ElBudoka-Seki Ga Hara
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![Page 1: ElBudoka-Seki Ga Hara](https://reader030.fdocument.pub/reader030/viewer/2022020208/568bd5701a28ab203498760c/html5/thumbnails/1.jpg)
El Budoka 11
Me llamo HIRADA Shokan,
tengo 16 años y soy bushi del clan
de KOBAYAKAWA Hideaki. Junto
con mi señor y otros 16.000 bushi
de su daimyo me encuentro apos-
tado en la loma del Monte Matsuo,
en la llanura de un pequeño pue-
blo llamado Seki.
Desde hace varios días una lluvia
torrencial se abate sobre la tierra
formando un barro espeso en los caminos y anegando los
extensos campos de arroz.
Ayer fue un día agotador. Después de caminar durante toda la
jornada en dirección a Seki, al anochecer nos acurrucamos en
el suelo para tomar nuestra comida de campaña, un puñado
de castañas con pescado hervido, cubierto de algas marinas y
servido en pequeños platos lacados. De postre bebimos sake
repartido en 3 copas, el número de la suerte. Una vez recogi-
dos nuestros pertrechos, reanudamos la marcha envueltos en
la oscuridad para subir a la cima del monte.
Tras una noche larga y fría llegamos a nuestro destino en el
mismo momento que el día comienza a clarear a través de
la espesa niebla que nos envuelve.
Respiro profundamente. Noto mis piernas y brazos doloridos y
entumecidos. Durante unos instantes de sosiego, medito en
silencio sobre la vida y la muerte, y ambas me parecen lo mismo.
Amanecer del 21 octubre de 1600 · Monte Matsuo · Seki Ga Hara
Miguel LABODÍA3º dan AikidoIngeniero [email protected]
Ilustración samurai:David LABODÍA2º dan [email protected]
![Page 2: ElBudoka-Seki Ga Hara](https://reader030.fdocument.pub/reader030/viewer/2022020208/568bd5701a28ab203498760c/html5/thumbnails/2.jpg)
El Budoka 1312 El Budoka12 El Budoka El Budoka 13
SHOGUN
Recuerdo las historias de mis antepasados… Hace 400 años
que el antiguo Gobierno Imperial del Japón se desmoronó.
Desde entonces, el Emperador se ha convertido en una mera
figura simbólica que reside en la corte de Kyoto, rodeado de
finos kimonos de seda. Se alimenta de arroz acompañado de
verduras frescas, pescados exquisitos y frutas jugosas. Dicen
que el Emperador vive aislado de la realidad, un país desga-
rrado, inmerso en una sempiterna guerra civil mantenida por
los daimyos que se enfrentan entre sí en una despiadada lucha
por la tierra y el poder.
Cuentan que en 1573, el gran daimyo ODA Nobunaga se
impuso sobre el resto de los daimyos y logró del Emperador el
nombramiento de Jefe Militar del Japón. La esperanza de
lograr la paz se iluminó en el corazón de un pueblo cansado
después de tantos años de sufrimiento. Sin embargo,
Nobunaga fue asesinado vilmente nueve años más tarde.
Entonces, otro gran daimyo, TOYOTOMI Hideyoshi, le suce-
dió en el cargo y tomó el relevo, tratando de culminar la uni-
ficación del país emprendida por su predecesor.
Hace ahora apenas dos años, en septiembre de 1598,
Hideyoshi murió sin haber alcanzado su objetivo. Hombre pre-
visor, había dispuesto que un Consejo de Regentes formado
por seis relevantes daimyos gobernara en su ausencia, man-
teniendo el delicado equilibrio de fuerzas, a la espera de
que su hijo de cinco años, TOYOTOMI Hideyori,
alcanzara la edad suficiente para recibir a su vez el
título de Shogun de manos del Emperador.
Hideyori, el niño, habitaba mientras tanto en el
castillo de Osaka, cerca de Kyoto, custodia-
do por el célebre ISHIDA Mitsunari, regente
del Consejo.
MITSUNARI E IEYASU
Los enfrentamientos entre los regentes del
Consejo comenzaron en seguida. ISHIDA
Mitsunari mandó asesinar al veterano,
astuto y prominente general TOKUGAWA
Ieyasu, daimyo sospechoso de pactar en
secreto con diversos clanes vecinos.
