El Noveno Circulo

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Arnaud Delalande nació en 1969. Además de escritor es guionista. En Francia, gracias a sus anteriores libros, es ya un autor admirado por sus seguidores y respetado por la critica especializada. El noveno círculo es su primera obra publicada en España.

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Arnaud Delalande naci en 1969

Arnaud Delalande naci en 1969. Adems de escritor es guionista. En Francia, gracias a sus anteriores libros, es ya un autor admirado por sus seguidores y respetado por la critica especializada. El noveno crculo es su primera obra publicada en Espaa.BibliotecaARNAUD DELALANDEEl noveno crculoTraduccin de Llus Miralles de ImperialTtulo original: Le Pige de DantePrimera edicin en Debolsillo: febrero, 2009 2006, ditions GRASSET & FASQUELLE 2008, Random House Mondadori, S. A.Travessera de Gracia, 47-49. 08021 Barcelona 2008, Llus Miralles de Imperial, por la traduccinQuedan prohibidos, dentro de los lmites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproduccin total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrnico o mecnico, el tratamiento informtico, el alquiler o cualquier otra forma de cesin de la obra sin la autorizacin previa y por escrito de los titulares de! copyright. Dirjase a CEDRO (Centro Espaol de Derechos Reprogrficos, http://www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algn fragmento de esta obra.Printed in Spain - Impreso en EspaaISBN: 978-84-8346-884-5 (vol. 771/1) Depsito legal: B-51895-2008Fotocomposicin Revertext, S. L.Impreso en Novoprint, S. A.Energia, 53. Sant Andreu de la Barca (Barcelona)1> SflCi,A Guillaume, Emmanuelle y Olivier. Ajean Martin-Martinire.Y en homenaje a Fran(oise Verny, madrina y hada buena

Primer CrculoCANTO ILa selva oscura mayo de 1756En su sitial de la Sala del Colegio, donde habitualmente reciba a los embajadores, Francesco Loredan, prncipe de la Serensima, centesimo decimosexto dux o dogo de Venecia, elevaba de vez en cuando los ojos hacia la inmensa tela de Veranes, La batalla de Lepanto, que adornaba una de las paredes de la sala, o dejaba que sus pensamientos se perdieran entre los dorados del techo, con la mirada abismada en la contemplacin de Marte y Neptuno o en Venecia dominadora con la Justicia y la Paz, antes de volver de nuevo al asunto que le reclamaba con urgencia.Francesco era un hombre entrado en aos; su rostro apergaminado contrastaba vivamente con la prpura lisa y uniforme que le rodeaba. Unos pocos cabellos escapaban de su gorro y de su cuerno ducal. Sus cejas blancas y su barba acaban de dar a su fisonoma un aire patriarcal que sintonizaba a la perfeccin con las funciones que asuma en el seno de la Repblica. Con todo, la figura del dux, con sus ropas suntuosas, sentado ante un escritorio cubierto por un dosel en el que apareca representado un len alado mostrando las garras, rebosante de podero y majestad, no careca de vigor. Una capa de tela, adornada con una esclavina de armio y gruesos botones, colgaba de sus hombros v cubra un vestido de tela msfina que se deslizaba hasta sus piernas, embutidas en unas medias rojas. La bacheta, el cetro que simbolizaba el poder del dux, descansaba perezosamente entre sus brazos. Sus manos, largas y finas, lucan un anillo grabado con el escudo de armas y la balanza venecianas y sujetaban nerviosamente las actas de la ltima deliberacin del Consejo de los Diez, que iban acompaadas de un despacho con el sello oficial de ese mismo Consejo. La ltima sesin se haba celebrado aquella misma maana, en circunstancias excepcionales. Las actas informaban a Francesco de un asunto que pareca, cuando menos, tenebroso.Una sombra pasa sobre la Repblica concluan; una sombra peligrosa de la que este crimen, alteza serensima, constituye solo una de sus mltiples manifestaciones. Vene-cia se encuentra amenazada por una jaura; los ms temibles criminales se deslizan por la ciudad como lobos en una selva oscura. El viento de la decadencia planea sobre Venecia; no podemos seguir ignorndolo.El dux carraspe mientras sus dedos tamborileaban sobre el correo del Consejo.Se ha producido un terrible drama.El Carnaval de Venecia se remontaba al siglo x.La celebracin se extenda ahora a lo largo de seis meses: del primer domingo de octubre al 15 de diciembre, y luego de la Epifana a la Cuaresma. Finalmente, en la Sensa, o Ascensin, floreca de nuevo.Toda la ciudad vibraba con los preparativos de la fiesta.T as venecianas se nrenaraban Dar salir: baio las mscaras.exhiban la blancura de su tez, lucan sus aderezos, joyas, collares, perlas y drapeados de raso, resaltaban las copas de sus senos con apretadsimos corpinos y rivalizaban en el despliegue de frisados y encajes. Con el mayor cuidado, peinaban sus cabellos, de ese rubio tan peculiar, recogindolos en moos, enrollndolos en torno a diademas, a la sombra de un sombrero, esparcindolos en ondulaciones de una libertad calculada, o tambin crepndolos, tindolos de diversos colores, disponindolos en arreglos de lo ms sorprendente y extravagante. As disfrazadas, se hacan las importantes: caminaban con la cabeza alta, segn las reglas del portamento, afectando la dignidad de la ms alta nobleza, con una actitud y un porte que defendan con gracia y aplomo. Acaso no eran, en estos tiempos de Carnaval, las ms solicitadas, las ms ardientemente deseadas, en una palabra, las mujeres ms bellas del mundo? Esta confianza tranquila constitua la fuente misma de su inspiracin. El Carnaval era un diluvio de bellezas, un arco iris de colores deliciosos; esta se haba enfundado en un estrecho vestido blanco de batista, sin transparencias, con la orla adornada con volantes de encaje; aquella otra haba aadido a su vestido unos vaporosos manguitos de gasa de Italia y un cintu-rn de cintas azules, cuyos extremos dejaba volar ampliamente por detrs; y otra, ms all, con una sombrilla en la mano, llevaba al cuello un gran pauelo plisado, anudado en el hueco de la garganta y abierto en tringulos sedosos sobre una andriana o un panier. Aqu se ajustaban la moretta, sujetando con los dientes la pequea pieza interior que les permita mantener en su sitio la mscara negra, mientras all se alisaban el vestido y abran sus abanicos con un gesto seco de la mueca. Las cortesanas del ms alto linaje se mezclaban con las mujeres de vida alegre en una extrema confusin. El Catlogo de las principales y ms honorables cortesanas de Venecia v eltratado Tarifa de las prostitutas de Venecia, acompaados de consideraciones tcnicas sobre los talentos de esas amantes de una noche, circulaban de nuevo furtivamente.Los hombres, por su parte, llevaban la mscara blanca del fantasma, el larva, coronado por un tricornio, y la bauta, que cubra el conjunto del cuerpo; capa negra o tabarro, para los ms clsicos, y junto a ellos, miles de personajes escapados de cuentos, teatros y de la fantasa de los venecianos. Naturalmente estaban los habituales: los eternos Tartaglia, Arlequn, Pantaln, el Doctor, Polichinela; pero tambin diablos armados de vejigas, moros a lomos de asnos o caballos de pacotilla, turcos fumando en pipa, falsos oficiales franceses, alemanes, espaoles, y toda la cohorte de pasteleros, deshollinadores, floristas, carboneros... Charlatanes, vendedores de pociones que prometan la vida eterna o el regreso del ser amado, mendigos, pordioseros y campesinos miserables llegados de Tierra Firme, ciegos y paralticos de los que no se saba si sus taras eran reales o inventadas, deambulaban por toda la ciudad. Los cafs, y numerosos tenderetes montados para la ocasin, mostraban pancartas en las que se invitaba a los mirones a ver monstruos, enanos, gigantes o mujeres con tres cabezas, junto a los que empezaba a amontonarse la gente.Haba llegado el momento de la euforia, de la liberacin; el momento en el que el hombre vulgar poda imaginar ser el rey del mundo, en que el noble jugaba a ser plebeyo, en que el universo, de pronto, sufra un vuelco radical en el que se invertan o se intercambiaban los rangos sociales, en que todo se pona patas arriba, en que todas las licencias, todos los excesos estaban permitidos. Los gondoleros, con la librea de la gala, paseaban a los nobles por los canales. La ciudad se haba engalanado con innumerables arcos de triunfo. Aqu y all se jugaba a pelota, a la meneghella, se apostaban algunas monedasque tintineaban en los platos, o bien se echaban al azar en sacos de harina y los jugadores hundan la mano en ellos, confiando en recuperar ms de lo que haban puesto. Bandejas de buuelos y lenguados fritos esperaban sobre los mostradores de los tenderos. Los pescadores de Chioggia interpelaban a la multitud desde sus tartanas. Una madre daba un cachete a su hija, objeto de excesivas atenciones por parte de un joven admirador. Los ropavejeros colocaban ante sus mesas carretillas cargadas de ropa antes de empezar a vocear su mercanca. En los campi, maniques de estopa escupan golosinas y frutos secos. Una bandada de frombolatori, pillos enmascarados que recorran los sestieri, lanzaban huevos podridos a las jvenes bellezas o a las ancianas acodadas en el balcn de su villa antes de huir entre risas. Los juegos ms grotescos animaban todos los rincones de los barrios de Venecia: un perro volaba sujeto a una cuerda, algunos hombres trepaban hasta lo ms alto de las cucaas para descolgar un salchichn o un frasco de alcohol, mientras otros se sumergan en cubas de agua salobre para tratar de atrapar una anguila con los dientes. En la Piazzetta, una mquina de madera en forma de pastel cremoso atraa a los golosos, y se formaban aglomeraciones en torno a los funmbulos, las escenas de comedia improvisadas y los teatros de marionetas. Astrnomos de feria subidos en taburetes, con el ndice levantado hacia las ausentes estrellas, peroraban sobre el inminente apocalipsis. La gente lanzaba exclamaciones, se carcajeaba, se ahogaba de risa dejando caer al suelo el helado o el pastel; disfrutaba de la alegra y los placeres de la vida. Entonces, aquella a la que llamaban Reina de Corazones sali de la sombra. Apostada hasta entonces bajo las arcadas, se adelant unos pasos abriendo su abanico. Sus largas pestaas vibraron tras la mscara. Los rojos labios se redondearon. Dej caer el pauelo a sus pies, mientras se arreglaba un pliegue delvestido. Se agach para recogerlo y dirigi una mirada a un agente, apostado algo ms lejos, en el ngulo de la Piazzetta, para verificar que haba comprendido. Aquel gesto quera decir: l est aqu.En efecto, ah estaba, en medio del gento.Aquel cuya suprema misin consista en asesinar al dux de Venecia.Dos cuernos de falso marfil a uno y otro lado de la cabeza. Una faz de toro, provista de un hocico de pliegues agresivos. Unos ojos burlones brillando tras la pesada mscara. Una armadura, autntica, hecha de mallas y placas de plata, bastante ligera para que pudiera desplazarse con la rapidez requerida. Una capa rojo sangre, que ocultaba, a la espalda, las dos pistolas cruzadas que necesitara para cumplir su tarea. Dos rodilleras de metal por encima de las botas de cuero. Un gigante, una criatura imponente. Al verlo, uno casi crea or el bufido ardiente surgiendo de los ollares. El Minotauro, dispuesto a devorar a los hijos de Venecia en el laberinto de aquella ciudad en plena efervescencia, se