atenas, sede del culto a Demeter. 7 Los versos 29-33 forman la explicación etiológica de la fun- dación del templo y son atetizados por algunos editores. En ellos hallamos, además, arduos problemas de critica textual y, por lo tanto. de traducción. 8 La tierra de Cécrope es Atenas. Los Palántidas son los hijos de Palante, tío de Teseo, el cual, queriendo arrebatar & HIPÓLITO 185 asta este país, resignándose a un año de destierro. sde entonces, cntre gemidos y herida por el aguijón del amor, la desdichada se consume en silencio. Nin- 40 guno de los de la casa conoce su mal. Pero este amor ~o debe acabar de este modo. Se lo revelare a Teseo y saldrá a la luz. Y su padre matará a nuestro joven enemigo, con una de las maldiciones que Posidón, 45 señor del mar, concedió a Teseo como regalo ~: que no en vano suplicaría a la divinidad hasta tres veces. Aunque sea con gloria, Fedra también ha de morir, pues yo no tendré en tanta consideración su desgracia

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basta el punto de que mi enemigo no deba pagarme so la satisfacción que me parezca oportuna. Pero veo que se acerca el hijo de Teseo, que ha dejado ya el esfuerzo de la caza, Hipólito. Voy a ale- jarme de estos lugares. Una numerosa comitiva de servidores sigue sus pasos y va entonando himnos en ss honor de la diosa Artemis. No sabe que están abier- tas las puertas de Hades y que está mirando esta luz por última vez. HIPÓLITO. — (A sus compañeros.) Seguidme, seguid- me cantando a la celes tial hija de Zeus, a Artemís, 60 la cual nos protege. CoRo de cazadores. Soberana, soberana muy venerable, nacida de Zeus, te saludo, te saludo, oh Ártemis, hija de Leto y de 65 Zeus, la más hermosa con mucho de las doncellas, tú que habitas en el extenso cielo el palacio de un ilustre su sobrino el poder, maquinó una insidia con la colaboración de sus hijos. Teseo se vengó matando a muchos de sus primos. Teseo y Fedra se impusieron, como puriñcación, un año de destierro en Trozén. 9 Según los escoliastas ya habla hecho uso de dos, en com- bates contra monstruos y ladrones, en el camino que va de Trozén a Atenas y en su salida del laberinto de Creta. 186 TRAGEDIAS 70 padre, la áurea morada de Zeus. Te saludo, oh la m hermosa de las diosas del Olimpo. HIPÓLITO. — A ti, oh diosa, te traigo, después de haberla adornado, esta corona trenzada con flores d

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75 una pradera intacta, en la cual ni el pastor tiene por digno apacentar sus rebaños, ni nunca penetró el hierro 10; sólo la abeja primaveral recorre este prado virgen. La diosa del Pudor lo cultiva con rocío de los ríos. Cuantos nada han adquirido por aprendizaje, sino 80 que con el nacimiento les tocó en suerte el don de ser sensatos en todo, pueden recoger sus frutos; a los malvados no les está permitido. Vamos, querida sobe- rana, acepta esta diadema para tu áureo cabello ofre- cida por mi mano piadosa. Yo soy el único de los mor- 85 tales que poseo el privilegio de reunirme contigo e intercambiar palabras, oyendo tu voz, aunque no veo tu rostro. ¡Ojalá pueda doblar el límite de mi vida como la he comenzado! íí• SIRVIENTE. — Señor —pues sólo a los dioses hay que llamar amos—, ¿aceptarías de mí un consejo? 90 HIPÓLITo. — Con gusto; de otro modo no me mos- traría sensato. SIRVIENTE. — ¿Conoces la costumbre establecida en- tre los mortales? HIPÓLITO. — La ignoro. ¿A qué viene esta pregunta? SIRVIENTE. — De odiar la soberbia y lo que no agra- da a todos. HIPÓLITO. — Con razón. ¿Qué mortal soberbio no resultaría odioso? 95 SIRVIENTE. — ¿Hay algún encanto en la amabilidad? 10 Con la palabra hierro, se alude a toda suerte de aperos de labranza. 11 Metáfora basada en la comparación con la carrera en el estadio y el giro que hay que dar para alcanzar la mcta, aquí el fin de la vida. HIPÓLITO 187 HIPÓLITO. — Muchísimo, y ganancia con esfuerzo pe- queñO. SIRVIENTE. — ¿Crees que entre los dioses sucede lo mismo? HIPÓLITO. — Sí, si como mortales seguimos las leyes de los dioses. SIRVIENTE. — ¿Cómo no invocas tú a una diosa ve- nerable?

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HIPÓLITO. — ¿A cuál? Ten cuidado no vaya a equi- 100 vocarse tu lengua. SIRVIENTE. — A esta que está junto a tu puerta, a Cipris. HIPÓLITO. — Desde lejos la saludo, pues soy casto. SIRVIENTE. — Ella es venerable e ilustre entre los mortales. HIPÓLITO. — Cada uno tiene sus preferencias entre los dioses y entre los hombres. SIRVIENTE. — Te deseo buena fortuna, teniendo la los sensatez que debes. HIPóLITo. — Ninguno de los dioses venerados de noche me agrada. SIRVIENTE. — Hay que honrar a todos los dioses, hijo mío. HIPÓLITO. — (A sus compañeros.) Vamos, compañe- ros, entrad en casa y preocupaos de la comida: una mesa repleta es agradable al volver de la caza. Hay sio que almohazar a los caballos, para que, después de uncirlos al carro y saciarme yo de comida, los entrene en los ejercicios oportunos. (Dirigiéndose al mismo siervo y haciendo un gesto a la estatua de Afrodita.) En cuanto a tu Cipris, le mando mis mejores saludos ‘~. (Entra en palacio acompañado de los sirvientes.) 12 Dicho con altanería e ironía, como queriendo decir ‘no me preocupo en absoluto de ella.. 188 TRAGEDIAS SIRVIENTE. — (Habla solo, dirigiéndose a la estatu de Afrodita.) En lo que a mí respecta —a los jóven~ iis con semejante arrogancia no se debe imitar—, con el

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lenguaje que cuadra a los esclavos te suplico ante tu imagen, soberana Cipris: debes perdonar que alguno, por su juventud, a impulsos de su vigoroso corazon, te dirija palabras insensatas. Haz como si no la oyeras, 120 pues los dioses deben ser más sabios que los mor- tales. CoRo. Estrofa 1.. Hay una roca que hace fluir, así se dice, el agua del Océano, que hace brotar de sus paredes fuente 125 viva que recogen nuestros vasos. Allí una amiga muz lavaba los vestidos purpúreos con rocío del río y en la espalda de una roca caliente y soleada los tendía. 130 Allí por primera vez tuve noticia de mí señora. Antistrofa 1.’. De que, agobiada por la enfermedad, tiene su cuerpo en el lecho, dentro de la casa, y velos ligeros 135 que dan sombra a su rubio cabello. Oigo que lleva tres días sin acercar comida a su boca y mantiene su cuerpo puro del fruto de Deméter ~ deseando 140 arrastrarse, por causa de un dolor oculto, hacia el desgraciado fin de la muerte. Estrofa 2.’. ¿Acaso tú, muchacha, poseída ya por Pan, ya por Hécate, o por los venerables Coribantes estás extra- viada, o acaso por la madre de los montes? ‘~. LI El fruto de Deméter es el grano, es decir, el pan y la comida en general. 14 Pan es un dios campestre de la vegetación que aparecía en los montes en forma de macho cabrío y que producía un gran furor orgiástico entre sus seguidores. Hécate es una diví- HIPÓLITO 189 —¿O acaso te consumes por haber cometido alguna 145 falta contra la cazadora Dictina 15, por no haberle of re- ddo los sacrificios debidos? Pues ella va de un lado para otro a través del mar y la tierra firme entre hú- iso medos torbellinos de espuma.

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Antistrofa 2.’. ¿O a tu esposo, el jefe de los Erecteidas ¡6, el de noble linaje, algún amor lo cuida en palacio a escon- didas de tu lecho? ¿O algún marino que zarpó de 155 Creta ha llegado a este puerto, el más hospitalario para los navegantes, trayendo una mala noticia a la reina y, por el dolor de la desgracia, su alma está encade- 160 nada al lecho? Epodo. La dura y desafortunada impotencia ante los dolo- res del parto y el delirio suele armonizar con la difícil condición de las mujeres. A través de mi vientre se 165 desencadenó un día esta tormenta, pero invoqué a la celestial Artemis, protectora de los partos y que se cuida del arco, y favorable acude siempre a mis súpli- cas. (Fedra aparece en escena.) CORIFEO. — Pero he aquí a la anciana nodriza de- 171 lante de la puerta, que acompaña a Fedra fuera de nidad infernal y de la hechicería que infundia temor caminando de noche acompañada por un cortejo de fantasmas. Los Cori- bantes eran los seguidores místicos de la diosa Cíbele y parti- cipaban en sus cultos orgiásticos. La madre de los montes es la diosa Rea-Cíbele, que es, en cierto sentido, idéntica a la anterior. ~ Dictina es otra diosa, como Cibele, cuyo culto se difun- dió originariamente en Creta. Posteriormente los griegos la asi- n¡ilaron a Artemis, sobre todo en su faceta de divinidad de la caza; de aquí su nombre, emparentado con díktya <redes de caza<. 16 Es decir, los atenienses, en un tiempo mandados por el legendario Erecteo.

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190 TRAGEDIAS palacio. Mi alma desea saber qué sucede, qué ha afee 175 el cuerpo de mi señora y ha cambiado su color. NODRIZA. — ¡Oh desgracias de los mortales y odios4 enfermedades! ¿Qué debo hacer contigo? ¿Qué no debe hacer? Aquí tienes la luz brillante y el aire puro, fuera 180 de la casa está ya tu lecho de enferma. No hacías más que decir que deseabas venir aquí, pronto me instarás a que te lleve a tu habitación, pues en seguida te cansas y con nada te alegras. Lo que tienes a tu íss alcance te disgusta y crees que es mejor lo que t~ falta en ese momento. Preferible es la enfermedad que tener que cuidar de ella. Lo primero es simple, en lo segundo se aúnan el dolor de la mente y el esfuerzo que han de hacer los brazos. La vida humana no es 190 sino sz~¡frimiento y no hay tregua en sus dolores. Lo que es más hermoso de la vida la oscuridad, envol- viéndolo, lo oculta con sus nubes. De lo que brilla en la tierra, sea lo que sea, nos mostramos ciegamente 195 enamorados, por desconocimiento de otra clase de vida y por carecer de la prueba evidente de lo que sucede en el mundo de abajo y, contra lo que deberíamos hacer, nos dejamos llevar por mitos. FEDRA. — (A las sirvientes.) Levantad mi cuerpo, en- derezad mi cabeza. Se ha soltado la ligadura de mis 200 queridos miembros. Tomad mis hermosas manos, cruz- das. Pesado me resulta el velo sobre la cabeza, ¡qui-. tádmelo!, ¡que mis trenzas vuelen sobre mi espalda! NODRIZA. — ¡Valor, hija! No agites tu cuerpo con 205 tanta impaciencia. Con tranquilidad y voluntad noble soportarás tu enfermedad más fácilmente. El sufri- miento es necesario para los mortales. FEDRA. — ¡Ay, ay! ¿Cómo podría conseguir la bebida 210 de aguas puras de una fuente de rocío y descansar bajo los álamos recostada en un prado frondoso? HIPÓLITO 191 NODRIZA. — ¡Niña! ¿Qué gritas? No digas estas cosas lelante de la gente, dejando escapar palabras inspira- las en la locura. FEDRA. — (Levantándose del lecho.) ¡Llevadme al 215 nonte! Iré hacia el bosque y caminaré entre los pinos,

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,nde corren los perros matadores de animales, per- siguiendo a los ciervos moteados. Por los dioses, deseo azuzar a los perros con mis gritos y lanzar, situándola 220 junto a mi rubia cabellera, la jabalina tesalia, sos te- niendo en mi mano el puntiagudo dardo. NODRIZA. — ¿Por qué, hija, agitas tu mente con estos pensamientos? ¿A qué ese interés tuyo por la caza? ¿Por qué ese deseo del agua de las fuentes? 225 Cerca de la muralla hay una ladera inclinada y rica en agua, en donde tú podrás beber. FEDRA. — ¡Artemis soberana del salado Mar ‘~ y de los estadios que resuenan bajo los cascos de los caballos! ¡Ojalá me encontrase en tu suelo, domando potros 230 vénetos! ‘~ NODRIZA. — ¿A qué viene de nuevo lanzar estas pa- labras, presa del delirio? Hace un momento sentías el deseo de subir al monte a cazar y ahora, sobre las arenas, al abrigo de las olas, te sientes atraída por 235 los potros. Gran ciencia adivinatoria se necesita para 11 Alusión a un santuario dedicado a Artemis junto a la costa de Trozén. El sustantivo límni designa en griego el mar con sus marismas y arenales costeros. No comprendemos la razón de Otros traductores para traducir ~Soberana de Limna”, como si se tratase de un topónimo, cuando lo que aquí designa es la costa marina, de ahí nuestra versión <Soberana del salado Mar<. 18 Seguramente allí se encontraría a Hipólito, ocupado en la doma y ejercitación de los caballos. Los vénetos habitaban en las costas del mar Adriático y procedían de Paflagonia; sus caballos tenían fama de ser muy veloces. 192

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TRAGEDIAS saber qué dios te agita la brida ‘~ y te extravía mente, nína. ~o FEDRA. — ¡Desdichada de mí! ¿Qué he hecho? ¿Po dónde de la recta cordura me aparté en mi desvarío La locura se apoderó de mí, la ceguera enviada por u~ dios me derribó. ¡Ay, ay, desgraciada! (A la Nodriza.~ Mamá ~, cúb reme de nuevo la cabeza, me avergúen¿~ 245 de lo que acabo de decir. Cúbreme: de mis ojos si derrama el llanto y ante mi vista no veo sino vergi¿en* za, pues enderezar la razón produce sufrimiento. L. locura es un mal; pero es preferible perecer sin repa. rar en ella. 250 NODRIZA. — (Bajando el velo sobre su rostro.) Te cubro. Pero, ¿cuándo. cubrirá mi cuerpo la muerte? Mis muchos años me han enseñado muchas cosas. Los mortales deberían contraer entre sí sentimientos amu- 255 rosos moderados, sin llegar hasta los tuétanos del alma, y los afectos del corazón deberían ser fáciles de desatar para rechazarlos o apartarlos. Pero que un 260 alma se consuma por dos, como ahora sucede, es pesada carga. Dicen que, en la vida, una conducta estricta causa más dolores que alegrías y ataca más a la salud. Por ello tengo en menor consideración el 265 exceso que la moderación; y los sabios compartirán mi opinión. CORIFEO. — Anciana mujer, fiel nodriza de la reina Fedra, vemos su situación desgraciada, pero no sabe- 270 mos cuál es su enfermedad. Desearíamos saberlo y oírlo de ti. NODRIZA. — No encuentro el modo de saberlo, pues no quiere responder. 19 Atrevida metáfora que compara a Fedra con una yegua, a la que el movimiento de las bridas puede agitar. ~ Según el escoliasta, era corriente entre los griegos llamar a las mujeres de edad ~~mamá~’. Es frecuente el uso cariñoso de este apelativo para los ~‘iejos servidores, como la nodriza. HIPÓLITO 193 CORIFEO. — ¿Ni siquiera conoces cuál es la causa de s males? NODRIZA. — Llegas al mismo punto, pues en todo

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uarda silencio. CORIFEO. — ¡Qué débil y consumido está su cuerpo! NODRIZA. — ¿Y cómo no, si hace tres días que no 275 prueba la comida? CORIFEO. — ¿ Lo hace por extravío o porque pretende morir? NODRIZA. — Morir, sin duda. No come para acabar con su vida. CORIFEO. — Es extraño lo que dices, si su esposo no hace nada. NODRIZA. — Ella oculta su mal y niega que está en- rerma. CORIFEO. — ¿ Y él no acierta a descubrirlo, al mirarla 280 a la cara? NODRIZA. — Se encuentra de viaje fuera de esta tie- rra. CORIFEO. — ¿Y no puedes obligarla, para intentar conocer su enfermedad y el desvarío de su mente? NODRIZA. — He recurrido a todo y no he conseguido nada. Pero ni aun así cejaré en mi empeño. Así que, 285 estando tú presente, serás testigo de mi comporta- miento ante la desgracia de mis señores. (A Fedra.) ¡Vamos, niña querida, olvidemos las dos nuestras palabras de antes y muéstrate más agradable, despejando el ceño fruncido y el camino de tu mente! 2) 290 21 Estamos ante una hermosísima metáfora mediante la cual se quiere dar a entender que, si desfrunce el ceño, será Señal de que sus pensamientos van a ir por un camino más agradable y con menos obstáculos. El participio l~sasa está construido en zeugma, es decir, va rigiéndo a los dos com- plementos, aunque su significado variará, según se aplique a Uno u a otro; con el primer complemento significaria <despejar» el ceño fruncido, con el segundo «despejar, allanar« el camino de dificultades.

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194 TRAGEDIAS Yo, abandonando el mal camino que he seguido con. tigo, recurriré a ún lenguaje mejor ~. Si estás enfer~ de algún mal que no se puede revelar, aqui tienes a ~s unas mujeres para confortarte en él. Pero si padeces una enfermedad que se puede dar a conocer a los hom. bres, dilo, para referir tu caso a los médicos. (Se pro. duce un silencio.) Vamos, ¿por qué callas? No debes callar, niña, sino contradecirme, si no digo algo bien, o estar de acuerdo con mis palabras, si están bien 300 dichas. Di algo, mira aquí, ¡desdichada de mí! (A l~i mu ¡eres del Coro.) Mujeres, nos esforzamos en vano. Estamos tan lejos de nuestro propósito como antes, pues ni entonces se ablandaba con nuestras palabras1 ni ahora cede a nuestra persuasión. (A Fedra.) Ten presente lo siguiente —muéstraW 305 más insensible que el mar ante lo que digo—: si mi. res, traicionas a tus hijos, que no tendrán parte en la casa paterna, te lo juro por la soberana Amazona que combate a caballo, que a tus hijos dio por amo a un bastardo con pretensiones de ser hijo legítimo, sabes a quien me refiero, a Hipólito. FEDRA. — ¡Ay de mí! 310 NODRIZA.—¿Te afecta esto? FEDRA. — ¡Me has perdido, madre! ¡Te suplico POS los dioses que no hables de ese hombre! NODRIZA. — ¿Lo ves? Estás en tu juicio y, a pe5U de ello, no quieres ayudar a tus hijos y salvar ti vida. 315 FEDRA. — Amo a mis hijos, pero otra tormenta di destino es la. que se abate sobre mí. NODRIZA. — ¿Tus manos están puras desangre, ni~ La nodriza se arrepiente de su forma anterior de iii rrogar, un tanto violenta, y promete a Fedra usar un más moderado para enterarse de la enfermedad que le aqi. HIPOLITO 195 FEDRA. — Mis manos están puras, mi corazón es el

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e está contaminado. NODRIZA. — ¿ Por un maleficio obra de algún ene- tuyo? FEDRA. — Un amigo me ha destruido, sin quererlo ~o y sin quererlo él. NODRIZA. — ¿ Ha cometido Teseo alguna falta contra 320 FEDRA. — ¡Que nunca se me vea haciéndole un mal! NODRIZA. — ¿Qué es eso tan terrible que te impulsa morir? FEDRA. — Deja que me pierda, pues contra ti no va íada. NODRIZA. — (Arrodillándose y cogiendo la mano de ~dra.) No, mi voluntad no lo quiere, a tu responsa- ilidad lo dejo. FEDRA. — ¿Que haces? ¿Me obligas aferrándote a mi 325 mano? NODRIZA. — (Abrazándose a las rodillas de Fedra.) también a tus rodillas, no las soltaré nunca. FEDRA. — Infeliz, sólo te servirá de mal, si llegas a fiterarte. NODRIZA. — ¿Qué mayor desgracia para mí que per- erte? FEDRA. — Morirás. Sin embargo, lo que sucede me roporciona gloria. NODRIZA. — ¿Y, a pesar de mis súplicas, pretendes 330 arme cosas en que quisiera ayudarte? FEDRA. — Sí, porque intento hallar una salida deco- ~sa de mi verguenza. NODRIZA. — Si hablas, te mostrarás más digna de >ria. FEDRA. — Apártate, por los dioses, y suelta mi mano recha. NODRIZA. — No, pues no me concedes el don que ‘erías.

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196 TRAGEDIAS 335 FEDRA. — Te lo concederé. Me causa respeto t mano venerable. NODRIZA. — (A una señal suya, desaparecen las cru das que le acompañan.) Yo me callo ya. Ahora te to a ti hablar. FEDRA. — ¡Oh madre desgraciada, qué amor te dujo! NODRIZA. — El que tuvo del toro ~. ¿A qué esto? FEDRA. — ¡Y tú, hermana infeliz, esposa de Dio. niso! 24 340 NODRIZA. — Hija, ¿qué te ocurre? ¿Injurias a los tuyos? FEDRA. — Y yo soy la tercera, desdichada de ml. ¡cómo me consumo! NODRIZA. — Estoy aturdida. ¿Dónde irán a parar tu palabras? FEDRA. — Desde entonces, no desde hace un momem to, soy desafortunada. NODRIZA. — Sigo sin saber más de aquello que desa oír. 345 FEDRA. — ¡Ay! ¿Cómo podrías indicarme tú lo qu yo debo decir? NODRIZA. — No soy adivina para conocer con clai dad lo oculto. FEDRA. — ¿ Qué es eso que los hombres llami amor? 23 Alusión al monstruoso amor de Pasífae con un tora Creta. 24 La hermana de Fedra, Ariadna, adoleció también de i~ falta similar a la de Medea. Cuando Teseo fue a Creta a frentarse con su padre Minos, Ariadna le ayudó a encontrar salida del famoso laberinto, por medio del hilo del ovillo ~ indicó a Teseo el camino de vuelta. Se fugó con Teseo, P< éste la abandonó dormida en la isla de Naxos. Al llegar Dioniso, se enamoró de la joven, se casó con ella y se la lii a las moradas del Olimpo. HIPÓLITO

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197 NODRIZA. — Algo agradable y doloroso al mismo tiem- >0, niña. FEDRA. — Podría decir que yo he experimentado el do doloroso. NODRIZA. — ¿Qué dices? ¿Estás enamorada, hija 350 mía? ¿De quién? FEDRA. — Del hijo de la Amazona, quienquiera que sea. NODRIZA. — ¿Te refieres a Hipólito? FEDRA. — De tus labios has oído su nombre, no de los míos. NODRIZA. — ¡Ay de mi! ¿Qué dices, hija? ¡Cómo me quitas la vida! (Al Coro.) Mujeres, no lo soporto, no 355 viviré para soportarlo. Odioso me resulta este día, odiosa la luz que contemplo. Arrojaré mi cuerpo al abismo, me alejaré de la vida dándome muerte. ¡Adiós! Ya no existo, pues los sensatos, aun sin quererlo, se enamoran del mal. Cipris no era una diosa, sino más 360 poderosa que una diosa, si lo que sucede es posible ~. Ella ha destruido a esta mujer, a mí y a la casa. • CoRIr~o. Estrofa ~. ¿Has oído? ¿Has escuchado a nuestra reina lamen- tando sus dolores y horribles, sufrimientos? ¡Ojalá muera, amiga, antes de llegar yo a tu estado de ánimo! 365 ¡Ay de mí, ay, ay! ¡Oh desdichada por tus dolores! ¡Oh penas que constituyen el alimento de los mortales! La frase «Cipris no era una diosa. va en el texto original tfl imperfecto, porque la nodriza tiene en su pensamiento el tomento en que la diosa del amor lanzó su ataque contra Fedra, haciendo que se enamorara de Hipólito. ~ No hemos aceptado la división qu~ hace MuRRAY de esta flOnodia, que piensa que es entonada alternativamente por di- miembros del Coro, sino que evidentemente la canta la Jr’feo dirigiéndose a las restantes mujeres del Coro, cf. BAíuIrrr, EUripides. Hippolytos..., págs. 224-225.

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198 TRAGEDIAS Estás perdida, has sacado a la luz tus des gracias 370 ¿Qué te deparara aún lo que te queda de día? nuevo se cumplirá en la casa. Evidente es adonde noa empuja el destino de Cipris, desdichada niña cretePu~ FEDRA. — (Dirigiéndose a las mujeres del Coro.> Mujeres de Trozén, que habitáis esta antesala del paja 375 de Pélope 2’ Ya en otras circunstancias, en el largo espacio de la noche, he meditado cómo se destruye la vida de los mortales. Y me parece que no obran de la peor manera por la disposición natural de su mente, pues muchos de ellos están dotados de cordu. 380 ra. No; hay que analizarlo de este modo. Sabemos y comprendemos lo que está bien, pero no lo ponemos en práctica ~, unos por indolencia, otros por preferir cualquier clase de placer al bien. Y en la vida hay muchos placeres, la charla extensa y el ocio, dulce 385 mal, y el pudor 29, del cual hay dos clases, uno bueno y otro azote de las casas. Pero si su línea divisoria fuese clara ~, dos conceptos distintos no tendrían las mismas letras. Trozén está situado en un extremo de la Argólide, en el Peloponeso, cuyo héroe epónimo Pélope fue el fundador de las juegos olimpicos. ~ Obsérvese lo lejana que está esta opinión de la concep- ción socrática de la virtud como conocimiento de la misma. Para Sócrates, quien conoce la esencia de la virtud la ha dc poner en práctica necesaiiamente. 29 Todos los comentaristas se extrañan de que Euripides incluya el pudor entre los placeres e intentan toda suerte de explicaciones, a veces demasiado alambicadas. La solución de BARRET nos parece muy sugestiva. Según su opinión, el pudor no es aquí un ejemplo de placer, sino de algo que se refiere

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al bien (cf. Eurípides. H¿ppolytos.., pág. 230). ~ La traducción del ka¿rós del verso 386 trae de cabeza a todos los críticos. Aunque BARREr no se muestre muy de acuer- do, la solución más plausible nos parece la de Wsu~Mowxn, que ha propuesto la traducción de .línea divisoria.; cf. Hermes 15 (1880), 506 y sigs. HIPÓLITO 199 Y puesto que ésta es la opinión que tengo, no debía existir veneno alguno que pudiera destruirla hasta el 390 extremo de caer en un sentimiento contrario. Pero voy a comunicarte el camino que ha recorrido mi mente: cuando el amor me hirió, buscaba el modo de sobrellevarlo lo mejor posible. Comencé por callarlo y ocultar la enfermedad. Es evidente que no hay que 395 fiarse de la lengua, que si sabe muy bien criticar las ideas de los demás, por sí misma se gana las mayores desgracias. En segundo lugar, me propuse soportar mi locura con dignidad, venciéndola con la cordura. En tercer lugar, como no conseguí con estos medios 400 vencer a Cipris, me pareció que la mejor decisión era morir —nadie lo negará—. ¡Que no pase desaper- cibida, si realizo una acción hermosa, pero si la llevo a cabo vergonzosa, que no tenga muchos testigos! Sabía que mi acción y mi enfermedad se granjearían 405 mala fama y, además, me daba perfecta cuenta de que era una mujer, ser odioso para todos. ¡Hubiera muerto de mala manera la primera que mancilló su lecho, entregándose a hombres extraños! Este mal tuvo para 410 las mujeres su origen en las casas ilustres 3~, pues cuando a los nobles les parece bien lo vergonzoso, con mayor razón le parecerá hermoso al vulgo. Siento desprecio también por las mujeres sensatas de pala- bra, pero que poseen a escondidas una audacia des- vergonzada. ¿Cómo pueden ellas, oh Cipris, soberana 415 del mar, mirar al rostro de sus esposos sin sentir un escalofrío ante la idea de que la cómplice oscuridad y las paredes de la casa puedan cobrar voz? Esto, en verdad, es lo que me está matando, amigas, el temor 420 de que un día sea sorprendida deshonrando a mi es- ~I Nótese cómo Euripides rechaza totalmente los prejuicios

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aristocráticos y arremete contra la nobleza y su pretendida superioridad. 200 TRAGEDIAS poso y a los hijos que di a luz. ¡Ojalá puedan ellos, libres para hablar, con franqueza y en la flor de la edad, habitar la ciudad ilustre de Atenas, gozando de buen nombre por causa de su madre! Sin duda escla. 425 viza al hombre, aunque sea de ánimo resuelto, conocer los defectos de su madre o de su padre. Aseguran que sólo una cosa puede competir en la vida: un espíritu recto y noble para el que lo posee. A los malvados el tiempo los descubre, cuando se presenta la ocasión, poniéndoles delante un espejo como a una jovencita. 430 ¡Que nunca sea vista yo entre ellos! CORIFEO. — ¡Ay, ay! ¡Qué bella es siempre la sabi- duría, donde quiera que se encuentre y cómo recoge entre los mortales el fruto de la buena fama! NODRIzA. — Señora, tu desgracia me produjo de 435 momento un terror terrible, pero ahora me he dado cuenta de que yo era simple; entre los hombres las reflexiones segundas suelen ser más sabias. No pade- ces nada extraordinario ni inexplicable: la cólera de una diosa se ha lanzado sobre ti. Estás enamorada. ¿Qué hay de extraño en esto? 440 Le sucede a muchos mortales. ¿Y por este amor vas a perder tu vida? ¡Menudo beneficio para los enamo- rados de ahora32 y los del futuro, si tienen que morir! Cipris es irresistible, si se lanza sobre nosotros con fuerza. Al que cede a su impulso se le presenta con 445 dulzura, pero al que encuentra altanero y soberbio, apoderándose de~ él —¿puedes imaginártelo?— lo mal-

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trata. Ella camina por el éter y está en las olas del 32 En el verso 441 el giro tón pélas suele considerarse co- rrupto por los editores, pues parece que no hay precedente que nos permita entender hol pélas = hoi n5~n, es decir, dos cer- canos< = <los de ahora<; nosotros, por el contrario, no encon- tramos ninguna dificultad grave en traducir el giro por <los de ahora». ¿ Es que nuestros contemporáneos no son los que están más cercanos a nosotros? HIPÓLITO 201 mar y todo nace de ella. Es la que siembra y concede el amor, del cual nacemos todos los que habitamos 450 en la tierra. Cuantos conocen los escritos de los anti- guos y están siempre en compañía de las Musas33 saben que Zeus una vez ardió en deseos de unirse con SémeleTM y saben que la Aurora; de hermoso resplan- 455 dor, raptó una vez a Céfalo a la morada de los dioses, y lo hizo por amor ~. Y, sin embargo, habitan en el cielo y no tratan de huir de los dioses, sino que se resignan, así lo creo, a aceptar su destino. ¿Y tú no vas a aceptar el tuyo? Tu padre debería haberte en- 460 gendrado en unas condiciones especiales o bajo el dominio de otros dioses, si es que no aceptas estas leyes. ¿Cuántos crees tú que, estando en su sano juicio, al ver su lecho mancillado, han fingido no verlo? ¿Cuántos padres colaboran con sus hijos en los 465 deslices del amor? Una de las cosas más sensatas que pueden hacer los mortales es cerrar los ojos a lo que no es honroso. No merece la pena que ellos se esfuercen demasiado en su vida, cuando ni siquiera son capaces de ajustar con exactitud el techo que cubre su casa. Y tú, que has caído en una desgracia 470 semejante, ¿cómo pretendes salir a flote? Pero si, a pesar de que eres un ser humano, los bienes superan en ti a los males, ya puedes considerarte plenamente afortunada. Vamos, hija querida, cesa en tus funestos pensa- mientos, pon fin a tu insolencia, pues no otra cosa que insolencia es esto: querer ser superior a los dio 475 Es decir, se dedican a la poesía. M De los amores de Zeus con Semele nació el dios Dioniso. 35 Céfalo es un héroe que aparece ligado a muchos mitos,

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de muy difícil conexión entre sí. Las tradiciones sobre su origen empiezan ya por ser divergentes. Muy conocido es el rapto de Céfalo por la Aurora, con la cual engendró en Siria a Fae- tonte, que, según otras tradiciones, es el hijo del Sol. 202 TRAGEDIAS ses. Ten el valor de amar: una divinidad lo ha que. rido. Ya que estás enferma, vence de algún modo tu mal. Existen encantamientos y palabras mágicas. Apa- 480 recerá algún remedio para tu enfermedad. En verdad que muy tarde lo encontrarían los hombres, si las mujeres no diésemos con los remedios. CORIFEO. — Fedra, esta mujer dice palabras más provechosas, dada la situación en que estás, pero, aun 485 así, te elogio. Pero este elogio es más duro que sus palabras y más doloroso de oír para ti. FEDRA. — Eso es lo que destruye las ciudades y las casas bien gobernadas de los mortales: las palabras demasiado hermosas, pues no hay que decir palabras agradables a los oídos, sino aquello que permita ad- quirir buena fama. 490 NODRIZA. — ¿A qué viene este hablar tan serio? Tú no necesitas bellas palabras, sino ese hombre. Hay que referírselo lo antes posible, revelándole sin rodeos lo que te sucede. Pues si tu vida no estuviese presa de tales desgracias y te encontrases en un estado de 495 sensatez, nunca te conduciría allí para favorecer tu pasión amorosa, pero se trata de entablar un duro combate para salvar tu vida y esto no admite reproche. FEDRA. — ¡Oh tú que dices cosas terribles! ¿No cerrarás tu boca y dejarás de decir palabras vergon- zosas?

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soo NODRIZA. — Vergonzosas, pero mejores para ti que las bellas. Preferible es la acción, si consigue salvarte, que tu buen nombre, por el cual morirás con orgullo. FEDRA. — No, te lo suplico por los dioses —tus pala- bras son acertadas, pero infames—, no sigas adelante. 505 El amor ha labrado profundamente la tierra de mi alma36 y, si con tus palabras adornas la infamia, 36 Hemos hecho todo lo posible por verter al castellano la hermosa metáfora creada por Eurípides recurriendo a un verbo que posee, en las faenas agrícolas, un significado espccíflcO. HIPÓLITO 203 caeré para mi ruina en el mal que ahora trato de evitar. NODRIZA. — Si pensabas así, no debías haber errado, pero, si ya lo has hecho, hazme caso, pues se trata de un favor sin importancia. Yo tengo en mi casa filtros que alivian el amor, acaba de venirme a la sto imaginación, los cuales, sin causarte infamia y sin perjudicar tu mente, calmarán tu enfermedad, con tal que no seas miedosa. Pero se precisa alguna prenda personal del amado, o tomar algún mechón de su pelo o un fragmento de su vestido y de los dos hacer un sis único objeto de amor FEDRA. — ¿La pócima es un unguento o una bebida? NODRIZA. — No lo sé. Piensa en beneficiarte y no en saber, hija. FEDRA. — Temo que me vayas a resultar demasiado sabia. NODRIZA. — Ten por seguro que acabarás por tener miedo de todo. Pero ¿de qué te asustas? FEDRA. — De que vayas a contar algo de esto al hijo 520 de Teseo. NODRIZA. — No te preocupes, hija, eso lo dispondré yo bien. (A Afrodita.) Sólo te pido que me prestes tu ayuda, Cipris, soberana del mar. El resto de lo que proyecto me bastará con decirlo a los amigos de la casa. (La Nodriza entra en palacio.)

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Ilypergazes thai es labrar profundamente la tierra, a fin de pie- flararla mejor para recibir la simiente. ~ La frase <hacer de los dos un único objeto de amor» es bastante oscura, primero por el verdadero significado que pueda tener mían chórin; segundo, por saber, con precisión. de la unión de qué dos elementos se trata. ¿de las almas de Fedra C Hipólito?, ¿de los filtros y de las prendas personales de Hipólito? 204 CORO. Estrofa 1.». TRAGEDIAS 525 ¡Amor, amor, que por los ojos destilas el deseo, infundiendo un dulce placer en el alma de los que sorne tes a tu ataque, nunca te me muestres acomp~ 530 ñado de la desgracia ni vengas discordante! Ni el dardo del fuego ni el de las estrellas es más poderoso que el que sale de las manos de Afrodita, de Eros, el hijo de Zeus ~. Antistrofa 1.S. 536 En vano, en vano junto al Alfeo ~ y en el santuario Pítico de Febo, Grecia acumula sacrificio de toros, s~o si a Eros, tirano de los hombres, que tiene las llaves del amadísimo tálamo de Afrodita, no reverenciamos, al dios devastador que lanza al hombre por todos los caminos de la desgracia, cuando se presenta. Estrofa 2.’. 5~s A la potrilla de Ecalia ~, no uncida al yugo del lecho, sin conocer antes varón ni tálamo nupcial, 550 desunciéndola de la casa de ~urito, como una Náyade

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38 Eros es, en todos los testimonios, el hijo de Ares y de Afrodita: este es el único texto clásico en que es presentado como hijo de Zeus. La innovación es chocante, pero el auditorio griego debía de estar acostumbrado a ellas. ~ El rio Alfeo es aquel junto al que está situado Olimpia, sede del famoso santuario de Zeus, en honor del cual se cele- braban cada cuatro años los famosos juegos. ~ Se alude a Yole, hija de Éurito, rey de Ecalia, de la cual se apoderó Heracles, tomando la ciudad y matando £ ~urito. En relación con el vocabulario hay que resaltar el estilo metafórico continuado de la 1.» parte de la estrofa. Con el sustantivo yegua se alude a la muchacha Yole, pues esta erP una comparación usual en el lenguaje poético griego. Teniefld< esto en cuenta, es fácil comprender el empleo de verbos conlc <uncir» y <desuncir». HIPÓLITO 205 fugitiva4’ y una Bacante, entre sangre, entre humo e himnos de muerte ~, Cipris se la entregó al hijo de Alcmena, ¡desdichada por su boda! Antistrofa 2.’. ¡Oh muro sagrado de Tebas, fuente de Dirce, sois sss testigos de cómo se presentó Cipris! Pues uniendo a ¡a madre de Baco, nacido dos veces, con el trueno 560 rodeado de fuego, la durmió en el sueiio fatal de la muer fe. Pues terrible lanza su soplo por todas partes y revolotea cual una abeja ~ FEDRA. — (Que está escuchando junto a la puerta 565 del palacio.) ¡Callad, mujeres! ¡Estamos perdidas! CORIFEO. — ¿Qué cosa terrible sucede en palacio, Fedra? FEDRA. — ¡Callad para que pueda oír la voz de los de dentro! CORIFEO. — Me callo, pero este comienzo es malo. FEDRA. — ¡Ay de mí! ¡Ay, ay! ¡Desdichada de mí por 570 mis sufrimientos! CoRo. — ¿A qué voz te refieres? ¿Qué significa tu grito? Habla. ¿Qué palabras te aterran, mujer, abalan- 74ndose sobre tu alma? FEDRA. — Estamos perdidas. Acercaos a esta puerta 575

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y escuchad qué clamor cae sobre la casa. ~‘ Las Náyades reciben el epíteto fugitivas, debido a ir per- Seguidas por Pan, que arde en deseos de poseerlas. ~ Este pasaje es corrupto y, por ello, de difícil exégesis. ~ Alusión a los amores de Zeus con Sémele, de los cuales nació Dioniso. Al pedirle Sémele a Zeus que se mostrase en tOda su majestad y no poder resistir la visión de los rayos que rodeaban a Zeus, murió fulminada por ello~. Como ya se encon- traba encinta, Zeus se apresuró a extraerle a Dioniso, que se hallaba ya en su sexto mes de gestación, y lo cosió en su muslo Y. a la hora del parto, lo extrajo vivo, de aquí el. epíteto <nacido dos veces». 206 TRAGEDIAS Coao. — Tu estás junto a la puerta, tú debes dis- 580 fin guir las voces, que salen de palacio. Habla, dime, ¿qué ha sucedido? FEDRA. — El hijo de la Amazona, amante de los ca.. ballos, Hipólito, grita injurias terribles contra mi sar- viente. s&s CORO. — Oigo sus gritos, pero no con claridad, pero es evidente por dónde te han llegado: a través de las puertas te han llegado. FEDRA. — Oigo con claridad que la ha llamado alce- s9o hueta de desgracias, traidora del lecho de su se,ior. CORO. — ¡Ay de mí, qué desgracia! Has sido traicio- nada, hija. ¿Qué haré para salvarte? Lo oculto salid a la luz, estás completamente perdida... FEDRA. — ¡Ay, ay! ¡Oh, oh! 595 CORO. — Traicionada por tus amigos.

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FEDRA. — Me ha perdido revelando mis desdichas, pretendiendo con cariño sanar mi enfermedad, pero sin éxito. CORIFEO. — ¿Y ahora? ¿A qué vas a recurrir, tú que te hallas entre males sin remedio? FEDRA. — No conozco más que una salida: morir ~oo cuanto antes; es el único remedio para mis sufrimien- tos de ahora. (Hipólito sale de palacio seguido de la nodriza.) HIPÓLITO. — ¡Oh tierra madre y rayos del sol, qué palabras he oído que ninguna voz se atrevería a pro- nunciar! NODRIZA. — Calla, hijo, antes de que nadie oiga tUS gritos. HIPÓLITO. — No es posible callar, después de haber oído cosas terribles. 605 NODRIZA. — (Arrojándose suplicante a sus pies.> Calla, te lo suplico por tu bella diestra. HIPÓLITO. — No avances tu mano, ni toques IDIS vestidos. HIPÓLITO 207 NODRIZA. — Te lo suplico por tus rodillas, ¡no me hundas! HIPÓLITO. — ¿A qué viene esto, si, como afirmas, nada malo has dicho? NODRIZA. — Mis palabras, hijo, no eran un acuerdo comUn. HIPÓLITO. — Lo que está bien es más hermoso de- 610 cirlo delante de todos. NODRTZA. — ¡Hijo mío, no deshonres tus juramen- tos! HIPÓLITO. — Mi lengua ha jurado, pero no mi co- razón. NODRIZA. — ¡Niño! ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a perder a los tuyos? HIPÓLITO. — He escupido”. Ningún injusto es amigo mío. NODRIZA. — Perdona. Natural es que los hombres 615 yerren, hijo. HIPÓLITO. — ¡Oh Zeus! ¿Por qué llevaste a la luz del sol para los hombres ese metal de falsa ley, las mujeres? Si deseabas sembrar la raza humana, no de-

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bías haber recurrido a las n~ujeres para ello, sino que los mortales, depositando en los templos ofrendas de 620 oro, hierro o cierto peso de bronce, debían haber comprado la simiente de los hijos, cada uno en pro- porción a su ofrenda y vivir en casas libres de muje- res. [Ahora, en cambio, para llevar una desgracia a 625 nuestros hogares, empezamos por agotar la riqueza de nuestras casas.] He aquí la evidencia de que la mujer es un gran mal: el padre que las ha engendrado y criado les dá una dote y las establece en otra casa, para librarse de un mal. Sin embargo, el que recibe 630 ~ Es una fórmula que indica el desprecio por las personas que, a pesar de ser allegadas, no obran justamente. Adviértase la intransigencia del carácter virtuoso de Hipólito, la cua! le llevará a su perdición, igual que a Fedra su pasión desdichada. 208 TRAGEDIAS en su casa ese funesto fruto siente alegría en adornar con bellos adornos la estatua funestisima y se esfuerza por cubrirla de vestidos, desdichado de él, consunnen. do los bienes de su casa. [No tiene otra alternativa: 635 si, habiendo emparentado con una buena familia, se siente alegre, carga con una mujer odiosa; si da con una buena esposa, pero con parientes inútiles, aferra el infortunio al mismo tiempo que el bien.] Mejor le va a aquel que coloca en su casa una mujer que es una nulidad, pero que es inofensiva por su simpleza. 640 Odio a la mujer inteligente: ¡que nunca haya en mi casa una mujer más inteligente de lo que es preciso! Pues en ellas Cipris prefiere infundir Ja maldad; la mujer de cortos alcances, por el contrario, debido a

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su misma cortedad, es preservada del deseo bisen- 645 sato. A una mujer nunca debería acercársele una sir- viente; fieras que muerden pero que no pueden hablar deberían habitar con ellas, para que no tuviesen oca- sión de hablar con nadie ni recibir respuesta alguna. Pero la realidad es que las malvadas traman dentro 650 de la casa proyectos perversos y las sirvientes los llevan fuera de la misma. (A la Nodriza.) Así también ahora tú, oh cabeza funesta, has venido a proponerme a mi relaciones en el inviolable lecho de mi padre. Yo me purificaré de esta impureza con agua clara, lavando mis oídos. 655 ¿Cómo podría ser yo un malvado, yo que, por sólo escuchar semejantes proposiciones, me considero ini- puro? Sábelo bien, mi piedad es la que te salva, mujer- Si no hubiera sido cogido indefenso por juramentos hechos en nombre de los dioses, nada me hubiera im- pedido contárselo a mi padre. Y ahora me iré de palfr 660 cio, mientras Teseo esté fuera de este país. Mantendré ~S Continúa la comparación metafórica de una mujer con una estatua, en cuanto algo inútil y que no tiene vida. HIPÓLITO 209 mi boca en silencio, pero observaré, cuando regrese con mi padre, de qué modo le miras tú y tu señora; en ese momento conoceré tu audacia por haberla de. gustado. ¡Así muráis! Nunca me hartaré de odiar a las mu- 665 jeres, aunque se me diga que siempre estoy con lo mismo, pues puede asegurarse que nunca dejan de hacer el mal. ¡O que alguien las enseñe a ser sensatas o que se me permita seguir insultándolas siempre! (Hipólito abandona la escena.) FEDRA. Antistrofa. ¡Oh desgraciado e infortunado destino de las mu- jeres! ¿Qué palabras o recursos tenemos para, com píe- 670 tamente abatidas como estamos, liberarnos del nudo de las acusaciones? Hemos encontrado el castigo, ¡oh tierra y luz! ¿Por dónde podré escapar a mi destino?

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¿Cómo ocultaré mi desgracia, amigas? ¿Qué dios podría 675 venir en mi ayuda o qué mortal podría ser cómplice o aliado de mis acciones injustas? El sufrimiento que se abate sobre mí me lleva por un camino infranquea- ble al límite de la vida ~. Soy la más desgraciada de las mujeres. CORIFEO. — ¡Ay, ay! Todo se ha consumado. Han 680 fracasado, señora, las artes de tu sierva y la situación es crítica. FEDRA. — (A la Nodriza.) ¡Oh cúmulo de maldades y perdición de tus amigos, qué me has hecho! ¡Que Zeus, mi abuelo, te extirpe de raíz bajo el golpe de su rayo! No te dije —¿no había adivinado tu inten- 685 ción?— que callaras aquello que ahora me ha traído la deshonra? Tú no te contuviste y, por ello, no mo- rire con gloria. Dejémoslo, ahora necesito nuevos pro- Es decir, la muerte. 210 TRAGEDIAS 690 yectos. Él, exasperado en su mente por la ira, referirá a su padre tu error para perjudicarnos y dirá al an- ciano Piteo mi desventura y llenará toda la tierra de las palabras más infames. ¡Así murieras tú y todo el que pone su celo en favorecer sin éxito a los amigos, sin que ellos lo quieran! 695 NODRIZA. — Señora, puedes reprochar mis errores, pues el resentimiento que te muerde vence tu capaci- dad de discernir, mas yo, si me lo permites, puedo responder a tus reproches. Yo te he criado y te quiero bien. He buscado remedio a tu enfermedad sin hallar

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ioo lo que deseaba. Si hubiera tenido éxito, se me contaría entre las muy hábiles, pues ganamos la reputación en consonancia con los resultados. FEDRA. — ¿Crees que es justo y que a mí me basta que, después de haber recibido la herida, tú ahora de palabra te avengas conmigo? 705 NODRIZA. — No hablemos más; yo no he sido pru- dente, pero aún puedes salvarte de esta situación, hija. FEDRA. — ¡Deja de hablar! Es evidente que antes no me aconsejaste bien e intentaste una acción funesta. Vamos, aléjate y preocúpate de ti misma; yo sabré arreglar mis asuntos. (La Nodriza abandona la escena.) 710 (Al Coro.) Y vosotras, jóvenes nobles de Trozén, concededme sólo este favor que os pido: cubrid con vuestro silencio lo que aquí habéis oído. CORIFEO. — Lo juro por Artemis venerable, hija de Zeus: nunca mostraré a la luz ninguno de tus males. 715 FEDRA. — Has hablado bien. Después de haber recu- rrido a todo, sólo hallo un remedio en mi desgracia para conceder a mis hijos una vida honorable y obte- ner yo misma un beneficio en mis actuales circunstan- cias. Nunca deshonraré, segura estoy de ello, a mi 720 patria cretense, ni me presentaré ante los ojos de Teseo bajo el peso de mi vergonzosa acción, sólo para salvar mi vida. HIPÓLITO 211 CORIFEO. — ¿Vas a cometer algún mal irremediable? FEDRA. — Morir; ya pensaré de qué modo. CORIFEO.— ¡No digas eso! FEDRA. — Y tú, aconséjame bien. Daré satisfacción a 725 Cipris, que me consume, abandonando hoy la vida: un cruel amor me derrotará. Pero mi muerte causará mal a otro, para que aprenda a no enorgullecerse con mi desgracia. Compartiendo la enfermedad que me aqueja, 730 aprenderá a ser comedido. (Fedra entra en palacio.) CORO. Estrofa 1.’. ¡Desearía estar en las hendiduras de un alto acan- tilado, para que, pájaro alado, una divinidad me situase entre las bandadas que revolotean y pudiera elevarme 735 sobre la ola marina de la costa del Adriático y las

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aguas del Erídano ~‘, donde sobre el mar purpúreo las desgraciadas vírgenes destilan, en sus lamentos por su 740 padre Faetonte, los resplandores de ámbar de sus lágrimas! ~. Antistrofa l.&. ¡Me gustaría alcanzar en mi camino la costa que da entre sus frutos las manzanas de las Hespérides can- toras, donde el soberano del purpúreo mar ya no con- 745 cede ruta a los marineros y fija el venerable límite del cielo que Atlas sostiene! Las fuentes destilan am- brosía en la alcoba nupcial del palacio de Zeus, allí donde una tierra maravillosa, dispensadora de vida, 750 alimenta la felicidad de los dioses ~. ~ Río mítico, identificado casi siempre con el Po. ~ Las vírgenes aludidas son las hermanas de Faetoríte, que. en cuanto hijas del Sol, son llamadas Helíadas. Al caer su her- mano al río Erídano, alcanzado por el rayo de Zeus, sus lagri- mas originaron gotas de ámbar, al mismo tiempo que queda- ban convertidas en álamos del río. ~9 Las Hespérides son las Nintas del Ocaso y cn la Teogo,¡ia hesiódica son las hijas dc la noche. Con posterioridad. tueron 212 TRAGEDIAS Estrofa 2.. ¡Oh nave cretense de cándidas alas que a través de 755 las olas del mar que batían su casco trajiste a mi señora desde su próspera morada a obtener el prove- cho de un funesto matrimonio! ¡Mal presagio tuvo al volar desde la tierra cretense a la ilustre Atenas, 760 cuando en las costqs de Muniquia ~ se enlazaron las

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puntas trenzadas de las amarras y tocaron tierra firme! Antistrofa 2.&. Debido a ello, la enfermedad terrible de un amor impío enviado por Afrodita rompió su alma y, hun- dida por su dura desgracia, en el techo de su habí- 770 tación nupcial suspenderá un lazo y lo ajustará a su blanco cuello, sintiendo vergi¿enza ante su cruel des- 775 tino, por preferir una fama gloriosa y por liberar a su corazón del amor que la atormenta. NODRIZA. — (Desde dentro.) ¡Ay, ay! ¡Acudid en ayuda todos los que estáis cerca de palacio! Se ha ahorcado nuestra señora, la esposa de Teseo. CORIFEO. — ¡Ay, ay, todo ha terminado! La reina ya no existe, unida está a un lazo suspendido. 780 NoDRIzA. — (Desde dentro.) ¿No os apresuráis? ¿Na- die va a traer una espada de doble filo, con la cual podremos cortar el nudo de su cuello? CORIFEO. — Amigas, ¿qué hacemos? ¿Debemos entrar en la casa y librar a la señora del férreo lazo? consideradas hijas de Zeus y de Temis, de Forcis y Ceto Y, por último, de Atíante. Habitan en la parte más extrema de Occidente, al pie del monte Atlas. Su función primordial con- sistia en cuidar y vigilar el jardín paradisíaco donde crecíafl las manzanas de oro, regalo que, en otro tiempo, la Tierra dis.. pensó a Hera con motivo de su boda con Zeus. Las Hesperides están vinculadas a la saga de Heracles. 50 Nombre de un pequeño puerto al este del Pireo: Sus obras de fortificación fueron iniciadas por Hipias el año 510 a. C. HIPÓLITO 213 CORO. — ¿Por qué? ¿No hay dentro jóvenes servido- res? Demasiado celo no ofrece seguridad en la vida. 785 NODRIZA. — (Desde dentro.) ¡Enderezad y extended este infortunado cadáver! ¡Triste guardiana soy ahora para mis señores! CORIFEO. — Ha muerto la desdichada mujer, según oigo. Ya la extienden como a un cadáver. Teseo aparece en escena, con su ca- beza coronada de guirnaldas, como señal de su regreso de Delfos, y acompañado de

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su escolta. TESEO. — (Al Coro.) Mujeres, ¿sabéis qué significan 790 esos gritos en palacio? Me ha llegado un eco confuso de servidores. Es evidente que mi casa no. estima digno acogerme con alegre familiaridad, abriéndome sus puertas como a uno que viene de peregrinación. ¿Le ha sucedido algo al anciano Piteo? Su edad es 795 ya muy avanzada, pero, aun así, sería muy penoso para nosotros que abandonase este palacio. CORIFEO. — El infortunio presente no ha alcanzado a un anciano, Teseo. Una persona joven ha muerto y te causará dolor. TESEO. — ¡Ay de mí! ¿No habrá perdido la vida alguno de mis hijos? CoRIFEo. — Están vivos. Su niadre es la que ha 800 muerto, ¡qué dolor más insoportable para ti! TESEO. — ¿Qué dices? ¿Ha muerto mi esposa? ¿De qué modo? CORIFEO. — Anudó a su cuello un lazo para ahor- carse. TESEO. — ¿Helada por el dolor o por qué causa? CORIFEO. — No sabemos más, pues acabo de llegar a palacio, Teseo, para llorar tus desgracias. 805 TESEO. — (Arrancándose la corona.) ¿Por qué llevo la cabeza coronada con estas hojas entretejidas, si soy Un infortunado peregrino? (A los esclavos de dentro.) 214 TRAGEDIAS ¡Quitad las cerraduras de las puertas, criados, soltad los pasadores, para que pueda ver la amarga visi6~ 810 de mi esposa que, con su muerte, me ha quitado la vida! Se abren las puertas de palacio y apa..

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rece el cadáver de Fedra sobre un lecho, rodeado de servidores. CoRo ~. ¡Ay, ay, desdichada por tus terribles desgracias! Has sufrido; tu acción ha llegado a hundir a esta. casad ¡Ay, ay, por tu audacia, tú que has muerto vio- 815 lentamente y de un modo impío, abatida por tu lamen- table mano! ¿Quién ha privado de luz a tu vida, des. dichada? TESEO. Estrofa. ¡Ay de mí, qué sufrimientos! ¡He padecido, ciudad, la mayor de mis desgracias! ¡Oh fortuna, cuán pesada. 820 mente te has abalanzado sobre mí y mi casa, mancilla desconocida de algún genio vengador! ¡Es la ruina de mi vida, imposible ya de vivir! ¡Contemplo, desdi- chado de mí, un mar de desgracias tal que nunca podré salir de él a flote ni franquear las olas de esta des- 825 ventura! ¿Qué palabra justa hallaré, mujer, para cali ficar tu riguroso destino? Como un pájaro te has esca- pado de mis manos, lanzándote con salto veloz a la 830 morada de Hades. ¡Ay, ay, crueles, crueles sufrimien- tos! De atrás recojo la herencia del destino de la divinidad por las faltas de algún antepasado 52~ SI No hemos aceptado, en este canto coral, la división Cfi semicoros de la edición de MuRa.&Y. 52 El pensamiento arcaico griego mantenía la creencia de qt la mayor parte de las desgracias se debían al castigo de W culpa heredada por un descendiente de la familia. A esta crP~ cia irracional se fue oponiendo paulatinamente la reflexión sófica. HIPÓLITO 215 CORIFEO. — No sólo a ti, señor, te llegó esta desgra- cia, otros muchos también han perdido a su noble 835 esposa. TESEO. Antistrofa. ¡Deseo habitar bajo la tierra, bajo la tierra oscura

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y morir, infeliz de mí, ya que he sido privado de tu quer~dísima compañía, pues más que morir tú me has destruido! E...] ¿De dónde vino la desgracia mortal, 840 desventurada esposa, a tu corazón? ¿Alguien podría decirme lo ocurrido o el palacio real cobija en vano a la multitud de mis servidores? ¡Ay de mí [...] desdichado por tu causa! ¡Qué dolor he visto en mi 845 casa, insoportable e indecible! Estoy perdido, la casa desierta y mis hijos huérfanos. ¡Nos has abandonado, nos has abandonado, tú la más noble de cuantas mu- jeres ven el resplandor del sol y el brillo estrellado de 850 la noche! CORO. — ¡Ay desdichado, oh desgraciado, cuánto mal se ha apoderado de tu casa! Ante tu infortunio mis párpados se cubren inundados de lágrimas. Hace mu- 8.55 cho que tiemblo ante la desgracia que vendrá tras la presente. TESEO. — ¡Oh, oh! ¿Qué significa esta tablilla53 que pende de su mano querida? ¿Quiere revelar algo nue- vo? ¿Será una carta que escribió la desdichada supli- cando algo por ella y por nuestros hijos? Valor, infe- 860 hz: ninguna otra mujer entrará en el lecho y en la morada de Teseo. Sí, la impronta del sello de la que ya no vive me acaricia. Vamos, desatemos las ligadu- ras del sello, para que pueda ver qué quiere decirme 865 esta tablilla. (Desata las ligaduras y hace saltar el Sello.) 53 Se trata de una tablilla de madera conteniendo algún mensaje. 216 TRAGEDIAS CoRo ~.

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¡Ay, ay! La divinidad envía una nueva desgracia a continuación de la otra. ¡Desearía que mi vida no fuese 870 vida, después de lo ocurrido! ~. La casa de mis seño- res, ay, ay, está destruida, mejor dicho, ya no existe. ¡Oh divinidad, si es posible, no arruines la casa, oye mis súplicas, pues, como un adivino, veo el presagio de alguna desgracia. TESEO. — ¡Ay de mí, qué mal se añade al mal pre- 875 sente, insoportable, indecible! ¡Oh, infeliz de mí! CORIFEO. — ¿Qué ocurre? Dilo, si puedo participar en lo que dice. TESEO. — ¡La tablilla grita, grita cosas terribles! ¿Por dónde escaparé al peso de mis desgracias? Perezco, herido de muerte! ¡Qué canto, qué canto he 880 visto entonar por las líneas escritas, infortunado de mí! CORIFEO. — ¡Ay, ay, nos muestras palabras que pre- sagian males! TEsEo. — ¡ No podré detener en las puertas de mi boca la infranqueable y mortal desgracia! ¡Ay ciudad! ~as ¡ Hipólito se atrevió a violentar mi lecho, deshonrando la augusta mirada de Zeus! ~. ¡Oh padre Posidón ~, de las tres maldiciones que en una ocasión me pro- metiste, mata con una de ellas a mi hijo y que no 890 escape a este día, si las maldiciones que me conce- diste eran claras! 54 Tampoco aquí aceptamos, siguiendo a BARRET, entre otros, la división en semicoros de este canto coral. 55 Todo este pasaje está muy corrupto. 56 Zeus es presentado aquí como una divinidad protectora del matrimonio. ~ Respecto al origen de Teseo, alternan dos tradiciones: según una, era hijo de Egeo; de acuerdo con la otra, era hijo de Posidón. HIPOLITO 217 CORIFEO. — ¡Señor, por los dioses, retira esta maldi- ción! Luego te darás cuenta de que has errado, hazme caso. TESEO. — Imposible. Y además le expulsaré de esta tierra y recibirá el golpe de uno de estos dos destinos:

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o Posidón le enviará muerto a las moradas de Hades, 895 por consideración a mis súplicas, o expulsado de esta tierra, errante por un país extranjero, soportará una vida miserable. CORIFEO. — He aquí que viene tu hijo en el momento oportuno, Hipólito. ¡Cesa, soberano, en tu funesta ira, 900 decide lo más provechoso para la casa! (Entra Hipó- lito seguido de los cazadores.) HIPÓLITO. — Al oír tus gritos he venido, padre, con premura, pero no sé por qué causa sollozas y me gus- taría oírlo de tus labios. Vamos, ¿qué ocurre? Veo a 905 tu esposa muerta, padre, y ello me causa gran extra- ñeza. Hace un momento que la he dejado y no hace mucho sus ojos veían esta luz. ¿Qué le ha ocurrido? ¿De qué modo ha muerto? Padre, quiero saberlo de 910 tus labios. ¿Callas? En las desgracias no es necesario el silencio. El corazón, deseoso de saberlo todo, incluso en las desventuras siente avidez. No es justo que ocultes a tus amigos, y a los que son más que amigos, 915 tus desdichas, padre. TESEO. — ¡Oh hombres que poseéis muchos conoci- mientos en vano!, ¿por qué enseñáis innumerables ciencias y de todo halláis salida y todo lo descubrís y, en cambio, una sola cosa no sabéis y no la habéis ca- zado aún: enseñar la sensatez a los que no la poseen? 920 HIPÓLITO. — Muy hábil debe ser aquel que es capaz de obligar a ser sensatos a los que no lo son. Pero no es momento de sutilezas, padre, temo que tu lengua desvaría a causa de tus desgracias. TESEO. — ¡Ay, los mortales deberían tener una prue- 925 ba clara de los amigos y un conocimiento exacto de 218 TRAGEDIAS

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los corazones, para distinguir el verdadero amigo del falso! Todos los hombres habrían de tener dos voces: 930 una justa y la otra fuera como fuese, de modo que la que tiene pensamientos injustos pudiera ser refutada por la justa y así no nos engañaríamos. HIPÓLITO. — ¿Acaso algún enemigo me ha calumnia- do ante tus oídos y sufre mi estimación, sin ser yo 935 culpable de nada? Estoy aterrorizado, pues me causan conmoción las palabras extraviadas de tu mente. TESEO. — ¡Ay del corazón humano! ¿A dónde lle- gará? ¿Qué límite habrá de su audacia e impruden- cia? Pues si aumenta de generación en generación 940 y la posterior excede en mal a la anterior, los dioses tendrán que añadir otra tierra a la que ahora posee- mos, la cual pueda dar cabida a los culpables y mal- vados. (Señalando a Hipólito con el dedo.) ¡Mirad a éste que, nacido de mi sangre, ha deshonrado mi lecho 945 y es el hombre más infame como evidencia a las claras el testimonio de la muerta! (A Hipólito que le mira horrorizado.) ¡Muéstralo, puesto que no has du- dado en mancharte, muestra a tu padre tu rostro cara a cara! ¿Así que tú eres el hombre sin par que vive en compañía de los dioses? ¿ Tú el casto y puro de todo 950 mal? Yo no podría creer en tus jactancias hasta el extremo de ser tan insensato de atribuir ignorancia a los dioses. Continúa ufanándote ahora y vendiendo la mercancía de que no comes carne y, según tu señor Orfeo, ponte fuera de ti, honrando el humo de innu- 955 merables libros ~. ¡Estás atrapado! A todos aconsejo 58 Duro ataque contra los iniciados en los misterios Órfico- pitagóricos, que debían abstenerse de comer carne. La expre- sión más completa de este pasaje es di’ aps>~chou bords sitOiS kap~leue (Vs. 952-953), traducida por <vende la mercancía de que no comes carne<. Independientemente de otros sentidos que pudiera recibir, más alambicados, sin duda lo normal es enten- der la expresión del siguiente modo: <Vete ahora a otros con HIPÓLITO 219 que huyan de hombres semejantes, pues van de caza con palabras venerables, aunque maquinan infamias. (Señalando el cadáver de Fedra.) Ella está muerta. ¿Crees que eso te va a salvar? Es lo que más te tiene

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en sus manos, ¡oh tú el más vil de los hombres! ¿Qué juramentos, qué palabras podrían ser más fuer- 960 tes que ella, para que tú pudieras escapar a la acusa- ción? Dirás que la odiabas y que la naturaleza del bastardo es hostil a los hijos legítimos. Ella ha hecho un mal negocio de su vida, según tú, si por odio hacia 965 ti perdió lo más querido. ¿Dirás que la pasión amo- rosa no afecta a los hombres, pero es innata en las mujeres? Sé yo de jóvenes que no son más fuertes que las mujeres, cuando Ciprís turba su corazón en sazón, pero la condición de ser hombre les sirve de 970 magnífico pretexto. Y bien, ¿a qué argumentar contra tus palabras, en presencia de un cadáver, testigo da- rísimo? ¡Vete de esta tierra desterrado lo más pronto posible y no vayas hacia Atenas, fundada por los dio- ses, ni a los límites de la tierra que mi lanza domina! 975 Pues si, después de la ofensa que me has hecho, voy a quedar derrotado, Sinis el Istmico ~ nunca me ser- virá de testigo de que yo lo maté, sino que me jacto en vano, ni las rocas Escironias ~, que se bañan en el mar, podrán decir que he sido duro con los mal- 980 vados. CORIFEO. — No sé cómo podría llamar afortunado a algún mortal, pues los que estaban en una situación de privilegio se han derrumbado por completo. el cuento de que vendes una pureza que se basa en no comer carne, tú que ahora has cometido el crimen más horrendo con- tra la carne que puede imaginarse>. ~ Sinis y Escirón son dos bandidos a los que dio muerte Teseo ~ Las rocas Escironias desde las que Teseo arrojó al mar al bandido Escirón, del cual tomaron su nombre, están situa- das cerca de Mégara.

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220 TRAGEDIAS HIPÓLITO. — Padre, la cólera y la ira de tu corazóu son terribles. Es’ evidente que tu causa se presta a. 985 bellos argumentos, pero, si alguno la examinara a fo¡i. do, no sería tan hermosa. Yo no estoy acostumbrado a hablar ante una multitud Ó~ delante de unos pocos y de mi edad soy más hábil. Pero esto tiene su exph~ cación: los mediocres a juicio de los entendidos ante 990 la multitud son más hábiles en sus discursos ~. Sm embargo, es necesario, ante la situación en que me encuentro, que yo deje suelta mi lengua. Comenzard a hablar por la primera insinuación que has lanzado contra mí, pensando que ibas a destruirme sin que 995 yo te replicara. Tú ves la luz y esta tierra: en ellas no ha nacido hombre más virtuoso que yo, aunque tú no lo admitas. Sé que lo primero es honrar a los dioses y poseer amigos que no intentan cometer injus- ticia, sino que se averguenzan de pedir cosas infaman- tes a los que con ellos tienen trato a cambio de favo- íooo res vergonzosos. No tengo por costumbre ultrajar a mis amigos, padre, sino que mi amistad es igual, ya se encuentren cerca de mí o lejos. Y estoy inmune de aquello en que crees haberme sorprendido: hasta el día de hoy estoy puro de los placeres carnales. De ellos no conozco práctica alguna, salvo por haberlos íoos oído de palabra o haberlos visto en pintura, pues no ardo en deseos de indagar en ellos, ya que poseo un alma virgen. Es evidente que no te convence mi virtud, sea. Tú debes mostrar, por lo tanto, de qué modo me corrompi. (Señalando a Fedra.) ¿Acaso su cuerpo era el más íoío bello de todas las mujeres? ¿O concebí la esperanza de ser el señor de tu casa, tomando a su heredera 61 Seguramente se refiere Hipólito a su propio conejo y a las mujeres del Coro. ~ Critica a los demagogos. Observese la cuidada disposición retórica del discurso de Hipólito. HIPÓLITO 221

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como esposa? Necio hubiera sido, mejor dicho, sin el menor sentido ~3. ¿ Pretendes argumentar que es agra- dable mandar? Para los cuerdos en modo alguno, si es un hecho que el poder personal ha destruido la íoís razón de los hombres que en él hallaban un placer. Mi deseo sería triunfar en los certámenes helénicos y, en un segundo plano, ser siempre feliz en la ciudad en compañía de amigos excelentes, pues, en tales cir- cunstancias es posible actuar y la ausencia de peligro proporciona mayor goce que el poder u. 1020 Sólo me queda una cosa que decir, el resto ya lo sabes. Si yo tuviera un testigo de cómo soy real- mente y pudiera defenderme ante ella, porque aún veía la luz del sol, con una exposición detallada de los hechos, conocerías a los culpables. Pero ya que no es posible, te juro por Zeus y por el st~elo de esta 1025 tierra que nunca he tocado a tu esposa, ni podría haberlo deseado ni concebido la idea. ¡Que perezca sin fama, sin nombre, sin patria, sin casa y vagando desterrado por la tierra, que ni la tierra ni el mar 1030 acojan mi cadáver, si yo soy un hombre malvado! Ahora bien, si ella pereció por temor, no lo sé, pues no me está permitido hablar más ~. Ella se comportó con sensatez, aunque la había perdido, y nosotros que 1035 la poseemos no hacemos un buen uso de ella. Alusión a la circunstancia de que el derecho ático excluía totalmente de la sucesión a los hijos bastardos y, por eso, HipÓlito, aun en el caso de haberse unido a Fedra, no habría podido recibir la herencia de su padre Teseo, por lo menos legalmente. u Obsérvese lo próximas que están estas palabras a un ideal de vida retirado de la participaciÓn política, que en el siglo iv será buscado, sobre todo, por epicúreos y cínicos. 65 Ya que ha hecho a la nodriza el juramento de no revelar el secreto.

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222 TRAGEDIAS CORIFEO. — Has hablado lo suficiente para rechaz la acusación, aduciendo juramentos por los diose~ garantía no pequena. TESEO. — ¿No es éste un charlatán y un imposto¡~ 1040 que está convencido de que vencerá a mi alma con ma suavidad, a pesar de haber deshonrado a su HIPÓLITO. — Voy a decirte lo que más me extra~u de tu actitud, padre: si tú fueras mi hijo y yo tu padre, te hubiera matado y no te habría castigado con el destierro, si realmente estuviera convencido ds que habías tocado a mi esposa. 1045 TESEO. — ¡Qué castigo más digno de ti invocasí Pero no morirás así de fácil, de acuerdo con la le,r que tú te impones a ti mismo —una muerte rápida es más ligera para un impío—, sino vagando, errante en el exilio, lejos de tu tierra patria, [soportarás ea loso tierra extranjera una vida dolorosa, pues ésa es la. paga que se merece un impío]. HIPÓLITO. — ¡Ay de mi! ¿Qué vas a hacer? ¿No vas a esperar que el tiempo me acuse, sino que vas a expulsarme de esta tierra? TESEO. — Más allá del mar y de los confines del Atlas, si me fuera posible. ¡Tal es mi odio hacia ti! 1055 HIPÓLITO. — ¿Sin examinar la garantía de mi jura- mento ni las respuestas de los adivinos, vas a expul- sarme de esta tierra sin juicio? TESEO. — Esta tablilla que tengo en mis manos, que no admite interpretaciones ambiguas, te acusa de un modo seguro; en cuanto a las aves que revolotean por encima de nuestras cabezas las mando a paseo “- lo6o HIPÓLITO. — Oh dioses! ¿Por qué no dejo hablar libremente a mi boca, ya que muero por vosotros 1 “ Ataques contra el arte adivinatoria, que se basaba en la interpretación del vuelo de las aves. Una prueba más de 1*

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fama de racionalista de que gozó Eurípides entre sus coetáneos. HIPÓLITO 223 quienes reverencio? No lo haré. Haga lo que haga, no podría convencer a quienes debiera y rompería en vano los juramentos que he jurado. TESEO. — ¡Ay de mí, cómo me mata tu piedad! ¿No ío~s te irás lo más rápido posible de esta tierra patria? HIPÓLITO. — ¿A dónde me dirigiré, desdichado? ¿En casa de qué huésped hallaré acogida, desterrado por una acusación semejante? TESEO. — En la de aquel que se goce acogiendo a seductores de mujeres como huéspedes y colaborado- res de sus infamias. Híi~’ÓLíTo. — ¡Ay, ay, me has alcanzado el corazón y 1070 estoy a punto de llorar, si tengo la apariencia de un malvado y tú lo crees! TESEO. — Entonces deberías haber llorado y haberte dado cuenta, cuando te atreviste a violar a la esposa de tu padre. HIPÓLITO. — ¡Oh casa, si pudieras cobrar voz y atestiguar si soy un hombre vil! 1075 TESEO. — Te refugias con habilidad en testigos mu- dos, pero los hechos sin palabras denuncian tu infamia. HIPÓLITO. — ¡Ay, si pudiera mirarme cara a cara para llorar la desgracia que me abruma! TESEO. — Te has ejercitado mucho más en rendirte 1080 culto a ti mismo que en ser piadoso con tus padres, como era tu deber. HIPÓLITO. — ¡Oh madre desdichada, oh amargo na- cimiento! ¡Que ninguno de mis amigos sea un bas- tardo! TESEO. — (A su escolta.) ¿No lo expulsáis, servido- res? ¿No habéis oído hace tiempo que yo he decre- íoss tado su destierro? HIPÓLITO. — Si alguno de ellos me pone las manos encima, lo vas a sentir. Expúlsame tú mismo del país, Si es tu deseo.

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224 TRAGEDIAS TESEO. — Lo haré, si no haces caso a mis palabras pues ninguna piedad me inspira tu destierro. ío~o HIPÓLITO. — Está decidido, según veo, ¡desdicha<i<. de mi! ¡Conozco la verdad y no sé cómo revelarla’ (Dirigiéndose a la estatua de Artemis.) ¡Oh la más querida para mí de las divinidades, hija de Leto, conj. pañera de mi existencia y de mis cacerías, soy deste. 1o9s rrado de la ilustre Atenas! ¡Adiós, ciudad y tierra de Erecteo! ¡Oh llanura de Trozén, cuántas alegrías pro- porcionas a la juventud, adiós! Es la última vez que te veo y que te dirijo mis palabras. (A sus compañeros.) ¡Vamos, jóvenes compañeros de esta tierra, dadme vuestro adiós y acompañadme íioo fuera del país! ¡Nunca veréis a un hombre más vir- tuoso, aunque mi padre no lo crea! (Sale.) CoRo. Estrofa l.~ 67~ Mucho alivia mis penas la providencia de los dio- líos ses, cuando mi razón piensa en ella, pero, aunque guardo dentro de mí la esperanza de comprenderla, la pierdo al contemplar los avatares y las acciones de los mortales, pues experimentan cambios imprevisibles ilto y la vida de los hombres, en perpetuo peregrinar, es siempre inestable. Antistrofa l.. ¡Que el destino procedente de los dioses se digne conceder a mis súplicas fortuna con prosperidad y un tus corazón exento de dolores! ¡Y que niis pensamientOs. no sean demasiado rígidos ni acuñados con metal de 67 El uso frecuente del masculino ha inducido a MURRAY 8 asignar las dos estrofas en que aparecen a un coro de caZa-

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dores y las otras dos, a un coro de mujeres. Pero ello nO parece un motivo suficiente para adoptar esa dicotomía. HIPÓLITO 225 mala ley! ~. ¡Pueda yo ser siempre feliz, adaptando con facilidad mí forma de ser al nuevo día que amanece! Estrofa 2.~. Ya no tengo una mente serena, contemplando como estoy lo inesperado, desde que al astro de Atenas 69, el 1121 más resplandeciente de Grecia, lo hemos visto con nuestros propios ojos arrojado a una tierra extranjera 1125 por la cólera de su padre. ¡Oh playas de la costa de mi patria y encinar del monte, donde él daba muerte a las fieras, persiguiéndolas con perros de patas veloces, en compañía de la augusta Dictina! 1130 Antistrofa 2.~. Ya no montarás en el carro de potros vénetos, ocupando el hipódromo de la costa con las pezuñas de tus ejercitados caballos. Tu Musa, insomne ~ bajo 1135 el caballete de la lira, cesará de sonar en ‘la casa pa- terna. Sin coronas estarán los lugares en que reposa la hija de Leto entre la profunda verdura. Con tu des- 1140 tierro ha muerto la rivalidad de las doncellas [en por- fía] de tu matrimonio. Epodo” Y yo por tu desgracia soportaré entre lágrimas un destino insufrible. ¡Madre desdichada, concebiste sin 1145 provecho! ¡Me indigno contra los dioses! ¡Ay, ay, Gra- Esta bella metáfora pretende reflejar que sus pensamien. tos, por su rigidez, pueden ser susceptibles de reproche y recha- zados, igual que no se admite una moneda falsa o que tiene alterada su aleación. ~ Ese astro es naturalmente HipÓlito. ‘~ La Musa de Hipólito es insomne, porque no deja de ins- pirarlo nunca. 11 Aunque no este especificado en la edición de MURRAY, Parece que la parte final de este coro debe de ser el Epodo, Si bien hay muchos problemas respecto a quién lo entona, Cuestiones éstas en las que no podemos entrar.

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226 TRAGEDIAS cias uncidas! 72~ ¿Por qué enviáis fuera de la tierru 1150 paterna y de su casa a este infeliz, inocente como es de esta calamidad? CoRIFEO ~ — Veo a un compañero de Hipólito que, con la mirada sombría, se precipita veloz en palacio. MENSAJERO. — ¿Dónde podría encontrar a Teseo, rey ííss de este país, mujeres? Indicádmelo, si lo sabéis. ¿Está dentro de palacio? CORIFEO. — Ahí lo tienes en persona saliendo de la casa. MENSAJERO. — Teseo, la noticia que te traigo es digna de preocupación para ti y para los ciudadanos que habitan la ciudad de Atenas y los confines de la tierra de Trozén. 1160 TESEO. — ¿Qué ocurre? ¿Alguna nueva desgracia se ha abatido sobre estas dos ciudades vecinas? MENSAJERO. — Hipólito ya no existe, por así decirlo. Ve aún la luz, pero su vida está pendiente de un hilo ~ TESEO. — ¿Quién lo mató? ¿Alguien llevado por el 1165 odio, por haber violado a su esposa, como a la de su padre? MENSAJERO. — Su propio carro lo ha matado y las maldiciones de tu boca que habías dirigido a tu padre, señor del mar, contra tu hijo. 72 Las Cárites, en griego, o Gracias, en latín, son divinida- des de la belleza y la fecundidad. Son hijas de Zeus y se las representa como tres jÓvenes desnudas unidas por los hom- bros. de aquí su epíteto ~uncidas,. en el original griego. Sus nombres son EufrÓsine (Alegría). Talía (Floración) y Aglae (Resplandor).

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~3 Aunque la edición de MURRAY no indica quién recita estos dos versos, la mayoría de los editores se los atribuyen al Corifeo. 74 En el original griego no dice textualmente eso, sino que se emplea una metáfora en relación con la balanza: ,,Depende de una pequeña inclinaciÓr» (para alcanzar la muerte, se sobre- entiende). HIPÓLITO 227 TESEO. — ¡Oh dioses, oh Posidón, cuán -verdaderS mente eres mi padre, ya que oíste mis maldicioneS1 1170 (Al mensajero.) ¿Cómo murió? Habla. ¿De qué modo le golpeó el mazazo de la justicia, por habe rme ultra- jado? MENSAJERO. — Nosotros, junto a la costa, abrigo de las olas, peinábamos con cardas la crin de los caballoS entre sollozos, pues alguien vino trayendo la noticia 1175 de que Hipólito ya no pondria más el pie en esta tierra, castigado por ti a un doloroso destierro. Y él misn3O llegó a la orilla, acompañando con su canto de lágtt- mas al nuestro. Innumerable compaina de 1 óvenes d~ 1180 su edad le seguía. Por fin, poco después, c esando et1 sus sollozos, dijo: <¿A qué continuar mis lamentos? Tengo que obedecer las palabras de mi padre. Engatl chad a mi carro los caballos que se pliegax~i al yugO~ servidores, pues esta ciudad ya no es la míab. Nada más recibir la orden, todos nos aWresurába- 1185 mos y en menos tiempo de lo que cuesta decirlo lle- vamos los caballos preparados junto a nuestro señor~ Y él con la mano aferra las riendas, cogiémdolas del parapeto, ajustando él mismo los pies a lcbs estribOS y, extendiendo sus manos, comenzaba a suplicar a 105 1190 dioses: <¡Zeus, que muera, si soy un malvado, y que mi padre vea cómo me ha deshonrado, bien esté muerto o contemple la luz del sol! » Despues de esta súplica, tomando en sus manos el aguijón,. fustigó a 1195 los caballos con un solo golpe y nosotros los servido- res, al pie del carro, junto a las riendas, seguíamoS a nuestro Señ9r por el camino que conduce derecho a Argos y Epidauro. Después llegábamos a un paraje desierto., en donde, más allá de esta tierra, una costa escarpada, se e% 1200 tiende hacia el golfo Sarónico ~. De allí surgió Un

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7~ Entre el Ática y la Argólida. 228 TRAGEDIAS rumor de la tierra, cual rayo de Zeus, profundo br.. mido, espantoso de o¡r. Los caballos enderezaron sus cabezas y sus orejas hacia el cielo y un fuerte temor 1205 se apoderaba de nosotros al buscar de dónde procedí. el ruido. Y mirando a las costas azotadas por el mar, vimos una ola enorme que se levantaba hacia el cielo1 hasta el punto de impedir a mis ojos ver las costas de Escirón y ocultaba el Istmo y la roca de Asclepio iB 1210 Y luego, hinchándose y despidiendo en derredor espu.. ma a borbotones por el hervor del mar ~, llega hasta la costa en donde estaba la cuadriga. Y en el mo- mento de romper con estruendo, la ola vomitó un toro, 1215 monstruo salvaje. Y toda la tierra, al llenarse de su mugido, respondía con un eco tremendo. A aquellos que la veían la aparición resultaba insoportable a su mirada. Al punto un miedo terrible se abate sobre los caballos. Nuestro amo, muy práctico en la forma de 1220 comportarse de los mismos, agarra las riendas con ambas manos y tira de ellas, como un marinero tira hacia la empuñadura del remo, echando todo el peso de su cuerpo hacia atrás al tirar de las correas. Y las yeguas, mordiendo el freno forjado a fuego con las quijadas, se lanzan con ímpetu, sin preocuparse de la 1225 mano del piloto, ni de las riendas ni del carro bien ajustado. Y si, dirigiendo el timón78 hacia la llanura, conseguía enderezar la carrera, el toro se ponía delante haciéndole dar la vuelta, enloqueciendo a la cuadriga 1230 de temor. Mas si, despavoridas en su ánimo, se lanza-

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76 Se refiere al promontorio de Epidauro. en donde estaba situado el templo de Asclepio. 77 La hinchazón de las olas y la espuma que desprende se compara con un hervor que se origina por cocción. ~ Todo este bello pasaje descriptivo se apoya en la compa- ración metafórica entre un auriga y un piloto de una nave. De aquí la peculiaridad del vocabulario, eminentemente ma- rinero. HIPÓLITO 229 ban hacia las rocas, acercándose en silencio seguía al parapeto del carro, hasta que le hizo perder el equili- brio y volcó, lanzando la rueda del carro contra una roca. Todo era un montón confuso: los cubos de las 1235 ruedas volaban hacia arriba y los pernos de los ejes, y el mismo desdichado, enredado entre las riendas, es arrastrado, encadenado a una cadena inextricable, golpeándose en su propia cabeza contra las rocas y desgarrando sus carnes, entre gritos horribles de escu- char: «¡Deteneos, yeguas criadas en mis cuadras, no 1240 me quitéis la vida! ¡Oh desdichada maldición de mi padre! ~. ¿Quién quiere venir a salvar a este hombre excelente?» A pesar de que muchos lo pretendíamos, llegábamos con pie tardío. Pero él, liberándose de la atadura, de las riendas, hechas de recortes de cuero, 1245 no sé de qué modo, cae al suelo, respirando aún un débil hálito de vida; los caballos y el monstruo des- dichado del toro desaparecieron no sé en qué lugar de las rocas. Yo soy un esclavo de tu palacio, señor, pero yo 1250 nunca podré creer que tu hijo es un malvado, ni aun- que la raza entera de las mujeres se ahorcara, ni aunque alguien llenara de incisiones acusadoras todos los pinares del Ida ~, pues sé bien que es un hombre noble. CORIFEO. — ¡Ay, ay, se han consumado nuevas des- 1255 gracias y no hay posibilidad de liberarse del destino! TESEO. — Por odio al que ha sufrido estas desgracias sentí alegría ante tus palabras, mas ahora, por santo ~ Todos los comentaristas destacan la imposibilidad de que Hipólito conociera la maldición de su padre. Ello se debe

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seguramente a una negligencia del poeta. 80 Puesto que Fedra era cretense, podria uno pensar que el poeta se refiere a los pinos del monte Ida de Creta, pero los comentaristas estiman que se hace referencia a la cadena mon- tañosa de la Tróade del mismo nombre, familiar al auditorio por los poemas homéricos. 230 TRAGEDIAS 1260 temor, a los dioses y a aquél, que es mi hijo, ni ~ alegro ni me entristezco con sus desgracias. MENSAJERO. — ¿Y ahora? ¿Debemos traerlo aquí o qué haremos con el infeliz para agradar a tu corazón? Piénsalo, pero si quieres tener en cuenta mis consejos, no deberías ser cruel con tu infortunado hijo. 1265 TESEO. — Traedlo para que, viendo con mis ojos al que ha negado mancillar mi lecho, mis palabras y el castigo de los dioses prueben su crimen. CoRo. Tú sometes el corazón indomable de los dioses y 1270 de los hombres, Cipris, y con tigo el de alas multico- lores 81, asediándolos con rápido vuelo. Él revolotea sobre la tierra y el sonoro mar salino. Eros encanta 1275 a aquel sobre cuyo corazón enloquecido lanza su ata- que con sus alas doradas; a las fieras de los montes y de los mares y a todo lo que la tierra nutre y contem- plan los aidientes rayos del Sol, y también a los hom- 1280 bres, pues tú eres la única, Cipris, que ejerces sobre todos una majestad de reina. Encima de palacio aparece Árternis con el arco y las flechas. ARTEMIS. — Te ordeno que me escuches, ilustre hilo 1285 de Egeo. Te habla Artemis, hija de Leto, Teseo. ¿Por

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qué te alegras, infeliz, de haber matado impíamente a tu hijo, habiendo creído en inciertas acusaciones, por las engañosas palabras de tu esposa? A la luz ha salido 1290 tu locura. ¿Cómo no ocultas bajo las profundidades de la tierra tu cuerpo cubierto de verguenza o te remon- tas cual ave, cambiando de forma de vida, para huit de esta desgracia? Entre la gente de bien, al menos, 1295 no hay ya lugar posible para tu vida. SI Es un epíteto que designa a Eros. HIPÓLITO 231 Escucha, Teseo, cómo han sobrevenido tus males, aunque no voy a remediar nada y sólo dolor voy a causarte; pero he venido para mostrarte que el cora- zón de tu hijo era justo, a fin de que muera con gloria, y la pasión amorosa de tu esposa o, en cierto modo, 1300 su nobleza. Ella, mordida por el aguijón de la más odiada de las diosas para cuantas como yo hallamos placer en la virginidad, se enamoró de tu hijo. Y, aun- que intentó con su razón vencer a Cipris, pereció, sin 1305 quererlo, por las artimañas de su nodriza, que indicó su enfermedad a tu hijo, obligándole con un jura- mento. Y él, como hombre justo, no hizo caso de sus consejos ni, a pesar de ser injuriado por ti, quebrantó la fe de su juramento, pues era piadoso. Y ella, teme- 1310 rosa de ser cogida en su falta, escribió una carta enga- ñosa y perdió con mentiras a tu hijo, pero, aun así, consiguió convencerte. TESEO. — ¡Ay de mí! ARTEMIS. — ¿Te muerden mis palabras, Teseo? Tran- quilízate, aún gemirás más oyendo lo que sigue: ¿Sabes 1315 que poseías tres maldiciones claras de tu padre? Una de ellas la has lanzado, desdichado de ti, contra tu propio hijo, siéndote posible lanzarla contra un ene- migo. Tu padre, señor del mar, con buena intención te concedió lo que debía, pues te lo había prometido. Tú, ante aquél y ante mí, te muestras como un mal- 1320 vado, pues no esperaste la confirmación y las palabras de los adivinos, ni a tener una prueba; ni concediste mayor tiempo a la indagación, sino que lanzaste la maldición contra tu hijo más rápido de lo que debías

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y lo mataste. TESEO. — ¡Señora, quisiera morir! ARTEMIS. — Has cometido una acción terrible, mas, Sin embargo, aún puedes alcanzar el perdón por ella. 1326 Cipris fue la que quiso que ello sucediera, para saciar su ira. Así es la ley entre los dioses: nadie quiere 232 TRAGEDIAS 1330 oponerse al deseo de la voluntad de otro, sino que siempre cedemos. Ten en cuenta lo siguiente: si ~ hubiera sido por temor a Zeus, yo no hubiera llegado al punto de ignominia de dejar morir al hombre al que, de todos los mortales, profesaba más afecto. Ea 1335 cuanto a tu falta, el desconocimiento es la primera excusa de tu culpa y, además, el hecho de que tu es- posa, con su muerte, destruyó toda prueba basada ea las palabras, hasta el punto de llegar a persuadir tu mente. A ti es a quien más afecta el estallido de esta des- gracia, pero yo también siento dolor. Los dioses no 1340 se alegran de la muerte de los piadosos, pero a loa malvados los destruimQs con sus hijos y con sus casas. CORIFEO. — He aquí que avanza el desdichado, man- chado en su carne joven y en su rubio cabello. ¡Oh 1345 desventura de la casa, qué doble infortunio se ha cum- plido en palacio, enviado por los dioses! (Hipólito apa- rece cubierto de sangre en brazos de sus compañeros.) HIPÓLITO. — ¡Ay, ay, ay, ay! ¡Desdichado de mí! ¡Me ha arruinado la injusta maldición de un padre injustol 1350 ¡Estoy muerto, desdichado, ay de mí! Los dolores traspasan mi cabeza, la convulsión se lanza sobre ml cerebro. (A los sirvientes que lo acompañan.) Párate, deseo descansar mi cuerpo destrozado. (Los servidores

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íass se detienen.) ¡Ay, ay, odioso carro de caballos, ali- mento de mi propia mano, me has aniquilado, me has matado! (A los servidores que continúan la marcha.> ¡Ay, ay, por los dioses, con suavidad tocad con VUeS- 13W tras manos, siervos, mi cuerpo lacerado! ¿Quién se detenido a mi lado derecho? Levantadme con cuidado, arrastrad al unísono al desdichado, maldito por el extravio de su padre. Zeus, Zeus, ¿ves mi situación? 1365 Yo el santo y el devoto de los dioses, yo que avent jaba a todos en virtud, desciendo hacia el inevita Hades, habiendo destruido por completo mi vida; HIPÓLITO 233 vano practiqué entre los hombres las penosas obliga- ciones de la piedad. (Se le extiende 50bre un lecho.) ¡Ay, ay, vuelve el dolor, me vuelve! ¡Ve jadme a mi, 1370 desdichado! ¡Ojalá me venga la Muerte Sanadora! ~. ¡Acabad conmigo, matad al infortunado! ¡Deseo una 1375 lanza de doble filo, para clavármela y sumir mi vida en un sueño! ¡Oh funesta maldición de mi padre! De parientes manchados por el crimen y de antepasados 1380 antiguos arranca mi desgracia y no se demora. Se ha abatido sobre mí, ¿por qué sobre un inocente de toda culpa? ¡Ay de mí, ay! ¿Qué haré? ¿Cónio liberaré mi vida de este sufrimiento insoportable? ¡Ojalá me dur- 1386 miera, desdichado, el negro y sombrío imperio de Hades! ARTEMIS. — ¡Desdichado, qué desgracias te han sub- yugadol La nobleza de tu corazón te ha perdidO. 1390 HIPÓLITO. — ¡Oh, oh oloroso efluvio div’inoI Incluso entre mis males te he sentido y mi cuerpo se ha ali- viado. En estos lugares se encuentra la diosa Artemis. ARTEMIS. — ¡Desdichado, aquí está la que más te quiere de las diosas! HIPÓLITO. — ¿Ves, señora, en qué situación me en- 1395 cuentro, miserable de mi? ARTEMIS. — Te veo, pero no está permitido a mis ojos derramar lágrimas. HIPÓLITO. — Ya no vive tu cazador, ni tu siervo... ARTEMIS. — No en verdad, pero mi amor te acom- paña en tu muerte. HIPÓLITO. — Ni el que cuidaba tus caballos ni el guardián de tus estatuas.

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ARTF.MIS. — La malvada Cipris así lo tramó. 1400 ‘~ .Sanador’ es el epíteto común de Apolo, considerado mé- dico de los dioses y de los hombres, pero aquí se aplica a la Muerte (masculino en griego), que, para Hipólito. en esos mo- mentos, es su salvación. 234 TRAGEDIAS HIPÓLITO. — ¡Ay de mí, bien comprendo qué dio,. me ha destruido! ÁRTEMIS. — Se disgustó por tu falta de conside~.a- ción y te odió por tu castidad. HIPÓLITO. — Ella sola nos perdió a nosotros tres, bien lo ves. ARTEMIS. — Sí, a tu padre, a ti y a su esposa. 1405 HIPÓLITO. — Lloro también las desgracias de ¡ni pa- dre. ARTEMIS. — Fue engañado por los designios de una divinidad. HIPÓLITO. — ¡Oh desdichado por tu desgracia, pa- dre! TESEO. — Estoy muerto, hijo, y no tengo alegría de vivir. HIPÓLITO. — Lloro más por ti que por mí, a causa de tu error. 1410 TESEO. — ¡Ay si pudiera estar muerto en tu lugar, hijo! HIPÓLITO. — ¡Oh amargos dones de tu padre Posi- dón! TESEO. — ¡Que nunca debían haber llegado a mis labios! HIPÓLITO. — ¿Y qué?, del mismo modo me habrías

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matado, tan encolerizado como estabas entonces. TESEO. — Los dioses me habían arrebatado la razón. 1415 HIPÓLITo. — ¡Ay, si la estirpe humana pudiera mal- decir a los dioses! ARTEMIS. — Déjalo ya, pues ni siquiera bajo la tinie- bla de la tierra 83 quedarán impunes los golpes de cólera que cayeron sobre tu cuerpo por voluntad de 1420 la diosa Cipris, debido a tu piedad y sensatez. Yo, con mi propia mano, al mortal que a ella le sea más que- rido castigaré con mis dardos inevitables. Y a ti, des- 83 Es decir, aunque tu te encuentres muerto. HIPÓLITO 235 dichado, en compensación de tus males, te concederé los mejores honores en la ciudad de Trozén. Las mu- í~~s chachas, antes de uncirse al yugo del matrimonio, cortarán sus cabellos en tu honor y durante mucho tiempo recibirás el fruto del dolor de sus lágrimas. Inspirándose en ti las virgenes compondrán siempre sus cantos y el amor que Fedra sintió por ti no caerá 1430 en el silencio del olvido. Y tú, hijo der anciano Egeo, coge a tu hijo en tus brazos y estréchalo contra tu pecho, pues lo mataste contra tu voluntad. Es natural que los humanos se equivoquen, cuando lo quieren los dioses. A ti te acon- 1435 sejo que no odies a tu padre, Hipólito, pues conoces el destino que te ha perdido. Y ahora, adiós, pues no me está permitido ver cadá- veres ni mancillar mis ojos con los estert~res de los agonizantes y veo que tú estás ya cerca de ese trance. HIPÓLITO. — ¡Parte tú también con mis saludos, 1440 doncella feliz! Con facilidad abandonas mi largo trato. Destruyo el resentimiento contra mi padre, según tu deseo, pues antes también obedecía a tus palabras. ¡Ay, ay, sobre mis ojos desciende ya la oscuridad! ¡Cógeme, padre, y endereza mi cuerpo! 1445 TESEO. — ¡Ay de mí, hijo!, ¿qué haces conmigo, desdichado de mí? HIPÓLITo. — Estoy muerto y veo las puertas de los infiernos. TESEO. — ¿Vas a dejar mi mano impura? HIPÓLITO. — No, tenlo por seguro. Yo te libero de

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este crimen. TESEO. — ¿Qué dices? ¿Me liberas de mi delito de 1450 sangre? HIPÓLITO. — Te pongo por testigo a Artemis, la que subyuga con su arco. TESEO. — ¡Hijo queridísimo, qué noble te muestras con tu padre! 1 E’ 236 TRAGEDIAS HIPÓLITO. — ¡Pide que tus hijos legítimos sean se- mejantes a mí! TESEO. — ¡Ay de mí, corazón piadoso y bueno! us., HIPÓLITO. — ¡Adiós, adiós una vez más, padre nilo! TESEO. — ¡No me abandones, hijo, haz un esfuerzo! HIPÓLITO. — Mis esfuerzos han terminado: estoy muerto, padre. Cúbreme el rostro lo más rápido que puedas con un manto. (Muere.) TESEO. — ¡Ilustres confines de Atenas y de Palas U, í~o qué hombre habéis perdido! ¡Oh desdichado de mí! ¡Cuántas veces voy a recordar los sufrimientos que me has enviado, Cipris! CORO. — Este dolor comán llegó inesperadamente a todos tos ciudadanos. Será arroyo de infinitas lágrimas. 1465 Las noticias luctuosas, cuando se refieren a los pode- rosos, más tiempo ejercen su poder.

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54 Casi todos los críticos consideran sospechoso este verso por lo ilógico de la expresión <de Atenas y de Palas.. ANDRÓMACA INTRODUCCIÓN Eurípides introduce en esta tragedia algunas inno- vaciones en el tratamiento de la tradición épica. Así, es Orestes, primer prometido de Hermione, quien mata a Neoptó~emo. Por otra parte, el cadáver de éste es llevado de Delfos a Ptía y desde aquí, de nuevo, a Delfos. La figura de Neoptólemo es rehabi- litada, pues muere víctima de un ultraje, no ya a causa de su insolencia. El tema central es la guerra de Troya considerada como causa y comienzo de tantos desastres. Podemos distinguir tres partes. En la primera, el centro de interés es Andrómaca (vv. 1-463 y 501-765). Como temas centrales están la envidia de Hermione y el peligro que corre Andrómaca. La protagonista se enfrenta con Hermione en el primer episodio y con Menelao en el segundo.

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En la segunda parte aparece Hermione arrebatada, histérica, por lo que ha tratado de hacer. La apari- ción de Orestes es también importante. En cambio, Andrómaca no vuelve a aparecer después del y. 765. Por último, desde el y. 1047 desaparece Hermione. Acomete la muerte de Neoptólemo y aparece Tetis resolviendo la situación. Las tres partes tienen una clara conexión temática. Forman un todo coherente. Todo esto nos lleva a hablar un poco de la finalidad de la obra. 240 TRAGEDIAS Por un lado, se ha creído que su objetivo era político: atraerse en favor de Atenas, frente a Esparta a Táripe, rey de los molosos 1, Otros, han visto en la tragedia un ataque contra la mentalidad espartana 2, llena de arrogancia, traición e impiedad, que estarían representadas, respectivamente, por Hermione, Mene- lao y Orestes. Hay quien ha pensado que el propósito del autor era poner de relieve la desastrosa guerra de Troya, que, partiendo de un motivo nimio, tuvo espan- tosas consecuencias ~. No ha faltado quien opinara que lo que se pretende demostrar es la necesidad de la moderación —sOphrosyn~— en todo momento, y, asi- mismo, los funestos resultados del exceso —h~brjs—. Andrómaca, entonces, sería como la encamación de una mujer que ha sufrido mucho, pero que ha sabido mantener en cada momento la virtud —aret*— y la moderación ~ de ánimo en las circunstancias más ad- versas. Hay motivos para pensar que la tragedia fue repre- sentada entre 430 y 421 ~, aunque las alusiones de las que se puede deducir la fecha son demasiado vagas e

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inciertas. Por razones métricas6 se la sitúa entre Hi- pólito (428) y Troyanas (415), en compañía de Hécuba y Suplicantes. Resultaría el año 425 como el más pro- bable ~. Por razones estilísticas se la sitúa en una fecha 5. ROBERTSON, cEuripides and Tharyps., Class. Rey. 37 (1923), 58-60. 2 H. D. Krr¡o, Greek Tragedy, 3.’ cd., Londres, 1961, pág. 228. 3 K. M. AI.nnsam, The Andromache 01 Euri pides, Unív. of Nebraska, 1961. 4 3. Rimaxio, ob. cii., 92 y sigs. 3 TOVAR, ob. cii., págs. 101-103, y RIBEIRo, ob. cii., 47.48. 6 STEVEMS, ob. cit., pág. 18. 7 T. Zxm.xNsxx, Tragodoumenon libri tres (II, De irimetrí Euriindei evolutione), Cracovia, 1925. ANDRÓMACA 241 posterior al 428, e, incluso, después del desastre de Anfípolis (422)~. En cuanto al lugar de representación, es imposible afirmar con certeza si fue en Molosia o en Argos, como se ha pensado, donde se representó por primera vez Estructura esquemática de la obra PRÓLOGO. La protagonista expone la situación en que se en- cuentra a causa de los celos que le tiene la estéril HLrmíone (Vv. 1-55). Una esclava troyana le dice a Andró- maca que van a descubrir a su hijo. Esta la manda en busca de Peleo (vv. 56-102). Andrómaca carita una elegía, única en su género (vv. 103-116). PÁRoDo. En dos estrofas y sus correspondientes antistrofas el coro se presenta y exhorta a Aridrómaca a entregarse (vv. 117-146). EPisoDio 1.0. Hermione discute con And~ómaca. Se enfrentan dos maneras de ser muy distintas: orgullo, lujo y poder, frente a los razonamientos apasionados de la cautiva (Vv. 147-273). E5T~SIMO lo. El Coro habla de las desgracias que supuso el juicio de Paris. Se compone de dos estrofas y dos antis- trotas (Vv. 274-308).

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Episooío 2.0. Menelao se apodera del niño. Andrómaca se ve forzada a salir del lugar sagrado donde se había refu- giado, al darle a escoger Menelao entre su vida o la de su hijo. Menelao se nos muestra con un cinismo brutal. No siente escrúpulos por mentir y traicionar a la esclava (Vv. 309463). EsTásíMo 2.0. El Coro habla de los problemas que plantea el matrimonio con dos mujeres. En general, se alaba el & M. FERMANDEZ-GAI.IANO, <Estado actual de los problemas de cronología curipidea», Actas III Congreso Español de Estudios Cló.sicos, Madrid, 1968, 1, 342-343, se inclina por el año 427. 9 A. GARZYA, <La data e il luogo di rapprezantazione dell’ Andromaca di Euripide<. Giorn. Filol. 5 (1952), 346-366. 242 TRAGEDIAS mando de uno solo. Consta de dos estrofas y dos antis- trofas (Vv. 463493). E~ssooso 3•o• Es introducido por unos anapestos del Coro (ver- sos 494-500). Tenemos, luego, una parte lírica —mélos apó skénés— en que se lamentan Andrómaca y su hijo, con la réplica, llena de dureza, de Menelao (Vv. 501-544). Sigue la disputa —agOn— entre el viejo Peleo y Menelao. Se echan mutuamente en cara la culpa de la guerra de Troya. Menelao se retira (Vv. 545-765). E~isooso 3•o• El Coro recuerda las hazañas de Peleo. Se com- pone de estrofa, antistrofa y epodo (vv. 766-801). E~rsooso 4•o• La nodriza relata la desesperación de Hermione (Vv. 802-824). Sigue un diálogo lírico-epirremático (amoi- baion) en el que Hermione expresa su desesperación (en metros líricos) y la nodriza trata de serenaría (en tríme-

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tros yámbicos) (vv. 825-865). La nodriza insiste en que se calme (vv. 866-878). Pasamos a un diálogo entre Her- mione y Orestes, que la convence para que se vaya con él (Vv. 879-1008). EsT~ssMo 4•o• Compuesto de dos estrofas y sus antistrofas. El Coro invoca a Febo, que, tras intervenir en la construc- ción de las murallas de Troya, abandonó la ciudad. Nos recuerda las calamidades que ocurrieron después (versos 1009-1046). ~xooo. Peleo trata de informarse de lo que pasa. El Corifeo le cuenta la partida de Hermione y Orestes y el peligro que corre Neoptólemo (Vv. 1047-1069). Un mensajero infor- ma sobre lo que le ha ocurrido a éste (Vv. 1070-1165). El Coro canta en anapestos al ver el cadáver de Neoptó- lemo (Vv. 1166-1172), cuya muerte lamenta al lado de Peleo —kommos— (Vv. 1173-1225). Siguen otros anapestos del Corifeo (vv. 1226-1230), que nos preparan la aparición de Tetis, como dea ex machina, en el epílogo (vv. 1226-1288), cuando le da a Peleo las órdenes precisas. Termina la tragedia con una breve intervención del Coro, que se despide con los mismos anapestos con que acaban Alcestis, Helena, Lis Bacantes y Medea (Vv. 1284-1288). ARGUMENTO’0 1 Neoptólemo, habiendo recibido en Troya, coxll0 botín, a Andrómaca, esposa de Héctor, tuvo un hij0 de ella. Más tarde tomó por esposa a Hermione, ¡a hija de Menelao. Habiendo pedido antes justicia a Apolo de Delfos por la muerte de Aquiles, regre56 de nuevo hacia el oráculo, para aplacar al dios. L~ reina, celosa de Andrómaca, maquinaba la muerte ‘o El primer argumento pertenece a un tipo común que aparece en muchas tragedias de Eurípides. Consiste en un resumen sobre la situación y otro sobre la acción, sin Jar indicaciones de cómo las resuelve el dramaturgo. Estos reSu- menes fueron tomados al parecer de una colección de <Cuent05 de Euripides. compuesta en el siglo x a. C., probableme0tC. El segundo argumento corresponde al tipo atribuido a

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tófanes de Bizancio. Eran prólogos, no argumentos, que prCCC dían a las ediciones de las tragedias. Conservamos nueve de esta clase que acompañan a otras tantas obras de EurípidC5. Daban una información concisa sobre el argumento, lugar de la acción, composición del Coro, intérpretes del prólogo, fecha. puesto que obtuvo en el certamen. A este propósito se crec que la frase del argumento que nos ocupa que reza así: to de dráma tón deutérón, no quiere decir <de segunda clase., .~c~3íe- goría<, sino <del segundo grupo< en sentido cronológico, ? <de las que obtienen el segundo premia<. Contradice esta nión el hecho de que normalmente se decía: prótos (el 1.0), deuteros (el 2.0), tritos (el 3.o) seguido del nombre del autor dramático correspondiente. 244 TRAGEDIAS contra ella, después de mandar llamar a Menelao. Andrómaca había puesto a buen recaudo a su hijito. y, personalmente, acudió a refugiarse al santuario de Tetis. Los hombres de Menelao descubrieron al nito, y a ella, engañándola, le hicieron levantarse de allí. Cuando se disponían a degollarlos a ambos, se lo im- pidió la aparición de Peleo. Entonces Menelao regresó a Esparta y Hermione cambió de parecer temiendo que Neoptólemo se presentara. Habiendo venido Ores- tes, se llevó a ésta y tramó una conspiración contra Neoptólemo. Se presentaron los que traían a éste, una vez muerto. Tetis, apareciéndose a Peleo cuando se disponía a llorar el cadáver, le ordenó que lo ente- rrara en Delfos, y que enviara a Andrómaca al país de los molosos junto con su hijo, y que, por su parte, aceptara la inmortalidad. ~l, cuando la obtuvo, pasó a vivir a las islas de los bienaventurados.

