EL CARNAVAL EN LA CIUDAD DE ALBACETE

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EL CARNAVAL EN LA CIUDAD DE ALBACETE Juan Francisco Molina Número 61 Biblioteca Digital de Albacete «Tomás Navarro Tomás»

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Juan Francisco Molina

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Número 61

Servicio de Educación, Cultura, Juventud y Deportes

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Juan Francisco Molina

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1 Este trabajo, que permanecía inédito hasta ahora, fue un encargo que el Ayuntamiento de Albacete hizo al autor en 1984 de cara a la recuperación del Carnaval en la ciudad de Albacete tras 40 años de prohibición. El texto se fotocopió y se repartió entre asociaciones y colectivos de los barrios y sirvió de guía para preparar el programa de los carnavales de 1985.

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Zahora. Revista de Tradiciones Populares, nº 61Coordinación

Universidades Populares y Cultura PopularServicio de Educación, Cultura, Juventud y Deportes

PortadaJulián Collado

ContraportadaLuis Escobar

EditaServicio de Educación, Cultura, Juventud y Deportes

Diseño y maquetaciónServicio de Publicaciones

Diputación Provincial de AlbaceteDL AB 78 - 1993 Nueva Época

ISSN: 1132-7030Producción e impresión

Servicio de Publicaciones. Diputación Provincial de AlbaceteEdición digital

www.dipualba.es/PublicacionesLa revista Zahora ha sido editada para ser distribuida.

La intención de los editores, es que sea utilizada lo más ampliamente posibley que de reproducir partes, se haga constar el título y la autoría.

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN, pOR MIgUel lUCas pICazO ...................................................................................... 9

1. BReVe COMpeNDIO Del sIgNIFICaDOY TRaDICIÓN Del CaRNaVal eN espaÑa ..........................................................................14

2. el CaRNaVal eN alBaCeTe DURaNTe el sIglO XIX ..............................................182.1 las ORDeNaNzas MUNICIpales Y el CaRNaVal ................................................................212.2 el eNTIeRRO De la saRDINa .................................................................................................252.3 el CaRNaVal De 1868 ...........................................................................................................272.4 la agONía Del CaRNaVal, TÓpICO gaCeTIlleRO ..............................................................30

3. el CaRNaVal eN alBaCeTe eN el sIglO XX .................................................................333.1 lOs alTIBajOs Del aNTRUejO ................................................................................................363.2 1924: la ReCUpeRaCIÓN “aRTísTICa” Del VIejO CaRNaVal ..........................................423.3 TRas el espleNDOR, la DeCaDeNCIa ...................................................................................47

4. ReFleXIONes paRa la ReCUpeRaCIÓN Del CaRNaVal........................................53

5. BIBlIOgRaFía Y FUeNTes CONsUlTaDas ........................................................................55

6. epílOgO. el CaRNaVal ReCUpeRaDO (1985-2016) ......................................................................57

7. aNeXO. FOTOs De COMpaRsas De CaRNaVal (lUIs esCOBaR) ....................... 60

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I. INTRODUCCIÓN

Festejar ha sido el hecho más creativo de la humanidad. A la par, y en simbiosis perfecta, el hombre, además de pro-

curarse sustento, ha celebrado de muchas maneras su estancia en el mundo. Antes que cualquier otra manifestación artística de las que tan acostumbrados nos tienen los libros de texto, el hombre y sus clanes familiares se han mostrado como verdaderos artistas al crear las performances festivas que daban sentido a sus vidas. Comer, reproducirse y festejar son tres hechos que nos unen al mundo animal pero es éste último el que verdaderamente nos diferencia del instin-to. Festejar es propio de la humanidad y quizás lo sea porque siempre en el festejo aparece la risa. Frente a una vida de dolor y miedo se necesita, y brota, el regocijo y la risa, o sea la fiesta. Todas las culturas han sabido crear para cada momento las formas y el grado de las celebraciones. En nuestro caso, en el occidente europeo, la madre de todas las fiestas es el Carnaval, Antruejo, Carnestolendas, Martes Gordo o como quiera que lo llamen en cada lugar. De origen incierto, se irá configurando casi como una religión en la Edad Media y junto al cristianismo pervivirá hasta que la modernización le cambie el carácter rural por otro más urbano. Acabará camuflado en las vidas cotidianas de la actualidad como una forma de ocio o en manifestaciones para celebrar ciertos eventos, como “el día del orgullo gay”, por citar un ejemplo.

De esto es de lo que nos habla mi ami-go Juan Francisco Molina en este ensayo que tiene sus orígenes en una época en la que los jóvenes de finales de los setenta y principios de los ochenta de la anterior centuria, buscábamos raíces en todo y a todo para dar sentido histórico a nuestras vidas tras un tardofranquismo inquisitorial. No me refiero a lo político, que también,

Retrato de grupo: cuatro hombres disfrazados para el carna-val, hacia 1930. Fondo Escobar. (AHP Toledo).

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sino al hecho de la mutilación cultural que el régimen de Franco había provocado y a la necesidad de las nuevas generaciones de enlazar con el pasado tras un paréntesis edulcorado por la Iglesia y el Movimiento. Nos lanzamos, entonces, a buscar y a saber sobre aquello que había existido pero que había desaparecido. El Carnaval, al igual que los partidos políticos y tantas otras cosas, había sido prohibido y queríamos saber no solo el porqué, sino conocer todo su entorno y su negación como fiesta.

En el Albacete de entonces la eferves-cencia por aprender de nuestro pasado se tradujo en la aparición de numerosas pu-blicaciones sobre la República, las Brigadas Internacionales, los partidos políticos y las elecciones, literatura local, las tradiciones autóctonas y, en general, sobre todo nues-tro patrimonio cultural que nos había sido robado para el conocimiento. Ni en las escuelas, ni en los institutos, ni en la uni-versidad –no existía– se nos había ilustrado sobre estos acontecimientos considerados peligrosos y dignos de ser olvidados. Con el interés por esta parte negada y olvidada

de la cultura pretendíamos, haciendo caso a Foucault, “ampliar nuestra participación en el sistema presente”. El que hoy vea la luz esta investigación, realizada hace tantos años, nos ayudará a entender mejor el presente y nos auxiliará a preparar mejor el futuro de la ciudad.

Sobre el Carnaval se han escrito mu-chas cosas, aunque el gran maestro de la antropología española, Caro Baroja, con sus estudios sobre las “fiestas” ha sido, y es, el referente de todos los trabajos posterio-res. A él le debemos la teoría de los ciclos festivos, las aclaraciones etimológicas, su relación con el paganismo y el cristianismo, los rituales y significados, y hasta las explica-ciones sobre su desaparición. Sin embargo, todos los análisis epistemológicos se verían mermados, de no recopilar, como ha hecho Juan Francisco, la mejor información local. Albacete, nos dice el autor, desde 1816 dis-fruta de carnavales pero seguramente desde mucho antes ya hubo celebraciones, al igual que en cualquiera de los pueblos rurales de aquella España. En esa época Albacete era una aldea de dos mil vecinos dedicados a

El número 76 del Defensor de Albacete (4-3-1897) recogía un cuento de Carnaval, titulado “La cena de máscaras”, ilustrado con curiosos dibujos. Aquellos relatos folletinescos eran muy del gusto de los lectores de la época. (AHP Albacete).

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la agricultura y al pastoreo donde el ciclo festivo era el distensio anime del que nos habla San Agustín para un tempus terribile que necesita una constante regeneración y cuyo motor será el tiempo de fiesta. No obstante, ese Albacete comunitario y agrario que tras el trabajo necesita a los iguales para descansar y festejar, empieza a partir de los hitos de 1833 y 1855 a convertirse en urbano y ordenado y donde las fiestas de la catarsis van perdiendo sentido. Lo que Juan Francisco nos demuestra es que las fiestas antiguas se resisten a desaparecer y hasta bien entrado el siglo XX subsisten con sus inversiones, caos, orgías, disfraces, bandos, prohibiciones y demás parafernalia festiva. Eran las típicas fiestas de locos y fiestas de asnos que provocaron tanto desorden que los ayuntamientos intentaron reconducir con bandos y reglamentos. Gracias a éstos conocemos de su existencia en un Albace-te que se iba construyendo como capital de provincia, mientras de aquel otro más rural no quedaba ni rastro. Algo podemos intuir porque en pueblos de la provincia, algo más rurales y alejados de los centros urbanos, han pervivido hasta los años de la emigración celebraciones carnavalescas.

El Carnaval en los pueblos de AlbaceteEl Carnaval para el mundo rural con

todo su desorden ha sido, ante todo, un elemento clave para la organización cíclica del tiempo. Hoy solo pensamos en una concepción temporal lineal, de semana tras semana, mes a mes y de año tras año, pero las sociedades agrarias medían el tiempo de otra manera, a través de una sucesión de ciclos. Claude Gaignebet nos habla de períodos de 40 días al final de los cuales se imponían las celebraciones que daban paso a otro ciclo y así hasta volver a empezar, como en el mito del “eterno retorno” de Mircea Eliade. En este sentido el Carnaval

prepara el terreno desde un invierno de parrandas a una primavera que celebra el renacer de la naturaleza. Entremedias infinidad de rituales que adquieren para cada comunidad un significado singular. En la provincia de Albacete la emigración y la modernización fue finiquitando las representaciones invernales más represen-tativas porque, o bien ya no eran necesarias, o porque cambiaron tanto que ya no son reconocidas. Los carnavales de Tarazona de la Mancha, de Villarrobledo o de Munera pervivieron y renacieron con otros signifi-cados. El de Tarazona de la Mancha porque la Guerra Civil dejó al pueblo dividido en dos mitades que necesitaban comunicarse aunque solo fuera tras una máscara y tres días al año. Algo parecido también sucedió en Villarrobledo aunque aquí su burguesía local encontró en esta fiesta un modo de expresión y poderío. Más arcaica, el “ánima

Un grupo de muchachas vestidas de exploradoras, retratadas por Julián Collado en 1915. La búsqueda de nuevas tierras

en Asia y África alimentaba la imaginación popular.(Archivo IEA).

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muda” de El Ballestero recoge dinero por las calles para que las almas de los muertos vayan al cielo, y aunque no sea expresa-mente un ritual de carnaval, sí que está relacionado con el ciclo festivo invernal. San Antón, San Blas y La Candelaria, Santa Águeda, etc., con sus hogueras, danzantes, máscaras, fuelles, vejigas, locos, peleles, falos, enharinados, luminarias, procesiones y otros rituales más nos llevan a un mundo ya desaparecido.

Si en la Edad Media se generó, como nos dice Caro Baroja, el contraste entre el Carnaval y la Cuaresma, siendo el primero sinónimo de alegría, exageración, sexuali-dad, abundancia y libertad, y el segundo, de tristeza, abstinencia, orden y trabajo, no es extraño que del triunfo del Carnaval hayamos pasado al dominio de la Cuaresma, dados los derroteros que tomó la historia. La industrialización acabará imponiendo el orden de los penitentes y soterrará las naves de los locos y los cortejos bufonescos. De los dies festi, dedicados a los dioses, sólo ha quedado el nombre y su significado como símbolo de supremacía y anulación del calendario napoleónico civil.

Aunque casi todos los estudiosos del Carnaval distinguen entre la cultura festiva de la antigüedad de la que nos ha ido que-dando en la actualidad, podemos observar en muchas de las acciones contadas en este estudio, muchos de los aspectos ori-ginarios del Carnaval antiguo. El “Entierro de la Sardina”, las máscaras y disfraces, los juegos, la continua subversión, “el ponerlo todo patas arriba”, las trasgresiones, los cambios de identidad y un largo etcétera lo encontramos en el texto de Juan Fran-cisco. Desde luego que su significado es otro pero lo que representa, por ejemplo, un disfraz es una analogía con sentido en cada momento. El disfraz sirve para que una persona se convierta provisionalmente en

otra y ¿por qué? pues porque en todas las culturas está vedado “ser” algunas “otras formas de ser” y, en ocasiones, para mante-ner el orden emocional y también el social conviene transitoriamente convertirse en tu verdadero o negado yo.

El gran experto sobre las costumbres populares medievales europeas, Mijail Bajtin, en sus estudios sobre el mundo na-rrado por Rabelais sobre los componentes carnavalescos destaca tres aspectos: los espectáculos rituales, las composiciones cómicas y el lenguaje obsceno. De todo ello encontramos buena representación en este trabajo. Los desfiles del “entierro”, repletos de viudas lloronas, las funciones teatrales celebradas en los viejos conventos de San Agustín donde no hay diferencias entre actores y espectadores, o la costumbre de arrojar, aguas sucias, harina, agujas de agua, pellegillas, carretillas, petardos y el resto de hechos descritos están en buena sintonía con la tesis bajtinianas.

Este mundo carnavalesco ha sido tam-bién fuente de inspiración de muchos escri-tores, aunque ninguno como el mencionado Rabelais y Cervantes. El primero, en su Gargantúa y Pantagruel analiza la risa como parte de la cultura popular enfrentada a la contención representada por la Iglesia. El Carnaval y la cultura oficial no solo no se refieren a mundos opuestos sino que están relacionados. La risa es incorporada por la cultura oficial mientras que en la cultura popular no todo es festivo. En muchas igle-sias de la provincia, por ejemplo, durante el martes de carnestolendas hasta los curas participaban de las bufonadas del pueblo, al que le era permitido entrar con burros al templo y ponerles a leer las sagradas escrituras o cualquier otra trastada. Sobre el segundo, Jorge Fernández ya nos ha ilustrado cómo la misma pareja de Quijote y Sancho son dos personajes del carnaval, de

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los habituales en las naves de los locos, en los desfiles por las calles y plazas mayores de los pueblos haciendo de reír con sus fechorías. Personajes que se veían “no ha mucho” en los pueblos y en especial en la Mancha que para ello Cervantes eligió este lugar para ubicar su novela.

