EL BLONDO ECKBERT - Revista de la Universidad de México · Cuando des puntó el alba me levanté...
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EL BLONDO ECKBERTPor Ludwig TIECK
Dibujos de Ricardo MARTINEZ
las manos; no aprendía a coser ni a hilar,ni podía ayudar en el manejo de la casa.Lo único que entendía muy bien era laestrechez en que mis padres se hallaban.A menudo permanecía sentada en un rincón y llenaba mi mente pensando dé quémanera habría de ayudarles, si de la noche a la mañana me volviese rica, y cómolos colmaría de oro y de plata, y me deleitaría con su sorpresa; entonces veíasurgir unos espíritus que me revelabantesoros subterráneos o ponían en mis manos pequeños guijarros que se convertíanen piedras preciosas: en una palabra: lasfantasías más sorprendentes ocupaban miimaginación, y cuando tenía que levantarme para prestarles un servicio o llevaralgún objeto, me mostraba aún más torpe,porque la cabeza me daba vueltas con tantos y tan extraños delirios.
"Mi padre siempre estaba airado con-tra mí, por ser tan inútil carga; a menudome trataba con bastante crueldad, y sóloraras veces escuché de él una palabraamistosa. Cuando tenía cerca de ocho años
.empezaron a hacerse serios planes paraque trabajara en algo o aprendiese algúnoficio. Mi padre creía que sólo a obstinación y pereza podría atribuirse el quepasara mis días en la ociosidad, y me ago-biaba con indescriptibles amenazas. Perocomo éstas no rindieran ningún fruto, castigábame más despiadadamente, al tiempo que decía que los castigos se repetiríana diario, ya que yo no era sino un estorbo.
"A lo largo de la noche lloré de todocorazón; me sentía tan extraordinariamente desamparada y tenía tal piedad demí misma, que anhelaba morir. Me asustaba la llegada del día, y no sabía quépartido tomar. Deseaba que me fuerandadas todas las habilidades imaginables, yno podía concebir por qué era más simpleque los demás niEos del contorno. Estaba:11 borde de la desesperación. Cuando despuntó el alba me levanté y, casi sin percatarme de ello, abrí la puerta de nuestra pequeña choza. Me encontré en elcampo abierto y poco después en un bosque, al cual la luz solar empezaba a penetrar apenas. Corrí incesantemente, sinvolver la vista ni experimentar cansancioalguno, pues no dudaba que mi padre mealcanzaría e irritado por mi fuga habríade tratarme con crueldad mayor aún.Cuando volví a salir de la floresta el solestaba ya bastante alto, y mis ojos vieronuna cosa opaca, cubierta por espesa niebla.Ya tenía que trepar por una colina, yaque aventurarme por un tortuoso senderobordeado de rocas; entonces comprendíque debía estar en los montes aledaños, yempecé a asustarme de mi soledad. En laplanicie no había visto todavía ningúnmonte, y la simple palabra montaña erasiempre un sonido atemorizador en misoídos infantiles. No tenía el valor de retroceder; el miedo me impulsaba haciaadelante. A menudo, cuando el viento soplaba sobre mi cabeza a través de los árboles o en la mañana apacible se percibíael ruido lejano de hachazos en el bosque,miraba asustada en torno mío. Cuandopor fin encontré carboneros y montañesesy oí hablar con un dejo extraño, casi medesmayé, presa del miedo.
Pasé por varias aldeas y el hambre y lased me obligaron a pedir limosna; perocuando la gente me hacía preguntas, supecontestar bastante bien. Llevaba casi cuatro días de camino, cuando por casualidadme vi en un pequeño sendero que me alejaba cada vez más de la carretera. A mi
de ellas se retrae temerosa ante el conocimiento de la otra.
Había llegado ya el otoño cuando enuna brumosa noche estaba Eckbert sentado con su amigo y su esposa Berta juntoal fuego de una chimenea. La llama lanzaba un brillante resplandor a través dela estancia y jugueteaba en el techo; lanegra noche miraba por las ventanas y,afuera, los árboles tiritaban por la humedad y el frío. Walter se quejaba dellargo camino que tenía por delante, yEckbert le propuso que se quedara conél: pasarían la mitad de la noche en amigables pláticas y después dormiría en una
_habitación de la casa hasta la mañana siguiente. Como el invitado estuviese deacuerdo, fueron traídos el vino y la cena,se echó la leña al fuego para reavivarlo,y la conversación fue haciéndose cada vezmás animada e íntima.
Cuando se hubo levantado la mesa ylos sirvientes se alejaron, Eckbert tomóla mano de Walter y exclamó: "Amigomío, debiérais haceros contar por mi esposa la historia de su juventud, que esbastante extraña". "Con gusto", repusoWalter, y todos volvieron a sentarse entorno a la chimenea.
En este momento era precisamente lamedia noche, y la luna miraba a travésde las nubes que en trémulos jirones pasaban frente a ella.
"No debéis tenerme por demasiado molesta", principió diciendo Berta. "Mi esposo asegura que pensáis tan noblemente, que injusto sería ocultaros algo. Masno veáis en mi relato un simple cuentode hadas, por peregrino que os parezca.