dispona a cambiar el curso de la historia.El Carnaval haba empezado.Unos meses antes, en una noche oscura, Marcello Torretone rompa el silencio con sus aullidos desgarradores en el interior del teatro San Luca. La Sombra estaba all. Haba invadido la ciudad; volaba sobre los tejados de la Serensima. Entre los reflejos del crepsculo, se haba deslizado furtivamente en el teatro. El padre CafTelli lo llamaba, el Diablo en persona, pero en su informe Marcello haba hecho constar tambin ese otro nombre que le daban sus partidarios: la Quimera. El sacerdotehaba tratado de prevenir a Marcello, y este haba tenido que rendirse a la evidencia. Se estaba tramando algo grave. Esa noche haba cado en una trampa. Un misterioso desconocido le haba citado, en el San Luca, despus de la primera representacin de L'Impresario di Smirne, con el que haba conseguido un gran xito. Los Vendramin, propietarios del San Luca, haban salido los ltimos. El desconocido se haba ocultado entre bastidores mientras el teatro se vaciaba.Marcello haba hecho una pelota con su vestuario de escena, que ahora yaca en el suelo no muy lejos, detrs del teln. Haba vuelto a leer la carta sellada que le haban hecho llegar, firmada por un tal Virgilio, en la que le prometan informaciones de la mayor importancia. La amenaza afectaba tanto a las instituciones de Venecia como a la persona del dux. Mar-cello haba decidido ir a ver a Emilio Vindicati al da siguiente; el Consejo de los Diez deba ser informado cuanto antes de lo que se tramaba. Pero ahora maldeca su imprudencia.Lo saba. Ya no ira a ninguna parte.No vera amanecer el nuevo da.Lo haban dejado inconsciente, lo haban molido a golpes y atado luego contra estas tablas de madera. Aturdido an, pudo ver cmo se mova junto a l una forma encapuchada, pero fue incapaz de distinguir su rostro. Su mirada se pos en el martillo, los clavos, la lanza, la corona de espinas, y en ese curioso instrumento de vidrio que brillaba en el puo del visitante. Marcello estaba aterrorizado.Quin... quin es usted? articul con la boca pastosa.Por toda respuesta, el otro se limit a lanzar una risa sardnica. Luego ya solo oy su respiracin, sorda, profunda. El desconocido terminaba de aprisionarlo contra estos montantes de madera, cuya sombra proyectada pronto dibujara una cruz sobre el suelo.Usted... Es el Diablo? Es la Quimera, verdad?La forma encapuchada se volvi un momento hacia l. Marcello trat de adivinar, sin conseguirlo, los rasgos del rostro hundido en la oscuridad.De modo que existe? Yo cre que...Nueva risa.Vexilla regs prodeunt inferni... dijo la Quimera.Su voz era grave, pavorosa. Realmente pareca surgir de ultratumba.Co... cmo?Vexilla regs pro deunt inferni... Enseguida nos ocuparemosde usted. Primero acabar con esto, y luego lo levantaremos aqu mismo, en este escenario. Puede estar contento,amigo mo. Esta noche representar su mejor papel.Entonces la Quimera cogi un martillo y dos largos clavos afilados.Qu va a...? empez Marcello horrorizado, con los ojos dilatados por el pnico.[Vexilla regis prodeunt inferni, Marcello Torretone!Coloc la punta del primer clavo sobre uno de los pies slidamente amarrados de Marcello... y su brazo se alz, con el martillo en la mano.NoooMarcello aull como nunca lo haba hecho.Vexilla regis prodeunt inferni.Los estandartes del rey del Infierno avanzan.Con rostro grave, Francesco Loredan caminaba apresuradamente por los pasillos del palacio ducal.Hay que atrapar a ese hombre a toda costa.Francesco era uno de esos patricios hechos a todas las magistraturas. Haba llegado al poder en 1752, por lo que era dux desde haca ms de cuatro aos. Desde el momento en que cumplan veinticinco aos, los jvenes aristcratas venecianos se preparaban para servir al Estado. Las puertas del Gran Consejo se abran entonces para ellos. Francesco haba sido uno de los elegidos. Conforme a la costumbre en Vene-cia, haba aprendido las vicisitudes de las funciones gubernamentales junto a los veteranos; una prctica que se haca tanto ms necesaria por el carcter esencialmente oral de la Constitucin de la Repblica. En general, los embajadores se llevaban a sus hijos con ellos para iniciarlos en los secretos de la diplomacia; algunos jvenes nobles, los barbarini, elegidos a suertes el da de Santa Brbara, estaban autorizados a asistir a las deliberaciones del Gran Consejo antes de la edad oficial. Todos los responsables del Estado favorecan as, para su progenie, un aprendizaje que se fundamentaba en la experiencia prctica del funcionamiento de las instituciones. Para las dinastas nobiliarias, las carreras estaban trazadas de antemano: Gran Consejo, Senado, Seora o servicio en Tierra Firme, embajadas, Consejo de los Diez, y as hasta el cargo de procurador, o de dux, el primado de la ciudad veneciana. Esta cultura poltica constitua uno de los fundamentos del podero de la laguna, que en gran medida se haba edificado gracias al talento de sus representantes y a la eficacia de sus redes, a pesar de que en ocasiones los clculos de los dignatarios de Venecia se volvieran contra la brillante Repblica, acostumbrada a grandes piruetas diplomticas. La alianza de los dux con Florencia contra Miln, sellada tres siglos atrs con la paz de Lodi, haba permitido a la Serensima contribuir a la libertad de Italia y preservar al mismo tiempo su independencia. Siguiendo las huellas de la de Constantinopla, la ms prestigiosa entre todas, las grandes embajadas venecianas se haban instalado en Pars, Londres, Madrid o Viena. El reparto del Mediterrneo con los turcos y las flotas catlicas, signo de la erosin de su preeminencia en el Levante, haba permitido tambin a Venecia asegurar su predominio. La Repblica no haba inventado la poltica; pero, como seora de los mares, mediadora de culturas y virtuosa de la apariencia, haba aportado algunos nuevos ttulos de nobleza que el Maquiavelo de El prncipe y los Mdicis florentinos, esos otros emblemas italianos, no habran desaprobado.Francesco posea ese pragmatismo, ese talento para la cosa pblica y esa habilidad para manejar los asuntos comerciales, jurdicos, diplomticos, y tambin financieros, que le convertan en un digno heredero del espritu aristocrtico veneciano. Pero mientras caminaba en direccin a la Sala del Colegio, con su carta en la mano, se deca una vez ms que ser dux de Venecia no era precisamente una tarea descansada. De vez en cuando, un guardia del palacio se apartaba ante l y levantaba su alabarda, antes de adoptar de nuevo su habitual aire rgido y envarado. Los Diez tienen razn se deca Loredan. Hay que actuar deprisa. Desde el siglo XII, los atributos del dux no haban dejado de reforzarse: la investidura con el estandarte de San Marcos, los herederos de la tradicin carolingia, el palio y la prpura de Bizancio y la corona que sostena el gorro ducal eran otros tantos testimonios de ello. Sin embargo, los venecianos siempre haban intentado evitar que el primado de su ciudad acumulara demasiado poder. Su autoridad, limitada primero por la persona moral de la comuna de Venecia, pronto haba sido restringida por la Seora, que agrupaba a las lites dirigentes de la ciudad. Todava hoy las grandes familias, que se encontraban en el origen de la expansin de la pennsula, se aseguraban de conservar la preeminencia en la toma de decisiones importantes; y por ms que Venecia evitara toda forma de absolutismo monrquico, el Estado marcaba con rigor la frontera entre el pretendido poder del pueblo, que haba durado tan solo el tiempo de un sueo, y la preponderancia de esas dinastas a las que la ciudad deba su supremaca.Como todos los venecianos, Francesco aoraba la poca de la edad de oro, la de la expansin de Venecia y de sus colonias; l hubiera podido ser, si no el nico capitn a bordo, al menos uno de los artfices de esa vasta empresa de conquista. Y aunque extraa una inmensa satisfaccin del esplendor del ttulo y del incesante ceremonial que rodeaba a su persona, a veces se senta prisionero de su funcin representativa, rex in purpura in urbe captivus, rey vestido de prpura y prisionero en su ciudad... Cuando fue proclamado dux en la baslica se present ante la multitud alborozada en la plaza de San Marcos antes de recibir el cuerno ducal en lo alto de la escalera de los Gigantes; pero, apenas anunciada su nominacin, tuvo que jurar que nunca se excedera en los derechos que le otorgaba la promissio ducalis, esa promesa que le lean cada ao en voz alta y que recordaba la naturaleza exacta de sus atribuciones.Con todo, Francesco, elegido vitaliciamente, miembro de derecho de todos los consejos y depositario de los ms altos secretos del Estado, encarnaba mejor que nadie, en virtud de su funcin, la autoridad, el poder y la continuidad de la Serensima. l presida el Gran Consejo, el Senado, los Quarantie, y se reuna todos los das laborables con las seis personas que formaban su restringido Consejo, para recoger las splicas y las quejas. Visitaba cada semana una de las casi trescientas magistraturas con que contaba Venecia. Comprobaba la naturaleza y el montante de los impuestos y aprobaba los balances de las finanzas pblicas. Todo eso sin contar las mltiples visitas o recepciones oficiales. En realidad, el dux apenas tenavida privada. Esta maratn permanente afectaba a menudo a la salud de los ancianos pues no se llegaba a dux antes de los sesenta aos, hasta el punto de que se haba credo conveniente aadir al trono de la sala del Gran Consejo una barra de terciopelo que permita a su serensima descabezar un sueo cuando ya no estaba en condiciones de seguir los debates.En su rpido recorrido por el palacio, Francesco lleg a la gran sala del Maggior Consiglio, el Gran Consejo, donde se encontraban los retratos de todos sus valerosos predecesores. En otras circunstancias se habra detenido, como haca a veces, para tratar de descubrir en los rasgos de los dux de otro tiempo algn signo de filiacin simblica. Habra pensado en Ziani, juez, consejero, potestado de Padua, el hombre ms rico de Venecia, al que las familias nuevas, enriquecidas por la expansin veneciana, acabaron por apartar de la vida pblica; se habra sentado ante Pietro Tiepolo, armador y comerciante, duque de Creta, potestado de Treviso, bailo de Constantinopla, que, no contento con haber favorecido la creacin del Senado y la redaccin de los estatutos ciudadanos de 1242, se esforz igualmente en restablecer la unidad veneciana y en imponer, aqu y all, la soberana de la Repblica. Antes de abandonar la sala, Francesco pas tambin ante el velo negro que cubra el retrato de Faliero, aquel dux de turbador destino, que, en contra de la omnipotente aristocracia, aliment el sueo de volver a un gobierno participativo, moviliz al pueblo y fue ejecutado. Francesco se preguntaba qu dejara tras l y en qu trminos recordaran sus esfuerzos a la cabeza del Estado.En efecto, hay motivos para plantearse esta pregunta, pens inquieto.Porque precisamente en ese da de abril, sombras preocupaciones ocupaban sus pensamientos. Francesco estaba a pun-to de recibir a Emilio Vindicati, uno de los miembros del Consejo de los Diez. An no haba tomado una decisin definitiva acerca de la propuesta, en verdad singular, que este le haba planteado aquella misma maana. El dux lleg a la Sala del Colegio y fue a sentarse unos instantes; pero no aguant mucho tiempo