El 22 de agosto, ante el fracaso
de su intentona, Mitsunari des-
plegó su ejército y con la colaboración de un daim-
yo situado al otro lado de las tierras de Ieyasu,
intentó cercar a éste para presentarle batalla,
derrotarlo y conquistar su capital, la ciudad coste-
ra Edo.
Ieyasu reaccionó enérgicamente, reunió el grueso de su pro-
pio ejército y comenzó a avanzar impetuosamente hacia el
castillo de Osaka, saliendo al encuentro de Mitsunari.
Éste, alertado por sus exploradores, nos ordenó retroceder
apresuradamente hacia Seki, pueblo situado en la entrada
del único paso entre las altas montañas que separan a
Osaka de Ieyasu. Exhaustos, llegamos a las estribaciones de
aquéllas sintiendo muy próximo al ejército de Ieyasu.
Marchábamos día y noche, soportando las lluvias del inci-
piente otoño.
Finalmente, Mitsunari detuvo el avance y se preparó para el
enfrentamiento con Ieyasu. Ordenó tomar posiciones, dis-
poner la retaguardia y reforzar los flancos con unidades que
ocuparan las zonas altas de los montes cercanos.
El 20 de octubre por la mañana, mi señor Kobayakawa reci-
bió la orden de llevar a sus guerreros hasta el monte
Matsuo y permanecer allí hasta nuevas instrucciones.
Mitsunari no confiaba en él y temía que lo traicionara. Al
final de la noche, los 16.000 bushi ocupábamos la cima.
Al alba, aislados por una niebla espesa que impide ver la lla-
nura, hacemos lo posible por secar nuestra ropa empapada,
aflojar las correas de la armadura y descansar un poco. Mas,
tan pronto como la niebla se ha despejado un poco, los mos-
quetes de Ieyasu han abierto fuego contra la vanguardia de
nuestro ejército. Nos han alcanzado y no hay tregua posible.
COMBATE
No tengo miedo a morir. Soy guerrero y mi bushi-do consis-
te en la resuelta aceptación de la propia muerte. Poseo una
cierta maestría en la técnica. Manejo con destreza la
larga katana y el corto wakizashi, el tanto, el
arco y la lanza. Con trece años derroté a
mi primer adversario, armado con un
sable, matándolo de un golpe
en la cabeza con mi bok-
ken de madera.
A media mañana la niebla se ha levantado totalmente deján-
donos con la lluvia persistente y los negros nubarrones que
se deslizan por el cielo, iluminados al trasluz por los rayos
del sol.
Tras dos horas de lucha, el campo de batalla, ocupado por
160.000 bushi, se tiñe de rojo con la sangre de los guerre-
ros caídos. Mi clan no ha recibido orden de atacar, a pesar
de que percibimos insistentes señales emitidas desde la
posición de Mitsunari. Mi señor Kobayakawa permanece
impasible, observando cómo se manifiesta el karma de cada
combatiente. La lucha es terrible, ningún bando cobra ven-
taja, los cadáveres quedan esparcidos por el suelo y multi-
tud de cabezas ruedan golpeadas por los guerreros que se
mantienen en pie.
A mediodía suenan disparos de mosquete dirigidos hacia
nosotros. Proceden de la retaguardia de Ieyasu. Los peque-
ños proyectiles golpean el suelo cerca de nosotros con un
ruido sordo. Mi señor se estremece, sale de su letargo,
impertérrito ante la matanza que dura ya 4 horas, levanta
su katana y empieza a aullar órdenes. Nos ponemos en mar-
cha, entramos en combate. Atacamos las posiciones
de…¡Mitsunari!
Finalmente, mi señor ha decidido traicionarle. Los 16.000
bushis descendemos rápidamente del monte con la kata-
na desnuda en la mano y corremos al encuentro de
nuestro destino.
El choque con los guerreros de Mitsunari es brutal.
