El Escenario Se Gana

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Cualquier oficio que se respete en esta vida es algo en lo que se va adquiriendo experiencia de una forma lenta, progresiva y gradual. Conocido y casi de cultura popular es el descubrimiento científico de que al cabo de 10.000 horas de práctica, invertidas a conciencia en una actividad, se podría considerar que una persona desarrolla la maestría. Es una gran cosa saber cual es el umbral que se debe sobrepasar, ahora, llevarlo a la acción es algo no tan simple. En mi país, Chile, la jornada a tiempo completo comprende 45 horas de permanencia en el trabajo divididas en cinco días hábiles. Eso quiere decir, que en el mejor de los casos una persona podrá dedicarle 180 horas a la profesión, trabajo o empleo que desarrolle por cada semana. Haciendo el cálculo basado solo en la aritmética y no tanto en la realidad nos lleva a colegir que en menos de 55 meses alcanzar el nivel de la maestría es prácticamente inviable. En otras palabras, en menos de 4 años y medio de tiempo dedicados exclusivamente a una actividad no podemos ser considerados con una desenvoltura, pericia y destreza maduras en cualquier área, por simple que sea. Eso sin siquiera descontar el tiempo que permanecemos en nuestro puesto, pero sin ser productivos. El arte de contar no se margina de aquello, pero muchos de sus ejecutantes parecen hacer la vista gorda. Ejecutantes que brotan como la mala hierba, en escuelas donde la cantidad es más importante que la calidad, en un panorama donde el ego enceguece y casi la totalidad de quienes se integran quieren dedicarse a ser “cuenta cuentos profesionales” (Concepto que de por sí genera muchos anticuerpos). Se masifican los cursos, los seminarios y talleres dictados por gente que, dotada de las mejores intenciones, carece de las herramientas de enseñanza y la experiencia de vida para ser maestros, profesores e incluso facilitadores. Tal es el grado de descaro que me he encontrado con algunos que se jactan de ofrecer como contenidos tradición oral (dictada desde lo que se encuentra en libros, parádojico,

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Cualquier oficio que se respete en esta vida es algo en lo que se va adquiriendo experiencia de una forma lenta, progresiva y gradual. Conocido y casi de cultura popular es el descubrimiento científico de que al cabo de 10.000 horas de práctica, invertidas a conciencia en una actividad, se podría considerar que una persona desarrolla la maestría.Es una gran cosa saber cual es el umbral que se debe sobrepasar, ahora, llevarlo a la acción es algo no tan simple.En mi país, Chile, la jornada a tiempo completo comprende 45 horas de permanencia en el trabajo divididas en cinco días hábiles. Eso quiere decir, que en el mejor de los casos una persona podrá dedicarle 180 horas a la profesión, trabajo o empleo que desarrolle por cada semana. Haciendo el cálculo basado solo en la aritmética y no tanto en la realidad nos lleva a colegir que en menos de 55 meses alcanzar el nivel de la maestría es prácticamente inviable. En otras palabras, en menos de 4 años y medio de tiempo dedicados exclusivamente a una actividad no podemos ser considerados con una desenvoltura, pericia y destreza maduras en cualquier área, por simple que sea. Eso sin siquiera descontar el tiempo que permanecemos en nuestro puesto, pero sin ser productivos.El arte de contar no se margina de aquello, pero muchos de sus ejecutantes parecen hacer la vista gorda.Ejecutantes que brotan como la mala hierba, en escuelas donde la cantidad es más importante que la calidad, en un panorama donde el ego enceguece y casi la totalidad de quienes se integran quieren dedicarse a ser “cuenta cuentos profesionales” (Concepto que de por sí genera muchos anticuerpos).Se masifican los cursos, los seminarios y talleres dictados por gente que, dotada de las mejores intenciones, carece de las herramientas de enseñanza y la experiencia de vida para ser maestros, profesores e incluso facilitadores.Tal es el grado de descaro que me he encontrado con algunos que se jactan de ofrecer como contenidos tradición oral (dictada desde lo que se encuentra en libros, parádojico, ¿no?), cultura campesina (desde la misma perspectiva y con escasas nociones de lo que se habla y manejo conceptual inadecuado), e incluso SABIDURÍA POPULAR.No me resulta tan curiosa la oferta como la demanda de parte de los alumnos, quienes invierten sumas de dinero considerables en ello y que al cabo de solo algunas clases creen estar en dominio absoluto de tales materias.Recuerdo las palabras que me dijera, cuando recién me lancé al canto a lo divino, Don Arnoldo Madariaga Encina, patriarca del canto, la poesía popular y las tradiciones chilenas: “No se puede enseñar lo que no se sabe”. Palabras muy ciertas y dichas con una lucidez pocas veces vista.No se trata solamente de tiempo, no se trata de leer y repasar. Hay ciertos hitos que debe uno vivir, sentir y adquirir como filosofía de vida antes de merecer siquiera subirse a un escenario.Creo que uno de los principales pensamientos que atenta contra el aprendijzaje es tener la seguridad del saber, saber muy distante al mero conocimiento o a manejar nociones básicas.

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De todo y de todos se aprende, siempre y cuando no se pierda el rumbo. Hay que ser honesto con los demás, sin duda, y antes que ello con uno mismo. El escenario hay que ganárselo día a día, con trabajo, con esfuerzo, con conciencia y altura de miras. Lo que mal se aprende, bien se puede olvidar en un par de pestañeos.Concluyo esta columna, pues tengo mucho que estudiar.