El papel de la cultura en el desarrollo sostenible ...

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El papel de la cultura en el desarrollo sostenible: análisis del consumo cultural en Bahía de Banderas Viridiana Aguirre, César Gilabert Ponencia presentada en el Tercer Encuentro Nacional de Gestión Cultural realizado en Mérida, Yucatán, México entre los días 23 al 26 de octubre de 2018

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El papel de la cultura en el desarrollo sostenible: análisis del consumo

cultural en Bahía de Banderas

Viridiana Aguirre, César Gilabert

Ponencia presentada en el Tercer Encuentro Nacional de Gestión Cultural realizado en Mérida, Yucatán, México entre los días 23 al 26 de octubre de 2018

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Resumen

Los estudios culturales proliferan debido a un contexto favorable en virtud de que

diversos organismos internacionales (ONU, UNESCO, Agenda 21) apostaron por la

“cultura para el desarrollo” considerando sus potencialidades como factor de

crecimiento económico y elemento central para la cohesión social y la paz. El

objetivo de esta investigación consiste en identificar las “condiciones culturales”

prevalecientes en algunas comunidades de Bahía de Banderas que se avocaron

acusadamente a la promoción del turismo. Con tal criterio seleccionamos: Bucerías,

Sayulita, San Francisco y Cruz de Huanacaxtle.1 En estos puntos geográficos

predomina la actividad turística, imponiendo una dinámica particular sobre la

economía, la demografía y las prácticas tradicionales. A manera de analizador cabe

investigar la reconfiguración de las prácticas comunitarias en relación con el

consumo cultural activado por el constante flujo de visitantes, porque si bien el

turismo ha generado cierto progreso material, también abrió una brecha social entre

la población residente. En otras palabras, se trata de conocer el curso de las

estrategias adaptativas en las poblaciones que se abrieron a la lógica del desarrollo

turístico, explorando de manera especial los efectos de sus prácticas culturales en

las formas de organización social para encarar los problemas que plantea el

cumplimiento de los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS).

Los aspectos culturales son parte integrante de nuestras vidas. Si el desarrollo puede ser visto como una mejora en nuestros estándares de vida, entonces los esfuerzos orientados al desarrollo difícilmente puedan ignorar el mundo de la cultura.

1 Este trabajo es parte de una investigación más amplia cuya línea principal se denomina sociedades

en transición, que ha dado para varios productos académicos de esta sociedad entre tutor y doctorando: dos ponencias, un capítulo libro, y, vale destacarlo, el producto estrella esperado culminará con la tesis doctoral de la maestra Aguirre. De allí que, aunque mantenemos el anuncio de que estamos trabajando las cuatro localidades mencionadas (para la tesis, se añadirá otra más) para subrayar que la disquisición teórica que aquí presentamos tiene una intención práctica que se concretará con el trabajo de campo en los lugares seleccionados. Por lo que, debido a restricciones de extensión y tiempo, así como al imperativo de que la tesis doctoral sea un documento inédito, aquí apenas exponemos algunos datos preliminares de las localidades para concentrarnos, en cambio, en el objeto unificador que es el municipio de Bahía de Banderas al cual pertenecen.

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Amartya Sen

Introducción

En un contexto en que la expansión del sistema capitalista a escala planetaria está

promoviendo prácticas cercanas a lo salvaje, aunque para ello utilicen tecnología

muy sofisticada, y luego encubran los daños con el concepto pretendidamente

distributivo de globalización, el hecho es que los países en vías de desarrollo están

lejos de remontar su atraso y, por el contrario, los mecanismos de extracción de

ganancias por efecto de acciones especulativas, de cuya avaricia derivó la crisis

financiera mundial de 2007-2008, siguen ensanchando la brecha. Y lo que es más:

no parece haber solución para las problemáticas ecológicas y sociales que provoca

esa manera específica de acumulación de riqueza a ultranza. Entonces las miradas

se han volcado hacia la cultura en busca de respuestas, convirtiéndola en un factor

para restablecer el equilibrio entre el crecimiento económico, el cuidado del

ambiente y la dignidad humana. Pero también con el riesgo de infiltrar la cultura con

una visión mercantilizada para convertirla en otra vía de extracción. Una señal

ominosa es que en México la gestión de nuestra polifacética riqueza cultural poco a

poco ha ido pasando de la Secretaría de Educación a la Secretaría de Turismo.

Las prácticas culturales desembocan en creaciones materiales, como las ciudades

y sus respectivos patrimonios; y también en productos intangibles de un valor

incuestionable, pero indeterminado: la lengua, la música, las cosmovisiones y su

efecto sobre los valores y la ética. Después de todo, la cultura comprende “un

conjunto de significados compartidos que le dan un sentido a todo el quehacer

humano, cultura son los sistemas simbólicos que dirigen el pensamiento, las

actitudes y los haceres humanos” (Macip, 2009).

La cultura establece los esquemas de valor simbólico bajo los cuales toda actividad

humana cobra sentido. Así, el hecho cultural compila el conocimiento de las

comunidades, donde, dependiendo del desarrollo económico, una porción se

transforma en ciencia, otra en tecnología, una más en arte y en otras variaciones

inefables, de donde brota un complejo universo de riqueza intangible.

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La cuestión es cómo incorporar este cúmulo de patrimonio inmaterial en las

estrategias de desarrollo, habida cuenta de la forma en que nociones como las de

progreso, crecimiento económico y desarrollo, han sido mistificadas para servir al

propósito de la acumulación capitalista, donde se toma el crecimiento de tipo

industrial como progreso general de la humanidad, y bajo esa coartada se impone

a todos los países como una necesidad natural inapelable: competir en los

mercados internacionales y servir a la acumulación de ganancias, tarea que aparece

como un destino inexorable. Tal imposición hegemónica pesa sobre los países en

desarrollo: la obligación de fortalecer la economía nacional como la única vía posible

para enfrentar las adversidades de la pobreza y el atraso. Los países

tercermundistas asumieron el imperativo de hacer crecer sus economías bajo los

recios dictados de la política neoliberal, y pese a sus esfuerzos de más de tres

décadas, la mayoría no consiguió mejorar las condiciones de vida de la población.

En cambio, las deudas, sus pagos de intereses, las concesiones al capital extranjero

para mantenerse en la competencia por mercados globales, han abonado a la

concentración de la riqueza mundial en un asombroso e inmoral 1 por ciento de la

población.

Por ello, la reflexión sobre el desarrollo vio la necesidad de incorporar a su

conceptualización los factores no económicos, en especial ecológicos, sociales y

culturales, a fin de evaluar los avances más allá del crecimiento económico: por los

logros en lo humano, en el equilibrio social y ecológico, en la equidad de género, en

la inclusión, etcétera.

El tema de investigación aquí gira en torno al desarrollo y el papel de cultura, a partir

del sesgo provocado por la lógica de acumulación, debido a lo cual los

posicionamientos respecto de los beneficios humanos y las ganancias económicas

no solo difieren, sino que entran en colisión: optar por crecer y solo después

avocarse a las consecuencias distributivas depende de la manera de concebir el

orden social. Es una cuestión política, aunque en los últimos tiempos, cambiaron las

coordenadas y los problemas ecológicos introdujeron un ultimátum por su cuenta, y

junto con ello se arribó a la siguiente conclusión: el crecimiento económico que no

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se traduce en desarrollo social y humano conduce al colapso del planeta. De

momento, para allá vamos.

La conjunción de la cultura y desarrollo genera una doble dimensión de estudio: la

primera versa sobre la impronta de mercantilizar la cultura a través de la economía

de mercado; la segunda, se determina a través del valor simbólico y también

práctico de la cultura, o sea, el quehacer humano regido principalmente por la

búsqueda de la plenitud comunitaria y la realización personal o viceversa. Dicho de

otro modo: la procuración de una vida digna para todos sin distinción de razas,

religiones, estatus social, etc., lo cual introduce una perspectiva humana a la idea

de crecimiento económico.