quieto. Nervioso, se dirigi hacia una de las ventanas. Un balcn dominaba el dique ante la laguna, que surcaban algunas gndolas, barcos militares del Arsenal y esquifes cargados de mercancas. No muy lejos se adivinaban las sombras del len alado de San Marcos y la del campanile, que se adelantaban como puales contra el sol que ascenda en el cielo. Francesco se frot los prpados e inspir profundamente. Con la mirada sigui el baile de los navios que se cruzaban sobre las aguas y observ las manchas de espuma que salpicaban su estela. Suspir de nuevo y, por ltima vez, reley la conclusin de la carta del Consejo de los Diez.Una sombra pasa sobre la Repblica; una sombra peligrosa de la que este crimen, alteza serensima, constituye solo una de sus mltiples manifestaciones. Venecia se encuentra amenazada por una jaura; los ms temibles criminales se deslizan por la ciudad como lobos en una selva oscura. El viento de la decadencia planea sobre Venecia; no podemos seguir ignorndolo.El dux comunic enseguida a uno de los guardias del palacio que estaba preparado para recibir a Emilio Vindicati.S, serensima.Mientras le esperaba, se perdi de nuevo en los reflejos centelleantes de la laguna.Venecia... Una vez ms ser preciso salvarte.En muchas ocasiones los dux haban tenido que combatir contra el agua y el limo para preservar esa Venus de las aguas. Francesco pensaba a menudo en ese milagro. Porque sin duda poda decirse que haba algo de milagroso en la supervivencia de esta ciudad. En otro tiempo en la frontera entre dos imperios, el bizantino y el carolingio, Venecia haba conquistado lentamente su autonoma. San Marcos se convirti en el patrono de la laguna en el ao 828, cuando dos mercaderes llevaron triunfalmente al Rialto las reliquias del evangelista arrebatadas a Alejandra. Pero el inicio de la edad de oro para la pennsula se produjo con la primera cruzada y la toma de Jerusaln. En la encrucijada de los mundos occidental, bizantino, eslavo, islmico y del Extremo Oriente, Venecia se hizo ineludible: madera, hierro de Brescia, Carintia y Estiria, cobre y plata de Bohemia y Eslovaquia, oro silesio y hngaro, paos, lana, telas de camo, seda, algodn y colorantes, pieles, especias, vinos, trigo y azcar transitaban por ella. Simultneamente, Venecia desarrollaba sus propias especialidades, como la construccin naval, las producciones de lujo, el cristal y la vidriera, la sal. Abra las rutas martimas a grandes convoyes de galeras: en el este, hacia Constantinopla y el mar Negro, Chipre, Trebisonda o Alejandra; en el oeste, hacia Mallorca y Barcelona, y luego a Lisboa, Southampton, Brujas y Londres. El Estado armaba las galeras, regulaba los flujos de mercancas, estimulaba los acuerdos. Marco Polo y el Libro de las maravillas del mundo hacan soar a los ciudadanos de Venecia con horizontes lejanos; Odorico de Pordenone recorra Tartaria, India, China e Insulindia, para elaborar su clebre Descriptio terrarum. Niccolo y Antonio Zeno impulsaban el avance veneciano hasta las tierras desconocidas del norte, en aguas de Terranova, Groenlandia e Islandia, mientras que Ca' Da Mosto se lanzaba al descubrimiento del Ro Grande y las islas de Cabo Verde.Cunto hubiera dado por vivir todo eso! Venecia, esa ciudad insignificante perdida en la laguna, se converta en un imperio! Las bases comerciales y las factoras se multiplicaban en Creta, Corinto, Esmirna o Tesal-nica en mares cada vez ms lejanos, creando as verdaderas colonias de explotacin, hasta el punto de que por un tiempo se pens incluso en edificar una nueva Venecia, una Venecia de Oriente... De un extremo a otro de estos nuevos territorios, los pueblos se convertan en subditos de la ciudad veneciana. Pero las poblaciones dominadas, a menudo miserables, ofrecan tambin un terreno ideal para la propaganda de los turcos, a los que acabaron entregndose los pases con mayores dificultades. El control de tal extensin y el titnico esfuerzo que requera desarrollar su explotacin obligaba a crear unos lazos administrativos y comerciales de tal envergadura que no podan dejar de debilitar el equilibrio imperial. Y luego...Venecia supo conservar su posicin eminente hasta el siglo xvi. Despus la poca de su primer esplendor empez a desvanecerse. Las dificultades venecianas tras la batalla de Le-panto, la hegemona espaola en Italia y la colaboracin activa entre Espaa y el papado fueron otros tantos sntomas del cambio. En la paz de Passarowitz de 1718, Venecia perdi de nuevo territorios en beneficio de los turcos. La ciudad de los dux se atrincher entonces en una neutralidad condescendiente, mientras enterraba sumas insensatas en la modernizacin del Arsenal. Durante un tiempo, el florecimiento de las artes pudo maquillar este lento proceso de abandono: los frescos de Tiziano, de Verons y de Tintoretto rivalizaban en belleza; el aire de la laguna se estremeca y la ciudad centelleaba entre luces vaporosas en los cuadros de Canaletto. Pero Francesco lo saba bien: hoy, confrontada a la exigencia suprema de defender su rango ante los ojos del mundo y ante el espec-tro siempre vivo de su hundimiento, Venecia ya no poda ocultar sus grietas. Los ms severos la comparaban a un atad, a imagen de esas gndolas negras que surcaban sus canales. La reputacin de la ciudad, esa gloriosa reputacin que haba constituido el credo de su expansin, estaba en peligro. El fraude, los juegos de azar, la pereza y el lujo haban bastado para corromper los antiguos valores. Los testimonios que recoga Francesco desde haca cuatro aos mostraban que el volumen del trfico martimo no dejaba de disminuir. Frente a Livorno, Trieste o Ancona, el puerto se haba debilitado. Y aunque se intentaba reconciliar a la nobleza con las actividades comerciales, que ahora juzgaban demasiado plebeyas, tomando ejemplo de los ingleses, los franceses o los holandeses, el esfuerzo era vano: el mercantilismo y la especulacin continuaban, y los nobles no se mostraban dispuestos a retomar el camino de la antigua reputacin.De ah a hablar de verdadera decadencia solo haba un paso.Vindicati tiene razn... La gangrena esta ah.Finalmente Emilio Vindicati hizo su aparicin en la Sala del Colegio.Las grandes puertas se abrieron ante l.Francesco Loredan se volvi.Vindicati haba renunciado al traje de gala para vestir un amplio manto negro. Emilio, tocado con una peluca empolvada que coronaba su rostro oval, era un hombre de elevada estatura; sus miembros delgados producan la impresin de que flotaba en sus ropas. En sus ojos, penetrantes e inquietos, brillaba con frecuencia una chispa de irona, acentuada por el pliegue en la comisura de una boca que pareca dibujada al carbn: dos trazos casi invisibles que se afinaban de vez encuando para dibujar una sonrisa prxima al sarcasmo. La firmeza y la energa que emanaban de su fisonoma hacan pensar en la plcida superficie de un lago, en cuyas profundidades reinaba, en realidad, una agitacin muy distinta: impetuoso, apasionado y rgido, Emilio era un caballero de carcter tempestuoso, justo lo que se necesitaba para influir con mano vigorosa en las deliberaciones del Consejo de los Diez. Florentino de nacimiento, haba crecido en Venecia, y acababa de ser elegido para el cargo despus de haber sido miembro del Maggior Consiglio durante veinticinco aos. All se haba labrado una reputacin de poltico hbil y retrico implacable. Su apariencia altanera y el rigor a veces excesivo de sus posiciones despertaban crticas, pero, como Francesco Loredan, Emilio estaba acostumbrado a asumir cargos pblicos y aoraba la edad de oro de la Serensima. Era de esas personas para las que la razn de Estado estaba por encima de todo; y a diferencia de la mayor parte de los nobles venecianos, a los que juzgaba dormidos sobre la blanda almohada de la pereza, tena intencin de hacer todo lo necesario para que la Repblica volviera a recuperar el esplendor de antao.Al entrar en la Sala del Colegio, Emilio Vindicati se descubri y se inclin ante el dux ceremoniosamente. Su mano se entretuvo en un bastn negro, cuyo pomo representaba a dos grifos entrelazados. Francesco Loredan se volvi de nuevo hacia la laguna.Emilio, he ledo con atencin las deliberaciones del Consejo y las recomendaciones que me expone en su despacho. Ambos sabemos cmo funcionan nuestras instituciones y estamos acostumbrados a los juegos de influencias polticas. No voy a ocultarle mi sorpresa y mi horror ante la lectura de esos documentos. Estamos realmente tan ciegos como dice? Est nuestra pobre Venecia tan amenazada como pre-tende, o exagera la gravedad de la situacin para empujarnos a actuar?Emilio levant una ceja y se pas la lengua por los labios.Acaso su alteza duda de las opiniones del Consejo de los Diez?Vamos, Emilio. Intentemos no llevar la conversacin al terreno de nuestras respectivas susceptibilidades... Me dicen que un ignominioso asesinato ha sido perpetrado esta noche en el teatro San Luca...Emilio se haba incorporado de nuevo y, con las manos a la espalda, segua jugando con el pomo de su bastn.Suspir, y luego dio unos pasos por la Sala del Colegio.S, alteza. Le he ahorrado los detalles de este srdido crimen. Sepa solo que es algo que no tiene precedentes en Ve-necia. En este momento el cadver sigue en el lugar donde lo encontraron. He ordenado que no toquen nada hasta que acordemos una decisin sobre la forma de conducir esta investigacin, a la vista de las particulares informaciones que le comunico en mi despacho... Pero es cierto que esta situacin no puede prolongarse mucho tiempo.Ha informado al Gran Consejo de este horror?No exactamente, alteza. Y si me lo permite..., creo que es lo ltimo que deberamos hacer.Los dos hombres callaron de nuevo. El dux se alej de la ventana; dio unos pasos antes de detenerse ante Emilio, con la bacheta en la mano, y volvi a tomar la palabra:No me gusta demasiado todo esto... Sin duda sabe que la lectura de los despachos me est totalmente prohibida en ausencia de los miembros de mi Consejo restringido. Desde este punto de vista, la presente conversacin constituye tambin una infraccin de nuestra Constitucin. No hace falta que le recuerde, precisamente a usted, Emilio, las razones que meempujan a respetar escrupulosamente estas normas... y ya sabe que, en definitiva, no tengo demasiado poder de decisin. Usted arguye ante m que existen circunstancias excepcionales que aconsejan que eludamos los procedimientos habituales. Algunos veran ya en eso una forma de intriga. Dgame, pues, Emilio... cree seriamente que en este crimen pueden estar implicados miembros del gobierno de Venecia? Reconozca que estas acusaciones seran de una enorme gravedad.Emilio no pestae.Los ataques a la seguridad del Estado lo son igualmente, alteza.Se produjo un silencio; luego Francesco levant una mano y respondi con una mueca:Es cierto, amigo mo. Pero se trata solo de conjeturas. Los argumentos que me adelanta en su informe son, como mnimo, sorprendentes, y faltan pruebas.El dux se apart y fue a situarse bajo La batalla de Lepanto.Para nosotros es impensable proceder a una investigacin a la vista de todos continu. El solo hecho de ordenarla nos colocara en una posicin muy incmoda y desembocara en una profunda crisis. Es lo ltimo que necesitamos en este momento.Precisamente por esta razn, alteza, me resisto a recurrir a uno de nuestros habituales agentes de informacin