Eología Humana-Social

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Introducción al capítulo sobre Ecología Humana y Social, en proceso de elaboración. No citar ni copiar, sin la autorización debida ([email protected]). 1 La Ecología Humana y Social y su relevancia La ecología humana trata, esencialmente, de las interrelaciones entre las personas y el medio ambiente. Es un enfoque interdisciplinario que busca combinar la comprensión de las realidades biofísicas de la existencia humana como la dependencia de los recursos naturalescon las dimensiones sociales y psicológicas del bienestar y la salud humana (Dyball, 2010). Íntimamente relacionada con la ecología humana, la ecología social enfatiza en el análisis del sistema que conforman las redes de seres humanos bien sea de grupos de la sociedad civil, de la comunidad y las instituciones y organizaciones que habilitan y regulan el funcionamiento de dichas redesy cómo interaccionan con los elementos y componentes ambientales en los cuales hacen vida. En realidad, ambas se enfocan en el mismo objetivo o fenómeno, aun cuando lo hacen desde perspectivas teóricas y filosóficas diferentes, pero para los fines de la exposición que sigue, la mención de cualquiera de ellas implica directa o indirectamente la otra. El hombre y el mundo no-humano en el que vive están conectados una multiplicidad de interacciones complejas, con tipos y grados variables de: interacciones, asociaciones, acoplamientos, retroinformaciones o feedbacks, interferencias, antagonismos, transformaciones y adaptaciones, todas en continuo cambio y evolución. Tal nivel de conectividad debe examinarse teniendo en cuenta la asimetría de tales conexiones, dada la amplitud y rango de las mismas, así como la manera particular y diversa en la que ocurren y los efectos específicos de cada una. Berkes et al., citados por Kaiser (2011), enfatizan sobre el tema, acotando que tal nivel de interacción y conectividad es arbitrario y artificial, con un marcado dominio del sistema humano y social sobre el ecosistema, generando alteraciones del medio ambiente; modificaciones del paisaje, pérdida de la biodiversidad y cambios en el sistema climático. En este contexto, el sistema alimentario es uno de los vínculos de capital importancia entre el sistema social y el ecosistema, dado el impacto acumulativo sobre este último, al implicar un consumo de energía para el transporte y la mecanización, la aplicación de agroquímicos contaminantes de los suelos, aguas y atmósfera. Los ecosistemas que involucran a los seres humanos y sistemas sociales pueden ser ampliamente diversos, abarcando al menos tres grandes categorías (Catton, 1994): Ecosistemas en donde los seres humanos son altamente dependientes del mismo, con influencias ambientales marcadas sobre su comportamiento y las

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Borrador de introducción a un capítulo de un libro sobre ecología en proceso de elaboración, que analiza y caracteriza las disciplinas de la ecología humana/social y se relevancia en la nueva sociedad sustentable del futuro

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La Ecología Humana y Social y su relevancia

La ecología humana trata, esencialmente, de las interrelaciones entre las personas y el

medio ambiente. Es un enfoque interdisciplinario que busca combinar la comprensión de

las realidades biofísicas de la existencia humana —como la dependencia de los recursos

naturales— con las dimensiones sociales y psicológicas del bienestar y la salud humana

(Dyball, 2010).

Íntimamente relacionada con la ecología humana, la ecología social enfatiza en el análisis

del sistema que conforman las redes de seres humanos —bien sea de grupos de la

sociedad civil, de la comunidad y las instituciones y organizaciones que habilitan y regulan

el funcionamiento de dichas redes— y cómo interaccionan con los elementos y

componentes ambientales en los cuales hacen vida. En realidad, ambas se enfocan en el

mismo objetivo o fenómeno, aun cuando lo hacen desde perspectivas teóricas y

filosóficas diferentes, pero para los fines de la exposición que sigue, la mención de

cualquiera de ellas implica directa o indirectamente la otra.

