El Agujero Negro

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Escrito por: Lorene Congrains Alaiza EL AGUJERO NEGRO Irremediablemente son las 5:45 am y es hora de despertar. A partir de este momento mi día consiste en evitar que aparezca el agujero negro. Desayuno una taza de café y un cigarrillo porque una tostada con mantequilla o una ensalada de frutas carga el sentimiento de quien lo prepara y prefiero empezar el día limpia. Hace frío, a mí siempre me hace frío, comienza en las manos y poco a poco empieza a subir por la espalda hasta que termina con temblores incontrolables en todo el cuerpo. Quisiera que el día dure dos días para que no llegue tan rápido mañana, pero en veinticuatro horas tengo que dormir, despertar, tomar café, atravesar pasillos y esquivar miradas. En mi cuarto hay una silla con la ropa del día anterior, si repito la ropa de ayer no es completamente hoy. Algunos días es mejor que siga siendo ayer, sobre todo si no dormí las suficientes horas, pero no siempre el sueño es el límite entre hoy y ayer, a veces la ducha inaugura el 1

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Cuento retorcido en el manejo del tiempo.

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Escrito por: Lorene Congrains Alaiza

EL AGUJERO NEGRO

Irremediablemente son las 5:45 am y es hora de despertar. A partir de este momento mi día

consiste en evitar que aparezca el agujero negro. Desayuno una taza de café y un cigarrillo

porque una tostada con mantequilla o una ensalada de frutas carga el sentimiento de quien lo

prepara y prefiero empezar el día limpia. Hace frío, a mí siempre me hace frío, comienza en las

manos y poco a poco empieza a subir por la espalda hasta que termina con temblores

incontrolables en todo el cuerpo. Quisiera que el día dure dos días para que no llegue tan rápido

mañana, pero en veinticuatro horas tengo que dormir, despertar, tomar café, atravesar pasillos y

esquivar miradas. En mi cuarto hay una silla con la ropa del día anterior, si repito la ropa de ayer

no es completamente hoy. Algunos días es mejor que siga siendo ayer, sobre todo si no dormí las

suficientes horas, pero no siempre el sueño es el límite entre hoy y ayer, a veces la ducha

inaugura el día limpiando las malas decisiones del día anterior, a veces es mejor no ducharse. Un

ojo, un apéndice, dos huesos y algunos pelos derramados sobre mi cama, después la imagen en el

espejo. Poco a poco el día comienza.

Hoy amanecí con el agujero negro, últimamente despierto y me acuesto así. Con esa sensación.

Siempre me consideré muy mental, pero inevitablemente el cuerpo aparece de repente. Los ojos,

las bocinas, los poros de la piel, Julio, el ruido, en fin. El agua caliente que chorrea elimina todo,

la piel muerta, las palabras incautas, la gripe y la rabia, se caen las penas, las buenas ideas y los

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cabellos. Estoy empezando a acostumbrarme a que la gravedad también actúe sobre los

pensamientos dejando al descubierto cada orificio del cuerpo. Es inevitable que los minutos

avancen, quisiera que la ducha dure mil años y no tener que continuar con el día, pero me

conformo con media hora de jabón, esponja y shampú. Mi día se divide entre el verbo de la

oración y el complemento, el decorado, porque sin accesorios los días durarían doce, incluso seis

horas, es como la inmanencia sin olor.

No me acuerdo en qué momento comencé a pensar que viviendo sola el agujero negro se iba a

acabar, no me acuerdo por qué pensaba que el agujero negro desaparecería; ni pintando o

dejando de comer; arriba, abajo o encima; por delante y por detrás; rápido o lento; filosofía,

cocaína, marihuana y chocolates; con o sin ganas; en lo moral y en lo político; en lo prohibido,

en lo ilegal y en lo que engorda; veinte cigarrillos y tres sobredosis; dos novios al mismo tiempo,

dos carreras sin acabar, dos nombres y dos psicoanalistas diferentes; Julio; al final siempre era lo

mismo, al final me fui a vivir sola.