para saber ms sobre el asunto.El dux entrecerr los ojos.S, eso ya lo he comprendido. Y por eso decide emplear para esas bajas maniobras a un crpula, un ser frivolo e inconsistente, al que hemos condenado a pudrirse por un tiempo en las prisiones de Venecia antes de ejecutarlo! Debo decir que es una idea extraa. Quin le dice que, en cuanto se vea fuera, no tratar de escabullirse?Emilio sonri.No se preocupe por eso, serensima. La persona en la que pienso est demasiado ansiosa por verse libre para atreverse a negociar el precio o tratar de engaarnos. Sabe perfectamente qu le espera si falta a su palabra. Es verdad, se lo concedo, que se trata de un hombre que en numerosas circunstancias se ha distinguido por burlarse de la Repblica y causar en ella las alteraciones que siempre ocasiona este tipo de temperamento, digamos, aventurero y revoltoso. Pero nuestro contrato lo saca de la crcel y le salva la vida. Estar en deuda con nosotros por ello, y s que, por muy bandido que sea, conserva cierto sentido del honor. S bien de qu hablo, ya que lo he tenido bajo mi responsabilidad durante cerca de cuatro aos... Ya ha trabajado para nosotros y para el Consejo. Sabe llevar una investigacin criminal y mezclarse con la gente para obtener informacin. Piensa rpido y tiene una habilidad incomparable para salir de las situaciones ms inslitas.S dijo Loredan. Y por lo visto tambin tiene mucho talento para meterse en ellas.Ciertamente sonri Emilio con aire compungido, pero esa ligereza de que habla tambin es una ventaja: despus de todo, nadie ha sospechado nunca que pudiera actuar para nosotros. Tengo muchas formas de mantener controlado a este hombre, crame.El dux reflexion unos segundos.Admitamos, Emilio..., admitamos por un momento que actuemos as, con todos los riesgos que ello representa. Ya ha comunicado su propuesta al prisionero?Lo he hecho, alteza. Y naturalmente ha aceptado. Solo espera una decisin nuestra. Imagine que aprovecha su en-claustramiento para redactar sus memorias. Como puede suponer, le he indicado que los detalles del asunto del que habla-mos no deben figurar en ellas. No es que crea que su relato pasar a la posteridad, pero sera enojoso que renegara con su pluma del compromiso que ha contrado conmigo y que eso bastara para atraer el descrdito sobre nosotros, los Consejos y todo el gobierno.No hace falta decirlo, desde luego.El dux fue a sentarse en su silln, acaricindose la barba con la mano. Emilio se acerc.Vamos, qu podemos perder, alteza? En el peor de los casos, huir; pero en el mejor... Tal vez sea para nosotros el instrumento ideal. Maneja la espada como nadie, sabe sonsacar confidencias al pueblo, y su temible inteligencia, si se pone al servicio de una causa noble, puede salvar a Venecia; una irona que l mismo no ha dejado de advertir, pero con la que est encantado. En esta empresa encontrar una forma de redencin. La redencin, alteza... Una motivacin poderosa...El dux reflexion an un momento. Cerr los ojos y se acerc la mano a los labios, formando una copa con los dedos. Luego, lanzando un suspiro, mir a Emilio:Bien. Trigalo aqu. Tengo una confianza absoluta en su juicio, pero comprenda que quiera verlo y orlo por m mismo, para formarme una opinin ms exacta sobre el carcter de este hombre.Emilio sonri. Lentamente se levant de su silln y se inclin. Levant las cejas, y su sonrisa se ampli mientras deca:As se har, alteza.Ya haba salido cuando el dux, preocupado, mascull:Vaya idea... Hacer salir a la Orqudea Negra!El dux cerr los ojos.Vio galeras armadas que disparaban sus caones en la lagu-na, formas encapuchadas que corran en la noche y se dispersaban por la ciudad, el Carnaval ardiendo. Sinti el olor de la plvora y oy el ruido de las armas. Imagin a la Serensima hundindose en las aguas, tragada para siempre. El espectculo grandioso de su propia aniquilacin inflam tambin su espritu.Le haban llevado un caf humeante, que descansaba junto a su cetro. Sus ojos se perdieron en el poso.Francesco Loredan, prncipe de la Serensima, centesimo decimosexto dux de Venecia, pens:Las fieras andan sueltas.CANTO II

El vestbulo del InfiernoLos Plomos de Venecia formaban parte del palacio ducal; estas prisiones, situadas bajo el armazn del tejado y recubiertas de lminas de plomo de tres pies cuadrados, tenan fama de encontrarse entre las ms seguras de Italia. Se acceda a ellas por las puertas del palacio o por otro edificio, atravesando el puente de los Suspiros. Lejos de evocar el xtasis de amantes apasionados, estos suspiros hacan referencia a los ltimos lamentos de los condenados que eran conducidos al lugar de la ejecucin. Detrs de la trama de las ventanas con calados del puente de los Suspiros, se poda adivinar la laguna; luego, haba que recorrer una serie de estrechos pasadizos antes de subir al lugar donde se encontraban las celdas de los peores criminales, bajo los tejados.En una de estas celdas se encontraba un hombre acusado desde haca tiempo de perturbar la amable tranquilidad veneciana. Sin ser un gran criminal, el prisionero de los Plomos deba sus frecuentes estancias en prisin a un carcter amoral y aventurero, que en esta ocasin poda llevarle a una condena a muerte. Su proceso todava estaba en fase de instruccin. Sin embargo, tras la reciente conversacin que haba mantenido con Emilio Vindicati, la esperanza de salir airoso de aquel trance haba vuelto a renacer en l. El hombre llevaba elpelo largo, pero se afeitaba y se arreglaba todos los das como si aquella misma noche tuviera que asistir a alguna fiesta galante. Su aire distinguido, con las cejas arqueadas perfectamente dibujadas, la nariz fina sobre una boca de pliegues insolentes y unos ojos expresivos que se intuan tan aptos para pregonar la verdad como para ocultarla, contrastaban con el lugar en que se encontraba. Le haban concedido el derecho a recibir libros y a tener una mesa adems del jergn donde dorma; y haba simpatizado con su carcelero, Lorenzo Basa-donna, que le proporcionaba plumas, tintas y papel de vitela para que pudiera continuar con la redaccin de sus recuerdos, que acumulaba en fragmentos dispersos. De vez en cuando, el guardin y su prisionero entablaban animadas conversaciones, y a pesar de la incmoda situacin que soportaba diariamente este ltimo, para quien la privacin de libertad era el peor de los males, era frecuente orles rer. El prisionero tambin tena a veces permiso para jugar a cartas, de celda a celda, con un compaero de cautiverio y antiguo amigo suyo, que gozaba de una fama nada despreciable en la Serensima: un tal Giovanni Giacomo Casanova, acusado, como l, en repetidas ocasiones de alterar el orden pblico. Tambin su criado, Lan-dretto, iba en ocasiones a distraerle de la rutina diaria, y le proporcionaba lectura, provisiones o noticias de la ciudad.En el momento en que Emilio Vindicati se dispona a liberarlo, el prisionero estaba, como de costumbre, curvado sobre la vitela, dejando correr la pluma para trasladar sus recuerdos sobre el papel. Curioso destino, en efecto, el de ese pobre nio, nacido en el corazn de la ciudad lacustre, en el barrio de San Marcos, el 12 de junio de 1726. Sus padres residan cerca de Santa Trinit y trabajaban con los de Casanova en el teatro San Samuele, inaugurado en 1655 por los Grimani. Su madre, comedianta y artista de carcter caprichoso, se llamabaJulia Pagazzi; su padre, Pascuale, sastre de teatro, hijo de zapatero y saltimbanqui, muri muy pronto. Julia parti entonces a Francia para cumplir otros contratos, de modo que su hijo enseguida se encontr solo. Tena hermanos y hermanas, con los que casi no hablaba. Creci con su abuela, la vieja Elena Pagazzi. Imitando a Giacomo, a quien haba conocido de nio en el campo San Samuele, se traslad despus a Padua para empezar sus estudios. All cay en las garras de un amigo de la familia, Alessandro Bonacin, poeta libertino y noble arruinado, que le inici en los placeres de la vida mientras simulaba conducirle por los caminos del Seor. Con el ttulo de doctor en el bolsillo, el nio, convertido ya en un joven, volvi a Vene-cia, donde recibi la tonsura y las rdenes menores. Haban previsto para l una carrera eclesistica, forma prctica de ascenso social que se corresponda con su temperamento al menos en un aspecto: su deseo de reconocimiento, imperioso y profundo; una herencia paradjica pero comprensible de la sensacin de abandono que haba vivido durante sus primeros aos de vida. Sus desenfrenos le valieron un encarcelamiento en el fuerte San Andrs, en la isla de Sant' Erasmo, frente al Lido; esa fue, por otra parte, la primera vez que coincidi con su compadre Casanova en prisin. Un cardenal romano trat en vano de devolverle al buen camino, pero l decidi huir enrolndose en el ejrcito; luego recorri los mares de Corf a Constantinopla y volvi a Venecia como violinista en la orquesta del teatro San Samuele, el mismo que sus padres haban frecuentado. Otra vocacin que, por cierto, no tena; pero sus escapadas licenciosas con Giacomo y sus compaeros del San Samuele le permitieron entregarse libremente a sus vicios. Haba tenido una buena escuela.Un da, sin embargo, la fortuna le sonri: en el palacio Mandolini, a dos pasos de Santa Trinit, cuando se dispona aabandonar el baile donde haba tocado el violn, sac milagrosamente al senador Ottavio de un apuro, aconsejndole sobre una apuesta en el juego. Argument entonces con aplomo que ese talento provena de ciertos conocimientos esotricos que le permitan, a travs de un sutil y elaborado sistema numerolgico, encontrar las respuestas exactas a cualquier pregunta que se planteara, o que le plantearan. El ingenuo senador se encaprich de l, hasta el punto de convertirlo en su hijo putativo. Le asign un criado y una gndola, as como alojamiento, manutencin y la suma de diez ceques al mes. En adelante viaj en carroza y vivi como un seor. De vez en cuando se cruzaba con Giacomo, favorecido, del mismo modo, por la fortuna. Qu magnfica revancha sobre su antigua vida! Ahora se entregaba, por cuenta de importantes patricios venecianos, a emocionantes demostraciones oraculares y regularmente sacaba su bolsa de apuros en los casini. Cierto es que no solo tena defectos: versificaba admirablemente, conoca a Ariosto de memoria, saba filosofar; su erudicin, su carisma, la brillantez de su mente, su sentido de la rplica y su inestimable talento de narrador, que poda llevar a su auditorio hasta las lgrimas o mantenerlo en vilo durante horas, lo convertan en una compaa agradable y solicitada. Pero cmo, en esta ciudad cargada de secretos y voluptuosidades, tan santa como libertina, tan refinada como decadente, poda no ceder a sus demonios? Pasaba noches enteras en los casini, se abandonaba a todas las depravaciones. Al mismo tiempo, sus relaciones polticas lo convertan en un informador ideal; por ello, una noche Emilio Vindicad, que entonces diriga la Quarantia Crimnale, acudi a verle. Nuestro hombre fue as reclutado casi por equivocacin. Introducido por el senador Ottavio, haba convencido, sin saberlo, a Vindicati de la conveniencia de elegirlo por cuenta del Consejo de los Diez,despus de tres duelos sucesivos y algunos pequeos trucos de prestidigitacin con los que haba ridiculizado a rivales en cuestiones de amor y a caballeros que conoca. Incapaz de estarse quieto y tentado por esa nueva