En los últimos 20 años el consumo de productos y servicios culturales ha aumentado

sensiblemente, convirtiendo las industrias culturales en uno de los sectores

productivos con mayor dinamismo a escala mundial, pero ¿este incremento del

consumo cultural nos hace más cultos?

El consumo juega un rol protagonista en la vida de todos los seres humanos, es el

acto de transacción que sanciona la utilidad social de la producción, pero además,

para la lógica de la acumulación, el consumo es el último eslabón de la cadena para

lograr la acumulación: completa la segunda metamorfosis, o sea, cuando la

mercancía se convierte por fin en dinero incrementado. Una de las posibilidades de

crisis del capitalismo aparece aquí: la prueba es que simultáneamente puede haber

sobreproducción de mercancías y subconsumo. La desigual capacidad de consumir

de los individuos es un parámetro para la composición de los estratos sociales altos

y bajos, de modo que el consumo se torna en un fenómeno de alienación al vincular

la identidad colectiva con el éxito del mercado, o sea, al conferir al mercado la

capacidad de reunir a todos los consumidores, cuando en la esfera de la producción

todo está dividido en unidades privadas que responden a la lógica de sus

propietarios y que consiste en obtener ganancias: nada más ajeno a la satisfacción

de las necesidades de la población. Asimismo, en la identidad individual la

capacidad de consumo opera como un criterio de eficiencia social con tintes incluso

psicológicos: eres cuanto tienes; tanto tienes, tanto vales. Pero si no tienes nada

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para ser sujeto de mercado te conviertes en una lacra: un ser incompleto e

imperfecto consumidor.

De allí la tarea de identificar los nexos entre las prácticas sociales derivadas del

consumo cultural y la lógica de la acumulación capitalista, donde el objetivo es

repensar el papel de la cultura como factor de cohesión social con capacidad para

modificar los patrones de consumo en aras del desarrollo sostenible. Al menos así

se planteó en la Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales de la

Organización de las Naciones Unidas (ONU), en 1982, cuando se promulgó la

conformación de un Decenio Mundial para el Desarrollo Cultural, entonces se

consideró a la cultura como del cuarto pilar del desarrollo sustentable, colocándola

al mismo nivel de importancia estratégica que los otros tres pilares. La Organización

Mundial de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos, a partir de la Declaración

Universal sobre la Diversidad Cultural (CGLU), estableció que:

Los retos culturales presentes en el mundo son demasiado importantes para no ser tratados de la misma manera que las otras tres dimensiones originales del desarrollo sostenible (la economía, la equidad social y el equilibrio medioambiental). El cuarto pilar establece sólidas conexiones de complementariedad con las demás dimensiones del desarrollo (Agenda 21, 2010, p. 4).

La cuestión cultural se ha venido plasmando en diferentes programas, como se

sigue de los Objetivos del Desarrollo del Milenio, y de proyectos como el Convenio

Andrés Bello, entre otros más, todos los cuales adoptaron la cultura como uno de

los ejes estratégicos para el desarrollo sostenible. Consiguientemente, estos

instrumentos internacionales fomentaron la investigación para estudiar el impacto

de las prácticas culturales. Vale subrayar que tales investigaciones, pese a su

diversidad metodológica, en su mayoría, respondieron a una perspectiva

economicista (Martínez, 2018). Hoy en día, probablemente por efecto de las crisis

económicas, del cambio climático, la migración forzada de millones de personas, el

resurgimiento del racismo y la xenofobia, los temas ecológicos, los problemas de la

gestión democrática de la Unión Europea, el separatismo catalán, el retorno de los

populismos, el triunfo de Trump más un nutrido etcétera, le ha conferido a la

cuestión cultural una importancia monumental. Por eso en los últimos años la

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comprensión del fenómeno cultural despierta cada vez más interés, y por lo mismo

día con día hay más información sobre actividades específicas que contribuyen a la

expansión de la formas simbólicas y acciones culturales, llámese cultura verde,

promoción de prácticas limpias, vigilancia ciudadana, en fin, nos acercamos, a

condición de encauzar eficientemente la participación colectiva, a la definición de

mejores políticas en materia cultural. Continuamente se están afinando temas como

la planeación estratégica de la gestión del territorial, la inclusión social, la equidad

de género, el derecho a la información y los propios derechos humanos para los

indígenas, las personas de la tercera edad, los migrantes.

La perspectiva economicista tiene su importancia y no está demás conocer el papel

de la cultura en términos de crecimiento económico (su aportación al P.I.B., su peso

en la generación de empleos, inversión y consumo). Por supuesto que eso tiene

mérito, pero no ha sido suficiente para desahogar temas como las contradicciones

emergentes que atañen a las afectaciones a los sistemas ecológicos y las

amenazas a la calidad de vida en donde el tejido social se ha rasgado por la

perversión de asuntos como la guerra contra el narcotráfico, por la corrupción e

ineficiencia gubernamentales, así como el problema de la distribución inequitativa

de la riqueza a escala planetaria. Esta realidad caótica fue el punto de partida de

los análisis del desarrollo social contemplado factores como la cohesión social, la

identidad y la paz, y desde luego aquí se introdujo la cuestión del papel de la cultura

para restaurar valores que hace tiempo dejaron de valer, en aras de recuperar el

rumbo hacia un desarrollo capaz de palomear los 17 ODS.

El punto es cómo evaluar los casos concretos en que la cultura robustece el

desarrollo de las comunidades. Una de las respuestas fue avocarse al análisis del

consumo cultural por considerar que reúne de manera palpable y medible los

tópicos de las prácticas culturales. A partir de allí surgieron distintas líneas de

investigación desde la economía, la sociología y antropología hasta la psicología,

pasando por la mercadotecnia, donde uno de los objetivos fue identificar los

patrones de consumo y determinar cómo influyen en asuntos como la construcción

de identidad y, en el lado más oscuro, en los procesos de estratificación social de

las comunidades.

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Analizar el consumo cultural como el último eslabón de la cadena de valor arroja,

en una primera instancia, una manera diferente de analizar los procesos culturales

para incluirlos como pilares del desarrollo; y en segunda instancia, proponemos un

abordaje metodológico peculiar con técnicas e instrumentos de medición mixtas que

darán cuenta de asuntos varios: los patrones de consumo; la escala de gasto en

actividades y productos culturales; la percepción de los consumidores; la

apreciación de valores simbólicos y espirituales en función de distintas identidades

colectivas, para lo cual combinamos datos duros y cualitativos con el propósito de

sustentar una estrategia bien documentada y fiable de gestión cultural para el

desarrollo sostenible.

La pertinencia de nuestra investigación deriva de una condición: “moldea lo que

entendemos por desarrollo y determina la forma de actuar de las personas en el

mundo” (Agenda 21, 2010).

La cultura como vehículo del desarrollo sostenible fue ratificada en la Agenda 2015-

2030, donde se enfatiza la relación transversal de la cultura con los 17 ODS, aunque

solo se le menciona explícitamente en los objetivos 4, 8, 11 y 12 (ONU, 2015). De

igual forma, se propuso una batería de indicadores para identificar y medir las

diferentes contribuciones de la cultura al desarrollo, entre los que destacaron su

papel en el crecimiento económico, en la cohesión social, en la paz y el desarrollo

humano (UNESCO, 2014).