"Nací en una aldea;, mi padre era unpobre pastor. La casa de mis progenitores era bastante pobre, y a menudo nosabían de dónde traer el pan. Lo que máslamentaba era que a causa de su miseriareñían frecuentemente, y cada uno de elloshacía al otro amargos reproches. Apartede esto en todo momento decían de míque era una criatura simple y tonta, incapaz de despachar el más insigni ficanteasunto y, en realidad, era extraordinariamente lerda y torpe. Todo se me caía de
EN CIERTA región del Harz vivía uncaballero a quien por costumbre sellamaba solamente el blondo Eck
bert. Tendría alrededor de 40 años, erade estatura apenas mediana, y a los ladosde su enjuto y descolorido rostro caíancon gran senci'nez cortos y pesados cabellos de un rubio pálido.
Aislado de los demás, vivía muy tranquilo; jamás se mezclaba en las contiendas de sus vecinos y rara vez se le veíafuera de las murallas de su pequeño castillo. Su mujer amaba la soledad tanto comoél; parecían amarse entrañablemente, yde lo único que a menudo se quejabanera de que el cielo no quisiera bendecirsu unión con ningún hijo.
Eckbert casi nunca tenía huéspedes y,cuando esto acontecía, su presencia casi"no alteraba el curso ordinario de su vida·la sobriedad reinaba en la casa, y la mis~
ma economía parecía ordenarlo todo. Eckbert veíase entonces sereno y de buen humor, y únicamente cuando se hallaba solonotábase en él cierto ensimismamiento yuna tranquila y contenida melancolía.
. Nadie frecuentaba tanto el castillo comoFelipe Walter, hombre con quien Eckbertempezaba a tener amistad, porque en cierto modo descubría en él la manera de pensar que le era más simpática. Waltervivía realmente en Franconia, pero muchas veces pasaba la mitad del año enlas cercanías del castillo. Coleccionabahierbas y. piedras y se ocupaba de ponerlas en orden. Vivía de un pequeño patrimonio y no dependía de nadie.
Eckbert solía acompañarlo en sus solitarios paseos, y con el correr de los añossurgió entre ellos una amistad cada vezmás estrecha.
Hay ciertas horas en que el hombresiente miedo, pues debe ocultar a su amigo un secreto que ha guardado celosamente; el alma experimenta entonces elirresistible impulso de abrirse del todo, yde revelar lo más íntimo, para que, en lamedida de tal confianza, nuestro amigosea cada vez más amigo. En esos instantes las almas sensibles se descubren sinreservas, y no pocas veces ocurre que una
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alrededor, las rocas asumían las formasmás singulares. Eran peñascos ~e tal 1~1~
nera encimados que daban la ImpreSlOnde que el primer soplo ?e v!ento ,los ech~
ría por tierra. N o sabIa SI debl~, segu! randando. Por ser aquella la estaclOn mashermosa del año, había dormido siempreen la espesura, o pasado las noches enapartadas cabañas de pastores; pero aquíno veía ninguna vivienda, ni podía suponer que en semejante soledad habría dedar CO:1 alguna. Las rocas eran cada vezmás horribles; a menudo tenía que caminar al borde de abismos que me causabanvértigo y, finalmente, la senda se perdíabajo mis pies. Me oprimía el desconsuelo;gritaba y lloraba amargamente, y la forma en que los rocosos valles devolvían elsonido de mi voz me llenaba de espanto.Al caer la noche busqué un sitio cubiertode musgo para poder descansar. No lograba dormir y en medio del silencio escuchaba los ruidos más raros. Unas vecesme parecía que se trataba de animales salvajes; otras, pensaba ~e era el viento gimiendo entre las rocas, y no pocas lleguéa creer que eran exóticos pájaros. Mepuse a orar y sólo pude dormirme cuando la aurora estaba próxima.
"Al sentir en el rostro la luz de! día,desperté. Frente a mí se erguía una empinada roca, y trepé a ella con la esperanza de descubrir los confines de aquellasoledad o la existencia de moradas o dehombres. Pero cuando estuve en la cúspide todo lo que abarcaba mi mirada, lomismo que lo había a mi alrededor, encontrábase velado por una vaporosa neblina. El día era gris y opaco, y mis ojosno podían descubrir ningún árbol, ninguna pradera, ningún matorral; columbrésolamente unos cuantos arbustos que solitarios y tristes habían brotado en las estrechas grietas de las rocas. Es indescriptible el deseo que sentía de topar con algún ser humano, aun cuando su presenciahubiera de causarme temor. Como el dolor del hambre empezaba a atormentarme,me senté y me hice el propósito de morir.Empero, después de algún tiempo, e! deseo de seguir viviendo obtuvo la victoria.Hice un esfuerzo para incorporarme y,'llenos los ojos de lágrimas y lanzandoentrecortados suspiros, caminé durantetodo el día. Al final apenas tenía conciencia de mí; hallábame desfallecida y agotaia y, aun cuando ya no deseaba vivir,temía sin embargo la muerte.