Después de la ducha me senté sobre la cama con la toalla puesta paralizada por el frío. Cinco

minutos más. Puse la toalla sobre la almohada para no mojarla con mi pelo, me eché y me cubrí

con una frazada. Me quedé mirando los espirales de colores que dibujé en las paredes. Los hice

de noche porque no podía dormir, porque no había punto de capitón, no podía respirar, tenía un

agujero en mi estómago, todos me miraban, se reían, mi nombre, yo, todos ustedes, mi cuarto, mi

soledad, las cucarachas, los amigos, la universidad, mamá, papá, ruido, ruido, ruido. Los cinco

minutos significaron que me quedé dormida otra vez. Suelo poner tres despertadores en

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diferentes puntos de la habitación para obligarme a ponerme de pie, pero los cinco minutos más

siempre me traicionan.

Me desperté con el sabor amargo de añorar la sensación de rutina, familiaridad y regularidad que

tanto necesitaba, me desperté porque mi celular sonó, era una empleada de la oficina para

avisarme que habían buscado un reemplazo. Mi reemplazo. Mierda. Qué vanidad imaginar que

soy irremplazable, honesta mediocridad la mía, pequeño lujito que me doy. Me quedan cien

pesos y acabo de perder mi trabajo. Estoy encerrada en esta habitación mientras todos van a

trabajar, mientras el semáforo cambia a verde, mientras mi prima Roberta da a luz, mientras

algunas mamás preparan galletas integrales de avena y otras van a la peluquería, mientras tanto

yo me pregunto por qué, por qué, por qué.

Hace un mes Julio me pidió que me fuera con él, tendríamos una casita y la felicidad estaría en

las pequeñas cosas, iríamos juntos al supermercado y cocinaríamos pasta en las noches después

del trabajo. Me prometió que me haría bien. Me acordé que tres meses atrás Julio me dijo que él

no era el hombre de mi vida, pero que me cogería hasta que llegue el hombre de mi vida. No me

fui con Julio porque me aterró la felicidad de las pequeñas cosas, las idas al supermercado, la

crianza de hijos, la construcción, el compromiso, su mal humor, y para ser franca, no quería estar

bien, al menos con él. No me fui porque era o Julio o yo. Ay Julio, estoy jodida, ¿seguirá en pie

la oferta de la felicidad de las pequeñas cosas? Julio trabajaba en lo que podía, generalmente de

fotógrafo, no de los buenos, aunque también arreglaba computadoras, algunas veces cambiaba

sus partes por otras más baratas sin que el dueño lo sepa, así se ganaba unos pesos y alguna que

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otra golpiza. Julio hacía eso con las ideas de la gente, las cambiaba y las retorcía, te contagiaba

su mal gusto y su retórica. Julio hizo eso conmigo.

Todo comenzó un domingo por la tarde. Estábamos solos en su departamento y por un instante

todo se aclaró. De repente tuve la sensación de que Julio y yo éramos uno. No estoy hablando de

medias naranjas ni de complementos, estoy hablando de una sola naranja, sin jugo, sin cáscara y

sin color. Ya no podía delimitar mi espacio, mi mente, mi imagen. O Julio o yo. Pensaba como

Julio, me lavaba los dientes como Julio, usaba el desodorante de Julio y odiaba la misma música

que Julio. Pero no era una sensación agradable, no era familiaridad, calor o compañía. Lo repito,

era Julio o yo. Era el agujero negro.

Julio salió del departamento para comprar condones y algo de comer, acabábamos de ver una

película. De repente sola y revolviendo sus cajones. No buscaba algo, simplemente me sentía

bien invadiendo su espacio, delimitando lo suyo de lo mío, marcando territorio. Requiem for a

dream, mía, todos los de Cortázar, míos, Freud, mío, los cigarrillos siempre fueron míos, su auto,

mío, su departamento, mío, la decoración es mía, el gato negro, mío, todo es mío menos yo. Mi

cuerpo es suyo, mis ojos, suyos, mi voz, suya, mis ideas, suyas, mi identidad, suya. O Julio o yo.