El seguimiento de estos compromisos dio cabida a diversos estudios para evaluar

el impacto de la cultura especialmente en las naciones menos desarrolladas, que

van desde la realización de catálogos administrativos, estadísticas culturales,

estudios sectoriales y mapeos culturales hasta cuentas satélites, sistemas de

indicadores, big data, modelos econométricos y estudios de valoración de

contingentes, con lo cual se tendrían resultados contantes y sonantes del papel de

la cultura, y con ello seguir promoviendo la idea central del “cuarto pilar”.

La importancia de la cultura en los procesos de desarrollo ha sido documentada en

numerosos programas, por ejemplo, el informe “Tiempos de cultura. El primer mapa

mundial de las industrias culturales y creativas”, presentado por UNESCO y la

Confederación Internacional de Sociedades de Autores y Compositores. Entre los

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puntos más destacados se afirmó que, en 2013, el sector cultural aportó el 3% del

PIB mundial. Además, se sabe que la producción cultural está recayendo

principalmente en jóvenes y favorece la participación de las mujeres. Por otro lado,

la llamada economía informal de la cultura es un importante motor de empleos, pero

por esta misma condición es difícil registrar contablemente los volúmenes de objetos

y ganancias que mueven (CISAC, 2015).

En México, el economista Ernesto Piedras calculó la aportación de las industrias

culturales y creativas al Producto Interno Bruto (PIB) de 2008 en un 7.3% (García &

Piedras, 2008). Por su parte, el INEGI reportó a través de la Cuenta Satélite de la

Cultura de México, una aportación al PIB del 2.7%, con un monto de 379,907

millones de pesos en 2011 (INEGI, 2014).

Además, la Cuenta Satélite de la Cultura, actualizada al año base 2013, según los

datos preliminares, registró que en 2015 las actividades culturales aportaron al PIB

un 3.4%, mientras que en 2016 fue de 3.3%, cifras que podemos considerar

promisorias siendo que algunos estados de la República apenas aportaron el 1% al

PIB (INEGI, 2017b).

En la revisión bibliográfica constatamos que la aportación de la cultura al desarrollo

sostenible se pondera principalmente desde indicadores económicos (Gabitov et al.,

2014) (Rosenstein, 2011) (Greffe, 2012). Incluso desde una perspectiva crítica, se

nota la parcialidad de los estudios del desarrollo basados principal o únicamente en

el crecimiento económico. Por lo tanto, una tarea clave en la actualidad es evaluar

el peso de las actividades y cuestiones culturales desde los beneficios sociales a fin

de paliar la omisión de las versiones economicistas que, a final de cuentas, suelen

sumarse a la reproducción cultural ideológica hegemónica (Cole, 1991)

(Tambovtsev, 2015).

Son varios los contenidos posibles del concepto de cultura para no reducirse al

planteamiento economicista, por lo que conviene enfocar “tanto el carácter

simbólico de los fenómenos culturales como el hecho de que tales fenómenos se

inserten siempre en contextos sociales estructurados” (Thompson, 2002). Aquí

convergen Geertz y Bourdieu, uno con la concepción simbólica; y el segundo, con

la teoría de los campos, para derivar en un planteamiento estructural de la cultura.

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Después de todo, el análisis cultural consiste en “el estudio de las formas simbólicas

–es decir, las acciones, los objetos y las expresiones significativas de diversos

tipos– en relación con los contextos y procesos históricamente específicos y

estructurados socialmente en los cuales, y por medio de los cuales, se producen,

transmiten y reciben tales formas simbólicas” (Thompson, 2002). En pocas

palabras: los fenómenos culturales son percibidos como formas simbólicas en

contextos estructurados. Igualmente, los bienes culturales son formas simbólicas

que contienen una dimensión objetual y otra cognitiva, por lo que su consumo

contempla ambas, aunque en la motivación de los sujetos puede predominar una u

otra.

La UNESCO no es ajena al planteamiento anterior, y define la cultura como:

El conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos, que caracterizan a una sociedad o a un grupo social. Engloba no sólo las artes y las letras, sino también los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias. La cultura da al hombre la capacidad de reflexión sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. Por ella es como discernimos los valores y realizamos nuestras opciones. Por ella es como el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevos significados y crea obras que lo trascienden (UNESCO, 2002).

En resumidas cuentas, el patrimonio material e inmaterial de los pueblos es este

conjunto de rasgos, valores, productos, bienes y servicios culturales, lo cuales

pueden potenciar el desarrollo de un territorio especialmente si se apoya en una

política cultural bien diseñada. En todo caso, el patrimonio cultural comprende:

• Riqueza material: obras arquitectónicas, esculturas, pinturas, monumentos

y, en su caso, obras de otros tiempos, acaso vestigios desperdigados y

corroídos, pero que son valiosos por carácter arqueológico; construcciones

aisladas o reunidas; lugares (obras del hombre en conjunción con su entorno

natural (p.e., la zona arqueológica de Tulum en la llamada Riviera Maya); y

el resto de artefactos culturales inscritos en la Lista del Patrimonio Mundial.

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• Riqueza inmaterial: Lengua, literatura, música y danza, juegos y deportes,

tradiciones culinarias, los rituales y mitologías, conocimientos y usos

relacionados con el universo, los conocimientos técnicos relacionados con

la artesanía y los espacios culturales mismos. (UNESCO, 2002) .

Con lo anterior acotamos los contenidos y productos de la cultura para referirnos a

las formas simbólicas que se traducen en un determinado patrimonio material e

inmaterial. Sobre esta base es posible analizar las prácticas, contabilizar bienes y

servicios culturales, sin perder de vista que también son formas simbólicas que,

igualmente se pueden agrupar y medir, a través de las cuales es posible establecer

una relación nítida del acceso y el consumo de estos productos, con lo que antes

denominamos relaciones sociales estructuradas. Por un lado, registra la capacidad

de los individuos para participar en los mercados y sacar provecho de las vaivenes

de la oferta y la demanda; por otro, analiza el efectos de marginación, discriminación

o exclusión que dejan su impronta en la vida de los individuos que no son sujetos

de mercado por carecer de ingresos, ahorros o bienes para intercambiar

mercancías.

Las localidades seleccionadas del municipio de Bahía de Banderas son nuestro

referente concreto para analizar de manera específica cómo la cultura interviene en

la construcción de un desarrollo sostenible. Por razones metodológicas pusimos el

énfasis en el llamado patrimonio cultural inmaterial, en la forma en que se gestiona,

conserva, promueve y se consume en estos lugares.

En su origen los estudios de consumo cultural se enfocaron en el patrimonio material

con objetivos meramente comerciales, como identificar el papel de la cultura en la

formación de los gustos y tendencias de usuarios o clientes (Almaza, 2005). A partir

de los años 90 estos estudios se fueron refinando hasta contribuir al conocimiento

del consumo desde una dimensión simbólica y sobre sus efectos en el orden social

(Warde, 2014) (Ortega, 2009). Nuestro eje metodológico sigue por esta vía, donde

el análisis del consumo cultural es legible porque es una conducta social

estructurada, codificada y susceptible de medición:

una práctica social (e individual), en la que se realiza una apropiación, vivencia y uso de bienes y servicios culturales disponibles en la sociedad,

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lo que genera un dinamismo en los esquemas simbólicos y de percepción de los sujetos, renovando horizontes de expectativas sociales y abriendo nuevos planos de desarrollo (social, económico y humano). En este sentido, no todos los beneficios que se derivan del consumo cultural son apropiados por las personas en forma individual, sino que pueden generar también un impacto sobre colectivos o sobre el conjunto de la sociedad al permitir reconocer a los sujetos como parte de un colectivo (identidad) e interactuar con otros grupos sociales (diversidad)” (Güell, Morales, & Peters, 2011).