"Por la noche, la comarca adoptó a mialrededor un aire más amistoso. Mis pensamientos y mis deseos se reanimaron yel amor a la vida despertó en todas misvenas. Me pareció escuchar el leve rumorde un molino en la lejanía; apresuré lamarcha, y i qué felicidad llenó mi almacuando al fin llegué al término de la desolada región rocosa! Ante mis ojos extendían se nuevamente praderas y bosques,con lejanas y agradables montañas. Eracomo si hubiera salido del infierno y llegado a un paraíso. La soledad y mi desamparo no me parecían ya en manera alguna terribles.
"En vez del esperado molino encontréuna caída de agua que en gran parte disminuyó mi alegría. Tomé con la mano unpoco de agua del arroyo. y de pronto creíoír a corta distancia una ligera tos. Nunca
'me he sentido tan agradablemente sor'prendida como en ese momento; me acerqué; y en el confín del bosque divisé a unaanciana que parecía descansar. Estabavestida casi totalmente de negro, y una
obscura gorra cubría su cabeza y buenanarte de su rostro. En la mano tenía unbastón en que se apoyaba.
"Me acerqué a ella y le pedí ayuda;rermitió que me sentara a su lado y medió pan y un poco de vino. Mientras comía, empezó a cantar con voz bastantechillona un himno religioso. Cuando huboterminado de cantarlo me dijo que la siguiera.
"Mucho me alegró la invitación, pesea la extrañeza que me causaban la voz yla actitud de la anciana. Con la ayuda desu bastón caminaba con bastante agilidad,y a cada paso fruncía el rostro de tal modo que al principio no pude dejar de reír.Las desiertas rocas se quedaban cada vezmás atrás; atravesamos una agradablepradera y pasamos después por un extenso bosque. Cuando salíamos de la florestael sol empezaba a ocultarse, y nunca olvidaré el aspecto y el sentimiento de aquellanoche. Todo se con fundía en los mástenues matices del rojo y del oro; los árcoles erguían sus copas en el fuego delcrepúsculo y e! hermoso resplandor se extendía sobre los campos. Los bosques ylas hojas de los árboles permanecían inmóviles; e! cielo semejaba en su purezaun paraíso abierto, y el murmullo de losmanantiales y e! susurro interminente delos árboles resonaban en el silencio apacible con una alegría melancólica. Mi almainfantil tuvo entonces por vez primera unpresentimiento del mundo y sus destinos.Me olvidé de mí y de mi guía; mi espírituy mis ojos revoloteaban entre las nubesdoradas.
"Subimos después una colina cubiertade abedules, desde cuya parte más altaoteamos un verde valle llen{) de los mismos árboles, y en medio una pequeñachoza~ Un alegre ladrido llegó hasta nosotros, y muy pronto un ágil perrito queagitaba la cola se dirigió saltando haciala anciana; seguidamente vino hacia mí,me miró por todos lados y con grandeszalamerías fue otra vez hacia la vieja.
"Cuando descendíamos de la colina, escuché un maravilloso canto, que parecíaprovenir de la choza y recordaba el de unpájaro. El canto era así:
"Soledad del bosque,de que tanto gozo,de noche y de díapor una eternidad.i Oh! i qué grande gozoes mi soledad 1"
"Estas pocas palabras repitiéronse muchas veces; si tuviera que describir su música diría que se asemejaba al sonido dela siringa y el cuerno de los cazadores.oídos en lontananza.
"Mi curiosidad se encontraba extraordinariamente excitada; sin esperar laorden de la anciana penetré con ella enla choza. La luz crepuscular había invadido ya la habitación; todo estaba en orden. En el armario adosado al muro veíanse algunas copas: sobre la mesa había ex-
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trañas vasijas. De la ventana colgaba unabrillante jaula, y el pájaro encerrado enella era realmente el que entonaba la canción. La anciana jadeaba y tosía, como sino pudiera reponerse. Ya acariciaba alperro, ya hablaba con e! pájaro, que siempre respondía con su canción habitual.Por lo demás, diríase que no tomaba encuenta mi presencia. Mientras la contemplaba fui presa de un cierto temblor; puesSel rostro estaba en continuo movimiento.Parecía como si a causa de su avanzadaedad su cabeza no pudiera estar en reposo; de modo que no podía saber cuálera su verdadera apariencia. Cuando ehubo repuesto, encendió la luz, cubrió conun mantel una mesa muy pequeña y trajola merienda. Entonces me miró v me dióla orden de que tomara una silÍa de bejuco. Estaba sentada frente a ella y la luzse encontraba entre nosotras. Enclavijósus huesudas manos y rezó en voz alta,al mismo tiempo que continuaba con susmuecas. Otra vez estuve a punto ele reír,pero me contuve para no disgustada.
"Después de la merienda volvió a rezar, y luego me señaló una cama en unaalcoba angosta y baja, quedándose ella enla estancia. N o estuve en vela muchotiempo. Me sentía aturdida, pero durante la noche desperté algunas veces, oí ala anciana toser y hablar con el perro,y escuché también la voz del pájaro, queparecía dormir y rep.etía una y otra vezpalabras aisladas de su canción. Todo elloformaba un concierto tan maravilloso conlos abedules. que susurraban frente a laventana y con el canto de un lejano ruiseñor, que no creía estar despierta, sino caeren otro sueño aún más extraño.