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II La escena del drama se supone en, Ptía y el Coro está formado por mujeres de Ptía. En el prólogo habla Andrómaca. El drama es de los del segundo grupo. El prólogo está dicho con claridad y elocuen-. cia. Y, además, los versos elegiacos del lamento de Andrómaca. En la segunda parte el discurso de Her- mione deja ver su condición de reina, y no está mal su discurso contra Andrómaca. Bien está también Peleo, que libra a Andrómaca. ANDRóMAcA. ESCLAVA. CoRo. HER’I~1IONE. MENELAO. Hijo de ANDRóMACA. PELEO. NODRIZA. ORESTES. MENSAJERO. TETIS. PERSONAJES

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ANDRóMACA. — ¡Adorno de la tierra asiática, ciudad de Tebas’, de donde en otro tiempo con el lujo, abun- dante en oro, de mi dote llegué a la mansión real de Príamo, ofrecida a Héctor como esposa criadora de s hijos, envidiable Andrómaca en el tiempo anterior, pero ahora, más que ninguna otra, mujer desgracia- dísima! Yo que vi a mi esposo Héctor muerto por obra de Aquiles, y al hijo que di a luz para mi esposo, a Astianacte, arrojado desde las empinadas torres, io cuando los helenos tomaron la llanura de Tróya. Yo misma, como esclava, a pesar de ser considerada de familia muy libre, llegué a la Hélade, dada al isleño Neoptólemo como botín de su lanza escogido de entre is lo saqueado en Troya. Habito los campos limítrofes de esta Ptía y de la ciudad de Farsalia, donde la ma- rina Tetis vivía con Peleo lejos de los hombres, rehu- yendo el tumulto. El pueblo tesalio lo llama Tetidio2 20 a causa de las bodas de la diosa. Aquí obtuvo esta casa el hijo de Aquiles, que deja que Peleo sea señor de Farsalia, no queriendo tomar el cetro mientras viva el anciano. Y yo he parido en esta casa un hijo varón, tras unirme con el hijo de 25 Aquiles, mi señor. Antes, aunque acosada por desgra- 1 Ciudad de Misia, próxima a Troya. Andrómaca era hija de Ectión, rey de Tebas Hipoplacia (= situada al pie del monte Placo). Ver Ilíada VI 395-8. 2 Lugar consagrado a Tetis.

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248 TRAGEDIAS cias, sin embargo siempre me impulsaba la esper~~ de encontrar, si mi hijo se salvaba, cierta ayuda y protección de los males. Pero una vez que mi amo 30 tomó por esposa a la laconia Hermione, después de haber rechazado mi lecho de esclava, soy perseguida terriblemente por parte de ella. Dice, en efecto, que con fármacos ocultos la hago estéril y odiosa a su marido, y que personalmente pretendo habitar esta 35 casa en lugar de ella, derribando su matrimonio por la fuerza. En un lecho, que yo, al principio, no acepté de grado, y, ahora, lo tengo abandonado. ¡Que el gran Zeus sepa lo siguiente: que yo no tomé parte en esta unión por mi voluntad! Pero no logro convencerla, 40 y quiere matarme, y su padre Menelao colabora con su hija en eso. Ahora está en la casa, habiendo venido de Esparta para este asunto. Asustada, he venido a refugiarme a este templo de Tetis, cercano al lugar, 45 por si logra impedir que yo muera. Pues Peleo y los descendientes de Peleo lo veneran, como testimonio de las bodas de la Nereida ~. Y al que es mi único hijo, lo he mandado ocultamente a otra casa, temerosa de que muriera. Pues el que lo engendró no está a so mi lado para defenderme y para su hijo nada vale, al estar ausente por la tierra de Delfos, donde a Loxias4 paga una compensación por su locura, por la justicia que, yendo a Pito ~, exigió a Febo por su padre 6, a quien había matado 7; a ver si, perdonado de sus ante- 3 Tetis, hija de Nereo y Dóride, era una de las cincuenta Nereidas. Casó con Peleo. Su boda tuvo una gran solemnidad, pues acudieron como invitados todos los dioses, excepto Eris (= La Discordia). ~ Apolo. Propiamente, “el oblicuo,,, “el oscuro~, por sus oráculos. 5 Delfos. La serpiente Pitón (PS~th6) vigilaba el santuario de Delfos hasta que Apolo, al llegar, la mató. 6 Aquiles. 7 Scil., Apolo. Hay cinco versiones, al menos, sobre la muerte ANDRóMAcA 249 riores faltas, puede atraerse al dios como propicio para ss

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el futuro. ESCLAVA. — Señora —yo, realmente, no rehúyo lla- marte con este nombre, puesto que te consideraba digna de él en tu casa, cuando vivíamos en la llanura de Troya y te era fiel a ti y a tu marido, mientras vivía—, vengo ahora trayéndote nuevas noticias, con eo miedo, por si alguno de los señores se percata, y con compasión por ti. Pues cosas terribles deliberan Menelao y su hija contra ti, cosas que has de precaver. ANDRÓMACA. — ¡Oh queridisima compañera de escla- vitud! —Pues eres compañera de esclavitud de la que ¿~s en otro tiempo fue tu señora y ahora una infeliz—. ¿Qué van a hacer? ¿Qué tretas maquinan en su deseo de matarme a mí, la muy desdichada? ESCLAVA. — A tu hijo tratan de matar, oh desdi- chada de ti, al que sacaste fuera del palacio. ANDRÓMACA. — ¡Ay de mí! ¿Tiene información sobre 70 mi hijo al que oculté? 8~ ¿De dónde? ¡Oh desgraciada! ¡Cómo me he perdido! ESCLAVA. — No lo sé. Yo he sabido de ellos esto: que Menelao está en camino en pos de él, lejos de palacio. ANDRÓMACA. — ¡Perdida estoy entonces! ¡Oh hijo! Esos dos buitres te matarán cuando te cojan. Y el que 75 se llama tu padre resulta que todavía está en Delfos. ESCLAVA. — Realmente pienso que no lo pasarías tan mal, si aquél estuviera presente. Pero el caso es que estás privada de seres queridos. de Aquiles. En cuatro de ellas le disparan una flecha en el talón, bien Paris y Apolo, bien Apolo con la figura de Paris, bien Apolo solo, bien Paris. Según la quinta explicación, habria muerto atravesado por la espada de Paris. 8 El sujeto puede ser Menelao o Hermione. Se han pro- puesto correcciones.

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250 TRAGEDIAS AND~óMAcA. — ¿Y no ha venido con respecto a Peleo el rumor de su llegada? 80 ESCLAVA. — Viejo es él para ayudarte aunque estu- viera presente. ANDRóMAcA. — Bien cierto que le envié recado, y no una sola vez. ESCLAVA. — ¿Acaso piensas que alguno de los men- sajeros se preocupa por ti? ANDRÓMACA. — ¿Cómo? ¿Quieres ir tú, entonces, como mensajera mía? ESCLAVA. — ¿Y qué diré para estar largo tiempo fuera de casa? 85 ANDRóMACA. — Podrías encontrar muchas artimañas, pues eres mujer. ESCLAVA. — Hay riesgo, que Hermione como guar- diana es muy de temer. ANDRÓMACA. — ¿Lo ves? Reniegas de tus amigos en las adversidades. ESCLAVA. — No por cierto. Eso no me lo reprocha- rás en absoluto, pues voy a ir; ya que no vale mucho 90 la vida de una esclava, en caso de que me ocurra algún mal. ANDRóMACA. — Marcha, pues. Y nosotros, los lamen- tos, gemidos y lágrimas en que siempre nos encontra- mos, los lanzaremos hacia el éter. Pues, para las mu- jeres es, por naturaleza, un consuelo de los males 95 presentes tenerlos sin cesar por la boca y en la lengua. Tengo, no una sola cosa, sino muchas, por deplorar: la ciudad de mi padre, y a Héctor que ha muerto, y mi duro destino, al que se me unció el día de la escla- ioo vitud, en la que caí sin merecerlo. Preciso es no llamar jamás feliz a ninguno de los mortales, hasta que veas cómo llega abajo tras pasar su último día8~ 8a Es un lugar común el consejo de no proclamar a nadie feliz hasta que llegue su último día. Aparece, por ejemplo, en ANDRÓMACA 251

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No9 corno esposa, sino como calamidad conyugal para la elevada Ilión, condujo Paris a Helena hasta su tálamo. Por su culpa, oh Troya, el rápido Ares con tos las mil naves de la Hélade te tomo a ti, capturada con fuego y lanza, y a mi esposo Héctor, de mí ¡des- dichada!, al que el hijo de la marina Tetis arrastró en torno a los muros azuzando su carro. Yo misma fui llevada desde el tálamo a la orilla del mar, y des- tío cendió sobre mi cabeza odiosa esclavitud. Muchas lágrimas bajaron por mi rostro, cuando dejaba la ciu- dad, el tálamo y a mi esposo en el polvo. ¡Ay de mí, desdichada! ¿Qué necesidad tenía yo de seguir viendo la luz como esclava de Hermione? Afligida por ello, ante esta imagen de la diosa, suplicante, echándole en tís torno la~s manos, me deshago en llanto como fuente que sobre la roca se desliza. CORO. Estrofa 1.’. ¡Oh mujer que estás tendida largo tiempo en el terreno y templo de Tetis y no los abandonas! Aunque soy de Ptía he venido hasta tu linaje asiático por si 120 pudiera traerte algún remedio de tus sufrimientos, malos de resolver, los que a ti y a Hermione os han encerrado en discordia odiosa, en la desdicha común por ese matrimonio doble con el hijo de Aquiles 10~ 125 Antistrofa 1.~. ¡Conoce tu suerte, medita la presente desgracia a la que has llegado! Siendo una mujer troyana, ¿dispu- tas con tus señores, nacidos en Lacedemonia? Deja la morada, que ovejas recibe 11, de la diosa marina. ¿En 130 EsQuILO, Agamenón 928; Sói’oc¡.ns, Traquznías 1, Edipo Rey 1528- 1530; Heaóooro 1 30-33, referido a Solón. 9 Lamento elegíaco, único en la tragedia griega. 10 Pasaje posiblemente corrupto. 11 Como sacrificio.

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252 TRAGEDIAS qué es una ventaja para ti que estás asustada consu. mir gota a gota tu cuerpo ultrajado por contrariar a tus amos? El poder se te impondrá. ¿Por qué pasar sufrimientos tú que nada eres? Estrofa 2.. 135 Mas ¡ea!, deja la brillante casa de la diosa Nereide y reconoce que estás en tierra extranjera como esclava en una ciudad ajena, donde a ninguno de tus seres 140 queridos ves. ¡Oh des graciadísima, mujer muy desdi. chada! Antistrofa 2.~. Como muy digna de lástima, para mí al menos, llegaste a casa de mis amos, mujer troyana. Pero por miedo guardamos silencio —aunque lo siento con com- 145 pasión, tu desamparo—, no sea que la hija de la hija de Zeus lía me vea favorable para ti. HERMIoNE. — El adorno de una diadema de oro en mi cabeza y este atavío de mi cuerpo, revestido por un peplo de vivos colores, no vengo aquí a lucirlos iso como presentes de la casa de Aquiles ni de Peleo; sino que mi padre Menelao me hace este regalo traí- .do de la laconia tierra de Esparta junto con mucha dote, que me permita tener la boca libre. Por tanto, 155 05 contesto con estas palabras. Tú que eres una es- clava y una mujer capturada por la lanza quieres apo- derarte de esta casa tras expulsarme a mí. Me hago odiosa a mi marido a causa de tus drogas, y mi vien- tre no preñado se pierde por culpa tuya. Pues hábil es el ingenio de las mujeres del continente 12 para 16o tales asuntos. De los que yo te apartaré, y de nada te servirá esta casa de la Nereida, ni el altar, ni el tem- pío, sino que vas a morir. Pero si alguno de los mor- Ii~ Alusión a Hermione, hija de Helena, hija ésta de Zeus.

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¡2 Es decir, Asia. ANDRÓMACA 253 tales o de los dioses quiere salvarte, tú debes acurru- carte y olvidar tu feliz orgullo de antaño, caer humilde 16.5 a mis rodillas, barrer mi casa esparciendo con tu mano rocío del Aqueloo 13 desde vasijas trabajadas en oro, y saber en qué lugar de la tierra estás. Pues no está aquí Héctor, ni Príamo, ni su oro, sino una ciudad helena. Has llegado a tal punto de inconsciencia, des- 170 dichada de ti, que te atreves a acostarte con el hijo de quien mató a tu esposo y a parir hijos de su ase- sino. Así es toda la ralea extranjera. El padre se une con la hija, el hijo con la madre, la muchacha con el 715 hermano, los seres más queridos mueren por asesi- nato, y la ley no impide ninguna de estas cosas. Y no pretendas introducirlas entre nosotros; pues no está bien que un hombre tenga las riendas de dos mujeres; sino que mirando a una sola Cipris 14, protectora del lecho, aman quienes quieren vivir decentemente. 180 CoRIFEo. — El corazón femenino es envidioso y muy hostil siempre contra sus rivales de matrimonio. ANDRóMAcA. — ¡Ay, ay! Malo es para los mortales la juventud, y en la juventud el hombre que mantiene í~s lo que no es justo. Temo que el hecho de ser yo tu esclava me niegue la palabra aunque tenga mucha razón, y, si venzo, yerme acusada por ello de haber hecho un daño. Pues los orgullosos soportan con amar- gura los razonamientos superiores de parte de gente 190 inferior. Sin embargo, no seré acusada de haberme traicionado a mi misma. Dime, joven. ¿Con qué argumento seguro te he convencido y trato de apartarte de tu matrimonio legí- timo? ¿Acaso la ciudad de Esparta es menor que la 13 Rio de la Ptiótide que desemboca en el mar Jónico. No se trata aquí propiamente de tal rio, sino que es usado por metonimia como sinónimo de agua. 14 Afrodita, diosa del amor.

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254 TRAGEDIAS 195 de los frigios y ésta la supera en fortuna ‘~, y a mí me ves libre? ¿O es que enorgullecida por mi cuerpo joven y vigoroso, por el tamaño de mi ciudad y por mis amigos, quiero ocupar tu casa en lugar tuyo? ¿Acaso para dar a luz yo misma en tu puesto hijos 200 esclavos, triste remolque para mí? ¿O es que algui~,i soportará que mis hijos sean reyes de Ptía, si tú no das a luz? ¿Me quieren los helenos a causa de Héctor? ¿Era yo una desconocida y no la reina de los frigios? 203 No te odia tu marido a causa de mis drogas, sino porque no eres apta para la convivencia amorosa. También esto es una droga: no es la belleza, mujer, sino las virtudes las que gustan a los maridos. Si te 210 sientes molesta por algo, la ciudad de Esparta es algo grande, y a Esciros 16 no la consideras de ninguna im- portancia. Eres rica entre quienes no son ricos. Para ti, Menelao es más importante que Aquiles. Por eso te odia tu marido. Pues es preciso que una mujer, aunque sea entregada a un hombre humilde, lo ame, 215 y que no mantenga una rivalidad por orgullo. Pues si hubieras tenido por marido un rey en Tracia, la cu- bierta por la nieve, donde un hombre, uniéndose con muchas mujeres, les ofrece el lecho por turno, ¿las habrias matado? Además, se te habría notado que les atribuyes a todas las mujeres un deseo insaciable de 220 lecho. Cosa vergonzosa es. Realmente padecemos esa enfermedad en grado más intenso que los hombres, pero nos defendemos perfectamente. 15 Se han propuesto varias enmiendas al texto, porque está poco claro. 16 Tetis, que sabía que su hijo Aquiles moriria si iba a Troya, lo disfrazó de niña y lo llevó a la corte del rey Lico- medes, en la isla de Esciros. Durante su estancia en palacio,

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tuvo amores con Deidamía, que quedó encinta y dio a luz a Neoptólemo (z~r Pirro), llamado .isleño. en el verso 14. Pero, luego, Ulises y Diomedes descubrieron la verdadera identidad de Aquiles, que marchó con ellos a Troya. ANDROMACA 255 ¡Oh quendísimo Héctor! Sin reparo, yo amaba juntamente contigo, siempre que Cipris te hacía come- ter alguna falta, y mi pecho lo he ofrecido muchas veces ya a tus bastardos, para no producirte ninguna 225 amargura: Haciendo esto me atraía a mi esposo con mi virtud. Pero tú, por resquemor, ni siquiera per- mites que una gota de rocío del aire libre se acerque a tu esposo. No quieras, mujer, aventajar en pasión por los hombres a la que te dio a luz. Es necesario 230 que los hijos que tienen sensatez eviten las maneras de sus malvadas madres. CORIFEO. — Señora, en tanto en cuanto te sea fácil, déjate convencer para llegar a un acuerdo con ésta en tus razonamientos. HERMIONE. — ¿ Por qué dices frases tan solemnes y pretendes un certamen de palabras, como si tú fueras 235 sensata, y mis quejas insensatas? ANDRóMAcA. — Así lo son, por cierto, al menos en los razonamientos en que ahora estás. HERMIONE. — Tu sensatez que no habite en mi, mu- jer. ANDRóMAcA. — Eres joven por tu edad y hablas sobre cosas vergonzosas. HERMIONE. — Y tú no las dices, pero me las haces en cuanto puedes. ANDRóMACA. — ¿Es que no llevarás en silencio tu 240 dolor en lo referente a Cipris? HERMIONE. — ¿Y qué? ¿No es eso lo primero en todas partes para las mujeres? ANDRóMAcA. — Sí, al menos para las que hacen uso apropiado. Si no, no está bien. HERMIONE. — No administramos la ciudad con las costumbres de los bárbaros. ANDRÓMAcA. — Lo vergonzoso, tanto allí como aquí, causa verguenza.

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256 TRAGEDIAS 245 HERMIONE. — Sensata, sensata tú. Pero, sin embargo, debes morir. ANDRÓMAcA. — ¿Ves la estatua de Cipris que mira hacia ti? HERMIONE. — Que odia a tu patria por el asesinato de Aquiles. ANDRóMAcA. — Helena, tu madre, le hizo perecer, no yo. HERMIONE. — ¿Es que también en lo sucesivo vas a hurgar en mis desgracias? 250 ANDRóMACA. — He aquí que me callo y cierro la boca. HERMIONE. — Dime aquello por lo que he venido. ANDRóMAcA. — Digo que tú no tienes la cordura que debieras. HERMIONE. — ¿Abandonarás este santo recinto de la diosa marina? ANDRÓMACA. — Sí, si no voy a morir. En caso con- trario, no lo abandonaré jamás. 255 HERMIONE. — Sin duda que eso está resuelto, y no esperaré a que llegue mi marido. ANDRóMAcA. — Tampoco yo me entregaré antes a ti. HERMIONE. — Traere fuego contra ti y no conside- raré tus razones... ANDRóMACA. — Tú incendia, que los dioses lo sabrán. HERMIONE. — .. .y para tu cuerpo, dolores de terri- bIes heridas. 260 ANDRóMAcA. — Deguéllame y ensangrienta el altar de la diosa que te perseguirá. HERMIONE. — ¡Oh tú criatura bárbara y obstinada osadía! ¿Vas a resistir con firmeza la muerte? Mas yo te haré levantar por tu voluntad de este asiento en seguida. Buen cebo tengo para ti. Pues bien, ocul- 26.5 taré las palabras, y la acción pronto lo indicará.

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Estáte sentada en tu sitio, pues, aun en el caso de que plomo fundido te sujetara alrededor, yo te haré ANDRóMAcA 257 levantar antes que llegue el hijo de Aquiles en quien confías. ANDRóMAcA. — Estoy confiada. MaravillosO es que uno de los dioses haya establecido para 105 mortales 270 remedios contra los reptiles salvajes. Pero, respecto a lo que está más allá que la víbora y el fuego, contra una mujer mala, nadie ha descubierto jamás una medi- cina. Tan gran mal somos para los hombres. CoRo. Estrofa l.A. Realmente a grandes penas dio comienzo el día en que el hijo de Maya y Zeus i7 llegó al valle del Ida con- 275 duciendo el carro de tres caballos ¡8 de las divinidades, el de hermoso yugo, equipado para la odiosa disputa de belleza, hacia las moradas del boyero 19, cerca del 280 joven pastor solitario y del corral desierto Y con hogar. Antistrofa 1 .~. Ellas ~, cuando llegaron al valle cubierto de bosque, bañaron sus cuerpos brillantes en las corrientes de los 285 manantiales de la montaña, y marcharon hacía el hijo de Priamo rivalizando con los excesos de sus palabras malévolas, y Cípris venció con palabras engañosas, agradables de oír, pero amarga ruina de la vida para 290 la desgraciada ciudad de los frigios y para la ciuda- dela de Troya. u Hermes. ~ Puede entenderse de varias maneras. Quiza cada diosa llevaba su propio carro. i~ Paris fue criado en el monte Ida por ~gelao, servidor de Príamo. Allí trabajaba como pastor, boyero ~fl esta vci Sión, cuando le llegó la visita de las trcs diosas. ~ Las diosas Afrodita, Hera y Atenea.

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258 TRAGEDIAS Estrofa 2.. ¡Ojalá hubiera tirado al malvado por encima de 295 su cabeza 2¡ la que lo dio a luz, antes que el hubiera habitado en la roca del Ida, cuando, junto al laurel divino, Casandra gritó que lo mataran, gran ultraje de la ciudad del Príamo! ¿A quién no acudió ella? ¿A cud¿ 300 de los ancianos de la ciudad no suplicó que diera muerte a la criatura? Antistrofa 2.~. El yugo de la esclavitud no habría venido sobre las troyanas, y tú, mujer, tendrías la morada de un pala- cio real. Habría evitado ~ los dolorosos sufrimientos 305 de la hélade, por los que los jóvenes estuvieron errantes con sus armas durante diez años en torno a Troya ~. Y los lechos jamás habrían quedado vacíos, ni los ancianos, faltos de hijos. MENELAO. — Vengo con tu hijo, al que hiciste depo- 310 sitar en otra casa a escondidas de mi hija, pues pen- sabas que a ti te salvaría esta imagen de la diosa, y a éste, los que lo habían ocultado. Pero has resul- tado menos inteligente que Menelao aquí presente, mujer, y, si no dejas libre este suelo abandonándolo, 315 éste será degollado en vez de tu persona. Por tanto, reflexiona lo siguiente: si quieres morir, o que éste perezca a causa de la falta que cometes contra mí y contra mi hija. ANDRÓMACA. — ¡Oh fama, fama! Para innumerables 320 mortales que nada son has hinchado tú una vida de vanagloria. A quienes tienen buena fama de verdad, los considero felices, pero los que la tienen por men- tiras, no consideraré apropiado que la mantengan,

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sólo porque por un azar parecen ser inteligentes. ¿Tú, 21 como se hacía con los objetos impuros en gesto apotro- paico. ~ Sc it., la muerte de Paris. 23 Verso posiblemente corrupto. ANDRÓMACA 259 al mando de soldados selectos de los helenos, tomaste 325 en una ocasión 1 roya a Príamo, tan cobarde como eres? ¿Tú, que te has puesto tan orgulloso a causa de las palabras de una hija que es como una niña y has entrádo en discusión con una desgraciada esclava? No te considero a ti digno de Troya, ni a Troya digna de ti. Algunos, que dan la impresión de ser sensatOs, 330 son brillantes por fuera, pero, por dentro, iguales a todos los hombres, salvo si destacan en algo por el dinero, pues gran fuerza tiene eso. Menelao, ea, pues, llevemos al final nuestros razo- narnientos. Yo estoy muerta a manos de tu hija y me ha aniquilado. Ya no podría evitar ella la mancilla del 335 crimen. Ante el pueblo también tú tendrás que defen- derte en juicio por este asesinato, pues te forzará a ello la circunstancia de haber colaborado. Y, además, si yo me libro de morir, ¿mataréis a mi hijo? Y luego, ¿cómo soportará fácilmente el padre que haya muerto 340 su hijo? Troya no lo estima tan cobarde. Irá hasta donde sea preciso —pues se mostrará realizando haza- ñas dignas de Peleo y de Aquiles, su padre—. y expul- sará a tu hija de casa. Y tú, ¿qué dirás al darla en matrimonio a otro? ¿Acaso que su sensatez huye de 345 un marido malo? Mas será mentira. ¿Y quién la toma- rá por esposa? ¿O es que la mantendrás en tu casa sin marido, como una viuda canosa? ¡Oh hombre des- dichado! ¿No ves la llegada de tan grandes males? ¿Con cuántas concubinas preferirías tú descubrir que 350 tu hija es víctima de injusticia antes que te ocu- rriera lo que yo digo? No hay que preparar grandes males por cosas pequeñas, ni tampoco, porque las mu- jeres seamos un mal funesto, han de parecerse los hombres a las mujeres en el modo de ser. Pues, si yo 355 doy drogas a tu hija y hago abortar su vientre, como ella dice, yo misma, de grado y no por la fuerza, ni

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tampoco postrada en el altar, me someteré a juicio 260 TRAGEDIAS ante tu yerno, para quien soy culpable de un daño 360 no inferior por causarle la falta de hijos. En tal di. posición me encuentro yo. Pero respecto a tu inten- cion... Una cosa temo de ti. A causa de una discordia por una mujer24 aniquilaste también a la desdichada ciudad de los frigios. CORIFEO. — Demasiado has hablado contra hombres 365 como mujer, y tu prudencia se ha disparado desde tu espíritu. MENELAO. — Mujer, estas cosas son mezquinas y no adecuadas a mi monarquía ni a la Hélade. Pero sábete bien que aquello de lo que uno tiene necesidad en cada caso, eso es para cada uno más importante que 370 tomar Troya. Y yo —pues considero importante ~l verte privada del marido— me convierto en aliado de mi hija. Pues lo demás podría sufrirlo una mujer, pero, si fracasa con su marido, fracasa en su vida. Es 375 necesario que él mande en mis esclavos y que en los de él mande mi familia y yo también. Pues no hay posesión particular entre amigos que lo son en el justo sentido, sino que sus cosas son comunes. Si yo no voy a disponer mis asuntos lo mejor posible por 380 esperar al ausenté, soy tonto y no inteligente. Ea, levántate de este templo de la diosa, para que, si tú mueres, este niño evite su fatal destino. Pero, si tú no quieres morir, mataré a éste. Pues para uno de los dos es forzoso dejar la vida. ANDRÓMAcA. — ¡Ay de mi! ¡Amargo sorteo y elección 385 de vida me propones! Si tengo suerte me convierto en desdichada y, si no la tengo, en desgraciada. ¡Oh tú

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que haces grandes males por una causa pequeña! Escúchame. ¿Por qué me matas? ¿A causa de qué? ¿A qué ciudad he traicionado? ¿A cuál de tus hijos 390 he matado yo? ¿Qué casa he incendiado? Me acosté por la fuerza con mi amo, y, ahora, ¿ me vas a matar 24 Helena. ANDRÓMAcA 261 a mí, y no a él, culpable de esto, de modo que dejan- do el principio te diriges al final, que está después? ¡Ay de mí, por estas desgracias! ¡Oh desdichada patria mía! ¡Qué terribles cosas me pasan! ¿Qué necesidad 395 tenía yo de dar a luz y añadir una carga doble a mi pesar? Mas, ¿por qué me lamento por eso y no rese- co5 y calculo los males que tengo a mis pies? Yo que vi el cadáver de Héctor tras el carro que lo arras- traba ~ y a Ilión incendiada lamentablemente. Yo 400 misma fui como esclava hacia las naves de los argi- vos, arrastrada por mi cabellera, y, cuando llegué a Ptía, entregada como esposa a los asesinos de Héctor. ¿Por qué, entonces, me va a ser grato vivir? ¿Hacia qué punto es preciso mirar? ¿A mis circunStancias 405 presentes o a las pasadas? Este único hijo era para mí la luz ~ que me quedaba en mi vida. A éste se disponen a matarlo aquellos a quienes eso parece bien. No, en verdad, por conservar mi desdichada vida. Pues en éste reside mi esperanza, si es que se salva, y para mí es un ultraje no morir por mi hijo. 410 Bueno, en tus manos abandono el altar, para que me deguelles, me mates, me encadenes, me estrangules. ¡Oh hijo! La que te ha dado a luz, para que no mue- ras, marcha hacia Hades. Si escapas de la muerte, acuérdate de tu madre. ¡Qué cosas sufrió! Y a tu 415 padre, besándolo, derramando lágrimas y echándole los brazos alrededor dile qué cosas hice. Pues para 25 El verbo exikniózó está aquí, al parecer, con el mismo significado médico que iskhaínó, >resecar~, “reducir una hin- chazón>. 26 Podemos ver aquí un aspecto poco común en el mito. Por lo general se nos dice que Aquiles mató a Héctor y, después, lo ató a su carro para arrastrarlo. Pero hay otra explicación, según la cual Héctor estaba solamente herido cuan-

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do fue atado al carro y murió al ser arrastrado. Así aparece en SóFOcLES, Ayante 1029-1031. 26a Literalmente: .el ojo>. 262 TRAGEDIAS todos los hombres los hijos son su vida. Quien mex- 420 perto de ellos lo censura, sufre menos, pero es feliz en su desgracia. CORIFEO. — Te he compadecido al oírte, pues las desgracias son lamentables para todos los hombres, aunque sea uno un extraño. Sería necesario, Menelao, que condujeras a un acuerdo a tu hija y a ésta, para que se libre de sus sufrimientos. 425 MENELAO. — Cogedme a ésta, atadle las manos, es- clavos, pues va a oír palabras no gratas. Yo, para que dejaras puro el altar de la diosa, te he puesto como pretexto la muerte de tu hijo, con la que te he indu- 430 cido a entregarte a mis manos para degollarte. Sábete que en esta situación está lo que a ti se refiere. Por lo que se refiere a tu hijo, aquí presente. mi hija decidirá si quiere matarlo o no. Métete en este pala- cia, para que aprendas, como esclava que eres, a no cometer jamás insolencia contra gentes libres. 435 ANDRÓMACA. — ¡Ay de mi! Con engaño me atrapaste. He sido engañada. MENELAO. — Proclámalo a todos, pues no lo negaré. ANDRÓMAcA. — ¿Acaso es eso prudente entre vos- otros los vecinos del Eurotas? ~. MENELAO. — Si, y también entre los de Troya: que los que han sufrido se venguen. ANDRÓMAcA. — ¿ Piensas que lo divino no es divino y no sostiene la justicia? 440 MENELAO. — Cuando eso ocurra, entonces lo sopor-

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taré. Pero a ti te mataré. ANDRÓMAcA. — ¿También, acaso, a este chiquillo, tras arrebatarlo de debajo de mis alas? MENELAO. — No, por mi parte. Pero a mi hija, si quiere, le permitiré matarlo. 27 Rio que pasa por Esparta. ANDRt~lMAcA 263 ANDRÓMAcA. — ¡Ay de mí! ¿Por qué, entonces, no te voy a llorar, hijo? MENELAO. — No le espera una esperanza segura, al menos. ANDRÓMACA. — ¡Oh los más odiosos de los mortales 445 para todos los hombres, habitantes de Esparta, conse- jeros falsos, señores de mentiras, urdidores de males, que pensáis de modo tortuoso, nada sano, y dándole la vuelta a todo! Injustamente tenéis fortuna a través de la Hélade. ¿Qué es lo que no se da entre vosotros? 450 ¿No, muchísimos asesinatos? ¿No, lucros vergonzosos? ¿No se os sorprende sin cesar diciendo una cosa con la lengua y pensando otra? ¡Así os muráis! Para ml la muerte no es tan penosa como te parece, pues me mataron aquellas pasadas desgracias: cuando pereció 455 la desgraciada ciudad de los frigios y mi famoso espo- so, que con su lanza te convirtió muchas veces en ma- rinero cobarde en vez de soldado de tierra firme. ¡Y; ahora, mostrándote ante una mujer como un hoplita terrible tratas de matarme! Mátame, que sin lisonjas de mi lengua os dejaré a ti y a tu hija, porque tú, por 460 tu nacimiento, eres grande en Esparta, y yo; en Troya, y si yo sufro mi mal, no te jactes nada de eso, pues también tú lo podrías sufrir. CoRo. Estrofa 1.>. Jamás elogiaré el matrimonio de los mortales con 465 dos mujeres, ni los hijos de dos madres, discordias de los hogares y penas crueles. Que en mi matrimonio mi marido se conforme con una cama nupcial no com- 470 partida.

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Antistrofa 1.>. Ni tampoco en las ciudades las tiranías dobles28 son mejores de soportar que una sola, carga sobre 475 28 Posible referencia a los dos reyes que simultáneamente 264 TRAGEDIAS carga y división entre los ciudadanos. Entre dos auto- res que componen un himno las Musas gustan de sus- citar la disputa. Estrofa 2.. Cuando los rápidos vientos llevan a los marineros, 480 el doble criterio de las mentes en el timón y una mul- titud de sabios reunida es más débil que una inteli- gencia inferior pero con plenos poderes. De uno solo 485 sea el poder en los palacios y en las ciudades, cuando quieren encontrar el bienestar. Antistrofa 2.&. Lo ha demostrado la espartana hija del conductor del ejército, Menelao, pues llegó con ardor contra la otra esposa, y trata de matar a la desdichada muchacha 490 troyana y a su hijo por una discordia insensata. Im- pío, injusto, cruel es el asesinato. Un día, señora, te llegará el castigo por esta acción. 495 CORIFEO. — He aquí que veo estrechamente unida delante de palacio a esta pareja condenada con la pena de muerte. Desdichada mujer y desgraciado tú, hijo, que mueres a causa del matrimonio de tu madre, sin soo participar en nada, y sin ser culpable a ojos de los reyes.

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Estrofa. ANDRÓMACA. — He aquí que yo soy conducida bajo tierra, con las manos ensangrentadas atadas con liga- duras. 505 Híso. — Madre, madre, yo desciendo bajo tu ala, contigo. ANDRÓMAcA. — Sacrificio desdichado, oh ciudadanos de la tierra de Ptia. había en Esparta. Piensan otros en la rivalidad Nicias-Cleón Alcibíades. ANDRÓMACA 265 Hijo. — ¡Oh padre, acude como auxilio de los tuyos! ANDRÓMAcA. — Yacerás, oh querido hijo, sobre mis sio pechos, en tor’¡o a tu madre, cadáver bajo tierra con un cadáver. HIJo. — ¡Ay de mí! ¿Qué me va a ocurrir? Desdi- chado yo y tú, madre. MENELAO. — Id bajo tierra, pues vinisteis desde una 515 ciudadela enemiga. Morís dos a causa de dos situacio- nes forzosas. A ti te mata mi voto, y a este hijo tuyo, ini hija Hermione. Pues es también una gran locura 520 dejar enemigos hijos de enemigos, cuando es posible matarlos y suprimir el miedo de las casas. Antistrofa. ANDRÓMACA. — ¡Oh esposo, esposo! ¡Ojalá tuviera tu mano y tu lanza como aliada, hijo de Príamo! 525 Hijo. — Desdichado, ¿qué canto podría encontrar yo que me dejara de la muerte? ANDRÓMACA. — Suplica, acercándote a las rodillas del 530 señor, hijo. Híso. — ¡Oh amigo, amigo! Líbrame de la muerte. ANDRdMACA. — Tengo los ojos empapados de lágri- mas, goteo como fuente sin sol sobre una roca lisa, desdichada de mí... Híso. — ¡Ay de mí, ay de mí! ¿Qué recurso contra 535 mis males podría conseguir? MENELAO. — ¿Por qué te arrodillas ante mí como si suplicaras con tus ruegos a una roca del mar o a una Ola? Soy un provecho para los míos, pero por ti no 540

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tengo ningún amor, puesto que, tras gastar gran parte de mi vida, capturé Troya y a tu madre; gozando de ella ahora bajarás a Hades subterráneo. CoRIFEo. — He visto aquí cerca a Peleo que acá di- 545 rige de prisa sus viejos pies. PELEO. — A vosotros os pregunto y al que preside el sacrificio. ¿Qué es eso? ¿Cómo es eso’ ¿Por qué 266 TRAGEDIAS razón está alterada la casa? ¿Que tratáis de hacer tra- 550 mándolo sin juicio? Menelao, detente. No te apresures sin previo juicio. Y tú (a un esclavo), condúceme más de prisa, pues este asunto, según me parece, no admite demora. Me exhorto a recobrar el vigor de la juven- tud, si es que en alguna ocasión lo tuve... Pues bien, sss primero, con viento favorable soplare sobre ésta, como sobre las velas. Dime, ¿con qué derecho te conducen éstos a ti y a tu hijo después de haberte atado las manos con ligaduras? Pues pereces como una oveja que lleva consigo a su cordero, mientras estamos ausentes tu señor y yo. ANDRóMAcA. — Éstos, oh anciano, me llevan a morir 560 con mi hijo tal como ves. ¿Que te voy a decir? No te mandé buscar con el celo propio de una sola llamada, smo por innumerables mensajes. La discordia que hay en casa por obra de la hija de éste la sabes por haberla oído en alguna parte, y también por qué mo- 565 tivo perezco. Ahora me conducen después de haberme arrancado del altar de Tetis, la que para ti dio a luz a tu noble hijo, a la que tú veneras como digna de admiración, sin haberme condenado en juicio alguno y sin esperar a los que estaban ausentes del palacio, 570 sino con conocimiento de mi soledad y la de este hijo

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mio, a quien, sin culpa ninguna, se disponen a matar conmigo, la desdichada. Pero te suplico, oh anciano, postrándome delante de tus rodillas —pues no me es posible coger tu queridísima barba con la mano— que 575 me defiendas, por los dioses. Si no, moriremos, de modo ultrajante para vosotros y desdichado para mí, anciano. PELEO. — Ordeno que soltéis sus ligaduras, antes que alguno llore, y liberéis las dos manos de ésta. MENELAO. — Y yo lo prohibo, uno que no es inferior 58o a ti y mucho más dueño de ésta. ANDRÓMAcA 267 PELEO. — ¿Cómo? ¿Es que vas a gobernar mi casa viniéndote aquí? ¿No te basta con mandar sobre los de Esparta? MENELAO. — Yo la cogí de Troya como prisionera. PELEO~ — El hijo de mi hijo la tomó como recom- pensa. MENELAO. — ¿Y no es de aquél lo mío, y mío lo de sas aquél? PELEO. — Para obrar bien, sí, pero mal, no, y tam- poco para matarla por la fuerza. MENELAO. — ¡Que a ésta jamás te la llevarás de mi mano! PELEO. — ¿Te ensangrentaré la cabeza con este cetro? MENELAO. — Tócame para que lo sepas, y ven cerca de ml. PELEO. — ¿Te cuentas tú entre los hombres, oh mal- s~o vadísimo e hijo de malvados? ¿En qué te corresponde a ti contarte entre hombres? Tú que fuiste privado de tu esposa por un frigio, por haber dejado las salas de tu hogar sin cerrojo y sin esclavos, como si tuvie- ras en palacio una mujer prudente, y no la peor de s’~s todas. Ni aunque quisiera, podría ser casta una de las muchachas espartanas, las cuales, tras abandonar sus casas, tienen carreras y palestras, insoportables para mi, en comunidad con los jóvenes, con los muslos desnudos y los peplos sueltos. ¿Hay que admirarse, 600 entonces, de que no forméis mujeres castas? Habría que preguntarle eso a Helena, que, abandonando tu hogar, se fue de juerga desde tu palacio con un hom-

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bre joven hacia otro país. ¿Y, luego, a causa de ella ws reuniste un ejército tan numeroso de helenos y los condujiste hacia Ilión? ¿Por la que tú no debiste mo- ver una lanza, escupiéndola al descubrir que era mal- vada, sino dejar que se quedara allí dando un salario para no recibirla jamás en tu casa? Pero al no alentar 610 268 TRAGEDIAS tu pensamiento en esa dirección destruiste muchas vidas dignas, dejaste ancianas privadas de sus hijos en sus casas y quitaste sus nobles hijos a padres cano- 615 SOs. Un desgraciado entre esos muchos soy yo. A ti te miro como un espíritu maligno asesino de Aquiles. Tú, el único que regresaste de Troya sin quedar herido siquiera; tus hermosísimas armas en sus hermosos estuches iguales hacia allí y hacia aquí las trajiste. 620 Yo le decía al que se iba a casar ~ • que ni anudara lazos de parentesco contigo ni aceptara en su casa la cría de una mala mujer, pues sacan ellas los defectos de sus madres. Considerad eso también, pretendientes: tomad la hija de una buena madre. Además de eso, 625 ¿qué excesos cometiste contra tu hermano, ordenán- dole que degollara a su hija del modo más estúpido? Tanto temiste no recuperar a tu malvada esposa. Y habiendo tomado Troya —pues iré hasta allí en pos de ti— no mataste a tu mujer al tenerla en tus manos, sino que, en cuanto viste su pecho, arrojando tu es- 630 pada aceptaste sus besos, acariciando a la perra tral dora, porque eres por naturaleza un derrotado por Cipris, oh tú, malvadísimo. Y, después, habiendo veni- do a casa de mi hijo, tratas de devastaría, mientras él está ausente, y de matar deshonrosamente a una infeliz mujer y a su hijo, el cual te hará llorar a ti

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635 y a tu hija que está en el palacio, aunque él fuera tres veces bastardo. Muchas veces, en verdad, un terreno seco supera en grano a otro fértil, y muchos hijos bastardos son mejores que los legítimos. Pero llévate a tu hija. Es más glorioso para los mortales 640 adquirir como suegro y amigo un pobre bueno que uno malvado y rico. Y tú no vales nada. CORIFEO. — A partir de un comienzo sin importan- cia la lengua les proporciona a los hombres una gran 28. Es decir, a su nieto Neoptólemo. ANDRÓMAcA 269 enemistad. Los hombres sabios tienen cuidado para no suscitar una discoruia con sus amigos. MENELAO. — ¿Para qué podrá decirse que son sabios 645 los ancianos, incluso los que en otro tiempo han pare- cido sensatos a los helenos? Cuando, siendo tú Peleo, nacido de un padre ilustre, tras emparentar conmigo, dices cosas vergonzosas para ti mismo y ultrajes para mí a causa de una mujer extranjera, a la que tú debe- 650 rías expulsar más allá de las corrientes del Nilo y allende el Fasis ~, y exhortarme continuamente a ha- cerlo, por ser ella del continente donde han caído más cadáveres de la Hélade a golpes de lanza y por haber participado en la muerte de tu hijo. Pues Paris, que 655 mató a tu hijo Aquiles, era hermano de Héctor, y ésta, la mujer de Héctor. Y tú entras con ella bajo el mismo techo y crees justo que pase su vida compar- tiendo tu mesa y permites que dé a luz en palacio hijos muy odiosos. Cuando, con prudencia hacia ti 660 y hacia mí en lo que se refiere a eso, trato de ma- tarla, se me arrebata a ésta de las manos. Vamos, entonces, pues no es vergonzoso ocuparse del siguiente razonamiento: si mi hija no da a luz y de aquélla, en cambio, nacen hijos, ¿los impondrás como reyes de 665 esta tierra de Ptía, y, a pesar de ser extranjeros por su linaje, mandarán sobre helenos? ¿Y, entonces, yo no estoy cuerdo por odiar lo que no es justo y, en cambio, tú tienes razón? Considera ahora lo siguiente: si tras haber entregado tú tu hija a un ciudadano, luego le hubiera ocurrido una cosa así, ¿ te habrías 670 estado sentado en silencio? Pienso que no. ¿Y por

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una extranjera das tales gritos a quienes son por nece- sidad tus amigos? En verdad, igual fuerza tienen el hombre y la mujer, cuando ella es víctima de injus- 29 RIo de la Cólquide que desemboca en el Mar Negro, es decir, en un extremo del mundo civilizado. 270 TRAGEDIAS ticia por parte de su marido, e igualmente, cuando el hombre tiene v’~n su casa una mujer desvergonzada. 675 El uno, gran fuerza tiene en sus manos; los asuntos de la otra, dependen de sus padres y amigos. Por tanto, ¿no es justo ayudar a los míos, al menos? Viejo, viejo eres. Al hablar de mi mando sobre el ejército 680 me podrías beneficiar más que callándote. Helena sufrió, no por su voluntad, sino a causa de los dioses, y ése fue el mayor beneficio que causó a la Hélade. Pues, a pesar de ser desconocedores de las armas y de la batalla, los griegos tomaron la senda del valor. La experiencia es para los mortales la maestra de 685 todas las cosas. Y si al llegar yo a la vista de mi mujer me contuve para no matarla, actuaba con cor- dura. Tampoco habría querido yo que tú mataras a Foco ~. En esto te he atacado con buenas intenciones, y sin ira. Pero, si te irritas, para ti será mejor la 690 charlatanería, para mí, un provecho es la previsión. CORIFEO. — Dejaos ya de palabras vanas, pues eso es con mucho lo mejor. No erréis los dos a un tiempo. PELEO. — ¡Ay de mí! ¡Qué mala costumbre hay en la Hélade! Cuando un ejército erige trofeos sobre los 695 enemigos, no se considera esta hazaña propia de los que se esfuerzan, sino que quien consigue el renombre es el general, el cual blande su lanza como uno más

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entre otros muchísimos y, a pesar de no hacer nada más que ninguno, obtiene mayor fama. Arrogantes, 700 instalados en sus cargos por la ciudad se creen más importantes que el pueblo, cuando no son nadie. Pero los del pueblo son mil veces más cuerdos que ellos, Si pueden unir a un tiempo la audacia y la decisión. Así también tú y tu hermano os estabais sentados, vafla~ gloz-iándoos de Troya y de vuestro mando militar de Foco, hermanastro de Peleo y Telamón, fue muerto por ellos con engaño. ANDRÓMACA 271 allí, exaltados a base de los sufrimientos y fatigas de 705 otros! Yo te enseñaré a no considerar jamás a Paris del Ida un enemigo inferior a Peleo, si no te largas lo antes posible de esta casa tú y tu hija sin hijos. a la cual el que ha nacido de los míos la empujará 710 por el palacio, a esa que está aquí, arrastrándola del cabello. La que, por ser una ternera estéril, no acep- tará que otras den a luz, al no tener ella hijos. Pero si lo de ella marcha mal en lo de su descendencia, ¿debe dejarnos faltos de hijos? ¡Marchaos al infierno, 715 lejos de ésta ~ siervos, para que yo vea si alguien rae va a impedir desatar sus manos! Levántate tú misma. Que yo, aun temblando, voy a soltar los trenzados nudos de las correas. ¿Así, oh malvadísimo, has maltratado las manos de ésta? ¿Creías sujetar con los nudos corredizos un buey 0 720 un león? ¿O es que temiste que ella, cogiendo una espada, te rechazara? Ven aquí bajo mis brazos, cria- tura, y colabora en soltar la atadura de tu madre. En Ptia te criaré yo como gran enemigo de éstos. Si les faltara a los espartanos la fama de su lanza y la 725 lucha en la batalla, sabed que en lo demás no son mejores que nadie. CORIFEO. — Cosa desenfrenada es la naturaleza de los viejos y difícil de evitar bajo los efectos de SU cólera. MENELAO. — Como demasiado propenso a insultar te dejas llevar a ello. Yo, que he venido a Ptía por la 730 fuerza, ni voy a hacer nada estúpido, ni a sufrirlo. Y ahora —pues no tengo mucho tiempo libre— regre-

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saré a casa, pues hay no lejos de Esparta una.., una ciudad, que antes era amiga y ahora hace cosas hos- 735 tiles. A ésa quiero atacarla al frente de un ejército y tenerla bajo mi mano. Cuando deje lo de allí según 31 De Andrómaca. 272 TRAGEDIAS mi intención, vendré. Y, estando yo presente, ante mi yerno presente también, claramente expondré mis razo- 740 nes y se me expondrán. Y si castiga a ésta y en lo su- cesivo es él sensato con nosotros, recibirá a cambio un trato sensato. Pero, si se irrita, nos encontrará irrita- dos. Recibirá el trato que corresponda a su trato. Tus 745 palabras las soporto fácilmente. Como una sombra situada frente a mí tienes la voz, incapaz de cualquier cosa salvo de hablar. PELEO. — Condúceme, hijo mío, colocado aquí bajo mi brazo. Y tú también, oh desdichada, pues, tras encontrar un fiero temporal, has llegado a un puerto bien amparado del viento. 750 ANDR6MACA. — ¡Oh anciano! Que los dioses te sean propicios a ti y a los tuyos. A ti que has salvado a mi hijo y a la desdichada de mi. Pero mira no sea que emboscándose en la soledad del camino me lleven éstos por la fuerza, al verte viejo a ti, débil a mí, 755 y pequeño a este niño. Considéralo, no sea que, hu- yendo ahora, seamos capturados más tarde. PELEO. — No emplees la palabra miedosa de las mu- jeres. Camina. ¿Quién os tocará? Ha de llorar, sin duda, si os roza, pues gracias a los dioses mando en 760 Ptía sobre una multitud de caballeros y muchos hopli- tas. Y yo estoy todavía derecho y no anciano, como

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piensas, sino que, sólo con mirar hacia un hombre de tal laya, erigiré un trofeo sobre él, aun siendo yo un viejo. Pues, llegado el caso, un anciano de buen ánimo 765 puede ser más fuerte que muchos jóvenes. Efectiva- mente, ¿de qué sirve un buen cuerpo si se es cobarde? CoRo. Estrofa. ¡Ojalá yo no hubiera nacido o fuera hijo de padres nobles y participe de una casa de muchos bienes! 770 Pues si le ocurre a uno algo irremediable, no hay ANDRÓMACA 273 falta de asistencia para los de buena estirpe, y para quienes son proclamados procedentes de ilustre casa es la honra y la fama. No borra el tiempo la reliquia 775 de los hombres nobles. La virtud brilla incluso cuando han muerto. Antistrofa. Es mejor no tener una victoria de mala fama que 780 derribar la justicia por la envidia y la fuerza. Pues eso es grato a los mortales por el momento, pero con el tiempo acaba seco y consiste en ultrajes para la casa. Este, este tipo de vida he elogiado y llevo: que 785 ningún poder fuera de la justicia sea válido en el tálamo ni en la ciudad. Epodo. ¡Oh anciano hijo de Éaco! Creo que luchaste junto 790 a los Lapitas32 contra el ejercito muy famoso de los Centauros, y que sobre la nave Argo ~ atravesaste las Rocas SimplégadesM sobre aguas inhóspitas en la 795 famosa expedición, y que, cuando antaño el hijo famo- so ~ de Zeus rodeó con la muerte a la ciudad de Troya, regresaste a Europa partícipe de la fama común. 800 32 Según una leyenda tesalia, los Centauros —mitad hom- bres, mitad caballos—, habiendo sido invitados por los Lapitas —un pueblo de Tesalia— a la boda de Pirítoo e Hipodamía, tra- taron de raptar a las mujeres. Después de terrible lucha, los Centauros fueron derrotados. 33 Referencia a la expedición de los Argonautas.

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3~ Estaban situadas a la entrada del Mar Negro, una a cada lado, y chocaban entre sí. Desde el momento en que la nave Argo logró atravesarlas, quedaron fijas para siempre. 35 Laomedonte, tras haberse negado a pagar el salario con- venido a Apolo y Posidón que le habían construido las mura- llas de Troya, se vio afligido por un monstruo marino enviado por el dios del mar. Posteriormente se informó de que sólo podría salvar a la ciudad si entregaba su hija Hesione al monstruo. Llegado Hércules a Troya, promete liberar a Hesione y matar al enorme cetáceo, si Laomedonte le entregaba los 274 TRAGEDIAS NODRIZA. — ¡Oh queridísimas amigas! Cómo se curn- píe en este día un mal que sucede a otro. En efecto, 805 en la casa, la señora, a Hermíone me refiero, por haber sido abandonada por su padre y, al mismo tiem- po, por la reflexión de qué acción ha llevado a cabo al haber querido matar a Andrómaca y a su hijo, quiere monI-, porque teme a su esposo, no sea que, a cambio de lo que ha hecho, se vea expulsada des- 810 honrosamente de este palacio o muera por haber in- tentado matar a quienes no debía. A duras penas, cuando ella quería colgar su cuello, se lo impiden los criados guardianes y le arrebatan de la mano derecha la espada, quitándosela. Hasta tal punto se arrepiente sís y ha reconocido que no obró bien en lo anterior- mente hecho. Pues bien, yo, amigas, estoy cansada de apartar a mi señora del nudo corredizo. Vosotras id dentro de este palacio y libradía de la muerte. Cuando vienen amigos nuevos son más persuasivos que los habituales. 820 CoRírno. — He aquí que escuchamos en palacio el

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grito de los criados por lo que tú has venido anun- ciando. Parece que la desgraciada va a mostrar cuánto sufre por haber hecho cosas terribles. En efecto, sale de palacio huyendo de las manos de los criados, con deseo de morir. 825 de uñas. Estrofa a36. HERMIONE. — ¡Ay de mí, ay de mí! Me daré tirones mi cabello y me haré crueles heridas, obra de mis caballos divinos que en otro tiempo entregara Zeus a Tros, abuelo de Laomedonte, en compensación por haberle raptado a su hijo Ganimedes. Salvada Hesione, como Laomedonte SC negara a entregar dichos caballos, Hércules saqueó Troya. 36 Tenemos aquí un amoibaion (=alternativo), en el QUC Hermione se expresa en dos estrofas y sus antistrofas y, luego, ~.1 ANDRÓMACA 275 NODRIZA. — ¡Oh hija! ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a maltratar tu cuerpo? Antistrofa a. HERMIONE. — ¡Ay, ay, ay, ay! Vete por el aire lejos 830 de mis trenzas, velo ligero. NODRIZA. — Hija, cúbrete el pecho, átate el peplo. Estrofa b. HERMIONE. — ¿Por qué he de cubrirme el pecho con el peplo? Cosas claras, evidentes y no ocultas he hecho 835 a mi esposo. NODRIZA. — ¿Sufres por haber urdido la muerte para la rival de tu matrimonio? Antistrofa b. HERMIONE. — Lloro por la perversa audacia en que incurrí. ¡Oh maldita de mí, maldita para los hombres! NODRIZA. — Tu marido te perdonará esta falta. 840

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HERMIONE. — ¿Por qué me arrebataste la espada de la mano? Devuélvemela, querida, devuélvemela para que me la clave de golpe por delante. ¿Por .qué me apartas del nudo? NODRIZA. — ¿Pero si yo te dejara cuando no estás 845 cuerda, para que murieras? ~. HERMIONE. — ¡Ay de mí, en mi destino! ¿Dónde está la llama de fuego grata para mí? ¿Dónde he de subir a unas rocas, bien en el ponto, bien en la selva de las montañas, para que los dioses de abajo se ocupen de eso mi cuando muera? NODRIZA. — ¿Por qué tienes ese sufrimiento? Las desgracias enviadas por los dioses a todos los mortales llegan, bien ahora, bien después. en tres partes sin repuesta. La Nodriza le contesta en cada ocasión con trímetros yámbicos. ~ Construcción braquilógíca. Entiendase algo así como ~¿Qué Ocurrina?. 276 TRAGEDIAS HERMIONE. — Me abandonaste, me abandonaste, oh 855 padre, sola en la costa, falta del remo marino. Me matará, me matará. Ya no habitaré dentro de este techo nupcial. ¿A qué estatua he de acudir como supí¡.. 860 cante? ¿Acaso me he de postrar como esclava ante las rodillas de una esclava? Ojalá fuese yo ave de negras alas fuera de la tierra de Ptía o la nave de pino que, 865 como primera nao de remos, atravesó las Rocas Cia- neas ~. NODRIZA. — ¡Oh hija! Ni elogié aquel exceso, cuan- do cometías faltas contra la mujer troyana, ni tam- poco tu miedo de ahora por el que temes en demasía.

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Tu marido no va a rechazar así el matrimonio contigo, 870 convencido por las palabras vulgares de una mujer extranjera. Pues no te tiene a ti como una esclava procedente de Troya, sino por haberte tomado con mucha dote como hija de un hombre famoso, y de una ciudad no mediocremente rica. Y tu padre no 875 permitirá, tal como tú temes, que te expulsen de este palacio tras haberte traicionado él. Mas entra dentro y no aparezcas delante de este palacio, para que no suscites algún insulto, si eres vista delante de esta mansión. CORIFEO. — He aquí que un extranjero de aspecto 880 extraño, que va de viaje, se encamina hacia nosotras con gran interés por la casa. ORESTES. — Mujeres extranjeras, ¿es éste el palacio del hijo de Aquiles y la mansión real? CORIFEO. — Lo has conocido. Pero, ¿quién eres tú que preguntas esto? ORESTES. — El hijo de Agamenón y Clitemestra, 885 Orestes de nombre. Voy al oráculo de Zeus en Dodo- na; pero cuando he llegado a Ptía, me parece bien gades. «Azul oscuro«, «negras«. Es un sinónimo de las Simple- ANDRÓMACA 277 informarme sobre una mujer pariente mía, por si vive y resulta que es feliz la espartana Hermione, pues 890 aunque habita unas llanuras lejanas de nosotros, sin embargo, nos es querida. HERMIONE. — ¡Oh puerto que te apareces a los ma- rineros en la tempestad, hijo de Agamenón! A ti, por tus rodillas ~: apiádate de mí por la desventura que. ves, de mí que estoy en situación no buena. Pongo en tus rodillas mis brazos que no son inferiores a las 895 ínfulas4o ORESTES. — ¡Eh! ¿Qué pasa? ¿Me equivoco o veo claramente aquí a la señora de palacio, a la hija de Menelao? HERMIONE. — Precisamente a la única que una mujer hija de Tindáreo, Helena, dio a luz en el palacio de mi padre. No ignores nada. Olu~STES. — ¡Oh Febo remediador! Así le concedas 900 solución a sus penas. ¿Qué pasa? ¿Te ocurren males

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de parte de los dioses o de los mortales? HERMIONE. — Unos de parte mía, otros de la del marido que me posee, otros de la de alguno de los dioses. Por todas partes estoy perdida. ORESTES. — Entonces, ¿qué desgracia podría tener una mujer, cuando todavía no han nacido hijos, salvo 905 en lo relativo a su esposo? HERMIONE. — De eso mismo estoy enferma. Bien me has inducido a confesarlo. ORESTES. — ¿Ama tu marido a alguna otra compa- ñera de lecho en vez de a ti? HERMIoNE. — A la cautiva, la que había compartido el lecho de Héctor. 39 Elipsis de un verbo como «suplico.. Son palabras y gesto rituales del suplicante. 40 Cintas con que se adornaban los suplicantes. El distin- tivo del suplicante era una rama de olivo en la que se ponían guirnaldas de laurel o copos de lana. 278 TRAGEDIAS ORESTES. — Cosa mala has dicho: que un hombre tenga dos mujeres. 910 HERMIONE. — Así mismo. Y entonces yo me defendí. ORESTES. — ¿Acaso maquinaste como una mujer contra otra mujer? HERMIONE. — La muerte contra ella y contra su hijo bastardo. ORESTES. — ¿Y los mataste o te lo impidió alguna circunstancia? HERMIONE. — El anciano Peleo, que protege a los que son peores.

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915 ORESTES. — ¿Y tenias alguno que participara contigo en este crimen? HERMIONE. — Mi padre, que para eso mismo había venido desde Esparta. ORESTES. — ¿Y entonces ha sido vencido por el an- ciano en fuerza? HERMIONE. — Sí, pero por respeto, y se ha marchado dejándome sola. ORESTES. — He comprendido. Temes a tu marido por lo hecho. 920 HERMIoNE. — Lo has entendido. En efecto, me ma- tará con razón. ¿Qué necesidad hay de decirlo? Pero te lo suplico invocando a Zeus protector de la familia: llévame lo más lejos posible de esta tierra o al palacio de mi padre. Que parece como si este palacio dotado 925 de voz me expulsara; y la tierra de Ptía me odiase. Si mi marido llega antes a casa, cuando haya dejado el oráculo de Apolo, me matará del modo más ver- gonzoso. O .seré esclava de una mujer ilegítima sobre la que yo dominaba antes, a ¿Cómo cometiste ese 930 error?», dirá alguno. Las visitas de las malas mujeres me perdieron, las cuales me hincharon de vanidad diciéndome frases como éstas: « ¿Vas a soportar tú que la malvadísima prisionera esclava en tu casa par- ANDRÓMAcA 279 ticipe del lecho contigo? No, por la Señora 41~ En mi casa, al menos, no podría disfrutar ella de mi lecho 935 viendo los rayos del sol.» Y yo, escuchando esas pala- bras de Sirenas, charlatanas listas, hábiles y astutas, me dejé agitar por el viento en mi locura. Pues ¿qué necesidad de vigilar a mi marido, tenía yo, que poseía cuanto precisaba? Mucha riqueza; yo era señora del 940 palacio; yo habría dado a luz hijos legítimos, y ella, en cambio, bastardos sem”~sclavos de los míos. Pero jamás, jamás —pues no lo diré sólo una vez— al menos los hombres sensatos que tienen mujer deben permi- 945 tir que las mujeres hagan visitas a la esposa que está en casa, pues ellas son maestras de males. Una, por obtener una ganancia, corrompe el lecho; otra, por haber pecado, quiere que tenga su misma enfermedad; muchas, por desenfreno... y por eso enferman las casas 950 de los hombres. Ante eso guardad bien las puertas

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de vuestras casas con cerrojos y trancas. Pues nada sano hacen las visitas de fuera por parte de las muje. res, sino muchos males. CORIFEO. — Demasiado has lanzado tu lengua contra lo que te es connatural. Ahora bien, estas cosas te 955 son perdonables, pero, con todo, es preciso que las mujeres oculten las enfermedades femeninas. ORESTES. — Sabia cosa es la del que ha enseñado a los mortales a oír las razones empleadas por los con- trarios, pues yo, conociendo el trastorno de este pala- cio y la discordia tuya y de la mujer de Héctor, 960 permanecía en guardia, por si ibas a quedarte aquí mismo, o si, espantada por miedo a la prisionera, querías librarte de este palacio. He venido, no por respeto a tus cartas, sino por si me dabas un motivo, 965 como me has dado, para llevarte fuera de este palacio. Pues siendo mía antes, vives con este hombre por 41 Hera, invocada como protectora del matrimonio legitimo. 280 TRAGEDIAS crueldad de tu padre, que tras haberte dado a ¡ni como mujer antes de invadir las fronteras de Troya, 970 te prometió después a quien ahora te tiene, si destruía la ciudad de Troya. Y, una vez que regresó aquí el hijo de Aquiles, perdoné a tu padre y le pedí a Neop. tólemo que abandonara su matrimonio contigo, con- tándole mis desgracias y mi destino de entonces: que 975 yo me podría casar con la hija de unos amigos, pero que con una de fuera no seria fácil, por yerme des- terrado de mi casa en el exilio que padecía. ~l fue insolente, injuriándome por el asesinato de mi madre y por las diosas de pies sangrientos 42~ Y yo, por ser

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980 humilde, sufría, sufría con las desventuras de mi casa, me aguantaba con mis desgracias y, privado de mi matrimOnio contigo, me fui a pesar mio. Ahora, pues, ya que te encuentras en unas circunstancias que se te derrumban alrededor y que, caída en esta desgracia, no sabes qué hacer, te llevaré lejos de tu palacio y te 985 entregaré en manos de tu padre. Pues cosa admirable es el parentesco, y en las desgracias no hay nada me- jor que un amigo familiar tuyo. HERMIONE. — Mi padre se ocupará de mis desposo- nos y no es cosa mía decidir eso. Mas sácame de este 990 palacio lo más pronto posible, no sea que se me ade- lante mi marido en acercarse a la casa y venir, o que el anciano Peleo, tras enterarse de que yo abandono el palacio, vaya en pos de mí persiguiéndome a caballo. ORESTES. — Animo, en lo que hace a la mano del anciano. Y no temas nada al hijo de Aquiles. ¡Cuántas 995 insolencias cometió contra mi! Pues una gran trampa está preparada contra él por obra de esta mano, a base de lazos de muerte inamovibles. Maquinación que no 42 Las Erinis, tres diosas encargadas de castigar los críme- nes de sangre, especialmente los parricidios. Tienen un aspecto horrible, con cabellera de serpientes y con serpientes también en las manos. ANDRÓMAcA 281 voy a decir de antemano, pero, cuando se lleve a cabo, se enterará la roca de Delfos. El matricida ~ si los juramentos de mis huéspedes se mantienen en la tic- 1000 rra pítica, le enseñará a no tomar por esposa a ninguna de las que me correspondían. Con amargo desenlace le va a pedir justicia al soberano Apolo por la muerte de su padre. Ni siquiera su cambio de opinión le va a beneficiar al rendirle justicia al dios ahora, sino que íoos va a morir de mala manera por obra de éste y por mis calumnias. Conocerá mi odio. Pues una divinidad le da la vuelta al destino de mis enemigos y no les permite ser orgullosos. CoRo. Estrofa l.<. Oh Febo, que dotaste de torres a la colina bien

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amurallada de Troya, y tú, marino ~‘, que con negros ioio caballos conduces tu carro por el piélago salado. ¿Por qué, tras entregar sin honra la obra construida ~ por íoís vuestra mano a Enialio’4, apasionado por la lanza, abandondis la desdichada, desdichada Troya? Antistrofa 1 .~. En. las orillas del Simunte ~ uncisteis muchísimos carros de buenos caballos y causasteis luchas san- 1025 grientas de guerreros, faltas de coronas’4. Aniquilados se fueron los reyes descendientes de lío ~, y el fuego 1025 “ El mismo Orestes. 44 Posidón, rey del mar. 45 Hay dificultades en los manuscritos. Se ha pensado en varias correcciones. ‘4 Epíteto de Ares, dios de la guerra. <7 RIo de Troya. 41 Unos lo interpretan como <no coronadas por la victoria<. Otros, como <funestas., <sangrientas., a diferencia de los cer- támenes atléticos. • lío, abuelo de Priamo, fue el fundador de Troya. 282 TRAGEDIAS del altar ya no está brillando en Troya con su humo perfumado en honor de los dioses. Estrofa 2.’. Ha perecido el Atrida a manos de su esposa ~, y 1030 ella pagó el crimen con su muerte a manos de sus hijos. Del dios, del dios vino la orden oracular que la castigó, cuando a ella, el hijo de Agamenón, viniendo ioas desde Argos, pisando en las posesiones impenetrables,

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el matricida... ¡Oh divinidad! ¡Oh Febo! ¿Cómo he de creerlo? Antistrofa 2.’. Por las plazas de los helenos muchas entonaban 1am ento,s por sus hijos desdichados, y las esposas io~o abandonaban sus casas siguiendo a otro marido, Y no a ti sola, ni a los tuyos, os sobrevinieron tristes penas. La Hélade ha sufrido un mal, un mal. Pasó también ío~s a los fértiles campos de los frigios como un huracán instilando sangre de Hades. PELEO. — Mujeres de Ptia, informadme a mí, que os pregunto. Pues me he enterado de un rumor no claro: que la hija de Menelao se ha ido abandonando íoso este palacio. Y yo llego con prisa para informarme de si eso es verdad, pues es preciso que los que están en casa se ocupen de la suerte de los seres queridos que están de viaje. CORIFEO. — Peleo, lo has oído perfectamente. No me íoss está bien ocultar en qué males me encuentro. En efecto, la señora se ha ido huyendo de este palacio. PELEO. — ¿Qué miedo la dominó? Concrétamelo. CORIFEO. — Por temor a su esposo, no sea que la expulse de palacio. 50 En un buscado paralelismo el Coro resalta los sufrimiCn~ tos de las gentes de Troya y de los griegos, unos y otros bajo el influjo de Apolo. ANDRÓMACA 283 PELEO. — ¿Por su intención asesina respecto al niño? CORIFEO. — Sí, y por miedo a la prisionera. PELEO. — ¿Abandona la mansión con su padre o 1060 con quién? CORIFEO. — El hijo de Agamenón se la ha llevado, sacándola del país. PELEO. — ¿Qué esperanza intenta cumplir? ¿Acaso quiere hacerla su esposa? CORIFEO. — Si, y también prepara la muerte para el hijo de tu hijo. PELEO. — ¿Con trampas o yendo a la batalla a ros- tro descubierto?

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CORIFEO. — En el santuario sagrado de Loxias, con í~65 ayuda de los delfos. PELEO. — ¡Ay de mi! Esto es terrible de veras. ¿Es que no va a ir uno a toda prisa a la casa pítica y les contará lo que pasa aquí a los nuestros que están allí, antes que el hijo de Aquiles muera por obra de sus enemigos? MENSAJERO. — ¡Ay de mí! Qué desgracias, infeliz de 1070 mí, vengo a contarte a ti, oh anciano, y a los amigos de mi señor. PELEO. — ¡Ay, ay! ¡Cómo se recela algo mi cora- zón profético! MENSAJERO. — No existe el hijo de tu hijo, has de saber, anciano Peleo. Tales heridas de espada recibió por obra de los delfos y del extranjero de Micenas. 1075 CoRIFEo. — ¡Eh, eh! ¿Qué vas a hacer, oh anciano? No te caigas. Levántate. PELEO. — Nada soy. Me he perdido. El habla me ha fallado, me han fallado las articulaciones por dentro. MENSAJERO. — Yergue tu cuerpo y escucha lo ocu- rrido, por si realmente quieres vengar a los tuyos. 1080 PELEO. — ¡Oh destino! ¡Cómo me asedias en los límites extremos de mi vejez, desdichado de mí! 284 TRAGEDIAS ¿Cómo se ha ido5’ el hijo único de mi único hijo~ Indícamelo. Pues quiero oír, a pesar de todo, lo que no debiera oír. 1085 MENSAJERO. — Una vez que llegamos a la famosa comarca de Febo pasamos tres brillantes vueltas del sol entregando nuestros ojos a la contemplación. Y eso era sospechoso, desde luego. El pueblo administrador del 1090 dios acudía a reuniones y círculos. El hijo de Agame-

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nón, recorriendo la ciudad, a cada uno le decía al oído palabras malintencionadas: « ¿Veis a ese que se reco- rre las grutas del dios repletas de oro, tesoros de los mortales, y que se ha presentado por segunda vez para ío~s lo que ya vino antes, tratando de destruir el templo de Febo?» A partir de esto, un malvado oleaje se corría por la ciudad. Los magistrados ocuparon sus puestos convocando a los consejos y, en particular, cuantos estaban encargados de las riquezas del dios, pusieron una guardia en la mansión circundada de columnas. iíoo Y nosotros, no informados todavía de nada de eso, tras coger unos corderos, crianza del follaje del Par naso ~, fuimos y nos pusimos junto al altar con los próxenos ~ y los adivinos piticos. Y uno dijo lo si- 1105 guiente: « ¡Oh joven! ¿Qué le hemos de pedir al dios por ti? ¿Por qué motivos has venido?» Y él dijo: «Queremos ofrecer reparación a Febo por nuestra falta anterior. Pues en otro tiempo le pedí que me rindiera justicia por la sangre de mi padre.» Entonces se veía que tenía gran fuerza el relato de Orestes, ííío sobre que mi señor mentía porque había venido con ideas hostiles. Penetra él dentro de la plataforma del SI Eufemismo (= ha muerto). 52 Monte consagrado a Apolo. En su falda se encontraba el Oráculo. 53 Es decir, los que en Delfos tenían por misión acompañar a los suplicantes e introducirlos ante el oráculo divino. 1 ANDRÓMACA 285 templo, para suplicar a Febo delante del lugar de los oráculos. Está en el sacrificio. En tanto, se encuentra apostado contra él un grupo dotado de espadas, cubierto de sombra por un laurel. De todo lo cual el íiís único urdidor era el hijo de Clitemestra. Neoptólemo, estando de cara, suplica al dios, y ellos, armados con espadas afiladas, apuñalan a traición al indefenso hijo de Aquiles. Marcha él hacia atrás, pues no se encuen- 1120 tra herido en sitio vital. Saca una espada, después de arrancar de los clavos una armadura colgada de la entrada, se pone en pie sobre el altar como hoplita

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terrible de ver, y grita a los hijos de los delfos pre- guntándoles esto: «¿Por qué tratáis de matarme a mi 1125 que he venido en viaje piadoso? ¿Por qué causa pe- rezco?» Ninguno de los innumerables que había a su lado replicó nada, sino que con las manos le tiraban piedras. Machacado desde todas partes por ese denso granizo, tendía por delante las armas y vigilaba los 1130 ataques extendiendo el escudo aquí y allá con su brazo. Pero nada conseguía, sino que muchos proyectiles a un tiempo, dardos, jabalinas de correa en medio, y dardos sueltos de punta doble, cuchillos de degollar toros, volaban delante de sus pies. Habrías visto las 1135 terribles danzas pírricas ~ de tu hijo ~ ‘al defenderse de los dardos. Como lo rodeaban desde cerca en círculo sin darle respiro, él, tras abandonar el hornillo del altar donde se reciben las víctimas y dar con sus pies el salto de Troya ~, avanza contra ellos. Y éstos, 1140 como palomas que han visto un halcón, volviendo la M Danza guerrera de ataque y contraataque. No falta quicn relacione esto con Pirro (“el pelirrojo~. ~de color de fuego~). sobrenombre de Neoptólemo, que no aparece hasta TEóCRITO, 15, 140. 5 En realidad, tu nieto. 56 Famoso sitio troyano, donde Aquiles saltó a tierra desde Su nave. 286 TRAGEDiAS espalda se dieron a la fuga. Caían muchos revueltos, tanto por las heridas como a causa de ellos mismos, en las carreras por pasos estrechos. Un griterío impío, 1145 dentro de la piadosa mansión, retumbó en las rocas. En calma, en cierto momento, quedó en pie mi señor

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resplandeciendo con sus armas brillantes. Hasta que uno, desde el centro del santuario, gritó de modo terri- ble y horripilante, e impulsó al pelotón volviéndolo a uso la lucha. Entonces el hijo de Aquiles cae herido en el costado por una espada afilada a manos de un delfio que lo mató con la ayuda de otros muchos. Y cuando cae en tierra, ¿quién no le endosa el hierro? ¿Quién no una piedra, disparándole y golpeándolo? ííss Todo su cuerpo de hermosa figura está destrozado a causa de heridas terribles. A él, que yacía ya cadáver cerca del altar, lo echaron fuera del templo que acepta las victimas. Y nosotros, tras recogerlo de prisa con nuestras manos, te lo traemos para que lo gimas 1160 y llores con tus lamentos, anciano, y lo honres con un sepulcro de tierra. Tales daños causó el señor que profetiza para otros ~, el juez de los derechos de todos los hombres, al hijo de Aquiles cuando le rendía jus- 1165 ticia. Se acordó, como un hombre malvado, de anti- guas disputas. ¿Cómo, entonces, podría él ser sabio? CoRo. — He aquí que se acerca a la casa mi señor, transportado a hombros desde la tierra de Delfos. Desdichado el que sufrió y desdichado también tú, anciano. Pues recibes en tu casa al retoño de Aquiles, 1170 no como tú quisieras. Encontrándote personalmente entre penas terribles has venido a compartir su mismo destino. 5~ Apolo. Entre sus atribucioncs estaba la dc dirimir, pleitos y hacer justicia. ANDRÓMAcA 287 Estrofa 1.’. PELEO. — ¡Ay de mí! ¡Qué clase de mal veo aquí y lo recibo en mi mano en mi palacio! ¡Ay de mí, ay de 1175 mí! ¡Ay, ay! ¡Oh ciudad tesalia! Estoy perdido, me extingo. Ya no tengo linaje, ya no me quedan hijos en palacio. ¡Oh desdichado de mí a causa de mis des gra- cias! ¿De qué ser querido disfrutaré ya echándole la 1180 mirada? ¡Oh querida boca, y barbilla y manos! ¡Ojalá un ser divino te hubiera aniquilado al pie de Ilión a lo largo de la orilla del Simunte! CORO. — Que, por ello, ése habría sido honrado tras

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morir, anciano, y tu situación sería así bastante más 1185 dichosa. Antistrofa 1.’. PELEO. -— ¡Oh matrimonio, matrimonio que has ani- quilado este palacio y mi ciudad! ¡Ah, ah! ¡Oh hijo! El mal nombre de tu esposa, de Hermione, un Hades ~ para ti, hijo, jamás debió haber caído sobre mi linaje í 190 en busca de hijos y hogar, sino haber perecido antes por obra de un rayo. Jamás debiste haber inculpado a Febo por su habilidad con el arco por la muerte, de 1195 origen divino, de tu padre, tú, un mortal, contra un dios ‘~. Estrofa 2.’. CoRo. — ¡Ay, ay, ay, ay! Empezaré a gemir a mi señor muerto con el tono de los dioses de abajo. PELEO. — ¡Ay, ay, ay, ay! En respuesta lloro, oh des- 1200 dichado de mí, anciano e infeliz. CoRo. — De un dios es el destino, un dios mandó la desgracia. PELEO. — ¡Oh querido! Dejaste tu casa desierta, ¡ay 1205 de mí, ay de mi!, abandonándome a mí, desdichado de mí, viejo y sin hijos. ~ Muerte, ruina. ~‘ Los versos 1189-1193 están corruptos probablemente. 288 TRAGEDIAS CoRa. — Mejor sería que tú, anciano, hubieras muer- to antes que tus hijos. PELEO. — ¿Es que no me voy a arrancar la cabe- 1210 llera? ¿Es que no me daré en la cabeza el golpe funes-

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to de mi mano? ¡Oh ciudad! De dos hijos00 me des- pojó Febo. Antistrofa 2.&. CORO. — ¡Oh anciano desdichado que has sufrido y 1215 visto desastres!, ¿qué vida llevarás en lo sucesivo? PELEO. — Sin hijos, solo, sin alcanzar un límite de mis males aguantaré mis sufrimientos hasta el Hades 61• CORO. — En vano te hicieron rico en tu boda los dioses. 1220 PELEOI — Volando se ha ido todo, yace... lejos de ma jactancia soberbia. CoRo. — Das vueltas solo por tu palacio solo. PELEO. — Ya no tengo ciudad, ciudad. Este cetró váyase [a tierra] 62, y tú, oh hija de Nereo, la de los 1225 antros oscuros ~ perdido del todo me verás caído [en tierra]62. CORIFEo. — ¡Oh, oh! ¿Qué se está moviendo? ¿A qué divinidad diviso? Muchachas, mirad, prestad atención. He aquí que un ser divino, cruzando por el éter brí- 1230 llante, avanza por encima de la llanura de Ptía, cria- dora de caballos. TETIs. — Peleo, en gracia a mi matrimonio de otrora contigo, vengo yo, Tetis, tras abandonar las mansiones de Nereo. Y lo primero, ya, te pido que no te acongojes demasiado, en absoluto, por los males 1235 presentes. Pues yo, la que debía dar a luz hijos que 00 En realidad, de un hijo y de un nieto. 61 Es decir, hasta la muerte. 62 Notas escénicas interpoladas. 63 La diosa Tetis, inmortal esposa de Peleo, habita en el fondo del mar. ANDROMAcA 289 no producen llanto ~, perdí a mi hijo Aquiles rápido de pies, el primero de la Hélade, después de haberlo tenido de ti. Te indicaré a causa de qué he venido, y tú acéptalo. A éste que ha muerto, al hijo de Aquiles, entiérralo cuando lo lleves al altar pitico, como un 1240 oprobio para los delfos, con el fin de que el sepulcro anuncie el asesinato violento de la mano de Orestes. Y la mujer prisionera, Andrómaca digo, es preciso

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que habite en la tierra molosia, anciano, unida con 1245 Héleno ~ en matrimonio legítimo, y también este niño, el único que ha quedado ya de los de la estirpe de Éaco ~. A partir de él es preciso que un rey detrás de otro gobiernen contentos en Molosia. Pues no ha de ser destruido hasta ese punto tu linaje ni el mío, 1250 ni tampoco el de Troya. Pues también se ocupan los dioses de ella, aunque haya caído por deseo de Palas 67, Y a ti, para que conozcas mi agradecimiento por ha- berte casado conmigo [siendo yo una diosa e hija de un padre dios] 68, te haré dios inmortal e imperece- 1255 dero, después de haberte librado de las desgracias mortales. Y, luego, en la mansión de Nereo, vivirás ya en lo sucesivo junto a mí, un dios con una diosa. Desde allí, sacando del ponto tu pie seco, verás a 1260 64 Es decir, inmortales. Zeus y Posídon habían querido casarse con Tetis, pero se enteraron por medio de Temis (o de Prometeo) de que el hijo que naciera de tal unión sería más fuerte que el padre que lo engendrara, por lo que desistieron de ese matrimonio. 65 Hijo de Priamo, dotado de la capacidad de proletizar. Habiendo sido capturado por los griegos se vio obligado a relatarles los oráculos que se referían a las condiciones reque- ridas para la toma de Troya. Caída la ciudad, Neoptólemo se llevó consigo a Andrómaca y Héleno al país de los molosos. ~ Padre de Peleo. 6~ Palas Atenea y Hera sentían hostilidad hacia Troya, por haberse visto postergadas en el famoso juicio, en el que Paris consideró a Afrodita la más hermosa. OB Pasaje interpolado probablemente. 290 TRAGEDIAS

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Aquiles, queridísimo hijo tuyo y mío, que habita en su mansión isleña de la Costa Blanca, dentro del Ponto Euxino ~. Mas márchate a la ciudad de Delfos fundada por los dioses, llevándote este cadáver, y, 1265 cuando lo ocultes en la tierra, ve a la profunda ense- nada del viejo arrecife de Sepia70 y siéntate. Aguarda hasta que llegue yo, cuando coja del mar el coro de las cincuenta Nereidas, acompañante tuyo. Pues debes soportar lo que está decretado. Realmente a Zeus le 1270 parece bien eso. Y cesa en tu tristeza por los que están muertos, pues esa sentencia ha sido decidida por los dioses para todos los hGmbres, y se debe morir. PELEO. — ¡Oh marina! ¡Oh noble compañera de 1275 lecho, hija de Nereo, salve! Haces esas cosas de ma- nera digna de ti y de los hijos nacidos de ti. Calmo ya mi tristeza al mandarlo tú, diosa, y cuando entierre a éste iré a los repliegues del Pelión ~ donde cogí tu hermosísimo cuerpo con mis manos. Entonces, ¿no va a ser preciso que cualquiera que piense bien se 1280 case con una hija de padres generosos y dé a su hija en matrimonio a gentes de bien y que no desee un matrimonio malo, aunque traiga para su casa una dote muy rica? Pues jamás les saldrá mal a causa de los dioses. 69 No todas las fuentes mitográficas nos dan la Costa Blan- ca como residencia de Aquiles después de su muerte. En cuanto al Mar Negro, hay que decir que se le llamó en cierto momento Axino (dxeinos), es decir, “desfavorable para los forasteros’. pero pasó a llamarse Euxíno (eúxeinos), o sea, 4avorable pan los extranjeros~, quizá por dar acceso a regiones muy ricas, sobre todo desde el punto de vista agrícola —trigo, ganados, etcétera. 70 En Tesalia. Según la leyenda, entre otras formas que adoptó Tetis tratando de huir de las manos de Peleo, tomó la figura de sepia. 71 Monte de Tesalia. ANDRÓMACA 291 CoRo. — Muchas son las formas de lo divino y mu- 1285 chas cosas deciden los dioses inesperadamente. Lo esperado no se cumple, y la solución de cosas inespe-

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radas descubre un dios. Tal resultó este asunto. V~f1D~1H r

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INTRODUCCIÓN Para esta obra puede darse con bastante seguridad la fecha del 424 a. C. 1, pues algunos de sus versos fueron parodiados por Aristófanes en Las nubes (423), y, a su vez, se ha visto en nuestra tragedia una alu- sión a la fiesta purificatoria de Delos, que tuvo lugar en el 425 a. C., por lo que tendría que ser posterior a ella. El tema de la tragedia pertenece al ciclo troyano. Se trata propiamente de un acontecimiento posterior a la ruina de Troya, pero estrechamente vinculado con las consecuencias de la guerra: las cautivas; sus pena- lidades; la crueldad de los vencedores; el sacrificio humano; el orgullo de los vencedores; la violación de los derechos del débil; la necesidad de una justicia igual para todos; la justicia que se impone al final de todo. Sófocles había tratado ya algunos de estos asuntos en sus tragedias Políxena y Las cautivas, de las que sabemos poco más que el título. Sin embargo, Eurí- pides aportaba importantes innovaciones, en especial, la de unir el sacrificio de Políxena y el asesinato de Po! icloro. 1 M. FERNANDEZ-GALIANO, REstado actual dc los problemas de cronología curipidea”. Actas III Congreso Español de Estudios Clásicos, Madrid, 1968, 1, págs. 321-354, esp. pág. 345. L

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296 TRAGEDIAS El motivo central es el sufrimiento de Hécuba, no sólo ante la muerte de Políxena, impuesta por los ven- cedores, sino ante el alevoso crimen cometido contra Polidoro por el huésped y amigo que lo guardaba en su casa. La primera le causa dolor y resignación, pero el segundo, dolor e ira acompañada de una terrible sed de venganza2. Podríamos decir que la tragedia consta de dos partes: en una, es la figura de Políxena la que ocupa nuestra atención; en la otra, es Polidoro el personaje central. Aun así, el autor ha logrado la unidad formal. Como requiere el tema, abundan las expresiones paté- ticas que dejan ver los sentimientos apasionados de los personajes, pero no faltan pasajes en los que pre- valecen las ideas racionalistas ~. Son pocas las huellas de Hécuba en la poesía griega posterior; en cambio, fue obra muy leída en el mundo bizantino y entre los renacentistas. Estructura esquemática de la obra PRÓLOGO (vv. 1-58). El espectro de Polidoro cuenta cómo ha muerto a manos de Poliméstor, rey de Tracia. Advierte sobre el sacrificio de Políxena junto a la tumba de Aqui- les. Vuela sobre Hécuba que se impresiona ante la apa- rición. Monodia de Hécuba (vv. 59-97). Cuenta las visioneS que ha tenido en sueños. PA¡iooo (Vv. 98-153). El Coro se presenta y le comunica a Hécuba. la decisión de los aqueos de sacrificar a Políxena y la inmediata llegada de Ulises para llevársela. Kow~tÓs (Vv. 154-215) entre Hécuba y Políxena. La madre le anuncia a su hija la resolución de los aqueos. La hija llora porque va a dejar sola a su madre.

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2 TovAa, ob. cit., pág. 97. 3 A. Lasxy, Historia de la Literatura griega, trad. esp., Ma- drid, l96~, págs. 402-403. ~ TOVAR, ob. df., págs. 107-108. HÉCUBA 297 Epísomo 1.0 (vv. 216-443). El Corifeo anuncia la llegada de Ulises (vv. 216-217). Ulises le transmite a Hécuba la orden que ha recibido y dialoga con ella. Ésta, a su vez, le recuerda el favor que le había hecho al no denunciarlo cuando llegó disfrazado a Troya con el propósito de espiar (ver- sos 218-250). Solicita el perdón para su hija y opina que es a Helena a quien hay que matar (vv. 251-295). Tras tres versos del Corifeo (vv. 296-298), Ulises contesta que no puede salvar a Políxena (vv. 299-331). De nuevo, el Corifeo (vv. 332-333). Hécuba le pide a su bija que suplique a Ulises (Vv. 334-341), pero Políxena acepta la muerte con firmeza de ánimo (vv. 342-379). Vienen tres versos del Corifeo (vv. 379-381), y, luego, un diálogo, a veces esti- comítico, entre Hécuba, Ulises y Políxena. Esta reprocha a su madre, que no deja de suplicar a Ulises (Vv. 382-443). EsTAsIMo 1.0 (vv. 444-483). En dos estrofas, con sus correspon- dientes antistrofas, el Coro de cautivas se pregunta dónde irá a parar: si a Ptía, Delos o a Atenas. E~ísooxo 2.0 (vv. 484-628). Taltibio dialoga con Hécuba y le cuenta la muerte de Políxena (vv. 484-582). El Corifeo habla del terrible sufrimiento (Vv. 583-584). Hécuba pre- para la lustración y exposición del cadáver de su hija (vv. 585-628). EsTAsIMo 2.~ (vv. 629-656). Consta de una tríada —estrofa, antis- trofa y epodo—. El Coro se refiere al comienzo de sus males por obra de Paris y del juicio famoso. E~ssooío 3.o (vv. 658-904). Llega una cautiva con el cadáver de Polidoro y entabla conversación con Hécuba (vv. 658-684). Sigue un kommós entre Hécuba, la servidora y el Coro (Vv. 684-722). Éste presenta a Agamenón (Vv. 723-725), que, a continuación, dialoga con Hécuba (vv. 726-785). Largo parlamento de Hécuba en el que expone la justa nece- sidad de vengarse de Poliméstor (vv. 786-845). Interviene el Corifeo (Vv. 846-849). Sigue la conversación, que gira ahora sobre los detalles de la proyectada venganza (ver- sos 850-904). EsT4síMo 3.o (vs’. 905-952). Dos estrofas y sus antistrofas, rema-

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tadas por un epodo. El Coro evoca la toma de Troya. 298 TRAGEDIAS Epssooío 4~o (Vv. 953-1292). Poliméstor y Hécuba hablan entre s¡ (VV. 953-1023). El Coro avisa sobre lo que va a Pasar (vv. 1024-1034). Poliméstor ciego conversa con Hécuba y con el Coro (Vv. 1035-1055). Monodia de Poliméstor (ver. sos 1056-1106), con una intervención del Coro (vv. 1085- 1087). El Corifeo da paso a la plática entre Agamenón y Polimestor, el cual expone por extenso por qué babia cometido el crimen (vv. 1109-1182). El Corifeo precede y cierra (vv. 1183-1186 y 1238-1239) la exposición de Hécuba (vv. 1187-1237). Se abre aquí el diálogo final entre Aga. menón, Poilmestor y Hécuba (Vv. 1240-1292), en donde el tracio profetiza el destino de Hécuba y el de Agamenón. Éxooo (vv. 1293-1295). El Coro exhorta a las cautivas a mar- charse a las tiendas. ARGUMENTO5 Después del sitio de Ilión, los griegos arribaron al Quersoneso que está enfrente de la Tróade. Aquiles, aparecido de noche, exigía corno sacrificio una de las hijas de Príamo. Pues bien, los griegos, tratando de honrar al héroe, sacrificaron a Políxena tras arreba- társela a Hécuba. Poliméstor, rey de los tracios, dio muerte a Polidoro, uno de los Priámidas. Poliméstor lo había recibido de parte de Príamo en prenda de amistad junto con dinero. Tomada la ciudad, como quisiera quedarse con el dinero, se dispuso a matarlo y menospreció la amistad a la hora de la desgracia.

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Arrojado el cuerpo al mar, el oleaje lo echó fuera frente a las tiendas de las prisioneras. Hécuba, tras contemplar el cadáver, lo reconoció. Después de comu- nicar su resolución a Agamenón, hizo venir ante sí a Poliméstor con sus hijos, ocultándole lo ocurrido, como para ponerle al corriente de unos tesoros de Ilión. Cuando se presentaron, mató a los hijos y a él le privó de la vista. Hablando ante los griegos venció a su acusador. Se interpretó, en efecto, que ella no había dado comienzo a la crueldad, sino que se había defendido de quien la comenzó. 5 Argumento de fecha y autor desconocidos que aparece en los códices A, F, G, R, S, Sa. PERSONAJES ESPECTRO DE POLIDORO. HÉCUBA. CORO de cautivas. POLIXENA.

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ULISES. TALTIBIO. SERVIDORA. AGAMENóN. POLIMÉSTOR. 1~ ESPECTRO DE POLIDORO ‘.— He venido tras dejar la subterránea morada de los muertos y las puertas de la sombra, donde habita Hades apartado de los dioses; yo, Polidoro, que soy hijo de Hécuba, la de Ciseo, y de mi padre Príamo, el cual, cuando se cernió sobre la ciudad de los frigios el peligro de caer bajo la lanza 5 helena, me envió por temor, furtivamente, desde la tierra troyana hacia la casa de Poliméstor, su huésped tracio, que siembra esta riquísima llanura del Quer- soneso, gobernando con su lanza a un pueblo aficio- nado a los caballos. Mi padre mandó conmigo mucho io oro a escondidas, para que, si un día caían las mura- llas de Ilión, no tuvieran sus hijos vivos escasez de recursos. Era yo el más joven de los priámidas, y también por eso me envió fuera del país, pues no era capaz de llevar armadura ni lanza con mi joven brazo. Pues ís bien, mientras se mantenían en pie los mojones del país, estaban incólumes las torres de la tierra troyana, y mi hermano Héctor tenía éxito con la lanza, de hermosa manera crecía yo, ¡desdichado de mí!, como 20 un retoño, bajo sus cuidados, en la mansión del tracio huésped de mi padre. Pero cuando Troya y la vida de Héctor se perdieron y quedóse el hogar de mi padre demolido, y él mismo cayó junto al altar construido 1 Este personaje fantasmal aparece en lo alto, sostenido, tal vez, por la máquina al uso, especie de grúa utilizada para introducir a los dioses.

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302 TRAGEDIAS por los dioses 2, degollado por el asesino hijo de Aqui- 25 les, el huésped de mi padre •me asesinó a mí, ¡des- dichado!, por causa del oro, y, tras matarme, me echó a las olas del mar, para retener el áureo botín en su palacio. Yazgo unas veces tendido sobre la costa, otras veces en el reflujo marino, llevado de aquí para allá 30 por los muchos vaivenes de las olas, sin ser llorado, sin tumba. Ahora me dirijo hacia mi madre Hécuba, una vez que he abandonado mi cuerpo, flotando en lo alto por tercer día consecutivo ya, durante todo el tiempo que mi desdichada madre, que viene de 35 Troya, está en esta tierra del Quersoneso. Todos los aqueos, aquí junto a sus naves, están varados, inacti- vos, en la costa de esta tierra tracia, pues el hijo de Peleo, Aquiles, apareciéndose por encima de su tumba, ha retenido a todo el ejército heleno, cuando to dirigían ellos el remo marino hacia su casa. Reclama a mi hermana Políxena para recibirla como sacrificio grato para su tumba y como honor. Conseguirá eso, y no quedará sin regalo por parte de sus amigos. El destino conduce a mi hermana a morir en este día. 45 Mi madre verá ante ella cadáveres de dos hijos, el mio y el de mi desdichada hermana. Pues me apare- ceré para conseguir un sepulcro, ¡desgraciado de mí!, delante de sus pies de esclava, entre el oleaje. Pues so a los que tienen poder abajo les pedí obtener una tumba y caer en brazos de mi madre. Pues bien, mi tarea será conseguir cuanto quería. Me voy a retirar de la vieja Hécuba, pues he aquí que encamina su pie junto a la tienda de Agamenón, amedrentada de mi ss aparición. ¡Ay! ¡Oh madre que procediendo de un palacio real viste el día de la esclavitud! ¡Tanto mal 2 Apolo y Posidón habían construido las murallas de Troya para Laomedonte, padre de Priamo, que se negó a pagarles

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una vez concluida la obra, expulsándolos sin contemplaciones. HÉCUBA 303 sufres cuanto bien tuviste en 0tro tiempo! Un dios te aniquila contrapesando tu felicidad de antaño ~. HÉCUBA ~. — Conducid, oh hijas~ a esta anciana ante las tiendas, conducid sosteniéndola a la que es hoy 60 tan esclava como vosotras, troyanas~ pero fue antes reina. Cogedme, llevadme, acompañadme, levantadme sosteniéndome de mi vieja mano. Y yo, apoyándome en 65 el curvado bastón de mi mano, me apresurare a rea- lizar la marcha a paso lento de mis. miembros. ¡Oh relámpago de Zeus, oh noche tenebrosa! ¿Por qué en la noche me veo así en vilo a5altada por terrores 70 y espectros? ¡Oh venerable tierra, madre de los sueños de alas negras! Rechazo la visión nocturna que, sobre mi hijo que esta a salvo en Tracia y sobre mi hija 75 Políxena, [he visto] ~ en sueños, espantosa [visión he conocido] ~, he tenido. ¡Oh dioses infernales! ¡Salvad a mi hijo, el único so que, como anda de mi casa todavía, habita en la nivosa Tracia bajo los cuidados del huésped de su padre! ¿Ocurrirá algo nuevo? ¿Llegará un canto de gemidos a quienes gimen? Jamás mi corazón se agita, teme, 85 con tanta obstinación. ¿Dónde puedo ver el alma divina de Héleno y de Casandra 6, troyanas~ para que inter- preten mis sueños? Pues he vistO una cierva moteada, 90 La idea de que la divinidad, envidiosa de la excesiva for- tuna de los hombres, contrabalancea la felicidad con el dolor, está muy arraigada en el pensamientO griego arcaico. 4 Monodia de Hécuba, que entra lentamente. Este solo lírico introduce la nota dominante de su fisura patética: en su sole- dad se ve amenazada por funestos p~e5agios. La insistencia de Eurípides en el paso torpe de los viejos es frecuente (Bacan- tes 364-5, Andrómaca 747-8, Fenicias $41 y sigs.). Es un rasgo realista para subrayar su indefensión e inferioridad física. ~ Pasajes interpolados. 6 Heleno y Casandra, hijos de p~4amo y Hécuba, tenían el don de la profecia. Héleno se refugió en el Epiro. donde recibió a Eneas (Eneida III 345 y sigs.).

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304 TRAGEDIAS degollada por la sangrienta zarpa de un lobo, tras haberla arrancado de mi regazo por la fuerza. Y mí miedo es el siguiente. Ha aparecido sobre lo más alto de su túmulo el espectro de Aquiles. Exigía como 95 honor una de las muy sufridas troyanas. De mi hija, de la mía, apartad esto, espíritus divinos, os lo suplico. CORO. — Hécuba, me he apartado de prisa hacia íoo ti cuando he dejado las tiendas de mi señor, donde me sortearon y asignaron como esclava, expulsada de la ciudad de Ilión, cazada por los aqueos a punta de lanza, no para aliviarte en ninguno de tus sufrimien- íos tos, sino por traer en vilo el gran peso de una noticia, como un heraldo de dolores para ti, mujer. Pues en la reunión plenaria de los aqueos, se dice, ha parecido bien hacer de tu hija una víctima para Aquiles. Recuer- 110 das cuando, puesto en pie sobre su tumba, se mostró con sus armas de oro y detuvo las naves surcadoras del ponto que habían tensado las velas en los cabos, mientras gritaba esto: «¿Adónde os vais, dánaos, tís dejando ini tumba falta de honor?» La oleada de una gran discusión estalló de golpe, y la opinión mar- chaba dividida por el ejército de los helenos armado de lanza, porque a unos les parecía bien dar una 120 víctima para la tumba, pero a otros, no. Defendía con ardor el bien tuyo, por mantener su concubinato con la bacante adivina ~, Agamenón; mas los hijos de Teseo 8, retoños de Atenas, eran oradores de sendos Casandra fue asignada como cautiva a Agamenón en d reparto de las esclavas. Su carácter de adivina iba ligado a un estado de delirio profético, de donde el calificativo de .bacante., aunque tal don adivinatorio no le había sido otorgado por Dio-

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niso, sino por Apolo. Por cierto que Casandra no quiso entre- garse a Apolo (Agamenon 1202-1212), de quien había recibido la capacidad de predecir el futuro, por lo que fue castigada por el dios, de suerte que nadie creía lo que profetizaba. 8 Acamante y Demofonte, hijos de Teseo y Fedra. Menes- teo, que habla expulsado a Teseo del trono de Atenas, murió HÉCUBA 305 discursos, pero coincidían en una opinión: en coronar 125 la tumba de Aquiles con sangre joven. Dijeron también que el matrimonio de Casandra no lo antepondrían jamás a la lanza de Aquiles. El celo de los discursos 130 contrapuestos era igual en cierto modo, hasta que el astuto, bribón, de palabra dulce, adulador del pueblo, el hijo de Laertes, persuade al ejército a no des pre- ciar al más excelente de todos los dánaos por causa 135 de unas víctimas esclavas, y para que ninguno de los muertos, puesto en pie ante Perséfone, dijera que, desagradecidos los dánaos con los dánaos que habían muerto en defensa de los griegos, se marcharon de los 140 llanos de Troya. Vendrá Ulises, si es que no lo ha hecho ya, para arrancar a la potrilla9 de tus pechos y apartarla de tu anciana mano. Mas ve a los templos, ve a los altares, échate como suplicante de Agamenón, 145 ante sus rodillas, convoca a los dioses celestes y a los de bajo tierra. Pues, o las súplicas impedirán que tú seas privada de tu desdichada hija, o has de verla 150 caída sobre la tumba, a la muchacha empurpurada con su sangre, de la fuente de brillo negro que brote de su cuello portador de oro. HÉCUBA. — ¡Ay de ini, desdichada! ¿Qué he de excla- mar? ¿Qué son, qué gemido, desgraciada por mi des- íss graciada vejez, por mi esclavitud intolerable, inso por- table? ¡Ay de mi! ¿Quién me defiende? ¿Qué linaje? 160 ¿Qué ciudad? Se ha ido el anciano, se han ido mis hijos. ¿Por qué camino he de marchar? ¿Por ése o por aquél? ¿Hacía dónde echaré? ¿Dónde está como ayuda en la guerra de Troya. Entonces, a la vuelta de tal guerra, Acamante y Demofonte ocuparon el puesto de su padre. 9 La comparación de las jóvenes muchachas con animales jóvenes como yeguas, potrillas, terneras, etc., es muy frecuente en la poesía griega. Por otra parte, en el sueño de Hécuba se

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aludía a la joven como una ~‘cien’a~ (90). <Véase, más adelante, 205-6.) 306 TRAGEDIAS i~s alguno de los dioses o espíritus divinos? ¡Vosotras, portadoras de desgracias! ¡Oh troyanas que me habéis traído penas funestas¡ Me habéis matado, me habéis matado. Mi vida a la luz ya no es apetecible. ¡Oh 170 sufrido pie! Hazme de guía, haz de guía a esta anciana hacia esta tienda. ¡Oh criatura, oh hija de la madre más desdichada! Sal, sal de la vivienda, oye la voz 175 de tu madre, oh criatura, para que sepas qué tipo, qué tipo de rumor he oído sobre tu vida. POLÉXENA. — ¡Ay! Madre, madre, ¿qué gritas? ¿Qué novedad es la que me pregonas para espantarme de mi casa con este temor, como a un pájaro? 180 HÉCUBA. — ¡Ay de mí, hija! POLÍXENA. — ¿Por qué me dices palabras de mal augurio? Funesto presagio me parece. HÉCUBA. — ¡Ay, ay, por tu vida! POLÍXENA. — Habla. No lo ocultes por más tiempo. 185 Tengo miedo, tengo miedo, madre. ¿Por qué gimes? HÉCUBA. — ¡Oh hija, hija de una madre desdichada...! POLÍXENA. — ¿Qué es eso que vas a anunciar? HÉCUBA. — La opinión común de los argivos pre- i9o tende degollarte en honor del hijo de Peleo, delante de su tumba. POLIXENA. — ¡Ay de mi, madre! ¿Cómo pronuncias las más terribles de las desgracias? Indícamelo, mdi- camelo, madre. HÉCUBA. — Repito, hija, rumores de mal augurio. 195 Anuncian que por votación de los argivos se ha deci-

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dido sobre tu vida. POLÍXENA. —— ¡Oh tú que sufriste terriblemente! ¡Oh tú que lo has soportado todo! ¡Oh madre de vida infe- 200 hz! ¡Qué, qué ultraje odiosisimo e indecible ha susci- tado de nuevo contra ti una divinidad! Ya no conser- vas esta hija, ya no seré tu compañera de esclavitud, HÉCUBA 307 desgraciada de mí, de una anciana desgraciada. Pues 205 a mi, cachorro tuyo, como a ternera criada en la mori- taña, ¡infeliz de ti!, infeliz me verás arrancada de t~< mano y con la garganta cortada, llevada a Hades bajo las tinieblas de la tierra, donde en compañía de los muertos yaceré infeliz. Lloro, madre, por ti, desdicha- 210 da, con cantos fúnebres llenos de lamentos; pero no deploro mi vida, ultraje y afrenta, sino que para nzi morir es una suerte mejor. 215 CoRxr~o. — He aquí que llega Ulises a paso ligero, Hécuba, para indicarte alguna nueva noticia. ULISES. — Mujer, creo que tú conoces la intención del ejército y la votación que se ha efectuado, pero, sin embargo, te lo contaré. Ha parecido bien a los 220 aqueos degollar a tu hija Políxena junto al empinado túmulo del sepulcro de Aquiles. Me ordenan ser escolta y conductor de la muchacha. Como director y sacer- dote de este sacrificio se erigió el hijo de Aquiles. ¿Sabes, pues, lo que has de hacer? Procura no ser 225 apartada por la violencia y no entables conmigo uxi forcejeo personal. Reconoce tu fuerza y. la inminencia de tus desgracias. Cosa sabia es, incluso en medio de las desgracias, pensar lo que se debe. HÉCUBA. — ¡Ay, ay! Se ha presentado, según parece, 230 una vasta agonía, colmada de gemidos y no vacía de lágrimas. Yo, desde luego, no he muerto cuando debía morir, ni Zeus me eliminó, sino que me da vida, para que vea yo, la infeliz, otras desgracias mayores que las desgracias pasadas. Si les es posible a los esclavos preguntar a los libres cosas sin que molesten y laceren 235 sus corazones, necesario es que tú hables y que nos- otros, que preguntamos, te escuchemos. ULISES. — Es posible, pregunta. Pues no escatimo el tiempo.