Pero todo tiene su fin y tampoco no ha tanto que el Carnaval empezó a desaparecer

de nuestras tierras. Lo mata, como dijo Caro Baroja, no tanto las prohibiciones como el cambio en las creencias como consecuencia de la modernización económica. No obstan-te, el franquismo tuvo miedo a las máscaras y las prohibió. Cuando terminó ya era tarde para un nuevo volver a empezar.

Miguel Lucas Picazo

Retrato de grupo con disfraces de Carnaval. La Roda. Fondo Escobar. (AHP Toledo)

*Siglas utilizadas:AHP: Archivo Histórico Provincial.IEA: Instituto de Estudios Albacetenses

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1. BREVE COMPENDIO DEL SIGNIFICADO Y TRADICIÓN DEL CARNAVAL EN ESPAÑA

El Carnaval es una fiesta de origen probablemente pagano, cuyas raíces hay que buscarlas en la

antigüedad.En España, sin embargo, la idea del Car-

naval nace ligada al cristianismo, en alguna época indeterminada de la lejana Edad Me-dia. El máximo estudioso del Carnaval en España, el antropólogo Julio Caro Baroja2 asegura que es en la Edad Media cuando se fijan los caracteres del Carnaval y de su ciclo, en tanto que precede y se opone al tiempo de renuncia y recogimiento que significa la Cuaresma.

Por oposición, el Carnaval es la época en que se permiten todo tipo de licencias, particularmente aquellas que acompañan a la posibilidad de no ser conocido y de ir enmascarado; a la posibilidad, en suma, de “ser otro” que el de costumbre.

Para Caro Baroja “el tiempo de Carnaval está cargado de intenciones no solamente sociales, sino también psicológicas”, ya que con él se trataba de dar con:

ciertas formas de buscar el equilibrio

social a base de fijar un periodo o unos periodos de aparente desequilibrio, en los que la sociedad se lanza primero a un extremo y luego al extremo contra-rio, aunque parece ser que siempre las abstinencias y rigores cuaresmales han sido mucho menos observados que los excesos carnavalescos3.

La necesidad de liberarse de la mono-tonía, de romper en cierto modo con los cauces habituales por los que transcurre la vida personal y colectiva es, por otra parte, un hecho constatable en toda civilización, según Caro Baroja:

El asociar el acto de enmascararse con violencias, con bromas descomedidas, con borracheras, con actos cómicos y con actos trágicos, el deseo de cambiar de personalidad y de pasar de la risa al llanto, y viceversa, de nociones de vida, movimiento y lubricidad, a nociones de muerte y acabamiento, están por encima de toda limitación histórico-cultural, se hallan entre pueblos muy distintos entre sí4.

2 CARO BAROJA, Julio. El Carnaval (Análisis histórico-cultural). Alianza Editorial, Madrid, 2006.3 Op. cit. Pág. 32.4 Op.cit. Pág. 165.

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También es general la conciencia de que estos actos rituales no han de escapar a un cierto control.

Los bandos y ordenanzas que tratan de poner límites a los excesos del Carnaval son una constante en España desde el siglo XVI, pero lo más curioso es que las prohibicio-nes se repetían invariablemente cada año, por la sencilla razón de que no conseguían eliminar ciertos hábitos.

Por ejemplo, en la ciudad de Albacete los bandos sobre el carnaval que se conservan desde 1816 hasta bien entrado el siglo XX, varían muy poco, y hacen hincapié en prohibiciones muy semejantes, como en su momento veremos.

Tras las prohibiciones que configuran estos bandos se oculta siempre el temor de los legisladores a que se pueda desatar la

violencia anónima, que es siempre la más temida por quien ostenta la responsabilidad del control social.

Explicada ya brevemente la significa-ción general del Carnaval, recordemos que en España la explosión de las fiestas carnavalescas data del siglo XIV. De esa época procede la denominación clásica y archiconocida que utiliza el arcipreste de Hita al hacer la contraposición entre “Don Carnal” y “Doña Cuaresma”.

Sin embargo, en España, y particular-mente en Madrid, se utilizaban otras dos palabras de cierta raigambre para designar el Carnaval. Una era Carnestolendas, cuyo significado original era “tiempo de regoci-jo”. La otra Antruejo, palabra muy castiza que significa “entrada”, refiriéndose a la llegada de la Cuaresma.

Retrato de estudio de un hombre con guitarra y disfraz de musulmán, maestro de una comparsa de Carnaval. Albacete,

1930. Fondo Escobar (AHP Toledo)

Retrato de estudio de un hombre disfrazado para el carnaval en 1925. Fondo Escobar. AHP Toledo

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La voz “carnaval” parece una incorpo-ración más reciente. Según Caro Baroja, es un italianismo que comienzan a utilizar autores españoles de los siglos XVI y XVII.

En realidad, es después de los años de austeridad del reinado de Felipe II cuando los carnavales tomaron mayor fuerza en Es-paña. Concretamente, durante los reinados de Felipe III y Felipe IV, en el siglo XVII. Más tarde, Felipe V y su sucesor, Fernando VI, prohibieron las máscaras; pero en el reinado del ilustrado Carlos III el Carnaval tuvo una etapa de esplendor en España, hasta el punto de que llegaron a ponerse muy de moda los bailes de máscaras.

De cómo era el Carnaval en el siglo XIX conservamos valiosas referencias. Una de ellas es la que Pascual Madoz hace en su Diccionario Geográfico, en 1847, refiriéndose particularmente a Madrid, que tenía entonces tres días de máscaras y uno de Entierro de la Sardina, aunque nuestros paisanos de en-tonces no envidiaban el Entierro de Madrid, sino el que a la sazón se celebraba en Murcia, que también tenía una enorme tradición.

Como es sabido, el Carnaval continuó en España hasta bien entrado el siglo XX, pero fue acusando, conforme transcurrían los años, la decadencia. Así, según la opi-nión de Caro Baroja, el Carnaval madrileño comenzó su decadencia irreversible en los años veinte. Parece claro que esta situación era ya, a nivel general, irrecuperable, al menos en su sentido originario, debido al cambio de mentalidad que se había opera-do. Pero escuchemos las palabras del ilustre antropólogo:

El Carnaval ha muerto; ha muerto, y no para resucitar como en otro tiempo resu-citaba anualmente (…) Al Carnaval no lo

mató, sin embargo, ni el auge del espíritu religioso, ni la acción de “las izquierdas”. Ha dado cuenta de él una concepción de la vida que no es ni pagana ni anti-cristiana, sino simplemente secularizada, de un laicismo burocrático, concepción que arranca de hace bastantes décadas (…) Mientras el hombre ha creído que, de una forma u otra, su vida estaba sometida a las fuerzas sobrenaturales o praeternaturales, el Carnaval ha sido posible. Desde el momento que todo se reglamenta, hasta la diversión, siguiendo criterios políticos y concejiles, atendiendo a ideas de “orden social”, “buen gusto”, etcétera, etcétera, el Carnaval no puede ser más que una mezquina diversión de casino pretencioso. Todos sus encantos y turbulencias se acabaron.5

Esto es lo que piensa, y así de claro, el estudioso Caro Baroja sobre el manido tema de la decadencia del Carnaval. También es consciente, sin embargo, de que las múlti-ples prohibiciones que han recaído sobre él, particulamente en las últimas décadas, han influido en la pérdida de su sentido originario; y en una entrevista hecha al calor de las últimas actuaciones para recuperarlo en distintos puntos de España, opinaba que “la única salvación posible del Carnaval es que los artistas hagan un esfuerzo de ima-ginación y añadan a las viejas fiestas algo de atractivo, novedoso y digno”, esto sin despreciar la labor y responsabilidad que en este sentido tienen, según Caro Baroja, los ayuntamientos; suya es “la obligación teórica de intentar buscar la diversión del pueblo, y está bien que los responsables municipales tomen conciencia de que el Carnaval es un elemento cultural”6.

5 Op.cit. Págs. 29-30.6 Entrevista a Caro Baroja en la publicación municipal madrileña Villa de Madrid, 1-3-1984.

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A continuación, sin embargo, Caro Baroja vuelve a plantear sus dudas sobre la capacidad y eficacia de las instituciones públicas a la hora de organizar fiestas, ca-pacidad que el conocido antropólogo gusta de poner en entredicho.

Y terminamos esta breve visión general del Carnaval recordando que el ciclo clásico de su “triunfo, muerte y entierro” se puede observar en este sencillo esquema, que también debemos a Caro Baroja:

Julio Caro Baroja ilustra de este modo tan sencillo el ciclo clásico del Carnaval. Arranca el “Jueves Gordo” (en Albacete conocido como Jueves Lardero, o día de la mona), triunfa durante el fin de semana y alcanza su momento culminante el Martes de Carnaval, para despedirse y morir el Miércoles de Ceniza. Con el paso del tiempo, el límite religioso impuesto por el Miércoles de Ceniza se fue

relajando, hasta convertirse en habitual la prolongación de la fiesta unos días más, hasta el Domingo de Piñata

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7 Bando de Carnaval. Albacete, 24-2-1816. AHP.8 FUSTER RUIZ, Francisco. “Carnaval”, en Crónica de Albacete, nº 10, febrero de 1973.

La primera referencia escrita conocida que tenemos del Carnaval en la ciudad de Albacete se remonta al año 1816.

En un edicto firmado el 24 de febrero de ese año, el Corregidor de la villa de Albacete asegura que la tranquilidad pública…

se ve alterada con graves prejuicios con motivo del desorden que ocasionan las ope-raciones de chasco, jocosidad y burla que se asienta (?) en la festividad del Carnaval.

Por lo cual continúa: Para contener tan perjudiciales abusos, ninguna persona, de cualquier clase y condición que sea, estante o habitante en esta población podrá en modo alguno usar en estos próximos días de Carnesto-lendas de semejantes acciones, tirando en público o privadamente naranjas, aguas, harinas, ceniza ni otra cosa de chasco y burla a las personas y muchachos que transiten por las calles, bajo la multa de diez ducados y quince días de cárcel.

Ni se podían arrojar estos objetos, ni se podía aquel año usar de máscara alguna

bajo pena de prisión: no en balde estaba en el trono Fernando VII, por lo que se prohibía a las personas:

que pública o secretamente usen de máscara con disfraz alguno, a cualquier hora del día o de la noche, para cuya observancia estará el juzgado muy a la mira con el mayor desvelo.7

Esto sucedía en 1816. Durante el trienio liberal, de 1820 a 1823, en el que el rey Fernando VII se mantuvo fuera del poder, el Carnaval resurgió. Según Francisco Fuster8, en aquellos años había un local en Albacete donde se celebraban bailes de máscaras en los días de Carnaval. Era la Casa de Co-medias, que estaba en la calle Mayor. Allí solían ponerse en escena durante el resto del año diversas “representaciones teatrales por aficionados o cómicos de la legua, y de aquí su nombre”. Además de la Casa de las Comedias, según Fuster,

Durante estos cortos años de libertad también se celebraban bailes de Carnaval en los paradores de las fondas y posadas, como pudo haber sido en la del Rosario.

2. EL CARNAVAL EN ALBACETE DURANTE EL SIGLO XIX

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Como era de prever, el regreso de Fernando VII no sería precisamente be-neficioso para el Carnaval. Sin embargo, y siguiendo con el artículo de Fuster al que hacemos referencia, durante la regencia de María Cristina (1833-1840), y al calor de su liberalismo, el Carnaval volvió a resurgir:

Para las funciones teatrales y las Carnes-tolendas, había entonces en Albacete dos locales: un salón del Hospital de Caridad de San Julián y la antigua y ruinosa iglesia del convento de San. Agustín (...) Fuera de estos locales, no existían casinos ni otros salones para organizar fiestas de sociedad.

La siguiente referencia documental que se conserva es un breve bando del alcalde,

del año 1847. En estas fechas, Albacete ya es capital de provincia y ha crecido consi-derablemente. La ciudad pasa de los 2.266 vecinos con que contaba a comienzos del siglo XIX, a los 16.607 habitantes en 1857.

A pesar de esto, los bandos censores del Carnaval no cambian mucho, por lo que hemos de deducir que ciertas costumbres carnavalescas estaban muy arraigadas en la ciudad. Veamos sino el citado bando de 1847:

Con objeto de evitar los abusos introdu-cidos con las costumbres del Carnaval, se prohíbe absolutamente que en los días de hoy y dos siguientes se arrojen a las calles aguas, naranjas, o cualesquiera otra cosa que pueda lastimar a las personas o manchar sus vestidos.

La primera referencia escrita del Carnaval albaceteño se remonta a 1816. Este edicto, firmado por el corregidor de la Villa de Albacete, impone diversas restricciones al uso de máscaras e intenta poner coto a unas costumbres tan arraigadas como poco cívicas.

La autoridad podía imponer multas de hasta diez ducados y quince días de cárcel (AHP Albacete).

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El 14 de febrero de 1847, José María Urrea, alcalde constitucional de Albacete, redacta unas líneas para recordar que no se deben cometer abusos durante los días de Carnaval (AHP Albacete)

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De esta época, de mediados del XIX, se conservan varios bandos y edictos de parecido talante, en los que los alcaldes de turno llamaban a la moderación y prohibían sistemáticamente determinadas acciones, como hemos visto.