"Por la mañana, la vieja me despertóy me dió trabajo desde luego. Tuve quehilar y pronto aprendí a hacerlo; además,debía cuidar del perro y del pájaro. Meacostumbré pronto al manejo de la casay empecé a conocer todos los objetos quehabía a mi alrededor. Me parecía como sitodo tuviera que ocurrir de ese modo, alpunto que ya no pensaba en que la anciana era un tanto desconcertante, que lacasa estaba increíblemente alejada de todos los hombres y que algo extraordinariohabía en el pájaro. Pero su belleza llamaba mi atención cada vez que ponía en élmis ojos, pues sus plumas brillaban contodos los colores posibles; en su cuelloy su cuerpo alternaban el más bello azulpálido y el rojo más vivo, y cuando entonaba su canto esponjábase orgullosamente, para que sus plumas se mostraranen todo su esplendor.
"La anciana salía a menudo y sólo regresaba al anochecer. Yo iba a su encuentro con el perro y ella me llamaba su niñay su hija. Acabé por quererla de todo corazón, pues nuestra alma se acostumbra1 todas las cosas, especialmente en la niñez. Durante las horas nocturnas me enseñó a leer, y este arte, que aprendí sinesfuerzo, fue más tarde en mi soledad unmanantial de infinitos placeres, pues laanciana poseía algunos manuscritos anti3"uos en los que encontré maravillosas his~orias.
"El recuerdo de la forma de vida queen aquel entonces llevaba todavía me produce extrañeza: jamás visitada por nin::;una criatura humana, hallábame reducida~ un círculo familiar muy pequeño, puesel perro y el pájaro hacían sobre mí la impresión que ún icamente nos producen los:lmigos a quienes conocemos hace largotiempo. Nunca he podido volver a acordar-
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me del extraño nombre del can, -pese aque en aquella época lo proliunciaba contanta frecuencia.
"De esta manera había vi vido va cuatroaños con la anciana y tendría n{ás o 111('
nos once de edad cuando, sintiendo cn mímayor confianza, me reveló est"c secreto:el pájaro ponía diariamente un huevo. el1cuyo interior había una perla o ul1a piedrapreciosa. Yo había ya advertido que manejaba a solas la jaula. pero nunca conccdí a esto mayor importancia. Me dió elencargo de que en su ausencia reco:;ierael huevecillo y 10 guardara bien en las extrañas vasijas. Me dejó mis :~limento~ Vempezó a ausentarse por temporadas m:;.vares, semanas y meses. Mi ruequíta ZUI11
baba; ladraba el perro; el maravilloso pájaro entonaba su canción. y en torno míotodo estaba tan tranquilo que no recuerdoen todo ese tiempo ningún vendaval nitempestad alguna. Los perdidos en el bosque no llegaban al valle. V los venadosjamás se acercabau a nuestt~a morada. Mesentía contenta y pasCiba día tras_ día trabajando. Creo que el hombre sería bastante más dichoso, si su vida pudiera deslizarse con tal tranquilidad hasta el fin.
"De 10 poco que leía me formé representaciones muy peculiares del mundo y-de los hombres, pues todo lo tomaba demí misma y de mi pequeña sociedad:cuando se trataba de gente alegre sólopodía representármela bajo la -figura delperrito; las damas elegantes asemejábansesiempre al pájaro. y todas las ancianas ami singular viejecita. También había leído acerca del amor y forjaba en mi fantasía curiosas historias, de las que era protagonista. Trataba de imaginar al máshermoso caballero del mundo, adornándolo con todas las virtudes; pero después detodos mis esfuerzos va no sabía cuál erarealmente su aspect¿. En cambio. podíasentir -verdadera piedad hacia mí mismacuando 110 correspondía a mi amor. Entonces tejía en el pensamiento largos yconmovedores discursos, y a veces me dirigía a él en voz alta, a fin de ganarme suvoluntad. ¿ Sonreís? i Qué atrás hemos dejado todos nosotros esta época de lajuventud!
"Me gustaba más hallarme sola, pue~
entonces yo era la señora de la casa. Elperro me quería entrañablemente y hacíatodo lo que yo deseaba; el pájaro respondía a todas mis preguntas con su canción.Mi pequeña rueca giraba alegremente, de
tal modo que en el fondo nunca experimenté el deseo de cambio. Cuando la anciana volvía de sus largas caminatas alababa mi atención y decía que el manejode su hogar. desde que yo pertenecía a él.era llevado con mayO!' orden. Se alegrabade mi crecimiento y de mi aspecto saludable y. en una palabra, me trataba enteramente como si fuera su hija. '¡ Eres buena, hija mía !', me dijo una vez con vozronca; 'si sigues así, siempre te irá bien.pues nunca se prospera cuando uno sealeja del camino recto; el castigo vienedespués, aun cuando llegue tarde'. Mientras decía esto. no ponía yo mucha atención a sus palabras. pues era siempre muyviva en mis movimientos y en todo mi 'er.Pero durante la noche las recordaba y nopodía comprender qué había querido decircon ellas. Meditaba detenidamente todassus frases, y como había leído acerca deriquezas, al final me vino la idea de quesus perlas y gemas podían ser algo muyvalioso. Muy pronto. este pensamiento resultó para mí aún más claro; pero: ¿ quéquería expresar con aquello del caminorecto? N o lograba captar completamenteel sentido de sus consejos.