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308 TRAGEDIAS HÉCUBA. — ¿Recuerdas cuando viniste como espía 240 de Ilión ¡O, deforme con andrajos y te goteaban por la barba hilillos de sangre de tus ojos? ULIsES. — Lo recuerdo. Pues me sentí herido en lo hondo del corazón. HÉCUBA. — ¿Y que Helena te reconoció y me lo dijo a mí sola? ULIsEs. — Me acuerdo de que llegué a un gran peligro. 245 HÉCUBA. — ¿Y que, con gesto humilde, tocaste mis rodillas? “. ULISES. — Hasta el extremo de que mi mano se murió en tu peplo. HÉCUBA. — ¿Te salvé, entonces, y te envié fuera del país? ULISES. — Por eso puedo ver esta luz del sol. HÉCuBA. — ¿Qué dijiste entonces, siendo esclavo mío? 250 ULIsES. — Invenciones de muchas palabras, con tal de no morir. HÉCUBA. — ¿Y no te envileces, entonces, con estas decisiones, tú que reconoces haber recibido de mí un trato tal como lo recibiste, y que en nada nos haces bien, sino daño en cuanto puedes? Desagradecido es 255 vuestro linaje, todos cuantos envidiáis los cargos de hablar en público. Ojalá no me fuerais conocidos vos- otros, los que no os preocupáis de causar daños a los lO Ulises y Diomedes entraron de noche en Troya para apo- derarse del Paladio. Ulises iba disfrazado de mendigo, pero fue

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reconocido por Helena, que, según algunos, lejos de haberlo denunciado, le ayudó a realizar su intento. II El suplicante se encuentra bajo el amparo de Zeus apa- trono de los suplicantes. (hiket~sios). Se postra ante la per- sona de quien trata de conseguir algo y efectúa una serie de gestos rituales: tocar las rodillas, la mano, las mejillas, la barba del dios o mortal que ha de otorgar el favor. L HÉCUBA 309 amigos, cuando decís algo por halago a los más. Mas, ¿qué artificio es ese en que pensaban cuando decidie- ron la pena de muerte contra esta niña? ¿Acaso los 260 indujo la necesidad de degollar una persona junto a la tumba, donde más bien conviene sacrificar bue- yes? Ilbis~ ¿O es que Aquiles, queriendo matar a su vez a quienes lo mataron, reclama con justicia la muerte contra ella? Mas, ésta al menos, ningún mal le ha cau- sado. Sería preciso que él reclamara a Helena como 265 víctima para su tumba, pues ella lo perdió y lo con- duce hacia Troya. Y si era necesario que de las pri- sioneras muriera una elegida y sobresaliente por su belleza, eso no es cosa nuestra; que la hija de Tindá- reo es muy distinguida por su figura y se evidenció 270 que ella había cometido no menos injusticia que nos- otros. A tu justicia respondo este razonamiento. Lo que tú debes pagarme a cambio al pedírtelo, escúchalo. Cogiste mi mano, como afirmas, y postrándote tocaste esta vieja mejilla. Yo te toco a mi vez la cara y la 275 mano, y te pido la gracia de entonces y te suplico: que no separes de mis brazos a mi hija, ni la matéis. Basta con los que están muertos. Con ella estoy con- tenta y me olvido de mis desgracias. Ella, a cambio 280 de muchas cosas, es para mí alivio, ciudad, nodriza, bastón, guía del camino. Preciso es que los que man- dan no manden lo que no se debe, y que cuando son Ilbis Los sacrificios humanos aparecen en varias tragedias de Euripides: Los Heraclidas, Las Fenicias, Ifigenia en Aulide, etcétera. En la Ilíada (XXIII 175) se deguella en honor de Patroclo, junto a su pira, a doce prisioneros troyanos. Es pro- b~ble que con el sacrificio de Polixena se pretendiera enviar una concubina o criada al difunto Aquiles. En época histórica

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los sacrificios humanos se vieron sustituidos por la inmolación de animales —corderos, ovejas, vacas, bueyes, cerdos, cabras, etcétera—. Cada divinidad tenía sus preferencias. Había ritos diversos, según se tratara de un dios uranio (celeste> o ctónico (subterráneo). J 310 TRAGEDIAS afortunados, no crean que siempre lo han de pasar bien. Pues también yo lo fui antaño, pero ahora ya 285 no existo: un día me quitó toda la felicidad. Mas, ¡ea, oh querida barba 12, respétame, ten piedad! Ve al ejér- cito griego y disuádelo: que es odioso matar a unas 290 mujeres que no matasteis antes al arrancarlas de los altares, sino que las compadecisteis. Una ley igual hay entre vosotros, tanto para libres como esclavos, a propósito del crimen de sangre 13~ Tu reputación, aun- que se critique, les convencerá. Pues un razonamiento 295 que procede de gente sin fama y el mismo, pero que viene de gente famosa, no tienen igual fuerza. CORIFEO. — No existe una naturaleza humana tan dura que, al oír tus gemidos y el canto fúnebre de tus largos lamentos, no derrame lágrimas. 300 ULISES. — Hécuba, atiende y, por tu ira, no hagas hostil a tu corazón a quien bien te habla. Yo, tu vida, por la que logré entonces, estoy dispuesto a protegerla y no digo otra cosa. Pero lo que dije ante todos no 305 lo voy a negar: tomada Troya, ofrecer tu hija al pri- mer hombre del ejército, como sacrificio para quien nos lo exige. Pues las más de las ciudades sufren con esto: cuando un varón, aun siendo valiente y esfor- zado, no obtiene nada más que los que son peores. ~.

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12 Al tiempo que le acaricia la barba. Tales perifrasis para referirse a toda la persona mencionando la parte por el todo o el todo por la parte —sinécdoque— son corrientes en poesía: cf. Edipo en Colono 1657; Edipo Rey 1, 40, 899, 915; Fedro 264 a. 13 En Atenas la ley protegía a los esclavos de todo ultraje o violencia. El mismo delito constituía la muerte de un libre que la de un esclavo, según podemos leer en DEMOSTENES, Contra Midias 46. La situación era bien distinta en Esparía, donde los esclavos, denominados hilotas, se sublevaron en el año 464 tras un enorme terremoto, a la desesperada. 14 Piénsese en la dolida queja que profiere Aquiles ante Agamenón, quien, esforzándose menos, consigue una recompen- sa mayor (Ilíada 1 167-168). HÉCUBA 311 Para nosotros, Aquiles es digno de honra, mujer, por 310 haber muerto en defensa de la Hélade del modo más hermoso para un varón. ¿No es vergonzoso, por tanto, que mientras él ve la luz lo consideremos amigo, pero que, cuando ha muerto, ya no lo consideremos? Bien, ¿qué dirá, entonces, uno, si se anuncia de nuevo una reunión del ejército y un combate contra los enemi- gos? ¿Lucharemos o amaremos la vida ~ al ver que el 315 muerto no ha sido honrado? Y, además, a mí, al me- nos, mientras vivo, aunque tenga poco cada día, todo me bastaría; pero quisiera que mi tumba se viera 320 respetada. Pues el agradecimiento debe durar largo tiempo. Y si afirmas que sufres cosas lamentables, escúchame a tu vez esto. Hay entre nosotros ancianas y ancianos no menos desgraciados que tú, y jóvenes esposas privadas de sus muy valientes maridos, cuyos 325 cuerpos los cubre este polvo del Ida. Soporta esas cosas. Nosotros, si tenemos la perversa costumbre de honrar al valiente, seremos castigados por tal estupi- dez. Vosotros, los bárbaros, no consideréis amigos a los amigos, ni admiréis a los que han muerto de forma hermosa, para que la Hélade sea afortunada y 330 vosotros, en cambio, tengáis lo que corresponde a vuestras asechanzas. CORIFEO. — ¡Ay, ay! ¡Qué mala es siempre por natu- raleza la esclavitud, y cómo soporta lo que no debe, sometida por la fuerza!

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HÉcuBA. — ¡Oh hija! Mis palabras se han ido al éter arrojadas en vano por evitar tu muerte. Pero 335 tú, si en algo tienes una influencia mayor que tu ma- dre, date prisa en emitir todos los sonidos, como boca de ruiseñor, para no ser privada de tu vida. Póstrate 15 La expresión griega philopsykhein significa literalmente «amar la vida., y de ahí «preferir la vida al honor., «portarse como un cobarde» evitando el mortífero combate. 312 TRAGEDIAS en plan conmovedor ante las rodillas de Ulises, aquí a.~o presente, y persuádelo —tienes un buen motivo: que también él tiene hijos— de modo que podría compa- decerse de tu suerte. POLIXENA. — Veo, Ulises, que ocultas la mano dere- cha bajo el vestido y que giras el rostro hacia atrás, ~s para que no te toque la barbilla, ¡ánimo! Has esca- pado de Zeus que me asiste como patrono de los supli- cantes. Porque te voy a seguir de acuerdo con la necesidad, y porque deseo morir. Si no quiero, resul- taré cobarde y mujer amante de mi vida ¡6~ Pues, ¿por 350 qué debo vivir yo? Mi padre fue rey de todos los fri- gios. ~se fue el principio de mi vida. Después fui criada cQn hermosas esperanzas como novia de reyes, ocasionando una envidia no pequeña por mi boda: ¿de quién sería la casa y el hogar al que yo fuera a parar? Yo era señora, desgraciada de mí, de las mujeres 355 del Ida, y objeto de admiración entre las muchachás, semejante a los dioses, a excepción sólo del morir. Y ahora soy esclava. En primer lugar, el nombre, por no serme habitual, me pone ya en trance de desear

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morir. Después, encontraría yo, quizá, las decisiones 360 de un amo cruel, el cual, cualquiera que sea, me com- prará por dinero, como hermana de Héctor y de otros muchos, y, tras imponerme la obligación de hacer el pan doméstico, me obligará a barrer la casa y a aten- der las lanzaderas l6bis, mientras llevo una triste exis- 365 tencia. Un esclavo comprado donde sea ensuciará mi cama, considerada antes digna de reyes. ¡Desde luego, que no! Aparto de mis ojos libres esta luz, entre- gando mi cuerpo a Hades. Llévame, pues, Ulises, y 16 Políxena utiliza el adjetivo philópsykhos, del que acaba mas dc ver su significado. lObis Utensilio en donde va colocado el carrete del hilo con que en los telares se pasa el de la trama de un lado a Otro por encima y por debajo de los de la urdimbre. HÉCUBA 313 mátame cuando me lleves. Pues no veo junto a nos- 370 otras motivo de esperanza ni de confianza en la posi- bilidad de que yo sea feliz en alguna ocasión. Madre. tú no seas en nada un obstáculo para nosotros, ni de palabra ni de obra. Exhórtame a morir antes de encontrar un trato vergonzoso en desacuerdo con mi dignidad. Pues quien no tiene costumbre de probar 375 los males, los soporta, pero le duele poner su cuello en el yugo. Yo sería más feliz muriendo que viviendo. Que el vivir sin nobleza es gran sufrimiento. CORIFEO. — Un sello admirable y distinguido es entre los mortales proceder de padres nobles, y el 380 nombre del buen linaje va a más en quienes lo me- recen. HÉCUBA. — Has hablado con nobleza, hija, pero a la nobleza la acompaña el dolor. Si es necesario que se efectúe una acción de gracias en provecho del hijo de Peleo y que vosotros, Ulises, evitéis el reproche, no 385 matéis a ésta, sino llevadme a mí hasta la pira de Aquiles y clavadme el aguijón: no me tengáis mira- mientos. Yo di a luz a Paris, el cual mató al hijo de Tetis disparándole sus dardos. ULISES. — El espectro de Aquiles no exigió que los aqueos te mataran a ti, oh anciana, sino a ésta. 390 HÉCUBA. — Pero vosotros matadme a mí con mi hija,

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y dos veces más libación de sangre habrá para la tierra y para el muerto que lo pide. ULISES. — Suficiente es la muerte de tu hija. No hay que añadir una muerte a otra. ¡Ojalá no tuviéramos 395 ni siquiera necesidad de ésta! HÉcUBA. — Es muy necesario que yo muera con mi hija. ULISES. — ¿Cómo? Pues no sé que yo tenga amos 17~ 17 Respuesta irónica de Ulises, que subraya la crueldad de la situación: Hécuba es ahora sólo una esclava, y es inútil que intente darle órdenes. 314 TRAGEDIAS HÉcUBA. — Como hiedra de una encina, así me ca- geré de ésta. ULISES. — No, si haces caso a gentes más pruden- tes que tú. 400 HÉcUBA. — Que no me soltaré voluntaria de esta hija. ULiSES. — Pues yo tampoco me voy a ir dejando a ésta aquí. POLIXENA. — Madre, hazme caso. Tú, hijo de Laertes, perdona a mi madre que está irritada con razón. Y tú, 405 oh desdichada, no luches con los poderosos. ¿Quieres caer al suelo, que desgarren tu viejo cuerpo al apar- tarte por la fuerza, y perder la compostura al ser arrastrada por un brazo joven, cosas que sufrirás? Tú, por lo menos, no. Pues no vale la pena. ¡Ea, oh 410 mi querida madre, dame tu dulcísima mano y aprieta tu mejilla con mi mejilla! Que nunca más veré los rayos ni el círculo del sol, sino que ahora es mi última ocasión. Recibes ya mis saludos de despedida. ¡Oh

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madre! ¡Oh tú que me diste a luz! Ya me voy a ir abajo. 415 HÉCUBA. — ¡Oh hija! Yo seré esclava a la luz del sol. POLIXENA. — Sin marido, sin canto nupcial, todo aquello que yo esperaba alcanzar. HÉCUBA. — Lamentable tú, hija, y desgraciada mu- jer yo. POLIXENA. — Allí en Hades yaceré, separada de ti. HÉCUBA. — ¡Ay de mí! ¿Qué he de hacer? ¿Adónde iré a terminar mi vida? 420 POLIXENA. — Como esclava moriré, aun siendo hija de padre libre. HÉCUBA. — Y yo falta de mis cincuenta hijos. POLIXENA. — ¿Qué he de decir a Héctor o a tu an- ciano esposo? HÉCUBA 315 HÉCUBA. — Anúnciales que yo soy la más desgra- ciada de todas. POLIXENA. — ¡Oh pecho y senos que me criaron con dulzura! HÉCUBA. — ¡Oh hija, qué destino tan intempestivo 425 y desdichado! POLIXENA. — ¡Sé feliz, madre! ¡Sé feliz, Casandra... HÉCUBA. — Otros serán felices ‘~, pero para tu madre eso no es posible. POLIIXENA. — .. .y Polidoro, mi hermano que está en- tre los tracios aficionados a los caballos! HÉCUBA. — Si es que está vivo. Pero desconfío. Tan desdichada soy en todo. POLIXENA. — Vive, y, cuando mueras, cerrará tus 430 ojos. HÉCUBA. — A causa de mis desgracias muerta estoy antes de morir. POLIXENA. — Llévame, Ulises, tras cubrirme la cabe- za con un peplo 19: que antes de ser degollada tengo derretido el corazón con los cantos fúnebres de mi madre, y a ella se lo derrito con mis gemidos. ¡Oh 435 luz! Aún me es lícito pronunciar tu nombre, pero en nada más me correspondes, salvo durante el tiempo en que marcho entre la espada y la pira de Aquiles. HÉCUBA. — ¡Ay de mí! Me desmayo.. Mis miembros se

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aflojan. ¡Oh hija! Abraza a tu madre, extiende la mano, dámela. No me dejes sin hijos. He perecido, amigas 440 mías... ¡Ojalá vea yo así a la espartana Helena her- mana de los dos Dioscuros! Pues con sus bellos ojos cautivó ~ del modo más vergonzoso a Troya la infeliz. 18 Juego de palabras traducible a medias. Khaire «Sé feliz«, «Alégrate>. Es la forma usual del griego para saludar y des- pedirse. 19 Para ocultar el llanto. Sobre ese gesto hay bastantes re- presentaciones. ~ Juego etimológico entre el nombre de Helena «conquis- 316 TRAGEDIAS CoRo. Estrofa. 445 Brisa, brisa marina, que transportas sobre el oleaje del mar las rápidas naves surcadoras del ponto. ¿Adónde me vas a llevar, desdichada de mi? ¿En pose- sión de quién llegaré como esclava conquistada para 450 5U casa? ¿Acaso a un puerto de la tierra doria, o de la de Ptía, donde dicen que el padre de las aguas más hermosas, el Apídano ~bis, fertiliza los campos? Antistrofa. 455 ¿Acaso a uno de las islas, llevada, desdichada de mí, por el remo que bate el mar, pasando una vida lamentable en casa, donde la palmera primera en 460 nacer y el laurel ofrecieron a la amada Leto sus ramas sagradas, ornato del parto de los hijos de Zeus 21, y con 465 las muchachas delias celebraré la dorada diadema y el arco de la diosa Ártemis? Estrofa. ¿O acaso en la ciudad de Palas Atenea, la de her-

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moso carro, habré de uncir potros en un peplo aza- 470 franado, bordándolos en artísticos tejidos de flor de azafrán, o el linaje de los Titanes, al que Zeus Cronida dio eterno descanso con su llama rodeada de fuego? ~. tadora, destructora de naves» y heile (del verbo ha,reó) «con- quistó, cautivó.. ~bis Río de Tesalia. 21 Apolo y Artemis, hijos gemelos de Zeus y Leto. Cuando ésta iba a darlos a luz, el único sitio que se ofreció a darle amparo fue la isla de Delos, errante hasta entonces, fija a partir de tal momento. Nadie quería acogerla por miedo a la ira de Hera, esposa legítima de Zeus. En cuanto a la alusión a Delos se ha entendido como un dato precioso para fechar esta tragedia. (Ver lo dicho a propósito de la fecha.) 22 En la fiesta de las Grandes Panateneas, que se celebraba cada cuatro años y duraba cuatro días, tenía lugar una gran procesión, representada en los mármoles del friso del Partenón, L HÉCUBA 317 Antistrofa. ¡Ay de mí, y de mis hijos! ¡Ay de mí, y de mis 475 padres y mi tierra que está abatida entre el humo, quemada, botín de guerra de los argivos! Yo en tierra extranjera ya soy llamada esclava, tras dejar Asia, 480 recibiendo a cambio la morada de Europa, aposento de Hades ~. TALTIBIO. — Mujeres troyanas. ¿Dónde podría encon- trar a Hécuba, la que en otro tiempo fue reina de 485 Troya? CORIFEO. — Ahí yace cerca de ti con la espalda en tierra, encerrada en su peplo. TALTIBIO. — ¡Oh Zeus! ¿Qué he de decir? ¿Acaso que tú miras a los hombres, o que, sin motivo, tienen en vano esa creencia [falsa, pensando que existe el 490 linaje de las divinidades] 24, y el azar se ocupa de todo lo de los hombres? ¿No es ésta la reina de los frigios ricos en oro? ¿No es ésta la esposa de Príamo el muy afortunado? Y ahora su ciudad entera está destruida por la lanza, y ella yace como vieja esclava sin hijos, 495 revolviendo con el polvo su desdichada cabeza. ¡Ay, ay! Viejo soy, pero, sin embargo, que me sea dado

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morir antes de caer en una desgracia humillante. Levanta, oh anciana, y alza arriba tu costado y tu 500 cabeza toda blanca. que salía del Cerámico, atravesaba Atenas y acababa en la Acrópolis, y tenía por finalidad llevarle a la diosa Atenea, patrona de la ciudad, un peplo bordado por las jóvenes de la ciudad, con el que se envolvía la estatua de la diosa. Entre los motivos que las doncellas bordaban se contaba la Titanoma- quia, lucha de Zeus contra los Titanes. 23 Podría entenderse también como: »recibiendo... un tálamo a cambio de Hades.. 24 Se trata, al parecer, de una interpolación. Introduciría la duda sobre la existencia de los dioses. Muchos de estos comentarios marginales, cuya finalidad era explicar el texto, terminaron por incorporarse en él. 318 TRAGEDIAS HÉCUBA. — ¡Eh! ¿Quién es éste que no permite a mi cuerpo estar echado? ¿Por qué me mueves, quien- quiera que seas, al yerme afligida? TALTIBIo. — He venido yo, Taltibio, servidor de los dánaos, porque me ha enviado Agamenón, oh mujer. 305 HÉCUBA. — ¡Oh amigo mío! ¿Acaso has venido por- que los aqueos han resuelto degollarme a mí también sobre el sepulcro? Qué gratas nuevas dirías. Apresuré- monos, corramos. Guiame tú, anciano. TALTIBIo. — He venido en pos de ti, mujer, para que sio entierres a tu hija muerta. Me envían los dos Atridas y el ejército aqueo. HÉCUBA. — ¡Ay de mi! ¿Qué vas a decir? ¿Que no has venido en busca mía para que yo muera, sino para anunciarme males? Muerta estás, oh hija, después de

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haber sido arrebatada a tu madre. Y yo sin hijos, por 515 lo que a ti hace. ¡Oh desgraciada de mí! ¿Cómo la rematasteis? ¿Acaso respetándola? ¿O es que, anciano, llegasteis hasta la crueldad de matarla como enemiga? Dime, aunque no vayas a describir cosas gratas. TALTIBIO. — Dobles lágrimas quieres que yo obtenga, mujer, por compasión hacia tu hija. Pues, ahora, al 520 contarte las desgracias, humedeceré estos ojos, como junto a la tumba, cuando ella murió. Estaba presente toda la multitud en pleno del ejército aqueo ante el túmulo para asistir al sacrificio de tu hija. El hijo de Aquiles, habiendo cogido de la mano a Políxena, la puso en lo más alto del túmulo, y yo estaba cerca. 525 Escogidos y distinguidos jóvenes de los aqueos se- guían, para impedir con sus manos los saltos de la ternera 24~~ Tras coger entre sus manos una copa llena, toda de oro, el hijo de Aquiles alza con su mano liba- ciones en honor de su padre muerto. Me hace señas 530 para que pregone silencio a todo el ejército de los 24» Ver nota 9. L HÉCUBA 319 aqueos. Y yo, colocándome en medio, dije lo siguien- te: «Callad, aqueos. Que esté en silencio todo el ejér- cito. ¡Callad! ¡Silencio!» Puse en calma a la multitud. Y él dijo: «¡Oh hijo de Peleo, padre mío! Acéptame 535 estas libaciones propiciatorias que atraen a los muer- tos. Ven, para que bebas la negra y pura sangre de la muchacha, sangre que te regalaremos el ejército y yo. Sé propicio para nosotros y concédenos soltar las popas y los frenos de las naves y volver todos a la 540 patria consiguiendo un regreso propicio desde Troya.» Eso dijo él y todo el ejército lo coreó. Y, luego, co- giendo por la empuñadura la espada dorada por am- bos lados, la sacó de la vaina y les hizo señas a los 545 jóvenes escogidos del ejército de los aqueos para que sujetaran a la doncella. Ella, en cuanto lo comprendió, exclamó las siguientes palabras: « ¡Oh argivos que destruisteis mi ciudad! Moriré voluntaria. Que nadie toque mi cuerpo, pues ofreceré mi cuello con corazón bien dispuesto. Matadme, pero dejadme libre, para que sso

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muera libre, por los dioses. Pues, siendo una princesa, siento verguenza de que se me llame esclaya entre los muertos.>’ El ejército lo aprobó con estruendo, y el rey Agamenón dijo a los jóvenes que soltaran a la doncella. Y ellos la soltaron tan pronto como oyeron sss la última palabra de quien era, precisamente, el máxi- mo poder. Y una vez que ella escuchó esta orden de mi señor, cogiendo el peplo lo rompió desde lo alto de la espalda hasta la mitad del costado, junto al ombligo, mostró los senos y el pecho hermosísimo, s60 como de estatua, y poniendo en tierra la rodilla dijo las palabras más valientes de todas: «Mira: golpea aquí, si es que deseas, oh joven, golpear mi pecho, y si quieres en la base del cuello, dispuesta está aquí 565 mi garganta.» Y él, queriendo y no queriendo por compasión a la muchacha, le corta con el hierro los pasos del aire. 320 TRAGEDIAS Salían chorros. Y ella, aun muriéndose, sin embargo, tenía mucho cuidado para caer de buena postura, sro ocultando lo que hay que ocultar a la mirada de los varones. Una vez que exhaló el aliento por la herida mortal, ningún aqueo tenía idéntica ocupación, sino que, de entre ellos, unos cubrían a la muerta con hojas traídas en sus manos, otros completaban una 575 pira trayendo ramas de pino; y el que no traía era criticado de la siguiente manera por el que traía: «¿Te estás quieto, oh malvadísimo, sin tener en tus manos un peplo ni un adorno en honor de la joven? ¿No vas a ir a dar algo para la en extremo animosa 580 y extraordinaria de alma?’> Mientras digo tales cosas

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sobre tu hija muerta, te miro como la de mejores hijos entre todas las mujeres y la más desgraciada. CoRIFEo. — Como sufrimiento espantoso comenzó a hervir contra los priámidas y contra mi ciudad esta fatalidad divina. 585 HÉcUBA. — ¡Oh hija! No sé a cuál de los males he de mirar, porque muchos hay presentes. Pues si toco uno, este no me deja, y, a su vez, desde allí me recIa- m’a otra tristeza que suplanta unas desdichas con otras 590 desdichas. Y, ahora, yo no podría borrar de mi mente tu sufrimiento hasta el punto de no gemir. Pero me has impedido hacerlo en exceso porque, según me anuncian, te has mostrado noble. ¿No es extraño que una tierra mala, si consigue una oportunidad de parte 595 de un dios, produzca perfectamente espiga, y una bue- na, si no consigue lo que le es preciso obtener, dé mal fruto; y, en cambio, entre los hombres el malvado no sea otra cosa que malo, y el bueno, bueno, y que no corrompa su natural ni siquiera por obra de la desgracia, sino que sea siempre noble? ¿Acaso difieren 600 los progenitores, o las crianzas? Sin embargo, el ser educado correctamente comporta, al menos en cierto sentido, una enseñanza de lo bueno. Si uno aprende HÉCUBA 321 bien eso, conoce lo deshonroso porque lo ha apren- dido con la regla de lo bueno. Aun en eso, mi razón de nuevo se ha disparado en vano 24bis Tú ve e indícales a los argivos que a mi hija nadie 605 la toque, sino que se retire la multitud. En un ejército innumerable una multitud sin freno y una anarquía de los marineros son más potentes que el fuego, y resulta cobarde el que no hace algo malo. Y tú, anti- gua esclava, coge una vasija, métela en el agua del 610 mar y tráela aquí, para que con la última lustración lave yo a mi hija, desposada sin esposo y doncella sin doncellez, y la exponga u... —¿Como ella merece? ¿De dónde? No podría yo hacerlo. Mas, con lo que tengo. Pues, ¿qué me puede ocurrir?—. Voy a recoger el ador- 615 no mendigando a las cautivas que como compañeras mías viven dentro de esta tienda, por si alguna, pasan- do inadvertida a sus dueños recientes, retiene alguna reliquia del robo de su propia casa. ¡Oh gloria de mi

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casa! ¡Oh palacio antaño feliz! ¡Oh tú que tenias tan- 620 tísimas cosas muy hermosas, Priamo, el mejor de los padres, y yo, aquí todavía, anciana madre de tus hijos! ¡Cómo hemos llegado a la nada privados de nuestro orgullo de antes! Y luego nos ufanamos, uno, de estar en rico palacio, otro, de ser llamado honorable entre 625 los ciudadanos. Pero esas cosas no son nada, simple- mente deseos de la mente y jactancias de la lengua. El más feliz es aquel a quien de día en día no le ocurre ningún mal. 24bis Es de destacar la intempestiva tendencia racionalista de Hécuba. Aquí, a propósito del tópico enfrentamiento entre la ph~sis (= naturaleza) y la didaxis, trophaf (= educación). ~ Se lavaba cuidadosamente el cadáver y se le aplicaban unguentos para evitar su descomposición durante la próthesis, exposición del muerto, que duraba uno o más dias, según la Lategora del fallecido. (La de Aquiles duró 17 días, cf. Odisea XXIV 63-4.) Normalmente, el día siguiente al de la exposición tenía lugar, al amanecer, la ekphorá (= cortejo fúnebre>. Por 1 322 TRAGEDIAS CORO. Estrofa. 630 A mí me estaba amenazando la desgracia, a mí me estaba amenazando el sufrimiento, desde el día en que Alejandro cortó la madera de abeto del Ida, para 635 enviar una nave por el oleaje marino hacia el lecho de Helena, la más hermosa que ilumina Helio, el de áurea luz. Antistrofa. 640 Fatigas, en efecto, y angustias más fuertes que las

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fatigas giran en círculo, y un daño común, surgido de una locura privada, ha llegado funesto a la tierra del Simunte, y una desgracia se desprende de otras. Se 645 resolvió la discordia que el muchacho boyero deci- diera en el Ida entre tres hijas de los felices dioses 26, Epodo. 650 para guerra, crimen y ultraje de mi palacio. Gime también en torno al Euro tas de hermosa corriente una muchacha laconia muy llorosa en su hogar, y una ma- 655 dre, por sus hijos muertos, se lleva la mano a su cana cabeza y se araña la mejilla, ensangrentándose las uñas con los desgarrones. último se inhumaba o cremaba el cadáver, mientras se le of re- cían libaciones de vino y aceite. ~ Hay aquí una alusión al famoso juicio de Paris (r Ale- jandro), hijo de Príamo y Hécuba, que había sido entregado por sus padres, recién nacido, a un criado para que lo aban- donara en el monte Ida. Allí lo visitaron cuando ya era adulto las tres diosas, Hera, Afrodita y Atenea, que se dispu- taban la manzana de la discordia, arrojada por Eris (r La Discordia) en la boda de Tetis y Peleo, padres de Aquiles. Como, según algunos, en tal manzana había una inscripción que la otorgaba a la más hermosa, cada una de las diosas le ofrecía a Paris un don tratando de sobornarlo y obtener el codiciado premio. Paris dio la manzana a Afrodita, que le pro- metió darle por esposa a Helena, la más hermosa de las mujeres. 1. HÉCUBA 323 SERVIDORA. — Mujeres, ¿dónde está Hécuba, la muy desgraciada, la que ha vencido en male5 a cuaiquier hombre y al sexo femenino? Nadie le disputará la 660 corona. CORIFEO. — ¿Y qué? ¡Oh infeliz, con ~ grito de mal augurio! Que nunca duermen tus triste5 proclamas. SERVIDORA. — A Hécuba le traigo ester dolor. En la desgracia no les es fácil a los hombres que hable la boca con buen augurio. CORIFEO. — He aquí a esta que cruza ante la casa, 665 y que aparece en momento oportuno p~ira tus pala- bras.

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SERVIDORA. — ¡Oh infeliz del todo y a1~’ maS de lo que digo! Señora, perdida estás y ya no existes, aun- que mires la luz, sin hijos, sin marido’ sin ciudad, del todo destruida. HÉCUBA. — No has dicho nada nuevo y has reprO- 670 chado a quienes lo saben. Mas ¿por qué vienes trayén- dome este cadaver de Polixena, cuyo sep0lcro se anun- ció que era preparado con celo por las ni~nos de todos los aqueos? SERVIDORA. — Ésta no sabe nada, sino que me ento- na un canto fúnebre por Políxena, y no comprende la 675 nueva desgracia. HÉCUBA. — ¡Ay de mí, infeliz que 5oy! ¿Es que traes acá la báquica ~ cabeza de la adivifla Casandra? SERVIDORA. — Has mencionado a quien vive, y, en cambio, no gimes por este muerto. Mas mira atenta- mente el cuerpo desnudo del cadáver, acaso te pare- 680 cerá asombroso y contra lo esperado. HÉcUBA. — ¡Ay de mí! Veo ya muerto a mi hijo, a Polidoro, a quien un tracio lo protegía en su palacio. Z7 Se refiere al cadáver de Polidoro, transportado a su lado por algún 01ro servidor. a Ver nota 7. 324 TRAGEDIAS Me he perdido, ¡desgraciada de mi!, y ya no existo. 685 ¡Oh hijo, hijo! ¡Ay, ay! Comienzo un compás báquico 29, recién informada de mis desgracias por un espíritu maligno. SERVIDORA. — ¿Has conocido, por tanto, la desgracia de tu hijo, oh desgraciada de ti? HÉCUBA. — Veo cosas increíbles, nuevas, nuevas.

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690 Unos males suceden después de otros males. Nunca me alcanzará un día sin sollozos, sin llanto. CORIFEO. — Terribles, terribles males nos ocurren, oh infeliz. 695 HÉcUBA. — ¡Oh hijo, hijo de una madre infeliz! ¿Con qué fatalidad mueres? ¿Con qué destino yaces? ¿A ma- nos de qué hombre? SERVIDORA. — No lo sé. Pues lo encontré en la orilla del mar. HÉCUBA. — ¿Expulsado o caído bajo una lanza ase- 700 sina, sobre la lisa arena? SERVIDORA. — El oleaje marino lo sacó del mar. HÉCUBA. — ¡Ay de mi! ¡Ay, ay! He comprendido la 705 ensoñada visión de mis ojos —no se me pasó el espec- tro de negras alas—, la que yo vi en torno a ti, oh hijo, que ya no estabas en la luz de Zeus. CORIFEO. — ¿Quién lo mató, pues? ¿Sabes explicarlo cual intérprete de tu sueño? 710 HÉCuBA. — Mi huésped, el mío, el caballero tracio, allí donde su anciano padre, ocultándolo, lo depositó ~. 29 Es decir, delirante, en un paroxismo de dolor. La agita- ción de Hécuba se refleja, en el texto griego, en la métrica. Se usa el verso docmfaco, adecuado a estos momentos de intensa agitación. Los lamentos líricos se mezclan con el re- citado. 30 Uno de los atributos de Zeus era el de xénios, protector de los huéspedes, de los forasteros. La inviolabilidad del aco- gido en casa era norma común en toda Grecia. Basta recordar Las Suplicantes de EsQUILo. Por otra parte, era proverbial la crueldad de los tracios. (Ver TucflnDes, VII 29.) Se les reclu- 1 1 HÉCUBA 325 CORIFEO. — ¡Ay de mí! ¿Que vas a decir? ¿Para poseer el oro al matarlo? HÉCUBA. — Cosas increíbles, sin nombre, más allá del prodigio, no piadosas ni tolerables. ¿Dónde está 715 la justicia de los huéspedes? ¡Oh el más impío de los hombres! ¡Cómo has partido su cuerpo, cortando con férreo cuchillo los miembros de este niño y no te com- 720 padeciste!

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CORIFEO. — ¡Oh infeliz! ¡Cómo te ha hecho la más sufrida de los mortales un espíritu divino que te es hostil! Mas, ea, pues veo por aquí la figura de mi señor Agamenón, callemos desde ahora, amigas. 725 AGAMENÓN. — Hécuba, ¿ por qué tardas en ir a cu- brir a tu hija en un sepulcro, según lo que Taltibio en ¡ni nombre anunció: que ninguno de los aqueos tocara a tu hija? Pues bien, nosotros ni lo permitimos, ni la tocamos. Y tú te retrasas, de suerte que yo estoy 730 admirado. He venido para hacerte ir. Pues lo de allí bien hecho está —si es que está bien alguna de estas cosas... ¡Eh! ¿Qué troyano es éste que veo muerto junto a las tiendas? Pues que no es argivo me lo anun- 735 cian las ropas que le envuelven el cuerpo. HÉCUBA. — Desgraciada —y cuando digo «tú» me refiero a mí, Hécuba—, ¿qué he de hacer? ¿Postrarme ante las rodillas de Agamenón aquí presente o sopor- tar mis males en silencio? AGAMENÓN. — ¿Por qué gimes tras volver tu espalda a n~si rostro y no dices lo ocurrido? ¿Quién es éste? 740 HÉCUBA. — Pero, si por considerarme esclava y ene- miga, me rechazara de sus rodillas, otro dolor se aña- diría. taba para ser policías en Atenas y, después, gladiadores en Roma. Hay un cierto contraste entre el tracio y el término xénos (= huésped, amigo). 326 TRAGEDIAS AGAMENÓN. — No soy por naturaleza adivino como

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para, sin oír, informarme del camino de tus inten- ciones. 745 HÉCUBA. — ¿Acaso echo cuentas sobre las intencio- nes de éste atendiendo de más a su hostilidad, sin que él sea hostil? AGAMENÓN. — Si, realmente, quieres que yo no sepa nada, has coincidido conmigo. Yo tampoco quiero oírlo. HÉCUBA. — Pero yo no podría, sin su ayuda, vengar 750 a mis hijos. ¿Por qué le doy vueltas a esto? Es nece- sario atreverse, tanto si lo consigo como si no lo con- sigo. Agamenón, te suplico por estas rodillas, por tu barba y por tu feliz mano derecha. 755 AGAMENÓN. — ¿Qué cosa buscas? ¿Acaso liberar tu vida? Pues fácil es para ti. HÉCUBA. — No, por cierto, sino que, cuando castigue a los malvados, quiero ser esclava toda mi vida. AGAMENÓN. — Y, entonces, ¿para qué ayuda me re- clamas? HÉCUBA. — Para nada de lo que tú sospechas, señor. 760 ¿Ves este cadáver por el que gota a gota derramo mi llanto? AGAMENÓN. — Lo veo. Sin embargo, no puedo com- prender lo que vendrá después. HÉCUBA. — A éste lo di a luz yo antaño y lo he líe. vado bajo mi cintura. AGAMENÓN. — ¿Cuál de tus hijos es ése, oh desdi- chada? HÉcUBA. — No es de los priámidas qúe murieron al pie de Ilión. 765 AGAMENÓN. — Pues, ¿es que pariste alguno aparte de aquéllos, mujer? HÉCUBA. — En vano, según parece, a éste que ves. AGAMENÓN. — ¿ Dónde se encontraba, cuando perecía la ciudad? 1 1 HÉCUBA 327 HÉCUBA. — Su padre lo había enviado fuera porque temía que muriera. AGAMENON. — ¿Adónde lo envió separándolo, a él solo, de los hijos que tenía entonces?

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HÉCUBA. — A esta tierra, precisamente donde ha 770 sido encontrado muerto. AGAMENÓN. — ¿Junto a Poliméstor, el hombre que manda en esta región? HÉCUBA. — Aquí fue enviado como guardián de un oro muy amargo. AGAMENÓN. — ¿Y a manos de quién ha muerto? ¿Qué destino ha encontrado? HÉCUBA. — ¿A manos de qué otro? El huésped tra- cio lo mató. AGAMENÓN. — ¡Oh desgraciado! ¿Acaso deseó apode- 775 rarse del oro? HÉCUBA. — Así es, una vez que conoció el desastre de los frigios. AGAMENÓN. — ¿Lo has encontrado en alguna parte? O, ¿quién trajo el cadáver? HÉCUBA. — Ésta, que se lo ha encontrado en la orilla del mar. AGAMENÓN. — ¿Mientras buscaba a ése o cuando ha- cía otro trabajo? HÉCUBA. — Fue a traer del mar agua lustral en ho- 780 nor de Políxena. AGAMENÓN. — Después de darle muerte, según pare- ce, el huésped lo arrojó. HÉCUBA. — Errante por el mar, habiéndole desga- rrado el cuerpo de esta manera AGAMENÓN. — ¡Oh desdichada de ti por tus fatigas sin medida! 31 El cadáver ha sido desfigurado con cortes en la piel, quizá para impedir su venganza. 328

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TRAGEDIAS HÉCUBA. — Perdida estoy y no hay mal que me falte, Agamenón. 785 AGAMENON. — ¡Ay, ay! ¿Qué mujer es tan desgra- ciada? HÉCUBA. — No existe, de no ser que te refieras a la Desgracia32 en persona. Mas, ea, escucha por qué mo- tivos me postro en torno a tus rodillas. Si te parece que es piadoso lo que me aflige, yo acaso me resigne. 790 Pero, si lo contrario, sé tú mi vengador contra ese hombre, el huésped más impío, que, sin miedo a los de bajo tierra ni a los de arriba, acaba de realizar una acción muy impía, a pesar de haber compartido muchas veces una mesa común conmigo y una hospi- talidad, por el número de veces, de primer orden entre 795 mis amigos, y de haber obtenido cuanto era necesa- rio..., y ahora, habiendo tomado precauciones, lo mató. Y no lo consideró digno de una tumba, una vez que quería matarlo, sino que lo arrojó por el mar. Pues bien, yo soy esclava y débil, sin duda. Pero los dioses tienen fuerza y también la Ley, que tiene poder sobre 800 ellos. Pues por la ley consideramos a los dioses y vivi- mos teniendo definido lo justo y lo injusto. Ley, que si, cuando acude ante ti, va a ser destruida, y dejan de pagar su castigo los que matan a sus huéspedes o 805 se atreven a llevarse lo consagrado a los dioses, es que no hay ya nada de equitativo entre los hombres. Pues bien, considera esas acciones entre las deshonrosas y respétame a mí. Compadécete de mí, y situándote a distancia, como un pintor, mírame y considera qué desdichas tengo. Reina era yo antaño, pero ahora es- 810 clava tuya; abundante en hijos era otrora, mas ahora vieja y sin hijos al mismo tiempo, sin ciudad, sola, la más desgraciada de los mortales. ¡Ay de mí, infeliz! Juego etimológico entre dystikh~s y T~khé, personificada como diosa de la desgracia, aciaga en este caso. HÉCUBA 329 ~Adónde retiras tus pies? Parece que no voy a con- seguir nada. ¡Oh infeliz de mí! ¿Por qué, de tal modo,

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los mortales nos esforzamos por los demás saberes, como es debido, y los buscamos todos, y, en cambio, 815 la persuasión, la única tirana de los hombres, en nada más nos afanamos por aprenderla a costa de un sala- rio ~ para que nos sea posible, un día, convencer de lo que uno quisiera y obtenerlo a un tiempo? Ahora 820 bien, ¿en qué se podría esperar todavía tener éxito? Pues los hijos que yo tenía ya no existen para mí, y yo misma estoy prisionera en situación vergonzosa. Estoy perdida. Ahí veo el humo que se alza por enci- ma de mi ciudad. Y bien, tal vez sea vano el siguiente tema de argumento: invocar a Cipris como pretexto. 825 Pero, con todo, será dicho. Junto a tu costado duerme mi hija, la inspirada por Febo, a la que llaman Casan- dra los frigios. ¿Dónde, pues, demostrarás, señor, que • tus noches te son gratas, o qué gracia obtendrá mi 830 hija por sus agradabilísimos abrazos en tu cama, y yo por ella? De la sombra y de los amorosos tratos noc- turnos se origina un gran agradecimiento entre los mortales. Oye, pues. ¿Ves este muerto? Si te portas • bien lo tratarás como a un pariente. Mi relato está 835 necesitado de una sola cosa. ¡Ojalá se me produjera voz en los brazos, manos, cabellos y en la planta de los pies, bien por las artes de Dédalo, bien por las de alguno de los dioses, para que todas esas partes a un tiempo se cogieran de tus rodillas llorando, re- 840 comendándote todo tipo de argumentos! ¡Oh amo! 33 Se hace mención de la actividad de los Sofistas, que ense- ñaban por dinero. Sabemos que se le había hecho más de un reproche a Protágoras por hacer la más fuerte la causa más débil. En general, no se buscaba la verdad objetiva, sino el efecto subjetivo, la persuasión de los jueces. Los métodos de la Sofística aparecen, con bastante frecuencia, en las tragedias de Euripides.

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330 TRAGEDIAS 10h la luz más grande para los helenos! Haz caso, ofrece tu mano vengadora a esta anciana, aunque yo no sea nada, a pesar de todo. Pues es propio de un 845 hombre noble servir a la justicia y hacer mal sin cesar a los malvados en todas partes. CORIFEO. — Cosa terrible, en efecto: cómo les viene a acaecer todo a los mortales y las leyes determinan las circunstancias forzosas para hacer amigos a los más enemigos y de volver hostiles a los benévolos de antes. 850 AGAMENÓN. — Yo, a ti, a tu hija, a tus desgracias, Hécuba, a tu mano suplicante, os compadezco, y quiero que al amparo de los dioses y de lo justo, el huésped impío te pague esa pena; si es que, de alguna manera, pudiera hacerse de modo que estuviera bien para ti y 855 no le diera yo al ejército la impresión de haber decidido este asesinato contra el señor de Tracia en favor de Casandra. Hay, en efecto, un motivo por el que me ha sobrevenido cierta preocupación. A ese hombre lo considera amigo el ejército, mas al muerto, enemigo. 860 Y si éste te es querido, eso es cosa aparte y no es compartida en el ejército. Medita en esas cosas. Que a mí me tienes dispuesto a colaborar contigo y rápido para ayudarte, pero lento, si me expongo a ser calum- niado por los aqueos. HÉCUBA. — ¡Ay! No existe mortal que sea libre. 865 Pues ora es esclavo de las riquezas o del azar, ora la muchedumbre de una ciudad o los textos de las leyes le obligan a utilizar modales no de acuerdo con su criterio. Pero ya que temes y concedes demasiada im- portancia a la multitud, yo te libraré de ese miedo. 870 Sé mi confidente, en efecto, en caso de que yo decida algún mal contra el que dio muerte a éste, pero no colabores. Mas, si se viera algún tumulto o ayuda de parte de los aqueos, cuando le pase al tracio una cosa tal como la que le va a pasar, impídelo sin dar la HÉCUBA 331

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impresión de que me haces un favor. Ten ánimo en 875 lo demás. Yo lo dispondré todo bien. AGAMENÓN. — ¿Cómo, pues? ¿Qué vas a hacer? ¿Ma- tarás al extranjero tomando un cuchillo con tu vieja mano, o con drogas, o mediante alguna ayuda? ¿Qué brazo colaborará contigo? ¿De dónde conseguirás los amigos? HÉCUBA. — Estas tiendas mantienen oculta una muí- 880 titud de troyanas. AGAMENÓN. — ¿Te has referido a las cautivas, botín de los helenos? HÉCUBA. — Con ellas castigaré a mi asesino. AGAMENÓN. — Y, ¿cómo unas mujeres tendrán el • poder sobre varones? • HÉCUBA. — Terrible es la muchedumbre y, si le acom- paña el engaño, invencible. AGAMENóN. — Sí, terrible. Pero, con todo, censuro 885 el. sexo femenino. HÉCUBA. — ¿Y qué? ¿No se apoderaron unas muje- res de los hijos de Egipto y despoblaron por com- pleto a Lemnos de varones? M• Mas que sea’ así. Deja ese razonamiento y envíame con garantías a esta mu- jer a través del ejército. Y tú (a una esclava) acér- 890 cate a mi huésped tracio y dile: «Te llama la en otro tiempo reina de Ilión, Hécuba —el provecho tuyo no • será menor que el de ella—, y también a tus hijos. Que también tus hijos deben saber las razones de Hécuba». Y tú, Agamenón, retrasa el funeral de Políxe- 895 na, la recién degollada, para que estos dos hermanos juntos en una sola llama, doble motivo de dolor para una madre, sean ocultados en la tierra. AGAMENÓN. — Así será eso. Mas si hubiera para el ejército oportunidad de navegar, no podría yo conce- 34 Alusión a las hijas de Dánao que mataron a sus primos, los hijos de Egipto. Se menciona, asimismo, a las mujeres de la isla de Lemnos que mataron a sus maridos. -I

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332 TRAGEDIAS 900 derte esa gracia. Pero ahora, ya que un dios no lanza soplos favorables, es necesario que permanezcamos mi- rando la ruta en calma. ¡Que salga bien de cualquier manera! Pues esto es común para todos, para cada uno en privado y para la ciudad: que al malo le ocurra algún mal y que el bueno sea feliz. CoRo. Estrofa 1.~. 905 Y tú, oh patria troyana, ya no serás llamada ciudad entre las no devastadas. Tal nube de helenos te oculta y te envuelve, tras haberte destruido ya por la lanza. 910 Acabas de ser despojada de tu corona de torres y de arriba abajo estás recubierta de una lamen tabilísima capa de ceniza. ¡Infeliz de mí! Ya no caminaré por ti. Antistrofa 1.’. 915 A media noche sufrí la destrucción; cuando, des- pués del banquete, un sueño dulce se derrama en los ojos, y cuando, después de los cantos, tras hacer cesar el sacrificio que origina danzas, mi esposo yacía 920 en la alcoba nupcial, y la lanza en su clavo, sin ver todavía el tropel de marineros que estaba invadiendo ya Troya la de Ilión. Estrofa 2.&. Y yo peinaba en orden mis trenzas, con sus lazos 925 y cintas mirándome en los reflejos infinitos de espe- jos dorados, para echarme luego en mí lecho. Pero un griterío se alzó en la ciudad. Recorría la ciudad de 930 Troya la siguiente exhortación: «¡Oh hijos de los hele- nos! ¿Cuándo, cuándo llegaréis a vuestras casas des- pués de destruir la atalaya de Ilión?»

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Antistrofa 2.8. Abandonando yo mi lecho amoroso con solo el 935 peplo, como una muchacha doria ~ a pesar de acudir 3~ Eurípides trata, en varias ocasiones, el tema de la liber- 1 HÉCUBA 333 en súplicas a la venerable Artemis, nada conseguí, ¡infeliz de mí! Me llevaron, después de ver muerto a mí esposo, sobre el abismo marino, divisando a lo lejos mi ciudad, una vez que la nave mo’->íó su píe de 940 regreso y me apartó de la tierra de Ilión. Yo, la infeliz, desfallecí de dolor, Epodo. maldiciendo a Helena, hermana de lOs Dioscuros, y al boyero del Ida, maldito Paris, que fl?e había per- 945 dido- ~xpulsándome de ,ni tierra paterna; y me echó de mi hogar ese matrimonio que no fue matrimonio, sino calamidad de un espíritu maligno, a la que 35 biS 950 ¡ojalá no la lleve de vuelta el abismo del mar .y no llegue ella a la casa paterna! POLIMÉSTOR. — ¡Oh Príamo, el más querido de los hombres, y tú, la más querida, Hécuba! Lloro al verte a ti, a tu ciudad y a tu hija la que acaba de morir. 955 ¡Ay! No hay nada seguro, ni la buena fama, ni tam- poco que, quien lo pasa bien, no lo haya de pasar mal. Los dioses en persona hacen la mezcla, causando confusión hacia atrás y adelante, para qtie los respe- 960 temos en nuestra ignorancia. ¿Pero qué necesidad hay de entona~ este canto fúnebre que nada sirve para los males del futuro? Y tú, si es que reprochas en algo mi ausencia, detente. Pues me encontraba ausente • en medio de las fronteras de Tracia, cuando llegaste aquí. Pero después que regresé, salió a ‘Tú encuentro, 965 cuando yo sacaba ya mi pie de mi palacio, esta criada tuya diciéndome tus razones, y, después de oírlas, he venido. HÉCUBA. — Me da vergúenza mirarte de frente, Poli- • méstor, al encontrarme en tales desdichas. Pues, a la 970 1 tad de las muchachas espartanas (Andrómaca 598, por ejemplo) y su ligereza en el vestir.

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S5bis La calamidad es Helena. 334 TRAGEDIAS vista de alguien por el que he sido considerada feliz, me entra pudor de yerme en esta situación donde estoy ahora, y no podría yo mirarle con los ojos fijos. 975 No lo tomes como hostilidad hacia ti, Poliméstor. De otra parte, también hay otro motivo: la costumbre de que las mujeres no miren cara a cara a los hom- bres. PoLIMÉsTOR. — Y no es nada que me extrañe. Mas, ¿qué necesidad tienes de mí? ¿Por qué me has hecho venir de mi palacio? HÉCUBA. — Quiero decirte a ti y a tus hijos un 980 asunto mío privado. Mas manda a tus aco~npañantes que se aparten de estas viviendas. PoLIMÉsTOR. — Marchaos. Pues esta soledad ocurre en lugar seguro. Tú eres amiga, y grato para mí es este ejército de los aqueos. Pero tú deberías indicarme 985 en qué debe quien lo pasa bien ayudar a sus amigos cuando no lo pasan bien. Que estoy dispuesto. HÉCUBA. — Primero háblame de mi hijo Polidoro a quien, confiado por la mano de su madre y de su padre, tienes en tu palacio, si está vivo. Lo demás te lo preguntaré después. PoLIMÉsTOR. — Claro que sí. En la parte que le co- rresponde tienes buena suerte. 990 HÉcUBA. — ¡Oh queridísimo! ¡Qué bien hablas-y de qué forma digna de ti! POLIMÉSTOR. — ¿Qué quieres saber de mí en segundo lugar? HÉCUBA. — Si de esta que lo dio a luz..., ¿se acuerda algo de mí?

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PoLIMÉsTOR. — Sí, e incluso trataba de venir oculto aquí hasta ti. HÉCUBA. — ¿Y está a salvo el oro que trajo cuando vino a Troya? 995 POLIMÉSTOR. — A salvo, al menos custodiado en mi palacio. 1 HÉCUBA 335 HÉCUBA. — Consérvalo, entonces, y no desees lo del vecino. POLIMÉSTOR. — Ni muchísimo menos. Así disfrute yo de lo que tengo, oh mujer. HÉCUBA. — ¿Sabes, pues, lo que quiero decirte a ti y a tus hijos? POLIMÉSTOR. — No lo sé. Eso me lo indicarás con tus palabras. HÉCUBA. — Hay... ¡Oh querido! ¡Qué querido eres iooo tú ahora para mí...! POLIMÉsTOR. — ¿Qué cosa es la que es preciso que sepamos mis hijos y yo? IUÉCUBA. — Los antiguos escondrijos del oro de los priámidas. POLIMÉSTOR. — ¿ Es eso lo que quieres indicarle a tu hijo? HÉCUBA. — Precisamente, por medio de ti. Pues eres un hombre piadoso. POLIMÉSTOR. — ¿Qué necesidad hay, entonces, de la íoos presencia • de mis hijos? HÉCUBA. — Es mejor que, por si tú mueres, ellos lo sepan. POLIMÉSTOR. — Bien has dicho. En ese sentido es también más sensato. HÉCUBA. — ¿Sabes, pues, dónde está el templo de Atenea troyana? POLIMÉSTOR. — ¿Está el oro allí? ¿Qué señal hay? HÉCUBA. — Una piedra negra que sobresale por en- íoío cima de la tierra. POLIMÉSTOR. — ¿Quieres explicarme todavía algo de lo de allí? HÉCUBA. — Quiero que guardes las riquezas con las que he venido. POLIMÉSTOR. — ¿Dónde están? ¿Dentro de tu peplo

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o las has ocultado? 336 TRAGEDIAS HÉCUBA. — Están guardadas en estas viviendas en medio de un montón de despojos. [5 POLIMÉSTOR. — ¿Dónde? Éstos son los recintos don- de fondean las naves de lós aqueos. HÉCUBA. — Las viviendas de las cautivas están aparte. PoLIMÉsTOR. — ¿Es seguro su interior y hay ausen- cia de varones? HÉCUBA. — Ningún aqueo hay dentro, sino nosotras solas. Mas, ea, entra en la casa, que ahora los argivos 1020 desean soltar las velas de las naves que regresan de Troya hacia su’ patria; para que, cuando hayas hecho todo lo que debes, te retires con tus hijos al sitio donde has instalado a mi niño. CORO. — Todavía no la has pagado, pero quizá vas 1025 a pagar tu pena. Como uno que ha caído de costado en un abismo sin fondo verás que te arrancan tu cora zón, perdiendo la vida. Pues lo que se debe a la jus- ticia y a los dioses no se desvanece de un solo golpe. 1030 ¡Funesta, funesta desgracia! Te engañará la esperanza que tenias en este camino, la cual te ha conducido mortal hacia Hades. ¡Ay infeliz! Dejarás la vida bajo una mano que no hacía la guerra. 1035 PoLIMÉsToR. — ¡Ay de mí! ¡Ciego me encuentro de la luz de mis ojos, desgraciado! SEMICORO. — ¿Habéis oído el lamento del tracio, amigas? PoLIMÉsToR. — ¡Ay de mí otra vez, hijos, por vues- tra degollación angustiosa! SEMICORO. — Amigas, un mal reciente acaba de ocu-

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rrir dentro de las viviendas. PoLIMÉsToR. —Mas no hay miedo de que huyáis con 1040 pie rápido. Pues lanzando cosas quebraré los rincones de estas chozas. ¡Mira! Un proyectil sale de mi pesada mano. HÉCUBA 337 CoRo. — ¿Queréis que entremos? Que el momento E culminante nos llama a asistir como aliadas a Hécuba y a las troyanas. HÉCUBA. — ¡Golpea, no dejes nada, arroja fuera las puertas! Que jamás pondrás en tus pupilas la mirada 1045 brillante, ni verás vivos a tus hijos, a los que yo he matado. CORO. — ¿Es que has abatido al huésped tracio y eres la dueña, señora, y has obrado tal como dices? HÉCUBA. — Lo verás en seguida delante de las vi- ¡viendas, andando ciego c~ pie ciego y vacilante, y los 1050 cuerpos de sus dos hijos, a los que yo he matado con la ayuda de las mejores troyanas. Me acaba de pagar su pena. Aquí sale, como ves, de las viviendas. Mas, ea, me apartaré y alejaré del tracio del que mana una 1055 irá dificilísima de combatir. PoLIMÉsToR. — ¡Ay de mí! ¿Por dónde he dc ir? ¿Por dónde me he de parar? ¿Por dónde he de arri- bar, haciéndome a la marcha de una fiera montaraz, sobre mis manos, en pos de una huella? ¿A qué ca- íoóo • mino me cambiaré? ¿A ése o a éste, en mi deseo de alcanzar a las asesinas troyanas que me han aniqui- lado? ¡Mglvadas, malvadas hijas de los frigios! ¡Oh 1065 malditas! ¿Hacia qué parte de los rincones se agaza- pan temerosas en su huida? Sol, ojalá curaras, cura- • ras el párpado ensangrentado de mis ojos, alejando el ciego resplandor. ¡Eh, eh! Calla. Siento por aquí 1070 el paso furtivo de las mujeres. ¿Por dónde he de lan- zar mi pie para saciarme de carnes y huesos, prepa- rándome un festín de fieras salvajes, consiguiendo su afrenta en pago a mi ruina, ah infeliz de mí? ¿Hacia 1075 dónde? ¿Por dónde me arrastro dejando mis hijos abandonados en manos de unas bacantes de Hades •para que los despedacen, degollados, comida sangrienta para los perros, desecho salvaje y tan feroz? ¿Por toso

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dónde me he de parar? ¿Por dónde he de doblar? 338 TRAGEDIAS ¿Por dónde he de marchar corno nave que despliega la vela tejida de lino sobre las amarras marinas, pre- cipitándome como guardián hacia este lecho funesto de mis hijos? 1085 CoRIFEo. — ¡Oh infeliz! ¡Qué insoportables males te acaban de causar! Pero para el que ha hecho cosas vergonzosas el castigo es terrible. Un espíritu divino, que te es hostil, te ha pagado. PoLIMÉSTOR. — ¡Ay, ay! ¡Oh raza de Tracia, porta- 1090 dora de lanza4 de buenas armas y caballos, sujeta a Ares! ¡Oh aqueos! ¡Oh Atridas! Un grito, un grito emito, un grito. ¡Oh! Venid, llegad, por los dioses. ¿Oye alguno o no va a ayudarme nadie? ¿Por qué os retrasáis? Mujeres me aniquilaron, mujeres cautivas. ío~s Cosas terribles, terribles, me acaban de pasar. ¡Ay de mí, qué gran afrenta! ¿Adónde me he de volver? ííoo ¿Adónde he de marchar? ¿Volando para arriba [por el éter] ~ hacia la techumbre celeste que se cierra en lo alto, donde Orión o Sirio lanzan de sus ojos rayos 1105 ardientes de fuego, o me lanzaré, infeliz de mí, por el sombrío paso que lleva hacia Hades? CORIFEO. — Es comprensible, cuando a uno le ocu- rren desgracias mayores que las que puede soportar, que trate de librarse de la infeliz vida. AGAMENÓN. — He venido al oír tu grito. Pues la hija ííío de la roca montañosa, Eco, está chillando sin reposo a través del ejército, causando tumulto. Si no supié- Es, posiblemente, una interpolación. Orión, hijo de Posi- dón y Euríale, fue convertido en la constelación de su nom- bre. Sirio, que es el nombre que recibe la constelación del Perro (canis, canícula), es, a su vez, la estrella más brillante

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del grupo y del cielo. A Sirio se le toma por el perro de Orión. Precisamente la canícula es la época del año en que Sirio aparece en el firmamento al mismo tiempo que el sol. Anti- guamente coincidía con la etapa más calurosa del año. Ahora, en nuestra época, viene a suceder a fines de agosto. y HÉcUBA 339 ramos que las torres de los frigios han caído bajo la lanza de los helenos, este estruendo nos habría cau- sado miedo y no en forma moderada. PoLIMÉsTOR. — ¡Oh queridísimo! Pues te he cono- cido al oir tu voz, Agamenón. ¿Ves lo que me ocurre? 1115 AGAMENÓN. — ¡Oh! ¡Poliméstor! ¡Oh desdichado! ¿Quién te ha arruinado? ¿Quién te ha dejado ciega la vista ensangrentándote las pupilas, y ha matado a estos hijos? Realmente, gran rencor contra ti y tus hijos os tenía cualquiera que haya sido. POLIMÉSTOR. -.--~ ~écuba me arruinó con ayuda de las 1120 mujeres cautivas. No me arruinó, sino más que eso. AGAMENÓN. — ¿Qué afirmas? ¿Has cometido tú esta obra, según dice? ¿Te has atrevido tu, Hécuba, a esta audacia irremediable? POLIMÉSTOR. — ¡Ay de mí! ¿Qué vas a decir? ¿Acaso está cerca en algún sitio? Indícame, dime dónde está; 1125 para que arrebatándola con mis manos la destroce y le ensangriente el cuerpo. AGAMENÓN. — ¡Eh, tú! ¿Qué te pasa? ?POLIMÉSTOR. — Por los dioses te lo suplico, déjame echar sobre ésta mi mano furiosa. AGAMENÓN. — Detente. Una vez que hayas expulsado de tu’ corazón la barbarie, habla, para que, después uso de oírte a ti y a ésta en turno, juzgue yo con justicia por qué has sufrido esto. PoLIMÉsToR. — Voy a hablar. Había uno de los hijos de Príamo, el más joven, Polidoro, hijo de Hécuba, al cual, desde Troya, me lo confió su padre Priamo para que lo criara en mi palacio, pues sospechaba ya la í 135 toma de Troya. Lo maté. Escucha por qué lo maté: qué bien lo hice y, además, con qué sabia previsión. Temí que, si quedaba el hijo como enemigo para ti, reuniera a Troya y la poblara de nuevo, y que, sabien- 1140 do los aqueos que uno de los priámidas vivía, levan-

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taran de nuevo una expedición contra la tierra de 340 TRAGEDIAS los frigios, y, luego, devastaran estos campos de Tracia al saquearlos, y a los vecinos de los troyanos les ocurriera un mal, como el que precisamente, señor, 1145 padecemos ahora. Hécuba, al conocer la suerte mortal de su hijo, me atrajo con el argumento de que me tenía que aconsejar sobre unos depósitos, ocultos en Ilión, del oro de los priámidas. Sólo con mis hijos me introduce en las viviendas, para que ningún otro ííso lo supiera. Me siento en medio de un lecho, doblando mis rodillas. Muchas manos, unas por la derecha, otras por aquí. Como en casa de un amigo, las hijas de los troyanos estaban sentadas, y cogiendo la tela salida de la mano de los edones ~ la alababan, mirando a la 1155 luz este manto. Otras, contemplando mi lanza tracia, me privaron de mi doble arma, y cuantas eran madres, admirando a mis hijos los hacían saltar en sus brazos para que estuvieran lejos de su padre, alternándoselps con cambios de brazos. 1160 Y, luego, después de los saludos tranquilos —¿cómo crees?—, sacando de pronto unos cuchillos desde algún lugar de sus peplos, clavan el aguijón a mis hijos, y, otras, después de apoderarse de mí como enemigas, sujetaban mis manos y piernas. Y cuando yo quería 1165 ayudar a mis hijos, cada vez que levantaba mi rostro, me sujetaban de la cabellera, y cada vez que movía las manos, no conseguía nada, infeliz de mí, en medio de la multitud de mujeres. Y, por último, un sufri- miento mayor que el sufrimiento, realizaron una cosa 1170 terrible. Cogiendo unos alfileres pinchan las desgra- ciadas pupilas de mis ojos, las ensangrientan. Luego,

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se fueron huyendo por la casa. Y yo, dando un salto, persigo como una fiera a las perras manchadas de crinlen, rastreando toda la pared, como un cazador, 1175 tirando cosas, dando golpes. Tales cosas acabo de su- 37 Pueblo de Tracia. A HÉCUBA 341 frir, Agamenón, porque me afano en favor tuyo y he matado a tu enemigo. Para no extenderme en largos discursos, si es que alguno de los de antes ha hablado mal de las mujeres, o hay ahora alguno que hable, o se disponga a hablar, yo, resumiendo todo eso lo 1180 confirmaré. Realmente, ni el mar ni la tierra crían una raza de tal laya. Lo sabe el que, en cada ocasión, tropieza con ella. CORIFEO. — No te insolentes en nada, ni, a causa de tus propias desgracias, censures al sexo femenino, ya que lo has resumido así en su totalidad. En efecto, 1185 muchas de nosotras, unas son odiosas, otras pertene- cemos por nacimiento al número de los débiles. HÉCUBA. — Agamenón, entre los hombres sería ‘nece- sario que la lengua jamás tuviera más fuerza que los hechos. Sino que, quien ha obrado bien debería hablar bien, y quien ha obrado mal, que sus palabras fueran 1190 de mala ley y que jamás pudiera elogiar lo injusto. Hábiles son los que conocen esto con precisión, pero no pueden ser hábiles hasta el fin, sino que perecen de mala manera. Ninguno ha escapado todavía. Lo que 1195 a ti te conviene así consta en mi preámbulo. Mas iré contra éste y replicaré a sus palabras. Tú que dices que mata~te a mi hijo tratando de librar a los aqueos de un trabajo doble y a causa de Agamenón. Mas, oh malvadisimo, en primer lugar, una raza bárbara jamás 1200 llegaría a ser amiga de los helenos, ni podría ocurrir. ¿Qué beneficio procurabas obtener cuando estabas tan obsequioso? ¿ Ibas a entablar parentesco matrimonial con alguno, o es que eras familiar suyo, o qué motivo tenias? ¿O es que iban a devastar las plantaciones de tu país si venían por mar otra vez? ¿A quién piensas 1205 que van a convencer estas ~cosas? El oro, si quisieras decir la verdad, mató a mi hijo, y también lo hizo tu

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deseo de lucro. A continuación explícame esto: ¿cómo es que cuando Troya era afortunada, y la muralla de 342 TRAGEDIAS 1210 torres estaba en tomo a la ciudad, y vivía Príamo y la lanza de Héctor florecía~ por qué no mataste enton- ces a mi hijo, ya que lo criabas y tenias en tu palacio, si habías deseado hacerle a éste un favor, o fuiste a llevárselo vivo a los argivos? En cambio, cuando nosotros no estábamos ya bajo la luz del sol por obra 1215 de nuestros enemigos —la ciudad lo había indicado con el humo— mataste al huésped que había venido a tu hogar. Además de eso, escucha ahora qué mal- vado vas a resultar. Habría sido preciso, si es que tú eras amigo de. los aqueos, que les hubier~s dado el oro que afirmas tener, no como tuyo, sino ‘de aquél, 1220 llevándoselo a gentes empobrecidas y desde hacía mucho tiempo en el extranjero lejos de su tierra patria. Pero tú ni siquiera ahora te atreves a apartarlo de tu mano, sino que insistes todavía en tenerlo en tu palacio. Ahora bien, si hubieras criado, como era 1225 necesario que tú hubieras criado a mi hijo, y’ lo hubie- ras salvado, habrías tenido buena fama. Pues los bue nos amigos se notan muchísimo en las desgracias. En cambio, las buenas ocasiones, cada una por sí, consi- guen amigos. Si tú hubieras escaseado de dinero y él hubiera sido rico, mi hijo habría sido para ti un gran 1230 tesoro. Pero, ahora, no tienes a aquel hombre como amigo tuyo, y el disfrute del oro y• tus hijos se te acaban, y tú personalmente lo pasas así. Y a ti te digo, Agamenón, que, si ayudas a éste, parecerás un mal- 1235 vado. Pues harás bien a quien no fue piadoso, ni leal en lo que debió serlo, ni honrado, ni huésped justo Afirmaremos que disfrutas con los malvados porque

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tú eres de tal calaña... Pero no injurio a mis amos. CORIFEO. — ¡Ay, ay! ¡De qué forma las buenas obras les dan siempre a los mortales motivo de buenas pa- labras! 1240 AGAMENÓN. — Pesado es para mí juzgar los males ajenos, pero, sin embargo, es forzoso. Pues también 1 HÉCUBA 343 causa verguenza rechazar este asunto tras recibirlo en las manos. A mí, para que lo sepas, me parece que, ni en gracia a mí, ni a los aqueos, has dado muerte al huésped, sino para tener el oro en tu palacio. Dices 1245 cosas útiles para ti cuando estás en medio de desgra- cias. Pues bien, quizá entre vosotros es fácil matar 3 a un huésped, pero, al menos para nosotros los hele- nos, eso es vergonzoso. ¿Cómo, entonces, si sentencio que tú no cometes injusticia, he de evitar el reproche? No podría. Mas, una vez que osaste cometer lo que no 1250 está bien, aguanta también lo que no es agradable. POLIMÉSTOR. — ¡Ay de mi! Quedando yo por debajo de una mujer esclava, según parece, rendiré justicia a gentes de peor calidad. AGAMENÓN. — ¿Y no es justo, si cometiste maldad? POLIMÉSTOR. — ¡Ay de mí por estos hijos y por mis 1255 ojos, infeliz de mi! HÉcUBA. — Sientes dolor. ¿Y qué? ¿Te parece que n~ siento yo dolor por mi hijo? POLIMÉSTOR. — ¿Gozas al demostrar tu crueldad contra mi, oh malvada? HÉCUBA. — ¿No he de gozar yo al vengarme de ti? PoLIMÉsTOR. — Pero, en seguida, no, cuando el oleaje del mar... HÉCUBA. — ¿Acaso cuando me transporte a los lími- 1260 tes de la tierra helena? POLIMÉSTOR. — . . .te cubra a ti,, caída del mástil. HÉcUBA. — ¿Por obra de quién me alcanzará la vio- lenta caída? -I 38 Es un tanto extraño el final de esta tragedia. Pretenderia el autor darnos una explicación racionalista sobre el kynós séma (= sepulcro de la Perra), promontorio de la costa este

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del Quersoneso tracio, en donde habria sido enterrada Hécuba, una vez transformada en perra. Por otro lado, Poliméstor, una vez ciego, adquiere la facultad de prever el futuro. 344 TRAGEDIAS POLIMÉSTOR. — Tú misma por tu pie subirás al más- til de la nave. HÉCUBA. — ¿Gracias a mi espalda alada o de qué manera? 1265 POLIMÉSTOR. — Te convertirás en perra con una mi- rada de fuego. HÉCUBA. — ¿Cómo’ sabes el cambio de mi forma? POLIMÉsTOR. — El que es adivino entre los tracios, Dioniso, me lo dijo. - HÉCUBA. — ¿Y a ti no te profetizó ninguno de los males que tienes? POLIMÉSTOR. — Jamás me habrías atrapado así con tu engaño. 1270 HÉCUBA. — Completaré mi vida allí ¿muerta o viva? POLIMÉSTOR. — Muerta. El nombre de tu tumba será llamado... HÉCUBA. — ¿Vas a decir un conjuro contra mi. forma o qué? POLIMÉSTOR. — .. sepulcro de la perra infeliz, señal para los navegantes. HÉCUBA. — No me importa nada, con tal que tú me hayas pagado• tu pena. 1275 POLIMÉsTOR. — Y es necesario que. muera tu hija Casandra. HÉCUBA. — Escupo ~. ¡A ti si que te deseo que ten- gas idéntico desenlace! POLIMÉSTOR. — La matará la esposa de éste, amarga custodia de su hogar.

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HÉCUBA. — Jamás enloquezca la hija de Tindáreo hasta tal punto. POLIMÉsTOR. — Y también a este mismo, después de levantar sobre él un hacha. 39 El escupir tenía valor apotropaico (ver PLINIO, Historia Natural XXVI 93). Creían los antiguos que al escupir conjura- ban el mal y las enfermedades. 1 HÉCUBA 345 AGAMENÓN. — ¡Eh, tú! ¿Estás loco y deseas obtener 1280 males? POLIMÉSTOR. — Mátame, que en Argos te espera un baño asesino. AGAMENÓN. — ¿Es que no lo vais a arrastrar, criados, quitándolo de en medio a la fuerza? PoLIMÉsTOR. — ¿Te duele oírme? AGAMENÓN. — ¿Es que no le cerraréis la boca? POLIMÉSTOR. — Cerrádmela. Pues está dicho. AGAMENÓN. — ¿Es que no lo echaréis a toda prisa en algún lugar de las islas desiertas, ya que habla con 1285 osadía de esa manera y en exceso? Y tú, Hécuba, oh infeliz, márchate y entierra a los dos cadáveres. Y vos- otras es preciso que os acerquéis a las tiendas de vuestros amos, troyanas. Pues aquí veo ya soplos que van a conducirnos a casa. ¡Ojalá naveguemos bien 1290 hacia la patria, y que veamos para bien lo que está en nuestras casas, liberados de estos sufrimientos! CORO. — Id hacia los puertos y tiendas, amigas, para experimentar las fatigas impuestas por los amos. Pues 1295 dura es la necesidad.

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INDICE GENERAL Págs. INTRODUccIÓN GENERAL VII ALcEsTís 1 Introduccion 3 Argumento 9 MEDEA 61 Introduccion 63 Argumento 69 Los HERACLIDAS 125 Introducción 127 Argumento 131 HIPÓLITO 171 Introducción 173 Argumento 179 348 TRAGEDIAS Págs. ANDRÓMAcA 237 Introducción 239

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Argumento 243 HÉCUBA 293 Introducción 295 Argumento 299 �

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EURÍPIDES TRAGEDIAS II HERACLES • ION LAS TROYANAS • ELECTRA IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS INTRODUCCIONES, TRADUCCIÓN Y NOTAS DE JOSÉ LUIS CALVO MARTÍNEZ BIBLIOTECA BÁSICA GREDOS © EDITORIAL GREDOS, S. A Sánchez Pacheco, 85, Madrid, 2000

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Quedan rigurosamente prohibidas, bajo las sanciones establecidas por la ley, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, asi como su distribución mediante alquiler o préstamo público sin la autorización escrita de los titulares del copyright. Diseño: Brugalla ISBN 84-249-2465-7. Obra completa. ISBN 84-249-2467-3. Tomo II. Depósito Legal: B. 13520-2000. Impresión y encuadernación: CAYFOSA-QUEBECOW Industria Gráfica Santa Perpétua de la Mogoda (Barcelona). Impreso en España — Printed in Spain. PREFACIO

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Presentamos en este volumen de Eurípides la traduc- ción de las tragedias: Heracles, Ion, Las Troyanas, Electra e Ifigenia entre los Tau ros, acompañadas, cada una, de In- troducción y notas. En las notas me he limitado, en general, a explicar da- tos de realia, mitología, etc. Algunas veces, sin embar- go, se han introducido explicaciones de índole filológica cuando se trata de un texto corrupto o disputado; o para justificar la elección de una variante determinada. La edi- ción seguida es, como en los demás volúmenes, la de G. Murray en Oxford Classical Texts. También he incorporado un Glosario de términos re- feridos al teatro, dado que se hace un amplio uso de ellos en las Introducciones. Finalmente, quiero agradecer a Alicia Baches, del Personal No Docente de la Universidad de Granada, la colaboración prestada en mecanografiar el original. Granada, abril 1977.

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S3TW~HH INTRODUCCION 1. Entre los años 423420 a. C., aproximadamente, se representó por vez primera en Atenas el Heracles. Eurípides había tomado para esta obra algunos pa-

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sajes de la saga de Heracles, aunque trastocó la tradi- ción mítica en varios puntos y añadió temas, personajes y elementos nuevos. El argumento, a grandes rasgos, es como sigue: Lico se ha apoderado de Tebas apro- vechando la disensión entre los tebanos y, tras derrocar a Creonte, pretende matar a la familia de Heracles —Anñtrión, su padre; Mégara, su esposa, y sus tres hijos—. Pero éstos se han acogido al asilo de los altares y se mantienen a la espera de que vuelva Heracles. Cuando han perdido toda esperanza y Lico va a prenderles fuego, aparece el héroe, que restablece el orden en Tebas; pero enloquece repentinamente por obra de Lisa, la furiosa locura, enviada de Hera, y mata a su esposa e hijos. Cuando vuelve en sí del sueño que le ha producido Atenea, tras el múltiple parricidio, y decide suicidarse, aparece Teseo que, tras un largo diá- logo con él, le convence de que desista de su propósito y le acompañe a Atenas. De todo este conjunto, sólo pertenece a la tradición mítica, tal como la representan Apolodoro y Feréci- 12 TRAGEDIAS des, etc., el hecho de la muerte’ de los hijos de Hera- cles, que está, incluso, enraizada en el culto 2, y la serie de trabajos realizados por el héroe. Del resto del drama, no están relacionados con la saga de Heracles ni el personaje de Lico (es un puro

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pretexto para resaltar la situación de la familia del héroe) ni el de Teseo, al menos en este momento de la vida de Heracles. Sí es auténtico, en cambio, el rescate de Teseo por Heracles del Hades, aunque no en todas las versiones. Por lo demás, Eurípides cambia el orden de los acontecimientos en la secuencia muerte-trabajos. Según la tradición más extendida, Heracles realizó los traba- jos tras matar a sus hijos y precisamente como expia- ción, impuesta por el oráculo de Delfos, por este cri- men. Aquí, por el contrario, la muerte de los hijos y esposa es la culminación trágica e inesperada de la brillante carrera del héroe. Esto lleva consigo también ¡ la presencia de Anfitrión en Tebas como desterrado, lo que no pertenece a la tradición mítica. Precisamente su destierro se presenta aquí como causa de los tra- bajos. Finalmente, es casi seguro que también la intro- ducción de Lisa es obra exclusiva de Eurípides, ya veremos por qué razón. Veamos más de cerca cómo se estructura el con- tenido. Aunque según otras ramas de la tradición: a) Los hijos no fueron muertos por Heracles, sino por <unos extranjeros. <cf. PÍNDARO, Nemea 3.79 y sigs. y escolio>. b> Mégara consiguió escapar y casó con Yolao, sobrino y acompaflante de Heracles, según APOLODORO, 2 En su honor se celebraba la fiesta lolea de Tebas. j HERACLES 13 2. Tradicionalmente se ha dividido este drama en cuatro

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~zsooxos, con sendos Estásimos3 (aparte de Prólogo y exodo). El PRóLOGO (1-137) es formalmente más simple, menos ela- borado que en obras posteriores (ej., Ion, Troyanas, Electra). Consta de una resis de Anfitrión, en la que éste presenta bre- vemente la situación desastrosa de Heracles y su familia, así como las causas y antecedentes de esta situación, seguida de un corto diálogo entre él mismo y Mégara. En éste se profun- diza en la situación angustiosa en que se encuentran, si bien las últimas palabras de Anfitrión dejan abierta una puerta a la esperanza «la desesperación es de hombres cobardes»). Sigue el canto de entrada del coro, en que éste se muestra también ligeramente confiado. El PRIMER EPISODIO (138-347> se inicia con un agon entre Anfitrión y el tirano Lico, con dos resis bien elaboradas. Lico justifica la decisión de matar a los niños basado en razones de mera prudencia política («no quiero dejar atrás vengado- res»). Además, éstos no pueden basar su defensa en la no- bleza y hazañas de su padre: éste era un cobarde, dado que su arma era el arco, lo que le da pie para atacar esta arma extendiendo la disputa fuera del marco mismo de la obra. Anfitrión le contesta con otra resis bien estructurada en que defiende a Heracles de la acusación de cobarde y elogia las excelencias del arco, para terminar apelando a los griegos que debían venir en su defensa ~ lamentando su incompetencia para defenderse. El agón termina con la decisión de Lico de acabar con la familia de Heracles prendiéndoles fuego. Tras una larga y poco corriente intervención del corifeo (que amenaza a Lico, pero acaba reconociendo también su impotencia). hay una resis de Mégara en que ésta incita a Anfitrión a morir con honor. En este diálogo tanto uno como otro desesperan ya del regreso de Heracles, y la intervención final de Anfitrión es un insulto Recientemente K. ANCHELE (en W. JENS, Die Bauformen der Gr¡echischen Tragód¡e, Munich, 1971, págs. 45 y sigs.) lo ha distri- buido en cinco episodios, dividiendo el cuarto en dos, Vv. 815-873 para el cuarto y vv. 909-1015 para el quinto. El éxodo comenzaria,

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según él, en el y. 1042 (diálogo lirico de Anfitrión con el coro). L 14 TRAGEDIAS a Zeus, indigno padre del héroe, en quien ya ha perdido la fe. Mientras Mégara entra con los niños en el palacio para amortajarlos —favor que ha conseguido de Lico—, el Coro canta el Piu>¿mi ss’rAsnso (348-450), que de hecho constituye un canto funerario en que se enumeran los trabajos de Heracles. El Smuj~mo mqsonio (451-636) consta formalmente de dos resis (Mégara y Anfitrión) y dos esticomitías (Heracles-Mégara y Heracles-Anfitrión). Mégara sale con los niños amortajados y, en un patético monólogo (que encubre un auténtico treno), recuerda las pro- mesas que Heracles hizo a sus hijos, así como sus esfuerzos de madre de buscarles novias entre la realeza, para terminar invocando desesperadamente la aparición de Heracles. Sigue una resis de Anfitrión en que suplica a Zeus, sin fe ya en él, y se resigna a morir invocando los cambios de la fortuna. En este momento, inesperadamente, aparece Heracles. Tras un breve diálogo de saludo, entabla con Mégara un diálogo esticomitico en que ésta le pone al corriente de la situación, terminando con una resis en que Heracles pierde los estribos

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y amenaza con inundar con la sangre de sus enemigos los dos ríos de Tebas ~. Se inicia ahora un diálogo de Heracles con Anfitrión, seguido también de esticom iría informativa (que introduce el tema de Teseo, preparando así su aparición posterior) y terminando, en estricto paralelismo con lo anterior, en una resis de Heracles invitando a su familia a entrar en el palacio. Emocionado por el regreso del héroe, el coro entona a con- tinuación el SBUNDO ESTÁsIM o (636-700), canto de añoranza a la juventud en general y en concreto a la juventud de He- racles. El TERcER episonio (701.733) es uno de los más cortos de la tragedia griega. Consta simplemente de un breve diálogo entre Lico y Anfitrión, en que éste incita a aquél a que entre en el palacio. Cuando Lico cree que va a matar a la familia Se ha visto en esta resis un intento, por parte de Eurí- pides, de suavizar la introducción brusca de la locura de He- racles; según esto, aquí Heracles daría muestras de los pri- meros síntomas de locura. HERACLES 15 de Heracles, recibe la muerte a manos de éste, como oímos durante el TERCER ESTASIMO (736-814), cuya primera estrofa consiste en un epirrema en que alternan el Corifeo - Lico (gritando su pro- pia muerte) y el Coro. La segunda y tercera estrofas son un canto de triunfo y de acción de gracias a Zeus, lo que cons- tituye un golpe maestro de ironía trágica, dado que de re- pente aparecen en el CUARTO EPISODtO (815-1015) Iris y Lisa van a infundir la lo- cura en Heracles. Formalmente se presenta este episodio como un segundo prólogo con diálogo entre Iris y Lisa que explican el objeto de su presencia, seguido de un diálogo lírico en docmios entre Anfitrión y el Coro, en que comentan, entre la- mentos, la futura muerte de los niños y la ruina de la casa de Heracles. La tercera escena de este episodio es una escena de Mensajero (precedido de un epirrema entre Coro y Mensa-

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jero), en que éste informa sobre la locura del héroe y los ase- sinatos de su familia. El CUARTO EsTÁSIM o (1016-1087) tiene una estructura poco común: tras un canto de lamentación astrófico, en que el Coro compara este crimen con los más célebres de la Mitología griega (el de las Danaidas, el de Procne), se inicia un diálogo lírico entre Anfitrión y el Coro, que comentan el despertar de Heracles. El Exono (1088-1428), el más largo de los dramas de Eurí- pides, consta de tres escenas. La primera es un diálogo, estico- mítico en su mayor parte, entre Heracles (que vuelve en si> y Anfitrión, en el que éste revela a aquél el crimen que ha co- metido. Cuando Heracles se da plena cuenta de lo que ha hecho, decide sucidarse. En este momento entra Teseo, que entabla diálogo (primero esticomítico y luego epirremático) con Anfitrión, quien le informa de lo sucedido. El meollo del éxodo lo constituye el agón entre Heracles y Teseo (formalmente tres resis Heracles - Teseo - Heracles pre- cedidas y seguidas de esticomitías), en el que aquél muestra su deseo y razones para morir y éste trata de disuadirle. Por fin vence Teseo y le lleva consigo a Atenas. 16 TRAGEDIAS 3. asta es otra de las obras que más juicios ne- gativos ha cosechado por parte de los críticos de Eurípides, especialmente en lo que se refiere a su estructura. En efecto, consta de tres cuadros bien

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diferenciados —la familia de Heracles, la locura de Heracles; Heracles y Teseo—, entre los que no hay unidad aparente; la entrada de Iris y Lisa es absolu- tamente inesperada y la llegada de Teseo, como un auténtico deus ex machina, para salvar a Heracles del suicidio es no menos inmotivada, si bien antes se había hecho referencia a Teseo y por tanto su aparición resulta menos inesperada que la de Lisa. Todo parece indicar que en esta tragedia Eurípides ignora por completo la técnica teatral. Sin embargo, dado que es obvio que es un gran dramaturgo, como demuestran muchas de sus tragedias, es preciso bus- car, una vez más, una explicación a esta «extraña» estructura. Y esta explicación no puede ser otra cosa que la idea trágica subyacente, la cual, como es lógico, ha generado esta forma como la más adecuada. Es probable que, una vez más, los críticos de esta obra hayan acumulado sus reproches por no haber enten- dido bien lo que Eurípides quiere transmitimos a tra- vés de ella. Es evidente para todo el que conoce la mitología de Heracles que aquí este héroe se nos muestra más a la medida humana: muy alejado por un lado de su naturaleza de semidiós, y por otro del héroe grosero —infrahumano- cuya característica esencial es, quizá, la exageración de sus apetitos. Es claro el intento por parte de Eurípides de rescatar a Heracles de su divi- nidad, humanizándolo hasta un grado sumo. De ahí que a veces se ponga en dudas su origen divino (cf. ver- sos 354-355) o que el Coro afirme con frase blasfema: <él es hijo de Zeus, mas en virtud supera su noble cuna». Heracles encarna aquí la virtud de la philía HERACLES 17 por excelencia: es el padre amantísimo, el esposo fiel, el amigo leal. Frente a él las divinidades que aparecen en el transfondo de la obra —Hera y Zeus— son pre- cisamente sus opuestos: encarnan el odio y la ingra-

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titud. Es claro que la obra no se reduce sólo a eso: también hay su dosis de nacionalismo al querer atraer- se hacia Atenas a un héroe extraño (como Sófocles hizo con Edipo), etc. Pero la idea central, que por otra parte subrayan reiteradas metáforas, es precisamente la del humanismo de Heracles, centrado en su philía, frente a la inhumanidad de las divinidades. Esta idea es, evidentemente, la que explica la es- tructura y el tempo de la obra. Para empezar, explica la primera parte del tríptico a la que se ha considerado irrelevante, además de excesivamente lenta y reiterativa. Se piensa que sólo sirve para preparar la segunda y que gran parte de ella vale únicamente para marcar un compás de espera. Nada más falso. Es obvio que esta primera parte era absolutamente necesaria para marcar la situación de aislamiento desesperado de la familia de Heracles, ob- jeto de su philía; para marcar la falta de lealtad de los tebanos hacia su bienhechor; para señalar la ingra- titud de Zeus para con su hijo y los hijos de su hijo. Pero además está muy bien construido psicológica- mente. Es un crescendo de la desesperanza de la fa- milia de Heracles: si al principio hay una nota de esperanza en las palabras de Mégara, Anfitrión y el Coro, lentamente ésta va desapareciendo hasta culmi- nar en el canto funerario del Coro en que celebra sus hazañas porque, evidentemente, lo cree muerto. La idea central explica, por otra parte, la aparición inesperada de Lisa y la locura repentina de Heracles. Es sabido que Eurípides domina la descripción de los procesos psicológicos. Si hubiera querido presentarnos un progresivo enloquecimiento de Heracles, podía ha-

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18 TRAGEDIAS berlo hecho (como describe magistralmente la progre- siva vuelta en sí del héroe a través del diálogo con Anfi- trión). Ahora bien, como lo que quiere subrayar es el odio y la arbitrariedad de los dioses, nada mejor que introducirlos de repente enloqueciendo arbitrariamen- te al héroe. Se ha dicho que Sófocles nunca presenta desenlaces inesperados o desligados del desarrollo de los caracteres. Tampoco lo hace Eurípides en muchas de sus tragedias. Si Heracles enloquece en ésta sin que se explique desde dentro es, precisamente, porque el autor quiere resaltar la actuación arbitraria y desleal del elemento que actúa en toda tragedia griega desde fuera y por encima: los dioses. Finalmente, la intervención de Teseo. En este caso no se trata de una intervención tan inesperada como la de Lisa, aunque resulta igualmente inmotivada desde dentro. He señalado antes que Teseo es como un auténtico deus ex machina ~. Cuando la única solución que se vislumbra es el suicidio de Heracles, aparece Teseo para rescatarlo de la muerte, como él había sido antes rescatado del Hades por Heracles. Esta parte repre- senta, con respecto a la anterior, el movimiento opues- to del péndulo: es el triunfo de la human itas represen- tada aquí por Teseo; de la amistad, como queda subra- yado en numerosas ocasiones. En fin, pienso que no se trata, efectivamente, de un drama que se ajuste a los cánones de la tragedia de un Sófocles (o de otras de Eurípides), pero ello es por la sencilla razón de que es el contenido de la misma el que ha confirmado su propia forma.

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Auténtico, porque los verdaderos deus ex machina de Furipides raras veces resuelven ninguna situación desesperada, como ha de- mostrado SPIRA, Utuersuchun gen zum Deus ex machina bei Sopho- cies und Euripides, Kallmunz, 1960. HERACLES 19 Aparte de esto, tiene valores innegables, como el dominio de la ironía trágica: cuando ya desesperan de que vuelva Heracles y Anfitrión acusa a Zeus de in- grato, el héroe aparece de repente; cuando ya parecia que Zeus se había puesto a la altura de sus deberes como padre y vuelve la felicidad al hogar de Heracles, repentinamente enloquece el héroe; cuando todo pa- rece perdido, aparece Teseo para salvarle de la muerte. Por otra parte, hay caracteres que están desarro- llados con una riqueza enorme: Heracles mismo como padre, esposo y amigo; Mégara como esposa abnega- da y heroica, pero también como una madre <normal» preocupada por el matrimonio de sus hijos en los tiempos de felicidad; Anfitrión como anciano teme- roso, pero al tiempo arrogante y astuto. Si Lico es un carácter plano y unilateral, es porque sólo sirve como contrapunto de la soledad y desvalimiento de la fa- milia de Heracles. Luego desaparece rápidamente; su muerte ocupa el espacio mínimo del tercer estásimo, el más corto de la tragedia griega. Finalmente, como valores aislados, merecen resal- tarse la magnífica descripción (a través de un diálogo) del lento despertar de Heracles, después de su locura, y la magistral descripción que de ésta hace el Men- sajero.

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ARGUMENTO Heracles, luego de desposar a Mégara, la hija de Creonte, tuvo hijos de ella... Dejólos en Tebas y mar- chó él mismo a Argos para realizarle los trabajos a Eunsto. Como sobreviviera a todos, bajó a Hades, para terminar, y como pasara allí mucho tiempo, dejó entre los vivos la creencia de que había muerto. Es- tando los tebanos en discordia con el rey Creonte, trajeron de Eubea a Lico... L ANFITRIÓN. MEGARA. LICO. HERACLES. IRIS.

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LISA. MENSAJERO. TESEO. CoRo de ancianos. Escena: En Tebas. PERSONAJES ANFITRIÓN. — ¿Quién de los hombres no conoce al que compartió el lecho con Zeus, al argivo Anfitrión, al que engendró Alceo, hijo de Perseo, al padre de Heracles? Soy yo, que poseí esta ciudad de Tebas donde floreció la espiga terrena de los <Hombres Sem- 5 brados. 1 Ares salvó un pequeño número de su estirpe y éstos llenaron la ciudad de Tebas con los hijos de sus hijos. De ellos nació Creonte, el hijo de Meneceo, soberano de esta tierra. Y Creonte fue el padre de

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Mégara, aquí presente, a la que un día todos los so Cadnieos celebraron con cantos de esponsales, al son de la flauta, cuando el ilustre Heracles la trajo a mi casa como esposa. Abandonando Tebas, donde yo habito, y dejando aquí a Mégara y a sus suegros, mi hijo se ha dirigido is a la ciudad amurallada de Argos, a la ciudad ciclópea2 de donde yo estoy exiliado por haber matado a Elec- trión. Por aligerar mi infortunio y querer que yo vuelva a habitar en mi patria, está pagando a Euristeo un gran precio por mi retorno, librar de monstruos a la 20 tierra, sometido por los aguijones de Hera o impelido por el destino. Ya ha llevado a cabo los demás trabajos y ahora. para terminar, ha bajado al Hades, a través de la Según el mito, los tebanos habrían nacido de los dientes del dragón de Ares que Cadmo sembró al fundar la ciudad. Ciclópeo: aplicable sólo a Micenas y Tirinto, cuyos muros fue- ron edificados por los Cíclopes (PíNDARO, Er. 169, BERGK). Pero Eurípides identifica (Suplicantes, y. 1130) Micenas y Argos. 24 TRAGEDIAS 25 abertura del Ténaro, para traerse a la luz al Can de tres cuerpos y no ha regresado de allí. Pues bien, según una antigua tradición tebana, exis- tió un tal Lico, esposo de Dirce, que tenía tiranizada

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a esta ciudad de siete puertas antes de que la rigieran 30 los blancos potros gemelos Anfión y Zeto ~, hijos de Zeus. Un hijo de Lico, del mismo nombre que su padre, que no es Cadmeo, sino procedente de Eubea, ha ma- tado a Creonte y, tras el crimen, domina esta tierra. Ha caído sobre esta ciudad enferma y dividida en 35 facciones. Así que el parentesco que nos une a Creonte se nos ha tornado en terrible mal, como es obvio. Como mi hijo está en las entrañas de la tierra, este Lico, nuevo señor del país, quiere acabar con los hijos 40 de Heracles, matar a su esposa —por apagar un crimen con otro- y a mí, si es que hay que contar entre los vivos a un viejo inútil como yo. Teme que algún día, cuando estos niños sean hombres, venguen a la familia de su madre demandando satisfacción por el crimen. ~s Yo por mi parte (pues mi hijo me dejó como tutor de sus niños cuando descendió a la negra oscuridad de la tierra) me he sentado con su madre junto a este altar de Zeus Salvador para que no mueran los hijos 50 de Heracles. Este altar lo erigió mi noble hijo como monumento a su lanza victoriosa cuando venció a los Minias ~. Así es que permanecemos alerta en este lugar 3 En muchas localidades griegas existían —con nombre di- ferente (cf. Tindáridas, Antrópidas, Moliónidas, Afarétidas), aunque a veces conservaban el nombre genérico ánakes— dos gemelos divinos, patronos de causas difíciles (theoí s5t~res>, protectores de la navegación, etc. La denominación «blancos potros» puede deberse a su concepción primitiva como tales, aunque luego se los hiciera simplemente protectores de los ca- ballos o hábiles jinetes, especialmente en zonas de cría caballar. ~ Esta victoria —la hazaña (práxis) más importante de He- racles— es subrayada varias veces (cf. también vv. 220-260), ya J 1 HERACLES 25

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faltos de todo, de comida, bebida y vestido, poniendo nuestras espaldas sobre el suelo por carecer de camas. Nuestra casa tiene las puertas ~ y nos hallamos sin posibilidad de salvación. Pues entre nuestros ami- ss gas, a unos no los veo claramente como tales, y los que lo son de verdad no pueden ayudamos. Tales son los efectos de la adversidad entre los hombres. Que ninguno de cuantos me son amigos —aún a medias— se tropiece con ella. Es la prueba más inequí- voca de la amistad. MÉGARA. — Anciano, tú que un día arrasaste la ciu- 60 dad de los tallos6 como conductor ilustre del ejército cadnieo, ¡qué poco claras son para los hombres las decisiones divinas! Tampoco yo estuve lejos de la fortuna junto a mi padre que, por su poderío, tuvo un día gran renombre: detentaba una tiranía por la que las largas lanzas ye- 65 lan contra los hombres afortunados por culpa de la ambición. Y tenía hijos: a mí me entregó a tu hijo fundando con Heracles una ilustre unión. Pues bien, toda aque- lla felicidad se ha desvanecido y tú y yo vamos a morir, 70 anciano. También van a morir los hijos de Heracles, a quien cobijo bajo mis alas, como una ave clueca a que significó la supremacía de Tebas sobre el estado “micé- nico» más importante de Beocia, Orcómeno de los Minias. Sin embargo, debe pertenecer a una leyenda local, pues Heracles recibió incluso el título de polemarco (cf. AroLoDORO, II 69>. generalisimo en Beocia. 5 Lit. <arrojados de nuestro palacio que ha sido sellado» o confiscado (~ksphragisménoi), Es un anacronismo que responde a una costumbre ática contemporánea de Eurípides. 6 Cf. también y. 1080. Según una antigua tradición tebana (cf. PAUsANIAs, IX 17, 3; XIX 3), Anfitrión había ganado una C¿lebre victoria precisamente sobre la Eubea de Lico, a cuyo rey Calcodonte maté. Pero esta victoria era menos conocida del Público ateniense que la de los Tafios.

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26 TRAGEDIAS sus crías. Ellos me hacen preguntas de uno y otro lado: «Madre, dime, ¿adónde ha marchado padre?, 75 ¿qué hace?, ¿cuándo volverá?» Engañados por su corta edad buscan a su padre. Y yo los entretengo con mis palabras y les cuento historías. Se sorprenden cuando crujen las puertas y todos se ponen en pie como si fue- 80 ran a abrazar las rodillas de su padre. Pero ¿qué es- peranza o qué lugar de salvación puedes buscar, ancia- no? En ti pongo mis ojos. No podríamos cruzar ocultos las fronteras del país porque en las salidas hay vigilantes más fuertes que 85 nosotros. Tampoco en los amigos tenemos ya espe- ranza de salvación. Conque si tienes algún plan, exponlo aquí abiertamente, no te resuelvas a morir. Demos tiempo al tiempo, ya que somos débiles. ANFITRIÓN. — Hija, no es tan fácil aconsejar a la ligera en una situación como ésta, corriendo y sin esforzarse. 90 M~GARA. — ¿Es que te falta algo por sufrir o es que amas tanto la vida? ANFITRIÓN. — Me place vivir y todavía acaricio cier- ta esperanza. M~GARA. — También a mí me agrada, anciano, pero no hay que esperar lo inesperado. ANFITRIÓN. — En el aplazamiento de los males está

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su curación. M~GARA. — Pero a mí me lacera, pues es doloroso, el tiempo que transcurre entre medias. 95 ANFITRIÓN. — Hija, todavía podríamos, con curso favorable, salir de estos males que nos cercan. Todavía podría venir mi hijo y esposo tuyo. Vamos, ten pa- ciencia, y ciega la fuente de lágrimas de tus hijos. íoo Cálmalos con tus palabras y engáñalos con historias aunque sea un pobre engaño. También la aflicción de los mortales tiene un tér- mino y el soplo del viento no siempre es violento. Los J 1 HERACLES 27 que son felices no lo son hasta el final, pues todas las cosas se ceden el sitio mutuamente. El hombre más tos noble es el que se abandona siempre a la esperanza. La desesperación es de hombres cobardes. (Entra el Coro compuesto por viejos compañeros de Anfitrión.) CORO. Estrofa. ¡Oh palacio de techo elevado y envejecido lecho nupcial! En el bastón tengo puesto mi apoyo y vengo, como pájaro encanecido ~, a cantar tristes lamentos 110 —palabras sólo y esperanzas oscuras de nocturnos sueños, temblorosas, sí, mas, con todo, animosas. ¡Oh niños, niños, privados de padre! ¡Oh tú, anciano, tís y tú, desgraciada madre que lamentas al esposo que está en la mansión de Hades! Antistrofa. No dejes que se canse tu pie ni tu pesada pierna, 120 como un potrillo portador de yugo se cansa de llevar el peso del carro cuesta arriba, en pedregosa pen- diente ~. Toma la mano, aférrate al manto de aquél que

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deje retrasada la huella débil de su pie. Eres viejo, 125 acompaña a otro viejo que en otro tiempo, cuando joven, convivía con su armadura nueva en los traba- los propios de los mozos y no era la vergUenza de su ilustre patria. Mirad, cuán parecidos a los de su padre 130 son estos rayos que salen de sus ojos fulgurantes. 7 Probablemente se refiere (cf. Vv. 692 y sigs.) al cisne tra- dicionalinente descrito como grisáceo (cf. EsouILo, Prometeo, 795; ARIsTÓFANES, Avispas 1064; Eualpíixts, Bacantes 1365) y de bello canto al morir (cf. Esouno, Agamenón 1444; EunlPmEs, Electra 151). ¡ Pasaje corrupto. Seguimos la corrección de WILAMoWn7, que cita a Pm’aonso, Satiricón 134, lassus tamquam caballus Uf divo. POlos es a menudo sencillamente sinónimo de hlppos. 28 TRAGEDIAS Mala suerte no les falta desde niños, mas su gracia 135 no se ha perdido. ¡Oh Hélade, qué grandes aliados, qué grandes, vas a perder para tu ruina! (Entra por la derecha el tirano Lico con su guardia.) Mas he aquí que veo a Lico, caudillo de esta tierra, saliendo del palacio. 140 Lico. — Al padre de Heracles y a su esposa pre- gunto si es que lo preciso. (Y desde que me he cons- tituido en tirano vuestro, necesito investIgar lo que

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quiero): ¿Hasta cuándo pretendéis alargar vuestra vida? ¿Qué esperanza veis o qué ayuda para no morir? 145 ¿0 es que confiáis en que volverá el padre de éstos, que ya está en el Hades? Porque estáis exagerando vuestor dolor más de lo debido, ya que tenéis que morir. Tú te andas vanagloriando por la Grecia de que Zeus fue condueño de tu matrimonio y común engen- 150 drador de tu hijo. Y tú, de que te llaman la esposa del hombre más excelente. ¿ Qué ha conseguido de impor- tancia tu esposo por más que haya acabado con la Hidra de los pantanos o con la fiera de Nemea? Dice que la cazó a lazo y la mató con la traba de sus brazos. íss ¿Son éstas las hazañas en las que sustentáis vuestra causa? ¿Acaso por ellas habían de librarse de morir los hijos de Heracles? Cobró éste fama de valiente —no siendo nadie— en lucha con animales, pero en lo de- más no fue guerrero insigne: jamás abrazó escudo 160 con su mano izquierda ni se arrimó a las lanzas; sos- teniendo su arco —el arma de los cobardes— siempre estuvo presto a huir. La prueba del valor de un hombre no es el arco, sino el mantenerse a pie firme y sos- tener la mirada frente a una puntiaguda mies de lan- zas, firme en su puesto. 165 Mi actitud no es de desvergilenza, anciano, sino de preocupación. Soy consciente de que he matado a Creonte, padre de ésta, y que ocupo su trono. Con que no quiero dejar detrás de mi a éstos para que, una HERACLES 29 vez crecidos, se venguen de mí y me hagan pagar por mis actos. ANFITRIÓN. — ¡Que Zeus defienda al hijo de Zeus 170 en lo que le corresponde como padre! A mí toca de- mostrar con mis palabras el error de éste sobre tu per- sona, Heracles. Pues no permitiré que te insulten. Primero tengo que apartar de ti el sacrilegio con el testimonio de los dioses —pues sacrilegio considero 175 el llamarte cobarde, Heracles. Yo apelo al rayo de

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Zeus y a la cuadriga en la que subido clavó sus alados dardos en los costados de los Gigantes y celebró un 180 hermoso himno de victoria en compañía de los dioses ~. Vete al monte Fóloe tú, el más cobarde de los reyes, y pregunta a los Centauros, insolentes cuadrúpe- dos, a qué hombre considerarían el más excelente si no es a mi hijo, de quien tú afirmas que sólo tiene la apariencia IO• Pregunta a Dirfis ~ de los Abantes que íss te crió y no podría elogiarte. No es posible que en- cuentres ningún país como testigo de que has reali- zado hazaña alguna valerosa. ¡Y tú reprochas ese in- vento tan sabio, la armadura del arco! Escucha mis palabras y podrás instruirte. El hoplita es hombre esclavo de sus armas. Si sus 190 compañeros de fila no son valientes, muere con ellos por la cobardía ajena; si rompe su lanza, no puede apartar de si la muerte, pues sólo tiene este medio de defensa. En cambio, cuantos abrazan el arco con mano 195 9 La imagen de Zeus lanzando rayos y Heracles con el arco era central en las representaciones de la Gigantomaquia en los Vasos de figuras negras (cf. WILAMowITz, III, 48). Sobre el kómos de la victoria cf. ATENEO, 1, 22, aunque la confunde —como ya era normal en la poesía antigua— con la Titanomaquia. ‘~ Sc. «del hombre más excelente”, no “de hijo mío», como a veces se ha entendido incorrectamente. 1 Dirfis es la cordillera que atraviesa Eubea como su es- pina dorsal.