A juzgar por estos bandos, había cierta afición al ejercicio de algunas bromas de mal gusto, cuya prohibición se reiteraba año tras año. Estas aficiones prohibidas eran en gran parte de carácter arrojadizo: aguas, naranjas y mixtos; castañas o dulces; basuras; harina y frutos: todo servía para los días de Carnaval. También se prohibía con reiteración el uso de agujas, de pellegillas y de mazas.

La verdad es que no se puede conocer mucho del Carnaval albaceteño a través de los edictos. Por eso, hemos de aguardar a la aparición de las primeras publicaciones periódicas para ampliar nuestros conoci-mientos sobre la cuestión. Resulta eviden-te, en cualquier caso, que había Carnaval en Albacete. Lo había cuando todavía era una pequeña villa, muy probablemente antes del siglo XIX, como lo había en gran parte de España. Pero este trabajo se centra sobre todo en la época más próxima a la nuestra, y por tanto sólo pretende hacer un esbozo del Carnaval albaceteño en el XIX, y señalar las diferencias importantes, que las hay, entre el antruejo novecentista y el que se celebró durante todo el primer tercio del siglo XX.

Estas diferencias radican principalmente en la celebración del Entierro de la Sardina y en la duración del Carnaval, como vere-mos más adelante.

2.1 Las Ordenanzas municipales y el Carnaval

Fue en el año 1860, cuando Albacete contaba ya con más de 17.000 habitantes, cuando se realizó la primera impresión de

las Ordenanzas municipales para la ciudad de Albacete. Posteriormente, se hicieron nuevas ediciones en 1876, en 1896 y en 1904.

Estas Ordenanzas contienen varios artículos que regulan la celebración del Carnaval y le imponen unas limitaciones. Concretamente, en su primera edición hay seis artículos referidos a esta fiesta, los que van del 20 al 25, que ahora reproducimos textualmente, según los recoge el Bando del año 1867.

Art. 20. En los tres días de Car-nabal (sic) se permitirá andar por las calles con disfraz, pero solo hasta el anochecer.

Art. 21. Tanto por las calles como en los bailes, queda prohibido el uso de vestiduras de Ministros del Altar, de las extinguidas órdenes religiosas, de Milicia, de altos funcionarios y cualquier insignia o condecoración del Estado u otra Cor-poración reconocida por las leyes, aunque no egerza Autoridad.

Art. 22. Ninguna persona disfrazada podrá llevar armas ni espuelas, aunque lo requiera el trage que use, estendiéndose, esta prohibición a los no disfrazados que concurran a los bailes, en los cuales, ni los militares podrán entrar con espada, ni los paisanos con bastón, esceptuándose solo la Autoridad que presida.

Art. 23. En el caso de permitirse los disfraces con máscara, corresponde uni-camente a la Autoridad mandar quitar la careta a la persona que no hubiese guardado el decoro debido, cometiendo alguna falta o causando cualquier disgus-to en el público.

Art. 24. Se prohíbe además en dichos días vender carretillas y petardos de mis-tos fulminantes, y el poner mazas a las personas, arrojar naranjas, agua, basuras o dar con guantes.

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Art. 25. La infracción cualquiera de los cinco artículos precedentes, se penará con la multa de cuatro á veinte reales9.

Como se puede apreciar, en estas Or-denanzas se presta especial cuidado a las burlas que se habrían podido hacer a sacer-dotes, militares, políticos y funcionarios. Las autoridades son sagradas y exigen respeto incluso, y sobre todo, durante el Carnaval.

También se reserva a la autoridad la po-sibilidad de obligar a alguien a descubrirse y se sigue haciendo hincapié –como en los bandos de principios del XIX– en la prohi-bición de arrojar objetos y en la continuidad de otras costumbres menos “cultas” que se van quedando desfasadas con el paso de

los años. Es precisamente éste el sentido en el que se orienta la “Comisión para la reforma de las Ordenanzas municipales en Albacete”, que en 1876 sugiere lo siguiente para el artículo 24, referido al Carnaval:

Es necesario aumentar las restricciones que contiene, porque si bien es verdad que se han corregido la mayor parte de los abusos que se venían cometiendo en la corta temporada del Carnaval, sin embargo quedan todavía algunos restos de antiguas costumbres que convienen poco a poco ir desterrando.

Estas costumbres que se quieren elimi-nar se refieren al lanzamiento de determina-dos objetos, que no se llegan a especificar. El caso es que se añade este último párrafo al artículo 24: “o tirar objetos que puedan dañar o ser causa de disgustos”.

Un año antes de que se hicieran estas sugerencias, en 1875, el alcalde de Alba-cete, que era José Madrona Tévar, añadió por su cuenta algunas prescripciones a las ya existentes en las Ordenanzas, con el aparente objetivo de dignificar y a hacer más vistoso el Carnaval. Las nuevas res-tricciones que estuvieron vigentes en 1875 fueron estas:

1º. No se permitirá en los disfraces el uso de esteras, trapos viejos o cualquier otro objeto sucio que ofenda la decencia y el decoro público.

2º. Igualmente se prohíbe el tránsito de carros por la calle Mayor desde las doce de la mañana hasta las siete de la noche, como no vayan vistosamente en-galanados y conduciendo comparsas que por su buen porte no estén comprendidas en las disposiciones de este Bando.3º. Tampoco se permitirá arrastrar cen-cerros, esteras, escobas, latas, ni tirar

9 El alcalde constitucional de esta ciudad hace saber... Bando municipal, Albacete, 2 de marzo de 1867. AHP.

En 1851, el alcalde-corregidor en funciones advierte de que habrá castigos para quien se exceda (AHP Albacete)

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El bando municipal de 1867 reproduce los artículos 20 al 25 de las Ordenanzas municipales, relativos al Carnaval. Prohiben el uso de máscaras a la caída de la noche, o vestir de cura o de militar sin serlo. Ponen especial cuidado en las ofensas al Estado o a sus

altos funcionarios (AHP Albacete)

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castañas, almendras y otros objetos que puedan causar daño alguno.

4º. Las caricaturas o disfraces de signi-ficación política, así como todos los actos o hechos indecorosos y que ofendan la cultura de los habitantes de esta Ciu-dad, serán punibles como los preceptos anteriores10.

Ya a finales del siglo XIX, en 1896, se hacía una nueva edición de las Ordenan-zas municipales. Los artículos referidos al Carnaval pasaban a ser nueve, los com-prendidos entre el 24 y el 32. En ellos no existen diferencias sustanciales con respecto a anteriores Ordenanzas, salvo por lo que concierne a nuevas prohibiciones:

-“Pronunciar discursos empleando pa-labras insultantes o que ofendan la moral” (art. 26)

-“Usar cencerros, campanas, trompetas ni otros instrumentos que molesten al ve-cindario “ (art. 28)

-“Al penetrar en cualquier establecimien-to público o casa particular, todo enmasca-rado deberá quitarse el antifaz” (art. 30); y por último:

-“Se prohíbe a las personas que vayan disfrazadas injuriar ni faltar en modo al-guno a la consideración y respeto debidos a los demás, prevaliéndose del disfraz y a pretexto de dar bromas” (art. 32)

En la evolución de las Ordenanzas se puede apreciar cómo el círculo se va estre-

10 Bando del alcalde José Madrona Tévar, 6 febrero de 1875. AHP.

La Musa, “periódico de literatura, moralidad y recreo”, era una publicación adelantada a su tiempo por su espíritu abierto y tolerante. Aquí recoge, en una doble página, la crónica del Carnaval de 1867, que comenzó con los rigores de “una copiosa nevada y un frío glacial”. El ejemplar se conserva en el Archivo Histórico Provincial de Albacete porque lo cedió el archivero Alberto Mateos

Arcángel, que a su vez lo heredó de su padre

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chando. Cada vez son mayores las limitacio-nes y las trabas que se le van poniendo al desarrollo del Carnaval, que va quedando cada vez más asfixiado por la lógica de unas prohibiciones progresivamente “racionales”.

Una nueva reforma de las Ordenanzas municipales, esta vez de 1904, va a poner punto y final a la reglamentación munici-pal existente sobre el Carnaval albaceteño, dado que seguirán vigentes hasta la des-aparición de la fiesta tras la Guerra Civil.

Son trece los artículos que la nueva nor-ma dedica al capítulo titulado “Carnavales y bailes públicos”, concretamente los com-prendidos entre el 187 y el 199. Y lo cierto es que no incluyen ninguna novedad desta-cable con respecto a lo reglamentado ocho años antes. Tan sólo en lo que se refiere a los bailes públicos en general se advierte que está prohibido “bailar indecorosamente ni de manera que se atropelle (…), insistir en que cedan sus parejas los que bailan”, o “permanecer en estado de embriaguez en los salones” y otras limitaciones por el estilo. Esto es todo lo que dan de sí las Ordenanzas municipales albaceteñas en lo que se refiere al Carnaval.

2.2 El Entierro de la SardinaTenemos constancia de que en la se-

gunda mitad del siglo XIX se celebraba en Albacete el Entierro de la Sardina. Un documento de 1862 del Archivo Histórico Provincial de Albacete11, y el semanario La Musa de 1867 y 186812, así lo atestiguan.

La costumbre de “enterrar la sardina” el Miércoles de Ceniza, es decir, justo el día en que comienza la Cuaresma, es una tradición que viene de muy lejos, y que tenía un gran

arraigo en Madrid. Se simbolizaba con este entierro el inicio del período en que los rigores de la Cuaresma impedían comer carne. Según Madoz13, en un principio...

se acostumbraba a enterrar una canal de puerco á que se daba el nombre de Sar-dina, cuyo uso se ha corrompido con el significado que hoy se da a este pescado.

Pues bien, en el Albacete decimonónico se enterraba la sardina, y esta costumbre debía de estar también muy arraigada en nuestra ciudad; en este entierro, los cristia-nos albaceteños echaban el resto antes de la Cuaresma, a juzgar por la parafernalia que rodeaba al entierro sardinesco; por ejemplo, en 1862 hubo un cortejo fúnebre con una “inmensa cabalgata”, en la que se animaba a “cometer un moderado esceso en el uso de las bebidas” (sic).

El llamamiento a la participación que supone este documento, redactado en clave humorística, no deja de advertir que “todos los acreedores, hasta los más implacables harán la vista gorda durante la presente fes-tividad”; también recomienda a los vecinos que decoren e iluminen ostentosamente las calles por las que transitaría el cortejo, por “la gratitud que todos debemos a la difunta”. Lo que desconocemos es si este llamamiento tuvo el eco que apetecían los que redactaron la nota.

En 1868 volvemos a encontrar cons-tancia documental de que el Entierro de la Sardina se seguía celebrando en Albacete, gracias a los ejemplares que se conservan del semanario La Musa. Sabemos, por ejemplo, que en aquellos años el Carnaval albaceteño duraba tan sólo tres días, el

11 “ILUSTRES HABITANTES DE LA VILLA DE ALBACETE”. Hoja suelta fechada el 3 de marzo de 1862.12 La Musa, 9-3-1867, págs 14-15; y 8-3-1868, págs. 341-342.13 P. MADOZ. Diccionario Geográfico. Madrid, 1847. Voz “Madrid”, pág. 1075.

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último de los cuales era el Miércoles de Ceniza, que constituía la culminación de la fiesta y del jolgorio.

Existía una “Junta organizadora del En-tierro de la Sardina”, que se encargaba de organizar bailes de máscaras con la finalidad de recaudar fondos para la mascarada del entierro, que era realmente notable. La co-mitiva estaba formada por una larga lista de carros y comparsas. Se ponía en marcha al atardecer, a eso de las cinco y media, y los carros que participaban se concentraban en los terrenos que iban “desde el matadero de la Plaza de Toros hasta la Tenería”.

A pie y a caballo, con carros o sin ellos, en la comitiva de despedida a la Sardina había representación de todos los gremios de la ciudad, a saber:

1º. Gremio de Batidores; 2º. Gremio de Carniceros; 3º. Gremio de Panaderos; 4º. Gremio de Herreros; 5º. Gremio de Car-pinteros; 6º. Gremio de Sastres; 7º. Círculo Taurino; 8º. Comercio; 9º. La muy ilustre Sardina, tras cuyo carro iba, propiamente, el duelo de llorones. Cerraban la comitiva el carro de la Sociedad Taurina, la Banda municipal de música y guardias civiles a caballo.

En el semanario La Musa figura también una prolija descripción de la composición y galas de cada uno de los gremios parti-cipantes en la comitiva. Por este periódico sabemos también que a la fiesta asistían incluso “moradores de los pueblos inme-diatos”, y que los jolgorios se cerraban con vistosos fuegos artificiales, a los que ese año

Este ejemplar de La Musa (8-3-1869) se conserva en mal estado, pero contiene una completa descripción del Entierro de la Sardina en Albacete. Gracias a este texto, sabemos que en la segunda mitad del siglo XIX el desfile del entierro se organizaba por gremios

profesionales (AHP Albacete).

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de 1868 asistió “un gentío extraordinario”. Así resume La Musa la mascarada del entie-rro: “una mascarada que deslizándose entre las sombras de la noche por las tortuosas calles de Albacete tenía algo de fantástico y de extraordinario”.

Desgraciadamente, es la última, aunque importantísima, constancia documental del Entierro de la Sardina en Albacete. Como sabemos que en los carnavales albaceteños del siglo XX ya no se celebraba el entierro –al contrario, por ejemplo, de lo que suce-día en Madrid– hemos de deducir que en algún momento del último cuarto de siglo esta bonita tradición festiva se perdió para siempre en Albacete. Es posible que el En-tierro de la Sardina no llegara ya a levantar cabeza en nuestra ciudad tras alguna de las prohibiciones que, intermitentemente, imponían los gobernantes españoles contra la celebración del Carnaval.