*

El municipio nayarita de Bahía de Banderas comenzó a enfocarse en el turismo

incluso antes de ser elevado a esa categoría política, lo que dio pie a la creación del

Fideicomiso Bahía de Banderas –FIBBA–. Desde entonces cada gobernador ha

establecido su propia agenda de trabajo para la promoción del turismo en las costas

de Nayarit, lamentablemente, sin dar continuidad a los proyectos de sus

antecesores pese a compartir la finalidad común de lograr crecimiento económico

mediante la explotación de sus destinos turísticos.

Tradicionalmente, la principal actividad económica de la región había sido la

agricultura, pero en un contexto de mercados internacionales y competencia

globalizada, las actividades rurales perdieron vitalidad y, en cambio, el turismo se

consolidó como la principal vocación productiva de la región de Bahía de Banderas,

donde el municipio jalisciense de Puerto Vallarta ha tenido un papel preponderante,

cuyo éxito se tradujo en un crecimiento demográfico exponencial a lo largo de la

bahía, incluyendo la porción nayarita.

En 1988, se decretó la creación del municipio de Bahía de Banderas. No solo fue

una cuestión de cambiar el nombre y desligar la administración política ejercida por

el municipio Compostela (que en su máximo de influencia fue la primera capital del

estado de Jalisco). El giro político y administrativo tenía la finalidad de aprovechar

el potencial turístico de la zona, hasta entonces monopolizado por el municipio de

Puerto Vallarta, establecido desde 1918, y declarado ciudad en 1968, para impulsar

su hegemonía como el principal destino turístico del Occidente jalisciense.

El naciente estatus municipal de Bahía de Banderas debía agotar los beneficios de

la marca Vallarta y al mismo tiempo abrir un horizonte propio para empezar a

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desmarcarse del influjo vallartense. En todo caso, la instauración del nuevo

municipio fue vista como una oportunidad de desarrollo cifrada en la llegada de

numerosas inversiones para construir hoteles lujosos y otras muchas obras de

infraestructura, con la consiguiente creación de fuentes de trabajo. La sola

expectativa de futuros negocios alrededor de las actividades turísticas alentó el flujo

de personas que acudían en masa en busca de una vida mejor.

El censo de población de 1990 consideró por primera vez en su conteo al flamante

municipio de Bahía de Banderas: estimó un total de 39,831 habitantes (INEGI,

1990). Veinte años más tarde, en el censo de 2010, la población se triplicó con

124,205 personas. Y según el conteo de la encuesta intercensal de 2015, la

población del municipio alcanzó la cifra de 150,250 habitantes (INEGI, 2015).

El último registro de población –desagregado a nivel de las localidades– es de 2010,

y consigna que nuestras localidades de estudio contaban con la población siguiente:

Bucerías, 13,098 personas; Sayulita, 2,262; San Francisco, 1,823; y Cruz de

Huanacaxtle, 3,171 habitantes (INEGI, 2010). La lectura de estas cifras nos dice

que el acelerado crecimiento poblacional se debe a las oleadas migratorias atraídas

por las fuentes del trabajo que abrió el turismo. Se trata de personas que

abandonaron sus lugares de origen en busca de ingresos y calidad de vida, y que

el auge económico del turismo parece procurar (Cesar & Arnaíz, 2006). Si bien

llegaron algunos profesionistas con alta cualificación provenientes de la Ciudad de

México y de Guadalajara principalmente, la mayoría de los migrantes provenían de

zonas rurales pobres o empobrecidas con cualificación mínima o nula, entre ellos

diversos grupos indígenas.

En cuanto a los resultados económicos del cambio de vocación productiva centrada

en el turismo, arrojaron de inmediato cifras prometedoras. Enseguida Bahía de

Banderas se destacó en la distribución porcentual de los ingresos por municipio del

Estado de Nayarit, y así se ha mantenido hasta la fecha. El más reciente censo

económico realizado por INEGI en 2014, registró una aportación municipal de 17.1%

a los ingresos del Estado, colocándose como el segundo municipio de importancia

económica, solo detrás de Tepic, es decir, la capital de la entidad.

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En 2015, la población ocupada del municipio de Bahía de Banderas fue de 65,407

personas, de las cuales un 53.94% se dedica a las actividades del sector terciario,

correspondiente al sector del comercio y diversos servicios (INEGI, 2016).

Asimismo, se contabilizaron 5,912 unidades económicas, de las cuales apenas 238

se dedican a actividades culturales y artísticas (INEGI, 2017a).

Quiere decir que hasta el momento la promoción del arte y la cultura en el municipio

tiene poco impacto a juzgar por las escasas unidades económicas e infraestructura

orientadas a las actividades culturales; por ejemplo, en todo el municipio apenas

existen 4 bibliotecas públicas, que en relación con la población total significa que

existen solo 3 bibliotecas por cada 10 mil habitantes (INEGI, 2016).

Nos preceden dos estudios que hacen referencia al consumo cultural en Nayarit. El

primero orientado al consumo de jóvenes de Tepic; el segundo analiza el impacto

del sector cultural en el desarrollo económico de la entidad y estudia las condiciones

en las que los colectivos culturales trabajan el municipio de Tepic. No le cuesta

concluir que la producción de las industrias culturales responde a las reglas del

mercado, como cualquier otra mercancía, rigiéndose con la ley de la oferta y la

demanda. En este caso, la raquítica oferta no parece incomodar a una escasa y

desarticulada demanda.

La investigación sobre el impacto del sector cultural en el desarrollo del estado de

Nayarit reveló la aportación de las actividades culturales al PIB de la entidad: para

el año 2004 fue de 0.46%; en 2009 de 1.77%; y para 2014 bajó a 0.45%, casi igual

a lo conseguido una década antes. Quiere decir que estas actividades son capaces

de aportar al desarrollo económico local, incluso generan un mayor ingreso que

otros municipios, si bien el crecimiento del consumo cultural ha sido inconsistente

(Aguirre, 2016). Estas cifras dan cuenta de la tibia intervención de los gobiernos

locales en el desarrollo cultural, o más: documenta la inexistencia de una política

cultural para orientar las acciones de gobierno al respecto. Una de las conclusiones

es que la centralización de los recursos económicos y de infraestructura en la capital

del estado sumada al deficiente diseño y aplicación descoordinada de las políticas

públicas, resta impulso a la cultura como un elemento del desarrollo económico, de

allí los resultados magros de 2014. Pero además no existe un seguimiento de los

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programas estatales y municipales. Casi ninguna iniciativa sobrevive al periodo

sexenal que la promovió. De hecho, el bajo presupuesto que regularmente se le ha

concedido a la cultura, deja ver que su potencial como fuente de actividades

económicas es irrelevante para los gobiernos estatales y municipales, y por lo tanto

cualquier porción del erario en este rubro se ha considerado como gasto sin retorno,

nunca como inversión para el desarrollo. Con semejante falta de visión se ha

desaprovechado el potencial de la cultura para generar beneficios sociales

tangibles: un pensamiento estrecho y dominante que ha inhibido a los tomadores

de decisión desde la aparición del municipio de Bahía de Banderas hasta la fecha.

Otra conclusión es que la aportación cultural de los municipios de Nayarit depende

de sus condiciones socioeconómicas: dado el perfil rural mayoritario, la

concentración de población en espacios urbanos ha sido un proceso lento. Por lo

mismo, el desarrollo urbano medido a través del equipamiento de servicios públicos

es deficiente en todo el estado, lo que, a su vez, incide sobre el volumen de

actividades productivas concentradas en un territorio donde no maduran las

ciudades. Precisamente por eso el turismo se presenta como una opción viable al

municipio de Bahía de Banderas, que pudo enfocarse en la consolidación de

servicios turísticos sin crecer como ciudad, apoyándose en Puerto Vallarta en lo que

se refiere a prestaciones urbanas, empezando por el aeropuerto internacional y el

Centro Universitario de la Costa de la Universidad de Guadalajara, hasta la cuestión

de los espacios de vivienda de interés social, catalizando el proceso de conurbación.