El hombre y el mundo no-humano en el que vive están conectados una multiplicidad de

interacciones complejas, con tipos y grados variables de: interacciones, asociaciones,

acoplamientos, retroinformaciones o feedbacks, interferencias, antagonismos,

transformaciones y adaptaciones, todas en continuo cambio y evolución. Tal nivel de

conectividad debe examinarse teniendo en cuenta la asimetría de tales conexiones, dada

la amplitud y rango de las mismas, así como la manera particular y diversa en la que

ocurren y los efectos específicos de cada una. Berkes et al., citados por Kaiser (2011),

enfatizan sobre el tema, acotando que tal nivel de interacción y conectividad es arbitrario y

artificial, con un marcado dominio del sistema humano y social sobre el ecosistema,

generando alteraciones del medio ambiente; modificaciones del paisaje, pérdida de la

biodiversidad y cambios en el sistema climático. En este contexto, el sistema alimentario

es uno de los vínculos de capital importancia entre el sistema social y el ecosistema, dado

el impacto acumulativo sobre este último, al implicar un consumo de energía para el

transporte y la mecanización, la aplicación de agroquímicos contaminantes de los suelos,

aguas y atmósfera.

Los ecosistemas que involucran a los seres humanos y sistemas sociales pueden ser

ampliamente diversos, abarcando al menos tres grandes categorías (Catton, 1994):

Ecosistemas en donde los seres humanos son altamente dependientes del

mismo, con influencias ambientales marcadas sobre su comportamiento y las

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instituciones sociales. Las poblaciones indígenas en la selva neotropical (p. ej., los

Yanomami) y del Polo Norte (los Inuit) ─donde las condiciones de alta complejidad

y dificultad conllevan el desarrollo de una gran capacidad de adaptación al medio

circundante─ han sido objeto de estudio de la antropología ecológica (rama de la

Sociología integrada con la ecología), dando origen a un cuerpo de conocimiento

denominado ecología cultural.

Otro ejemplo, desde una perspectiva distinta, son los fenómenos atmosféricos,

como las tormentas tropicales, a veces transformadas en huracanes –procesos

naturales poco predecibles en los ciclos hidrológicos de la biosfera que tienen

lugar en la atmósfera, con el fin de descargar el calor en las zonas tropicales– y

los tornados, ante los cuales los seres humanos no pueden sino refugiarse en

lugar seguro y cuyos efectos pueden ser devastadores, como fue el caso del

huracán Katrina en 2004. La intensidad y recurrencia de tales fenómenos

constituye una retroinformación (feedback) significativa del impacto que el sistema

social ejerce sobre los ecosistemas, debido al cambio climático global inducido por

las actividades antropogénicas.

En segundo lugar, hay ecosistemas dominados por los seres humanos en diversos

grados, como los agroecosistemas en zonas rurales con baja densidad de

población. Es aquí donde ocurre una interacción continua y permanente del

sistema social y el ecosistema, mediante la agricultura; por ejemplo, cuando el

hombre comunal hace uso de la primigenia técnica del fuego, con el fin de clarear

zonas para el cultivo, o cuando rotura y voltea la capa arable del suelo, en la

preparación de la cama adecuada para las semillas. El efecto del fuego puede

causar la degradación de la biota sobre y dentro del suelo, aunque en realidad el

efecto del fuego también se refleja en la mayor disponibilidad de nutrimentos y en

el incremento de la biomasa subsiguiente, por encima de la existente previa a la

quema. La preparación del suelo puede en muchos casos perturbar las

condiciones biofísicas y bioquímicas del suelo, desmejorando su calidad, pero

también puede mejorar la infiltración del exceso de lluvia y el desarrollo de las

plantas cultivadas.

En tercer lugar, los ecosistemas (o fragmentos alterados de los mismos)

fuertemente dominados por los humanos, tales como las grandes ciudades y los

centros industriales, que pueden ser erróneamente percibidos —bajo un enfoque

sociológico ya caduco— como casos de autosuficiencia y total independencia del

hombre con respecto al ecosistema, como si estuviesen exentos de los patrones

que rigen su funcionamiento y procesos (León, 2009).

Es aquí donde la ecología humana y social tiene gran relevancia, especialmente en

relación con las preocupaciones ambientales, actitudes y comportamientos inherentes en

el ser humano y los grupos sociales. En tanto que el entorno ambiental puede lucir

invariable a la vista del hombre –a pesar de los cambios o alteraciones que están

sucediendo, dada la lentitud con la que se manifiestan–, sus actitudes y comportamiento

ante la realidad, por lo general, no son continuas o intrínsecas; pues la percepción y el

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conocimiento preciso sobre dichos fenómenos es normalmente bajo, aunque mantenga

un estado de alerta y atención sobre los influjos de información que –certeros o sesgados,

de acuerdo con las orientaciones de las fuentes de información– el sistema social le

transmite constantemente acerca de los problemas ambientales y sus implicaciones

(Takács-Sánta, 2007).