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30 TRAGEDIAS certera tienen una ventaja: lanzan miles de flechas y protegen de morir el cuerpo de otros; y al estar apos- tados lejos, se defienden de los enemigos hiriendo con 200 flechas ciegas a quienes pueden verlas. No ofrece su cuerpo a los enemigos, sino que se mantiene bien gua- recido. Y lo más astuto en la batalla es hacer daño al enemigo y proteger el propio cuerpo sin depender del azar. 205 Estas razones opongo a las tuyas sobre este asunto. En cuanto a los niños, ¿por qué quieres matarlos? ¿Qué te han hecho ellos? En una cosa sí te considero acertado, en temer a los hijos de los héroes siendo tú un cobarde. Pero con todo, sería terrible para nos- 210 otros el morir por tu cobardía, cuando eras tú quien debías sufrir esto a nuestras manos —pues somos su- periores a ti— si el pensamiento de Zeus fuera justo con nosotros. Así que si quieres quedarte con el cetro de esta 215 tierra, déjanos salir del país como exiliados; no em- plees violencia con nosotros no vaya a ser que la sufras cuando el sopío de dios cambie contra ti. ¡Ay tierra de Cadmo! —pues también a ti he llegado en mi reparto de reproches. ¿Es así como defiendes a 220 Heracles y sus hijos cuando fue aquél el único que se enfrentó a los Minias e hizo que Tebas mirara con ojos libres? No puedo alabar a Grecia —ni podré so- portar estar callado- cuando la encuentro tan ingrata con mi hijo. 225 Debía venir presta en defensa de estas criaturas portando fuego, lanzas y escudos, como recompensa por haber tú librado de fieras tanto la tierra como el mar, en agradecimiento por lo que te has esforzado por ella. Pero en esta situación, hijos, ni Tebas ni la Hélade

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vienen en vuestra ayuda y ponéis los ojos en mí, vues- tro débil amigo, que no vale más que un zumbido de HERACLES 31 la lengua. Me ha abandonado el vigor que antes tuviera, 230 de viejos me tiemblan los miembros y mi fuerza es una sombra. Si aún fuera joven y pudiera dominar mi cuerpo, tomaría la lanza y teñiría de sangre los rubios bucles de éste. Tendría que huir más allá de las fron- 235 teras atlánticas por temor a mi lanza. CORIFEO. — ¿No ves cómo los hombres nobles tienen buenos temas para sus discursos, aunque sean lentos en hablar? Lico.— Sí, tú dirígete a mi con palabras como to- rres, que yo a cambio de ellas actuaré en tu perjuicio. Vamos, marchad unos al Helicón y otros a las que- 240 bradas del Parnaso y ordenad a los leñadores que corten troncos de encina. Una vez que los hayan traído a la ciudad, apilad los maderos alrededor del altar y prendedíes fuego y abrasad los cuerpos de todos ellos, 245 para que sepan que no es el muerto quien domina esta tierra por el momento, sino yo. En cuanto a vosotros, ancianos que os oponéis a mis planes, vais a plañir no sólo por los hijos de He- racles, sino también por el infortunio de vuestra propia 250 gente cuando algo malo les suceda. Tendréis bien pre- sente que sois esclavos de mi tiranía. CoRIFEo. — (En actitud amenazante.) Vosotros, fru- to de la tierra a quienes un día sembró Ares vaciando la viciosa boca del dragón, ¿no levantaréis los bastones, apoyo de vuestra diestra, y teñiréis en sangre la mal- 255 dita cabeza de este hombre que, sin ser Cadmeo y siendo advenedizo, es el peor gobernante de nuestros jóvenes? Pero no, no serás mi dueño para tu alegría ni te quedarás con lo que yo he trabajado con el esfuerzo de mis manos. Lárgate allí de donde viniste y ejerce 260 allí tu insolencia, que mientras yo viva no matarás a

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los hijos de Heracles. No está tan oculto bajo tierra aquél después que dejó a sus hijos, puesto que tú 32 TRAGEDIAS 265 gobiernas esta tierra luego de arruinarla y en cambio él, que la favoreció, no obtiene lo que merece. ¿Enton- ces, será actuar en exceso el hacer bien a mis amigos muertos cuando más necesitan amigos? ¡Ah, brazo mío derecho, cómo ansías empuñar la 270 lanza! Pero en la debilidad se diluye tu ansia, pues ya te habría yo impedido que me llamaras esclavo y ha- bríamos habitado con horror esta Tebas en la que tú te complaces. No está en sus cabales un pueblo corrompido por la disensión y por los malos consejos. En otro caso, jamás te habrían tomado por su dueño. 275 MÉGARA. — Ancianos, os elogio, pues por los amigos es fuerza que el amigo sienta justa ira. Pero ¡cuidado!, no vayáis a sufrir por irritaros con el tirano por nuestra causa. Y ahora, Anfitrión, escucha mi opinión por si te 280 parece que digo algo de valor. Yo amo a mis hijos —pues ¿cómo no voy a amar a quienes pan entre dolores?— y también considero terrible la muerte. Pero tengo por necio al mortal que se enfrenta a la 285 necesidad. Si hemos de morir, moriremos; mas no abrasados por el fuego ni para escarnio de nuestros

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enemigos, lo que considero peor que la muerte. De- bemos dignidad a nuestra familia: tú tienes brillante nombradía por tu lanza, de forma que es inaceptable 290 mueras por cobarde; mi ilustre esposo no precisa tes- tigos de que no querría salvar a estos niños si fueran a caer en deshonor. Los nobles sufren por el deshonor de sus hijos y yo he de seguir el ejemplo de mi ma- rido. 295 Ahora, escucha lo que pienso sobre tus esperanzas: ¿Crees que tu hijo volverá de debajo de la tierra? ¿Y quién de los muertos ha regresado del Hades? ¿O crees que podríamos ablandar a éste con nuestras palabras? De ninguna manera. Hay que huir del enemigo cuando HERACLES 33 es necio y ceder ante los hombres sensatos y bien 300 formados, pues en tocando al honor podrías concluir fícilmente un pacto de amistad con éstos. Ya se me ha ocurrido que podríamos pedir el exilio para estos niños, pero también es triste ponerlos a salvo en medio de una pobreza lamentable. Pues se dice que el rostro 305 de los que hospedan tiene sólo un día la mirada agra- dable para sus amigos exiliados. Afronta la muerte con nosotros, ya que te espera de todas formas. Apelamos a tu nobleza, anciano; que quien trata de combatir el destino de los dioses es 310 valiente, pero su valentía es insensata. Lo que tiene que ser, nadie puede hacer que no sea. CORIFEO. — Si alguien te hubiera injuriado cuando mis brazos eran robustos, fácilmente le habría yo puesto coto. Pero ahora no somos nadie. Por tanto a 315 ti te toca, Anfitrión, procurar de rechazar vuestra muerte. ANFITRIÓN. — No es cobardía ni deseo de vivir lo que me hace rechazar la muerte, sino el deseo de salvar a los hijos de mi hijo. Pero parece que persigo en vano lo imposible. Mira, aquí está mi cuello para que lo atravieses

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con tu espada, para que me mates, para que me arro 320 jes desde una roca. Señor, concédenos un solo favor, te suplicamos: mátanos a mí y a esta desgraciada antes que a los niños. Que no los veamos ~¡visión impía!— agonizando y llamando a su madre y ~ su abuelo. Por 325 lo demás, si tienes arrestos, obra a tu gusto, pues no tenemos defensa contra la muerte. M~GARA. — También yo te pido que añadas un favor a éste, de forma que nos concedas doble gracia, pues Somos dos: abre la casa —pues ahora estamos ence- 330 rrados —y concédeme poner a mis hijos el atavío de los muertos, para que al menos en esto les sirva de Provecho la casa de su padre. 34 TRAGEDIAS Lico. — Sea, ordeno a los esclavos abrir los cerro- jos. Entrad y amortajaos. No envidio las mortajas. 335 Cuando hayáis ataviado vuestro cuerpo, vendré para entregaros a lo más hondo de la tierra. (Sale por la derecha.) M~cARA. — Hijos, acompañad el desdichado pie de vuestra madre hacia el palacio paterno, sobre cuyos bienes mandan otros, aunque de nombre sean todavía vuestros. (Entra Mégara con los niños en el palacio.) ANFITRIÓN. — Zeus, en vano te tuve compartiendo 340 mi lecho nupcial y en vano te llamamos compadre de mi hijo. Resulta que eres peor amigo de lo que pa-

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recías. Yo, un mortal, te supero en valor a ti, un gran dios; pues yo no he abandonado a los hijos de Hera- cles. En cambio, tú supiste encamarte a escondidas 345 apropiándote, sin que nadie te lo diera, de un lecho aje- no, y no sabes salvar a tus amigos. O eres un dios estú- pido o eres injusto por naturaleza. (Entra en el palacio.) Estrofa l.a CoRo. — «¡Ay Lino!» 12 —tras feliz tonada—, Febo 350 canta conduciendo su cítara de sonido hermoso con pulsador de oro, Y yo, al que de lo profundo de la tierra sube a la luz, al hijo no sé si llamarlo de Zeus 355 0 retoño de Anfitrión, cantar como corona de sus tra- bajos quiero con buen lenguaje. Que virtudes de nobles esfuerzos para los muertos son gloria. 12 Originariamente es un grito —allino (como peán, jeleno, himeneo, Jacco, probablemente baco, etc.)— que luego dio ori- gen, mediante una historia etiológica, al nombre propio de Lino (héroe inventor en el terreno musical, relacionado con Apolo) y todavía antes un canto (cf. HOMBRO,’ XVIII 570) de viñado- res. Segun ATENEO (XIV 619 c). Aristófanes de Bizancio ya lo consideraba —con razón— indistintamente como himno o como treno. De hecho este estásimo es un himno de alabanza a un héroe a quien se cree muerto celebrando los doce trabajos. HERACLES 35 Primero al bosque de Zeus libró del león 13 y echón- 360 dose a la espalda la parda pelliza, cubrió su rubia ca- beza con las terribles fauces de la fiera. Antistrofa ~ a Luego la raza de los montaraces y salvajes Cen- 365 jauros derribó con mortíferas flechas atravesándolos con alados dardos. Fue testigo el Peneo de hermosas aguas y las infi-

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nitas tierras de la estéril llanura y los paisajes del 370 Pelión y los lugares vecinos del Hómola 14 donde —sus manos llenas de antorchas— asolaban con sus cabalga- das la tierra de los Tesalios. Y cuando mató a la cierva de cuernos de oro, de 375 moteado lomo, destructora y salvaje, honró con sus despojos de la diosa ‘~ de Énoe, cazadora de fieras. Estrofa 2.a Y montó las cuadrigas y domó con el freno las 380 potras de Diomedes 16, las cuales en sangrientos pe- sebres, sin freno devoraban con sus mandíbulas ali- mentos sangrientos banqueteándose —¡maldito fes- 385 tin!— con el placer de bocados humanos. Atravesó las orillas del Hebro de corriente de plata sufriendo por causa del rey de Micenas 17 Y en la ribera del Pelión junto a las fuentes de 390 Anauro a Cicno, matador de viajeros, con sus dardos nzató, al insociable habitante de Anfaneas. 13 En Nemea. 14 En Tesalia. Eurípides confunde la Centauromaquia de Heracles en Arcadia (cf. y. 182) con la de Teseo y Pinteo en Tesalia. 15 Artemis en la Argólide, cuya llanura devastaba la cierva. 16 Hijo de Ares, tracio. Nada tiene que ver con el hijo de Tideo, héroe de la guerra troyana. 17 Euristeo, rey de Micenas. Se ha sugerido que Heracles Podría reflejar a un personaje real, barón de Tirinto, que tstania con respecto a Euristeo en relación de vasallaje.

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36 TRAGEDIAS Antistrofa 2.« 395 Y se llegó a las doncellas cantoras ‘~, hasta su mo- rada del Poniente para arrancar con su brazo de las ramas de oro el fruto de la manzana y mató a la ser- pien te de rojizo lomo que las vigilaba inaccesibles 400 enroscando su espiral. Entró en lo más hondo del piélago marino haciéndolo tranquilo para los mortales con el remo. Y puso sus manos en el punto medio de apoyo del 405 cielo, cuando marchó a casa de Atlas y sostuvo la es- trellada morada de los dioses con su hombría. Estrofa 3a Y marchó en busca del escuadrón montado de las Amazonas en Meótide, de abundantes ríos, atravesando 410 el camino del mar Hospitalario. ¿Qué tropa de amigos de toda Grecia no escogió para cobrar el dorado ceñidor del peplo de la hija de Ares —la caza mortífera del cíngulo—? La Hélade tomó este brillante despojo de la moza extranjera y ahora se conserva en Micenas. 420 Y abrasó a la perra de mil cabezas, a la Hidra ase- sina de Lerna y untó de veneno sus flechas con las que dio muerte al pastor de triple cuerpo de Eritea ~ Antistrofa 3.> 425 Otras expediciones ha terminado con éxito y traído los trofeos. Y ahora —último de sus trabajos— ha 18 Las Hesperídes. Este trabajo, así como la victoria sobre Gerión y la captura de Cerbero, son variantes de un único trabajo: la victoria del héroe sobre la muerte. Esto demuestra que del cúmulo de aventuras de Heracles se extrajo artificial- mente un canon (quizá varios) de doce, número familiar en una

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cultura que empleaba el sistema sexagesimal. 19 Gerión, pastor de Eritea (quizá Cádiz), dotado de tres cuerpos, a quien mata Heracles para robar el ganado. Trabajo cantado ya por Estesícoro en su Gerioneida (cf. J. L. CAI.vo, >Estesícoro de Hímera<~, Durius, II, 2, 1974). HERAcLES 37 navegado hasta el Hades de mil lágrimas donde está llegando desdichado al término de su vida. Y no ha vuelto. Esta su mansión está huera de amigos y la barca 430 de Caronte aguarda el camino sin retorno de sus hijos —camino sin dioses ni justicia—. Tu casa pone los ojos en tus manos aunque no estés 435 presente. Si yo tuviera el vigor de un mozo y blandiera mi lanza en la batalla —y lo mismo los tebanos de mi edad—, me pondría delante de los niños para deJen- 440 derlos. Mas ahora estoy lejos de mi feliz juventud. (Sale del palacio Mégara con los niños amortajados.) CoRiFEo. — Pero estoy viendo con el atavío de los muertos a éstos que fueron un día los hijos del gran 445 Heracles, a su esposa que arrastra a los niños como atados a sus pies y al anciano padre de Heracles. ¡Desgraciado de mí, que no puedo contener ya mis ojos, viejas fuentes de lágrimas! 450 M~GARA. — Vamos, ¿quién es el sacerdote, quién el ejecutor de estos malhadados y el asesino de esta mi doliente vida? ~. Estoy presta para conducir al Hades estas víctimas. Hijos, formamos una yunta nada hermosa de cadá- veres, viejos igual que jóvenes y madres. 455 ¡Oh desdichada suerte mía y de éstos mis hijos a quienes veo por última vez! Os pan y crié para que ¡ 05 humillaran mis enemigos, para escarnio y ma- tanza. ¡Ay!

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Mucho me han engañado las esperanzas que con- 460 cebí por las palabras de vuestro padre. A ti te asignó Argos tu difunto padre y eras el futuro dominador de Verso condenado por PAI.EY como interpolado. GRÉGOXas lo mantiene comparando con Andrómaca 418: «nuestros hijos Son nuestra vida>. 38 TRAGEDIAS la casa de Euristeo, detentando el poder sobre la 465 tierra Pelasga, de abundante fruto. Iba a cubrir tu ca- beza con el despojo del león con que él mismo se vestía. Tú eras el soberano de Tebas, que ama los carros, el heredero de los campos de mi patria, porque sabias 470 ganarte a tu padre. En tu. diestra iba a poner la cin- celada maza protectora 21 —¡entrega que no va a ser cierta!—. A ti prometió donarte Ecalia ~, la tierra que él con- quistó un día con certeros dardos. Como érais tres, vuestro padre os estableció en tres reinos, porque tenía orgullo de su hombría. 475 Y yo..., yo os escogía novias —para trabar relacio- nes— entre lo más selecto de Atenas, Esparta y Tebas; para que, amarrados por cables de proa, llevárais una vida feliz.

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480 Todo se ha esfumado. Este revés de la fortuna os ha dado a cambio las Keres ~ por novias y a mí, des- dichada, un baño nupcial de lágrimas para entregaros. Aquí el padre de vuestro padre prepara el banquete de bodas, ya que tiene por suegro vuestro a Hades —¡amargo parentesco! 24......• 485 ¡Ay de mí! ¿A quién de vosotros abrazaré primero y a quién en último lugar?, ¿a quién besaré?, ¿a quién voy a tomar entre mis brazos? ¿Por qué no podré —como la abeja de rubias alas— reunir los lamentos 21 En gr. alex~t~rion. A Heracles, en sus cultos, se le daba el nombre de alexlkakos. 22 Situada en Tesalia, Mesenia o Eubea según las ocasiones. Allí venció Heracles con su arco al afamado guerrero Eurito. De esta hazaña quedan huellas en Odisea VIII 224. 23 Las Keres, diosas de la muerte (a veces kér es sinónimo de muerte), son bijas de Hades. 24 La madre preparaba el bailo nupcial de sus hijas antes del matrimonio. El padre de la novia ofrecía el banquete, de aquí que en este caso tenga que ser el sustituto de Hades. HERACLES 39 de todos en uno solo y producir un llanto torrencial? Amado nilo, si en Hades se puede oír la voz de los 490 mortales, esto es lo que a ti digo, Heracles: van a morir tu padre y tus hijos, voy a perecer yo, a quien los hombres llamaban feliz por tu causa. Ven en nuestra ayuda, aparécete a mí aunque sólo sea como una sombra. Pues Si vienes —incluso cornO 495 un sueño- serás suficiente ayuda. Que son villanos comparados contigo los que quieren matar a tus hijos. ANFITRIÓN. — Aplaca tú a los poderes infernales, mujer, que yo voy a levantar mis brazos al cielo para suplicarte a ti, Zeus, que si estás dispuesto a ayudar a estos hijos, los defiendas, porque pronto de nada soo servirá tu auxilio. Muchas veces te he invocado; es- fuerzo vano, pues según parece es fuerza morir.

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Ancianos, pequeñeces son las cosas de la vida. La recorreréis hasta el final con el mayor placer, si pasáiS 505 sin daño del día a la noche. Que el tiempo no sabe conservar las esperanzas; realiza deprisa su trabajo y se echa a volar. Ya me veis a mí que fui señalado entre los mortales por mis celebradas hazañas; la fortuna me ha arrebatado en un solo día, como a un ~o pájaro, hasta el éter. En cuanto a la riqueza y el honor de verdad, no conozco a nadie que los tenga seguros. ¡Adiós, compa- ~eros, estáis viendo por última vez a un amigo! (Hera- cles aparece por la derecha.) MÉGARA. — ¡ Eh, anciano!, ¿es mi bienamado a quien Veo?, ¿o qué debo decir que veo? ANFITRIÓN. — No sé, hija; también yo estoy sin 515 habla. MÉGARA. — Éste es el que hemos oído que está bajo tierra, a menos que estemos viendo un sueño en pleno día. Mas ¿qué digo?, ¿qué sueños estoy viendo en mi congoja? Éste no es otro que tu hijo, anciano. Vamos, hijos, aslos del vestido de vuestro padre, marchad de- 520 40 TRAGEDIAS prisa, no os soltéis, pues para vosotros en nada le va en zaga a Zeus salvador. HERACLES. — Yo os saludo, oh palacio y pórticos de mi hogar. ¡ Con que agrado os contemplo ahora que

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525 he vuelto a la luz! ¡Vaya! ¿Qué es esto? Estoy viendo delante del palacio a mis hijos con cabezas coronadas de ornamentos funerarios y a mi esposa entre un tropel de hombres y a mi padre llorando no sé qué infortu- tunios. Veamos, me enteraré llegándome hasta ellos. 530 Mujer, ¿qué nueva fatalidad se cierne sobre nuestra casa? ANFITRIÓN ~. — ¡Oh, el más amado de los hombres! ¡Oh tú, que has venido a tu padre como un rayo de luz! Has llegado a salvo en el momento más oportuno para los tuyos. HERACLES. — ¿Qué dices? ¿Qué catástrofe es ésta a la que llego, padre? MÉGARA. — Estamos perdidos. Anciano, perdona que 535 te haya arrebatado las palabras que tú debías dirigirle, pues la mujer produce sin duda más lástima que el hombre. Mis hijos iban a morir y yo estaba a punto de perecer. HERACLES. — ¡ Por Apolo, con qué proemio das co- mienzo a tus palabras! MÉGARA. — Han muerto mis hermanos y mi anciano padre. 540 HERACLES. — ¿Qué dices? ¿En qué ataque o alcan- zado por la lanza de quién? ~. M~GARA. — Los mató Lico, el nuevo soberano del país. 25 Atribuimos ambos versos a Anfitrión, como sugiere la pregunta de Heracles en el y. 533, apartándonos de la edición de MinulAr. 26 Realmente dice: <agrediendo a alguien o agredido por alguien3 (opone drásas: activo, a dorós tychOn: pasivo). HERACLES 41 HERACLES. — ¿ Haciéndoles frente con las armas, o porque el país estaba dividido? MÉGARA. — Por enfrentamientos internos. Y ahora

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tiene el poder de siete puertas de Cadmo. HmucLEs. — ¿Entonces, por qué os habéis amedren- tacto tú y el anciano? MÉGARA. — Iba a matarnos a tu padre, a mí y a los 545 n~os. HERAcLES. — ¿Qué dices? ¿Qué temía de la orfandad de mis hijos? MEGARA. — Que vengaran algún día la muerte de Creonte. HERACLES. — ¿Y qué ornamentos son éstos que los asemejan a cadáveres? M~aAxu. — Éstas son las bandas de la muerte que ya les había atado. H~cLEs. — ¿Así que iban a morir a la fuerza? sso ¡Mísero de mí! MÉGA¡~. — No teníamos amigos y oímos que tú habías muerto. HERACLES. — Y ¿cómo os ha entrado esta desespe- ración? MEGARA. — Los heraldos de Euristeo nos dieron la noticia. HERACLES. — ¿Por qué habéis abandonado mi casa y mi hogar? MÉGARA. — Por la fuerza; tu padre sacado del lecho... sss Hm~cLES. — ¿Y no tuvo respeto como para deshon- mr a un anciano? MÉGARA. — El Respeto habita lejos de la diosa ~ que aquí domina. HERACLES. — ¿Tan faltos estábamos de amigos una Vez que nos ausentamos? ~ 1. e. la Violencia. Cualquier abstracto puede ser divini- ~do; aquí aparecen divinizados la Violencia y el Respeto (cf. 3Obre este último también Esouiw, Siete 469).

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42 TRAGEDIAS MÉGARA. — Pues ¿ qué amigos tiene un hombre des- afortunado? 560 HERACLES. — ¿ Y despreciaron la lucha que tuve que sostener contra los Minias? MÉGARA. — Quien carece de fortuna, carece de ami- gos, te digo por segunda vez. HERACLES. — ¿Es que no vais a arrojar las bandas de Hades de vuestro pelo y a levantar la vista hacia la luz, cambiando vuestra miráda desde la infernal oscuridad? 565 Yo, por mi parte —pues esto es obra de mis bra- zos—, marcharé primero a destruir de arriba abajo la casa de los nuevos tiranos. Cortaré su sacrílega cabeza y la arrojaré a los perros para que la arrastren. A cuantos cadmeos he sorprendido como traidores, aun- 570 que recibieron buen trato por mi parte, los someteré con esta mi arma victoriosa; a otros los dispararé en todas direcciones con mis alados dardos y llenaré de sangre de cadáveres todo el Ismeno. Las blancas aguas de Dirce ~ se tornarán rojas de sangre. Pues ¿a quién 575 tengo que defender si no es a mi esposa, hijos y an- ciano padre? ¡Adiós a los trabajos! Más en vano fueron aquellos trabajos que éstos. Tengo que morir en de- fensa suya, como ellos iban a hacerlo por su padre. ¿Podremos decir que es hermoso dar batalla a la hidra 580 y al león por orden de Euristeo y ‘en cambio no voy a esforzarme por alejar de mis hijos la muerte? No, en- tonces ya no recibiré, como antes, el nombre de He- racles el Invicto ~.

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CoRo. — Es de justicia que los padres ayuden a sus hijos, a su anciano padre y a su compañera de mat rl- moflo. • 28 Los ríos tsmeno y Dirce son los dos ríos de Tebas. 29 Es el otro <cf. antes alexlkakos) epíteto cuitual de He- racles. ¡-1 ERACLE5 43 ANFITRIÓN. — Hijo, bien te cuadra el ser amigo de 585 tus amigos y odiar al enemigo. Pero no te precipites. HERACLES. — ¿Y qué es más urgente o más premioso que esto, padre? ANFITRIÓN. — El tirano tiene como aliados un sin- número de hombres pobres, aunque de palabra apa- rentan ser ricos, los cuales han sembrado la disensión 590 y perdido la ciudad por sus rapiñas de los bienes ajenos; los suyos propios los han dilapidado en el ocio. Te han visto cuando entrabas en la ciudad; y puesto que te han visto, cuídate de no caer en sus manos inopinadamente si se reúnen tus enemigos. HERACLES. — Nada me importa que me haya visto 595 la ciudad entera. Y es que al ver un ave en posición de mal aguero, me di cuenta de que una desgracia había caído sobre nuestra casa. Así que entré en el país a ocultas de propósito. ANFITRIÓN. — Bien. Entra y dirige tu saludo al hogar y deja que la casa paterna contemple tu aspecto. 600 Pues el rey vendrá en persona para arrastrar a la muerte a tu esposa y a tus hijos y para degollarme a ml. Si te quedas aquí todo está a tu favor; te benefi- ciarás de una situación de seguridad. Pero no vayas a levantar a la ciudad antes de dejar aquí todo bien 605 dispuesto, hijo. HERACLES. — Obraré así, pues has hablado bien. En- traré en el palacio y ya que por fin he vuelto de los

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antros subterráneos de Hades y Core, donde no brilla el sol, no me negaré a saludar antes que nada a los dioses del hogar. ANFITRIÓN. — ¿De verdad llegaste a la morada de 610 Hades, hijo? HERACLES. — Si, y he traído a la luz la fiera de tres cabezas. 44 TRAGEDIAS ANFITRIÓN. — ¿La venciste en combate, o fue un regalo de la diosa? HERACLES. — Luchando, y tuve la suerte de contem- plar los ritos de los iniciados. ANFITRIÓN. — ¿ Entonces de verdad está la fiera en el palacio de Euristeo? 615 HERACLES. — La guarda el bosque de la diosa iii- fernal y la ciudad de Hermione. ANFITRIÓN. — ¿No sabe Euristeo que has vuelto a subir a la tierra? HERACLES. — No lo sabe. He venido primero aquí para informarme. ANFITRIÓN. ¿Y cómo has estado tanto tiempo bajo tierra? HERACLES. — Me he retrasado por traer a Teseo del Hades ~, padre.

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620 ANFITRIÓN. — ¿Y dónde está él? ¿Ha marchado a su patria? HERACLES. — Ha partido hacia Atenas, gozoso por haber huido del infierno. Pero vamos, hijos, acompa- ñad a casa a vuestro padre. La entrada os va a ser 625 más agradable que la salida. Vamos, tened valor y no sigáis soltando ese río de vuestros ojos. Y tú, esposa mía, recobra el ánimo y deja de temblar. Suelta mis vestidos, que no tengo alas ni pienso huir de los míos. ¡Ay, ay!, éstos no me sueltan, si no que se aferran 630 todavía más a mis vestidos. ¿Tan sobre el filo de la navaja habéis estado? Los tendré que llevar de la mano a remolque, como una nave arrastra a unas bar- quillas. Pero no voy a negarme a las caricias de mis hijos. Todo es igual entre los hombres. Tanto los más 30 Teseo había acompañado a Piritoo, al Hades para apode- rarse de Perséfone. Hay varías versiones: Eurípides escoge aquella según la cual Heracles sacó a Teseo del Hades, porque sirve a sus fines en este drama. Según otra ouedó retenido en Hades (cf. VIRGILIO, Eneida VI 17, y quizá Odisea XI 631). HERACLES 45 poderosos como quienes nada son aman a sus hijos. 635 Sólo se distinguen por el dinero —unos lo tienen y otros no-, pero toda la raza humana ama a sus hijos. (Entran todos en palacio.) Estrofa 1 •a CoRo. — La juventud siempre me ha sido grata. La vejez, en cambio, cual carga más pesada que las rocas del Etna, sobre mi cabeza pende y mis párpados con 640 oscuro velo oculta. No, para mí de asiática tiranía la riqueza no quiero ni mi casa llena de oro a cambio de 645 la juventud. Hermosa es ella en la abundancia, hermosa en la miseria. La oscura y mortal vejez, por el con- 650 trario, odio. ¡Que las olas la arrastren y que jamás se

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acer que a las casas y ciudades de los hombres! ¡Que 635 vuele por el éter con eternas alas! Antistrofa a Si los dioses tuvieran entendimiento y ciencia a la medida humana, dos juventudes darían como marca patente de virtud a quienes la poseyeran; y una vez 660 muertos, volverían a la luz del sol como en doble ca- rrera del estadio 31~ Los mal nacidos, en cambio, simple tendrían la vida y así se podría a los malvados distin- 665 guir de los virtuosos, como los marineros pueden con- tar las estrellas entre las nubes. Mas ahora no hay 670 ninguna frontera exacta —puesta por los dioses— entre buenos y malos, sino que el tiempo en su ciclo hace brillar sólo la riqueza. Estrofa 2.a No dejaré de ayuntar las Gracias con las Musas —¡hermosa conjunción!—. ¡No viva yo sin armonía. 675 31 Este pensamiento es una variante de Suplicantes, versos 1080 y sigs., donde se expresa el deseo de tener dos vidas para con la segunda enmendar los errores de la primera. 1 46

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TRAGEDIAS mi vida siempre entre coronas! Aunque viejo, el poeta 680 canta a Mnemósine. Todavía puedo cantar el himno de victoria de Heracles junto a Bromio 32 que me re- gala su vino, junto al canto de la lira de siete cuerdas 685 y la flauta de Libia. Jamás haré callar a las Musas que me han enseñado la danza. Antistrofa 2.a Las doncellas de Delos el peán cantan ante las puertas del templo, en honor del noble hijo de Leto, 690 y hacen girar su hermoso coro. También el peán, ante tu palacio, como un cisne yo, anciano cantor, de mi boca encanecida can taré. Pues hay buena materia 695 para mis himnos: él es hijo de Zeus, mas en virtud supera su noble cuna: con el esfuerzo ha fundado para 700 el hombre una vida sin tempestades, pues ha destruido las fieras que le asustaban. (Entran simultáneamente Lico por la derecha con su guardia x’ Anfitrión que sale del palacio.) LIco. — Oportunamente sales, Anfitrión, del pala- cio, pues ya es mucho el tiempo que lleváis adornando vuestro cuerpo con ropas y atavios mortuorios. Vamos, 705 ordena a los hijos y a la esposa de Heracles que salgan del palacio cumpliendo vuestra promesa voluntaria de morir. ANFITRIÓN. — Señor, estás acosándome en mi infor- tunio y ejerciendo toda tu insolencia por la muerte de los míos, cuando debías actuar con moderación, por 710 más que seas el que manda. Ya que nos impones morir a la fuerza, forzoso es contentarse. Hay que hacer lo que tú decidas. Lic o. — ¿Dónde está Mégara, dónde los nietos de Alcmena? 32 Es el epiteto cultual de Dioniso más empleado por

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Eurípides. HERACLES 47 ANFITRIÓN. — Me parece que ella, a juzgar desde fuera... LICO. — ¿Cómo que te parece? ¿Qué es lo que con- jeturas? ANFITRIÓN. —.. se sienta como suplicante junto al 715 santo altar de Hestia. LIco. — En vano suplica por su vida. ANFITRIÓN. — ... y que trata de evocar —en vano, desde luego- a su difunto esposo. Lico. — Pero él no está aquí ni ojalá venga nunca. ANFITRIÓN. No, a menos que algún dios lo re- sucite. Lico. — Marcha por ella y hazía salir del palaciO. 720 ANFITRIÓN. — Sería cómplice del crimen si hago eso. Lico. — Ya que tienes ese escrúpulo, nosotros mis- mos, que estamos por encima de esos miedos, haremos salir a los niños con su madre. Vamos, siervos, seguidme, para que acabemos gus- 725 tosos con la dilación de este trabajo. (Entra en el pa- lacio con sus hombres.) ANFITRIÓN. — Entonces ve tú, marcha a donde ten- gas que ir, que lo demás quizá sea obra de otro. Mas espera sufrir algún daño si algún daño has hecho. Ancianos, para nuestro bien ya marcha y, cuando 730 cree que va a matar a otros, el maldito asesino quedará prendido entre los lazos de la trampa que le tenderán las espadas. Me voy para s’er cómo cae muerto; pues es agrada- dable la muerte de un enemigo y el que pague por sus acciones. (Entra en el palacio.) Estrofa l.a CoRo. — Cambia de lugar la desgracia, nuestro an- 735 tiguo gran rey ha hecho volver su t’ida desde el Hades. ¡Ay! Justicia y Destino de los dioses tuercen su curso.

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48 TRAGEDIAS 740 CORIFEo ~ — Ha llegado el momento en que pa- garás con tu muerte, por haberte insolentado contra, quien es superior a ti. CoRo. — La alegría me ha hecho saltar las lágrimas. 745 Ha vuelto —lo que nunca esperó mi corazón— el sobe- rano de mi tierra. CORIFEO. — Ancianos, vayamos a observar lo que sucede dentro del palacio, veamos si alguien recibe el trato que yo espero. Líco.—¡Ay de mí!, ¡ay de mí! Antistrofa 1 a 750 CoRo. — este es el preludio del canto que me agra- da oír en el palacio. La muerte no está lejos. El rey gime y grita el preludio de su muerte. Lico. — ¡Oh país de Cadmo, muero a traición! 755 Cotu~o. — También tú mataste así. Resignate a pagar un precio condigno, paga la pena por lo que hiciste. CoRo. — ¿Quién es el que ha mancillado a los dioses con su impiedad y —siendo mortal— ha lanzado con- tra los felices habitantes del cielo la insensata acusa- ción de que son impotentes? 760 CoRIFEo. — Ancianos, el impío ya no existe. El pa-

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lacio calla; volvamos a nuestra danza. Ya son felices los amigos a quienes yo amo. Estrofa 2.a CoRo. — Danzas, danzas y banquetes ocupan a los 765 habitantes de Tebas en la sagrada ciudad. Hay un cam- bio de lágrimas, un cambio de fortuna ha engendrado nuevos cantos. El nuevo soberano se ha ido, y el antí- 33 Es un canto alternado entre Corifeo y Coro, no entre semicoros, como señala la edición de MURRAY. HERACLES 49 guo domina luego de abandonar el puerto de Aque- 770 ronte. La esperanza llegó inesperada. Antistrofa 2.8 Los dioses, si, los dioses se ocupan de conocer a justos e impíos. El oro y la fortuna sacan a los mor- 775 tales fuera de sí arrastrando el poder de la injusticia. Nadie se atreve a prever los reveses del tiempo ~. Cuando uno rechaza la ley y entrega sus favores a la ilegalidad quiebra el oscuro carro de la prosperidad ~. 780 Estrofa 3a ¡Oh Ismeno, cúbrete de coronas! ¡Oh pulidas calles de la ciudad de siete puertas, llenaos de coros! ¡Oh Dwce de hermosa corriente —y contigo las hijas de 785 Aso po—, abandonad las aguas paternas! Venid, Ninfas, para cantar conmigo el combate victorioso de Heracles. Oh rocas arboladas del dios Pitio, oh moradas de las ~o Musas del Helicón, celebrad con vuestro alegre canto a mi ciudad, a mis muros, donde surgió la raza de los Hombres Sembrados, el batallón de broncíneas lanzas 795 que transmite esta tierra a los hijos de sus hijos, sa- grada luz de Tebas. Antistrofa 3a ¡Oh doble lecho conyugal, generador común, lecho

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de mortal y de Zeus —que se introdujo en la cama de 800 la novia nieta de Perseo 36~! ¡Cuán segura se ha reve- lado para mí tu ya antigua parte de paternidad, oh Zeus! El tiempo ha mostrado el brillo de la fuerza de sos Es decir, los reveses de fortuna producidos por el tiempo. ~ Alegoría basada en una competición de carros: el carro de la prosperidad justa es brillante como el oro; el de la in- Justa es oscuro, sin brillo, y acaba estrellándose antes de llegar S I& meta (cf. Electra 954 y sigs.). ~‘ Alcmena, hija de Electrión y nieta de Perseo. 50 TRAGEDIAS Heracles, el cual ha salido de las entrañas de la tierra abandonando el infernal palacio de Plutón. sio Como rey, has resultado superior al tirano inno- ble37 que, a la hora de la lucha a espada, ha puesto ante nuestros ojos la evidencia de que la justicia es todavía del agrado de los dioses 38• (Aparecen Iris y Lisa sobre el palacio.) 815 CoRIFEO. — ¡Oh! ¡Eh! ¿Es que vamos a caer, ancia- nos, en un nuevo ataque de terror? ¿Qué aparición veo sobre el palacio? Pon en fuga, pon en fuga tu lento pie, sal de aquí, 820 ¡Rey Peán, aleja de mí la desgracia! IRIS. — Ancianos, cobrad ánimos; ésta que véis aquí

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es Lisa ~ hija de la Noche, y yo soy Iris, servidora de los dioses. No venimos a producir daño alguno a la 825 ciudad. Nuestro ataque común se dirige contra la casa de un solo hombre, del hijo —así dicen— de Zeus y Alcmena. Pues antes de dar fin a sus duros trabajos, le protegía el destino y su padre Zeus no nos permitía, 830 ni a mí ni a Hera, que le hiciéramos daño. Mas ahora que ha terminado los trabajos que Euristeo le impuso, Hera quiere contaminarlo con sangre de su familia por la muerte de sus propios hijos. Y así lo quiero yo. (A Lisa.) Conque, vamos, recobra la dureza de tu corazón, hija soltera de la negra noche, mueve contra 835 este hombre la locura, confunde su mente para que mate a sus hijos, empuja sus pies a una danza desen- frenada, suelta al Asesinato de sus amarras. Que con sus propias manos asesine a sus hijos y 840 los haga atravesar la corriente del Aqueronte; y que compruebe cómo es el odio de Hera contra él y cómo 37 Lit. <la vileza de un tirano.. 38 Wn.~u¿owI1z considera corruptos estos versos por el hecho de que el coro se dirige, inesperadamente, a Heracles. No es razón suficiente para ponerles la crux. 39 Lisa es la personificación de la Demencia, del Furor. HERACLES 51 mío. De lo contrario, los dioses no contarán para ada y los hombres serán poderosos si éste no es stigado. LISA. — Soy hija de nobles padres, de la sangre de ano y de Noche. Mi oficio es éste, mas no me agrada 845 isañarme ni me complace visitar a los hombres que e son amigos. Así que quiero aconsejaros a Hera y a por si atendéis a mis palabras, antes de veros co- iumeter un error. ~ Este hombre, contra cuya casa me enviáis, no ca- 850 ru~ de nombre ni en la tierra ni entre los dioses. Ha pacificado la tierra inaccesible y la mar salvaje; y él

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les ha restablecido a los dioses los honores que desaparecido por obra de hombres impíos ~. aconsejo que no le desees grandes males. IRIS. — No trates de corregir los designios de Hera 855 míos. LISA. — Trato de poner tu huella en el camino mejor vez del peor. 1 IRIs. — La esposa de Zeus no te ha enviado aquí pura que seas sobria. LISA. — Pongo a Helios por testigo de que hago lo que no quiero hacer. Pero si es fuerza que os obe- dezca a Hera y a ti, si necesitáis que os acompañen ~rtigo y ladridos como los perros al cazador, me pon- 860 ré en marcha. Ni el mar ruge tan enfurecido con sus has, ni los seísmos en tierra ni el aguijón del rayo esoplan tan dolientes como yo voy a lanzarme a la irrera contra el pecho de Heracles. Haré que el pa- icio se resquebraje y lo dejaré desplomarse sobre abs, matando primero a sus hijos. Su asesino no 865 que está matando a los hijos que engendró, s de que se libre de mis ataques de furor. • WnAMowrrz (cf. III, 185) ha postulado que falta aquí un ~ que él reconstruye así: <por lo que a la celosa esposa Leus y a ti... 52 TRAGEDIAS

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¡Eh, mira como ya comienza a agitar la cabeza y gira en silencio sus pupilas brillantes y desencajadas! sio No puede controlar la respiración, como un toro a punto de embestir, y muge terriblemente invocando a las Keres del Tártaro. En seguida le haré agitarse más y acompañaré su danza con las flautas del terror. Levanta tu noble pie y marcha al Olimpo, Iris, que yo me introduciré sin ser vista en el palacio de Heracles. 875 CORO 41• — ¡Ay, ay, ay, gemid! Va a ser segada la flor de tu ciudad, el hijo de Zeus. ¡Desdichada Hélade, que a tu bienhechor vas a perder, lo vas a perder en danza enloquecida acompañada por la flautas de Lisa. 880 Ha subido a su carro la de muchos lamentos e impulsa su aguijón contra el tronco, como para lan- zarlo a la perdición, la Gorgona hija de la Noche con sus silbidos de cien cabezas de serpiente, Lisa cuya vista petrifica. 885 ¡Qué pronto ha abatido dios a quien era feliz! ¡Qué pronto van a expirar los hijos a manos de su padre! ARFITRIÓN. — (Desde dentro.) ¡Ay de mí, desdichado! CoRo. — ¡Ay, Zeus, pronto tu hijo se quedará sin hijos! Las furiosas, comedoras de crudo, injustas ven- 890 ganzas lo harán sucumbir a golpes de desgracia. ANFITRIÓN. — ¡Ay, morada mía! CORO. — Se inicia una danza sin tambores que no agrada al tirso de Bromio... ANFITRIÓN. — ¡Ay, palacio mío! CORO. — ... danza que busca la sangre, no el zumo 895 de la uva de báquica libación. ANFITRI~N. — ¡Hijos, lanzaos a la huida! CoRo. — Horrible es este canto, horrible es el canto que acompañan las flautas. Prosigue la persecución y 41 Entendemos que es innecesaria la división en semjcoroS de este sistema de docmios. HERACLES 53

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caza de los hijos, Lisa va a lanzarse a una bacanal no sin consecuencias para la casa. ANFITRIÓN. — ¡Ay de mis males! 900 CORO. — ¡Ay, ay! ¡Cómo compadezco al anciano pa- dre y a la madre cuyos hijos nacieron para nada! ANFITRIÓN 4~. — ¡Mira, mira, una tempestad sacude 905 el palacio, se derrumban los techos! CORO ~ ¡Eh, eh! ¿Qué haces, hijo de Zeus, en el palacio? Una conmoción infernal, como otrora con- tra Encélado, envías, oh Palas, contra la casa. (Sale un Mensajero del palacio.) MENSAJERO. — ¡Oh cuerpos encanecidos por la vejez! ~ío CoRo. — ¿Qué grito es éste con que me llamas? MENSAJERO. — Terrible es lo que sucede en el pa- lacio. CoRo. — No traeré otro adivino”. MENSAJERO. — Han muerto los niños. CoRo. — ¡Ay, ay! MENSAJERO. — Lamentaos, porque es lamentable. CoRo. — Terrible es su muerte, terribles las manos 915 de su padre. ¡Oh! MENSAJERO. — Nadie podría contarlo con palabras mayores que nuestro sufrimiento. CoRo. — ¿Con qué palabras puedes contarnos la lamentable ceguera, la locura de un padre con sus hijos? Dínos de qué manera, impulsado por los dioses, se precipitó este horror sobre el palacio y cuenta el 920 desdichado destino de los innos. MENSAJERO. — Ya estaban delante del altar de Zeus las víctimas del sacrificio purificatorio del palacio, una vez que Heracles hubo matado y arrojado de este re- 42 Seguimos a WIUM owxTz al atribuir a Anfitrión los ver- SOs 904-905. ~ Muanxr pone inexplicablemente los vv. 906-908 en boca de Heracles. ~ Sc. <distinto de mi’; i. e. <ya ¡o he adivinado yo mismo~’.

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54 TRAGEDIAS 925 cinto al tirano del país. El hermoso coro de sus hijos, así como su padre y Mégara, estaban a su lado. Ya había rodeado el altar la canastilla y nosotros mante- níamos un silencio religioso. Mas cuando se disponía a llevar con su diestra el tizón para sumergirlo en el agua lustral, el hijo de ~ao Alcmena se quedó sin habla. Como su padre tardara, los niños le dirigieron sus miradas. Heracles ya no era el mismo: alterado en el movimiento de sus ojos y dejando ver en ellos las raíces enrojecidas, arrojaba 935 espuma sobre su barba bien poblada. Y dijo de re- pente con risa enloquecida: « ¡Padre, ¿para qué realizar el sacrificio de fuego expiatorio antes de matar a Euristeo? ¿Para qué tener doble trabajo, cuando puedo de un solo golpe arreglar este asunto? Cuando traiga la cabeza de Euristeo 940 purificaré mis manos también por la muerte de éstos. Derramad el agua, soltad la canastilla de vuestras manos. ¿Quién me entregará el arco, quién el arma de mi mano? Me marcho a Micenas. Necesito palancas y aza- 945 dones para levantar con el hierro encorvado los cimien- tos que los Cíclopes ajustaron con la roja plomada y con cinceles.» Después de esto se puso en camino diciendo que tenía (aunque no lo tenía) un carro; ascendió al carro

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y golpeaba con la mano como si golpeara con un aguijón. 950 A los sirvientes les entró risa y miedo a la vez —se miraban unos a otros—, y uno dijo: «¿El señor se burla de nosotros o está loco?» Él correteaba por la casa arriba y abajo. Cuando qss dio en medio del androceo, dijo que habla llegado a la ciudad de Niso45 y entrado en una casa; se recostó en “ Mégara. Niso era hijo de Pandión y hermano de Egeo. HERACLES 55 el suelo, tal como estaba, y hacía que se preparaba una comida. Cuando, después de un corto descanso, se puso en camino, decía que se estaba acercando a los valles umbrosos del Istmo. Entonces se desnudó del manto, se puso a boxear con nadie y se proclamó a sí mismo 960 vencedor de nadie, después de oxdenar silencio. Ya estaba en Micenas, según sus palabras, y gritaba terribles amenazas contra Euristeo. Entonces su padre le tocó el robusto brazo y le dijo: «Hijo, ¿qué te pasa? 965 ¿Qué viaje es éste? ¿Es que te ha desquiciado la muerte de éstos a los que acabas de matar?» Pero él, creyendo que es el padre de Euristeo quien le toca el brazo suplicante y tembloroso, lo aparta de si y prepara el carcaj y el arco contra sus propios 970 hijos creyendo que va a matar a los de Euristeo. estos, temblando de miedo, se lanzaron cada uno por un lado: uno se refugió tembloroso en el manto de su desdichada madre, otro en la sombra de una columna, otro en el altar, como un pájaro. Su madre le gritaba: 975 <Oh tú, que los engendraste, ¿qué haces? ¿Vas a matar a tus hijos?» Y gritaba el anciano y el grupo de ser- vidores. Entonces Heracles persigue a su hijo en torno a la columna con terrible giro de sus pies y, poniéndose enfrente, le dispara contra el hígado. Y al expirar éste 980

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empapó boca arriba los zócalos de piedra. Él lanzó un grito de victoria y decía con jactancia: «Este po- lluelo de Euristeo que acaba de morir ha caldo a mis manos en pago del odio que su padre me tiene.» Y ya disponía rápidamente su arco contra otro, el que se 985 había refugiado tembloroso —creyendo esconderse— en la base del altar. El desdichado se arrojó apresura- damente a los pies de su padre, levantando sus manos hacia la barba y cuello de éste: «Querido padre —le dice—, no me mates. Soy tuyo, soy tu hijo; no estás 990 ffiatando a uno de Euristeo.» Pero él revolvía sus ojos 56 TRAGEDIAS feroces de Gorgona y —como el niño estaba demasiado cerca de su arco mortífero- imitando en su rostro el gesto de un herrero, dejó caer la clava sobre la rubia cabeza del niño y quebró sus huesos. 995 Ahora que había matado a su segundo hijo, se dis- ponía a lanzarse contra su tercera víctima con inten- ción de degollarlo sobre los otros dos. Mas se le ade- lantó la desdichada madre, que lo introdujo en el palacio y cerró las puertas. Pero él, como si de los mismos muros ciclópeos se tratara, pica, apalanca los íooo los cerrojos, arranca las puertas y derriba con una sola flecha a madre e hijo. Después se lanzaba como a caballo para matar al anciano, cuando se acercó una imagen, la de Palas

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—según se mostró a nuestros ojos— blandiendo su lanza”. Y arrojó contra el pecho de Heracles una 1005 piedra que contuvo sus ansias de matar y lo echó en brazos del sueño. Cayó al suelo, con la espalda extendida contra una columna que, partida en dos por el derrumbamiento del techo, yacía sobre su base. 1010 Y nosotros, librando nuestro pie de su persecución, lo sujetamos con correas a una columna con la ayuda del anciano, para que al despertar del sueño no aña- diera ninguna acción más a las ya realizadas. Ahora duerme el desdichado un sueño nada feliz, pues ha 1015 ha matado a sus hijos y a su esposa. En verdad, yo no conozco a ningún mortal que sea más infortunado. (Entra en el palacio.) CoRo. — El crimen que la roca de Argos tiene en su memoria fue un tiempo el más célebre e increíble para Grecia, el de las hijas de Dánao ‘~: mas este so- Hay tres palabras en el verso (epí lóphói kéar) intraducibleS por corrupción. GRÉGoIRC (Euríp¡de III, 1959, pág. 59) sospecha la- guna. ~ Las 50 hijas de Dánao, forzadas a casarse con sus primos, los hijos de Egipto, los mataron la misma noche de bodas, salvo una. HERACLES 57 brepasa, adelanta con mucho aquel horror. La muerte 1020 j.i desdichado y divino hijo de Procne —madre una gola vez— llamar puedo sacrificio a las Musas”. Pero ta, cruel, que engendraste tres hijos, los has eliminado con muerte enloquecida. ¡Oh, oh! ¿Qué lamentos o 1O~~ gemido o funerario canto o coral de Hades repetirá mi co? ¡Huy, huy! Mirad, en dos se abren las puertas de í030 la elevada mansión. (Se abren las puertas y el encí- cierna presenta a Heracles, atado y dormido, rodeado de cuatro cadáveres.) ¡Ay de mi! Ved ahí unos hijos desdichados tendidos ante su desdichado padre, que duerme terrible sueño

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por la muerte de sus hijos. Ved alrededor del cuerpo i035 de Heracles los numerosos nudos de la cuerda que está sujeta a las columnas pétreas de palacio. (Sale Anfitrión.) CORIFEO. — Mas aquí está el anciano, como ave que lamenta el dolor de sus hijos sin alas, con lento pie 1040 marcando amarga marcha. ANFITRIÓN. — Ancianos cadmeos, ¡silencio, silencio! ¿No dejaréis que, entregado al sueño, olvide por com- $eto su desdicha? CoRo. — Con todas mis lágrimas te lloro, anciano, 1045 y a estos hijos y a esta victoriosa cabeza. ANFITRIÓN. — Ale jáos por ambos lados, no hagáis ruido, no gritéis, no despertéis a quien profundo sueño 1050 duerme. CoRo. — ¡Ay de mí! ¡Qué cantidad de sangre... me haréis morir! ANFITRIÓN. — ¡Ay, ay! Procne, hija del rey de Atenas, Pandión, mató a su hijo Itiz para vengarse de su marido Tereo, rey de Tracia. <Su Uluerte puede llamarse sacrificio a las Musas<, porque Procne fue conves-fida en ruiseñor y canta incesantemente a su hijo (cf. Troyanas 1244 y Sig5.). 58 TRAGEDIAS

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CoRo. — ¡... se extiende ante mis ojos! ANFITRIÓN. — ¿No cantaréis los ayes de este treno íoss en silencio, ancianos? Cuidado, no despierte y afloje las ligaduras, no acabe con la ciudad entera y con su padre, y destruya el palacio. CORO. — No puedo, es superior a mis fuerzas. ANFITRIÓN. — ¡Silencio!, que oiga su respiración; íoáo ¡silencio!, que aplique el oído. CoRo. — ¿Duerme? ANFITRIÓN. — Sí, duerme un sueño, un sueño de muerte quien mató a su esposa, quien mató a sus hijos disparando con vibrante arco. 1065 CoRo. — Lamenta ahora... ANFITRIÓN. — Sí, lamento. CoRo. — ... la muerte de los niños. ANFITRIÓN. — ¡Ay de mí! CORO. — ... y de tu propia hija. ANFITRIÓN. -— ¡Ay, ay! CoRo. — ¡Oh anciano!... ANFITRIÓN. — Calla, calla, se despierta, se da la 1070 vuelta. Voy a esconderme en el palacio. CORO. — ¡Ánimo!, la noche cubre los párpados de tu hijo. ANFITRIÓN. — Ved, ved. La luz abandonar ante estos males no rehuyo, más si me mata a mí, su padre, 1075 a estos males añadirá otros males y ante las Erinias tendrá que responder del parricidio. CORO. — Entonces tenias que haber muerto, cuando ibas a vengar la muerte de los hermanos de tu esposa íoeo devastando la ciudad ribereña de los Tafios. ANFITRIÓN. — ¡Huid, huid, ancianos! Lejos del pala- cio dirigid los pasos, huid de un hombre enloquecido que se está despertando. Bien pronto va a arrojar un loes crimen sobre otro y atravesar en frenética danza la ciudad de los cadmeos. HERACLES 59 CORIFEO. — Zeus, ¿por qué te has ensañado con

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Igoto odio contra tu propio hijo? ¿Por qué lo has arrastrado a este piélago de males? HERACLES. — (Despertando.) ¡Vaya! Ya recobro el liento y puedo contemplar lo que debía: el aire, la ío~o gierra y este arco de Helios. He caído como en un torbellino, como en una terrible confusión de la mente, y la respiración de mis pulmones se eleva febril, irre- gular. Mas... ¿por qué como nave anclada tengo suje- tos a estas correas mi joven pecho ‘, mi brazo?... 1095 ¿Por qué estoy tendido junto a esta piedra labrada partida por la mitad y ocupo un sitio cercano a unos cadáveres? Esparcidos por el suelo están mi veloz lanza y mi arco que, como fiel escudero, antes protegía mi ííoo costado y era protegido por mí. ¿No habré vuelto de nuevo al Hades, habiendo re- corrido el doble estadio d eEuristeo? ~. Mas no, pues ni veo la roca de Sísifo, ni a Plutón ni al cetro de la bija de Deméter. En verdad, estoy asombrado. ¿Dónde itos utoy que me hallo tan impotente? ¡Eh, eh! ¿Quién de mis amigos está cerca —o lejos— para curarme de ftta mi incapacidad de reconocer las cosas? Pues no reconozco con claridad ninguna cosa familiar. ANFITRIÓN. — Ancianos, ¿me acercaré a mi propia perdición? CORIFEO. — Sí, y yo contigo; no quiero abandonarte tito en el infortunio. Verso corrupto. Seguimos la conjetura de GRÉaoíits sin ex~~esiva convicción. La atractiva restauración de WxLÁuowrrz le acepta Antoláis de PImtssoN y cambia molÓn por dran2ón) . paleográficamente, imposible de probar; aunque es posible ¡e la repetición errónea de eís Haídou haya entrañado la frdida irremediable de una palabra. El sentido, en todo caso, <¿no habré realizado un camino de ida y vuelta a Hades ~U10 Si se tratara de una carrera en el estadio?» (díaulos).

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60 TRAGEDIAS HERACLES. — (Reconoce a Anfitrión.) Padre, ¿por qué lloras y cubres tus ojos al acercarte a tu hijo más querido? ANFITRIÓN. — ¡Oh hijo! Pues hijo mío eres, aun en la desgracia. HERACLES. — ¿ Es que me sucede algo lamentable y por esto lloras? 1115 ANFITRIóN. — Algo que hasta un dios que lo sufriera lloraría. HERACLES. — Hinchado es tu lenguaje, mas de mi suerte aun no has dicho nada. ANFITRIÓN. — Tú mismo lo estás viendo, si es que ya estás en tu sano juicio. HERACLES. — Dímelo, si significa algo nuevo en mi vida. ANFITRIÓN. — Si ya no eres un bacante de Hades te lo diré. 1120 HERACLES. — ¡Ay! Sospechoso resulta esto que has dicho hablando de nuevo con enigmas. ANFITRIÓN. — Estoy comprobando si tu juicio es firme de verdad. HERACLES. — No recuerdo haber tenido la mente enloquecida. ANFITRIÓN. — (Dirigiéndose al Coro.) Ancianos, ¿des- ato las ligaduras de mi hijo o qué hago?

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HERACLES. — Sí, y dime quién me las ató, pues me producen vergúenza. 1125 ANFITRIóN. — (Desatándolo.) Tamaños son los males que conoces; deja el resto. HERACLES. — ¿ Es que basta el silencio para saber lo que quiero? ANFITRIÓN. — Zeus, tú que estás sentado en tu trono junto a Hera, ¿ves esto? HERACLES. — ¿Pero es que he sufrido algún ataque desde allí? ANFITRIÓN. — Deja a la diosa y atiende a tus males. HERACLES 61 HERACLES. — Estoy perdido; va a comunicarme al- 1130 guna desgracia. ANFITRIÓN. — Mira, contempla a tus hijos caldos. HERACLES. — (Se levanta.) ¡Ay mísero de mí! ¿Qué visión es ésta que contemplo? ANFITRIÓN. — Hijo, has declarado a tus hijos una guerra sin nombre. HERACLES. — ¿A qué guerra te refieres? ¿Quién ha matado a éstos? ANFITRIÓN. — Tú y tu arco y quien de los dioses í 135 sea culpable. HERACLES. — ¿Qué dices? ¿Qué he hecho? ¡Oh padre, heraldo de desgracias! ANFITRIÓN. — Estabas loco. Me pides una aclaración que duele. HERACLES. — ¿ Entonces soy yo también el asesino de mi esposa? ANFITRIÓN. — Todo esto es obra de tu solo brazo. HERACLES. — ¡Ay, ay, me envuelve una nube de la- 1140 mentos1 ANFITRIÓN. — Por eso lamento tu suerte. HERACLES. — ¿Acaso destruyó también el palacio la diosa que me enloqueció? ANFITRIÓN. — Sólo sé una cosa: todo lo tuyo se

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torna en infortunio. HERACLES. — ¿Y dónde me alcanzó el aguijón? ¿Dónde acabó conmigo? ANFITRIÓN. — Cuando purificabas con fuego tus ma- 1145 nos junto al altar. HERACLES. — ¡Ay de mí! ¿Qué me importa la vida Cuando soy el asesino de mis queridos hijos? ¿No iré a saltar desde una roca escarpada o a arrojar la es- Pada Contra mi vientre para vengar en ml la muerte uso de mis hijos? ¿O quemaré mis carnes con el fuego ~ ~ Hay corrupciÓn en la palabra central de este verso 62 TRAGEDIAS para apartar de mi vida el deshonor que me aguarda? (Ve acercarse a Teseo por la izquierda con un grupo de seguidores.) Mas he aquí que se acerca Teseo, pa- riente y amigo mío, estorbando mis proyectos de muer- 1155 te. ¡Me verá y la mancha del parricidio saltará a los ojos del más querido de mis huéspedes! ¡Ay de mil ¿Qué haré? ¿Dónde podré hallar un lugar solitario para mis males? ¿Iré hacia el cielo o debajo de la tierra? Vamos, voy a envolver mi cabeza en la oscuridad 51, 1160 pues siento verguenza de los males que he perpetrado. Y ya que he traído hacia mí la sangre culpable de esto. niños, no quiero perjudicar a quienes son inocentes. (Se sienta entre los cadáveres acurrucándose y cu-

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bierto por el manto.) TESEO. — Anciano, he venido con estos jóvenes ate- nienses, que montan vigilancia junto a la corriente del 1165 Asopo 52, para traer a tu hijo armas aliadas. Ha llegado a la ciudad de los Erecteidas el rumor de que Lico se ha apoderado violentamente del cetro del país y os ha declarado la guerra. Me he presentado aquí, anciano, 1170 devolviendo el favor que antes me hizo Heracles sal- vándome de los infiernos, por si necesitáis de mi mano aliada. Mas ¿por qué el suelo está cubierto de cadá. veres? ¿ No me habré retrasado y llegado tarde a estos 1175 males recientes? ¿Quién ha matado a estos niños? ¿De quién es esposa ésta que aquí veo? Los niños, desde luego, no suelen afrontar el combate, conque sin duda me encuentro en presencia de una desgracia fuera de lo común. (emEn de los Mss. atenta contra la métrica), pero ésta no al- tera sensiblemente el sentida. 51 Verso corrupto. Los diversos autores que han intentado enmendarla introducen de una forma u otra la palabra <man- to<. 1. e. .acui.taré mi cabeza en la oscuridad del manto<, etc. 52 El río Asopo trazaba la frontera entre Beocia y el Ática en la época de la epopeya (cf. ¡liada IX 287). HERACLES 63 ANFITRIÓN. — ;Oh soberano de la colina plantada de olivos!... TESEO. — ¿Qué tratas de decirme dirigiéndote a mi con tan triste proemio? ANFITRIÓN. — Hemos padecido sufrimientos crueles uso de parte de los dioses. TESEO. — ¿Quiénes son estos niños sobre los que viertes un torrente de lágrimas? ANFITRIÓN. — Los engendró mi desdichado cacho- rro; los engendró y los mató, cargando con la sangre del crimen. TESEO. — No pronuncies blasfemias.

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ANFITRIÓN. — Se lo ordenas a quien desea no blas- 1185 femar. TESEO. — ¡Qué palabras terribles las tuyas! ANFITRIÓN. — Hemos desaparecido, desaparecido con alas. TESEO. — ¿Qué dices? ¿Qué hizo? ANFITRIÓN. — Extraviado por un ataque de locura y 1190 con las flechas teñidas en la hidra de cien cabezas. TESEO. — Esto es obra de Hera. (Descubre a Hera- cles.) Y ¿quién es éste que está entre los cadáveres, anciano? ANFITRIÓN. — Ése es mi hijo, mi hijo, el de muchos trabajos, el que con los dioses marchó a la guerra con- tra los Gigantes armado de escudo, a la llanura de Fíe gra. TESEO. — ¡Qué horror! ¿Qué hombre nació tan des- 1195 dichado? ANFITRIÓN. — Conocer no podrías a otro mortal más trabajado, más asendereado. TESEO. — ¿Y por qué oculta su triste rostro con el peplo? ANFITRIÓN. — Se avergi.¿enza de tu presencia, de tu 1200 amistad de hermano y de la sangre derramada por sus hijos. 64 TRAGEDIAS TESEO. — Mas yo he venido para acompañarlo en

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su dolor. ¡Descúbrelo! ANFITRIÓN. — Hijo, deja caer de tus ojos el peplo, 1205 tiralo lejos, muestra tu rostro al sol. Un peso contra- rio se opone a las lágrimas. Te lo suplico, ante tu barba 1210 y tu rodilla y tu mano postrado, dejando caer un llanto de anciano. Vamos, hijo, contén tus impulsos de león salvaje, porque tratan de arrastrarte al impío fragor del crimen y tejer un mal con otro mal, hijo mío. TESEO. — Vamos, a ti digo, al que ocupa un lugar 1215 desdichado: descubre el rostro a tus amigos. Ninguna nube tiene oscuridad tan negra como para ocultar tus desgracias. ¿Por qué agitas la mano mostrándome la sangre? ¿Acaso para que no me alcance la impureza de tu Sa- 1220 ludo? No me importa compartir contigo el infortunio, pues en otra ocasión compartí el éxito: debo dirigir mi pensamiento a la ocasión en que me sacaste a la luz arrancándome del mundo de los muertos. Me repugna que los amigos dejen envejecer el agra- 1225 decimiento; me repugna quien quiere gozar de lo bueno, mas no navegar en la misma nave del amigo que sufre infortunio. Levántate, descubre tu rostro las- timoso, mira hacia nosotros. El mortal bien nacido soporta los golpes de los dioses y no los rehúye. HERACLES. — (Incorporándose.) Teseo, ¿has visto el combate contra mis hijos? 1230 TESEO. — No, me lo han contado, mas tú ahora muestras este horror a mis ojos. HERACLES. — ¿Por qué, pues, has descubierto Ifli cabeza a los rayos del sol? TESEO. — ¿Por qué? Porque siendo mortal no man- cillas nada de los dioses. HERACLES. — Desgraciado, huye de mi impía man- cha. HERACLES 65 TESEO. — No hay amigo que invoque a un dios ven- dor contra sus amigos.

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HERACLES. — Alabo tu actitud y no me arrepiento 1235 haberte hecho un favor. TESEO. — Y yo que entonces lo recibí, ahora te com- mdezco. HERACLES. — Digno soy de compasión por haber ma- ído a mis hijos. TESEO. — Lloro de agradecimiento por otra ocasión sventurada. HERAcLES. — ¿ Has encontrado a alguien en desgra- ~Ia mayor? TESEO. — Llegas hasta el cielo con tu desventura. 1240 HERACLES. — Entonces estoy en disposición incluso devolver el golpe. TESEO. — ¿Y crees que los dioses se preocupan de • amenazas? HERACLES. — Arrogantes son los dioses, y yo lo seré n ellos. TESEO. — Contén tu boca, no sea que por decir pa- s excesivas sufras excesivo daño. BRACLES. — Ya estoy saturado de males y no tengo 1245 añadir otro. TESEO. — ¿Y qué vas a hacer? ¿Adónde te llevará cólera? HERACLES. — A la muerte; vuelvo debajo de la tie- i de donde acabo de llegar. TESEO. — Has dicho lo que diría un hombre vulgar. HERACLES. — Y tú tratas de reprenderme porque lAs lejos de la desgracia. TESEO. — ¿Es Heracles, el que tanto ha soportado, 1250 Lien pronuncia estas palabras? HERACLES. — En verdad nada he sufrido tan grande Eflo esto; incluso el aguante tiene su medida. TESEO. — ¿El bienhechor de los hombres, su gran ligo?

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66 TRAGEDiAS HERACLES. — Sí, mas éstos en nada pueden ayudar- me. Es Hera quien domina. TESEO. — La Hélade no soportaría que murieras con muerte insensata. 1255 HERACLES. — Escúcharne ahora, que voy a oponer mis razones a los reproches. Te voy a demostrar que mi vida ya no es vida —ni tampoco antes lo fue—. En primer lugar soy hijo de un hombre que desposó 1260 a mi madre Alcmena, después de matar al anciano padre de su madre. Y cuando los cimientos de una familia no están bien puestos, es fuerza que los des- cendientes sean desventurados. Zeus —quien quiera que Zeus sea— me engendró haciéndome odioso a Hera (mas tú no te ofendas, 1265 anciano, que te considero a ti mi padre, no a Zeus). Cuando todavía mamaba, la compañera de cama de Zeus introdujo en mi cuna serpientes de ojos reful- gentes para que muriera. Y cuando mi carne se cu- 1270 brió de músculos vigorosos, ¿a qué enumerar los tra- bajos que soporté; el número de leones, tifones de tres cuerpos, gigantes o ejércitos de cuadrúpedos cen- 1275 tauros a quienes no declaré la guerra? Después de dar muerte a la perra Hidra, llena de cabezas que siempre rebrotan, recorrí una multitud de trabajos e incluso llegué al infierno para traerme —por orden de Euristeo- el perro de tres cabezas, portero del Hades. Mas ésta es la última prueba que he soportado,

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1280 la muerte de mis hijos, para poner el tejado de los males de mi casa. Me veo constreñido hasta el punto de no serme permitido habitar en mi querida Tebas. Si me quedo, ¿a qué templo, a qué reunión de amigos podré ir? Pues tengo una maldición que impide que nadie me 1285 acoja. ¿Entonces, marcharé a Argos? ¿Y cómo, después de abandonar exiliado mi patria? HERACLES 67 Entonces, ¿me dirigiré a alguna otra ciudad? ¿Y ¡e me dirijan miradas despectivas cuando me reco- >zcan y vivir encerrado por miedo a los amargos agui- nes de la lengua? «¿No es éste —dirán— el hijo de el que mató a sus hijos y esposa? ¿No irá a mo- 1290 ~Irse lejos de este país?» Para un hombre que ha sido considerado como feliz, el cambio es doloroso; mas aquél a quien siem- acompaña la desgracia, no sufre, pues es infortu- nado desde que nació. Creo que algún día llegaré en mí desgracia al punto de que la tierra cobre voz para 1295 feipedirme que la toque, y el mar y la fuentes de los wdos para que no los atraviese. Seré la viva imagen de ¡zión encadenado al carro. Y es mejor que no vea esto lnguno de los griegos entre quienes fui feliz y afor- 1300 lunado u ¿A qué vivir entonces? ¿Qué me aprovechará tener una vida inútil e impura? ¡Que dance la ilustre esposa de Zeus haciendo retumbar con sus zapatones ~ el pa- bcio del Olimpo! Ya ha conseguido cumplir lo que se í~os propuso, destruir desde sus cimientos al primer hom- bre de Grecia. ¿Quién podría dirigir sus súplicas a una diosa de Ial calaña, una diosa que, encelada con Zeus por la Urna de una mujer, destruye a los benefactores de 1310 IP Hélade sin que tengan culpa alguna? TESEO. — Esta prueba no procede de otro dios que IP esposa de Zeus. De esto te has percatado bien...

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~ Wíu~,towrrz rechaza como interpolados los vv. ¡291.1293 1299 y 1300; P~xM~wríra, todo el pasaje. ~ Otro verso corrupto. En todo caso, el sentido irónico es ~IO Si lo ponemos en relación con Hesíodo <Teogonía), donde tra danza en el Olimpo con c~zapatjtos» (pedílois) de orO. ‘b~ldf, palabra sana, es “bota rústica de cazador». ~ Se ha sospechado laguna tras el y. 1312 desde VIcTORIUS, • que, como dice WxuMownz (III, 267). el verso siguiente arece de sentido y construcción”. Este autor cree que falta 68 TRAGEDIAS Te aconsejaría esto antes que sufrir algún mal. Nadie está libre de los golpes de la fortuna, ni los hombres, 1315 ni tampoco los dioses, si no mienten los cantos de los poetas. ¿Es que no han trabado entre sí uniones que no se ajustan a ninguna ley? ¿No han encadenado a sus padres por ambicionar el poder? Sin embargo, si- guen ocupando el Olimpo y se les perdonaron sus 1320 yerros. Así, pues, ¿qué decir si tú, que eres mortal, consideras insoportables los golpes de fortuna y los dioses no? Abandona Tebas como manda la ley y acompáñame a la ciudad de Palas. Allí purificarás tus manos de esta 1325 polución y te donaré un palacio y parte de mis bienes. Te entregaré los dones que he recibido de los ciuda-

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danos por haber salvado a los catorce jóvenes matando al toro de Cnoso. En mi país tengo fincas acotadas por todas partes. 1330 estas recibiran tu nombre mientras vivas; y, una vez muerto, cuando vayas al Hades, toda la ciudad de Ate- nas celebrará tus honras con sacrificios y tumbas de piedra. Para mis ciudadanos será una hermosa corona 1335 el tener entre los griegos la buena fama de haber ayudado a un hombre excelente. este es el favor que te ofrezco a cambio de mi salvación; pues ahora estás necesitado de amigos. Cuando los dioses nos honran no hay necesidad de amigos, pues es suficiente la ayuda de un dios cuando quiere. 1340 HERACLES. — ¡Ay de mí! Esto nada tiene que ver con mis males presentes, pero yo no creo que los dio- ses deseen uniones que no están permitidas, y nunca he creído ni nadie me convencerá jamás de que han encadenado sus manos ni que uno es soberano de otro. 1345 Pues un dios, si de verdad existe un dios, no tiene ne- ‘cein ganzer Abschnitt”. CAMPER trató de resolverlo atribuyendo 1311 y 1312 al Corifeo. HERACLES 69 cesidad de nada. Esto son lamentables historias de los aedos. Mas he estado considerando —en medio de la des- gracia como me hallo- si no se me podría acusar de cobardia por abandonar la vida. Pues quien no soporta la desgracia no podría aguantar a pie firme la lanza 1350 de un hombre. Me forzaré a vivir y marcharé a tu ciu- dad con un millón de gracias por tus dones. En verdad son miles los trabajos que he probado y ninguno he rehuido ni he dejado caer el llanto de mis ojos ni jamás habría pensado llegar a esto. Sin 1355 embargo, ahora he de someterme a la fortuna, como parece. (Se dirige a Anfitrión.) Vamos, anciano, ya ves que salgo exiliado, ya ves que he sido el asesino de

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mis propios hijos; encomienda sus cuerpos a la tumba, 1360 dispónles honras fúnebres y hónrales con las lágrimas e—ya que a mí no me lo permite la ley—. Apóyalos contra el pecho, ponlos sobre el regazo de su madre en mísera unión como la que yo destruí involuntaria- mente. Cuando hayas ocultado en la tierra los cadáveres, Sigue habitando en esta ciudad y, aunque apenado, 1365 fuérzate a vivir para compartir conmigo la desgracia. Oh hijos, el que os dio vida, el padre que os en- está acabado; de nada os han servido las her- losas hazañas que yo preparaba con mi esfuerzo para 1370 buen nombre, la más hermosa herencia de un padre. Y a ti, desdichada, la muerte que te he dado mo ha correspondido a la seguridad con que tú con- Servabas mi matrimonio, cuando soportabas largas es- tancias en casa. ¡Ay, esposa e hijos míos, ay de mí! ¡Cuánto sufrimiento! ¡Separado me veo de mis hijos 1375 esposa! ¡Qué triste es el goce de sus besos, qué triste 15 la compañía de estas armas! No sé si conservarlas ~ abandonarlas. Cada vez que golpeen mi costado me tirán: «Con nosotras mataste a tus hijos y esposa; 1380 70 TRAGEDIAS nosotras somos las asesinas de tus hijos.» ¿Las llevaré, pues, en mis brazos? ¿Y cómo lo justificaré? Mas de lo contrario, ¿moriré deshonrado, poniéndome a mer-

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ced de mis enemigos, si me separo de estas armas con 1385 las que tantas hazañas realicé en la Hélade? No las abandonaré; he de conservarlas aunque me duela. Teseo, una cosa más te pido: acompáñame a Argos para hacer que me entreguen la recompensa por el maldito perro, no vaya a pasarme algo ~, si voy solo. por causa del dolor de mis hijos. Oh tierra de Cadmo~~ 1390 pueblo todo de Tebas, mesaos los cabellos, acompa- ñadnos en el dolor, marchad a la tumba de mis hijos: en una palabra, celebrad todos el duelo por los muer- tos y por mí. Pues todos hemos perecido golpeados por la suerte cruel enviada por Hera. TESEO. — Levanta, infortunado. Ya está bien de lá- grimas. 1395 HERACLES. — No podría. Mis miembros están petri- ficados. TESEO. — También a los fuertes destruyen los golpes de la fortuna. HERACLES. — ¡Ay! Ojalá pudiera convertirme en pie- dra y olvidar mis males. TESEO. — Basta, da tu mano al amigo que te ayuda. HERACLES. — Mas, ¡cuidado!, no te salpique la san- gre en tus vestidos. 1400 TESEO. — Deja que se manchen, no te preocupes. No me niego a ello. HERACLES. — Privado de mis hijos, por hijo mío te tengo. TESEO. — Pon tu brazo en mí cuello, yo te con- duciré. 56 La recompensa es la libertad para volver a Argos. Lo que teme que le pase es que caiga en la tentación de matar a Euristeo. HERACLES 71 HERACLES. — Una yunta de amigos, en verdad; mas el uno es desgraciado. Anciano, un hombre así hay que tener por amigo.

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ANFITRIÓN. — La tierra que te engendró es pandora í4os de nobles hijos. HERACLES. — Teseo, vuélveme otra vez para que vea a mis hijos. TESEO. — ¿Para qué? ¿Crees que con ese hechizo te mentirás mejor? HERACLES. — Los añoro. Mas, al menos, deseo abra- zar a mi padre. ANFITRIÓN. — Aquí está mi pecho, hijo mío; te has adelantado a mis deseos. TESEO. — ¿Hasta tal punto has olvidado ya tus tra- 1410 bajos? HERACLES. — Todo aquello que soporté es inferior a esta desgracia. TESEO. — Si alguien te viera conducirte con mu- jer, te lo reprocharía. HERACLES. — ¿A tus ojos vivo abatido? Me parece que aún afiadiré mayor abatimiento. TESEO. — Ya basta. ¿Dónde está aquel célebre He- racles? HERACLES. — ¿Y tú, qué eras bajo tierra cuando es- 1415 tabas en la desgracia? TESEO. — En lo que toca al valor, era el último de los hombres. HERACLES. — Entonces, ¿por qué dices que estoy abatido por el dolor? TESEO. — Avanza. HERACLES. — ¡Adiós, anciano! ANFITRIÓN. — ¡Adiós a ti, hijo mío! HERACLES. — Entierra a mis hijos como te he dicho. ANFITRIÓN. — Y a mi, ¿quién me enterrará? HERACLES. — Yo. ANFITRIÓN. — ¿Cuándo vendrás?

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72 TRAGEDIAS 1420 HERACLES. — Cuando hayas enterrado a mis hijos. ANFITRIÓN. — ¿Sí? HERACLES. — Te haré venir de Tebas a Atenas. Mas lleva a la tierra el triste cortejo de mis hijos. Nosotros, que hemos hundido la casa en la vergúenza, somos 1425 arrastrados por Teseo como barquillas rotas. Quien prefiere riquezas o poder a un buen amigo, es lii- sensato. (Entra Anfitrión en el palacio al tiempo que el enciclema se lleva los cadáveres. Heracles y Teseo salen por la izquierda.) CoRo. — Nosotros marchamos entre lamentos y lá- grimas, porque hemos perdido al más grande de nues- tros amigos. ION

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INTRODUCCIÓN 1. Este drama, cuya fecha exacta de producción no sabemos con certeza, pero que en todo caso parece posterior al Heracles 1, se basa en el mito de Ion, cuyas líneas generales son de creación relativamente reciente —Grégoire 2 cree que de la epopeya tardía, siglo vii—, e incluso es posible que se originen en Eurípides mismo. En efecto, los autores anteriores a Eurípides of re- cen muy pocos datos de este mito. Por Hesíodo (fr. 7) sabemos sólo que Juto es hijo de Héleno y hermano de Doro y Éolo; por Heródoto (VII, 94; VITI, 44), que Ion fue hijo de Juto y stratárches de Atenas, no rey; datos que luego recogen los lexicógrafos tardíos como Hesiquio (s. y. Xouthídiai). En ningún autor aparece como hijo de Apolo ni de Creusa. Es más, el mismo Eurípides en su Melanipa la Sabia (Prólogo, 9-11) hace a Ion hijo de Juto y de una hija anónima de Erecteo. Ahora bien, esto de por sí no prueba que fuera Eurípides el «inventor» de su filiación divina ni de toda la historia de Creusa ~. Sabemos que Sófocles es- Para una discusión de los criterios que se han aducido para fe- charla, cf. CONACHER, Euripidean Drama, págs. 273 y sigs. 2 GRÉ?ioíaE, Euripide III (Heracles, Les Supplican:es, Ion) París, 1959. Aunque sí es evidente que, en todo caso, Creusa no debía de ser un personaje muy conocido, ya que, como señala OWEN. Eurípides tuvo que repetir su nombre siete veces en el Prólogo;

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76 TRAGEDIAS cribió una Creusa ~, drama que muy bien podría tratar el mismo mito, aunque ni siquiera esto es seguro. Tani- poco sabemos con certeza su fecha (bien podría ser posterior al Ion de Eurípides) ni si allí aparecía la fi- liación apolínea de Ion. Todo parece indicar, pues, que o fue Eurípides el inventor de tal mito o que drama- tizó, como sugiere Wilamowitz, no un mito ya com- pleto, sino «algo que se relataba y creía no sólo porque servía a la tendencia imperialista a hacer de Atenas el estado-madre de otras ciudades del imperio, sino tam- bién porque se ajustaba bien al más antiguo templo de Apolo en una gruta de las rocas septentrionales de la ciudad» ~. Sea de una u otra forma, lo cierto es que Eurípides dramatizó este mito sirviendo a dos propósitos claros (aunque no exclusivos ni siquiera preeminentes, como luego veremos): de un lado, fomentar la cohesión de los pueblos jonios en un momento de la guerra del Peloponeso en que la coalición presentaba síntomas de debilidad; de otro, ofrecer una prueba más de la ne- cesidad de paz entre dos pueblos que, después de todo, procedían de dos hijos de Creusa. Porque Eurípides no sólo varió la ascendencia de Juto (éste ya no es hijo de Héleno, como en Hesíodo, sino de Éolo, cf. vv. 63- 64), sino también su descendencia: además de tener como hijo adoptivo a Ion (padre de los jonios) engen- drará después en Creusa a Doro (padre de los dorios). 2. Pues bien, este mismo toma forma de drama en cuatro episodios, con el mismo número de estásimos, enmarcados entre Prólogo y Éxodo. y toda la historia se repite tres veces: Hermes en el Prólogo,

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Creusa al Anciano y Creusa a Ion. 4 También aparece entre sus obras un Ion, aunque parece demostrado que se trata de la misma; cf. PEARSoN, Sophocles, Fragments II 23.24. 5 Cf. WII.AMOWITZ, Euripides, Ion, pág. 9, Berlin, 1926. ION 77 El PRóLOGO (1-237) tiene una estructura parecida —aunque un tanto más simple— que los de Troyanas, Electra e Ifigenia entre los Tauros. Comienza con una resis de Hermes en que este dios nos informa (además de dar su propia genealogía, como es ha- bitual) sobre el nacimiento y crianza de Ion. (La acción, por tanto, comienza cuando éste es ya un joven sirviente del templo de Delfos). Luego explica el matrimonio y la infertilidad de luto y Creusa, razón por la que vienen a Delfos a consultar el oráculo. Finalmente, expone un plan de Apolo (que, curiosa- mente, no se va a cumplir), según el cual este dios hará creer a luto que Ion es hijo suyo y Creusa lo reconocerá en Atenas como heredero de la casa de los Erecteidas. Sale Ion del templo y tras un solo lírico (primero en ana- pestos y luego en ritmo eólico estrófico) en el que da a cono- cer su trabajo en el templo, revelando su ignorancia sobre su propio origen, entra el Coro. Éste se compone de sirvientes de Creusa que, de una forma realista y comportándose como au- ténticas turistas, hacen una descripción en su canto (no en anapestos, sino en ritmo eólico) de una serie de representacio- nes, no sabemos si pictóricas o en relieve, que encuentran en la fachada del templo. La estructura de este coral es curiosa, ya que la antistrofa 2 de hecho es un diálogo lírico de Ion con el Coro, en que éste pregunta a Ion por algunos detalles, dando paso al PRIMER PI5ODIO (238-451). Tras dos breves resis de saludo, inician Ion y Creusa un diálogo esticomítico en que el joven pregunta con Ingenuidad sobre ciertos detalles de los Erecteidas, sobre el matrimonio de Creusa y las razones de su visita. Creusa intro- duce aquí y allá frases veladas, que Ion no entiende, sobre su amor con Apolo y su desgraciado parto. Luego Creusa interroga a Ion sobre su origen, crianza y vida en el templo, y en un

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rasgo típicamente femenino le cuenta su propia historia atri- buyéndola a <una amiga.. Ella se habría adelantado a luto Precisamente para pedir oráculo a Apolo sobre este caso. Ion niega la posibilidad de consultar a Apolo sobre ello. Tras unas Palabras de Creusa reprochando al dios su ingratitud y llenas de amarga desesperanza, entra luto que, en breve diálogo, ase- gura a Creusa que no se irán de Delfos sin un hijo, según el Oráculo del héroe Trofonio. luto entra al oráculo y Creusa se 78 TRAGEDIAS aleja aceptando entre dientes esta reparación de Apolo, mien. tras queda en escena Ion, quien, hecho un mar de dudas, se pregunta por el extraño comportamiento y las frases veladas de Creusa y acaba reprochando a Apolo su inmoralidad. El PRIMER E5t45IMO (452-508) es un himno de súplica a las diosas Artemis y Atenea para que concedan descendencia a los monarcas de Atenas (estrofa), seguido de un elogio a la pater. nídad (antistrofa). El epodo final es una imprecación a los lugares donde tuvo lugar la unión de Creusa con Apolo y l~ frase final contiene un presagio de infelicidad para Ion como hijo de dios y mortal. En el SmUNDo EPISODIO (509-675) se produce la anagnórisis (falsa) de Juto e Ion como padre e hijo, seguida de un agón entre ambos. La primera es formalmente un diálogo esticomítico (con antilabaí), en tetrámetros trocaicos, lleno de una fina ironía todo él (cf. especialmente la frase de Juto «la tierra no pare

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hijos”, que rechaza toda la historia de la familia de su mujer). Luego se establece un agón entre ambos, en el que Juto trata de convencer a Ion de que vaya a Atenas con él y éste se opone basándose en dos argumentos: por un lado, será objeto de odio para los ciudadanos de Atenas (por ser extranjero y bastardo) y para su madre (por ser hijastro de una mujer estéril); por otro, la vida desasosegada de un tirano está en desventaja con la tranquilidad de su vida en Delfos. La resis de Ion en que expone estos argumentos es un ejemplo típico de los agones euripideos que, una vez iniciados, siguen su curso con un movimiento dialéctico autónomo y que salta el marco de la obra, con lo que incurren en numerosos anacronismos e irrelevancias. En este caso incluso los anacronismos son con- tradictorios entre sí: primero describen la situación desagra- dable en que debía encontrarse un meteco en la democracia ateniense del siglo “, para luego rechazar su viaje a Atenas en la idea de que va a ser un tirano. Al final, sin embargo, acepta ir a Atenas (aunque Juto no le opone ningún argumento convincente), no sin antes celebrar un banquete de natalicio en que se despedirá de sus amigos délficos. ION 79 luto ordena silencio al Coro sobre todo el asunto y éste canta ~ SaGuNDo ESLISIMO (674724) en que comienza interpelando a Apolo sobre Ion; sigue lleno de dudas y temores sobre el fu- y termina maldiciendo al padre y al hijo con amenazas veladas al principio y abiertas al final. El Taucan apisonío (725-1047) es formalmente el más com- plicado, respondiendo al contenido del mismo. Tras un breve diálogo de presentación entre Creusa y un anciano servidor de su casa, se inicia un kommós triangular catre Corifeo, Anciano y Creusa, en el que el Corifeo les in- forma sobre el reconocimiento entre Juto e Ion y sus planes. Siguen dos resis del Anciano, en que éste incita a Creusa para que mate a Ion y, tras ellas, ésta rompe a cantar una monodia lírica; comienza exponiendo sus dudas sobre si man.i-

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fretar o no su secreta unión con Apolo, pero se deja llevar de su tensión emocional y, en medio de reproches e imprecacio- nes al dios por su ingratitud, todo queda revelado. Los detalles acabará exponiéndolos en un largo diálogo esticomítico con el Anciano, en el que ambos decidirán un plan para dar muerte ~ Ion. El Coro se pone del lado de Creusa y canta su TERcER ESTÁSIMo (1048-1105) que se inicia con una macabra Invocación a Enodia, para que le ayude en su proyecto de ase- abiato, y prosigue con redobladas invectivas y maldiciones con- tra el extranjero que quiere apoderarse del cetro de Atenas. La entrada de un mensajero inicia el CUARTO EPISODIO (1106- 1228), que es pura y simplemente una larga resis (escena del mensajero), donde éste cuenta los pormenores de la estrata- lema junto con otros detalles menos pertinentes, pero muy del Insto de Eurípides, como la descripción de la tienda que le- vantan para el banquete, la cual ocupa un tercio de la resis. Y anuncia el fracaso final del plan de matar a Ion. Ante el fracaso, el Coro entona el CUARTO EsLISIMO (1229- 1249), canto astrófico muy breve en que se lamenta, por sí mismo y por su dueña, del destino que les aguarda; y expresa —conlo en tantas otras ocasiones hace el Coro en situaciones Parecidas~ su ansia de escapar. El ExoDo (1250.1622), muy largo, es formalmente una se- ellencia de diálogos esticomiticos que llevan a la anagnórisis 80 TRAGEDIAS

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entre Creusa e Ion, seguidos de un epirrema entre ambos y terminados por una resis de Atenea ex machina. Estructuralmente contiene cinco escenas. La primera es muy breve y consiste en un corto diálogo de Creusa (que entra huyendo de los délficos que quieren lapidaría) con el Corifeo. Éste le aconseja que se refugie junto al altar. La siguiente escena, entre Creusa e Ion, que entra persiguiéndola, es un diálogo esticomítico en que ambos forcejean exponiendo uno sus razones para matarla y la otra los motivos de su homicidio frustrado. En esta situación de impasse aparece la Pitia que, en esti- comitía con Ion, expone las circunstancias en que lo encontró y le enseña la canastilla. Cuando Ion, tras dudar en monólogo patético si consagrar la canastilla al templo y abandonar la búsqueda de su madre por si ésta es una esclava, se decide a sacar los objetos que hay en aquélla, Creusa le manifiesta que es la canastilla en que un día ella misma expuso a su hijo. Y se inicia la anagnórisis definitiva: en diálogo esticomítico Creusa le da cuenta de los diferentes objetos (ropas bordadas, serpien- tes de oro, etc.); luego, en diálogo epirremático (Creusa es la que canta), le expone su amor con Apolo y el resto. Pero queda el problema de Juto. Acabado el epirrema y tras la explosión emocional, Ion vuelve a sentir dudas sobre quién es su verda- dero padre. Cuando finalmente decide consultar a Apolo, apa- rece Atenea, quien les explica todo: Juto vivirá en la creencia feliz de que es el verdadero padre; Ion sera rey de Atenas y ori- gen del pueblo jonio; Juto y Creusa tendrán dos hijos: Doro y Aqueo. Y tras un breve diálogo triangular de Atenea, Ion y Creusa, acaba la pieza. 3. flsta es, sin duda, una obra difícil de clasificar, aunque todos los críticos están de acuerdo en algo que salta a la vista del lector más superficial: que no es una tragedia del estilo de Medea, el Hipólito, etc. 6 En

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6 En realidad este problema se enmarca en el más amplio de la clasificación de las obras de Eurípides. Los críticos suelen coincidir en separar de las tragedias un grupo de dramas ION 81 •t. drama no hay hamártema, no hay sangre, no hay ~tarsS- Ahora bien, en lo que no todos están de acuerdo en el grado de seriedad con que está escrita ni en finalidad que persigue. Conacher7 explica las razo- is de esta disparidad de opiniones en base a lo que llama la «paradoja del Ion». En efecto, de un lado obviamente un sentimiento nacionalista y propa- dístico que recorre toda la obra (en multitud de iones se alude a costumbres, lugares, etc., áticos); otro, Apolo, padre de Ion, se revela como un dios co digno (prepara un plan que fracasa, es objeto de a su moralidad a lo largo del drama) - Cabe, oes, preguntarse: si el elemento propagandístico era andamental, ¿cómo Eurípides no presentó a un Apolo mis digno antepasado de la estirpe jonia? Pues bien, según un grupo de críticos, la obra está Iscrita con una finalidad completamente seria, como is resaltar la posición preeminente de Atenas entre os jonios en base al origen divino de la misma 8, o Entar los sentimientos humanos ~. Así, pues, lo que torba a esta interpretación es obliterado o «expli- cado. en último término señalando que, después de edo, al final Apolo es absuelto y todo resulta bien. En el extremo contrario se sitúan quienes ven en ~ obra un intento exclusivamente irónico, dirigido es- categorizan como «románticos. (CONAcHER), «de intriga. 4M1D-ST¡HLIN) o <melodramas y tragicomedias. (KIrro); en el que suelen coincidir al menos Electra, Helena, Ion, entre los Tauros, Alcestis, Orestes y Fenicias. 7 Págs. 269 y sigs. 8 Cf. especialmente GaÉ~oínn, Buripide III, Paris, 1959;

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Lhflacxxtn, Euripide et la guerre du Peloponn.áse, París, 1951; NASSERMANN, «Divine Violence and Providence in Euripides ¿0,1<. TAPA LXXI (1940), 587-604. ‘ Cf. Rívma~ Essai sur le tragique d’Euripíde, Laussane, 1944. 82 TRAGEDIAS pecialmente contra Apolo y las fábulas en que se man. tenía el origen divino de algunos personajes semihis. tóricos o semilegendarios ‘~‘. Frente a la interpretación completamente unilate- ral y simplista de éstos, otro grupo” acepta sin más la situación paradójica no viendo en ella ninguna con- tradicción real, dado que —como vemos en Aristófa- nes y en general en la poesía griega— un tema puede ser tratado simultánea o sucesivamente desde un án- gulo cómico y serio. Un tratamiento aparte merece la interpretación de Kitto 12, que yo creo la más acertada porque llega al fondo de la cuestión. Kitto no está al otro extremo del espectro interpretativo; no toma absolutamente en broma la obra (como malentiende Conacher), sino que la entiende —muy en serio— como un melodrama. Esto es precisamente lo que explicaría, según él, todas las características de la misma. Un autor como Eurípides, dice Kitto, que tantos reproches ha cosechado en muchas de sus obras por

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fallos en la estructura, dibujo de caracteres, etc., se nos revela aquí como un consumado artesano del drama. La razón no es que aprendiera su oficio al final de su vida, sino que la idea trágica en alguna de sus obras exigía una~ forma específica, forma que en ocasiones atentaba contra la estructura canónica de un drama. En esta obra, sin embargo (y lo mismo podemos decir de Helena, It igenia entre los Tauros, Alcestis, etc.), al no haber idea trágica, el poeta puede «explotar los re- 10 Así opinan, entre otros, VERRMI, Euripides the rationa- list, Cambridge, 1895; NORwo 00, Essays on Euripidean Drama, Berkeley, 1954, y MURRAY, Euripides and his Age, Nueva York, 1913. 11 WíLsMowrrz, op. cit.; GRUBE, The drama 01 Euripides, Londres, 1941, y Owan, Euripides Ion, Oxford, 1939. 2 Greek Tragedy, Londres, 1966, cap. XI, págs. 311 y sigs. ION 83 rtes de su arte por sí mismo, no en sujeción a algo ~rsor. - - el poeta se puede dedicar a su arte». Como melodrama que es, en contraposición a cual- er tragedia, se caracteriza el Ion por carecer de iindidad intelectual o moral, por basarse en la osibilidad (toda la situación es imposible, los mi- os se suceden), por reducir lo trágico a lo patético sufrimiento de Creusa no es trágico, porque la si- es «irreal» y todos sabemos que no va a pasar Ahora bien, ello comporta ciertas ventajas desde punto de vista del espectáculo teatral. Para empezar, poeta se puede concentrar más en la coherencia, acidad y variedad de la trama: el Ion es probable- mente la obra de Eurípides más perfecta desde este pinto de vista; no hay drama que tenga más golpes y intragolpes, flujos y reflujos, emociones y desengaños. es que haya momentos de ironía, es que toda ella basa en una situación irónica: desde el Prólogo dos sabemos —menos ellos— que Ion y Creusa son

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adre e hijo y que Ion y Juto no son nada. Y es pre- en esto en lo que se asienta la intriga de la Ion y Creusa no se saben madre e hijo y sin rgo en el primer encuentro surge entre ellos, es- leamente, una corriente de aprecio; pero luego ~ren matarse mutuamente. Ion y Juto se creen padre hijo, aunque en este caso el aprecio no es mutuo (al enos Ion siente cierta repugnancia por Juto) y sin nbargo van a celebrar un banquete. Al final toda la uación se vuelve del revés. Por otra parte, el manejo del Coro es completa- mente coherente: toma partido en la acción y nunca alta por encima del marco argumental. A cada episo- .0 sigue un estásimo que comenta la acción anterior adelanta o sugiere lo que va a suceder 13 ~ OWEN señala como incoherente con relación al coro, que ate entre antes de su dueña haciendo que ésta llegue sola; y 84 TRAGEDIAS El poeta puede enfocar su atención hacia detalles realistas que faltan casi por completo en las verdade- ras tragedias y que nos recuerdan en seguida la poesía helenística: la visualización de las tareas de Ion al comienzo de la obra; la descripción detallada de la tienda en que van a celebrar el banquete; el compor- tamiento del Coro como un grupo de excursionistas

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al entrar, etc. Igualmente es en un melodrama como éste donde se pueden encontrar los pasajes más brillantes de la obra de Eurípides. Aquí señalaremos las monodias de Ion y Creusa, la narración del mensajero, el encuentro lon-Creusa, lon-Juto, etc. Finalmente, los caracteres están mucho más cuida- dos que en otras obras. Así el de Ion, que se nos mues- tra como las cualidades y defectos de un jovencito: su curiosidad por conocer de primera mano la historia de los Erecteidas; su impulsividad para matar a una mu- jer a quien apreció desde el primer momento; su gene- rosidad para olvidar que ella quiso matarlo y su pre- ocupación porque él pudo matarla; su ingenuidad al reprochar a Apolo sus amoríos e ingratitud. También está bien dibujado el carácter de Juto como hombre seco, pero al tiempo cariñoso como padre y marido; o el del anciano, que resulta una figura macabra en su mezcla de maldad y lealtad hacia su dueña. El de Creusa, sin embargo, no está tan bien trazado porque, a pesar de que a veces nos recuerda a Medea o en ge- neral al tipo de mujer apasionada, que tanto gustaba a Eurípides, las motivaciones de su cambio radical de actitud no se explican desde dentro, sino por compul- sión por parte del anciano y del Coro. que en y. 502 sepa, sin naberlo oido de nadie, dónde fue el- puesto el niño o que el banquete se va a celebrar en la tienda sagrada (y. 806). Pero esto son peccata minuta. ION 85 De todas formas, se puede admitir que, a pesar de ~er un drama básicamente irónico, tiene también su dosis de nacionalismo y propaganda serios. Que no es lo más importante, es evidente; pero también lo es que nadie que haya leído a Homero o Aristófanes puede rechazar la seriedad de estos elementos por los rasgos

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irónicos en que van envueltos. ARGUMENTO Apolo, luego de seducir a Creusa, hija de Erecteo, la preñó en Atenas. Ella expuso al hijo que le nació a los pies de la acrópolis, poniendo por testigo a aquel lugar de la injuria y de su parto. Pues bien, Hermes tomó al niño y lo llevó a Delfos; encontrólo la profe- tisa y le dio crianza. Juto casó con Creusa porque había recibido la realeza y la mano de aquélla en premio por haber guerreado al lado de los atenienses. Ello es que éste no tuvo hijo alguno y los délficos hicieron sacristán de su templo al que había criado la profetisa. Éste sirvió a su padre sin saber que lo era. - - La escena del drama se sitúa en Delfos... PERSONAJES

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HERMES- ION. CREUSA, reina de Atenas. JUTO, rey esposo de Creusa. SIERVO ANCIANO de Creusa. SIERVO-MENSAJERO. PITIA. ATENEA. CORO, formado por CORO (secundario), siervas de Creusa. formado por hombres. Escena: Explanada del templo de Apolo en Delfos, con la fachada del mismo, sobre la que aparece el dios Hermes.

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HERMES. — Atlas, el que sostiene en sus espaldas de bronce el cielo, antigua morada de los dioses, engen- dró en una diosa a Maya, la cual me parió para el excelso Zeus a mí, a Hermes servidor de los dioses I• He llegado a esta tierra de Delfos, donde Febo 5 canta para los mortales sentado en el 2 mismo de la tierra y les manifiesta el presente y el futuro. Hay una ciudad en la Hélade, no desprovista de fama, pues toma su nombre de Palas portadora de lanza de oro. Allí Febo se unió en forzado matrimonio con ío Creusa, hija de Erecteo, justo donde se encuentran —en la misma colina de Palas, en tierra de Atenas— las rocas del Norte a las que los soberanos del Ática llaman Altas ~. Ésta portó el fruto de su vientre a escondidas de 15 su padre, pues así lo quiso el dios. Cuando le llegó el momento, Creusa dio a luz en su palacio y llevó la El y. 2 (y parte de 1 y 3) es probablemente corrupto, como se deduce por motivos métricos y estilísticos. Sin em- bargo conservamos el texto transmitido porque el sentido ge- neral es claro. 2 El ombligo (omphalos), anterior al culto de Apolo en Delfos, era un pilar redondo con dos figuras indescifrables. Marcaba el lugar donde se encontraron dos águilas enviadas por Zeus para señalar el centro de la tierra. Cf. también ver- SOS 223 y sigs. 3 Quizá .largas~ (gr. makral). Son las rocas del lado Norte de la Acrópolis, que están cortadas a pico formando un pre- cipicio.

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90 TRAGEDIAs criatura a la misma cueva4 en que se había acostado con el dios. Y lo expuso, con la idea de que muriera, en el bien trazado círculo de una cóncava canastilla, 20 con lo que observaba la costumbre de sus antepasados y de Erictonio, nacido de la tierra. (En efecto, la hija de Zeus dispuso como guardianes de éste dos serpien- tes y se lo confió a las doncellas de Aglauro para que 25 lo salvaran; por ello tienen allí los Erecteidas la cos- tumbre de criar a sus hijos con serpientes de oro) ~. En cuanto a Creusa, el ceñidor que tenía de doncella se lo ató al niño y le abandonó a la muerte. Pero Febo,’ que es mi hermano, me hizo la siguiente súplica: ao «Hermano, marcha al pueblo autóctono de la ilustre Atenas —ya sabes, a la ciudad de la diosa—, toma al niño recién nacido de la cóncava roca con la cesta y los pañales que tiene, llévalo a mi templo oracular de Delfos y deposítalo en la misma entrada de mi morada. 35 De lo demás me encargaré yo, pues, para que lo sepas, es hijo mío.» Y yo, por hacer un favor a mi hermano Loxias, tomé la cesta trenzada, me la traje y deposité la criatura en el umbral mismo de este templo, no sin 40 antes descubrir la redonda canastilla para que se pu- diera ver al niño. Resulta que la profetisa entró en el recinto del dios al tiempo que aparecía el disco del carro de Helios, En el lado NO. de las makraí hay varias grutas, y entre ellas la que ocultó los amores de Creusa y Apolo, llamada también de Pan (cf. y. 938). Se ha pensado: a) que pertenecen originariamente a Apolo y luego se introdujo el culto a Pan; b> que recibían culto ambos conjuntamente. Para bibliografía, cf. Owm.¿, págs. 69 y 133.