Sus cajones estaban llenos de monedas de cinco pesos, manuales de programación, libros de

fotografía, más y más películas, pastillas para la migraña y alguna que otra tontería.

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Repito que no buscaba algo, pero lo encontré. Encontré una pistola en el ropero. No tenía idea.

La pistola, mía. La había colocado al fondo del último cajón entre dos montones de ropa bien

doblada y oliendo a detergente. Julio siempre fue limpio. Ni siquiera lo pensé, cogí la pistola y la

metí en mi cartera. La boca de la pistola me miraba y me quería comer. Ahora me pregunto qué

porcentaje usamos de todo lo que tenemos. A veces nos llenamos de adornos que ni siquiera son

adornos, nos llenamos de basura, de recuerditos ridículos, de sobras de comida, de cremas

vacías, papeles que tal vez un día nos sirvan; pero no señor, una pistola es diferente; una pistola

no es un recuerdo, no es un documento, no es una cuchara de palo. Una pistola es una idea que se

instala en el cerebro, una idea que madura, un contenido inconsciente, una persona, un objetivo,

un lado de la cancha, sobre todo un lado de la cancha. Están los que jamás lo harían y los que sí.

Julio y yo estábamos en la misma cancha.

Julio regresó esa tarde y aquello que se instaló en mi cerebro jamás desapareció. Empecé a

transformarme. Julio estaba en todas partes. En mi imagen, en la calle, en los ruidos, en mi

mamá, en la ducha, en los divinos detalles. De repente cualquier emisora tenía la voz de Julio,

los taxistas eran Julio, los clasificados eran Julio, los libros estaban escritos por él, las canciones

compuestas por él. De nada sirvió la distancia, el tiempo, lo voy a pensar, ya no es lo mismo,

estoy ocupada, no te quiero, vete, te odio. De nada sirvió dejar de verlo. Julio me consumió, me

comió, me miró y me aniquiló. Ese domingo tomé la decisión. O Julio o yo.

Hace mucho tiempo las cosas eran diferentes, Julio era hombre y yo mujer, hablábamos del

futuro del país, de nosotros, yo estaba bien, él siempre estuvo mal pero de todas formas era una

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cosa buena. En esas épocas la vida marchaba, iba sobre ruedas, Julio no me devoraba, las cosas

no me hacían daño y no escuchaba su voz en todas partes. Poco a poco Julio comenzó a notar

que las llantas del carro se fueron desinflando. Las drogas me hacían daño, los ruidos fuertes, la

falta de alimentos, pero sobre todo él, su voz y sus ojos. Yo le pedí mi espacio, pero nunca

entendió que de verdad me estaba convirtiendo en él. Nunca entendió que no era un problema de

falta de amor, o existencial. Era un problema en el espejo, con el reflejo, mi imagen, la suya, la

de todo el mundo, era un problema espacial, de física, química, matemáticas y lenguaje. Comer

no era una solución, tampoco ir al campo, o dejar de trabajar, o ir al doctor, porque Julio siempre

pensó que mis hormonas eran las causantes de todo.

Esa tarde de domingo soleado, tarde en que tomamos chocolate caliente, tarde en que me leyó

cuentos, tarde en que le sacó fotografías a algunas partes de mi cuerpo, supe cuál era la solución.

Todo era evidente, claro, cristalino, puro, lógico, ridículo. ¿Para qué tendría una pistola Julio

sino para matarme? ¿A los dos? ¿A él? ¿Quién? Leí cien veces el último mensaje que me mandó.

Bueno, volviendo al tema y para cerrar (sí, de nuevo) te agradezco mucho que me hayas

contestado el teléfono, dos veces. Tenía miedo de que no lo hagas y estabas en todo tu derecho.