"Tenía entonces 14 años, y ahora pienso que es una desdicha para el hombrellegar a la edad de razón únicamente paraperder la inocencia del alma. Pues bien,me daba cuenta de que sólo dependía demí tomar el pájaro y las gemas durantela ausencia de mi ama, e ir con ellos alencuentro de ese mundo del que tanto había leído. Además, pensaba que de estemodo podría quizás encontrar también alcaballero de gallardía sin par, constanteobjeto de mis devaneos.
"Al principio, la idea no tuvo para mímás importancia que cualquiera otra; perocuando me sentaba frente a mi rueca volvía a mi involuntariamente, y de tal suerteme abismaba en ella. que podía verme yaentre caballeros y príncipes, ataviada conmis mejores galas. Cuando, en medio deestos sueños, miraba a mi alrededor y misojos recorrían la pequeña habitación, unagrata tristeza embargaba mi espíritu. Perocon tal de que cumpliera mis obligaciones,_la anciana no se preocupaba mayormentede mi humor.
"Un día volvió a salir y me <.lijo queestaría fuera más tiempo del acostumbrado. Añadió que debía cuidar bien de todo,para que las horas no me parecieran demasiadu largas. Me despedí de ella con
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cierto temor, pues tuve el presenttmlentode que no volvería a verla. Largo tiempola miré alejarse. sin aber por qué mesentía tan atemorizada. Era como si mipropósito tomara cuerpo frente a mí, sinque yo me percatara de ello.
"Jamás había cuidado del perro y delpájaro con tanta diligencia, y ahora losquería más que nunca. Hacía varios díasque la anciana estaba ausente, cuando unamañana me levanté COI1 la fi rme resolucíón de abandonar la choza y marcharmecon el pájaro en busca de lo que las geno es llaman el mundo. Me sentía acongojada y deprimida; nuevamente deseabaquedarme y. sin embargo, rechazaba otravez tal pensamiento. de modo que en mialma desenvolvíase una extraña lucha, algo así como la pugna de dos espí ritus contradictorios. Por un instante la apaciblesoledad me parecía muy hermosa, peroluego volvía a seduci rme la idea de unmundo nuevo, maravillosamente polifacético.
"No sabía comprender lo quc me ocurría; el perro saltaba incesantemente frente a mí, mientras la luz del sol se extendía con placidez sobre los campos. haciendo brillar los verdes abedules. Tenía lasensación de que debía hacer algo muyurgente, así que tomé al perrito, lo até enla pieza y coloqué bajo mi brazo la jauladorada. El animal se retorció y empezóa chíllar al advertir tan insólito trato. Memíró con ojos suplicantes. pero tuve miedo de llevarlo conmig-o. Tomé una vasi.iallena de piedras preciosas y me la guardé,dejando las otras en su sitío.
"El pájaro volvió la cabeza de maneramuy extraña cuando crucé con él la puerta, y el perro trató inútilmente de seguirme. Evitando el sendero que llevaba alas rocas solitarías. caminé en direcciónopuesta. El perro ladraba y chilIaba incesantemente. V logró conmoverme en lomás íntimo. El pájaro quiso varias vecesempezar a cantar, pero como era llevadopor mí, debe haberle resultado incómodo.
"Conforme avanzaba, la intensidad delos ladridos era cada vez menor, hastaque cesaron por completo. Lloré. y estuve a punto de volver sobre mis' pasos.pero el deseo de descubrir algo nuevo meimpulsaba hacia adelante.
"Había cruzado las montañas y algunos bosques, cuándo e hizo de noche v
-tuve que hospedarme en una aldea. -Alentrar al albergue me mostré muy torpe;_me señalaron un cuarto y una cama:-:vnormí bastantt> tranquila, pero sQñé quela vieja me amenazaba. Mi viaje- fue bastante monótono; pero con forme avanzabael recuerdo de la anciana y del pequeñocan era para mí cada vez más lacerante.Pensé en que sin mi ayuda el perrito moriría de hambre y. cuando me encontrabaen el bosque, varias veces creía que lavieja iba a salirme al paso. De esta manera, entre suspiros y lágrimas. el camínose iba quedando atrás. Cada vez que des,:ansaba y ponía la jaula a mi lado entonaba el pájaro su curiosa melodía. Y yo recordaba entonces con gran vivacidad elhermoso lugar de que había huido. Comola naturaleza humana es olvidadiza, ahoratenía la idea de que el viaje que habíahecho en mi niñez no había sido tan triste como éste, y lluevamente deseaba encontrarme en la misma situación.