Por las referencias que tenemos de esta época de la historia del Carnaval albace-teño, podemos afirmar que en estos años que coinciden con el final del reinado de Isabel II, y con la agitación de los años posteriores, el Carnaval atravesó una etapa de auge, cuya mejor muestra es la vistosidad y participación popular con la que contaba el Entierro de la Sardina que acabamos de reseñar.

Es precisamente en estos años cuando se configura el Carnaval tal y como iba a ser conocido ya durante el siglo XX. Por una parte, al hacerse más populares los bailes de Piñata, sobre todo en algunas socieda-des de recreo albaceteñas, el Carnaval se va a ver ampliado de los tres días oficiales que culminaban el Miércoles de Ceniza, a cinco días, pues se van a festejar también sin restricciones cuaresmales el domingo de Piñata y el sábado que le precede. Y por otra parte, se van a conformar con más nitidez los dos modelos de Carnaval, el

callejero y el selecto –de casino– que van a ser habituales en el primer tercio del siglo XX, con alguna excepción.

2.3 El Carnaval de 1868Tomemos como modelo del Carnaval

decimonónico en Albacete el del año 1868, que es un año del que se conserva bastante información gracias al semanario La Musa.

Esta publicación albaceteña, que había hecho su aparición en 1866, llevaba por subtítulo “periódico de literatura, morali-dad y recreo”, y gracias a sus crónicas nos podemos hacer una idea bastante exacta de cómo se celebraba el Carnaval en nuestra ciudad, por aquellas fechas.

Tres eran en teoría los días que duraba el Carnaval, propiamente dicho: Domingo de Carnaval, Lunes y Martes de Carnaval. Durante estos tres días la calle Mayor era el centro de la diversión callejera, y no sólo por las máscaras que circulaban por ella “desde las tres en adelante hasta el anochecer”, sino también por los que participaban de la broma desde los balcones, que solían ser los responsables de los objetos que se arro-jaban, siempre a pesar de las prohibiciones existentes; se solían arrojar aguas, o frutos, o incluso cosas más desagradables, como nos recuerdan los bandos que pretendían poner coto a estas diversiones.

Por la calle Mayor, circulaban comparsas y estudiantinas cuidadosamente disfraza-das. Los “mascarones” hacían “la delicia de los curiosos con sus bufonadas o graciosas bromas”, según la referencia del cronista de La Musa, quien por cierto firmaba como “Clarín”. Aquel año también salió una com-parsa que destacó sobre las demás, según el semanario:

Consistía en ocho jóvenes cuatro de ellos disfrazados de muger (sic) carac-terizando admirablemente a nuestras abuelas de principios de este siglo con

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sus vestidos estrechos, talle en el sobaco, mantillas blancas y sendas peinetas de concha (…) Sus parejas con el calzón corto, medias de seda, frac colin, etc, etc y unos monstruosos sombreros blancos erizados, completaban los trages de esos jóvenes que de cuando en cuando bailaban lanceros de cómica gravedad, escitando la hilaridad y complacencia de los curiosos que les asediaban para no perder el menor detalle de la bien vestida cuadrilla14.

También por la calle Mayor solían circu-lar en esos días carros vistosamente adorna-dos, “con lienzo, banderolas y cintas”, tras los cuales circulaba una comparsa, un grupo de personas vestidas del mismo modo.

Hemos hablado hasta ahora de las costumbres diurnas, en las que “gentes de todas las condiciones y edades”, incluidas “las más bellas jóvenes que encierra Alba-cete”, invadían la calle Mayor. Pues bien, por la noche, durante los tres días de Carnaval, se celebraban bailes en los casinos de la ciudad, que a la sazón eran el Primitivo, el Artístico y el Artístico-Industrial. En estos bailes de máscaras, que solían durar toda la noche, hasta altas horas de la madrugada, sonaban sobre todo polkas, valses, virginias e imperiales, bailes todos ellos muy de moda por entonces.

Por lo general, a estos casinos sólo podían asistir los socios, precepto que se mantenía durante los bailes de Carnaval. Lo más selecto de la sociedad albaceteña acudía al Primitivo –y esta es una constante que se mantiene a lo largo de los años: el Primitivo es el Casino de élite por excelen-cia–. El resto de la población se repartía entre los otros dos casinos, y también en

los salones del cuartel de San Francisco, que era donde la “Junta del Entierro de la Sardina” organizó aquel año los bailes “a beneficio de la Sardina”, en los que se re-caudaban fondos para organizar el entierro el Miércoles de Ceniza.

Ni que decir tiene (aunque sea un tópico gacetillero) que en estos bailes predomina-ba una gran animación y que sobre todo los jóvenes aprovechaban para entablar nuevas amistades.

Después de estos tres días de Carnaval “oficial”, el miércoles se acudía al Entierro de la Sardina, cuyo contenido ya hemos explicado; aunque hemos de matizar que en este año revolucionario hubo de ser aplazado el Entierro a causa de una gran tormenta que cayó aquel 26 de febrero, Miércoles de Ceniza, temporal que motivó:

la graciosa oferta de las autoridades competentes de que se verificará (e1 Entierro) otro día menos cruel, para aprovechar tantos gastos hechos y tanto trabajo empleado en el desarrollo de la mascarada, que aunque no cual la de Murcia, se procura al menos sea lo más notable posible15.

Siguiendo el esquema de las Carnesto-lendas de Albacete, lo cierto es que ya en-tonces culminaban con la celebración de los bailes de Piñata, en los salones más arriba citados, el sábado y el domingo, primero de Cuaresma. En los bailes de Piñata, que suponían la despedida del Carnaval por ese año, se rifaban piñatas, que eran una especie de globos que contenían dinero y regalos.

Por ejemplo, en el Artístico se rifaron aquel año dos piñatas que contenían 300 reales la primera y 200 la segunda. En el Casino Industrial, por su parte, la piñata

14 La Musa, 29-2-186815 La Musa, 29-2-1868

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contenía “dos cubiertos de plata, y un cajón de cigarros habanos”. Y finalmente, la piñata que se rifó en el baile preparado por la “Junta del Entierro” contenía “dos pañuelos de seda y seis raciones de jamón, huevos y pan”.

La escasa información que se conserva de los años precedentes y posteriores a 1868 sobre el Carnaval de Albacete impide hacerse una idea global de la época, aunque sí es posible formarse una idea bastante certera de lo que era y significaba la fiesta para Albacete en aquellos años, a partir de los detalles que nos proporciona el conoci-miento del año 1868. Algunos datos com-plementarios pueden ayudar a completar el rompecabezas. El año siguiente, 1869, el Carnaval estuvo mucho menos animado, a juzgar por este suelto de La Musa:

El Carnaval no ha tenido la animación que otros años en Albacete; el segundo y tercer día sin embargo se jaraneó algo y salieron bastantes máscaras, pero ningún capricho que merezca mención, ninguna mascarada notable. El tiempo inmejora-ble. Tampoco ha habido entierro de la Sardina, y solo una parodia en pequeño hemos visto. A ver si otro año estamos de mejor humor.16

En otro lugar del semanario, pero re-firiéndose al mismo tema, se asegura que “la pícara política que todo lo absorbe nos tememos que ha influido en semejante re-sultado”. Una frase reveladora, que puede ayudarnos a comprender el hecho de que, en nuestra ciudad, se dejara languidecer hasta morir una fiesta como el Entierro de la Sardina.

Gracias a un bando municipal, tenemos noticia de que en la época de la Restaura-ción las máscaras recorrían, además de la

calle Mayor, las de Zapateros, San Agustín, Concepción, San Julián, Rosario, Gaona y Carretas. El alcalde de la ciudad, José Madrona, aconsejaba a los vecinos de 1876 regar las calles a la una del mediodía para evitar el polvo que producían.

Al año siguiente, en 1877, el mismo alcalde trata de introducir en el Carnaval otra modificación que no tendría conti-nuidad: su traslado al Paseo de la Cuba durante el Lunes y el Martes de Carnaval. En un bando firmado el 11 de febrero de ese año, José Madrona justifica la medida en base a una solicitud de “gran número de vecinos, para que el Carnaval se celebre en el paseo público, como sucede en la mayor parte de las capitales”. Asimismo,

16 La Musa, 14-2-1869

En 1880 siguen vigentes los artículos de las ordenanzas rela-tivos al Carnaval, y así lo recuerda el alcalde Buenaventura

Conangla en este bando (AHP Albacete)

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anunciaba en este bando que “la músi-ca municipal” estaría presente en dicho paseo “desde las tres de la tarde hasta la puesta del sol”. En 1877, en la ciudad de Albacete y sus pedanías vivían unos 19.000 habitantes.

Pocos datos novedosos podemos aportar a lo ya dicho sobre las Carnestolendas del siglo XIX en Albacete. Si acaso, que los bailes de Piñata llegaron a calar mucho en los albaceteños, gustosos de reservarse las ganas de divertirse para esos últimos días de despedida del Carnaval. A partir de este momento, para nada se menciona ya el En-tierro de la Sardina, que con tanta brillantez había llegado a celebrarse años atrás.

2.4 La agonía del Carnaval, tópico gacetillero

Es curioso constatar cómo desde las primeras manifestaciones de la prensa local,

existían dos tipos de actitudes claramente diferenciadas, cuyos argumentos eran uti-lizados, año tras año, bien para ensalzar las costumbres carnavalescas y apoyarlas, o bien para recordar la irreversible deca-dencia de estas fiestas paganas. Estas dos actitudes de signo contrario se superponen a lo largo de los años; para dar una idea de la línea argumental que seguían, vamos a ofrecer dos botones de muestra. En la hoja literaria de La Unión Democrática de Albacete se indica lo siguiente:

Hace ya bastantes años que la mayor parte de los revisteros dan comienzo a la crónica de esta época del año diciendo que el carnaval agoniza (…) En nuestra capital, no ha podido ser más insulso. Ni una mascarada, ni una máscara digna de llamar la atención (…) Los bailes públi-cos no pueden estar más desanimados. Los que celebra la sociedad del Casino

Sabemos que estos dos enmascarados fueron los ganadores del primer premio del Carnaval en Albacete, pero desconocemos en qué año. La foto es de Luis Escobar (Fondo IEA)

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Primitivo no son ni la sombra de lo que eran en años anteriores.17

Sin embargo, en el año siguiente, el De-fensor de Albacete, un periódico que acababa de aparecer, hace una alabanza que indica todo lo contrario. “El Carnaval no decae porque es una diversión popular. Todos los años se dice lo mismo de estas fiestas”. Y continúa más adelante el cronista:

Que no diga nadie que el Carnaval es cada día más aburrido (…) por este año nos hemos divertido sin lamentar borracheras, ni muertes, ni desgracias. Un Carnaval pacífico, sensato en sus locuras, prudente en sus alegrías, comedido en sus entusiasmos, ordenado en sus delirios.El Carnaval de un pueblo culto, el buen humor que no riñe ni contrasta con el ambiente civilizador de nuestro tiempo.18

Estas dos actitudes, en ocasiones conte-nidas, en ocasiones virulentas, bien a favor o bien en contra de la continuidad del Carnaval, fueron una constante en la pren-sa local decimonónica y durante el primer tercio del siglo XX en Albacete.

Como lo fue también el esquema festivo, de Domingo de Carnaval a Domingo de Piñata, sin Entierro, que se mantuvo hasta la desaparición del Carnaval. En este esquema cobran cada vez más importancia los casinos y sociedades de recreo, en donde los bailes de máscaras solían revestir –salvo raras excepciones- una gran brillantez, incluso cuando el carnaval callejero decaía un tanto.

En el Defensor de Albacete hay una descrip-ción de uno de estos bailes de máscaras de salón que no tiene desperdicio. Es la reseña

de un baile del Casino Primitivo, que comien-za refiriéndose al marco, brillante y alegre:

Poco después de la hora señalada, co-menzaron a llenar la escalera del Casino las más hermosas muchachas de Albacete que allí en el tocador daban el último toquecito a sus toilettes (…) y los mu-chachos; a los primeros acordes de la orquesta se lanzaron al salón en busca de pareja y a la caza de emociones. Poco a poco, se hizo irrespirable la atmósfera; a la fatiga del baile se unió la excitación ardorosa de los sentidos (…) jóvenes y viejos confundidos en el centro de la sala; solteros y casados en apiñada unión.19

Tal vez un poco literaria, pero la des-cripción puede servir. A continuación, el cronista comenta que llegaba el descanso, y se cenaba, pasando a otras salas:

17 La Unión Democrática de Albacete, 13-3-1886.18 Defensor de Albacete, 7-3-1887.19 Defensor de Albacete, 7-3-1897

Modas de Carnaval. Un “clown” para niño, y un traje Luis XV para preparárselo en casa. Defensor de Albacete, 21-2-

1897 (AHP Albacete)

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La gala del piano, la del tresillo, el octó-gono, se vieron materialmente llenos (…) los camareros con bandejas y botellas, el rumor de mil conversaciones distintas, el descorchar ruidoso del champagne…20

Y del descanso, de nuevo al baile, que transcurría por semejantes cauces hasta que sonaba el galop que preludiaba el final. El cronista pasa entonces a enumerar los nom-bres de las mujeres asistentes, se supone que las de mejores familias, con encendidos elogios y con especial detenimiento en sus vestidos o disfraces. No hay que olvidar que muchas de estas crónicas no eran, a menudo, más que una excusa, un espejo en el que se miraba la buena sociedad albace-

teña. De esto también tendremos ocasión de ver ejemplos más adelante.

