En el año 1608 se produjo una ardiente disputa entre el ... · del Hekla, sobre todo en el día de...

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En el año 1608 se produjo una ardiente disputa entre el emperador Rodolfo II y su hermano, el archiduque Matías, que recordó a muchos a viejos acontecimientos de la historia de Bohemia. Animado por el gran interés de la comunidad, empecé a leer sobre la región y descubrí la figura de la heroína Libuse, conocida por sus mágicas habilida-des. Una noche, tras haber estado observando la Luna y las estrellas, me metí en la cama y caí en un profundo sueño. En él leía un cuento de hadas que decía así...

Mi nombre es Duracotus y mi país es Islandia, conocido como Thule por sus ances-tros. Mi madre se llamaba Fiolxhilde y su reciente muerte me ha liberado para escribir, como siempre deseé. Mientras ella vivía, se empeñó diligentemente en que no lo hi-ciera. Según ella, las artes están repletas de farsantes que corrompen maliciosamente lo que sus mentes son incapaces de comprender, y que construyen leyes perniciosas para la humanidad que han provocado que muchos, condenados por ellas, hayan perecido en los abismos del Hekla. Mi madre nunca mencionó el nombre de mi padre, pero me contó que era un pescador que murió a los 150 años (cuando yo tenía tres) y que estu-vieron 70 años casados.

Durante mi niñez solía llevarme de la mano, y a veces sobre sus hombros, a la ladera del Hekla, sobre todo en el día de San Juan, cuando el Sol es visible durante 24 horas y no existe la noche. Tras recoger algunas hierbas y practicar sus ritos, nos marchábamos a casa para que pudiera cocinarlas. Después llenaba con ellas pequeñas bolsas de piel de cabra y las llevaba a un puerto cercano para venderlas a los capitanes de los barcos. Así se ganaba la vida.

En una ocasión, movido por la curiosidad, rasgué una bolsa para ver qué contenía. Mi madre estaba a punto de venderla, sin sospechar nada, cuando de ella cayeron las hierbas y algunas telas con símbolos bordados. Como iba a perder las ganancias, en lu-gar de la bolsa fui yo quien pasó a ser propiedad del marino, y así ella cobró su dinero. Al día siguiente zarpamos por sorpresa y con viento favorable hacia Bergen, en Norue-ga. A los pocos días se levantó viento del norte y el capitán decidió dirigir su barco hacia Dinamarca, navegando entre Noruega e Inglaterra, puesto que debía entregar una carta de un obispo islandés a Tycho Brahe, quien vivía en la isla de Hyen. Con los balanceos del barco y el extraordinario calor, caí enfermo, ya que solo era un chaval de 14 años. Cuando el barco tomó tierra, el capitán nos puso a la carta y a mí en manos de un pes-cador de la isla y, después de expresar su deseo de volver, embarcó de nuevo.

Tan pronto como le di la carta a Brahe, se puso muy contento y empezó a hacerme preguntas que yo no entendí, porque no hablaba su idioma, a excepción de algunas palabras. De modo que instruyó a sus alumnos, a los que enseñaba matemáticas, para que se relacionasen conmigo. Así, gracias a la generosidad de Brahe, a las pocas sema-nas de práctica empecé a hablar danés tolerablemente bien. Estaba dispuesto a hablar no menos que ellos a preguntar. Mientras ellos me asombraban con las muchas cosas extraordinarias que sabían, yo les relataba las novedades de mi país.

Finalmente, el marino regresó para recogerme, pero Brahe se lo impidió, lo que me alegró enormemente.

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