"Había vendido algunas piedras preciosas y, después de varias jornadas, llegaba a una aldea. Al entrar experimentédesde un principio algo muy extraño; me
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asusté sin saber por qué y muy prontocaí en la cuenta de que estaba en el mismo pueblo en que había nacido. ¡Cómome sorprendí! i Cómo, a cau,sa de mi alegría y de mil extrañas remembranzas, corrieron las lágrimas por mi's mejillas! Elaspecto de la aldea había cambiado mucho; nuevas casas habían sido construidasy otras, erigidas durante mi niñez, estaban ya en ruinas. Encontré también restos de incendios, y descubrí' que todo erabastante más pequeño y estrecho de loque yo esperaba, Regocijábarne infinitamente la idea de volver a ver a mis padresdespués .de tantos años. y por fin encontréla :pequ~Aa casa, el umbral bien conocido,La 'pf'¡wHa"~~ia la misma de otros tiempo,.y me .parecía como si apenas ayer hubieraentrecerrado la puerta. Mi corazón latíaviolentamente y abrí de un golpe. perolos que estaban sentados en la habitacióneran extraños para mí y me miraban confijeza. Pregunté por el ,pastor Martín yse me dijo que tres años antes habíamuerto junto con su esposa. Me retiré agran prisa y salí del pueblo llorando envoz alta.
"Mil veces había ímaginado cómo lossorprendería con mi opulencia; v ahoraque por un extraño azar era realidad loque en mi niñez tanto había soñado, todoresultaba en vano; ya no podían alegrarse conmigo, y lo que más había esperadoen la vida, perdido estaba para siempre.
"En una agradable ciudad renté unacasita con un i¡¡.rdín y tomé una criada ami servicio. El mundo no me pareció tanmaravilloso como lo había supuesto. peroempecé a olvidarme de la anciana y delos añ'os pasados con ella, por lo que vivíabastante contenta.
"Hacía mucho que el pájaro no cantaba:, así q~le me asusté no poco cuando unanoche empezó ele pronto a hacerlo otravez, pero en distinta forma. Ahora la canción era así:
'Soledad del bosquei qué lejos estás!Cuando el día llegue,te arrepentirás.i Ay! i mi único gozoes la soledad J'
"NO pegué los ojos en toda la noche;todo lo pasado volvió de golpe a mi espíritu, y más que nunca sentí que habíaprocedido mal. Cuando me levanté, la vis-
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ta del pájaro me resultó muy desagradable;me miraba constantemente y su presenciame causaba miedo. No dejaba de cantar,y su voz era más fuerte y ruidosa que decostumbre. Mientras más lo contemplaba,más crecía mi temor. Por fin abrí la jaula,introduje la mano, lo tomé por el cuelloy oprimí con fuerza. El pájaro me mirósuplicante y yo abrí los dedos, pero yahabía muerto. Lo sepulté en el jardín.
"Ahora estaba temerosa de mi sirvienta,pues recordaba lo que yo había hecho ycreía que alguna vez ella también habríade robarme, y de asesinarme quizás. Desdehacía bastante tiempo conocía a un jovencaballero que me agradaba en forma extraordinaria, y decidí darle mi mano...y con esto, señor Walter. concluve mihistoria". '.
"Debiérais haberla visto entonces" -interrumpió Eckbert precipitadamente- "sujuventud, su belleza, y el inconcebible encanto que le había dado su educación solitaria. Me parecía como un milagro y laamaba fuera de toda ponderación. Notenía yo bienes de fortuna, pero por suamor llegué a la situación de bienestar enque ahora me encuentro. N os ,cambiamosa este sitio, y hasta hoy nuestro enlacenunca nos ha dado motivo de arrepentimiento."
"En la plática", dijo Berta nuevamente, "ha pasado gran parte de la noche.Vamos a acostarnos".
Se puso en pie y se dirigió hacia sualcoba. Walter, besándole la mano, le deseó una buena noche, al tiempo que decía:"Noble señora, os doy las gracias, y puedomuy bien imaginaros con el extraño pájaro, o dándole de comer al pequeño Strohmian".
Walter también se acostó. SolamenteEckbert permaneció en la sala y, con granimpaciencia, empezó a dar vueltas de unlado a otro. "¿ N o es el hombre un tonto ?",dijo por fin. "He hecho que mi mujercuente su historia, y ahora me arrepientode esta confianza. ¿ No hará \Valter maluso de ella? ¿ La revelará a otros? ¿N oempezará acaso a sentir, ya que así es lanaturaleza del hombre, una triste codiciapor nuestras piedras preciosas, y tramaráalgo y adoptará fingimientos?"
Recordó que Walter no se había despedido de él con la LOrdialidad que sepodía esperar después de la muestra de
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confianza que le había dado. Cuando unasospecha pone el alma en tensión, encualquier pequeñez encuentra confirmaciones. Aun cuando Eckbert se reprochóla innoble duda que le inspiraba su honrado amigo" no pudo librarse de ella.Toda la noche luchó con estos pensamientos y durmíó muy poco.
Berta se sentía enferma y no pudopresentarse a la hora del desayuno. Walter no pareció p~eocuparse y 'se despidiódel caballero con bastante indiferencia.Eckbert no podía comprender su conducta. Visitó a su esposa y la encontró conuna fiebre muy alta. Berta dijo que elrelato de la víspera debía haberle producido ese estado de agitación.