Una muestra del programa, que incluía un baile de máscaras en el Primitivo en 1898, es esta:

1ª parte: Wals, Rigodón, Mazurca, Wals, Rigodón, Wals.

2º parte: Rigodón, Wals, Polka, Wals, Rigodón y Galop.

El despuntar del siglo XX va a sorpren-der a los amigos del Carnaval de Albacete enzarzados en una polémica aparente-mente fútil sobre la venta de serpentinas y confetis, que de pronto despertaban furor entre los aficionados a la fiesta. Para entonces Albacete contaba ya con más de 20.500 habitantes.

Modas de Carnaval. Ideas para los que pensaran asistir a un baile de Carnaval. Defensor de Albacete, 25-2-1897(AHP Albacete).

20 Idem.

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3. EL CARNAVAL DE ALBACETEEN EL SIGLO XX

El 12 de febrero de 1900, el Diario de Albacete insertaba este anuncio:Para Carnaval, 5.000 serpentinas y 2.000 kilos confetti (sic) se acaban de recibir en la imprenta de este periódico. 34, MAYOR, 34.

No era extraño: el confeti y las serpen-tinas causaron furor en Albacete, hasta el punto de que la autoridad gubernativa tuvo que intervenir en varias ocasiones a lo largo del primer cuarto de siglo para re-gular su distribución y venta; incluso llegó a concederse el monopolio de su venta a determinadas personas en aquellos años. Y es que estos pequeños papelitos inofen-sivos venían a servir de digno elemento sustitutorio de esos objetos y alimentos arrojadizos que tanto habían proliferado en Albacete durante el siglo XIX, costumbre que los bandos municipales habían tratado insistentemente de hacer desaparecer sin conseguirlo.

Pocas cosas han cambiado, al margen de esto, en la celebración del Carnaval albace-teño al compararlo con los últimos años del siglo XIX. Siguen celebrándose en la calle

Mayor como eje principal, y es aquí donde se libran ahora las nuevas batallas:

Desde la calle a los balcones, donde se veían caras encantadoras, y viceversa, se libraron verdaderas batallas de serpenti-nas. El confetti abundó también mucho, y en resumen, la animación y el bullicio fueron grandísimos.21

Al parecer, en 1900 y en los años siguien-tes los carnavales estuvieron animados en número de personas en la calle y en bailes, pero no así en la cantidad de máscaras (se disfrazaban menos personas). Al calor de la fiesta, desfilaba por las calles la Banda Municipal, que animaba el ambiente de las carnestolendas en las tardes que precedían a la Cuaresma.

El sentimiento de decadencia es, sin embargo, el que predomina en estos años en torno al Carnaval, al menos a juzgar por los escasos y negativos ecos que de él se hace la prensa. Por ejemplo, el Defensor de Albacete cuenta que en el domingo de Pi-ñata de 1901, la gente “echóse a la calle al amparo del disfraz”, que había en aceras y balcones “centenares de mujeres hermosas”

21 Diario de Albacete, febrero de 1900.

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y que abundaron los “combates de papel”. Luego se hace alusión a ciertos incidentes poco claros:

Fue lo mejor del epílogo. Como en gran parada el ejército de poderosa nación, así el ejército de borrachos y camorris-tas formó de gala en la tarde de ayer ¡A perro chico estuvieron los gamberros y el alcohol!22

Y veamos esta otra reseña referida al carnaval callejero, unos años después:

Más animación, el mismo escaso gusto del día anterior en la elección de disfraces, muchas apreturas y porrazos... nada, en fin, digno de llamar la atención. La fiesta de las carnestolendas degenera y así lo atestiguan máscaras y comparsas.23

Hay elementos en estas gacetillas, sin embargo, que nos hacen desconfiar de la objetividad de los cronistas, en lo que concierne al verdadero arraigo popular que tenía el Carnaval en Albacete. Esta desconfianza nace de la constatación del clasismo que desprenden algunas crónicas. Así, se habla de falta de arte en el carnaval callejero, de falta de estética, de decadencia, de grosería, de carencia de imaginación, de borracheras y de bromas soeces, que por sis-tema se contraponen a los “deslumbrantes ricos disfraces de las mujeres” que se podían ver en el “magníficamente alumbrado” gran salón del Primitivo. A la “confusión, caren-cia de arte” y “descolorida” celebración de “nuestras fiestas humildes” se contraponen

22 Defensor de Albacete, domingo de Piñata de 1901.23 Diario Albacetense, 8-2-1910.

Carroza fotografiada por Luis Escobar. El pelo de las damas está completamente cubierto de confeti, un invento más inocuo y menos sucio que otros elementos arrojadizos comunes a lo largo del siglo XIX (Archivo IEA, sin fechar)

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las mujeres del “aristocrático Primitivo”, que son “flor, compendio y símbolo de belleza y buen gusto que cada tarde dan más es-plendor al asalto”.

Desde luego, había también grandes detractores del Carnaval. El 25 de febrero de 1909, en el Defensor de Albacete, se queja un tal José María Medina de que esta fies-ta pagana en decadencia esté ultrajando el Miércoles de Ceniza y el Domingo de Piñata; equipara Carnaval a barbarie y concluye que el Carnaval es incompatible con el progreso. Actitudes extremas como ésta son una excepción; abundan más las que hemos reseñado más arriba.

En todo caso, como es obvio, la prensa periódica es el principal documento por el que se puede estudiar el Carnaval y con ella continuamos. Decíamos que en la primera década del siglo, el Carnaval albaceteño atravesaba una etapa de languidez, y que tendía a refugiarse en esos casinos y socie-dades que iban proliferando al abrigo del progreso comercial de la ciudad y de sus primeros amagos industrializadores. Hacia 1910, cuando Albacete tiene ya casi 25.000 habitantes, además de los ya tradicionales Casino Primitivo y Casino Artístico, or-ganizan sus propios bailes de Carnaval el Ateneo Albacetense, que había iniciado la segunda etapa de su vida en 1907, y la Liga de Dependientes de Comercio y Banca.

La animación de estos bailes y la par-ticipación que tenían era grande. De este año (1910) tenemos referencias concretas de la “alegría” de los bailes y asaltos24 del Primitivo , donde se daba cita “lo más selecto de nuestra aristocracia” para lucir,

ellas, “sus trajes ricos de gusto e irrepro-chable confección”, y ellos “la severa levita, el etiquetesco frac, el correcto esmokin”; el baile-concurso que la Liga de Dependientes ofreció, con premios a:

-la mejor pareja-el disfraz más original-el mejor mantón de manila, y -el mejor peinado.Son todos ellos datos del Diario Albace-

tense, en la segunda semana de febrero de 1910. Por cierto que el del día 9 contiene un dato significativo. Comentando el carnaval

Reseña del Miércoles de Ceniza en el Diario Albacetense (9-2-1910), que recoge con tristeza el último día de Carnaval.

(AHP Albacete)

24 Aunque el diccionario de la Real Academia asegura en su cuarta acepción que, en sentido figurado, un “asalto” es un “baile o diversión que organizan en una casa particular conocida varios amigos, sin avisar previamente al dueño”, en Albacete se llamaba así a los bailes vespertinos que celebraban casinos y sociedades, generalmente con entrada restringida a los socios. Los asaltos no eran exclusivos del carnaval, y en esta época del año se complementaban con los bailes de máscaras que se celebraban por la noche.

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callejero, se dice que había, pululando por la calle Mayor, “una multitud de chiquillos que arrolla cuando quiere disputarse las mone-das que le arrojan, cosa que debe impedirse por las autoridades”. Una alusión directa a la miseria, algo que no solía permitirse la prensa albaceteña de la época.

3.1 Los altibajos del antruejoEn la década que va de 1910 al 1920,

el Carnaval albaceteño se reafirmó y co-noció momentos brillantes. Vivió su etapa de máximo esplendor en los años 1924 y siguientes, para caer de nuevo en una ya irreversible decadencia que arrastrará hasta su total prohibición durante la dictadura franquista.

Hacia 1912, el comercio albaceteño tenía licencia para cerrar sus puertas durante tres tardes, de lunes de Carnaval a Miércoles

de Ceniza. En el instituto y en las escuelas de Primera Enseñanza había “vacaciones de Carnaval”.

De los bailes nocturnos, había consegui-do un enorme prestigio el baile de Piñata que organizaba la Liga de Dependientes en el Teatro Circo justo la víspera, el sábado por la noche. En él se aguardaba siempre con gran expectación el fallo de esos pre-mios (al disfraz, a la mejor pareja, etc.) que se concedían. Sin duda, había necesidad de diversión y de olvido. “La masa pueblerina se apresta el bullicio olvidando penas y despreciando las hambres que de continuo sufre”, rezaba el Diario de Albacete el 21 de febrero de 1912.

En 1913 se produjo otro intento de sacar el Carnaval de la calle Mayor, para que se celebrara en el actual paseo de la Libertad, entonces paseo de Alfonso XII. Pero el carnaval callejero estaba tan asentado en torno a la calle Mayor –donde las bromas y la participación de “un mujerío imponente” desde los balcones era la nota habitual– que el acuerdo municipal cayó en el más abso-luto vacío. En el Defensor de Albacete se lee que la gente “sonriéndose del acuerdo del Ayuntamiento adoptado el año pasado (…) invadió la calle Mayor”25. Era sobre todo la gente joven la que disfrutaba de esos lances carnavalescos de la calle.

A nivel oficial, sin embargo, poco se organizaba. El papel del Ayuntamiento se limitaba a seguir recordando las prohibicio-nes vigentes que reflejaban las ordenanzas, y a sacar la Banda Municipal para que inter-pretara temas festivos recorriendo las calles céntricas de la ciudad. En este sentido, se queja el Defensor de que si “Corporaciones y centros” no organizan actos ni dan otros atractivos “el carnaval albaceteño en las calles carecerá en absoluto de alicientes, y

Batalla de flores, a principios del siglo XX. Foto: Julián Colla-do (Web de la Diputación de Albacete)

25 Defensor de Albacete, 24-2-1914

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si no muere, languidecerá de modo lamen-table”26. O también, en 1916:

Nuestro Carnaval, mientras la iniciativa oficial o la particular sigan en el estado actual de indiferencia, no pasará de ser una mamarrachada intolerable, pero tolerada por la fuerza de la costumbre27.

A pesar de estas objeciones, lo cierto es que también se solían celebrar, coincidien-do con la semana de carnavales, funciones teatrales en el Teatro Circo, y actuaciones de artistas o grupos itinerantes en otros salones de la capital.

Por otra parte, la tendencia a ocupar festivamente toda la semana, de Domingo de Carnaval a Piñata, sin respetar ya el reco-gimiento cuaresmal que, en sentido estricto, había de comenzar el Miércoles de Ceniza, se acrecienta en estas fechas. Por ejemplo, el Carnaval albaceteño de 1914 no tuvo día de reposo en toda la semana:

Antes no se permitía la circulación de máscaras en este día (miércoles de Ce-niza), pero ahora la fiebre de diversión lo ha invadido, y (…) es un día más de jolgorio y algazara28.

Y el jueves y el viernes hubo fiestas organizadas por el Ateneo y la Liga de De-pendientes, en el Teatro Circo; y el sábado, la sociedad La Grillera y el Primitivo cele-braron la Piñata. Y el Domingo de Piñata, repitió La Grillera y celebró el Artístico su baile de despedida del Carnaval. Esta promiscuidad festiva hubiera sido insólita unos años atrás.

Lo usual, sin embargo, para una socie-dad que estuviera en buen momento, era celebrar cinco bailes, repartidos entre los

cinco días grandes del Carnaval. Un anun-cio del Ateneo de Albacete, sin fechar, los distribuye así:

-Domingo (de carnaval): baile a las 10:30 de la noche.

-Lunes: Asalto a las 6 de la tarde.-Martes de Carnaval: Baile a las 10:30.-Miércoles (de Ceniza): Asalto a las 6.-Domingo (de Piñata): Baile a las 10:30.En la calle, mientras tanto, siempre hay

alguna estudiantina de músicos, o alguna rondalla festiva, o alguna murga incansa-ble, que llama la atención sobre el resto, congregando a su alrededor gran número de curiosos.

Parece que, lentamente, fue cuajando por fin ese intento municipal de trasladar el Carnaval al paseo de Alfonso XII, y así

Caballero con un niño vestido de Carnaval. Albacete.Foto: Julián Collado (Archivo IEA).

26 Idem.27 Defensor de Albacete, 13-3-1916.28 Defensor de Albacete, 25-2-1914.

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El 13 (25-2-1917) Una reseña del Carnaval de 1917 (AHP Albacete)

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nos encontramos con que en 1919, cuando Albacete sobrepasaba ya los 30.000 habi-tantes, era habitual encontrar en los días de Carnaval máscaras abundantes, bromas y ambiente festivo, en el paseo de Alfonso XII por las mañanas, y en el nuevo parque de Canalejas por las tardes.

La crisis social y económica que sufre toda España en esta época, finalizada la Primera Guerra Mundial, va a dejarse sen-tir también en las ganas de fiesta de los albaceteños, que disminuyen proporcional-mente a “lo difícil que se pone la vida”, y al espectacular aumento de los precios en los artículos de primera necesidad. Y aunque el Carnaval no deja de celebrarse ninguno de estos años, los entusiasmos que produce no son precisamente grandes. Esta situación va a continuar hasta 1924.