Me abalanzo sobre el bushi más próximo. Es un
guerrero veterano y corpulento que
muestra síntomas de cansancio
y dolor. Su armadura leISHIDA Mitsunari
TOKUGAWA Ieyasu
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14 El Budoka
protege gran parte del cuerpo y que-
dan muy pocos espacios al descu-
bierto. Antes de que pueda darse
cuenta del peligro, lanzo un golpe
punzante e introduzco mi katana por
el hueco de su axila derecha, rom-
piendo sus costillas y perforándole
un pulmón. Extraigo la katana con
un tirón fuerte mientras profiero un potente kiai. Al mismo
tiempo que el bushi se desploma herido de muerte le ases-
to un tajo que secciona su cuello. He cobrado la primera
cabeza de hoy, la segunda de mi vida.
Nuestro ataque está siendo decisivo e intuyo que la batalla
terminará pronto. Una vez contadas y apiladas las cabezas
ganadas marcharemos hacia Osaka sin más contratiempos.
Allí podremos descansar.
Me doy la vuelta y me enfrento al segundo bushi de
Mitsunari. Adopto una postura media y dirijo la punta de mi
katana hacia sus ojos. El mundo, extrañamente silencioso,
se detiene a mi alrededor mientras contemplo a mi adver-
sario. Nuestros espíritus se conectan y funden entre sí.
Existen múltiples estrategias de combate que ambos hemos
ensayado durante muchas horas. Ambos hemos ejecutado
infinidad de suburis durante largos entrenamientos matina-
les y vespertinos, depurando nuestros movimientos, fortale-
ciendo nuestros músculos y nuestro espíritu con el único fin
de prepararnos para este momento.
Simultáneamente, levantamos la katana hasta la cabeza y
descargamos un golpe raudo y vertical. Sé que mi hoja roza-
rá con la suya durante el descenso y sutilmente la desviará
a un lado. Con un poco de fortuna alcanzaré su brazo con la
punta del sable y se lo romperé antes de volver a cargar y
atacar de nuevo, esta vez directamente a su cabeza.
Mi golpe ha llegado hasta su punto más bajo. He notado el
roce, pero he sentido un ligero y anormal tirón en los mús-
culos de mi hombro izquierdo. Sorprendido, me doy cuenta
que mi katana ha sido desviado y no apunta a su vientre,
sino a la llanura, a la nada.
¡Su katana ocupa el centro y no ha alcanzado mi brazo
izquierdo por muy poco!
Tengo que recuperar la posición perdida; doy un paso hacia
atrás a la vez que tiro de la katana hacia arriba y hacia el
centro; busco sus ojos con mi mirada y veo cómo la punta
de su katana se me acerca. Sólo necesito un momento
más… Noto un duro golpe en el cuello.
Impulsado por el golpe recibido, caigo hacia atrás y choco
contra el suelo. Intento incorporarme, pero el cuerpo no me
responde. Me quedo contemplando el cielo mientras las
gotas de lluvia me inundan los ojos y corren por mi cara. Se
me empaña la vista y durante unos instantes vuelvo a oír el
estruendoso ruido de la batalla; me relajo, no siento dolor,
ni miedo…
“Los que se aferran a la vida, mueren, y aquellos que
desafían a la muerte, viven”
EPÍLOGO
TOKUGAWA Ieyasu
ganó la Batalla de
Sekigahara, la más
grande de las bata-
llas cuerpo a cuerpo
en el Japón y en la
que más de 60.000
bushis perdieron la
cabeza. Capturó a
ISHIDA Mitsunari y
varias semanas más
tarde lo ejecutó en
Kyoto.
Tres años más tarde,
en 1603, fue proclamado Shogun y sus descendientes
ostentaron el mismo título durante casi 300 años de paz,
hasta 1868, año de la Restauración del Emperador.
Ieyasu acabó por provocar la muerte de TOYOTOMI
Hideyori, el niño que nunca llegó a ser shogun. Trasladó la
capital del gobierno a Edo (actual Tokyo) y murió en 1616 a
la edad de 73 años.
El traidor KOBAYAKAWA Hideaki mantuvo sus posesiones,
recibió 50.000 kokus de recompensa (un koku equivale a
180 litros de arroz, el consumo medio de una persona
durante un año). Se cree que se volvió loco antes de morir
dos años más tarde.
La larga paz del clan Tokugawa transformó a los guerreros
con armadura (bushi) en una casta de funcionarios armados
(samurai). Muchos de ellos se quedaron sin trabajo y sin
amo a quien servir. Se convirtieron en los infaustos ronin
(samurais errantes).
En el combate, es crucial dominar el centro.