La ecología humana se ocupa de toda esta gama de variaciones en la dominancia

humana, tratando de determinar las causas y consecuencias de los diferentes grados de

dominio en los ecosistemas. De acuerdo con Marten (2001), un ecosistema es todo lo que

existe en un área determinada —el aire, el suelo, el agua, los organismos vivos y las

estructuras físicas, incluyendo todo lo construido por el ser humano—. Las porciones

vivas de un ecosistema —los microrganismos, las plantas y los animales (incluyendo a los

seres humanos)— son su comunidad biológica.

Es conveniente diferenciar la Ecología Humana de la Demografía. Ésta última estudia la

evolución cuantitativa en el tiempo de la población humana, las fluctuaciones de la misma

y las causas que las originan. Los aspectos demográficos más relevantes se refieren a la

natalidad, morbilidad, mortalidad, distribución por edades y sexo y países, migraciones,

conflictos y catástrofes naturales, así como las correlaciones con los factores de

bienestar, pobreza, nutrición y salud que inciden sobre algunos de ellos.

Ámbito y significación del estudio de la Ecología Humana/Social

Las interacciones entre los miembros de las comunidades de un ecosistema incluyen, por

una parte, las interacciones en las redes alimentarias, en las cuales el hombre ocupa una

posición dominante, dadas sus condiciones de omnívoro y su capacidad para controlar el

entorno o nicho en que se desenvuelve. Por otra parte, el hombre mismo está involucrado

en interacciones simbióticas con otros seres vivos, como es el caso de los

microrganismos, los más abundantes en el componente biótico. El microbioma se refiere

a la totalidad de microbios (con sus genomas) y las interacciones con un ambiente

determinado. Cada persona es huésped de cerca de 100 mil millones de microbios,

predominantemente, pero no exclusivamente, bacterias. En casi todas las partes del

cuerpo —incluyendo la boca, nariz, pulmones, intestinos, vagina, orejas, cabello y piel—

tiene su mibrobioma exclusivo. El microbioma que hace vida en el ser humano, a través

de interacciones de simbiosis y comensalismo, le permiten al hombre desarrollar su

capacidad de absorción de alimentos y su sistema inmunitario. Por ejemplo, la flora

intestinal es necesaria para el normal funcionamiento del proceso de digestión y

asimilación de los alimentos. Betts (2011) reseña, en su revisión sobre el tema, que esta

carga de microbios se transmite de madre a hijo y varía a lo largo de la vida del individuo.

La composición del microbioma dependerá tanto del huésped y su dieta y hábitos de vida,

como de los factores ambientales. Las bacterias entéricas en el intestino —que pueden

ser de tres géneros principales: Bacterioides, Prevotella o Ruminococcus— son clave

para la salud humana, pues intervienen en numerosos procesos. Por ejemplo, en la

inducción de las enzimas del citrocromo P450, el cual es capaz de degradar y neutralizar

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algunos tóxicos químicos que puedan estar en los alimentos. Igualmente se sabe que

algunos son capaces de sintetizar importantes sustancias como la vitamina K, así como

péptidos que pueden actuar como neurotransmisores. Pero de la misma manera, otras

familias de microbios pueden biotransformar contaminantes en otras sustancias con

actividades biológicas completamente diferentes, a través de la metilamilación. Los

estudios avanzados sobre este tema han llegado a determinar las diferencias entre la

diversidad de microbios en el intestino a lo largo de la edad, lo que permitiría diseñar

esquemas dietarios que mejoren el estado de salud de los más viejos.

Otro ejemplo de interacción, también relacionado con la alimentación, es el servicio que le

prestan los microrganismos fermentadores a la los humanos, al facilitar la transformación

utilitaria de alimentos como el pan, los quesos, la cerveza y el yogurt (Scott y Sullivan,

2008).

Un tercer aspecto de vital importancia de esta rama de la ecología es que, siendo los

seres humanos parte del ecosistema global (Lenski, 1984), es útil pensar no tanto en la

interacción de los seres humanos y el ecosistema, como en una interacción del sistema

social humano con el resto del ecosistema. El sistema social incluye todo acerca de las

personas: su población, la psicología y organización social que moldean su

comportamiento e, incluso sus imperfecciones (estratificación social y desigualdad

económica, entronización y resistencia al cambio). El sistema social es un concepto

central en la ecología humana, porque las actividades humanas que ejercen algún

impacto sobre los ecosistemas están fuertemente influenciadas por las sociedades que

conforman (Marten, 2001). Los valores y conocimientos ─que juntos constituyen nuestra

cosmovisión como individuos y como sociedad─ determinan la manera en que

procesamos e interpretamos la información y cómo la traducimos en acción. La tecnología

define nuestro repertorio de acciones posibles. Estas posibilidades son determinadas por

la organización social y las instituciones sociales que especifican conductas socialmente

aceptables, transformándolas en acciones reales. Al igual que los ecosistemas, los

sistemas sociales pueden tener cualquier escala –desde una familia hasta la totalidad de

la población humana en el planeta—.