aventura, que aadira un poco de sal a su ya agitada vida, haba aceptado unirse a las filas de los informadores de los Diez. En unos aos se haba convertido en una de sus piezas clave.As haba sido promovido, sorprendentemente, al rango de agente secreto.Agente secreto por cuenta de la Repblica.Como a menudo llevaba en el ojal una flor cuyas semillas haca traer directamente de Amrica del Sur, a travs del senador Ottavio, y como esa firma le complaca, le eligieron un seudnimo que llegara a hacerle famoso: la Orqudea Negra. Una especie de nombre en clave, bello y venenoso, que le sentaba como un guante. As ayud a dar caza a los enemigos del poder, sediciosos y bribones de todo pelaje. Equipado con su experiencia militar, pudo completar su formacin hasta convertirse en maestro de esgrima. Digno heredero de su madre, lo saba todo sobre la comedia y el arte del disfraz: como buen camalen, se haba creado ya mil rostros. En definitiva, se le consideraba un excelente colaborador.Todo esto hubiera podido continuar mucho tiempo si no hubiera cometido el error crucial de seducir a la esposa de su protector. Ah, la bella Anna! Anna Santamara! Tena una cintura fina, ojos de cierva, un delicioso lunar en el borde de los labios, senos voluptuosos, un encanto enloquecedor. Joven, y contra su voluntad, la haban casado con el senador Ottavio. Ninguno de los dos haba podido resistirse. La Orqudea Negra haba hecho muchas conquistas, pero nunca se haba enamorado hasta el punto de arriesgar su vida. Anna Santamara haba cedido a sus requerimientos muchas veces,s, pero la ltima fue decisiva. La tormenta que sigui puso fin a su carrera. El 18 de noviembre de 1755, los inquisidores de la ciudad lo sacaron de la cama para conducirlo a los Plomos, bajo los falsos cargos inventados de atesmo recalcitrante y cabalstica. Un mes ms tarde, cuando ya elaboraba un plan para evadirse, el guardin Basadonna lo cambi de celda. Haba que empezar de nuevo desde el principio; pero, sin sucumbir al desnimo y con la ayuda de Casanova, a quien haba encontrado all salud, amigo, el prisionero ide estratagemas alternativas. En cuanto a Anna Santamara, la esposa de Ottavio, deba de estar todava en Venecia, a menos que su esposo la hubiera recluido en algn lugar en Tierra Firme. En todo caso, la Orqudea Negra y su amante no haban podido comunicarse desde entonces. Durante mucho tiempo esper una carta suya, que nunca lleg. l tambin escribi cartas, que seguramente tampoco haban llegado a su destino. Y aunque fuera de natural inconstante, aquello le provocaba un autntico sufrimiento.En esas estaba cuando Emilio Vindicati, su mentor de antao, fue a verlo por primera vez. El detenido tena el ingenio y la imaginacin necesarios para no hundirse en la apata o en la locura que se apoderaba a veces del espritu de sus compaeros de enclaustramiento. Giacomo y l los oan lanzar alaridos espantosos, lamentos lgubres, que se perdan en la oscuridad. Algunos llegaban incluso a ahogarse con sus propias cadenas para acelerar su muerte, o se golpeaban la cabeza contra los muros, de modo que cuando salan de la celda para la ejecucin, ya tenan el rostro cubierto de sangre. Otros volvan maltrechos de las sesiones de tortura que practicaban los burcratas en el interior de salas oscuras a las que se acceda por pasajes secretos el antro del palacio estaba plagado de ellos. Al menos por el momento, la Orqudea Negra se ha-ba salvado de esos interrogatorios sangrientos, y nunca haba renunciado a la vida. Al contrario, la senta fluir an con mayor fuerza en sus venas ahora que le prohiban expandirse, y era eso, sobre todo, lo que le resultaba intolerable. Tener que olvidar los goces de la juventud, la sal de sus aventuras picarescas y sus calaveradas, era algo que se avena mal con su temperamento. A veces caminaba de un lado a otro como un len enjaulado, tratando de dominarse, y por eso tambin se forzaba a esta higiene cotidiana que le entretena durante horas: se probaba un traje que le traa Landretto, despus de haberlo encargado a su gusto; intentaba resolver un problema filosfico imposible; ideaba una nueva estrategia para derrotar a su amigo a las cartas o dibujaba un fresco con tiza en una de las paredes de su prisin.Cuando oy el chirrido de la llave que giraba en la cerradura de su calabozo, dej la pluma, se alis las anchas mangas de la camisa y se volvi hacia la puerta. Ah estaba Basadonna, el guardin, con un ojo orlado por un orzuelo purulento sobre su lastimosa barba. El carcelero sostena una linterna en la mano y sonrea.Tienes visita.El prisionero levant la mirada al ver aparecer a Emilio Vindicati con su manto negro. Alz una ceja; sus anillos lanzaron destellos mientras se pasaba fugazmente sus dedos de artista por los labios.Vaya... Emilio Vindicati. Como siempre es un honor recibirle en mi palacio improvisado! Constato con placer que la frecuencia de nuestros encuentros no deja de aumentar.Djenos dijo Emilio al guardin.Este lanz un gruido que pareca una risa y se alej a paso lento por los corredores. Entonces los rasgos de Emilio, hasta entonces duros e impasibles, se iluminaron. El visitan-te abri los brazos, y los dos hombres se abrazaron efusivamente.Ah, amigo mo! dijo Emilio. El dux te reclama, tal como yo deseaba. Comprtate correctamente, granuja, y dile lo que quiere or. La partida an no est ganada, pero ests muy cerca de conquistar tu libertad.Me has salvado, Emilio, lo s y no lo olvidar, no temas nada. Si el precio de mi vida es cumplir la misin de la que me has hablado, llegar hasta el final. Despus de todo, aunque el asunto tiene su intrngulis, Venecia es mi ciudad y la amo. Bien merece lo que voy a hacer por ella.Los dos se miraron un instante, con los ojos brillantes. Luego Emilio volvi a abrir la puerta de la celda y tendi la mano hacia el pasillo.Vamos dijo. No le hagamos esperar.Pietro Luigi Viravolta de Lansalt se incorpor, disimulando una sonrisa. Se pas la mano por el pecho para arreglarse el pliegue de la camisa y sali, con aire resuelto, tras su benefactor. Pero, antes de marcharse, se detuvo un instante ante la celda contigua. Una mano, que luca tambin una sortija de sello en el dedo corazn y un rub en el anular, sobresala del tragaluz.Te vas?Es posible que s dijo Pietro. Si no vuelvo..., cudate.No te preocupes por m, an tengo algunos trucos en la manga. Volveremos a vernos, amigo.Te deseo lo mejor.Yo tambin, Pietro. Cuando ests fuera...Marc una pausa.S digno de m.Pietro sonri.Esa es mi intencin, Giacomo.Pietro estrech la mano de Casanova y sigui a Emilio Vindicati por los sombros corredores.Viravolta no haba asomado la nariz al exterior desde haca mucho tiempo; haca fresco, pero el sol en la frente, el brillo deslumbrante en los ojos, le produjeron el efecto de una bendicin. Olfateaba los aromas de su Venecia reencontrada. Emilio tuvo que detenerse para dejarle contemplar un instante la laguna desde el puente de los Suspiros. Apenas puso un pie fuera de su celda, Viravolta se haba sentido posedo por una energa renovada; habra devorado el mundo si hubiera podido. Pero no deban retrasarse; el prncipe serensimo, que no haba abandonado la Sala del Colegio, les esperaba. Pietro estaba dispuesto a todo para ganar su causa, y no era la investigacin que quera confiarle Emilio lo que le preocupaba. Mientras caminaba a grandes zancadas por ese palacio, smbolo de su encierro pero tambin de la admiracin que senta por la vibrante ciudad veneciana, inspiraba aire en largas bocanadas. Soaba ahora, como un dueo en su casa, con franquear la porta del Frumento, la puerta del palacio que daba acceso a la drsena de San Marcos, con su esplndido patio interior, su elegante ala renacentista, su fachada del Reloj y sus pozos con brocales de bronce. Despus de que el edificio bizantino, el palacio Ziani, fuera devorado por el fuego, lo reconstruyeron dotndolo de su flamgera fachada martima y aadindole una nueva sala, construida de cara al sol del medioda, donde se reuna el Gran Consejo. Sus rombos de piedra rojos y blancos, el muro del palacio, perforado por anchos ventanales ojivales, recortado y enmarcado por agujas que dominaban el mar, recordaban el retablo de una iglesia. El enea-je de las almenas con calados, los airosos pinculos de mrmol, las arcadas de la galera baja y las grciles columnas de la galera superior: todo contribua a hacer de esta obra gtica una pura maravilla. Otro incendio, en 1577, no bast para acabar con este monumento: Antonio Da Ponte lo reconstruy fielmente, y el palacio pareca bogar ahora sobre las aguas de una eternidad triunfante. A lo lejos, la animacin y la vitalidad de la ciudad ascendan hasta los odos de Pietro bajo la forma de un rumor insistente que, armonizando a la perfeccin con su humor, le transportaba de alegra. Lo quisieran o no los dux, Viravolta senta que formaba un solo cuerpo con toda la ciudad y con ese sutil e indefinible talante que animaba a los venecianos.Fuera! Por fin fuera!Pietro y Vindicati llegaron enseguida a la Sala del Colegio, donde fueron anunciados al dux.Aqu estamos de nuevo.Las dos inmensas puertas parecieron abrirse ante ellos como por arte de encantamiento. En otras circunstancias, Pietro hubiera podido sentirse impresionado. Esas hojas que se retiraban para dejar ver La batalla de Lepante* y el techo de Marte y Neptuno eran el smbolo ms vibrante de esta introduccin en los arcanos del poder, a la sombra de la Repblica, en el recuerdo del imperio que ya tocaba a su fin. Y all, al fondo, en su sitial, su alteza serensima, el dux de Venecia. Lentamente se acercaron.A invitacin del prncipe, Vindicati y Pietro se sentaron ante l.Durante mucho tiempo, el dux observ atentamente el rostro del prisionero. Luego se aclar la voz y dijo:Resumamos. Numerlogo, mentiroso, jugador, seduc-tor, maestro de esgrima, rey del disfraz, agente doble, o triple, oportunista; un tunante, en suma. Las extravagancias de la Orqudea Negra son conocidas por todos nuestros Consejos. Durante mucho tiempo le hemos protegido en nombre de los servicios que prestaba a la Repblica; pero le confieso, Vi-ravolta, que la idea de verle pasear de nuevo por las calles de Venecia me produce cierta inquietud. Es parecido a lo que ocurre con su amigo, ese renegado de Casanova...Una sonrisa vagamente incmoda ilumin el rostro de Pietro.Venecia es propicia a todas las quimeras, su serensima dijo finalmente, recuperando su temeridad.El punto de insolencia no escap al dux. Emilio dirigi a Viravolta una mirada que le invitaba a dominar su temperamento.S... continu Francesco Loredan. Veo que est al corriente de nuestras preocupaciones. El Consejo de los Diez ha tenido una idea francamente inslita y me ha propuesto que le encargue una investigacin que, si debo creerles, podra salpicar algunas slidas reputaciones. El Consejo de los Diez, Viravolta. Le dice algo ese nombre?Desde luego... Pietro asinti. Durante cuatro aos, la Orqudea Negra haba trabajado por cuenta de los Diez. No era extrao que este todopoderoso cenculo provocara estremecimientos. La construccin del estado veneciano se haba visto acompaada muy pronto por la creacin de todo tipo de asambleas. Venecia se haba dotado primero de un comit de sabios, que exclua al clero y se defina a s mismo como el estandarte de la comuna naciente; luego el Gran Consejo haba acabado por imponerse. Hoy