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5 Más exacta, aunque menos literalmente, ‘poner al cuello de los niños serpientes de oro durante la crianza~. (Probable- mente por el significado apotropaico de las serpientes. Este uso existía también entre los etruscos.) El mito habla de una serpiente sola. Los Erecteidas son los atenienses, descendientes de Erecteo. ION 91 ¡so su mirada en la inocente criatura y se preguntó [mirada si alguna moza de Delfos se habría atrevido 45 abandonar en el templo el fruto escondido de sus >lores. Y se disponía a arrojarlo del recinto sagrado, as rechazó por compasión esta idea cruel, y el dios junto con el niño6— fue causante de que éste no a arrojado del templo. Conque lo recogió y lo crió saber que Febo era su padre ni quién era su madre. so Tampoco el niño conoce a sus padres. Mientras fue pequeño, correteaba en sus juegos en torno al altar que lo nutría; pero cuando se hizo hom- me, los délficos le nombraron tesorero del dios y fiel ss despensero de todos sus bienes y sigue viviendo hasta hoy una vida santa en la morada del dios. Su madre, Creusa, dio en casarse con’ Juto en estas circunstancias: estaban los atenienses en feroz guerra con los Calcodóntidas ~, habitantes de Eubea. Juto unió 60 sus esfuerzos a los Atenienses y, al vencer con ellos, recibió, como justo premio, a Creusa en matrimonio por más que no fuera del país, sino aqueo, hijo de aolo, que era hijo de Zeus 8~ Durante mucho tiempo trató de hacer fecundo su matrimonio, pero ni él ni Creusa son fértiles. Por esto 65 acaban de llegar a este oráculo de Apolo, por el deseo de tener hijos. Loxias ha estado conduciendo su destino hasta aquí y nada se le escapa, como es lógico. Cuando Juto entre en este templo, le entregará su propio hijo diciendo 70 que es de él, a fin de que el joven marche a casa de Creusa y sea reconocido. Así la unión de Loxias que-

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6 5~ e. la compasión que inspiraba el niño. ~ Los habitantes de Eubea en general. Calcodonte era el Padre de Elefenor, jefe de los Abantes en la guerra de Troya (cf. Ilíada II 541). ~ Introducción. 92 TRAGEDIAS dará oculta y el muchacho tendrá lo que le corres- ponde. 75 Hará que toda Grecia lo conozca con el nombre de Ion, fundador de ciudades en la tierra asiática. Mas voy a retirarme al recinto de los laureles para acabar de enterarme del destino del muchacho. Pues aquí veo al hijo de Loxias que sale a limpiar la entrada 80 del templo con ramos de laurel. Yo he sido el primero de los dioses en darle el nombre de Ion ~, nombre que va a tener en el futuro. (Desaparece Hermes y sale Ion con otros siervos del templo.) ION. — Aquí está el carro, aquí la brillante cua- driga. Helios ya brilla sobre la tierra y los astros es huyen, ante el fuego del éter 10, hacia la noche sagrada. Las cumbres inaccesibles del Parnaso recibiendo la luz acogen para los mortales la rueda del día, Y el 90 humo de la mirra seca se eleva hasta los techos de Febo. Ya se sienta en el divino trípode la mujer

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délfica cantando a los griegos sus gritos, los que Apolo la inspira en su canto. Mas, oh siervos délficos de Febo, ~s sumergios en las corrientes de plata de Castalia y, purificados con sus límpidas gotas, venid a su templo. Es bueno vigilar vuestra boca silenciosa y manif es- íoo tar con vuestra lengua palabras piadosas para quienes desean consultar el oráculo. Que yo haré el trabajo en que desde niño todos los días me ejercito: con ramos ios de laurel y con sacras guirnaldas limpiaré la entrada de Febo y rociaré los suelos con agua. 9 Hay un juego de palabras intraducible: lit. <Yo soy el primero en darle nombre al marchar (í~n)», o “darle el nombre de Ion (hin)». El mismo juego de palabras, pero menos claro, hace Juto en y. 661, atribuyéndose la invención del nombre. 10 Otros traducen con menos probabilidad de acierto <huyen del éter, ante el fuego». La idea de un éter ígneo era muy fa- miliar. ION 93 Con mis disparos pondré en fuga a las bandadas de pájaros que echan a perder las sagradas ofrendas. Y es que, huérfano de padre y madre, a los nutricios tío altares de Febo yo ¿¿tiendo. Estrofa. Vamos, oh joven brote del mas hermoso laurel, ins- trumento de mi servicio, tú que el pórtico” de Febo borres bajo la sombra del templo y procedes de los tís bosques del dios en que aguas sagradas te riegan, ha- ci,endo brotar de la tierra corriente perpertua. También 120 riegan del mirto el sagrado follaje con el que barro los suelos del dios todos los días, al tiempo que aparece al veloz aleteo de Helios en mi servicio diario. Oh Peán, Peán, sé benévolo, sé benévolo, oh hijo 125 de Lato12

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Antistrofa. Hermoso en verdad es el trabajo, oh Febo, con que te sirvo en tu casa honrando la sede de tu oráculo. 130 Ilustre es el trabajo de mantener mis manos esclavas de los dioses, señores no mortales sino imperecederos. No me canso de ejercer este honroso trabajo. Febo 135 es mi padre legitimo, pues ensalzo a quien me ha Criado y doy a Febo, que habita este templo, el nombre 140 de padre bienhechor. Oh Peán, Peán, sé benévolo, oh hijo de Leto. ~I En gr. thyméle. Aquí probablemente el <estílobato», pues Ion está barriendo el exterior del templo, no el altar. En 161 Puede significar el <altar» como afirma Gow, si el templo era abierto, o el <templo» en general (cf. Owm4, pág. 80>. ~ Este refx*i, por su estructura y métrica, puede ser un 5ntiquIsim~ himno délfico de Apolo, semejante al célebre de Dioniso en AIea. 94 TRAGEDIAS Epodo. 145 Mas pondré fin a mi trabajo barriendo con el laural y arrojaré de este cubo de oro el agua que viene de 14

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tierra 13 y que vierten los remolinos de Castalia. iso Derramaré una aspersión de agua, pues soy puro desde la cuna. ¡Ojalá nunca acabara de servir a Febo de esta forma o acabara con muerte favorable! 155 ¡Vaya! Ya vienen las aves, ya abandonan sus nidos del Parnaso. Prohibo que os poséis en los aleros o en los techos dorados. También a ti, heraldo de Zeus, te alcanzaré con mt 160 arco por más que superes a los demás con tu curvado pico. He aquí un cisne que, remando con sus alas, se acerca al altar. ¿No dirigirás a otro lado tus patas de 165 rojizo brillo? No, ni la forminge de Febo, que acom- paña tu canto, te podrá defender de mis dardos. Aparto tus alas, sumérgete en el estan que de Delos, que si no me obedeces, de sangre mancharé tu sonoro canto. 170 ¡Vaya! ¿Qué nuevo pájaro es éste que se acerca? ¿No irá a poner bajo el alero nidos de paja para sus polluelos? Te lo impedirá el trino de mi arco. ¿No me 175 obedeces? Vete a criar a las corrientes del Alfeo o a los sotos del Istmo, que no sufran las ofrendas ni el templo de Febo. Y con todo, no me atrevo a matar 180 a quienes anuncian a los mortales las palabras de los dioses. Seguiré como esclavo de Febo en las labores diarias y no dejaré de servir a quien me alimenta- (Entra el Coro, que se detiene a examinar la fachada’4 del templo.) 13 No se refiere —como piensan algunos leyendo Galas a la fuente del templo de Gea en la terraza Oeste. La expresión significa <agua fresca» y alude al agua de las fuentes de Delfos, Cassotis y Castalia. 14 Es difícil determinar en qué material (pintura, relieve, tapiz) están representadas las escenas descritas, aunque lo mAS Estrofa 1.» ION 95 CORO. — No sólo en la divina Atenas había moradas 185

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dioses con bellas columnas, ni honores rendidos a es piedras del Dios de la Calle 15~ También donde ,xias, el hijo de Leto, hay luz en los ojos hermosos ~l dios de dos rostros íá• Mira aquí, contempla la 190 dra de Lerna a la que está matando con garras de ~ el Hijo de Zeus ‘~ Amiga, mira con ojos atentos. Antistrofa 1 a —Ya veo. Y cerca de él, otro héroe levanta una an- 195 torcha encendida... ¿Pero no es —así se cuenta junto .4 mi telar— el lancero Yolao, que en común los tra- 200 bajos con el Hijo de Zeus soportó? —Aquí, mira a éste que monta en alado caballo” y mata a la que exhala fuego, a la que tiene tres cuer- pos robustos 19 ~lprobable es que sean relieves. Hay objetos (y adjetivos de color) que se prestan más a la pintura o tapiz «garras de Oro», «antorcha encendida», «fuego», <rayo inflamado»). Pero también hay que admitir que puede tratarse de una écfrasis, gie trasciende el material mismo, y referirse a los relieves de fletopas y pedimentos de los que se han descubierto restos. ~5 Pilares cónicos colocados en los caminos en honor de Agíeo, divinidad protectora de los caminos, identificada poste- riormente con Apolo e incluso con Dioniso. 16 Referido a los Hermes, semejantes a los pilares de Jano C íntimamente relacionados con los pilares de Agleo (GRÉ- OOIRE, pág. 190). Otros traducen <hay luz en las dos fachadas» 1 piensan que se refiere a: a) las fachadas Este y Oeste del ~en1plo de Apolo; b) los templos de Apolo y Palas Pronaia en belfos. ~ Heracles. “ Belerofonte y Pegaso.

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“ La Hidra de Lerna. 96 TRAGEDIAS Estrofa 2.» 205 —Por todas partes hago girar mis pupilas. Con.. tem pía la lucha, en los muros roqueños, de los G- gantes. —Amigas, ya estoy mirando. 210 —Entonces, ¿ves a Palas contra Encélado blandien- do su escudo con la Gorgona? —Veo a Palas, mi diosa. —¿Y qué? ¿Ves el rayo inflamado certeras manos de Zeus? 215 —Lo veo, está abrasando con su Mimante. —También Bromio está matando a otro hijo de la tierra con su bastón de hiedra no guerrero, Baco. (Se dirige a Ion.) AntIstrofa 2.’ 220 Eh, tú, al que está junto al templo me dirijo. ¿Me está permitido traspasar este recinto ~ al menos con pie puro? 2t ION. — No es lícito, extranjeras. CoRo. — ¿Ni siquiera podríamos informarnos por ti mismo? ION. — Habla. ¿Qué quieres? CoRo. — ¿Es verdad que la casa de Febo encierra

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el mismo ombligo de la tierra? ION. — Sí, cubierto de guirnaldas y rodeado de Gorgonas. ~‘ Gr. g~ala. Otra palabra -como thymél~— cuyos signifi- cados rebasan el originario y alternan con él según el contexto. Aquí es recinto. Originariamente significa <valles», <carcavas», referido al lugar donde se encontraban los ediñcios de Apolo en Delfos. También se aplica en varias ocasiones al templO mismo. 21 En gr. leuk<5í. Otros lo interpretan como: a) descalZO (<nudis saltem pedibus», MURRAY); b) un mero epíteto referido al pie femenino. potente en las fuego al cruel ION 97 CORO. — Así lo proclama la fama. 225 IoN. — Si habéis ofrecido el pélanos 22 delante del implo y queréis hacer a Febo alguna consulta, acer- os al altar, pero no entréis en lo más profundo del implo sin haber degollado ovejas en sacrificio. - CORO. — Bien sabido lo tengo y no pretendemos 230 traspasar la ley del dios. Pero dejaré que mi vista se mplazca primero con la fachada. ION. — Podéis contemplar con vuestros ojos aquello está permitido. ORO. — Mis señores me han dejado que contemple cámaras del dios. ION. — ¿De qué familia recibís el nombre de es- ulavas? CoRO. — El palacio que alimenta a mis señores es 235 morada de Palas. (Aparece Creusa.) Mas interróg’ala • elia, ya que está aquí presente. (Silencio. Ion y Creusa se miran detenidamente.) ION. — Mujer, quienquiera que seas tienes alcurnia, la prueba de tu naturaleza es la figura que posees. isi siempre se puede saber de un hombre, al ver su 240

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~ura, si es de noble cuna ~. ¡Vaya! Me has sorpren- udc al cerrar los ojos y humedecer con el llanto tus mobles mejillas, tan pronto como has visto el sagrado Uráculo de Loxias. ¿Hasta este punto de preocupación has llegado, -? ¿Derramas lágrimas allí donde todos los demás 245 llenan de alegría por ver el templo del dios? Ofrenda consistente en: a) una mezcla líquida (aunque isa) de harina, miel y aceite; b) un pastel hecho de harina trigo y cebada (a veces regado con la sangre de una víctima Quemado). Aquí probablemente es b). Esta ofrenda permitía acceso al altar pero no al mychds, como se desprende del isto. ~ Esta frase contradice otros pasajes de Eurípides donde afirma lo contrario (cf. especialmente Electra, vv. 367-390). 1~.~ 98 TRAGEDIAS CREUSA. — Forastero, por tu parte no careces de educación al admirarte de mis lágrimas. Y es que al 250 ver esta morada de Apolo he vuelto a revivir un an- tiguo recuerdo. Tenía el pensamiento en casa, aunque

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yo estuviera aquí presente. ¡Oh pacientes mujeres, oh desvergúenza de los dioses! Pues, ¿a dónde iremos a reclamar justicia si nos vemos perdidas por la injus- ticia de los que dominan? 255 ION. — Mujer, ¿qué es esto tan misterioso que te produce desánimo? CREUSA. — Nada, mis dardos ya están lanzados ~‘. Conque a partir de ahora permaneceré en silencio y tú no volverás a preocuparte. ION. — ¿Quién eres? ¿De qué país llegas? ¿En qué patria has nacido? ¿Con qué nombre hemos de lía? marte? 260 CREUSA. — Mi nombre es Creusa, soy descendiente de Erecteo y mi patria es~ la ciudad de Atenas. Ion. — Te admiro, mujer, por habitar ciudad tan ilustre y haber nacido de padres tan nobles. CREUSA. — Hasta aquí soy afortunada, forastero, no más. 265 IoN. — ¡Por los dioses! ¿Es verdad como cuentan los hombres...? CREUSA. — Forastero, ¿qué pregunta me vas a hacer con el deseo de informarte? IoN.—¿... que el padre de tu padre brotó de la tierra? CRFUSA. — Sí, mi abuelo Erictonio; pero mi ascen- dencia de nada me sirve. ION. — ¿Es cierto que Atenea lo hizo salir de la tierra? 270 CREUSA. — Sí, con manos virginales, sin parirlo. 24 1. e. <ya no tengo más que decir». ION 99 ION. —.. y se lo entregó como se acostumbra a CREUSA. — Sí, a las hijas de Cécrope para que lo criaran sin verlo.

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ION. — He oído que las muchachas abrieron la ca- nastilla de la diosa. CREUSA. — Y por eso murieron y tiñeron con su sangre una roca. ION. — Bien, ¿y qué hay sobre esta otra historia? 275 ¿Es verdad o yana? CREUSA. — ¿Qué tratas de indagar? No voy a can- sarme; tengo todo el tiempo. Ion. — ¿Tu padre Erecteo sacrificó a sus propias hijas? CREUSA. — Tuvo el valor de inmolarías como ~‘ícti- mas en bien de su patria. ION. — ¿Y cómo es que fuiste tú la única de tus hermanas que se salvó? ~. CREUSA. — Era una criatura recién nacida en brazos 280 de mi madre. ION. — ¿De verdad que ocultó a tu padre una hen- didura de la tierra? CREUSA. — Lo mataron los golpes del tridente de Pontio ~. ION. — ¿Y ese lugar tiene el nombre de Rocas Altas? 25 Hay muchas variantes de este mito. Para poder vencer en la lucha contra Eleusis, Erecteo habia sacrificado (según las variantes): a) a Cíonia, hija menor, y las otras voluntaria- mente con ésta; ninguna sobrevive; b) Ctonia sola; sobreviven Pocris y Oritia; c) a todas, salvo Creusa. Cf. APoLoDoRo, III 15, 4. ~ Posidón. Abrió con el tridente una hendidura, por donde desapareció Erecteo. en venganza porque éste habla matado a Eumoípo, hijo de Posidón (según PAusANIAs, 1 5, 2. a Imma- rado, hijo de Eumolpo).

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100 TRAGEDIAS CREUsA. — ¿ Por qué tratas de indagar esto? ¡ Cómo has reavivado en mí el recuerdo de un suceso! 285 ION. — ¿Y tiene los honores de Pitio y de sus rayos? 27 CREUSA. — En vano los tiene. ¡Ojalá no hubiera YO nunca llegado a verlo! ION. — ¿Por qué te repugna lo que más ama el dios? CREUSA. — No, nada; comparto con esas cuevas el recuerdo de un hecho vergonzoso. ION. — ¿Y quién de los atenienses te tomó por es- posa, mujer? 290 CREUSA. — No fue un ciudadano, sino un hombre venido de otras tierras. ION. — ¿Quién es?, pues tiene que ser algún noble. CREUSA. — Juto, hijo de Éolo y descendiente de Zeus. ION. — ¿Y cómo, siendo extranjero, te tomó por es- posa a ti, que eras del país? CREUSA. — Eubea es un pueblo vecino de Atenas... 295 ION. — Separado por frontera de agua, según dicen. CREUSA. — Juto la devastó en común con los Ce- crópidas ~. ION. — ¿Vino como aliado y por eso obtuvo tu lecho como esposo? CREUsÁ. — Sí, como botín de guerra y recompensa por la batalla. ION. — ¿Has venido sola a este oráculo, o con tu marido? 300 CREUSA. — Con mi marido, pero éste visita ahora el recinto sagrado de Trofonio ~‘.

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27 En cierta época del año se veía relampaguear en el Par- naso, según el testimonio de Eurípides desde las Rocas Altas. según EsrRASÓN (IX 2, 404) entre el Pitio y el Olímpico. Este fenómeno se atribuía a Apolo y probablemente era un hecho de mántica fulgural. 28 Los atenienses descendientes de Cécrope. 29 Héroe tebano cuyo oráculo (en una cueva de Lebadea) era uno de los más célebres de Grecia. Su ¡nántica era PO~ ION 101 ION. — ¿Como visitante, o para pedir oráculo? CREUSA. — Quiere oír la palabra de aquél y la de Bbo sobre un punto. IoN. — ¿ Habéis venido por causa de la cosecha, o n motivo de la descendencia? CREUSA. — Con ser larga nuestra unión no tenemos ON. — ¿Nunca has parido?... ¿No tienes ningún 305 CREUSA. — Febo conoce bien mi carencia de ellos ~. ION. — ¡Desventurada tú que, siendo afortunada en demás, en esto careces de suerte! CRETJSA. — ¿Y tú, quién eres? ¡Qué feliz debe de ser madre! ION. — Mujer, me llaman esclavo del dios y así soy. CREUSA. — ¿Como ofrenda de la ciudad, o porque 310 ilguien te vendió? ION. — Sólo sé una cosa: me dicen de Loxias. CREUSA. — Entonces también yo te compadezco, fo- astero. ION. — Sin duda porque no sé quién es mi madre mi padre. CREUSA. — ¿Y habitas en este templo o en tu casa? ION. — Para mí todo lugar es la casa del dios, donde 315 ~ra que me sorprenda el sueño. CREUSA. — ¿Y llegaste al templo de niño o de joven? ION. — Los que creen saberlo afirman que de recién

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Icido. cubación y las complicadas ceremonias que tenían que reali- Sr sus consultantes son descritas detalladamente por PAUsA- ¡lAS (IX 30, 5 y sigs.). ~ Realmente <en qué consiste mi carencia de ellos». Es una ‘~se irónica cuyo sentido real sólo comprenden los especta- res. 102 TRAGEDIAS CREUSA. — ¿Qué mujer de Delfos te crió con su leche? ION. — Nunca he conocido pecho. La que me crin... 320 CREUSA. — ¿Quién era, desdichado? ¡He descubierto sufrimientos como los que yo padezco! ION. — La profetisa de Febo; como madre la tengo. CREUSA. — ¿Y qué crianza has tenido hasta llegar a ser un hombre? ION. — Me alimentaban el altar y los forasteros que venían sin cesar. CREUsÁ. — ¡Desdichada la que te parió! ¿Quién pudo ser? 325 ION. — Quizá fui hijo de la culpa de alguna mujer. CREUSA. — ¿Y tienes medios de vida? Porque estás bien provisto de ropa.

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ION. — Me visto con los bienes del dios de quien soy esclavo. CREUSA. — ¿Y no te has lanzado a la búsqueda de tus padres? ION. — Mujer, no tengo ningún indicio. 330 CREUSA. — ¡Ah! Mas otra mujer ha tenido la misma experiencia que tu madre. ION. — ¿Quién? Me complacería que uniera sus es- fuerzos a los míos. CREUSA. — Por ella he venido antes que mi esposo. ION. — ¿Qué deseas, mujer? Estoy dispuesto a ayu- darte. CREUSA. — Necesito obtener de Apolo un oráculo en secreto. 335 ION. — Dímelo, que nosotros nos ocuparemos del resto 31 31 Lit. «nosotros te servimos como próxenos». Los próxenO de Delfos, al contrario que en otros Estados, no ejercían SUS funciones de alojar y proteger a los ciudadanos de su propio Estado, sino a cualquier visitante. ION 103 CREUSA. — Escucha, pues, la historia..., pero me da rergiiellza. ION. — Entonces nada conseguirás. El pudor es sa perezosa. CREUSA. — Una de mis amigas dice que se unió a PO- ION. — ¿Una mujer con Febo? No sigas hablando, >rastera. CREUSA. — Sí, y dio un hijo al dios a escondidas de 340 ni padre. ION. — No es posible. Sin duda se averguenza porque an hombre la ha deshonrado. CREUSA. — Ella asegura que no, y ha sufrido mucho.

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ION. — ¿Por qué, si es un dios con quien se unió? CREUSA. — Expuso lejos de su casa al hijo que ION. — ¿Y dónde está el expósito? ¿Vive todavía? 345 CREUSA. — Nadie lo sabe. Esto es lo que trato de osultar al oráculo. ION. — ¿Y si ya no existe, de qué modo murió? CREUSA. — Ella cree que las fieras acabaron con el aventurado. ION. — ¿En qué prueba se basa para saberlo? CREUsÁ. — Cuando volvió a donde lo había expuesto, 350 1 flO lo encontró. ION. — ¿Había alguna gota de sangre en la huella e dejó? CREUSA. — Dice que no; y eso que recorrió muchas ICes el suelo. ION. — ¿Cuánto tiempo hace desde la muerte del CREUSA. — Si viviera, tendría la misma medida de Wentud que tú. ION. — El dios la ha agraviado y la madre es digna 355 lástima. 104 hijo.

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TRAGEDIAS CREUSA. — Y ya no ha vuelto a dar a luz ningú¡i ION. — ¿Y si Febo lo ha recogido para criarlo a ocultas? CREUSA. — No obra rectamente si goza él solo de lo que es común a ambos. ION. — ¡Ay de mí! Su suerte se ajusta a lo que a mí me ha pasado. ~o CREUSA. — Creo, forastero, que también tú echas de menos a tu desdichada madre. ION. — No, mujer, no me recuerdes el dolor que ya había olvidado. CREUSA. — Callaré, pero termina de informarme so- bre lo que te pregunto. ION. — ¿Sabes lo más doloroso de esta historia? CREUSA. — ¿ Y qué no es doloroso para aquella des- venturada? 365 IoN. — ¿Cómo va a darte un oráculo el dios sobre lo que trata de ocultar? CREUSA. — Ha de hacerlo si el trípode sobre el que se asienta es común para todos los griegos. ION. — Se avergúenza de su acción; no lo pongas a prueba. CREUSA. — Sí, pero quien sufre es la que ha pade. cido el infortunio. 370 ION. — No habrá profeta para este oráculo. Pues si Febo queda en evidencia como malvado en su propia morada, con razón haría daño a quien te lo transmi- tiera. Retirate, mujer, pues no hay que manifestar mediante oráculo lo que se opone a los intereses del 375 dios. Llegaríamos al colmo de la estupidez si obligá ramos a los dioses a decir contra su voluntad lo que no quieren, ya sea mediante sacrificios de ovejas, yB mediante el vuelo de las aves. Y es que los bienes nos esforzamos en poseer haciendo violencia a los dio ION 105 mes, los poseemos contra su32 voluntad, mujer. En cam- 380

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b¡o los que nos dan de buena gana son provechosos. CORO. — En verdad muchas son las desgracias que tienen los mortales y su forma diferente. A duras penas ¡e podría encontrar un solo golpe de suerte en la vida del hombre. CREUSA. — Oh Febo, tanto entonces como ahora eres Injusto con la mujer ausente, cuyas palabras están 385 aquí presentes ~ ni salvaste a tu hijo como debías, ni quieres responder —con ser profeta— a la madre que te consulta con la intención de que su hijo reciba una tumba si ya no vive, y, si vive, vuelva algún día a ver a su madre. Mas debo abandonar esta esperanza si cl dios me 390 Impide conocer lo que deseo. Forastero, veo que se acerca mi noble esposo recién llegado de la morada de Trofonio. Oculta a mi marido 395 las palabras aquí pronunciadas, no sea que tenga que avergonzarme de servir proyectos secretos y nuestra conversación acabe discurriendo por un camino por el que nosotros no la hemos desarrollado. Que la condi- ción de la mujer está en desventaja con la del hombre. Incluso las buenas, al estar mezcladas con las malas, Somos objeto de odio. ¡Así de malhadadas hemos naci- 400 do! (Entra Juto por la izquierda. Ion queda rezagado.) JUTO. — Sea el dios el primero en recibir las primi- cias de mi saludo y luego tú, mujer. ¿Acaso te ha sor- prendido que llegue tarde? S. e. <de los propios bienes». Admitiendo que el texto (VV. 374-377) no es una interpolacián basada en expresiones for- ladas y poco corrientes (como piensa BAYFIELD), hay que en- tender que agathd está personificado. Otros editores lo alteran en dkonta; cf. MURRAY y OwEw, pág. 98. ~ S. e. <en mi boca».

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106 TRAGEDIAS 405 CREusA. — No, pero has llegado a preocuparme. Mas dime, ¿ qué respuesta traes del oráculo de Trofonio para que nuestra semilla se mezcle con éxito? Juro. — No ha querido adelantarse a los oráculos del dios. Sin embargo me ha dicho que ni yo ni tú volveremos a casa sin hijos. 410 CREUSA. — Soberana madre de Febo, ¡ojalá hayamos venido con buen aguero, ojalá nuestra anterior relación con tu hijo se torne mejor! Juro. — Así será. Mas, ¿quién es el portavoz del dios? (Se adelanta Ion.) ION. — Yo, en el exterior, forastero; del interior se 415 ocupan otros que se sientan cerca del trípode M• Son los nobles de Delfos a quienes ha elegido la suerte. Juro. — Bien. Ya tengo toda la información que precisaba. Marcharé dentro, pues, según tengo oído, 420 los que han venido a consultar ya han realizado un sa- crificio en común delante del templo. Deseo recibir la respuesta del dios este mismo día, ya que es de buen aguero. Mujer, tú reúne en torno al altar ramos de laurel y ruega a los dioses que me lleve del templo de Apolo una respuesta favorable a la procreación de hijos. (Entra luto en el templo.) 425 CREUSA. — Así será, así será. Que si Loxias desea por fin reparar su injusticia de antaño, un amigo del todo no podría ser para mi, pero estoy dispuesta a aceptar —ya que es un dios— la reparación que quiera darme.

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(Sale Creusa por la derecha.) ION. — ¿Por qué la forastera está continuamente re- 430 prochando al dios con palabras oscuras y enigmáticas? ¿Tanto ama a la mujer por quien viene a consultar? ¿O es que está silenciando algo que necesita ocultar? 34 Son los cinco pro phetai (distintos de los próxenos, entre quienes está Ion). Por sorteo se determinaba su orden de actua- ción, no su elección, ya que pertenecían siempre a las mismas familias. ION 107 Pero ¿a mí qué me importa la hija de Erecteo? Nin- guna relación tiene conmigo. Con que marcharé a las 435 pilas para poner agua lustral con esta jarra de oro. Aunque... tengo que reprochar a Apolo. ¿Qué le pasa para abandonar 4~oncellas a las que ha forzado, para dejar morir niñ¿s que él ha engendrado en se- creto? No, Apolo, tú no debes; ya que eres superior, practica la virtud. Cuando un hombre es malvado lo 440 castigan los dioses; entonces, ¿cómo va a ser justo que ellos, que nos han dado leyes escritas a los hom- bres, incurran en ilegalidad con nosotros? Y es que... (no sucederá nunca, pero lo diré) si 445 hubierais de rendir cuenta a los hombres de vuestras uniones violentas, tú y Posidón y Zeus el dominador del cielo tendríais que vaciar los templos para reparar vuestras injusticias. Pues delinquís por saciar vuestro apetito antes de reflexionar. Ya no hay razón para de- 450 nigrarnos a los hombres si imitamos lo que es bueno para los dioses; más bien hay que denigrar a quienes nos lo enseñan. (Sale por la derecha.) CoRo. Estrofa. A ti suplico, Atenea mía, que sin la ayuda de Ilítía en dolores de parto, por obra del Titán Prometeo sur- 455 giste de lo alto de la cabeza de Zeus ~. Oh Feliz Vic-

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toria, ven a la casa de Pitio desde las habitaciones de oro del Olimpo volando hasta las calles de la ciudad 460 en que el hogar de Febo, ombligo de la tierra, pronun- cia sus oráculos junto al trípode de coros rodeado. Ven tú y la hija de Leto, dos diosas, dos vírgenes her- 465 manas venerables de Febo. Suplicad, doncellas, que la antigua estirpe de Erecteo obtenga del oráculo in- 470 maculado abundancia de hijos, aunque tardía. 35 Según la variante más extendida del mito, fue Hefesto el dios que ayudó a Zeus en el nacimiento de Atenea. 108 Antistrofa. TRAGEDIAS Pues supone una inconmovible base de insuperable 475 felicidad para los hombres el que la juventud vigorosa y fecunda de los hijos brille en la casa paterna, porque 480 tomando de los padres la riqueza heredada la trans- miten a otros hijos. Es defensa en la adversidad y en la prosperidad lo que uno ama; y en la guerra lleva la luz salvadora a la patria. 485 Antes que riquezas y palacios reales prefiero yo la crianza de hijos habidos en legítimo matrimonio. Me repugna una vida sin hijos y reprocho a quien le place. 490 Viva yo con modestos haberes pero unida a una existencia de hijos robustos.

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Epodo. Oh asientos de Pan, oh piedra vecina de las Rocas 495 Altas llenas de cavernas, donde las tres hijas de Aglau- ro recorren —danzando en coro- los verdes espacios delante del templo de Palas, bajo el variopinto chillido soo y el canto de tus siringes, oh Pan, cuando tocas la flauta en tus antros privados de sol, donde un día una virgen —¡desdichada!— parió un niño para Febo sos (—vejación de nupcias amargas ~—) y lo cxpuso como banquete de los pájaros, como festín ensangrentado de las fieras. Ni junto al telar ni en las historias que co- rren he oído que tengan felicidad los hijos de dioses y mortales. 510 ION. — Esclavas, vosotras que, junto a las gradas de este templo que acepta ofrendas, esperáis a vues- tro señor montando vigilancia, ¿ha abandonando ya Juto el sagrado trípode y el oráculo o todavía perma- nece en el interior preguntando las causas de su infer- tilidad? 56 Es decir, <nupcias vejatorias y amargas.. Es aposición a la oración anterior. ION 109 CORO. — Forastero, está dentro; todavía no ha tras- pasado este umbral. (Ruido de la puerta. Sale luto.) Mas estoy oyendo ruido en las puertas como si estu- sts viera para salir y he aquí ~ue ya se puede ver a mi señor saliendo. j JUTO. — (Tiende los brazos a Ion; éste se aparta.) Hijo, sé feliz, pues no está fuera de lugar esta intro- ducción a mis palabras. ION. — Soy feliz; sé tú sensato y los dos estaremos bien. JuTo. — (Insistiendo.) Permite que bese tu mano y abrace tu cuerpo. ION. — (Lo rechaza de nuevo.) ¿Estás en tus caba- 520

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les o te ha trastornado algún dios, forastero? JUTO. — ¿Que no estoy en mis cabales porque he hallado lo que más quería y deseo besarlo? ION. — Detente, no vayas a rasgar las bandas del dios si las tocas. JUTO. — Deseo tocarlas, mas no arrancarlas violen- tamente, pues he encontrado lo que amo. Ion. — (Apuntando con el arco.) ¡No te apartarás antes de que tu pecho acoja este dardo! JUTO. — Pero, ¿por qué me huyes? Reconoces lo que 525 más amas... Ion. — Me disgusta hacer entrar en razón a foras- teros ignorantes y locos. JUTO. — Mata, quema, mas si me matas serás el asesino de tu padre. Ion. — ¡Cómo! ¿Tú mi padre? ¿No resulta ridículo de oir? JUTO. — No; las palabras que siguen te van a reve- lar lo que yo sé. Ion. — ¿Y qué vas a contarme? JUTO. — Que soy tu padre y tú eres mi hijo. S30 IoN.—¿Y quién dice eso? JUTO. — Loxias, que te ha criado siendo hijo mío. 110 TRAGEDIAS ION. — Tú eres tu único testigo.

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JUTO. — Sí, pero después de oír el oráculo del dios. ION. — Te equivocas; lo que has oído es un enigma. JUTO. — ¿Pero es que no oigo bien? ION. — ¿Cuáles fueron las palabras de Febo? JUTO. — Que quien me viniera al encuentro... ION. — ¿De qué forma? 535 JUTO. — Cuando yo saliera del recinto del dios... ION.—¿Qué le pasaba? JUTO. — Que era hijo mío. Ion. — ¿Engendrado por ti o como regalo? Juro. — Como regalo, aunque de mi propia sangre. Ion. — ¿Y es conmigo con quien primero ha trope- zado tu pie? JUrO. — Con ningún otro. Ion. — ¿Y este accidente fortuito de dónde procede? JUTO. — Somos dos en admirar un solo hecho. Ion. — Bien; y ¿qué madre me dio a luz? 540 JUTO. — No podría decírtelo. ION.—¿No te lo dijo Febo? Juro. — Contento como estaba con esto, no pregunté aquello. Ion. — ¿Entonces soy hijo de la tierra? Juro. — La tierra no pare hijos ~‘. Ion. — ¿Entonces cómo podría ser hijo tuyo? JUrO. — No sé; al dios me remito. Ion. — Bien, toquemos otros puntos. Juro. — Eso ya está mejor, hijo. 545 - Ion. — ¿Te acercaste a un lecho ilegitimo? Juro. — Sí, con la ligereza de un joven. Ion. — ¿Antes de tomar por esposa a la hija de Erecteo? Juro. — Desde luego no fue después. 37 Curiosa frase en boca de Juto, esposo de Creusa, cuyos antepasados <nacieron de la tierra.. ION 111 Ion. — ¿Y fue entonces cuando me engendraste?

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JUrO. — Coincide exactamente con tu edad. ION. — ¿Y cómo llegué yo aquí? JUrO. — Para eso no tengo respuesta. ION. — ¿Tuve que ~correr un largo camino? Juro. —También est~e me escapa. ION. — ¿Pero viniste antes a la rocosa Pito? JurO. — Si, a «las antorchas de Baco» ~. 550 ION. — ¿Y te alojaste en casa de algún próxeno? Juro. — El que entre las muchachas de Delfos me... ION. — ¿Te introdujo en su coro, quieres decir? JUrO. — Sí, el de las Ménades de Baco. ION. — ¿Estabas sobrio o borracho? Juro. — Metido en los placeres de Baco. ION. — Allí fue donde pusiste mi semilla. JUTO. — Fue el destino, hijo. sss ION. — ¿Y cómo llegué yo al templo? JUrO. — Quizá como expósito de la muchacha. Ion. — Pero conseguí huir de la esclavitud. Juro. — Acepta ahora a tu padre, hijo mío. ION. — Desde luego no es razonable desconfiar del dios. JUrO. — Eres prudente. Ion. — Además..., ¿qué otra cosa deseaba yo?... JUrO. — Ahora ves como debías. Ion. — . . .que ser hijo de un hijo de Zeus? JUrO. — Eso es lo que eres. Ion. — ¿Entonces puedo tocar a quienes me engen- draron? JUTO. — Sí, si crees al dios. Ion. — ¡Salud, padre mío! Juro. — ¡Qué saludo tan querido acabo de recibir! Fiesta trietérica en honor de Dioniso. Se celebraba en invierno, ¿poca en que Apolo dejaba Delfos a Dioniso y él mar- chaba con los Hiperbóreos. 560

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112 TRAGEDIAS ION.—EI día de hoy... JUro.— ... me ha hecho feliz. ION. — Oh madre mía querida, ¿cuándo podré ver también tu rostro? Ahora deseo verte más que antes, 565 quienquiera que seas. Pero quizá has muerto y no podré ni en sueños. CORIFEO. — También yo participo en la felicidad de mi familia, pero, con todo, desearía que mi dueña y la estirpe de Erecteo fuera afortunada en lo tocante a descendencia. 570 JUTO. — Hijo, el dios ha llevado a feliz término tu reconocimiento y te ha reunido conmigo. También tú has encontrado a tus seres más queridos sin sospe- charlo siquiera. Pero también yo deseo lo que tú, con razón, anhelas vivamente: el que encuentres a tu madre. hijo mío, y el que yo descubra de qué mujer has na- 575 cido. Si damos tiempo al tiempo quizá lleguemos a descubrirlo. Mas abandona estos umbrales del dios y tu exis- tencia de mendigo y ven a Atenas con sentimientos parejos a los de tu padre. Allí te aguarda el feliz cetro 580 de tu padre y riquezas sin cuento y ya no recibirás el nombre de plebeyo y pobre —doble tara—, sino el de noble y rico. ¿ Callas? ¿ Por qué mantienes tu vista fija en el suelo y te has quedado pensativo? Has abandonado tu ale- gría de antes y produces inquietud a tu padre.

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585 ION ~. — Las cosas cuando están lejos no tienen el mismo aspecto que cuando se las contempla de cerca. Yo he recibido con alegría la suerte de recuperarte como padre. Mas escucha, padre, lo que yo sé: dicen 590 que la autóctona e ilustre Atenas es raza no mezclada 39 Sin duda a Eurípides se le va de las manos la argu- mentación de Ion, pues es confusa y llena de anacronismos: se empieza hablando de la Atenas del siglo y y se termina CCC una imagen de una Atenas tiranizada. ION 113 extranjeros. Voy a caer allí aquejado de dos taras: hijo de extranjero y bastardo. Pues bien, teniendo ya esta mancha careceré de in- fluencia y si llego a ser un ciudadano de primera fila 595 en la ciudad y busco ser alguien, seré objeto de odio para la clase desposeída. Y es que todo el que destaca se hace odioso. En cuanto a los que son honrados y poderosos~ si son sabios, callan y no se precipitan a la hora de actuar; para éstos seré objeto de burla y 600 tachado de necio por no ej arme de la vida política en una ciudad llena de inquietud. Finalmente, los ora- dores y quienes manejan la ciudad me descartarán con sus votos si me acerco a los honores. Así suele suceder, padre: los que dominan las ciudades y los 605 cargos se ensañan con sus adversarios. Además si llego como un advenedizo a la casa de una mujer sin hijos, que hasta hoy ha compartido contigo esta desgracia pero que ahora tendrá que so- portar ella sola su amarga suerte, ¿no es lógico que 610 me odie cuando me acerque a ti? Siendo estéril como es, ¿no mirará con rencor lo que tú amas? Y tú, o me traicionas y atiendes a tu mujer, o si prefieres hon- 615 rarrne a mí, tendrás un caos en tu hogar. ¡Cuántas muertes con venenos mortales no habrán ideado ya las mujeres para acabar con sus maridos! Pero además

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compadezco a tu esposa que envejece sin hijos; pues no es justo que quien ha nacido de nobles padres se 620 consuma en la esterilidad. En cuanto a la tiranía, tan en vano elogiada, su rostro es agradable pero por dentro es dolorosa. ¿Cómo puede ser feliz y afortunada quien arrastra su existen- cia en el terror y la sospecha de que va a sufrir vio- 625 lencia? Prefiero vivir como ciudadano feliz antes que Como tirano a quien complace tener a los cobardes Como amigos y en cambio odia a los valientes por te- mor a la muerte. 114 TRAGEDIAS Me dirás que el oro supera estos inconvenientes y 630 que es agradable ser rico, pero no me agrada estar siempre atento a los ruidos por guadar bien mis rl- quezas, ni estar en continuas preocupaciones. ¡Tenga yo una existencia mediocre si vivo alejado del dolor! En cambio, escucha ahora los bienes que yo tenla aquí, padre: para empezar, tranquilidad —tan querida 635 por los hombres— y pocos problemas ~. Ningún mal- vado me ha echado fuera del camino, con lo insopor- table que es ceder el sitio a los que son inferiores a ti. Ya estuviera en mis oraciones a los dioses, ya en mi trato con los hombres, servia a quienes venían con 640 alegría, no con lamentos. Apenas habla despedido a unos cuando me llegaban otros forasteros, de forma que

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siempre era agradable de nuevo con mis nuevos visi- tantes. Y lo que es más deseable para los hombres —aunque contra su voluntad—, tanto la ley como mi propia naturaleza hacían que fuera justo a los ojos del ~s dios. Cuando pienso en esto, considero mejor la vida de aquí que la de allí. Permite que siga viviendo aqul, pues produce la misma alegría gozar de grandes ri- quezas que poseer poco pero con agrado. CORIFEO. — Has hablado bien, con tal de que se con- sideren afortunados con tus palabras aquellos a quie- nes yo amo. 650 JUTO. — Pon fin a estas tus palabras y aprende a ser feliz, pues deseo, hijo mio, dar comienzo a nuestra mesa común en el mismo sitio donde te encontré, ya que común fue el festín en que cal. Quiero ofrecer el 655 sacrificio de tu nacimiento que nunca celebré. Ahora te voy a agasajar con un banquete como si llevara un huésped a mi hogar y te voy a llevar a Atenas, como visitante, no como hijo mío; que no quiero apesadum- brar a mi esposa que sigue careciéndo de hijos míen- 40 Quizá <gente moderada., a juzgar por la frase siguiente- ION 115 as yo soy afortunado. Más tarde, cuando se presente ocasión, convenceré a mi esposa para que te permita 660 redar mi cetro. Te daré el nombre de Ion, conforme a tu destino, que fuiste el primero en cruzarte conmigo cuando del templo del dios. Mas reúne a la multitud de amigos y despídelos con el placer de un banquete, ra que vas a abandonar la ciudad de Delfos. 665 (Se dirige al Coro.) Y a vosotras, esclavas, os ordeno Lie guardéis silencio sobre esto. Si se lo comunicáis mi esposa, será la mi~rte para vosotras. ION. — Me marcho. S¿lo una cosa hace mi suerte neompleta: si no encuentro a la que me dio a luz, mdre, no podré vivir. ¡Ojalá mi madre sea una mujer 670

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m Atenas! —si es que puedo expresar un deseo—. Así tendré de mi madre libertad para hablar. Pues si un Etranjero da en una población no mezclada, por más e sea ciudadano según la ley, tendrá la boca encade- 675 mda y carecerá de libertad para expresarse. (Salen s dos por la derecha.) CORO. Estrofa. Veo lágrimas y lamentables gritos de dolor y so- cuando mi dueña conozca la hermosa paternidad rSe su esposo y que ella es estéril y privada de hijos. 680 Dime, oh profeta hijo de Leto, ¿qué himno ha can- tado tu oráculo? ¿De dónde salió este hijo tuyo que ~e alimenta del templo, de qué mujer? No me dejo 685 dmirar por tu oráculo, no sea que encierre engaño. Barrunto la desgracia y no sé hasta dónde llegará. t forma extraña me encomienda mi dueño que guarde 690 xtraño silencio sobre esto ~ ¡Engañosa suerte la de ~ Pasaje corrupto. No es en absoluto claro si el sujeto de ~radid5si es Apolo, Juto o Ion; y el y. 690 carece de respon- >fl, por lo que puede ser interpolado. Ni siguiera es fácil de 116 TRAGEDIAS este niño nacido de sangre ajena! ¿Quién no estará de’ acuerdo?

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Antistrofa 42 695 Amigas, ¿a oídos de mi dueña haremos claramente. llegar la noticia de que su esposo en quien ella tenlq todo y con quien la desdichada compartía su esperan.. za? ~ Ahora, en cambio, ella está perdida en su des- 700 gracia y él es afortunado; ella ha caído en la canosa vejez y él desdeña a los suyos. ¡Maldito sea el que ha entrado en la casa de rondón y no ha puesto su suerte a la altura de una gran fortuna! ¡Muera, si, muera el 705 que ha engañado a mi dueña! ¡Que no tenga éxito cuando consagre a los dioses sobre el fuego el pélano 710 de llama hermosa! Va a saber cuán amiga soy de mis dueños ¡En verdad, ya se acercan a un nuevo banquete el nuevo padre y el nuevo hijo!”. 715 ¡Oh cumbres del Parnaso, que tenéis un murallón de piedra y un lugar junto al cielo, donde Baco levanta sus teas encendidas y salta ágil con sus noctívagos bacantes! ¡Que jamás llegue este muchacho a mi ciu- 720 dad, que muera abandonando su joven vida! Razones tendría mi ciudad para llorar una invasión extran jera. Ya basta con la que trajo nuestro rey Erecteo cuando era conductor”. (Entra por la derecha determinar con certeza el sentido general. Nosotros seguimos de las muchas reconstrucciones conjeturales que se han hecho, la de GR~GOIRE (pág. 211). 42 Creemos innecesario, contra MURRAY, postular la reparti- ción de esta antistrofa entre varios coreutas. 43 Aposiopesis plenamente justificada —casi exigida— en este contexto. « Frase de evidente ironía. 45 Los y. 721-723 han sido transmitidos en estado lamenta- ble. Aquí seguimos la reconstrucción conjetural de WEcKLEIN, que es la que menos distorsiona la tradición y la que ofrece un sentido más lógico. ION

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117 gusa conduciendo a un viejo esclavo. Simulan subir escarpada pendiente que lleva a la explanada.) CREUsA. — ¡Oh anciano, que fuiste pedagogo de mi 725 dre Erecteo cuando aún vivía! Asciende al oráculo dios para que compartas mi alegría si el soberano zias ha pronunciado algún vaticinio que me prometa ucebir hijos. Que es agradable compartir el éxito 730 n los amigos, y si —¡cosa que no sucéda!— nos al- inza algún mal, es dulce poner los ojos en el rostro un amigo. Yo, por más que sea tu dueña, te honro como a un dre, como tú lo hicistq un dia con mi padre. ANcIANO. — Hija mía, ~bservas una conducta digna 735 tus dignos progenítore y no deshonras a tus ante- os nacidos de la tierra. Llévame, llévame al tem- acompáñame, que el oráculo está muy empinado. aña mis fatigados miembros y sé alivio de mi 740 CREUSA. — Sigueme, pues, y vigía dónde pones tu ANcIANO. — ¡Ea! Lento es mi pie, mas mi mente es tloz. CREUSA. — Apoya tu bastón en el camino sinuoso. ANCIANO. — También él es ciego cuando yo veo poco. CREUSA. — Tienes razón, pero no cedas al cansancio. 745 ANCIANO. — No lo haré por gusto, pero no puedo >minar lo que no tengo. (Ven al Coro y se dirigen é1) CREUSA. — Oh mujeres, fieles servidoras de mis te- res y mi lanzadera. ¿Con qué respuesta ha salido mi o sobre nuestra suerte con los hijos por cuyo Otivo hemos venido? Comunicádmelo, pues si me 750 anifestáis algo bueno no habréis puesto vuestra es- 3.nza en amos desagradecidos. CORwnO. — ¡Oh, qué destino!

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118 TRAGEDIAS ANCIANo. — El preludio de tus palabras no es afor tunado. CORIFEO. — ¡Oh desdichada! 755 ANcí~o. — ¿ Es que he de inquietarme por el oráci lo de mis señores? CORIFEO. — ¡Ay! ¿Qué hacer cuando sobre nosotrd pende la muerte? CREUSA. — ¿Qué canto es ése, a que tenéis CORIFEO. — ¿Hablamos o permanecemos en silen. cio? ¿Qué hacemos? CREUSA. — Habla; sin duda tienes el secreto de al- guna desgracia que me atañe. 760 CORIFEO. — Te lo diré aunque tenga que morir dos veces. Nunca podrás, mi dueña, tomar un hijo en tus brazos ni acercarlo a tu pecho. CREUSA. — ¡Ay de mí! Quiero morir. ANCIANO. — ¡Hija! CREUSA. — ¡Oh desdichada suerte la mía! He red- cibido, he sufrido un dolor que no me deja vivir, amigas. 765 ANCIANO. — ¡Estamos perdidos, hija! CREUSA. — ¡Ay, ay! De lado a lado me ha sacudido en estos mis pulmones el dolor. ANCIANO. — No te lamentes todavía... CREUSA. — Pero hay motivos para lamentarse. ANCIANO. — ... antes de que sepamos... 770 CREUSA. — ¿Qué tengo que oír?

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ANCIANO. — ... si también tu esposo participa en tu desgracia o eres tú sola la infortunada. CORIlq~O. —Anciano, Loxias ha dado un hijo a éste 775 y él es afortunado sin que ella tome parte. CREUSA. — Sobre un dolor has puesto este otro en el extremo para que me lamente. CREUSA. — Y este niño que dices, ¿ tiene que nacer de una mujer o ya ha nacido según el oráculo? ION 119 CORIFEO. — Un joven ya nacido, ya maduro, le ha 780 tregado Loxias. Yo estaba allí. CREuSA. — ¿Cómo dices? Indecibles, indecibles, mex- les son para mí las palabras que pronuncias. ANCIANO. — También para mí. Pero dime más exac- 785 mente cuáles eran los términos del oráculo y quién el nulo. CORIFEO. — El dios le entregaba como hijo a aquel n quien primero se encontrara tu esposo al salir del siplo. CREUSA. — ¡Ay, ay, ay! Entonces mi vida sin hijos, hijos ha declarado y en soledad habitaré una casa 790 fana. ANCIANO. — Entonces, ¿a quién se refería el orácu- ¿Con quién tropezó el ~e del esposo de esta des- ~hada? ¿Cómo, dónde lo ¡vio? CORIFEO. — ¿Recuerdas, querida dueña, al joven que 795 rna el templo? Éste es el niño. CREUSA. — ¡Ojalá pudiera volar por el húmedo éter allá de la Hélade, hasta las estrellas de la tarde! ~. dolor, qué sufrimiento, amigas! ANCIANO. — ¿Y qué nombre le ha dado su padre? soo o sabes o todavía permanece en secreto sin con- mar? CORIFEO. — Ion, ya que fue el primero en encon- Erarse con su padre. ANCIANO. — ¿Y quién es su madre? CoRIrro. — No sé, pero —para que conozcas todo

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que sé— el esposo de ésta ha marchado en secreto las tiendas sagradas a ofrecer un sacrificio de hospi- 805 dad y natalicio. Va a tener un banquete en común On su nuevo hijo. Esta frase es expresión metafórica del deseo de morir. 120 TRAGEDIAS ANcIANO. — Señora, hemos sido traicionados —pU 810 participo de tu dolor— por tu marido; se nos ha uli jado con engaños, nos han arrojado de la casa Erecteo. Y no lo digo porque odie a tu esposo — que te ame a ti más que a él—. Te tomó por aunque entró en nuestro país como extranjero, recibj6 815 tu casa y herencia y ha resultado que cosecha hijos de otra mujer en secreto. ¿En secreto? Yo te explicaré. Cuando se percaté de que eras estéril, no se contentó con ser igual que tú ni soportar un paso igual al de tu suerte; así que se asió al lecho de una esclava y, en matrimonio secreto, 820 engendró un niño al que sacó del país y encomendé a alguien de Delfos para que lo criara. Éste ha pasado su infancia en el templo consagrado al dios para per- manecer oculto. Cuando Juto se enteró de que se había convertido en un joven, te persuadió a que vi-

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825 nieras aquí por causa de tu esterilidad. Así que no es el dios quien ha mentido, sino él criando un hijo en secreto y urdiendo estos engaños. Si era descubierto, se lo atribuía al dios, y si pasaba desapercibido, pe~ saba entregarle la tiranía procurando que el tiempo lo defendiera. 830 Y en un momento inventó el nombre nuevo de Ion porque vino a su encuentro cuando salía. CORIFEO. — ¡Ay de mí! ¡Cómo odio a los malvados que urden acciones injustas y luego las adornan con 835 tretas! Prefiero tener como amigo a un tonto, pero bueno, que a uno inteligente pero malo. ANcIANO. — Y éste va a ser el peor mal de todos loS que vas a sufrir: el llevarte a casa como señor a un hombre sin madre conocida, sin categoría ninguna, na- cido de una esclava. Menor habría sido el mal si hubiera 840 introducido en su casa, después de persuadirte alegafr do tu esterilidad, a un hijo de madre noble. Y si esto ION 121 ~c resultaba amargo, le quedaba recurrir a una unión 1. las de Éolo ~. Pero ahora tienes que obrar como una mujer va- lente: empuña la espada o mata a tu esposo y a su 845 hijo con engaño o con veneno antes de que te alcance ti la muerte a sus manos. Pues si cedes en esto, serás tú quien muera. Que cuando dos enemigos se reúnen bajo un solo techo, uno de los dos tiene que llevar la peor parte45 Yo, por mi parte, deseo ayudarte en esta acción y 850 colaborar en la muerte del muchacho entrando en la donde prepara el banquete. Quiero morir o se- viendo la luz del sol recompensando a mis dueños por el alimento que me dieron. Sólo una cosa ayer- pienza a los esclavos, y es el nombre. En todo lo 855 demás, en nada es inferior a los libres un esclavo que sea noble. CORIFEO. — También yo, señora, quiero correr con-

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tigo la suerte de mor1fr o vivir con honra. CREUSA. — Alma ~zía, ¿cómo voy a seguir callada? Pero entonces, ¿cómo voy a revelar mis oscuros amo- 860 res y yerme privada del honor? Mas..., ¿qué impedi- mento me estorba? ¿Por qué competir en virtud cuando mi esposo ha resultado un traidor? ¿no me 865 veré privada de casa, privada de hijos, no diré adiós a las esperanzas —que no he podido cumplir por más que he querido- aunque calle mi unión, aunque calle mi parto en que tanto lloré? Mas no —por el asiento 870 No es seguro si significa simplemente debía haberse ca- lado con alguien de su propia gens~ (no con una ateniense), como cree Owai~.¡ (pág. 126), o hay una alusión a los matrimo- nios incestuosos de la familia de Éolo (cf. Odisea X 5 y sigs.) cOmo quiere Ga~os¡~a, pág. 217. ~ Creemos que no hay razón para considerar, como hace MURIt.&y, sospechoso todo el pasaje vv. 843-858; y menos para excluir como interpolados los Vv. 847-849. 122 TRAGEDIAS de Zeus rodeado de estrellas, por la diosa que reina en mis rocas, por la soberana ribera de la laguna de Tritón ~—. Ya no ocultaré por más tiempo mi unión, 875 pues me sen tiré aliviada arrojando este peso de mi espalda. Mis ojos manan lágrimas, mi alma el dolor de

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verse traicionada por hombres y dioses, mas los pondré 880 en evidencia como traidores e ingratos en sus amores. ¡Oh tú, que haces vibrar la voz de siete sonidos de la cítara cuando en los agrestes cuernos sin vida’ haces sonar el agradable eco de los himnos de las 885 Musas! A ti, hijo de Leto, haré llegar mis reproches a la luz del día. Viniste a mí con tu pelo brillante de oro, cuando en mi regazo ponía los pétalos de azafrán 890 cortados para adornar mi peplo con áureo resplandor. Me tomaste de las blancas muñecas de mis manos y me llevaste a una cueva como lecho, mientras yo 895 gritaba: «¡madre!», tú, dios seductor, dando gusto a Cipris con tu desverguenza. Y yo —la desdichada—, te pan un niño, que por miedo a mi madre arrojé en ~oo tu propia cama, en la que pusiste sobre mí —desven- turada— el yugo de una triste unión. ¡Ay de mi! Ahora se ha ido arrebatado por las aves oos para su festín mi hijo y el tuyo, ¡desgraciado! ¡Y tú tocando la cítara y cantando el peán! ¡Oh! ¡Eh! A ti llamo, al hijo de Leto que repartes 910 tus oráculos junto al trono de oro y el asiento que ocupa el centro de la tierra; y a tus oídos haré llegar mi voz. ¡Oh malvado amante que a mi marido, sin 915 haber recibido de él favor alguno, le das un hijo para habitar su casa! Y en cambio mi hijo y el tuyo, padre indigno, se ha ido cambiando los pañales maternos por las garras de las aves. Delos te odia y los ramos de 49 Lago del Norte de Africa donde, según una rama de la tradición mítica (cf. EsOuíLo, Luménides 293), nació Atenea Y de donde tomó el nombre Tritogene ia. ‘~ Cf. nota n. 4. ION 123 urel vecinos de la palmera de suave copa donde 920 ,eto tuvo su parto sagrado, donde te parió a ti entre ,,os frutos de Zeus. CORIFEO. — ¡Ay de mi! Se me ha abierto como un

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tesoro de males por los que podría verter todo mi llanto. ANcIANO. — Hija, al ver tu rostro me inunda la lás- 925 urna y estoy fuera de mi. Pues apenas había llenado la sentina de mi alma una oleada de males, cuando otra me levanta de proa al oír tus palabras. Acabas de contar los males que te aquejan ahora y ya has 1111- 930 ciado un nuevo camino de desgracias. ¿Qué dices? ¿Qué acusación arrojas ahora contra Loxias? ¿Qué hijo dices que has parido? ¿En qué lugar de la ciudad dices haber expuesto esa querida tumba para las fieras? Cuéntame todo desde el principio. CREUSA. — Siento vergúenza ante ti, anciano, pero te lo voy a contar. ANCIANO. — Sé cómo acompañar en el llanto a mis 935 amigos con nobleza. CREUSA. — Escucha ,éntonces. ¿Conoces la cueva del Norte de las rocas d~ Cécrope a las que llamamos Altas? ANcIANO. — La conozco; es cerca de donde está el recinto y los altares de Pan. CREusA. — Allí es donde sostuve combate terrible. ANCIANO. — ¿Qué combate? El llanto sale al encuen- 940 tro de tus palabras. CREUSA. — Contra mi voluntad trabé con Febo unión fatal. ANCIANO. — Hija, ¿no será esto lo que yo barrun- ...... CREUSA. — No sé, pero si dices la verdad te lo con- firmaré. ANCIANO. — ... cuando ocultabas el dolor de una en- fermedad secreta?

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124 TRAGEDIAS 945 CREUSA. — este era el mal que ahora te revelo cIa. ramente. ANCIANO. — Y entonces, ¿cómo conseguiste ocultax tu unión con Apolo? CREUSA. — Di a luz —espera a oírlo todo de mi, anciano-. ANCIANO. — ¿Dónde? ¿Quién te asistió en el parto? ¿O soportaste sola el trabajo? CREUSA. — Yo sola, en la misma cueva en la que recibí el yugo del amor ~‘. 950 ANCIANO. — Dime dónde está el niño para que tam- poco tú estés ya sin hijos. CREUSA. — Murió, anciano, expuesto a las fieras. ANCIANO.— ¿Murió? ¿Y el malvado de Apolo no acu- dió en tu auxilio? CREUSA. — No, y el niño se cría en casa de Hades. ANCIANO. — ¿Y quién lo expuso? No serías tú, desde luego. 955 CREUSA. — Yo, haciendo pañales con mi peplo por la noche. ANCIANO. — ¿No hay nadie que comparta contigo el secreto de que expusieras a tu hijo? CREUSA. — No, sólo el Infortunio y la Ocultación. ANCIANO. — ¿Cómo tuviste el valor de abandonar a tu hijo en una cueva? CREUSA. — ¿Cómo? Después que hube arrojado de mi boca un torrente de lamentos. 960 ANCIANO. — ¡Ay! Grande es tu atrevimiento, pero mayor aún el del dios.

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51 En el y. 16 Hermes asegura que Creusa dio a luz <el’ casa<. Aquí se afirma que fue en la misma cueva (también en la cueva situó el parto SOFOCI.ES en su ,Creusa). La fluctuación se puede explicar porque aquí sigue Eurípides la tradición: pero era más lógico situar el parto en casa al introducir el motivo de la cuna. ION 125 CJtEUSA. — Si hubieras visto al niño tendiéndome manos... ANCIANO. — ¿Buscaba tu pecho o recostarse en tu CREUSA. — El lugar donde sufría de mí la injusticia no estar. ANCIANO. — ¿Y de dónde te vino la decisión de ex- ~ner a tu hijo? CREUSA. — Quería que el dios salvara a su propio 965 ANCIANO. — ¡Ay de mí! En peligro de galerna se iila la felicidad de tu casa. CREUsA. — ¿Por qué ocultas tu cabeza y lloras, an- iano? ANCIANO. — Porque veo que tanto tú como tu padre >is desventurados. CREUSA. — Así son las cosas humanas, ninguna per- ianece en su sitio. ANCIANO. — Mas no sigamos lamentándonos más 970 hija. ;REUsA. — ¿ Pues qué tengo que hacer? La desven- carece de recursos. ANCIANO. — En prim lugar véngate del dios que ~ ultrajó. CREUsA. — Y ¿cómo, sie do mortal, puedo vencer a uien es más fuerte? ANCIANO. — Prende fuego al sagrado oráculo de Oxias. CREUSA. — No me atrevo, ya tengo suficientes males. 975

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ANCIANO. — Entonces atrévete a lo que está a tu ¡cance, matar a tu marido. CREUsA. — Tengo respeto al lecho de quien un día ile honrado. ANCIANO. — Entonces mata, al menos, al hijo que • aparecido contra ti. 126 TRAGEDIAS CREUSA. — ¿Y cómo? ¡Ah, si fuera posible! ¡Cómo me agradaría! 980 ANcI~O. — Arma de espadas a tus servidores. CREUSA. — Con gusto marcharé; pero ¿dónde lleva. remos a cabo la acción? ANCIANO. — En las tiendas sagradas en que agasaja a sus amigos. CREUSA. — El crimen es señalado y mis esclavos son débiles. ANCIANO. — ¡Ay de mí! Te acobardas; entonces dis. curre algo tú misma. 985 CREUSA. — Ya tengo un plan astuto y eficaz. ANCIANO. — Para ambas cosas me presto a cola- borar. CREUSA. — Escucha entonces. ¿Conoces la batalla contra los hijos de la tierra? ANCIANO. — La conozco; es la que los Gigantes libra- ron contra los dioses en Flegra.

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CREUSA. — Allí la Tierra parió a Gorgona, terrible monstruo. 990 ANCIANO. — ¿Acaso para que auxiliara a sus propios hijos como azote de los dioses? CREUSA. — Sí; mas Palas, la diosa hija de Zeus, la 52 ANCIANO. — ¿Es ésta la historia que he oído hace tiempo? 995 CREUSA. — Si, que Atenea tiene a su espalda la piel de la Gorgona. ANCIANO. — ¿Y no llaman égida a la estola de Palas? CREUSA. — Sí, recibió este nombre cuando se anzól’ a luchar contra los dioses. 52 Consideramos necesaria la trasposición, hecha por KIRCHHOFF (Euripid¡s Tragoedíae, Berlín, 1867), de 992-993 detrás de 997. 53 Juego etimológico: aqul se relaciona égula (aigts) con lanzarse (afss5). Normalmente se la relaciona con cabra (aix); cf. Hnóooin, IV 189. ION 127 ANCIANO. — ¿Y cuál es el aspecto de este salvaje uendo? CEBUSA. — Es una coraza adornada con la espiral una serpiente. ANCIANO. — Bien, hija, y ¿qué daño puede hacer’esto tus enemigos? CREUSA. — ¿Conoces a Erictonio o no? ¿Cómo no vas conocerlo, anciano? ANCIANO. — ¿Vuestro progenitor, a quien primero íooo o surgir la tierra? CREUSA. — A éste le entregó Palas por ser recién macido... ANCIANO. — ¿Qué cosa? Pues estás dando largas a tus palabras. CREUSA. — ... dos gotas de la sangre de la Gorgona. ANCIANO. — ¿Y qué poder tienen contra la natura-

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leza humana? CREUSA. — La una es mortal, la otra cura las en- íoos fermedades54 ANCIANO. — ¿Con qué las ató al cuerpo del niño? CREUSA. — Con una cadena de oro. Y éste se lo trans- mitió a mi padre. ANCIANO. — ¿Y cuando éste murió, llegaron a tus manos? CREUSA. — Sí, y las llevo sujetas a mi muñeca. ANCIANO. — ¿Cómo, entonce~, vinieron a juntarse 1010 los dos dones de la diosa? ¡ CREUSA. — La gota que brbtó de la vena cava al monr... ANCIANO. — ¿Para qué sirve? ¿Qué poder tiene? CREUSA. — ... aleja las enfermedades y alimenta la vida. ~ Se ha sospechado, con razón, de los vv. 1004-1005 como Interpolados, ya que adelantan innecesaria y torpemente el COntenido de 1010-1015. 128 TRAGEDIAS ANCIANO. — Y la segunda de las que dices, ¿cómo obra? 1015 CREUSA. — Mata, ya que es veneno de las serpientes de Gorgona.

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ANcIANO. — ¿Y las llevas mezcladas o separadas? CREUSA. — Separadas, pues el mal no se mezcla co~ el bien. ANcIANO. — Querida hija, tienes todo lo que pro. cisas. CREUSA. — Con esto morirá el muchacho y tú serás quien lo ejecute. ío~o ANCIANO. — ¿Cómo y dónde lo hago? Tu misión es hablar, la mía afrontar la acción. CREUSA. — En Atenas, cuando llegue a mi casa. ANCIANO. — No está bien lo que dices, ya que tú has reprochado mi proyecto. CREUSA. — ¿Cómo? ¿Es que estás sospechando lo que también a mí se me ocurre? ANCIANO. — Parecerá que eres tú quien ha matado al muchacho, aunque no lo seas. 1025 CREUSA. — Tienes razón, pues dicen que las madras- tras odian a sus hijos. ANCIANO. — Entonces debes matarlo aquí para que puedas negar el crimen. CREUSA. — Y así sentiré el placer con antelación. ANCIANO. — Sí, y engañarás a tu marido como él te engañó a ti. CREUSA. — ¿Sabes, pues, lo que tienes que hacer? ío~o Toma de mis manos esta ampolla dorada de Atenea, antigua obra suya, y llégate a donde mi marido se banquetea en secreto. Cuando acaben el festín y estén a punto de ofrecer las libaciones a los dioses, arroja esto, que llevarás escondido en el manto, en la bebida 1035 del joven. ¡Mas sólo en la suya, no en la de todos! Reserva la pócima para quien iba a ser el dueño de mi ION 129 .asa. Si llega a traspasar su garganta, jamás pondrá II pie en la ilustre Atenas; quedará muerto allí mismo. ANCIANO. — Ahora dirige tus pasos adentro junto a >s próxenos, que yo llevaré a cabo el trabajo que ten- 1040 encomendado.

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Animo, viejo pie mio, conviértete en joven en el actuar aunque no puedas en el tiempo. Marcha contra al enemigo en alianza con tus señores, mata con ellos, chalo de casa con ellos. La piedad está bien que la 1045 bserven los afortunados, que cuando alguien se pro- ne hacer mal a un enemigo no hay ley que pueda impedirlo. (Creusa y el Anciano salen por la derecha.) CORO. Estrofa 1 a Enodia 55, hija de Deméter, tú que gobiernas los £saltos nocturnos, encamina también de día la pócima íoso que llena la mortal cratera contra quienes mi dueña, mi dueña la envía tomada de las gotas del cuello cor- 1055 tado de Gorgona, contra quien aspira a la familia de Erecteidas. ¡Que nunca nadie procedente de otra familia go- bierne mi ciudad, salvo los Erecteidas de noble cuna! ío~o Antistrofa 1.’ Y si no llegan a término la muerte ~ ni los esfuer- los de mi dueña —y falta ocasión para esta osadía con cuya esperanza se alimentaba— o se clavará afila- da espada o colgará un nudo de su cuello desbordando iO65 Sus sufrimientos con otro sufrimiento. Y bajará a otras formas de existencia. ~ Diosa de las bifurcaciones de los caminos, apenas con hlcfltidad propia: al ser sus caracterfsticas la magia, Ja nec- tUrnidad, etc., se la suele identificar con Perséfone (como aquí), ¡¡¿cate o Artemis: o se la hace compañera de Medea (cf. Medea 396). ~ S. e. de Ion.

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130 TRAGEDIAS Pues mientras viviera, no soportaría en sus oj~1 1070 brillantes que gente extraña mandara en su casa, ¿ que ha nacido en casa noble. Estrofa 2.~ 1075 Verguenza me da ante el dios ~ celebrado en tantos himnos, si junto a las fuentes rodeadas de hermosos coros llega ~ a ver como espectador en la noche y des- pierto las Antorchas del día veinte ~, cuando hasta el ío~o éter estrellado de Zeus se revuelve danzando y dan~ la luna y las cincuenta hijas de Nereo, que en el ponto y en las corrientes de los ríos de perpetua corriente íoss danzan por la Virgen de la corona de oro y su vene- rable Madre W; donde espera reinar, metiéndose como intruso en trabajos ajenos, ese mendigo de Febo. Antistrofa 2.a 1090 ¡Contemplad cuantos cantáis en himnos desafina- dos —a contrapelo de la Musa— nuestros lechos y uniones de amor como ilegales y culpables! ¡Ved cómo 1095 aventajarnos en piedad al injusto arado de los varones! Que un canto de rectificación, que vuestra Musa dis- cordante llegue hasta los hombres sobre sus amorloL íioo Pues el hijo de los hijos de Zeus ha demostrado su ingratitud al sembrar para su casa una suerte de hijos que no comparte con nuestra señora y, poniendo sus favores en un amor extraño, ha conseguido un bas- tardo. (Entra por la derecha un siervo de Creusa.) laco, hijo de Zeus y Kore e identificado con Dioniso, 0

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el dios a quien invocan los mistas o iniciados; divinidad ce tral en las grandes Eleusinas. 58 Sc. Ion. 5~ El día 20 del mes Boedromión es el día sexto de la fleil de las Grandes Eleusinas (15 a 23). En él se celebraba la pu cesión de Atenas a Eleusis y la procesión de los mistas O antorchas. 60 Core y Deméter. ION 131 SIERvO. — Mujeres, ¿dónde puedo encontrar a vues- 1105 tra ilustre señora, la hija de Erecteo? Pues he recorrido toda la ciudad y no puedo hallarla. CORIFEO. — ¿Qué sucede, compañero de esclavitud? ¿A qué esa rapidez en tus pasos? ¿Qué mensaje traes? ííío SIERVO. — Nos persiguen. Las autoridades del país la buscan para lapidaría. CORIFEO. — ¡Dios mío! ¿Qué dices? ¿No se habrá descubierto que íbamos a proporcionar al muchacho la muerte en secreto? SIERVO. — Lo has comprendido. Tú participarás del 1115 castigo y no entre los últimos. CORIFEO. — ¿Y cómo se descubrió nuestra secreta estratagema? SIERVO. — El dios, que no quería ser mancillado, encontró el medio de que la justicia venciera a la m- justicia. CORIFEO. — ¿Y cómo? Como suplicante te ruego que me lo relates. Pues si lo sabemos moriremos más a 1120 gusto, si es que hay que morir, o más a gusto segui- remos viviendo. SIERVO. — Cuando Juto, el esposo de Creusa, aban- donó el oráculo del dios, llevó a su nuevo hijo hacia el banquete y sacrificio que preparaba a los dioses. Luego marchó hacia donde brota el fuego báquico del 1125 dios para empapar con la sangre de las victimas las dos rocas de Dioniso, en acción de gracias por su hijo, y dijo estas palabras: <Hijo, tú quédate aquí y

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levanta con ayuda de los obreros una bien medida tienda. Si permanezco mucho tiempo sacrificando a los 1130 dioses del Nacimiento, que se sirva el banquete a tus amigos aquí presentes.» Y tomando los terneros se marchó. El joven hizo ‘flarcar piadosamente a cordel un cerco sin muro para la tienda, cuidándose bien de los rayos del sol —no í 135 eXponiéndola a los rayos directos ni orientada al po- 132 TRAGEDIAS niente—. Midió en ángulo recto la extensión de un píe- tro, resultando un cuadrado que media en el centro —por emplear las palabras de los 6I~ el nú- 1140 mero de diez mil pies, con la idea de invitar a todo el pueblo de los délficos. Tomó después tapices sagrados de los tesoros del dios y los puso como cubierta —¡una maravilla para verlos! En primer lugar, por techo sus- pendió de los lados un peplo —como si fueran alas—, 1145 ofrenda del hijo de Zeus, Heracles, que se los llevó al dios como despojo de las Amazonas. Bordadas en él había estas figuras: el Cielo reuniendo los astros en el círculo del Éter; Helios conducía sus caballos hacia la última luz llevando detrás el resplandor de Héspero: 1150 la Noche de negro manto empujaba su carro, que no tenía caballo alguno uncido a su yugo, y los astros la acompañaban; la Pléyade caminaba —y el lancero Orión con ella— a través del Éter. Y por encima de

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ellos, la Osa, retorciendo su dorada cola en el polo; íí55 el disco de la luna, que divide los meses, lanzaba hacia arriba sus rayos; las Hiades, señal la más clara para los navegantes, y Aurora, portadora de luz, persiguien- do a los astros. 1160 Por muros colocó otros bordados bárbaros: naos de buenos remos enfrentadas a las helenas, hombres mitad bestias, cacerías de ciervos a caballo y de sal- vajes leones. En la entrada puso un tapiz con Cécrope junto a sus hijas enroscando sus espirales, donación sin duda 1165 de algún ateniense; y en medio de los comensales puso crateras de oro. Un heraldo, alzándose de puntillas, invitó a que se acercaran al banquete los habitantes de Delfos que quisieran. Cuando se había llenado la 1170 tienda, se adornaron con coronas y saciaban su apetito con comida abundante. Luego que aflojó el placer del 61 Otros traducen abajo las indicaciones de los técnicos.. ION 133 banquete, acercóse un anciano y se detuvo en el es- pacio central y allí producía a los comensales enorme risa con su actividad desenfrenada; pues lo mismo les ofrecía las abluciones derramando agua sobre sus ma- nos, como hacia evaporarse el sudor de la mirra u 175 ofrecía las primicias de los vasos de oro. Y era él quien se imponía a sí mismo tales tareas. Cuando llegaron al momento de tocar las flautas y beber de la crátera común, dijo el anciano: «Conviene retirar las vasijas pequeñas de vino y traer las gran- des para que los convidados consigan complacer su uso ánimo con la mayor rapidez.» Entonces se produjo gran ajetreo de los que traían copas de plata y de oro. El anciano tomó una al azar, como para complacer a su nuevo señor, y le entregó una vasija llena, tras haber echado en el vino un veneno mortal que dicen le en- 1185 tregó su señora a fin de que el nuevo hijo abandonara

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este mundo. Pero nadie se percató. Cuando el Apare- cido ~ sostenía en sus manos la copa de la libación junto con los demás, uno de los sirvientes profirió una frase blasfema contra él. Y éste, educado como estaba 1190 en lugar sagrado y entre buenos adivinos, barruntó el mal augurio y ordenó a un joven que llenara de nuevo la crátera, mientras arrojaba al suelo la libación ante- rior y aconsejaba a todos que la vertieran también. Se hizo un silencio y rellenamos las sagradas cráteras í 195 con agua y con vino de Biblos. En esto se abalanza con estrépito sobre la tienda una bandada de palomas —pues no temen habitar en la morada de Loxias—. Como habían arrojado el vino, pusieron en él sus pi- cos, ávidas de beber, y lo llevaron a sus plumosos 1200 cuellos. Para todas las demás la libación del dios re- Ion. El mensajero nunca llama a Ion por su nombre, Como es lógico, ya que se lo acaban de imponer Hermes y luto. 134 TRAGEDIAS sultó inocua, pero una se posó donde había libado el nuevo hijo y probó el liquido. Al punto su bien alado cuerpo se convulsionó, se retorcía frenéticamente y ea 1205 sus lamentos piaba sonidos ininteligibles 63 Todos los comensales se admiraron de los sufrimientos del ave.

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Ésta murió entre estertores estirando sus patas de rojiza piel. Entonces el hijo del oráculo, levantando por encima de la mesa sus brazos desnudos del peplo, 1210 gritó: «¿Qué hombre se disponía a matarme? Dimelo, anciano, pues tuyo fue el celo en servir y de tus manos recibí la bebida.» Y al punto le interrogaba tomando su anciano brazo con idea de prender en el acto al 1215 viejo con el veneno. Ya había sido descubierto y tuvo que declarar —contra su voluntad— el audaz proyecto de Creusa y la treta del veneno. Salió corriendo de la tienda, reunió a los convida- dos el joven revelado por el oráculo de Loxias y, po- niéndose entre los magistrados de Delfos, dijo: 1220 «¡Oh tierra sagrada, a punto he estado de perecer envenenado a manos de la hija de Erecteo, una mujer extranjera! » Y los jefes de Delfos decretaron —no con un solo voto- que mi señora muriera lapidada por haber tra- 1225 tado de matar a un hombre consagrado y de derramar sangre en el templo. Toda la ciudad está buscando a quien en mala hora se apresuró a hacer un viaje desdichado; pues vino a buscar hijos de Febo y ha terminado por perder los hijos y la vida. (Sale.) CORO ~. 1230 No existe, no existe de la muerte medio de huir para mí —¡desdichada!—. Descubierto, ha sido desc* 63 S. e. para los augures. Era síntoma de mal aguero. 64 Se trata, en realidad, de un canto astrófico del COÍU ION 135 bierto que en la libación de Dioniso las gotas de la uva se mezclaron con el mortal veneno de la víbora veloz. Descubierta nuestra libación a los dioses inferiores, 1235 desgracias habrá para mi vida y muerte de piedra para

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mi dueña. ¿Qué huida emprenderé con alas o a qué oscuros escondrijos de la tierra iré por evitar el des- 1240 tino de una muerte a pedradas? ¿Acaso sobre pezuñas de veloz cuadriga o sobre la proa de una nave? CORIFEO. — Imposible escapar cuando no nos oculta un dios que así lo quiere. ¿Qué otros sufrimientos, des- 1245 venturada dueña, aguardan a tu alma? ¿Es que, por querer dañar a los demás, nosotras mismas vamos a sufrir como es justicia? (Entra Creusa corriendo por la derecha.> CREUSA. — Siervas, nos persiguen para darnos muer- 1250 te. Me ha condenado el voto de los délficos y estoy perdida. CORIFEO. — Ya sabemos, desdichada, a qué punto has llegado en tu desventura. CREUSA. — ¿A dónde voy a refugiarme? Pues a du- ras penas he salido del edificio65 para no morir y a escondidas he llegado aquí huyendo de mis enemigos. CoRí1~o. — ¿Dónde mejor que junto al altar? CREUSA. — ¿Y por qué va a ser esto más ventajoso? 1255 CoRírno. — No es lícito matar a una suplicante. CREUsA. — Por causa de la ley estoy perdida. CORIFEO. — Sólo si caes en sus manos. CREUSA. — Éstos que ves son los crueles enemigos que me persiguen hasta aquí con sus espadas. CORIFEO. — Siéntate en seguida sobre el altar. Si mueres estando aquí, harás que tu sangre se vuelva 1260 Seguido de anapestos, que sustituye al último estásimo, como Cli Hipólito, Bacantes y Hécuba. ~ Probablemente de casa de un próxeno.

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136 TRAGEDIAS contra tus asesinos. Tienes que aguantar tu suerte. (Entra Ion por la derecha con hombres armados.) ION. — ¡Oh padre Cefiso de aspecto tauromorfo! ¿Qué víbora es ésta que has engendrado o qué ser- piente que arroja de sus ojos una llama asesina? Todo 1265 atrevimiento cabe en ella y no es inferior a la Gor- gona con cuyas gotas de sangre iba a matarme. (Des- cubre a Creusa.) ¡Prendedla, para que destrocen las trenzas intactas de su cabeza las cárcavas del Parnaso, donde será despeñada. 1270 He tenido buena suerte antes de ir a Atenas y caer en manos de mi madrastra. Entre mis compañeros he podido calibrar tus intenciones —cuán dañina eras y qué odio me tienes—; que si me hubieras tenido en tu poder dentro de tu propia casa, me habrías arrojado 1275 al Hades para siempre. Pero no te van a salvar ni el altar ni el templo de Apolo. Los lamentos tuyos estén mejor en mi boca o en la de mi madre, pues si su cuerpo está lejos de mí no lo está su nombre~ Ya veis 1280 a esta malvada cómo urde una treta tras otra. Se ha refugiado en el altar del dios con idea de no pagar por sus actos. CREUSA. — ¡En mi nombre y en el del dios, en cuyo altar me encuentro, te prohibo que me mates! ION.—¿Y qué tenéis en común Febo y tú? 1285 CREUSA. — He consagrado mi cuerpo al dios, para que lo posea. ION. — ¿Y cómo ibas a envenenar a un hijo del dios? CREUSA. — Tú ya no eres de Loxias, sino de tu padre. ION. — Pero me engendró como padre; me refiero

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a mi verdadera naturaleza. CREUSA. — Entonces ya no eras suyo; en cambio yo sí lo soy ahora y tú no. 1290 ION. — Pero tú no eres piadosa, en cambio mis accio- nes si lo eran entonces. ION 137 CREUSA. — Traté de matarte porque eras enemigo de mi familia. ION. — No entré armado en tu tierra. CREUSA. — Desde luego que si, y pusiste fuego a la casa de Erecteo. ION. — ¿Con qué antorchas, con qué llamas? CREUSA. — Ibas a instalarte en mi casa y apoderarte i~s de ella contra mi voluntad. IoN. — ¡Porque mi padre quería darme lo que ad- quirió! CREUSA. — ¿Qué parte de la tierra de Palas perte- necia a los descendientes de Éolo? ION. — Juto la defendió con armas, no con palabras. CREUSA. — Un mercenario no debería convertirse en ciudadano del país. ION. — ¿Entonces querías matarme por miedo al í~oo futuro? CREUSA. — SI, por miedo a morir si no te quedabas en las intenciones. ION. — Lo que tú odias es carecer de hijos cuando ini padre me ha encontrado a mí. CREusA. — ¿Y tú vas a arrebatar su casa a quienes no tienen hijos? ION. — ¿Es que no iba a tener una parte al menos de los bienes de mi padre? CREUSA. — Su escudo y su lanza; ésas son todas tus 1305 posesiones. ION. — Abandona el altar y el asiento del dios. CREUSA. — Ve a dar órdenes a tu madre donde- quiera que ella esté. ION. — ¿Es que no vas a recibir castigo por tratar

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de matarme? CREUSA. — Si, si quieres matarme dentro de este recinto. ION. — ¿Qué placer te producirá morir con las ban- 1310 das del dios? 136 TRAGEDIAS contra tus asesinos. Tienes que aguantar tu suerte. (Entra Ion por la derecha con hombres armados.> ION. — ¡Oh padre Cefiso de aspecto tauromorfo! ¿Qué víbora es ésta que has engendrado o qué ser- piente que arroja de sus ojos una llama asesina? Todo 1265 atrevimiento cabe en ella y no es inferior a la Gor- gona con cuyas gotas de sangre iba a matarme. (Des- cubre a Creusa.) ¡Prendedía, para que destrocen las trenzas intactas de su cabeza las cárcavas del Parnaso, donde será despeñada. 1270 He tenido buena suerte antes de ir a Atenas y caer en manos de mi madrastra. Entre mis compañeros he podido calibrar tus intenciones —cuán dañina eras y qué odio me tienes-; que si me hubieras tenido en tu poder dentro de tu propia casa, me habrías arrojado 1275 al Hades para siempre. Pero no te van a salvar ni el altar ni el templo de Apolo. Los lamentos tuyos están mejor en mi boca o en la de mi madre, pues si su cuerpo está lejos de mí no lo está su nombreJ Ya veis 1280 a esta malvada cómo urde una treta tras otra. Se ha

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refugiado en el altar del dios con idea de no pagar por sus actos. CREUSA. — ¡En mi nombre y en el del dios, en cuyo altar me encuentro, te prohibo que me mates! ION. — ¿Y qué tenéis en común Febo y tú? 1285 CREUSA. — He consagrado mi cuerpo al dios, para que lo posea. ION. — ¿Y cómo ibas a envenenar a un hijo del dios? CREUSA. — Tú ya no eres de Loxias, sino de tu padre. ION. — Pero me engendró como padre; me refiero a mi verdadera naturaleza. CREUSA. — Entonces ya no eras suyo; en cambio yo silo soy ahora y tú no. 1290 ION. — Pero tú no eres piadosa, en cambio mis accio- nes si lo eran entonces. ION 137 CJtEusA. — Traté de matarte porque eras enemigo de mi familia. ION. — No entré armado en tu tierra. CREUSA. — Desde luego que si, y pusiste fuego a la casa de Erecteo. ION. — ¿Con qué antorchas, con qué llamas? CREUSA. — Ibas a instalarte en mi casa y apoderarte í~s de ella contra mi voluntad. ION. — ¡Porque mi padre quería darme lo que ad- quirió! CREUSA. — ¿Qué parte de la tierra de Palas perte- necia a los descendientes de Éolo? ION. — Juto la defendió con armas, no con palabras. CREUSA. — Un mercenario no debería convertirse en ciudadano del país. ION. — ¿Entonces querías matarme por miedo al í~oo futuro? CREUsA. — SI, por miedo a morir si no te quedabas en las intenciones. ION. — Lo que tú odias es carecer de hijos cuando

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mi padre me ha encontrado a mí. CREUSA. — ¿ Y tú vas a arrebatar su casa a quienes no tienen hijos? ION. — ¿Es que no iba a tener una parte al menos de los bienes de mi padre? CREUSA. — Su escudo y su lanza; ésas son todas tus 1305 posesiones. ION. — Abandona el altar y el asiento del dios. CREUSA. — Ve a dar órdenes a tu madre donde- quiera que ella esté. ION. — ¿Es que no vas a recibir castigo por tratar de matarme? CREUSA. — Sí, si quieres matarme dentro de este recinto. ION. — ¿Qué placer te producirá morir con las ban- 1310 das del dios? 138 TRAGEDIAS CREUSA. — Alguien sufrirá por lo que yo he sufrido. ION. — ¡Ay! Es terrible que el dios no haya esta- blecido bien sus leyes para los mortales ni con criterio sabio. Pues a los delincuentes no había que sentarlos 1315 en el altar, sino arrojarlos de allí —que no es bueno que una mano malvada toque a los dioses—; en cam- bio los hombres justos debían ocupar los lugares sa- grados cuando son victimas de la injusticia; y no que tengan iguales derechos por parte de los dioses buenos

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y malos con dirigirse al mismo sitio. (Sale del templo la Pitia con una cesta envuelta en pañales.) 1320 PITIA. — ¡Detente, hijo! He abandonado el trípode oracular y traspaso el umbral yo, la profetisa de Febo, la que conserva la antigua usanza del trípode, elegida entre todas las mujeres de Delfos. ION. — Te saludo, madre mía querida, aunque no seas quien me dio a luz. 1325 PITIA. — Dejemos que me llamen así; esta fama no me desagrada. ION. — ¿Has oído cómo trataba ésta de matarme con engaño? PITIA. — Lo he oído; mas también tú pecas de crueldad. ION. — ¿Es que no debo matar a quien intenta ma- tarme? PITIA. — Las esposas odian siempre a los nacidos en un primer matrimonio. 1330 IoN. — Y nosotros a las madrastras, por lo mucho que sufrimos. PITIA. — No, abandona el templo y marcha a la patrta... ION. — Entonces, ¿qué debo hacer siguiendo tUS instrucciones? PITIA. — Marcha a Atenas puro y con buen agUero. ION. — Pero es puro quien mata a sus enemigos. ION 139 PITIA. — No lo bagas; escucha lo que tengo que de- 1335 cirte. ION. — Habla, que todo lo que digas lo dirás con buenos sentimientos. PITIA. — ¿Ves esta cesta que llevo en las manos? ION. — Veo una vieja cuna rodeada de bandas. PITIA. — En ella te recibí cuando eras un recién nacido. ION. — ¿Qué dices? Esta historia que cuentas es 1340 nueva.

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PITIA. — Porque la guardé sin decir nada; pero ahora te la enseño. ION. — ¿Y cómo es que me la has guardado cuando la tenias desde hace tanto tiempo? PITIA. — El dios quería tenerte en casa como siervo. ION. — ¿Y ahora ya no quiere? ¿Cómo he de sa- berlo? PITIA. — Porque te ha dado un padre y te envía 1345 lejos de esta tierra. ION. — ¿Y tú conservas la cuna cumpliendo alguna orden o por otra razón? PITIA. — Por aquel entonces Loxias puso en mi mente... ION. — ¿La idea de hacer qué? Dime, termina de hablar. PITIA. — ... guardar hasta este momento lo que hallé. ION. — ¿Y qué ventaja tiene para mí... o qué des- 1350 Ventaja? PITIA. — Aquí se ocultan los pañales en que estabas envuelto. ION. — ¿Los traes como medio para buscar a mi madre? PITIA. — Sí, ya que el dios así lo quiere, que antes no lo quiso. ION. — ¡Oh, qué día de felices descubrimientos! 140

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TRAGEDIAS 1355 PITIA. — Toma esto y busca a tu madre. ION. — Sí, recorreré toda Asia y los confines de Eu- ropa. PITIA. — Tú serás quien descubra todo. Yo te crié, hijo mío, por orden del dios, y ahora te entrego esto que él quiso —pero no ordenó— que yo tomara en 1360 custodia; por qué lo quiso, no sabría decírtelo. Ningún hombre mortal sabe que lo tengo ni dónde se ocultaba. ¡Adiós, te despido como si fuera tu verdadera madre! 1365 Comienza a buscar a tu madre por donde debes. En primer lugar investiga si alguna moza délfica te parió y expuso en este templo. Después, si fue alguna griega. Por mi parte ya tienes todo, y por la de Febo, que ha participado de tu destino. (Vuelve a entrar en el templo.) ION. — ¡Ay, ay! De mis ojos dejo caer húmedo llanto 1370 cuando pienso en el momento en que mi madre —tras unirse en amor secreto- se deshizo de mí ocultamente sin darme el pecho. Sin nombre en el palacio del dios he llevado una vida de siervo. El trato del dios fue 1375 bueno, el del destino pesado; pues cuando debía reci- bir mimos en brazos de mi madre y gozar de la vida, me vi privado del alimento de una madre amantisima. Mas también es desdichada la que me parió; que su- frió lo mismo al perder las delicias de un hijo. 1380 Ahora tomaré esta cuna y la ofrendaré al dios a fin de no descubrir lo que no deseo. Pues si resulta que mi madre es esclava, sería peor haberla encon- trado que silenciarlo y abandonar la búsqueda. 1385 Oh Febo, ofrendo a tu templo ésta... Mas ¿qué me pasa? Estoy luchando contra la voluntad del dios que me ha conservado esto como prenda de mi madre. Tengo que abrir la canasta, he de tener valor, pues no podría sobrepasar los límites de mi destino. ¡Oh bandas 1390 sagradas, y vosotros, lienzos que cubristeis a lo más querido para mí! ¿Qué me ocultáis? He aquí la envol- ION

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141 tura de mi bien redonda cuna. No ha envejecido por voluntad divina y los pliegues están libres de polilla. y sin embargo es mucho el tiempo transcurrido para este mi tesoro. C1~nusA. — Pero... ¿Qué aparición es ésta que tengo 1395 ante mis ojos y no puedo creer? ION. — Sigue callada; sabes que, también antes, en otras muchas cosas me...”. CREUSA. — No, no voy a permanecer callada; no tra- tes de aleccionarme. Estoy viendo la canastilla en que un día te expuse cuando eras un recién nacido, hijo mío, junto a la cueva de Cécrope y las elevadas rocas í~oo Altas. Abandonaré este altar aunque tenga que morir. (Corre hacia él.) ION. — ¡ Prendedía! Un dios la ha enloquecido para abandonar así las estatuas del altar. ¡Sujetad sus brazos! CREUSA. — Aunque me degolléis, no vais a conseguir nada; seguiré abrazada a ti, a esta canastilla y a las 1405 cosas tuyas que encierra. Ion. — ¿No es terrible? ¡Trata de prenderme de palabra! CREUSA. — No, antes bien te considero amigo, yo, que soy tu amiga. ION. — ¿Yo amigo tuyo? ¿Y cómo pretendías ma- tarme a traición? CREUSA. — Eres mi hijo, y esto es lo más querido para un padre. Ion. — Deja ya de urdir... ¡Bien fácilmente voy a 1410 descubrir tus mentiras! 67 “ Parece que iba a decir «me has engañado», pero Creusa lo interrumpe irritada. 67 Lit. «cogerle». Sólo así se comprende la contestación de Creusa, que seguramente irla acompañada de un gesto levan- tando los brazos.

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142 TRAGEDIAS CREusA. — Ahí deseo llegar, eso es lo que pretendo hijo mío. ION. — ¿La canastilla está vacía o encierra algo dentro? CREusA. — Contiene los vestidos con los que un día te expuse. ION. — ¿Podrás decirme, sin verlos, el nombre dc cada uno? 1415 CREuSA. — Sí, y si no lo digo aceptaré la muerte. ION. — Habla; tu audacia es portentosa. CREUSA. — Ved. El bordado que yo hice siendo mna... ION. — ¿Cuál? Pues muchas son las clases de bor- dados de las jóvenes. CREUSA. — ... no está acabado, es como el trabajo de una aprendiza de lanzadera. 1420 ION. — ¿Y cuál es su diseño? No vas a cogerme en esto. CREUSA. — La Gorgona está en el centro de la tela. ION. — ¡Zeus! ¿Qué destino me persigue como perro de caza? CREUSA. — Está bordada con sus serpientes, al modo de la égida. ION. — Helo aquí; éste es el bordado; lo encuentro como un oráculo ~.

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1425 CREUSA. — ¡Oh antiguo trabajo juvenil de mi telar! ION. — ¿Hay otro objeto, además de éste, o tu suerte se acaba aquí? - CREusA. — Hay serpientes, regalo antiguo de oro ma- cizo de Atenea, la cual ordenó criar con ella a los niños en imitación de Erictonio, nuestro antepasado ~. 1430 ION. — ¿Para hacer qué, para servirse cómo de esta joya de oro? Verso corrupto. Es inseguro el significado del mismo. “ Cf. n. 5. ION 143 CREusA. — Para que la lleve al cuello un recién na- cido, hijo mío. ION. — Aquí están; mas deseo conocer el tercer objeto. CREUSA. — Es una corona de olivo que un día puse sobre ti, del primer olivo que Atenea llevó a su colina rocosa. Nunca pierde la lozanía —si está ahí de ver- 1435 dad— y sigue floreciendo, pues ha nacido de un olivo inmarcesible. ION. — ¡Oh madre mía querida, con alegría te con- templo y pongo mi rostro sobre tus alegres mejillas! CREusA. — ¡Hijo mío!, luz para tu madre más que- rida que el sol —que me perdone este dios—. i uo Te tengo entre mis brazos —hallazgo inesperado— cuando bajo la tierra tiempo ha con Perséfone pensaba que habitabas. ION. — Y sin embargo, querida madre mía, apa- rezco entre tus brazos yo, el muerto que no habla muerto. CREusA. — ¡Oh, oh, espacios abiertos del éter bri- 14.45 llante! ¿Qué palabras diré o gritaré? ¿De dónde me ha venido este placer inesperado? ¿De dónde he reci- bido esta alegría? ION. — Madre, cualquier cosa me habría podido su- 1450 ceder antes que ser hijo tuyo.

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CREUSA. — Todavía tiemblo de miedo. ION. — ¿Acaso por tenerme cuando ya me tienes? CREUSA. — Hace tiempo perdí las esperanzas. ¡Eh, mujer! ¿De dónde, de dónde tomaste mi hijo para po- nerlo en tus brazos? ¿Qué manos lo llevaron al templo 1455 de Loxias? Ion. — ¡He aquí la mano del dios! Tengamos ven- tura en el futuro igual que en el pasado sufrimos in- fortunio. CREUsA. — Hijo, entre lágrimas saliste de mi vientre ~‘ entre lamentos te quitaron de mis brazos; mas ahora í’6O 144 TRAGEDIAS respiro junto a tus mejillas, ahora que he encontro4<~ la más feliz ventura. ION. — Cuando expresas tus sentimientos, también expresas los míos. CREUSA. — Ya no somos estériles, ya no sin hijos; mi casa se ha trocado en hogar, mi tierra ya tiene ii<>s dueño. Rejuvenece Erecteo y la casa nacida de la tierra ya no tiene la mirada sombría como la noche, sino que mira hacia arriba, hacia los rayos del sol. ION. — Madre, también mi padre aquí presente debe participar del placer que os he proporcionado. 1470 CREUSA. — ¡Oh, hijo! ¿Qué dices? ¡Qué prueba me aguarda, qué prueba! ION. — ¿Cómo dices?

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CREUSA. — Tú has nacido de otra semilla, de otra semilla. ION. — ¡Ay de mí! ¿Entonces me pariste bastardo en tu soltería? 1475 CREUSA. — No bajo antorchas ni con danzas te parió mi himen, hijo mío. ION. — ¡Ay, ay! Soy un bastardo; pero madre, ¿dc dónde...? CREUSA. — ¡Sea testigo la diosa matadora de Gor- gona...! ION. — ¿Qué palabras son ésas? 1480 CREUsA. — ... la que sobre mis alturas rocosas ocupa la colina criadora de olivos... ION. — Estas tus palabras me resultan arteras y 05- curas. CREUSA. — Junto a la cueva de los ruiseñores, COfl Febo... ION.—¿Por qué mentas a Febo? CREUSA. — ... me acosté en furtiva unión. 1485 IoN. — Habla, seguro que vas a darme una noticiA buena y afortunada para mí. ION 145 CREUSA. — En la décima órbita del mes te pan para Febo entre ocultos dolores. ION. — ¡Agradables palabras las tuyas si son verda- deras! CREUSA. — Por temor a mi madre te puse por pa- 1490 jales mis ropas de soltera —vagabundeos de mi lan- zadera—. No te ofrecí mi leche ni mis pechos, alimen- tos de madre, ni de mis manos agua; en solitaria cueva fuiste expuesto a las garras de aves para matanza, para 1495 pitanza, para la muerte. ION. — ¡Ay madre, qué terribles sufrimientos! CREUSA. — Por el miedo, hijo, atenazada tu vida abandoné; a punto estuve de matarte contra mi yo- lzmtad. ION. — ¡También tú ibas a morir a mis manos! ísoo

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CREUSA. — ¡Ay, terrible fue entonces la suerte y te- rrible es ahora! Vamos dando bandazos a uno y otro lado, ora con infortunio, ora con buena suerte. Cam- 1505 bian los vientos. ¡Que se detengan! Ya está bien con los males pasados, que un viento favorable nos saque de los males, hijo mío. CoRiFEO. — Que nadie piense que ninguna situación isío humana es desesperada a juzgar por los acontecimien- tos de hoy. ION. — ¡Oh Fortuna, que trastocas la condición de miles de hombres y haces que sean desventurados y de nuevo tengan éxito! ¡Cuán cerca he estado de matar isis a mi madre y de recibir yo un trato inmerecido! ¡Ay! ¿Cómo es posible descubrir tantas cosas en el espacio de un día, bajo el brillante abrazo del sol? Madre, es feliz el descubrimiento que hemos reali- zado, y en lo que a mí toca en nada es reprochable mi Dacimiento. Pero sobre lo demás quiero hablar contigo 1520 a Solas. Ven aquí, que quiero hablarte al oído y cubrir de oscuridad el asunto. 146 TRAGEDIAS (Aparte.) Madre, ¡cuidado!, no vaya a ser que —como sucede a las jóvenes— hayas sido débil cayendo en un 1525 amor furtivo y ahora eches la culpa al dios. No vayas a decir que me pariste para Febo —sin intervenir el dios— por tratar de evitarme el baldón.

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CREUSA. — No, ¡por Atenea Victoria que en su carro sostuvo la lanza codo a codo con Zeus contra los Gi- isao gantes! Ningún mortal es tu padre, hijo mio, sino el soberano Loxias, el que te ha criado. ION. — Entonces, ¿por qué ha entregado su propio hijo a otro padre y dice que soy hijo de Juto? CREUSA. — No dice que hayas nacido de Juto, sino que te entrega a él como regalo, aunque eres hijo suyo. 1535 Un amigo puede entregar su propio hijo a otro amigo para que gobierne su casa. ION. — ¿Y el dios dice verdad o su oráculo es vano? Porque me tiene confundida la mente, como es lógico, CREUsA. — Escucha, hijo, lo que se me ha ocurrido: 1540 Loxias, por hacerte un favor, te ha establecido en casa noble; con tener el nombre de hijo del dios nunca habrías sido heredero de una casa ni del nombre pa- temo. ¿ Pues cómo, si yo misma oculté mi amor y es- 1545 tuve a punto de matarte a traición? Así que él, por tu bien, te ha dado otro padre. ION. — No voy a llegar al final de este asunto tan a la ligera. Entraré en el templo y preguntaré a Febo si soy hijo de padre mortal o de Loxias. (Aparece Atenea sobre el templo.) 1550 ¡Eh! ¿Quién es el dios que asoma su cabeza res- plandeciente por encima del santuario? ¡Huyamos, ma- dre! No debemos ver a los dioses si no es el momento oportuno para que los veamos. ATENEA. — ¡No huyáis! No estáis huyendo de una enemiga, sino de quien os favorece en Atenas y aquí- isss Soy yo quien ha llegado, Palas, quien da nombre a tu tierra. Vengo en apresurada carrera de parte de ION 147 Apolo, que no ha juzgado conveniente aparecer ante vuestra vista porque no se hagan públicos los repro- ches por los hechos pasados. Me ha enviado con este mensaje: ésta te dio a luz de Apolo, tu padre, y te ha 1560 entregado a quienes te ha entregado no porque te

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hayan engendrado, sino para llevarte a la casa más noble de todas. Cuando se descubrió el asunto y quedó patente, por temor a que murieras por las acechanzas de tu madre (y ésta por las tuyas), os salvó con ha- i565 bilidad. El soberano quería mantenerlo en secreto y que luego en Atenas descubrieras que ésta es tu madre y que tú eres hijo suyo y de Febo. Pero... para dar término a mi misión y al oráculo del dios por el que he uncido mi carro, prestad aten- 1570 ción los dos. Creusa, toma a tu hijo, dirígete a la tierra de Cé- crope y asiéntalo en el trono de rey. Como hijo que es de los descendientes de Erecteo, tiene derecho a gobernar mi tierra. Y será afamado en toda la Hélade. 1575 Sus hijos, nacidos de un solo tronco, serán cuatro y darán nombre a mi tierra y a las tribus del pueblo que habita en mi colina rocosa. La primera será Ge- león ‘~. Después vienen los Hopletes y los Argades. Los ísso Egícores tendrán una sola tribu nombrada a partir de mi égida. A su vez los hijos de éstos habitarán en el tiempo señalado las ciudades de las islas Ciclades y las regiones costeras, lo cual dará fuerza a mi tierra. Habitarán también las llanuras de los dos continentes 1585 que separa el estrecho, el de Asia y el de Europa. En gracia al nombre de éste serán afamados con el nom- bre de Jonios. 70 Quizá <los que trabajan la tierra». Hopletes significa <Guerreros», Argades <trabajadores» y Egicores <cabreros», aunque aqul se los ponga en relación con la égida de Atenea.

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148 TRAGEDIAS Juto y tú tendréis también una estirpe común, ís~o Doro 71, por quien será cantada la Dóride en tierra de Pélope. Habrá un segundo hijo, Aqueo 72, que será rey de la zona costera cercana a Rión. Un pueblo será se- ñalado para recibir de él su nombre. 1595 Apolo ha llevado todo a buen fin: primero te hizo dar a luz sin dolor para que no se enteraran los tuyos. Cuando pariste a este hijo y lo expusiste en sus pafla- les, ordenó a Hermes que lo tomara en sus brazos y í6oo transportara al niño hasta aquí. ~l lo crió y no permi- tió que perdiera la vida. Conque ahora oculta que es hijo tuyo a fin de que Juto conserve feliz su creencia y tú, mujer, te pongas en camino con lo que más amas. 1605 ¡Adiós! Os anuncio un destino feliz después de este alivio en vuestros sufrimientos. ION. — ¡Oh Palas, hija del gran Zeus, no descon- fiamos de tus palabras! Creo que soy hijo de Loxias y de ésta. Incluso estaba convencido de ello. CREUSA. — Escucha ahora mis palabras: alabo a 1610 Febo yo que antes no lo hacía porque me ha devuelto al hijo que había descuidado. Ahora veo con agrado estas puertas y el oráculo del dios que antes me resul- taban odiosos. Ahora tomo en mis manos con gusto estas aldabas y me despido de las puertas. ATENEA. — Yo alabo tus buenas palabras con Apolo y tu cambio de actitud. En verdad la acción de los dioses es siempre lenta, pero al final no carece de fuerza. 1615 CREUSA. — Hijo, marchemos a casa.

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ATENEA. — Poneos en marcha, que yo os seguiré. 71 Eurípides remodela intencionadamente la genealogía de los epónimos de las tribus griegas. En Hesíodo, Doro es her- mano de Juto y, por tanto, anterior a Ion y de origen divmO. 72 Aqueo se aplicó en el y. 64 como epíteto de Juto; aquí se da como nombre a un hijo de éste. ION 149 ION. — Digna es en verdad nuestra guía. CREUSA. — Y amante de su ciudad. ATENEA. — Ve a sentarte en un trono antiguo. ION. — ¡Magnífica herencia! (Salen todos.) CoRx¡~o. — Adiós, Apolo, hijo de Zeus y Leto. Aquel cuya casa se ve zarandeada por la desgracia, debe tener 1620 fortaleza si venera a los dioses. Pues al final, los bue- nos obtienen su merecido y los malos, en cambio, jamás saldrán ganadores, como corresponde a su naturaleza.