A partir de aquella noche, \Valter visitó rara vez el castillo de su amigo. Cuan-
. do se pr,esentaba en él pronunciaba algunas palabras sin importancia y despuésse despedía. Este comportami'ento causóa Eckbert una pena profunda; no dejóver nada a Berta ni a Walter, pero todoel mundo podía advertir su desazón interna. Berta se agravaba por momentos yel médico se mostraba preocupado, puesel rubor de sus mejillas había desaparecidoy sus ojos ardían cada ..vez más. Unamañana hizo llamar a Eckbert a su cabecera y mandó que las doncellas se aleJaran.
"Querido esposo", comenzó diciendo,"debo revelarte algo que casi me ha hecho perder la razón y ha arruinado mi salud, aun cuando parezca un detalle sinimportancia. Pese a que hablaba de miniñez tan a menudo, tu sabes que nuncapude, a despecho de todos mis esfuerzos,acordarme del nombre del perrito con elque viví tanto tiempo. Pero aquella noche, al despedirse, Walter me dijo súbitamente: 'Puedo muy bien ímaginaros dándole de comer al pequeño Strohmian.' ¿ Setrata de una casualidad? ¿ Adivinó acasoel nombre? ¿ Lo sabía y lo dijo premeditadamente? ¿ Qué conexión puede tenernuestro amigo con mi destino? Algunasveces lucho conmígo misma, como si solamente hubiera imaginado esta rareza.Pero es seguro, demasiado seguro queocurrió. Cuando un extraño contribuyóele tal suerte a reavivar mis recuerdos,'entí un terror indecible. ¿Qué opinas deesto, Eckbert?"
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Sintió que se le ofuscaba el espírituy se embotaban sus sentidos. Era para élun enigma indescifrable determinar, siestaba soñando o había soñado a ·unamujer llamada Berta; lo más extraordinario se mezclaba con lo más común. Parecíale estar en un mundo de encantamiento, y se sentía incapaz de pensar orecordar nada.
Una encorvada anciana. que tosía y seapoyaba en un bastón, subió morosamentela colina. "¿ Me traes mi pájaro? ¿ Misperlas? ¿ Mi perro ?", gritó desde lejos."Mira cómo las malas :.tcciones tienen' ensí su castigo; yo no era sino tu amigoWalter, tu Hugo."
"Santo Dios", se dijo Eckbert "¿enqué horrible soledad he pasado pues 'mivida ?"
"Y Berta era tu hermana."Eckbert se desplomó."¿ Por qué me abandonó tan artera
mente? -Prosiguió la vieja-o De otro,,?~do todo habría terminado en paz y felICIdad. Pues su período de prueba habíaconcluido. Berta era la hija de un caballero que confió su educación a un pastor; la hija de tu padre."
"¿ Por qué siempre tuve este horriblepresentimiento?" exclamó Eckbert.
"Porque una vez en tu primera juventud, oíste hablar de ello a tu progenitor.A causa de su mujer no podía encargarse
.de la educación de esa hija, que era deotra madre."
Eckbert yacía en tierra, enloquecido yagonizante. Obscura y con fusamente, oíaque la vieja hablaba, que el can seguía ladrando, y que el pájaro repetía nuevamente su canción.
Soledad del bosqueque de nuevo gozo,'sin dolor ni envidiapor la eternidad.j Oh, qué grande gozoes la soledad!'
abandonado el pensamiento dl~ la amistady el deseo del trato humano.
Partió sin haberse propuesto un deterTfol~nado camin?; ~s más, ponía poc~ atenClan ~n el paIsaje que se extendía antesus OJos. Forzando el trote de su caballoc~?algó ~presuradamente y de pronto s~VIO perdIdo en un laberinto de rocas, sinpoder encontrar la salida por parte alguna. ,Por fin dio con un aldeano que le~ostro un sendero al lado de una pequena cascada; quiso ofrecerle algunas monedas en muestra de agradecimiento, pero el labrador las rechazó. ". Santo Cie-1 1" d" E k ¡O. IJO c -bert hablando consigo mis-mo, "¿ acaso no podría nuevamente imaginar que éste no ha sido otro sino Wal-ter?" Diciendo esto, volvió otra vez la,~irada y se convenció de que el campesmo era realmente Walter. Eckbert e _poleó a su caballo y lo hizo correr tanrápidamente como pudo, a través de' prade:as y bo~ques, hasta que el exhaustoa11lm~1 cay~ por tierra. Sin preocuparselo mas mí11lmo, prosiguió su viaje a pie.
Escal? soñando una colina, y creyó oírun ladndo alegre y próximo. Susurrabanlos abedules y escuchó los extraños sonidos de una canción:
Traducción de Mdrianne O. de Bopp :vEduardo _Carcía Máynez .
seguro de que verdaderamente era suamigo. Entonces le retenían nuevos escrúpulos y el temor de que se le aborreci~ra. Había horas en que el convenciml~nto de ~u ~ileza era tan fuerte, quecrela que nmgun hombre, para quien nof~era totalmente desconocido, se dignana respetarlo. Mas no pudo contenerseEn un solitario paseo a caballo descubrióa. su a~nigo toda su historia y le preguntóSI podla querer a un asesino. Hugo estaba conmovido y trató de darle consuelo.Eckbert 10 siguió hasta la ciudad, sintiendo que un gran peso se le había quitadode encima.