Eso me demuestra el ser tan compasivo y bello que puedes llegar a ser... y aunque algunas cosas

que dijiste o aproximaste hayan sido un poco crueles en nuestra conversación, yo me quedo con

lo verdadero. Pienso que tenemos que empezar por diferenciar el tú del yo. Aprecio

infinitamente que me leas e intentes comprenderme. Te agradezco también que hayas lidiado

conmigo todas aquellas veces y no me hayas mandado a la mierda. Estoy para lo que haga falta

y me encantaría que vuelvas a ser la de siempre. Tuyo por siempre, Julio.

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Jamás le respondí una carta, no hacía falta. No entendía lo que decía en ellas. Jamás supe si Julio

fue un embrollo de mi mente o si yo fui el producto de su imaginación, perdí la noción del

tiempo, espacio, alfabeto, lenguaje, pasado, presente, futuro, ayer, mañana, yo, Julio, tú, yo,

nosotros, ellos, mi imagen y la suya.

Irremediablemente son las 8:00 am y es hora de despertar. A partir de este momento mi día

consiste en evitar que aparezca el agujero negro. Prendí el carro y comencé a manejar. Presa de

mi cabeza. Sin escape. Neuronas independientes, cerebros en cada una de ellas. Aparte. Cientos

de rompecabezas mezclados incapaces de unirse. Quiero que amanezca. Me da terror la noche.

Joyas falsas, joyas mezcladas, fantasía. Oro barato. Como el recuerdo, como el olvido. Lo propio

y lo ajeno. Lo irrelevante. Irreversible. Tengo su olor en mi cuerpo. Julio es él, Julio soy yo. Yo

soy Julio. Mientras manejo prefiero pensar en cosas igual de abstractas pero que logro ver. Lo

veo claramente a él, materia hecha él. Una pierna, otra pierna, una mano, una voz y ya. Otra vez

el agujero negro mientras pienso. Mientras pienso en la única solución que encontré. Prefiero

mantenerme arriba, yo me mantengo arriba, no al margen, un poco mejor, más perfecta o más

distante, pero siempre arriba, como los gatos.

Puse un cd de The Pretenders y prendí un cigarrillo. El sol todavía no calentaba, estaba

temblando, el agujero negro se instaló en mi estómago. Era una mezcla de hambre, miedo, café y

Julio. It’s a fine line, between love and hate. Julio me dedicó esa canción, la escuché cien veces,

como leí sus cartas, como vi sus fotografías, como pensé en él. Había hablado con Julio la noche

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anterior con la intención “de poner un alto y buscar una solución”. Julio pensó que era buena

idea conversar y tomar algo caliente, lo noté preocupado por mí.

Quedamos de vernos en su nueva casa, hace tres meses que se fue del departamento donde

vivíamos, o vivía él, en realidad era de su papá. Puse mi cartera en el asiento de al lado. Puse en

mi cartera la cajetilla de cigarros, la pistola, mía, un cuchillo, una rasuradora, una plancha para el

pelo y mi billetera. Chicles también. Me distraje dando algunas vueltas por la ciudad, cargué

gasolina, entré a una tienda y compré más chicles pensando que no tenía.

Irremediablemente son las 9:00 am y es hora de actuar. A partir de este momento mi día consiste

en evitar que aparezca el agujero negro. Seguí manejando y escuchando música. Julio, Julio,

Julio. Por qué, por qué, por qué. El show debe continuar. Feliz, nuevamente. Otitis, cáncer,

meningitis y migraña. Estoy sana. Totalmente. Julio me llamó para saber si ya estaba llegando y

si podía comprar pan en la tienda. Sí puedo comprar pan. Compré pan y estacioné junto a un

parque. Salí y prendí un cigarrillo, hice algunos aros de humo y nuevamente leí otra de las cartas

de Julio.

Hazme este favor, que puede resultar muy interesante. Elimina nuestra conversación completa.

Todita, sin vuelta atrás. No existe. Estas son las primeras palabras que te estoy diciendo después

del concierto de cello y de piano ése que no te gusta y a mí sí porque suena "aristocrático".