Hoy en el municipio nayarita luce edificaciones de vivienda como Valle Dorado y la

Universidad Tecnológica de Bahía de Banderas como parte de su crecimiento

urbano.

Sin embargo, Tepic cuenta con 708 unidades dedicadas a la cultura, mientras que

el municipio de Bahía de Banderas solo 283. Aún así es el segundo lugar en este

rubro, pues Compostela, con toda su prosapia, apenas alcanza 219 unidades;

mientras que Santiago Ixcuintla baja a 90. Con todo, estos cuatro municipios

concentran el 74 por ciento de los recursos culturales de Nayarit.

El desarrollo urbano de Tepic a causa de su condición de capital centraliza el

desarrollo tecnológico cuya ancla es la Universidad Autónoma de Nayarit, y en lo

Page 16: El papel de la cultura en el desarrollo sostenible ...

15

que se refiere a la inversión destinada a la cultura se lleva el 40 por ciento del

presupuesto (Aguirre, 2016). En resumen: la falta de visión de los gobiernos acerca

del potencial de la cultura contribuye a la reproducción del fenómeno centralizador

del desarrollo económico de Nayarit. Al respecto hay un estudio que refiere el

desarrollo de tecnología en Tepic, el cual puede considerarse como parte del

consumo cultural (Espinosa, Orozco, y Bonifaz, 2012).

Hay que reconocer que el turismo abrió oportunidades para las localidades

perifericas en lo que se refiere a la promoción de acciones culturales, como quien

dice favoreció al municipio de Bahía de Bandera. Así tenemos que entre las

unidades económicas culturales registradas por el Directorio Estadístico Nacional

de Unidades Económicas (DENUE) de INEGI, 102 unidades pertenecen a este

municipio, todas enfocadas a la venta de artesanía (comercios al por menor), una

cifra que rebasa a cualquier otra actividad económica cultural. Y la mayoría se

ubican en Bucerías. En segundo lugar de importancia para la contabilidad de los

espacios culturales del municipio están los parques con instalaciones recreativas y

casas de juegos electrónicos, suman 24 establecimientos. Le siguen 22 unidades

de servicios recreativos; 12 unidades de servicios de telecomunicación; 12 unidades

de servicios de fotografía y grabación; y 12 establecimientos dedicados a la

orfebrería y joyería de metales y piedras preciosos (INEGI, 2017).

Si bien las unidades económicas dedicadas a la cultura en el municipio de Bahía de

Banderas son menos que las de Tepic –según los sistemas de información

públicos–, los ingresos del municipio costero son mayores debido al brío del turismo.

De modo que la derrama económica por concepto de consumo cultural supera a la

de la capital, pese a que Tepic tiene a su favor la densidad demográfica y la

centralización política.

Cabe mencionar que en la información aquí referida solo se consideran las unidades

e infraestructura registradas en las bases de datos oficiales, esto refuerza la

impresión de la centralización de los espacios y actividades culturales en la capital

del estado, luego en las cabeceras municipales, y así hasta llegar a la nulidad en

las localidades más periféricas. Un proceso que es desmentido, en parte, por el

influjo del turismo; y en parte por el vigor de la economía informal, que también

Page 17: El papel de la cultura en el desarrollo sostenible ...

16

acrecienta el consumo cultural fuera del ámbito institucional. De ahí la importancia

de la construcción y uso de metodologías que consideren no solo la información

registrada desde las bases de datos de las instituciones públicas, sino que abarquen

todos aquellos espacios, actividades y actores sociales, aunque no funjan como

plataformas o escenarios culturales formales, pues por diversos atajos (sobre los

que es necesario tener conocimiento) las actividades culturales ocupan espacios

públicos y/o virtuales en las redes sociales para la realización de diferentes eventos

culturales y artísticos sin patrocinio oficial, pero que tampoco pagan impuestos ni

ofrecen certidumbre jurídica a los participantes para contar con la seguridad social

ni ventajas laborales como pago de vacaciones o derechos de antigüedad.

Las actividades culturales han sido estudiadas en Nayarit con la finalidad de conocer

su aportación desde una perspectiva económica –que vale la pena seguir

explorando–; pero es igualmente necesario medir la aportación de la cultura en

términos de identidad, cohesión social y paz, en la construcción de comunidad y del

imaginario colectivo que permita generar condiciones para el desarrollo social y

comunitario sustentable. Un dato relevante es que la producción artesanal se ha

consolidado como un agente dinámico para la circulación de bienes y servicios

culturales en las zonas turísticas, algo que se puede corroborar en el hecho de que

innúmeros productos artesanales aportan un valor agregado y tienen más demanda

debido a su valor simbólico, como la artesanía huichol. Por el contrario, en las zonas

urbanas, los productos y actividades culturales practicadas o consumidas, son

producidas mediante un esquema industrial: por eso muchos objetos

mercantilizados como artesanía en realidad son producidos en serie en China u otro

país, y desde luego están dirigidos al consumo masivo, especialmente en la

temporada navideña, en el mes patrio, en el marco de festividades como el día de

los muertos –¿o deberíamos decir Halloween?–. Si bien tienen demanda, esos

objetos carecen del «aura», o como quiera que se llame al valor simbólico e

identitario las comunidades y los pueblos de nuestro País.

En otras palabras, el análisis del consumo cultural maneja variables que los estudios

economicistas han dejado de lado: la identidad, el bienestar y la cohesión social,

determinantes para evaluar la premisa de que el turismo genera beneficios sin que

Page 18: El papel de la cultura en el desarrollo sostenible ...

17

necesariamente se proyecten en un logro duradero como para llamarlo desarrollo

sostenible. El punto es que considerar la cultura como cuarto pilar del desarrollo no

es fortuito ni caprichoso, una mera ocurrencia para contemporizar con el discurso

de la sostenibilidad, sino que implica sentar las bases para la conformación de

marcos legales que respalden dicha posición (Olmedo, 2016); es decir, que a partir

de diagnósticos como los que aquí se esbozan se construyan las políticas públicas

necesarias para asignar suficientes recursos financieros y humanos, así como dotar

de proyectos e infraestructura a los municipios a fin de que la cultura despliegue su

potencialidad. No solo por su aporte en los mercados para el turista, sino en la

construcción de ciudadanía, en la conciencia de la fragilidad de los sistemas

ecológicos y en la vulnerabilidad de las minorías, lo que conlleva la adquisición de

hábitos para mejorar la relación con el ambiente, el compromiso de participación,

en fin, la propagación de valores democráticos como la pluralidad, la tolerancia, la

equidad y la inclusión, cuya propagación depende de acciones culturales como leer,

estudiar y capacitarse.

Piénsese también en la existencia de numerosas de actividades culturales que se

realizan a diario y que generan oportunidades de trabajo e ingresos, pero de las que

no se tiene registro alguno en los sistemas estadísticos públicos debido a que se

encuentran en la informalidad. Por un lado, este fenómeno abre la urgencia de

incorporar las prácticas a cauces institucionales; por otro, fuerza a contabilizar y

registrar estas actividades pertenecientes a la economía sombra de la cultura,

especialmente cuando los actores son grupos marginados, indígenas desplazados,

jóvenes que carecen de estudios y de competencias laborales, etc., así se tiende,

aunque de manera discreta y provisional, un puente para la inclusión, la solidaridad

y la cohesión social.

En México, las culturas tradicionales tienen la proyección suficiente para convertirse

en parte de los atractivos de un destino turístico, e inclusive pueden conformar un

nicho específico llamado turismo cultural debido a que los turistas son asiduos

consumidores de artesanías y de otros productos generados desde las culturas

representativas de cada región: las festividades, los rituales, mitos y prácticas

Page 19: El papel de la cultura en el desarrollo sostenible ...