Diríase que era su maldición crear suspicacias precisamente en la hora de la confianza, pues apenas había entrado a la
sala cuando en el brillo de tantas lucesempezó a disgustarle el aspecto de suamigo. Creyó percibir una malévola sonrisa y tuvo la impresión de que Hugo hablaba poco con él y mucho con los presentes, y parecía no poner atención en supersona. Estaba en la reunión un viejocaballero que siempre se había mostradohostil a Eckbert y a menudo había hecho,en forma muy particular, preguntas acerca de su mujer y de su riqueza. Hugo seacercó a él y ambos hablaron algún tiempode manera secreta, a la vez que señalabanhacia Eckbert. Este vió confirmada susospecha, se creyó traicionado y una iraterrible se apoderó de él. Mientras miraba fijamente, de pronto creyó ver el rostro de Walter, todas sus facciones. lafigura que tan bien conocía; volvió amirar con atención y se convenció de quenadie sino Walter hablaba con el anciano.Su espanto fue indescriptible; fuera desí, salió de la tertulia bruscameilte, abandonó la ciudad cuando todavía era denoche y, después de haberse extraviado,pudo al fin regresar a su castillo.
Como un alma en pena, su inquietud 10llevaba Jie una alcoba a la otra; no podíaretener ningún pensamiento; caía de unaespantosa imag-inación en otra aún másespantosa, y el sueño no lograba cerrarsus ojos. A menudo pensaba que habíaenloquecido y que todo era producto desu fantasía. Luego volvía a recordar losrasgos de Walter y todo se iba convirtiendo para él más y más en un enigma. Decidió emprender un viaje para poner enorden sus ideas; definitivamente había
Eckbert miró a su doliente esposa conprofundo sentimiento; guardó silencio yse puso a cavilar. Trató de consolarla conalgunas palabras y se retiró después. Enuna apartada estancia empezó a dar vueltas de un lado a otro con inquietud indescriptible. Desde hacía muchos añosWalter había sido la única persona a quienhabía tratado y, sin embargo, este hombre era a la sazón el único en el mundocuya existencia le torturaba y oprimía.Parecíale que había de quitársele un pesode encima y que experimentaría gran.
.regocijo, si este único ser no fuese unobstáculo en su camino. Tomó su ballesta para distraerse e ir de caza.
Era un tempestuoso y rudo día invernal. Una profunda capa de nieve cubríalos montes y doblaba bajo su peso lasramas de los árboles. Eckbert anduvo largo tiempo errante. El sudor le perlabala frente, no encontró ninguna pieza yesto aumentó su contrariedad. De prontovio, a 10 lejos, algo que se movía: eraWalter, ocupado en recoger musgo delos árboles. Casi maquinalmente, apuntóen esa dirección. Su amigo se volvió hacia él y 10 amenazó con un mudo ademán,pero en ese momento voló el dardo yWalter cayó sin vida.
Eckbert se sintió aligerado y tranquilo.pero un estremecimiento de horror 10 impulsaba a regresar a su castillo. Tenía quehacer una larga caminata, porque se había internado demasiado lejos en el bosque. Cuando llegó, Berta había muerto.Poco antes de expirar había hablado mucho de Walter y de la anciana.
Eckbert vivió largo tiempo en la mavor soledad; siempre había sido melancólico, porque la peregrina historia de suesposa 10 intranquilizaba y porque temíaque algún acontecimiento infortunado pudiera ocurrir. Pero ahora sentía que elalma se le había desgarrado. N o podíaolvidar el asesinato de su amigo y continuamente se hacía reproches internos.
Algunas veces, con el propósito de distraerse, iba a la ciudad próxima y frecuentaba reuniones y fiestas. Deseaba llenar con alguna amistad el vacío de sualma. y cuando se acordaba de Walter,l"stremecíale la idea de encontrar un amigo, pues tenía el convencimiento de queesto sólo podía ser fuente de desdichas.Con Bertha había vivido en una hermosaquietud durante muchos años y la amistad de Walter le había hecho feliz. Yahora la muerte se había llevado a losdos en forma tan brusca que en muchosmomentos su vida más le parecía un cuento fantástico que el curso de una existencia real.
Un joven caballero, llamado Hugo, empezó a tratar al taciturno y triste Eckber.ty pareció experimentar una sincera inclinación hacia él. Eckbert se sintió extraordinariamente sorprendido, y correspondió con rapidez tanto mayor a la amistaddel caballero cuanto menos la había esperado. Se les veía juntos a menudo y dextraño tenía con Eckbert todas las atenciones posibles. Ninguno cabalgaba mlnca sin el otro; se encontraban en todaslas reuniones y, en una palabra, diríaseque eran inseparables. Eckbert sólo encortos momentos se sentía contento, puescomprendía que el afecto de Hugo estabafincado en un error. Su amigo ni le conocía ni sabía su historia, y Eckbert experimentaba nuevamente el mismo impulso de abrirle el corazón, a fin de estar