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Léeme con atención, por favor. No pienses en nada más, sólo léeme e imagina mi voz en su tono

más sincero posible, que es así cómo estoy tecleando en este momento. Y prepárate, porque

puede ser el mensaje más largo que te hayan escrito en la vida. Habrán cosas malas y buenas,

habrán cosas que te sacarán de quicio y otras que tal vez te roben una sonrisa, espero, porque la

cruz que tengo en la espalda de escuchar tanto que te he herido me está partiendo por la mitad.

Tú eres un ser humano, tal y como yo. Con tus defectos numerosos y tus virtudes gigantescas.

Sientes y sí, sufres. He experimentado y he sentido todo lo que un ser humano podría, desde lo

más feliz hasta lo más trágico... y lo que me espera, seguramente, como a todos. No vives

pensando en esto, nadie lo hace, porque sería estúpido, pero un día vas a perder a alguien, la

vida se lleva a la gente, de alguna u otra manera, física o espiritualmente: y vas a sufrir.

Conozco esta historia, es real y muy cercana a mí. Incluso me inspira mucho a amar, a apreciar,

a ser bueno, a abrir mi corazón:

Un día donde todo era perfecto, donde nada podía salir mal, pasó lo "peor" (aquí inserta lo que

sea peor para ti) y cuando el dolor era insoportable, alguien lo cortó por la mitad porque sabía

cómo hacerlo, porque sabía cómo llegar al corazón de esa persona. El sufrimiento pasó a ser

dolor y el dolor pasó a ser historia. Sin nunca ser agonía. Dijiste no mentirme y sí, no tienes

ninguna obligación en decirme la verdad, aunque me dices que no lo haces y te creo, pero eres

una mujer muy contradictoria. Mucho. Espero que te sientas mejor y me encantaría que vuelvas

a ser la de antes. Te amo. Por siempre tuyo, Julio.

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Compré pan nuevamente porque me olvidé que ya lo había hecho y toqué la puerta. Julio me

gritó desde arriba que estaba abierta. Subo las gradas, me dan miedo, hay máscaras antiguas, está

oscuro otra vez. Tengo escalofríos y ganas de fumar un cigarrillo. Esta lavadora me marea,

demasiada información. Demasiado pesar, seca por dentro. Todos me hablan, todos me miran y

no entiendo. Nunca entendí. Lo primero que encontré fueron manchas de sangre, desde la puerta

hasta las gradas que daban al primer piso. ¿Julio? ¿Qué te han hecho? Más sangre, colgajos de

piel en las ventanas y olor a pólvora. La caldera empezó a sonar. El agua ya estaba lista.

Encontré el cuerpo de Julio hecho pedazos. Ya no éramos uno. Ahora era yo y ahora era Julio.

Yo estaba viva y él, muerto. Estaba helada, daba la impresión que había peleado con alguien.

Todo estaba lleno de sangre. Sangre entre las sábanas, en la bañera, en la caldera, en las

rebanadas de pan. Julio estaba caliente, tenía puesto un jean y un canguro negro. Estaba segura

que se había cambiado para recibirme. Estaba segura que Julio estaba calentando agua para que

tomemos café bien caliente y hablemos de nosotros, de sus preocupaciones, de su nuevo trabajo,

de las chicas de la oficina, de mi mamá, de mi papá, mi vida, mi independencia, de nosotros.

Irremediablemente son las 10:00 am y estoy en la casa de Julio. Julio está muerto. A partir de

este momento mi día consiste en evitar que aparezca el agujero negro.

Entré al baño y me lavé la cara con agua tibia. Me lavé los dientes con dedicación, me pasé hilo

dental, me volví a lavar los dientes, usé el enjuague bucal de Julio. Me lavé nuevamente la cara y

me puse un poco de crema. Me vi en el espejo y encontré un espacio vacío, ya no estaba Julio.

Julio está muerto y yo estoy viva.