La ecología Humana/Social se enfoca en la comprensión de los seres humanos y su

medio ambiente como parte de un todo. Su área de acción debe estar centrada en la

sustentabilidad, compartiendo las preocupaciones por la limitada capacidad de la Tierra

para satisfacer las demandas que los seres humanos ejercen sobre él. Debe destacarse

que la sustentabilidad sólo se logra cuando, junto con las normas y reglamentaciones

relacionadas que dictan los entes encargados de procurarla, existen las actitudes y

comportamientos concomitantes por parte de los seres humanos, los cuales deben

entender, aprender e internalizar la visión sustentable; de otra manera, sus acciones

seguirán siendo las mismas que atentan contra la preservación y defensa del medio

ambiente (Irwin y Ranganathan, 2008; Friedman, 2010).

El contenido de la Ecología Humana/Social es mucho más amplio que lo expuesto hasta

ahora, ya que estudia la población humana en relación con los factores externos, a la vez

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que los efectos del comportamiento humano sobre su medio. No es una ciencia de mera

estadística y descripción, sino que más bien está referida a una planificación del futuro,

junto con la previsión y valoración referente a la disponibilidad de alimentos, la calidad de

la vida, los espacios habitables y la sustentabilidad. En la medida en que el hombre

mantenga el equilibrio biológico, recibirá los beneficios de una naturaleza pródiga y

generosa, aunque sensible a los más mínimos cambios y, sobre todo, a intervenciones

irracionales y destructivas (Lovelock, 2007).

La Ecología Humana/Social y la Sustentabilidad

Esta disciplina científica hace una valiosa contribución para comprender y mejorar las

situaciones que se etiquetan como problemas de sostenibilidad, ya que proporciona

métodos que se basan en los análisis multifactoriales (Dyball, 2010). Los problemas de

sostenibilidad normalmente implican un grado de incertidumbre científica, en la que no

siempre es posible evaluar con precisión el estado de las principales variables

ambientales que tienen que ser gestionadas.

Por ejemplo, la evaluación del carbono almacenado en los paisajes agrícolas bajo

diferentes regímenes de manejo, es difícil; sin embargo, esto podría ser un elemento

clave en la promoción de las prácticas agrícolas orientadas a un desarrollo sostenible.

Además, los problemas de sustentabilidad, por lo general, no tienen límites claros y son

transversales a muchas instituciones y límites jurisdiccionales. En muchos casos, por

ejemplo, la causa última de un problema se encuentra a gran distancia en el tiempo o el

espacio en donde se presenta dicho percance; la elección de compra de un consumidor

por un determinado tipo de café en un supermercado local, puede afectar, para bien o

para mal, la salud ambiental del paisaje de las plantaciones de café en un país lejano.

Muchos problemas devienen de las consecuencias imprevistas e involuntarias de la

actividad humana que, en un momento dado, tenían sentido y se justificaban. Por

ejemplo, el riego en una región para aumentar la producción de alimentos tiene sentido, al

igual que la construcción de autopistas para aliviar la congestión del tráfico. Sin embargo,

un consecuencia indeseable del riego podría ser la movilización de sales naturales en el

suelo, haciéndolo inútil para la agricultura en poco tiempo; de manera similar, las

autopistas pueden hacer el viaje en vehículos particulares una opción más atractiva y, en

la medida que más personas eligen este método de transporte, podría resultar en mayor

volumen de vehículos e incluso en la congestión del tráfico.

La Ecología Humana/Social se ocupa también de cuestiones éticas sobre la forma justa

en que los recursos ambientales son compartidos entre las personas y otros seres vivos, y

la identificación de los aciertos y errores de las situaciones existentes y las alternativas

propuestas. La construcción una central hidroeléctrica en un río puede ser la solución a un

problema de generación de energía renovable, pero puede causar un problema para la

ecología de la microcuenca, del río y sus poblaciones de peces. Esta complejidad se

agrava en tanto que individuos y grupos promueven diversas opciones de intervención

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para mejorar una situación, junto con variados juicios de valor ─a menudo en conflicto─

sobre la viabilidad y conveniencia de las soluciones propuestas.