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LAS TROYANAS iNTRODUCCIÓN 1. Las Troyanas es una de las pocas obras de Eurí- •pides de las que conocemos no sólo su fecha, sino incluso la suerte que corrió en la competición de las Grandes Dionisias. Por el comentario marginal de Eliano (Varia Historia, II, 8) sabemos que se repre- sentó en el año 415 (Olimpíada noventa y una) junto con otras dos tragedias 1 —el Alejandro y el Patame- des— y un drama satírico —Sísifo~--—, cediendo el pri- mer puesto al oscuro poeta trágico Fenoles, que lo

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superó con sus Edipo, Licaón y Bacantes. Desde hace mucho tiempo se ha considerado que las tres obras formaban una trilogía. Y bien puede ser, como luego veremos, si bien no hay que pensar de ninguna manera en una trilogía al estilo de las de Esquilo. Se ha pensado que lo que les da el carácter unitario de trilogía es no solamente el tema de Troya, sino incluso algún elemento especifico, en el que, desde luego, no coinciden los criticos de Eurípides. Así se ha 1 De estas dos primeras, aparte de los fragmentos que con- Servamos, existen resúmenes de HIGINO (Fabulae 91 y 105) que bien pueden deberse a la obra de Eurípides y, para el primero, los fragmentos de Alejandro de Enio que, al parecer, era copia bastante fiel del drama curipideo. Cf. Muiu~AY, «The Trojan Trilogy of Eurípides>, Melanges Glotz IT, ParIs, 1932, páginas M5-56. LAS TROYANAS pensado que en cada una de ellas hay una injusticia que se paga (con Paris, con Palamedes) 2; o que todas participan del tema común de la parachárasis, es decir, que aparentemente acaban bien, pero en realidad las consecuencias son desastrosas: el Alejandro termina felizmente, pero la supervivencia de éste traerá los horrores de la guerra de Troya; en el Palamedes, este

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héroe acaba muriendo pero consigue vengarse y en cambio sus rivales, que momentáneamente logran ven- cerlo, acaban mal 3; o que el tema que las une es el pesimismo, el nihilismo, la carencia absoluta de fe en un orden divino o humano ~. 2. Vamos a analizar brevemente los dos primeros dramas, de los que quedan escasos restos, para luego extendernos sobre la estructura del único que nos queda de la trilogía. Las Tro- yanas. Alejandro 5. Esta obra podría encuadrarse en el grupo de los dramas con mechdnema y anagnórisis o. En ella se exponía, sin duda, el nacimiento del niño Paris, el intento de Príamo y Hécuba de desembarazarse de él, debido al oráculo según el cual, de vivir, seria la perdíción de Troya; su exposición y rescate de la muerte por un viejo pastor y su crianza entre pastores. Pero la obra probablemente dramatizaba sólo el intento de asesinato de Paris, por parte de Hécuba y su hermano Deifobo, por haber ganado —¡ siendo pastor!— en los juegos funerarios realizados en su propio honor (dado que se le creía muerto); el reconocimiento final y su icogida en la familia de Priamo. El drama probablemente tenía este final 2 L. PARMENTIER, Euripide IV, Les Troyennes; cf. Notice’. MURRAY, art. cit., págs. 645, 49-50, 52-56. 4 V. V. WnAMowITz, Troerinnen, ~Einleitung.~, pág. 263. Para la reconstrucción de esta tragedia cf. B. SNBI. «Euripides Alexandros und andere strassburger papyrt>. Her- mes Einzelschrisf ten V. 1937-1-68. 6 Sobre la estructura de este tipo de dramas de EurípideS. cf. SOLMSEN, «Euripides~ Ion im Vergleich mit anderen Tragó- dien~., Hermes LXIX (1934), 390-419. frjíz, pero contenía las profecias de Casandra (matendidas, como era su sino) según las cuales Paris seria la perdición de su patria. Palamedes. El segundo drama de la trilogía nos transporta a Troya, donde Odiseo y Agamenón consiguen condenar a

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muerte a este héroe civilizador, inventor de la escritura. Le acusan de traición sirviéndose para engañarlo de su propio invento: colocan en su tienda una carta falsa de Príamo diri- gida a él y acompañada de una suma de oro. Pero también Palamedes se sirve de la escritura para comunicar a su padre, Nauplio, su injusta muerte (le envía el mensaje en un remo), y éste acabará vengándose de los griegos, también mediante el engaño: agitará antorchas en el promontorio de Caferea para que los griegos, en su regreso, piensen que se trata de un puerto y acaben estrellándose contra las rocas. esta es en realidad la historia de Palamedes, pero no sabemos en absoluto cómo la dramatizó Eurípides; aunque es de suponer que la parte central fuera, precisamente, un agón (en este caso quizá el juicio mismo al que le someten sus enemigos). Las Troyanas. Mediante otro salto temporal considerable, Eurípides nos presenta ahora el último día de Troya: la ciudad ha sido invadida y saqueada; los hombres, muertos: las muje- res, hechas prisioneras, aguardan el sorteo que decidirá con quién de los griegos habrán de ir como esclavas. Quien nos expone los antecedentes de la situación en el PRóLOGO (1-44) es el dios Posidón, que está a punto de abandonar la ciudad en vista de que ya no hay templos en que se le rinda culto. Cuando está a punto de irse. aparece Atenea. quien en un didiogo, en su mayor parte esticomítico, le expone su odio actual contra sus antiguos protegidos los aqueos (por haber pro- fanado su templo) y pide la colaboración de Posidón para des- truir la flota griega. Posidón acepta y ambos desaparecen. Ahora vemos a Hécuba que se halla postrada delante de una tienda de campaña y la oímos entonar una monodia lírica: su Canto es monótono y alude al dolor que sufre por haber per- dido esposo, hijos y ciudad; maldice a los griegos y a Helena Y lamenta su futura esclavitud. Al final incita a cantar —como auténtica jefe de coro— a las muchachas troyanas que lo for- Khan. La pdrodos es un diálogo lírico entre Hécuba y el Coro: 154 TRAGEDIAS 155

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LAS TROYANAS su canto alternado está lleno de incertidumbre y pregunta: ¿nos llevan ya?, ¿adónde nos llevarán? En la segunda estrofa ex- presan sus deseos de dirigirse a Atenas, Corinto, Tesalia, Sici- lia.., a cualquier lugar, salvo Esparta. Cuando acaban su cantc>, aparece el heraldo Taltibio iniciando el PRIMER EPISODIO (235. 510). Formalmente muy variado, comienza con un epírrem* entre Taltibio y Hécuba en que aquél anuncia que ya han sido sorteadas. Hécuba quiere enterarse del destino de cada troyana y el heraldo le comunica el de Casandra, el de Polixena (coa palabras veladas le da a entender que ha muerto sacrificada, pero Hécuba no lo entiende), el suyo propio como esclava cae Odiseo. Cuando el Corifeo pregunta por el de las muchachas del coro, el heraldo las interrumpe y reclama la presencia de Casandra. En este momento divisan la luz de una antorcha y aparece la joven sacerdotisa, que canta un himeneo, llena de una alegría salvaje porque su unión con Agamenón va a ser la ruina de la familia de Atreo. Después del canto lírico, Ca- sandra se extiende en dos largas tesis, en las que expone, ya con un talante sereno y frío, la tesis de que 16s verdaderos perdedores de la guerra son los griegos: en el pasado, durante la guerra, porque sufrieron mucho más que los troyanos, al estar lejos de su patria; en el futuro, porque les aguardan calamidades sin cuento, especialmente a Odiseo y Agamenón. La intervención de Casandra parece un auténtico agón pero, aunque Taltibio está presente, no hay oponente: el heraldo se limita a amenazar a Casandra y a censurar a Agamenón por

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haber elegido como concubina a tal fiera. El episodio termina con una larga tesis de Hécuba, en que vuelve a exponer sus desgracias, y a continuación se inicia el PRIMER EsL(51M0 (511- 576). El Coro pide a la Musa, a la manera épica, que le entone un nuevo canto sobre Troya, esta vez de duelo. Y canta, de forma impresionista, el momento culminante de la calda de Troya: la introducción del caballo, los cantos y danzas de los hombres y mujeres de Troya que creen terminada la guerrE luego, la desolación de las muchachas en sus alcobas. Se abre ahora el SEGUNDO EPISODIO (577-798) con un diálogo lírico entre Hécuba y Andrómaca, que entra en un carro, sen- tada -con su hijo al pecho— sobre las armas de Héctor. Es un treno, de lamentos entrecortados, por sus respectivos muertos. A continuación, un agón entre ambas. Se inicia con un diá- logo esticomitico en que Andrómaca informa a Hécuba sobre la muerte de Políxena. Cuando Hécuba comienza a lamentarse, Andrómaca la interrumpe con una tesis en que mantiene que Polixena es más feliz que ella porque ya ha muerto y no sufre. En ella nos cuenta su antigua felicidad y el vuelco que ha dado su suerte: Hécuba le contesta animándola a vivir por si un dia su hijo pudiera volver a poner Troya en pie. Entra ahora Taltibio, que en diálogo con Hécuba le informa sobre la decisión de los aqueos de matar al hijo de Andrómaca, a lo que Hécuba responde con un treno por el niño. El SEGUNDO EsTAsIM o (799-859) vuelve a insistir en el tema de Troya, aludiendo ahora a la primera destrucción de la ciudad (estrofa-antistrofa 1) y apostrofando a los héroes troyanos divinizados que no han hecho nada por su ciudad (Ganimedes, Titono). Aparece ahora Menelao con su ejército, dando comienzo al TERCER EPISODIO (860-1059). Viene en busca de Helena para ile- vársela a Esparta y allí matarla, como nos informa en una especie de pequeño segundo Prólogo. Hécuba, que yace pos- trada, se incorpora al oir sus palabras y se dirige a él alabando su actitud y previniéndole contra el poder de seducción de Helena. Sale ésta ahora de la tienda en compañía de los soldados y,

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tras informarle Menelao de la decisión del ejército, pretende defenderse. Se inicia un agón entre Hécuba y Helena. asta culpa a todo el mundo, empezando por Priamo, que no mató a Paris, como debía; y sobre todo a Afrodita, diosa que do- mlna incluso a Zeus y la arrastró a ella. Además, cuando Paris murió, ella —dice— trató de escapar hacia el campamento aqueo. Hécuba contesta negando credibilidad al juicio de Paris y con la idea de que no fue Afrodita, sino Afrosine (lujuria) quien la perdió. Tras un forcejeo entre Helena (suplicando piedad), Hécuba (previniendo a Menelao) y éste dando la razón a Hécuba, se inicia el TERCER E5TLsIMO (1060-1122). 156 TRAGEDIAS 157 LAS TROYANAS De nuevo el tema de Troya. Ahora se reprocha a Zeus, an- tiguo protector de la ciudad, su abandono de ésta. El Coro llora a sus esposas y su propia suerte; desea que un rayo destruya la nave de Menelao en su regreso y de nuevo pida que no le toque en suerte ir a Esparta, origen de l~ perdici~ para Troya. Cuando el Coro termina su canto, aparece Taltibio con ej cadáver de Actianacte; es el último golpe que cae sobre la pobre Hécuba. El ÉXoDO (1123-1332) ya no puede contener mas que una cadena de lamentos.

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Se abre con una resis de Taltibio en que transmite las últA- mas órdenes de los aqueos: la flota está a punto de partir, aunque Neoptólemo ya ha zarpado llevándose a Andrómaca y dejando el encargo de que entierren al niño. A continuacido Hécuba pronuncia una oración fúnebre llena de patetismo sobre el cadáver y a ésta sigue un diálogo epirremático con el Coro que constituye un treno por el niño (aunque hay una nota dc consuelo: ¡ sus males al menos serán objeto de canto para los venideros!). De nuevo entra Taltibio dando órdenes a los aqueos de que pongan fuego a Troya, y a las prisioneras y Hécuba que los sigan, pues ya va a zarpar la flota. Y se inicia el último treno, que cantan, en diálogo lírico, Hécuba y el Coro: esta vez por Troya, que arde y se derrumba para siempre. 3. Las Troyanas es otra obra de Eurípides que ha recibido un sinnúmero de críticas negativas con res- pecto a su pretendida falta de unidad, carencia de acción, endeblez de los caracteres, etc.7. Desde una consideración superficial —siempre con el «modelo> aristotélico de tragedia ante la vista— es obvio que carece de unidad (son cuatro cuadros yuxta- puestos); la acción —cuando la hay— no procede de la interacción de los caracteres, sino que viene in- 7 Cf. especialmente A. STEI<ER, .‘Warum schrieb Eurípides seine Troerinnen~, Philologus LIX (1900), 363-66; WzLu¡oWflZ, op. cit., pág. 263; MVRRAY, op. cit., pág. 645. puesta siempre desde fuera. En fin, apenas se le po- dna dar a esta obra el nombre de tragedia. Con todo, quizá la comprensión recta del tema de la obra nos ayude a justificar como otras veces lo que, a primera vista, pueden parecer «fallos>. Si se ve en ella, solamente, la tragedia personal o familiar de Hécuba, es lógico que se critique la escasa robustez de este carácter. Es un carácter plano, sin relieve alguno; es solamente una mujer que recibe

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golpe tras golpe a lo largo de la obra. Por otra parte, el que Troya esté en el fondo no sólo de Troyanas, sino de toda la trilogía, no basta para darle cohesión al drama. Aun así, seguiría siendo una «serie> de escenas yuxtapuestas sobre el tema de la guerra de Troya que no llegaría a formar una uni- dad real. Tampoco es suficiente buscar ésta dirigiendo nues- tra atención al plano divino, como sugiere Wilamowitz. Es cierto que en esta obra, como en otras muchas de Eurípides, los dioses sólo aparecen, como dice Kitto ~, <para cortarse el cuello a sí mismos»: aparecen como egoístas, arbitrarios, desleales, inmorales. Pero no es éste el tema principal ni la idea motriz. El tema de Troyanas es, sin duda, el sufrimiento humano produ- cido, en este caso, por la guerra; no la de Troya —aun- que sí sea el marco-, sino la guerra en general. Sufrimiento que alcanza tanto a vencedores como a vencidos. En efecto, se tiende a olvidar el gran prota- gonista, anónimo y apenas presente en escena, de esta obra: los griegos. Desde el comienzo de la trilogía se insiste en el sufrimiento de éstos: la segunda parte, el Palamedes, se centra precisamente en el bando ven- cedor; y en las Troyanas, desde el Prólogo, en que Posidón ‘~‘ Atenea están planeando la destrucción de 8 H. D. F. Krrro, The Greek Tragedy, Londres, 1966. 158 TRAGEDIAS 159

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LAS TROYANAS la flota, hasta el episodio de Helena, sin olvidar el de Casandra, que predice la destrucción de la casa de Atreo y las penalidades que aguardan a Odiseo y re. cuerda las que pasaron todos los griegos ya durante la guerra, la idea de descalabro del vencedor forma ¡ contrapunto permanente a los golpes sucesivos que recibe la familia real de Troya. Esto es lo que explica la <forma> de la obra y la pobreza de sus caracteres. En cuanto a la estructura, el drama es episódico precisamente porque trata de ejemplificar con varios cuadros el sufrimiento que pro- duce la guerra, especialmente en las mujeres: el Coro, Casandra, Andrómaca, Hécuba, y Helena por el bando vencedor. Con todo, hay dos elementos que mitigan esta impresión de esquematismo: la tensión creciente entre los varios cuadros y el empleo inteligente del Coro. Lo primero es obvio: cada escena, por dolorosa que sea, lleva consigo al final un relajamiento de la ten- sión para remontarse de nuevo a una tensión mayor en la escena Siguiente ~. Por otra parte, el Coro en cada estásimo tiende un puente entre los diversos episodios al prescindir de lo que ocurre en escena y repetir con monotonía el tema de la captura de Troya. Respecto a los personajes, sólo son lo que se es- pera que sean: símbolos de la humanidad sufriente. No se espera que reaccionen ante los golpes que se les vienen encima; son simplemente víctimas. De esta forma una obra como Troyanas, sin acción ni caracteres, tiene tanta fuerza como la mejor de 56- facIes. Y la razón es porque actores y Coro se subor- dinan —los primeros precisamente por su falta de relieve, y los segundos profundizando liricamente— al

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9 Cf. D. 1. CONACHER, Euripidean Drama, págs. 137 y sigs., Londres, 1967. tema de muchas tragedias de Eurípides: el azote que constituye la guerra. Es una forma de teatro radicalmente opuesta a la de Sófocles —donde el drama surge de la interrelación entre caracteres y acción—, pero igualmente válida y dramáticamente eficaz. 160 TRAGEDIAS 161 ARGUMENTO

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Después de la destrucción de Ilión, decidieron Ate- nea y Posidón destruir el ejército aqueo —el uno, porque todavía era fiel a su ciudad por haberla fun- dado; la otra, por odio contra los griegos por causa de la violación de Casandra por Ayax. Los griegos se sortearon a las prisioneras de rango y entregaron Casandra a Agamenón, Andrómaca a Neoptólemo y Polixena a Aquiles. Pues bien, a esta última la dego- llaron sobre la tumba de Aquiles y a Astianacte lo arrojaron desde la muralla; Menelao se llevó a Helena con intención de matarla y Agamenón se llevó como novia a la profetisa. Hécuba, luego de acusar a Helena y de lamentar y honrar a los muertos, fue llevada a la tienda de Odiseo y entregada a éste como esclava. PERSONAJES POSIDÓN. ATENEA. HÉCUBA. TALTIBIO. CASANDRA. ANDRÓMACA.

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MENELAO. HELENA. CORO de cautivas troyanas. Escena: Las minas de Troya. En escena las tiendas del campamento griego. En el centro, Hécuba postrada ante una tienda. (Aparece Posidón sobre la tienda de Hécuba.) POSIDÓN. — Aqul estoy yo, Posidón, tras abando- nar la salina profundidad del mar, donde los coros de Nereidas entrelazan las hermosísimas huellas que dejan sus pies.

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Y es que desde el mismo día en que Febo y yo 5 rodeamos de pétreas torres esta tierra de Troya con ayuda de plomadas’, nunca ha abandonado mi pecho el amor que siento por la ciudad de estos mis frigios, ésta que ahora humea y ha sucumbido destruida por las lanzas argivas. El focense Epeo2 del Parnaso en- io sambló, por las artes de Palas, un caballo henchido de hombres armados e introdujo la mortífera imagen dentro de los muros. De aquí recibirá entre los hom- bres venideros el nombre de Caballo de Madera, en- cubridor de lanzas escondidas. Los bosques están va- 15 dos y los santuarios de los dioses se han desplomado entre la carnicería. Contra los cimientos mismos del templo de Zeus el del Cerco3 ha caído muerto Príamo. 1 Posidón y Apolo habían levantado los murus de Troya por encargo del rey Laomedonte. Al no recibir la paga acor- dada, Posidón envió un monstruo marino que devastaba las Zonas costeras (cf. Ilíada XXI 441 y sigs.). 2 Según Odisea VIII 493, construyó con ayuda de Atenea, el célebre Caballo de Troya. Según Esraslcoao (flíou Persis, Ir. 1, VtIRTHEIM) era un personaje oscuro, el porteador de agua de Agamenón. 3 1. e. Protector del Hogar. Esta denominación (como la de ktesios, «protector de las posesiones«) procede de su carácter de dios paterfamilias, protector de la familia. LAS TROYANAS

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Oro sin cuento y otros despojos de los frigios están 20 siendo llevados a las naves aqueas; pero aguardan un viento favorable de proa, con el deseo de ver a sus esposas e hijos después de diez años, estos griego. que han asediado la ciudad. También yo —vencido por la diosa argiva Hera y por Atenea, que colaboraron en la destrucción de los 25 frigios— me dispongo a abandonar la ilustre Ilión y mis propios altares; pues cuando la soledad funesta se apodera de una ciudad, sufren los intereses de los dioses y éstos no suelen recibir culto. El Escamandro retumba con el eco de los gemidos de las prisioneras que se han sorteado los vencedores. 30 De unas se ha apoderado el ejército arcadio, de otras el tesalio y los teseidas, jefes de los atenienses. Las troyanas que no han sido sorteadas se cobijan aquí, bajo estas tiendas, elegidas por los jefes del ejército. 35 Con ellas están la laconia Helena, hija de Tindáreo, considerada prisionera con razon. Y si alguien quiere ver a la desdichada Hécuba, aquí la tiene, postrada ante las puertas, derramando io abundante llanto por numerosas razones: su hija Po- líxena ha muerto pacientemente ante la tumba de Aquiles sin que ella lo sepa 4; muertos son Príamo y sus hijos, y a Casandra, a quien el soberano Apolo dejó soltera y entregó al delirio profético, la h~’ desposado Agamenón en unión secreta, despreciando las leyes divinas y toda religión. 45 ¡Adiós, ciudad que un día fuiste afortunada; adiós muros de pulidas piedras! Si no te hubiera perdido Palas, la hija de Zeus, todavía estarías sobre tus ci- mientos. (Aparece a su lado la diosa Atenea.) 4 Hemos mantenido esta lectura por ser la difficilior. Otros prefieren leer oiktrd «lamentablemente..

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ATENEA. — ¿Me es lícito saludar al pariente más cercano de mi padre, al dios poderoso y honrado entre los dioses, ahora que he puesto fin a nuestra anterior 50 enemistad? POSIDÓN. — Sí puedes, soberana Atenea, que el trato entre parientes es un bálsamo no desdeñable para el corazón. ATENEA. — Alabo tu carácter sensato. Traigo un men- ss saje que quiero poner a nuestra común consideración, soberano. PosmóN. — ¿Acaso traes un nuevo mensaje divino de parte de Zeus o de alguno de los dioses? ATENEA. — No, he venido para buscar tu fuerza y unirla a la mía en beneficio de Troya. POSIDÓN. — ¡Vaya! ¿Es que has abandonado tu an- tiguo odio y ahora que arde entre llamas te ha dado 60 lástima? ATENEA. — Contesta primero a esto: ¿estás dispuesto a deliberar conmigo y a colaborar en lo que deseo llevar a cabo? POSIDÓN. — Desde luego, pero primero deseo cono- cer tus popósitos. ¿Has venido a ayudar a los aqueos o a los frigios? ATENEA. — Quiero que ahora se alegren los troya- 65 nos, mis antiguos enemigos, y hacer que el retorno del ejército aqueo sea amargo. POSIDÓN. — ¿Y por qué saltas de un sentimiento a otro y odias en exceso o amas al azar? ATENEA. — ¿ No sabes que hemos sido ultrajados yo y mi propio templo? POsIDÓN. — Lo sé, cuando Ayax arrastró a Casandra 70 por la fuerza. ATENEA. — Y sin embargo nada le han hecho los aqueos, ni siquiera se lo han censurado. POSIDÓN. — ¡Y pensar que destruyeron Ilión ayuda- dos por ti! 166 TRAGEDIAS

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167 LAS TROYANAS ATENEA. — Por eso quiero dañarlos con tu ayuda. PoSIDÓN. — Estoy dispuesto, en lo que de mi de.. pende, a lo que quieres. ¿Qué les harás? 75 ATENEA. — Quiero que tengan un retorno lamentable. POSIDÓN. — ¿Mientras esperan en tierra o en el salino mar? ATENEA. — Cuando conduzc~in sus naves a casa desde Ilión. También Zeus les enviará lluvia, granizo sin cuento y ennegrecedores soplos de viento. so Me ha prometido entregarme el fuego de sus rayos para lanzarlo contra los aqueos y abrasar sus naves. Por tu parte, haz que el Egeo ruja con olas gigantescas y remolinos; llena de cadáveres la cóncava babia de as Eubea para que en el futuro aprendan los aqueos a respetar mis templos y a venerar también a los demás dioses. PosIDÓN. — Así será. El agradecimiento no precisa largos discursos. Removeré el piélago del mar Egeo. 90 Los acantilados de Míconos y las rocas de Delos, Es- ciros, Lemnos, y los promontorios de Caferea5 acogerán los cadáveres de muchos muertos. Conque marcha al Olimpo, toma de manos de tu padre los proyectiles de sus rayos y aguarda a que el ejército aqueo suelte amarras. (Desaparece Atenea)

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95 Es necio el mortal que destruye ciudades; si ade- más deja en soledad templos y tumbas —santuarios de los muertos—, prepara su propia destrucción para después. (Desaparece Posidón.) 5 Islas de diversas partes del Egeo: Míconos es una islita cerca de Delos; Esciros está al Este de Eubea; Lemnos, al Norte del Egeo; los promontorios de Caferea están el S. E. d Eubea (allí es donde Nauplio se vengarla de los griegos por la muerte de su hijo Palamedes). Se trata de una referencia 5 la obra anterior de la trilogía y un avance de los sufrirniexitos de los vencedores, lo que constituye el contrapunto de la obra al sufrimiento del vencido (cf. Introducción>. HÉCUBA. — (Levantándose lentamente.) ¡Arriba, mal- hadada! Levanta del suelo la cabeza, endereza tu cue- fo. Esto ya no es Troya. No somos reyes de Troya. sao Soporta que se tuerza tu suerte, navega siguiendo la corriente, siguiendo el destino, y no opongas la proa de tu vida a las olas de Fortuna en que navegas. ¡Ay, ay! ¿Qué le falta para lamentarse a esta des- sos graciada que ha perdido su patria, sus hijos y su es- poso? ¡Ah, orgullo abatido de mis antepasados! ¡Qué poca cosa eres! ¿Qué tengo que callar? ¿Qué no silen- sto ciaré? ¿Qué can taré en mi treno? Digna de lástima soy por esta postura infausta de mis miembros —tal como estoy postrada con la espalda tendida en duro lecho—. ¡Ay de mi cabeza! ¡Ay de mis sienes y costados! ¡Cómo sis deseo revolverme y dar la espalda y el dorso a una pared y luego a otra para entregarme al perpetuo la- mento de mis tristes lágrimas! La misma Musa tienen 120 todos los desgraciados para cantar su destino sin coros. ¡Oh proas de las naves, que con veloz remo a la sagrada Ilión os dirigisteis por el mar purpurino, por los puertos de buen anclaje de la Grecia —acom- 125 pafiadas del odioso peán de las flautas y de la voz de sonoras sirin ges— dotadas de la entrelazada maroma6 de Egipto, ¡ay!, para buscar en las radas de Troya a 130

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la odiosa mujer de Menelao, perdición7 para Cástor y baldón del Eurotas, la que ha degollado a Príamo, sembrador de cincuenta hijos, y a mí, la desdichada, 135 me ha arrastrado a esta ruina. ¡Ay de mí! ¡En qué asientos me siento cercanos a la tienda de Agamenón! Me llevan de mi casa como a una esclava vieja con 140 6 Lit. «la entrelazada crianza <paide fa, quizá «manufactura») ~Iel Egipto.. Es una metonimia que hace referencia a la planta del papiro. 7 Gr. ltba. Según una tradición, los Dioscuros se suicida- ron por la deshonra que les produjo Helena (cf. también He- lena. 137 y sigs.). Otros prefieren traducirlo por «ultraje.. 168 TRAGEDIAS 169 LAS TROYANAS cabeza rapada en luto lamentable. (Se vuelve hacia las tiendas.) Mas ¡ea, esposas desdichadas de los troyanas de broncíneas lanzas y vosotras, muchachas, moz<Li 145 malmaridadas! 8 Arde Ilión, gimamos; que yo, como una madre a sus alados pájaros, voy a entonar el gor. sso jeo, el canto, bien distinto del que un día, en el cetro de Priamo apoyada, con los golpes sonoros de mi pie conductor iniciaba las danzas a los dioses frigios. (Apa- rece un semicoro de cautivas.)

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CORO. Estrofa 1. Hécuba, ¿por qué lloras, qué gritas? ¿Hasta dónde 155 llegan tus palabras? A través de estos techos’ he oído los lamentos que lanzas. El terror ha atravesado el pecho de las troyanas, que, dentro de esta casa, la- mentan su esclavitud. 160 HÉCUBA. — Hijas, sobre las naves de los aqueos se mueve ya la mano del remero. CORO. — ¡Ay de mi! ¿Qué quieren? ¿Acaso ya me embarcan lejos de mi patria? HÉCUBA. — No sé, mas barrunto nuestra perdición. 165 CoRo. — ¡Ay, ay! ¡Desdichadas troyanas que vais a someteros al trabajo de esclavas, salid de esta mansión! Los argivos preparan el regreso. Antistrofa L’ 170 HÉcUBA. — ¡Ay, ay! No me llevéis a mi Casandra, poseida por Baco, ob¡eto de ultraje para los argivos, a mi ménade, no vaya a consumirme en el dolor. ¡Ay Troya, Troya, desgraciada, has perecido! Desgraciado 8 Se refiere, naturalmente, a las <bodas. que les aguardan con los vencedores. 9 Gr. málathra significa: 1) viga del techo; 2) techo; 3) din- tel; 4) palacio. Ninguno de estos significados es apropiado a una tienda, salvo 2) por eztensión. lien te abandona vivo o ya cadáver. (Entra el otro í75 sen coro de cautivas.) CORO. — ¡Ay de mí! Temblorosa la tienda he dejado de Agamenón para escucharte, oh reina. ~No habrán decidido los aqueos matar a esta desdichada? ¿Acaso sso en las proas ya los marineros se disponen a mover los remos? HÉCUBA. — ¡Hija, levanta el ánimo! He venido a

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golpes de terror. CORO. — ¿Ha venido algún heraldo de los dánaos? ¿De quién me ha tocado ser paciente esclava? sss HÉcUBA. — Ya estás muy cerca del sorteo. CoRo. — ¡Ay, ay! ¿Quién de los argivos o de los ptiotas me llevará? ¿O acaso me conducen a una isla lejos de Troya? HÉcuaA. — ¡Ay, ay! ¿A quién la paciente anciana v~o servirá, en qué lugar de la tierra, como un zángano, este despojo, esta silueta de un cadáver, esta imagen inútil de los muertos? ¡Ay, ay! ¿Seré portera junto a la entrada o nodriza de niños yo que tuve el honor de 195 gobernar Troya? Estrofa 2.» 10 CORO. — ¡Ay, ay! ¡Con qué lamentos desgranas los ayes por tu ruina! ¡Ya no moveré de un lado a otro ~oo mi lanzadera en los telares del Ida! Por última vez contemplo los cuerpos de mis padres, por última vez... Mayores serán mis sufrimientos unida al lecho de un griego (¡maldita sea esa noche y mi destino!) o yendo 205 por agua a la sagrada fuente de Priene” como mise- rable esclava. ¡Ojalá marcháramos a la ilustre, a la 10 No estimamos necesaria la repartición de esta estrofa entre varios coreutas. 1I En Corinto. 170 TRAGEDIAS 171

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LAS TROYANAS 210 próspera tierra de Teseo! 12• Mas nunca, nunca a la co. rriente del Eurotas 13, a la odiosa mansión de HeZ eioa donde tendré que saludar como esclava a Menelao, el destructor de Troya. Antistrofa 2. 215 La venerable región del Peneo í4, hermoso basa. mento del Olimpo, soporta el peso de su prosperidad —según es fama— y de sus florecientes y abundantes frutos. ¡Ojalá fuera allí en segundo lugar, después de 220 la sagrada, la divina tierra de Teseo! También he oído que la tierra de Hef esto, Etna que se enf renta a Fenicia, madre de los montes sicilianos, está en boca de todos por las coronas que premian su gallardía; y’5 la tierra 225 vecina del mar jonio —según se nave ga— a la que riega y embellece Cratis —el que tiñe de rojo su cabello—, quien la alimenta con divinas fuentes y enriquece de arboledas la tierra. (Aparece el heraldo Taltibio.) 230 CORIFEO. — Mas he aquí el heraldo que viene del ejército dánao, despensero de novedades. Avanza cu- briendo sus huellas con rápidos pies. ¿Qué traerá, qué dirá? Aunque, en verdad ya somos esclavas del país dorio. 235 TALTIBIo. — Hécuba, ya conoces mis numerosas ve- nidas a Troya como mensajero del ejército aqueo. Ya me conoces de antes, mujer. Ahora he venido para comunicarte un nuevo mensaje. 12 Atenas. 13 Esparta. 14 RIo de Tesalia que atraviesa el valle del Tempe, a los pies

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del Olimpo. 15 S. c. «también conozco«. Se refiere a la Magna Grecia y especialmente la colonia panhelénica de Tunos fundada por Pendes. Este anacronismo refleja el patriotismo de Eurípides y sirve para cerrar el estásimo con una nueva alusión a Atenas. HÉcUBA. — ¡Ay, ay! Aquí está, troyanas, lo que hace tiempo me temía. TALTIBIO. — Ya habéis sido sorteadas, si es eso lo ~o que os temíais. HÉCUBA. — ¡Ay, ay! ¿Qué ciudad has dicho? ¿Es de Tesalia, de Ptiótide o de la tierra cadmea? TALTIBIO. — Habéis sido sorteadas una a una, no en grupo. HÉCUBA. — ¿Y quién ha tocado a quién? ¿A cuál de las troyanas le aguarda un destino feliz? 245 TALTIBIo. — Yo lo sé, mas escucha por partes, no todo a la vez. HÉCUBA. — ¿A quién, pues, le ha tocado mi desdi- chada hija Casandra? Di. TALTIBIo. — El soberano Agamenón la ha elegido especialmente para si. HÉCUBA. — ¿Sin duda como esclava para su esposa 250 laconia? ¡Ay de mí! TALTIBIo. — No, como novia secreta para su lecho. HÉCUBA. — ¿A la virgen consagrada a Febo, a quien el de bucles de oro concedió en recompensa una vida alejada del yugo nupcial? TALTIBIO. — Amor lo alanceó por la doncella poseida 255 del dios. HÉCUBA. — ¡Arroja, hija mía, las divinas llaves; arro- ja de tu cuerpo el sagrado adorno de tus bandas y coronas! TALTIBIO. — ¿No es grande para ella que la toque 260 en suerte el lecho de un rey? HÉCUBA. — ¿Y qué hay de la pequeña cría que me habéis arrebatado? ¿Dónde está? TALTIBIo. — ¿Te refieres a Políxena, o preguntas por otra?

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HÉCUBA. — Por ella. ¿A quién la ha uncido el sorteo? TALTIBIO. — Se le ha ordenado hacer servicio a la tumba de Aquiles. 172 TRAGEDIAS 173 LAS TROYANAS 265 HÉCUBA. — ¿Ay de mí! ¡Haberla parido para esclava de una tumba! ¿Qué ley es ésta, amigo, o qué divino decreto de los griegos? TALTIBIO. — Considera feliz a tu hija, está bien. HÉCUBA. — ¿Por qué has dicho esto? ¿Es que nQ contem pía ya la luz del sol? 270 TALTIBIO. — Ha alcanzado un destino tal, que ya está libre de sufrimiento ‘~. HÉCUBA. — ¿Y qué hay de la esposa de Héctor, ave- zado en el combate, la desventurada Andrómaca? ¿Qu¿ suerte ha corrido? TALTIBIO. — A ésta la ha elegido para sí el hijo de Aquiles. 275 HÉCUBA. — ¿Y yo de quién soy esclava, yo que nece- sito del tercer apoyo que ofrece un bastón a mi enve- jecido cuerpo? TALTIBIO. — Odiseo, el soberano de Itaca, te ha to- mado como esclava. HÉCUBA. — ¡Oh, oh! ¡Araña tu cabeza ya rapada,

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280 abre surcos con las uñas en tus dos mejillas! ¡Ay de mi, ay! Me ha tocado servir a un ser odioso y trapa- 285 cero, enemigo de justicia, a una bestia sin ley que todo lo revuelve aquí y allá y de nuevo lo de allá lo trae aquí con las dobleces de su lengua; y lo que antes era amigo lo hace enemigo de todo 17• Lamentaos, tro- 290 yanas, por mi. Me dirijo a un triste destino. Yo, la desdichada, he caído con el lote más adverso. 16 Tanto esta frase como el y. 264 son eufemismos, que Hécuba no comprende, para ocultar la muerte de Polixena. 17 A Odiseo, que llegó a ser el representante ideal del pUe blo jonio, por su carácter astuto y emprendedor, lo presenta la tragedia a veces (ya incluso los Cantos Ciprios) como un ser abyecto, cínico y cobarde. En todo caso, la alusión a Odiseo aquí es un procedimiento para mantener la trabazóU de la trilogía; no hay que olvidar que él fue el causante de la muerte de Palamedes. Coiui~o. — Tu destino ya lo conozco, señora. Pero ¿y mi suerte? ¿Quién de los aqueos, quién de los grie- gos es mi dueño? TALTIBIO. — Vamos, esclavas, tenéis que conducir aqul a Casandra lo antes posible. Quiero ponerla en 295 manos del general y llevar después también a los demás las prisioneras escogidas. ¡Eh! ¿Qué brillo es éste de teas que arden dentro? ¿Qué hacen las troyanas? ¿ Están poniendo fuego a las tiendas a fin de abrasar sus propios cuerpos, con el 300 deseo de morir, ahora que están a punto de llevarlas a Argos? ¡En verdad el hombre libre soporta con im- paciencia la desgracia en tales casos! ¡Abre, abre! No vayas a cargarme con la culpa de algo que conviene 305 a éstas pero que sería odioso para los aqueos. HÉCUBA. — No es eso, no están prendiendo fuego. Es mi hija Casandra, la ménade, que viene a la carrera hacia acá. (Sale de la tienda Casandra, vestida con sus símbolos sagrados y una tea encendida.)

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Estrofa. CASANDRA. — ¡Eleva, ofrece! Porto la luz, venero, ilu- mino —¡aquí, aquí!— con antorchas el templo. ¡Oh 310 soberano Himeneo, feliz es el novio y feliz yo que en Argos voy a unirme al lecho de un rey! ¡Himen, oh soberano Himeneo! Porque tú, madre, con lágrimas y 315 sollozos te lamentas de mi padre muerto y de la que- rida patria, pero yo por mis nupcias levanto la llama 320 del fuego, para brillo, para resplandor, para darte, oh Himeneo, para darte, oh Hécate, luz sobre los tálamos de las vírgenes, como es ritual. Antistrofa. Agita tus píes, conduce en el éter el coro —¡evohé, 325 evohé! I& como en los días más felices de mi padre. 18 Es el grito de las Ménades de Dioniso, con quienes Ca- sandra se identifica por su estado de posesión divina. 174 TRAGEDIAS 175 LAS TROYANAS El coro es santo; ¡condúcelo tú ahora, Apolo! En tu 330 templo ceñido de laureles yo seré la oficiante 19~ ¡Himen, oh Himeneo, Himen! Danza, madre, recobra tu risa;

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mueve en círculos aquí y allá, conmigo, los pasos que 335 tanto amo de tus pies. Gritad a Himeneo, ¡oh!, y a 14 novia con felices cantos y alaridos. ¡Vamos, hijas de bellos peplos de los frigios, cantad al esposo de mis 340 bodas, al esposo señalado para mi cama! CoRIFEO. — Reina, ¿no vas a sujetar a la doncella poseída, no vaya a llegar con veloz paso hasta el carn- pamento de los argivos? HÉCUBA. — Hefesto, tú portas la antorcha en las bodas de los hombres, pero esta luz que haces brillar 345 es triste en verdad y alejada de toda esperanza. ¡Ay de mí, hija mía! Nunca pensé que llegaras a celebrar tus bodas a punta de lanza y obligada por las armas argivas. Entrégame la antorcha. No llevas derecho el fuego, como una ménade en loca carrera. Ni siquiera 350 tu destino te ha vuelto a tus cabales, hija mía; perma- nece en el mismo estado de siempre. Traed las antorchas, troyanas, y contestad con lágri- mas a los cantos nupciales de ésta. CASANDRA. — Madre, corona mi victoriosa cabeza y 355 celebra mis bodas reales. Conque despídeme, y si no te parece que tengo suficiente celo, empújame a la fuerza. Que si existe Loxias, el ilustre Agamenón, so. berano de los aqueos, va a concertar conmigo una bod& más infausta que la de Helena. Voy a matarlo, voy a 360 destruir su casa para tomar venganza de mis herma- nos y padre. Dejaré lo demás: no quiero cantar un himno al hacha que va a caer sobre mi cuello y el de los demás. 19 Alusión obvia a su propia muerte, de la que va a ser oficiante y víctima a la vez. m a las luchas matricidas que va a suscitar mi boda, ni a la ruina total de la casa de Atreo. Voy a demostrar que estos troyanos son más afor- 365 tunados que los aqueos y, aunque estoy poseída, esto al menos lo afirmo libre de mi locura báquica. estos

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por causa de una sola mujer, de un solo amor —por conquistar a Helena— ya han perdido millares de vi- das. Y su experto general ha perdido lo que más que- 370 ría en aras de un ser odioso. Ha entregado a su her- mano el placer hogareño de sus hijos por causa de una mujer, que incluso vino de buena gana y no rap- tada por la fuerza. Cuando arribaron a las orillas del Escamandro, comenzaron a morir no porque les hubieran privado 375 de las fronteras de su tierra ni de su patria de eleva- das torres. Aquéllos a quienes Ares sometía, no vol- vieron a ver a sus hijos, no fueron amortajados por las manos de su esposa. Y ahora yacen en tierra ex- trafia. En su patria sucedían cosas semejantes: sus muje- 380 res morían viudas y los hombres quedaban en casa sin hijos después de haber criado los suyos para otros. Y no habla nadie que, junto a su tumba, donara a la tierra sangre de víctimas. ¡Cómo va a ser su expedición digna de elogio! Más vale silenciar las ignominias. ¡Que la musa de los can- 385 tos no me inspire un himno con que celebrar la infamia! En cambio los troyanos, para empezar, morían in- molados por su patria, lo que constituye la más her- mosa gloria. Aquellos a quienes domeñaba la lanza, eran llevados a casa por sus hijos y recibían el abrazo de la tierra en su propia patria, amortajados por las 390 manos de quienes debían hacerlo. Los frigios que no morían en combate vivían cons- tantemente, día tras día, con su esposa e hijos, placer del que se velan privados los aqueos. 176 TRAGEDIAS 177

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LAS TROYANAS En cuanto al doloroso destino de Héctor, escucha 395 cómo es en verdad: ha muerto con la fama del hombre más excelente, cosa que propició la venida de los aqueos; pues si se hubieran quedado en casa, la exce- lencia de éste habría quedado en la oscuridad. Paris desposó a la hija de Zeus; que si no lo hubiera hecho, habría tenido un casamiento oscuro en su casa. 400 Y es que, en verdad, el hombre prudente debe evi- tar la guerra; pero si da con ella, es hermosa corona para su ciudad el morir con honor, mas es deshonra morir indignamente. Por esto, madre, no tienes que lamentarte por tu patria ni por mi boda, pues con ella 405 voy a destruir a mis enemigos más odiados y a los tuyos. CORIFEO. — Con qué placer desprecias los males de tu casa y cantas lo que quizá no vas a probar como cierto. TALTIBIO. — Si Apolo no te hubiera enloquecido la 410 mente, no te habrías despedido de esta tierra, calum- niando así a mis generales, sin pagarlo. En verdad, los hombres grandes y que tienen fama de sabios en nada superan a quienes nada son. El gran soberano de los ejércitos de toda Grecia, el amado hijo de Atreo, ha aceptado por propia elec- 415 ción el amor de esta ménade. Yo soy un pobre hombre, pero jamás habría querido para mi el lecho de ésta. En cuanto a ti..., ya que no tienes sano el juicio, ¡que el viento se lleve tus reproches a los argivos y tus loas 420 a los frigios! Sígueme en dirección a las naves. ¡Her-

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mosa prometida para el jefe de nuestro ejército! (A Hécuba.) Y tú, cuando el hijo de Laertes quiera llevarte, sígueme; vas a ser la sierva de una mujer prudente, según aseguran cuantos han venido a Ilión- CASANDRA. — ¡ Insolente es este esclavo! ¿ Por qué tendrán el nombre de heraldos —única maldición ~ 425 común para todos los hombres— estos lacayos de ti- ranos y ciudades? ¿Tú afirmas que mi madre va a llegar al palacio de Odiseo? ¿Y dónde está la profecía de Apolo que asegura que morirá aquí mismo, tal como se me ha manifes- 430 tado?... Por lo demás, no voy a reprocharte. ¡Pobre Odiseo, no sabe qué sufrimientos le aguardan! Algún día va a considerar como oro mis males y los de los frigios comparados con los suyos. Después de diez años —además de los de aquí— llegará sólo a su patria. Bien lo sabe la terrible Caribdis que ocupa el es- 435 trecho rocoso y el montaraz Cíclope comedor de carne cruda, y la ligur2’ Circe que transforma a los hombres en cerdos, y los naufragios en el salino mar, y el ansia por comer loto, y las vacas sagradas de Helios que un 440 día dejarán escapar su voz en amarga profecía para Odiseo. Para abreviar, entrará vivo en el Hades y, después de escapar del agua de la laguna, encontrará en su casa, al volver, males sin cuento. Mas ¿a qué enumerar los trabajos de Odiseo? Marcha con la mayor rapidez posible; celebremos en ~s Hades las nupcias con mi prometido. ¡Ah! Tú que pareces haber llevado a cabo algo im- portante, conductor de los Dánaos ~, recibirás sepul- tura de mala manera y de noche, no de día. Y en cuanto a mi, me arrojarán desnuda y las torrenteras de nieve Juego de palabras: se llaman heraldos y son odiados Por todos porque son, como señala MURRAY, como la negra

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Ker (K~r-ykes). 21 Ligur, porque su isla de Eea (de localización imaginaria en Odisea, y en todo caso se situaría en el extremo oriental) fue luego identificada con el territorio Circeo. ~ Agamenón. 178 TRAGEDIAS 179 LAS TROYANAS fundida entregarán mi cadáver —¡el de la sierva cte 450 Apolo!— a las fieras para banquete, cerca de la tumba de mi prometido. (Se desnuda de sus símbolos sa- grados.) ¡Adiós, bandas del más querido de los dioses, in- signias del evohé! Abandono las fiestas en las que antes me gloriaba. Alejaos de mi cuerpo rotas a jirones; ahora que mi cuerpo todavía es virgen, quiero entre- gárselas al viento para que te las entregue a ti, oh soberano profeta. 455 ¿Dónde está el barco del general? ¿Dónde tengo que embarcar? No te apresures en esperar viento para tus velas, porque conmigo vas a sacar de esta tierra a una de las tres Erinis. ¡Adiós, madre, no llores! ¡Oh amada patria y vos- ~o otros, hermanos y padre que yacéis bajo tierra, no tardaréis mucho en recibirme! Me presentaré ante vos-

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otros muertos como triunfadora, luego de arruinar la casa de los Atridas por quienes perecimos. (Sale con Taltibio. Hécuba se des ploma.) CORIFEO. — Siervas de la anciana Hécuba. ¿No veis que vuestra señora se ha desplomado y está sin habla, fuera de si? ¿No vais a recogerla? ¿O dejaréis, malas 465 siervas, a una anciana abatida? ¡Levantad su cuerpo! (Las siervas tratan de levantarla.) HÉCUBA. — Dejad que siga caída —no me agrada lo que no deseo, muchachas—. Sufro, he sufrido y todavía sufriré males dignos de esta postración. ¡Oh dioses...! 470 A flacos aliados invoco, mas con todo no carece de dignidad el invocar a los dioses cuando uno de nos- otros recibe un revés de la fortuna. En primer lugar quiero desahogarme cantando mis bienes, pues así produciré mayor lástima con mis 475 males. Era reina y casé con un rey; luego engendré hijos excelentes, no sólo por el número, sino los más sobresalientes de los frigios. Ninguna mujer troyana, griega o bárbara, podrá jactarse de haber parido tales. Mas los vi caer bajo la lanza helena y mesé mis cabellos 480 ante sus tumbas. A Príamo que los engendró lo lloré no porque conociera su muerte de otros labios, sino que yo misma —con estos ojos— vi cómo lo degollaban sobre el fuego del hogar y cómo destruían mi ciudad. Mis hijas, a quienes eduqué con esmero en la virgi- nidad para honra y prez de sus esposos, para otros las 485 eduqué, las han arrancado de mis brazos. Y ni ellas tienen esperanza de volver a yerme ni yo misma las veré ya jamás. Y lo último, la cornisa de mis lamenta- bles males: yo que soy una anciana voy a llegar a la 490 Hélade como esclava. Esto es lo más desventurado para una anciana: me encargarán de que guarde las llaves como portera —¡a umí, que pan a Héctor!— o de fabricar pan. Me acos- taré en el suelo, con la espalda arrugada —que viene 495 de un lecho real—, con mi arrugado cuerpo vestido con jirones de peplos arrugados, una deshonra para

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los poderosos. ¡Pobre de mí, qué cosas me han tocado en suerte, y me seguirán tocando, por la boda de una sola mujer! ¡Hija mía Casandra, compañera de los dioses en el soo éxtasis báquico, con qué infortunio has destruido tu pureza! Y tú, oh paciente Polixena, ¿dónde estás? ¡Que no pueda ayudar a esta desgraciada ningún hombre ni mujer, con los muchos que me nacieron! Por ello, sos ¿a qué levantarme? ¿Con qué esperanza? Conducid mis pies —que un día fueron delicados en Troya, mas ahora son esclavos— hacia un jergón de paja tendido en tierra o a un lecho de piedra. Allí me dejaré caer y moriré consumida por el llanto. No consideréis feliz a nadie de los poderosos hasta sto el momento de su muerte. 180 TRAGEDIAS 181 LAS TROYANAS CORO. Estrofa. Por Ilión, oh Musa, entre lágrimas cántame un canto sís de duelo, un nuevo himno. Dedicaré a Troya los ayes de mi canto: cómo en carro de cuatro ruedas he pere- cido prisionera paciente de los argivos, cuando ante las puertas los aqueos dejaron el caballo de arnés de

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520 oro lleno de armas, que relinchaba hasta el cielo. Y lanzó el pueblo su griterío, puesto en pie, desde la Acró polis de Troya: «Vamos —¡Oh, éste es el fin de 525 nuestros sufrimientos!——, subid esa imagen sagrada a la Doncella troyana, hija de Zeus» ~. ¿Quién de las doncellas no salió —quién que no fuera anciano- de 530 su casa? Mas regocijándose en sus cantos tenían den- tro su destrucción traidora. Antistrofa. Toda estirpe de los frigios se dirigió a las puertas para ofrecer a la diosa la estratagema argiva, tallada 535 de los pinos del monte, la perdición de los dárdanos, regalo a la virgen de potros inmortales. Con cables de lino trenzado —como se arrastra la oscura quilla de 540 una nave— lo depositaron en sede de piedra, en los suelos del templo de la diosa Palas, mortíferos para nuestra patria 24~ Cuando cayó la oscuridad nocturna sobre el sufrimiento y la alegría, cuando la flauta libia s-4s resonaba y las canciones frigias, cuando las mozas con ruido de sus pies alzados cantaban sus felices gritos sso y en las casas la luz ~ que todo alumbra adormecía el mortecino resplandor del fuego, 23 Palas Atenea. 24 Creo que PALEY intcrpreta bien esta frase cuando la parafra- sea: «(suelos) que pronto iban a mancharse con sangre (phón¿a) de nuestra patria». No, como SCHIASSI, suelos mortíferos «en cuanto sede de una divinidad hostil a Troya» (Eur¡pide, Le Trozane. Floren- cia, 1953, pág. 112). 25 La luz de la luna, en este caso, evidentemente (este adie- Epodo. entonces yo a la montaraz virgen cantaba en el palacio con mis coros, a la hija de Zeus. Voces de muerte en sss la ciudad rodeaban la sede de Pérgamo. Los niños asian con manos aterradas el peplo de sus madres. Ares ~ descendió de su emboscada, obra de la virgen sáo Palas. Los frigios sucumbían en torno a los altares, y

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en sus lechos la soledad de las jóvenes que mesaban su pelo ofrecía una corona a la Hélade, criadora de 565 mozos, y un canto de duelo a su patria frigia ~. (Apa- rece Andrómaca, con su hijo, en un carro que lleva las armas de Héctor.) CORIFEO. — (A Hécuba.) Hécuba, ¿no ves aquí a Andrómaca transportada en carro extranjero? Astia- nacte, cachorro de Héctor, acompaña el bogar ~ de sus 570 pechos. ¿A dónde te llevan a lomos de carro, mujer infortunada, sentada sobre las armas broncíneas de Héctor y los despojos tomados a los frigios con la lanza, con los que el hijo de Aquiles adornará los tem- srs píos de Ptía? ANDR~5MAcA. — Dueños aqueos me llevan. HÉCUBA. — ¡Ay de mí! ANDRÓMAcA. — ¿Por qué cantas este peán mío? HÉCUBA. — ¡Ay, ay! ANDRÓMAcA. — ... ¿por estos sufrimientos... HÉCUBA. — ¡Oh Zeus! 580 ANDRÓMACA. — ... y por mi infortunio? tjvo se suele aplicar al sol y a la luna). El sentido de esta frase, que ha producido mucha incertidumbre, es «la luna, en su apogeo (i. e. en mitad de la noche), hacía que se fueran apagando las luces de las casas”. ~ Metonimia por «los guerreros”. 27 ~ e. el hecho de quedarse solas —muertos sus maridos— Significaba una corona de victoria para los griegos y de dolor Para Troya. ~‘ 1. e. el movimiento rl tmico de palpitación. 182 TRAGEDIAS 183

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LAS TROYANAS HÉCUBA. — ¡Hijos! ANDRÓMACA. — ¡Un día lo fuimos! HÉCUBA. — ¡Adiós a mi felicidad, adiós a Troya! ANDRt~MACA. — ¡Pobre anciana! HÉCUBA. — ¡Adiós a mis hermosos hijos! ANDRÓMACA. — ¡Ay, ay! HÉCuBA.—¡Ay de mis... 585 ANDRÓMACA. — ... males! HÉCUBA. — ¡Lamentable destino... ANDRÓMACA. — ... de la ciudad... HÉCUBA. — ... que arde! ANDRÚMACA. — ¡Ven a mí, esposo mío!... HÉCUBA. — ¡Llamas a mi hijo que está en Hades, desdichada! s90 ANDRÓMACA. — ... baluarte de tu esposa... HÉCUBA. — ¡Y tú, infamia de los aqueos, dueño de mis hijos, anciano Príamo, acompáñame al Hades! 595 ANDRÓMACA. — Oh, esta gran añoranza que siento HÉCUBA. — ¡Desgraciada, así es el dolor que su. frimos! ANDRóMACA. — ... por mi ciudad perdida... HÉCUBA. — ¡El dolor se amontona sobre el dolor! ANDRÓMACA. — ... por premeditación de los dioses, cuando escapó de la muerte tu hijo ~, el que por su odioso matrimonio ha perdido los palacios de Troya. Ensangrentados, los cuerpos de los muertos junto a la diosa Palas están tendidos para que el buitre los lleve. 600 El yugo de la esclavitud ha alcanzado Troya. HÉCUBA. — ¡Oh patria, oh desdichada!

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ANDRÓMACA. — Lloro por ti, a quien abandono... HÉCUBA. — ¡Ahora ves tu lamentable fin! ANDRt~MACA. — ... y por la casa en la que di a luz. HÉcUBA. — ¡Hijos, vuestra madre, que ya no tiene 29 Sc. Paris. Nueva alusión al Alejandro que da trabaZófl a la trilogía (cf. Introducción). ciudad, se queda sin vosotros! ¡Qué canto fúnebre, qué canto de dolor! ~. Derramo lágrima tras lágrima 605 por nuestra casa. ¡El que ha muerto no recuerda el dolor! CORIFEO. — 1Qué consuelo son las lágrimas para quienes sufren y los lamentos de un treno y la Musa que canta la pena! ANDR~MACA. — ¡Oh madre de mi marido que un día 610 perdió a tantos argivos con su lanza! ¿Ves esto? HÉCUBA. — Veo la mano de los dioses que ensalzan unas veces a quien no es nada y abaten otras a quienes parecen algo. ANDRÓMACA. — Me llevan como botín con mi hijo. El noble se toma esclavo. ¡Éste es el cambio que he su- 615 frido! HÉCUBA. — Es terrible la fuerza del destino. Hace poco marchó de mi lado Casandra, arrancada a la fuerza. ANDR~MACA. — ¡Ay, ay! Un segundo Ayax 31, al pare- cer, ha surgido para tu hija. Pero tienes otros sufri- mientos. HÉCUBA. — Éstos ya no tienen medida ni número. 620 Un mal viene a competir con otro mal. ANDRÓMACA. — Tu hija Políxena ha muerto degollada junto a la tumba de Aquiles, ofrenda para un cadáver sin vida. HÉCUBA. — ¡Ay, desdichada de mí! Éste es el claro enigma que antes Taltibio me dijo con oscuras pa- 625 labras.

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Falta un verso detrás del 604, como se ve por la res- ponsión. 31 ~ se refiere a Agamenón. Ayax, el hijo de Qileo (no el de Telamón), era prototipo de h~brís por haber arrastrado a Casandra del templo de Palas (cf. y. 70). 184 TRAGEDIAS 185 LAS TROYANAS ANDRÓMACA. — Yo misma la vi. Descendí de est carro, cubrí su cadáver con mi túnica y me golpeé el pecho. HÉCUBA. — ¡Ay, ay, hija mía! ¡Qué sacrificio el tuyo tan impío! ¡Ay, ay [mil veces ¡ay!] 32, cuán indigna- mente has perecido! 630 ANDRÓMACA. — Murió como murió; pero, con todo, su muerte es más afortunada que mi vida. HÉCUBA. — Hija, no es lo mismo morir que seguir viviendo. Lo uno significa la nada, en lo otro hay es. peranzas. ANDRÓMACA. — Madre, ahora que acabas de emitir 635 un juicio nada cabal, escucha, que quiero dar consuelo a tu corazon. Afirmo que no haber nacido es igual a morir y que es mejor morir de una vez que vivir miserablemente,

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pues no se percibe dolor por mal alguno ~ 640 Quien ha sido feliz y cae en la desgracia, se aleja con el alma de su anterior felicidad. En cambio Polí- xena está muerta y no conoce ninguno de sus propios males como quien no contempla la luz. Yo que me propuse como objetivo una gran reputación, después de obtener una parte mayor de la normal, perdí la 645 suerte que había conseguido. Cuantas virtudes se han descubierto propias de las mujeres, todas las he prac- ticado en casa de Héctor. En primer lugar, abandoné 650 el deseo de no quedarme en casa, lo cual —haya o no haya motivo de reproche para las mujeres— arrastra por sí solo mala fama. No permitía a las mujeres dentro del palacio palabras altaneras. Me bastaba con tener en mí misma un maestro honesto, la inteligencia. A mi esposo siempre le ofrecía una lengua silenciosa 32 Lit. <otra vez ¡ay!<. 33 Si no es una glosa al verso anterior, como piensa Wmxi.mN, es la única forma de entender esta frase que gramaticalmente es desconcertante. y un aspecto sereno. Conocía aquello en lo que tenía 655 que prevalecer sobre mi marido y sabía concederle la victoria en lo que debía. La fama de esto llegó al campamento de los aqueos y es lo que me ha perdido. Pues apenas fui capturada, el hijo de Aquiles quiso tomarme por esposa. Y voy a 660 ser esclava en casa de nuestros asesinos. Si rechazo la querida imagen de Héctor y abro las puertas de mi corazón al esposo actual, pareceré malvada para con el muerto. Y si, por el contrario, me muestro despec- tiva con éste, me haré odiosa a mis propios señores. Dicen que una sola noche hace ceder la aversión de 665 una mujer hacia el lecho de un hombre; yo escupo a aquella que rechaza con una nueva unión a su antiguo esposo y ama a otro. Ni siquiera una potra que es separada de su compañero lleva con facilidad el yugo. 670 Y eso que los animales son mudos, carecen de inteli-

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gencia y son inferiores por naturaleza. ¡Oh querido Héctor, como marido me bastabas en inteligencia, cuna y riqueza, y por grande te tenía en valor! Tú me tomaste pura de casa de mi padre y 675 fuiste el primero en unirte a mi lecho de virgen. Ahora tú estás muerto y yo navego como prisionera hacia un yugo de esclava en Grecia. ¡Ah Hécuba! ¿Es que la muerte de Políxena, a quien tú lloras, no es inferior 680 a mis males? A mi no me queda ni la esperanza, cosa que tienen todos los mortales, ni acaricio la ilusión de que voy a experimentar algún bien. Y hasta el imaginarlo es agradable. CORIFEO. — Has llegado al mismo límite de desven- tura que yo. Al lamentar tu destino me has enseñado 685 en qué extremo de dolor me encuentro. HÉCUBA. — Nunca he subido en persona a la quilla de una nave, pero lo he visto en pintura y lo conozco de oídas. Si los marineros sufren una tempestad mo- derada, ponen todo su esfuerzo en salvarse de la caía- 186 TRAGEDIAS 187 LAS TROYANAS 690 midad. Y uno acude junto al timón, otro a las velas otro achica agua de la nave. Pero cuando el ponto, todo revuelto, se les echa encima, ceden al destino y se entregan al movimiento de las olas.

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695 Así yo, que tengo calamidades sin cuento, me he quedado sin voz y abandonándome renuncio a hablar ~‘ pues me ha abatido funesta tempestad de los dioses. Conque hija, olvida la suerte de Héctor; tus lágri- mas no van a salvarlo. Honra a tu actual esposo, 700 muéstrale el agradable atractivo de tu carácter; que si lo haces, darás consuelo a todos los tuyos y podrás criar a este hijo de mi hijo para mayor beneficio de Troya, a fin de que los descendientes que te nazcan —si 705 un día te nacen— puedan volver a habitar Troya y ésta vuelva a ser una ciudad. Mas... una palabra sigue a otra. (Aparece Taltibio.) ¿No estoy viendo venir de nuevo a este servidor de los aqueos, mensajero de. una decisión nueva? TALTIBIo. — Tú que un día fuiste esposa de Héctor, 710 el más excelente de los frigios, no me odies, pues no traigo noticias por propia iniciativa. Mi mensaje es de los dánaos y pelópidas. ANDRóMACA. — ¿Qué sucede? Tu comienzo es un proemio de males. TALTIBIO. — Han decidido que este niño... ¿Cómo diré mi mensaje? ANDR~MAcA. — ¿Es que no va a tener el mismo dueño que yo? 715 TALTIBIo. — Ninguno de los aqueos será jamás due- ño de éste. ANDRóMAcA. — ¿Entonces lo dejan aquí mismo como un resto de sangre troyana? TALTIBIO. — No sé cómo transmitirte la desgracia con suavidad. 34 Lit. <dejo mi boca en paz». ANDRÓMAcA. — Elogiaría tu respeto si no fueras a decirme algo malo. TALTIBIO. — Van a matar a tu hijo, para que co- nozcas una gran desgracia. ANDRÓMAcA. — ¡Ay de mí!, esta desgracia que oigo 720 es mayor que la de mi boda.

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TALTIBIO. — Ha prevalecido la opinión de Odiseo entre todos los griegos... ANDRóMAcA. — ¡Ay, ay! No son moderados estos males que sufrimos! TALTIBIO. — ... diciendo que no hay que dejar crecer al hijo de un hombre excelente... ANDRÓMAcA. — ¡Ojalá prevaleciera tal opinión acerca de los suyos! TALTIBIo. — ... y que hay que arrojarlo desde los 725 muros de Troya. Así va a suceder, muéstrate pru- dente. No te aferres a él, soporta con nobleza tus males y no imagines que, débil como eres, tienes fuerza. No tienes defensa en parte alguna, reflexiona: han pere- 730 cido tu ciudad y tu esposo; tú estás dominada y nos- otros somos capaces de luchar contra una sola mujer. Por ello no quiero que acudas a la lucha ni que hagas nada indigno ni irritante, ni siquiera que lances maldi- ciones contra los aqueos. Si dices algo que enoje al 735 ejército, tu hijo no tendrá tumba ni funeral. En cam- bio, si te callas y llevas bien tu suerte, no dejarás su cadáver sin enterrar y tú misma tendrás a los aqueos mejor dispuestos. ANDR~MAcA. — Amadísimo hijo, oh hijo amado en 740 exceso, vas a morir a manos de nuestros enemigos de- jando en el desconsuelo a tu madre. Te va a matar la nobleza de tu padre. Ella fue salvación de muchos, mas a ti te llega a deshora su excelencia. ¡ Oh lecho mío y malhadadas nupcias por las que 745 vine un día al palacio de Héctor! No traía intención de parir a mi hijo para víctima de los dánaos, sino 188 TRAGEDIAS 189

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LAS TROYANAS para soberano de la fecunda Asia. ¡Hijo mío! ¿Lloras? 750 ¿Barruntas tu desgracia? ¿Por qué te aferras a mis brazos y te ases de mi peplo como un pajarillo que se cobija en mis alas? No vendrá Héctor con su ilustre lanza, no saldrá de bajo tierra para traerte la salvación, ni los parien. tes de tu padre ni la fuerza de los frigios. 755 Caerás contra tu cuello en salto lamentable —sin que nadie te llore— y quebrarás tu respiración. ¡Oh jóvenes brazos tan queridos de tu madre, oh dulce olor de tu cuerpo! En vano te crió este pecho 760 entre tus pañales, en vano me esforcé y encanecí en vano. Abraza ahora a tu madre —nunca lo volverás a hacer—, recuéstate contra ella, entrelaza mi espalda con tus brazos y acércanle tu boca. 765 ¡Oh griegos, inventores de suplicios bárbaros! ¿Por qué matáis a este niño que de nada es culpable? Oh brote de Tindáreo ~, nunca has sido hija de Zeus. Afir- mo que has nacido de numerosos padres: de Alástor3’ primero, después de Envidia, de Asesinato, de Muerte 770 y de cuantos males produce la tierra. A voces afirmo que Zeus nunca te engendró, ruina de muchos bárbaros y griegos. ¡Así te mueras! Con tus hermosos ojos has perdido vergonzosamente las ilustres llanuras de los frigios. Vamos, lleváoslo, tiradlo si lo habéis decidido. 775 Repartios sus carnes. Si la perdición nos viene de los dioses, es imposible apartar de mi hijo la muerte. ¡Velad mi desdichado cuerpo y arrojadme a la nave.

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¡Hermoso es el himeneo al que marcho ahora que he perdido a mi hijo! (Taltibio toma a Astianacte. El carro se aleja con Andrómaca.) 35 Imprecación a Helena. ~ Demón vengador (lit. <implacable. o ‘ciego.. Cf. Electra, nota 41). CORIFEO. — Paciente Troya, ¡a cuántos has perdido 780 por una sola mujer y su odioso lecho! TALTIBIO. — Vamos, niño, deja de abrazar a tu po- bre madre, asciende a lo alto de la corona que forman los muros de tu patria. Allí ha decidido el voto que abandones tu vida. Prendedio, que para transmitir esas 785 órdenes se precisa de alguien que sea implacable y más amante de la desvergúenza que lo es mi corazón. HÉCUBA. — Hijo, oh hijo de mi pobre hijo, de tu 790 vida privadas nos vemos injustamente tu madre y yo. ¿Qué me pasa? ¿Qué haré por ti, desdichado? Te ofrezco estos golpes de cabeza, estos golpes de pecho. estos son mi única posesión. ¡Ay, mi ciudad! ¡Ay de 795 ti! ¿Qué no tt~nemos? ¿Qué nos falta para en total ruina perecer con muerte total? CORO. Estrofa 1.» ¡Oh Telamón, rey de Salamina criadora de abejas, que habitas la sede de tu isla batida de olas inclinada wo a las santas colinas, donde Atenea mostró la primera rama del verdeante olivo, elevada corona y adorno de la opulenta Atenas! Viniste, viniste en busca de haza- ñas con el lancero hijo de Alcmena ~, cuando llegaste 805 de Grecia para destruir Ilión, Ilión, que un día fue nuestra ciudad. Antistrofa 1.» Cuando él se trajo de Grecia la primera flor ~, dolido por sus potros robados, y en la corriente del 810

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37 Heracles. Este héroe destruyó la ciudad de Troya con la ayuda de un ejército de héroes, entre los que destacaba Te- lamón. El rey de la ciudad, Laomedonte, se había negado a pagarle la recompensa prometida por liberar a Troya del monstruo que había enviado Posidón (cf. nota 1). ~ 1. e. jóvenes selectos, <la flor y nata., decimos en cas- tellano. 190 TRAGEDIAS 191 192 TRAGEDIAS Simoeis detuvo su nave surcadora del ponto, amarró cable a proa y tomó de la nave en sus manos el arco infalible, muerte para Laomedonte. Los bloques de 815 piedra tallados por Febo a plomada con el rojo aliento del fuego, del fuego, arruinó y devastó la tierra de Troya. Dos veces ~, con dos ataques, los muros de Dardania la lanza asesina abatid. Estrofa 2.’ 820 En vano, pues, oh tú que con cántaros de oro ca- minas delicadamente, hijo40 de Laomedonte, llenas las 825 copas de Zeus, servicio el más hermoso. La ciudad que te engendró se consume en el fuego y los acantí- ~o lados marinos resuenan como un pájaro chilla por sus cras —aquí por sus maridos, aquí por sus hijos, allá por sus ancianas madres. Tus baños refrescantes, las

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835 pistas de tus gimnasios ya no existen. ¡Y tú, junto al trono de Zeus, mantienes la bella serenidad de tu ros- tro adolescente, mientras las lanzas de Grecia han des- truido la tierra de Príamo! 840 ¡Oh Amor, Amor, que un día viniste a los palacios dardanios cuando las hijas de Urano se ocuparon de 845 ti! 41• Cómo ensalzaste entonces a Troya trabándola en parentesco con los dioses. A Zeus no voy a censurarlo, pero la luz —querida a los mortales— de la Aurora de 850 blancas alas ha contemplado nuestra tierra arruinada, ha contemplado la destrucción de los palacios, aunque comparte el lecho de un esposo 42, el padre de sus 39 Cf. nota 37. 40 Ganimedes, arrebatado por las garras de Zeus —convertido en águila— y llevado al cielo como escanciador y copero del Olimpo. El coro acusa a todas las divinidades —mejor, héroes divinizados— originazias de Troya por haber vuelto la espalda a la ciudad. 41 Se refiere al juicio de Paris. 42 Titono, también arrebatado —en este caso por la diosa Aurora— y elevado a un rango superior. 1 LAS TROYANAS 193 hijos nativo de esta tierra, a quien arrebató la cua- 855 dríga de oro de los astros, gran esperanza para su tierra patria. El amor de los dioses por Troya se ha ido. (Entra Menelao con una escolta.) MENELAO. — ¡Qué hermosa es esta luz del día en que 860 voy a recuperar a mi esposa Helena! Yo soy Menelao, el que mucho se ha esforzado, y éste es el ejército argivo ~. Vine a Troya no sólo por lo que se piensa —por s~s causa de mi esposa—, sino en busca del hombre que engañó a quien le hospedó y robó a mi esposa del palacio. Pues bien, con la ayuda de los dioses aquél ya ha

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pagado, pues ha sucumbido junto con su tierra a la lanza helénica. He venido para llevarme a esa desdichada —pues no me place dar el nombre de esposa a la que un día 870 lo fue mía. Se encuentra entre otras troyanas en este recinto para prisioneros de guerra. Los que por ella lucharon me la entregan para que la mate a menos que quiera llevármela, sin matarla, a 875 la tierra de Argos. He decidido rechazar la alternativa de matarla en Troya y llevármela en una nave a tierras de Grecia para entregarla allí a la muerte. Será una recompensa para quienes perdieron en Ilión a los suyos. Mas, ea, encamináos a la casa, siervos, y traedía 880 aquí arrastrándola de su criminal cabello. Cuando vengan vientos favorables, la enviaremos a Grecia. 43 Se ha sospechado que estos versos son espureos porque un personaje que aparece en escena (salvo en Prólogo y Epí- logo) no suele presentarse a sí mismo En este caso, sin em- bargo, está justificada la presentación, pues se trata de una aparición totalmente inesperada; piénsese que los griegos -el gran protagonista colectivo de la obra— están, salvo en este caso, detrds de la acción, no en la acción. LAS TROYANAS

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HÉcUBA. — ¡Oh Zeus, soporte de la tierra y que sobre 885 la tierra tienes tu asiento, ser inescrutable, quienquiera que tú seas —ya necesidad de la naturaleza o mente de los hombres u~.! ¡A ti dirijo mis súplicas! Pues con- duces todo lo mortal conforme a justicia por caminos silenciosos. MENELAO. — ¿Qué sucede? ¿Qué nuevas súplicas di- riges a los dioses? 890 HÉcUBA. — Te alabo, Menelao, si piensas matar a tu esposa. Mas rehúye su mirada, no vaya a ser que te venza el deseo. Ella arrebata las miradas de los hom- bres, destruye las ciudades, pone fuego a las casas. Tal es su poder seductor. Yo la conozco, y tú, y cuan- tos han sufrido. (Los soldados hacen salir a Helena de la tienda.) 895 HELENA. — Menelao, este comienzo es sin duda para asustarme, pues en manos de tus siervos he sido sacada por la fuerza delante de estas puertas. Sé que me odias, mas con todo quiero hacerte una pregunta: ¿qué ~oo habéis decidido los griegos y tú sobre mi vida? MENELAO. — No tuviste que llegar al recuento exacto de votos, pues todo el ejército, al cual ultrajaste, te entregó a mí para que te matara. HELENA. —-¿Puedo, entonces, contestar a eso razo- nando que, si muero, moriré injustamente? 905 MENELAO. — No he venido con intención de hablar, sino de matarte. HÉCUBA. — Escúchala, Menelao, que no muera pri- vada de esto; pero concédeme también a mí la palabra para enfrentarme a ella. De los males que ha causado a Troya ninguno conoces bien, en cambio todo mi 4~ Desde siempre se ha visto en esta frase una influencia de la filosofía de Drd~E~s DE APOLONIA y ANAXAGOIUS. Aquí Zeus ya no es el dios de la religión popular, ni siquiera el garante de justicia de HEstono, SOLóN o ESQUILO. Es un dios filosófico identificado con el Éter - Nous.

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discurso —una vez ensamblado- causará su muerte 910 sin escapatoria posible. MENELAO. — Será un regalo de tiempo perdido, pero si quiere hablar, tiene permiso. Se lo concedo en gra- cia a tus palabras —para que ella lo sepa—, no por darle gusto. HELENA. — Puede que no me contestes por conside- 915 rarme enemiga —te parezca que hablo bien o mal—, pero yo voy a contestar a aquello de lo que me vas a acusar con tus palabras, oponiendo a tus razones las mías y mis acusaciones contra ti. En primer lugar, ésta fue quien engendró el origen de los males cuando alumbró a Paris. Después nos 920 perdió a Troya y a mí el anciano que no mató al niño Alejandro bajo la forma de un tizón. Escucha ahora lo que se ha seguido de aquí. Éste dirimió el juicio de las tres diosas: el regalo de Palas a Alejandro era con- 925 quistar Grecia al frente de los frigios; Hera le prometió el dominio de los límites de Europa y Asia si Paris la elegía, y Afrodita, ensalzando mi figura, le prometió 930 entregarme si sobrepasaba a las diosas en belleza. Escucha las razones de lo que pasó después: venció Cipris45 a las diosas y en esto mi boda benefició a Gre- cia: ni fue dominada por los bárbaros ni os sometisteis 8 su lanza ni a su tiranía. En cambio, lo que hizo feliz a Grecia me perdió a 935 mí, que fui vendida por mi belleza. Y se me insulta por algo por lo que debíais coronar mi cabeza. Dirás que no me estoy refiriendo a la cuestión obvia: por qué escapé furtivamente de tu casa. El dios 940 vengador que acompaña a ésta —llámalo Alejandro o Paris, como quieras—, vino trayendo consigo a una diosa nada insignificante. Y tú, el peor de los hom- Afrodita. 194 TRAGEDIAS 195

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LAS TROYANAS bres, lo dejaste en tu propia casa, zarpando de Esparta en tu nave hacia Creta. 945 Pero basta; a continuación voy a hacerme una pre- gunta a mí misma, no a ti: ¿en qué estaba pensando para abandonar mi casa y seguir a un extranjero tra¡- cionando a mi patria y familia? Castiga a la diosa, hazte más poderoso que Zeus, 950 quien tiene el poder sobre los demás dioses pero es esclavo de aquélla. Y ten comprensión conmigo. En un punto sí que tendrías un argumento razonable contra mí: cuando Alejandro murió y descendió a las entra- ñas de la tierra, debía yo haber abandonado el palacio y marchado a las naves argivas ahora que ya no tenía una boda dispuesta por los dioses. 955 Me apresuré a hacerlo y son mis testigos los guar- dianes de las puertas y los vigías de las torres, quienes más de una vez me sorprendieron tratando de hurtar mi cuerpo desde las almenas hasta el suelo con cuer- ~o das. Pero un nuevo esposo, Deifobo, me arrebató y me retenía como esposa con el consentimiento de los frigios. ¿Cómo pues, esposo mío, va a ser justo que muera a tus manos ~ yo, a quien uno desposó a la fuerza y que, lejos de salir victoriosa, tuve que servir amarga- mente en mi segunda casa? Si quieres ser superior a 965 los dioses, tal pretensión es insensata por tu parte.

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CORIFEO. — Reina, defiende a tus hijos y a tu patria destruyendo la persuasión de ésta, puesto que, con ser malvada, habla razonablemente. Y esto es terrible. HÉCUBA. — En primer lugar, me pondré del lado de 970 las diosas y demostraré que ésta habla sin razón. No creo que Hera y la virgen Palas llegaran a tal punto de insensatez como para que una vendiera Argos a los 46 No hay necesidad de postular con LENTING —como admite MURRAy— la existencia de una laguna tras el y. %l. bárbaros y Palas esclavizara Atenas a los frigios, cuando vinieron al Ida de broma y por coquetería. ¿Por qué 975 iba a tener Hera tantos deseos de aparentar belleza? ¿Acaso para conseguir un marido mejor que Zeus? Y Atenea, ¿perseguía el amor de algún dios, ella que pidió 980 la virginidad a su padre por huir del matrimonio? No trates de hacer de las diosas unas insensatas por ador- nar tu maldad; no vas a persuadir a personas juiciosas. Has dicho que Cipris —y esto sí que es ridículo- marchó junto con mi hijo a casa de Menelao. ¿No 985 podría haberse quedado tranquilamente en el cielo y transportarte a ti con todo Amidas ~ hasta Ilión? Si mi hijo era sobresaliente por su belleza, tu mente al verlo se convirtió en Cipris; que a todas sus insensateces dan los mortales el nombre de Afrodita. ¡Con razón el nombre de las diosas comienza por «in- 990 sensatez»! ~. Cuando lo contemplaste con ropajes extranjeros y brillante de oro se desbocó tu mente. Y es que en Argos te desenvolvías con pocas cosas, pero si aban- donabas Esparta pensabas que inundarías con tus 995 gastos la ciudad de los frigios que manaba oro. ¡El palacio de Menelao no era suficiente para que te inso- lentaras con tus lujos! Bien. Dices que mi hijo te llevó a la fuerza. ¿Quién se enteró en Esparta? ¿Qué voces diste —y eso que el í~ joven Cástor y su gemelo aún vivían ‘a no estaban entre los astros?

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Cuando llegaste a Troya —los argivos siguiendo tus pasos— y se trabó combate a lanza, si te anunciaban las hazañas de Menelao lo elogiabas para que mi hijo ioos 4~ Centro importante durante la época «micénica» era, según la tradición, la patria de Helena y de su padre Tindáreo. ~ Juego de palabras basado en la (falsa) etimologia popu- lar de Aphrodíte como aphros~ne «insensatez». 196 TRAGEDIAS 197 LAS TROYANAS sufriera por tener tan gran competidor de su amor. Si eran los troyanos quienes tenían éxito, éste ni existía. Esto lo hacías poniendo los ojos en la fortuna; a ésta querías seguir los pasos, mas no a la virtud. 1010 ¿Y luego dices que tratabas de hurtar tu cuerpo con sogas, dejándote caer de las torres, porque no querías permanecer aquí? Entonces, ¿dónde te sorprendieron trenzando un nudo o afilando una espada, como haría una mujer noble que añora a su anterior esposo? 1015 Y sin embargo, yo te reprendí más de una vez di- ciendo: «Hija, sal de aquí, mis hijos casarán con otras; te enviaré a ocultas hacia las naves aqueas; pon fin a

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la lucha entre los griegos y nosotros.» Pero esto te 1020 resultaba amargo. Paseabas tu insolencia en el pala- cio de Alejandro y exigías que los bárbaros se postra- ran ante ti. Esto era grande para ti. Y después de esto ¿has salido con el cuerpo lleno de adornos y respiras el mismo aire de tu esposo, tú, cuya cara habría que 1025 escupir? Debías venir pobre, con la túnica hecha jiro- nes, temblando de miedo, con la cabeza rapada como un escita49 y con más humildad que desvergilenza por tus culpas pasadas. Menelao —mira dónde pongo fin a mi discurso-, 1030 coloca una corona sobre la Hélade matando a ésta como se espera de ti, y establece esta ley para las demás mujeres: que muera la que traicione a su esposo. CORIFEO. — Menelao, castiga a ésta como merecen tus antepasados y tu casa y borra de la Hélade el re- 1035 proche de blando, tú que te has mostrado tan gallardo con los enemigos. MENELAO. — Estás de acuerdo conmigo al decir que ésta salió voluntariamente de mi casa hacia un lecho Los escitas solían desollar la cabeza de sus enemigos capturados y muertos en guerra (cf. HERÓeOTO, IV 64). extranjero. Y que Cipris se encuentra en sus palabras por orgullo. (A Helena.) Marcha con los que te van a apedrear y paga con tu muerte, en corto tiempo, los dilatados io4o sufrimientos de los aqueos para que aprendas a no cubrirme de vergúenza. HELENA. — (De rodillas.) No, te pido abrazada a tus rodillas, no me atribuyas la locura que los dioses me enviaron. No me mates, perdóname. HÉcUBA. — (También de rodillas.) No traiciones a tus aliados a quienes ella mató. Te lo suplico por ellos 1045 y por sus hijos. MENELAO. — Calla, anciana. No tengo miramientos con ella. Voy a decir a mis siervos que la acompañen a las naves en que será enviada.

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HÉCUBA. — No permitas que suba al mismo barco que tú. MENELAO. — ¿Qué sucede? ¿Es que pesa más que 1050 antes? ~. HÉCUBA. — No hay amante que pierda el amor para siempre, de cualquier forma que se manifieste el ta- lante de su amado ~ MENELAO. — Será como deseas. No ascenderá a la misma nave que yo —no te falta razón en lo que di- ces—. Y cuando llegue a Argos morirá de mala ma- íoss nera, como merece, y hará que todas las mujeres sean comedidas aunque esto no es fácil. Sin embargo, la ~ No puedo evitar el pensar que se trata de una interpo- lación —graciosa— de actor; sobre todo, aparte de la irrele- vancia de tal pregunta (por más que Menelao aparezca a veces como un imbécil), porque rompe la estructura de dos versos por interlocutor, introduciendo inesperadamente un par de ver- sos esticomíticos. 51 Es evidente que el y. 1052 sigue perteneciendo a Hécuba. De esta forma, si suprimimos el y. 1050 como interpolado. queda una estructura más regular con tres versos para Me- nelao (1046-1048) y tres para Hécuba (1049, 1051 y 1052). 198 TRAGEDIAS 199 LAS TROYANAS

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muerte de ésta hará que teman su ligereza aunque serna todavía peores. (Menelao, Helena y la escolta salen por la izquierda.) CORO. Estrofa 1.a 1060 ¡Así has entregado a los aqueos, Zeus, tu templo de Ilión, tu altar humeante, la llama del pélano 32, eL 1065 humo de la mirra que asciende hasta el éter, y la sa- grada Pérgamo y los valles del Ida —¡del Ida!—, cria- dores de hiedra, regados por la nieve convertida en 1070 ríos, límite tocado primero por el sol, divina morada que resplandece toda. Antistrofa 1.a Se acabaron tus sacrificios, y de los coros los santos sonidos y en la oscuridad las fiestas nocturnas de los 1075 dioses, y las estatuas de oro y madera, y de los frigios las divinas lunas ~, doce en total. Quiero, soberano, quiero conocer si te percatas de ello al ascender a tu trono celeste y al éter de esta ciudad desventurada íoso a la que ha destruido el ímpetu abrasador del fuego. Estrofa 2.a Oh amado esposo mío, tu cadáver anda errante 1085 sin tumba, sin agua lustral, y a mí la marina nave al impulso de sus alas me transportará a Argos, cria- dora de caballos, donde muros de piedra ciclópeoS hasta el cielo se elevan y una muchedumbre de hijos 1090 a las puertas lloran colgados del cuello de sus madres. Y gritan, y gritan: «Oh madre —¡ay de nzí!—, sola a mí los aqueos me llevan lejos de tu vista sobre azul- 32 Ofrenda que podía ser sólida (un pastelillo de harina) o liquida (puré a base de cebada y trigo). 53 Se refiere a las fiestas celebradas por los frigios cada plenilunio. oscura nave, con remos que se hunden en la mar, a 1095

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la sagrada Salamina o a la cumbre del Istmo que do- mina dos mares, donde la sede de Pélope ~ tiene 5U entrada. AntIstrofa 2.» ¡Ojalá, cuando la nave de Menelao atraviese el cen- 1100 tro del ponto, el fuego sagrado del rayo brillante, lan- zado con ambas manos, caiga en medio de los reffo5 a la hora en que me sacan llorando de mi tierra Ilión ííos —como sierva de Grecia— y espejos de oro —delicias de las muchachas— están en manos de Helena, la hija de Zeus! ¡Que nunca arribe a la tierra laconia, ni al tálamo 1110 de su hogar paterno ni a la ciudad de Pitana y su diosa de puertas de bronce! ~. Pues ha cobrado para la gran íiis Hélade la verguenza de un triste matrimonio y sufri- mientos tristes para las corrientes del Simoeis. (Exitra Taltibio con el cadáver de Astianacte sobre el escudo de Héctor.) CoiUEDo. — ¡Ay, ay! Nuevas calamidades para el país se suceden sin cesar unas a otras. ¡Mirad aquí, 1120 tristes esposas de los troyanos, a Astianacte muerto, amargo despojo arrojado de los muros a quien traen los ddnaos, sus asesinos! TALTIBIO. — Hécuba, sólo queda una nave que va a í 125 transportar hasta las costas de Ptia el restante botín del hijo de Aquiles. Neoptólemo mismo ya ha zarpado luego de COnO- cer la nueva desgracia de Peleo: Acasto, hijo de PeliaS, lo ha expulsado del país. Por ello se ha marchado ráPl- damente, sin ceder a sus deseos de quedarse, y cofl él 1130 54 El Peloponeso. ~ Atenea tenl a en Pitana, barrio de Esparta, un templo de bronce (cf. Helena 228, donde esta diosa recibe el epítetO de chal ktoikos «la del templo de bronce»). 200 TRAGEDIAS

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201 LAS TROYANAS iba Andrómaca. Me ha excitado el llanto cuando salía del país llorando a su patria y despidiéndose de la tumba de Héctor. Pidió a Neoptólemo que enterrara 1 t35 este cadáver del hijo de Héctor que murió despeñado desde la muralla. En cuanto a este escudo de bronce, terror de los aqueos, con que el padre de éste rodeaba su pecho, pidió que no se lo llevara al hogar de Peleo ni al tá- 1140 lamo en que Andrómaca, madre de este cadáver, será desposada —¡seria doloroso contemplarlo!—, sino que lo entierren en él en vez de en caja de cedro y cerco de piedra. Que lo pongas en tus brazos a fin de adornar su cadáver con túnica y coronas (si es que tienes fuer- 1145 zas —¡tales son tus males!—), ya que ella ha partido y la prisa de su dueño la ha privado de enterrar a su hijo. Nosotros, entonces, cuando hayas amortajado el cadáver, pondremos tierra sobre él y zarparemos. 1150 Realiza con presteza lo que se te ha ordenado. Yo te he librado ya de un trabajo: cuando atravesaba la corriente del Escamandro, lavé su cadáver y limpié sus heridas. Conque marcho a cavar su tumba a fin de que 1155 aunemos mi trabajo y el tuyo y podamos poner proa

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hacia mi patria. (Sale por la derecha.) HI~CUBA. — Depositad en tierra el bien torneado es- cudo de Héctor, visión dolorosa y nada agradable para mis ojos. Oh aqueos, vosotros que tenéis más valor por la lanza que por la razón, ¿qué temíais de este niño ííw para ejecutar una muerte tan incomprensible? ¿Acaso que volviera a poner en pie a Troya caída? Nada érais entonces, si, cuando Héctor y otros mil tenían éxito en el combate, nos veíamos perdidos y en cambio, ahora que la ciudad ha sido tomada y destruidos los frigios, tenéis miedo de un niño tan pequeño. No alabo el 1165 miedo de quien teme sin reflexionar. Hijo querido, ¡qué desdichada muerte te ha sobre- venido! Si hubieras sucunibido por tu ciudad, una vez alcanzados juventud, matrimonio y poder, habrías sido 1170 dichoso —si es que algo de esto hace feliz. Sin em- bargo, tu espíritu no recuerda haberlos visto ni cono- cido y no ha gozado de nada, aunque lo tema en casa. ¡Desdichado, qué tristemente han segado tu cabeza los muros de tu patria, las torres fabricadas por Loxias! Cómo la cuidaba tu madre y besaba tus bucles de los í 175 que ahora sale riendo la sangre entre las grietas de los huesos —por no decir nada indigno ~—. ¡Oh manos, dulce imagen de las de tu padre, que ahora estáis ante mí con las articulaciones rotas! ¡Oh querida boca que a menudo dejabas escapar uso palabras jactanciosas, estás perdida! Me mentiste cuando, echándote sobre mi cama, decías: <Madre, me cortaré por ti un largo bucle de mi pelo y conduciré hasta tu tumba los grupos de mis compañeros para darte una amable despedida.» Pero soy yo, una an- iíss ciana sin ciudad y sin hijos, quien entierro tu triste cadáver de joven; no tú a ml. ¡Ay de mí! En vano fueron mis muchos abrazos, mis cuidados, mis sueños de entonces. ¿Qué podría escribir un poeta sobre tu tumba? «A 1190 este niño lo mataron un día los aqueos por temor.»

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¡Vergonzoso epigrama para Grecia! Con todo, aunque no heredes los bienes de tu pa- dre, tendrás su escudo de bronce donde recibir se- pultura. ¡Oh escudo que protegías el hermoso brazo de Héctor, has perdido a tu más excelente protector! i 195 56 Según el escoliasta, la reticencia de Hécuba se debe a que seria indigno mencionar el cerebro saliendo por las aber- turas del cráneo (!). 202 TRAGEDIAS 203 LAS TROYANAS ¡Qué agradable es la impronta de su brazo que per. manece en tu correa! ¡Qué agradable su sudor en el bien torneado cerco del escudo, que tantas veces puso Héctor, apoyándolo contra su mejilla, cuando sOpor- taba los esfuerzos de la guerra! 1200 Traed, traed de lo que tenemos una mortaja para el pobre cadáver. Dios no nos concede oportunidad de embellecerlo, pero de lo que poseo, tomad adornos. Estúpido es el mortal que se alegra creyendo que 1205 tiene éxito. La fortuna con sus caprichos —como un demente— salta de un lado a otro. Nunca tiene suerte el mismo hombre. CORIFEO. — Sí, ya te traen estas mujeres, para que

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se los pongas al cadáver, los adornos que tienen a mano de los despojos frigios. HÉCUBA. — Hijo, la madre de tu padre te pone estos 1210 adornos, no porque hayas vencido a los de tu edad en competiciones a caballo o con armas, costumbres caras a los frigios, aunque no las persigan en exceso. Un día fueron tuyos, mas ahora te los ha arrebatado Helena, 1215 la aborrecida de los dioses. Además ha puesto fin a tu vida y arruinado tu casa toda. CoRo. — ¡Oh, oh! Mi corazón has tocado, has to- cado. ¡Ah, el poderoso monarca de mi ciudad que un día debías haber sido! 1220 HÉCUBA. — Yo sujeto a tu cuerpo la adornada túnica frigia que debías haber llevado en tu boda, cuando des- posaras a la mejor de las mujeres de Asia. Y tú que un día fuiste victoriosa madre de mil tro- feos, querida rodela de Héctor, sírvele de corona. Vas a morir —aunque nunca murieras— con el muerto. Pues eres más digna de recibir honores que 1225 las armas del astuto y malvado Odiseo. CoRo. — ¡Ay, ay!, la tierra te acogerá... HÉCUBA. — ... como a un dolor amargo, hijo mio! CoRo. — ¡Laméntate, madre! 1230 HÉcUBA. — ¡Ay, ay! CORO. — ¡Llora por tus muertos! HÉCUBA. — ¡Ay de mí! CORO. — ¡Ay de mí! ¡Qué males sufres tan impía- cab les! HÉCUBA. — Con vendas cuidaré tus heridas yo, pa- ciente médico de nombre, que no de hecho. Tu padre se cuidará del resto entre los muertos. CORO. —Araña, araña tu cabeza a golpes de mano. 1235 ¡Ay, ay de mí! HÉCUBA. — Queridas mujeres... CORO. — Hécuba, habla a las tuyas, ¿que vas a decir? HÉCUBA. — Está claro que para los dioses nada 1240 había sino mis dolores y Troya, odiada por encima de

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todas las ciudades. En vano les hicimos sacrificios. Pero si un dios no hubiera revuelto lo de arriba poniéndolo al revés, bajo la tierra, seríamos desconocidos y no estaríamos en boca de los cantores ofreciendo tema de canto a las 1245 Musas de los hombres venideros. Marchad, enterrad el cadáver en su desdichada tumba. Ya tiene todos los adornos que necesitan los muertos. Creo que a ellos les importa bien poco el obtener unos funerales mag- 1250 nificentes. Esto es x’ana gloria de los vivos. CORO. — ¡Ay, ay! ¡Pobre madre, que ha perdido en ti las mayores esperanzas de su vida! ¡Cuántos para- bienes recibiste por nacer de nobles padres, y con qué 1255 terrible muerte has perecido! ¡Eh, ah! ¿Qué manos son ésas que veo en las cum- bres de Ilión agitando antorchas? Alguna nueva des- gracia va a sumarse a Troya. TALTIBIO. — Hablo a los capitanes que tienen orden 1260 de poner fuego a la ciudad de Príamo: no retengáis inactiva en vuestras manos la llama, prended fuego a fin de destruir por completo la ciudad de Ilión y poner proa gustosamente a casa desde Troya. 204 TRAGEDIAS 205 LAS TROYANAS

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1265 Y vosotras, hijas de los troyanos (para que mi pa- labra tenga dobles órdenes), cuando los jefes del ejér- cito hagan sonar la trompeta, poneos en marcha hacia las naves aqueas para ser llevados lejos de esta tierra. 1270 Y tú, anciana desgraciada, sígueme. Éstos han venido a buscarte de parte de Odiseo, a quien la suerte te ha enviado como esclava lejos de tu patria. HÉCUBA. — ¡Ay, desgraciada de mí! Esto es lo úl- timo, el límite de todos mis males. Salgo de mi patria, 1275 mi ciudad arde. Oh anciano pie, apresurate aun con trabajo, que voy a despedirme de esta desdichada ciudad. Oh Troya, que en otro tiempo respirabas altanera entre los bárbaros, tu ilustre nombre va a borrarse en seguida. Te están quemando y a nosotras nos sacan de 1280 esta tierra como esclavas. ¡Oh, dioses! Mas ¿a qué llamo a los dioses si antes no me escucharon cuando los invoqué? Ea, voy a saltar a la hoguera, pues será lo más her- moso para mí morir ardiendo junto con mi patria. TALTIBIO. — Desgraciada, tus males te han enloque- 1285 cido. Vanios, lleváosla, no hagáis caso. Tenéis que po- nerla en manos de Odiseo y acompañarla como botín de guerra. HÉCUBA. — ¡Ay, ay, huy, huy! Hijo de Cronos, sobe- 1290 rano frigio, progenitor nuestro, ¿has visto estos sufri- mientos, indignos de la estirpe de Dárdano? CoRo. — Los ha visto; y la gran ciudad ya no es ciudad; ha sucumbido. Ya no existe Troya. 1295 HÉCUBA. — ¡Ay, ay, huy, huy! Ilión resplandece, los techos de los palacios arden con fuego y la ciudad y lo alto de los muros. CoRo. — Como una humareda que se eleva al cielo, 1300 se consume la tierra caída por lanza. El fuego recorre los palacios con furia, y la lanza enemiga. HÉCUBA. — ¡Ay, tierra nodriza de mis hijos! CORO. — ¡Eh, eh! HÉCUBA. — Hijos, escuchad, atended a la voz de

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vuestra madre. CORO. — Con lamentos llamas a quienes murieron... HÉCUBA. — ... poniendo en tierra mis viejos miem- í3os bros y golpeando con doble mano el suelo. CORO. — En seguimiento tuyo pongo rodilla en tierra evocando a los míos desde abajo, a mis pobres maridos. HÉCUBA. — Me arrastran, me llevan... 1310 CORO. — ¡Gritas tu dolor, tu dolor! HÉCUBA. — ... bajo los techos de mi palacio como esclava... CoRo. — ... lejos de mi patria. HÉCUBA. — ¡Ay! ¡Ay Príamo, Príamo muerto sin tumba, sin amigos! Eres ignorante de mi ruina. CoRo. — Tus ojos cubrió negrq la muerte piadosa 1315 con impío degUello ~. HÉCUBA. — ¡Ay, palacios de los dioses y amada ciudad! CoRo. — ¡Eh, eh! HÉCUBA. — ¡Llama asesína te abraza y puntas de lanza! CoRo. — Pronto os derrumbaréis sin nombre en la tierra querida. HÉCUBA. — Polvo y humo elevándose al cielo me 1320 quitarán la vista de mis palacios. CoRo. — El nombre de esta tierra marcha a la os- curidad. Cada cosa se ha ido por un lado y ya no existe más la infortunada Troya. Oximoron (o paradoja) explicado por WIL&Mowrrz en cl Sentido de que el asesinato de Príamo en sí es impío; su muerte, según él, es piadosa en cuanto que se acogió al altar de Zeus y no vio la muerte de su familia. 206 TRAGEDIAS 207

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208 TRAGEDIAS 1325 HÉCUBA. — ¿Lo captáis, lo oís? CoRo. — Sí, el ruido de los palacios. HÉCUBA. — Terremotos, terremotos recorren... CoRo. — ... toda la ciudad. HÉCUBA. — ¡Ay, temblorosos miembros míos, con- 1330 ducid mis pasos! Marchad, míseros, al día de mi escla- vitud de por vida. CoRo. — ¡Ay, pobre ciudad! Con todo... adelanta tu pie hacia las naves aqueas. ELECTRA

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INTRODUCCIÓN 1. Escrita hacia el año 413 a. C., la Electra de Euripides dramatiza la venganza de los hijos de Aga- menón sobre su madre Clitemnestra y sobre el amante de ésta y usurpador del trono, Egisto. Acerca de sus diferencias, tanto en el mito como en la concepción dramática, con las tragedias de los otros grandes trá- gicos sobre el mismo tema, y de sus características li- terarias trataremos luego. Veamos en primer lugar su estructura: 2. El drama consta de cuatro episodios, más Prólogo y Exodo. El PRóLOGO (1-214) es uno de los más complicados formal. mente y muy similar al de Troyanas. Se inicia con la resis de Un campesino, esposo de Electra, el cual nos informa suma- riamente, como siempre, sobre la situación, arrancando desde el inicio de la guerra de Troya, y cuenta la historia de los dos hermanos subsiguiente a la muerte de Agamenón, haciendo es- Pecial hincapié en la situación lamentable de Electra: arrojada de su casa y casada a la fuerza con un campesino para impedir que tenga hijos nobles que venguen a Agamenón; viviendo en la miseria. Tras estas palabras aparece Electra, que inicia una breve tesis en la que lamenta su suerte, no mencionando siquiera la muerte de su padre. Veremos a lo largo de la obra que se Insiste mucho más en la situación actual de los protagonistas que en la muerte del padre, que aparece relegado a un segundo

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212 TRAGEDIAS término. La venganza queda así desprovista del ambiente y rna. tivos religiosos tan predominantes en Esquilo. Acabada la resís, entabla un corto diálogo con el campesim que profundiza aún más en este aspecto negativo de su situa.. ción (tiene que hacer incluso las tareas domésticas). Cuando salen ambos esposos (Electra por agua y el labrador a su trabajo) entra Orestes dialogando con Pílades aunque, como es habitual, sólo oímos al primero. Por sus palabras nos ente- ramos de que se encuentran en las fronteras de Argos y pretende vengar a su padre con la ayuda de su hermana. También per- cibimos su miedo: no quiere pasar por si le descubren y prefiere ocultarse tras unos arbustos en espera de que pase alguien que le informe sobre el paradero de su hermana. Aparece Electra de vuelta del rio y los dos amigos corren a su escondrijo. Allí van a escuchar una monodia lírica de Electra, con lo que Orestes reconoce ya a su hermana, aunque él no se dará a conocer hasta mucho más tarde. Es una monodia estrófica en cuyas primera estrofa y antistrofa se queja de su suerte y la de su hermano. La segunda estrofa y antistrofa es un treno que acompaña a una libación por Agamenón. Acabada ésta, entra el Coro de muchachas argivas invitando a Electra a participar de la fiesta de Hera que se celebra en Argos. No canta una párodos normal, sino un canto lírico alternado con Electra, cuya función es profundizar líricamente aún más en la situación de que arranca el drama (soledad y dolor de la pro- tagonista, abandono por parte de los dioses, etc.). El PRIMER EPISODIO (215431) abarca el primer encuentro

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entre Electra y Orestes (sin que aquélla reconozca la identidad de éste). Electra queda en escena y descubre a los forasteros; se inicia un rápido diálogo en esticomitía (Orestes, haciéndose pasar por un amigo) en que se informan mutuamente sobre su situación. Ahora se entera Orestes también de la perfidia de Clitemnestra y Egisto; Electra oye que su hermano vive exiliado; que desea volver a Argos, aunque necesita la colabo- ración de su hermana, que ésta promete con presteza. El diálogo acaba con una larga resis de Electra en que de nuevo se queja de su propio estado y del abandono de la tumba de Agamenón (esto siempre en segundo lugar), cerrándolo con una llamada a la nobleza de Orestes para que vengue a su padre. ELECTRA 213 El episodio termina con un diálogo entre Electra, Orestes y el labrador, cuya presencia en escena (viene casualmente del campo) tiene como fin único el que puedan enviarlo a buscar a un anciano esclavo (que será pieza básica en la anagnc$risis); pero que de hecho ofrece a Eurípides la oportunidad de exten- derse por boca de Orestes, al comprobar la nobleza del la- brador, en consideraciones sobre la nobleza auténtica y la apa- rente. A continuación, y mientras marcha el labrador en busca del anciano sirviente, canta el Coro su PRIMER ESTASIMo (432-486), que cubre este espacio de tiempo. El tema de su canto es la descripción de las armas de Aquiles; tema un tanto sorpren- dente por su alejamiento aparente de lo que ocurre en escena, pero que evita lo que resultaría ya una insistencia excesiva en el tema de Electra y después de todo se relaciona con la guerra de Troya, causa última de la tragedia de los Atridas. Con un diálogo entre Electra y el Anciano se inicia el SInUNDO EPISODIO (487-698). A través de este diálogo, lleno de fina ironia y paródico de las anagnórisis de Esquilo y Sófocles, nos enteramos que alguien ha visitado la tumba de Agamenón. El Anciano bari-unta que es Orestes y trata de provocar una anagnórisis a través de las pruebas tradicionales (pelo, huellas, ropa). Pero el verdadero reconocimiento se producirá en seguida en un diálogo estico,nítico triangular entre Orestes-Electra-

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Anciano (será éste quien descubra la identidad de Orestes por una cicatriz), tras el cual se inicia, entre ambos hermanos, un epirrema en que Electra canta y Orestes recita. Luego del epirrema se reanuda el diálogo esticomítico: Ores- tes se muestra muy indeciso (se siente su miedo, pregunta con- tinuamente por los aliados que pueda tener y pide que le acompañen), pero entre Electra y el Anciano preparan una estra- tagema para matar primero a Egisto y luego a Clitemnestra: cuando venia el Anciano, vio a Egisto en el campo disponién- dose a realizar un sacrificio a las Ninfas. Orestes se acercará, Egisto le invitará a la fiesta y allí tendrá ocasión de matarlo. En cuanto a Clitemnestra, el Anciano irá a comunicarle que Electra ha dado a luz. Si aquélla pasa por la choza del campe- sino antes de ir a reunirse con Egisto, estará perdida. 214 TRAGEDIAS El diálogo termina con una invocación en ayuda a Zeus fa. miliar, a Hera, a su padre y a la tierra. El SEGuNDo ESTAsIMO (699-746) cubre el espacio de tiempo en que Orestes mata a Egisto. El tema es la historia del cordero de oro, inicio de las diferencias entre los miembros de la fa- milia de los Pelópidas (Atreo, padre de Agamenón, y Tiestes, padre de Egisto). Aunque parece alejado del drama, tiene una relación muy sutil con él, pues de hecho compara el adulterio de la mujer de Atreo (y sus funestas consecuencias: alteración del curso del cosmos) con el de la mujer de Agamenón (y sus funestas consecuencias: la alteración del orden moral) 1

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El TERcER EPISODIO (747-858) lo ocupa casi por completo la escena del mensalero que trae noticias sobre la muerte de Egis- to. Pero la precede un diálogo entre Corifeo y Electra, en que la angustia de ésta por conocer el resultado marca un tiempo de espera que resulta dramáticamente muy eficaz. Todo ha salido bien. Orestes ha aprovechado el momento en que Egisto se inclinaba de espaldas para observar, durante el sacrificio, las entrañas de las víctimas, y le ha asestado un golpe mortal. El TERCER E5~A5IMO (859-879) se presenta no bajo la forma de un canto lírico ordinario, sino como epirrema entre Electra y el Coro. Es un canto de triunfo en que el Coro invita por segunda vez a Electra a vestirse de fiesta y danzar. Ahora si que acepta. El CUARTO EPISODIO (880-1146) consta de dos escenas. La pri- mera, entre Orestes y Electra, tiene como centro una larga resis de la última que, dado el contexto en que está inserta (ante el cadáver de Egisto), es formalmente una oración fúne- bre, aunque de hecho contiene lo opuesto a un elogio del muerto: es una serie de improperios que Electra no se atrevió a dirigir a Egisto cuando éste vivía y que ahora lanza con gran apasionamiento (lo que no impide que aquí y allá intercale re- flexiones sobre el matrimonio de plebeyo con mujer noble o de la valía de un marido) - Luego de esta resis se entabla un diálogo esticomítico entre ambos hermanos, en que se revela la indecisión de Orestes y Cf. J. R. MULRYNE, .Poetic structures in the Electra of Euripides», LCM II (1977), 31-38. ELECTRA 215 el odio de Electra por Clitemnestra y la seguridad y fortaleza de sus deseos matricidas. Acabado este diálogo entra pomposamente Clitemnestra en un lujoso carro, rodeada de esclavas troyanas conquistadas por Agamenón. Así se inicia la segunda escena de este episodio, que está constituido por un agón entre madre e hija. El centro del agón lo constituyen dos largos discursos en que Clitemnestra

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justifica la muerte de Agamenón y Electra contesta atacando su ligereza y su lascivia; acusándola del exilio de Orestesydel suyo propio, al que califica de «muerte en vida«; llevando hasta el final la lógica de Clitemnestra: si tu mataste a Agamenón, justo es que nosotros te matemos a ti. Clitemnestra entra engañada en la choza de Electra para realizar un sacrificio de natalicio!, y cuando el Coro ha acabado de cantar el CUARTO ESTÁSIMO (886-1146), comentando el crimen de Agamenón, se oyen los gritos de muerte de Clitemnestra. Luego el eccíclema 2 expone ambos cadáveres y se inicia el Éxooo (1172-1358) con un kommós alternando entre Orestes, Electra y Coro. Los tres lamentan el crimen y, mientras Orestes y Electra recuerdan en su canto con horror el acto del crimen, el Coro intenta trascender la inmediatez del mismo aludiendo a la justicia restaurada. Sólo falta atar los cabos, y para ello aparecen los Dióscuros que, en una larga resis, nos informan sobre lo que espera a Orestes (fuga, expiación y juicio), el matrimonio de Electra con Pílades y el entierro de los dos Cadáveres - La obra termina con un diálogo lírico de despedida entre Orestes y Electra, con breves intervenciones de Cástor. 3. Es sabido que los tres grandes trágicos ate- nienses dramatizan el mismo tema en sendas obras (Esquilo en Coé toras, Sófocles y Eurípides en sus res- pectivas Electras) y que las diferencias entre los tres autores son notables tanto en el tratamiento del mito, como en la estructura dramática, como sobre todo en 2 Máquina giratoria usada en el teatro para exponer sobre el escenario algo que estaba en el interior.

