EMPRESAS E INFORTUNIOS: DE MALOLIENTE EL PIRATA

CAPÍTULO 1 EL PIRATA: UN PIRATA EN TIERRA FIRME

Mi nombre no fue legendario y no creo que lo vaya a ser. Me llaman Maloliente, el pirata. Ustedes se preguntarán por el origen de mi nombre, la verdad es que no estoy muy seguro. Pienso que fue aquella vez cuando Barba Pelada me retó a un duelo en el barco del capitán Golpe de Ala. Cuando abrí mi boca para decirle ¡estás frito Barba Pelada!, el pobre se desmayó. Todos a bordo se rieron. Creo, no estoy seguro, que desde ahí fui llamado Maloliente. ¿Mi nombre verdadero? Creo que se lo llevó el viento.

Dicen que los piratas son rudos, fuertes, gruñen, huelen a ron y tienen mal aspecto, pero yo no soy como los demás. A pesar de ser un pirata, la gente se burla de mí: los niños corren cuando me ven y me gritan ¿¡Maloliente, tienes

sucio el diente?! ¿Maloliente, te gusta estar cochino siempre? Las señoras encopetadas, que toman té con ron, me rechazan por mi aspecto y mi supuesto olor (pero a veces me piden favores) y la gente de puerto Barba Negra me miran y se echan a reír. ¡Ay, pobre de mí! me digo siempre. Sin más remedio, no hago caso y me voy. Hace mucho tiempo me quedé a vivir en este horroroso puerto llamado Barba Negra. Todo ocurrió cuando cierto día bajé a descansar al puerto junto a mis compañeros y mientras ellos hacían la siesta, me fui solo al mercado a comprar chucherías. Al regresar al muelle, el barco del capitán Golpe de Ala había zarpado sin mí. ¡Es tan triste pensar que se hayan ido sin mí!

Ahora, nadie me recuerda, nadie en este mundo me quiere; no tengo amigos, aliados o enemigos. Mi única compañía es una pequeña espada que robé tiempo atrás a un corsario de la Reina Ana.

A pesar de los desprecios, las señoras encopetadas me piden favores cada mañana. Cierto día, Doña Magnolia, me pidió que bajara su gato del techo porque el muy sinvergüenza no quería bajarse de ahí, así que subí por él y recibí de su parte tres rasguños, caí rodando cuesta abajo y ahora tengo un chichón en la cabeza. Doña Magnolia se apiadó de mí y me regaló una botella de ron y un mendrugo duro como el corazón del mar helado. En otra ocasión, Doña Petunia me pidió destapar el hollín de su chimenea; ese día quedé atascado, quemado y tan negro como un pan tostado. Y así me paso cada mañana haciéndoles favores a todas las damas de este puerto olvidado por el mar, donde la aventura es un fantasma y nada más.

Sé que nadie me teme y que soy el hazmerreír de todo Barba Negra. Sin embargo, la señorita Azalea, es diferente: es dulce como el aguardiente y tan bella como una noche llena de estrellas. Jamás, se ha burlado de mí. La conocí tiempo después de ser abandonado por el Capitán, cuando me quedé llorando frente al mar y mis lágrimas, no sabía si de ira o impotencia, se confundían con el agua salada y ya se iban viajeras en busca de sus propias aventuras. Azalea se me acercó y me dijo: -¿Lloras por el pasado o sufres por el presente? -dijo con una voz cálida-. -Lloro porque tal vez es la primera vez que lloro en mi vida -le contesté-. Desde ahí, cada vez que me la encuentro, Azalea siempre me hace preguntas

que no entiendo y sé que nunca me ha juzgado... jamás se tapa su nariz cuando le hablo. -¿Qué hubo Maloliente?¿El mar ha calmado la furia de ayer? -No sé Azalea, sé que estaba bravo porque el cielo lo revolvió ayer con su lluvia-.

Hasta que cierto día el mar quiso que nos embarcáramos en situaciones muy peligrosas que nos juntaron para siempre.

Natalia Sánchez