Para colmo, en 1921 el gobierno Dato prohibió las máscaras por una Real Orden del 13 de enero, en vista de la agitación social por la que atravesaba España. En Albacete, la medida no fue bien recibida. El Gobernador civil distribuyó una circular que ordenaba lo siguiente:

Prevengo a los Señores Alcaldes de este provincia que durante los días que por costumbre duren las fiestas del próximo Carnaval en sus respectivas localidades, queda en absoluto prohibida la circu-lación de máscaras con careta en la vía pública, a no ser que estos festejos se celebren en locales cerrados y en Paseos y parajes susceptibles de ser acotados, como el paseo de Alfonso XII o el Parque, donde únicamente se consentirá el uso del disfraz a las mujeres, pero nunca a los hombres.29

Aun sin ser excesivamente dura, esta restricción y otras dificultades que impuso aquel año el Gobernador -como por ejem-plo la matrícula especial para los coches que quisieran circular engalanados por el Parque- levantó las iras de un sector im-portante de la población, como refleja, por ejemplo, este texto:

El Gobierno del señor Dato, empeñado en amargar la vida a los ciudadanos por cuantos medios tiene a su alcance, ha dado un golpe de muerte a las fiestas dedicadas a Momo, y por otra parte nuestro Ayuntamiento tampoco ha hecho nada este año para darles un simpático aspecto de arte y cultura, que a muy poca costa se hubiese logrado30.

Esta última alusión al Ayuntamien-to venía a cuento de la propuesta que un concejal, el señor Panadero, había hecho al pleno para que los carnavales se organizaran mejor, iniciativa que, en tal mal momento, fue acogida con indiferencia.

En años sucesivos, las llamadas al Ayuntamiento para que tomara una actitud más activa en la organización de la fiesta fueron en aumento. El Defensor de Albacete mantenía una postura beligerante contra los representantes municipales, a los que en 1922 recriminaba:

Si el Ayuntamiento, de acuerdo con otros centros y sociedades, instalara tribunas en el Parque y se concediesen algunos premios a estudiantinas, comparsas y máscaras, podría hacerse una fiesta de arte y cultura de lo que hoy es una mamarrachada indigna de una capital

29 Circular firmada por el Gobernador Miguel de Mérida, Albacete 18 enero 1921.30 Defensor de Albacete, 9-2-1921

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tan progresiva en otros órdenes como Albacete.Pero váyanle ustedes con estas finuras al alcalde, que seguimos padeciendo en esta desventurada ciudad, el cual, como ya han pasado las elecciones, ni siquiera se ha preocupado estos días de que se rieguen la calle de Tesifonte, el paseo de Alfonso XII y los del Parque, donde ayer se mascaba el polvo31.

Estas sugerencias no son ninguna salida de tono, porque en estos años los premios establecidos por los ayuntamientos de otras ciudades, como el de Madrid, y la instalación de tribunas para ver desfilar las carrozas engalanadas del Carnaval, eran algo habitual. De hecho, la corpo-ración municipal albaceteña de 1924 no fue indiferente a una propuesta de muy semejante cariz.

3.2 1924: la recuperación “artística” del viejo carnaval

1924 es el año clave de la historia del carnaval albaceteño en el siglo XX. En enero, un grupo de ateneístas disidentes, encabezados por Tomás Serna González, habían fundado el Círculo de Bellas Ar-tes. La puesta en marcha de este Círculo supuso para la vida cultural de Albacete un importante revulsivo. Se impartieron clases de piano y solfeo, de dibujo y pintura, se dieron conciertos, y se organizaron debates y conferencias... Pues bien, una de estas conferencias fue la que pronunció el pe-riodista y miembro del Círculo, Fernando

Franco Martínez, sobre “El Carnaval y su celebración en Albacete”. Fernando Franco formaba parte de la sección literaria del Círculo, llamada El Parnasillo. Su ponencia sobre el Carnaval, leída el 16 de febrero, despertó tal entusiasmo que de inmediato se formó una comisión que propuso al Ayunta-miento de la ciudad y al resto de sociedades la organización de un “carnaval artístico”.

El texto de esta conferencia se ha per-dido y su contenido tan solo lo podemos conocer a través de las muy escuetas refe-rencias de la prensa, que hacen alusión a las “inspiradas cuartillas” del señor Franco, quien “rompe una lanza a favor de las de-cadentes fiestas carnavalescas”, y se muestra partidario asimismo “de que resurjan con el esplendor y el arte que las llenan de belleza y atracción”. La referencia del Defensor de Albacete añade:

Con gran acierto recoge cuantos ar-gumentos puedan alegarse en pro del Carnaval, invocando para robustecer su aserto valores sentimentales muy dignos de ser tenidos en cuenta. Y compaginan-do estos aspectos con miras prácticas, se-ñala lo que podría hacerse por las fiestas del Carnaval en Albacete32.

Hubo a continuación una discusión, o un debate, tras el que el presidente de El Parnasillo, Tomás Serna, decidió que se formara la citada comisión. La sugerencia del Círculo de Bellas Artes fue muy bien acogida por el Ayuntamiento, a la sazón regido por Manuel Alcázar González-Zamorano33.

* Páginas 40 y 41: La Paz, 2-3-1924 recoge el pormenorizado programa del “Carnaval artístico” de 1924. (AHP Albacete).31 Defensor de Albacete, 28-2-192232 Defensor de Albacete, 9-2-1921.33 Por cierto que muy poco tiempo después, el Ayuntamiento en pleno fue sustituido por el Gobernador, que a mediados de marzo nombró alcalde al procurador Miguel Panadero. Mandaba en España Primo de Rivera.

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El día 25 de febrero el Ayuntamiento aprobó el programa de las nuevas fiestas de Carnaval. Este programa oficial hacía referencia a cuatro días, de Domingo de Carnaval a Miércoles de Ceniza, en los que habría “Grandes fiestas”.

En síntesis, el programa diario se estruc-turaba en tres partes. El desfile de carrozas que presentaban las distintas sociedades y organismos de Albacete iba en primer lugar, a partir de las tres y media de la tarde, tras el disparo de un cohete anunciador. Con-cretamente, ese año participó una carroza del Ayuntamiento con la Reina de la Feria y sus damas de Honor, otra del Círculo de Bellas Artes y otra del Ateneo, además de

coches, motos y bicis engalanadas, y gente a pie, como “guerreros, máscaras, comparsas, estudiantinas, etc.”

Otro cohete, en segundo lugar, daba paso a la batalla de serpentinas y confetis. Entonces se daba rienda suelta a la broma y la diversión, que aunque se extendía por las principales calles de la ciudad, se cen-traba especialmente en el Parque, que era el recinto previsto por las autoridades para la celebración del Carnaval.

Y por último, un tercer cohete anunciaba el final de la diversión callejera y abría el paréntesis de reposo, hasta que se celebraban los bailes nocturnos que privadamente hubie-ran organizado las sociedades de la ciudad.

Carruaje presentado por el señor Pallás, delineante de Obras Públicas, en el Carnaval de 1925, según la información de Alberto Mateos en su libro Del Albacete Antiguo (pág. 160). Foto: Julián Collado

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Las carrozas circulaban por el paseo central del parque, una vez que habían recorrido las calles céntricas (Marqués de Molins, Tesifonte Gallego) lo que sucedía los cuatro días del Carnaval oficial. Por este paseo central o “pista”, que estaba acotado, podían circular también los carruajes, motos y bicicletas que llevaran la correspondiente licencia, y las máscaras de a pie que fueran admitidas por la Comisión, según el anuncio que hizo el Ayuntamiento sobre las fiestas. En el paseo del Parque se montaban palcos y se disponían sillas a lo largo del recorrido. Son muy curiosas las tarifas de circulación por la pista del parque establecidas por el

Ayuntamiento, y que oscilaban entre las 7,50 pesetas/día para carruajes y automó-viles, y las 2 pesetas/día para las bicicletas, pasando por las 4,50 pesetas diarias para las motocicletas.

El Ayuntamiento también alquilaba sillas en el centro del paseo para quien quisiera disfrutar reposadamente del espectáculo. El lote de seis sillas costaba 7,50 pesetas “con derecho a 100 serpentinas” incluido. Las sillas a la izquierda y derecha del paseo se alquilaban a 50 céntimos. En el mismo paseo se había establecido un recorrido, ovalado, para los vehículos. Para que nos hagamos una idea del valor del dinero, en 1924 un kilo de café costaba 11 pesetas, y un periódico 15 céntimos, por ejemplo. Ni que decir tiene que con los precios que estableció el Ayuntamiento y con la respuesta popular que aquel año obtuvo la organización de los festejos del Carnaval, el Ayuntamiento obtuvo “una espléndida recaudación, con la que tiene para atender sobradamente los festejos organizados”, según decía la publicación La Paz34.

Desconocemos las ganancias que logró la Hacienda municipal, pero con toda probabi-lidad compensaron largamente los premios que aquel año concedió el Ayuntamiento, que fueron:

-dos premios a carruajes adornados, de 200 y 100 pesetas respectivamente

-dos premios a las mejores rondallas y estudiantinas, de 150 y 100 pesetas

-un premio para “comparsas de másca-ras”, de 100 pesetas

-un premio para la mejor máscara suelta, de 50 pesetas

-dos premios a los mejores niño y niña disfrazados, también de 50 pesetas cada uno.

Una de las carrozas más llamativas del desfile de Carnaval de 1925, inmortalizada por Julián Collado (AHP Albacete)

34 La Paz, 9-3-1924, pág. 5.

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Estos galardones fueron entregados con brillantez y con gran asistencia de público, según las crónicas gacetilleras, el Miércoles de Ceniza, antes del desfile de carrozas correspondiente a ese día. Desiertos quedaron el primer premio para carrozas y el de máscaras sueltas. Este últi-mo es un dato significativo, pues en lugar de afianzarse los premios instituidos, y en lugar de acrecentarse la competitividad para conseguirlos, en los años siguientes se dio el fenómeno contrario: cada vez habría más premios desiertos, hasta que se dejaron de convocar definitivamente. Y esto a pesar de los entusiasmos que ese año levantó este “carnaval artístico”, cuyo éxito real resulta difícil de evaluar en una

prensa como la de entonces, que estaba sometida a la censura y no hablaba con claridad. “Nadie suponía que la fiesta iba a llegar a adquirir tanto relieve a las primeras de cambio” asegura el Defensor de Albacete el día 6 de marzo.

Y en el mismo lugar, se hace alusión a un incidente que en ningún momento se aclara, ocurrido también el mismo Miércoles de Ceniza, durante la entrega de premios en la plaza del Altozano. Y no se explica porque “es de dominio público”; a este respecto, el Gobernador civil emitió la siguiente nota, plagada de circunloquios:

Sobre el desagradable incidente ocurri-do en la tarde de ayer, se ha ordenado la formación de diligencias previas, en

Carroza presentada por el Círculo de Bellas Artes en 1925. Junto a ella, Tomás Serna, uno de los impulsores de la recuperación del “Carnaval artístico”, según cuenta Alberto Mateos en su libro Del Albacete Antiguo, pág. 160. Foto: Julián Collado

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averiguación de responsabilidades y para imponer las sanciones que en de-bida justicia correspondan, hallándose detenidos hasta la depuración de éstas responsabilidades los promotores de aquél. Esperamos del buen sentido de los hijos de Albacete, cuya hidalguía y nobleza todos reconocemos, que no han de ver en este hecho autoengaños y diferencias que no pueden existir entre españoles que conviven en el mismo ideal de orden y justicia35.

Podemos deducir que la tensión social latente en aquellos momentos afloraba de

algún modo en incidentes como éste, pero nos quedamos sin saber qué ocurrió.

Hubo también voces que se levantaron contra el Ayuntamiento por acotar el Par-que para la celebración del Carnaval. El Defensor, sin citar la procedencia de estos “comentarios”, sale en defensa de la insti-tución afirmando que está en su perfecto derecho y que así se hace también en otras poblaciones. Y apostilla:

Aparte se han tenido en cuenta los deseos de la gente modesta dejándole sitio libre para presenciarla (la fiesta del Carnaval) completamente gratis36.

El programa completo del Carnaval de 1925, publicado por el semanario Centauro el 14 de febrero de 1925 (AHP Albacete)

35 Defensor de Albacete, 6-3-1924.36 Defensor de Albacete, 6-3-1924.

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El sábado y Domingo de Piñata se vol-vieron a celebrar bailes y asaltos; y en este último día, el Ayuntamiento, en vista del éxito obtenido, permitió que se celebrara el desfile de coches y carrozas que sirvió de despedida al Carnaval de 1924, con lo que la duración de la fiesta se amplió de hecho otros dos días más, en los que se agotaron, según las cró-nicas, las reservas de serpentinas y confetis.

Digamos para completar el panorama del Carnaval de ese año que durante las mañanas solían circular máscaras por el paseo de Alfonso XII (hoy Libertad), y eso a pesar de que la circular gubernativa de 1921, arriba citada, seguía vigente, con lo cual, en teoría, sólo se podía ir enmascarado por el recinto acotado del Parque. También se celebraron abundantes bailes y asaltos

en casinos y sociedades como Primitivo, Ateneo, Bellas Artes, Artístico, Grillera y Liga de Dependientes.

3.3 Tras el esplendor, la decadenciaEn los años siguientes, la tónica continuó

siendo parecida. Los carnavales se celebra-ban bajo la batuta del Ayuntamiento en el Parque. Los casinos y sociedades siguen colaborando, cierto es que cada vez con menos entusiasmo, a la vez que organizan en sus locales sus propios bailes y asaltos. El Ayuntamiento concedía premios y seguía cobrando por el acceso al recinto acotado del Parque a los vehículos adornados que querían circular por el paseo; y se mantenían los palcos y las sillas. En 1925, el Consis-torio concedió el monopolio de la venta

Así vio el Carnaval de 1926 el semanario El Duende (AHP Albacete)

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de serpentinas y confeti a un fabricante, supuestamente “para evitar abusos otras veces cometidos, y para comodidad de los concurrentes”37.