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Compré pan nuevamente porque me olvidé que ya lo había hecho y toqué la puerta. Julio me

gritó desde arriba que estaba abierta. Subo las gradas, me dan miedo, hay máscaras antiguas, está

oscuro otra vez. Tengo escalofríos y ganas de fumar un cigarrillo. Esta lavadora me marea,

demasiada información. Demasiado pesar, seca por dentro. Todos me hablan, todos me miran y

no entiendo. Nunca entendí. Lo primero que encontré fue la ropa de Julio tirada. “Estoy en la

ducha, ya salgo”. Prendí un cigarrillo y puse agua en la caldera.

Revisé la nueva casa de Julio. Nuevos libros, nuevas películas, nuevos amores. Hiroshima mon

amour, El Espejo, Good Bye Lenin, Gegen die Wand, nutella, cebollas en la nevera, crema de

afeitar y el libro de fotografía de David Nebreda. Encima del mesón de la cocina una foto en

blanco y negro de los dos. Atrás de la foto: Tus ojos, tu voz, tu ser, mía por siempre. Tuyo, Julio.

Irremediablemente son las 10:30 am y es hora de actuar. A partir de este momento mi día

consiste en evitar que aparezca el agujero negro. Julio salió de la ducha y le di un disparo en el

pecho porque así sería más fácil clavarle el cuchillo cien veces. Porque así eran las cosas con

Julio, con él todo era cien. Cien cartas, cien llamadas, cien balazos, cien cuchillazos, cien besos,

cien gritos, cien ojos, cien voces. O Julio o yo.

El cuerpo de Julio estaba hecho pedazos. Ya no éramos uno. Ahora era yo y ahora era Julio. Yo

estaba viva y él, muerto. Estaba helada. Todo estaba lleno de sangre. Sangre entre las sábanas, en

la bañera, en la caldera, en las rebanadas de pan. Julio estaba caliente, tenía puesta la toalla.

Estaba segura que se había duchado para recibirme. Estaba segura que tomaríamos un café bien

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caliente y hablaríamos de nosotros, de sus preocupaciones, de su nuevo trabajo, de las chicas de

la oficina, de mi mamá, de mi papá, mi vida, mi independencia, de nosotros. Irremediablemente

son las 10:00 am y estoy en la casa de Julio. Julio está muerto. A partir de este momento mi día

consiste en evitar que aparezca el agujero negro.

Entré al baño y me di cuenta que estaba cubierta de sangre. La sangre de Julio. Mi sangre. Me

miré al espejo y ya no estaba Julio, ya no escuchaba su voz. Era un espacio vacío, lógico,

matemático, geométrico. Me lavé los dientes con dedicación. Me pasé hilo dental. Nuevamente

Me cepillé los dientes. Usé el enjuague bucal de Julio. Ya no estaba Julio. Ahora estaba yo. Salí

del baño y tomé nuevamente la foto en blanco y negro de los dos. Tus ojos, tu voz, tu ser, mía

por siempre. Tuyo, Julio. Se acabó.

Bajé las gradas, abrí la puerta y el gato negro salió. Le puse un poco de comida en su plato y le di

leche. Lo acaricié y ronroneó. Abrí la puerta del garaje y encendí el carro. Empecé a manejar y

entré al supermercado. Compré toallas de papel, fósforos, cloro y el enjuague bucal que Julio

tenía en el baño. Regresé a la casa y me puse a limpiar. Primero los vidrios, luego el piso, luego

la bañera, metí las sábanas a la lavadora, quemé la ropa de Julio y la mía, y sus cartas, y la

fotografía en blanco y negro. Quemé todo rastro de Julio, los recuerdos buenos, los malos, las

peleas, las voces, su mirada, su música, sus películas y sus libros. Metí el gato negro en una caja

y lo puse en la parte de atrás del auto.

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Irremediablemente son las 10:00 pm y es hora de dormir. A partir de este momento lo que queda

de la noche consiste en evitar que aparezca el agujero negro. Julio me llamó por teléfono. Por

qué, por qué, por qué. Antes tenía cosas en la cabeza. Tenía Freud, vodka y películas. Kafka,

Alejandra Pizarnik y Cortázar. Estaban papá, mamá, mis primos, mis hermanos y mis mascotas.