este organismo discuta las proposiciones de ley y elega a todos los responsables de las magistraturas y los oficios, as como a los senadores, al famo-so Consejo de los Diez y a los representantes de los Quaran-tie, que elaboraban los proyectos fiscales y financieros. Desde la poca de la edad de oro, el Senado se encargaba, por su parte, de la diplomacia, la poltica extranjera, el control de las colonias y el desarrollo de las guerras, aunque al mismo tiempo organizaba la vida econmica veneciana. La administracin propiamente dicha estaba dividida en dos secciones principales: las oficinas del palacio, compuestas por seis cortes judiciales, por departamentos financieros, militares y navales, as como por la cancillera ducal, que conservaba los archivos del Estado y los protocolos notariales; y las oficinas del Rialto, constituidas esencialmente por departamentos econmicos. En el seno de este edificio centralizado, el Consejo de los Diez asuma un papel muy particular. La institucin haba nacido del miedo del gobierno, que poco a poco se haba aislado de sus soportes populares. Durante mucho tiempo se haba ponderado la estabilidad poltica de Venecia, cuyo seductor rgimen recoga simultneamente elementos de los gobiernos aristocrtico, monrquico y democrtico; pero, de hecho, el miedo al pueblo era muy vivo. En relacin con la Qua-rantia Crimnale, el Consejo tenebroso, como lo llamaban, era el instrumento supremo de la polica veneciana. Sus diez miembros ordinarios eran elegidos anualmente por el Gran Consejo entre diversas dinastas familiares. A l se aadan, para tratar sus asuntos, el dux y sus consejeros, un abogado de la comuna, los jefes de las tres secciones de los Quarantie y una comisin de veinte miembros. El Consejo de los Diez, cmara conservadora cuya sola reputacin ya haca temblar, tena por misin principal vigilar a los excluidos, ya que la aristocracia tema reacciones desesperadas de parte de determinadas facciones que pudieran poner en peligro la seguridad del Estado. Adalid de una justicia de excepcin, el Consejodispona de fondos secretos y de una amplia red de informadores, red de la que el propio Pietro haba formado parte durante mucho tiempo.Aunque durante una poca este rgano implacable haba tratado de invadir las prerrogativas del Senado en materia diplomtica, financiera y monetaria, una crisis severa lo haba conducido a devolver al Csar lo que era del Csar. Pero los Diez no se haban resignado, y los poderes de los tres inquisidores del Estado, delegados por los Diez para rastrear los casos de espionaje y de inteligencia con el enemigo, haban sido reforzados. El Consejo tenebroso persista en sus intentos de desposeer a los Quarantie de parte de sus funciones judiciales. Todava hoy, en las antecmaras del palacio ducal, diriga sus operaciones de polica secreta y de terror, que en ocasiones desembocaban en escandalosos errores judiciales que no disminuan en nada su omnipotencia. La Repblica del Secreto: eso encarnaba, en definitiva, el Consejo, que deliberaba siempre a puerta cerrada y estaba autorizado a torturar y a conceder la impunidad y la libertad a cualquiera que sirviera a sus fines una atribucin de la que Pietro, en ese instante, esperaba aprovecharse, en justa compensacin. En el pasado, los Diez haban consolidado su reputacin de eficacia desmantelando una conjura europea contra Venecia dirigida por el seor de Bedmar; desde entonces, parecan estar en todas partes. Prohiban a los miembros de los restantes Consejos desvelar el contenido de sus debates, bajo pena de muerte o de privacin de bienes. Acosaban y eliminaban a los sospechosos, organizaban a escondidas sus operaciones de polica especial, promovan las delaciones y decidan sobre la vida y la muerte de los condenados. El Consejo tenebroso estaba acostumbrado a chapotear en la sangre.El propio Emilio Vindicati era el estandarte y el principalrepresentante de los Diez. Pietro deba a la voluntad de este hombre encontrarse an con vida y la posibilidad de reconquistar su libertad, a pesar de que sus excesos le hubieran hecho rozar la catstrofe en diversas ocasiones. Cuando era ms joven, sembraba cizaa con sus compaeros del San Samuele, enviando al azar a mdicos, parteras o sacerdotes a direcciones errneas para que se ocuparan de enfermos imaginarios, o dejaba a la deriva las gndolas de los patricios en el Canal Grande. Pietro sonrea al recordarlo, y aunque luego las cosas se hubieran complicado, l nunca haba conspirado contra el poder, sino al contrario. La personalidad de Pietro haba seducido a Vindicad, y este sentimiento se haba reforzado a medida que segua el relato de las aventuras a menudo rocam-bolescas de su pupilo, bajo el incgnito de la Orqudea Negra. Los dos hombres haban compartido incluso algunas amantes, a menudo sin saberlo, antes de que Pietro se enamorara de Anna Santamara. Pero Emilio consideraba, no sin razn, que el peligro que representaba el supuesto comportamiento de Viravolta era pequeo en comparacin con el que amenazaba ahora a la Repblica.El dux volvi a tomar la palabra:El Consejo de los Diez me ha preparado un informe policial en el que no me ahorra ningn detalle de sus preocupantes sospechas, Viravolta. Pero antes de leerle una sola lnea, espero de usted otras garantas aparte de su buen humor. Quin me dice que no aprovechar para huir... o pasarse al enemigo, si realmente hay un enemigo?Pietro sonri y se pas la lengua por los labios. Cruz las piernas, con una mano sobre las rodillas.Ha llegado el momento de mostrarse convincente.Alteza, maese Vindicati me ha hecho saber ya que la gracia de que me han hablado no ser efectiva hasta el final dela investigacin. Mi proceso est en fase de instruccin y el detestable perfume de una condena a muerte, por otra parte injusta, planea sobre mi cabeza. Cree, su alteza, que tratar de huir como un vulgar bribn sin antes haberme visto libre de una vez por todas de mis dificultades con la justicia? No es bueno, para un hombre como yo, correr de ciudad en ciudad para escapar a todos los agentes que, estoy seguro, lanzara en mi busca; y no tengo ningn deseo de pasar el resto de mis das comprobando que no me siguen o que no voy a caer en una nueva trampa que hayan podido tenderme.El dux entorn los ojos. Una sonrisa fugaz se dibuj en su rostro.Por otra parte, serensima prosigui Pietro, mi encarcelamiento se funda, sobre todo, en esos malos hbitos que me acusan de tener y que supuestamente extiendo all donde voy; yo soy, sin duda, responsable de mis costumbres, y no pretendo que nadie crea que gracias a una repentina iluminacin mstica, comulgo con los artculos de fe de alguna iglesia o que camino por la va de una redencin exttica. Dicen que soy frivolo, inconstante y cnico. Un retrato francamente sombro el que mis enemigos han trazado de m! Es verdad que, a mi pesar, he desencadenado algunos trastornos polticos. Pero recuerde, alteza, que mi encarcelamiento se debe sobre todo a un asunto del corazn, y que este motivo, en el fondo, no se ajusta a la condena que me han infligido y que an corro el riesgo de padecer. No es un secreto para nadie que el senador Ottavio ha hecho lo imposible para que me encerraran, utilizando todos los pretextos imaginables, y que hoy desea mi muerte. Crea que soy el primero en lamentarlo. Porque, por encima de todo, amo mi libertad. Tal vez la palabra le haga sonrer, alteza! Pero yo tambin tengo mi cdigo de honor, y si me lo permite, mi tica personal. No soy un asesi-no; si alguna vez he matado, ha sido solo por servir a la gloria militar de la Repblica, a la de los asuntos de Estado, cuando actuaba bajo la cobertura del Consejo, o simplemente para defenderme de una agresin. Tambin yo abomino de los crmenes de sangre. Si hubiera sabido que se iban a utilizar los servicios que he prestado para volverlos contra m, me hubiera mantenido alejado de determinados papeles que me han hecho representar! Es fcil reprocharme hoy talentos que ayer se aplaudan.Francesco Loredan segua escuchando.La entrevista dur una hora.Pietro era suficientemente consciente de las prevenciones del dux sobre su persona, por lo que despleg toda la habilidad de que era capaz. La idea de encontrarse de nuevo propulsado al secreto de los asuntos criminales de la Repblica resonaba en su interior con un eco singular. La empresa le estimulaba, aunque era el primero en saber lo que poda esperarle. Pietro comparta con Emilio Vindicati el gusto por esas ideas de apariencia descabellada, que, si se examinaban ms de cerca, revelaban cierta capacidad de penetracin del alma humana. Emilio tena razn en un punto: poda confiar en su prisionero y amigo. Pietro estaba decidido a salir a cualquier precio de su enclaustramiento; no contento con ofrecer su vida en garanta, hizo al dux algunas revelaciones que haba conseguido de otros prisioneros, cuyas confidencias haba sorprendido en los calabozos del palacio ducal. Incluso en una celda sobre todo en una celda se oan muchas cosas que no podan dejar de despertar el inters de un prncipe serensimo. En prenda de buena fe ofreci todo lo que quedaba de su fortuna, amasada aqu y all, y afirm, con los acentos de sinceridad ms autnticos, que tena intencin de donarla a Venecia; expuso al dux hasta qu punto la Repblica estabainteresada en servirse de l despus de que l se hubiera servido tanto de ella. En definitiva, lo hizo tan bien que consigui convencer a Loredan sin que Emilio tuviera que intervenir.Bien... dijo Francesco, con la mano en el mentn, creo que...Dej pasar un momento de silencio.... creo que intentaremos la operacin.Lo conseguimos!Pietro trat de disimular su alivio.Pero prosigui el dux, Viravolta, no hace falta decir que todo lo que lea, oiga o comunique al Consejo es estrictamente confidencial, y que el perjurio equivaldra para usted a una sancin definitiva. Esta misin es secreta y encontraremos el modo de explicar su salida de prisin sin ponernos en una situacin delicada ante la poblacin. Emilio, usted se encargar de prevenir al senador Ottavio y de hacer que se comporte como corresponde. En cuanto sepa que la Orqudea Negra est en la calle, puede provocar un escndalo. Es lo ltimo que necesitamos. Prevenga tambin al Consejo de los Diez, ya que solo sus miembros gozan de su entera confianza. Pero tengo que aadir dos condiciones a todo esto: en primer lugar, que mi Consejo restringido sea informado (esto no admite discusin, Emilio, y me pone a m mismo a resguardo). En segundo lugar: quiero que el jefe de la Quarantia Crimnale est igualmente al corriente. Y finalmente, lo ms arriesgado: es preciso que todos callen.Emilio se mostr de acuerdo.Confe en m.Francesco Loredan se volvi de nuevo hacia Pietro.Usted, Viravolta, queda libre. Yo mismo redactar el salvoconducto, para poder proseguir con el asunto que nos ocupa. Pero no lo olvide...Coloc la mano sobre el cuerno ducal, con el borde apuntando hacia abajo.Sobre su cabeza pende una espada de Damocles. Al menor signo, los leones de Venecia se precipitarn contra usted para despedazarle. Y lejos de intentar impedirlo, yo lo apoyar con toda la fuerza de mi autoridad.Pietro se inclin.Queda comprendido, serensima. Y aadi sonriendo: No lo lamentar.Pietro bajaba corriendo como un nio los escalones de la Scala d'Oro, la escalera de oro, con Emilio pisndole los talones. Estaba