18

comunitarias varias que incluyen el interés por la vestimenta, la comida regional, el

folclore, etc.

La región de Bahía de Banderas presenta condiciones que convergen en este orden

de ideas: es un territorio que ofrece una gran biodiversidad, infraestructura de

hoteles, bienes y servicios tanto turísticos como culturales, de distintas categorías

(tradicional, de masas, popular, entre otras). Estas actividades, productos y

servicios, son apropiados y consumidos tanto por los residentes como por los

visitantes, pero por sus propias características cada sujeto realiza su consumo

cultural desde esquemas particulares, empezando por el hecho de que el acceso a

los bienes y servicios de la cultura deja en desventaja a las personas que no son

sujetos de mercado. Y tal aislamiento y pobreza son una barrera al desarrollo que

afecta a toda la comunidad. La pobreza no es un asunto de unos pocos, por lo que

erradicarla resulta crucial para sostenibilidad del desarrollo.

La apertura de la región al desarrollo turístico provocó una rápida y radical

transformación de las actividades productivas en el municipio de Bahía de

Banderas, y eso, a su vez, transformó al territorio y su demografía (la población

autóctona pasó a ser minoría respecto de la población migrante atraída por las

oportunidades de trabajo). Las nuevas prácticas ahora articuladas por las

actividades turísticas modificaron los modelos de convivencia tradicional (Gilabert,

2013). Tales cambios forzaron la capacidad adaptativa de las comunidades,

modificando las prácticas culturales locales. Así, el turismo empezó a jugar un papel

determinante en el desarrollo cultural del municipio, donde lo principal era montarse

a la supuesta bonanza producida por las fuentes de empleo y la derrama económica

resultante de la actividad turística. Pero con ello vienen los efectos colaterales, como

la imposibilidad de absorber a todos los migrantes, la consecuente degradación

ecológica, el desgaste del patrimonio natural, cultural y social de la región, debido,

entre otros aspectos, a la sobrecarga del destino o inclusive al volumen de las

inversiones de capital mediante las cuales los grupos de empresarios nacionales y

sobre todo las transnacionales imponen las reglas de juego dizque para responder

a la demanda turística, pero también para asegurar que la acumulación de las

ganancias recaiga en un círculo muy reducido.

Page 20: El papel de la cultura en el desarrollo sostenible ...

19

Paralelamente, los visitantes extranjeros que deciden afincarse en calidad de

residentes temporales y estacionales, suelen disponer de más dólares para comprar

los mejores inmuebles a veces de un modo bienintencionado, pero no faltan los

oportunistas que aprovechan las circunstancias para alzar los precios mediante la

especulación. Como sea, son las personas con ciertos recursos las que nutren

fenómenos como la gentrificación y la pérdida de identidad tras o junto la

recomposición demográfica, y que repercute en gestiones como los cambios de

propiedad, de uso de suelo, las licencias de construcción de dudosa legalidad,

etcétera.

Otro hecho es que la llegada masiva de migrantes con baja cualificación produjo un

desplazamiento de la población local de medianos y sobre todo de bajos recursos

hacia las periferias de las localidades turísticas, y que, desde el punto de vista

cultural, fue pasto para el pulular de los migrantes más pobres en cinturones de

marginación, con ello reducen su capacidad para capacitarse, sus oportunidades

para la participación social y para competir por mejores empleos y salarios.

Este panorama redefine el papel de la cultura. Desde la perspectiva económica

vuelve a destacarse su papel como activador de la economía. Desde el lado humano

del desarrollo, el eje del pogreso se centra en la educación y en todas las vías que

apunten al incremento del capital humano: capacitación y aumento de la

cualificación, aunado a la adquisición de cultura ciudadana y conciencia ecológica,

fortalecimiento de la identidad y sue efecto en solidez de la cohesión social.

Considerando que en las comunidades turísticas hay una tendencia hacia el

desvanecimiento de la cultura tradicional debido la hibridación que produce la

llegada de turistas y de todos los vehículos de la imposición de la cultura

hegemónica, como la arquitectura de los no lugares y la clasificación universal de

las categorías de las prestaciones de servicios turísticos, resulta crucial diseñar

nuevas estrategias y mecanismos sociales para que la cultura se revalorada más

allá de sus posibilidades mercantiles (Martínez, 2018). Pero también para la defensa

de la singularidad de las culturales locales como una ventaja competitiva, pero a la

vez factor de cohesión social. Un camino alternativo ya está siendo explorado, versa

sobre la “recuperación de formas de entender el mundo que fueron marginadas por

Page 21: El papel de la cultura en el desarrollo sostenible ...

20

el modelo dominante, en las cuales las actividades económicas son solamente una

parte de un conjunto de prácticas culturales a las que están subordinadas” (Santos

& Rodríguez, 2007). El problema entonces es determinar las condiciones de

posibilidad y las acciones correspondientes para superar el empobrecido manejo de

la cultura homogeneizada, reducida a una condición de una mercancía formidable,

pero al fin y al cabo solo mercancía. Una tarea que resulta indispensable si se aspira

a un tipo de turismo sostenible y a que la cultura cumpla con su papel de cuarto pilar

del desarrollo, a final de cuentas: “la cultura es un trabajo que se realiza con y desde

la sociedad, por lo que, si pretendemos hacer de Puerto Vallarta [y aquí vale añadir

al municipio de Bahía de Banderas] un destino donde resalte lo cultural, debemos

comenzar a crear situaciones o espacios para socializar la cultura” (César, 2006).

El problema es plantear una conceptualización que permita establecer y medir los

beneficios sociales de la cultura y su papel en el desarrollo, así como su

correspondiente valor público, ya sea en términos cuantitativos o cualitativos,

reconociendo así su peso simbólico, su papel en conformación de las identidades

colectivas y de un modo específico su función en el desarrollo local, acaso como la

matriz de la que emana la orientación con que una comunidad se provee de metas

para definir los modos de vida deseables, como quien dice una escala de valores y

formas de convivencia civilizada, pacíficas e incluyentes.

En este sentido, la valoración pública de la cultura y del consumo cultural son

analizadores para comprender cómo y por qué se eligió un determinado rumbo para

acceder al desarrollo en una comunidad específica (en nuestro caso el referente es

el municipio de Bahía de Banderas). Es precisamente aquí donde se acentúan las

tensiones entre la visión neoliberal y una visión del desarrollo local sostenible. Por

un lado, está el papel de la cultura como mercancía en el sentido de que variados

productos culturales, por su singularidad, son tomados por atractivos y, por ende,

se les aprecia como una ventaja competitiva en el mercado turístico. Por otro, está

la valoración de la cultura en referencia a sus elementos simbólicos, cuyo estudio

permite “identificar y analizar los elementos afectivos, intangibles y de la experiencia

asociados a la cultura” (Observatorio Vasco de la Cultura, 2017); de allí que la

información acerca del llamado consumo cultural aporté conocimiento acerca de las

Page 22: El papel de la cultura en el desarrollo sostenible ...

21

condiciones económicas y de estratificación social de la población consumidora.

Investigar el papel de la cultura en el desarrollo desde una perspectiva critica

significa contribuir a la construcción de una mirada alternativa sobre el retorno social

de la cultura y al mejoramiento de los criterios de evaluación del desarrollo. El quid

es documentar una perspectiva que, además de considerar el retorno económico,

incluya el beneficio social y humano.