En estos años, las reseñas de la prensa siguen siendo breves, dispersas, tediosas y tópicas; repiten lugares comunes, hablan de brillantez, de colorido, de buen humor, de vistosidad y de animación. Y reiteran la carencia de imaginación de las carrozas, la falta de cosas novedosas y el poco gusto de los disfraces, según el humor del cronista o la animosidad del periódico que se trate. Lo que parece cierto es que la participación que registra el Carnaval va a menos; ya en el

mismo año 1926 aparecen los primeros sín-tomas claros de que el intento de reavivarlo ha fracasado; son demasiados los premios municipales que se quedan desiertos: en coches adornados, los 2º,5º y 6º premios se quedan sin destino; en rondallas ocurre lo mismo, con el 2º y 3º desiertos. En máscaras, otro tanto, con el 1º y 3º desiertos. Algo no funciona. El Defensor del 15 de febrero dice:

Lo que ya considerábamos una tradición, por lo ocurrido en los dos años ante-riores, parece que tiende a volver a lo que anteriormente fue: nada. Y una vez levantado el entusiasmo para dar a estas fiestas el carácter artístico que requie-ren, anularlos, no creemos sea medida acertada. Y no cabe duda de que invita al retraimiento, el suprimir las carrozas y no intensificar la iniciativa particular38.

Y mientras la calle vive este decaimiento carnavalesco, los salones están en su apo-geo. En los días de Carnaval, el Primitivo organiza cinco asaltos y un baile de socie-dad; el Círculo de Bellas Artes organiza tres asaltos, un baile nocturno y un baile para niños; el Ateneo, dos bailes; la Liga de Dependientes, tres bailes y tres asaltos; el Artístico, cuatro bailes. Y tal vez sea por esto por lo que llegan a aparecer plumas brillantes que defienden la desaparición del carnaval callejero. Como lo hace Francisco del Campo Aguilar en el Diario de Albacete39. Asegura que el Carnaval no le interesa a la juventud, que nadie se divierte y que arro-jar confeti es tan sólo contribuir a que las calles estén más sucias todavía. Considera, además, una injusticia que se cobre para entrar al Parque y propugna recluir el Car-

El salón principal del Café Central, en 1928. Estaba situado en la calle Marqués de Molins, esquina Concepción. Locales

como éste eran ideales para la celebración de bailes de Carna-val (AHP Albacete)

37 Los precios, en 1925, fueron estos: Serpentinas: 1000, 19 pesetas; 100, 2 pesetas; paquete, 25 a 60 cts. Confetis: saco de 10 kg, 18 pesetas; saco de 1 Kg., 2,25 pesetas. Bolsita, 50 cts.38 Defensor de Albacete, 15-2-1926.39 Diario de Albacete, 16-2-1927.

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naval en los casinos. Llega a decir que son días en que las mujeres juegan a perderse, mientras que los hombres se emborrachan y cometen chiquilladas.

Es un hecho constatable que al Carnaval albaceteño ya no habrá quien lo levante hasta su desaparición. En 1927 vuelven a quedar varios premios importantes desier-tos; los diarios se hacen eco de la falta de educación de la gente, de ciertas “groserías” (como arrojar confetis recogidos en la calle), de la desgana con que la Banda municipal ejecuta los pasodobles, “tan breves como el esplendor de nuestras fiestas carnavalescas”. Cada vez son más contadas las máscaras que pasean, durante la mañana, por el paseo de Alfonso XII, y por la tarde por el Parque. La animación se refugia en los casinos, donde ese año triunfa la locura del charlestón. También el jovencísimo José S. Serna, en una de sus primeras recopilaciones de textos publicada, “Cuaderno sentimental”, dedica unas palabras al Carnaval. Las titula “Intermezzo carnavalesco” y rezan así:

EL CARNAVAL SE MUEREHe aquí al señor Carnaval, otra vez. Helo aquí sudoroso, cansado, desencantado, viejo… ¡El pobre! ¡Oh juventud, tan lejana y tan próxima, paradójicamente! Juventud dorada, enfebrecida, loca, lle-na de ruido y carcajadas -la alegría y el champagne se abrazan en las copas- en que todo nos divierte... Y hoy ya... Hoy ya es “el señor Carnaval”. Es decir, una nostálgica greguería de risas remotas y un temblor cobarde por la muerte que sentimos ya cerca.LA HORA DEL BAILETras la hora grotesca, plebeya y absurda de la calle, esta hora nos trae –tal vez–

una palabra dulce, una frase atrevida, irónica, una sonrisa, la mirada de unos ojos que no hemos de ver más…GACETILLA Vaya aquí, al pie breve de esta hora ama-ble, la gacetilla que exige el momento: en el Casino Primitivo, en el Ateneo, en todos los círculos albacetenses, se celebran los bailes carnavalescos con la animación, con el bullicio y con la alegría de siempre40.

Y ciertamente, las fiestas de Carnaval, hasta que se celebran por última vez, van siendo cada año como un calco deslucido de lo que fueron el año anterior.

En 1929, el Ayuntamiento deja de conce-der premios a carrozas y máscaras, aunque sigue instalando tribunas en el Parque; las sociedades y círculos de recreo continúan levantando palcos, pero sus socios solo pueden contemplar desde ellos los restos del naufragio carnavalesco. Aunque no sería justo achacar por completo al Ayuntamiento la responsabilidad del fracaso del “carnaval artístico”, sí tiene parte importante de culpa, al no haber sabido estimular la participación popular. Iban en este sentido algunas de las críticas que la prensa dirigía a los concejales por su dejadez.

Las sociedades y centros no están para grandes gastos; el Ayuntamiento, por lo visto, tampoco, y en cuanto a la iniciativa particular, se contagia de la indiferencia de los demás y también se abstiene de cooperar a la brillantez de nuestro car-naval artístico, del que, salvando algún detalle, sólo va quedando el nombre41.

Sin embargo, a la persona que más le dolió este fracaso fue precisamente a su

40 JOSÉ S. SERNA, reproducido por el Diario de Albacete, el 22 de febrero de 1928.41 Defensor de Albacete, 11-2-1929.

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principal promotor, el periodista Fernando Franco, quien años más tarde escribió, echando la vista atrás, unos textos pesimis-tas y amargos, que suponían de hecho un ataque bastante demoledor contra sí mismo y contra su ciudad.

Aquel Carnaval artístico murió apenas nacido. Ya sabe usted que la iniciativa partió (…) a consecuencia de una mo-desta ponencia que yo redacté y que se discutió en el inolvidable Parnasillo. Estoy arrepentido de muchas, de la mayor parte de las cosas que he escrito, pero de ninguna tanto como de aquella endia-blada ponencia. Y no precisamente por el cariño con que fue acogida por todos los elementos de nuestra ciudad, sino por lo pronto que decayeron aquellos entusiasmos y volvimos al aspecto vulgar y antipático del carnaval callejero (…)

El carnaval callejero es una fiesta que pierde interés de año en año. Por eso, precisamente, algunas poblaciones se preocupan de darle un carácter artístico, de positiva atracción. Albacete inició la grata innovación con el mayor éxito. Pero ya sabe usted lo que pasa aquí con mu-chas cosas. A los entusiasmos primeros, sucede luego la indiferencia cuando no el desvío42.

Y poco más podemos añadir. El Carnaval albaceteño perduró hasta 1938; se celebra-ba unas veces con más animación que otras en las calles, en muchas ocasiones sin que acompañara el tiempo, siempre con alegría en los casinos –a cuya lista habría que aña-dir desde finales de los años 20 el Círculo Ferroviario y el Albacete Fútbol Club, ade-más de un garito de baile muy celebrado

Carnavales de Albacete, 1928. Foto: Luis Escobar (Del libro Retratos de la Vida, de Publio Lopez Mondejar)

42 Defensor de Albacete, 7 febrero de 1936. El artículo apareció en la sección titulada RIS RAS, que era una columna diaria en la que Fernando Franco comentaba aspectos políticos, sociales y otras cuestiones de actualidad.

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llamado “El Marabú”. El Parque y el paseo de Alfonso XII –que con el nuevo régimen pasaría a denominarse paseo de la Repúbli-ca– siguieron siendo los polos de atracción del carnaval callejero. Muchos mantuvieron su afición a aguardar al domingo de Piñata, que era el último de la fiesta, para lanzarse sin tasa al bullicio, que siempre aumentaba con la despedida del Carnaval.

En 1930, cuando Albacete rozaba ya los 42.000 habitantes, el Consejo de Ministros acordó reducir a un día la fiesta del Carna-val. Diario de Albacete aplaude sin reservas la decisión y añade:

Se trata de una fiesta llamada a desapa-recer y cuanto se haga por suprimirla nos parecerá poco. El público está cansado de ella43.

Como de costumbre, el Carnaval se refugió en los casinos, y no pasó nada. Al año siguiente, todo como antes. Con la entrada de la República no hubo cambios sustanciales para esta fiesta. La prensa pro-republicana, o de carácter obrero, no se ocupaba prácticamente para nada del Carnaval, como mucho daba brevísimas reseñas.

El Carnaval de 1934 tuvo una nota no-vedosa: el Ayuntamiento organizó un con-curso de rondallas, que constituyeron una nota de buen gusto en unas celebraciones que seguían sin tener “ni una máscara más, ni un bebedor menos que el año pasado y que días anteriores”, según el Defensor del 14 de febrero.

Y en 1935 el alcalde, el “señor Romero”, vuelve a recordar en un bando completa-mente anacrónico las Ordenanzas municipa-les aún vigentes (desde 1904) en lo que se

referían a las Carnestolendas. Por lo demás, todo continuaba igual que otros años.

Por último, en 1936, y como si los al-baceteños intuyeran lo que se avecinaba, hubo más animación carnavalesca. Al pa-recer, la gente aprovechó bien aquella que sería una de las últimas oportunidades de diversión colectiva antes del estallido de la Guerra Civil:

El Carnaval de este año, pródigo en motivos felices de diversiones, tuvo el sábado y ayer domingo de Piñata un epílogo digno de excelencias en cuanto a su buen humor, animación y bullicio. En los diversos asaltos y bailes celebrados44 la concurrencia fue mayor, si cabe, que en

43 Diario de Albacete, 13-2-1930.44 Hubo bailes y asaltos en el Primitivo, el Ateneo, el Ferroviario, el Artístico, el Club Taurino, la Asociación de Trabajadores de Comercio y el Círculo Mercantil.

La calle Marqués de Molins en 1929. Por esta vía circulaban las carrozas de Carnaval con dirección al Parque

(AHP Albacete)

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fiestas anteriores, asistiendo gran número de máscaras45.

Aquel último domingo de febrero de 1936, Domingo de Piñata, se corrió el telón para el Carnaval albaceteño. Gracias a dos

fotografías de Luis Escobar, que retrató en 1938 a las comparsas llamadas “Los boto-nes” y “Los Pichis”46, sabemos que hubo gente que lo siguió celebrando después, pese a la guerra.

45 Defensor de Albacete, 2 de marzo de 1936.46 Las fotografías de comparsas de Carnaval de Luis Escobar se pueden ver en el Anexo.

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4. REFLEXIONES PARA LA RECUPERACIÓN DEL CARNAVAL

Tras este condensado recorrido por el Carnaval albaceteño de los siglos XIX y XX, me siento todavía incapaz

de responder algunas de las cuestiones planteadas al inicio de este trabajo. El Carnaval de Albacete estaba ya, en efecto, muy perdido, muy olvidado para intentar recuperarlo. Esta fiesta nunca despertó fu-ror ni apasionamientos, es verdad. Si acaso, algún entusiasmo pasajero cuando alguno de los intelectuales que tenía Albacete en los años veinte sufrió el espejismo de que se podía dignificar. Error. Los deseos de mejorarlo, de hacerlo atractivo, bonito, ele-gante, culto... digno, topaban frontalmente con las costumbres del pueblo llano. El pueblo de Albacete, sus gentes sencillas, que eran la mayoría, tenían suficiente con aquel Carnaval tal y como estaba plantea-do, con toda su falta de “arte”, con todo su “mal gusto”, pero también con toda su espontaneidad.

En mi opinión, el sentimiento de ver-güenza ajena que sentían los que escribían en los periódicos y revistas de la época al contemplar las bromas, siempre parecidas, y el desarrollo en general del carnaval ca-llejero en Albacete era muy significativo. Los más formados y cultos eran quienes

sufrían realmente contemplando el espec-táculo callejero. Se sentían impotentes con la repetición de “mamarrachadas” en la ca-lle, con sus chabacanerías; y tenían además un acusado sentimiento de inferioridad, porque no se alcanzaba el nivel de otras ciudades. A nivel oficial, existía el deseo, pero no la voluntad, de mejorarlo. Ni la voluntad, ni la decisión, el empuje o la fe precisos para ello. La apatía o dejadez eran las que terminaban siempre por imponerse; y el deseo, por tanto, quedaba frustrado, sin más. Las sociedades y casinos, por su parte, eran círculos cerrados en los que la organización particular de un carnaval brillante no repercutía en los demás, ni en la ciudad. En el tema del Carnaval, las sociedades albaceteñas del primer tercio del siglo XX casi nunca miraron más allá de sus propias puertas.