A partir del creciente interés por el desarrollo sustentable, científicos y practicantes de

diversas ciencias han convergido en la necesidad de contar con un marco integrado y

sistémico para el abordaje y análisis de las interacciones del sistema humano con el

medio ambiente, que constituye el punto de partida para la emergencia de las ciencias de

la sustentabilidad (Scoones et al., 2007). Bajo el enfoque interdisciplinario y

transdisciplinario —entre la ecología, la sociología, la economía y otras ciencias— las

ciencias de la sustentabilidad enfatizan la necesidad de dejar atrás los enfoques lineales,

mecanicistas, reduccionistas y basados en la estabilidad de los sistemas, para generar

nuevos paradigmas que privilegien las visiones del mundo complejo, no lineal y muy

dinámico que exhibe la naturaleza, Progresivamente, se han ido conformando enfoques

que consideran la heterogeneidad, ambigüedad, incertidumbre y desconocimiento de las

realidades complejas de los sistemas multidimensionales, en todas las escalas espacio-

temporales y en los múltiples contextos (biológicos, sociales, políticos, culturales) en los

que el sistema humano debe interactuar con el ecosistema circundante.

El hombre en la biosfera

La humanidad, que en la actualidad sobrepasa los 7.000 millones de individuos, está

constituida por una población que, en líneas generales, sigue la dinámica de poblaciones,

tal como se estudia en las comunidades ecológicas. Pero, indudablemente, esta

población, aunque forma parte de comunidades y ecosistemas, tiene características

propias, o, mejor dicho, exclusivas.

Entre los rasgos sobresalientes de la población humana podemos resaltar los siguientes:

1. El hombre es heterótrofo, pues depende directa o indirectamente de las sustancias

orgánicas elaboradas por los vegetales y al mismo tiempo es omnívoro, pues se alimenta

tanto de productos vegetales como animales. Como tal, se posiciona en el tope de casi

todas las cadenas tróficas, consumiendo una porción grande de animales y plantas,

apropiándose de aproximadamente un cuarto de la productividad primaria neta del

ecosistema global.

2. El potencial biótico humano es relativamente alto, si se equipara con la

potencialidad de la tierra para producir alimentos. Esto le da capacidad para ocupar

rápidamente nuevos espacios, en especial si las condiciones son óptimas.

3. La población humana ha superado con éxito la competencia de otros organismos, en

especial de parásitos e insectos. Esto ha permitido en los últimos cien años, erradicar, por

lo menos en las regiones más prósperas del globo, una gran cantidad de enfermedades

infecciosas, causa principal de muertes prematuras.

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4. El hombre ha eliminado prácticamente a sus depredadores. En la actualidad, por el

contrario, muchos de ellos son protegidos para evitar su extinción.

5. El desarrollo cerebral de la especie humana, a diferencia del resto de las especies, le

da capacidad para acumular e intercambiar experiencias por medio de la comunicación

hablada, escrita, simbológica, radial y computarizada. El carácter social-relacional le

permite al ser humano desarrollar un sistema socio-cultural, esto es, el conjunto de

normas, creencias y valores que moldean y determinan su comportamiento, tanto dentro

del sistema social del que forma parte, como con respecto al medio ambiente en el que se

desenvuelve. El hombre asume (o inventa) ideas particulares sobre la realidad que lo

rodea, a lo largo de su proceso cultural, al mismo tiempo que ha complejizado la forma de

percibirlo, y la respuesta que da al ambiente depende de tal percepción (León, 2009).

6. Los seres humanos son por naturaleza animales sociales que se entablan en una

cooperación antagonista, la colaboración altruista y la cooptación en función de maximizar

la satisfacción de sus necesidades (Lenski, 1984), y por razones étnicas, políticas y

culturales. Ello lo ha llevado a la territorialización o delimitación de territorios y espacios, lo

que es evidente en la existencia de más de 200 países independientes. Lenski puntualiza

que los seres humanos parecen tener un apetito insaciable por bienes y servicios,

principalmente por el valor que tienen en la determinación del estatus (estratificación y

poder) y por su valor utilitario.