exultante. Al pasar ante un guardia, toc con el dedo la punta de su alabarda, le revolvi la barba y le dirigi una reverencia riendo.Libre, amigo mo. Esta vez s! Soy libre!Emilio le alcanz y le puso una mano en el hombro.Estoy en deuda contigo por el resto de mi vida dijo Pietro.Comprendo tu felicidad, pero no te engaes y recuerda que esta libertad est sometida a condiciones. Piensa que no te perder de vista, y que soy el garante de tu conducta ante el dux y los Diez.Vamos, Emilio. Te he dicho que cumplira mi misin y lo har. Me conoces, conducir tu investigacin a buen trmino en menos tiempo del que se necesita para decirlo.No creas que ser tarea fcil, Pietro. Es un asunto serio. Podrs comprobarlo desde esta misma noche.Esta noche? Pero es que... Pensaba celebrar mi liberacin con algunas de mis nobles amigas, a las que no he visto desde hace tanto tiempo; deseo un poco de ternura de nes-tras mocitas venecianas y mucho vino. Naturalmente, ests invitado al festejo.Pietro se detuvo. Emilio le miraba con aire grave. Apret su mano sobre el hombro de Viravolta.No, lo que tienes que ver no puede esperar. Y para ti est totalmente prohibido reanudar relaciones con ninguna de tus antiguas amantes, sobre todo con aquella a quien debes el haber sido encerrado... Pietro... Anna Santamaria ha sido enviada fuera de Venecia.Adonde?A un lugar que, por tu bien, es mejor que no trates de averiguar. No olvides que muchos nobles an estn resentidos contigo! Empezando por Ottavio.Viravolta asinti a regaadientes.No te preocupes, no estoy loco. Anna... La Viuda Negra, como la llamabas, aunque no fuera negra ni viuda! Su nico pecado fue amarme. Un brillo de tristeza cruz por su mirada. Tambin fue el mo. Pero todo esto, amigo..., ya es pasado.Y luego, recuperando la sonrisa, aadi:Sabr contenerme, te lo juro.Bien... En ese caso volvamos a nuestro asunto. Y que empiece la fiesta, si puedo expresarme as.Emilio frunci el entrecejo. Abri los pliegues de su manto negro y sac una carterita de cuero cerrada por una hebilla de hierro. Algunas hojas de vitela con las puntas dobladas sobresalan de los bordes.Pietro, me veo obligado a insistir en que tomes precauciones. Acabas de poner los pies en el vestbulo del infierno, creme. No tardars en darte cuenta de ello. Aqu est el informe de la polica referente al asesinato del que te he hablado. Se trata del comediante Marcello Torretone, empleado porlos hermanos Vendramin en el teatro San Luca. Tienes que leer este informe antes de dirigirte al lugar de los hechos; luego lo quemars. Comprendido?Comprendido.Bien! dijo Vindicati. Ahora soy de nuevo responsable de ti. Pietro, he comprometido mi honor y mi credibilidad en este asunto. No podemos pensar en un fracaso. Por otro lado, si llevamos esta investigacin a buen puerto, con los efectos que preveo..., la gloria ser solo para m, o casi. Sabes que las maniobras, tanto en el Gran Consejo como en el Senado, van a buen ritmo. Pero quin sabe. Tal vez tambin yo podra tener otras perspectivas. Despus de todo, Loredan no es inmortal...Pietro sonri. Vindicati se relaj y concluy:Vamos! Te he preparado otra sorpresa.Un joven esperaba en el patio interior del palacio, ante la porta del Frumento. El rostro de Pietro se ilumin cuando el criado corri a su encuentro.Landretto!Por fin est aqu, seor. Empezaba a echarle de menos y a cansarme de pasar las horas acechando su paso por el puente de los Suspiros...Rieron juntos. El sirviente de los cabellos rubios, un muchacho enjuto, de rostro encantador a pesar de una nariz un poco demasiado larga, que no haba cumplido an los veinte aos, estaba al servicio de Pietro desde haca ms de cinco y su fidelidad nunca haba estado en tela de juicio. Viravolta lo haba sacado, literalmente, del arroyo; l mismo lo levant cuando, despus de haber sido golpeado y desnudado por una banda de bribones en una taberna, gema sobre el empedrado, mortalmente borracho, en medio de su propia sangre. Pietro orden que lo cuidaran y lo vistieran; luego, el mismoLandretto se ofreci a entrar a su servicio. As se haba convertido en su amigo y su sirviente. Landretto le informaba, corra a la estela de las damas y de su seor, transmita notas y confidencias, y de vez en cuando recoga las migajas que dejaba Pietro. Estar al servicio de Viravolta tambin tena sus ventajas; delicias tales que Landretto por nada del mundo renunciara hoy a su trabajo.Y bien? Ha abandonado a su suerte a maese Casanova?Pietro mir en direccin al palacio y formul una plegaria muda por su amigo. Tambin l haba sido condenado a cinco aos por ofensas a la santa religin. Otro chivo expiatorio.Confo en que salga de esta.Se volvi hacia su criado, que ahora abra los brazos para mostrarle lo que haba trado.E iba bien cargado, por cierto.Con esto volver a ser definitivamente usted mismo dijo Landretto.Aqu estamos, de nuevo.Viravolta, de pie ante el espejo, contempl su reflejo con satisfaccin.Se haba lavado y empolvado con un esmero que no haba podido poner en prctica desde haca largos meses. Se anud los cabellos y se ajust la peluca que le tenda Landretto. Volvi a empolvarse, sonri y se enfund su chaqueta veneciana, de color claro, adornada con ribetes y arabescos de oro. Luego se puso un manto negro, cuyos amplios pliegues caan en torno a l. Verific las mangas y el cuello y se coloc el cin-turn. La hebilla chasque. Sac la espada, la hizo silbar en el aire, ponindose en guardia, y examin la empuadura, finamente trabajada, antes de devolverla a la vaina con una excla-macin de alegra. Dos pistolas, sobre las que dej caer el manto, se aadieron a los costados. Desliz adems en su bota un pual de hoja afilada, y luego lustr cuidadosamente los botones de las mangas. Landretto gir en torno a l para perfumarlo con grandes chorros vaporosos. Finalmente se cal el sombrero de ala ancha, sobre el que pas los dedos silbando, antes de coger su bastn con la figura de un len.Un len alado, como el emblema de Venecia.Ah, seor!, olvida una cosa... dijo Landretto.Con una sonrisa en los labios, le tendi una flor negra. Pietro le devolvi la sonrisa, prendi la flor en el ojal y arregl cuidadosamente los ptalos. Se mir por ltima vez en el espejo. El campen de las apariencias y las identidades mltiples. El virtuoso del amor y la seduccin. Uno de los ms hbiles espadachines de Italia.La Orqudea Negra ha vuelto!Sonri de nuevo.Estoy listo dijo.CANTO III

El limboLa noche caa sobre Venecia. Pietro Viravolta saboreaba cada uno de los instantes que le devolvan a su ciudad y a su libertad. Aunque le haban ordenado acudir enseguida al teatro San Luca a causa de un crimen que, segn le haban informado, inspiraba horror, Viravolta se senta de un humor alegre. Se haba estremecido de felicidad al poner el pie, por primera vez desde haca tanto tiempo, en esa gndola que le conduca en direccin al barrio de San Luca. Una hora antes haba vuelto a examinar su vestuario, una coleccin de disfraces, a cual ms original y extravagante, que haba utilizado en el pasado durante sus misiones. Esa noche haba decidido aadir un bigotito al rostro empolvado y, bajo un sombrero oscuro, un parche que le daba un vago aire de corsario o filibustero. Un manto negro, que cubra su chaqueta veneciana, completaba su indumentaria.Bien, vamos all. Y como dira Emilio... que empiece la fiesta!De pie en la proa, junto al gondolero, mientras Landretto se sentaba a popa, Pietro, con la mirada fija en el frescor crepuscular en que se hundan, exultaba al reencontrar el esplendor que haba abandonado haca casi un ao. Venecia, su ciudad. Seis sestieri que haban sido escenario de sus correras:San Marco, Castello y Canareggio, de este lado del Gran Canal; Dorsoduro, San Polo y Santa Croce, ms all. Estos sestieri agrupaban setenta y dos parroquias, que Pietro haba recorrido incansablemente una a una. De nio saltaba de una gndola a otra o pasaba como una flecha sobre los puentes para ir a perderse, encantado, en esas callejuelas tortuosas. Jugaba en las plazas, del San Samuele al San Luca, junto a los pozos pblicos y las iglesias, ante los almacenes de vinos, las tiendas de los sastres, los boticarios, los vendedores de frutas y hortalizas, los comerciantes de maderas... Suba y bajaba sin parar por las Mercerie, que unan San Marco con el Rialto, detenindose ante las grandes jarras de los lecheros, los mostradores de los carniceros, los queseros, los joyeros. Afanaba alguna tontera, y hua riendo bajo las andanadas de injurias...Sonri; pero su sonrisa se borr lentamente.Y es que Venecia tena ahora otro sabor. El arrobamiento de Pietro se tea de inquietud cuando, siempre de pie en la punta de su gndola, pasaba ante las villas deterioradas. Algunas parecan aguantarse de milagro; hacan agua por todos lados. Fachadas enteras descansaban sobre puntales improvisados. Algunos balcones, esos altane tan propicios a las declaraciones y a los suspiros, parecan a punto de derrumbarse. Venecia padeca los efectos de un clima mucho ms severo de lo que pudiera pensarse. En verano, los pozos de agua dulce a menudo estaban secos; en invierno, la laguna crepitaba a veces bajo el hielo y se transformaba en una pista de patinaje. Pietro recordaba esos alegres instantes en que, escapando de las faldas de Julia, iba a deslizarse y a caer sobre el hielo entre el palacio ducal y la Giudecca, en medio de esas aguas de pronto petrificadas en mil perlas de cristal, a las que se una la cortina ondulante de copos escupidos por un cielo uniforme. Momentos mgicos, aunque no para los edificios venecianos.A esto se aadan los temblores de tierra y los incendios constantes que haban llevado al gobierno a constituir una cuadrilla especializada, dirigida por un encargado de mquinas hidrulicas. Ms frecuentes an eran las lluvias torrenciales y el terrible ascenso de las aguas, el acaua alta, particularmente destructora. Las magistraturas se esforzaban en reaccionar y embellecer o restaurar la ciudad, numerando los edificios, mejorando la higiene de las calles, la evacuacin de las aguas residuales, la decoracin y la reestructuracin de los sestieri. A los portadores de linternas que ayudaban a los peatones en el ddalo de callejuelas cuando caa la noche, se haban aadido ahora los llamados seores de la noche, encargados de la seguridad de los habitantes. Un importante plan de iluminacin estaba en marcha y Venecia se cubra de faroles.Pietro se estremeci; con la llegada de la noche, la temperatura descenda. Tena fro. Se subi el cuello del manto, y luego abri una vez ms el informe que Emilio Vindicad le haba entregado. Su mano enguantada se desliz sobre la cartera de cuero.El asunto pareca, en efecto, tremendamente serio.Un crimen en verdad abominable, que si bien no tiene precedentes en los anales de Venecia, contiene ciertos detalles que tienden a indicar que no se trata de un acto gratuito y que incluso podra tener, si se considera la puesta en escena del asesinato, un sentido poltico susceptible de inquietar directamente a los ms altos dignatarios de la Repblica...La identidad de la vctima, Marcello Torretone, no era totalmente desconocida para Pietro. Marcello era un actor de cierta fama. El informe de los Diez resuma las pocas informaciones necesarias para conocer la trayectoria y la persona-lidad de este hombre. Nacido en el sestiere de Santa Croce, sus padres trabajaban en el