Hasta el momento los datos empíricos dan fe de que la economía informal de la

cultura representa un importante creador de empleos a nivel mundial (CISAC, 2015);

al mismo tiempo ese éxito evidencia el escaso impulso, inversión, promoción y

generación de política pública en materia de cultura, según lo ilustramos con el

municipio de Bahía de Banderas, así como el deficiente desempeño de las

instituciones políticas (Aguirre, 2016) (Olmedo, 2016), pese al concierto

internacional que avala la cultura como el elemento que da sentido y cohesión a la

actividad humana. El problema es que en el contexto de las localidades aquí

estudiadas, la cultura está jugando un papel subordinado en la estrategia del modelo

turístico implantado, de tipo industrial centrado en la maximización de las ganancias,

por lo que la cultura se está mercantilizando, en tal caso no queda claro cuál es el

valor público de la cultura ni qué aporta a las comunidades en términos sociales.

Otra vez el problema es cómo medir el valor de las prácticas culturales, bajo qué

referentes numéricos o parámetros medimos su influencia en el desarrollo

sostenible, lo cual resulta de la mayor importancia para promover ciertas prácticas

de consumo cultural e inhibir otras por considerarlas desequilibrantes, inapropiadas

o depredadoras. Hemos insistido en que la actual apuesta de la cultura para el

desarrollo sostenible se ha orientado al rendimiento económico, descuidando los

valores estéticos, espirituales, artísticos o simbólicos de la producción cultural,

porque continuar por esa vertiente, en el largo plazo, clausura la posibilidad de la

sostenibilidad.

Las primeras definiciones de desarrollo se estructuraron desde la economía,

intentando comprender los procesos de desarrollo de los diferentes países, dando

lugar a diversas teorías (Bardhan, 1988). Posteriormente, el concepto adoptó

algunos aspectos sociales, que no habían sido contemplados por la reflexión

Page 23: El papel de la cultura en el desarrollo sostenible ...

22

economicista, cuestiones socioculturales y político-administrativas que afectaban el

desarrollo (Vazquez, 2005). En los años setenta, se añadió el factor ambiental,

producto de la preocupación por la dificultad para contener y reducir la

contaminación, el efecto de invernadero y el calentamiento global. En este punto

vale reconocer la presión que ejercieron las organizaciones ambientalistas sobre

posturas simplistas e indolentes respecto de la importancia de los temas ecológicos

(Novo, 2006).

A partir de estas adiciones y críticas se trabaja todavía en una noción de desarrollo

más compleja e integradora, que considere además de las condiciones económicas,

las medioambientales y sociales, así como el factor humano y humanista, que

reconozca las condiciones culturales y sus atributos para entender la realidad actual

en su amplitud de problemas:

El desarrollo es una condición social, en la cual las necesidades auténticas de su población se satisfacen con el uso racional y sostenible de recursos y sistemas naturales. La utilización de los recursos estaría basada en una tecnología que respeta los aspectos culturales y los derechos humanos. Todos los grupos sociales tendrían acceso a las organizaciones y a servicios básicos como educación, vivienda, salud, nutrición y que sus culturas y tradiciones sean respetadas (Ros, 2004).

Un enfoque multidisciplinario es más que apropiado en razón de que se trata de

descifrar un objeto complejo: un “fenómeno social implica un esfuerzo por hacer

dialogar, articular y complementar los conocimientos generados en los distintos

campos disciplinarios” (Bertoni, 2011). Es que la relación de cultura y el desarrollo

deriva en cuestiones de supervivencia donde la cohesión social sobresale como un

elemento unificador del mar de individualidades con razón y derecho, cada una, de

pensar, estar y ser, según le dé su conciencia y su libertad, hasta un punto en que

no interfiera en los derechos y libertades de otros. Sin este cemento de la sociedad

es imposible pensar en una convivencia pacífica. Así, dentro de la diversidad

emergen las identidades colectivas, otro invaluable producto de la cultura.

Entendiendo que la identidad es “el conjunto de repertorios de acción, de lengua, y

de cultura que permiten a una persona reconocer su pertinencia a determinado

grupo social e identificarse con él” (Warnier, 2001).

Page 24: El papel de la cultura en el desarrollo sostenible ...

23

Sin embargo, los organismos internacionales tienen un visión de desarrollo en la

que prima el rendimiento y crecimiento económico, y en ello la cultura puede ser

explotada. Es la postura de autores como David Throsby y Richard Florida. Y

también existe una visión crítica que advierte sobre las implicaciones negativas que

conlleva el mercantilizar la cultura, como Jeremy Rifkin, George Yudice y Zygmunt

Bauman.

FIGURA 1. PARADIGMAS DE LA CULTURA PARA EL DESARROLLO ANALIZADOS

Fuente: Elaboración propia a partir de la revisión bibliográfica.

En el III Congreso Mundial de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos, realizado en

2010, se realizó un llamado internacional para que gobiernos locales, nacionales, y

comunidad internacional, fomentaran iniciativas de planificación, política pública,

estrategias, investigación y promoción de la cultura como cuarto pilar del desarrollo

y sus efectos, aunque el trasfondo de la declaración era “aceptar acríticamente

determinados puntos de vista procedentes del neoliberalismo económico” (Pratt,

Paradigmas de la cultura para el

desarrollo

Visión desarrollista

Cultura de masas (industrias culturales)

Objetivo: Ganancia

-Producción y reproducción masiva

-Consumo capitalista

-Promueve el individualismo

-Audiencias pasivas

-Cultura hegemónica

Visión critica

Culturas tradicionales (elementos endógenos)

Objetivo: bienestar social

-Promueve capacidades sociales e intelectuales (Capital social)

-Participación social

- Aporte simbólico y espiritual (conciencia, sensibilidad, cohesión social)

-A favor de la diversidad cultural, contra el desvanecimiento de las culturas locales

Page 25: El papel de la cultura en el desarrollo sostenible ...

24

2011), alentando una versión paradisiaca de la cultura sobre el rendimiento

económico.

En contraste, una versión que se dio en llamar apocalíptica, asegura que el

consumo capitalista está basado en la mercantilización de las experiencias

humanas (entre ellas la cultura), lo cual nos conduce, entre otros perjuicios, a la

extinción de la diversidad cultural (Rifkin, 2000). Es decir, la mundialización de la

cultura en las coordenadas del neoliberalismo contribuye al desvanecimiento de las

culturas locales. Amartya Sen admite la cultura para el desarrollo desde una visión

endógena con la condición de luchar por la supervivencia de las culturales locales,

por ahora en riesgo de desaparecer ante el embate de la uniformidad o

homogenización del llamado pensamiento único. Por su parte, Alfons Martinelle

Sempere presentó cifras de la comunidad de Cataluña, Barcelona, destacando la

aportación del 3.6% de las actividades culturales al PIB, donde el gasto en

actividades culturales y creativas de casi el 50% fue sufragado por las audiencias,

debido a lo cual se garantizó el retorno de la inversión pública destinada a la cultura,

donde lo relevante fue el aumento de capacidades del público, su mejora en la

apreciación y el sentido de satisfacción producido por el consumo cultural. Según

él:

En este sentido podríamos analizar las plusvalías que aporta la cultura como factor de construcción de ciudadanía, por ejemplo a través de manifestaciones populares en las fiestas y tradiciones, la vivencia de recuperación del espacio público, la convivencia con la comunidad de muchos de sus servicios, etc..., son procesos que facilitan la configuración de cohesión social y gobernabilidad como factor determinante en los procesos de desarrollo, y la dignidad de asumir un protagonismo en la lucha contra la pobreza y la búsqueda del bienestar común. (Martinell, 2007)

La corriente de los organismos mundiales que promueve el papel de cultura como

el cuarto pilar del desarrollo parece haber tenido una muy buena acogida en la Unión

Europea y en el Primer mundo. Los especialistas atribuyen el éxito a la

descentralización del recurso financiero y humano para emprender proyectos

culturales en cualquier lugar del planeta. Mientras que en los países en vías de

desarrollo, la acción cultural pasa por la toma de los espacios públicos para forzar

Page 26: El papel de la cultura en el desarrollo sostenible ...