7. Otras especies muestran una capacidad de adaptación del comportamiento a su

entorno, pero para los seres humanos la adaptación socio-cultural es el principal

mecanismo para responder a los cambios ambientales (Dyball, 2010). Los seres humanos

pueden aprender y adaptar su comportamiento sobre la base de información

proporcionada por otros seres humanos, en historias transmitidas de generación en

generación y preservados en las instituciones sociales permanentes. Adicionalmente, en

su evolución, el hombre ha tratado de obtener una explicación más lógica de todas

aquellas cosas que le rodean, más allá de las iniciales concepciones mágico-religiosas,

lográndolo parcialmente a través del desarrollo de la ciencia, como el estilo de

pensamiento y acción mas avanzado de los últimos 200 años (León, 2009), alcanzando

una capacidad muy desarrollada para imaginar las consecuencias de la acción futura,

aunque no necesariamente para actuar evitando las consecuencias indeseables.

8. Uno de los rasgos más importantes que diferencia al hombre de las demás

poblaciones, es sin duda alguna el creciente dominio que ejerce sobre muchos

fenómenos naturales. Este dominio es de orden cualitativo y no se puede expresar

cuantitativamente. De hecho, estamos muy distantes de dominar absolutamente la

naturaleza. Pero, sin lugar a duda, ciertos factores negativos han sido superados y la vida

del hombre se prolonga y transcurre con más tranquilidad. Este relativo dominio no debe

traducirse en la destrucción de la naturaleza, ni tampoco en un servilismo total, sino más

bien en la aceptación de una dependencia real ecológica, que significa compartir los

bienes naturales con muchos otros organismos. Es decir, que la inteligencia del hombre

debe lograr, idealmente, un equilibrio entre “dar” y “recibir”, que le permita disfrutar por

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más tiempo y en mayor medida, de la maravillosa existencia de nuestro Planeta Tierra.

Esto quiere decir que la supervivencia del hombre está ligada a la de los demás

organismos de la biosfera y lo sensato es utilizar sabiamente los recursos naturales,

retirando sólo los intereses del “capital” que constituye la naturaleza. Retirar más sería

peligroso.

La huella ecológica

La huella ecológica es un índice ambiental de carácter integrador del impacto ejercido por

una comunidad humana, ciudad, región o país sobre su entorno. Wackernagel y Rees

(2001) definieron la huella ecológica (en inglés footprint o ecological footprint) como el

área de territorio ecológicamente productivo (cultivos, pastos, bosques o ecosistema

acuático) necesario para generar los recursos utilizados y para asimilar los residuos

producidos por una población definida con un nivel de vida específico indefinidamente,

donde sea que se encuentre esta área.

El éxito de este índice se basa en su sencillez, lo que lo hace fácilmente asimilable por el

gran público. Su valor clarificador y su potencial didáctico, hacen de la huella ecológica

una referencia clave para todos los que se preocupan por la sostenibilidad.

La huella ecológica se expresa habitualmente en hectáreas. Su aplicación es posible a

todos los niveles: país, región, ciudad, evento (congreso, convención), vivienda, incluso a

título individual. La metodología de cálculo consiste en contabilizar el consumo de las

diferentes categorías de recursos y transformarlo en la superficie biológica productiva

apropiada a través de índices de productividad. Habitualmente se diferencian cinco

categorías de consumo (dentro de las que se pueden hacer las subdivisiones que se

quieran): alimentación, vivienda, transporte, bienes de consumo y servicios. Por lo que

respecta a la superficie biológica productiva, las categorías son: cultivos, pastos, bosques,

mar productivo, terreno construido y área de absorción de dióxido de carbono.

La diferencia entre el área disponible (capacidad de carga) y el área consumida (huella

ecológica) en un lugar determinado es el déficit ecológico. Este pone de manifiesto la

sobrexplotación del capital natural y la incapacidad de regeneración tanto a nivel global

como local. Más recientemente, la huella ecológica se ha desagregado en seis

componentes: carbono, tierra arable, praderas, bosques, áreas pesqueras y zonas

urbanas, todos ellos referidos a superficies, menos el carbono, que se considera global,

pero que en realidad determina mayormente la huella ecológica total del hombre sobre el

ambiente.

La huella ecológica, quizás por su simplicidad, presenta algunas limitaciones, pero éstas

no hacen más que subestimar el impacto real del hombre sobre la Tierra, y sobrestimar la

biocapacidad de la naturaleza. Mientras que el índice expresado en hectáreas es más

limitado a la hora de establecer comparaciones, el índice en hectáreas por habitante

refleja mejor nuestro nivel de consumo e impacto sobre la Tierra.