teatro, como los de Pietro un detalle que lo acercaba a la figura del difunto. Marcello haba pisado las tablas desde muy pequeo. Su padre haba muerto de una gangrena a consecuencia de una herida mal curada, a la salida del teatro. Su madre, Arcangela, invlida a los treinta y tres aos, se haba encerrado en un convento de Venecia, el San Biagio de la Giudecca. Marcello represent primero papeles secundarios en el teatro San Mois. Descubierto por el capotnico del lugar, el actor abandon, sin embargo, el San Mois para entrar a formar parte, dos aos ms tarde, de la compaa del San Luca. Pero, entre las notas del informe, un detalle atrajo la atencin de Pietro. Marcello Torretone haba disfrutado de una ferviente educacin catlica. Su madre era, segn este documento, una mujer obsesionada con el pecado, de una devocin sin lmites, que Marcello haba heredado. El informe hablaba de l como de un ser de personalidad turbia y complicada.Tambin l tena el hbito de las identidades mltiples.Un cofrade mo, en cierto modo, pens Pietro.El pecado. El pecado fascinaba a Viravolta. Tantos reproches por algo en lo que l no vea sino la satisfaccin de aspiraciones impuestas por la naturaleza. Cierto, haba engaado a algunos senadores, haba vuelto loca a la mujer de Ottavio. A veces haba ido demasiado lejos. Pero Pietro haba actuado siempre siguiendo los impulsos de su corazn. Y ese era, en cambio, el espejo que le tendan: el del pecado. La huella del mal en la tierra y en el corazn del hombre. Tal vez Marcello Torretone haba alimentado sus sentimientos con esa singular obsesin a causa precisamente de su educacin, impregnada de una religiosidad muy marcada, y herido por la falta de amor de su propia Iglesia. En cuanto a Pietro, en aquel mo-ment volva a encontrarse representando su papel preferido: el de agente secreto, que no dejaba de divertirle. Bien pensado, despus del uniforme militar, las recepciones de saln y las mltiples artimaas en las que los patricios ms reputados eran sus vctimas, Pietro haca tiempo que haba visto en esta evolucin una conclusin lgica. Con una pirueta, volva a pasar de los Plomos al servicio del gobierno. l saba ya que los Diez reclutaban a sus agentes tanto entre las cortesanas como entre los nobles arruinados, los artistas necesitados o los cittadini deseosos de crearse una reputacin ante las instituciones de la Serensima. Y Viravolta, un desclasado de incmodos orgenes sociales, fascinado por las apariencias de esas glorias favorecidas por la fortuna, cuyo papel saba adoptar sin dificultad, no poda sino acomodarse a esta nueva funcin. Estaba acostumbrado a esos cambios inopinados de la sombra a la luz y de la luz a la sombra. Estas frecuentes transmutaciones constituan para l la sal de la vida.Viravolta se haba trazado un camino sinuoso, y deba reconocer que no siempre haba podido controlar sus meandros. Su tenaz voluntad le haba empujado a elevarse por encima de la gente comn, y una mirada decepcionada a su propio nacimiento, una incapacidad de asumir plenamente su deseo de ser, le retenan con igual fuerza en las redes de unas aguas pantanosas. Los impulsos imperiosos de su pasin le arrastraban con una fuerza incontenible, y desplegaba una inteligencia igualmente poderosa para escapar a esta fatalidad y para afrontar las infinitas paradojas de su naturaleza. Qu talentos, qu encantos, qu artificios haba tenido que poner en prctica para ser digno del modelo que se haba fijado, pero qu mal disimulaba sus debilidades, obsesionado por la necesidad de aparentar! Tambin l era un comediante. Inaprensible, siempre vido de reconocimiento, Pietro no poda dejar delanzarse a la controversia, que no solo haba acabado por aceptar, sino que incluso alentaba. Como si, irnicamente, deseara poner a prueba los fundamentos sociales sobre los que los hombres y las mujeres comunes edificaban sus principios; discutir la arrogancia de sus certidumbres. Pietro no estaba seguro de nada. En ese juego sobre el filo de la navaja, al borde del precipicio, los dems sentan vrtigo ante l, y ese vrtigo alimentaba su antipata. Su libertad tena un precio; por ella experimentaban ese furioso resentimiento contra su persona. Lo que llamaban su falta de fe o de moral no era a menudo ms que el reflejo de un deseo inconfesado de parecr-sele. Incomodaba al poder al mismo tiempo que lo serva, era rebelde a toda forma de autoridad. S: Pietro era un hombre libre.Sin duda era eso lo que inspiraba miedo.l saba que, en el fondo, el perfume de escndalo que rodeaba su personalidad era tanto fruto de sus actos como de la frustracin secreta de sus detractores. Era sencillo querer imitarle; pero antes haba que aceptar esa angustia tan particular que procuraba el irrevocable abandono de s mismo a los impulsos del corazn, un abandono que toda civilizacin se esforzaba en contener. Pietro nunca haba conseguido deshacerse de esta forma de angustia. Cuando daba libre curso a la introspeccin, era para tropezar de nuevo con ese mismo vrtigo, que le estimulaba y le inspiraba, al mismo tiempo, el temor de perderse en l. Aunque todo Dios, el amor, las mujeres, coexista en su persona, aunque todo haca vibrar su alma, en cuanto se esforzaba realmente en comprenderlos, tema convertirse en un juguete en sus manos. Su orgullo le salvaba, y al mismo tiempo le condenaba. Y este ntimo callejn sin salida le dejaba a menudo un sentimiento de vacuidad y de absurdo; el mismo que su siglo cultivaba hasta la saciedad.Y luego lleg esa mujer, Anna Santamara, la Viuda Negra. La nica que hubiera sido capaz de hacerle bascular, para atraparlo para siempre en sus redes. La Viuda Negra... Emilio fue el primero en llamarla as. Pietro ya no recordaba muy bien por qu. Sin duda porque su belleza, por s sola, le haba parecido peligrosa. Una belleza que se instilaba como un veneno, aunque pareciera un ngel extraviado en la tierra. Pero tambin porque, en cierto modo, era viuda de esos sentimientos que le haban negado. De luto por una vida a la que no haba tenido realmente derecho. S, por ella tal vez Pietro habra aceptado renunciar a su libertad, volver a las filas. Si se hubieran conocido en otras circunstancias, si una boda familiar, de conveniencia, no hubiera empujado a Anna a los brazos de Ottavio, ese hombre al que ella nunca haba deseado, Pietro habra podido tener hijos de ella. Habra sabido aprovechar otros apoyos polticos para encontrar una profesin honorable. Todo aquello nunca hubiera debido suceder de este modo. En cuanto la vio aparecer en la villa de Ottavio, en el momento mismo en que se la presentaron como la futura esposa de su protector, ley su destino en los ojos de aquella mujer. Supo que la amara. Y ella supo que no resistira a su amor. En ese instante preciso sellaron un pacto. Estaba escrito que correran juntos a la catstrofe. Esa mirada sombra que intercambiaron, esa respiracin acelerada... Una falsa viuda y una orqudea: con todo, hubieran podido hacer una buena pareja.Y ahora...Todo aquello le dejaba un regusto amargo. Un gusto a inacabado. Un deseo de revancha. Anna... Dnde estara ahora? Esperaba, realmente lo esperaba, que no fuera demasiado desgraciada. Pero no poda correr el riesgo de ponerles de nuevo en peligro a los dos... y no le gustaba recrearse en su propiodolor. Haba prometido a Emilio que no tratara de volver a verla, una condicin sine qua non para lograr su libertad. Y adems, precisamente a esa historia deba su visita a los calabozos mejor guardados de Italia. No tena ningn deseo de volver a ellos. Trataba de no pensar, de no preguntarse si todava la amaba. Al menos no demasiado.Vamos... Trata de olvidar.Para mantener la cabeza fra, Pietro se esforzaba en recordar lo que era ante todo: solo un liberto. Trat de deshacerse de sus dudas y eligi aferrarse a la vida. Ahora que era libre, hara lo que siempre haba hecho: transformar su huida hacia delante en un credo que le daba una energa soberana, una energa propicia a su expansin y a su propio cumplimiento. Libre y dolorido, jugador y filsofo, cazador de una gloria que, sin embargo, menospreciaba, brillante e inquietante: todo eso era Pietro en ltimo trmino. Pero, como le haba dicho al dux, tena su tica: aventurero, capaz de amor y de pasin, saba tambin dnde estaba la verdadera justicia, y si a menudo viva cerca de las zonas sombras, eso le permita conocer an mejor sus trampas y sus ilusiones. Ms all de ciertas fronteras, el Bien y el Mal tomaban definitivamente caminos contradictorios. Y Pietro procuraba no franquear nunca estos lmites. A veces en recuerdo de lo que de Dios quedaba en l. A veces para protegerse. Pero la mayor parte del tiempo porque ah estaba su responsabilidad de hombre, aunque no siempre fuera la del hombre honesto. Con el primer paso que haba dado fuera de la prisin, su naturaleza haba vuelto por sus fueros y solo haba pensado en una cosa: empezar por satisfacer sus pulsiones entusiastas y demasiado tiempo reprimidas. Pero no era cuestin de faltar a la palabra que haba dado a Emilio; al menos, no por el momento.De modo que, fueran cuales fuesen, los festejos quedaran para ms tarde.En fin! Ya hemos llegado.Cuando la gndola se detuvo en las inmediaciones de San Luca, Pietro guard el informe de los Diez y baj al muelle en compaa de Landretto, para caminar, con paso alerta, por las callejuelas resbaladizas en direccin al campo donde se encontraba el teatro. El San Luca databa de 1622, y como los dems el San Mois, el San Cassiano o el Sant'Angelo, haba tomado el nombre de la parroquia donde estaba situado. Desde que haban abandonado parcialmente el comercio, los nobles alardeaban de su contribucin al desarrollo de las actividades teatrales de la ciudad. Padua haba abierto camino tras reunir a las primeras compaas de actores ligadas por contrato y que se repartan los beneficios. Haba nacido as el teatro profesional, dirigido por un capomico, que designaba los empleos fijos de los comediantes: los Arlequn, Pantaln, Brighella... La pera, que iniciaba su expansin en Florencia y Mantua, segua, en este aspecto, la misma evolucin. El San Luca, en concreto, estaba dirigido por los hermanos Vendra-min. Estos se contaban entre los pocos comanditarios que negociaban directamente los contratos con los autores y los actores, ya que en la mayora de los casos, el propietario delegaba la gestin de la sala a un impresario, que era el mismo artista, o bien un ciudadano o un miembro de la pequea nobleza. Esta profesin no siempre tena buena prensa: muchos comediantes se quejaban de su descarada incultura o de su mercantilismo torpe y mezquino. Los Vendramin haban evitado este escollo: si uno quera estar bien servido, deba hacer las cosas por s mismo. El San Luca, ciertamente, no tena el prestigio del San Giovanni Crisostomo, estandarte de la pe-ra seria, las tragedias y las tragicomedias; en l se programaban esencialmente comedias. Pero se haba convertido en uno de los teatros ms florecientes de Venecia.Pietro pronto se encontr ante la fachada del edificio, una fachada de piedra blanca adornada con columnas al estilo antiguo, que albergaba unas inmensas dobles puertas de madera oscura. Un hombre que sostena una linterna le esperaba. Pietro le present su salvoconducto con el sello y la firma del dux y orden a Landretto que esperara fuera.Le abrieron las puertas y Viravolta entr.La