25

las actividades culturales que de otra manera carecerían de oportunidad de

montarse formalmente por falta de teatros, museos, bibliotecas, casas de cultura,

etc., entonces la informalidad abona directamente al imaginario colectivo de

emancipación, en la búsqueda de la reconstrucción del tejido social y la paz por

iniciativas individuales y ciudadanas en la medida en que toman espacios públicos

para expresarse. Incluso hay estudios (Nela Filimon) que plantean un impacto de

las actividades culturales en la felicidad de sus ciudadanos, especialmente cuando

el consumo cultural acontece de manera espontánea en las plazas, los tianguis, los

mercados, las calles.

Alfons Martinell Sempere no le da la espalda a la lógica del mercado, pero

condiciona el hecho de que el consumo cultural en la ciudad traslada los altos gastos

(las compañías de teatro, de opera, las orquestas, el mantenimiento de los museos)

a la multitud de usuarios. Es parte del éxito de las ciudades como Barcelena, porque

su oferta cultural las hace interesantes, divertidas, enriquecedoras, atractivas y

desafiantes con su cosmopolitismo.

Eso introduce el problema planteado por Nestor García Canclini y Ernesto Piedras

Feria: ¿quiénes quieren y pueden acceder al consumo de bienes y servicios

culturales?, y ¿quién se queda con la ganancia generada por ese sector? (García y

Piedras, 2008).

Son tres los puntos elementales que valen para el caso de México.

1. La cuenta satélite de INEGI y la Encuesta Nacional de Hábitos, Prácticas y

Consumos Culturales, dan cuenta del poco o casi nulo acceso y consumo de

la mayor parte de la población en el país a los bienes y servicios culturales.

Tal desigualdad crea brechas de desarrollo: dinámicas económicas y

culturales clasistas que segmentan la población y reproducen los esquemas

de desigualdad.

2. A pesar de tratarse de una industria donde el bien elemental es intangible

(creatividad, ingenio, inspiración, emoción estética), es necesaria una

infraestructura mínima que soporte las necesidades básicas para el ejercicio

de actividades y disciplinas artísticas y culturales: foros, teatros, escuelas,

Page 27: El papel de la cultura en el desarrollo sostenible ...

26

instrumentos (a veces muy caros como un piano), sistemas de luces y sonido,

etcétera.

3. Existe una política pública cultural, pero es deficiente para responder a las

necesidades del país, y sobre todo para considerarla como un factor del

desarrollo siquiera económico, por lo que es preciso una nueva propuesta de

política pública para México, que considere todos los aspectos que integran

la cultura y su acción (García y Piedras, 2008).

Los estudios de consumo cultural (Guillermo Sunkel, Nestor Garcia Canclini, Jesús

Martin Barbero, Eduardo Nivon y Ana Rosas Mantecón) han contribuido teórica y

metodológicamente no solo al conocimiento de los patrones de consumo, sino que

nos introducen en problemas sociales como la estratificación de las clases, y en

asuntos complejos como la configuración de la identidad individual a partir de la

mejora de habilidades por efecto de la formación estética (sea pintura, música,

ajedrez, incluso deportes) y luego se plasma en la identidad colectiva por la

multiplicación de individuos sensibles, educados, respetuosos, solidarios,

participativos, por efectos del consumo cultural que complementó o, en ocasiones,

sustituyó su formación en el sistema básico de educación. (Por ejemplo, los niños y

jóvenes integrantes de orquestas comunitarias)

Paulatinamente están apareciendo o resurgiendo prácticas culturales comunitarias

que basan su economía en actividades culturales relacionadas de uno u otro modo

con un proceso de creación estética y simbólica, donde participan niños y jóvenes

sin importar su situación económica, y a la postre no solo aprenden el arte que

practican, sino que templan su carácter, al tiempo que aprenden a valorar el trabajo

en equipo, la importancia de la disciplina, la puntualidad y la constancia, en fin

valores y hábitos que contribuyen a la formación de ciudadanía, abonando al

desarrollo económico local, a la reconstrucción del tejido social y fortaleciendo la

identidad con la adopción de prácticas responsables, trátese de trabajo social

voluntario, civismo o ecología. Es el primer escalón defensivo ante los amagos de

la homogeneización de la cultura y otras formas de dominación.

Page 28: El papel de la cultura en el desarrollo sostenible ...

27

Los estudios de cultura y desarrollo requieren metodologías mixtas, donde no sólo

se considere la dimensión económica, sino también las dimensiones sociales,

culturales y ambientales, haciendo uso de técnicas cuantitativas y cualitativas: “para

analizar estos procesos, el desarrollo de metodologías que combinen los datos

estadísticos con la investigación cualitativa y trabajo sobre el terreno parece una

opción más eficaz que los anuarios publicados todos los años por organismos

internacionales” (Prada, 2015)

La valoración pública de la cultura y del consumo cultural acentúan las tensiones

entre la visión neoliberal y la perspectiva del desarrollo local endógeno y sostenible.

La valoración pública de la cultura aporta el conocimiento para “identificar y analizar

los elementos afectivos, intangibles y de la experiencia asociados a la cultura”

(Observatorio Vasco de la Cultura, 2017); en tanto que el consumo cultural versa

sobre las condiciones económicas y de estratificación social de la población

consumidora.

Paréntesis metodológico a manera de conclusión.

Si las variables son: cultura, desarrollo, consumo y cohesión social. Acotados

espacialmente por la selección del municipio de Bahía de Banderas y cuatros de

sus localidades; y en el tiempo, a partir de la fundación del municipio en los años

ochenta hasta la actualidad, con el factor común de que las localidades

seleccionadas se avocaron al turismo como su principal actividad productiva y con

ello provocaron cambios radicales en la dinámica social tradicional y su tradición

agraria y cultura rural, como consecuencias destacamos: el rápido y espectacular

crecimiento demográfico; flujo migratorio constante (más de atracción que de

expulsión); ubicación o reubicación de las capas de población más pobres, sobre

todo de los trabajadores de baja cualificación; llegada de capital foráneo e incluso

de extranjeros con intenciones de radicar al menos estacionalmente; atracción de

gestores de desarrollo (personal de gobierno estatal y municipal, agencias

inmobiliarias, etc.)

FIGURA 2. METODOLOGÍA A APLICAR

Page 29: El papel de la cultura en el desarrollo sostenible ...

28

Fuente: Elaboración propia a partir del diseño metodológico de la investigación

Todo lo anterior refiere a la elaboración de un diagnóstico territorial estratégico, con

el apoyo de cartografía de fuentes primarias, cartografía de fuentes secundarias,

para la cumplir con el objetivo de caracterizar las condiciones de estas localidades

en su camino a convertirse en destinos turísticos. Aplicamos entrevistas a

profundidad con representantes de las principales instituciones (instituciones

públicas y privadas del sector cultural) y grupos implicados (colectivos, grupos y/o

empresas de artesanos, artistas y gestores culturales); también realizamos

encuestas a la población de cada localidad hasta documentar la valoración pública

y consumo cultural en una muestra representativa.

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M

e

t

o

d

o

l

o

g

í

a

Técnicas Cuantitativas

Fuentes primarias:Sistemas de Información Cultural, INEGI, INAH,

entre otros.

Fuentes secundarias:

Encuesta a muestra representativa de la población de las comunidades señaladas.

Técnicas cualitativas

Fuentes secundarias:Actores sociales del sector, asociación de artesanos y artistas, gestores culturales, usuarios y audiencias

de todos estos residentes de dichos destinos turísticos.

Page 30: El papel de la cultura en el desarrollo sostenible ...

29

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