Pero estoy seguro de que el pueblo llano sí disfrutaba del Carnaval. Disfrutaba gas-tando bromas, aunque fueran las mismas de siempre. No se divertían con la novedad, sino con la repetición gozosa del “¿qué no me conoces?”. Se divertían a su manera. Por eso no cuajó, desde mi punto de vista, ese intento de “dignificar” la fiesta en 1924, a pesar de los primeros entusiasmos.

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En cualquier caso, no se trata ahora de pensar en aquel Carnaval, ni de pretender imitarlo, si aspiramos a su recuperación. Bástenos saber que había Carnaval en Albacete, y que tenía tradición. Y basán-donos en este hecho, constatado en este trabajo, aprovechemos para crear un nuevo Carnaval. Para mí, esta es la clave de la recuperación.

Considero que, a nivel institucional, la recuperación del Carnaval albaceteño es, aquí y ahora, posible. Y sin ánimo de ser exhaustivo ni de decir la última palabra, sí me gustaría terminar este estudio con unas sugerencias, que son estas:

1. Refrescar la memoria de los albacete-ños con una campaña informativa previa al Carnaval, por ejemplo con un folleto que recuerde los datos más significativos de su celebración pasada.

2. Enfocar la recuperación hacia la ju-ventud. Como, de entrada, parece difícil conseguir la participación –a través del disfraz– de las personas más maduras, entre las que sin duda el sentimiento de vergüenza es más acusado, en mi opinión lo más razonable es enfocar la fiesta hacia la juventud. Hay importantes sectores de jóvenes albaceteños que verían con muy buenos ojos la celebración del Carnaval. De hecho, en años anteriores ya se han dado los primeros intentos de celebrarlo, siempre a

nivel de grupos o asociaciones particulares, sin conexión entre sí.

3. Establecer algunos premios que con-tribuyan a estimular la imaginación popular, a la mejor máscara, a la mejor comparsa, al mejor disfraz infantil...

4. Organizar un Entierro de la Sardina, con un itinerario previsto, encargando su celebración a un grupo de teatro de calle.

5. Aprovechar las experiencias ajenas. Es-tudiar la celebración del Carnaval en locali-dades próximas geográfica o culturalmente, en las que la recuperación del Carnaval ya ha cuajado, para poder aprovechar lo que mejor pueda servir al caso de Albacete.

6. Organizar alguna actividad cultural paralela, teatro, cine o actuaciones, algo que complemente adecuadamente la fiesta.

7. Gestionar la colaboración de asocia-ciones culturales o círculos existentes.

Evidentemente, nada de esto puede surgir por generación espontánea. Inten-tar recuperar el Carnaval cuesta dinero, requiere de una inversión, aunque no me corresponde a mí entrar en este tema. Mi opinión personal es que la situación social es óptima para lograr que a medio plazo el Carnaval se institucionalice y pase a ser patrimonio de los albaceteños, como ya lo son otras fiestas.

No era otra, en suma, la intención de este trabajo.

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5. BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES CONSULTADAS

La mayor parte del trabajo de recopilación de datos ha sido realizado en:-ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ALBACETE-ARCHIVO DEL AYUNTAMIENTO DE ALBACETEEn el segundo todo lo relacionado con el Carnaval a partir de 1920, y en el primero

prácticamente todo lo demás, tanto en lo que concierne a las Ordenanzas municipales como a prensa periódica.

Los datos más interesantes los he obtenido a través de estas publicaciones:-DEFENSOR DE ALBACETE (1897-1936)-DIARIO DE ALBACETE (1900-1936)-LA MUSA (1867-1869)-LA UNIÓN DEMOCRÁTICA DE ALBACETE (1886-1897)-DIARIO ALBACETENSE (1910-1911)-LA PAZ (1924)-EL DUENDE (1926) Como obra de consulta general, que constituye ya un clásico en la materia, la ya

citada obra de Julio CARO BAROJA, El Carnaval. Su última edición, en la serie de Antro-pología de Alianza Editorial (Madrid, 2006).

Encontramos alusiones al Carnaval albaceteño -algunas muy breves- en las siguientes obras:

-CAMPO AGUILAR, Francisco del. Albacete contemporáneo (1925-1958). Albacete, Exmo. Ayuntamiento, 1958-

-LÓPEZ MONDÉJAR, Publio. Retratos de la vida 1875-1939. Fotografías de Luis Es-cobar y otros. Albacete, IEA, 1980.

-MATEOS ARCÁNGEL, Alberto. Evocaciones y recuerdos albaceteños. Albacete, Di-putación, 1983.

-MATEOS ARCÁNGEL, Alberto. Del Albacete Antiguo. (Imágenes y recuerdos). Alba-cete, IEA, 1983.

-SERNA, José S. Cuaderno sentimental. (Estampas albacetenses). Albacete, 1928.-USEROS CORTÉS, Carmina. Fiestas populares de Albacete y su provincia. Albacete,

Belmonte, 1980.

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Mención especial merece el artículo retrospectivo “CARNAVAL”, que Francisco Fuster Ruiz publicó en Crónica de Albacete, nº 10, febrero de 1973.

Agradezco también las orientaciones verbales que en torno al tema he recibido por parte de Francisco Fuster y Alberto Mateos.

JUAN FRANCISCO MOLINA (1984)

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6. EPÍLOGO. EL CARNAVAL RECUPERADO (1985- 2016)

Con la llegada de la democracia a España, a finales de los años 70 del siglo pasado, los pueblos que, duran-

te la dictadura franquista, habían sufrido la prohibición de sus fiestas tradicionales, se plantearon recuperarlas. El caso más signi-ficativo era el Carnaval.

En la ciudad de Albacete, los recuerdos de dicha fiesta eran borrosos. Solo los más mayores, los que la habían vivido en su niñez o juventud, guardaban un recuerdo lejano de ella. Pero nadie había ido a pre-guntarles si valía la pena la recuperación del Carnaval, y de haberlo hecho, estoy seguro de que las opiniones habrían estado divididas, como siempre había ocurrido cuando se trataba de valorar esta fiesta, que ciertamente nunca llegó a cuajar en la capital con la fuerza que lo había hecho en otras localidades vecinas como Tarazona de la Mancha o Villarrobledo.

El caso es que el Ayuntamiento, presi-dido por José Jerez, encargó un estudio histórico para valorar su posible recupera-ción. El fruto de aquel trabajo fue el texto que precede a estas líneas, que ahora, con

algunos retoques, se publica en Zahora. En su momento, fue ampliamente reseñado en los periódicos que se editaban en Albacete, y repartido en forma de fotocopias entre colectivos y asociaciones interesadas en la revitalización de tan olvidado aconteci-miento.

El documento más antiguo que se con-serva en el Archivo Histórico Provincial de Albacete relativo al Carnaval es de 1816, es decir, pronto se cumplen 200 años de aquel testimonio que certifica que las gentes de la entonces pequeña villa de Albacete gozaban disfrazándose y gastando bromas en los días previos a la Cuaresma, como era entonces costumbre general en España y también en muchas ciudades europeas. El segundo centenario de aquel testimonio parece una buena excusa para publicar, por fin, un trabajo que permanecía inédito47.

Pocos paralelismos cabe establecer entre los carnavales de ahora y los de antaño. Con los vertiginosos cambios sociales que nos agitan, hace ya tiempo que las fiestas de Carnestolendas habían perdido su esencia original en la mayor parte de las

47 El último en interesarse por el trabajo fue el actor albaceteño Julián Valcárcel, que lo utilizó para preparar el pregón del Carnaval de 2015.

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poblaciones españolas; una esencia que era, a la vez, personal y colectiva. En las comunidades antiguas, el Carnaval cumplía una función catártica: permitía a la persona la posibilidad de “ser otro”, de sentirse una persona diferente a la del resto del año, permitía liberarse de las ataduras de la vida cotidiana. Al margen de su faceta artística, de los desfiles o de las máscaras hermosas, el Carnaval cumplía con una eficaz función emancipadora del yo: esta era su esencia y su triunfo.

Cuando Julio Caro Baroja, en los años 50 y 60 del pasado siglo, recopiló datos de toda España para elaborar su magno “Análi-

sis histórico-cultural” sobre el Carnaval48, el antropólogo sólo encontró jirones, retazos de una fiesta que había sido inmensa y que había tenido múltiples y variadas manifes-taciones, pero que había entrado en crisis y se hallaba ya completamente desvirtuada. Su mérito fue reconocer, clasificar y dar el valor que merecía –tanto desde el punto de vista etnográfico como antropológico– a todo ese acervo, a toda esa riqueza cultural que se había dado en la Península Ibérica con motivo de la celebración del Carnaval desde la Edad Media49. Desde el Gallo de Carnestolendas de Catalañazor (Soria) y Lampreana (Zamora) hasta el Entierro

La recuperación del Carnaval permitió a algunas personas mayores revivir lejanas experiencias de su niñez.Carnaval de la 3º edad. Albacete 1991 (Archivo IEA)

48 Ver El Carnaval, en la bibliografía.49 Caro Baroja amplió luego su trabajo de investigación antropológica a todo el ciclo festivo del verano en su obra “La estación del amor (fiestas populares de mayo a San Juan)”.

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de la Sardina de Madrid, pasando por las mascaradas de Álava, las de Lanz y Valcarlos (Navarra), los zamarrones de la fiesta del Arado en la maragatería, o los personajes populares del Vallés, en Barce-lona. Enmarcando, además, la celebración en el ciclo festivo del invierno, que incluye desde fiestas populares perdidas como la Candelaria y San Blas, hasta tradiciones que se mantienen contra viento y marea a pesar del paso de los siglos, como el Obispillo de San Nicolás, el Chico-rey de la Faba (Navarra), el Zancarrón de Montamarta (Zamora), la fiesta de los Locos de Écija (Sevilla), la Parranda de los tontos de Los Verdiales (Málaga) o la Azeri-dantza (Danza

del zorro) de Guipúzcoa. Aunque no hace falta ir tan lejos: en nuestra región Caro Baroja estudió las Botargas de Guadalajara, las fiestas de Santa Águeda o la celebración de vaquillas y toros de fuego en numerosos pueblos de Castilla: un auténtico y varia-dísimo abanico festivo que guarda secretas relaciones con nuestro olvidado Antruejo. Son fiestas que en algunos casos mantienen su vigor, pero que en otros se han perdido, como es el caso, por ejemplo, de las festi-vidades de la Candelaria y San Blas, que en Albacete ya hace tiempo que dejaron de celebrarse. En cuanto al Carnaval de Albacete, ahí está y ahí sigue para quien lo quiera seguir disfrutando.

Secuencia del Entierro de la Sardina del año 2015. La ilustre Sardina se traslada desde la plaza de Gabriel Lodares hasta el Altozano, donde se lleva a cabo su incineración. Abren la comitiva las autoridades competentes, y la cierran los llantos del cortejo

fúnebre (Fotos: J. F. Molina)

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7. ANEXO. FOTOS DE COMPARSASDE CARNAVAL (LUIS ESCOBAR)

El fotógrafo Luis Escobar (nacido en Villalgordo del Júcar, Albacete, en 1887) aprendió el oficio de fotógra-

fo en Valencia y estableció su estudio en Albacete hacia 1910, según nos cuenta Publio López Mondéjar50. Recorrió con su cámara los principales pueblos de la provincia de Albacete, y especialmente los de su Manchuela natal. Dejó un legado de cientos de fotografías de corte costumbrista gracias a las cuales podemos asomarnos a

nuestro pasado y contemplar cómo vivía la gente a principios del siglo XX… y también cómo se divertía. El Archivo de la Imagen de Castilla-La Mancha pone a disposición del público interesado, en internet, más de 2.500 fotografías procedentes del Fondo fotográfico Escobar51. Entre ellas, hay una serie de retratos de comparsas del Carnaval de Albacete, la mayoría de los años 30 del pasado siglo, que por su belleza e interés reproducimos a continuación.

50 Retratos de la vida 1875-1939. Fotografías de Luis Escobar y otros. Albacete, IEA, 1980 (pág. 9). El libro contiene un entrañable prólogo firmado por Agustín García Calvo a propósito del valor evocador de los viejos daguerrotipos como testigos mudos de la “Idea devastadora del Progreso”.51 http://bidicam.castillalamancha.es/bibdigital/archivo_de_la_imagen/es/micrositios/inicio.cmd

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Comparsa del carnaval de Albacete en el paseo del Parque, en 1930. Fondo Escobar (AHP Toledo)

Retrato de una comparsa del carnaval de Albacete, en 1930. Fondo Escobar (AHP Toledo)

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Retrato de la comparsa de carnaval de la Agrupación Musical de Albacete, en 1930. Fondo Escobar (AHP Toledo)

Comparsa del carnaval de Albacete, denominada “Los Pichis”, con la bandera republicana al fondo. Albacete, 1938.Fondo Escobar (AHP Toledo)

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Retrato de grupo: la comparsa “Los Botones” en el carnaval de Albacete, en 1938, según se afirma en el ya citado libro Retratos de la vida. Fondo Escobar (AHP Toledo)

Retrato de una comparsa de carnaval de Albacete disfrazada “a la mora”, en los años 30. Fondo Escobar (AHP Toledo)

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Retrato de una comparsa de carnaval de Albacete disfrazada de banda militar de trompetas, hacia 1930.Fondo Escobar (AHP Toledo)

Retrato de una rondalla y comparsa de carnaval con la bandera republicana al fondo, probablamente en el parque.Albacete, años 30. Fondo Escobar (AHP Toledo)

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Comparsa de carnaval (se desconoce fecha y lugar, aunque todo indica, por formato y composición, que pertenece a la misma serie de las anteriores, con la bandera republicana detrás). Fondo Escobar (AHP Toledo)

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Se terminó de imprimiren septiembre

de 2015

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