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216 TRAGBDIAS la idea trágica que las informa; siendo este últin» punto, desde luego, el determinante de los otros dom. La pri.rnera gran diferencia que cabe establec~3. entre ellos es que Esquilo trató el tema del matricidio en la obra central de su trilogía la Orestía; lo cual pone de manifiesto que para él constituye un momento más en la concepción global de la trilogía, mientru que tanto para Sófocles como para Eurípides es cl único tema. El mismo título es indicativo de que para el primero la figura central no es Electra, mientru que sí lo es para los otros dos. El fin que persigue Esquilo es presentamos dial¿c- ticamente, a lo largo de la trilogía, la dinámica de la «vendetta», enraizada en la sociedad tribal, y su supe- ración mediante la justicia garantizada en el píano di- vino por Zeus y por una nueva estructura social basada en el Derecho y los tribunales ~. Su intención es, por tanto, básicamente moral. El matricidio es para él una fase transitoria en la lucha por el establecimiento dc la justicia. De aquí que su obra esté traspasada por un sentimiento ético-religioso trascendentalista que se re- fleja en la misma estructura de la obra: el rito fimo- rario alrededor de la tumba, el sueño de Clitemnestra, las numerosas oraciones a los dioses y a Agamenén, etcétera. En cambio sus caracteres no poseen la riqueza de los de Sófocles o Eurípides porque son meros portadores de esta idea. Entre Sófocles y Eurípides hay aparentemente ma- yor convergencia, pero un análisis detenido nos llevará

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a ver diferencias aún mayores. En Sófocles, desde luego, el centro de la obra 10 constituye Electra; pero el interés no se centra en el 3 En el plano divino se plantea la superación de la opoSi ción entre las Ermis, divinidades arcaicas protectoras de 1* sociedad tribal, y Zeus, Apolo, Atenea, etc., nuevas divinidadeS protectoras de la nueva sociedad basada en la justicia. I3LECTRA 217 matricidio, como demuestra el que el clímax no lo cons- tituye la muerte de Clitemnestra, sino la de Egisto; ni se plantea un problema propiamente moral: el matri- cidio no es una etapa en la consecución de la autén- tica justicia, como en Esquilo. Tampoco es, sin em- bargo, contra lo que se suele mantener, una obra en la que lo principal es el estudio del carácter de Electra. Creo que es Kitto’ quien ha entendido mejor este drama de Sófocles. Según este critico, lo que plantea cl dramaturgo es la dinámica de dík~, pero entendiendo por dik~ no la justicia moralizadora de Esquilo, sino el equilibrio, el orden normal de las cosas. Es un con- cepto más cercano al de la filosofía jonia, un concepto amoral de dik~ que presupone una identificación del mundo físico y el humano. De aquí se siguen una serie de divergencias —con respecto a Esquilo y Eurípides— tanto en lo que se refiere al tema como al carácter <1e los protagonistas: así el que Apolo no ordene la muerte de Clitemnestra para que el matricidio aparezca como un acto natural; que nunca se censure el matricidio como un acto per- verso; que los protagonistas actúen con la frialdad propia del ejecutor de un crimen necesario, etc. Eurípides, aparentemente más cercano a Sófocles por hacer de Electra el centro del drama, de hecho está más cerca de Esquilo en el sentido de que lo que plantea su obra es también un problema moral. Pero está muy lejos de uno y otro, hasta el punto de que

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su obra -resulta una auténtica recreación del tema y no se puede admitir que sea un mero intento de criticar o de ridiculizar el tratamiento que de ~l hi- cieron sus predecesores, como han sugerido algunos críticos ~. ~ Cap. y, págs. 131 y sigs. 5 Aunque de hecho haya, circunstancialmente, ironía con respecte a algunos puntos y se introduzcan detalles más realis- 218 TRAGEDIAS Tampoco se puede admitir, sin más, la opinión Kitto6 en el sentido de que se trata sencillamente un melodrama. Según él seria inútil buscar una idem trágíca, dado que lo que pretende Eurípides es tener el interés del espectador con efectos drarnáti~~ porque «sobre el aspecto moral de la venganza no tenía nada nuevo que decir» ~. Es evidente que para «decir» algo nuevo sobre este tema bastaba con hacer precisamente lo que hace Enrí. pides, esto es, suprimir la importancia del elemento divino, fundamental en sus predecesores, y humanizar el drama: esto le ha llevado a su vez a dotarle de de- talles más realistas y en definitiva de una mayor vero- similitud, haciendo a los personajes más cercanos a nosotros. En efecto, la Electra de Eurípides es un drama familiar, pero no un drama burgués, lo que le

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quitaría su carácter de universalidad y, en definitiva, de tragedia clásica. De esta forma Eurípides se vio forzado a innovar el mito, tanto en determinados detalles como en el carácter de sus personajes principales. En cuanto al mito, se suprimen los elementos más conspícuamente religiosos: los mismos personajes du- dan que Apolo haya dado la orden; ya no hay rito funerario en la tumba de Agamenón; no hay suello de Clitemnestra. Y se plantean situaciones más realis- tas: aquí Electra no está en el palacio, como la en- contramos en Esquilo y Sófocles, sino casada con un campesino para que sus hijos, si los tiene, no sean válidos vengadores de Agamenón, dada su baja estirpe; tas; así el que Orestes no entre en Micenas (o Argos); el re- chazo de los objetos de las anagnórisís, etc. 6 Cap. XII, págs. 330 y sigs. 7 En realidad el análisis de Krrro sobre diferentes aspectos de la Electra de EURíPIDES es uno de los más inteligentes que se han escrito, pero la tesis general es difícil de admitir. BLECTRA 219 ~restes no entra en Argos para matar allí a Clitem- estra y Egisto, sino que el autor los hace salir a ellos jera de la ciudad, lo cual es, sin duda, más verosímil, tcétera. En cuanto a los personajes, la riqueza de sus carac- ~s es mayor que en Esquilo y aun que en Sófocles, >ien en el de Electra carga demasiado las tintas: es ;iado malvada para que el espectador pueda iden- tillcarse con ella. Como Apolo ya no es el motor supremo de la acción ~l mismo Orestes duda que pueda haber salido de dios tal orden), Eurípides tiene que resaltar el lado humano de sus motivaciones; de aquí la insisten- cia hasta la saciedad en la situación lamentable e in- justa en que se encuentran: Orestes desposeído de su

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reino, Electra vejada y entregada en matrimonio a un campesino. También por la misma razón se contrasta de una manera mucho más realista que en Esquilo o Sófocles la opulencia y felicidad de Egisto y Clitem- nestra con la pobreza de los dos hermanos, especial- mente en la escena del agón entre Electra y Clitem- nestra. Pero si Eurípides ha cargado las tintas hasta la exageración en el personaje de Electra, haciendo de ella una mujer amargada e incluso malvada, en el de Ores- tes ha creado un carácter magistral. Este Orestes no es el ejecutor firme de la orden de Apolo que se nos muestra en Esquilo y Sófocles, sino el adolescente irresoluto y desconfiado: no entra en Argos; busca continuamente apoyo y guía; no se da a conocer a Elec- tra ni aún después de saber que el Coro le es fiel; está dispuesto a huir en cualquier momento. Es incluso histérico —como se ve en el kommós que sigue a la muerte de Clitemnestra— y cobarde: mata a Egisto por la espalda, necesita de la ayuda material de Elec- tra para matar a su madre. 220 TRAGEDIAS En fin, se puede afirmar que la Electra de Eurfpidu es una de sus obras más logradas, tanto en lo que me refiere a la estructura, como se ve en el equilibrio en- tre sus dos partes (reconocimiento - anagnórisis y estrm-

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tagema - mechánema) 8, como en el dibujo de caracte- res. El que los de Orestes y —sobre todo— Electra estén un poco recargados no debe hacemos pensar que se trata de un melodrama de buenos y malos. Hay tragedia, hay sufrimiento de unos seres muy humanos que se debaten entre el odio, el crimen y los remordimientos. Y el espectador sale con el senti- miento de que el matricidio es un crimen repugnante y que si es un dios el que lo ha ordenado, este dios es igualmente repugnante. ARGUMENTO (POxy 420) - . - el campesino [ordena?] entrar a los hombres para que participen de una hospitalidad [.. -] pobre pero generosa (?) y el mismo se retira luego a disponer con diligencia el alimento. Como se enterara de lo sucedido el viejo que [salvó?...] a Orestes, llegó con presentes para Electra, regalos que hace la tierra gra- tuitamente para los que trabajan en el campo. Cuando hubo visto a Orestes y reconocido una señal en su piel, descubrió a Orestes ante su hermana. Éste no estaba dispuesto.. - pero aceptó...

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PERSONAJES LABRADOR de Micenas. ELEcTRA. ORESTES. PÍLADES. VIEJO ESCLAVO. SIERVO de Orestes. CLITEMNESTRA. DíoscuRos. CoRo de mujeres de Micenas. Escena: Junto a la frontera de Argos, ante la casa de un labrador. LABRADOR. — Oh antigua llanura’ de mi tierra y corriente del Inaco, de donde un día el soberano Aga- menón navegó hacia Troya con mil naves para levan- tar guerra. Mató a Príamo, soberano de Ilión, destruyó 5 la ilustre ciudad de Dárdano, regresó a Argos y erigió en los elevados templos numerosos despojos de gue- rreros bárbaros. Allí fue afortunado, en cambio en casa murió a traición a manos de su esposa Clitemnestra y de Egis- lo lo, el hijo de Tiestes 2 Conque al morir dejó el antiguo cetro de Tántalo y Egisto se convirtió en rey del país quedándose con la esposa de aquél, con la hija de Tindáreo. A los hijos que dejó en casa cuando partió navegan- do hacia Troya... —un varón, Orestes, y una hembra, is Elecíra— a Orestes lo arrebató a ocultas el viejo ayo

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de su madre cuando iba a morir a manos de Egisto y se lo entregó a Estrofio4 para que lo criara en el país Gr. árgos. Otros editores lo escriben con mayúscula, aunque hacen la salvedad de que no se refiere a la ciudad, sino a la región. Cf. SCHIASSI, Euripide, Elettra, Bolonia, 1967, pág. 37. 2 Aquí se reparte la responsabilidad del crimen entre Cli- temnestra y Egisto, aunque más adelante (y. 1046) se considera Clitemnestra a sí misma la principal culpable (como sucede en Esouní,>. En HOMERO a veces (Odisea III 193) es Egisto el asesino exclusivamente. Hijo de Zeus y padre de Pélope. La estirpe de éstos reci- ben el nombre de Tantálidas y de Pelópidas. Padre de Pílades, casado con una hermana de Agamenón, qué acogió al pequeño Orestes cuando tuvo que huir. 224 TRAGEDIAS de Focea. Electra permaneció en casa de su padre 20 y cuando le llegó la edad floreciente de la juventud, la pretendieron los más nobles de la Hélade. Pero Egisto, temiendo no fuera a tener con uno de los no- bies un hijo que vengara a Agamenón, la retuvo en casa y no la entregó a novio alguno. 25 Pero como todavía era motivo de miedo el que fuera a engendrar un hijo ocultamente con algún no- ble, decidió matarla, si bien su madre, con ser cruel,

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la salvó de manos de Egisto. Y es que excusas sí tenía para la muerte de su 30 marido, pero temía incurrir en odio si mataba a sus hijos. Con estas premisas Egisto ideó lo siguiente: pro. metió oro a quien matara al hijo de Agamenón, que había salido fugitivo del país, y a mí me entregó Elec- 35 tra como esposa (yo soy descendiente de antepasados de Micenas y en esto, desde luego, no ofrezco motivo de reproche; éramos brillantes por cuna, pero pobres de dinero y así se perdió nuestra nobleza) con la idea de que entregándola a alguien insignificante menor 40 sería su miedo. En efecto, si la hubiera poseído un hombre de categoría habría despertado la sangre de Agamenón, que ahora dherme, y algún día le habría llegado el castigo a Egisto. Este hombre que veis aquí nunca ha mancillado su lecho —Cipris es testigo—. Todavía permanece 45 virgen, pues me da verguenza deshonrar a la hija de hombres nobles yo que soy indigno. Por otra parte, sufro por el desdichado Orestes —pariente mío de palabra— si algún día vuelve a ArgoS y contempla el desgraciado matrimonio de su hermana. 5 Sobrenombre de Afrodita, la diosa de Chipre. A veces e5 simple metonimia por «amor». ELECTRA 225 El que nrea que soy bobo6 si teniendo a una joven so virgen en mi casa no la toco, sepa que lo es él por medir la moderación con la vara de su mente perversa. (Sale Electra con un cántaro en la cabeza.) ELECTRA. — Oh negra noche, nodriza de los astros de oro, en que me dirijo al río, en busca de agua, líe- ss vando este cántaro apoyado sobre mi cabeza (no por- que haya llegado a tal punto de indigencia, sino para

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mostrar a los dioses los ultrajes de Egisto); y suelto al gran éter lamentos por mi padre. La infame hija de 60 Tindáreo, mi madre, me ha arrojado de casa por con- graciarse con su esposo. Ahora que ha parido otros hijos con Egisto, nos tiene a Orestes y a mí margina- dos de su casa. LABRADOR. — ¿Por qué, desdichada, trajinas para mí y realizas esas tareas —tú que te criaste en el lujo- 65 y no las dejas cuando te lo digo? ELECTRA. — Te tengo por amigo semejante a los dioses, pues no te me has insolentado en mi desgracia. Gran suerte es para el hombre encontrar en la des- dicha un alivio como yo tengo en ti. Pero precisamente 70 debo compartir contigo voluntariamente las tareas, aligerando tu trabajo en la medida de mis fuerzas para que lo soportes mejor. Ya tienes bastante con tus labores del campo; el de la casa debo disponer- 75 lo yo. A un trabajador que vuelve del campo le resulta agradable encontrar dentro todo bien dispuesto. LABRADOR. — Si así te lo parece, marcha. En realidad la fuente no está lejos de esta casa. Yo al amanecer llevaré los bueyes al campo para sembrar los surcos. Que ningún gandul, por más que tenga siempre a los 80 6 Frase s6lo inteligible si se tiene en cuenta que moros significa «bobalicón>, pero también «lascivo>, etc. (en oposición a s6phr3n).

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226 TRAGEDIAS dioses en su boca, podrá reunir el sustento sin es- fuerzo. (Salen ambos por la derecha. Entran Pílades y Orestes por la izquierda.) ORESTES. — Pilades, sabes que te considero, por encima de los demás hombres, mi amigo y huésped más fiel. Sólo tú honrabas a este Orestes entre tus 85 amigos, infortunado como soy por el terrible trato que he recibido de Egisto. Él fue quien mató a mi padre.. - él y mi funesta madre por mandato del oráculo de un dios. Acabo de llegar, sin que nadie lo sepa, al umbral de Argos para cobrar su crimen a los asesinos de mi padre. 90 La pasada noche me acerqué a la tumba de mi padre, ofrecí mis lágrimas y parte de mi pelo e inmolé sobre el altar la sangre de una oveja, pasando inadver- tido a los tiranos que dominan esta tierra. No voy a poner mi pie dentro de los muros ~, me 95 he detenido en la frontera del país juntando dos deseos: poder dirigir mis pasos a otra tierra si me reconoce alguno de los vigilantes, y buscar a mi hermana (dicen tao que vive casada y que ya no permanece virgen). Mi intención es reunirme con ella y hacerla cómplice de mi crimen para enterarme, al menos, de lo que sucede dentro de los muros. Ahora pues, ya que la aurora levanta su blanco rostro, pondremos nuestra huella fuera de este sen- dero. Aparecerá a nuestra vista un labrador o una íos esclava a la que podremos preguntar si mi hermana vive por estos contornos. (Vuelve a entrar Electra por la derecha.) Bien, Pílades, ahí veo a una sierva que lleva en sU cabeza rapada el peso de un cántaro. Sentémonos, ~ Tanto aquí como en la anagnórisis (cf. vv. 520 y sigs.>.

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Eurípides parece rectificar e incluso criticar a sus predecesores buscando un mayor realismo y verosimilitud. En Esquilo Y Sófocles la acción se desarrolla en pleno corazón d~ Argos. ELECTRA 227 preguntemos a esa mujer por si nos ofrece alguna ex- i io plicación de las cosas por las que hemos venido a esta tierra. Estrofa 1.» ELECTRA. — Acelera —¡es hora!— el ritmo de tu pie, ¡oh!, camina, camina llorando. ¡Ay de mí, ay de mí! Hija soy de Agamenón y me parió Clitemnestra, la tis odiosa hija de Tíndáreo, y me llaman «desdichada Electra» los ciudadanos. ¡Ah, qué horribles trabajos, 120 qué vida tan odiosa! Padre, tú yaces en el Hades in- molado por tu esposa y por Egisto, oh Agamenón. Mesoda astrófica. Vamos, levanta el mismo lamento de siempre, sus- 125 cita el placer del abundante llanto. Antistrofa 1.a Acelera —¡es hora!— el ritmo de tu pie. ¡Oh!, ca- mina, camina llorando. ¡Ay de mi, ay de mí! ¿Por qué 130 ciudad, por qué moradas, desdichado hermano, andas trajinando y dejas en la casa paterna a tu pobre her- mana entre los más terribles sufrimientos? Ven a 135 librarme a mí, la desdichada, de estas fatigas —¡oh Zeus, Zeus!— y a vengar la sangre de tu padre, la más aborrecible. Estrofa 2.« Toma8 este cántaro de mi cabeza, deposítalo para 14.0 que a mi padre nocturnos gemidos al amanecer yo grite, un alarido, un canto de Hades, padre, de Ha- des. Te dedico soterraños lamentos a los que sin cesar 145 de día me entrego cortando mí querida piel con las

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8 Según SCHADEWALDT (Monolog und Selbstgesprach, Berlin, 1926, pág. 215), este imperativo se refiere a una esclava que entra detrás; los demás se refieren a ella misma. 228 TRAGEDIAS uñas y poniendo —por causa de tu muerte— las manos sobre mi rapada cabeza. Mesoda astrófica. 150 ¡Ay, ay, des garra tu rostro! Como el cisne que jum- broso junto a la corriente del río llama a su querido íss padre, perdido de muerte entre los traidores cercos de una red, así, padre, te lloro a ti, al infeliz. Antistrofa 2.~ Y por vez postrera agua derramo sobre tu cuerpo en el triste lecho de tu muerte. ¡Ay de mí, ay de mi! 160 ¡Qué amargo, padre, el trabajo del hacha que te segó, qué amarga la emboscada cuando volvías de Troya! No con diademas te acogió tu mujer ni con coronas. 165 Con la espada de Egisto de doble filo te asesto un triste golpe mortal y cabrá un esposo a traición. (Entra el Coro formado por muchachas argivas.) Estrofa 3a CoRo. — Hija de Agamenón, Electra, me he acer-

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170 cado a tu morada del campo. Vino un hombre de Mi- cenas, vino un montero bebedor de leche y me anunció que los argivos han proclamado fiesta de tres días9 y todas las doncellas se aprestan a venir hasta el templo de Hera. 175 ELECTRA. — Mi corazón no vuela hacia los adornos de fiesta, amigas, ni hacia collares de oro —¡desdicha- 180 da!— ni voy a formar coro con las mozas argivas ni a marcar círculos con golpes de mi pie. Entre lágrimas paso la noche, y de llorar me ocupo —¡desdichada!— 185 de día. Mira mi pelo sucio. Y los jirones éstos de mi peplo mira si son dignos de una princesa, hija de 9 Las Hereas o Hecatombeas que se celebraban en el célebre templo de Hera en Argos (cf. HEaóooro, 1 31). ELEcTRA 229 Againenón, y de la Troya que no olvida que un día fue abatida por mi padre. Antistrofa 3a CORO. — Grande es la diosa. Anda, vamos, toma de 190 mí prestada una túnica llena de broches y adornos de oro para alegrar la fiesta. ¿Crees que con lágrimas, sin honrar a los dioses, podrás vencer a tus enemigos? No 195 es con lamentos, sino con súplicas venerando a los dioses como tendrás sosiego, hija. ELEcTRA. — Ninguno de los dioses se ocupa de la voz de esta malhadada ni de la ya vieja muerte de mi 200 padre. ¡Ay de mi muerto! ¡Ay de mi vivo errante, que habita en cualquier tierra, un pobre desterrado en el 205 hogar de un tete Ifl, él, que nació de ilustre padre! Yo misma habito en casa de un bracero con corazón ajado expulsada de la casa materna en las cárcavas del 210 monte. Y mi madre vive con otro amancebada en le- cho de sangre.

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CORIFEO. — De los muchos males de Grecia y de tu casa es culpable Helena, la hermana de tu madre. <Electra descubre a Pílades y Orestes.) ELEcTRA. — Ay de mí, mujeres, abandono mi canto 215 fúnebre. Han dejado su escondrijo unos hombres ex- traños que se apostaban junto a la casa. Huye tú por el camino, que yo trataré de refugiarme en casa li- brándome de esos malhechores. (Orestes se interpone y trata de asirla de la mano.) ORESTES. — Espera, amiga. No temas mi mano. 220 ELECTRA. — Oh Febo Apolo, postrada te suplico que no me dejes morir. ORESTES. — Antes que a ti mataría a otros que me son más odiosos. 10 Obrero a sueldo, aunque libre. Forma el último estrato inmediatamente antes del esclavo, en la escala social homérica. 230 TRAGEDIAS ELECTRA. — Márchate, no toques lo que no te es lícito tocar. ORESTES. — Nadie hay a quien podría tocar con más razón. 225 ELECTRA. — ¿Entonces por qué te ocultas junto a mi casa armado de espada? ORESTES. — Detente, escúchame y dejarás pronto de

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hablar en vano. ELECTRA. — Me detengo, soy toda tuya, pues eres más fuerte. ORESTES. — He venido a traerte un mensaje de tu hermano. ELECTRA. — ¡Oh mi más caro amigo! ¿Vive él o está muerto? 230 ORESTES. — Vive —quiero comunicarte primero las buenas noticias—. ELECTRA. — ¡ Que seas feliz en premio a tus agrada- bles palabras! ORESTES. — Este tu deseo lo pongo en común para ambos. ELECTRA. — ¿ En qué parte de la tierra tiene pa- ciente exilio el desdichado? ORESTES. — Se conforma acatando las leyes de mu- chos paises. 235 ELECTRA. — ¿No anda falto del sustento diario? ORESTES. — Lo tiene, pero ¡qué débil vive un hom- bre que anda huyendo! ELECTRA. — ¿Qué palabras me traes de parte suya? ORESTES. — Quiere saber si vives, dónde vives y en qué condiciones ELEIDTRA. — Ya ves, para empezar, que mi cuerpo está ajado.. - ~-~o ORESTES. — Sí, consumido por la pena hasta ha- cerme llorar. ELECTRA 231 ELECTRA. — .. y que mi cabeza y pelo están rapados a la manera escita “. ORESTES. — ¡Seguro que te duelen tu hermano y el padre que perdiste! ELECTRA. — ¡Ay de mí! ¿Qué puede serme más que- rido que ellos? ORESTES. — ¡Ay, ay! ¿Y qué crees que eres tú para tu hermano?

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ELECTRA. — Amigo ausente, no presente, es él para 245 mí. ORESTES. — ¿Por qué vives aquí, lejos de la ciudad? ELECTRA. — He sido entregada, forastero, en mor- tal 12 matrimonio. ORESTES. — (Lanza un gemido.) Gimo por tu her- mano. - - ¿A quién de los miceneos? ELECTRA. — No a quien mi padre esperaba un día entregarme. ORESTES. — Dimelo, para que me entere y se lo co- 250 munique a tu hermano. ELECTRA. — Vivo apartada en esta su casa. ORESTES. — Un cavador o un vaquero sería digno habitante de esta casa. ELECTRA. — Es hombre pobre, pero noble y respe- tuoso conmigo. ORESTES. — ¿Qué clase de respeto te tiene tu esposo? ELECTRA. — Nunca se ha atrevido a tocar mi cama. 255 ORESTES. — ¿ Tiene algún escrúpulo ‘~ por los dioses, o es que te desprecia? II Eskythísm~nofl, verbo formado en base a la costumbre escita de rapar la cabeza al enemigo capturado (cf. HERdoOTO, Iv 64). 12 El matrimonio con un obrero la hace sentirse desclasada y, por tanto, muerta. Esta misma idea la repite en el agón con Clitemnestra (cf. Vv. 1092 y sigs.). 13 Gr. hágneuma. Podría quizá traducirse por <sentimiento de castidad’, nunca <voto de castidad», como hace ScHIAs5I, página 76.

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232 TRAGEDIAS ELECTRA. — No quería ultrajar a mis padres. ORESTES. — ¿Cómo es que no se aprovechó de taj matrimonio teniéndolo en sus manos? ELECTRA. — No tiene por señor a quien me entregó, forastero. 260 ORESTES. — Comprendo. Teme rendir cuentas un cija a Orestes. ELECTRA. — Por temor a esto y porque además es hombre cuerdo de si. ORESTES. — ¡Ah, noble es el hombre de que hablas y hay que recompensarle! ELEcTRA. — Desde luego, si es que el que ahora está ausente regresa algún día a casa. ORESTES. — ¿ Y la madre que te parió ha soportado este tu matrimonio? 265 ELECTRA. — Forastero, las mujeres aman a sus hom- bres, no a sus hijos. ORESTES. — ¿ Por qué razón te ha inferido Egisto este ultraje? ELECTRA. — Me entregó a un hombre débil, pues quería que mis hijos no tuvieran fuerza. ORESTES. — ¿Sin duda para que no parieras hijos que se vengaran? ELECTRA. — Eso deseaba. ¡Un día le ajustaré yo cuentas por ello! 270 ORESTES. — ¿ Sabe el marido de tu madre que per- maneces virgen? ELECTRA. — No lo sabe. Nuestro silencio le priva de ello. ORESTES. — Bien. ¿Son éstas amigas para que escu- chen nuestras palabras? ELECTRA. — Sí, y para ocultar bien tus palabras y las mías.

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ORESTES. — En vista de esto, ¿qué puede hacer Ores- tes si vuelve a Argos? ELECTRA 233 ELECTRA. — ¿Y tú me lo preguntas? ¡Qué yerguen- 275 za! ¿No es ya momento de actuar? ORESTES. — Suponiendo que vuelva, ¿cómo podría matar a los asesinos de su padre? ELECTRA. — Con arrestos, como los que sus enemi- gos tuvieron con su padre. ORESTES. — Y tú, ¿te atreverías a matar a tu ma- dre con él? ELECTRA. — Sí, con la misma segur con que mi pa- dre murió. ORESTES. — ¿Le digo esto y que es firme por tu 280 parte? ELECTRA. — ¡Ojalá pudiera yo morir luego de derra- mar la sangre de mi madre! ORESTES. — ¡Oh, ojalá estuviera Orestes aquí cerca para oírlo! ~ ELECTRA. — Pero, forastero, si le viera no lo reco- noceda. - - OREsTES. — No es de extrañar, si os separasteis cuando los dos erais niños. ELECTRA. — Sólo uno de los que me son fieles lo 285 reconocerla. ORESTES. — ¿Quizá el hombre que, dicen, lo salvó de la muerte? ELECTRA. — Sí, un anciano que educó antiguamente a mi padre. ORESTES. — ¿Tu difunto padre ha recibido sepul- tura? ELECTRA. — La recibió como la recibió, arrojado fuera del palacio. ORESTES. — ¡Ay de mí! ¿Qué dices?. - - El recibir no- ticias de males, incluso ajenos, produce dolor a los 290 mortales. Habla para que transmita con conocimiento

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14 Ironía trágica. Los espectadores están viendo a Orestes en persona. 234 TRAGEDIAS a tu hermano esas palabras tristes, pero que necesita oír. De ninguna manera se asienta la piedad en el 295 ignorante, sino en el hombre que conoce, aunque tampoco la sabiduría excesiva de los sabios suele quedar sin castigo. CoRIFEO. — También yo tengo en mi corazón un deseo semejante al suyo. Como vivo lejos de la ciudad, no conozco los horrores que suceden dentro y ahora he dado también yo en querer conocerlos. 300 ELEcTRA. — Hablaré si es preciso —y he de hacerlo ante un amigo- del pesado destino mío y de mi padre. Pues me has movido a hablar, forastero, te ruego transmitas a Orestes mi desgracia y la de aquél: pri- 305 mero en qué ropa ando por el campo, qué carga tengo de suciedad y en qué casa vivo —yo que procedo de un palacio real—; que con mi propio esfuerzo fabrico mis vestidos en el telar, si no quiero llevar desnudo el cuerpo y privado de ropa; que voy por agua al río 310 y que no participo en fiestas, sacrificios ni coros. Rehu- yo por verguenza a las mujeres, pues soy virgen, y he renunciando a Cástor, a quien por ser pariente me prometieron antes de que él ascendiera junto a los

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dioses 15 315 En cambio mi madre se sienta en el trono entre despojos frigios y a su vera se apostan las esclavas asiáticas que conquistó mi padre, mientras entretejen mantos del Ida con lanzaderas de oro. Entre tanto, la sangre de mi padre —¡todavía!— se corrompe y ennegrece, mientras el que lo mató anda 320 paseándose subido al mismo carro de mi padre y se pavonea llevando entre sus manos criminales el cetro con que aquél conducía a los griegos. 15 Hecho desconocido fuera de este pasaje. Cástor era tío de Electra. ELECTRA 235 La tumba de Agamenón aún no ha recibido, para su deshonra, libaciones ni ramos de arrayán y su altar 325 está vacio de ornamentos. Empapado en vino, el esposo de mi madre, «el ilustre’ como ahora lo llaman, pi- sotea la tumba y apedrea el monumento roqueño de mi padre. Y todavía se atreve a proferir este insulto contra nosotros: «¿Dónde está tu hijo Orestes? ¿No 330 está aquí presente para proteger debidamente tu se- pultura?’ Estos ultrajes recibe Orestes por estar ausente. Conque, forastero, te ruego comuniques estas pa- labras: «muchos desean su vuelta y yo soy su intér- prete —yo y mis manos, lengua y sufrido corazón, mi cabeza rapada—, y el padre que engendró al au- 335 sente» 16 Es un baldón que su padre haya destruido a los Frigios y que él no sea capaz de matar a un solo hombre, joven como es y nacido de mejor padre. (Entra el labrador.) CORIFEO. — Bien, estoy viendo a éste —a tu esposo digo— que se dirige a casa terminado su trabajo. 340 LABRADOR. — (Se dirige a Electra.) ¡Vaya’ ¿Qué fo- rasteros son éstos que veo a mi puerta? ¿Por qué

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razón han venido a mi casa del campo? ¿Me necesitan a mí? En cualquier caso, es feo para una mujer ca- sada estar en compañía de hombres mozos. ELECTRA. — Querido, no me vengas con suspicacias; 345 vas a conocer la verdad. Estos forasteros han venido a comunicarme un mensaje de Orestes. Vamos, foraste- ros, perdonadle sus palabras. LABRADOR. — ¿Qué dicen? ¿Es ya un hombre y vive? ELECTRA. — Vive, según cuentan, y lo que dicen es aso de confianza para mi. 16 Cf. nota 14. 236 TRAGEDIAS LABRADOR. — ¿También piensa en la desgracia de tu padre y tuya? ELEcTRA. — Eso espero, mas un hombre que huye es débil. LABRADOR. — ¿Qué mensaje vienen a comunicarte de Orestes? ELECTRA. — Los ha enviado para que observen mis males. 355 LABRADOR. — Entonces unos ya los ven y los otros seguro que se los has contado tú. ELECTRA. — No les falta por conocer ninguno de ellos.

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LABRADOR. — ¿No deberíamos, entonces, haber abier- to hace tiempo nuestra puerta para ellos? Entrad en casa, a cambio de vuestras buenas noti- cias recibiréis los dones de hospitalidad que mi hogar pueda tener dentro. 360 Siervos, llevad adentro su equipaje. Y vosotros, que sois amigos y venís de parte de un amigo, nada repliquéis; que si soy pobre de nacimiento, os voy a demostrar que mi natural, al menos, no carece de nobleza. ORESTES. — ¡Por los dioses! ¿Es éste el hombre que 365 coopera para ocultar tu matrimonio por no afrentar a Orestes? ELECTRA. — Él es quien tiene el nombre de esposo de la pobre Electra. ORESTES. — ¡Ah! En lo tocante a nobleza ninguna señal es inequívoca. Y es que la naturaleza humana está en confusión. 370 He visto a hijos de padre noble que nada son y a hijos de villamfs que son hombres excelentes; he visto la miseria en el corazón de un rico y un alma grande en el cuerpo de un pobre. ¿Cómo, entonces, se puede juzgar distinguiendo rectamente entre una y otra cosa? ¿Acaso por la riqueza? Mal juez para servirse de él. ELECTRA 237 ¿Entonces por la pobreza? Pero es que la pobreza com- 375 porta una tara y enseña a un hombre a ser malo por culpa de la necesidad. ¿Tomaré en consideración acaso las armas? Nadie puede testificar quién es va- liente si está concentrado en la lucha 17 Lo mejor es dejar estas cosas abandonadas al azar. He aquí un hombre que se ha revelado excelente sin 380 ser grande en Argos ni orgulloso de la reputación de su familia. Un hombre que pertenece a la mayoría. ¿No vais a entrar en razón los que andáis por ahí lle- nos de prejuicios hueros? ¿No vais a juzgar a un hom- 385 bre noble por el trato y por su forma de ser? Hombres

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como éste gobiernan bien los Estados y sus casas; en cambio esos cuerpos vacíos de juicio son adornos del ágora. Tampoco es cierto que un brazo fuerte aguante la lanza mejor que uno débil. La entereza reside en la 390 naturaleza y en el valor ‘~. Pero aceptemos alojarnos en su casa, que lo me- rece el aquí presente y el hijo de Agamenón ausente por cuya causa hemos venido. Esclavos, hemos de dirigirnos al interior de la casa, que para mí tengo que un pobre está más dispuesto a hospedar que un 395 rico. Acepto, pues, el alojamiento en casa de este hom- bre, si bien preferiría que tu hermano me condujera a su próspera morada como hombre afortunado. Pero puede que regrese, pues los oráculos de Loxias son 400 firmes; en cambio la adivinación de los hombres.. - ¡que se vaya al cuerno! (Entran Orestes y Pílades en la casa.) 17 Esta misma idea en Sup1icantes~ VV. 849 y sigs. 18 WILAMOWITz considera sospechosos los Vv. 373-379 y 386- 390; piensa que pertenecen a otra obra y han sido incorporados aquí secundariamente. Sin embargo, este tipo de generalizacio- nes son lo suficiente familiares como para no extrañar. 238

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TRAGEDIAS CORIFEO. — Ahora más que antes, Electra, tenemos el corazón caldeado por la alegría. Quizá la suerte se quede para bien, aunque avance con dificultad. 405 ELEcTRA. — ¡Pobre hombre! ¿Por qué has recibido a estos forasteros, superiores a ti, conociendo la po- breza de tu casa? LABRADOR. — ¿Por qué no? Si son nobles, como lo parecen, ¿no se contentarán lo mismo con la escasez que con la abundancia? ELECTRA. — Ahora que has cometido un tropiezo es- tando, como estás, en la escasez, marcha junto al viejo y querido ayo de mi padre que, expulsado de la ciu— dad, anda pastoreando el ganado cerca del río Tánao 410 que traza la frontera entre Argos y la tierra espartana. Ordénale que venga y prepare algo para agasajar 415 a estos forasteros que acaban de llegarme. ¡Cómo va a alegrarse y a dar gracias a los dioses cuando oiga que vive el niño a quien él salvó un día! De lo que pertenece a la casa de mi padre nada tomaré de manos de mi madre. ¡Amargo nos resultaría el anuncio si la desdichada se entera ya de que Orestes vive! 420 LABRADOR. — Bien, si te parece, llevaré estas tus palabras al anciano. Entra en casa en seguida y dispón todo dentro; que una mujer, si quiere, puede encon- trar cosas que añadir a un banquete. Todavía quedan 425 en casa alimentos como para saciar a éstos de comida durante todo un día. (Entra Electra en casa.) Cuando en ocasiones como ésta fracaso en mis in- tenciones ~, observo que la riqueza tiene gran impor- tancia; puede obsequiar a los huéspedes y salvar con recursos un cuerpo que ha caído enfermo. En cambio, 430 en lo tocante al alimento diario, de poco vale: todo 19 El y. 426 es probablemente corrupto, aunque mantene- mos el texto que ya leyó así ESTOBEO (cf. 91-%). Otros (cf. ScHIASS¡, pág. 100) traducen «contra mi voluntad«.

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ELECTRA 239 hombre que se sacia —sea rico o pobre— se lleva lo mismo. (Sale por la derecha.) CoRo. Estrofa 1.a Naves ilustres que un día arribasteis a Troy~ con incontables remos escoltando la danza de las Neretdas cuando saltaba el delfín amante de la flauta ante ‘as 45 proas de oscuros espolones retorciéndose, acompañan- do al hijo de Tetis, ligero en el salto de sus pí?s, a Aquiles, junto con Agamenón hasta las riberas del 440 Simoeis en Troya. Antistrofa L« Las Nereidas dejaron las alturas de Eubea y lleva- ron el escudo, armadura de oro, trabajo de los yunques de Hefesto ~ y por el Pelión y por los hondos valles de 445 la Sagrada Osa, ataiaya de las Ninfas, buscaban al muchacho donde un jinete2’ lo crió como padre para luz de la Grecia, el hijo de la marina Tetis, pie veloz 450 para bien de los Atridas. Estrofa 2.a A alguien que de Ilión venía, en el puerto de Nazi- plio oi decir, ¡oh hijo de Tetis!, que en el orbe de tu 455 ilustre escudo hay estas figuras, terror para los fri- gios: que en la base del escudo, en su borde, Perseo, Literalmente «llevaron de los yunques de Hefesto las fa- tigas del escudo (consistentes en), una armadura de oro”. Según la versión homérica, Aquiles heredé sus célebres armas de Peleo, a quien se las dieron los dioses como regalo de boda. Aquí son las Nereidas quienes le llevan este regalo que Tetis obtiene de Hefesto. 21 Probablemente referido a Quirón, preceptor de Aquiles, como

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piensa DENNISTON, Eurípides: Electra, Oxford, 1938 (en cuyo caso hay que entender pat¿r como predicativo). Schiassi cree que pater hippóías («su padre el jinete») se refiere a Peleo, aduciendo el adje- tivo hippiléta que le aplica HOMERO. 240 TRAGEDIAS el segador de cuellos, sostiene la cabeza de Gorgona 460 con sandalias aladas ~ sobre el mar y con él está Her- mes, pregonero de Zeus, el hijo montaraz de Maya. Antistrofa 2.~ 465 y en medio del escudo brillaba radiante el carro redondo del sol con yeguas aladas y los coros celestes de astros, las Pléyades, las Híades que ante los ojos 470 de Héctor rotaban. Sobre el casco de oro trabajado la Esfinge llevando entre sus uñas un trofeo ganado por sus cantos. En la coraza que rodea sus flancos una leona que respira fuego apresura la marcha con sus 475 zarpas cuando ve al potro de Pirene ~. Epodo. En la homicida lanza saltan cuatro caballos y el pol- vo vuela por sus lomos. ¡Hija de Tindáreo 24, de malos 480 pensamientos, tus amores mataron al rey de guerreros tan esforzados en la lucha! Por tanto, algún día los hijos de Urano te darán la muerte. Sí, todavía he de 485 ver, todavía, la sangre correr por el hierro de tu gar- ganta enrojecida. (Entra por la derecha el viejo es-

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clavo.) ANCIANO. — ¿Dónde, dónde está mi joven señora y dueña, la hija de Agamenón a quien un día yo crié? 490 Bien empinada tiene la subida a la casa para que un viejo arrugado como yo ascienda a pie. Con todo, tra- tándose de amigos he de arrastrar mi espalda doblada y torcida rodilla. (Sale Electra de la casa.) Hija —ahora te veo ya ante la casa—, te traigo de 495 mis ganados este recental que acabo de sacar de de- 22 Son las sandalias aladas, atributo de Hermes como men- sajero divino que este dios prestó a Perseo para esta hazaña. 23 Es la quimera que huye de Pegaso, montado por Bele- rofonte de Corinto (donde está la fuente y el río Pirene). 24 (Imprecación inesperada a) Clitemnestra. ELECTRA 241 bajo de una oveja, y coronas y quesos recién salidos del molde, y este viejo tesoro de Dioniso bien provisto de olor, pequeño, pero para echarlo en bebida más floja que él. Vamos, que alguien lo lleve dentro de la 500 casa para los forasteros, que yo he regado mis ojos de lágrimas y quiero antes secarlas con estos harapos que tengo por manto. ELECTRA. — Anciano, ¿por qué tienes el rostro empa- pado? ¿Es que después de tanto tiempo mis males han avivado tus recuerdos? ¿O acaso lloras el triste exilio 505 de Orestes y a mi padre, a quien criaste entre tus bra- zos sin que pudiera servirte de provecho ni a ti ni a tus amigos? ANCIANO. — Sin provecho, pero con todo no es esto lo que no he podido aguantar. Es que me he acercado a su tumba desviándome del camino. Me postré lío- sio rando, ya que estaba solo, y desatando el hato que traigo para los forasteros, derramé una libación y puse sobre la tumba ramas de arrayán. Pero sobre el mismo altar vi sacrificada una oveja de negro vellón, sangre

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recién derramada y un mechón cortado de pelo rubio. sis Conque me asombró, hija mía, qué hombre había osado acercarse a la tumba. Desde luego no es ningún argivo, ahora que quizá ha venido tu hermano ocultamente y ha honrado, en su retorno, la triste tumba de tu padre. Acerca este mechón a tus cabellos y observa si son 520 del mismo color que este pelo cortado. A quienes tienen la misma sangre paterna suelen nacerles iguales mu- chas partes del cuerpo. ELECTRA. — Anciano, no hablas como corresponde a un hombre sensato, si piensas que mi valeroso herma- 525 no ha venido furtivamente a esta tierra por miedo a Egisto. En segundo lugar, ¿cómo pueden corresponder el pelo de un hombre noble, cuidado para las pales- tras, y el de una mujer, acostumbrado a los peines? Es imposible. Además encontrarás que muchos tienen se- 530 242 TRAGEDIAS mejante el pelo y sin embargo no han nacido de la misma sangre. ANCIANO. — Entonces ve a ponerte en sus huellas, hija, y mira si la pisada de su bota se corresponde con tu pie. sas ELECTRA. — ¿Cómo puede quedar en suelo duro la impronta de los pies? Pero aún si esto fuera posible, no podría ser igual el pie de dos hermanos, varón y mujer. El varón es más robusto.

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ANCIANO. — ¿No existe un vestido tejido por tu lan- zadera por el que reconocieras a tu hermano si regresa 540 a esta tierra, aquel en el que estaba envuelto cuando yo lo sustraje a la muerte? ELECTRA. — ¿No sabes que cuando Orestes se exilió del país yo era todavía niña? Y aún si yo tejiera man- tos, ¿cómo iba a llevar ahora la misma ropa que en- tonces, cuando era niño, a menos que la ropa crezca junto con el cuerpo? 545 Conque o bien se compadeció de su tumba un fo- rastero y cortó su pelo, o uno de aquí burlando a los vigilantes. ANCIANO. — ¿Dónde están los forasteros? Quiero verlos para preguntarles por tu hermano. (Salen Ores- tes y Pílades.) ELECTRA. — Helos aquí que salen de la casa con rápido pie. 550 ANCIANO. — Pues nobles sí son, aunque la aparien- cia no es prueba de buena ley, que muchos de noble cuna son villanos. Sin embargo..., doy la venia a los forasteros: ¡Salud! ORESTES. — Salud anciano.. - Electra, ¿a quién de tus amigos pertenece esta vieja reliquia de hombre? sss ELECTRA. — Él fue quien crió a mi padre, forastero. ORESTES. — ¿Qué dices? ¿Es éste quien ocultó a tu hermano? ELECTRA 243 ELECTRA. — Él fue quien lo salvó, si es que todavía vive. ORESTES. — ¡Eh! ¿Por qué me mira intensamente como si examinara la brillante impronta de una pieza de plata? ¿Es que me compara con alguien? ELECTRA. — Quizá le cumple mirarte, ya que eres 560 de la edad de Orestes. ORESTES. — Sí, de un amigo. Mas, ¿por qué da vuelta a su pie? ELECTRA. — También yo, forastero, me admiro al

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verlo. ANCIANO. — Señora, hija mía Electra, da gracias a los dioses. ELECTRA. — ¿Por qué? ¿Por algo ausente o por algo presente? ANCIANO. — Por recibir un querido tesoro que dios 565 pone ante tus ojos. ELECTRA. — ¡Sea!, invoco a los dioses. ¿Qué quieres decirme ahora, anciano? ANCIANO. — Hija, contempla a éste, a quien tú más amas. ELECTRA. — Hace tiempo que no estás ya en tus cabales. ANCIANO. — ¿Que no estoy en mis cabales por con- templar a tu hermano? ELECTRA. — ¡Anciano!, ¿qué palabras inesperadas 570 has pronunciado? ANCIANO. — Que estás viendo aquí a Orestes, el hijo de Agamenón. ELECTRA. — ¿Qué marca miro en la que pueda con- fiar? ANCIANO. — Una cicatriz junto a la ceja, la que se produjo un día al caerse cuando perseguía contigo a una cervatilla en el palacio de tu padre. ELECTRA. — ¿Qué dices?... Si, veo la prueba de su 575 calda.

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244 TRAGEDIAS ANCIANO. — ¿Y después de esto tardas en postrarte ante tu ser más querido? ELEcTRA. — Ya no, anciano, mi corazón está con- vencido con tus señales. ¡Oh, por fin has aparecido y te tengo inesperadamente. - - ORESTES. — También yo te tengo por fin. 580 ELECTRA. — ... cuando jamás pensaba! ORESTES. — Tampoco yo lo esperaba. ELECTRA. — ¿Eres tú aquél? ORESTES. — Sí, tu único aliado. Si consigo tirar de la red tras la que vengo.. - Y estoy convencido de ello o, de lo contrario, habrá que pensar que ya no hay dioses si la injusticia va a superar a la justicia. 585 CoRo. — Oh día moroso, has llegado por fin, has líe gado, has brillado, has mostrado a las claras una antorcha para la ciudad, un hombre que en fuga ya lejana salió paciente vagabundo de la casa paterna. 590 Un dios, de nuevo un dios arrastra nuestra victoria, amiga. Levanta tus manos, levanta tu voz, lanza tus súplicas a los dioses, que con suerte, con suerte para s~s ti ponga tu hermano su pie en la ciudad. ORESTES. — Bien, guardo en mi corazón el placer de vuestro amable saludo y a su debido tiempo os lo devolveré a mi vez. Y ahora anciano (pues has llegado oportunamente), dime qué podría hacer para castigar al asesino de mi 600 padre y a mi madre, copartícipe de un matrimonio impío ~. ¿Tengo en Argos algún amigo fiel o todo se ha desbaratado como mi suerte? ¿Con quién relacio- narme? ¿De noche o de día? ¿Qué camino podemos emprender contra mis enemigos? 605 ANCIANO. — Hijo mío, no te queda ningún amigo ahora que eres infortunado. ¡Qué suerte significa el 25 MURRAY, siguiendo a WILAMOWITZ, suprime como inter- polado el y. 600, pero no hay razón de suficiente peso para

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dudar de la autenticidad del mismo. ¡ ELECTRA 245 participar lo mismo en lo bueno que en lo malo! Pero tú —pues para tus amigos estabas completamente des- truido y ninguna esperanza les dejaste— has de saber, tras escucharme, que tienes todo en tus manos y en las áio de la suerte. Puedes apoderarte de tu casa paterna y de tu ciudad. ORESTES. — Entonces, ¿qué podría hacer para al- canzarlo? ANCIANO. — Matar al hijo de Tiestes y a tu propia madre. ORESTES. — Ésta es la corona en pos de la cual vengo. Mas ¿cómo me apodero de ella? ANCIANO. — Entrando en los muros no, ni aunque 615 quisieras. ORESTES. — ¿Están provistos de centinelas y de lanceros? ANCIANO. — Bien te has percatado. Egisto tiene mie- do y no duerme bien. ORESTES. — Bien; aconséjame tu ahora, anciano, el paso siguiente. ANCIANO. — Escúchame atentamente, acaba de ocu- rrirseme algo. ORESTES. — ¡Así me manifestaras algo bueno y yo 620 lo captara! ANCIANO. — He visto a Egisto cuando me dirigía hacia acá. ORESTES. — Entiendo lo que dices. ¿En qué lu- gares? ANCIANO. — En el campo, cerca de los pastizales de las caballadas. ORESTES. — ¿Qué hacía? En mi impotencia vislum- bro una esperanza. ANCIANO. — Preparaba un sacrificio a las Ninfas, 625 según me pareció.

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ORESTES. — ¿Por la crianza de sus hijos o por un futuro parto? 246 TRAGEDIAS ANCIANO. — Sólo sé una cosa: preparaba un sacrifi- cio de toros. ORESTES. — ¿Con cuántos hombres? ¿O estaba sólo con esclavos? ANCIANO. — No había ningún argivo, sólo un grupo de sirvientes. 630 ORESTES. — ¿No habrá alguno que me conozca, an- ciano? ANCIANO. — No, son esclavos que nunca te han visto. ORESTES. — ¿Estarían de nuestro lado si vencemos? ANCIANO. — Sí, esto es propio de esclavos y en interés tuyo. ORESTES. — Entonces, ¿cómo podría acercarme un momento a él? 635 ANCIANO. — Poniéndote donde pueda verte al realizar el sacrificio. ORESTES. — Tendrá el campo, como es lógico, junto al camino mismo. ANCIANO. — Sí, donde te verá y te invitará a que participes del banquete. ORESTES. — Amargo compañero de festín tendrá si dios lo quiere. ANCIANO. — Lo demás discúrrelo tú mismo sobre la

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marcha. 640 ORESTES. — Has hablado bien. ¿Y mi madre, dónde está? ANCIANO. — En Argos, pero estará junto a su esposo para la comida. ORESTES. — ¿Por qué no ha hecho el viaje mi madre con su esposo? ANCIANO. — Viene detrás, por temor a las habladu- rías de los ciudadanos. ORESTES. — Comprendo, sabe que la ciudad la odia. 645 ANCIANO. — Así es. Una mujer impura produce re- pugnancia. ELECTRA 247 ORESTES. — Y ¿cómo mataré a aquélla y a éste en el mismo sitio? ELECTRA. — Yo te prepararé el asesinato de la madre. ORESTES. — Sí, que el de aquél seguro que lo dis- pondrá bien la suerte. ELECTRA. — Que la suerte, que es una, nos haga a nosotros dos este servicio 26 ANCIANO. — Así será. ¿Qué clase de muerte andas 650 buscando para tu madre? ELECTRA. — Anciano, ve y di a Clitemnestra esto; anúnciale que soy puérpera por el parto de un niño. ANCIANO. — ¿Diré que has parido hace tiempo o re- cientemente? ELECTRA. — Hace diez días, tiempo en que se puri- fica una parturienta. ANCIANO. — Si, pero ¿cómo puede esto llevar la 655 muerte a tu madre? ELECTRA. — Vendrá para escuchar mis dolores de parto. ANCIANO. — ¿Cómo? ¿Crees, hija mía, que le impor- tas tú algo? ELECTRA. — Sí. Y seguro que llorará la posición hu-

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milde de mi hijo. ANCIANO. — Ouizá; pero, vamos, lleva tus palabras a su meta. ELECTRA. — Bien, si viene es evidente que está per- 660 dida. ANCIANO. — Si, porque se acercará hasta las mis- mas puertas de tu casa. 26 Verso probablemente corrupto. Seguimos a DENNISTON, cuyo mínimo retoque (mía por mén) ofrece un sentido lógico y aceptable. MURRAY acepta el cambio tóde en hóde de TYRWHrrT, con lo que el sujeto sería el viejo (~~que éste nos sirva a nosotros dos”) - k 248 TRAGEDIAS ELEcTRA. — ¿Y no es eso adentrarse un poco por la senda de Hades? ANCIANO. — ¡Así muriera yo una vez que lo haya visto! ELEcTRA. — Sí, pero primero, anciano, señala el ca- mino a Orestes... 665 ANCIANO. — ¿A donde se encuentra ahora Egisto sa- crificando a los dioses?

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ELEcTRA. — . -. y luego llégate a mi madre y comu- nicale mis palabras. ANCIANO. — Lo haré de forma que crea que están saliendo de tu propia boca. ELECTRA. — (A Orestes.) Es hora de que actúes. Te ha tocado la primera sangre. ORESTES. — Con gusto marcho, si alguien guía mis pasos. 670 ANCIANO. — También yo te escoltaré con agrado. ORESTES. — ¡Oh Zeus familiar!, pon en fuga a mis enemigos. ELEcTRA. — Apiádate de nosotros, que hemos su- frido lamentablemente. ANCIANO. — Apiádate, por favor, de tus propios des- cendientes. ELEcTRA. — Y tú, Hera, que presides los altares de Micenas... 675 ORESTES. — ... concédenos victoria si pedimos jus- ticia. ANCIANO. — Sí, y a éstos concédeles castigo que vengue a su padre. ORESTES. — Y tú, padre, que habitas bajo tierra contra toda religión... ELECTRA. — ... Y tú, soberana Tierra a quien dirijo mis manos.. - ANcIANo. — .. defiende, defiende a estos tus ama- dos hijos. - - ELECTRA 249 ORESTES. — - . - ven ahora tomando por aliados a 680 todos los muertos - . - ELECTRA. — - - - al menos cuantos contigo destruye- ron a los frigios en combate. -. ANCIANO. — - - - y cuantos sienten repugnancia por quienes se manchan de sangre impíamente. ELECTRA. — ¿Has oído, oh tú, que tan terrible muer- te sufriste a manos de mi madre? ANCIANO. — Sé que tu padre está oyendo todo esto.

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Ya es hora de marchar. ELECTRA. — Antes que nada te pido, además de esto, 685 que muera Egisto; que si sucumbes en la lucha con calda mortal, también yo soy muerta. No me conside- res viva, pues atravesaré mi vientre con espada de doble filo. Voy a entrar en casa y dispondré todo. Si mc 690 vienen nuevas felices de ti, toda la casa resonará por los gritos; pero si mueres, será al contrario. Esto es lo que te digo. ORESTES. — Ya conozco todo. ELECTRA. — Para esta acción has de ser un hombre. En cuanto a vosotras, mujeres, levantad bien alto, como antorcha, el grito de este combate 27; que yo 695 montaré guardia sosteniendo en mis propias manos la lanza. Si me vencen, jamás rendiré cuentas a mis enemigos para que ultrajen mi cuerpo. (Salen todos.) CoRo. Estrofa 1.a Está en venerable leyenda ~ la historia de que un 700 día Pan, despensero de los campos, tomó a un cordero 27 Frase muy compendiada. Su sentido es: ~levantad bien. como una antorcha (señal), un grito que anuncie el resultado de este combate.. 28 La historia del cordero de oro es la siguiente: los dioses dan a Atreo un cordero de oro, cuya posesión asegura su rea-

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250 TRAGEDIAS 705 de los montes argivos, de hermoso y dorado vellón, de debajo de su tierna madre y lo conducía soplando dulce música con el bien trabado caramillo, Y un he- raldo apostóse en un poyo de piedra y gritó: «Al ágora, 710 al ágora, Miceneos, íd a ver la visión de unos reyes felices.» Y los coros celebraban la casa de los Atrí- das ~. Antistrofa La 715 Se expusieron incensarios de oro; brillaba sobre los altares el fuego en la ciudad de Argos. La flauta, servidora de las Musas, cantaba hermosísimos sones; se desbordaban amables cantos por el cordero de oro. 720 Y luego.. - la trampa de Tiestes; en oculto lecho per- suadió a la esposa querida de Atreo y llevó a su casa aquel portento. Volviendo a la plaza proclama que tiene 725 en su casa la ove ja dotada de cuernos y de vellón de oro. Estrofa 2.a Entonces fue, entonces fue cuando Zeus cambió el 730 curso brillante de los astros y la luz del sol y el blanco rostro de la aurora. El sol cabalgó hacia poniente con la llama ardiente de su fuego divino y las nubes, hen- chidas de agua, hacia la Osa. 735 El asiento de Amón ~ se agostó sin probar el rocío, sin recibir la hermosísima lluvia de Zeus. leza. Tiestes, su hermano, seduce a su esposa y roba el cor- dero proclamándose rey. Zeus, irritado, da la vuelta al curso del universo. 29 Verso corrupto. Deimata, que es evidemennte una glosa de phdsmata, ha desplazado una palabra que se ha perdido. El

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anacronismo Atreiddn of kou no es suficiente para considerar corrupto también el verso siguiente. ~ Egipto y Libia eran los dominios de Amón, dios equiva- lente a Zeus. ELEcTRA 251 Antistrofa 2.a Se dice —mas poco crédito doy31— que el sol de aspecto dorado se tomó cambiando de posición para 740 mal de los hombres, por castigar a los mortales. Los mitos que asustan a los hombres son convenientes para el culto de los dioses. Te olvidaste de ellos y 745 mataste a tu esposo, oh hermana de gloriosos her- manos ~ (Se oyen gritos lejanos.) CORIFEO. — ¡Eh, eh, amigas! ¿Habéis oído un grito, como un trueno subterráneo de Zeus? ¿O me ha sobre- venido una impresión falsa? Mira, aquí se eleva un sonido bien claro. Electra, 750 mi señora, traspón el umbral de esta tu casa. (Sale Electra con una espada.) ELECTRA. — Amigas, ¿qué sucede? ¿En qué punto estamos del combate? CORIFEO. — Sólo sé una cosa: estoy oyendo un la- mento de muerte. ELEcTRA. — También yo acabo de oírlo, en la lejanía desde luego, pero con todo.. - CORIFEO. — De lejos viene el sonido, pero es claro en verdad. ELEcTRA. — Es el gemido de un argivo. ¿Será de 755 mis amigos? CORIFEO. — No sé, pues los timbres de voz se con- funden por completo. ELECTRA. — Esta señal que me das es de deguello. ¿A qué aguardamos? 31 Eurípides, el racionalista, critica abiertamente esta his- toria y la considera simplemente un mito que «asusta a los hombres>, aunque acepta su conveniencia para el culto divino.

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Con ello niega la maldición hereditaria de la casa de Atreo y desbarata de un golpe la base teológica de la concepción trá- gica de Esquilo. 32 Clitemnestra era hermana de Cástor y Polideuces (cf. verso 1239). 252 TRAGEDIAS CORIFEO. — Espera a enterarte con certeza sobre tu destino. ELEcTRA. — No puedo, estamos vencidos, pues.. - ¿dónde están los mensajeros? 760 CoRIFEo. — Ya vendrán. No es nada fácil matar a un rey. (Entra un servidor de Orestes.) MENSAJERO. — Victoriosas mozas de Micenas, anun- cio a todos mis amigos que Orestes ha vencido y que Egisto, asesino de Agamenón, yace postrado en tierra. Conque es fuerza orar a los dioses. 765 ELECTRA. — ¿Quién eres tú? ¿Cómo puedo creer lo que me comunicas? MENSAJERO. — ¿No me conoces de yerme como acompañante de tu hermano? ELEcTRA. — Amigo mío, he tenido dificultad de reco- nocer tu rostro por culpa del miedo, pero ahora ya te conozco. ¿ Qué dices? ¿ Ha muerto el repugnante ase- sino de mi padre? 770 MENSAJERO. — Ha muerto. Por segunda vez te digo lo mismo, ya que te agrada. ELEcTRA. — Oh dioses —y tú, Justicia que todo lo

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ves, por fin has llegado-. ¿De qué forma, con qué clase de muerte ha acabado con el hijo de Tiestes? Quiero saberlo. 775 MENSAJERO. — Cuando salimos de esta casa, toma- mos la carretera de doble calzada en dirección al lugar donde se encontraba el ilustre rey de Micenas. Re- sulta que éste paseaba por un huerto bien regado cor- tando para su cabeza ramos de tierno mirto. Al vernos 780 gritó: «Hola, forasteros, ¿quiénes sois, de dónde venís y de qué tierra procedéis?» «Tesalios —contestó Ores- tes—, y nos dirigimos al Alfeo para hacer un sacrificio a Zeus Olímpico.> Al oír esto dijo Egisto: <Pero ahora 785 debéis quedaros con nosotros para acompañarme en un banquete. Me encuentro a punto de ofrecer un sa- crificio a las Ninfas. Si os levantáis a la aurora, os L ELECTRA 253 resultará lo mismo. Conque vayamos a casa (y al tiempo que esto decía nos tomó de las manos y nos conducía); no habéis de negaros.» Cuando estuvimos 790 en su casa dijo ~ «Que alguien prepare en seguida un baño para los forasteros, a fin de que puedan acercarse al agua lustral y al altar.» Pero Orestes dijo: «Acabamos de purificarnos con un baño en las limpias corrientes del río. Mas si es 795 fuerza que unos forasteros participen del sacrificio con los ciudadanos, entonces, rey Egisto, estamos dispues- tos, no nos negamos.» Así que ésta fue la conversación que sostuvieron entre sí. Los esclavos depositaron las lanzas —protec- ción de su señor— en el suelo y pusieron todos manos a la obra: unos llevaban las victimas, otros portaban soo canastas, otros encendían fuego y ponían calderos junto al hogar. En fin, toda la casa rebullía. El amante de tu madre tomó. granos de cebada y los arrojó al altar diciendo estas palabras: «Ninfas de 805 las rocas, que podamos sacrificar muchas veces yo y

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mi esposa, la hija de Tindáreo que está en la casa, con buena suerte como ahora, y nuestros enemigos con mala (refiriéndose a Orestes y a ti). Pero mi señor, sin proferir en voz alta sus palabras, pedía lo contrario, recobrar la casa paterna. 810 Tomó Egisto de la canasta un cuchillo afilado, cortó un mechón al ternero y lo puso con su diestra sobre el fuego sagrado. Finalmente descargó el cuchillo sobre la paletilla del ternero mientras lo sujetaban los esclavos en sus brazos, y dijo a tu~hermano estas palabras: «Entre las 815 buenas cosas de que se jactan los tesalios está el que despiezan bien un toro y sujetan a los caballos. Toma el hierro, forastero, y demuestra que la fama de los 33 Wn.A,a¡owlTz considera interpolado el y. 790. 254 TRAGEDIAS tesalios es legítima.» Entonces Orestes asió con sus 820 manos una dorisTM bien forjada y, dejando caer de sus hombros el magnífico manto, apartó a los esclavos y tomó a Pílades por ayudante en la tarea: asió al ter- nero por la pata y con el brazo extendido dejó desnuda su blanca piel. Así que desolló el cuero con más rapidez que un 825 corredor completa a caballo la doble carrera y cortó los lomos. Egisto examinó en sus manos la víctima: las en-

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trañas carecían de lóbulo y las fisuras y receptáculos del hígado anunciaban la llegada cercana de algún mal 830 a quien las observaba. Ensombreciose Egisto y le pre- guntó mi señor: «¿Por qué esa congoja?» «Forastero, temo el engaño de un hombre ausente. En verdad, es el hijo de Agamenón el que más me odia de los hom- bres y el mayor enemigo de mi casa.» Y éste contestó: 835 «¿Y temes el engaño de un exiliado tú que gobier- nas esta ciudad? ¿No me traerá alguien un tajo de Ptía en vez de la doris para partir las costillas y que nos banqueteemos con las carnes?» Y tomándola, las tro- ceó. Egisto entonces tomó las entrañas y las obser- 840 yaba dividiéndolas. Y mientras se agachaba, tu her- mano se puso de puntillas, le hundió el cuchillo hasta las vértebras y le desgarró los músculos de la espalda. Todo el cuerpo se convulsionó de arriba abajo y daba alaridos mientras moría de mala muerte. Los esclavos que lo vieron saltaron prestos al 845 combate. Eran muchos para luchar contra dos, pero Pílades y Orestes se mantuvieron por hombría agitando enfrente sus venablos. Y éste dijo: «No he venido 850 como enemigo de la ciudad ni de mis servidores. Soy 34 Cuchillo especial para despellejar un animal; toma su nombre del lugar donde se hacían (cf. una «Toledo>, ref. a las espadas). SCHIAssI (pág. 151) piensa que pudo originariamente ser doris (cf. d¿rc5 «despellejar>). 1 1

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L ELECTRA 255 el desventurado Orestes y acabo de tomarme venganza del asesinato de mi padre. Conque no me matéis, anti- guos esclavos de mi padre.» Y éstos, luego que oyeron sus palabras, contuvieron las picas —pues lo recono- ció un viejo del palacio-, y al pronto coronaron la cabeza de tu hermano profiriendo gritos de alegría. 855 Está en camino para mostrarte la cabeza no de la Gorgona, sino de Egisto, a quien tú odias. Sangre por sangre ha venido, préstamo amargo para quien acaba de morir ~ (Sale.) CoRo. Estrofa. Amiga, pon tu huella en el coro, levantando radiante 860 como un cervatillo tu salto hasta el cielo. Ha ganado una corona de victoria tu hermano; no la de junto a las aguas de Alteo ~. ¡Ea! Canta un himno de victoria para acompañar mi danza. 865 ELEcTRA. — ¡Oh luz, oh brillo de la cuadriga de Helios, oh tierra y oscuridad nocturna que antes yo veía! Las ventanas de mis ojos son libres ahora que ha caído Egisto, matador de mi padre. Vamos, amigas, voy a traer cuantas joyas tengo 870 y me guarda la casa para adornar mi pelo. Y voy a co- ronar la cabeza de mi hermano victorioso. CORO. Antistrofa. Sí, tú levanta la cabeza adornada, que nosotras dan- 875 zaremos una danza querida de las Musas. Ya van a go- ~ La idea que subyace a esta frase, la verdadera idea mo- triz de toda la tragedia griega, es que un crimen genera otro crimen. Egisto había tomado prestada la sangre de Agamenón:

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préstamo que él reembolsa con su propia sangre. 36 1. e. más importante. En una glosa así debió surgir la corrup- ción del y. 863, como agudamente observó MURRAY. El Alfeo es el rio de Olimpia. 256 TRAGEDIAS bernar el país nuestros amados reyes de otro tiempo ahora que han matado con justicia a los injustos. ¡Eai Vayan nuestros gritos al unísono con la alegría. (Entran Pílades y servidores con el cadáver de Egistoj 880 ELEcTRA. — ¡Orestes victorioso, nacido de un padre vencedor de la guerra de Ilión! Acepta esta banda para los bucles de tu pelo. Has llegado a casa no después de recorrer una prueba inútil de seis pletros, sino de 885 matar al enemigo Egisto, el que mató a tu padre y mío. Y tú, Pílades, escudero, discípulo del hombre más piadoso ~‘, acepta esta corona de mis manos; pues en esta lucha tú llevas una parte igual a la de éste. Que siempre os vea felices. 890 ORESTES. — Electra, considera primero a los dioses autores de esta suerte y luego elógiame como a ser- vidor de los dioses y de Fortuna. Aquí estoy ahora que he matado a Egisto de obra, no de palabra. Y para 895 contribuir al conocimiento claro del hecho, aquí te traigo el cadáver mismo a fin de que, si quieres, lo expongas para carnaza de las fieras o lo empales y claves como presa de las aves, hijas del éter. Ahora

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es tu esclavo quien antes recibía el nombre de señor ~. 900 ELEcTRA. — Siento vergúenza, pero con todo deseo decir... OREsTEs. — ¿Qué cosa? Habla, pues ahora sí estás libre de temores. ELECTRA. — ... de ultrajar a los muertos, no vaya a ser que incurra en odio. ORESTES. — No existe quien pueda reprocharte nada. ELEcTRA. — La ciudad es implacable con nosotros y gusta de murmurar. 905 ORESTES. — Hermana, habla si algo quieres decir, pues con éste hemos entablado una lucha sin tregua. 3~ Su padre Estrofio. 38 Conservamos como genuino el y. 899, como casi todos los editores. ELECTRA 257 ELEcTRA. — Bien. (Dirigiéndose al cadáver.) ¿Qué co- mienzo daré a mis palabras, para maldecirte, o qué final? ¿Qué palabras pondré en el medio? 1Y eso que 910 nunca dejaba de repetir cada mañana lo que quena decirte a la cara, si de verdad conseguía yerme libre de mis miedos de antes! Pues bien, ya lo estoy y quiero dedicarte todos los insultos que deseaba decirte cuando vivías. Me arruinaste haciéndome huérfana de mi querido padre, como a éste ~ sin recibir tú daño alguno; des- 915 posaste vergonzosamente a mi madre y mataste a un hombre que condujo el ejército griego, tú que no marchaste contra los frigios. Llegaste hasta tal punto de torpeza que pensabas 920 que desposando a mi madre no iba a ser mala contigo- Y mancillabas el lecho de mi padre. Entérate bien, cuando uno corrompe a la mujer de otro y se ve for- zado a tomarla en cama furtiva es un pobre hombre si cree que la que no pudo ser continente con aquél puede serlo con él. Vivías entre los mayores tormen- 925

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tos, aunque no parecías vivir mal, pues sabías, si, sa- bías que el tuyo era un matrimonio ilegal y mi madre que había tomado por esposo a un impío. Ambos erais malvados y os habéis privado mutua- mente ella a ti de tu prosperidad, tú a ella de su honor ~. Ya oías lo que se decía entre los argivos: «El marido 930 de su esposa...», no «la mujer de su marido». Y en verdad es feo que sea la mujer, y no el hombre, quien manda en una casa. Aborrezco a los hijos que en una 935 ciudad no reciben el nombre de su padre, sino el de la madre. Cuando un hombre casa con mujer notable 39 1. e. Orestes. 40 Frase interpretada de muy varias maneras cuando no considerada ininteligible. Nuestra traducción sigue la interpre- tación de KIRcH H 0FF. 1. 258 TRAGEDIAS y superior a él no se habla del hombre, sino de la mujer. Te creías alguien por apoyar tu fuerza en la rique- za, y eso fue lo que más te engañó a ti, que desconocías muchas otras cosas. La riqueza no vale nada si no es 940 por el breve tiempo que se está con ella. Lo firme es

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la naturaleza, no la riqueza. La primera siempre per- manece y acaba con la desgracia, en cambio la riqueza que, acompaña al injusto y al torpe acaba volando de su casa tras florecer por breve tiempo. 945 En lo que respecta a las mujeres, callaré —pues no está bien a una virgen hablar—, pero lo manifestaré veladamente de forma que se entienda. Eras altanero, ¡como que poseias una mansión real y estabas dotado de belleza! Pero tenga yo un esposo no con aspecto 950 afeminado, sino al estilo varonil. Los hijos de éstos últimos son afectos a Ares, en cambio los guapos son un mero adorno de los coros. Al infierno, tú que has pagado tu pena sin conocer nada de lo que, por fin, se te encuentra culpable. 955 De la misma forma, que nadie crea que ha vencido a Justicia, por haber corrido bien el primer tramo, antes de que se acerque a la línea y doble la meta de la vida. CORIFEO. — Terribles fueron sus actos y terrible la compensación que os ha pagado a ti y a éste. En ver- dad, grande es el poder de Justicia. ELEcTRA. — Bien. Esclavos, hay que introducir su 960 cadáver y ocultarlo para que, cuando venga mi madre, no vea el cadáver antes de su propia muerte. ORESTES. — Espera, pasemos a considerar otra cosa. ELEcTRA. — ¿Qué? ¿No estoy viendo tropas que vienen desde Micenas? ORESTES. — No, sólo la madre que me alumbró. 965 ELEcTRA. — ¡Qué bien camina hacia el centro de la red!... y relumbra, eso sí, con su carro y sus arreos. L ELECTRA 259 ORESTES. — Entonces, ¿qué hacemos con nuestra madre? ¿La mataremos? ELEcTRA. — ¿Acaso te ha entrado compasión ahora que has visto su figura? ORESTES. — ¡Ay! ¿Cómo voy a matar a la que me

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crió, a la que me parió? ELECTRA. — Igual que ella mató a tu padre y al mío. 970 ORESTES. — ¡Oh Febo, grande es la insensatez que has pronunciado en tu oráculo! ELECTRA. —Pues si Apolo es torpe, ¿quiénes son los sabios? ORESTES. — ... tú que me has ordenado matar a mí madre, a quien no debía. ELECTRA. — ¿Qué daño puedes recibir por vengar a tu propio padre? ORESTES. — Tendré que desterrarme como matricida, 975 yo que antes era puro. ELECTRA. — No serás impío por defender a tu padre. ORESTES. — Pero de mi madre... ¿a quién rendiré cuentas..por su muerte? ELECTRA. — ¿Y a quién rendirás cuentas si abando- nas la venganza de tu padre? ORESTES. — ¿No me habrá aconsejado esto un alás- tor4’ tomando la figura del dios? ELECTRA. — ¿Sentado sobre el sagrado trípode? No 980 lo creo. ORESTES. — Pues tampoco podría yo tener por bueno este oráculo. ELECTRA. — ¡No vayas a acobardarte y caer en fla- queza! ORESTES. — ¿Entonces le preparo a ella el mismo engaño? 41 Genio vengador (etimológicamente «el que no olvida o perdona”, <*a.lath.. Otros lo relacionan con alaós <~ciego” o «invisible»).

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260 TRAGEDIAS ELEcTRA. — El mismo con que destruiste a su es- poso, matando a Egisto. 985 ORESTES. — Me pondré en camino. Terrible es la tarea que emprendo y terrible lo que voy a hacer, pero si los dioses lo han decidido, sea. Este combate me será amargo y dulce a la vez. (Entran Orestes y Pílades. Aparece Clitemnestra en un carro lujoso.) CORO. — Oh reina de la tierra argiva, hija de Tin- 990 dáreo y hermana de los nobles gemelos hijos de Zeus que habitan entre los astros en el éter ardiente y tienen la prerrogativa de salvar a los mortales entre las olas del mar. ¡Salud! Yo te venero igual que a las felices 995 diosas por tu riqueza, por tu gran opulencia. Es mo- mento de rendir pleitesía a tu suerte. Salud, reina. CLITEMNESTRA. — Troyanas, descended del carro y tomad mi mano para que ponga mi pie fuera de él. íooo Que los templos de los dioses están adornados con los despojos frigios, pero yo tengo en mi palacio a éstas, lo más escogido de la Tróade; pequeño regalo, pero hermoso, a cambio de la hija que perdí. ELECTRA. — Madre, ¿ tomaré tu mano afortunada yo íoos que he sido arrojada del palacio de mi padre y habito una infeliz morada? CLITEMNESTRA. — Aquí están las esclavas, no te mo- lestes tú. ELEcTRA. — ¿Pues qué? También a mí me expulsaste del palacio como a una prisionera. Destruido el palacio, ioio destruidas fuimos —como éstas—, quedando huérfa- nas de padre. CLITEMNESTRA. — Con todo, pareja decisión tomó tu padre contra quienes entre los suyos en modo alguno debía haber tomado.

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Hablaré..., que cuando la mala fama se apodera de una mujer, en su lengua se asienta una cierta amargura. ELECTRA 261 En lo que a mí se refiere, no está bien. Atendiendo tois a los hechos, si tienes razón en odiarme, es justo que me odies, pero si no, ¿a qué esa repugnancia por mí? Tindáreo me entregó a tu padre no para que mu- riera yo ni aquéllos a quienes yo engendrara. Pero 1020 aquél convenció a mi hija con la boda de Aquiles y se marchó llevándola a Áulide, de buen anclaje para las naves. Allí la extendió sobre un altar y segó el blanco cuello de Ifigenia. Si hubiera inmolado a una en beneficio de muchos, para ganarse la toma de Troya o por beneficiar a su 1025 casa y salvar a sus otros hijos, habría sido perdonable. Ahora bien, destruyó a mi hija porque Helena era lasciva y el que la tomó por esposa no supo castigar a la traidora. Con todo, ni por esto habría cometido 1030 la crueldad de matar a mi esposo, ofendida como había sido. Pero vino con una enloquecida doncella poseída de dios y la introdujo en mi cama; conque éramos dos novias alojadas en la misma casa. En efecto, casquivana es la mujer, no digo que no; 1035 pero cuando, sentado esto, el marido comete el yerro de rechazar la cama que tiene en casa, la mujer quiere imitar al marido y buscarse un nuevo amante. Y luego los reproches resplandecen en nosotras y en cambio los hombres, los culpables, no llevan la mala 1040 fama. ¿Es que si Menelao hubiera sido raptado a ocultas de su palacio, tenía yo que matar a Orestes para salvar al esposo de mi hermana? Entonces, ¿cómo habría lle- vado esto tu padre? ¿ Es que no tenía él que morir habiendo matado a uno de los míos, y yo había de 1045 sufrir este trato por su parte? Lo maté, me dirigí a sus enemigos 42 tomando el camino más fácil. Pues

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42 1. e. Egisto. 262 TRAGEDIAS ¿quién de los míos habría sido mi cómplice en la muerte de tu padre? Habla, si algo quieres decir, y replícame con liber- 1050 tad que tu padre no murió con justicia. CORIFEO. — Has hablado con razón, pero tu justicia está envuelta en verguenza. Toda mujer ha de ceder ante su esposo, la que sea sensata. La que opine de otra forma, no ha llegado al sentido de mis palabras ‘3. 1055 ELECTRA. — Madre, recuerda las últimas palabras que has pronunciado concediéndome libertad para hablar. CLITEMNESTRA. — También ahora lo afirmo y no me niego, hija. ELEcTRA. — ¿No me harás daño, madre, después de oírme? CLITEMNESTRA. — No puedo, a tu opinión opondré mi dulzura. ío~o ELEcTRA. — Hablaré y éste será el comienzo de mi proemio: ¡ojalá hubieras poseído, madre, mejor ca- beza! Justo es que atraigan alabanzas la belleza de He- lena y la tuya; ambas sois hermanas, casquivanas las 1065 dos e indignas de Cástor. La una se perdió por dejarse raptar de buen grado y tú has perdido al mejor hom-

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bre de Grecia con la excusa de que matabas a tu es- poso en compensación por una hija. Pero no te conocen bien, como yo. ¡Tú, la que antes de que se decidiera 1070 la inmolación de tu hija y, apenas partido tu esposo de casa, cuidabas los rubios bucles de tu pelo ante el espejo! Mujer que en ausencia del marido se esfuerza en embellecerse se tacha a sí misma de mala. A menos 1075 que busque algún mal, en nada le conviene mostrar en la calle un rostro hermoso. Tú eres la única de las 43 MURRAY condena los vv. 1097-1099, siguiendo a HARThNG, por el hecho de que ESTOBEO (cf. 72.4) los atribuye a Las Cre- tenses; y el 1100 y 1101 siguiendo a HARrUnO y NAUCK, respecti- vamente. ELECTRA 263 griegas, que yo sepa, que te alegrabas si los troyanos tenían un éxito; y si fracasaban, tus ojos se ensom- brecían porque no deseabas que Agamenón regresara de Troya. ¡Con los buenos motivos que tenias para ser 1080 recatada!; tenias un marido, en nada inferior a Egisto, a quien la Grecia eligió como su conductor, y una vez que tu hermana Helena había realizado tamaña acción, podías tú haber cobrado una gran gloria. Pues los malos constituyen un escarmiento en beneficio de los 1085 buenos y atraen la atención. Si, como dices, mi padre mato a su hija, ¿en qué te faltamos yo y mi hermano? ¿Por qué no estrechaste nuestros lazos con la casa paterna tras matar a tu esposo, en vez de aportar a tu matrimonio bienes aje- nos comprando su amor con dinero? 1090 Tu marido no ha sido exiliado a cambio del exilio de tu hijo ni ha muerto a cambio de mi muerte, dos veces mayor que la de mi hermana, pues me mató en vida. Si un crimen se sienta como juez para exigir otro crimen a cambio, yo te mataré —con tu hijo Orestes— 1095 por vengar a mi padre. Que si aquello fue justo, tam- bién hay justicia en esto.

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Quien casa con mujer malvada por su riqueza o noble cuna es necio. Casamiento modesto, pero pru- dente, es mejor en una casa que matrimonio notable. CORIFEO. — El azar gobierna el matrimonio de las ííoo mujeres. Veo que de los humanos unas jugadas salen bien, mal otras. CLITEMNESTRA. — Hija, tú has nacido para amar a tu padre por siempre. También sucede que unos están de parte del padre, mientras que otros aman a su madre más que al padre. Te perdono, pues en verdad tíos no me alegro en exceso de mis acciones. ¿Así de sucia y mal vestida has salido de tus labores de parto? ¡Ay, pobre de mí, por mis decisiones, por haber empujado ííío a mi esposo a la ira más de lo debido! 264 TRAGEDIAS ELECTRA. — Tarde te lamentas cuando ya no tienes cura. Bien, mi padre ha muerto. ¿Por qué, entonces, no haces venir de fuera a tu hijo que anda errante? CLITEMNESTRA. — Tengo miedo y miro por mis inte- 1115 reses, no por los suyos. Está encolerizado, según dicen, por la muerte de su padre. ELEcTRA. — ¿ Por qué, entonces, tienes a tu esposo enfurecido contra nosotros? CLITEMNESTRA. — Ése es su carácter. También tú eres obstinada por naturaleza. ELEcTRA. — Porque sufro. Pronto dejaré de enfure-

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cerme. CLITEMNESTRA. — Entonces tampoco él estará más tiempo resentido contra ti. 1120 ELECTRA. — Muchos son sus humos. Ahora lo cobija mi morada... CLITEMNESTRA. — ¿Ves? Ya estás atizando nuevas disputas. ELEcTRA. — Callaré, pues le temo como le temo ~ CLITEMNESTRA. — Pon fin a esas palabras. Bien. ¿Por qué me has llamado, hija? 1125 ELEcTRA. — Creo que has oído sobre mi parto. Ofre- ce en mi lugar —pues yo no sé— un sacrificio en la décima luna de mi hijo, como es costumbre. Que yo no estoy avezada por no haber parido en el pasado. CLITEMNESTRA. — Eso es trabajo de otra, de la que te ayudó en las labores de parto. ELECTRA. — Yo misma me asistí, yo sola pan a mi hijo. 1130 CLITEMNESTRA. — ¿Tan aislada de vecinos se encuen- tra esta casa? “ Expresión eufemística típica de Eurípides (cf. Vv. 85, 289; Medea 889, 1011; Hécuba 100; Troyanas 630), que aquí en- cierra una gran ironía. ELECTRA 265 ELECTRA. — Nadie quiere tener a los pobres por amigos - CLITEMNESTRA. — Marcharé entonces a ofrecer a los dioses un sacrificio por tu hijo en el día prescrito, y cuando te haya hecho este favor iré al campo donde mi esposo sacrifica a las Ninfas. Vamos, esclavos, arri- 1135 mad este carro a los pesebres y cuando creáis que he terminado el sacrificio a los dioses, presentaos aquí; que también he de dar gusto a mi marido. (Salen los esclavos con el carro.)

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ELECTRA. — Entra en casa de un pobre. Cuidado no 1140 vaya a quemar tu túnica este techo ahumado, pues vas a realizar el sacrificio que los dioses te exigen. (Entra Clitemnestra.) La cesta está preparada y afilado el cuchillo que mató al toro ~ cerca del cual vas tú a caer herida. Vas a desposar, también en Hades, al hombre con 1145 quien dormías en vida. Éste es el favor que yo voy a hacerte, esta es la satisfacción que tú vas a pagarme por mi padre. (Entra Electra.) CoRo. Estrofa 1.a Mal por mal: los vientos de esta casa soplan con- trarios. Aquel día cayó en el baño mi señor, mi señor, y resonó el techo y las pétreas cornisas de la casa uso mientras decía: «¡Desdichada esposa, ¿por qué me matas cuando vuelvo a mi patria después de diez se- menteras?» Antistrofa 1.» <El tiempo> ~ en su retorno se cobra retribución ííss por la unión extraviada de esta mujer que, sosteniendo ~5 1. e. Egisto, considerado como víctima de un sacrificio. 46 Faltan dos versos cuya responsión forman los vv. 1162- 1163. En ellos probablemente estaba la palabra <tiempo~<, como señala MURRAY.

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266 TRAGEDIAS en sus manos el arma afilada, asiendo el hacha, maté a su marido cuando al fin volvió a casa y a los muros 1160 ciclópeos que llegan al cielo. ¡Desdichado esposo! ¿Qué mal se apoderó de la desgraciada? Como leona monta- raz, que frecuenta los pastos de los bosques, llevó hasta el final este crimen. 1165 CLITEMNESTRA. — (Desde dentro.) ¡Hijos, por los dio- ses, no matéis a vuestra madre! CoRo. — ¿Oyes los gritos bajo el techo? CLITEMNESTRA. — ¡Ay, ay de mi! CoRo. — También yo gimo por la que ha muerto a manos de sus hijos. En verdad dios reparte justicia 1170 cuando llega el momento. Crueldad has sufrido, im- píamente obraste —¡desdichada!— contra tu esposo. (Salen todos de la casa. El eccíclema expone los cadá- veres de Clitemnestra y Egisto.) CORIFEO. — Mas helos aquí que ponen su pie fuera de la casa teñidos con la .sangre reciente de su madre, demostrando que huyen de su triste llamada. 1175 No existe ni ha nacido nunca otra casa más infor- tunada que la de los Tantálidas. Estrofa 2.8 ORESTES. — ¡Tierra y Zeus que ves todo lo mortal! Contemplad esta acción de muerte odiosa: dos cuer- uso pos en tierra postrados, a golpes de mi mano, en pago de mis mise rías ~. ELECTRA. — Hermano, sí, deplorable en exceso, pero yo soy culpable. ¡Pobre de mí! Me consumí en odio contra esta mi madre que me parió mujer.

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47 Se puede postular, metri causa, que faltan cuatro sílabas en el y. 1182 o un metro yámbico y todo el verso que le seguía (dimetro yámbico). ELEcTRA 267 CoRo. — ¡Ah, qué suerte, madre, qué suerte la tuya 1185 que pariste vengadores y sufriste desdichas sin límites a manos de tus hijos! ¡Con justicia has pagado la muerte de su padre! Antistrofa 2.8 ORESTES. — Oh Febo, invisible es la justicia que can- 1190 taste, pero bien visibles los dolores que has cobrado: ¡me has dado un lecho de asesino lejos de la tierra griega! ¿A qué otro pueblo marcharé? ¿Qué huésped, “95 quién que sea piadoso pondrá sus ojos en mi rostro de matricida? ELEcTRA. — ¡Ay, ay de mí! Y yo, ¿adónde?, ¿a qué coro, a qué boda marcharé? ¿Qué esposo me aceptará en su cama nupcial? 1200 CoRo. — Otra vez, otra vez tu pensamiento ha cam- biado con el viento. Ahora albergas sentimientos pia- dosos, antes no los tenias e hiciste algo terrible a tu 1205 hermano, amiga, que no quería. Estrofa 3a ORESTES. — ¿Viste cómo la desdichada sacaba del manto y mostraba su pecho en el momento de morir —¡ay de mi!—, poniendo en el suelo los miembros que me dieron vida? Yo por el pelo.. - CoRo. — Lo sé bien, el dolor te consumió cuando 1210 oías el lamento de dolor de una madre, la que te parió. Antistrofa 3a ORESTES. — este fue el grito que lanzaba poniendo 1215 sus manos en mi rostro: «¡Hijo mío, piedad!», y se colgaba de mi cuello hasta que el arma cayó de mis

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manos. CoRo. — ¡Desventurada! ¿Cómo sufriste ver con tus propios ojos la muerte de tu madre expirante? 1220 268 TRAGEDIAS Estrofa 4a ORESTES. — Yo puse el manto sobre mis ojos y di comienzo con la espada al sacrificio hundiéndola en el cuello de mi madre. 1225 ELEcTRA. — Y yo te animaba al tiempo que ponía mano a la espada. CoRo. — Has cometido el más terrible crimen. Antistrofa 4» ORESTES. — Tonta, cubre los miembros de mí madre con el manto y cierra sus heridas. ¡En verdad alum- braste a tus propios asesinos! 1230 ELEcTRA. — ¡Ved cómo ponemos este manto sobre quien era amiga y a la vez no amiga! CoRo. — Éste es el límite de la desgracia para la casa. (Aparecen los Dioscuros sobre el palacio.) CORIFEO. — Mas he aquí que sobre lo más alto del palacio han aparecido... ¿Quiénes serán, démones ~ 1235 0 alguno de los dioses del cielo? Pues no es éste el camino de los hombres. ¿Por qué se aparecerán a nues- tra vista de mortales? C~&STOR ~ — Escucha, hijo de Agamenón. Te llaman 1240 los Dioscuros, hermanos gemelos de tu madre, Cástor

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y mi hermano Polideuces, aquí presente. Acabamos de llegar a Argos después de poner fin a la galerna que amenazaba a una nave ~, cuando vimos la muerte de 4~ Aquí «divinidades de rango inferior» (por oposición con- textual a los olímpicos). En general tiene un valor neutro (~ dios) frente a las divinidades particulares cuando no interesa especificar de cuál se trata, o anafórico (= el dios antes citado). 49 Los editores en general atribuyen este parlamento a ambos Dioscuros, aunque los Mss. no lo señalan. Con BOTHE creemos que debe ser Cástor sólo el que habla, sobre todo porque en y. 1240 presenta a su hermano («y éste que aquí veis es Polideuces»). 50 Ya WIL’~Mowrn señaló que no se trata de una nave cualquiera, sino de la de Menelao y Helena (cf. Helena 1163 y ELECTRA 269 esta hermana nuestra y madre tuya. Ella ha recibido su merecido, pero tú no has obrado con justicia. Y 1245 Febo... (mas callaré, pues es mi soberano) con ser sabio no te ha aconsejado sabiamente con su oráculo. Mas es fuerza resignarse y desde ahora has de cumplir lo que Moira 51 y Zeus han decretado sobre ti. Entrega Electra a Pílades como esposa y abandona Argos. No 1250 te está permitido poner el pie en esta ciudad ahora que has matado a tu madre. Las terribles Keres 52, las diosas de cara perruna, te harán dar vueltas enloquecido como una rueda. Pero ve a Atenas y abrázate a la santa imagen de Palas; ella 1255 las asustará e impedirá que te toquen con sus terri- bles serpientes, tendiendo sobre tu cabeza su escudo con la Gorgona. Hay una colina de Ares donde los dioses se sentaron por primera vez a votar en un crimen de sangre, cuando el cruel Ares mató a Hali- 1260 rrocio, hijo del rey del mar, enfurecido por la impía unión con su hija. Allí el voto es sagrado y firme desde entonces a los ojos de los dioses; allí debes también tú ser juzgado por el crimen. Te salvará de morir ajus- 1265

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ticiado el que el número de votos depositados será igual, pues Loxias cargará con la culpa por empujarte con su oráculo al matricidio. Y ésta será la lev vigente para los venideros: que gane siempre el acusado con igualdad de votos. siguientes), a los que se alude un poco más adelante (y. 1279 y sigs.). 51 Personificación del Destino (etimológicamente “parte, porción») independiente y superior a los dioses. Aquí unida a Zeus en términos de igualdad; incluso, a veces, se subordina a este y equivale (especialmente en Esou¡Lo, Suplicantes 673) a la ley antigua de Zeus. 52 En la tragedia pluralizadas e identificadas con las Erinis (diosas vengadoras del parricida). Originariamente, sin embar- go, K~r es un démon destructor, hijo de Noche y hermano de Muerte. 270 TRAGEDIAS 1270 Así que las terribles diosas, abrumadas por el dolor, harán que se abra junto a la colina misma una sima, oráculo piadoso y venerando para los mortales. También has de vivir junto a las riberas del Alfeo, 1275 en una ciudad arcadia, cabe el templo de Liceo; y la ciudad recibirá tu nombre. Esto es lo que a ti te digo. En cuanto al cadáver de Egisto, los ciudadanos de Argos lo ocultarán en una

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tumba. A tu madre la enterrarán Menelao (que se en- cuentra desde hace poco en Nauplia, desde que tomó 1280 la tierra troyana) y Helena. ~sta ha llegado del palacio de Proteo en Egipto y nunca fue a Troya; Zeus envió a Ilión un simulacro ~ de Helena para enzarzar a los humanos en disensiones y muertes. 1285 En fin, que Pílades abandone la tierra aquea y re- grese a su hogar con una virgen y esposa a la vez; que lleve también a la tierra focense a tu cuñado de nom- bre ~ y le cargue de riquezas. En cuanto a ti, enfila el cuello del Istmo y dirígete a pie hacia la próspera 1290 ribera de Cecropia 55; que cuando hayas cumplido el destino que te señaló como homicida, serás feliz libre de estos sufrimientos. CORIFEO. — Hijos de Zeus, ¿se nos perníite acercar- nos a vuestra voz? C~5TOR. — Sí, pues no estáis contaminadas por este crimen. 1295 ELECTRA. — ¿Puedo hablar yo, Tindáridas? CÁSTOR. — También tú; atribuiré a Febo esta acción crint mal. CORIFEO. — ¿Por qué siendo dioses los dos y herma- 1300 nos de la víctima no habéis alejado a las Keres del palacio? 53 La historia del simulacro de Helena fue introducida por Estesícoro en su Palinodia. ~ 1. e. el campesino. 55 Atenas. ELECTRA 271 CÁSTOR. — La fuerza del destino las arrastró por donde era menester y las torpes órdenes de la lengua de Febo. ELECTRA. — ¿Y qué Apolo, qué oráculos me hicieron a mí matricida? CÁSTOR. — Común fue la acción, común vuestro 1305 destino, y una sola maldición de vuestros padres os

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perdió a los dos. ORESTES. — Hermana mía, con verte tarde, ya me veo privado de tus caricias y he de abandonarte que- 1310 dando yo, a mi vez, abandonado. CÁSTOR. — Ésta tiene marido y casa. No es ella quien ha sufrido lamentablemente excepto en abando- nar la tierra de Argos. ELECTRA. — ¿Y qué otra cosa produce mayores la- mentos que abandonar las fronteras de la patria? 1315 ORESTES. — Pero yo saldré de la casa paterna y en juicio extranjero purgaré el matricidio. CÁSTOR. — Ten valor. Llegarás a la piadosa ciudad 1320 de Palas. Conque sopórtalo con entereza. ELECTRA. — Junta tu pecho con el mío, queridísimo hermano. Las sangrientas maldiciones de madre nos separan del palacio paterno. ORESTES. — Vamos, abrázame. Vierte tus lamentos 1325 sobre mí como sobre la tumba de un muerto. CÁSTOR. — ¡Ay, ay! Terrible es lo que has dicho in- cluso para que lo oigan los dioses. También yo y los dioses del cielo lamentamos los sufrimientos de los 1330 hombres. ORESTES. — ¡Ya no te veré más! ELECTRA. — ¡Tampoco yo me acercaré a tus OJOS! ORESTES. — Ésta es mi postrera despedida. ELECTRA. — ¡Adiós, ciudad; adiós vosotras, ciuda- 1335 danas! ORESTES. — Oh mi más fiel amiga, ¿ya te marchas? ELECTRA. — Ya parto empapando mi tierna mejilla.

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272 TRAGEDIAS 1340 ORESTES. — Pílades, marcha en paz y desposa a Electra. CÁSTOR. — Éstos se ocuparán de su boda. Marcha tú a Atenas huyendo de estas perras. Ya lanzan contra 1345 ti su terrible rastro estas diosas negras de piel, con serpientes por brazos, que cosechan un fruto de te- rrible dolor. Nosotros marchamos prestos hacia el mar siciliano para salvar las marinas proas de las naves. Caminamos 1350 por la llanura del éter y no auxiliamos a los hombres mancillados, sino a quienes en su vida estiman piedad y justicia. A éstos salvamos de las dificultades y libramos del 1355 sufrimiento. Así que nadie prefiera delinquir ni ser compañero de viaje de los perjuros. Yo, que soy dios, así lo anuncio a los mortales. CoRo. — ¡Adiós! Quien puede estar contento y no le doblega desgracia alguna, ha conseguido la felicidad. IFiGENIA ENTRE LOS lAUROS

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INTRODUCCIÓN 1. El drama Ifigenia entre los Tau ros, incorrecta- mente llamada en Táuride (nombre de lugar inexisten- te), sin duda por analogia con la otra Ifigenia, la en Aulide, se debió de representar por vez primera entre los años 414-12 a. C. Y decimos drama, porque mal po- demos llamar tragedia a esta entretenida pieza teatral que más parece novela escenificada que otra cosa. Su argumento, que en seguida veremos más en de- talle, enlaza la última aventura de Orestes, en su purl- ficación del matricidio, con el rescate de su hermana Ifigenia, que fue llevada por Artemis a su templo de la costa de Crimea, lugar habitado por los bárbaros tauros, luego de ser sustituida por una cierva. El primer punto, la llegada de Orestes a la Táurica en busca de la imagen de Artemis es pura invención de Eurípides. La estancia de Ifigenia allí y su carácter de sacerdotisa es algo perteneciente a la tradición de la época de Eurípides y se basa en un sincretismo de tres Ifigenias en origen diferentes: la diosa ática identifi- cada con Artemis (Artemis - Ifigenia o «protectora del parto»), la cual recibía culto en Halas y Braurón en la costa norte del Ática; la diosa táurica que, según Heró- doto (IV, 103), «los mismos Tauros llamaban Ifigenia, hija de Agamenón»; y finalmente la Ifigenia humana,

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IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS hermana de Orestes, Electra y Crisótemis e hija de Agamenón y Clitemnestra. La diosa Ifigenia del Ática fue identificada sin duda con la humana por mera coincidencia de sus nombres, aunque de hecho el de la diosa ya hemos visto que se relaciona con su función como diosa del parto y el de la segunda no siempre fue Ifigenia: Homero y Sófocles la llamar! Ifianassa (Ilíada, IX, 145, y Electra, 158). La última identificación de éstas dos con la de los tauros sin duda se debió a los griegos que colonizaron el Quersoneso táurico y sirvió como magnífica excusa para que le «asignaran» los sacrificios humanos de los que todavía quedaban indicios en las localidades ci- tadas del Ática. Pues bien, tratando de explicar, en base a este sincretismo, la presencia de una imagen de ma- dera, caída del cielo, de Ártemis en el Ática y el culto a Ártemis - Ifigenia, y fundiendo todo ello con un in- ventado viaje de Orestes, perseguido ¡ todavía! por las Erinis, compuso Eurípides este drama singular cuya estructura vamos a analizar a continuación. 2. La obra se abre con el PRóLOGO (1-235), constituido for- malmente por una resis, un diálogo y la párodos, que es real- mente un diálogo lírico en anapestos. La resis introductoria es de Ifigenia. En ella nos cuenta la historia de su sacrificio en Aulide, las razones de su presencia entre los Tauros y su fun- ción de sacerdotisa de una diosa que gusta de matar a los extranjeros. Finalmente nos revela un sueño que ha tenido, sueño que ella interpreta en el sentido de que ha muerto su hermano Orestes, el último retoño masculino de la estirpe de Agamenón. Precisamente tras oír esto vemos aparecer a Orestes y Pí-

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lades que, en diálogo rápido, nos informan de las razones de su llegada: tienen que robar la imagen de Artemis y llevarla al Ática para que cesen las persecuciones de las Erinis, que no se convencieron con el juicio del Areópago. Sin duda éste es el mismo Orestes que el de Electra: nada seguro de Sí mismo, hasta cobarde: Pílades tiene que recordarle la obliga- ción impuesta por el oráculo y aludir a su sentido del honor para no volverse atrás. Entra ahora el Coro que, tras presentarse a sí mismo como mujeres griegas que sirven a Ifigenia en el templo, inician un diálogo lírico con Ifigenia. En realidad es un treno por Orestes muerto acompañado de un rito funerario. Ifigenia nos vuelve a recordar su frustrado sacrificio de Aulide y su sanguinario sacerdocio de ahora. Terminado el canto de entrada se inicia el PRIMER EPISODIO (236-391) con la entrada precipitada de un vaquero. Formalmente este episodio es una escena de mensa- jero; su parte central consiste en una brillante descripción, por parte de éste, del descubrimiento y captura de Orestes y Pílades: los descubren unos pastores escondidos en una cueva y, poco después de verlos, Orestes tiene un ataque de locura. Consiguen reducirlos, aunque no herirlos por intervención de Artemis, y llevarlos ante el rey. Ya están a punto de llegar para ser sa- crificados. El episodio se cierra con un monólogo de Ifigenia en el que vuelve a insistir en el mismo tema —Aulide y la muerte de Orestes—, teminando con una crítica a la diosa que « se com- place en cruentos sacrificios humanos., aunque luego añada que no es posible que un dios sea homicida: son los hombres del país que se lo atribuyen a la diosa. A continuación se pregunta el Coro, en el PRIMER ESTASIMO (392-566), quiénes pueden ser esos extranjeros y cómo han con- seguido atravesar las terribles Simplégades. El estásimo cubre el tiempo que tardan los prisioneros en llegar desde el palacio del rey. Acabado éste, entran maniatados los dos jóvenes y se abre el SecUNDO EPIsODIO (467-642), constituido íntegramente por un diálogo en su mayor parte esticomítico, entre Ifigenia y Orestes.