Ahora no tengo nada de eso. Ahora está Julio y nada más que Julio. Su voz, sus pisadas, su

mirada y su olor. No le contesté a Julio. Pero llamará cien veces hasta que le conteste. Así

funcionan las cosas con Julio. Con él todo es cien. Cien llamadas, cien mensajes, cien peleas,

cien pensamientos, cien días, cien semanas.

Algunas veces aparece el agujero negro, el agujero negro, el agujero negro. Algunas veces

vuelve a aparecer Julio. Llama, busca, me busca o lo busco. ¿Quién es Julio y quién soy yo?

Somos uno, somos lo mismo. Me miro en el espejo y lo veo a él. Pero llegó el momento de

actuar. Le contesté.

Me reclamó mi silencio, mi pasado, mis mentiras, me pidió perdón y me prometió que todo iba a

ser diferente. Que fuera al día siguiente a su casa a tomar una taza de café muy caliente.

Hablaríamos de nosotros, del futuro, del país, de nuestro gato. Me contaría de su nuevo trabajo,

de las fotografías que estuvo sacando y de las últimas películas que compró. Después iríamos a

la montaña a caminar. Todo sería como antes, la familiaridad, los divinos detalles, el cariño, el tú

y yo, nosotros, las tardes juntos. Tus ojos, tu voz, tu ser, mía por siempre. Tuyo, Julio. Te espero

mañana temprano.

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Irremediablemente son las 5:45 am y es hora de despertar. A partir de este momento mi día

consiste en evitar que aparezca el agujero negro. Desayuno una taza de café y un cigarrillo

porque una tostada con mantequilla o una ensalada de frutas carga el sentimiento de quien lo

prepara y prefiero empezar el día limpia. Hace frío, a mí siempre me hace frío, comienza en las

manos y poco a poco empieza a subir por la espalda hasta que termina con temblores

incontrolables en todo el cuerpo. Quisiera que el día dure dos días para que no llegue tan rápido

mañana, pero en veinticuatro horas tengo que dormir, despertar, tomar café, atravesar pasillos y

esquivar miradas. Matar a Julio.

Ese domingo por la tarde decidí matar a Julio. No pasarían sino meses hasta tener la oportunidad

de hacerlo. Decidí dejar de verlo. Después de todo, una pistola es una idea inconsciente, una

intención, algo que está ahí, guardado entre dos montones de ropa bien doblada y oliendo rico.

En un cesto de ropa sucia, la del día anterior, en mi cabeza, en mi cuerpo, en mi estómago, pero

es algo que se instala y nunca se va.

Después de meter la caja con el gato negro en la parte de atrás del auto, encendí el motor y

manejé rumbo a mi casa. El gato se puso a jugar, con mis manos, con mi pelo, con las cosas de

mi cartera. Prendí un cigarrillo y se calmó. Llegué a mi casa y prendí la ducha. Esperé que

saliera agua caliente y entré. Me di cuenta que tenía la piel cortada. Me di cuenta que corría

sangre. Me di cuenta que había matado a Julio. Abrí la puerta del baño y el vapor se extendió por

el resto del pasillo. El gato negro estaba sentado y me miraba con los ojos de siempre. Me miraba

con los ojos de Julio y ronroneaba con la voz de Julio.

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La pistola sigue en mi cartera. El cuchillo también. El gato negro nunca se fue. Todas las noches

le doy comida y leche tibia. Todas las mañanas despierto irremediablemente a las 5:45 am y voy

a trabajar, esquivo miradas, atravieso pasillos, tomo café y me fumo un cigarrillo en el parque.

Algunas veces hago aros de humo. Conservé una nota de Julio. La leo todas las noches. Tus

ojos, tu voz, tu ser, mía por siempre. Tuyo, Julio.

FIN

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