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Es de tipo informativo. En él Ifigenia se entera de que son argi- vos y se interesa por el destino que han corrido, tras la guerra de Troya, los griegos: Helena, Calcante, Ulises, Aquiles, Aga- menón y su propia familia. Orestes le habla enigmáticamente de la muerte de Clitemnestra, pero Ifigenia no lo comprende. Hay que retrasar el reconocimiento. Ifigenia les propone salvar a uno de ellos si llevan a Argos una carta en la que revela su salvación por Artemis y su paradero actual. Orestes se ofrece 276 TRAGEDIAS 277 IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS a morir, lo que da lugar a una situación irónica, aunque no de ironía trágica, como veremos: Ifigenia ensalza su nobleza y afirma que así debía de ser su hermano si viviera; Orestes se lamenta de que no pueda amortajarlo su hermana, e Ifigenia dice que lo hará ella en su lugar. El SECuNDo E5TA~sIMO (643-656) está formado por solamente trece versos de diálogo epirrematico entre el Coro, Orestes y Pílades, lamentando aquél la muerte del uno y alegrándose por la salvación del otro. Es muy corto, quizá intencionadamente, porque sirve sólo para cubrir el escaso tiempo que tarda Ifi- genia en buscar la carta dentro del templo. El TeRcm~ EPISODIO (657-1088) es el verdadero centro de gra- vedad del drama. Es formalmente dialógico en su totalidad y contiene la anagnorisis o reconocimiento entre ambos hermanos

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y la mechané o plan de huida y robo de la imagen. El reconocimiento se hace precisamente a través de la carta. Pílades la llevará, pero ¿y si desaparece ésta en el viaje? Para evitar esto, Ifigenia la acaba leyendo en voz alta, a fin de que Pílades pueda comunicar de palabra el mensaje. La carta va dirigida a Orestes y en ella se identifica Ifigenia, con lo que la anagnórisis se produce con gran naturalidad y sin brusque- dades. Al reconocimiento sigue un diálogo epirrematico entre los hermano (Ifigenia en la parte cantada). Luego se reanuda el diálogo yámbico. Orestes le informa del matricidio, la persecu- ción de las Erinis, el juicio del Areópago y la nueva orden de Apolo de robar la imagen de Artemis. A continuación preparan —o mejor, Ifigenia prepara— el plan de huida: dirá al rey que los dos fugitivos están contaminados por matricidio y han to- cado la imagen de la diosa, por lo que tanto ellos como la imagen tienen que ser purificados en el mar antes del sacrificio. Así podrán escapar con la imagen en el mismo barco en que llegaron Orestes y Pílades. El Coro entona, mientras esperan la llegada del rey, su TER- CER EsTASIMO (1089-1151). Es un canto lleno de lirismo y nostalgia por Grecia: el Coro es como el alción que no deja de llorar en su canto. Ifigenia se va a salvar en una nave de velas hin- chadas, acompañada del ritmico sonar de los remos y la mú- sica de Pan. ¡Si fuera posible que ellas se convirtieran en aves para volver a tomar parte en las brillantes danzas de su patria! Cuando, terminado el canto, entra el rey Toante preguntan- do por Ifigenia, da comienzo el CUARTO EPISODIO (1152-1233). Es la puesta en marcha del engaño, del plan de huida. Formalmente es un diálogo entre Ifigenia y Toante, brillantemente dotado de un ritmo creciente por Euripides (primero en yambos y luego en tetrámetros trocaicos) en que la astucia de la griega se aprovecha de la ingenuidad del salvaje. Mientras Ifigenia se dirige con los prisioneros hacia el mar y ponen en práctica su plan de huida, el Coro canta el CUARTO ESTÁsIM o (1234-1282) - Es un himno a Apolo, formalmente del tipo -tradicional, con una breve invocación al comienzo y luego

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la narración de cómo Febo se apoderó del Oráculo de Delfos matando a la serpiente Pitón y desalojando a Temis; cómo Ctón arrojó de nuevo a Apolo y éste se dirigió suplicante a su padre Zeus que acabó devolviéndoselo para siempre, devol- viendo con ello <~a los mortales su confianza en los versos pro- féticos<>. Es un hermoso himno, pero que, debido a su contexto, de hecho constituye una pieza de magistral ironía. Acabado el canto del Coro, entra precipitadamente un men- sajero, dando inicio al ExoDo (1283-1499). En un breve diálogo introductorio entre el mensajero y el Corifeo, éste hace lo que no se espera de él normalmente, esto es, intervenir en la acción. Trata de dar tiempo a que se escapen los fugitivos diciendo al mensajero que el rey está en su palacio, cuando la realidad es que está en el templo. Pero el mensajero no cae en la trampa. Golpea la aldaba del templo; sale Toante y, tras una esticomitía entre ambos, el mensajero le hace una brillante descripción de la estratagema. Cuando Toante da orden de perseguirlos por tierra y mar, aparece Atenea ex machina que lo contiene, y como otras veces, epiloga el drama revelando el destino que aguarda a los prota- gonistas y ofreciendo la etiología del culto a Artemis-Ifigenia- Taurópola en el Ática. 3. Nadie se atrevería a afirmar que este drama es una verdadera tragedia ni a negar que es una de las producciones más brillantes de Eurípides. Bien es cier- to que quizá las dos cosas están relacionadas, si tiene 278 TRAGEDIAS 279

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IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS razón Kitto al decir que, mientras que las obras de tema trágico forzaban a Eurípides a dotarlas de una forma que resultaba chocante (siempre, por supuesto, en relación con la tragedia «típica»), en cambio las tragicomedias o melodramas dejaban libre al autor para crear una estructura formalmente magistral. Frente a las tragedias, la Ifigenia entre los Tauros presenta unas características que podríamos calificar como negativas y resumir en: carencia de realidad dra- mática (sustituida por una irrealidad imposible); caren- cia de auténtico pat hos (sustituido pot~ el mero sus- pense); crítica seria al elemento sobrenatural: es, más bien, chanza o ironía aristofánica la que aquí encon- tramos. Pero es incorrecto comparar esta obra con una tra- gedia para resaltar sus deméritos. Eurípides era cons- ciente de que no estaba creando tragedia, sino melo- drama. Veamos, pues, sus méritos como tal. Para empezar, la brillantez y originalidad de su argumento. No pre- senta fallo alguno (aceptando, por supuesto, las con- venciones del teatro griego, y sobre todo, el hecho de que no es una obra realista, sino más bien basada en situaciones milagrosas). Y uno de sus mayores méritos es, precisamente, la retardación, el suspense dentro del equilibrio entre sus partes (la primera retardando el conocimiento, la segunda el plan de huida). La acción es movida, variada y siempre interesante. El final es un clímax magnífico, también dotado de suspense: cuando ya están en el barco, una tempestad les impide salir del puerto retardando su huida. Como en el Ion, aunque en menor grado, el interés

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de la obra se basa en sucesivas situaciones irónicas. Pero no de ironía trágica, pues ésta es amarga, sino casi cómica: cuando Ifigenia llora la muerte de su hermano y le hace una libación funeraria, todos lo L hemos visto ya sobre el escenario; y muerto, sí, pero de miedo. Y todos sabemos que los hermanos acaba- rán reconociéndose. Brillantes son también, ya desde un punto de vista particular, algunas escenas —como las dos narraciones de mensajero, la anagnárisis, el diálogo Ifigenia - Toan- te, etc., y la actuación del Coro. Los caracteres, sin embargo, no están a gran altura. Pero, ¿por qué esperar de un melodrama unos carac- teres bien contruidos, si en este tipo de drama la acción no depende de ellos? El de Ifigenia quizá sea el más logrado: hasta la anagnórisis es el de una mujer obsesa, pero luego se muestra decidida y, sobre todo, astuta, tanto en relación con los dos jóvenes como con Toante - Orestes no deja de ser el adolescente irresoluto de siempre —y ya casi degenerado, aunque no hasta el grado que lo presenta el Orestes—. No esperamos de su carácter la decisión de morir en lugar de Pílades, y sin duda ésta se debe a la intención de Eurípides de ofrecernos un par de situaciones irónicas y preparar mejor la anagnó Tisis. Tampoco los caracteres menores son muy brillan- tes, aunque el de Toante resulta más complejo por unir a su natural bárbaro la ingenuidad del salvaje, con una cierta inclinación y ¡espeto hacia Ifigenia. Pílades, que aquí habla más que nunca, no deja de ser el personaje «conciencia» que se espera de él. Y los dos mensajeros no se pueden comparar ni de lejos con algunos creados por Sófocles, como el de la Antí- gona, por poner un solo ejemplo. A pesar de todo, la Ifigenia entre los Tauros es un drama que bien merece la aprobación que ya mereció

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a un crítico, tan poco atraído por Eurípides en general, como Aristóteles. 280 TRAGEDIAS 281 ARGUMENTO Orestes llegó en compañia de Pílades a los tauros de Escitia en virtud de un oráculo. Una vez allí, pretendía robar la imagen de Ártemis venerada por aquéllos. Como se hubiera separado de la nave y caído en un ataque de locura, fue capturado, junto a su amigo, por los lugareños y llevado, conforme a la costumbre entre ellos vigente, para ser víctima del templo de Artemis; pues degollaban a los extranjeros que llegaban navegando. - -

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La escena del drama se sitúa entre los tauros de Escitia. El Coro se compone de mujeres griegas, sier- vas de Ifigenia. El prólogo lo inicia Ifigenia. PERSONAJES IFIGENIA. ORESTES. PÍLADES. VAQUERO. TOANTE, rey de los Tauros. UN ESCLAVO como Mensajero. ATENEA. CoRo, formado por cautivas griegas. Escena: Fachada del templo de Ártemis en la Táu- rica. Delante, un altar.

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IFIGENIA. — Cuando Pélope, hijo de Tántalo, marchó a Pisa con veloces corceles, desposó a la hija de Enómao’, de quien nació Atreo. Los hijos de Atreo fueron Menelao y Agamenón, y de éste y de la hija de 2 nací yo, Ifigenia. Mi 5 padre, según se cree ~, me sacrificó a Artemis, por causa de Helena, en los pliegues ilustres de Aulide, junto a las corrientes que revuelve el Euripo cuando riza el mar azuloscuro con espesas brisas. Es el caso que el soberano Agamenón había con- io gregado allí una escuadra griega de mil navíos, porque quería tomar para los aqueos la corona victoriosa de Ilión y perseguir el matrimonio injurioso de Helena por hacer un favor a Menelao. Mas como tuviera imposibilidad de navegar y vien- ts tos contrarios, dio en hacer un sacrificio y Calcante le dijo estas palabras: «Agamenón, comandante de esta expedición griega, no vas a poder levar anclas de esta tierra hasta que Artemis reciba a tu hija Ifigenia en 20 sacrificio. Has hecho voto de ofrecer a la diosa Lu- 1 Pisa es Olimpia. El hecho a que alude es la victoria, con- seguida con trampa, de Pélope sobre Enómao y, como conse- cuencia, su boda con Hipodamía (cf. Vv. 824-825). Se trata de una genealogía muy sumaria pero completa, como gusta de hacer Eurípides en sus prólogos. 2 Tindáreo era padre de Clitemnestra —aquí aludida— y además de Helena y de los Dioscuros, conocidos todos por el sobrenombre de Tindáridas. 3 0 quizá «según él piensa..

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IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS cifer ~ lo más hermoso que te naciera este año. Pues bien, tu esposa Clitemnestra te ha parido una hija —me ha traído una ofrenda de natalicio-. Tienes que sacrificaría.>’ Conque me arrebataron de junto a mi madre, por 25 las artes de Odiseo, para casarme con Aquiles. Cuando llegué a Aulide —¡pobre de mí!— me pusieron sobre una pira y me iban a matar a espada. Pero Artemis me arrebató, y entregó a los aqueos una cierva en mi 30 lugar. Me transportó a través del límpido éter y me estableció en este país de los tauros ~, donde reina so- bre bárbaros el bárbaro Toante, quien por tener pies tan veloces como alas ha recibido este nombre 6 a causa de su ligereza de pies. Y me ha establecido como sacerdotisa en este tem- 35 pío, donde la diosa Artemis se complace en estos ritos —fiesta de la que sólo el nombre es bueno (lo demás lo callo por miedo a la diosa), pues sacrifico a todo griego que arriba a esta tierra según una ley anti— 40 gua de esta ciudad ~‘. Yo oficio el rito, pero de las muertes se ocupan otros en secreto dentro de este recinto de la diosa. Ahora voy a confiar al aire —por si hay en ello algún alivio- las extrañas visiones que me ha traído la noche pasada. 4 (1. e. »portadora de luz»). Artemis, en tanto que diosa lunar. 5 En el Quersoneso escita, i. e. en Crimea. 6 Etimología popular (thods «rápido»), a la que es muy dada la tragedia en general.

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No hay razones de peso para considerar interpolados los vv. 38-39, como hace MURRAY (en pura lógica habría también que ex- cluir los dos siguientes). La frase «lo demás lo callo» no significa «no voy a hablar más sobre ello», cosa que hace a continuación, sino más bien, «no diré todo lo que pienso» (cf. ENGLANO, The Iph¡ge- neta among the Tauri of Eurípides, Londres, 1950, pág. 126). Me pareció en sueños que vivía en Argos, muy lejos 45 de esta tierra, y que dormía en medio de otras jóvenes. De repente se conmovió la tierra por un terremoto, eché a huir y, ya fuera, vi cómo se desrrumbaba el entablamento del palacio y cómo el elevado techo caía por tierra desde sus altos soportes. Me pareció que 50 sólo quedaba una columna de la casa paterna que de- jaba caer pelo rubio de su capitel y cobraba voz hu- mana. Yo, siguiendo esta costumbre de matar extran- jeros, le rociaba con agua lustral como a quien va a morir y lloraba. Así es como yo interpreto este sueño: Ha muerto ss Orestes, a quien yo consagré —porque las columnas de una casa son los hijos varones y porque siempre mueren aquellos a quienes alcanzan mis lustraciones—. Y no puedo relacionar el sueño con ningún amigo, pues Estrofio no tenía hijos cuando yo fui sacrificada 8. 60 Así que yo, que estoy aquí, quiero hacer libaciones a mi hermano —aunque esté lejos, esto sí puedo ha- cerlo- en compañía de las sirvientas que me entregó el rey —mujeres griegas—. ¿Por qué razón no se han presentado todavía? Mar- 65 charé dentro del recinto de la diosa en el que vivo. (Entra en el templo. Orestes y Pílades aparecen por la izquierda.) ORESTES. — Observa, vigila, no haya algún hombre en el camino. PÍLADES. — Ya miro, ya vigilo volviendo mis ojos a todas partes. Aqul (vv. 59-60) se puede pensar en una interpolación,

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dado que Ifigenia no conoce la existencia de Pílades, hijo de Estrofio, a quien se refiere aquí tácitamente (como confiesa expresamente en el y. 920). Sin embargo yo me inclino a pen- sar en una incongruencia inconsciente por parte del propio Eurípides. 286 TRAGEDIAS 287 IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS ORESTES. — Pílades, ¿ te parece que es éste el templo 70 de la diosa al que hemos dirigido nuestras naves desde Argos? PÍLADES. — A mi, sí, Orestes; y tú debes creerlo tam- bién. ORESTES. — ¿Y el altar del que gotea sangre griega? PÍLADES. — Sí, todavía tiene pelos enrojecidos por la sangre. ORESTES. — ¿Ves cráneos colgados de la misma cornisa? 75 PÍLADES. —~ Sí, con exvotos de extranjeros muertos. Mas conviene vigilar bien revolviendo los ojos. ORESTES. —Oh Febo, ¿qué trampa es ésta a la que me has conducido con tu oráculo? Desde que vengué so la muerte de mi padre matando a mi madre, venimos huyendo de nuestra tierra perseguidos por relevos de las Erinis. Ya he realizado muchos viajes por cami-

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nos torcidos desde que me dirigí a ti para preguntarte cómo podría llegar al final de esta locura, que me agita como a una rueda, y de los sufrimientos que he padecido dando vueltas por Grecia. 85 Tú me ordenaste que me dirigiera a los confines de la tierra Táurica donde Ártemis, tu hermana, tiene sus altares, y que tomara la imagen de la diosa que dicen cayó en este templo desde el cielo; que luego de to- 90 maría con trampa o por un golpe de suerte, y correr el riesgo, la entregara en tierra ateniense (desde allí no se me dijo a dónde más). Y que, cuando hiciera esto, tendría un respiro en mis sufrimientos. Pues bien, he llegado, obedeciendo tus palabras, a esta tierra ignota y que odia a los extranjeros. 95 A ti pregunto, Pílades —pues colaboras conmigo en este trabajo—, ¿qué hacemos? Ya ves el recinto elevado de los muros. ¿Salimos de aquí para dirigirnos a la entrada del templo? ¿Y cómo evitaríamos ser vistos? ¿Entonces, soltamos con palancas los cerrojos de bron- ce? Pero no sabemos cuáles son ~. Y si nos sorprenden ioo abriendo las puertas y forzando una entrada, será nues- tra muerte. Conque, antes que morir, huyamos a la nave que nos ha traído aquí. PÍLADES. — La huida es inaceptable y además no estamos acostumbrados; por otra parte, no hay que sos burlarse del oráculo del dios. Alejémonos del templo y ocultemos nuestro cuerpo en la cueva que el negro mar inunda con su agua, lejos de la nave; no vaya a ser que alguien la vea, se lo comunique al rey y nos capturen a la fuerza. Cuando la noche se acerque con aspecto tenebroso, 110 hemos de tener el valor de arrebatar del templo la pulida imagen haciendo uso de toda clase de artima- ñas. Mira el espacio hueco entre los triglifos 10 por donde se puede hacer pasar un cuerpo. Los valientes afrontan el esfuerzo, en cambio los cobardes no son sís nada en ninguna parte. ORESTES. — En efecto, no hemos recorrido tan largo

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camino con el remo para emprender el regreso desde la misma meta. Has hablado bien, he de confiar en ti. Hay que dirigirse adonde podamos ocultar nuestro cuerpo sin ser vistos. No he de ser culpable de que 120 el oráculo del dios quede sin efecto. 9 Probablemente referido al mecanismo de los cerrojos, pero todo el pasaje es obscuro, probablemente corrupto. Ha habido varias tentativas de mejorarlo. Nosotros lo traducimos siguiendo a MURRAY, que cambia poco el texto transmitido por los Mss. 10 Los triglifos son propiamente, en templos antiguos, los extremos de las vigas que soportan el techo. En el templo clásico «el espacio hueco entre los tiglifos» está relleno for- mando las metopas. Esta descripción de un templo más bien elemental contrasta con la que del mismo hace poco después el coro (Vv. 128-129): «las comisas de oro de tu templo por- ticado~.. 288 TRAGEDIAS 289 IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS Tengamos valor, que ningún esfuerzo produce ciii- dado en los jóvenes. (Salen por la izquierda, mientras el Coro entra por la derecha.)

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CoRo. — Guardad silencio, ¡oh vosotros que habi- 125 táis la doble roca que cierra el mar Inhóspito! 11 —Oh hija de Leto, Dictina 12 montaraz, hacia tu patio, hacia las cornisas de oro de tu templo porticado 130 encamino mi pie consagrado de virgen como esclava de la clave ra consagrada, ahora que he abandonado las torres de Grecia, de hermosos potros, y sus muros, 135 y Europa de huertos arbolados, sede de mi casa pa- terna. —Ya he venido: ¿qué hay de nuevo? ¿Qué preocu- pación albergas? ¿Por qué me has traído a este tem- pío, oh hija del que a las torres de Troya vino con su 140 ilustre remo 23, el de los mil marineros, el de las mil armaduras, oh retoño de los ilustres Atridas? (Sale Ifigenia del templo acompañada de servidoras que lle- van vasos sagrados.) IFIGENIA. — ¡Ay!, esclavas, entre plan tos de mal 145 agUero estoy postrada, entre elegías sin lira —¡ay!— de un canto de mala musa —¡ay!— entre lamentos fu- nerarios. La ruina me ha alcanzado y lloro por mi 11 El mar Inhóspito es el Ponto Euxino (i. e. “Hospitala- rio»). La doble roca son las Simplégades, míticas rocas mó- viles que chocaban entre sí aplastando a las naves que trataban de atravesarlas. Cuando consiguió atravesarlas la nave Argo, con ayuda de Hera (cf. Odisea XII 70 y sigs.; PÍNDARO, Pírica IV 208; APOLoNIo, II 528 y sigs.), quedaron fijas. “Los habi- tantes de la doble roca» son, por ende, los habitantes de la costa del Ponto. El coro les ordena ritualmente silencio para iniciar el rito. 12 Diosa cretense, identificada luego con Artemis (y en Egina con la Ninfa Afea). Huyendo de Minos se arrojó al mar, donde cayó en las «redes» (df ktya, de ahí su nombre) de unos pes- cadores. 13 Sinécdoque por «escuadra». hermano, por su vida; ¡qué visión, qué visión de sue- 150 ños he contemplado esta noche, cuya oscuridad se

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acaba de marchar! Estoy perdida, perdida. Ya no existe mi hogar paterno, ¡ay de mí! Se acabó mi estirpe y lloro, lloro los dolores de Argos. ¡Ay destino, 155 que me arrebatas el único hermano y lo envías a Hades! Por él voy a verter esta libación sobre la es- 160 palda de la tierra: esta copa de los muertos y este chorro de vacas montaraces y el vino de Baco y el íás trabajo de las rubias abejas, cosas que aplacan a los muertos 14 Vamos, entrégame la vasija de oro y la libación de Hades. Oh retoño de Agamenón, bajo tierra estás, 170 como a muerto te hago esta of renda, acéptala. No voy a portar hacia tu tumba mi rubio pelo ni mis lágri- mas. Muy lejos, en verdad, habito de tu tierra y la 175 mía, donde —según creen— yazgo sacrificada —¡des- dichada de mí!—. CoRo. — Cantos de antífona 15, y de himnos asiáti- 180 cos bárbaro eco, haré sonar en tu honor, mi señora: la Musa que entre lamentos canta a los muertos, la que con sones de Hades entona sus himnos sin peanes. 185 ¡Ay de mí, ay de la casa de los Atridas! Ha desa pare- cido la luz de su cetro —¡ay de mí!—, la luz de mi casa paterna. Hubo un tiempo en que el poder estaba en manos de los poderosos reyes de Argos. Mas el dolor 190 sucedió con rapidez al dolor y con sus yeguas aladas volviendo grupas el sol mudó de sitio y cambió la sa- grada mirada de su luz 16 Sobre el palacio del cordero 195 14 La libación normal en honor de los muertos se hacía con vino, leche y miel, mezclados o separados. 15 Lit. «en respuesta a tus cantos» <de hecho no se corres- ponden métricamente). 16 Pasaje mutilado (MuRRAY piensa que el arquetipo ya lo estaba desde el y. 190 hasta el 232), pero de sentido claro: el coro recuerda sumariamente el destino de la casa de Atreo 290 TRAGEDIAS

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291 IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS de oro ha descendido pena sobre pena, muerte sobre muerte, dolor tras dolor. De la sangre de los primeros 200 Tantálidas ha venido sobre tu casa la venganza y el dios precipita sobre ti lo que no has buscado. IFIGENIA. — Desde el principio me fue adverso el 205 destino del ceñidor de mi madre y de la noche aque- lla 17 Desde el principio las Moiras del nacimiento es- trangularon mi juventud con apretado lazo. La muy cortejada por los griegos, la desdichada hija de Leda, 210 me parió como fruto primerizo de su tálamo para víctima del ultraje de mi padre, para of renda nada pla- centera, me crió para consagrada. Y en carro de caba- 215 líos me depositaron sobre las arenas de Aulide como novia —¡ay de mí!—, malhadada novia, del hijo de la hija de Nereo 18 Y ahora, huésped del mar Inhóspito, habito en 220 casa de salvaje alimento sin esposo, sin hijos, sin ciu- dad, sin amigos. No canto .a Hera la de Argos, ni junto al telar, de bellos sones, bordo la imagen con mi lan- 225 zadera de Palas la ateniense y los Titanes, sino que causo la muerte sangrienta, de sangre vertida’9 —no acompañada de forminge ~— a extranjeros que lanzan lamentables gritos, que arrojan lamentables lágrimas. 230 Mas ahora no pienso en éstos y lloro por ~ni her- mano que ha caído en Argos, a quien dejé niño de

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pecho aún reciente, apenas un tallito en brazos de su desde sus inicios: el robo a traición, por parte de Tiestes, del oqrdero de oro que aseguraba la dinastía de Atreo, y el castigo de Zeus, trastocando el curso del sol y de otros elementos meteorológicos. El mismo Eurípides da una versión más com- pleta en Etectra 698-742. 17 S. e. «de su boda». 1~ Aquiles, hijo de Tetis, hija de Nereo. 19 Construcción muy audaz: lit. «ensangrienta una destruc- ción de sangre vertida». ~> 1. e. «ajena a toda música». La forminge es la lira, ins- truniento de Apolo. L madre, junto al pecho, a Orestes, heredero del cetro 235 de Argos. (Un vaquero entra por la izquierda.) CORIFEO. — He aquí que llega un vaquero, que ha dejado la ribera del mar, para anunciarte alguna nueva. VAQUERO. — Hija de Agamenón y Clitemnestra, es- cucha de mi boca el mensaje que traigo. IFIGENIA. — ¿Qué es lo que me distrae de las pa- 240 labras que ahora pronuncio? 21 VAQUERO. — Han llegado a nuestra tierra, huyendo en barca de las oscuras Simplégades 22, dos jóvenes, víctimas del sacrificio que agrada a la diosa Artemis. 245 Apresúrate a realizar las abluciones y primeras ofren- das. IFIGENIA. — ¿De dónde son? ¿De qué tierra parece el aspecto de los extranjeros? VAQUERO. — Griegos. Sólo sé esto, nada más. IFIGENIA. — ¿No has oído el nombre de los extran- jeros y puedes comunicármelo? VAQUERO. — Uno llamaba Pílades al otro. IFIGENIA. — ¿Y el compaflero qué nombre tiene? 250 VAQUERO. — Nadie lo sabe. No lo hemos oído. IFIGENIA. — ¿Cómo los visteis, cómo disteis con ellos y los capturasteis?

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VAQUERO. — En los altos acantilados del estrecho Inhóspito. - - IFIGENIA. — ¿Y qué tiene que ver un vaquero con el mar? VAQUERO. — Llegamos para bañar a los bueyes en 255 el agua marina. IFIGENIA. — Comienza por contar cómo los sorpren- disteis y en qué circunstancias. Esto es lo que quiero 21 o quizá: «qué es lo alarmante de tus actuales palabras», según PLATNAUER, Eurípides: Iphigenía in Tauris, Oxford, 1938. ~ Cf. nota 10. 292 TRAGEDIAS 293 IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS saber, pues han tardado en llegar. Aún no se había enrojecido con sangre griega el altar de la diosa 23 260 VAQUERO. — Cuando introducíamos los montaraces bueyes en la corriente que fluye entre las Simplégades... había un cóncavo rompiente quebrado por las olas con abundante espuma, cobijo para los pescadores de 265 púrpura. Uno de nuestros vaqueros vio a dos jóvenes allí y volvió sobre sus pasos de puntillas. Nos dijo: «¿No veis? Son dioses ésos que ahí se sientan.» Uno de nosotros, hombre piadoso, levantó su mano y oró

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270 así al verlos: «Oh hijo de la marina Leucótea protector de los jóvenes, soberano Palemón 24, senos propicio. So- bre la ribera se sientan los Dioscuros o dos adornos ~‘ de Nereo, quien engendró al noble coro de las cm- 275 cuenta Nereidas.» Otro, que era estúpido y de osada impiedad, se burló de la súplica y afirmaba que eran marineros náufragos, y que habían oído que aquí sacri- ficamos a los extranjeros y se sentaban en la cueva por temor a nuestra ley. A la mayoría de nosotros nos pa- 23 Afirmación absurda —ya que contradice otros varios pa- sajes (cf. vv. 72, 73, 347, 587>— y fuera de lugar. Por ello: a) se ha suprimido sin más; b) se ha cambiado en «han llegado en un largo intervalo desde que (hoid’ epeí por oudé pó, SEIDLER) se había enrojecido», etc., y al mismo tiempo se ha pasado detrás del y. 245 (WEcKLEIN), i. e. al final de la primera inter- vención del vaquero. 24 Conocido también por el nombre de Melicertes, hijo de Ino Leucótea, nodriza de Dioniso y diosa marina luego de arrojarse al mar perseguida por su esposo Atamante. En su honor se celebraba un rito durante los juegos ístmicos, pues en Corinto apareció su cuerpo flotando. Cf. APO1.ODORO, III 28-29; OVIDIO, Metamorfosis IV 416 y sigs. 25 Gr. dgalma. Lit. «aquello en lo que uno se complace» (cf. HasIouio, s. y.) y se refiere a niños a menudo (cf. Sóroci.as, Antígona 1115, referido a Dioniso; EURÍPIDEs, Suplicantes 370- 1164). Luego se refiere a hijos o a nietos de Nereo, más pro- bable lo segundo que lo primero, pues la tradición mítica sólo habla de «las 50 hijas de Nereo». A reció que llevaba razón y decidimos capturarles como 280 víctimas de la diosa, según la costumbre del país. Conque en esto, uno de los extranjeros abandonó la gruta, enderezó el cuello y agitaba la cabeza arriba y abajo. Lanzaba gemidos con manos temblorosas, en un ataque de locura, y gritaba como un cazador: «Pila- 285 des, ¿no ves a ésta? ¿Y no ves aquí a la serpiente de Hades cómo quiere matarme con boca bordeada por terribles víboras? ¿Y ésta otra que exhala fuego de su

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manto y agita sus alas ensangrentadas, que lleva en brazos a mi madre como si fuera una carga de piedra 290 para arrojármela? ¡Ay de mí! ¡Va a matarme! ¿Adónde voy a huir?». Nosotros no podíamos ver tales figuras, pero él tomaba los mugidos de las terneras y los ladridos de los perros por sonidos 26 que pensaba que emitían las Erinis. Nosotros nos agrupamos, espantados como estába- 295 mos, y nos sentamos en silencio. Entonces él desen- vainó la espada y arreando a los terneros hacia el centro, como un león, golpeaba con el hierro sus lomos y atravesaba sus costados —creyendo defenderse de las Erinis— hasta que enrojeció de sangre la super- 300 ficie del mar. En esto, como viéramos que nuestro rebaño caía degollado, nos armamos todos, hicimos sonar los cuer- nos y reunimos a los hombres del contorno. Pensá- 305 bamos que unos vaqueros son poca cosa para luchar contra extranjeros bien plantados y además jóvenes. Así que nos congregamos muchos en poco tiempo. El extranjero cayó al suelo una vez que se hubo librado del ataque y su barba rezumaba espuma. Cuando lo vimos convenientemente caído, cada uno de nosotros se aplicó denodadamente a arrojar dardos y 310 26 Lit. «imitaciones». 294 TRAGEDIAS 295

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IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS piedras. El otro extranjero limpiaba la espuma y cuidaba su cuerpo. Lo protegía con su túnica de fino tejido contra los golpes que se le venían encima y 315 atendía a su amigo. El extranjero volvió en sí de su postración y se percató de la tempestad de enemigos que los acosaba y de la desgracia que los cercaba. Y gritó. Pero nosotros no dejamos de arrojar piedras 320 acosándolos de uno y otro lado. Entonces oímos su terrible voz de mando: «Pílades, muertos somos, pero al menos perezcamos con honor. Sigueme espada en mano.» Cuando vimos las espadas que blandían nuestros enemigos, llenamos con nuestra huida los valles ro- 325 cosos. Pero si huía uno, otros muchos les acosaban con sus disparos. Y si rechazaban a éstos, los que habían cedido volvían a atacarlos con piedras. Mas lo increíble fue que, miles como eran nuestras manos, nadie consiguiera alcanzar a las victimas de la diosa. 330 A duras penas logramos apresarlos, no por nues- tro arrojo, sino porque, rodeándolos en círculo, arran- camos a pedradas las espadas de sus manos y cayeron de rodillas por el cansancio. Los llevamos ante el rey 335 de estas tierras y él, al verlos, los ha enviado inmedia- tamente a ti para su lustración y sacrificio. Joven señora, siempre orabas que se te presentaran víctimas como éstas de hombres extranjeros. Si, ade- más, destruyes a éstos, la Hélade pagará por tu muerte, pagará por tu sacrificio en Áulide. 340 CORIFEO. — Has narrado maravillas de este demente, quienquiera que sea el griego que se ha llegado desde su tierra al mar Inhóspito. IFIGENIA. — Bien. Ve tú a traerme a los extranjeros, que nosotros nos encargaremos aquí del ritual.

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345 ¡Ah, paciente corazón! Hasta ahora siempre fuiste suave y compasivo con los extranjeros, y pagabas un tributo de llanto a tus compatriotas, cada vez que un griego caía en tus manos. Mas ahora que, por los sue- ños que me han llenado de amargura, creo que Orestes ya no vive, me encontráis mal dispuesta, quienquiera 350 que seáis quienes habéis llegado. Y es que, amigas mías, sé que es verdad que los infortunados no tienen buenos sentimientos hacia quienes les superan en m- fortunio cuando han recibido un revés. Pero nunca ha llegado aquí el viento favorable de Zeus ni un navío que, atravesando las Simplégades, ass trajera aquí a Helena —la que me perdió— y a Me- nelao, para vengarme de ellos cambiando este Aulide ~ de aquí por la de allí, en la que los Danaidas me asieron como a una ternera e iban a sacrificarme, y 360 el sacerdote iba a ser el padre que me engendró. ¡Ay de mí! ¡No quiero acordarme de los males de entonces! ¡Cuántas veces levanté mis manos hacia la barba y rodillas de mi padre y colgada de él decía estas palabras!: «Padre, me entregas en nefando ma- 365 trimonio. Mientras tú me matas, mi madre y las argivas están cantando los cantos de mi himeneo y todo el palacio resuena con las flautas. Y yo perezco a tus manos. ¡Conque era Hades, y no el hijo de Peleo, el Aquiles a quien me prometiste como esposo mientras, 370 con engaño, me conducías en carro a una boda de sangre! » Yo tenía mi vista oculta tras el sutil velo y no tomé las manos de mi hermano —¡el que ahora está ¡ muerto!— ni besé, por vergúenza, la boca de mi her- 375 mana pensando que marchaba al palacio de Peleo. Mu- chas despedidas las dejé para después, ya que iba a regresar a Argos. ¡Ah, pobre Orestes! Si has muerto, ¡por qué mal- dades y ambiciones de tu padre has perecido! Yo repruebo los pensamientos torcidos de esta dio- 380 sa. Si un mortal se contamina con una muerte, o si toca 1~

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27 Metonimia por «sacrificio” o «muerte». 296 TRAGEDIAS 297 IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS con sus manos a una parturienta o a un cadáver, lo rechaza de sus altares, ya que lo considera abominable. En cambio, ella se complace en cruentos sacrificios 385 humanos. No es posible que Leto, la esposa de Zeus, haya parido semejante sinrazón. En verdad, juzgo que es increíble el banquete de Tántalo a los dioses —¡que se complacieron engullendo a su hijo!—. Creo que los 390 habitantes de esta tierra, homicidas como son, atri- buyen a la diosa su maldad. Pues no creo que ninguno de los dioses sea malvado. CoRo. Estrofa 1.a Oscuros, oscuros estrechos 2< del mar, donde el 395 tábano volador de lo pasó desde Argos al mar Inhós- pito cambiando Europa por la tierra de Asia. 400 ¿Quiénes serán los que han abandonado el Eurotas de hermosas aguas, de verdean tes juncos, o la sagrada corriente de Dirce ~ y han llegado, llegado, a una tierra 405 insociable, donde la sangre humana empapa los altares y el templo porticado de la hija de Zeus?

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Antistrofa 1 a ¿Acaso con el sonoro doble batir de sus remos de 410 abeto han hecho navegar sobre las olas su carro ma- rino con brisas que sacuden las velas, emulándose para acrecentar la riqueza de sus palacios? 415 Sí, pues la esperanza es amada e insaciable para daño de los hombres que portan el peso de su riqueza 28 El Bósforo, que separa Asia ‘.‘ Europa. Ya ESQUILO (Pro- meteo 732> explica su nombre relacionándolo con el tránsito (póros) de lo convertida en vaca (bós) por los celos de Hera y perseguida por un tábano (cf. también EsQUILo, Suplicantes 540 y sigs.). 29 Son los ríos de Esparta y Tebas, respectivamente. Aquí contrastados con las tierras secas y semidesérticas de los Tauros. vagando sobre el mar y atravesando países bárbaros. Su esperanza es la misma, mas para unos la idea de riqueza está fuera de sazón y para otros se sitúa en 420 el centro. Estrofa 2.a ¿Cómo atravesaron las Rocas que entrechocan, cómo las riberas ~, que no duermen, de los hijos de Fineo a lo largo del marino borde, corriendo entre el 425 rumor de las olas de Anfitrite 3¡, donde cantan los coros de las cincuenta hijas de Nereo con pies circulares, mientras en proa estride el ajustado timón con las 430 húmedas brisas o los so píos de Céfiro hacia la tierra 435 poblada de aves, blanca 32 ribera, hermoso estadio para las carreras de Aquiles más allá del mar inhóspito? Antistrofa 2.» ¡Ojalá respondiendo a las preces de mi dueña, He- lena, la querida hija de Leda, abandonara la ciudad de 440 Troya y diera por venir aquí donde —su pelo rociado

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con lustración sangrienta— muriera a manos de mi 445 dueña recibiendo castigo equitativo! ¡Ojalá recibiéra- Es la costa de Tracia, siempre agitada, que sigue la di- rección Norte a Oeste desde el Bósforo hasta el promontorio de Tinias. Fineo era su rey y se asocia con personajes porta- dores de tormenta: casado con una hija de Bóreas y visitado por las Harpías, personificaciones del ciclón. 31 Esposa de Posidón, reina del mar y personificación del movimiento mismo de las olas. 32 Se refiere a las islas de Leuke («blanca»), frente a la des- embocadura del Danubio, donde habla un templo de Aquiles. Según el mito, Tetis lo transportó allí desde su pira funeraria. Allí seguía practicando los deportes con sus camaradas (cf. MAXIMO DE TIRO, XV 71, y PÍNDARO, Nemea TV 79). Según otras versiones, Aquiles llega allí persiguiendo a Ifi- genia (Escolio A P11~D~o, loc. cit.). También era conocida esta isla por sus gaviotas, de donde tomó el nombre de blanca, según DIONISO PERIFX~ETA, 542 y sigs. 298 TRAGEDIAS 299 IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS mos la placentera nueva de que ha llegado un nave- 450 gante de la tierra de Grecia para poner fin al dolor de mi triste esclavitud! ¡Ojalá estuviera en casa, aun en

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sueños, y en la ciudad paterna —gozo de sueños pía. ~ss centeros, placer común de la riqueza! ~ (Entran Orestes y Pílades encadenados y acompañados por guardias.) CORIFEO. — ¡Mas he aquí que se acercan con manos atadas estos dos, el nuevo sacrificio de la diosa! Silen- ~o cío, amigas, que se acercan al templo estas primicias de hombres griegos. No fue engañoso el anuncio que nos comunicó el vaquero. Soberana, si nuestro pueblo te ofrece estas víc- 465 timas con agrado de tu parte, acepta el sacrificio que nuestras leyes declaran impío. IFIGENIA. — Bien. Primero he de ocuparme de que los asuntos de la diosa vayan bien. Soltad las manos de los extranjeros; que, sagrados como son, no estén más tiempo átados. 470 (A los guardianes.) Marchad dentro del templo y disponed lo que es necesario y ritual para el caso presente. (A los extranjeros.) ¡Ay! ¿Quién es vuestra madre y padre? Y vuestra hermana —si es que tenéis una—, 475 1qué dos hermanos va a perder! Nadie sabe a quién le espera un destino así. Todo lo divino camina en la oscuridad y nadie conoce Frase difícil. Puede significar: a) «ojalá estuviera ya en casa (porque ello sería) gozar de aquello que ahora sueño y que es un placer que los ricos gozan en compañía»; b) «ojalá estuviera ya en casa (porque ello sería) un placer (i. e. un sueño) común a nosotras y a los ricos» (PLATNAUER). Ninguno de los dos sentidos es satisfactorio y probable- mente hay que pensar en una corrupción incurable del texto. ~ S. e. «con seguridad de antemano, etc.». No hay necesidad de cambiar el texto de los Mss., como han hecho muchos edi- tores, y mucho menos suponer una laguna. ji mal alguno, pues la Fortuna nos conduce en la ig- norancia.

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¿De dónde habéis llegado, desventurados extran- jeros? Durante largo tiempo habéis navegado hasta esta 480 tierra y por largo tiempo, para siempre, vais a estar bajo tierra lejos del hogar. ORESTES. — ¿Por qué te lamentas, mujer, por qué te apena la desgracia que nos aguarda, quienquiera que tú seas? No considero sensato a quien va a morir y quiere 485 superar con la lástima ajena el miedo a la muerte, prí- vado como está de toda esperanza de salvación. De un mal hace dos: incurre en la acusación de necio y muere igualmente. Hay que ceder a la suerte. No lamentes 490 nuestro destino: ya conocemos los sacrificios de aquí, lo sabemos. IFIGENIA. — ¿Quién de vosotros tiene el nombre de Pílades? Esto es lo primero que quiero saber. ORESTES. — Éste, si te causa placer el conocerlo. IFIGENIA. — ¿De qué ciudad es ciudadano griego? 495 ORESTES. — ¿Y de qué te servirá saberlo, mujer? IFIGENIA. — ¿Sois hermanos de una sola madre? ORESTES. — Somos hermanos por amistad, mas no por parentesco. IFIGENIA. — ¿Y a ti qué nombre te puso el padre que te engendró? ORESTES. — En justicia debería llamarme Desven- soo 7 turado. IFIGENIA. — No es ésta mi pregunta. Eso atribúyelo a tu destino. ORESTES. — Si muero sin nombre no seré objeto de burla. IFIGENIA. — ¿Y por qué te irrita eso? ¿Cómo puedes ser tan orgulloso? L

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300 TRAGEDIAS 301 302 TRAGEDIAS ORESTES. — Tú sacrificarás mi cuerpo, no mi nombre. 505 IFIGENIA. — ¿Tampoco me dirás el nombre de tu ciudad? ORESTES. — Estás preguntando algo que no me va a ofrecer ventaja alguna, ya que voy a morir. IFIGENIA. — ¿Qué te impide hacerme este favor? ORESTES. — Afirmo con orgullo que mi patria es la ilustre Argos. IFIGENIA. — ¡Por los dioses, extranjero! ¿En verdad eres nativo de allí? 510 ORESTES. — Sí, de la Micenas que un día fue opu- lenta. IFIGENIA. — ¿Has salido exiliado de tu patria? ¿O por qué circunstancia? ORESTES. — De alguna forma soy exiliado volunta- rio, aunque no lo deseo. IFIGENIA. — ¿Entonces me dirás algo de lo que deseo oír? ORESTEs. — Será una adición a mis desventuras. 515 IFIGENIA. — Y sin embargo eres bienvenido al llegar de Argos.

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ORESTES. — No para mi, desde luego. Si lo soy para ti, puedes complacerte en ello. IFIGENIA. — Seguro que tienes conocimiento de Tro- ya, de la que se habla por todas partes. ORESTES. — ¡Ojalá no la hubiera conocido ni si- quiera en sueños! IFIGENIA. — Dicen que ya no existe, que ha sucum- bido a la guerra. 520 ORESTES. — Así es, tus noticias son exactas. IFIGENIA. — ¿ Ha llegado Helena de regreso a casa de Menelao? Ov.~STEs. — Ha llegado para desgracia de uno de los mfos. IFIGENIA ENTRE LOS lAUROS 303 IFIGENIA. — ¿Y dónde está? Que también a mí me debe un daño desde antiguo. ORESTES. — Habita en Esparta con su primer marido. IFIGENIA. — ¡Oh mujer odiada por los griegos y no 525 sólo por mí! ORESTES. — También a mí, en verdad, me alcanza- ron sus bodas ~. IFIGENIA. — ¿Y el regreso de los aqueos? ¿Se ha pro- ducido tal como se cuenta? ORESTES. — Estás interrogándome de una vez, tra- tando de abarcarlo todo. IFIGENIA. — Quiero sacarte todo antes de que mueras - ORESTES. — Pregunta, ya que lo deseas. Hablaré. 530 IFIGENIA. — ¿Volvió de Troya un adivino, un tal Calcante? ORESTES. — Ha muerto, según se decía en Micenas. IFIGENIA. — ¡Oh diosa soberana, qué hermosura! ¿Y qué hay del hijo de Laertes? ORESTES. — Todavía no ha regresado a casa, pero vive, según cuentan.

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IFIGENIA. — Ojalá muera! ¡Que nunca consiga volver 535 a su patria! ORESTES. — ¡No lo maldigas! Todo lo que le rodea se torna sufrimiento. IFIGENIA. — ¿Y el hijo de la Nereida Tetis vive aún? ORESTES. — No vive. En Aulide contrajo matrimonio con resultado funesto. IFIGENIA. — Y engañoso, como saben los que lo su- frieron. ORESTES. — ¿Quién puedes ser tú? ¡Qué exactas son 540 tus palabras sobre todo lo de Grecia! ~5 Sc. con Paris. IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS IFIGENIA. — De allí soy. Cuando aún era niña la aban- doné para mi ruina. ORESTES. — ¡Con razón deseas entonces conocer las cosas de allí! IFIGENIA. — ¿Y el general a quien todos llaman afor- tunado? ORESTES. — ¿Quién? Porque el que yo conozco no se cuenta entre los afortunados. 545 IFIGENIA. — Un hijo de Atreo, de nombre Agamenón el soberano. ORESTES. — No lo sé. Deja ya de interrogarme,

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mujer. IFIGENIA. — No, por los dioses. Dímelo, extranjero, para recibir consuelo. ORESTES. — Ha muerto el desdichado, y con él ha perdido a otro. IFIGENIA. — ¿Ha muerto? ¿En qué circunstancias? ¡Pobre de mí! -. sso ORESTES. — ¿ Por qué lamentas su muerte? ¿Acaso te atañe? IFIGENIA. — Lamento su antigua prosperidad. ORESTES. — Ha perecido de mala manera, degollado por una mujer. IFIGENIA. — ¡Qué digna de lástima es la asesma. . - y la víctima! ORESTES. — Pon fin a tus palabras, no preguntes más. 555 IFIGENIA. — Sólo una cosa: ¿vive la esposa de ese desdichado? ORESTES. — No vive. La ha matado el propio hijo a quien parió. IFIGENIA. — ¡Oh casa conmocionada! ¿Y qué quería con ello? ORESTES. — Vengarse de ella por la muerte del padre. IFIGENIA. — ¡Ay! ¡Qué bien ha llevado a cabo un acto injusto de justicia! ORESTES. — Y sin embargo, con ser justo, no tiene s~o suerte de parte de los dioses. IFIGENIA. — ¿Ha dejado Agamenón algún otro hijo en casa? ORESTES. — Sólo a Electra soltera. IFIGENIA. — ¿Y de la hija sacrificada? ¿Se dice algo? ORESTES. — Nada, excepto que ha muerto y ya no ve • la luz del sol. IFIGENIA. — ¡Pobre de ella y del padre que la mató! 565 • ORESTES. — Pereció por la maldita gracia de una mala mujer. IFIGENIA. — ¿Y el hijo del padre muerto vive en

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Argos? ORESTES. — Vive —y bien desdichado- en ninguna y en todas partes. IFIGENIA. — ¡Adiós, sueños falaces! Resulta que no teníais ningún valor. ORESTES. — Desde luego. Tampoco los dioses a quie- 570 nes llamamos sabios son más veraces que los fugaces sueños. Hay una gran confusión, tanto en el mundo divino como en el humano. Sólo una cosa es dolorosa: el que —siendo prudente— hace caso a las palabras de los adivinos, está perdido a los ojos de quienes lo 575 saben bien. CORIFEO. — ¡Ay, ay! ¿Y nosotras y nuestros proge- nitores? ¿Acaso viven? ¿Acaso no viven? ¿Quién podría decirlo? IFIGENIA. — Escuchad. Buscando afanosamente algo que fuera de provecho para vosotros y para mí al mismo tiempo, extranjeros, he dado con una idea —pues se llega a una buena situación sobre todo 580 cuando la misma cosa agrada a todo el mundo—: ¿es- tarías dispuesto, si yo te salvara, a marchar a Argos y llevar un mensaje a mis amigos de allí? Es una ta- 304 TRAGEDIAS 305 IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS

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585 blilla que me escribió un prisionero que se compadeció de mí, porque pensaba que no era mi mano quien lo mataba, sino que moría por causa de la ley, dado que la diosa lo consideraba justo. Nunca he tenido a nadie 590 que volviera a Argos para llevar el mensaje, nadie que se salvara y entregara esta carta a alguno de mis amigos. Pero tú —pues al parecer no eres enemigo y co- noces Micenas y a quienes yo amo— sálvate y acepta, a cambio de unas letras que nada pesan, un precio nada indigno, tu salvación. .595 Que éste, sin que tú lo acompañes, sea la víctima de la diosa, puesto que la ciudad me obliga a ello. ORESTES. — Está bien lo que has dicho, excepto en un punto, forastera: que éste sea sacrificado es para mí grave carga. Soy yo quien t¡ansporta el peso de la óoo desgracia; él es mi compañero de viaje para aliviar mis trabajos. No sería justo que cargara tu agradecimiento a cuenta de su muerte y que yo mismo me librara del mal. Conque se hará así: entrégale a él la carta —la hará llegar a Argos de forma que todo te resulte bien— 605 y a mí que me mate quien quiera. Lo más indigno es salvarse uno mismo luego de poner a los amigos en situación desgraciada. Resulta que éste es un amigo a quien deseo que viva antes que yo mismo. IFIGENIA. — ¡Qué nobleza de carácter! ¡Qué nobles 610 son tus raíces y cuán amigo de tus amigos eres en verdad! Ojalá fuera así el que quede de mis hermanos. Y es que yo, forastero, también tengo un hermano aunque no lo vea con mis ojos. Mas, ya que así lo 615 deseas, enviaremos a éste con la tablilla y tú morirás. Se da el caso de que eres tú quien tiene grandes deseos de morir. ORESTES. — ¿ Quién me sacrificará soportando este horror? IFIGENIA. — Yo. Éste es el servicio ~ que tengo de la diosa.

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ORESTES. — Nada envidiable por cierto, muchacha, ni feliz. IFIGENIA. — Pero en esta obligación he caído y tengo 620 que cumplirla. ORESTES. — ¿Y tú, una mujer, sacrificas con espada a los hombres? IFIGENIA. — No, yo rociaré tu pelo con agua lustral. ORESTES. — ¿Y quién es el verdugo, si es que sirve de algo preguntarlo? IFIGENIA. — Dentro de este recinto están quienes se ocupan de ello. ORESTES. — ¿Qué clase de tumba me aguarda una 625 vez que haya muerto? IFIGENIA. — Dentro hay un fuego sagrado y la am- plia abertura de una gruta. ORESTES. — ¡Ay! ¿Y cómo podrían amortajarme las manos de mi hermana? IFIGENIA. — Desdichado —quienquiera que tú seas—, yana es la súplica que has hecho. Ella vive lejos de esta tierra bárbara. Sin embargo, puesto que eres ar- 630 givo, no dejaré yo misma de hacerte ese favor en lo que esté a mi alcance. Pondré sobre tu tumba nume- roros adornos, haré que tu cuerpo se consuma en do- rado aceite y arrojaré en tu pira el jugo de la rubia 635 abeja montaraz que fluye de las flores. Bien, voy a traer la tablilla del templo de la diosa y, desde luego, no me acuses de crueldad. Siervos, guardadlos sin ligaduras. Puede que envíe a alguno de mis amigos de Argos —a quien yo más amo- noticias 640 que no espera. Esta tablilla le anunciará que viven 36 Sc. religioso. La palabra prostrop~ significa propiamente «plegaria», pero aquí tiene el sentido amplio de «servicio re- ligioso.. 306 TRAGEDIAS 307

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IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS quienes él cree muertos y le producirá con sus palabras un placer seguro. (Entra en el templo.) ~s CoRo. — (A Orestes.) Levanto mi llanto por ti, que te debes a la sangrienta aspersión del agua lustral. ORESTES. — No es para lamentarse, extranjeras, ale- graos. CoRo. — (A Pílades.) Y a ti, joven, te bendecimos por tu buena suerte. Feliz tú, porque pronto arribarás a la patria. 650 PÍLADES. — No es envidiable para un amigo el que sus amigos mueran. CoRo. — ¡Oh triste regreso! ¡Ay, ay, perdido estás! ess ¡Ay, ay! ¿Cuál de los dos lo está más? Mi mente se debate entre dos pensamientos contrarios: ¿Levantará mis lamentos por ti o más bien por ti? ORESTES. — Pílades, por los dioses, ¿tienes la misma idea que yo? PÍLADES. — No sé. Me preguntas y no sé qué decir. 660 ORESTES. — ¿Quién es esta joven? Porque nos ha interrogado en griego por los sufrimientos de Troya y el regreso de los aqueos; por Calcante, el entendido en aves de aguero, y por el nombre de Aquiles. Como lamentaba también al desventurado Agamenón y me 665 preguntaba por su esposa e hijos. Esta extranjera pro- cede de allí, es argiva. No habría enviado una tablilla

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ni trataría de saber si Argos se encuentra bien, como quien tiene algo en común. PÍLADES. —Te me has adelantado un poco. Has 670 dicho, antes que yo, lo mismo que iba a decir, excepto en un punto: la suerte de nuestros reyes la conoce todo aquel que ha hecho o recibido una visita. Sin embargo, hay también otra cosa que he estado con- siderando. ORESTES. — ¿Cuál? Si la expones abiertamente po- drás dilucidaría mejor. L PÍLADES. — Es verguenza que yo siga viviendo, muer- to tú. En tu compañía emprendí el viaje y en cOm- 675 pañía tuya he de morir. Cobraré fama de cobarde y malvado en Argos y en la Fócide, tierra de numerosos valles. La mayoría —pues la mayoría es aviesa— pen- sarán que te traicioné para salvarme yo solo o incluso 680 que te asesiné —atribuyendo tu muerte a la ruina de tu familia— por conseguir tu realeza casándome con la heredera, tu hermana. En efecto, éste es ¡ni temor y por verguenza lo tengo. Nada impedirá que muera con- tigo, que contigo sea degollado y que el fuego consuma 685 mi cuerpo, ya que soy tu amigo y temo la maledicencia. ORESTES. — Contén tus palabras. Soy yo quien tiene que sobrellevar mis males y si puedo soportar un dolor, no estoy dispuesto a soportar dos. Lo que tú llamas doloroso y reprochable, también lo es para mi 690 si causo tu muerte cuando has participado de mis pe- nalidades. En lo que a mí respecta, no es malo que muera si sufro lo que sufro de parte de los dioses. En cambio tú eres afortunado, tienes un hogar limpio y no contaminado; yo estoy maldito y soy desafortunado. Si te salvas y tienes hijos de mi hermana, a la que te 695 entregué como esposa, mi nombre sobrevivirá. Mi casa paterna no desaparecerá falta de descendencia. Conque marcha, sigue viviendo y haz tu hogar de la casa de mi padre. Y cuando llegues a la Hélade y a Argos, tierra 700 de caballos, te encomiendo por tu mano derecha que

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me levantes una tumba y me erijas un monumento; y que mi hermana ponga sobre mi tumba sus lágrimas y su pelo. Comunícale que he muerto a manos de una 705 mujer argiva, luego de ser purificado junto al altar para mi sacrificio. No traiciones jamás a ¡ni hermana porque veas en soledad la familia con la que has em- parentado. Adiós. Tú eres el más amado de mis amigos, tú que 308 TRAGEDIAS 309 IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS 710 conmigo te educaste y conmigo fuiste de caza, tú que has soportado el peso de mis males. Febo nos engañó, con ser profeta, y me alejó lo más que pudo de Grecia, sirviéndose de malas artes, por verguenza a su primer oráculo ~ A él me entregué en 715 cuerpo y alma y por obedecer sus palabras y matar a mi madre ahora perezco yo mismo. PÍLADES. — Tendrás una tumba y jamás traicionaré el lecho de tu hermana, desdichado, pues muerto te tendré por más amigo que vivo. 720 Sin embargo, no te ha destruido todavía el oráculo del dios por cerca que estés de la muerte. Y es que es verdad, es verdad que un excesivo infortunio produce un cambio completo en ocasiones. (Sale If igenia del

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templo.) ORESTES. — Las palabras del dios no me han bene- ficiado. Mas calla, que sale del templo esta mujer. 725 IFIGENIA. — (A los guardianes.) Retiraos vosotros, marchad a preparar lo de dentro para quienes se en- cargan del sacrificio. Éstos son, extranjeros, los pliegues de la tablilla. Escuchad ahora lo que deseo, además de esto, pues ningún hombre es el mismo cuando está en dificulta- 730 des y cuando sale del miedo y se siente seguro. Temo que cuando se aleje de esta tierra el que va a llevar a Argos la tablilla, no tenga en nada esta mi carta. ORESTES. — ¿Entonces qué quieres? ¿Qué te falta? 735 IFIGENIA. — Que me preste juramento de que ~‘a a llevar a Argos este escrito y transmitírselo a los míos, como deseo. ORESTES. — ¿Le harás tú a él una promesa seme- jante? IFIGENIA. — ¿Qué tengo que hacer o no hacer? Dime. 37 Aquel en el que le ordenó matar a su madre. It ORESTES. — Dejarlo salir con vida de esta tierra bárbara. IFIGENIA. — Tienes razón, pues, ¿cómo, si no, podría 740 transmitirlo? ORESTES. — ¿Es que accederá el rey a esto? IFIGENIA. — Sí. Yo lo persuadiré y yo misma pondré a éste en la nave. ORESTES. — (A Pílades.) Jura. (A Ifigenia.) Inicia tú el juramento, que será sagrado. IFIGENIA. — Tienes que decir: «Entregaré ésta a tus amigos.» PÍLADES. — «A tus amigos entregaré esta carta.» 745 IFIGENIA. — «Y yo te enviaré vivo fuera de las Ro- cas Oscuras.» PÍLADES. — ¿Por quién de los dioses juras como ga-

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rante? IFIGENIA. — Por Artemis, en cuyo templo tengo ofi- cio sagrado. PÍLADES. — Y por el rey del cielo, por el tremendo Zeus. IFIGENIA. — ¿Y si conculcas el juramento Y me trai- 750 cionas? PÍLADES. — Que no pueda volver. ¿Y tú qué, si no me salvas? IFIGENIA. — Que jamás, mientras viva, vuelva a po- ner en Argos la huella de mi pie. PÍLADES. — Escucha ahora una fórmula que hemos omitido. IFIGENIA. — Bien. Ninguna sugerencia está fuera de lugar si es buena. PÍLADES. — Concédeme esto de buena gana: si le 755 pasa algo a la nave y la tablilla desaparece con las otras cosas entre el oleaje —y sólo salvo mi cuerpo-, que x’o no siga ligado a este juramento. IFIGENIA. — Entonces, ¿sabes lo que voy a hacer? —pues muchas precauciones aseguran muchos éxitos—. L 310 TRAGEDIAS 311

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IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS Te diré de palabra, para que lo puedas comunicar a 760 los míos, todo lo que está escrito en los pliegues de la tablilla, pues así es más seguro. Conque si consigues salvar el escrito, él mismo comunicará en silencio sus palabras. Pero si estas letras desaparecen en el mar,. 765 salvando tu cuerpo salvarás mis palabras. PÍLADES. — Has hablado para bien tuyo y mío. In- dícame a quién tengo que llevar esta carta en Argos y qué tengo que decir una vez que te haya escuchado. 770 IFIGENIA. — Comunica a Orestes, el hijo de Agame- nón: «Te envía esta carta Ifigenia, la que fue sacrifi- cada en Áulide, pero que vive, aunque ya no exista para los de allí.» ORESTES. — ¿Y dónde está ella? ¿Ha vuelto a la vida después de muerta? IFIGENIA. — Ella es a quien tú estás viendo, no me interrumpas con tus palabras. «Hermano, llévame a 775 Argos antes de que muera, llévame lejos de esta tierra bárbara. Apártame de los sacrificios de la diosa en los que tengo por oficio matar extranjeros. - - » ORESTES. — Pílades, ¿qué diré? ¿En qué situación nos encontramos? IFIGENIA. — <... o me convertiré en una maldición para tu casa, Orestes... » —aprende este nombre oyén- dolo por segunda vez—. 780 PÍLADES. — ¡Oh, dioses!.. - IFIGENIA. — ¿Por qué invocas a los dioses en un asunto que me concierne a mí? PÍLADES. — Por nada. Continúa, me había distraído. IFIGENIA ~. — Él te interrogará y llegará a conocer lo que no podrá creerse. Dile que Artemis me salvó poniendo en mi lugar una cierva. Fue a ésta a quien 785 sacrificó mi padre creyendo descargar su aguda espada

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38 Atribuimos, con WacIa.EIN, esta línea a Ifigenia. sobre mi. Y luego me estableció en esta tierra. Ésta es la carta, esto es lo que hay escrito en la tablilla. PÍLADES. — ¡Qué fácil de cumplir es el juramento con que me has ligado! ¡Qué hermoso juramento! No esperaré mucho tiempo, cumpliré la promesa que he 790 jurado. (A Orestes.) Aquí te traigo, Orestes, una tablilla; te la entrego de parte de tu hermana. ORESTES. — La acepto, pero dejaré de lado los plie- gues de la carta. Antes prefiero tomar placer de los hechos que no de las palabras. Queridísima hermana 795 mía, asombrado como estoy te rodeo con brazos incré- dulos y me sumerjo en la alegría ahora que conozco lo que me resulta increíble. CORIFEO. — Extranjero, no tienes derecho a tocar a la sierva de la diosa poniendo tus manos en su túnica intocable. ORESTES. — No me des la espalda, hermana mía, hija 800 de mi mismo padre Agamenón. Ya tienes a tu hermano cuando pensabas que jamás lo tendrías. IFIGENIA. — ¿Tú, hermano mío? ¿No dejarás de hablar? Son Argos y Nauplia quienes están llenos de su presencia ~ ORESTES. — Desventurada, no es allí donde está tu 805 hermano. IFIGENIA. — ¿Entonces te engendró la laconia hija de Tindáreo? ORESTES. — Sí, del nieto de Pélope, de quien yo nací. IFIGENIA. — ¿Qué dices? ¿Tienes alguna prueba de ello? ORESTES. — La tengo. Pregúntame cualquier cosa de la familia paterna. 39 Quizá, con GaÉoíRE e ENGL4ND, «de su grandeza’., i. e. que es aThxnado o importante allí.

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312 TRAGEDIAS 313 IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS 810 IFIGENIA. — Eres tú quien tienes que hablar y yo enterarme. ORESTES. — Te diré primero esto, por habérselo oído a Electra: ¿sabes que hubo una disputa entre Atreo y Tiestes? IFIGENIA. — De oídas. Fue cuando se produjo la querella por el cordero de oro. ORESTES. — ¿ Entonces sabes que la bordaste en una tela sutil? 815 IFIGENIA. — Queridísimo hermano, estás acercándote a mis recuerdos. ORESTES. — ¿ Y que bordaste en el telar la imagen del sol cambiando su curso? IFIGENIA. — También bordé esta imagen en el fino tejido. ORESTES. — ¿ Y recibiste en Aulide el baño nupcial de manos de tu madre? IFIGENIA. — Lo sé; mi boda, no siendo feliz, no me ha privado de ello ~. 820 ORESTES. — ¿Y qué? ¿Recuerdas haber entregado tu pelo para que se lo llevaran a tu madre? IFIGENIA. — Sí, como recuerdo sobre mi tumba en

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lugar de mi cuerpo. ORES1~s. — En cuanto a lo que yo mismo he visto, te lo ofreceré como prueba: la lanza antigua de mi padre que permanece oculta en tu habitación de sol- tera, en el palacio de Pélope; la que blandió en sus 825 manos cuando consiguió a Hipodamía, la moza de Pisa, después de matar a Enómao. IFIGENIA. — ¡Oh mi querido! Por ninguna otra cosa —pues eres lo más amado- te tengo, Orestes, venido 830 de lejos de mi patria Argos. ¡Oh, mi amado! 40 ~ e. de su recuerdo, como explica el escoliasta del ms. L ORESTES. — También yo te tengo a ti, a la que se cree muerta. El llanto, el gemido unido a la alegría empapan tus párpados lo mismo que los míos. IFIGENIA. — este es el que todavía niño dejé recién 835 nacido en brazos de la nodriza, recién nacido en casa. ¡Oh alma mía, que eres más feliz que para dicho! ¿Qué diré? Más lejos que un milagro, mas lejos que 840 cualquier palabra ha llegado este encuentro. ORESTES. — ¡Que en el futuro seamos felices en mutua compañia! IFIGENIA. — Extraña alegría me invade, amigas. Temo que de mis brazos hasta el éter con alas se me escape. ¡Ay hogar cicló peo! ¡Ah patria mía, amada Micenas!, s~ts gracias te doy por su vida, gracias por su crianza, porque criaste a este mi hermano, luz para mi casa. ORESTES. — Hermana, por estirpe somos afortuna- &5o dos, mas por circunstancias adversas nuestra vida es infeliz. IFIGENIA. — Ya sé —¡pobre de mí!—, ya sé que mi padre puso sobre mí cuello su espada. ORESTES. — ¡Ay de mí! Me parece que te estoy sss viendo allí, aunque no estuve presente. IFIGENIA. — Hermano, no había cantos de himeneo cuando a la tienda y al lecho de Aquiles a traición me llevaron. Mas sí había llanto y lamentos junto al altar. 860

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¡Horror, horror de aquellas lustraciones! ORESTES. — También yo lamenté la osadía de mi padre. IFIGENIA. — En suerte me tocó un destino de mal padre, de mal padre. Una desdicha sigue a otra por 865 voluntad de algún dios. ORESTES. — ¡Y si hubieras matado a tu hermano, desdichada! IFIGENIA. — ¡Ah, desventurada, qué tremenda osadía! Un acto terrible, terrible, iba a cometer. Hermano, ~av de mi!, a punto estuviste de morir con muerte 870 314 TRAGEDIAS 315 IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS impía segado por mis manos. Mas de todo esto, ¿cuál 875 será el término? ¿Qué suerte me acompañará? ¿Qué camino encontraré para alejarte de este pueblo 41, de 880 la muerte, y enviarte a la patria Argos antes de que la espada toque tu sangre? Esto es, esto es, triste alma mía, lo que tienes que encontrar. ¿Acaso por tierra? 885 ¿No por mar, sino a golpes de tu pie? Encontrarás la muerte entre bárbaras tribus y por caminos, que no 890 son caminos, caminando. ¡Tendrá que ser por las Rocas Oscuras del es trecho, larga singladura para el correr 895 de una nave! ¡Pobre de mí, pobre de mí! ¿Qué dios, pues, o qué mortal o qué circunstancia inesperada en-

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contraría una salida imposible para librar del mal a los dos únicos Atridas? 900 CORIFEO. — Entre lo maravillaso y que supera toda palabra yo misma he visto este encuentro; no lo he oído por boca de un tercero. PÍLADES. — Es natural, Orestes, que cuando un amigo llega ante la presencia de quien ama, se abracen, pero hay que abandonar las lamentaciones y poner todo 905 nuestro empeño en recobrar la salvación —¡glorioso nombre!— y salir de esta tierra bárbara. Es propio de hombres sabios no abandonar su suerte, dejando pasar la oportunidad, por gozar de un placer inopor- tuno. ORESTES. — Dices bien. Creo que es cosa de la suer- 910 te y de nosotros. Si un hombre es diligente, es razona- ble que la suerte42 tenga más fuerza. IFIGENIA. Nada puede retenerme ni impedir que pregunte primero qué suerte le ha tocado vivir a Electra, pues todos vosotros me sois queridos. 41 Lit. «de esta ciudad~~. Esta expresión resulta chocante, por lo que se ha alterado variablemente el texto. Quizá la conie- tura más aceptable, de ser necesaria, sería peléke¿5n de REI5KB (alejarte «del hacha.>. 42 Lit. <la divinidad.. L ORESTES. — Ella vive con éste ‘~ y lleva una existen- 915 cia feliz. IFIGENIA. — ¿Y éste de dónde procede, de quién es hijo? ORESTES. — Su padre tiene el nombre de Estrofio, el Focense. IFIGENIA. — ¿Entonces es hijo de la hija ~ de Atreo, pariente mío? ORESTES. — Sí, es tu primo y mi único amigo de verdad. IFIGENIA. — Él no vivía cuando mi padre me sacri- 920 ficó.

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ORESTES. — No vivía, pues Estrofio estuvo cierto tiempo sin hijos. IFIGENIA. — Yo te saludo, esposo de mi hermana. ORESTES. — Y salvador mío, no sólo pariente. IFIGENIA. — ¿Cómo te atreviste a un acto tan terri- ble contra tu madre? ORESTES. — Guardemos silencio sobre ello... Fue en 925 venganza de mi padre. IFIGENIA. — ¿Cuál fue la causa? ¿Por qué mató a su esposo? ORESTES. — Deja de preguntar por tu madre. No está bien que lo conozcas. IFIGENIA. — Callaré. Pero ¿y Argos? ¿Tiene todavía puestos sus ojos en ti? ORESTES. — Menelao es rey. Yo soy exiliado de mi patria. IFIGENIA. — ¿No habrá ultrajado nuestro tío nuestra 930 casa en ruinas? ORESTES. — No, es el terror de las Erinis lo que me ha arrojado del país. Con Pílades. 44 Anaxibia, hermana de Agamenón y esposa de Estrofio. 316 TRAGEDIAS 317

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IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS IFIGENIA. — ¿Entonces es éste el ataque de locura que se anunció que padecías en estas mismas costas? ORESTES. — No es ahora la primera vez que me ven en este miserable estado. IFIGENIA. — Entiendo. Las diosas te persiguen por causa de tu madre. 935 ORESTES. — Hasta el punto de que han puesto un freno sangriento en mi boca. IFIGENIA. — ¿Y por qué has pasado a esta tierra? ORESTES. — He llegado por orden del oráculo de Febo. IFIGENIA. — ¿Qué tienes que hacer? ¿Se puede de- cir o es secreto? ORESTES. — Te lo diré. Éste es el comienzo de mis 940 muchos males. Desde que esta desgracia de mi madre que ahora silenciamos recayó sobre mis manos, me acosaron las Erinis, como a un fugitivo, con sus per- secuciones. Después, Loxias dirigió mis pasos hacia Atenas para ofrecer expiación a las diosas sin nom- 945 bre ~, pues hay allí un sagrado tribunal que Zeus es- tableció para Ares como consecuencia de haber man- cillado sus manos con cierto crimen”. Allí me presenté... Al principio ningún huésped me acogió de buen grado, pues era un ser odiado por los dioses. Pero los que sintieron piedad me ofrecieron en 950 hospitalidad una mesa apartada4’ —aunque vivían bajo el mismo techo- y con su silencio me mantuvieron 43 Son las Erínis. No es que no tengan nombre, sino que se las solfa dar un nombre eufemístico, como Euménídes (<be- névolas «) o Semnai («venerandas»). “ Ares mató a Halirrocio porque éste habla violado a su hija Mcipe. 47 Esto no implica que sólo Orestes tuviera una mesa

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aparte. También los demás la tenían. Los espectadores ate- nienses, sin duda, no necesitaban esta explicación, pues cono- cían muy bien los detalles de la fiesta. Cf. n. 49. silencioso de forma que estuviera alejado de su comida y bebida. Llenaron una vasija propia, con la misma medida de vino para todos, y tenían contento. Yo no me consideraba digno de censurar a mis 955 hospedadores, sufría en silencio simulando no entender y lamentando sobremanera ser el asesino de mi ma- dre ~. He oído que mis desdichas se han convertido en un rito de Atenas y que todavía se mantiene la costumbre de que el pueblo de Palas venere la vasija ~o de las Coes44. Cuando llegué a la colina de Ares me sometí a juicio: yo ocupaba uno de los dos asientos y el otro la más anciana de las Erinis ~. Después que hube ha- blado y escuchado sobre la muerte de mi padre, Febo 965 me salvó con su testimonio y Palas igualó los votos con su mano. Y salí victorioso en esta prueba de mi asesinato. Cuantas Erinis acataron el veredicto, se marcaron los limites de un terreno sagrado en el mismo lugar de la votación; pero las que no se plegaron a la 970 legalidad no dejaban de acosarme en una persecución que no daba lugar al descanso, hasta que volví al sa- grado recinto de Febo. Me puse delante de la entrada, ayuno de alimentos, y juré que reventaría allí mismo perdiendo mi vida si no me salvaba Febo, ya que él 975 me había perdido. 48 Se ha dado otra interpretación (ENGLAND, PLATNAUER) a los Vv. 956-957: « sufría en silencio, entre grandes lamentos, si- mulando no tener conciencia de que era el asesino de mi madre». 49 Esta narración es un mito etiológico de la fiesta ate- niense de las Coes, que tenía lugar el segundo día de las An- testerias o fiestas de difuntos. En ella los participantes bebían, en mesas separadas, de una Coe (12 cotilas aprox. 4 litros) en vez de beber juntos de la cratera comun.

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~ El acusado se sentaba en una piedra llamada « del cri- men< <h~bre5s), el acusador en la de la «implacabilidad» (anaideías) (cf. PAUsANIAs, 1 28, 5). 318 TRAGEDIAS 319 IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS Allí mismo dejó Febo oír su voz desde el áureo trí- pode y me envió aquí para apoderarme de la imagen caída del cielo y erigiría en suelo ateniense s~. Conque colabora conmigo en conseguir la salvación 980 que me ha señalado. Si nos apoderamos de la imagen de la diosa, cesarán mis ataques de locura y te esta- bleceré de nuevo en Micenas, luego de embarcarte en mi navío de muchos remos. Vamos, hermana querida, salva tu casa paterna y 985 sálvame a mí. Perdido soy y perdidos los Pelópidas si no arrebatamos la celeste imagen de la diosa. CORIFEO. — Terrible hierve la ira de los dioses; en- tre dolores arrastra a la simiente de Tántalo. IFIGENIA. — Tengo voluntad —y la tenía antes de que 990 tú vinieras— de estar en Argos y de verte a ti, her- mano. Deseo tanto como tú librarte de las dificultades y enderezar la casa paterna que se halla enferma, sin odio contra quien quiso matarme. Lo deseo, pues así 995 alejaría mi mano de tu sangre y salvaría la casa. Pero

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no sé cómo escapar de la diosa y el rey cuando éste encuentre el pedestal de piedra sin su estatua. ¿Cómo librarme de la muerte? ¿Qué explicación podré dar? Ahora bien, si esto se produce junto y al mismo íooo tiempo —si te llevas la estatua y a mí me llevas sobre nave de buena proa—, el riesgo valdrá la pena. Si, por el contrario, no consigo esto 52, entonces yo estoy per- dida y tu, en cambio, conseguirás volver habiendo dis- puesto bien tus intereses. íoos Mas no, no me arredro aunque tenga que morir para salvarte. Cuando un hombre muere en una casa, se le echa de menos; en cambio la mujer es débil. SI Sobre esta nueva complicación en el mito de Orestes, cf. la Introducción. 52 1. e. el conseguir las dos cosas juntas. Se ha querido hacer más explícito este sentido corrigiendo el texto innecesa- riamente (cf. aparato crítico de MURRAY). ORESTES. — No seré el causante de tu muerte y de la de mi madre. Ya basta con su sangre. Contigo quiero compartir la suerte, vivo o muerto. Te llevaré a casa, 1010 si es que yo mismo consigo llegar allí, o me quedaré aquí para morir contigo. Escucha mi opinión. Si nuestro plan fuera hostil a Ártemis, ¿cómo me habría Loxias ordenado que llevara a la ciudad de Palas la estatua de la diosa y que con- 1015 templara tu rostro? ~ Poniendo todo esto en relación, espero conseguír el regreso. IFIGENIA. — ¿Y cómo podríamos evitar la muerte y apoderarnos de lo que queremos? Éste es el punto débil del regreso a casa. Éste es el punto a deliberar. ORESTES. — ¿Nos sería posible matar al rey? 102o IFIGENIA. — Terrible es el acto que has propuesto: que un forastero mate a quien le hospeda. ORESTES. — Con todo, hay que afrontarlo si puede salvarnos a ti y a mí. IFIGENIA. — No sería capaz, aunque alabo tu audacia.

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ORESTES. — ¿Y si me ocultaras en este templo? IFIGENIA. — ¿Con la idea de aprovechar la oscuridad io~s para salvarnos? ORESTES. — Sí, pues la noche es para los ladrones y el día para la verdad ~. IFIGENIA. — Hay dentro vigilantes sagrados, a quie- nes no podremos hurtarnos. 53 Se ha pensado que hay una laguna entre la primera su- bordinada y la segunda, dado que Loxias no ordenó a Orestes <que contemplara el rostro de Ifigenia». Pero dado que graxna- ticalmente el periodo es intachable, la exigencia de una laguna es llevar el racionalismo a un extremo casi patético. 54 1. e. <para quienes no se tienen que ocultar». MARKLAND y otros editores excluyen estos dos versos (1025-1026) como in- terpolaciones de actor, sobre todo porque separan mucho la pregunta de 1024 de la respuesta en 1027. 320 TRAGEDIAS 321 IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS OREsTES. — ¡Ay de mi, estamos perdidos! ¿Cómo, entonces, podremos salvarnos? IFIGENIA. — Creo que tengo una idea nueva. 1030 ORESTES. — ¿Cuál? Comunícame tu plan para que

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yo lo sepa. IFIGENIA. — Me serviré de tus sufrimientos como estratagema. ORESTES. — ¡Hábiles sois las mujeres para descu- brir tretas! IFIGENIA. — Diré que vienes de Argos por haber dado muerte a tu madre. ORESTES. — Sírvete de mis desgracias si te resulta útil. 1035 IFIGENIA. — Diré que no está permitido sacrificarte a la diosa. ORESTES. — ¿Por qué razón? Ya voy barruntando algo. IFIGENIA. — Porque no eres puro; sólo entregaré al sacrificio lo que sea santo ~. ORESTES. — ¿Y por qué va a ser así más fácil apo- derarse de la imagen? IFIGENIA. — Expresaré mi deseo de purificarte con agua del mar. 1040 ORESTES. — Pero todavía estará dentro del templo la imagen por la que hemos venido navegando. IFIGENIA. — Diré que también he de lavarla por ha- berla tocado tú. ORESTES. — ¿Dónde? ¿Te refieres al pomontorio ba- fiado por el mar? IFIGENIA. — Allí donde tu nave se encuentra ancla- da con cuerdas de lino. ORESTES. — ¿Llevarás tú misma la estatua en tus brazos o algún otro? SS Seguimos la lectura de la edición Aldina (phdn*Ji por phóbdi> que ni siquiera recoge Muunay. IFIGENIA. — Yo. Sólo a mí me está permitido tocarla. 1045 ORESTES. — Y mi amigo Pílades, ¿qué lugar tendrá en el juego?56. IFIGENIA. — Se dirá que tiene en sus manos la misma mancha que tú. ORESTES. — ¿Harás esto a escondidas del rey o con

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su conocimiento? IFIGENIA. — Lo convenceré con mis palabras, porque ocultarme no podría en absoluto. ORESTES. — Pues bien, los remos de la nave están toso ya prestos para golpear. IFIGENIA. — Tú has de encargarte del resto de forma que resulte bien. ORESTES. — Sólo falta una cosa, que éstas oculten el plan. Conque dirígete a ellas y busca palabras per- suasivas... La mujer tiene capacidad para excitar el llanto. Por lo demás, puede que todo resulte bien. íosi IFIGENIA. — Queridas mujeres,., en vosotras pongo mis ojos. En vuestras manos está el que tenga éxito o que me convierta en nada y me vea privada de mi patria, de mi querido hermano y de mi queridísima hermana. Que éste sea el comienzo de mis palabras: 1060 somos mujeres, especie amiga de ayudarse mutua- mente y firmes como nadie para salvaguardar nues- tros comunes intereses. Colaborad en nuestra fuga con vuestro silencio. ¡Qué hermoso es tener una lengua de confianza! Ved cómo un solo destino abarca a tres 1065 seres que se aman: o el regreso a la tierra patria o la muerte. Si me salvo, os llevaré salvas a la Hélade para que participéis también vosotras de mi suerte. Os lo su- plico, a ti y a ti por vuestra diestra; a ti por tu querido rostro, por tus rodillas y tus seres más queridos —pa- 1070 dre, madre e hijos si los tienes—. 56 Lit. <en qué lugar del coro estará colocado». 322 TRAGEDIAS 323

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IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS ¿Qué decís? ¿Quién de vosotras dice que quiere o que no quiere? Hablad, pues si no aceptáis mis paJa.. bras nos veremos perdidos yo y mi paciente hermano. 1075 CORIFEO. — Cobra ánimos, dueña querida, y piensa sólo en salvarte. Por mi parte, guardaré silencio sobre todo aquello que estás planeando. ¡Sépalo el gran Zeus! IFIGENIA. — Gracias por vuestras palabras, os deseo felicidad. (A Orestes y Pílades.) Tu trabajo y el tuyo es entrar íoso en el templo. Pronto llegará el rey de esta tierra para indagar si se ha llevado a cabo el sacrificio de los ex- tranjeros. (Entran en el templo.) (Invocando a Artemis.) Soberana, tú que me salvaste en los valles de Aulide de las manos terribles de un padre asesino, sálvame ahora y salva a éstos. O por 1085 tu culpa, la boca de Loxias ya no será veraz a ojos de los mortales. Abandona benévola esta tierra bárbara y dirígete a Atenas. No te conviene habitar aqul pu- diendo vivir en una ciudad próspera. (Entra ella en el templo.) CoRo. Estrofa 1.» 1090 Alción, alción que junto a los rocosos acantilados del mar cantas lúgubre lamento, —voz comprensible para quienes comprenden que celebras a tu esposo, 1095 sin cesar, con tus cantos ~—. Yo, ave sin alas, mis 51 Alcione, hija de Edo y Enarete, casó con Ceiz. Según

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una rama de la tradición, ella fue convertida en alción y él en foca por impiedad (se llamaban a si mismos Zeus y Hera, cf. A¡’owooao, 1 7, 4); según otra, Ceix se ahogó y ella lo la- mentaba tan penosamente que los dioses la convirtieron en alción y sigue llorando a su marido (cf. LucIANo, Halcyon 1; Metamorfosis IX 270 y sigs.: «y durante los siete días que Alcione cubre sus huevos en su nido hecho en las rocas, la trenos lanzo junto a los tuyos añorando las fiestas he- lenas, añorando a Artemis partera, la que habita cabe la costa del Cinto ~ y la palmera de suave copa y el ííoo laurel de hermoso tallo y el tronco sagrado de la verde oliva —¡tan querido para los dolores de parto de Leto!—, y la laguna que hace girar en círculos su agua, donde el melódico cisne sirve a las Musas. 1105 Antistrofa 1.8 ¡Oh torrenteras de lágrimas henchidas, que sobre mis mejillas cayeron cuando, derrumbadas las torres, me llevaron en naves entre remos y lanzas enemigas! ííío Vendida a cambio de oro emprendí el viaje a tierras bárbaras donde sirvo a la virgen sirviente de la diosa matadora de ciervos, a la hija de Agamenón y a los ííís altares en que no hay sacrificios de ovejas ~. Envidio a quien es infortunado desde siempre pues, al nacer con ella, no lo abruma la necesidad. Cambiar es infor- 1120 tunio, y recibir daño cuando acompaña la suerte es un signo pesado para los mortales. Estrofa 2.» También a ti, señora, la argiva pentecóntoro ~ te llevará al hogar. El caramillo, con cera en la junturas, 1125 del montaraz Pan silbará marcando el ritmo de los remos, y Febo el adivino, que posee el sonido encan- tador de su lira de siete tonos, te llevará cantando a 1130 la fecunda tierra de Atenas. Marcharás al impulso del resonante remo dejándome aquí atrás. Los cables de mar está en calma y la navegación segura y tranquila» (de aquí

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la expresión <los días del alción»). 58 Monte de Delos. La palmera y el laurel son los diferentes objetos sagrados que toda la tradición griega relaciona con el nacimiento de Apolo y Artemis en Delos. El olivo es una adición de la tradición ática. 59 1. e. sólo hay sacrificios humanos. 60 Nave arcaica con 50 remos. 324 TRAGEDIAS 325 4, IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS 1135 la rápida nave, por cima de la amura, extenderán su vela más allá de la proa al impulso del viento 61~ Antistrofa 2.a ¡Pudiera yo marchar por el brillante curso que re- corre el fuego del sol! ¡Pudiera yo dejar de batir las 1140 alas en mis costados 62 sobre las alcobas de mi casa! ¡Pudiera yo tomar parte en los coros en que cuando 1145 era moza, en bodas ilustres, haciendo girar —a los pies de mi madre querida— las bandas de mis coetáneas, compitiendo con ellas en gracia, rivalizando en suaves y ricos peinados, al saltar sombreaba mis mejillas uso enredando mis trenzas con los velos de muchos co- lores! (Aparece el rey Toante por la derecha.)

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TOANTE. — ¿Dónde está la mujer griega que es por- tera de este templo? ¿Ha iniciado el sacrificio de los 1155 extranjeros? ¿ Brilla ya su cuerpo bajo la acción del fuego en los sagrados recintos? (Sale Ifigenia del templo.) CORIFEo. — Aquí está, rey, la que te aclarará todo. TOANTE. — 1Eh! ¿Por qué, hija de Agamenón, has le- yantado de su firme pedestal la imagen de la diosa y la llevas en tus brazos? IFIGENIA. — Soberano, detén tu pie ahí mismo, en los umbrales. 1160 TOANTE. — ¿Qué novedad es ésta en el templo, Ifi- genia? 61 A menos que pensemos que Eurípides desconocía por completo las partes de una nave o que el poeta prescindía con absoluta indiferencia de las condiciones de la misma, todo nos induce a pensar que estamos ante un pasaje corrupto, difícil- mente recuperable a pesar de los esfuerzos que se han hecho. Sin embargo, la imagen que se nos presenta es clara: una nave que avanza rápidamente con la vela hinchada de forma que sobresale por delante de la proa. 62 5. e. para posarme encima. 1 IFIGENIA. — He escupido 63~ A Pureza refiero esta palabra. TOANTE. — ¿Qué extraño preludio es éste? Habla claramente. IFIGENIA. — No son puras las víctimas que habéis prendido, soberano. TOANTE. — ¿Qué te lo prueba?... ¿O expresas una opinión? IFIGENIA. — La imagen de la diosa se ha dado la 1165 vuelta en su pedestal. TOANTE. — ¿Por si sola o la ha torcido un terremoto? IFIGENIA. — Por sí sola. Y ha cerrado los ojos.

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TOANTE. — ¿Cuál es la causa? ¿Acaso la impureza de los extranjeros? IFIGENIA. — Ella y no otra cosa. Han cometido una acción terrible. TOANTE. — ¿Han matado a alguno de los bárbaros 1170 en la ribera del mar? IFIGENIA. — Han llegado ya con un crimen familiar. TOANTE. — ¿Cuál? Me han entrado deseos de cono- cerlo. IFIGENIA. — ¡Han matado a su madre con espada común! TOANTE. — ¡Por Apolo! Ni siquiera entre los bárba- ros se atrevería nadie a esto. IFIGENIA. — Han sido perseguidos y arrojados de 1175 toda Grecia. TOANTE. — ¿Y es por esto por lo que estás sacando la imagen? IFIGENIA. — Sí, bajo el sagrado éter, para apartarla de la sangre. 63 Exclamación cuasi eufemística cuando, como afirma Wen., «la palabra ocupa el lugar de la cosa» <el acto aquí). 326 TRAGEDIAS 327 IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS

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TOANTE. — ¿ En qué forma conociste la mancha de los extranjeros? IFIGENIA. — Los interrogué cuando se tomó la ima- gen de la diosa. 1180 TOANTE. — Astuta te educó Grecia. ¡Qué bien te enteraste! IFIGENIA. — Y, con todo, pusieron un dulce señuelo en mi corazón. TOANTE. — ¿Te dieron noticias de Argos como he- chizo? IFIGENIA. — Sí, que mi único hermano vive feliz... TOANTE. — Sin duda con idea de que los salvaras, feliz por sus noticias. 1185 IFIGENIA. — ... y que vive mi padre y es afortunado. TOANTE. — Pero tú te habrás inclinado de parte de la diosa, como es lógico. IFIGENIA. — Sí, y por odio a toda Grecia que me perdió. TOANTE. — Entonces dime, ¿qué hacemos con los dos extranjeros? IFIGENIA. — Es fuerza que observemos la ley aquí vigente. ilQO TOANTE. — ¿No dispones entonces las lustraciones y tu espada? IFIGENIA. — Primero quiero lavarlos con purifica- ciones sagradas. TOANTE. — ¿Con agua de una fuente o del mar? IFIGENIA. — El mar lava todos los males del hombre. TOANTE. — Desde luego caerán ante la diosa más conforme al rito. 1195 IFIGENIA. — También así saldrá mejor lo que me atafie64 TOANTE. — ¿No llega el oleaje hasta el mismo templo? 64 Frase con doble sentido. IFIGENIA. — Sí, pero se precisa soledad, pues hare- mos también otras cosas...

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TOANTE. — Llévalos adonde precises. No deseo con- templar lo que es prohibido. IFIGENIA. — He de purificar también la imagen de la diosa. TOANTE. — Si, ya que la ha alcanzado la impureza 1200 del matricida. IFIGENIA. — Así es, en otro caso yo nunca la habría levantado de su pedestal. TOANTE. — Justas son tu piedad y previsión. IFIGENIA. — ¿Sabes lo que necesito tener? TOANTE. — Es cosa tuya el manifestármelo. IFIGENIA. — Encadena a estos extranjeros. TOANTE. — ¿Adónde podrán huir? IFIGENIA. — Grecia no conoce la lealtad. TOANTE. — Id en busca de cadenas, siervos 1205 IFIGENIA. — Que traigan aquí a los extranjeros... TOANTE. — Así se hará. IFIGENIA. — ... con la cabeza cubierta con los peplos. TOANTE. — ¡Para proteger la luz del sol! ~. IFIGENIA. — Que me den escolta tus hombres. TOANTE. — Éstos te acompañarán. IFIGENIA. — Envía también a alguien que comunique a la ciudad... TOANTE. — ¿Qué? IFIGENIA. — Que todos permanezcan en casa. TOANTE. — ¿Para no encontramos con el asesino? IFIGENIA. — Sí, los tales están contaminados. 1210 TOANTE. — Tú ve a comunicar... IFIGENIA. — ... que nadie se acerque a su presencia. TOANTE. — ¡Cómo te preocupas por la ciudad! 5. e. para que los rayos del sol no se contaminen y a su vez vuelvan a contaminar a los demás. 328 TRAGEDIAS 329

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IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS IFIGENIA. — Y también por los amigos que más lo precisan. TOANTE. — Eso lo dices por mi. <IFIGENIA. — Desde luego>”. TOANTE. — Con razón te admira todo mi pueblo. IFIGENIA. — Tú quédate aquí delante del templo... 1215 TOANTE.—¿Y qué hago? IFIGENIA. — ... y purifica con azufre el recinto de la diosa. TOANTE. — ¡Para qué regreses a él, ya purificado! IFIGENIA. — Y cuando salgan los extranjeros... TOANTE. — ¿Qué he de hacer? IFIGENIA. — Cubre tus ojos con el manto... TOANTE. — ¡Para no recibir contaminación! IFIGENIA. — Si te parece que tardo demasiado... TOANTE. — ¿Qué límite pongo a tu tardanza? 1220 IFIGENIA. — ... no te extrañes. TOANTE. — Ejecuta bien los ritos de la diosa, pues hay tiempo. IFIGENIA. — ¡Ojalá esta purificación resulte como yo deseo! TOANTE. — Me uno a tu súplica. (Entra en el tem- plo, cruzándose con Orestes y Pílades que salen. Se cubre para evitar verlos.) IFIGENIA. — Helos aquí, ya veo a los extranjeros que salen del templo, ya veo los adornos de la diosa

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y los corderos recentales con cuya sangre lavaré su sangre impura. Ya veo el resplandor de las antorchas 1225 y todo cuanto yo misma he prescrito para purificar a los forasteros y a la diosa. Ordeno a los ciudadanos que se mantengan alejados de esta polución. Si alguien es portero del templo y tiene sus manos puras para los dioses, si alguien viene a contraer matrimonio o “ La contestación de Ifigenia falta en los Mss., pero es fácil de suplir. Nosotros lo hemos hecho siguiendo a K~ICHLY. está preñada, huid, retiraos, no vaya a caer sobre al- guien esta mancha. (En actitud de súplica) ¡Oh virgen soberana, hija 1230 de Zeus y Leto! Si purifico el crimen de éstos y realizo el sacrificio donde debo, habitarás una casa pura y nosotros seremos felices. Callo lo demás, pero se lo doy a entender a los dioses que todo lo saben y a ti, diosa. (Sale el cortejo por la derecha.) CoRo. Estrofa. Hermoso es el hijo de Leto, a quien ésta parió en 1235 los fructíferos valles de Delos, el de pelo de oro en- tendido en la cítara y en el tiro certero del arco con que se complace. Llevólo ella misma67 de junto al 1240 acantilado —dejando el ilustre lugar de su parto— hasta la cumbre del Parnaso, de torrenciales aguas, que danza en honor de Dioniso. Allí la serpiente de 1245 moteado lomo, de color de vino, cubierta con sombrío laurel de buenas hojas por coraza, el monstruo por- tentoso de la tierra, vigilaba el oráculo soterraño. To- davía un bebé, todavía palpitando en los brazos de tu 1250 madre querida lo mataste, oh Febo, y ascendiste al divino oráculo y ahora te sientas en áureo trípode, en el trono veraz, vaticinando para los mortales desde el 1255 fondo del templo vecino de la corriente de Castalia, y ocupando un palacio que es centro de la tierra.

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Antistrofa. Cuando desalojó del oráculo divino de Pitón a 1260 Temis, hija de la tierra, Ctón engendró nocturnos fan- tasmas de sueños que iban a manifestar a muchos mortales el pasado, el presente y cuanto iba a suceder, 1265 durante el sueño, en las tenebrosas cavidades de la 67 Sc. <su madre> Leto. 330 TRAGEDIAS 331 IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS tierra. Así Gea quitó a Febo su prerrogativa de adivino encelada por su hija. Mas con rápido pie al Olimpo 1270 se encaminó el soberano y rodeó con su mano de niño el trono de Zeus, suplicando que quitara del templo pítico la ira de la diosa terrena. Y Zeus rió porque su 1275 hijo vino en seguida queriendo retener su lugar de culto, cargado de oro. Y agitó sus cabellos para que cesaran las nocturnas voces, y quitó a los mortales la 1280 veracidad de los nocturnos sueños, y devolvió a Loxias sus prerrogativas y a los mortales su confianza en los versos proféticos cantados en el trono acogedor de huéspedes visitado por muchos mortales. (Entra por la derecha un esclavo de Toante.)

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MENSAJERO. — Oh guardianes del templo y protec- 1285 tores de los altares, ¿adónde ha marchado Toante, rey de esta tierra? Abrid las puertas de buenos cerrojos y haced que salga de este templo el soberano del país. CoRIFEo. — ¿Qué sucede, si se me permite hablar sin que nadie me lo ordene? MENSAJERO. — Se han escapado los dos jóvenes. Han 1290 huido del país por una estratagema de la hija de Aga- menón y llevan la santa imagen en la cavidad de su nave griega. CORIFEO. — Has dicho palabras increíbles. El rey del país, a quien deseas ver, ha salido precipitada- mente del templo. 1295 MENSAJERO. — ¿Adónde? Pues tiene que enterarse de lo ocurrido. CORIFEO. — No sabemos. Conque marcha y síguelo adonde puedas encontrarlo para comunicarle esas pa- labras. MENSAJERO. — Ya veis cuán poco digna de crédito es la raza femenina. Seguro que también vosotras te- néis parte en la acción. 1 COMl~O. — Estás loco. ¿Qué tenemos nosotras que 1300 ver en la huida de los extranjeros? ¿No te irás al pa- lacio de los reyes lo antes posible? MENSAJERO. — No, al menos hasta que este intér- prete” me diga si el soberano del país se encuentra, o no, dentro. Eh, abrid las trancas —a los de dentro digo— y comunicad al señor que estoy a la puerta con una í 305 carga de noticias. (Sale Toan te del templo.) TOANTE. — ¿Quién arma ese alboroto ante el templo de la diosa, golpeando las puertas y haciendo llegar el ruido hasta el interior? MENSAJERO. — ¡Eh! ¿Cómo es que éstas me decían que te encontrabas fuera, e incluso trataban de echar- 1310 me del templo? ¡Resulta que estabas dentro! TOANTE. — ¿Qué recompensa buscan o esperan?

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MENSAJERO. — Más tarde te aclararé la actitud de éstas. Escucha ahora el asunto más inmediato. La joven que estaba aquí al cargo de los altares, Ifigenia, ha salido del país en compañía de los dos extranjeros 1315 llevándose la sagrada imagen de la diosa. Las purifica- ciones eran mentira. TOANTE. — ¿Qué dices? ¿Qué soplo ha tenido de mala fortuna? MENSAJERO. — Por salvar a Orestes. Quizá te pro- duzca estupor. TOANTE. — ¿A quién? ¿Acaso al que alumbró la hija de Tíndaro? MENSAJERO. — El hombre a quien la diosa consagró 1320 para su altar. TOANTE. — ¡Qué extraño!... ¿Qué nombre más exac- to podría dar a esto? MENSAJERO. — No te preocupes ahora de eso y es- cúchame. Después de que veas todo con claridad y me GB Sin duda la aldaba. 332 TRAGEDIAS 333 IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS oigas, piensa qué clase de persecución puede dar al- cance a los extranjeros.

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1325 TOANTE. — ¡Habla, tienes razón! La navegación que han emprendido no es corta para que puedan escapar de mi lanza. MENSAJERO. — Cuando llegamos a la ribera del mar, donde se encontraba anclada ocultamente la nave de 1330 Orestes, la hija de Agamenon nos hizo señas de que nos alejáramos los que —por orden tuya— llevábamos los grilletes de los extranjeros, con idea de encender el fuego secreto para la purificación para la que había ido allí. Ella siguió caminando con los grilletes de los ex- tranjeros en sus manos. Esto nos resultó sospechoso, 1335 pero con todo, tus siervos, señor, nos dimos por satis- fechos. Un tiempo después —sin duda para que nos pare- ciera que estaba realizando algo— lanzó un grito ritual y recitaba cantos ininteligibles como un mago, como si ya estuviera purificando el crimen. Como ya llevá- í3.~o ramos largo tiempo sentados, nos entró miedo de que los extranjeros se desataran, la mataran y se dieran a la fuga. Pero por temor de ver lo que no debíamos con- templar, permanecimos sentados en silencio. Por fin todos estuvimos de acuerdo para acercarnos adonde se 1345 hallaban, aunque nos estuviera prohibido. Entonces vimos la nave griega, bien dotada con una fila de remos —como alas para impulsarla—, y a cincuenta marineros sosteniendo los remos en los toletes, y a los jóvenes, libres ya de ligaduras, en pie junto a la proa 1350 de la nave. Unos impulsaban la proa con los botadores, otros colgaban de las serviolas el anda, otros prepa- raban apresuradamente la escala, arrastraban las ama- rras con sus manos y se las soltaban a los extranjeros echándolas al mar. Nosotros, sin cuidarnos de nada, cuando vimos la 1355 engañosa estratagema, nos asimos a la extranjera y a las amarras y tratamos de sacar por sus huecos las cañas del timón de la nave. Y nos cambiamos estas palabras:

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« ¿ Con qué razón tratáis de zarpar robando a nuestro país la imagen y la sacerdotisa? ¿Quién eres tú, y de í~óo qué país, para sacar ocultamente a ésta?» Y él dijo: «Soy Orestes, su hermano —para que lo sepas—, el hijo de Agamenón. He cobrado a mi her- mana, a quien perdí, y me la llevo.» Pero nosotros nos aferrábamos todavía más a la extranjera y tratábamos 1365 de forzarla a que nos siguiera ante tu presencia. Así es como se produjeron estas terribles contusio- nes en mi rostro. En efecto, ni ellos ni nosotros tenía- mos armas a mano. Se entabló una lucha a puñetazos y los brazos y pies de los dos jóvenes muchachos se 1370 dirigían contra nuestros costados e hígados, de forma que con los encontronazos nuestros miembros se en- torpecieron. Marcados por terribles señales huimos hacia la es- carpadura, unos con heridas sangrientas en la cabeza y otros en la cara. Cuidadosamente apostados en las 1375 alturas combatíamos arrojando piedras, pero los ar- queros, puestos sobre la proa, nos impedían con sus dardos que reanudáramos nuestro avance. En esto, como un terrible oleaje impulsara la nave a tierra y la doncella tuviera miedo de mojar su pie, í~ao la tomó Orestes sobre su hombro izquierdo, se intro- dujo en el mar, saltó a la escala y puso dentro de la nave, que se veía bien, a su hermana y a la imagen de la hija de Zeus, caída del cielo. Y lanzó su voz de mando desde el centro mismo de 1385 la nave: <Marineros de Grecia, asios a los remos de la nave y cubridlos de blanca espuma. Ya tenemos aquello 334 TRAGEDIAS 335

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336 TRAGEDIAS por lo que introdujimos nuestra nave en la mar In- hóspita franqueando las Simplégades.» 1390 Y ellos, dejando escapar un suave jadeo, batían el salmo mar. Mientras la nave estuvo dentro del puerto se dirigía hacia la boca, pero cuando la hubo atrave- sado, como diera en medio de una violenta tempestad, aceleró su marcha. En efecto, sobrevino de repente un 1395 viento terrible e impulsó las velas por la parte de popa. Los marineros aguantaron golpeando las olas, pero el oleaje en reflujo arrastró la nave de nuevo a tierra. La hija de Agamenón se puso en pie y oraba así: «Oh hija de Leto, condúceme a mí, tu sacerdotisa, sana 1400 y salva a Grecia desde esta tierra bárbara y perdona mi robo. También tú, diosa, amas a tu hermano; con- sidera justo que también yo ame a los de mi sangre.» Los marineros cantaron el peán acompañando la sú- 1405 plica de la doncella, al tiempo que a la voz de mando ajustaban al remo sus brazos desnudos del manto. El barco se dirigía cada vez más hacia las rocas. Uno de nosotros se lanzó al mar a pie, otro trataba de 1410 descolgar las anclas atadas y a mi me enviaron a ti, soberano, para comunicarte lo que allí acontece. Conque ponte en camino con sogas y lazos, que si no se produce bonanza, los extranjeros no tendrán esperanza de salvación. El venerado Posidón es soberano del mar y pro- 1415 tege a Ilión. Es enemigo de los Pelópidas y ahora va a poner en tus manos y las de tus ciudadanos al hijo de Agamenón y a su hermana, la cual ha resultado convicta de traición a la diosa por no acordarse del

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sacrificio de Áulide. 1420 CoRIFEO. — Paciente Ifigenia, vas a morir con tu her- mano, vas a caer de nuevo en manos de tu dueño. TOANTE. — ¡Ciudadanos todos de esta tierra bárba- ra! Vamos, ¿no pondréis las riendas a vuestros potros y correréis junto a la ribera? ¿No impediréis unos la 1 IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS 337 salida de esa nave griega y os apresuraréis a dar caza, 1425 con ayuda de la diosa, a unos hombres impíos? ¿No arrastraréis otros al mar barcas veloces? Prendámos- los por mar o a caballo por tierra, y los arrojaremos desde lo alto de las rocas o los empalaremos. 1430 En cuanto a vosotras, mujeres, cómplices de esta estratagema, ya vendré a castigaros cuando tenga tiem- po. No vamos a quedarnos con los brazos cruzados ahora que tenemos ante nosotros esta urgencia. (Apare- ce Atenea sobre la cubierta del templo.) ATENEA. — ¿Adónde, rey Toante, adónde conduces 1435 esta persecución? Escucha a Atenea estas palabras: deja ya de perseguirlos, deja de impulsar el torrente de tu ejército. Orestes ha venido aquí forzado por el oráculo de Loxias. Está huyendo de la furia de las En- nis y quiere llevar a su hermana a Argos, y la imagen 1440 sagrada a mi tierra, para librarse de sus males pre- sentes. Ésta es mi palabra por lo que a ti toca. Poseidón, por hacerme un favor, ha calmado las olas del mar para que Orestes, a quien tú crees que vas a matar sorprendiéndolo en medio de la tempes- tad; la atraviese con su nave. Y tú, Orestes (pues escu- 1445 chas la voz de la diosa aunque no estés aquí), ahora que conoces mis deseos, marcha llevando la imagen y a tu hermana. Cuando llegues a Atenas, construida por los dioses, en el último extremo del Ática, junto al monte Caristio, hay un lugar sagrado al que mi pueblo ha dado el 1450 nombre de Halas. Allí construirás un templo e insta-

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larás la imagen dándole el nombre de la tierra Táurica y de los sufrimientos que padeciste recorriendo la 1455 Hélade bajo el aguijón de las Erinis. En el futuro los hombres celebrarán a Artemis con el nombre de diosa Taurópola. Establece este rito: cuando el pueble celebre tu rescate de la muerte, que 338 TRAGEDIAS 1460 pongan un cuchillo sobre el cuello de un hombre y dejen correr su sangre para purificación y a fin de que la diosa reciba sus honras ~. Y tú, Ifigenia, has de ser la clavera de esta diosa en los bancales sagrados de Braurón. Allí serás ente- 1465 rrada cuando mueras, y te dedicarán en ofrenda los sutiles peplos bordados que las mujeres dejan en su casa cuando mueran en el parto 7O~ Ordeno que envíes lejos de esta tierra a estas mu- jeres griegas 71 en virtud de una decisión justa. 1470 También a ti, Orestes, te salvé un día en el Areó- pago, decidiendo la igualdad de votos. Y esto será ley: que se absuelva a quien consiga votos iguales. Conque llévate a tu hermana de esta tierra, hijo de Agamenón, y tú, Toante, abandona tu cólera. 1475 TOANTE. — Soberana, Atenea, quien no obedece las palabras de los dioses, luego de escucharlas, no está en su sano juicio. Yo no voy a irritarme con Orestes porque se haya llevado la imagen de la diosa, ni con

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su hermana. ¿Cómo va a ser bueno competir con los 1480 dioses poderosos? ¡Que se marchen a tu tierra con la imagen de la diosa y que erijan la estatua en buena hora! También enviaré a estas mujeres a la próspera Grecia como ordenan tus palabras. Detendré la lanza que ahora levanto contra los ex- 1485 tranjeros y los remos de mis naves, ya que así lo has decidido, diosa. • Sin duda en compensación por los sacrificios que ha perdido en la Táurica. 70 Se trata de la etiología (típica de las intervenciones de los dioses ex machina) de das ritos similares en Halas y Brau- rón. Eurípides relaciona los dos, poniendo la imagen en el primero y haciendo a Ifigenia sacerdotisa del segundo. Por su- puesto, la etiología es falsa, ya que trata de atribuir a los bárbaros tauros los restos de sacrificios humanos que había en el propio suelo del Ática. 71 Miembros del coro. 1 IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS 339 ATENEA. — Alabo tu actitud. Pues la Necesidad se impone tanto a ti como a los dioses. Vamos, oh vien- tos, llevad a Atenas la nave del hijo de Agamenón, que yo les acompañaré en el viaje por proteger la santa imagen de mi hermana. CORO. — Marchad felices con la fortuna de un des- 1490 tino salvador. ¡Oh Palas Aten ea, venerada ente los in- mortales y entre los mortales! Haremos como ordenas. Recibo en mis oídos tus palabras dulcísimas e inespe- 1495 radas. ¡Oh vene randa Victoria! Apodérate de mi vida y no dejes de coronarme.

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o o GLOSARIO DE ThRMINOS REFERIDOS AL TEATRO AGÓN: Enfrentamiento verbal entre dos actores. D¡AwGo LíRICO: Diálogo en que cantan dos actores.

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EPIRREMA: Diálogo en que un personaje recita y otro canta. E~¡sorno: Acto de un drama. Unidad comprendida entre dos cantos del Coro. EsTAsIuo: Canto del Coro entre episodios o entre el último episodio y el éxodo. EsirícoMniA: Diálogo en que dos o más actores alternan reci- tando un solo verso. EXODO: Unidad teatral que comprende desde el último estásimo hasta el final del drama. KOMMÓs: Canto lírico de duelo entre dos actores o dos actores y Coro. MONODIA: Canto de un solo actor. P~(aonos: Canto de entrada del Coro. PROLOGO: Unidad teatral comprendida entre el InICIO del drama y la entrada del Coro. Risís: Parlamento recitado por un actor.

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z Págs. PluuAcIo . 7 HERACLES. 9 Introducción. 11 Argumento. 20 ION 73 Introducción 75 Argumento 86 LAS TROYANAS 151 Introducción 153 Argumento 162 ELECTRA 209 Introducción 211 Argumento 221

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IFIGENIA ENTRE LOS TAUROS 273 Introducción 275 Argumento 282 341 GLOSARIO �